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Moderadoras
Lola’ y Mona
Traducción
Lola’
Lola’
D
arlene Montgomery ha ido y vuelto del infierno... más de una
vez. Tras un periodo en la cárcel por posesión de drogas, está
limpia al fin, y lista para comenzar de nuevo. Otra relación
fallida más es justo la motivación que necesita para mudarse de Nueva York
a San Francisco con la esperanza de resucitar su carrera de danza y
descubrir que es más que la suma de su historial delictivo. Mientras Darlene
lucha por sobrevivir en la ciudad, lo último que quiere es enredarse con su
guapísimo pero malhumorado vecino y su adorable niña...
A Sawyer Haas le faltan algunas semanas para terminar su carrera de
derecho, pero el agotamiento, sus menguantes finanzas y la presión de
mantenerse a sí mismo y a su hija Olivia lo están desgastando. Un trabajo
en la oficina federal, un trabajo que necesita desesperadamente, lo espera
tras la graduación, pero solo si aprueba el Examen de Abogacía. Sawyer no
tiene el tiempo ni la paciencia para la caprichosa aunque hermosa bailarina 4
que se muda al apartamento encima del suyo. Pero la risa fácil de Darlene
y su alegre espíritu se filtran por las grietas de su corazón endurecido y
lentamente derriban las murallas que ha resucitado para evitar que lo
vuelvan a traicionar.
Cuando los padres de la desaparecida madre de Olivia aparecen para
luchar por la custodia, Sawyer podría perderlo todo. Para tener cualquier
oportunidad de ser feliz, debe confiar en Darlene, la mujer que de alguna
manera ha conseguido atravesar su alambre de espino, y Darlene debe
decidir cuánto de su propio amoratado corazón está dispuesta a darle a
Sawyer y Olivia, especialmente cuando los fantasmas de su problemático
pasado se niegan a permanecer enterrados.
Sex and Candy, Marcy Playground
Down, Marian Hill
One More Light, Linkin Park
Tightrope, LP
Open Your Heart, Madonna
You and Me and the Bottle Makes Three Tonight, Big Bad Voodoo Daddy
Cheek to Cheek, Ella Fitzgerald
In the Mood, The Glenn Miller Band
To Wish Impossible Things, The Cure
Muddy Waters, LP
Cell Block Tango: Chicago the Musical, Kander and Ebb 5
Only Hope, Mandy Moore
A aquellos luchando en batallas ocultas, no dejes que se apague tu luz. Esto
es para ti. 6
Coincidencia de Opuestos (filosofía): la revelación de
unidad de cosas previamente concebidas como diferentes.
7
Sawyer
15 de agosto, hace 10 meses
A
penas escuché el timbre de la puerta bajo la música de fondo
y las risas de cien de mis amigos más cercanos. Jackson
Smith me sacudió la cabeza desde el otro lado de la
habitación, con una sonrisa de oreja a oreja en su cara. Iba
vestido como Roland el Pistolero de Idris Elba, para mi Hombre de Negro.
Entre la multitud de invitados disfrazados, cada uno vestido como un villano
del cine o de los cómics, gesticuló las palabras: 8
Tu turno.
Abrí los ojos e incliné la cabeza hacia la hermosa pelirroja con el disfraz
de Hiedra Venenosa a mi lado. Estaba en segundo año en Hastings,
pidiéndome consejo sobre qué profesores eran los más duros del tercer año,
mi año, pero no creo que me escuchara. Su mirada no paraba de bajar a mi
boca.
Jackson sacudió la cabeza y le hizo ojitos a la bonita enfermera Ratchet
a su lado, y luego levantó las manos con un encogimiento de hombros
exagerado.
Suspiré a mi mejor amigo y me rasqué el ojo con el dedo medio.
—Tengo que atender —le dije a Hiedra Venenosa. Creo que dijo que su
nombre era Carly o Marly. No es que importara. Su nombre no era lo que
quería de ella. Le mostré lo que mis amigos llamaban mi característica
sonrisa baja bragas—. ¿Cuidas mi lugar?
Carly-o-Marly asintió e inclinó su propia sonrisa de aprobación.
—No voy a ninguna parte.
—Bien —dije, y la forma en que nuestros ojos se encontraron y
sostuvieron fue como un pacto sellado.
Voy a tener sexo esta noche.
Le disparé a Jackson una sonrisa triunfante, que respondió con un
saludo de dos dedos. Me reí y caminé a través de nuestra casa.
Jackson, yo mismo y otros dos tipos vivíamos en una casa victoriana
alquilada en el barrio de Upper Haight. No había fraternidades en la
Facultad de Derecho de la UC Hastings, así que nuestra casa de tres pisos
se había convertido en la siguiente mejor opción. Nuestras fiestas eran
infames, y estaba feliz de ver que esta no era una excepción. Los invitados
se inclinaban por "Sex y Candy" en el sistema de sonido de última
generación de Jackson. Me sonreían, me golpeaban en la espalda, o se
inclinaban para gritar borrachos sobre la música que esta fiesta maligna era
"La mejor fiesta de la historia". Sólo le devolví la sonrisa y asentí.
Cada una de nuestras fiestas era "La mejor fiesta de la historia".
Abrí la puerta; con una sonrisa encantadora y una excusa en mis labios
por si fuera uno de mis vecinos el que se quejara del ruido. La sonrisa se me
cayó de la cara como una máscara y me quedé mirando.
Una joven de cabello oscuro atado en una desordenada cola de caballo,
con mechones que se soltaban para enmarcar su estrecha cara me miraba
fijamente. Tenía los ojos ensombrecidos e inyectados de sangre. Llevaba
vaqueros descoloridos, una camisa manchada, y luchaba bajo el peso de
una enorme bolsa en el hombro. El alcohol viejo rezumaba por sus poros, el
hedor de alguien que se había emborrachado la noche anterior.
La visión que tenía delante de mí luchaba con un recuerdo nebuloso de
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esta misma chica, salvaje y riendo a mi lado en un bar; tomando bebidas
como si fueran agua; besándome en un taxi. El sabor del vodka y el
arándano llegó a mis labios, y luego su nombre.
—¿Molly... Abbott?
—Hola, Sawyer —dijo, y movió un bebé en sus brazos.
Un bebé.
Mi estómago se apretó y mis pelotas trataron de volver a meterse en
mis tripas. El recuerdo nebuloso se volvió duro y vibrante, con una claridad
brutal.
Hacía poco más de un año. Un viaje de verano a Las Vegas. Un beso en
el taxi había llevado a una noche de borrachera y lujuria en la cama de Molly
en su diminuto apartamento y una media confirmación de que estaba
tomando la píldora. Y entonces yo estaba dentro de ella sin una maldita
preocupación en el mundo.
Las palabras cayeron de mi boca.
—Oh, mierda.
Molly dejó salir una risa nerviosa y movió la enorme bolsa de nylon
rellena en su otro brazo.
—Sí, bueno, aquí estamos —dijo, y se puso de puntillas para mirar por
encima de mi hombro—. ¿Teniendo una fiesta? Parece épica. Siento
aparecer así, pero...
Entré en el pasillo y cerré la puerta detrás de mí. La música y las risas
se cortaron a la mitad, se volvieron distantes. Mis ojos se dirigieron al bebé
envuelto en una manta descolorida con osos de peluche amarillos,
manchada y sucia. Mi corazón se estrelló contra mi pecho como un tambor
pesado.
—¿Qué... qué estás haciendo aquí?
—Estaba en la ciudad —dijo Molly, tragando fuerte, sin que sus ojos se
encontraran con los míos—. Quería presentarte.
—Presentarme…
Molly volvió a tragar y me miró como si le costara un esfuerzo
—¿Puedo entrar? ¿Podemos... hablar? Sólo un minuto. No quiero
arruinar tu fiesta.
—Hablar.
La sorpresa me había vuelto estúpido. Había sido el mejor de mi clase
en la UCSF, ahora era un estudiante de derecho de sobresaliente en
Hastings, reducido a repetir lo último que escuché como un loro. Mi mirada
se dirigió hacia el bebé cuya cara estaba envuelta, fuera de la vista. 10
Presentarme. Joder.
Pestañeé, sacudí la cabeza.
—Sí, eh, claro. Entra.
Le quité la bolsa del hombro a Molly y mi propio brazo cayó por su peso.
La eché sobre el mío y empujé a Molly a través de los malhechores, hasta mi
dormitorio al lado de la cocina. La habitación era oscura, y encendí una luz.
Molly parpadeó y miró a su alrededor.
—Esta es una linda habitación —dijo. Tenía los vaqueros sucios y uno
de los bolsillos de su chaqueta del revés. Su disfraz no era de enfermera
malvada o bruja, sino de chica sin hogar con un bebé—. La casa es genial.
Enorme. —Se sentó en el borde de la cama, con el bebé en sus brazos—. Tú
también te ves bien, Sawyer. Y vas a ir a la escuela de derecho, ¿verdad?
¿Vas a ser abogado?
Asentí.
—Sí.
—Leí en tu página de Facebook que vas a trabajar para un juez federal
cuando te gradúes. Eso es algo importante, ¿verdad? Suena como un muy
buen trabajo.
—Eso espero —dije—. Todavía no tengo el trabajo. Todavía tengo que
graduarme. Pasa el examen de derecho y luego tiene que elegirme.
Ya tenía una montaña de presión. Mi mirada se dirigió de nuevo al bebé
y mi garganta se secó.
—Eso suena bien, Sawyer —dijo Molly—. Parece que te va muy bien.
—Me va bien. —Solté un respiro—. ¿Molly...?
—Su nombre es Olivia —dijo, moviendo el bebé—. Es un buen nombre,
¿verdad? Quería uno que sonara... inteligente. Como tú.
Mi estómago estaba atado con el más apretado de los nudos y mis
piernas me picaban de gana de salir corriendo por la puerta y no mirar
atrás... en cambio, me hundí en la cama junto a Molly, como un imán,
atraído por el bulto en sus brazos.
—Olivia —murmuré.
—Sí. Y es inteligente. Avanzada. Ya puede mantener la cabeza en alto
y todo eso.
Molly apartó la manta de la cara del bebé y mi maldito aliento se me
quedó en la garganta. Vi una mejilla redondeada, pequeños labios llenos de
lágrimas y ojos cerrados. El aliento de Molly estaba teñido de alcohol, igual
que el mío, del "ponche especial" que había hecho uno de mis compañeros.
Pero Olivia olía a limpio, como a talco y a algún olor dulce no identificable
que probablemente estaba reservado a los bebés.
—Es bonita, ¿verdad? —dijo Molly, mirándome nerviosamente—. Se
parece a ti.
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—A mí…
Fuera de mi puerta, la fiesta estaba a todo volumen pero en silencio.
Jóvenes riendo y bebiendo y probablemente enrollándose... como yo hace
trece meses.
—¿Estás segura de que...? —No pude decir la palabra.
La cabeza de Molly se sacudió en un rápido asentimiento.
—Es tuya. Cien por ciento. —Se mordió el labio—. ¿Quieres sostenerla?
¡No, joder!
Mis brazos se abrieron y Molly puso al bebé en ellos.
Miré fijamente a Olivia, deseando que sus pequeños rasgos se hicieran
reconocibles. Una pista o un susurro hereditario de que era realmente mía.
Pero no se parecía en nada a Molly o a mí. Era sólo un bebé.
¿Mi bebé?
Molly se sorbió los mocos y yo levanté la mirada para verla sonreírnos
a Olivia y a mí.
—Eres natural —dijo suavemente—. Sabía que lo serías.
Miré fijamente al bebé y me tragué un montón de todas las emociones
conocidas por el hombre.
—¿Qué edad tiene?
—Tres meses —dijo Molly. Me dio un codazo en el brazo—. ¿Recuerdas
esa noche? Bastante salvaje, ¿verdad?
Mi cabeza se levantó de golpe.
—Me dijiste que tomabas la píldora.
Se estremeció y se metió un mechón detrás de la oreja.
—La tomaba... no funcionó. Eso pasa a veces.
La miré fijamente, incrédulo, y luego mi mirada se volvió hacia el bebé
en mis brazos. Se movió mientras dormía, con su pequeño puño rozando su
propia barbilla. La mitad de los confines impenetrables de mi corazón se
cerraron como una tormenta, apuntalando las defensas, construyendo
muros porque esto no podía estar sucediendo. La otra mitad se maravilló de
los pequeños movimientos de este bebé como si fueran pequeños milagros.
Tenía ganas de reír, llorar o gritar todo a la vez.
—Casi no vengo aquí —decía Molly—. Sólo quería que la conocieras y...
aquí estamos.
—¿Estás en la ciudad? ¿Tienes un sitio...?
Me pregunté si Molly necesitaba mudarse conmigo, y la realidad de la
situación era como un cubo de agua helada. Todavía tenía otros nueve
meses de escuela de derecho. Tenía que hacer y aprobar el examen del 12
colegio de abogados. Las prácticas eran mi boleto a mi carrera soñada como
fiscal federal.
—Qué demonios, Molly. No puedo... no puedo tener un bebé —dije, con
la voz alta—. Tengo veintitrés malditos años.
Molly se sorbió los mocos.
—Oh, ¿en serio? —Se cruzó de brazos sobre el pecho—. Puedes tener
un bebé, Sawyer. Si puedes follar, puedes tener un bebé. Así que eso es lo
que hicimos y eso es lo que tenemos.
Apreté los dientes y escupí cada palabra lentamente.
—Me dijiste que tomabas la píldora...
Me miró fijamente y supe que era inútil. Decir esas palabras una y otra
vez no iba a hacer que el bebé en mis brazos se evaporara mágicamente. La
píldora podía haber fallado o Molly podía haber mentido acerca de tomarla,
pero en los recuerdos sombríos y empapados de alcohol de esa noche hubo
un segundo en el que me dije que me pusiera un condón como siempre, y
esa vez no lo hice.
—Joder —susurré, y una terrible tristeza se apoderó de mí mientras
miraba la carita de Olivia. Tristeza por todo el miedo y la ansiedad envueltos
con ella en un manojo apretado. Respiré profundamente—. De acuerdo,
¿qué pasa ahora?
—No lo sé —dijo Molly, con sus dedos moviéndose en su regazo—.
Sólo... quería verte. Ver cómo estabas y hacerte saber que es tuya. He
cometido muchos errores en mi vida. Todavía los estoy cometiendo. —Sonrió
débilmente—. Pero tú... eres un buen tipo, Sawyer. Sé que lo eres.
Fruncí el ceño y agité la cabeza.
—No lo soy. Jesús, Molly...
—¿Puedo usar el baño? —preguntó—. Fue un largo camino hasta aquí.
—Sí, claro —dije—. Al final del pasillo, la primera puerta a la izquierda.
Tomó un respiro y se inclinó para besar al bebé en su frente, luego se
levantó rápidamente y salió.
Sostuve a Olivia y miré mientras se despertaba. Sus ojos se abrieron
de par en par y se encontraron con los míos por primera vez. Eran azules
como los de Molly, no marrones como los míos, pero sentí que algo cambió
en mí. Un pequeño desgarro en mi tejido, el primero de muchos que
eventualmente llevaría a un completo desenredo y transformación de mí en
alguien que difícilmente reconocería.
—Hola —le susurré a mi hija.
Mi hija. Oh, Cristo...
Pánico repentino desgarró la conmoción y el miedo. Levanté la cabeza
y miré frenéticamente alrededor de mi habitación vacía, a la enorme bolsa 13
en el suelo, al espacio vacío donde Molly había estado sentada. Mi aliento se
quedó en el pecho al darme cuenta lentamente de lo que había sucedido.
Me levanté de la cama con el bebé en mis brazos, y me apresuré a la
zona de estar donde la fiesta se estaba desarrollando a toda marcha. El ruido
asustó a Olivia y sus gritos se extendieron por la fiesta como una manguera
de incendios, empapando todo hasta que la música se apagó. Toda la charla
y las risas se redujeron a la nada. Miré alrededor de la habitación, buscando
a Molly, y sólo encontré miradas fijas y risitas. Jackson se quedó
boquiabierto con un millón de preguntas en sus ojos. Mis otros compañeros
de cuarto lo miraban. La sonrisa sexy de Carly-o-Marly se había convertido
en una sonrisa de lástima. Apenas registré nada de eso cuando mis ojos
encontraron la puerta principal, dejada ligeramente entreabierta.
Oh, Dios mío...
Entre los crecientes llantos de Olivia, alguien resopló una pequeña risa.
—Esta fiesta se ha acabado.
Darlene
15 de junio, presente
L
a música comenzó con un piano solitario. Unas pocas notas
inquietantes, luego la voz suave y clara de una joven.
Empecé en el suelo, descalza con mallas y una camiseta.
Nada profesional. Nada de coreografía. No quería venir aquí, pero pasaba
por la calle. El espacio estaba libre y lo había alquilado por treinta minutos
antes de poder convencerme de no hacerlo. Pagué con un apretón de manos. 14
Apagué los pensamientos; dejé que mi cuerpo escuchara la música.
Estaba oxidado, sin práctica. Mis músculos tímidos, mis miembros
vacilantes, hasta que el ritmo bajó, un ritmo de música techno sin
complicaciones, y entonces me dejé llevar.
Are you down...?
Are you down...?
Are you down, down, down...?
Mi espalda se arqueó, y luego se derrumbó. Me retorcí con movimientos
controlados, con mi cuerpo una serie de formas y arcos fluyentes y carne y
tendones ondulantes, meciéndose al ritmo que volvía al piano y a la voz de
la cantante, persiguiendo y solitario.
Are you down…?
El pulso aumentó de nuevo y yo estaba arriba, cruzando el estudio,
saltando y arrastrando, dando tres vueltas, con mi cabeza girando, los
brazos extendiéndose hacia arriba y luego hacia fuera, buscando algo a lo
que aferrarse y encontrando sólo aire.
Are you down…?
Los músculos se despertaron con el baile, dolidos, quejándose de las
demandas repentinas. El aliento me pesaba en el pecho como una piedra, el
sudor se escurría entre los omóplatos.
Are…?
Are you…?
Are you…?
Me goteaba por la barbilla mientras me arrodillaba como un mendigo.
Down…?
Inhalé una respiración, con la más leve de las sonrisas tirando de mis
labios.
—Tal vez no1.
1
Are you down? en inglés se puede traducir por “¿Estás abajo?”.
discusión épica. Sólo un acto de desaparición. Tal vez con una nota o un
mensaje.
A pesar del calor, temblaba y caminaba más rápido, como si pudiera
dejar atrás mis pensamientos. Me pregunté por millonésima vez si estaba
tratando de aferrarme a Kyle porque me preocupaba por él o porque no podía
soportar la idea de dejar que otra relación se me escapara de las manos.
—No se ha acabado. Aún no —dije mientras mis botas de combate
corrían hasta en nuestro bloque.
Esta vez no iba a fracasar. No otra vez. Esta vez podía hacer algo bien.
Había estado limpia más de un año, y con Kyle más que eso. Mi relación
más larga. No era un fracaso. Ya no. Me agarraría con más fuerza, si fuera
necesario.
En el tercer piso del destartalado edificio, abrí la puerta del 3C, y
entré... y casi me tropiezo con la bolsa de lona. La bolsa de lona de Kyle. Tan
llena que la cremallera parecía a punto de reventar. Cerré la puerta detrás
de mí y levanté la mirada, entrecerrando los ojos, como si pudiera minimizar
el dolor de lo que estaba viendo.
Kyle estaba en el pequeño mostrador de la cocina escribiendo una nota.
Dejó el bolígrafo cuando me vio. Lentamente.
Una nota, no un mensaje.
—Hola, nena —dijo, y apenas me miró—. Lo siento, pero yo...
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—No —dije—. Simplemente no lo hagas. —Me abracé los codos—. ¿Ni
siquiera ibas a decírmelo?
—Yo... no quería una escena. —Suspiró y se pasó una mano por su
rubio y denso cabello—. Lo siento, Darlene. De verdad que lo siento. Pero no
puedo seguir haciendo esto.
—¿No puedes hacer qué? —Sacudí la cabeza—. No, no importa. No
quiero oírlo. No otra vez.
De nuevo, no soy suficiente. No soy lo suficientemente buena. No lo
suficientemente divertida o bonita o algo.
—No me agarré lo suficiente —murmuré.
—Darlene, me importas, pero...
—Lo siento, pero. Te importo, pero. —Sacudí la cabeza, y las lágrimas
me ahogaron la garganta—. Vete si te vas a ir, pero no digas nada más. Sólo
lo estás empeorando.
Suspiró y me miró implorantemente.
—Vamos, Dar. Sé que no estoy solo en esto. Tú también lo sientes. Es
sólo que... no queda nada en el tanque, ¿verdad? El motor está funcionando
y funcionando, y esperamos que enganche algo y vuelva a encenderse. Pero
ambos sabemos que no va a suceder. —Suspiró y agitó la cabeza—. No eres
tú. No soy yo. Somos nosotros.
Abrí la boca para hablar. Para negarlo. Para gritar y maldecir y rabiar.
—Sí, supongo —dije.
Kyle suspiró de nuevo, pero esta vez con alivio. Se acercó a mí y lo
abracé fuerte; traté de absorber la sensación de sus brazos a mi alrededor
una vez más. Lo inhalé, para sujetarme. Luego exhalé, y se escabulló.
Se acercó a la puerta y yo retrocedí hasta nuestra pequeña cocina.
Kyle se puso la bolsa sobre sus hombros.
—Nos vemos, Dar.
Mantuve los ojos desviados y luego los cerré con el sonido de la puerta
que se cerraba. El chasquido fue tan fuerte como una bofetada.
—Nos vemos —murmuré.
17
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Zelda. El
chirrido de un autobús entrante que entraba zarandeándose en el depósito
casi ahogó sus palabras, y una ligera lluvia de verano roció diamantes en el
largo y oscuro cabello de mi amiga.
Beckett, su prometido y mi mejor amigo, se alzaba sobre ella.
Instintivamente se inclinó ligeramente para protegerla de los elementos. Ni
siquiera creo que se diera cuenta de que lo hacía. Un ceño fruncido le hizo
bajar la boca. La preocupación hizo que sus ojos azules se agudizaran.
—Estoy segura —le contesté a Zelda, levantando mi pesada mochila
sobre mi hombro. Un porteador vino y se llevó mi mochila verde del ejército
para guardarla debajo del autobús—. Si estoy lista o no para hacer esto es
otra cuestión.
—¿Estás lista para hacer esto? —preguntó Beckett con una pequeña
sonrisa.
Zelda le dio un codazo.
—Listillo.
Mi mirada fue entre ellos con cariño... y con envidia. Zelda y Beckett
vivían su felices para siempre, publicando sus cómics y ocupados en estar
locamente enamorados. Los celos me mordían por lo que tenían; un tipo de
amor que parecía imposible para alguien con mi historia. Pero no estaba
dejando la ciudad para encontrar a alguien, estaba dejando a alguien atrás.
A mi antiguo yo.
Dejar a Zelda y Beckett era aterrador, pero como eran mis mejores
amigos sabía que no se desvanecerían en el trasfondo de mi vida cuando me
fuera de Nueva York.
—Mierda, me voy de Nueva York.
—Sí, te vas —dijo Zelda—. No sólo dejas la ciudad, sino que atraviesas
el país. —Frunció los labios y me miró con sus grandes ojos verdes—. Dime
otra vez qué tiene San Francisco que no tenga Brooklyn.
La oportunidad de empezar de nuevo donde nadie me conoce como una
exdrogadicta.
—Un trabajo, un padrino de NA, y un alquiler de seis meses —dije,
consiguiendo mostrar una sonrisa—. Sin miedo; si mi nueva ciudad me
mastica y me escupe, estaré de vuelta en la ciudad de Nueva York para
Navidad.
—Lo harás muy bien —dijo Beckett, llevándome a un abrazo.
Me agarré fuerte.
—Gracias.
—Pero llama si necesitas algo. En cualquier momento. 18
Escondí mi sonrisa caída contra su chaqueta. Nunca era la persona a
la que alguien llamaba cuando necesitaba ayuda. Yo era la que llamaba,
nunca a la que llamaban.
Pero puedo cambiar eso.
Zelda tomó su turno con un abrazo que olía a canela y tinta.
—Te quiero, Dar.
—Te amo, Zel. Y a ti también, Becks.
—Cuídate —dijo Beckett. La lluvia se hizo más insistente. Beckett
protegió a Zelda con su chaqueta.
—Salgan de aquí antes de que llore —dije, ahuyentándolos.
Empezaron a alejarse y, cuando no estuvieron a la vista, me metí en la
lluvia y volví mi cara al cielo.
No había nada como la lluvia de Nueva York. Dejé que me bautizara
por última vez antes de subir al autobús, rezando para bajarme en San
Francisco limpia y nueva.
Resulta que no hay nada de limpieza en un viaje de tres días en
autobús.
Cinco mil kilómetros de camino después, la mayoría de los cuales pasé
con una viejecita roncando en mi hombro, salí del autobús hacia la luz del
sol de San Francisco. Era más dorada y metálica que el amarillo brumoso
de Nueva York, y me estiré bajo ella, dándole la bienvenida. Dejé que me
infundiera, imaginando que era un rayo de luz dorada que me iba a llenar
de fortaleza mental y de fuerza de voluntad para ser una mejor versión de
mí misma. El calor del sol no me convirtió mágicamente en uno de los
superhéroes de los cómics de Zelda, pero me sentí bien de todas formas.
Después de que el portero vaciara la parte inferior del autobús,
encontré mi enorme mochila del ejército y la colgué sobre mi hombro para
unirse al peso de mi mochila púrpura. Salí a la plaza de autobuses y busqué
un mapa de tránsito que me mostrara el camino a mi nuevo vecindario. Mis
ojos se posaron en un joven que se apoyaba en un pilar de cemento,
observando la multitud. Era guapo como de Hollywood; un actor que
interpretaba a un hombre de moda de los años cincuenta con su cabello
rubio con gel y su mandíbula cincelada. Llevaba una camiseta blanca,
vaqueros y botas negras. Todo lo que necesitaba era un cigarrillo escondido
detrás de una oreja y un paquete enrollado en la manga. Me vio y se alejó
del pilar con el hombro. 19
—¿Darlene Montgomery?
Me detuve.
—¿Sí? ¿Quién...? ¿Eres Max Kaufman?
—Ese soy yo —dijo, y ofreció su mano.
—¿No eres un poco joven para ser un padrino? —pregunté, con mi
mirada vagando sobre su amplio y musculoso pecho, y luego sobre su
hermoso rostro y penetrantes ojos azules.
Es demasiado sexy para ser mi padrino. Señor, ten piedad.
—Los poderosos parecían sentir que tenía la suficiente experiencia para
ser de ayuda —dijo Max—. Empecé temprano el camino de la vileza.
Sonreí.
—¿Avanzado para tu edad?
Max volvió a sonreír.
—El primero de mi clase en el reformatorio.
Me reí, y luego di un suspiro.
—Maldita sea, eres adorable.
—¿Perdón?
Me puse una mano en la cadera y lo señalé con un dedo con la otra.
—Déjeme decirte directamente que he renunciado a los hombres
durante un año. Así que, pase lo que pase, no va a pasar nada entre
nosotros, ¿entendido? Si te llamo llorando y desesperada alguna noche,
tienes que mantenerte fuerte, ¿bien?
Max dio una risa incrédula.
—Sólo estoy bromeando a medias —dije—. No presumo que quieras
saltar a la cama conmigo, pero te garantizo que tendré al menos una noche
solitaria, y eres ridículamente guapo. Una mala combinación.
Max se rio más fuerte.
—Puedo decir que ya me va a encantar esta tarea. Pero tu castidad está
a salvo, Darlene, lo prometo. Soy gay.
Entrecerré los ojos.
—Una historia probable.
—Honor de explorador.
—Bien. Es un buen lugar para empezar —dije—, pero eso no significa
que no vayas a recibir esa llamada, es todo lo que digo.
Max se rio, sacudiendo la cabeza.
—Creo que puedo manejarlo. —Me ofreció su brazo y yo lo tomé con el 20
mío—. Veamos tu nuevo alojamiento.
—¿Eres mi vagón de bienvenida oficial de San Francisco?
—Traído a ti por Narcóticos Anónimos y el Departamento de Justicia.
Suspiré.
—Tres reuniones a la semana es excesivo, ¿no? He estado limpia un
año y medio.
—No depende de mí —dijo Max. Me miró—. Sabes que no puedes
saltarte ninguna, ¿verdad?
—No lo haré —dije—. Y aunque pueda tener una noche solitaria o diez,
eso no significa que vuelva a consumir. No lo haré. Nunca más.
Max sonrió levemente.
—Es bueno saberlo.
—Lo sé, lo sé —dije—. Ya lo has oído todo antes.
—Sí, pero es un buen lugar para empezar.
Salimos a San Francisco y giré mi mirada hacia todos lados, viendo mi
nueva ciudad. El letrero de la esquina decía Folsom y Beale. Las letras eran
negras sobre blanco en lugar de las blancas sobre verde de Nueva York.
—Nueva —murmuré.
—¿Qué es eso? —preguntó Max.
—Nada.
Desde la estación de autobuses, Max me llevó bajo tierra y tomamos
un tren de Muni, el sistema de transporte público de San Francisco, para
adentrarnos en la ciudad. Comparado con el sistema de metro de Nueva
York, las serpientes rojas, verdes y amarillas del mapa de tránsito parecían
simples.
—Esto no se ve tan mal.
—La ciudad son solo diez por diez kilómetros —dijo Max, agarrado a la
barra de arriba mientras el tren de Muni gritaba bajo tierra hasta mi
apartamento en un barrio llamado el Triángulo de Duboce—. Lo
suficientemente grande para sentirse como una ciudad real, no tan grande
como para perderse en ella.
—Eso es bueno —dije—. No he venido aquí a perderme.
—Al contrario —dijo Max—. Has venido aquí para encontrarte a ti
misma.
—Ooh, eso es profundo.
Se encogió de hombros.
—Es la verdad, ¿no?
Le di un codazo en el brazo.
21
—¿Ya estás trabajando?
—Veinticuatro, siete. Estoy aquí para ti siempre que me necesites. Sé
lo difícil que es volver a empezar. —Max se rascó la barbilla—. O incluso
para seguir adelante, ahora que lo pienso.
Sonreí mientras el calor se extendía por mi pecho.
—¿Tenías a alguien como tú como padrino cuando te estabas
recuperando? Espero que sí.
Los claros ojos azules de Max se nublaron un poco, y su sonrisa se
endureció.
—Sí y no. —El tren chirrió hasta detenerse. Estábamos sobre la tierra
otra vez y el día era brillante—. Aquí vas tú.
Salimos del tren, y Max se echó mi mochila militar sobre un hombro
como si no fuera nada, mientras que mi mochila sobrecargada parecía pesar
mil kilos.
—Espero que no sea una caminata muy larga —dije.
—¿Cuál es la dirección?
Se lo dije y me llevó al oeste por la calle Duboce.
—Este es un buen vecindario —dijo Max—. ¿Encontraste un lugar
aquí?
—Mi amigo dijo que era el último edificio victoriano de alquiler
controlado en todo San Francisco.
—Tu amigo probablemente tenga razón —dijo Max—. En la mayor parte
de la ciudad las palabras “control de renta” provocan ataques de risa
incrédula. —Sonrió—. Y luego llantos.
—Entonces no te diré cuál es mi alquiler.
—Bendita seas.
—Bueno, cuando no pasas todas las horas del día siendo mi padrino,
¿qué haces? —pregunté.
—Soy enfermero de urgencias en la UCSF.
—¿En serio? No estabas bromeando. Eres un salvavidas a todas horas.
Se encogió de hombros tranquilamente, pero su sonrisa me dijo que le
gustaba oír eso.
—¿Y qué hay de ti? ¿Tienes un trabajo listo?
—En efecto —dije—. Masajista de día...
—¿Sí? —le dijo Max a mi silencio—. Normalmente hay otra mitad de la
frase. 22
—Solía bailar —dije lentamente—. En mi antigua vida, si sabes a lo que
me refiero.
—Sí —dijo— Vida vieja, vida de drogas, vida nueva. El ciclo de vida de
la recuperación. Entonces, ¿la danza sobrevivió a la vida de las drogas para
resurgir en la nueva vida?
—Eso está por verse —dije con una pequeña sonrisa—. Pero tengo
esperanza.
Max asintió.
—A veces eso es todo lo que necesitas.
Caminamos a lo largo de una hilera de casas victorianas, cada una
metida entre las otras, en una variedad de colores. Miré la dirección que
tenía en la mano, y luego subí hasta una casa de tres pisos de color crema
encajada entre una casa más pequeña, beige, y otra del color del ladrillo
viejo.
—Esa es —dije, señalando la de color crema.
—Estás bromeando. —Max se quedó mirando—. ¿Vas a vivir allí?
¿Sola?
—El estudio en el tercer piso —dije, cargando mi mochila—. Es muy
bonito, ¿verdad?
—¿Muy bonito? —Max se quedó boquiabierto—. ¿Esa casa es de
alquiler controlado?
—Ahí está esa palabra otra vez. ¿Vas a reír o a llorar?
—Llorar. —Silbó a través de sus dientes—. Lo que tienes aquí es un
unicornio comiendo tréboles de cuatro hojas mientras caga zurullos de
arcoíris en forma de números ganadores de la lotería.
Me reí.
—Bueno, es sólo por seis meses, y luego tengo que devolverlo y
encontrar un nuevo apartamento.
—Eso apestará —dijo Max—. Después de este Shangri-La, te
sorprenderás de cómo el resto de los plebeyos lo hacemos en San Francisco.
—Eso es fácil, simplemente me acostaré contigo.
Se rio.
—Tal vez. Pero podría salir de aquí en unos meses. Tal vez antes.
Me desplomé.
—¿Qué? Noooo. No digas eso. Ya me gustas demasiado.
—No es nada definitivo, pero tengo un posible traslado a Seattle en
preparación. —Max me sonrió con calidez en sus claros ojos azules—. Tú
también me gustas mucho. Creo que nunca he hecho un amigo más rápido. 23
—No me gusta perder el tiempo —dije con una sonrisa—. ¿Quieres venir
a ver mi unicornio?
—¿Para que pueda estar más celoso? En otro momento. De hecho... —
Sacó su teléfono del bolsillo trasero de sus vaqueros y comprobó la hora—.
Oh mierda, tengo que irme. Mi turno comienza en veinte minutos —dijo—.
Pero te subiré la bolsa.
—No, la tengo. —Se la quité del hombro y la tiré en la acera.
—¿Estás segura?
—Llevo lo mío, cariño.
—Bien, entonces. —Max ofreció su mano—. Encantado de conocerte,
Darlene.
Me burlé de su mano y le di un abrazo. Sus brazos me rodearon y sentí
su amplio pecho reverberar con una risa.
—Mmmm, hueles a autobús.
—Eau de Greyhound.
Se alejó, todavía sonriendo.
—Te veré el viernes por la noche. En la Y de la calle Buchanan.
Habitación 14. A las nueve en punto, en punto.
Fruncí los labios.
—¿El viernes por la noche? Ugh.
—¿Decepcionada? —Extendió las manos y empezó a caminar hacia
atrás hasta la parada del autobús—. Grita en tu ático de alquiler controlado.
Me reí y tomé mi bolsa del ejército con un gruñido, y me acerqué a la
casa. La casa victoriana era realmente hermosa, y perfectamente
mantenida. Mi llave giró en la cerradura y entré en una pequeña entrada.
No era arquitecta, pero podía ver que la casa había sido una mansión
y ahora estaba cortada en pisos separados. Me asomé a una pared que
ningún propietario en su sano juicio pondría en la entrada para ver un
pequeño lavadero con una lavadora y secadora de monedas. Al otro lado del
pasillo había una puerta con el número 1. Una planta en maceta y una
alfombra de bienvenida con colores brillantes adornaban el umbral.
Débilmente podía oír lo que sonaba como música española y el sonido de la
risa de los niños.
Arrastré mi bolsa del ejército por la única escalera hasta un entresuelo
incómodo... también una nueva construcción para dar al segundo piso algo
de separación. La puerta de este piso estaba marcada con el número dos y
no tenía ningún tipo de alfombra de bienvenida o planta o decoración. Había
silencio al otro lado.
Continué subiendo un tramo más. El techo era más bajo y anguloso, y
la puerta número tres se abría hacia un pequeño estudio. Cama, mesa, silla,
cocina y baño con sello postal. Mi amiga en Nueva York que había
24
conseguido este alquiler para mí dijo que la dueña, una chica llamada
Rachel que trabajaba para Greenpeace, había limpiado el lugar de todo
excepto sábanas, toallas, ollas y sartenes. No podría haber sido más
perfecto; no necesitaba mucho.
Una lenta sonrisa se extendió por mis labios, y cerré la puerta tras de
mí. Me dirigí a la ventana donde tuve que agachar un poco la cabeza bajo el
techo inclinado. La vista me robó el aliento. Filas de casas victorianas se
alineaban en la colina y, sobre sus tejados, la ciudad se extendía ante mí.
Era un tipo de ciudad diferente a Nueva York. Una ciudad más tranquila;
con viejos edificios coloridos, colinas y un rectángulo verde de un parque,
todo acunado en el azul de una bahía.
Tomé una respiración y la solté lentamente.
—Puedo hacer esto.
Pero, después de tres días de viaje en autobús, estaba demasiado
cansada y abrumada para pensar en la conquista de una nueva ciudad en
ese momento. Me volví hacia mi cama prestada y me desplomé boca abajo.
El sueño me alcanzó de inmediato, y la música se metió en mis
pensamientos dispersos.
Bailé.
Are you down…?
Are you d-d-down…?
Sonreí contra mi almohada prestada. Olía a jabón de lavandería y a la
persona que realmente vivía aquí. Un extraño.
Pronto olería como yo.
Are you down, down, down…?
—Todavía no —murmuré, y me dormí.
25
Sawyer
L
a sala de estudio dos de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Hastings estaba en silencio excepto por las páginas al ser
pasadas y los teclados. Los estudiantes se sentaban juntos en
sillas a rebosar, atrincherados detrás de laptops y auriculares.
Mis compañeros de estudio, Beth, Andrew y Sanaa estaban en sofás y
sillas en nuestro círculo, inclinados sobre su trabajo, sin bromas o
comentarios de sabelotodo entre ellos. Echaba de menos a Jackson, pero el
bastardo tuvo el descaro de graduarse un cuarto antes que yo.
Los implacables fluorescentes sobre mi cabeza me quemaban los ojos 26
cansados y hacían que el texto de la página delante de mí se desdibujara.
Pestañeé, me concentré y tomé una instantánea mental de un párrafo del
Código de Derecho Familiar de California. Con la imagen en mente, puse el
bolígrafo en una página de mi cuaderno y escribí lo que vi con mis propias
palabras. Para mantenerlo en mi mente.
Cuando terminé mis notas, me recosté en mi silla y dejé que mis ojos
se cerraran.
—Hola, Haas —dijo Andrew un milisegundo después. Pude oír la
sonrisa petulante colorear sus palabras—. ¿Vas a dormir el resto de la hora?
—Si te callaras, podría —dije sin abrir los ojos.
Él hizo puf y se sorbió los mocos, pero no respondió. Jackson me habría
devuelto un comentario inteligente y competiríamos para ver quién podía
insultar más que el otro. Andrew no era Jackson.
—Este examen de Derecho de Familia me va a matar —se quejó
Andrew—. Que alguien me interrogue.
—¿Sección 7602? —preguntó Beth.
—Uh... mierda. —Escuché a Andrew golpear su bolígrafo en la mesa—
. Está justo ahí...
Sonreí para mí mismo. Me centré en la justicia penal pero, desde una
cierta fiesta del mal hace diez meses, el derecho de familia se había
convertido en mi mención no oficial.
Mentalmente recorrí mi álbum de fotos del código de Derecho Familiar
hasta la sección 7602, y recité:
—La relación entre padre e hijo se extiende por igual a todos los hijos y
a todos los padres, sin importar el estado civil de los mismos.
Silencio. Abrí un ojo.
—Lo siento. Es uno de mis favoritos.
—Claro que sí. —Andrew resopló y tomó su laptop—. Bien, veamos qué
más tienes, Haas.
Los otros se inclinaron hacia adelante con interés. Era una novedad, lo
que podía hacer. Muy poco escapaba del cuarto oscuro mental de mi mente;
nombres y rostros, recuerdos de años hasta el más mínimo detalle; incluso
páginas enteras de texto, palabra por palabra, si las leía suficientes veces.
No sé cómo terminé con una memoria fotográfica, pero gracias a Dios que lo
hice o nunca habría sobrevivido a estos últimos diez meses. No con tres o
cuatro horas de sueño cada noche.
—¿Qué otra sección es aplicable a la Sección 7603? —preguntó Andrew
con suficiencia. Era un poco imbécil. Creo que pensaba que se sentiría mejor
con el increíble estrés de la escuela de derecho si me dejaba en ridículo.
27
Nunca intentaba hacerle sentir mejor.
—Sección 3140 —dije. Yo también era un poco imbécil.
—En el 7604, ¿un tribunal puede ordenar un alivio pendente lite
consistente en una custodia o visita si...?
—La relación entre padres e hijos existe de acuerdo con la Sección 7540
y la orden de custodia o visita sería en el mejor interés del niño.
—¿Por qué te molestas en venir aquí? —se quejó Andrew, y cerró su
Mac.
—Para darte las respuestas —le dije.
Las mujeres se rieron mientras Andrew sacudía la cabeza y murmuraba
en voz baja:
—Imbécil arrogante.
—Estás perdiendo el tiempo, de todos modos —le dijo Sanaa—. La
memoria de Sawyer es infalible. —Me disparó con una sonrisa de
conocimiento—. Estoy segura de que podría seguir durante días.
No me perdí el doble sentido detrás de sus palabras y la invitación
detrás de sus ojos. Mi cuerpo se calentó por todas partes, rogándome que
reconsiderara mi regla. Sanaa era hermosa e inteligente; una nueva adición
a nuestro grupo cuando Jackson y otro amigo se graduaron el último
trimestre. Pero podría haberle dicho lo mismo que ella a Andrew. Estaba
perdiendo el tiempo. Mis días de enrollarme con mujeres al azar habían
terminado con una T mayúscula.
Beth no se perdió la sonrisa de aprobación de Sanaa hacia mí. Nos
puso los ojos en blanco a todos.
—Deberíamos nombrar a este grupo "Unión de Disfunción". —Revisó
su reloj—. Vamos. Es hora de irnos.
Recogimos nuestra mierda, metiendo los cuadernos y laptops en bolsas
y tirando nuestras tazas de café vacías. Salí de la habitación detrás de mi
grupo de estudio. Beth tenía razón. Incluso en mi mente, estas personas no
eran mis amigos. Ya no tenía muchos de esos, pero miré a Beth con su
cabello alborotado y a Andrew con su camisa abotonada hasta las orejas e
intenté imaginarlos en una de nuestras épicas fiestas malignas. Intenté
imaginarme en otra fiesta maligna y no pude hacerlo.
—¿Algo huele mal, Haas? —preguntó Andrew.
—Nah —dije, parpadeando mientras entrábamos en la aguda luz del
sol de junio—. Sólo recordando algo de historia antigua.
—Probablemente también tengas los clásicos memorizados. ¿Tienes
algo de la Odisea en esa trampa de acero tuya?
Me encontré con su mirada de manera constante.
—Habla, memoria...
28
del astuto héroe,
del vagabundo, que se descarrila una y otra vez... Suena como tú, Andy.
—Cállate. Y no me llames Andy.
Sanaa escondió una sonrisa en el cuello de su abrigo.
—Nos vemos el lunes —les dijo a los demás, y luego se movió a pararse
a mi lado—. Eres malísimo con el pobre Andrew.
Me encogí de hombros.
—Nunca he conocido a un tipo con cero interés en ocultar sus defectos.
—Sólo está celoso. Lucha por memorizar estas cosas y todo es tan fácil
para ti.
Podría haberme reído de eso si no estuviera tan condenadamente
cansado.
—Bueno… —Sanaa arrojó un mechón de sedoso cabello negro sobre su
hombro—. ¿Algún plan para el fin de semana? Tengo un boleto extra para
The Revivalists en el Warfield mañana por la noche.
Me llegaron un par de excusas suaves, pero estaba demasiado cansado
para mentir también.
—Estoy fuera de servicio. No tengo compromisos sociales hasta la
graduación y el examen del colegio de abogados.
—Eso no suena saludable.
Me encogí de hombros e intenté sonreír.
—Pero gracias por la oferta.
—Bien —dijo, con su propia sonrisa que apenas contenía su
decepción—. Nos vemos el lunes, entonces.
—Síp.
La vi alejarse y el cansancio me golpeó.
A veces lo hacía, como recibir un puñetazo en el estómago. Las noches
largas y el insomnio, el estrés y la ansiedad; todo se me venía encima. Nada
de cervezas con los chicos. Nada de citas con sexy compañeras de estudio.
Nada de sexo, ni fiestas...
—Aguántate, Haas —le murmuré al viento cuando empecé a caminar—
. Esto es para lo que te inscribiste.
En la estación de Muni del Centro Cívico, me subí a la línea J para el
Triángulo de Duboce y me desplomé contra mi asiento. El tren no estaba
lleno de viajeros de la hora punta todavía. El viernes era mi único día
temprano; no había clases tardías. Normalmente llegaba a casa a las cuatro
en lugar de a las cinco o seis. 29
El estruendo del tren debajo de mí hizo que mis ojos cansados se
cerraran. El código de la Ley de Familia parecía proyectado en la parte de
atrás de mis párpados, un desagradable efecto secundario de la memoria
fotográfica. Cuanto más memorizaba algo, más posibilidades había de que
se me quedara grabado para siempre.
...cuando uno de los padres ha dejado al niño bajo el cuidado y la
custodia de otra persona por un período de un año sin ninguna provisión para
el apoyo del niño o sin comunicación, se presume que ese padre ha
abandonado al niño...
Esas palabras nunca las olvidaría, y los suaves giros del tren me
llevaron de vuelta al pasado agosto. Noticias pasadas. No estaba cansado,
entonces. Todavía no.
El edificio monótono con el cartel del Departamento de Servicios de
Familia e Infancia se alzaba al otro lado de la calle. El cielo estaba nublado;
un viento helado me cubría mientras sostenía el bulto en mis brazos con más
fuerza. No parecía verano, sino un frío invierno a punto de llegar.
—Dime otra vez qué pasa cuando la entregue —pregunté.
Kackson me dio una mirada cautelosa, de lado.
—Intentarán localizar a Molly.
—Yo lo intenté y no llegué a ninguna parte.
—Entonces el bebé va a un hogar de acogida.
—Hogar de acogida. —Eché un vistazo a la cara durmiente metida en
las mantas. Mis brazos se estaban cansando. Olivia era pequeña pero,
sosteniéndola en el Muni y luego la caminata de tres bloques fue más dura
para mí que cualquier entrenamiento en el gimnasio Hastings. Habría tomado
un Uber pero no tenía asiento de coche.
No tenía nada.
—Es lo mejor —dijo Jackson por centésima vez desde la fiesta, hacía seis
días.
—Sí —murmuré—. Lo mejor.
Me dio una versión más tenue y simpática de su sonrisa quita bragas.
—Vamos. La luz es verde.
Me dio un codazo en el brazo para que caminara, pero no me moví. Mis
pies habían echado raíz en la esquina.
Eché la mirada sobre las calles de la ciudad. El viento silbaba a través
de los edificios de cemento que se alzaban a nuestro alrededor, fríos y planos
y grises. Intenté imaginarme entrando en el edificio de CPS y entregando el
bebé a un extraño. Sería muy fácil. Se sentía pesada con el peso de los años
que le esperaban, y todo lo que tenía que hacer era dejarla en el suelo y
alejarme. 30
Pero Olivia ya se sentía unida a mis brazos; a mí mismo.
—No puedo.
La sonrisa de mi amigo se endureció y luego se desmoronó.
—Cristo, Sawyer.
—Molly me la confió, Jax. Olivia es mía.
Se puso de pie, mirándome fijamente. Luego sacudió la cabeza y giró en
círculo hasta la esquina de la calle, con los brazos extendidos.
—¡Lo sabía! Denme un premio, amigos, lo sabía.
Se detuvo y se enfrentó a mí.
—Lo supe hace seis noches. Después de la fiesta. Todo el mundo se
había ido y tú estabas sentado en el sofá, sentado en un lío de latas de
cerveza y vasos, dándole un biberón como si no hubiera nadie más en el
mundo. ¿Así que eso es lo que vas a hacer? ¿Criarla? ¿Vas a criar a un bebé,
Sawyer?
—No sé lo que voy a hacer, Jackson —dije—. Pero esto se siente mal.
Estar aquí se siente jodidamente mal.
Jackson apretó los labios.
—¿Así que te quedas con ella? ¿Cómo? ¿Con qué dinero?
—Mi fondo de becas es...
—Suficiente para que puedas ir a la escuela y pagar el alquiler —terminó
Jackson— No es suficiente para pagar el cuidado de un niño. Y esa mierda
es cara.
—Lo resolveré. Conseguiré un trabajo.
—Vas a revolucionar tu vida. ¿Por qué?
—¿Por qué? Por ella —dije, inclinando mi cabeza hacia el bebé.
—Ella no es...
—Cállate, Jax —dije con dureza—. Molly la abandonó y, dentro de un
año, la ley dirá también que lo hizo. Lo busqué. Puedo poner mi nombre en su
certificado de nacimiento. Molly debería haberlo hecho pero, dentro de un año,
no importará.
Jackson me miró fijamente durante un largo momento.
—Tienes que graduarte, Sawyer, y tienes que pasar el examen de
abogacía, la primera vez, ¿o tus prácticas con el juez Miller? Puedes darle un
beso de despedida. Perderás ese trabajo y todo por lo que has trabajado.
Apreté la mandíbula. También tenía razón en eso. Había expuesto los
pasos de mi vida clara y concretamente. Graduarme de Hastings, pasar el
examen de abogacía, ganar unas prácticas con el juez Miller y luego comenzar
mi propia carrera en el procesamiento penal, tal vez una carrera para fiscal 31
de distrito. ¿Quién sabe a dónde podría ir desde allí? Miré a Olivia y me di
cuenta de que quería esas cosas tanto como siempre.
Pero también la quería a ella.
Más que eso, mis objetivos significarían una mierda si los alcanzaba con
el misterio de su vida siguiéndome a donde fuera.
Jackson lo leyó todo en mis ojos. Se pasó una mano por su corto cabello.
—Sawyer, te quiero, hombre, y entiendo que pienses que estás haciendo
lo mejor. Pero por más difícil que creas que puede ser... va a ser un millón de
veces más difícil que eso.
—Lo sé.
—No, no creo que lo sepas. Mi madre tuvo que trabajar en tres empleos,
uno para cada uno de mis dos hermanos y yo. Tres trabajos sólo para tener
comida en la mesa para nosotros, y un techo sobre nuestras cabezas, ya sin
hablar de hacer algo como la escuela de derecho.
—Pero lo hizo, y ahora su hijo menor está terminando la escuela de
derecho —dije—. Está orgullosa de ti. Me gustaría pensar que mi madre
también estaría orgullosa de mí.
—Lo estaría, hombre —dijo en voz baja—. Sé que lo estaría.
Apreté los dientes contra el viejo dolor, lo bloqueé profundamente. Un
conductor ebrio había matado a mi madre cuando yo tenía ocho años. Si
cuento todas las cosas por las que pensé que podría estar orgullosa de mí, mi
beca completa a Hastings era más o menos eso.
Jackson suspiró, sacudiendo la cabeza.
—No lo sé.
—Olivia es mía —dije—. Eso es lo que sé. Tengo la responsabilidad de
cuidar de ella.
La expresión rígida de Jackson se suavizó, y la más tenue sonrisa se
extendió por las comisuras de su boca.
—Debo estar viviendo en un mundo bizarro.
—Estoy ahí contigo —dije. Sentí que una tensión alrededor de mi corazón
se aflojaba, y un pantano de emociones fuertes y desconocidas casi me ahogó.
Mi hija.
—¿Vas a ayudar o qué? —dije, bruscamente—. Alguien me dijo una vez
que esta mierda de ser padre soltero es difícil.
—Ahí está esa excepcional memoria tuya otra vez. —Jackson sonrió, y
luego su cara cayó—. Tendrás que mudarte, lo sabes, ¿verdad? Los otros tipos
no van a hacer ningún "Tres hombres y un bebé". Kevin ya está asustado de
que estemos perdiendo credibilidad en la calle. 32
—Encontraré un nuevo lugar.
Jackson me miró fijamente unos momentos más, y luego se desahogó y
se rio. Me quitó el bolso de bebé del hombro y se lo puso encima del suyo.
—Cristo, esto es pesado. Eres un bastardo loco.
Me dio un suspiro de alivio.
—Gracias, Jax.
—Sí, sí, pero no me llames a las dos de la mañana preguntándome sobre
la tos ferina o... ¿cómo se llaman? ¿Samparión?
Me reí pero una ráfaga de frío viento de SF se lo llevó.
Tomé al bebé con mis doloridos brazos y la sostuve con más fuerza hacia
mí.
—Vamos —le dije—. Vámonos a casa.
34
Darlene
L
a alarma sonó a la impía hora de las cinco y media de la mañana.
Saqué mi trasero de la cama, encendí la cafetera en mi pequeña
cocina, y luego me tambaleé con los ojos cerrados hasta el rocío
de la ducha en mi pequeño baño. Nunca había sido muy madrugadora, pero
un amigo de un amigo en Nueva York había movido un millón de hilos para
conseguirme un trabajo en un elegante spa en el Distrito Financiero. El
sueldo valía la pena, pero Dios.
—¿Es así como se siente ser responsable? —murmuré mientras dejaba
caer la botella de champú por segunda vez. 35
Después de ducharme, tomé café en la cocina, envuelta con mi toalla
con otra en modo turbante alrededor de mi cabello, maravillada de que el
cielo fuera de mi ventana siguiera oscuro.
Siendo responsable, decidí, era un asco.
Pero después de que la lentitud inicial pasara, me sentí más despierta
de lo que me había sentido en mucho tiempo. Lista. El día amaneció en mi
nueva vida, decidí, y ni siquiera me importó si eso sonaba cursi. Se sentía
bien.
Me vestí con una falda beige, camisa de hombre abotonada, calcetines
marrones hasta el muslo y mis botas de combate negras. En el espejo del
baño me puse la sombra oscura habitual y el delineador pesado alrededor
de mis ojos azules, con aros dorados en las orejas, y me até el largo y castaño
cabello en una cola de caballo. Todavía parecía mi yo neoyorquino.
No podía decidir si eso era bueno o malo.
Afuera, me puse mi viejo jersey favorito y me eché al hombro mi mochila
púrpura. El sol estaba finalmente saliendo del cielo, y la madrugada era
palpable. La calle estaba tranquila. Dormida.
Una aplicación en mi teléfono me dijo que necesitaba que el tren J me
llevara a la estación de Embarcadero Muni. Veinte minutos después emergí
en un barrio de apartamentos, loft modernos y tiendas con vistas a la bahía.
Mi mapa decía que el muelle y todas las cosas turísticas divertidas se
encontraban a la vuelta de la esquina, por así decirlo, a otros diez minutos
en tren. Este barrio se sentía tranquilo, y me pregunté si tendría suficientes
clientes para mantenerme a flote o si necesitaría un segundo trabajo.
Si consigues un segundo trabajo, no tendrás tiempo de empezar a bailar
de nuevo.
No podía decidir si eso era bueno o malo, tampoco.
Resulta que no tenía que preocuparme. El Serenity Spa era una tienda
bonita y elegante que gritaba caro, y estaba llena de clientes dentro, incluso
a las siete menos cuarto de la mañana.
Mi supervisora, Whitney Sellers, parecía tener unos treinta y tantos
años, con cabello rubio fresa y duros ojos azules. Me miró de arriba a abajo
con una ceja arrugada.
—Darlene, ¿verdad? —preguntó, como si mi nombre no supiera bien en
su boca.
Asentí.
—Sí, hola. Encantada de conocerte.
Me dio una mano para que la estrechara, dura y cortamente.
—No me encariñaría con este lugar —dijo—. Los reemplazos son
comunes. Estoy hasta el cuello de contrataciones e incendios cada semana.
Empiezas en diez minutos y necesitas un uniforme. —Evaluó mi conjunto— 36
. Con urgencia.
Me dio un pantalón blanco de yoga y una camisa blanca de mangas
cortas. Me cambié en el baño de empleados y me miré en el espejo.
—Parezco una enfermera —le dije a Whitney cuando salí para su
inspección.
—Esa es la idea —dijo Whitney—. Ahora trabajas en el sector de la
salud, dando masajes para el bienestar terapéutico de nuestros clientes. —
Arqueó una ceja. Parecía que las cejas eran las que más hablaban por aquí—
. ¿Y bien? Vamos. Tu primer cliente está esperando.
Me llevó tres minutos determinar que la serenidad del Spa Serenity
estaba reservada a los clientes. En un lugar que ofrecía lujo y relajación,
todos los empleados parecían estar estresados al máximo.
—¿Te gusta trabajar aquí? —le pregunté a una de mis compañeras de
trabajo en la sala de descanso después de mi primera cita. La chica me miró
de forma extraña.
—Debes ser nueva. —Suspiró y se frotó el hombro—. Es como amasar
todo el día, pero ¿en qué otro trabajo puedes decir que ganas tanto por hora?
Vender X en una rave, pensé, pero no lo dije.
El Spa Serenity era el negocio elegante de mi nueva vida, y me
comprometí a no volver a lo antiguo. Iba a mantenerme tan limpia y prístina
como mi nuevo uniforme. Pero para cuando mi turno terminó, mis brazos
parecían pesar cuarenta kilos cada uno, y mis hombros y antebrazos
estaban gritando.
—Sólo tengo que acostumbrarme a ello —murmuré para mí en la calle.
Era como una nueva rutina de baile. Al principio tu cuerpo está adolorido
porque los mismos músculos se trabajan una y otra vez, pero me adaptaba.
No, más que adaptarme. Lo conquistaba.
Sonó el estruendo de un teleférico y vi un velero deslizarse por la bahía.
Una sonrisa se extendió por mis labios.
—Lo hice bien hoy.
Y entonces mi mirada aterrizó en un poste en la esquina a mi lado,
cubierto de billetes y volantes; alguien ofreciendo lecciones de guitarra, un
letrero de gato perdido... y volantes para un grupo de danza moderna e
independiente que tenía una exhibición en un teatro en Mission District en
unas semanas. Iban a tener audiciones. Un cupo. Una bailarina para el
conjunto.
Me mordí el labio. El teleférico estaba doblando la esquina, yendo en
dirección opuesta a donde yo necesitaba estar. Si me subía podría perderme,
pero me sentía valiente ese día.
El vagón se detuvo y yo fui por él. Mientras lo hacía, mi mano se
extendió para agarrar una etiqueta con un número de teléfono de la parte 37
inferior del volante del baile. Metí el trozo de papel en el bolsillo y salté al
auto a quién sabe dónde.
41
Darlene
E
n mi casa, me cambié de ropa y me puse un pantalón de yoga y
una camisola negra de baile. Pensé que mi mejor apuesta para
adelantarme al dolor del masaje era estirar todas las noches.
Me senté en el suelo en mi pequeña sala de estar, entre el sofá y el
soporte de la TV, y comencé una mini rutina, pero no llegué muy lejos. Tenía
los armarios vacíos y estaba más hambrienta de lo que pensaba. Me puse
mi suéter gris, mis botas; me eché al hombro mi mochila púrpura y me fui.
En el rellano frente al número 2, dudé. ¿Necesitaba Sawyer algo? No
podía ser fácil ir a la tienda a menudo con un bebé. 42
Mi mano se levantó para llamar, pero reiteré mentalmente cómo había
rechazado a los hombres durante todo un año. No hay necesidad de
torturarme mientras tanto.
O podrías ser madura y ayudar. Los adultos hacen eso.
Llamé suavemente a la puerta. No hubo respuesta.
—Bueno, no puedo decir que no lo intenté.
Giré sobre mis talones y me apresuré a bajar el resto de las escaleras.
Afuera, el crepúsculo era dorado y perfecto, y el aire se sentía más
caliente de lo que esperaba. Antes de dejar Nueva York, Becks me había
dicho que había un famoso dicho sobre mi nueva ciudad, que el invierno
más frío que había pasado era un verano en San Francisco. Pero era
mediados de junio y no había ni una pizca del frío viento del que me habían
advertido. Añadí la noche cálida a mi recuento mental de todas las cosas
buenas de estar aquí. Era algo pequeño pero, si pensaba más de un segundo
en Becks o Zelda o en mi familia, la soledad llegaba a mí. Y si se ponía muy
mal, era propensa a hacer algo estúpido.
Terminé con esa mierda, me dije. Soy nueva.
Me concentré en la ciudad mientras caminaba. Mi barrio de casas
victorianas rápidamente dio paso a torres comerciales y tiendas a lo largo
de la calle Market, lo que deduje que era una vena importante en la red de
la ciudad. Whole Foods apelaba a mi voluntad de comer sano, pero Safeway
apelaba a mi escuálida cuenta bancaria. Pero, mientras recorría los pasillos
con una cesta en el brazo, decidí que era mejor encontrar una bodega. Los
supermercados, como todo lo demás en San Francisco, eran muy caros.
Doblé un pasillo y me estrellé con la cesta por delante contra mi nuevo
vecino, Sawyer.
—Eres tú —dije en voz baja antes de poder recuperar el control de mi
cerebro que se había paralizado momentáneamente al verlo.
Había cambiado el traje por unos vaqueros, una sudadera con capucha
sobre una camiseta verde y una gorra de béisbol. Empujaba a Olivia en un
cochecito, y el espacio para llevarla debajo se encontraba lleno de fruta y
verdura fresca.
De cerca era aún más ridículamente guapo, pero estaba cansado. Muy,
muy cansado.
—Oh —dijo—. Hola.
—No creo que hayamos sido debidamente presentados. —Extendí la
mano—. Darlene Montgomery. Tu nueva vecina de arriba que no estará...
¿cómo lo dijiste? ¿Saltando y brincando a todas horas de la noche?
—Saltando y haciendo ruido —dijo, sin sonreír. Me dio un breve
apretón de manos—. Sawyer Haas.
Por un momento me perdí en el profundo marrón de sus ojos y mis
43
palabras se enredaron en mi lengua. Busqué refugio con la niña entre
nosotros y me arrodillé frente al cochecito.
—¿Y esta es Olivia? Hola, linda.
La niña de cabello oscuro me miró con ojos azules, luego arqueó la
espalda y empujó su bandeja con un lloriqueo.
—No le gusta estar encerrada mucho tiempo —dijo Sawyer—. Trato de
salir de aquí rápido. Ya que estamos… —añadió con precisión.
Me levanté rápidamente.
—Oh, claro, por supuesto. Nos vemos en la casa.
Sus cejas se juntaron y frunció el ceño.
—Eso sonó raro, ¿verdad? —dije con una risa corta—. Somos
prácticamente extraños, pero también prácticamente compañeros. ¿No es
gracioso cómo dos cosas pueden ser tan opuestas y al mismo tiempo tan
verdaderas?
—Sí. Raro —dijo inexpresivamente—. Me tengo que ir. Encantado de
conocerte. Otra vez.
Se alejó, llevando a Olivia, con los sonidos de su frustración
siguiéndola. Suspiré y lo vi irse.
—Encantada de hablar contigo.
No, eso es bueno. Déjalo ir. Estás trabajando en ti.
Revisé algunos pasillos, llenando mi carro con requesón, lechuga,
ravioles y salsa para pastas. Estaba buscando un paquete de filtros de café
que casualmente compartía espacio con la comida de bebé cuando oí el
alboroto de un niño creciendo más fuerte en un pasillo. Olivia estaba al
borde de una pataleta total. Debajo de sus chillidos llegaron las bajas
amonestaciones de Sawyer pidiéndole suavemente que se controlara, ya casi
habían terminado.
Me mordí el labio y examiné las coloridas filas de envases de comida
para bebés de colores brillantes. Con una pizca de triunfo, encontré una
caja de galletas tostadas Zwieback y me apresuré a la vuelta de la esquina.
—Hola, otra vez —dije—. Creo que tal vez le vendría bien una
distracción alimenticia.
—Estamos bien, gracias.
Olivia graznó fuerte, como diciendo: No, padre mío, no estoy “bien”.
Le devolví una sonrisa.
—¿Puedo ayudar?
Sawyer se quitó la gorra de béisbol, pasó una mano por sus rizos
sueltos, rubio oscuro, y se la volvió a poner con un suspiro de cansancio. 44
—Se terminó todas sus fresas y no quiero darle un montón de comida
de bebé de mierda.
—¿Qué tal una buena? —Levanté la caja de galletas—. Hablando de la
vieja escuela. No puedo creer que todavía hagan estos. Son como huesos de
perro para bebés.
—¿Huesos de perro? —Sawyer me quitó la caja de las manos y examinó
los ingredientes. O al menos creo que lo hizo... le tomó sólo un segundo
devolvérmela—. Sí, se ve bien pero...
—Genial. —Abrí la caja y rompí la bolsa de plástico que había dentro.
—¿Qué estás haciendo? No he pagado por eso —dijo Sawyer, y luego
murmuró—: Supongo que ahora...
—No te arrepentirás. —Le ofrecí a Olivia un trozo oblongo de la tostada
y lo tomó con una pequeña mano regordeta— Mi madre nos daba a mi
hermana y a mí estas cosas cuando éramos pequeñas —dije—. Se necesita
un poco de baba para convertirla en papilla, y eso te dará tiempo para
comprar.
Sawyer se asomó al cochecito, que se había quedado en silencio
mientras Olivia trabajaba felizmente en la galleta.
—Oh. Bien. Gracias —dijo Sawyer lentamente. Me quitó la caja y trató
de hacer espacio debajo del cochecito entre el aguacate, las rebanadas de
pavo, la piña, los guisantes y la calabaza.
—¿Estás a dieta de comida cruda? —pregunté.
—Eso es todo para ella —dijo Sawyer.
—¿Y qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí?
—¿Comes comida?
—En teoría —dijo—. Tengo una cita con el pasillo doce, en realidad, así
que si me disculpas...
Examiné los marcadores del pasillo. Encontré el doce y arrugué la
nariz.
—¿Cenas congeladas? Eso no suena saludable. ¿Preparas toda esta
comida fresca para ella pero ninguna para ti?
—No tengo espacio para cargar mucho más —dijo—. Estaré bien,
gracias por tu preocupación...
—Ayudaré —dije—. ¿Qué es lo que quieres? Te lo llevaré.
Sawyer suspiró.
—Escucha... ¿Darlene? Es muy amable de tu parte ofrecerte, y gracias 45
por las galletas, pero estoy bien. Después de que se acueste, meteré algo en
el microondas y le daré a los libros. —Se detuvo, y sacudió la cabeza,
perplejo—. ¿Por qué estoy explicando esto? Me tengo que ir.
Empezó a alejarse y estuve tentada de dejarlo. Era un poco un idiota,
pero eso probablemente fuera el agotamiento. Traté de imaginarme cómo
sería cuidar de un pequeño ser humano entero yo sola. Ya era bastante
difícil cuidar de una yo adulta. Decidí dejar de lado la mala educación de
Sawyer (y su ridículo atractivo) y ayudar al tipo. Ser amable con él.
—Estás siendo un tonto ahora mismo —le llamé.
Se detuvo y se dio vuelta.
—¿Tonto?
—¡Sí! Estoy aquí. Déjame ayudarte. —Me crucé de brazos—. ¿Cuánto
tiempo ha pasado desde que tuviste una buena comida para ti? —No dijo
nada pero me miró fijamente—. Eso es lo que pensé —dije—. Vamos. Te
prepararé algo.
—¿Ahora vas a cocinar para mí? Nos conocimos hace ocho segundos.
—¿Y qué?
Sawyer parpadeó.
—Que... no tienes que cocinar para mí.
—Por supuesto que no tengo que hacerlo. Quiero hacerlo. Somos
vecinos. —Me asomé a los carteles del pasillo de nuevo para orientarme—.
Iba a hacer una cacerola de atún. Sobre todo porque es lo único que sé
hacer. ¿Cómo suena eso? —Me acuclillé al lado del cochecito—. ¿Te gusta
la cazuela, cariño?
Olivia me sonrió sobre su galleta, y pateó con una espástica alegría de
bebé. Le devolví la sonrisa y me enderecé.
—Olivia dijo que le encantaría un poco de guiso.
Sawyer me miró con una extraña expresión en su cara. Le di un tirón
a la manga de su sudadera.
—Vamos. Parece que el pescado está por aquí.
Sawyer dudó.
—No voy a librarme de esto, ¿verdad?
Ladeé la cabeza, frunciendo el ceño.
—¿Por qué querrías hacerlo?
Seguía frunciendo el ceño, pero empujó el cochecito detrás de mí.
—No estoy acostumbrado a que la gente haga cosas por mí. Elena ya
hace suficiente. Me siento como un caso de caridad.
—No eres un caso de caridad —dije—. Una cena no te va a matar. 46
—Lo sé, pero estoy haciendo malabares con cien bolas en el aire y, si
alguien se acerca y agarra una, me va a despistar. —Se cubrió la boca con
el dorso de la mano mientras soltaba un bostezo—. Mierda, no sé por qué
acabo de decir eso. Ni siquiera te conozco.
—Ese es el beneficio de hablar —dije—. Conocer a alguien. Un concepto
revolucionario, lo sé.
Puso los ojos en blanco y volvió a bostezar.
—Realmente te quemas las pestañas, ¿no? —dije—. Elena me dijo que
estás estudiando derecho.
—¿Ah, sí? —dijo. Habíamos llegado a la sección de carne. Recogió un
paquete de filete de costilla y lo tiró con un suspiro—. ¿Qué más te dijo?
Seleccioné un poco de atún fresco y lo puse en mi cesta.
—Que tienes un corazón de oro pero estás estresado todo el tiempo.
Su cabeza se levantó, alarmado.
—¿Qué? ¿Por qué... por qué dijo eso?
—Tal vez piense que es verdad. La segunda parte parece cierta, eso
seguro. ¿Y la primera? —Me encogí de hombros, y luego le di una sonrisa
seca—. El jurado sigue decidiendo.
—Ja, ja —dijo con desdén. Me miró, y luego apartó la mirada—.
¿Siempre eres así de brusca?
—Ojalá pudiera decir que la honestidad es la mejor política, pero es
más bien una situación de falta de filtro.
—Me di cuenta.
—Lo dice el tipo que empezó nuestra presentación con “¿Quién eres
tú?” —dije, con una risa.
Sawyer se detuvo y me miró fijamente como si fuera un rompecabezas
que no podía resolver. Mi pulso golpeó con un poco más de fuerza bajo su
agudo y oscuro escrutinio. Me aclaré la garganta y levanté una ceja.
—Toma una foto, durará más —dije con una risa nerviosa.
Los ojos de Sawyer se abrieron de par en par, sorprendido, y sacudió
la cabeza.
—Lo siento, yo... estoy muy cansado.
Se adelantó a mí y vi a una joven muy guapa mirando a Sawyer, luego
a Olivia, luego a Sawyer y a Olivia juntos. Prácticamente podía ver los
corazones en sus ojos. Sawyer era inconsciente.
—Así que estás en la escuela de derecho —le dije, alcanzándolo.
—Sí —dijo—. En la Universidad de California en Hastings.
47
—Oh, ¿es una buena escuela? —pregunté, y luego me quedé
paralizada—. Espera. Acabo de darme cuenta. ¿Vas a ser abogado?
—¿Sí?
—¿Sawyer el abogado2?
Se quejó.
—Por favor, no me llames así.
—¿Por qué no? Es lindo.
—Es infantil y estúpido.
—Oh, vamos —me burlé—. Seguramente puedes ver lo lindo que es.
Qué coincidencia tan divertida.
—Sí, una que no he escuchado un millón de veces —murmuró—. De
todos modos, voy a ser un fiscal, no un abogado.
—¿Cuál es la diferencia?
—Si terminas la escuela de leyes, eres abogado. Si pasas el examen de
abogacía y tienes licencia para ejercer, eres fiscal. Yo voy a ser fiscal.
2
Sawyer the Lawyer: En inglés original hay una rima que se pierde al traducir, ya
que “lawyer” se traduce como abogado.
—Sawyer el fiscal no suena igual. —Saqué mi teléfono de mi mochila—
. Wikipedia dice que los términos son prácticamente intercambiables. —Le
disparé una sonrisa.
Suspiró y se le escapó una risa cansada que pareció sorprenderle. Me
miró de nuevo con perplejidad.
—Nunca he conocido a nadie como tú —dijo—. Eres como un...
—Soy como un, ¿qué?
Nuestros ojos se encontraron y se quedaron ahí y, a pesar del perpetuo
frío del supermercado, me sentí cálida bajo la mirada de Sawyer. Su
expresión rígida se relajó, y la tensión que llevaba encima se alivió
ligeramente. Estaba encerrado con fuerza, este tipo; pero durante ese
puñado de latidos lo vi. Un pensamiento se coló por las grietas de mi mente.
Se siente solo.
Entonces Sawyer parpadeó, sacudió la cabeza y apartó la mirada.
—Nada —dijo. La tensión regresó, pude sentirla como un campo de
fuerza espinoso a su alrededor, y me quedé bloqueada otra vez—. Salgamos
de aquí antes de que se pase el efecto de tu galleta mágica.
Sonreí y lo seguí en silencio mientras internamente me moría por saber
qué había estado a punto de decir.
Tal vez nada bueno, pensé. Eso era probable; no sabía cuándo parar de 48
hablar y me metía en los asuntos de la gente.
Pero ese sentimiento cálido en mi pecho, en la cercanía general a mi
corazón, no desapareció. Sawyer estaba a punto de hacerme un cumplido,
estaba segura de ello. Nada aburrido o soso, era demasiado listo para eso.
Sino algo extraordinario, tal vez.
Un cumplido que no parecía un cumplido pero lo era, porque estaba
hecho sólo para mí.
Tú eres la que está siendo tonta ahora, pensé, y caminé con él hasta la
caja. Pero parecía que había viajado tres mil kilómetros, y el profundo anhelo
de que alguien me viera a mí me seguía como una sombra que nunca me
sacudiría.
Sawyer
C
aminamos juntos a casa, Olivia y yo... y mi nueva vecina.
¿Cómo demonios ha pasado esto?
Hace apenas unas horas había sido un típico viernes.
Mientras el resto de mis amigos y compañeros de estudio estaban fuera
bebiendo o de fiesta para quitar el estrés de tercer año, yo iba a hacer la
cena para mi hija, jugar y leer con ella antes de la hora del baño, luego la
metería en la cama y estudiaría hasta que mis ojos se cansaran.
Y ahora...
Ahora, Darlene Montgomery iba a preparar la cena para mí.
49
Las alarmas mentales y los silbatos sonaban, diciéndome que era una
mala idea. Ya no traía mujeres a casa, y sin embargo me había rendido muy
fácilmente. Lo atribuí a mi fatiga y a su energía. Darlene debe ser una
bailarina flexible, pensé, porque se deslizó a través de todas mis barricadas
y defensas habituales, doblándose y contorsionándose a través de un campo
de rayos láser rojos como un ninja en una película de espías.
Una cena. Eso es todo.
El crepúsculo había caído, cobrizo y cálido, mientras caminábamos.
Darlene hablaba sin parar sobre las diferencias entre Nueva York y San
Francisco. Pensé que me volvería loco, pero me gustaba escucharla. Tenía
una voz bonita, y mis conversaciones en estos días consistían
principalmente en engatusar a mi hija para que se comiera sus guisantes,
o en escuchar a los estudiantes de derecho quejarse sobre los finales.
Mis ojos seguían robando vistazos de ella.
En la tienda, mi memoria fotográfica había tomado un rollo entero sólo
de su cara. Era un collage de rasgos llamativos: una boca ancha, ojos
grandes, labios carnosos, pómulos altos, cejas oscuras; no un aspecto
insignificante.
Aquí, bajo el amarillo de las luces de la calle, sus ojos eran más azules
y llenos de luz. Sobre su cuerpo flexible llevaba un voluminoso suéter, pero
no ocultaba lo que era. Parecía una bailarina, esbelta pero con músculo, y
caminaba con una gracia fácil a pesar de las pesadas botas negras de
combate que llevaba en los pies.
—¿Y qué pasa con las botas? —pregunté. Era la parte más inofensiva
de lo que llevaba puesto.
—Protección.
—¿De qué?
—No de. Para. Para mis pies —dijo—. Soy bailarina, o lo seré pronto, y
mis pies son un bien precioso.
—¿Qué clase de baile haces? ¿Ballet?
—Cuando era pequeña —dijo—. Pero me gustan los bailes modernos y
la capoeira. ¿Has oído hablar de la capoeira?
—Un arte marcial afro-brasileño que combina elementos de danza,
acrobacia y música, desarrollado en Brasil a principios del siglo XVI.
Darlene se detuvo.
—Bueno, mírate, Enciclopedia Brown. ¿Eres un fan?
—Leí algo al respecto una vez.
—¿Una vez? ¿Siempre recuerdas algo que leíste una vez con tanta
precisión? 50
—Sí.
Sentí su mirada en mí y la miré, viendo una mirada expectante en su
cara, la que llevan las mujeres cuando el tipo ha dicho o hecho algo que
obviamente requiere más explicación.
—Tengo una memoria eidética —dije.
—¿Un qué?
—Memoria fotográfica: eidética.
—¡Guau! —Darlene me golpeó el brazo—. ¿De verdad?
Asentí.
—Así que puedes recordar largas cadenas de números, o... lo que
llevabas puesto el 24 de enero de 2005.
Me encogí de hombros.
—Es bastante fuerte.
—Bueno... ¿cuán fuerte es? —exigió Darlene—. En una escala de uno
a uno, ¿deberías estar en el programa de Ellen DeGeneres?
—No estoy seguro de cuáles son los requisitos de Ellen. ¿Ocho?
Darlene me miró con los ojos muy abiertos.
—Vaya. Tienes una megamente. Eso debe ayudar con la escuela de
derecho, ¿sí?
—Sí, así es —dije—. Probablemente no me estaría graduando a tiempo
de otra manera.
—Muy bien —dijo Darlene.
Podía sentir que se preparaba para interrogarme, como Andrew de mi
grupo de estudio, y la interrumpí.
—De todas formas, ¿vas a volver a bailar? —pregunté—. ¿Justo a
tiempo para ser mi vecina de arriba? Qué suerte tengo.
Sonrió pero se marchitó rápidamente.
—No estoy segura todavía. —Sus dedos jugaron con un pequeño trozo
de papel del bolsillo de su jersey—. Casi he tirado esto cien veces desde esta
tarde.
—¿Es tu fortuna?
—Parece eso, ¿no? —dijo—. ¿Quién sabe? Tal vez lo sea. Es un número
de teléfono de un grupo de baile, pero no estoy segura si voy a llamar.
—¿Por qué no?
Se metió el papel en el bolsillo.
—Sólo he estado aquí unos pocos días. Tengo un gran apartamento, un 51
trabajo. No estoy segura de lo que voy a hacer todavía. Vine aquí para
empezar de nuevo.
—¿Por qué? ¿Estás huyendo de la ley?
Era una broma, pero los ojos de Darlene se encendieron y apartó la
mirada.
—No, nada de eso —dijo rápidamente. Su sonrisa parecía forzada—. Me
gusta que nadie me conozca aquí. Es como la proverbial pizarra en blanco y
puedo escribir lo que quiera en ella.
Asentí, confundido. La conversación había tomado un giro hacia lo
personal y eso era territorio prohibido. No tenía tiempo de sumergirme en
nadie; apenas mantenía la cabeza por encima del agua tal y como estaba.
Era pesado y estaba anclado, arrastrándome a través de los días hasta que
se cumpliera un año y Olivia fuera toda mía. El agotamiento era como una
armadura, pero Darlene... parecía no tener peso, como si llevara botas de
combate para evitar alejarse flotando. Sonreía constantemente, se reía con
facilidad, y se metió en mi vida en una tienda como si no fuera nada.
Es exactamente lo opuesto a mí en todos los sentidos.
Cayó un corto silencio que duró tres segundos.
—De todos modos, esta noche, soy tu chef —dijo Darlene.
—No tienes que...
Se detuvo y plantó sus manos en sus caderas.
—He visto la Ley y Orden. ¿Vamos a...? ¿Cómo se dice? Donde se
discute lo mismo por segunda vez.
—Volver a litigar.
—Sí, eso. ¿Vamos a volver a litigar la cena de esta noche?
—No estoy acostumbrado a…
—Denegado, Sawyer el abogado dijo. Voy a hacer la cena y tú me
dejarás o le hablaré a Elena de ti.
—Jesús, eres un dolor en el culo, ¿lo sabías?
Darlene sonrió.
—Esa es sólo otra forma de decir persistente.
Puse los ojos en blanco y me incliné para ver cómo estaba Olivia. Seguía
felizmente comiendo la galletita y balbuceando. Me sonrió con la boca llena
de papilla. Yo le devolví la sonrisa.
Santo cielo, me encanta esa cara.
Me enderecé para ver a Darlene mirándome, con sus ojos tranquilos, y
me di cuenta de que seguía sonriendo como un idiota. Volví a la neutralidad,
tomé el cochecito y empecé a empujar.
—Eres muy dulce con ella —dijo Darlene—. ¿Cuánto tiempo han estado 52
solos los dos?
—Diez meses —dije. Mi mandíbula se tensó. Nunca hablaba de Molly
si podía evitarlo. Tenía un miedo irracional de que incluso decir su nombre
la llamaría desde donde estuviera para tratar de alejar a Olivia de mí.
Mis hombros se encorvaron en anticipación a las próximas preguntas;
preguntas más personales que odiaba. Pero Darlene debía haber recibido el
mensaje ya que no dijo nada más al respecto.
En la casa victoriana, llevé el cochecito con Olivia en él por los tres
escalones mientras Darlene abría la puerta principal. En el vestíbulo, miró
el tramo de escaleras que conducía a la cima con el ceño fruncido.
—¿Llevas al bebé y al cochecito por todo el tramo de escaleras? —
preguntó.
—No, llevo a Olivia arriba y luego vuelvo por él. —Le di una mirada
seca—. De ahí el no comprar una tonelada de mierda de cosas para llevar.
—Qué hombre. —Darlene suspiró—. Ayudaré. ¿Cochecito o bebé?
Dudé. El cochecito era más pesado y voluminoso pero la alternativa era
que Darlene llevara a Olivia. Me froté la barbilla.
Darlene me dio una sonrisa inclinada.
—No la romperé, lo prometo. O puedo llevar el cochecito —añadió
rápidamente—. Lo que te resulte cómodo.
—Oh, ¿ahora te preocupa con qué me siento cómodo? —pregunté
riéndome—. Es la primera vez.
Sonrió y puso los ojos en blanco.
—Qué gruñón. Escoge.
—El cochecito es pesado —dije lentamente—. ¿Si no te importa llevarla?
—¿Importarme? Ni en un millón de años.
Se arrodilló frente a Olivia y movió la bandeja a un lado, deshaciendo
el mini asiento.
—Hola, cariño. ¿Te puedo sostener? —La carita de Olivia se amplió con
una sonrisa cuando Darlene la levantó y la acunó fácilmente contra su
cadera—. ¿Es una galleta deliciosa? Apuesto a que sí. ¿Puedo comer un
poco?
Fingió morder la galleta y Olivia gritó de risa.
Las alarmas gritaban ahora mientras doblaba el cochecito y lo subía
por las escaleras y Darlene me seguía. En mi puerta, busqué a tientas mi
llave, consciente de la presencia de Darlene a mis espaldas, como un calor
bajo en mi espalda. Una astilla de algo eléctrico se deslizó por mi columna
vertebral. No había traído una mujer aquí desde que me mudé. 53
Darlene no es una mujer según tu definición habitual, es una vecina. Y
no la trajiste a tu casa; de alguna manera se las arregló para entrar.
A mi cuerpo no le importaba una mierda cómo llegó allí, sólo que llegó.
Abrí la puerta y puse el cochecito contra la pared justo dentro, y luego
cerré la puerta detrás de nosotros. Nosotros. Tres de nosotros.
No te ablandes ahora. Una cena, estrictamente de vecinos.
—Es preciosa. —Darlene me devolvió a Olivia, y luego se quitó su
mochila para ponerla en el mostrador de la cocina—. Y este es un bonito
apartamento. Mucho más grande que el mío. ¿Dos habitaciones?
—Sí.
—Nunca he visto un piso de soltero a prueba de bebés. —Darlene
inclinó su barbilla hacia la mesa de café que tenía una goma protectora en
cada esquina—. Súper lindo.
Empecé a decirle que mi casa era lo más alejado de un piso de soltero
que se podía conseguir, pero mis palabras murieron.
Darlene se había quitado su viejo suéter andrajoso y lo ató alrededor
de su delgada cintura, y luego hurgó en mis armarios. Llevaba un top de
bailarina negro con tirantes que le cruzaban la espalda. Quedé hipnotizado
por sus músculos, que se movían bajo su pálida piel, la elegante línea de su
cuello, y el elegante corte de sus brazos cuando subió a un estante alto para
tomar una sartén.
De repente tuve la necesidad de verla bailar. De verla moverse como las
líneas de su cuerpo sugerían que podía hacerlo.
Y así como así diez meses de celibato se estrellaron contra mí. La sangre
corrió hacia mi ingle, y el ablandarme fue de repente la menor de mis
preocupaciones. Tosí para ocultar un repentino gemido que casi se me salió.
—¿Estás bien? —preguntó Darlene por encima de su hombro.
—Claro. Bien.
Esto es una mala idea.
Empecé a poner a Olivia en su corral, pero se quejó y se retorció en mis
brazos cuando vio a dónde se dirigía. La puse en el suelo y la vi caminar
hacia la cocina, hacia Darlene.
—¿Qué estás haciendo ahí abajo? —arrulló Darlene—. ¿Quieres venir
aquí y ayudar? —Tomó a Olivia y la puso en su cadera de nuevo,
sosteniéndola con un solo brazo—. Ahora, dime, ¿dónde guarda tu papá las
bandejas de hornear?
Vi a una hermosa mujer sosteniendo a mi hija en mi cocina, hablándole
fácilmente, haciéndola reír. Un dolor mil veces más potente que cualquier
frustración sexual surgió de un lugar profundo de mi corazón. Sentí como
si cientos de emociones que había estado guardando bajo llave estallaran de
54
repente todas a la vez: lo que quería para mí, para Olivia, lo que había
perdido y por lo que estaba trabajando para mantener. Todas se estaban
derramando de mí como una bolsa de canicas, y ahora tenía que luchar para
ponerlas todas de nuevo antes de caerme de culo.
—Esto no fue una buena idea —dije.
Darlene le estaba poniendo una cara tonta a Olivia.
—¿Hmmm?
—No puedo hacer esto.
—¿Hacer qué? ¿Comer la cena?
—Sí —espeté—. No puedo cenar. Contigo. Y no puedo tenerte aquí todo
el tiempo, ayudándome o jugando con Livvie. No puedo.
La expresión de Darlene se dobló y me odié por robarle la luz de sus
ojos.
—Oh.
Dejó a Olivia en el suelo con cuidado y Olivia inmediatamente lloró para
que la recogieran de nuevo.
—Mierda —dije, pasándome una mano por el cabello—. Esto es
exactamente por lo que no quería ninguna ayuda. Porque una cosa lleva a
la otra y antes de que te des cuenta...
—¿Antes de que te des cuenta estás comiendo una comida decente? —
dijo Darlene con una débil sonrisa.
—No es eso. —Rechiné los dientes en frustración.
Darlene agitó sus manos.
—No, tienes razón. Lo siento. Es tu casa. Tu privacidad. Hago esto
mucho. Me meto. Me mudé aquí para trabajar en mí. —Se llevó la mochila
al hombro y tomó a Olivia de la mano para que la acompañara hasta mí—.
Me queda mucho trabajo por hacer.
—Darlene...
Se inclinó hacia Olivia.
—Adiós, cariño. —Levantó la cabeza y me mostró los restos de su
brillante sonrisa—. Que tengas una buena noche.
El sonido de la puerta cerrándose me hizo estremecer. La habitación de
repente pareció un poco más tenue. Más tranquila.
Olivia estaba tirando de mis vaqueros.
—Arriba —dijo—. Arriba, papá.
55
La recogí y la sostuve. Ella me sonrió y yo embotellé mis emociones
derramadas salvo una. Mi amor por ella. Ella era lo único que importaba.
—Vamos —le dije—. Vamos a cenar.
Darlene tenía el atún en su bolso, que se había llevado en su prisa por
escapar. Le di a Olivia aguacate, cubos de pavo, un huevo duro y otra de
esas galletas que Darlene me había presentado. Después, bañé a Olivia, y le
leí Tren de Mercancías unas diez veces hasta que bostezó en lugar de decir
“¡Otra vez!".
Después de acostarla en su pequeña habitación, puse mis materiales
de estudio en el escritorio de la sala de estar. El reloj de la pared decía que
eran las ocho y cuarto. Fui a la nevera a buscar una cena congelada. Mi
estómago gruñó por un maldito guiso de atún.
Ahora que Livvie estaba en la cama, la culpa me revolvió el estómago
vacío.
No tenías que echarla.
Tenía mil buenas razones para mantener mis asuntos privados en
privado, y aun así ser un imbécil con Darlene era como decirle "vete a la
mierda" a alguien después de que dijera que esperaba que tuvieras un buen
día.
Apoyé la cabeza contra el congelador. Ahora tendría que disculparme.
Odiaba disculparme.
Un suave golpe vino en la puerta. Susurré una oración a cualquier dios
que escuchara por que no fuera Elena que venía a decirme que tenía un
conflicto en algún momento de la semana siguiente y que no podía hacer de
niñera.
Le abrí la puerta a Darlene. Tenía un plato de comida en una mano,
cubierto con papel de aluminio. El vapor se elevaba en pequeños humos,
llevando consigo los aromas de fideos calientes, hongos y atún.
Maldita sea, es hermosa.
Las imágenes almacenadas en mi memoria perfecta eran copias
aburridas comparadas con lo real. Me crucé de brazos sobre el pecho como
si pudiera poner una barricada entre nosotros.
—Hola, otra vez —dijo Darlene—. No estoy aquí para hacerte sentir mal,
ni para irrumpir de nuevo, lo prometo. —Empujó el plato de comida hacia
mí—. Esta es una ofrenda de paz y un regalo de despedida. Una promesa de
que no me meteré en tus asuntos.
Tomé el plato.
—Esto es un montón de guiso.
—Insististe en pagar por ello en la tienda, y sé que nunca lo cocinarías
tú mismo. —Su radiante sonrisa había vuelto—. Puedes comer lo que
quieras ahora y tener las sobras mañana.
56
Me quedé mirando la comida en su mano. Una simple disculpa y un
agradecimiento era todo lo que necesitaba, y entonces podría cerrar la
puerta y volver a mi vida. Mi estresada y llena de ansiedad vida.
Darlene inclinó la cabeza.
—Bien, entonces... me voy a ir. Bueno no…
—La madre de Olivia la abandonó hace diez meses. —Me escuché
decir—. Mis amigos y yo estábamos haciendo una fiesta y ella apareció y
simplemente... la dejó. Dejó a Olivia sin madre.
—Oh, no —dijo Darlene en voz baja. Se marchitó contra el marco de la
puerta—. Lo siento mucho.
—Sí, así que es lo que es, pero... por eso no traigo a nadie aquí. No
tengo tiempo para una relación con nadie, y no traigo a nadie de manera
casual. Ni siquiera amigos, en realidad. Odio la idea de que Livvie tenga
mujeres extrañas en su casa. Ya es bastante difícil sin madre. No quiero
confundirla.
—Lo entiendo —dijo Darlene.
—Probablemente sea estúpido o sobreprotector pero... está empezando
a llamar a Elena "mamá". Oye a sus hijos llamarla así y yo... no sé qué hacer.
La sonrisa de Darlene era suave y extendió mano para acariciar la mía
torpemente un momento, y luego la apartó.
—Creo que eres genial con ella. Y ella obviamente es muy feliz contigo.
—Sí, bueno... —Me pasé una mano por el cabello—. Bueno, escucha,
esto es una tontería. Olivia está durmiendo. Entra y ayúdame a comer esto.
Darlene sonrió y sacudió la cabeza antes de que yo terminara mi frase.
—No. Yo también tengo mis reglas. Estoy trabajando en mí,
¿recuerdas? Intentándolo, de todas formas.
Su móvil repicó con un mensaje y lo sacó del bolsillo de su jersey. Su
cara se puso pálida.
—Mierda. Tengo que irme —dijo—. Tengo una reunión. Es una... una
reunión de trabajo en, oh demonios, treinta minutos. Lo olvidé por completo.
Fruncí el ceño.
—¿Una reunión de trabajo a las nueve un viernes por la noche?
—Sí, qué pena, ¿verdad? —Se rio Darlene vagamente—. Así que no
puedo quedarme a comer, de todos modos. Estaría descuidando mis
obligaciones. Estoy tratando de ser responsable conmigo misma. Sin
distracciones.
—Bien —dije, sintiendo el pecho pesado—. Sin distracciones. Bueno,
gracias de nuevo por el guiso.
57
—No hay problema —dijo Darlene. Me tiró del brazo—. ¿Ves? No está
tan mal, ¿verdad? No tenemos que ser mejores amigos pero tampoco
necesitamos ser extraños. Vecinos.
—Sí, supongo que podría funcionar.
—Bien —dijo Darlene, y su sonrisa se ensanchó mientras caminaba
hacia atrás por el pasillo—. Bien. Adiós. —Me dedicó un pequeño saludo,
giró sobre sus talones y corrió escaleras abajo.
—Adiós.
Cerré la puerta y me apoyé en ella unos segundos, más cansado que
antes. Toda la noche había sido arrastrado por la energía de Darlene. Me
sentí más despierto de lo que me había sentido en mucho tiempo, y ahora
estaba deprimido de nuevo.
Amiga o extraña.
Aparte de Jackson ya no tenía un montón de amigos, y no tenía tiempo
para ellos, de todos modos. No tenía tiempo para nada. "Vecina" encajaba
en algún lugar entre "amigo" y "extraño". Darlene podría estar allí.
No podía ponerla en ningún otro lugar.
Darlene
—O
h, Dios mío, esto va a dar asco —me quejé.
Me estaba agarrando del brazo de Max
mientras entrábamos en el YMCA. Mi corazón
iba acelerado después de mi loca carrera desde
el estacionamiento. Alabado sea Uber; había llegado a tiempo a mi primera
reunión de NA.
Alabado sea el mensaje recordatorio de Max, añadí, pero no lo dije en
voz alta.
—¿Qué va a dar asco? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿La reunión? 58
Eso también.
—No —dije—. Mi nueva situación de vida. Va a ser una verdadera
prueba de mi fuerza de voluntad sexual.
—Fuerza de voluntad sexual —reflexionó Max—. Esa es una que no he
escuchado antes.
Iba excepcionalmente guapo con vaqueros y camiseta negra bajo una
chaqueta de cuero negro, pero me fijé en que mi observación de él había
cambiado. Era hermoso, sin duda, pero sus ojos eran azul claro en vez de
marrones, y su cabello era perfectamente liso sin rizos suaves.
No es tan atractivo de la misma manera porque sabes que es gay. Eso
es todo.
Sacudí la cabeza.
—Soy una mujer americana de sangre caliente —dije—. Tengo
necesidades. Urgencias. Como, muchas de ellas, y aun así me he relegado a
un año de celibato. Un año.
—Las expectativas poco realistas son fracasos en espera —dijo Max.
—¿Está eso en el Manual del Patrocinador?
—Es el título —dijo, disparándome una pequeña sonrisa—. De todos
modos, pensé que tu plan era permanecer lejos de una relación por un año.
No la castidad completa.
—No puedo hacer una cosa sin la otra —dije—. Es mi adicción,
también. No el sexo, sino llenar el vacío con algo que me haga sentir bien. Y
estar con un hombre... eso me hace sentir bien. El sexo y los toques y las
mañanas de después. Dios, me encantan las mañanas de después.
Levanté la vista para ver a Max sonriéndome con diversión. Agité la
mano.
—Pero luego me apego y trato de crear algo de nada, y todo se me
escapa de las manos. Vuelvo al punto de partida, sólo que con otro fracaso.
—Mmmmm bien —dijo Max. Entramos en el pasillo de linóleo
fluorescente de la Y donde nuestros pasos se unieron a los suaves golpes de
otras personas que se dirigían a sus respectivos grupos—. Entonces, ¿qué
trajo esta repentina revelación?
—El insoportable aspecto de mi nuevo vecino.
—Oh... cuéntame.
—Vive debajo de mí. Y tiene una niña pequeña, y ni siquiera me
importa. Pensé que eso sería lo peor, pero no lo es. La forma en que la cuida
sólo aumenta su ridículo atractivo sexual.
Una pequeña voz en mi cabeza me susurró que Sawyer era atractivo de
59
cien maneras diferentes, pero su extrema buena apariencia era la única que
me permitía admitir.
Entramos en la sala de reuniones. Parecía ser un grupo pequeño, sólo
quince sillas situadas frente a un podio. Eché un vistazo a mis compañeros
adictos en recuperación. Eran desde jóvenes como Max y yo hasta más
viejos, que parecían tener unos sesenta. En un rincón había una mesa con
café y rosquillas, y una mujer, con cabello oscuro y una sonrisa cansada
pero cálida, que ponía servilletas y vasos de papel. Angela, la directora del
programa, me imaginé.
Nos dirigimos a la mesa de aperitivos. Max asintió y le dedicó una
sonrisa de saludo a Angela, y se inclinó hacia mí.
—Creo que debes tener cuidado.
—¿De qué? —pregunté, examinando los donuts—. ¿Aparte de los cien
millones de otras cosas de las que intento tener cuidado...?
—¿Este tipo, tu vecino, tiene una hija? —dijo Max—. Si empiezas algo
con él, son dos relaciones las que tendrías, no una. Y la que tiene con su
hija siempre será la más sagrada.
—Te lo dije, no habrá ninguna relación, sexual o de otro tipo, durante
todo un año —declaré. Elegí una tarta de manzana y vertí una taza de café
negro en el vaso de poliestireno.
Un año. Dios, eso también lo sentía como una sentencia de prisión. La
imagen del hermoso rostro de Sawyer, sonriéndole a su pequeña niña,
apareció sin ser llamada en mi mente.
—Y aunque quisiera algo, no podría ser con Sawyer —dije rápidamente,
como si estuviera lanzando un hechizo para desterrarle de mis
pensamientos—. Tiene demasiadas cosas con Olivia y sus estudios como
para estar con alguien.
—¿Este Sawyer es un estudiante? Por favor, dime que no está en el
instituto.
Golpeé el brazo de Max con una risa.
—No seas asqueroso. Está en la UC Hastings —dije con orgullo—. Va a
ser abogado
—¿Sawyer el abogado?
—Por eso te quiero, Max.
—Así que no tiene tiempo para relaciones.
—¡Correcto! Así que eso es bueno, ¿verdad? —dije, dando un gran
mordisco a un donut—. Él no tiene tiempo, y yo tengo que poner mis cosas
en orden. —Las migas se derramaron por la parte delantera de mi camisa.
Me las quité irritada—. Sería más fácil si no fuera tan condenadamente sexy.
Y listo. Y divertido. También es gruñón como un demonio, pero sólo en la
superficie. Es como si le diera cierta cara al mundo, pero cuando son sólo
60
él y Olivia...
—Guau, guau, guau —dijo Max—. ¿Cómo sabes todo eso de él? —Me
dio una mirada severa—. ¿Estás saliendo con el tipo que ya dijo que no tiene
tiempo para ti?
—Cielos, cuando lo pones de esa manera. —Puse los ojos en blanco—.
Sí, pasamos el rato. Una vez. Esta noche. Me encontré con él en la tienda.
El pobre tipo está viviendo en el infierno de la cena congelada. Así que cociné
para él.
—¿Cocinaste para él?
—Guiso de atún. No tan siniestro como suena.
Tomamos asiento hacia la parte de atrás del grupo. Max frunció sus
labios.
—Hablo en serio, Dar. Si quieres tener éxito en estar sobria, o en
encontrarte a ti misma, o lo que sea que hayas venido a buscar, entonces
tienes que darte una oportunidad.
—Lo hago.
—Te mudaste hace dos días y ya estás cenando con el tipo.
—No cené con él —dije, y me ocupé de colocarme la servilleta en mi
regazo—. Cociné para él, cierto, pero... decidimos que era mejor si
manteníamos las cosas estrictamente de forma vecinal.
Levanté la vista rápidamente para ver a Max observándome. De repente
me sentí desnuda, como si mi estúpida verdad a medias estuviera tatuada
por toda mi piel. Alargué la barbilla.
—Nunca te habría hablado de él si hubiera sabido que ibas a volverte
loco.
Max frunció el ceño.
—No creo que sea buena idea ponerte en una situación que sólo se va
a volver más intensa.
—Ni siquiera somos amigos, Sawyer y yo. No de verdad.
—¿Y estás de acuerdo con eso?
—Por supuesto. Claro. ¿Por qué no iba a estarlo? No voy a ser la misma
idiota que fui en Nueva York, que se encariña con el primer tipo que sea
amable conmigo. No voy a serlo.
Max inclinó la barbilla hacia el podio donde Angela se encontraba de
pie, poniendo la reunión en orden.
—Díselo a ellos.
—Tenemos a alguien nuevo con nosotros esta noche —dijo la directora
61
del programa—. Por favor, denle todos una cálida bienvenida a Darlene.
El grupo se giró en sus asientos y me dio un pequeño aplauso.
Max me dio un codazo. Finalmente había cambiado su mueca sombría
por una sonrisa alentadora.
—Te toca. Veamos lo que tienes.
Me moví al frente de la habitación. Odiaba esta parte. Levantarme y
contar mi historia a un montón de extraños. Sé que se suponía que debía
hacerme sentir solidaria, y seguir enfrentando lo que había hecho y lo que
era; hablarlo en voz alta para no fingir que nunca había sucedido. Pero me
sentía como si contara la historia de mi debilidad una vez más.
—Hola, soy Darlene.
El coro respondió:
—Hola, Darlene.
Aj. Qué estúpido.
Brevemente hice un bosquejo de mi historia. Tres meses de cárcel por
posesión, libertad condicional, una sobredosis en una fiesta de fin de año,
más libertad condicional, y finalmente libertad salvo por reuniones
obligatorias tres veces a la semana.
—¿Y cómo te sientes estando aquí? —me preguntó Angela cuando me
moví para tomar mi asiento.
—Bien. Genial. Feliz de estar aquí en una nueva ciudad. Empezando
de nuevo donde todo es nuevo. Excepto por esto. Las reuniones de NA son
las mismas sin importar a dónde vayas, ¿verdad?
Me reí débilmente. Nadie más lo hizo.
Cuando me escabullí hasta mi asiento, el ceño fruncido de Max parecía
grabado en piedra.
—¿No te dijo tu madre que si sigues poniendo esa cara se congelará
así? —susurré mientras otra chica, Kelly, subía al podio para continuar una
historia que había comenzado la última sesión.
—Más tarde —dijo Max, y señaló a Kelly—. Escucha.
Después de la reunión, otros miembros del grupo se presentaron y me
dieron la mano. Dos chicas más jóvenes y un tipo de aspecto nervioso se
ofrecieron a quedar y tomar un café. Me negué educadamente, culpando al
trabajo. Ya había decidido que la única vez que era una adicta en
recuperación era cuando estaba en esta sala. La vieja Darlene estaba aquí.
En todos los demás sitios era completamente nueva.
Recogí mi mochila mientras Angela y Max hablaban cerca del podio.
Ambos me miraron al mismo tiempo, como padres tratando de averiguar
qué hacer con su hijo problemático.
62
Déjalos, pensé. El pasado se queda dentro de estas paredes. Eso es lo
que significa anónimo. Nadie tiene que saberlo. Sawyer no tiene que saber...
Que él apareciera en mis pensamientos, de nuevo, me irritó. Estar aquí
me irritó. Me levanté y me dirigí a la puerta, sintiendo como si me
persiguieran los fantasmas de todo lo que intentaba no ser más.
Afuera, Max aún no había desfruncido el ceño.
—¿Supongo que no te impresionó mi debut? —dije, tratando de
mantener mi tono ligero.
—Sonaba como si estuvieras leyendo una lista de la compra —dijo.
—¿Qué quieres decir? Conté mi historia.
—Eso fue más bien un resumen de la trama. Punto uno: Me drogué.
Punto dos: Me atraparon. Punto tres: me drogué más.
—¿Sí? ¿Y? —espeté—. Mira, para ser honesta, no siento que haya
mucho más que contar. Lo dejé y he estado limpia mucho tiempo. —
Enderecé los hombros—. Nunca voy a volver. Toqué mi fondo y salí por el
otro lado. Fin de la historia.
—¿Has tocado fondo?
—Sí.
—¿Cuándo?
—¿No estabas escuchando? Cuando tuve una sobredosis en una fiesta
de Año Nuevo hace año y medio.
—Dijiste que eso pasó pero no hablaste de lo que significó para ti tocar
fondo. O lo que sentiste.
—¿Cómo crees que me sentí? ¡Dio asco! Pero ahora mismo me siento
bien. ¿Por qué debería hablar de toda la mierda mala cuando he superado
todo eso?
Max se cruzó de brazos sobre su amplio pecho.
—¿Así que estás aquí porque el tribunal te lo ha ordenado?
Suspiré.
—No voy a fracasar, Max. Eso es lo que mi familia espera. Pero estoy
mejor de lo que nunca he estado. Tengo mi licencia de masajes, un buen
trabajo, un nuevo comienzo. Tengo que esperar que mis peores días hayan
pasado, ¿verdad? —Sonreí débilmente y le di un golpe en el hombro—. Voy
a demostrar que mis padres se equivocan, ya lo verás.
La expresión de Max se suavizó.
—No puedo decirte cómo recuperarte, Dar. Es un largo y oscuro camino
que cada adicto toma por su cuenta. Como tu padrino, todo lo que puedo
hacer es indicar las señales de tráfico que no quieres perderte, las que yo 63
mismo he pasado.
—¿Y?
—Y, en mi opinión pseudo-profesional, no creo que hayas pasado
tantas como crees.
Empecé a discutir, pero luego cerré la boca. Eso es lo que hacen los
adictos. Hablan de que ya no son adictos. Pero me recuperé. Las acciones
importaban más que las palabras.
—Entonces demostraré que tú también te equivocas.
Sawyer
—A
ver si lo entiendo —dijo Jackson, levantando la barra
y sosteniéndola. El sudor corría por sus sienes hasta el
banco debajo de él. Yo estaba de pie sobre él como
observador—. Esta nueva vecina tuya... —Bajó la barra hasta su pecho—.
Es guapa, es divertida, es genial con Olivia, así que, naturalmente —hizo
una mueca y levantó el peso—, la echaste a patadas.
Le ayudé a poner la barra en el estante y se sentó, tomando aire.
—No fue así —dije.
Mi mejor amigo me echó una mirada. El gimnasio de Hastings nunca 64
estaba muy lleno tan temprano en la mañana de un lunes, tenía casi todo
el lugar para él solo para sermonearme ininterrumpidamente.
—Te quiero, hermano, pero te has vuelto completamente loco.
—Vamos, Jax, ya sabes cómo estoy. —Fui a la máquina para tríceps—
. ¿Qué demonios se suponía que debía hacer?
—¿Es una pregunta capciosa? —Jackson se movió a un estante de
pesas de mano. Levantó una pesa de veinte kilos en cada mano y se enfrentó
al espejo de la pared—. Olvida tus cosas e invítala a salir. O llévala a la
cama. O sal con ella y luego llévala a la cama.
Llevar a Darlene a la cama.
Instantáneamente allí estaba, en el ojo de mi mente; desnuda y
acurrucada contra mí, con su cabello oscuro derramado sobre mi almohada,
y su brillante sonrisa silenciada bajo la suave luz de la mañana.
Sacudí la cabeza, irritado.
—No puedes tener una aventura de una noche con una persona que
vive en el mismo edificio que tú. Eso es una locura.
—¿Y algo más allá de una aventura de una noche es imposible? —dijo
Jackson con las cejas levantadas.
—Sí. Si sale mal, lo cual ocurrirá, tendré que mudarme.
Se rio, y luego entrecerró los ojos.
—Espera. Si toda la situación con la encantadora Darlene es
desesperada, ¿por qué me lo cuentas? Porque quieres que haga entrar en
razón a tu grueso cráneo, ¿tengo razón?
Mierda.
—Te equivocas —dije—. Te lo dije porque era de interés periodístico. Es
una persona nueva en mi edificio. —Escuché lo estúpido que sonaba y seguí
hablando como si pudiera enterrar las palabras con más palabras—. Y no
somos compatibles, de todos modos. Somos demasiado diferentes. Ella es...
Ingrávida.
—No va en serio —dije—. Y yo sí.
—La subestimación del siglo —murmuró Jackson—. ¿Así que es
divertida? Necesitas diversión. Necesitas diversión desesperadamente.
—Lo que necesito es graduarme, y luego pasar el examen. Además —
añadí entre repeticiones—, no está interesada en tener citas. Dijo que se
mudó aquí para trabajar en sí misma, lo cual es un código para “soy una
chica joven y sexy que no quiere salir con un tipo y su niña pequeña”. —
Bajé las cuerdas, tan fuerte como pude, con mis músculos gritando—. Va a
salir. Ir de fiesta. Tener citas. No tengo el tiempo ni los fondos para ninguna
de las dos cosas, sin hablar de la energía mental para ponerla en una novia.
—Espera. —La sonrisa triunfante de Jackson era cegadora—. En todos
65
los cinco años que te conozco, nunca has usado la palabra “novia” en mi
presencia.
—Porque nunca he buscado una.
—¿Buscado? ¿En pasado? —dijo Jackson a través de la tensión de los
movimientos de los bíceps—. La trama se complica.
Puse los ojos en blanco.
—No tengo novias y no voy a tener citas casuales con Livvie. Y no puedo
pedirle a Elena que cuide a los niños más de lo que ya lo hace para que yo
pueda salir con alguien. No veo a Olivia lo suficiente.
—Eso es noble, amigo mío. Y estúpido —dijo Jackson—. Necesitas
desahogarte antes de que tengas un colapso mental. ¿Recuerdas a Frank?
¿En nuestro segundo año? Todo lo que el tipo hacía era estudiar. Lo
atraparon aspirando líneas de coca entre clases para mantenerse despierto.
—No voy a tomar drogas, por el amor de Dios. Tengo una hija.
—No digo que lo vayas a hacer, pero la presión de la escuela de derecho
rompe a la gente. Y tú estás enterrado.
—Lo tengo bajo control.
Jackson parecía que iba a seguir con ello, pero me miró fijamente un
momento y luego volvió a sus repeticiones.
—¿Y qué hace esta Darlene?
—Es bailarina.
—Ooh, así que es flexible. Extra.
Le eché una sucia mirada.
—El baile es algo secundario. Es masajista.
Jackson dejó caer sus brazos y me miró con desprecio a través del
espejo.
Yo le devolví la mirada.
—¿Qué?
—¿Es masajista?
—¿Sí? ¿Y?
—Jesús, hombre, ¿has perdido la cabeza por completo? Dile que estás
estresado, no es mentira, y que puede practicar contigo. ¿Necesitas que
piense en todo? Diablos, si tú no sales con ella, tal vez yo sí.
El repentino torrente de sangre en mi cara me sorprendió, y la cuerda
se me escapó de las manos. Las pesas chocaron con el estante
—Vaya, tranquilo, tigre —dijo Jackson—. Estaba bromeando. Posesivo,
¿verdad?
—¿Qué? No... joder, sólo estoy cansado. Tengo unas semanas más de
66
escuela de derecho, el colegio de abogados y, en dos meses, puedo pedir que
mi nombre aparezca en el certificado de nacimiento de Olivia. Hasta
entonces... —Me encogí de hombros y agarré las cuerdas de nuevo.
—Nada —dijo Jackson. Dio un suspiro—. Bien, entonces. Pero no me
culpes si tu polla se arruga y se cae por falta de uso.
—Lo tendré en cuenta.
Jackson sonrió.
—¿Cómo está todo lo demás? ¿Cómo va tu fondo de becas?
—Se va a acabar justo a tiempo para que llegue mi primer cheque de la
oficina —dije—. Por supuesto, tengo que conseguir el trabajo.
—Un detalle menor —dijo Jackson—. ¿Y Olivia?
—Está perfecta.
—¿Sin señales de Molly?
—No. —Presioné tanto como pude. Mi tríceps me quemaba—. ¿Cómo
va el trabajo en Nelson y Murdoch? —le pregunté antes de que pudiera
preguntarme nada más—. Han pasado dos meses. ¿Ya te han hecho socio?
—Es sólo cuestión de tiempo —dijo Jackson, retomando sus
repeticiones.
Había sido contratado directamente al salir de Hastings, antes de que
llegara el aviso por correo de que había pasado el examen. Solo bromeaba a
medias con lo de que su nuevo bufete le hiciera socio tan rápido; Jackson
era un abogado fiscal genial, pero nunca lo diría en voz alta.
—Pero, de verdad, cuéntame sobre tu oportunidad de trabajar con
Miller —dijo Jackson—. ¿Ya se ha roto tu competencia?
—No, pero lo tengo controlado —dije después de un último tirón. Dejé
que las pesas se estrellaran y me apoyé en la máquina, sorbiendo de mi
botella de agua—. Tenemos un informe de progreso esta tarde. El juez quiere
asegurarse de que ambos estemos en camino para los finales y el colegio de
abogados.
—¿Lo estás?
Resoplé.
—Por supuesto. Puedo ver la maldita línea de meta. Lo último que
necesito es desviarme por...
—¿Una hermosa masajista con flexibilidad de bailarina que es genial
con tu hija y vive a tres metros de ti? —Jackson me miró a los ojos—. Un
plan sólido, Haas.
Me reí a pesar de mí mismo.
—Cállate, Smith, o le recordaré a Hastings que no has devuelto tu
tarjeta del gimnasio.
67
78
Darlene
V
olví a mi pequeña casa con una sonrisa en la cara que me
hacía doler las mejillas y un calor en el pecho que no se
detenía. El mensaje de Max decía que quería cenar antes de
la reunión de NA de esta noche, así que me metí en la ducha. Después, me
maquillé en el espejo.
No pueden evitar quedar atrapados en ti.
Mis mejillas se volvieron rosadas sin rubor, y mis ojos se veían más
azules de lo que jamás había visto.
Apunté con mi varita de rímel a mi reflejo. 79
—Detente ahí mismo. Lo estás haciendo muy bien en esto de la
responsabilidad. No lo estropees ahora.
Pero el ver a Sawyer Haas luciendo devastadoramente guapo en su traje
se enredaban con las de él luciendo deliciosamente sexy en su pijama. Y su
cumplido, como una canción pegada en mi cabeza, sonaba una y otra vez,
excepto que no quería que se detuviera.
Sólo iba a ser más difícil ocuparme de mis asuntos, pensé, mientras
me ponía mi habitual sombra de ojos ahumada. Mi atracción por Sawyer ya
era bastante mala, pero su pequeña niña también era un ángel. Verla
sonreír y oírla hablar o construir torres de bloques o incluso comerse su
"quecho" eran como pequeños regalos especiales, el tipo de pequeñas
alegrías que nunca sabías que querías en tu vida hasta que las tenías.
La sonrisa de mi reflejo cayó.
Retrocede, chica. Tiene demasiadas cosas y tú...
—Estoy trabajando en mí.
Otro pequeño pensamiento susurró que tal vez parte de quien era yo
aquí en SF podría tener algo que ver con Sawyer y Olivia, pero lo embotellé
rápidamente.
Agarré mi viejo suéter gris y salí.
Mel's Drive-In en Geary Boulevard era un local de hamburguesas al
estilo de los años cincuenta que asaltaba agradablemente los sentidos con
su decoración roja y blanca, detalles cromados y posters de la película
American Graffiti en cada pared. El aire olía a patatas fritas y batidos. En la
rocola, Chuck Berry cantaba sobre un chico de campo llamado Johnny B.
Goode.
—Ya estoy enamorada —dije, cayendo frente a Max en una cabina
tapizada en rojo.
—¿De Sawyer el abogado?
La pregunta me impactó tanto que casi me tiré la vajilla de plata en el
regazo.
—¿Qué? No. ¡Con este restaurante! Es súper lindo. —Le eché a Max
una mirada sucia— ¿Por qué demonios fue ese tu primer pensamiento?
Max levantó las manos. Parecía que él mismo había salido de uno de
los carteles de American Graffiti, con su cabello con gel y su chaqueta de
cuero negro. 80
—Llevas el corazón expuesto, Dar —dijo con una sonrisa—. Intenté
adivinarlo.
Le arrugué la nariz.
—Bueno, no lo estoy. He estado enamorada cientos de veces. Sé lo que
se siente. No es así con Sawyer. No es... no es lo mismo.
Max levantó las cejas.
—No importa. —Agité las manos—. No hay “con Sawyer”, de todos
modos. Hice de niñera para él hoy, y me fui de su casa sin hacer el ridículo.
—Levanté las manos—. Y aquí estoy.
—Aquí estás, con un aspecto radiante —dijo Max, con una sonrisa en
los labios—. De ahí mi suposición de que fue el señor “abogado” el
responsable.
Puse los ojos en blanco.
—Oh, para. Conocí al tipo hace unos días. Ni siquiera yo me enamoro
tan rápido.
—Bien. Necesitas una semana, como mínimo.
Le tiré un paquete de azúcar, cuando apareció una camarera con un
uniforme de los cincuenta y una gorra en la cabeza. Su etiqueta con el
nombre decía Betty.
Betty puso un bolígrafo en su libreta.
—¿Están listos, guapos?
—Pediré una hamburguesa con queso Jack, extra de pepinillos y papas
fritas, y una Coca Cola con tres cerezas —dije, y le di a Max una mirada de
recriminación—. Y tráele algo para que se lo ponga en la boca antes de que
me enfade.
Max se rio y pidió una hamburguesa con queso y tocino, papas fritas y
una cerveza de raíz.
—Pensé que estabas a favor de que no me enredara con alguien —dije
cuando Betty se hubo ido.
—No lo sé —dijo Max con una sonrisa melancólica—. Tengo mis propios
días buenos y malos. Hoy no ha sido un gran día. Tu felicidad parece más
bien algo que hay que aumentar en lugar de destruir con un montón de
advertencias.
Me dolió un poco el corazón, y extendí la mano a través de la mesa para
sostener la suya.
—¿Qué ha pasado?
—No, no es nada —dijo Max, sonriendo ligeramente—. Soy el
patrocinador. Se supone que debo tener mis cosas en orden.
—La reunión no es hasta las nueve —dije—. No estás trabajando 81
todavía.
—Siempre estoy trabajando.
—Acabo de destrozar el trabajo.
Se rio, y luego suspiró y se recostó en la cabina. Puse mi mano en mi
regazo y escuché.
—Mis padres me atraparon con un chico cuando tenía dieciséis años.
Así que hace nueve años. No se lo tomaron bien, especialmente
considerando que no sabían que era gay. Me repudiaron, me echaron a
patadas. —Sacudió la cabeza, con sus ojos azules pesados—. Dios, mi vida
es un cliché.
—No lo es —dije—. Es lo que te pasó. Continúa.
Max jugó con su tenedor y esperó mientras Betty dejaba nuestras
bebidas y se iba de nuevo.
—Había conocido a este tipo. Travis. Era un poco mayor que yo, en la
universidad de Washington.
—¿Seattle? —pregunté. Me metí una cereza en la boca—. ¿Es de allí de
dónde vienes?
Max asintió.
—Travis también era un buen tipo. Fue bueno conmigo. Nunca intentó
nada; estaba dispuesto a esperar hasta que me hiciera mayor. Los dos
éramos nuevos en la vida real como nosotros mismos. No teníamos prisa por
experimentar todo de una sola vez. Sólo queríamos estar juntos.
—¿Qué pasó? —pregunté en voz baja.
—Mis padres se volvieron locos. Le dijeron a Travis que si se acercaba
a mí lo arrestarían por violación de menores, aunque no nos habíamos
acercado al sexo real. Pero le asustó. Su primera relación con un chico y lo
amenazan con la cárcel. Rompió conmigo y yo estaba devastado.
Max se arrancó de su historia para mirarme.
—No sé si debería estar diciéndote esto.
—¿Por qué no? —pregunté—. Somos amigos, ¿no?
Su sonrisa se reflejó en sus labios.
—Sí, lo somos. —Tomó un sorbo de cerveza de raíz y se limpió la boca
con una servilleta—. No queda mucho que contar, en realidad. La
preocupación de mis padres porque yo fuera "violado" por Travis era una
mierda. Sólo querían castigarlo. Y a mí. —Consiguió una sonrisa—. Mis
padres estaban atrapados en otra época. Esta era —dijo, indicando el
restaurante—. Entrabas en su habitación medio esperando encontrar dos
camas en lugar de una.
Sonreí para él, mientras que por dentro me preparara para algo terrible.
82
—Me obligaron a romper con Travis, y luego me echaron de la casa de
todos modos.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Tenías dieciséis años?
Asintió.
—No tenía trabajo, ni lugar para vivir y una tonelada de mierda de ira.
—Bajó la voz y jugó con su pajita—. Me involucré con otros vagabundos y
me metieron en la venta de drogas. Vender se convirtió rápidamente en
tomar. Sentí que estaba tallando mi alma en pequeños pedazos. Me
atraparon un montón de veces, fui al reformatorio un montón de veces. Es
la película de la semana.
—¿Cómo sobreviviste?
—No lo sé, para ser honesto. Hice autostop hasta aquí y me encontré
con un nuevo grupo de tipos malos. Vendían más que drogas y me
convencieron de que podía ganar mucho dinero si hacía lo mismo.
—¿Te refieres a... la prostitución?
Asintió.
—Eso es la droga. Te hacen pensar que ideas jodidamente terribles son
realmente buenas ideas.
—O mejor aún, no pensar en absoluto.
Max levantó su refresco simulando brindar.
—De todos modos, tenía diecisiete años y me atraparon una noche. El
policía era un buen tipo. En lugar de llevarme a la estación, me llevó a casa
y me dejó dormir en su sofá. Pensé que era un pervertido con motivos
ocultos, pero estaba demasiado drogado para preocuparme.
—Pero no era un pervertido —dije.
—No. Me limpió, me metió en el programa, me ayudó a obtener mi
certificado de la secundaria, y luego a la escuela de enfermería. Todo eso.
Estaría muerto sin él. —Sacudió la cabeza, con sus ojos azules nublados
con fuertes tormentas de memoria—. Es curioso cómo alguien puede ser
mejor padre para ti que el que comparte tu sangre.
—¿Dónde está ahora? —pregunté.
—Murió hace un par de años —dijo Max—. Infarto de miocardio.
—¿Un qué?
—Ataque al corazón. —Sonrió un poco—. Lo siento, me refugio en la
terminología médica. Es más fácil de aceptar, a veces.
—Lo siento mucho. Pero apuesto a que estaba muy orgulloso de ti —
83
dije con una sonrisa amable—. ¿Es por eso el día de mierda? ¿Lo extrañaste?
Max se encogió de hombros.
—No, no hay razón. Sólo sucede a veces, ¿no es así? Como si el peso de
tu dolor personal se escondiera en tu psique, y algo lo desencadenara para
saltar con garras.
—¿Qué provocó el tuyo?
—Una farola —dijo Max con una sonrisa de pena—. Esta mañana de
camino al trabajo mi autobús se averió. Me bajé para caminar el resto del
camino, y tomé una calle en la que no había estado en mucho tiempo. Y hay
una farola allí, empapelada con volantes y grafitis. Cuando llegué a SF, esa
fue la calle donde me vendí por primera vez. Esa noche era negra, excepto
por esa luz, y me aferré a esa farola con fuerza. Todavía puedo sentir el
cemento áspero bajo la palma de mi mano. El primer auto se detuvo. La
ventanilla bajó, y recordé que pensé: "No sueltes esta farola". Si te agarras,
estarás a salvo.
Asentí, con un nudo en la garganta.
—Sé cómo es.
—Pero me solté y me subí al auto —dijo Max. Giró su refresco una y
otra vez, dejando anillos mojados en la mesa—. Esta mañana, vi esa farola
y el resto de mi día ha sido mitad aquí, mitad en el pasado. —Sonrió
débilmente—. Verte tan feliz no fue un asco.
Metí un mechón detrás de mi oreja.
—Lo planeé así.
Max se rio en voz baja y la tristeza que se cernía sobre él se levantó.
Cuando terminamos la comida se había disipado por completo, y se estaba
riendo de nuevo.
Después de la cena nos dirigimos a tomar un taxi para la Y, brazo a
brazo. En Geary, cerca de la cafetería, había un cine AMC. Suspiré
fuertemente.
Max me miró, en modo de padrino completo otra vez.
—¿Para qué es eso?
Asentí hacia el teatro.
—¿No te gustaría que pudiéramos saltarnos la reunión e ir a ver una
película? ¿Comer palomitas de maíz y olvidarnos de todo un rato?
—Por supuesto —dijo Max—. Pero olvidar es el primer paso en el
camino hacia la recaída. Te adormeces pensando que el dolor de la adicción
está dormido para siempre, entonces algo lo despierta y estás jodido.
—No lo entiendo —dije mientras un taxi se detenía—. ¿No es bueno
olvidar? Como, ¿por qué quiero revivir el pasado de mierda en lugar de todas
84
las cosas buenas de ahora?
—Olvidar es fingir que nunca sucedió —dijo Max—. Necesitas recordar
y recordar y recordar hasta que ya no tenga poder sobre ti. Algún día voy a
caminar hasta esa farola y todos los recuerdos seguirán ahí, pero serán
parte de lo que soy. En lugar de tener un día de mierda, sonreiré y pensaré
en cómo fue un pedazo de mi pasado pero no la suma de él.
Subimos al taxi y, durante todo el viaje al YMCA, traté de imaginar mi
sobredosis en la fiesta de Año Nuevo como algo por lo que sonreír. O cómo
le diría a alguien, a Sawyer, susurró mi corazón; lo que era y no me darían
ganas de acurrucarme y morir por la vergüenza.
Imposible.
En Y, subimos las escaleras iluminadas con una delgada multitud de
gente. Me encorvé más dentro de mi suéter y mi mano se enroscó alrededor
del número de teléfono del grupo de baile en el bolsillo. Llamarlo también
parecía imposible.
Dentro, la reunión comenzó y decidí no compartir esa noche. Tenía el
cerebro demasiado lleno de pensamientos, palabras y sentimientos; la
historia de Max y el cumplido de Sawyer, todo enredado.
Después, Max y yo salimos a una noche de San Francisco más cálida
que de costumbre.
—No hablaste esta noche —dijo.
Me encogí de hombros.
—No me apetecía.
Silencio.
Suspiré.
—Lo estoy haciendo muy bien, Max. Trabajando, pagando el alquiler...
—¿Estás bailando?
—Todavía estoy... calentando.
Max me miró.
—¿Solitaria?
Me mordí el labio.
—Tal vez. Un poco. Pero a veces me pregunto si esa es mi configuración
predeterminada.
Asintió, con una suave sonrisa en los labios.
—La soledad del adicto en recuperación. Lo entiendo. Yo también la
tengo. —Señaló con su pulgar a la Y detrás de nosotros—. Deberías hablar
de ello en grupo.
—Quiero hablar de ello contigo. 85
—Estoy aquí.
Solté un respiro.
—Solía pensar que era necesitada o pesada, por la forma en que me
pegaba como pegamento a los hombres de mi vida. Pero sólo quiero amar a
alguien. Es tan simple y a la vez parece tan imposible. Y sí, lo sé, se supone
que debo concentrarme en mí, pero ¿no es ese el fin de trabajar en mí
misma? ¿Ser digna de amor?
—Todo el mundo es digno de amor —dijo Max—. Pero empieza por
amarte a ti misma primero. Eso suena como una mierda cursi y cliché, pero
es verdad. Tienes que saber que puedes ser buena para otra persona. No
sólo para llenar ese agujero en ti misma, sino para dar.
—Lo sé, pero parece que, en el pasado, yo he hecho todo el trabajo. Yo
soy la que se aferra y ellos no.
—¿Te aferras porque los amas o te aferras porque la alternativa es estar
sola?
Fruncí el ceño, abrí la boca para hablar, y luego la volví a cerrar.
Finalmente, resoplé.
—Eres sabio en la vida, oh, Max.
—Lo sé —dijo, inflando el pecho—. Por eso soy el padrino.
Me reí y entrelacé el brazo con el suyo mientras me acompañaba a mi
parada de autobús.
—¿Se lo has dicho? —preguntó Max después de un minuto.
—¿Decirle qué a quién?
Max me dio una mirada.
—¿Le has dicho a tu vecino dónde estás esta noche? ¿Dónde se te
ordena ir tres veces a la semana?
—No —dije—. ¿Por qué lo haría?
—¿Estás avergonzada? Sé que es difícil, pero no lo estés. O no dejes
que te domine, al final sólo causará más problemas.
Pero si nunca lo cuento no habrá fin. Sólo comienzos.
Max me dio un apretón de manos.
—Todos estamos hechos de puntos fuertes y debilidades, cada uno de
nosotros. Tienes puntos fuertes. Muchos. Estar limpia es un punto fuerte.
Levantarse de nuevo después de caer, es un punto fuerte.
—No me siento fuerte. Todavía no. Me siento como...
—¿Qué?
Me sorbí los mocos y me limpié los ojos con la manga. Por alguna
estúpida e incógnita razón estaba al borde de las lágrimas. 86
—Me odiará, Max.
—Me preocupa más que te odies tú.
—No me…
—Los adictos mienten, Dar —dijo Max suavemente—. Esa es una de
las características que nos definen. Siempre serás una adicta. Siempre
lucharás esa batalla. Pero lucha con tu mejor y más honesto yo si quieres
tener una oportunidad de ganar. —Su sonrisa era triste y sabia al mismo
tiempo—. Es demasiado fácil caer si no lo haces.
95
3
Just look out into forever: Abre la mirada al para siempre.
4 Don’t look down, not ever: No mires hacia abajo nunca más.
Sawyer
D
ejé mi bolígrafo y doblé mis dedos hacia atrás para estirar su
rigidez. Mi último cuaderno estaba casi lleno, con cada página
cubierta en mis "traducciones" del código de la Ley de Familia
de California. Me sentía muy confiado sobre el final de la semana que viene.
No tan confiado sobre la última tarea del juez Miller.
A mi lado, mi papelera estaba llena de bolas de papel. Borradores del
informe que había empezado y parado una docena de veces cuando el dolor
amenazaba con salir a la superficie y desparramarse por la página. Él quería
la vida y yo sólo veía la muerte. 96
Luces rojas y azules parpadeantes coloreaban mi memoria y yo
parpadeaba para alejarlas.
Me estiré y me froté el dolorido cuello. El reloj marcaba las once y
media. Sobre mí, una tabla del suelo crujía.
Darlene.
Me pregunté qué estaría haciendo esta noche. Antes, había oído los
débiles sonidos de una canción que estaba escuchando. ¿La bailó? ¿Llevaba
esa camiseta de baile negra y ajustada con las correas entrecruzadas? El
top que acentuaba el músculo magro de sus brazos y hombros en la espalda
y resaltaba la pequeña perfección de sus pechos en la parte delantera.
¿Estaba sonriendo con esa sonrisa suya que hacía parecer que nada en todo
el maldito mundo podía ser malo?
Estás divagando. Hora de parar.
Empecé a empacar mis materiales en mi maletín. Hubo un suave golpe
en la puerta.
La abrí para ver a Darlene.
No llevaba esa camiseta de baile sino un vestido de color melocotón, sin
zapatos. El vestido le rozaba los pechos y se ensanchaba en su estrecha
cintura. Su cabello caía sobre sus hombros, oscuro por la humedad de una
ducha reciente. Unos guantes del horno cubrían sus manos para protegerlas
de la bandeja de cristal que sostenía. El delicioso aroma del guiso de atún
salía de debajo del papel de aluminio. Olía cálido y bueno de una manera
en que mis cenas precocinadas nunca olían.
—Sé que es tarde, pero me arriesgué a que estuvieras despierto —dijo—
. Hice otro guiso. Sobre todo porque es lo único que sé hacer. Y para no
meterme en problemas.
Pareció estar al borde de las lágrimas un segundo, pero parpadeó para
sonreír brillantemente.
—De todas formas, esto es para ti. ¿Puedo dejarlo? Entonces me iré.
—Uh, claro —dije, abriéndole la puerta—. Gracias.
—No quiero que se desperdicie. —Pasó por delante de mí y lo puso en
la mesa de la cocina—. Puedes devolver el recipiente cuando quieras.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Claro. Genial. No quiero molestarte. Debería volver... —Se dirigió a la
puerta, con la cabeza gacha y la voz espesa—. ¿Livvie está dormida? Por
supuesto, es tarde...
—Darlene, ¿qué pasa?
—No es nada. Estúpido, de verdad. —En mi puerta, se quitó los guantes
de cocina y se los puso bajo el brazo—. Acabo de recibir una buena noticia
hoy y quería decírselo a alguien. A las once y media de la noche —dijo con 97
una pequeña risa—. Lo siento, no importa. No quiero molestarte.
Se dio vuelta para irse y supe que no dormiría esa noche si le dejaba.
—No te vayas —le dije—. Me vendría muy bien una buena noticia ahora
mismo.
—Oh, ¿has tenido un mal día? —dijo Darlene en voz baja. Su hermoso
rostro, que había estado arrugado con dolor interno, se abrió
instantáneamente con preocupación externa. Por mí—. Puedes hablar de
ello. Si quieres.
Hablar con ella. Un concepto tan simple, pero yo no hacía esto. No
dejaba que las mujeres entraran en mi casa. No hablaba de mi día. Excepto
que con Olivia estaba en piloto automático, pasando las horas para llegar a
la meta. Pero Darlene seguía entrando y no podía mantenerla fuera.
Tal vez no quiera dejarla fuera.
Me aclaré la garganta.
—Ibas a contarme tus buenas noticias.
Puso un pie desnudo sobre el otro, y su sonrisa era tentativa. Con su
cara libre de maquillaje, era imposiblemente hermosa. Me crucé de brazos
sobre el pecho, un débil escudo contra ella.
—Es muy raro, pero siento que necesito decírselo a alguien o estallaré
o lloraré, o no sé qué.
—Dímelo.
—Bien, bueno... —Dio un respiro—. Hice una audición para una
pequeña compañía de danza hoy temprano y me dieron un pequeño papel.
Es la primera vez que bailo en un tiempo, así que es algo importante para
mí. Y mi casa es tan silenciosa... —Se metió un mechón detrás de la oreja—
. Mis amigos y mi familia están todos dormidos en la Costa Este ahora.
Llamé a mi hermana antes pero no es lo mismo, hablar por teléfono. Tonto,
lo sé.
—No lo es —dije, moviéndome a la cocina, agradecido por una excusa
para poner algo de espacio entre nosotros. Durante un segundo pareció tan
pequeña y vulnerable que mis brazos quisieron rodearla—. Eso es
impresionante. Necesitamos un trozo de guiso de atún para celebrar.
Saqué dos platos del armario, y dos tenedores y una cuchara para
servir que nunca había usado de un cajón.
—No quiero mantenerte despierto.
Me giré con una pequeña sonrisa.
—Pero ya estoy despierto.
—Gracias —dijo Darlene en voz baja. Se unió a mí en la mesa de la
cocina—. No estoy acostumbrada a vivir sola. El silencio me afecta y no soy
98
fan de la televisión.
Corté dos cuadrados del guiso y puse uno en su plato y otro en el mío.
Le di un mordisco.
—Mierda, este es mejor que el primero.
—¿Sí? —La sonrisa de Darlene se iluminó. Su luz siempre estaba
encendida, pero ahora su interruptor interno de atenuación estaba más
alto—. Le puse guisantes. Pensé que querrías darle un poco a Livvie
mañana. —Probó un poco—. No está mal, ¿eh?
—No está nada mal. —Observé su boca mientras la punta de su lengua
tocaba su labio inferior—. Es jodidamente perfecto.
Levantó los ojos para mirarme a los míos. Volví a mi comida.
—Entonces, ¿cuál es la actuación? —pregunté—. ¿Algo de lo que haya
escuchado hablar?
—Dios, no —dijo—. Es un pequeño grupo de baile haciendo una
revisión de algo viejo. Independiente. Pero aun así es la primera vez que bailo
en unos cuatro años.
—¿En serio? ¿Por qué el largo descanso?
Se movió en su asiento y pinchó su comida con el tenedor.
—Me distraje con... otras cosas. Y es muy fácil dejar ir algo si no te
permites ser ese algo. ¿Sabes lo que quiero decir?
Lo sabía, pero sacudí la cabeza. Quería oír hablar a Darlene. Ahora que
estaba aquí me di cuenta de que mi casa también había estado muy
silenciosa.
—Siempre bailé, pero no me llamaba a mí misma bailarina —dijo
Darlene—. Todavía no lo hago. Siento que no me he ganado el título, pero
quizá este pequeño espectáculo sea un buen paso hacia algo más grande.
—Creo que es jodidamente increíble que te hayas arriesgado y que haya
valido la pena —dije.
Darlene me miró a través de pestañas bajas.
—¿Lo crees?
—Sí. Te pusiste ahí. Te enfrentaste al rechazo.
La amargura de mi encuentro con el juez Miller se deslizó hasta mi voz.
Pude oírlo y Darlene también.
—¿Pasó algo hoy? —preguntó.
—No, nada —dije—. No tenemos que hablar de ello.
—No es necesario, pero puedes si quieres. Estoy aquí.
Joder, y tanto. 99
Me moví en mi silla. Hablar de mí mismo era como intentar que un
motor oxidado girara.
—Estoy tratando de ganar una pasantía con un juez federal después
de graduarme. Es entre yo y otro tipo, y estoy estresado porque el juez va a
elegir a mi competencia. Si lo hace, estoy jodido. Y en ese sentido... —Fui a
la nevera—. Necesito una cerveza. ¿Quieres una?
—No, gracias —dijo—. ¿Qué es una pasantía?
—Es un trabajo en el que actúas como una especie de asistente de un
juez. —Le quité la tapa a una IPA y me reuní con ella en la mesa—. Un
secretario del tribunal que aconseja sobre códigos y precedentes y
procedimientos durante un juicio.
Tomé un trago de mi cerveza. La cerveza fría iba muy bien con el guiso
de Darlene.
—Suena como un trabajo importante —dijo Darlene.
—Es un paso vital en el camino hacia una carrera como fiscal federal.
Tener una pasantía en tu currículum, especialmente para un juez como
Miller, es algo importante. —Tomé mi último bocado de guiso y empujé el
plato—. Además, necesito el salario. Tengo una beca que se agotará en el
mismo momento en que me den el título de abogado. Si no tengo este trabajo
esperándome, tendré que buscar otra cosa.
—¿Qué te hace pensar que no vas a conseguir este trabajo? —preguntó
Darlene—. ¿No sabe este juez lo de tu megamente?
—Tal vez. Pero la competencia no es sólo sobre lo académico.
—¿No? ¿Hay una parte de talento también? —Darlene aplastó el último
guisante en su plato con una sonrisa—. ¿Tu oponente tiene mejor aspecto
en traje de baño?
Mi estrecha sonrisa se transformó en una risa completa.
—Probablemente.
—Me parece imposible de creer —dijo. Las mejillas de Darlene se
volvieron rosadas y sus ojos se abrieron—. Bueno, sí, lo dije en voz alta...
Sacudió la cabeza para sí. La tristeza nerviosa se había ido de ella ahora
que había compartido sus noticias
Yo hice eso. La hice feliz.
Tomé otro sorbo de cerveza fría. Uno largo.
—Pero, en serio —dijo Darlene—, ¿por qué diablos no te eligió a ti?
—Es excéntrico —dije—. Es difícil saber cómo complacerlo a veces.
Tomé otro sorbo de cerveza para lavar la mentira de mi lengua. Pero
hablar de la misión de Miller llevaría a hablar de mi madre, y eso no iba a
suceder. 100
Cayó un corto silencio que duró todo el tiempo que Darlene pudo
tolerar, tres segundos.
—Bueno, Elena dice que estás a punto de graduarte.
—Sí, tengo finales en las próximas dos semanas, luego el examen de
abogacía. Creo que estoy bien con los finales, pero el examen de abogacía…
—Sacudí la cabeza—. La tasa de aprobación es sólo del treinta y tres por
ciento en este momento, lo que es bastante aterrador.
—¿Qué significa eso?
—Sólo el treinta y tres por ciento de todos los que hagan la prueba la
aprobarán. El estado pone un tope a cuántos abogados obtendrán una
licencia por año. El puntaje de corte es de mil cuatrocientos cuarenta sobre
dos mil, lo que es increíblemente alto. Así que podría responder todas las
preguntas tipo test correctamente y escribir ensayos que demuestren que sé
todo y aun así no “aprobar” el examen en papel. Si mi trabajo no es de
primera clase, será tirado a la papelera de los suspensos.
Los ojos de Darlene se abrieron de par en par.
—¿Así que ni siquiera es cuestión de que tu megamente consiga aceptar
la mayoría de las respuestas correctas?
—Se trata de acertar todas las respuestas y escribir los ensayos más
excepcionales. Y eso —dije, recostado en mi silla—, es lo que me mantiene
despierto por la noche.
—Vaya, nunca he oído hablar de un examen en el que puedas ser lo
suficientemente bueno para aprobar y aun así suspender.
—Bueno, técnicamente es un suspenso si obtienes una puntuación
inferior al corte, pero la puntuación del corte nunca ha sido tan alta. Los
estándares han subido. Lo cual es bueno, nadie quiere un montón de
abogados de mierda corriendo por ahí, pero sigue siendo jodidamente
aterrador. Mi amigo, Jackson, hizo el examen el último trimestre y apenas
lo aprobó con un mil quinientos treinta. Y era el mejor de su clase.
Darlene jugó con su tenedor, raspando ligeramente su plato vacío.
—Así que tienes la decisión del juez Miller, los finales y un examen del
colegio de abogados con una loca baja tasa de aprobación, todo mientras
cuidas a una niña de un año.
Asentí con una pequeña sonrisa.
—Cuando lo pones de esa manera...
—Y aun así todavía encuentras tiempo para consolar a tu neurótica
vecina con las noticias de su audición de baile. —Apoyó su mejilla en su
mano—. Elena tenía razón sobre ti, después de todo.
Otro torrente de calor inundó mi pecho y supe que era Darlene,
101
pasando por las defensas que había construido alrededor de mi corazón. El
momento siguió, vaciló, y luego se rompió cuando el monitor de bebé en mi
escritorio se iluminó. Olivia comenzó a moverse.
Darlene se enderezó.
—Mierda, ¿la hemos despertado?
—No —dije—. Se despierta una o dos veces por noche, como un reloj.
Ambos escuchamos un momento. Olivia se quejó con sueño y luego el
monitor del bebé se quedó en silencio.
—Se volvió a dormir —dije—. A veces eso también sucede, pero
alrededor de las tres de la mañana se despertará y tendré que sostenerla un
rato. La mayoría de los libros de bebés que he leído dicen que deje de
consentirla, pero no voy a dejar que llore. —Me encogí de hombros, me froté
el cuello—. Así que soy un gran pusilánime, supongo.
—No, es dulce —dijo Darlene. Tenía una suave sonrisa en su cara que
no me gustaba porque me gustaba demasiado—. Cuidas bien de ella.
—Lo intento. Probablemente ni siquiera recuerde a su madre. Pero, ¿y
si lo hace? —Eché un vistazo al monitor, ahora en silencio—. Esos libros de
bebés no cubren qué hacer si la madre de tu hijo la abandona. Livvie podría
saber eso en el fondo. Puede que no. Pero a veces creo que se despierta sólo
para asegurarse de que no está sola.
Pestañeé y arranqué la mirada del monitor hasta Darlene. Me estaba
mirando, con los ojos suaves y brillantes, y me di cuenta de lo que había
dicho. Cuánto había dicho.
—Mierda, lo siento. No... estoy tan cansado que empecé a divagar.
—No estabas divagando —dijo Darlene, y luego agregó en un tono más
brillante—, pero pareces muy cansado. Y estresado. Y resulta que yo soy
una terapeuta de masajes certificada. —Levantó las manos—. Es como, el
destino, o algo así.
—No, no, estoy bien, gracias.
—¿Estás seguro? Porque tus hombros parecen estar saliendo de tus
orejas.
—Estoy acostumbrado a ello.
—Puedes acostumbrarte a muchas cosas —dijo Darlene—. No significa
que sean buenas para ti.
Dudé. No había tenido las manos de una mujer hermosa en mí en diez
meses.
Esto es malo. O realmente bueno, lo que también es malo.
—¿No estás cansada después de masajear a la gente todo el día?
102
Darlene sonrió, al ver que la victoria estaba cerca.
—Creo que me queda uno más. Me duelen los hombros con sólo
mirarte. Cinco minutos y luego te dejaré en paz.
Sin decir una palabra, me senté derecho mientras Darlene se levantaba
de su silla para colocarse detrás de mí. Podía sentirla a lo largo de mi
columna vertebral. Estaba en la suave nube de su espacio, y el olor de su
jabón de ducha y su cálida piel me envolvieron. El ligero peso de sus manos
sobre mis hombros envió pequeños choques a mi ingle.
¿Ves? Mala idea.
Entonces los pulgares de Darlene se clavaron en mis hombros con un
dolor exquisito, y todo pensamiento racional huyó. Un pequeño gemido de
alivio salió de mí con sus dedos escarbadores.
—Santo cielo —murmuró Darlene—. Tus nudos tienen nudos. Nunca,
en todas mis semanas de masajista profesional, he tenido a nadie tan tenso
como tú.
Murmuré algo inteligible. Mis palabras se estaban convirtiendo en
papilla en mi cerebro. Las manos de Darlene eran despiadadas y mis ojos se
cerraron. Los apretados músculos se aflojaron en mí, y el calor del sueño se
desbordó.
—Me vas a dejar dormido —dije.
—Deberías estar acostado —dijo ella—. Puedo trabajar mucho mejor
así.
—Si me caigo de la silla, ¿eso cuenta?
Murmuró una pequeña risa, y luego sus dedos se hundieron en mi
cabello, rozando mi cuero cabelludo y enviando suaves corrientes por mi
espalda. Me sentí borracho.
—Darlene —dije, mi barbilla se hundió en mi pecho—. Eres muy buena
en esto.
—Gracias.
Sus pequeñas manos eran más fuertes de lo que esperaba, y las deslizó
sobre mis hombros para presionar mi plexo solar. Los nudos rígidos se
aflojaron y, a medida que el alivio me inundaba, las necesidades físicas
latentes que me había estado negando comenzaron a despertarse bajo sus
manos. La sangre fluía y, mientras los músculos se aflojaban, mis propias
manos se apretaron para evitar tocarla.
Sentía el aire entre nosotros denso y cargado, y sabía que Darlene
también lo sentía. Sus manos se calmaron. Sentí que se ponía rígida detrás
de mí.
—Darlene —dije, mi voz ronca y gruesa. 103
—Debería irme —dijo ella, con su propia voz apenas un susurro. Me
dio una última y dura palmadita en los hombros y se dirigió a la puerta.
Me moví lentamente, como un animal que sale de una cálida
hibernación a una fría y dura luz, para abrirle la puerta, pero ya se
encontraba allí.
—Deberías dormir un poco —dijo—. Tengo que levantarme muy
temprano para el spa, y luego ensayar. Gracias por escuchar mis noticias.
Eres un buen vecino, Sawyer. Buenas noches.
Y entonces el tornado que era ella salió volando de mi casa tan rápido
como llegó, y estuve solo.
Darlene
P
rácticamente corrí arriba a mi estudio, y cerré la puerta con
fuerza, como si pudiera bloquear mis sentimientos y mi
dolorosa necesidad al otro lado.
Había dado masajes a clientes masculinos, incluso a algunos guapos,
en Serenity, y no era nada para mí. Era parte del trabajo. Nunca me había
sentido así.
Me recosté contra la puerta y me miré las manos. Estaban calientes y
todavía podía sentir el músculo duro de Sawyer debajo de ellas; la imposible
suavidad de su pelo; el calor de su piel a través de su camiseta. Quería 104
quitarle la camisa, llevar su piel a la mía, y luego...
—No, no, no, siempre haces esto —silbé.
Dejaba que la atracción física me arrastrara y lo siguiente que sabía
era que no estaría trabajando en mí; me estaría perdiendo en el toque de un
hombre, el placer, la atención que venía de sentirme deseada.
Y con Sawyer lo sentía cien veces más peligroso porque no era como
cualquier otro tipo con el que anduviera habitualmente. Era un estudiante
de derecho con una verdadera carrera por delante, y una niña pequeña.
Cerré los ojos. Esto es malo. Muy malo.
Excepto que no se sentía mal.
—Lo será si averigua dónde vas tres noches a la semana —dije en voz
alta, y mis palabras fueron como un cubo de agua fría, empapando el
agradable calor y lavando el recuerdo de su piel bajo mis manos.
Las lágrimas me picaban los ojos, pero parpadeé para alejarlas.
Durante las dos semanas siguientes mis días se convirtieron en un
trabajo igual en el spa, las reuniones de NA y los ensayos. El grupo de danza
me emparejó con un tipo llamado Ryan Denning que, por lo que me
imaginaba, pasó porque estaba ridículamente sexy en pantalón corto de
baile y sin camisa. Sexy, pero un torpe total; pasé casi todos los ensayos
esquivando sus aplastantes pies y corrigiendo sutilmente sus malas
posturas y agarres.
—Lo siento —dijo Ryan un día, después de equivocarse en el momento
de la entrada y que nos golpeáramos la cabeza en un giro cerrado—. Paula
es mi prima, así que aquí estoy. No soy profesional, eso es seguro.
Ahí sí que tienes razón.
Me froté la cabeza donde se formaba un bulto y forcé una sonrisa.
—No hay problema. El espectáculo debe continuar, ¿verdad?
Ryan no era el único. Toda la compañía era apenas profesional. Me
sentía como si me hubiera unido a un club después de la escuela en el
instituto haciendo teatro de caja negra. Greg, el director, era demasiado
pomposo sobre su "visión" y, aparte de los folletos en las farolas, no había
marketing de ningún tipo.
Pero me presenté en cada ensayo y lo di todo, aunque los otros
bailarines, especialmente las otras tres mujeres, apenas me hablaran. La
protagonista, Anne-Marie, ni siquiera miraba hacia mí a menos que me 105
dedicara el ojo apestoso. Cuando el ensayo terminaba, salían corriendo a
beber sin mí.
—Darlene. —Una vez la oí susurrar—. Suena como una camarera de
una parada de camiones.
Hui del pequeño teatro con sus risas tintineantes persiguiéndome.
Nos encontramos con unos amigos que no había visto en mucho tiempo
en el restaurante Flore. Doce de nosotros nos apiñamos alrededor de la larga
mesa junto a la ventana que ofrecía una vista perfecta de la bulliciosa calle
Market.
Jackson se sentó junto a Darlene y me indicó que me sentara frente a
ella. Por una fracción de segundo, me pregunté los verdaderos motivos de
mi amigo, pero Jackson no era un idiota. Tan pronto como me senté
comprendí su plan: tenía una vista completa de Darlene sentada frente a
mí, con un aspecto impresionantemente hermoso bajo la luz ámbar del
restaurante.
Nuestros amigos la aceptaron inmediatamente. Incluso las mujeres
más extrovertidas parecían reservadas en comparación con Darlene. No era
ruidosa ni desagradable, pero se reía y hablaba con facilidad, sin tener
conciencia de estar entre un grupo de gente nueva. De vez en cuando sus
ojos me miraban a escondidas y, mientras se servían los platos, se inclinó
sobre la mesa.
—¿Cómo lo estoy haciendo? —preguntó—. Ha pasado un tiempo.
—Eres jodidamente perfecta —dije, pero el ruido y el estruendo de los
cubiertos en los platos era tan fuerte que no me oyó.
—¿Qué? Repítelo.
Sacudí la cabeza con una sonrisa, y ambos fuimos arrastrados hacia
otras conversaciones.
Después de la cena, caminamos por la calle Market. Había olvidado lo
que era pasar el rato con amigos, ser parte de la energía de la ciudad.
Darlene unió su brazo con el mío mientras nos poníamos en marcha.
—¿Está bien? —preguntó, cuando me puse rígido.
—Sí, claro —dije. Su repentino toque en mi brazo había enviado una
corriente que me atravesó y me maldije. Jackson tenía razón; había perdido
la práctica por completo. Había olvidado lo que era coquetear con una chica.
Porque siempre coqueteabas buscando algo, susurró una voz. Con
Darlene, sólo estar con ella y tener su mano en mi brazo era suficiente.
124
El Café Du Nord era un pequeño y antiguo bar clandestino debajo de
un restaurante. Bajamos las cortas escaleras hasta la habitación sin
ventanas de forma ovalada. En el otro extremo había un sitio para una
banda, pero esta noche las cortinas rojas se encontraban cerradas y la
música swing llegaba desde el sistema de sonido. Pasamos las mesas de
billar a la izquierda, y Jackson nos llevó inmediatamente al bar de la
derecha.
—La primera va por mi cuenta —le dijo a Darlene, y me dio una
palmada en el hombro—. El resto por la de él.
Se rio.
—Tomaré una Coca-Cola con tres cerezas.
La música estaba alta. Jackson se puso en marcha.
—¿Un qué? ¿Roncola?
—No, una Coca-Cola con tres cerezas. —Su sonrisa se estrechó—. No
bebo... cuando bailo.
—Me parece justo. —Jackson se volvió hacia mí—. ¿Qué será,
bateador? ¿Lo de siempre?
—Sólo uno —dije—. No quiero que te aproveches de mí más tarde.
Jackson ordenó el refresco de Darlene y dos Mulas de Moscú5 para él
y para mí. El gran papá vudú malo gritaba sobre nuestras cabezas, y
docenas de bailarines se movían en la pista de baile, rodeados de
espectadores. Las anticuadas lámparas de las paredes proyectaban una luz
dorada.
El camarero dejó el refresco de Darlene y dos tazas de cobre, rebosantes
de vodka, cerveza de jengibre, y un té helado con una lima en el borde.
Jackson le tiró un billete de veinte y luego levantó su bebida en un
brindis.
—Por las intervenciones.
—Por las intervenciones —dijo Darlene, con la voz baja.
Brindamos y miré, hipnotizado, mientras Darlene sacaba una cereza
de su bebida y se la ponía en los labios, pintados igual de rojos. Sujetó la
cereza con los dientes para liberarla del tallo, y luego se desvaneció en su
boca.
—Dios mío —me murmuró Jackson en voz baja—. ¿Viste eso?
—Diablos, sí, lo hice.
—Es la mujer más sexy de este lugar.
—Lo sé —dije, mirando que Darlene entablaba una conversación con
125
Penny, una de nuestras amigas de Hastings—. Y no tiene ni idea.
Esa es parte de lo que la hace tan condenadamente hermosa.
Jackson me dio un codazo en el brazo.
—¿A qué demonios estás esperando? Invítala a bailar.
—No puedo bailar, joder —dije—. Ya lo sabes.
Jackson suspiró.
—No me dejas otra opción. ¿Me sostienes esto?
Apreté los dientes mientras Jackson me daba su cóctel como si fuera
un novato en una novatada, obligado a cumplir sus órdenes. Jackson tomó
la mano de Darlene y le hizo una reverencia exagerada.
—¿Te gustaría bailar?
Ella me echó una mirada y una sonrisa, y luego asintió.
—Me encantaría.
La llevó a la pista de baile con una mirada de despedida hacia mí.
Jackson, ese elegante bastardo, había tomado una clase de baile de salón
de estudiante. Lo vi hacer girar a Darlene de forma experta por la pista y,
maldita sea, al verla bailar...
Mulas de Moscú: Es un cóctel hecho con vodka, cerveza de jengibre y jugo de lima,
5
129
Sawyer
El martes por la tarde, en el grupo de estudio, miré distraídamente el
cuaderno en mi regazo. La voz de Andrew sonaba en el fondo de mis
pensamientos como un mosquito mientras molestaba a Beth y Sanaa para
que lo interrogaran. Acaparaba el grupo, en pánico por el final de Historia
Legal Americana de esta semana. Nuestro último final y, como los demás,
estaba seguro de que iba a aprobar. Mi memoria eidética había hecho que
mi trasero cansado pasara muchas noches; no sólo me graduaría, sino que
lo haría con honores. Pero se avecinaban tres días de duras pruebas en
Sacramento para el examen del colegio de abogados, y no estaba más cerca
de encontrar un ángulo para mi informe al juez Miller. 130
No puedo distraerme ahora.
Pero lo estaba. Me golpeé con mi bolígrafo la rodilla, decidido a
concentrarme mientras visiones de labios rojos y una cereza, un vestido
negro y piernas largas, un cuerpo caliente presionado contra el mío se
metían en mis pensamientos como un delicioso aroma a un hombre
hambriento.
Estaba hambriento de Darlene, en todos los sentidos.
Henrietta me dijo una vez que era difícil para una persona imaginar
una vida mejor que la que tenía; saber y sentir realmente que era posible.
Era la razón, dijo, por la que tanta gente trabajaba tan duro sólo para
quedarse donde estaban. Nunca alcanzaban lo que realmente querían
porque creían que lo que querían estaba fuera de su alcance. Pero no lo
estaba. Como las palabras escritas en un espejo retrovisor: los objetos
pueden estar más cerca de lo que parecen.
Aún me quedaba mucho trabajo por hacer, e incluso si aprobaba el
examen y el juez Miller me contrataba tendría que trabajar muy duro para
mantener ese trabajo, para seguir manteniendo a Olivia por mi cuenta.
Siempre habría otra línea de meta que cruzar. ¿Era estúpido de mi parte no
estirarme un poco más hacia lo que quería? ¿Imaginar una vida con algo
más de lo que tenía?
Mi bolígrafo se estrelló contra la tela de mezclilla de mi rodilla.
La ley en la que me había refugiado por ser blanca y negra era fría
comparada con la sonrisa de Darlene. El santuario que había encontrado
en los códigos y secciones era un lugar vacío. Ella era la vida y, tal vez, si no
la fastidiaba, también tendría algo que ofrecerle.
¿Qué tal si empiezas con una primera cita?
Una lenta sonrisa se extendió por mis labios. Cerré mi cuaderno con
un golpe, sorprendiendo a los demás, y empaqué mis cosas.
—¿A dónde vas? —exigió Andrew.
—A casa.
—Estamos a un final de la graduación.
Le di una palmada en el hombro.
—No tengo dudas de que pasarás con los colores adecuados.
Andrew me sacudió.
—Imbécil.
Sonreí.
—Señoritas. Ha sido un placer.
Afuera, saqué mi teléfono y llamé al Serenity Spa. La mujer presumida
de la recepción me dijo que Darlene ya se había ido.
131
—Temprano —añadió sorbiéndose los mocos.
Tenía el número de teléfono de Darlene programado en mi memoria
fotográfica, pero no quería llamarla o enviarle un mensaje. Quería verla,
hablar con ella en persona cuando diera el monumental paso, que cambiaría
mi vida, de pedirle una cita a una mujer.
Jackson se cagará en el pantalón.
Me reí de mí mismo, y llamé a Elena. Después de preguntar por Olivia,
hice lo que pude para sonar más informal que nunca.
—¿Ha vuelto Darlene a casa por casualidad?
—Lo hizo —dijo Elena—. Dejó más galletas con chispas de chocolate
para los niños al salir. Es una chica muy amable.
—¿Sabes a dónde iba?
—No, pero parecía vestida para practicar su baile.
—Bien. Bien, gracias, Elena. Estaré en casa a tiempo esta noche.
—No hay prisa, querido. No hay prisa en absoluto.
Rápidamente recordé a Darlene y mi conversación en el parque. Había
dicho que ensayaba en la Academia Americana de Danza. Busqué la
dirección en mi teléfono y me dirigí al Muni.
No había nadie en la recepción de la Academia, pero un plano del
edificio en la pared me guio a las salas de ensayo. Me dirigí por el prístino
pasillo blanco, pasando por las puertas abiertas de los bailarines de ballet
en una barra y una clase de jazz para parejas mayores. Esperaba encontrar
a Darlene con su grupo de baile.
Estaba sola.
Me quedé sin aliento. Mi corazón se detuvo. Cada parte de mí se congeló
mientras la miraba desde la puerta. Llevaba esa maldita blusa negra con las
correas cruzadas a lo largo de su espalda que hacían que me fuera difícil
pensar. Sus piernas largas estaban desnudas salvo por el pantalón corto
ajustado. Su cabello oscuro se derramaba de una cola de caballo alta. Un
instrumento de sonido New Age sonaba sobre el sistema de sonido, y
Darlene se dobló y desplegó sobre el piso de madera en una serie de
movimientos fluidos.
Estaba hipnotizado, mis ojos la seguían y, cuando se detuvo en seco,
132
me estremecí.
Sacudió la cabeza de lado a lado, como si tuviera el cuello rígido y se lo
frotó con una mano, y luego sacudió los brazos. Escuchó una cuenta interna
en la música un momento, y luego continuó el baile.
Veinte segundos después se detuvo de nuevo y sacudió los brazos,
frustrada, y cruzó hasta un pequeño sistema de sonido contra una pared.
La música se calló, y esa fue mi señal; ya había estado al acecho bastante
tiempo.
—Hola —dije, entrando en la habitación.
Se dio la vuelta y la sonrisa de sorpresa que se le dibujó en la cara fue
como un regalo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—Necesitaba hablar contigo —le dije—, pero me quedé a un lado
observándote. Lo siento, no quiero parecer un acosador espeluznante. Eres
muy buena, Darlene. Increíble, en realidad.
Sacudió la cabeza y sus mejillas se volvieron rosadas mientras
caminaba para encontrarse conmigo en el centro de la habitación.
—No es un buen espectáculo —dijo—. O tal vez podría serlo, pero... —
Suspiró y se frotó los dedos.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunté, indicando sus manos.
—Dios, es mi trabajo en el spa —dijo—. Mi supervisora me dijo que la
rotación era alta cuando empecé a trabajar allí. Ahora sé por qué. Me duelen
las manos todo el tiempo.
—Necesitas un masaje para ti —dije—. ¿No hacen descuentos a los
empleados?
—Lo hacen, pero no me gusta estar allí —dijo Darlene— Nadie es
amigable. No es mi ambiente. Y todos los empleados están estresados y
doloridos. Lo último que queremos hacer es darle un masaje de descuento
a uno de los nuestros.
Extendí la mano y tomé la suya con mías antes de que pudiera
convencerme de no hacerlo. Su mano era de piel suave y hueso delicado, y
le froté suavemente círculos en la palma de la mano con mis pulgares.
—¿Cómo va tu espectáculo? —pregunté—. ¿Tu compañero ha
aprendido a tener cuidado?
—No —dijo, con una pequeña risa—. Es una amenaza, como siempre,
pero creo que he aprendido a bailar a su alrededor. Algunos añadieron
coreografía. Por eso estoy aquí, ensayando sola. Así es más seguro. —Miró
su mano en la mía, y luego volvió a mí—. Eso se siente bien —dijo
suavemente.
Asentí, y solté su mano para tomar la otra, masajeando suavemente y
133
exprimiendo la tensión.
—Me lo pasé muy bien la otra noche —dijo.
—Eras una increíble bailarina en ese entonces, también —dije—. Con
Jackson.
—Quería bailar contigo.
—No soy bueno.
—Apuesto a que eso no es cierto.
Sonreí, concentrándome en su mano. Si mirara su hermoso rostro tan
cerca del mío no haría lo que vine a hacer.
—Estoy bastante seguro de que el único movimiento que podría hacer
es el bajón.
—Un bajón es fácil —dijo Darlene—. Todo lo que tienes que hacer es
estar ahí para la mujer. Sujetarla. Asegurarte de que no se caiga.
Poco a poco, levanté mis ojos para encontrarse con los suyos.
—Quiero intentarlo.
Nuestras miradas se mantuvieron por un momento, con el aire espeso
entre nosotros. Darlene se acercó a mi espacio, y mis sentidos se vieron
abrumados por el calor de su cuerpo y el perfume de su piel; margaritas
teñidas con la sal de su sudor.
Su boca se encontraba a centímetros de la mía mientras me rodeaba el
cuello con sus brazos. Sus pechos se apretaban contra mi pecho.
—Sostén tu brazo derecho en ángulo —dijo. Su aliento era dulce contra
mi mejilla.
Hice lo que me dijo y, sin esfuerzo, enganchó su pierna para que mi
brazo la sostuviera bajo la rodilla.
—Haz un ángulo recto con tu otro brazo —dijo.
Lo hice, creando un marco de brazos rígidos alrededor de ella.
—¿Me tienes? —preguntó.
—Sí —dije, echando una mirada atrevida a sus ojos—. Te tengo.
Una sonrisa se extendió por sus labios y, lentamente, con movimientos
precisos pero fluidos, se inclinó de nuevo sobre mi brazo, con sus manos
alcanzando el suelo mientras su pierna, enganchada en mi otro brazo, la
anclaba. La vi doblarse, vi cómo sus pechos se tensaban contra el material
negro de su camisa mientras fluía hacia atrás como el agua. Estiró su otra
pierna detrás de ella, abriéndolas, y las puntas de sus dedos le rozaron el
pie.
Instintivamente, doblé mi rodilla para bajarla más, manteniendo mis 134
brazos rígidos como un andamio mientras ella fluía y refluía a mi alrededor.
La sostuve firmemente un largo momento, y luego me enderecé
lentamente. Ella se acercó a mí, con gracia en mis brazos, y nuestras
miradas se encontraron. Su pierna bajó pero sus brazos seguían alrededor
de mi cuello. Los míos fueron alrededor de su cintura.
—¿Cómo fue eso? —susurré con mi boca a centímetros de la de ella.
—Perfecto —dijo.
La vi formar la palabra. Sus dientes rozaron su labio inferior sobre la
“f” y entonces tuve que tenerla. Sin pensarlo ni dudarlo, puse mi boca sobre
la suya.
Dio un pequeño grito y sus labios se separaron para mí. Profundicé el
beso mientras me preguntaba cómo había vivido veinticuatro años sin
haberla besado antes.
Besar a Darlene era besar todo de ella. Probé la dulzura de ella, la
energía que ponía en su arte. Su aliento llenó mi boca y la inhalé.
Esto es vida.
Mi lengua se deslizó contra la suya, y su sabor fue directo a mi cabeza
como un trago de whisky. Ella gimió, no en silencio, y yo también me tragué
eso.
Nuestros suaves besos se volvieron más duros y necesitados. Quería
devorarla, cada respiración, cada toque... mis manos rozaban su espalda,
su culo, para llenar mis manos con ella. Sus dedos se deslizaron por mi
pecho y luego volvieron a subir alrededor de mi cuello y hasta mi cabello,
para acercarme más. Su pierna se enganchó alrededor de mi cintura esta
vez y se apretó, presionándose contra la erección que se tensaba contra mis
vaqueros. En cada centímetro eléctrico de su cuerpo sentí lo mucho que me
deseaba.
La besé hasta casi morderla, y mi imaginación febril quiso saber cómo
sería tenerla, esta mujer, en mi cama, debajo de mí y desnuda. Quería toda
su piel sobre la mía y los suaves gemidos que hacía ahora se convirtieron
en gritos bajo mis manos, mi boca, cada parte de mí tocándola toda.
—Dios, Darlene —dije sin aliento entre los besos. Mis manos se
enredaron en su pelo, para inclinar su cabeza, para besarla más—. Te deseo,
ahora mismo.
Ella asintió contra mis labios.
—Sí, yo también. Mucho —murmuró.
Voces sonaron en el pasillo fuera de la puerta abierta, alejando el
momento. Con esfuerzo, me separé de ella pero me mantuve cerca, sintiendo
su aliento en mis labios que estaban mojados con su beso.
—Deberíamos parar —dije, esforzándome por recuperar el aliento—. 135
Esto no es por lo que estoy aquí. Para follar. No quiero simplemente
enrollarme contigo. Te deseo. Joder, nunca he deseado a nadie más. Pero
quiero salir contigo. Una cita de verdad. Suena loco, pero nunca lo he hecho.
Sus ojos eran vidriosos y brillantes de deseo.
—Yo tampoco. No al principio, quiero decir. Siempre empieza con esto.
Pero Sawyer...
—Quiero que tengas más —dije. Me alejé y aspiré un poco de aire—.
¿Cenarás conmigo? Esta noche, si puedes. ¿O mañana?
—No puedo mañana —dijo, y la brillante luz de sus ojos se iluminó con
algo como el miedo—. Pero esta noche es poco tiempo. ¿Qué pasa con Olivia?
—Yo me encargo —dije.
El impulso de tocarla de nuevo era como un hambre en todo mi cuerpo.
Pero si lo hiciera no saldríamos de esta habitación.
—Haré las reservas —dije—. En algún lugar agradable.
—No muy agradable —dijo rápidamente—. No quiero que te gastes
mucho dinero en mí.
—Sí. Quiero llevarte a un lugar lo suficientemente agradable donde
puedas llevar otro vestido como el que llevaste el sábado —dije—. Algo que
hará que todos los hombres de la habitación ardan de celos.
La sonrisa de Darlene era temblorosa. Abrió la boca para hablar y me
atreví a tomar su cara y besarla de nuevo.
—Esta noche. ¿A las siete en punto? Una cita de verdad. ¿De acuerdo?
Ella asintió y, con supremo esfuerzo, me alejé y me fui a casa, hacia
algo más.
136
Darlene
D
e camino a casa desde la Academia de Danza, abrí los contactos
de mi teléfono cien veces para llamar a Max. Cada vez, mi pulgar
pasó por encima del botón de llamada, y cada vez me acobardé.
Ya sabes lo que te dirá que hagas. Dirá que tienes que decirle la verdad
a Sawyer.
Cerré los ojos con fuerza mientras el Muni retumbaba y se balanceaba
debajo de mí.
Con cada bloque que pasaba, mi resolución crecía y disminuía. Sí,
Sawyer se merecía la verdad, y empecé a pedirle a Max apoyo moral en ese 137
esfuerzo. Al instante siguiente, el pensamiento de que Sawyer me odiaría me
llegó, y aparté el teléfono.
En vez de eso dejé que mis dedos tocaran mis labios, donde todavía
podía sentir el beso de Sawyer. Nuestro primer beso. Mi corazón se estrelló
contra mi pecho ante la memoria sensorial.
La boca de Sawyer en la mía era exactamente como la había imaginado
y nada para lo que me hubiera preparado. Suave y duro. Dulce y masculino.
Exigente y generoso al mismo tiempo. Quería más de sus besos, su cuerpo
sujetando el mío fuertemente contra él. Pensé en cómo me miraba...
No me mirará de la misma manera si se lo digo.
Cuando llegué a la victoriana, mi estómago era un nudo de nervios, la
preocupación mezclada con mariposas de emoción. Subí corriendo los dos
tramos de escaleras hasta mi casa, esperando que el esfuerzo quemara la
ansiedad y supiera qué hacer.
—¿Por qué tengo que decírselo? —le pregunté a mi estudio vacío—. ¡No
hay ninguna razón! Está en el pasado y ahí es donde debe permanecer.
Me di una ducha caliente, frotándome la piel con una esponja, como si
pudiera borrar los susurros de la memoria que se encontraban allí; de las
noches que pasé en el catre de una celda o en la cama de un hospital con
un goteo intravenoso en el brazo para sacar la heroína...
A pesar de que las drogas ya se habían ido, la vergüenza que dejaban
atrás dolía de muchas maneras.
Salí con una nube de vapor, me envolví en una toalla y agarré el
teléfono. Antes de poder detenerme, toqué el número de Max.
—Hola, habla Max.
—Hola, soy yo.
—Hola, yo. ¿Qué tal?
—Sawyer me besó —le dije—. Y tenemos una cita esta noche. Sólo
pensé... como mi patrocinador, deberías saberlo.
Un silencio.
—¿Estás ahí?
—Estoy aquí —dijo lentamente—. Procesando. ¿Hay algo más que
quieras decirme?
—No. Eso es todo. —Me envolví un mechón chorreante alrededor del
dedo—. Me va a llevar a cenar. Oh, y también fuimos a bailar el sábado por
la noche. Fue divertido. No es gran cosa.
¿Ves lo bien que estoy lidiando con esto?, quería gritar.
—Está bien.
Max no había podido librarse de su turno el lunes por la noche y se 138
había perdido la reunión de NA conmigo. Lo consideré una suerte en ese
momento, pero ahora deseaba que hubiera estado allí. Deseaba haber
hablado.
Desearía poder hablar.
Un pequeño sollozo salió de mí, y la bravuconada fingida se desbordó
con él. Me hundí en mi pequeño sofá.
—Joder, Max, esto es una mierda.
—Lo sé —dijo—. Dímelo.
—Quiero hacerlo. Quiero ser honesta. Lo quiero. Por eso tengo el
estómago hecho un nudo, ¿no? Sawyer no es como cualquier otro hombre
con el que haya estado. No sólo me siento atraída por él, Max. Me gusta.
Mucho. De una manera diferente de la que jamás... me ha gustado un
hombre. Y su pequeña niña... —Me saltaron las lágrimas a los ojos—.
También me gusta. Mucho. Y quiero...
—¿Qué, Dar? —preguntó Max con delicadeza—. ¿Qué es lo que
quieres?
Todo.
—No lo sé —dije. Me limpié los ojos, irritada—. Odio que, sin importar
lo que haga, siempre seré esa chica. La chica que fue débil y triste. Que tenía
este gran agujero de necesidad en ella, y lo llenó con una mierda terrible. ¿Y
sabes qué? Las drogas se han ido pero la necesidad sigue ahí, y las cosas
buenas con las que quiero llenarlo están justo delante de mí, pero tengo
miedo de agarrarlas. —Mi voz se volvió pequeña y lloros—. Tengo miedo,
Max, de que me odie.
—Si es un buen tipo no te odiará, Dar. Pero tienes que decírselo. No
sólo para que viva con tu verdad, sino para que tú también lo hagas. Es
justo para él y es justo para ti. Mereces ser amada como eres, Darlene. No
en pedazos.
Me sorbí los mocos.
—¿Cómo es que no me dices que cancele la cita? ¿Que me olvide de
todo esto y siga con mi boicot a los hombres por un año?
—Expectativas poco razonables... —dijo suavemente—. Además,
decirte que no ames es como privar a una flor de la luz del sol. No estás
destinada a ser contenida, Darlene. Sería un crimen contra la humanidad.
Sólo hazlo honestamente, ¿de acuerdo? Y luego cuéntamelo todo. Luego
cuéntaselo al grupo en la reunión de mañana por la noche.
Asentí al teléfono, con mis lágrimas ardiendo en mi mejilla.
—Dios, esto es difícil. —Resoplé un suspiro—. ¿No puedo acostarme
con él primero?
Max se rio.
—Vas a estar bien, lo prometo. ¿Bien?
139
—Bien. Debería irme. Tengo que prepararme para esta cena. ¿Qué te
pones para decirle a un futuro fiscal criminal que eres un ex criminal?
—Algo con patrones audaces. Tal vez volantes...
Me reí entre mocos.
—Llámame más tarde, Dar.
—Lo haré.
Colgué y me quedé mirando el teléfono. Luego me vestí para mi primera
y probablemente última cita con Sawyer Haas.
149
Sawyer
V
olví a la victoriana solo, maldiciéndome por dejar que toda la
noche se desmoronara; la ruina de lo que tenía las
características de una noche perfecta era un trago amargo que
no podía tragar. Nunca me había permitido que me importara una mujer.
La muerte de mi madre hizo que me importara demasiado pareciera una
proposición peligrosa. Ya vivía con el constante temor de que Molly
apareciera en cualquier momento e intentara luchar conmigo por Olivia. Ese
tipo de tensión en mi corazón ya era demasiado, pero Darlene...
—Joder —murmuré. 150
Había superado todas mis defensas habituales, así que ahora la mera
idea de ella con otro hombre era como un maldito cuchillo en mi pecho.
Estaba disgustada y te fuiste.
Instintivamente, la jaula de acero alrededor de mi corazón se estaba
resucitando, reformándose minuto a minuto. Me dije que había sido
estúpidamente optimista. Quité el ojo del premio y me golpearon el culo por
ello.
Henrietta había planeado quedarse con Olivia toda la noche, pero fui a
buscarla, murmurando alguna excusa sobre que Darlene estaba mal y tuvo
que cancelar.
Llevé a mi hija a casa, le di la cena y la acosté.
—Sólo tú y yo —le dije, alejando los rizos marrones de sus ojos mientras
se dormía—. Voy a cuidar de ti, Livvie. Estamos casi en la línea de meta,
¿no?
Me puse un pantalón de dormir y una camiseta, y me senté en mi
escritorio, con mis materiales de estudio delante de mí. Tenía un último
final, la tarea del juez Miller, y el maldito examen del colegio de abogados.
No necesitaba más distracciones.
Intenté concentrarme en mis estudios, pero mi estúpido corazón se
sintió herido, y cuando oí sus pasos en las escaleras subiendo luché contra
el impulso de salir corriendo de mi silla y enfrentarme a Darlene. O
consolarla. No sabía cuál de las dos cosas.
No sabía ninguna de las dos cosas.
—Que me jodan —murmuré.
Abrí mi laptop con el documento que había empezado para la tarea del
juez Miller cuando escribir a mano no funcionaba. Escribir a máquina
tampoco funcionaba.
Quería vida. La explosión más brillante de vida que conocía estaba
justo encima de mí, y yo aquí abajo, temeroso de lo mucho que quería estar
con ella, sabiendo muy bien cómo las cosas, y las personas, que más nos
importan pueden desvanecerse ante nuestros ojos.
Me fui a la cama y estuve dando vueltas toda la noche.
A la mañana siguiente, me levanté a rastras para prepararnos a Olivia
y a mí para el día.
—¿Todo bien, querido? —me preguntó Elena cuándo le dejé a Livvie.
—Bien —dije. Besé a mi hija—. Pórtate bien. Te quiero.
—Kero, papi —dijo Olivia. Desde los brazos de Elena presionó la palma
de su mano contra su boca y luego extendió su brazo de forma espástica
para darme un beso.
Me picaban los ojos por las lágrimas cuando me giré para irme.
151
Es la cosa más importante del mundo. Concéntrate en ella.
La idea de tener más felicidad que eso tendría que esperar.
Salí del frente de la victoriana y comencé a bajar las escaleras. Había
un sedán plateado estacionado en la acera de enfrente. Antes de dar un
paso, la puerta se abrió y un hombre que parecía tener unos cincuenta años
salió. Se enderezó su chaqueta azul pálido de traje. Parecía que acababa de
bajarse de un yate.
—¿Sawyer Haas?
Me congelé.
—Sí.
—Un momento.
El hombre abrió la puerta trasera del sedán y una pareja mayor, ambos
con aspecto de tener unos sesenta años, salió. El hombre llevaba pantalón
caqui y una camisa blanca de botones, y la mujer un vestido lavanda. El sol
de junio brillaba sobre su Rolex de oro y brillaba en sus orejas con tachuelas
de diamantes. Se pararon mano a mano en la acera, con sonrisas nerviosas
en sus rostros.
—Hola —dijo el hombre—. Me llamo Gerald Abbott y esta es mi esposa,
Alice. Somos los padres de Molly.
La sangre se drenó de mi cara.
Los padres de Molly. Molly. Está aquí. Ha vuelto y ahora...
—Este es nuestro abogado, el señor Holloway —dijo la mujer, Alice,
indicando al hombre del traje oscuro.
—Señor Haas. —El señor Holloway me extendió la mano.
Se pararon en la parte inferior de las tres escaleras, yo en la parte
superior. Le devolví la mirada sin tomarla.
—¿Qué quieren?
Gerald y Alice intercambiaron miradas de dolor, un dolor compartido
que sólo ellos conocían. No podían hablar, así que su abogado habló por
ellos.
—Molly desafortunadamente ha fallecido —dijo Holloway.
Me enfrié por completo mientras sudaba al mismo tiempo, mientras mi
cuerpo trataba de procesar las miles de emociones conflictivas que me
atravesaban con esas palabras.
—¿Está... muerta?
Asintió.
—Sí. Un accidente de auto.
Alice metió su mano en la de Gerald e intercambiaron una mirada de 152
dolor que fue breve pero profunda.
—¿Qué pasó?
—Accidente de auto.
—¿Cuándo? —dije ahogadamente.
—Hace seis meses.
Mis ojos se abrieron de par en par entre Gerald y Alice Abbott, y sentí
que no podía moverme, que no debía moverme, desde la entrada de la casa.
Tenía que vigilarla. Porque Olivia estaba dentro y ellos aquí.
—Estamos aquí —dijo Holloway, con cada palabra como un cuchillo en
mi pecho—, para hablar de los acuerdos de custodia de la hija de Molly, la
nieta de mis clientes, Olivia Abbott.
Sawyer
J
ackson colgó el teléfono y lo tiró en la mesa de café.
—No es la mejor noticia. El oficial dijo que como Molly es
adulta y se fue por voluntad propia, no está técnicamente
“desaparecida”.
Levanté la vista del bebé en mis brazos tomando un biberón que Molly
había dejado en la gigantesca bolsa de pañales.
—Abandonó a Olivia —dije—. Tiene que ser ilegal. Has terminado la
sección de Derecho Familiar. Cuéntame. La localizarán por abandono de
niños, ¿verdad? 153
Jackson se frotó la barbilla.
—Las leyes de refugio seguro la protegen. No puede ser arrestada. Si
deja al bebé con un padre, se considera abandono legal después de seis
meses. Si la deja con un no-padre, tal vez también contigo, es un año.
—No puedo hacer esto solo.
—Puede que no tengas que hacerlo en absoluto —dijo Jackson, con su
Mac abierto en su regazo—. Venden pruebas de paternidad en Walgreens. No
es legal para ningún cargo oficial, pero es exacto. Al menos sabrás si Molly
estaba diciendo la verdad. Y, si estaba mintiendo, lleva al bebé a la fiscalía y
vuelve a tu vida.
Eché un vistazo a Olivia. Pensé en volver a mi vida. Como si nada hubiera
pasado. Me tragué el súbito nudo en mi garganta.
—¿Cuánto tiempo tarda la prueba?
—Tres días desde el momento en que lo envías al laboratorio —dijo
Jackson—. Es bastante sencillo.
—La prueba no le hará daño, ¿verdad? —pregunté—. Si tengo que
sacarle sangre o pincharle el dedo, olvídalo.
—No, hombre, algodón en la mejilla.
Asentí. El bebé se movió e hizo un pequeño sonido mientras comía. La
acomodé mejor en mis brazos. Alrededor de mí, los restos de la fiesta se
encontraban esparcidos en la mesa de café y en el suelo. El biberón de Olivia
de esta mañana estaba junto a una cerveza vacía.
Yo seguía con mi traje de Hombre de Negro. Había tenido que dormir con
Olivia en mi pecho, apoyado en mi cama y rodeado de almohadas, paranoico
por si se deslizaba por mis brazos y despertándome cada vez que se movía.
No tenía lugar para acostarla.
No quería acostarla.
Jackson apagó su portátil.
—Vamos a hacerte la prueba. No tiene sentido entrar en pánico hasta
que sepamos con seguridad qué pasa.
—¿Tres días para los resultados? —dije—. ¿Qué diablos hago mientras
tanto? No tengo nada.
—La llevaremos con mi madre —dijo Jackson con una sonrisa—.
Henrietta te ayudará. —Me dio una palmada en el hombro—. Todo va a estar
bien.
Miré a la gente delante de mi casa.
Todo va a estar bien.
Excepto que, en ese preciso momento, sentía las palabras 154
ridículamente débiles. Apreté mi maletín.
—Señor Haas —dijo el abogado Holloway—. Nos gustaría sentarnos con
usted. Nosotros cuatro.
Mi mirada se dirigió a los Abbott, que me miraban con una extraña
mezcla de tristeza, miedo y esperanza en sus ojos y pintada sobre sus
rasgos.
—Tengo un final esta mañana —dije—. Mi último final para la escuela
de derecho. Es un poco importante.
Los Abbott se tensaron ante mi sarcasmo. Holloway era imperturbable.
—¿Quizás después?
—Después tengo una reunión con mi consejero para firmar los
requisitos de mi graduación. Mi agenda está llena.
—Por favor —dijo Alice—. Sólo necesitamos un poco de tiempo. ¿Una
hora? —Su mirada se dirigió a la casa detrás de mí—. ¿Está ella allí? Nos
gustaría verla...
—No va a pasar —dije, haciéndola estremecerse, y a pesar de mi miedo
hasta los huesos sentí un poco de lástima por ella.
A la mierda, quieren alejarla de mí.
Enderecé mis hombros.
—¿Cómo sé siquiera que son quien dicen ser?
Gerald buscó en el bolsillo su cartera para mostrar la identificación,
mientras Alice sacaba una pequeña pila de fotos de su bolso.
—El señor Holloway dijo que trajera estas. Aquí está Molly de pequeña,
y otra de adolescente. —Su voz se espesó con lágrimas—. Aquí está en su
fiesta de cumpleaños de los dieciséis...
Sostuvo las fotos hacia mí mientras Gerald mostraba su licencia de
conducir. Apenas las miré y no me acerqué más. Volvieron a intercambiar
miradas preocupadas, bajando lentamente los brazos. Holloway se aclaró la
garganta.
—Necesitamos sentarnos, señor Haas. Hoy. Aconsejé a los Abbott que
limiten todo contacto con usted para la audiencia ante el tribunal, pero
insisten en hablar con usted primero.
Una audiencia. Va a haber una audiencia...
Mi corazón cayó hasta mi estómago, pero por fuera mi armadura estaba
puesta, mi cara impasible.
—A las tres en punto —dije rígidamente—. En el Starbucks del mercado
y la octava. Una hora. Traeré a mi abogado.
Dije todo esto como si yo estuviera al mando mientras por dentro sentía
que me estaba desintegrando. 155
—Muy bien —dijo Holloway. Abrió la parte trasera del sedán e indicó
que los Abbott entraran.
Lo hicieron, a regañadientes, ambos con aspecto de querer decir más.
Ambos le dieron a la victoriana una última mirada de anhelo. Después de
que su esposa estuviera en el auto, Gerald Abbott me miró con una mirada
severa.
—Buena suerte con tu examen —dijo, y luego se subió.
Vi cómo se alejaba el sedán. En el momento en que dobló la esquina,
fuera de la vista, me hundí en los escalones, con mi maletín rozando el
cemento a mi lado mientras lo dejaba caer para cubrirme la cara con las
manos. Respiré hondo, buscando la calma cuando el pánico me movía como
un pequeño barco en un vasto océano.
Joder, va a pasar. Y estaba tan cerca. Unas pocas semanas más...
La derrota trató de ahogarme, pero me encogí de hombros. Tenía
derechos. Si los Abbott estaban aquí buscando pelea, se la daría. Daría todo
hasta que no quedara nada de mí.
Livvie...
Saqué mi teléfono del bolsillo de mi chaqueta.
—Jackson —dije, con la voz ronca—. Te necesito.
Nunca había estado más agradecido por mi memoria eidética en mi
vida. El examen de Historia Jurídica Americana era todo nombres y fechas,
estatutos y reglamentos, precedentes pioneros y Padres Fundadores.
Busqué las respuestas en mi base de datos mental y terminé el examen en
tiempo récord.
En la reunión en la oficina de mi consejero, me preguntó dos veces si
necesitaba un vaso de agua y una vez si quería reprogramar cuando me
"sintiera mejor". Me obligué a seguir y aparté mis emociones donde hundían
sus garras en mi espalda y hombros. Debajo de la mesa de conferencias, mi
pierna no dejaba de rebotar.
El día se alargó y aun así pasó volando, y a las tres menos cuarto me
encontré con Jackson en el Starbucks.
—Jesús, ¿quieres calmarte? —dijo mientras esperaba en la fila para
ordenar—. Me está saliendo una úlcera con sólo mirarte.
—Tengo un mal presentimiento sobre esto —dije—. Un sentimiento
jodidamente horrible. Tengo derechos —escupí—. No pueden simplemente
quitármela... 156
—Oye, oye, más despacio —dijo Jackson—. No tenemos ni idea de lo
que quieren todavía.
—Quieren una audiencia, Jax —dije, mirando por encima de mi
hombro a la entrada principal—. Ya está preparado.
—Ya veremos —dijo.
—¿Sabes lo que estás haciendo? Está muy lejos de la ley de
impuestos...
Jackson me miró fijamente con una ceja levantada.
—¿Tienes el dinero para contratar a alguien más? Porque si lo tienes te
daré mi teléfono para que lo llames ahora mismo. Estoy tomando tiempo de
mi trabajo para estar aquí.
—Lo siento —dije, tomando un aliento. Le agarré la mano—. Dios, lo
siento, hombre, de verdad. Confío en ti. Estoy cagado de miedo.
—Sé que lo estás. Adelante, sé un imbécil conmigo si eso ayuda, pero
como tu abogado te aconsejo oficialmente que no seas un imbécil con esta
gente, ¿de acuerdo? Son la familia de Olivia, para empezar. Por otra parte,
atrapas más abejas con miel, o esa mierda.
Asentí distraídamente. Mi mente se tambaleaba, yendo en mil
direcciones diferentes. Un pensamiento sobresalía del resto, en negrita.
Molly está muerta.
Pasé los últimos diez meses rezando para que no volviera a intentar
quitarme a Olivia. Obviamente estaba hecha un desastre la noche en que
me la entregó; borracha y desaliñada, y con aspecto de vivir en su auto. Tal
vez no era la verdadera ella, o había tenido una mala noche, pero esa fue la
instantánea mental que me dejó de ella como madre.
Pero era la madre de Olivia y, en el fondo de mi mente, siempre había
asumido que estaría en la vida de nuestra hija de alguna manera. Ahora eso
había terminado. Nunca tendría que explicarle a Olivia que su madre la
había abandonado. En vez de eso, tendría que decirle que murió.
Ella tampoco tiene madre.
Un profundo dolor para mi niña que añadí al nocivo brebaje de
emociones que se arremolinaban en mis entrañas.
Era mi turno de pedir.
—Tomaré un café grande.
—Descafeinado —le dijo Jackson al camarero, y me hizo un guiño. Su
sonrisa tranquilizadora se desvaneció cuando miró por encima del hombro—
. Estos deben ser ellos.
Miré al frente, donde los Abbott entraban, con Holloway sosteniendo la
puerta para abrirla. 157
—Son ellos —dije.
—Parecen tener dinero —dijo Jackson.
El nudo del miedo se retorció más fuerte. Los Abbott tenían dinero.
Suficiente para luchar contra mí. Suficiente para decirle a un juez que
tenían los medios para darle a Olivia una vida que yo no podía permitirme.
Jackson suspiró y me dio un codazo en el brazo.
—Oye. Estás sacando conclusiones precipitadas en ese gran cerebro
tuyo. Ya basta. Todavía no ha pasado nada.
—Todavía.
Llevamos nuestros cafés a una mesa en el rincón que era lo
suficientemente grande para cinco y esperamos que los Abbott se unieran a
nosotros. Mi pierna también rebotaba bajo esa mesa.
—Señor Haas —dijo Holloway, extendiendo la mano.
Esta vez la estreché, y le di a los Abbott un pequeño saludo con la
cabeza.
—Este es Jackson Smith, mi abogado —dije.
Jackson ofreció su mano y una brillante sonrisa. Se hicieron
presentaciones por todos lados y luego los cinco nos sentamos con bebidas
frente a nosotros que sólo los abogados tocaron. Los Abbott me estudiaron
con esa misma mezcla de esperanza y miedo en sus ojos. Tenían caras
bonitas. Amables. No eran monstruos, sino una abuela y un abuelo. La
abuela y el abuelo de Olivia.
Traté de relajar mi tensa mandíbula y desfruncir mi ceja para parecer
menos idiota junto a la sonrisa amigable de Jackson.
—Iré directo al grano —dijo Holloway—. El señor y la señora Abbott se
enteraron hace poco del fallecimiento de su hija hace seis semanas.
—Siempre había estado huyendo —dijo Alice con voz temblorosa—.
Intentamos darle todo, pero no fue suficiente.
Gerald cubrió la mano de su esposa.
—No la habíamos visto en mucho tiempo. No teníamos ni idea de que
había tenido un accidente. Tampoco sabíamos que había tenido un bebé.
—No sabíamos nada —dijo Alice—. Tanta alegría y tristeza a la vez...
Jackson asintió comprensivamente.
—¿Y cuándo, exactamente, se enteraron de que tenían una nieta?
—Hace dos semanas —respondió Holloway—. A través de un amigo de
la difunta señorita Abbott.
Alice se enderezó, implorándome con los ojos mientras hablaba.
—Tan pronto como lo supimos, quisimos ver a Olivia. Ser parte de su 158
vida.
—¿En qué calidad? —preguntó Jackson. Miró a Holloway—. ¿Qué es
esto que oigo sobre una audiencia?
Holloway entrelazó sus manos sobre la mesa, con su reloj de oro
brillando al sol junto con su anillo de oro.
—El amigo de Molly nos informó que el certificado de nacimiento de
Olivia está probablemente en su posesión. ¿Es eso cierto, señor Haas?
Mi corazón hizo un lento giro en mi pecho. Asentí.
—¿Y su nombre figura como el padre?
—No, no lo está —dije lentamente—. No hay ningún nombre ahí. Está
en blanco.
Holloway asintió.
—¿Supongo que se ha hecho un test de paternidad?
Le eché un vistazo a Jackson. Asintió. Una vez.
—Sí. Unos días después de que Molly dejara a Olivia conmigo. Es mi
hija. Y no diré una palabra más hasta que me digan lo que quieren.
Holloway abrió la boca para hablar, pero Alice le puso la mano en el
brazo.
—Espera, por favor. Esto no está saliendo del todo como esperaba. Tal
vez fue un error meter a nuestros abogados en esto tan rápido. —Me miró—
. ¿Podemos verla? Nos gustaría verla. —Su voz se tambaleó, al borde de
romperse—. Nuestra hija se ha ido. Nuestra única hija. Todo lo que nos
queda de ella es Olivia. Nos gustaría pasar algo de tiempo con ella y quizás...
conocernos mejor. Y a ti, pero en un ambiente más cálido.
Miró a Jackson cuando mi mirada dura la calló.
—¿Es esto posible?
—Permítame consultar con mi cliente.
Jackson me llevó a la acera de afuera.
—No estás causando una gran impresión.
Apreté los dientes.
—Jackson...
—Lo sé. Nos ocuparemos de eso más tarde. Por ahora, que vean a
Olivia. Haz lo que dijo; llega a conocerlos. No parecen ser malas personas.
—Ladeó la cabeza—. ¿No quieres una familia para Olivia?
—Sí, la quiero, pero en mis términos —dije. Tomé el brazo de mi amigo
y lo agarré fuerte—. Se queda conmigo, Jax. Haz lo que creas que es correcto.
Si quieren venir a verla, bien. Pero quiero la custodia completa. Me voy a
quedar con la custodia completa. Pueden visitarla, pueden tener un fin de 159
semana, tal vez una semana en verano, pero no me la quitarán.
La expresión de Jackson no mostraba ningún rastro de su habitual
alegría. Agarró mi hombro y me miró a los ojos con una mirada intensa e
inquebrantable.
—Haré lo que pueda, Sawyer, pero puede que no dependa de nosotros
—dijo—. Y lo sabes.
165
Darlene
M
e limpié un chorro de sudor de la frente, y luego me puse las
manos en las caderas para recuperar el aliento. Ryan, mi
compañero, gritaba a mi lado, y luché contra una ola de
irritación. Había dado tres señales equivocadas durante el recorrido, casi un
cabezazo, otra vez y, con el espectáculo a una semana de distancia, su
torpeza no sólo era molesta, sino que iba a hacer que el resto de nosotros
quedáramos mal.
Ya quedábamos mal.
Odiaba pensarlo siquiera, pero el espectáculo carecía completamente 166
de inspiración y, en mi humilde opinión, Anne-Marie, la bailarina principal,
era de madera y mecánica. Peor aún, era el tipo de persona que pensaba
que ya no le quedaba nada que aprender en la danza, o en la vida en general.
El tipo de persona que empezaba casi cada frase con "sé".
Greg y Paula habían observado desde las sillas plegables en la cabecera
de la sala de prácticas de la Academia de Danza. Se movían en sus asientos
como si estuvieran sentados en astillas. Debería haber habido un aire de
emoción palpable tan cerca de la noche de apertura. En cambio, los seis
bailarines éramos como postes eléctricos, llenando la sala de tensión
nerviosa.
El director y la directora de escena juntaron sus cabezas un momento.
Anne-Marie lanzó su rubia cola de caballo sobre su hombro.
—¿Y bien? —exigió—. ¿Vas a darnos notas, o qué?
Greg y Paula murmuraron y asintieron, habiendo llegado a algún tipo
de acuerdo.
—Es... bueno —dijo el director—. Está saliendo bien. Pero es corto,
incluso para una exhibición.
—Lo cronometramos a veintisiete minutos —dijo Paula—. Treinta sería
mejor.
—Necesitamos un acto más para llenar el tiempo —dijo Greg—.
Darlene.
Mi cabeza se levantó de golpe.
—¿Qué?
—Nos gustaría que interpretaras tu pieza de la audición. Como un solo.
Mi mirada se dirigió inmediatamente a Anne-Marie, que jadeó
audiblemente.
—Estamos a una semana —dijo—. No puedes cambiar todo el
programa.
—No vamos a cambiar todo el programa —dijo Greg—. Necesitamos un
acto más. Un relleno de tiempo, en realidad.
Oh, ¿es eso lo que soy?, quería decir... A decir verdad, entre la amenaza
que era mi compañero y la frialdad del resto de la compañía, las palabras lo
dejo se tambalearon en mis labios. Pero intenté ser profesional y no
renunciar a algo sólo porque no era lo que esperaba. Y no iba a dejarlos en
una situación así tan cerca de la noche del estreno.
—¿Darlene? —preguntó Greg—. ¿Puedes?
—Umm. —Le eché un vistazo a Anne-Marie, que me estaba lanzando
dagas envenenadas con la mirada—. ¿Estás seguro?
—Lo pondremos entre Entendre y Hojas de Otoño.
167
—Bien, supongo que podría hacerlo.
—Esto es ridículo —dijo Anne-Marie—. ¿A quién le importa si nos faltan
tres minutos?
Greg fingió no haberla escuchado.
—Tomen sus posiciones para el final de Entendre, y luego Darlene...
—El ensayo ha terminado —dijo Anne-Marie—. Tengo que estar en otro
lugar.
Voló hacia la pared para agarrar sus cosas y se dirigió hacia fuera. Los
otros bailarines arrastraron los pies hasta que Greg los despidió a ellos
también.
—Bien, se acabó el tiempo. Tendremos las pistas de música preparadas
para el ensayo de mañana entonces —dijo Greg con rigidez, tratando de
mantener su autoridad—. ¿Estarás lista? —me preguntó, y vi la chispa de
nervios bailando detrás de sus ojos.
—Claro, no hay problema —dije—. Me quedaré aquí un poco más y
pasaré tiempo extra.
Y tratar de convertir mi improvisación en una rutina.
Greg dejó salir un suspiro.
—Bien. Está bien entonces.
Se fue y Paula se acercó a mí.
—Anne-Marie realmente quería ser la única solista.
—Me di cuenta.
—Gracias por tomar el peso en tus hombros.
Sonreí.
—No es horrible tener un solo en un currículum.
—Sí, bueno, lo necesitamos. El programa lo necesita. Una chispa.
Habiendo visto todo el ensayo. —Se mordió las palabras con un suspiro—.
De todos modos, gracias.
—No hay problema.
Después de que todos se fueran, me paré en el centro de la habitación
y miré a la chica en la pared de espejos.
—Persistencia —murmuré.
No lo dejé, y obtuve un solo de ello.
Si le dijera a Sawyer la verdad.
¿Qué sacaría yo de eso?, me pregunté. ¿Recriminaciones o aceptación?
Le di al play en mi aplicación musical y Marian Hill hizo su pregunta. 168
Pero no pude responder. No estaba ni abajo ni arriba. Estaba en el limbo,
incapaz de moverme. Mi cuerpo se puso rígido de repente por todas las
palabras que tenía que decir, y empecé a ver por qué había dejado de bailar
cuando empezaron las drogas; cuándo había empezado a mentirles a mi
familia y amigos sobre lo que hacía y a dónde iba. Bailar era mi forma
honesta de ser. Mi cuerpo decía la verdad de la música, y no podía hacerlo
mientras estuviera lleno de mentiras.
Probablemente fuera tan rígida y mecánica en el ensayo como Anne-
Marie.
Tomé el Muni a casa, me duché, e hice la cena. Siempre haciendo algo,
nunca dejándome detenerme y pensar. Mientras lavaba los platos de la
cena, me llegó un mensaje de Max.
¿Y bien?
Me mordí el labio y escribí: Todavía no.
¿Cuándo?
Esta noche. Después de que su hija se vaya a la cama.
Mierda. Ahí estaba, en blanco y negro.
Hubo una breve pausa y luego Max respondió: Nunca te arrepientas de
ser honesto. Punto. -Taylor Swift
Me reí, y fue como un suspiro de alivio.
No puedes discutir con T-Swift, escribí.
No, no puedes, respondió Max. Llámame cuando quieras si lo necesitas.
Le sonreí a mi amigo, que se iba a mudar a Seattle en cualquier
momento y me dejaría en paz. Lo haré. Te <3
Te quiero, D.
Me puse el teléfono contra el pecho. No era un abrazo, pero era lo
siguiente mejor.
A las once y media, vestida con un suave pantalón corto y una camiseta
blanca, me dirigí a casa de Sawyer. Iba a traer algo de comida para él y
Livvie, pero cambié de opinión. No quería fingir; no había otra razón para
estar allí que decirle la verdad.
Mi pulso se puso nervioso cuando golpeé ligeramente su puerta. Se 169
abrió después de unos agonizantes treinta segundos en los que casi escapé.
Dos veces.
Sawyer estaba allí con lo que yo llamaba su camiseta de cuello en V y
su pantalón de franela a cuadros, aunque no parecía que hubiera dormido
con ellos. Tenía ojeras que estaban inyectadas en sangre. Por una fracción
de segundo, los charcos oscuros de ellos se iluminaron al verme, y luego se
desvanecieron de nuevo.
—Hola —dijo.
—Hola. ¿Es un mal momento?
—Puedes entrar. —Abrió la puerta con un empujón y luego se dio la
vuelta para entrar—. ¿Quieres algo? ¿Algo para beber?
—No, estoy bien. —Cerré la puerta detrás de mí—. Vine aquí para
decirte lo que debí haberte dicho la otra noche. —Tomé una respiración
tranquila y empecé con la parte fácil—. No estoy viendo a nadie más, lo
prometo. Max es sólo un amigo.
—Bien —dijo. Sawyer se movió lentamente hacia su escritorio. Se
desplomó en la silla y se cubrió los ojos con la mano.
¿Tan destrozado está por nuestra cita fallida?
A una parte egoísta de mí le gustaría pensar importarle tanto, pero no,
tenía que ser algo grande, como que suspendió un examen final o que el juez
eligió a alguien más para el puesto de secretario que necesitaba. De repente
me pareció horriblemente fuera de lugar hablar de mí cuando estaba tan
obviamente molesto
No sólo molesto. Devastado.
Mi miedo por mí mismo se transformó en miedo por él.
—Sawyer, ¿estás bien? —Me moví para pararme al otro lado de su
escritorio—. ¿Qué ha pasado?
Sawyer dejó caer la mano de sus ojos como si fuera muy pesada, y luego
pasó por encima de su escritorio para tomar un pedazo de papel doblado.
Lo acercó más a mi lado del escritorio y se desplomó en su silla.
Lo tomé y lo leí, mi corazón latía más fuerte con cada palabra, y luego
lo miré fijamente, incrédula.
—¿Una audiencia? ¿Para la custodia de Livvie? —El papel temblaba
como una hoja en mis manos—. ¿Quién... quiénes son estas personas?
—Los abuelos de Olivia. —Cada frase salió aburrida y cortante—.
Estuvieron aquí con su abogado. Tienen dinero. Mucho. Conocieron a Olivia
y quieren la custodia.
Dejé que el aviso de la audiencia se remontara al escritorio.
—Pero no pueden hacer eso —dije—. Tú eres padre. No pueden
simplemente... quitártela. 170
Sawyer se cubrió los ojos de nuevo y yo corrí hacia él, me coloqué detrás
de su silla y lo rodeé con mis brazos. No se movió, pero me dejó sostenerlo
y luché para no estallar en lágrimas.
—Todo va a estar bien —susurré—. Tiene que estarlo. Eres bueno para
ella.
Me enderecé y, sin pensarlo, mi cuerpo cargado de pánico que
necesitaba canalizar, le froté la espalda, hablando y amasando sus
músculos que sentía como piedras bajo mis manos.
—Tiene que haber una ley, ¿verdad? No pueden irrumpir aquí y
quitártela.
—No es tan simple —dijo Sawyer, con la voz ronca.
—Pero no tiene ningún sentido...
—Hay circunstancias, Darlene.
—¿Qué clase de circunstancias permiten a los abuelos alejar a un bebé
de su padre?
—No soy su padre.
Me tambaleé, sus palabras me hicieron retroceder un paso de su silla.
Sentía como si el aire hubiera sido eliminado de la habitación.
—¿Qué... qué estás diciendo? Por supuesto que sí.
Sawyer miró a su alrededor, a mí, sacudiendo la cabeza
miserablemente.
—No lo soy. Me hice una prueba de paternidad cuando Molly la dejó
conmigo. No soy compatible, pero no importa. Incluso después de sólo unos
pocos días de tenerla en mi vida, era mía. Intenté llevarla a la fiscalía con
Jackson. Trató de convencerme de que era lo mejor, que estaba loco por
tratar de criarla solo. Pero no pude hacerlo. Molly me dijo que era mía y así
es como yo la veía. Todavía lo hago. En mi corazón y en mi puta alma, ella
es mía y la amo.
Se mordió las palabras, luchando por el control.
—No me importa lo que diga un maldito estúpido test. Sólo importa lo
que siento. —Sacudió la cabeza, y una risa dura y amarga se liberó—. Pero
resulta que eso tampoco importa. El tribunal va a pedir otra prueba de
paternidad. Los Abbott exigirán una y, cuando los resultados salgan, la
perderé.
Puse mis manos sobre sus hombros, sacudiendo la cabeza.
—No. No pueden hacer eso. No después de tanto tiempo. Te llama papá.
—Me mordí mis propias lágrimas—. Porque eres su papá y tienen que ver
eso. Tienen que hacerlo.
Sacudió la cabeza y se hizo un pequeño silencio. Me recompuse y los
hombros de Sawyer se levantaron y cayeron bajo mis manos mientras 171
respiraba profundamente para recomponerse.
—¿Tienes ayuda? ¿Un abogado?
—Jackson.
Me mordí el labio.
—Él hace impuestos...
—No puedo permitirme a nadie más. Y confío en él.
—Bien. Bien, bien.
Seguí masajeando a Sawyer, trabajando en sus hombros; en los nudos
enroscados de la preocupación de que su más profundo temor se hiciera
realidad. Todo su cuerpo tarareaba con tensión y me sentía impotente para
hacer cualquier cosa por él excepto esto. Clavé mis pulgares en los duros
músculos de su espalda, trabajando en círculos sobre sus omóplatos y luego
de vuelta, sobre su clavícula.
Durante largos momentos hubo silencio. No sabía qué más hacer o
decir. Sólo podía intentar aliviar su dolor de alguna manera, porque no tenía
nada más.
Sawyer no se movió y me pregunté si se había dormido, con la barbilla
en el pecho. Entonces su mano se levantó para tomar una de las mías.
Presionó mi palma contra sus labios y yo tomé un aliento mientras el beso
se deslizaba por mi brazo, poniéndome la piel de gallina, y luego se extendía
sobre mi hombro y mi pecho como una llama.
Sawyer giró mi mano y me besó la parte trasera, y luego la sostuvo
contra su mejilla, sin decir nada. Mi corazón dio un fuerte golpe cuando me
puso delante de él, y luego sentada de lado en su regazo.
Cara a cara, y tan cerca, era impresionante, pero sus ojos eran pesados.
Levanté las manos y continué el masaje, presionando círculos a ambos lados
de su cara, en la bisagra de su mandíbula, debajo de sus ojos, su frente.
Luego rocé con mis uñas el largo de los lados de su cabeza, justo encima de
sus orejas, una y otra vez.
Nuestras miradas nunca se separaron, compartimos un aliento, y
entonces su mano estaba en mi muslo. La otra se deslizó para sostener mi
mejilla, e incluso ese pequeño toque lo sentí en todas partes. Me asustaba
lo mucho que lo quería.
—¿Ayudó? —pregunté—. Quiero ayudar.
Asintió.
—Eres lo mejor de mi vida ahora mismo, Darlene —dijo roncamente—.
La única cosa buena.
Y luego me besó. Como un ahogado que necesita un respiro, me besó
fuerte y desesperadamente, con las cejas arrugadas como si tuviera dolor.
Su mano encontró mi nuca, y me agarró el cabello con el puño, suavemente,
172
pero con urgencia, acercándome más, más profundamente; sosteniéndome
contra él cuando me sentía ingrávida. Mi boca se abrió para él; Sawyer
sosteniéndome con su beso era la única razón por la que no me alejé
flotando.
Un pequeño gemido de necesidad cayó de mi boca y él lo tomó con la
suya. El beso se hizo más profundo cuando volví en mí, queriendo sentir
cada segundo, cada sensación. Su lengua se aventuró en mi boca y otro
pequeño sonido se me escapó. Mis brazos rodearon su cuello, mis dedos se
deslizaron en su cabello, las uñas rozaron mientras nuestro beso se
intensificaba.
El aliento de Sawyer salía jadeante de su nariz mientras me besaba con
más fuerza, rodeándome con sus brazos ahora, con ambas manos en mi
cabello ahora, inclinando mi cabeza para profundizarlo más. La mordedura
de sus dientes en mi labio inferior me mareó y la silla se volvió de repente
demasiado pequeña para contenernos.
Pero Sawyer se apartó de mí, sorprendiéndome con la repentina
ruptura. Suave pero rápidamente me sacó de su regazo y se dirigió a la
cocina donde se paró de espaldas a mí, con la cabeza inclinada y las manos
apoyadas en el mostrador.
—Lo siento —dijo—. Mierda, lo siento, Darlene, no debería haber hecho
eso. Todo está jodido ahora mismo, y besarte es como salir de una pesadilla.
Asentí rápidamente, pensando en mi razón original para venir aquí esta
noche.
—Yo también. Lo siento. No quería...
—No podemos hacer esto. Yo no puedo. No puedo hacerte esto. —Se
volvió hacia mí, y se pasó la mano por el cabello—. Maldita sea, Darlene,
¿ahora? ¿Por qué es esto, por qué pasa algo con nosotros ahora? Toda mi
vida está a punto de implosionar. No tengo nada que darte. Nada.
—Eso no es verdad.
—Lo es —dijo cansado—. Te mereces a alguien que no esté tenso por
las obligaciones cada segundo de su vida. —Su mandíbula se tensó y sus
ojos oscuros brillaron—. Estaba cerca de terminar y ahora esta audiencia...
—Lo sé —dije en voz baja.
—Tengo que luchar por ella —dijo, endureciendo su tono—. Tengo que
poner todo lo que tengo en eso. No, no sólo eso. Tengo que pasar el examen
del colegio de abogados y conseguir el maldito puesto de oficinista para
demostrar que puedo mantenerla. Joder.
Se frotó los ojos y se me rompió el corazón por él, por el peso que lo
presionaba, tratando de aplastarlo.
—Sé que es difícil para ti ahora mismo...
—Demasiado difícil. Siento que mi maldito corazón se está partiendo 173
en dos. Tengo un miedo de mierda de perder a Olivia y, aun así, cuando
estoy contigo, veo algo real. Por primera vez en mi vida quiero que lo que sea
que tengamos sea real.
Real. Pero yo soy una mentirosa. Un fraude. No me conoce, no le he dicho
nada.
Sacudió la cabeza.
—Pero no puedo darle nada ahora mismo, excepto estrés y dolor.
Cuando toda esta mierda pase... —dijo con voz ronca—. Si todavía la tengo
cuando haya terminado...
—La tendrás. La tendrás, Sawyer.
Su mandíbula se movió y por un momento no dijo nada.
—No lo sé, Darlene. Nunca he estado tan aterrorizado en mi vida. Pero
cuando todo haya terminado y, si tengo a Olivia. —Tragó fuerte—. Entonces
podré estar contigo de verdad, si todavía quieres eso. O al menos podemos
intentarlo. Hasta entonces... —Dejó caer sus manos a los lados—. No tengo
nada.
—Eso no es cierto —dije—. Pero lo entiendo. Lo entiendo. Y se supone
que debo trabajar en mí misma, y Dios sabe que aún queda mucho por
hacer. Mucho que decirte.
Me limpié los ojos con el talón de mi mano.
—Pero puedo estar aquí para ti —dije—. Como amiga. O para cuidar a
Olivia si me necesitas. Lo que quieras, ¿de acuerdo?
Asintió.
—Gracias.
Me acerqué a la puerta, sintiendo que estaba huyendo, pero Dios,
¿cómo podía decirle algo cuando estaba a punto de enfrentar la pelea de su
vida? Quedarse con Olivia era lo más importante ahora, pero aún me sentía
como una cagada.
—Dime cómo va la audiencia —dije, abriendo la puerta—. Dime si
necesitas algo. Cualquier cosa. Dime...
Dime que me perdonarás cuando sepas la verdad.
Las palabras se me atascaron en la garganta, y salí volando de su casa,
derramando lágrimas.
Supuse que no ser tan cobarde era algo en lo que todavía tenía que
trabajar.
174
Sawyer
N
o quería hacerlo… verla era demasiado doloroso ahora... pero
necesité a Darlene antes de lo que esperaba. El día antes de
la audiencia, Elena me dijo que tenía una emergencia familiar
en el Este de la Bahía, y que no podía hacer de niñera. Henrietta estaba
fuera de la ciudad por una boda, así que no tuve más remedio que pedírselo
a Darlene.
Aceptó de buena gana, aunque eso significara tomarse el día libre en
el trabajo. Añadí su salario perdido a la cuenta de las cosas que le debía a
toda la gente que me ayudó durante estos últimos diez meses. 175
Y tal vez todo fuera para nada.
El viernes por la mañana, Darlene bajó a ver a Olivia en mi casa. Tenía
los ojos pesados y cálidos, y me abrazó fuerte.
—Ahora mismo sólo somos amigos —dijo—. Este es un abrazo
amistoso, pero estoy poniendo toda mi energía positiva y mis mejores
pensamientos en que esta audiencia vaya como se supone que debe ir. Por
ti.
La abracé con fuerza, sintiendo su cuerpo de bailarina amoldarse al
mío. Cerré los ojos, con mi mejilla contra su cabello, y la inhalé para poder
conservar algo de la luz y la vida que me estaba dando.
Dios, te estás convirtiendo en un cursi.
Pero necesitaba toda la maldita ayuda que pudiera conseguir.
Jackson se reunió conmigo en el Muni Duboce, y tomamos un tren al
Centro Cívico a las ocho de la mañana. Fuera de la Corte Superior, mi amigo
me detuvo con una mano en el brazo.
—¿Estás listo? —preguntó Jackson.
—No.
—¡Ese es el espíritu! —Me tiró en el brazo—. Vamos. Hagámoslo.
Alisé la solapa de mi mejor traje, una chaqueta y pantalón gris pizarra
con una camisa blanca y una corbata de color rubí. Jackson se veía
impecable de azul y beige, con un maletín en la mano. Subimos los
escalones, yo con piernas de madera, y entramos en el juzgado donde
seguimos las indicaciones hacia el Tribunal de Familia. Jackson habló en
voz baja mientras caminábamos.
—Esto puede ser una batalla, pero he hecho mis deberes y estoy seguro
de que tú tienes todo el Código de Derecho Familiar memorizado.
—Sección 7611, subsección D —dije.
—Exactamente. Además, podemos demostrar que quitarte la custodia
de Olivia sería perjudicial para ella. Le estás proveyendo en un ambiente
seguro y lo has hecho durante meses. A los tribunales no les gusta sacar a
los niños de los buenos hogares.
—Son su familia, Jax. —Me froté los ojos cansados—. Que me jodan,
estaba tan cerca. Unas pocas semanas más y el año habría terminado.
—No podemos preocuparnos por eso ahora. Pelea lo que tenemos
delante, ¿de acuerdo?
Asentí. Habíamos llegado a la sala designada en el aviso de la
audiencia.
—Respira. Mantén la calma. Piensa en positivo.
—Gracias por hacer esto —le dije—. Por tomarte un tiempo libre del
176
trabajo...
—Olvídalo —dijo—. Tú también eres mi familia. Y ella también lo es.
—Jesús, no digas mierdas como esa —dije con una pequeña risa.
Pestañeé con fuerza.
—Estoy tratando de borrar esa mirada de asesino en serie de tu cara
—dijo.
Intenté relajar la expresión rígida, pero estaba luchando por mi hija.
Por mi vida. Le dejé la sonrisa a Jackson.
Dentro, los Abbott estaban en su lado de la sala, en una mesa con
Holloway. Se volvieron para verme entrar y las pequeñas sonrisas de sus
caras se desvanecieron ante mi mirada. Arranqué los ojos de ellos.
Instintivamente, me gustaron. En el fondo, en algún lugar bajo el miedo,
quería conocerlos.
Eso es sólo tu mierda de infancia hablando. Están aquí para alejar a
Olivia de ti.
Me senté rígidamente en la mesa con Jackson, con los ojos hacia
adelante, y no volví a mirar hacia ellos.
—Todos de pie.
Nos pusimos de pie cuando el alguacil anunció al juez Allen Chen, un
hombre de aspecto severo, con el cabello oscuro y canoso a los lados. Se
puso las gafas mientras inspeccionaba el papeleo delante de él.
—En el caso de Olivia Abbott, una niña menor, hay una orden de la
corte para mostrar la causa de la custodia presentada por Gerald y Alice
Abbott, abuelos maternos. —Le echó un vistazo a Jackson—. He leído los
hechos preliminares del caso y estoy familiarizado con la posición del señor
y la señora Abbott. Me gustaría escuchar al señor Haas, por favor.
Jackson se puso de pie.
—Su señoría, mi cliente ha estado criando a Olivia desde que su madre
desapareció hace diez meses y dos semanas. En ese momento, dejó claro
que Sawyer era el padre de su hija. De acuerdo con el 7611 del Código de
Derecho Familiar, sección uno, subsección D, Sawyer recibió a Olivia en su
casa y dijo abiertamente que era su hija natural. Ha proporcionado hogar,
alimentos, seguridad, atención sanitaria a través de su universidad y ha
sido un padre devoto y cariñoso. Por lo tanto, la ley claramente concede, en
blanco y negro, que él es su padre natural y debe conservar la custodia
completa. —Jackson extendió las manos—. Honestamente, ni siquiera sé
por qué estamos aquí.
El señor Holloway se puso de pie.
—Esa es una lectura muy cerrada de la ley —comenzó—. Molly Abbott
dejó a Olivia con el señor Haas, aunque lo que le dijo con respecto a su
177
paternidad es una cuestión de oídas. El certificado de nacimiento, del que
hemos conservado una copia no menciona a ningún padre. Además, ni el
señor Haas ni su abogado nos han proporcionado una copia de los
resultados de ninguna prueba de paternidad.
Jackson estaba de vuelta en pie.
—¿Acto de Parentesco Uniforme, su señoría?
El juez Chen asintió.
—De hecho, sí. —Se volvió hacia Holloway—. El Estado de California
no tiene el hábito de arrancar a los niños de un entorno hogareño seguro
sin motivo. La corte determinará si se justifica una prueba de paternidad en
base a la evidencia presentada.
—Entiendo, su señoría, y con ese fin, nos gustaría leer una declaración
notariada de Karen Simmons, amiga de la difunta Molly Abbott, y anotar
dicha declaración en el registro de procedimientos aquí.
—Protesto, señoría —dijo Jackson, pero el juez levantó una mano.
—Esto no es un juicio, sino una audiencia de pruebas. Lo permitiré. —
Asintió hacia Holloway—. Proceda.
Holloway se puso un par de gafas en la nariz.
—Yo, Karen Jane Simmons, juro bajo pena de perjurio que lo siguiente
es cierto y correcto: Molly Abbott era amiga íntima mía desde que teníamos
trece años. Después del instituto, Molly empezó a beber mucho y viajaba de
un sitio a otro, acostándose con diferentes novios. Pero siempre nos las
arreglamos para mantenernos en contacto. Me lo contó cuando se quedó
embarazada, y me reuní con ella en Bakersfield después de que naciera el
bebé. Me dijo que el padre del bebé era un tipo llamado Ross Mathis pero
que no quería tener nada que ver con Olivia. Molly dijo que se había acostado
con otro tipo de la misma época llamado Sawyer. Estaba estudiando para
ser abogado y eso significaba que iba a estar bien. Dijo que su novio actual
no se quedaría con ella si se quedaba con el bebé, así que iba a conducir
hasta San Francisco donde vivía Sawyer y decirle que era su bebé. No la
volví a ver ni a saber nada de ella después de eso y me entristeció enterarme
de su muerte. Era mi mejor amiga y la echo de menos.
»Firmado —concluyó Holloway—, Karen Simmons. —Se quitó las
gafas—. La señorita Simmons ha proporcionado intercambios de mensajes
entre ella y la señorita Abbott en el momento en cuestión que verifican su
declaración, y ha accedido a testificar, ya sea en la deposición o en la
audiencia pública, si el tribunal lo desea.
Ross Mathis. El padre natural de Olivia. Escuchar el nombre me trajo
bilis a la boca. No quería su propia hija, pero yo sí. Moriría por esa niña,
pero en vez de eso estaba luchando por quedármela. Debajo de la mesa, mis
manos se cerraron en puños.
178
—Su señoría —dijo Holloway en tono de cierre—, Alice y Gerald Abbott
son personas amorosas y devotas que perdieron a su hija por la terrible
enfermedad del alcoholismo. No tenían ni idea de que tenían una nieta y, en
el instante en que supieron de su existencia, se dispusieron a dar los pasos
para verla, para estar con ella y para proporcionarle el tipo de vida que
necesita y merece. En ese momento solicitaron derechos de visita durante
el fin de semana y que se realizara una prueba de paternidad, para
establecer o refutar la afirmación del señor Haas de que es el padre de Olivia,
antes de dar ningún otro paso hacia la concesión de la custodia permanente.
Gracias.
No podía moverme. No podía respirar. Incluso mi corazón palpitante se
ralentizó hasta un fuerte estruendo.
El juez asintió.
—Se conceden visitas supervisadas durante el fin de semana, y se
realizará una prueba de paternidad en el departamento de Salud y Servicios
Humanos el lunes de la próxima semana.
Jackson estaba de pie otra vez.
—Su señoría, mi cliente acaba de completar los requisitos para
graduarse en la escuela de leyes de UC Hastings y está listo para tomar el
examen del colegio de abogados en Sacramento la semana que viene.
Solicitamos un aplazamiento de todos los procedimientos hasta la
finalización del examen para darle tiempo para centrarse y prepararse sin
la amenaza de este escandaloso e insensible intento de separar a un padre
amoroso de su hija que pende sobre su cabeza.
Los Abbott se estremecieron visiblemente ante esto. El juez Chen me
miró con una mirada escrutadora. Probablemente no parecerá en nada a un
padre "amoroso", pero me quedé quieto como una piedra, temiendo que me
rompiera si me movía.
—Hay otro asunto que sentimos que es de interés para la corte —dijo
Holloway.
—Jesús, ¿y ahora qué? —le susurré a Jackson.
Hizo un movimiento de silencio con su mano.
—El señor Smith ha estipulado que su cliente ha proporcionado un
cuidado seguro y adecuado a Olivia, pero una investigación rudimentaria
revela que su cuidadora, Elena Meléndez, no tiene licencia para dirigir una
guardería. Es simplemente una vecina que cuida a Olivia durante ocho
horas al día mientras cuida de sus dos hijos pequeños.
Jackson se puso de pie de golpe.
—Creo que la obvia salud y felicidad de Olivia habla por sí misma. Esto
es irrelevante, señoría, y francamente es un insulto al buen trabajo y a la
amabilidad de la señorita Meléndez, a la que el señor Haas paga
179
adecuadamente por su excelente cuidado.
—Me limito a hablar del entorno general en el que se cría la niña —dijo
el señor Holloway—. El señor Haas confía el cuidado de la niña a la señora
Meléndez, sin licencia, y ocasionalmente de Darlene Montgomery, su vecina
de arriba.
Jackson levantó las manos.
—Otra vez. ¿Relevancia?
—Es relevante —dijo el señor Holloway—, ya que la señorita
Montgomery fue encarcelada por posesión de drogas hace tres años y pasó
tres meses en una cárcel del condado de Nueva York.
Sentí como si el aire en la habitación hubiera bajado veinte grados,
mientras me enfriaba por todas partes.
—¿Qué dijo? —dije estúpidamente. Las palabras cayeron de mi boca.
Tenía que haber escuchado mal...
—¿Es esto cierto, señor Haas? —preguntó el juez.
Jackson me miró, con los ojos llenos de preguntas.
Sacudí la cabeza.
—No... yo nunca...
Darlene. Cárcel. Posesión de drogas.
Las palabras daban vueltas y vueltas en mi cabeza individualmente,
pero no podía hacer que tuvieran sentido todas juntas.
—¿Esto fue hace tres años, su señoría? —preguntó Jackson, todavía
mirándome. Alejó su mirada para ponerse de pie y enfrentarse a la corte—.
¿Castigamos a la gente por el resto de sus vidas por errores que tienen años?
El señor Holloway sonrió plácidamente.
—Queríamos asegurarnos de que la corte tuviera toda la información
antes de hacer cualquier decisión. A la luz de estas revelaciones, creemos
que una rápida resolución de este asunto es en el mejor interés de la niña.
El juez Chen frunció los labios hacia mí.
—De acuerdo. Nos reuniremos el próximo jueves para leer los
resultados de la prueba de ADN y para determinar la custodia de Olivia
Abbott. Se levanta la sesión.
Alice y Gerald deberían haber salido victoriosos, pero ambos tenían
expresiones de preocupación en sus rostros cuando miraron en mi
dirección. Yo les devolví la mirada en aturdimiento. Jackson tuvo que
ponerme de pie cuando el juez salió de la sala.
Me aflojé la corbata, pero no era eso lo que me estaba estrangulando.
—¿No sabías lo de Darlene? —preguntó Jackson. 180
—No tenía ni idea —dije—. Me dijo que tenía algo que quería decirme.
—Me agarré al brazo de mi amigo cuando la enormidad de lo que había
pasado me golpeó como un puñetazo en el pecho—. Jesús, Jax. ¿Qué hago
ahora? Se acabó. ¿No es así?
—No pienses así —dijo Jackson, aunque su optimismo previo a la
audiencia casi se había desvanecido—. Los Abbott hicieron sus deberes, lo
reconozco, pero lo de Elena y Darlene es una mierda. Están tirando
cualquier cosa a la pared para ver qué se pega.
—No lo siento como una mierda —dije.
Pero la verdad es que no sentía nada en absoluto. Estaba entumecido.
Como lo que sentí cuando ese policía nos dijo que mi madre estaba muerta.
No tenía que sentir nada o de lo contrario sentiría todo y me derrumbaría
bajo el peso de ello.
—Es el resultado de la prueba a lo que nos tenemos que enfrentar —
dijo Jackson, acompañándonos a la salida del tribunal—. Pero esto no ha
terminado. Tienes derechos. Molly la dejó contigo. Quería que fueras el
padre de Olivia. Haremos un plan. Demostraremos lo bien que has cuidado
de Olivia, conseguiremos testigos de carácter...
Jackson siguió hablando mientras salíamos al calor del verano indio.
El brillante sol estaba apagado ahora. Gruesas nubes de tormenta se
preparaban en el cielo, volviéndolo gris. Todo mi mundo se había
derrumbado, y todo era gris, como si todo el color y la luz se hubieran
agotado hasta que no quedara nada.
181
Darlene
—¡D areen! —Olivia pateó en su silla alta y empujó la
bandeja.
—¿Todo listo, cariño? —Le limpié la boca del
residuo de fresa, y luego le puse el paño en la nariz.
Ella se rio—. ¿Quieres bajar?
—Abajo —aceptó—. Boques.
—Cielos, chica. Te gustan los bloques, ¿verdad?
Quité la bandeja y dejé a Olivia en el suelo. Inmediatamente se acercó
a su pila de bloques de madera con letras y números a los lados, y comenzó
182
a apilarlos.
La observé un momento, y mi sonrisa se desvaneció y mi corazón dolía.
¿Qué estaba pasando en la audiencia? Seguramente, un juez no le
arrancaría una niña al hombre que la había estado cuidando como si fuera
suya sólo porque los abuelos tuvieran más dinero. Tenía que haber alguna
regla o ley que protegiera a Sawyer.
—La hay, y él y Jackson la conocen —murmuré.
Pero la preocupación me manchaba las venas de sangre y no me dejaba.
Me senté con Livvie en el suelo y jugué a los bloques con ella, y luego le leí
un cuento. Cuando empezó a bostezar y a frotarse los ojos, la puse a dormir
una siesta en su pequeño cuarto y dejé la puerta abierta.
La casa se sentía tranquila. Esperando. Afuera, los truenos
retumbaban distantes, siniestramente. Como si algo terrible estuviera en el
horizonte, rodando hacia aquí.
—Oh, para. Es sólo el tiempo.
Me paseé un poco, sacudiendo mis brazos rígidos por el trabajo de spa
de ayer. No podía permitirme perder más turnos, me alegraba de haberme
tomado el día libre para cuidar a Olivia. No era lo mismo que estar con él,
pero cuidar de Livvie me hacía sentir bien conmigo misma de una manera
en la que no me había sentido en mucho tiempo.
Y tal vez, después de todo lo dicho y hecho, nosotros tres...
Cierra ese pensamiento rápido. En mi experiencia, aferrarse demasiado
a algo que quería era la forma más segura de perderlo.
Vagué por el área de la vivienda de Sawyer, a través de sus títulos y
premios; su escritorio desordenado cubierto con sus materiales de estudio
en los que trabajaba tanto. Lo extrañaba. No se había ido realmente, pero lo
extrañaba de todos modos.
Y todavía tienes que decírselo...
—Debí decírselo al principio —murmuré, con los dedos sobre su
bolígrafo sobre un montón de cuadernos.
Pero, si se lo hubiera dicho, tal vez no habría pasado nada entre
nosotros. El Pequeño Algo que teníamos era mejor que la Nada, ¿no?
Prácticamente podía ver a Max poner los ojos en blanco ante eso.
—Lo sé, lo sé, se supone que debo trabajar en ser honesta y responsable
—dije—. Hablando de.
Me tiré al sofá y saqué el teléfono de mi bolso, para hacer la llamada
que había estado posponiendo durante días. Abrí mis contactos y bajé hasta
la C.
A casa.
Respiré y presioné "llamar".
183
Mi madre recogió el segundo timbre.
—Residencia Montgomery, habla Gina. —Su acento era pronunciado,
así que salió “habler Giner”.
—Hola, mamá, soy yo.
—Hola, nena, ¿qué pasa? ¿Está todo bien?
Me estremecí ante su saludo estándar.
—Todo está bien. Muy bien, de hecho. ¿Te dijo Carla que conseguí un
puesto en un grupo de baile? Ni siquiera tenía una rutina planeada, sólo la
improvisé y entré.
—No lo mencionó, pero eso es maravilloso, cariño. Pero, ¿cómo es el
trabajo del spa? ¿Te mantienes al día por allá? ¿Necesitas dinero?
—¿Qué? No, estoy bien.
—¿Mantienes la nariz limpia?
—Sí.
—Buena chica.
—Escucha, mamá —dije, con mi propio acento volviendo como si me lo
estuviera sacando del otro lado del país—. El espectáculo de baile no es gran
cosa. Es en un pequeño espacio en la ciudad, pero me acaban de dar un
solo, y me encantaría que lo vieran.
—No lo sé, Dar —dijo mamá—. Eso es mucho viaje para un espectáculo
que es... ¿una hora?
Treinta minutos. Me lo imaginaba. Tiene razón. Esta era una idea tonta.
Pero la persistencia había dado sus frutos antes, y oír la voz de mi madre
despertó en mí lo mucho que la echaba de menos.
—Sin mencionar que la cadera de la abuela Bea está dando problemas
—dijo—. Ya no puede viajar tan bien.
—Lo sé, mamá, pero no he bailado en absoluto en cuatro años. Y, de
todos modos, el espectáculo sólo sería una parte de ello. Podrías venir a
visitarme, y ver dónde vivo en esta casa victoriana genial y vieja. Y podría
mostrarte los alrededores de San Francisco. Es una ciudad hermosa.
—¿Cuándo es este programa?
—El próximo fin de semana.
—Oh, cariño, no puedo meter a tu padre en algo así en una semana.
Asentí, tratando de ignorar el alivio de su voz.
—Ya sabes cómo es —dijo ella—. Trabaja, trabaja, trabaja.
Sabía cómo era. Mi padre era dueño de un exitoso taller de carrocería.
Ganaba bastante dinero y podía tomarse un tiempo libre cuando lo
184
necesitaba. O quería.
—No, tienes razón —dije en voz baja—. Es un gran gasto volar hasta
aquí, y el espectáculo no es gran cosa. La próxima vez.
—Absolutamente.
—Dale un beso a papá de mi parte —le dije.
—Lo haré, cariño. Cuídate, ahora, y llama si necesitas algo.
Acabo de hacerlo.
—Claro, mamá. —Me limpié la mejilla con el talón de mi mano—.
Hablaré contigo pronto. Te quiero.
—Yo también te quiero. Adiós.
Dejé que mi mano cayera en mi regazo.
—Deja de sentir lástima por ti misma —murmuré, pero el dolor de mi
corazón no se fue.
Un mensaje de texto llegó a mi teléfono en mi regazo de Max.
Necesito verte. ¿Trabajo, casa o baile?
En casa. En el segundo piso, volví a escribir, y mi corazón se hundió
aún más. Será mejor que no vengas a decirme lo que creo que vienes a
decirme.
Te lo diré cuando llegue.
Sabelotodo, escribí, pero el dolor en mi pecho se hizo más profundo.
Veinte minutos después hubo un suave golpe en la puerta.
Se la abrí a Max y entré al pasillo dejando la puerta entreabierta.
—El bebé está durmiendo —dije—. Y tú te vas, ¿verdad?
Asintió.
—Recibí la llamada. Mi vuelo sale en unas pocas horas.
—Estoy muy orgullosa de ti, Max.
—¿Lo estás? —La suavidad de su voz y las lágrimas de sus ojos me
sorprendieron—. Puede que haya sido tu padrino, pero también has sido
una amiga. Significa mucho para mí, lo que piensas.
—Gracias —dije—. Nadie me ha dicho algo así en mucho tiempo.
Lo rodeé con mis brazos y lo sostuve con fuerza. Él me abrazó más
fuerte.
—Lo harás muy bien —le dije—. Volver a Seattle será lo mejor para ti.
Tal vez puedas reconciliarte con tus padres, y definitivamente conocerás a
algún doctor guapo que te va a amar. ¿Cómo podría no hacerlo?
Max siguió abrazándome.
—Tú también vas a estar bien. Lo sé.
185
—Yo no. Siento que todos los que me importan se están alejando cada
vez más y no puedo retener a nadie. Mi familia, Sawyer, tú. Y siento que se
acerca ese otro fondo. Ojalá pudieras estar aquí cuando suceda.
Se alejó para mirarme, con la preocupación pesada en sus ojos azul
claro.
—Odio irme ahora mismo. Tal vez debería posponer...
—No te atrevas —dije—. Creo que tengo que lidiar con esto por mi
cuenta. Tal vez por eso es por lo que conseguiste el traslado ahora. Todo
pasa por una razón, ¿verdad?
—Así es —dijo—. Y tú eres mucho más fuerte de lo que crees. Has
llegado lejos, Darlene. Aférrate a eso. Y llámame. Cuando quieras. —Me dio
una mirada severa—. Y no te saltes ninguna reunión. Ni una, o tendré que
volar de vuelta, lejos de mi sexy novio médico.
Me reí.
—Te voy a extrañar.
—Yo también.
Lo abracé hasta que escuché pisadas en las escaleras. Sawyer estaba
de pie al final del pasillo. Me miró fijamente en los brazos de Max, y su mano
apoyada en su bolso cayó a su lado.
Di un paso atrás de Max.
—Hola, Sawyer.
Max se dio la vuelta y la acción hizo que Sawyer se acercara a nosotros,
con los ojos hacia adelante, su cara ilegible. En blanco. Y eso me preocupó
más que cualquier otra cosa.
—Hola, hombre —dijo Max, ofreciendo su mano—. Max Kaufman.
Encantado de conocerte.
Sawyer se detuvo en la puerta. Miró fijamente la mano que Max le
ofreció, y luego me miró a los ojos un segundo antes de pasar a su
apartamento.
—Tenía una audiencia muy importante —susurré—- No creo que haya
ido bien. Dios, estoy muy asustada por él.
—Odio tener que dejarte así —dijo Max—. Te llamaré cuando aterrice.
Me besó la mejilla y lo observé hasta que bajó las escaleras y
desapareció. De repente me sentí como una equilibrista colgada entre dos
rascacielos.
Y mi red de seguridad se fue para tomar un avión a Seattle.
Dentro de la casa de Sawyer, se estaba quitando su abrigo de traje que
estaba manchado por la lluvia. Lo tiró en el respaldo de su silla, y luego se
aflojó la corbata. 186
—¿Dónde está Olivia? —preguntó. No, exigió.
—Durmiendo. Está bien. Está... durmiendo.
—No puedes traer extraños a mi casa. Con mi hija. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé, lo siento —dije—. No ha entrado, lo prometo. Él...
—¿Quién es? —preguntó Sawyer—. ¿Tu traficante de drogas?
La sangre drenó de mi cabeza, dejándome mareado. Me tambaleé.
—¿Mi... qué? —susurré.
—¿Ibas a decírmelo alguna vez? —exigió Sawyer.
—¿Decírtelo...?
—¿Lo de tus antecedentes penales?
Ahí estaban, esas palabras en toda su fea gloria. Mis antecedentes
penales. Pero, ¿cómo fue que surgió ahora?
—Sí, iba a decírtelo —dije, con mi voz débil y aguada—. Quería hacerlo,
muchas veces, pero tenía miedo. ¿Pero cómo... cómo te enteraste?
—Me enteré en la audiencia preliminar de la custodia de mi hija —
escupió Sawyer—. Los Abbott investigaron todo este maldito edificio. Ahora,
a los ojos de ese juez, soy el tipo de hombre que deja a su hija en una
guardería sin licencia todo el día o con drogadictas.
Me puse tiesa por todas partes.
—No soy una drogadicta —dije, con la voz temblando—. Ya no. Me estoy
recuperando. Ni siquiera bebo. Max no es un traficante de drogas, por el
amor de Dios. Era mi padrino de NA. Eso significa...
—Sé lo que significa —dijo Sawyer—. No tengo ni puta idea de lo que
debo pensar al respecto. Jesús, Darlene.
Sacudió la cabeza y el exterior pedregoso comenzó a romperse; pude
sentir la tensión que irradiaba de él mientras intentaba mantenerse
tranquilo.
—¿La perdiste? —pregunté, con mi voz apenas un susurro—. ¿Por mi
culpa?
—No importa. Se acabó. —Sacudió la cabeza y luego puso una mano
en la pared como si fuera lo único que lo mantenía en pie—. Todo ha
terminado.
Y sabía que se refería a mí también. Lo que sea que hubiéramos tenido,
ya se había ido. Intenté, una vez más, aguantar sin decírselo, y todo me fue
arrancado de los dedos.
—Lo siento —susurré—. Por tantas cosas. Por todo.
Sawyer levantó sus ojos hasta los míos y por un segundo el duro y
pedregoso exterior se agrietó y el dolor se desbordó. Abrió la boca para
hablar y, en ese momento, un relámpago y un estruendo de truenos le
187
siguió. La lluvia azotó las ventanas en un súbito diluvio, como si el cielo se
hubiera abierto.
El sonido despertó a Olivia; y el monitor del bebé gorjeó con su alboroto.
Ninguno de los dos se movió y esa fea sensación de querer escapar de todo
lo que era y todo lo que había hecho se apoderó de mí. Me apresuré hacia la
habitación de Olivia.
Estaba de pie en su cuna, y su carita dormida se puso a sonreír al
verme.
—Dareen.
Me abrazó y la levanté; la sostuve cerca un momento, respirando su
dulce olor a talco de bebé. Sus brazos rodearon mi cuello, exprimiendo
lágrimas de mis ojos en su pequeño abrazo.
Lo sentía como un adiós.
De vuelta en la sala, Sawyer estaba de pie con los brazos cruzados, la
mirada baja y la expresión dura otra vez.
—Mira quién está despierta —dije débilmente.
—Papi —dijo Olivia, su voz todavía nublada por el sueño.
Sawyer nos miró a Olivia y a mí, con su cara una máscara en blanco.
Y luego se adelantó y me quitó el bebé de los brazos.
Mi piel se enfrió por todas partes; sentía donde había estado el calor de
Olivia, y se me puso la piel de gallina. Sawyer llevó a su hija a unos pasos
de distancia y me dio la espalda.
—Está bien —dije, con mi voz apenas un susurro. Mil palabras más se
elevaron detrás de esa: cómo había estado limpia durante casi dos años, el
progreso que había hecho, lo orgulloso que estaba Max...
Max. Se había ido. Ese dolor me golpeó en el pecho para unirse al del
rechazo silencioso de Sawyer. Las lágrimas ahogaron cada palabra que dije,
y tomé mi bolso de la silla de la cocina.
—Bien —me las arreglé de nuevo—. Está bien.
Era todo lo que podía decir y sin embargo nada estaba bien. Ni una sola
cosa.
Fui a la puerta y la abrí. Sawyer estaba de pie de perfil ante mí, con su
mirada sobre la cabeza de Olivia, llena de pensamientos, pero ninguno para
mí. Su silencio era peor que mil palabras de condena.
—Adiós.
Mi voz se quebró y la cabeza de Sawyer giró hacia mí, sus duros rasgos
se transformaron en dolor y arrepentimiento, y su boca se abrió como si
finalmente pudiera tener algo más que decir, pero cerré la puerta entre
nosotros.
Afuera, en el pasillo, apoyé mi frente contra la madera. La lluvia rompió
188
la pequeña ventana del pasillo y los rayos iluminaron el cielo nocturno.
Empujé la puerta y salí en vez de subir. Afuera, al viento frío y la lluvia que
había apagado el calor del verano. Me agitó la ropa. Me empapé
inmediatamente y temblaba lo suficiente como para que mis dientes se
sacudieran.
Hay un bar dos cuadras más abajo. Alguien allí conocerá a alguien.
Saber dónde puedo conseguir. Whisky sour y una pastilla, y a quién le
importa lo que Sawyer piense de mí.
—Max —susurré, como un grito de ayuda. El viento rompió la palabra
y la ahogó en la lluvia. Miré por la calle para ver si todavía podía atraparlo,
pero no había ningún Max. No había ayuda, salvo la que me diera a mí
misma.
El bar estaba a dos cuadras de distancia.
El Y con la reunión de NA de esta noche a seis.
Hacia atrás o hacia adelante.
Me paré en la calle vacía, y la lluvia cayó.
Saqué el teléfono de mi bolso con dedos temblorosos y lo protegí del
aguacero. Mi dedo golpeó la aplicación Uber y esperé. No había tenido
palabras en el apartamento de Sawyer, pero ahora estaban volviendo a mí.
Muchas, llenándome, llenando ese vacío que vivía dentro de mí y que había
tratado de llenar con drogas. Llenándome con la verdad, que no era la suma
de mis antecedentes penales; no eran palabras en papel, en blanco y negro.
Yo estaba en todas partes en medio de eso.
En el Y, había una reunión de NA que ya estaba en marcha. No era mi
grupo, pero no importaba. Era mi comunidad.
Una mujer se encontraba en el podio, pero se quedó en silencio cuando
me vio entrar. El resto del grupo se giró en sus asientos para seguir su
mirada perdida, hacia mí, chorreando agua de lluvia y temblando.
Me puse al frente del grupo y la mujer abandonó el podio sin decir nada.
Me encontré con las miradas de los reunidos. Mis labios temblaban de frío.
Todas las palabras que había querido decirle a Sawyer, pero no pude
estaban hirviendo ahora, y deseé, más que nada, que Max estuviera aquí
por última vez, para escucharlas. Porque, si hubiera podido, se habría
subido a ese avión sabiendo que había hecho su trabajo. Y que no tenía que
preocuparse por mí. Ya no.
Me enfrenté al grupo reunido, y mis manos agarraron el lado del podio.
—Hola —dije—. Me llamo Darlene y soy adicta.
Mi voz era fuerte a pesar de mi temblorosa mandíbula, y las voces que
respondieron eran igual de fuertes, levantándome y llevándome con una
simple corriente de aceptación de dos palabras.
189
—Hola, Darlene.
Sawyer
C
almé a Olivia para que se volviera a dormir. El trueno se calmó
y ella se quedó dormida en mi hombro en minutos. La sostuve
durante mucho tiempo, con los ojos cerrados, sintiendo su
poco peso y calor contra mi pecho.
¿Es esta una de las últimas veces?
Me fortifiqué contra el pensamiento, pero la esperanza se me iba
agotando, minuto a minuto. No importaba cuánto la amara y que la
considerara mía. El test de paternidad decía 0% de probabilidad, en blanco
y negro, y el fallo del juez sería definitivo. 190
La impasibilidad de la ley con la que me había sentido tan cómodo era
ahora un extraño sin rostro que me daba la espalda, sin preocuparse de que
se me rompiera el corazón.
Dejé a Olivia suavemente en su cama y salí. Fuera de la ventana del
salón, la lluvia seguía cayendo en chorros y Darlene se encontraba fuera.
Su corazón también estaba roto, y lo había roto yo. Lo rompí en
pedacitos cuando saqué a Olivia de sus brazos.
—Maldito imbécil —murmuré, pero mi voz se quebró al final, con la
garganta tensa.
Me había aferrado a la ira por la revelación de su pasado; la había
usado para mantener el dolor a raya, pero me golpeó fuerte como un puño
pesado en el pecho. Darlene no era la razón por la que iba a perder a Olivia
pero, por Dios, mi vida estaba llena de adicciones. Mi madre, Molly, y ahora
Darlene... ¿estaba destinado a perderla a ella también?
El miedo, la ira y la confusión se arremolinaron en mí como un tornado
y, en su centro, en el ojo tranquilo, estaba lo que sentía por ella.
—¿Qué mierda hago ahora?
Me hundí en la silla de mi escritorio y saqué mi teléfono por centésima
vez. No había mensajes o textos, pero ¿por qué los habría?
—No los habrá. Porque le rompí el corazón —murmuré, y sentí que cada
sílaba me apuñalaba.
Escribí un texto.
Dime que estás bien.
Lo borré. No me debía hacerme sentir mejor.
¿Estás bien?
También borré eso. Por supuesto que no estaba bien. Ya me había
ocupado de eso.
Lo siento.
Mi pulgar se cernía sobre el botón de envío, pero fui demasiado cobarde
para pulsarlo. Y estaba demasiado avergonzado.
Otra voz me susurró al oído, como el proverbial diablo en mi hombro.
¿Y si estaba tomando drogas duras? ¿Y si se asociaba con delincuentes o
debía dinero? ¿Tal vez se mudara al otro lado del país para escapar de gente
mala? ¿Quieres ese tipo de cosas alrededor de Olivia?
Mis excusas sobre lo que no sabía de Darlene se desmoronaron bajo el
peso de todo lo que sabía de ella.
Y lo que sentía por ella.
Le di a "enviar". 191
Me senté en el escritorio, escuchando la lluvia y esperando a ver si ella
leía el mensaje. Esperando a que respondiera. Esperando a que me dijera
que estaba bien. La idea de que podría estar haciéndose algo que no debería
se me pasó por la cabeza, pero la aplasté.
No sabes nada de su situación porque no preguntaste. Te cerraste a ella.
Esa era una verdad. La otra era que la imagen de Darlene, de pie en
una puerta siendo sostenida por otro hombre era una capa de miseria
añadida. Otra grieta en mi corazón de piedra que ya estaba a punto de
romperse, y las emociones que se filtraban por ella no las reconocí.
—Eso es porque eres un puto imbécil —dije, tontamente.
Tiré el teléfono sobre el escritorio y me froté la cara con ambas manos.
El reloj marcaba las horas. Olivia se despertó de su siesta. La alimenté,
jugué con ella, le leí, valorando cada segundo con ella y tratando de no
imaginar la cuenta atrás interna en la que me la quitarían.
Cada dos momentos sentía algo diferente, el dolor adormecedor de que
ya la había perdido seguido por la rabia candente que luchaba por ella hasta
que no me quedaba aliento en el cuerpo.
Y, cuando la llevé a la cama esa noche, estaba al borde, y mi angustia
se volvió hacia Darlene.
—Jesucristo —murmuré, mirando mi demacrado reflejo en el espejo
después de cambiarme a mi ropa de dormir y lavarme los dientes—. Eres un
maldito desastre. Ordena tus mierdas, Haas.
Hice un patético intento de estudiar para el examen, y me rendí
después de un minuto. ¿Para qué, joder?
Me senté y miré fijamente a la nada. Estaba tan agotado que apenas
podía moverme, pero mi teléfono seguía en silencio. Mi mente agonizante
quería saber qué vendría primero a casa: ¿las silenciosas sirenas azules y
rojas? ¿O Darlene, sana y salva?
La lluvia seguía cayendo, pero el viento se calmó lo suficiente como
para que oyera la puerta cerrarse abajo y los pasos en las escaleras.
El pánico y el alivio me sacudieron los huesos y salí corriendo de mi
silla hacia la puerta principal. La abrí justo cuando Darlene pasó.
—Darlene.
Se detuvo y se volvió hacia mí, y me odié aún más por tomar nota de
sus ojos, que eran claros y nítidos. El agua de lluvia goteaba por la punta
de su nariz, y sus ropas se aferraban a su cuerpo flexible mientras me
miraba, esperando.
—Pasa —le dije—. Por favor.
Sacudió la cabeza, con su cabello húmedo cayendo sobre su cara. 192
—No creo que sea una buena idea.
—Por favor, entra. Por favor —dije de nuevo, y esa palabra fue el
comienzo de cada pensamiento en mi cabeza.
Por favor, no me odies.
Por favor, perdóname.
Por favor.
—Por favor —dije—. Quédate. Habla conmigo.
—No, no debería —dijo—. Tengo frío y estoy cansada y ha sido un día
muy largo. Para los dos. Voy a tomar un baño caliente y a dormir un poco.
—Su sonrisa era suave, triste—. Tú también deberías intentarlo.
—Darlene —dije, con la voz tensa y deshilachada en los extremos—. Es
el test de paternidad lo que me va a arruinar. No tú. Yo sólo... mi madre...
Molly. No sé qué hacer. O qué pensar.
—Lo sé —dijo—. Pero la idea de que podría, de alguna manera, poner
en peligro tu situación con Livvie me enferma por dentro, y fue una estupidez
tratar de ocultar la verdad. No hay nada que ocultar. Ni de ti, ni del tribunal,
ni de mí misma. Está en mi expediente.
—En blanco y negro —murmuré.
Ella asintió.
—Pensé en ir a un bar a emborracharme o a drogarme esta noche
porque, si la gente me va a ver como a una drogadicta, bien podría actuar
como tal. Pero la verdad es que la gente siempre me mirará así, sin importar
si llevo limpia un año, o dos, o diez. Es una parte de mi pasado y una parte
de lo que soy. Recaer porque salí herida no resuelve nada. Pero estar
orgullosa de lo que he logrado sí.
Las lágrimas llenaron sus ojos, pero había una llama azul ardiendo
detrás de ellos que no había visto antes, y sus lágrimas no la apagaron.
—Siempre seré una adicta, incluso si pones “en recuperación” detrás.
Siempre tendré que trabajar diez veces más para que se confíe en mí, para
ser digna de confianza, pero ese es el precio que tengo que pagar por mis
errores.
Apreté los dientes y me arrojé a un mar de emociones que no tenía ni
idea de cómo navegar.
—Siento haber tomado a Olivia de ti —dije—. Eso fue... una mierda,
una mierda.
Darlene se apoyó en el marco de la puerta.
—Lo entiendo. De verdad —dijo, e incluso entonces, temblando de frío,
encontró una sonrisa para mí—. Lo entiendo totalmente, y es una mierda.
Es increíble cómo dos cosas opuestas pueden ser completamente
verdaderas al mismo tiempo, ¿no? 193
—No sé qué decir —dije—. O qué sentir. No siento... nada. Para
mantenerme a salvo. Y cuando te vi con Max...
Se acercó su viejo suéter, húmedo por la lluvia, alrededor de sus
hombros.
—Es mi amigo. Mi mejor amigo. Y lamento que haya aparecido en tu
apartamento. Se subió a un avión esta noche a Seattle, lo cual es una pena
porque todo lo que te dije es lo que dije en mi reunión de NA esta noche.
Creo que le habría gustado oírlo y saber que voy a estar bien. Porque voy a
estarlo. Voy a estar bien para mí.
Darlene extendió la mano y me tocó la mejilla.
—Si hay algo que necesites, dímelo. No sé qué puedo hacer, pero estoy
aquí.
No podía hablar; sólo asentí, y me hizo caer una lágrima por la mejilla,
hasta su mano.
—¿Ves? —dijo con una sonrisa temblorosa—. Sientes mucho, Sawyer.
Mucho. —Se limpió la lágrima en la palma de su mano—. Me voy a quedar
con esto —dijo, y luego se dio la vuelta y se fue.
Darlene
L
as horas del fin de semana me arrastraron tras ellas. No vi a
Sawyer para nada, al menos no de cerca. Vi desde mi ventana de
arriba cómo los Abbott venían a buscar a Olivia. Elena me había
dicho que habían ganado una visita supervisada de fin de semana en el
apartamento que alquilaban en la Marina.
Miré, con el corazón en la garganta, mientras Sawyer les ayudaba a
meter a Olivia en un elegante y blanco todoterreno BMW y se marchaban.
Se sentó en la escalera de enfrente y siguió sentado allí mucho después de
que se hubieran ido. 194
Cada parte de mí deseaba ir a verlo pero, después de la otra noche,
sentía como si me hubieran limpiado la mente de los persistentes susurros
y dudas que siempre me acosaban. Podía pensar con claridad. Sawyer ya
tenía mucho con lo que lidiar. No necesitaba que yo añadiera nada a la
tormenta de sus turbulentas emociones. Si quería hablar conmigo, sabía
que solo tenía que llamar o visitar y estaría ahí para él.
No lo hizo.
El lunes, después del trabajo, ensayé con el grupo de baile, esquivando
el ojo apestoso de Anne-Marie y los pies torpes de Ryan todo el tiempo. Pero
a Greg le encantaba mi solo, aunque no lo dijera en voz alta.
—El sábado por la noche abrimos —dijo, como si no lo supiéramos—.
Tomen algunos de estos volantes para repartirlos entre sus amigos y familia.
Sería bueno que cada uno de ustedes trajera al menos dos personas al
espectáculo como invitados.
—¿Cuántas entradas se han vendido? —preguntó Anne-Marie.
—Nos va bien —dijo Greg—. Nos vendrían bien unas cuantas más.
Las miradas se intercambiaron entre nosotros. Ese era código para
"casi ninguna", y mi corazón se hundió un poco. No estaba haciendo el
espectáculo por fama o fortuna, eso es seguro, pero sería bueno que alguien
más que las amigas zorras de Anne-Marie presenciara mi primer baile en
cuatro años. Tomé un puñado de los papeles fotocopiados y repartí algunos
de camino a casa.
Mi teléfono sonó después de la cena, mientras estaba acurrucada en
mi diván. Lo tomé y una sonrisa se dibujó en mi cara.
—Maximilian —dije—. Justo la persona con la que quería hablar.
Me habló de su nuevo trabajo en un hospital de Seattle, y yo le hablé
de mi fondo emocional y de la reunión de NA después.
—Fue como tomar una ducha de Silkwood —le dije.
—¿Qué significa eso? —preguntó entre risas.
—¿No has visto Silkwood? ¿Esa vieja película en la que Meryl Streep
trabaja en una planta nuclear o algo así, y recibe radiación? ¿Así que estos
tipos con trajes de materiales peligrosos, la bombardean con mangueras de
agua, en sus ojos, encías y en todas partes, para descontaminarla?
—¿Así es como se sintió tu reunión de NA?
—Sí. Ser brutalmente honesta frente a Dios y todos es como una ducha
de Silkwood. —Sonreí contra el teléfono—. Pon eso en tu Manual Padrino.
—Tal vez lo haré. —Se rio Max—. O podrías ponerlo en el tuyo.
Resoplé.
—Ja. Estoy muy lejos de eso. 195
—Tal vez. Tal vez no —dijo Max—. Estoy tan jodidamente orgulloso de
ti.
—Gracias. Yo también. Y estoy orgullosa de ti. ¿Ya has visto a tus
padres?
—Todavía no. Tengo planes tentativos para cenar con mamá el sábado.
Veré cómo va eso antes de abordar la situación de papá.
—Hazme saber cómo va. Siempre estoy aquí para ti.
—Ah, y el estudiante se ha convertido en el maestro —dijo Max.
Me reí.
—Oh, para. —Mi sonrisa se desvaneció, y Max leyó mi silencio.
—¿Cómo está Sawyer? —me preguntó suavemente.
Me acurruqué en mi sofá, convirtiéndome en una bola.
—No muy bien. Está luchando por la custodia de Olivia y tengo miedo
de que no gane.
—Dios, eso es horrible. ¿Y qué hay de ustedes dos?
—No hay mucho que decir —dije—. No quiero añadir nada a sus
problemas.
—Darlene...
—No, lo digo sinceramente. Tiene mucho con lo que lidiar en este
momento. No quiero presionarlo, y le dije que si me necesitaba estaría allí.
—Sawyer el abogado, en los breves momentos de nuestro conocimiento,
no me pareció el tipo de persona que va por ahí pidiendo ayuda o consuelo
cuando lo necesita.
—Tal vez no —dije en voz baja— Y definitivamente no lo quiere de mí.
199
220
Darlene
Sawyer ordenó al conductor del Uber que nos llevara a la entrada de
Urgencias del centro médico de la UCSF. Un equipo se acercó con una
camilla. Sawyer me ayudó a salir del auto y me sostuvo suavemente, con
reverencia, como si fuera reacio a dejarme salir de sus brazos. Me dejó en la
camilla y me eché a llorar por el dolor cuando mi talón tocó tierra. Pero no
pude aguantar el siguiente gemido cuando pasamos por un bache. Sawyer
me agarró la mano y apreté. Él me apretó la espalda.
Urgencias estaba llena de enfermeros, médicos y gente con dolor; el aire
era un frío estéril. Me llevaron a un espacio y cerraron una cortina a mi
alrededor. Una enfermera me metió una almohada bajo el pie y luego puso
221
una bolsa de hielo sobre ella. Apreté los dientes mientras el dolor se volvía
helado y se hacía más profundo. Bajo el brillante resplandor de las luces del
hospital, mi pie era horrible; hinchado y con un estampado de moretones
morados, rojos y azules. Mis dos últimos dedos del pie palpitaban
débilmente; un dolor terrible que no se desvanecía.
Sawyer levantó una de las dos sillas del pequeño espacio y me tomó la
mano, envolviendo con sus cálidos dedos los míos, fríos.
—Un médico vendrá en breve para examinarte —dijo la enfermera—.
Parece que te has roto un dedo del pie o dos. Querrá que te hagan
radiografías para confirmarlo. Mientras tanto, puedo darte algo para el
dolor.
—Advil —dije.
—¿Estás segura de que no quieres algo más fuerte?
—No, sólo su Advil más fuerte, por favor.
Ella sonrió.
—Mi Advil más fuerte se llama Percocet, cariño, pero tú eres la jefa.
Me tomé las pastillitas y el vaso de agua, sin mirar a Sawyer.
—Trato de mantenerme alejada de cualquier cosa que altere mi estado
mental —dije en voz baja cuando la enfermera se fue.
—No tienes que explicarlo —dijo Sawyer.
—Siento que sí —dije. Obligué a mis ojos a encontrarse con los suyos—
. Odio cómo te enteraste de mi pasado. Lamento que haya salido así... en el
peor momento y lugar para ti.
—No es lo que va a perjudicar mis posibilidades con Olivia.
—Nunca, nunca traería nada malo cerca de ella. —Las lágrimas me
picaron en los ojos otra vez—. Te lo prometo. Nunca lo haría.
—Sé que no lo harías —dijo—. Me asusté con tu historial por lo que le
pasó a mi madre. Y a Molly también. Y porque tenía mis propias ideas sobre
lo que significa la justicia. Pero lo que creo ha dado un giro completo, y lo
único que importa ahora eres tú.
Me sorbí los mocos y me limpié los ojos.
—Es una buena sensación.
—¿El qué?
—Ser de confianza.
Sawyer tomó mi mano y la presionó contra sus labios justo cuando un
joven médico con una cabeza calva y una cálida sonrisa entraba en el
espacio y examinaba mi pie.
—Parecen unas cuantas roturas, a juzgar por la hinchazón y los
moretones —dijo—. Vamos a hacerte una radiografía y ver qué es qué.
222
Me llevaron al departamento de radiología, donde se determinó que
tenía fracturas finas de la cuarta y quinta falanges medias. Respiré un
suspiro de alivio. En lo que respecta a fracturas, podría ser peor que
fracturas finas.
De vuelta en el espacio de la sala de emergencias, el doctor era todo
sonrisas.
—Vivirás para bailar otro día.
—¿Estás seguro?
—Si descansas bien, deberías estar lista en seis semanas.
—Seis semanas —dije—. ¿Qué hay del trabajo? Tengo que estar de pie
para mi trabajo.
El doctor arrugó los labios.
—Mejor si no lo hicieras. Te conseguiremos una bota para caminar
pero, cuanto más te alejes de ella, más rápido sanará. Una enfermera vendrá
pronto para envolverte y darte instrucciones para el cuidado posterior.
Salió, pero ninguna enfermera apareció. Obviamente era de baja
prioridad en una sala de emergencias llena de lesiones y enfermedades más
graves. Temblaba en el frío, el aire estéril y el dolor agudo se disparaba en
mi pie al movimiento, haciéndome estremecer.
—¿Me pasas mi suéter? —pregunté.
—Hay algo que he estado queriendo decirte —dijo Sawyer, tomándolo
de mis pies. Levantó la vieja y raída cosa con agujeros en los puños—. Este
es el suéter más feo que he visto en mi vida.
Me reí y luego hice una mueca de dolor otra vez.
—No me hagas reír. Duele.
Sawyer me puso el suéter alrededor de los hombros. Mis ojos se
cerraron y quise mantenerlos cerrados. El agotamiento de la actuación de
danza y el dolor me arrastraban hacia abajo.
Sawyer me quitó un mechón de pelo de la frente.
—Deberías intentar dormir un poco, si puedes. Puede que estemos aquí
un rato.
—¿Qué hay de ti? Deberías irte. Es muy tarde y tienes que estudiar...
Sacudió la cabeza, con la barbilla meciéndose en el dorso de la mano.
—Has estado cuidando de mí mucho tiempo —dijo—. Ahora es mi
turno.
Sonreí y mis ojos comenzaron a cerrarse ante las luces brillantes que
brillaban sobre nosotros. Tan pronto como empecé a ir a la deriva, la
enfermera regresó. Me envolvió el pie, le puso una pesada bota para caminar
y me dio un bastón.
223
—Un bastón para acompañar el suéter de tu abuela —dijo Sawyer,
empujándome hacia el frente del hospital en una silla de ruedas.
—Ja, ja. Sawyer el comediante.
—Estoy aquí toda la noche, amigos.
Esperaba que fuera cierto.
Tomamos un taxi a casa y Sawyer me subió los dos tramos de escaleras
como si nada. Me puso en mi casa, y lloré mientras intentaba poner peso en
mi pie.
—Dijeron que puedo caminar con esto —dije, agarrándome a su
hombro—. ¿Crees que mintieron para sacarme de allí?
Sin dudarlo, Sawyer me levantó de nuevo, acunándome. Me llevó a mi
cama, en un rincón entre la cocina y el sofá debajo de la ventana, y me dejó
caer suavemente.
—¿Quieres algo?
—¿Quizás un poco de agua? Y luego puedes ir a estudiar. No quiero
retenerte.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Y si quiero que me retengas?
—Entonces quédate —dije—. Sí quiero retenerte. Y no quiero dormir
sola.
—Yo tampoco. Estoy cansado de eso. Y yo sólo estoy... cansado.
—Ven aquí —dije—. En realidad, quítate el traje y luego ven aquí.
—Si me quito el traje, ¿te quitarás tú el suéter?
—¿Quieres parar? Me encanta este suéter. Lo uso todo el tiempo.
—Lo sé —dijo, trayéndome el vaso de agua.
—Tu megamente recuerda todo lo que llevo puesto, ¿verdad?
—Recuerdo más de lo que llevas puesto, Darlene —dijo, aflojándose la
corbata lo suficiente para quitársela—. Recuerdo muchas cosas de ti.
—¿Cómo qué?
Se quitó la chaqueta y la tiró en el sofá.
—Te recuerdo en el supermercado el día que nos conocimos, y cómo
me sonreíste como si fuera un idiota por no querer que me hicieras la cena.
Sonreí.
—Orgullo de hombre testarudo.
Sawyer se quitó el pantalón y la camisa de vestir, dejándolo con sus
calzoncillos y camiseta. 224
—Recuerdo cómo tus manos se sentían en mis hombros la primera vez
que me diste un masaje. Recuerdo lo roja que era la cereza que comiste en
el club esa noche. Tenía ganas de besarte; más de las que jamás había
querido besar a nadie. Recuerdo cómo sabías la primera vez que te besé, y
en secreto me pregunté si me habías arruinado para todas las demás
mujeres.
Se subió a la cama a mi lado. Instantáneamente me acurruqué contra
él y me rodeó con sus brazos. Nos abrazamos, con mi cara en su cuello y su
barbilla en mi cabeza. Mi corazón latía con fuerza al estar tan cerca de él.
En la cama con él, incluso si todo lo que hacíamos era esto.
—¿Por qué me dices todo esto? —susurré.
—Estoy tratando de ser romántico. ¿Cómo lo estoy haciendo hasta
ahora?
Sonreí.
—No está mal. Pero tendrás que continuar para que lo sepa con
seguridad.
Sawyer se rio y se echó atrás para mirarme. Sus ojos se suavizaron
mientras me barrían, como si me memorizara una y otra vez, sólo porque
quería. Sus dedos trazaron mi cara mientras hablaba.
—Recuerdo cada vez que me hiciste reír cuando sentí que hacía siglos
que no sonreía —dijo Sawyer, y su voz se volvió ronca en sus siguientes
palabras—. Y recuerdo cómo sostuviste a mi hija como si lo hubieras hecho
siempre, y esa fue la primera vez que imaginé tener algo más de lo que tenía.
Las lágrimas llenaron mis ojos.
—Sawyer...
—Darlene, no sé lo que estoy haciendo. No sé lo que se avecina a la
vuelta de la esquina y estoy jodidamente asustado. Pero la mitad de mi
corazón que no está destrozado por esta lucha por Olivia es toda tuya. No
es mucho, pero es todo lo que tengo ahora mismo.
—Lo tomaré.
—¿Estás segura? Porque tengo miedo de no poder darte lo que te
mereces. Estoy viviendo en parte en el mundo real y en parte en un futuro
que está a un puñado de días de distancia. Jackson y su madre piensan de
otra manera, pero maldita sea, Darlene, no es justo que te sometas a la
tormenta de mierda que se avecina.
—Puedo soportarlo, Sawyer —dije—. Quiero soportarlo. Prefiero estar
aquí para ti, si eso ayuda en algo.
—Ayuda —dijo—. Mucho.
Me acerqué más a él, ignorando el palpitar de mi pie. Ese dolor era un
eco mucho más débil del que vivía en mi corazón, para él.
225
Me acarició el pelo.
—Nunca he dormido con una mujer. Sólo dormir, quiero decir.
—Yo tampoco —murmuré contra su cuello—. Nunca he... sido
sostenida. Es agradable.
Sentí que se derretía a mi alrededor y la tensión se alejaba, al menos
por ahora. Durante unas horas preciosas, dormimos profundamente,
enredados juntos. Me aferré a él, y él se aferró a mí, tal como me prometió.
A la mañana siguiente, me desperté con la luz del sol que entraba por
la ventana sobre el diván y Sawyer de pie, mirando hacia afuera, con los
ojos llenos de pensamientos.
—Oye —dije en voz baja—. ¿Dormiste bien?
Asintió.
—Son casi las diez en punto. No he dormido hasta tan tarde desde el
verano antes de empezar en Hastings. —Se volvió hacia mí, y pude ver que
el peso de su examen y la lucha por Olivia volvió, bajando sus ánimos otra
vez—. ¿Cómo está el pie?
—Duele, pero viviré.
—Desearía no tener que dejarte —dijo, viniendo a sentarse conmigo en
la cama.
Le di la vuelta para poder frotarle la espalda y evitar que la tensión se
profundizara, pero era demasiado tarde.
—¿A qué hora es tu autobús a Sacramento?
—A la una —dijo—. Te traeré algo de comida o... cualquier otra cosa
que necesites antes de irme.
Lo volví hacia mí y le toqué la mejilla.
—Se te da bien cuidar a la gente.
Su sonrisa se marchitó un poco y supe que estaba pensando en Olivia.
Me dio una palmadita en el brazo y se levantó rápidamente.
—Te haré un poco de café.
Sawyer hizo el café y luego se fue a ducharse, a cambiarse y a empacar.
Volvió después y se sentó conmigo, sin decir casi nada. Lo dejé en silencio y
lo sostuve, con los dedos entrelazados.
226
Al mediodía, Jackson llegó para llevarlo a la estación de autobuses.
Parecía que había dormido con su traje, y llevaba gafas de sol sobre los ojos,
incluso en el interior. Apoyó una mano contra mi puerta.
—Tengo... una resaca horrible. —Inclinó su cuello hacia adelante, y
luego se quitó los lentes de sol para parpadear claramente hacia mí—. Iba a
preguntarte cómo le fue en el espectáculo de baile. A juzgar por la bota que
llevas en el pie, diría que o bien muy mal, o lo hiciste tan bien que te
rompiste el pie.
—El primero —dije, con una sonrisa.
—El segundo —dijo Sawyer.
—Esa es mi chica. —Jackson entró en mi casa y le dio una palmada en
el hombro a Sawyer—. ¿Estás listo?
—Tanto como puedo estarlo.
—Mi hombre. Vamos a rodar.
Me puse de pie y cojeé con mi bastón. El dolor no era tan malo, aunque
la idea de un turno de seis horas en el spa al día siguiente me dio vagas
náuseas.
—¿Estás segura de que quieres venir? —preguntó Sawyer—. Tal vez
deberías descansar.
—Calla, ya voy.
—Calla, ya viene —dijo Jackson. Señaló con un pulgar a Sawyer—.
Menudo tipo, ¿tengo razón?
Los chicos me ayudaron a bajar las escaleras y a entrar en el auto que
Jackson tenía esperando. Supuse que le iba muy bien en su empresa.
Quería eso para Sawyer; conseguir su puesto de oficinista y la carrera con
la que soñaba. Pero primero tenía que pasar el examen y, en el viaje en auto
a la estación de autobuses, se quedó en silencio. Preocupado. Tenía los ojos
llenos de pensamientos que no compartió con Jackson o conmigo.
Le sostuve la mano todo el tiempo y él sostuvo la mía, pero apenas
habló. Esperaba que Jackson lo hiciera hablar con su habitual humor jovial,
pero Jackson tenía resaca y, cuando lo miré, estaba dormitando contra la
ventana.
En la estación de autobuses, despertamos a Jackson y Sawyer sacó su
bolsa del maletero. Salimos a la calle bajo el sol brillante y reconocí este
lugar como el lugar donde me bajé del autobús después de mi viaje desde
Nueva York.
—Jesús, el sol me odia —murmuró Jackson, protegiéndose los ojos a
pesar de que tenía los lentes de sol puestos de nuevo. Aplaudió una vez, hizo
un gesto de dolor al oírlo y luego se volvió hacia Sawyer—. Esto es todo. El
grande. ¿Cómo te sientes, campeón? 227
Sawyer sacudió la cabeza.
—No lo sé. No estoy centrado.
—Saca la cabeza del banco y ve al campo —dijo Jackson—. Es el cuarto
y uno. Quedan diez segundos en el timbre. Pase de Ave María. Tiro desde la
línea central, y otras metáforas deportivas variadas.
Sawyer puso los ojos en blanco.
—Ves demasiado ESPN.
—No existe tal cosa.
Los dos hombres se tomaron de las manos y se abrazaron.
—Lo tienes en el bolsillo. —Escuché a Jackson decir en voz baja—. Sé
que lo tienes.
—Gracias, Jax —respondió Sawyer.
Se volvió hacia mí, con los ojos todavía pesados. Jackson nos sonrió un
poco y dio unos pasos hacia atrás para darnos privacidad.
—Le di a los Abbott tu número en caso de que Livvie necesitara algo —
dijo Sawyer—. No pensé en preguntártelo. Espero que esté bien.
—Lo está —dije—. Lo harás muy bien.
—Ya veremos.
—Te diría que te rompieras una pierna, pero la última vez que alguien
me dijo eso acabé en Urgencias.
Sonrió levemente y no supe qué más decir o hacer para facilitarle las
cosas. La presión estaba sobre sus hombros, presionándolo.
¿Qué diría Max para hacerme sentir mejor?
Max. Era como un ángel guardián, cuidando de mí. Desde Seattle.
Sonreí para mí misma.
—¿Ves ese pilar de ahí? —dije, sacudiendo mi barbilla hacia la blanca
columna de cemento—. Cuando me bajé del autobús de Nueva York, Max
estaba parado justo ahí. Acababa de dejar mi casa y viajé a cinco mil
kilómetros de distancia de mis amigos y familia, a una nueva ciudad. Pero
él estaba allí, esperándome. No nos conocíamos, pero no importaba. Sólo el
hecho de que estuviera allí para mí... eso hizo toda la diferencia en el mundo.
Puse las manos en los hombros de Sawyer y lo besé suavemente en la
mejilla.
—Voy a estar esperándote allí mismo cuando vuelvas. ¿De acuerdo?
Sawyer asintió, con sus ojos sobre mi cara. Luego, abruptamente tomó
mi cara en sus manos y me besó. Fuerte. Un beso que sentí en cada parte
de mí, como una repentina descarga de electricidad, que me atravesó y me
dejó sin aliento. 228
Mantuvo su frente junto a la mía después de separarse, y su propio
aliento se volvió duro.
—Un tornado, Darlene —susurró—. Estoy barrido.
Luego se alejó, se echó su bolso al hombro y se subió al autobús.
230
Darlene
A
l día siguiente, el lunes, pasé con dificultad mi turno en
Serenity. Mi pie palpitaba con un segundo latido y a las tres
en punto estaba luchando contra las lágrimas. A Whitney, mi
supervisora, le preocupaba más que mi bota fuera "antiestética".
—Si es demasiado, tal vez deberías quedarte en casa mañana —dijo en
la sala de descanso mientras me preparaba para irme.
Tomé mi bastón y cojeé al pasar junto a ella, con la barbilla levantada.
—He lidiado con cosas peores.
El Muni estaba benditamente vacío. Puse mi doloroso pie en el asiento
231
de al lado y fantaseé con tres Advil, mi cama, y tal vez un poema de Sylvia
Plath o dos.
Mientras hacía el arduo viaje de una cuadra y media a la victoriana, mi
teléfono sonó con un número que no reconocí. Me apoyé en la entrada de
otra persona y contesté.
—¿Hola?
—¿Darlene Montgomery? —preguntó una voz de mujer mayor.
—¿Si...?
—Soy Alice Abbott.
Me quedé helada, y un rayo de miedo con ira me atravesó.
—¿Sí? ¿Qué pasa? ¿Livvie está bien?
—Ella está... molesta. No durmió bien anoche. O nada, en realidad.
—¿Por qué no?
Una pausa.
—Echa de menos a Sawyer. Me preguntaba si podríamos ir a su casa
un rato. Para que pueda jugar con sus juguetes allí y tal vez dormir en su
propia cama.
Presioné mis labios. La pobre mujer sonaba cansada y más que un poco
triste, aunque trató de ocultarlo. Estaba atrapada entre el deseo de
consolarla y el de regañarla.
—Ven aquí —le dije—. Creo que puedo conseguir una llave de Elena.
—Gracias, Darlene —dijo Alice, y escuché el llanto quejumbroso de
Olivia de fondo—. Muchas gracias.
237
Sawyer
E
scribí la frase final en mi segunda de dos pruebas de
rendimiento. Se me instruyó que investigara, analizara y
apoyara una solución al caso como si fuera un abogado
ejerciendo. Ese mismo día había escrito tres ensayos, cada uno de los cuales
requería un conocimiento demostrado de la ley y de los precedentes
relevantes. El día anterior había escrito otros tres. El lunes había respondido
a doscientas preguntas del examen del Colegio de Abogados en el curso de
seis horas. Mi cerebro estaba frito, pero ya había terminado.
Leí el borrador final, me ardían los ojos. Hice algunos cambios y luego,
con los dedos doloridos y mi estómago retorciéndose en nudos, le di a
238
"guardar".
Hecho. Ya no hay vuelta atrás.
Se encendió una luz roja en la computadora especializada de pruebas.
En otra habitación, la computadora del supervisor de pruebas se encendió
con la misma luz, y el tipo llegó al espacio de pruebas del tamaño de mi
armario unos momentos después.
—¿Terminó?
—Esa es la palabra exacta —dije.
—Sí, parece que has terminado —dijo. Revisó mi área por última vez
para ver si había algún artículo de contrabando, especialmente de tipo
digital, pero todas mis cosas estaban guardadas bajo llave en otro cuarto,
incluyendo mi teléfono, mi billetera e incluso mi reloj.
Salí del centro de pruebas en el Hilton de Sacramento y atravesé el
vestíbulo. Otros abogados potenciales se habían reunido en el bar para
tomar unas copas a las tres de la tarde. Sus risas eran fuertes; años de
estudio, estrés y largas horas habían terminado, para bien o para mal. El
treinta y tres por ciento de nosotros pasaría. El resto dedicaría más tiempo
de estudio y estrés para volver el próximo año e intentarlo de nuevo. O
dejarlo. Recé a cualquier dios que me escuchara para que yo no fuera uno
de ellos.
Me alejé del bar y me dirigí al banco del ascensor. Una atractiva joven
con una falda negra y una blusa blanca entró en el ascensor conmigo. Su
cabello rubio estaba enredado y su perfume llenaba el pequeño espacio.
—¿Examen del colegio de abogados? —preguntó.
—Sí.
—Yo también.
Estaba mirando hacia adelante, pero sentí sus ojos rasgándome de
arriba a abajo. Se acercó un poco más a mí.
—¿Por qué los tiburones no comen abogados? —preguntó.
Sonreí débilmente.
—Creo que ya he oído esto antes.
—Estoy segura de que has escuchado un millón —dijo—. ¿Y? ¿Por qué
los tiburones no comen abogados?
—Cortesía profesional —dije.
Ella se rio.
—En efecto. Te toca a ti.
Me desplacé a través de mi base de datos mental.
—¿Cómo salvas a un abogado que se ahoga? 239
—¿Cómo?
—Quítale el pie de la cabeza.
La mujer se rio de nuevo, y el ascensor le hizo sonar su piso. Se puso
de espaldas a la puerta para mantenerla abierta, permitiéndome un vistazo
completo de su delgado cuerpo y sus pechos empujando contra la seda de
su blusa.
—Bueno, escucha, ese examen fue un monstruo —dijo—. ¿Quieres
tomar un trago conmigo? ¿Para celebrarlo? Puede que ya haya empezado un
poco en el bar —dijo con una pequeña risa—, pero puedes ponerte al día.
Dios, aquí estaba; una de mis más antiguas fantasías desde que decidí
convertirme en abogado cobró vida. Una versión anterior de mí mismo, del
tipo que daba fiestas y nunca salía en citas, sólo citas, habría aceptado la
oferta de esta mujer sin pensarlo dos veces. Diablos, yo habría hecho la
oferta.
Y ahora...
Sonreí un poco.
—No, gracias. Estoy con... alguien.
—¿Alguien? —dijo la mujer—. ¿Novia?
Probé el pensamiento.
Darlene es mi novia.
No encajaba. Una cita fallida y unos cuantos besos no hacían una
novia. Ni siquiera nos habíamos acostado, pero me sentía más cerca de ella
de lo que nunca había estado con una mujer; mis sentimientos por ella eran
tan profundos que me asustaban. Pero no era mi novia. La palabra era
demasiado fuerte y no lo suficiente al mismo tiempo.
—Darlene es alguien especial —dije.
—Oh Dios, no digas más —dijo la mujer—. Esperaba haberte atrapado
antes, pero la forma en que tu cara cambió cuando dijiste su nombre... —
Sacudió su cabeza con un suspiro de tristeza—. Llego demasiado tarde.
Se echó al hombro su bolso y dejó que las puertas se cerraran,
dándome una pequeña sonrisa conocedora y un pequeño meneo de sus
dedos como despedida.
Las puertas de plata brillante se cerraron, dejándome mirando mi
propio reflejo. Un rostro borroso de cansancio, y una sonrisa que no me
había dado cuenta de que había llevado.
240
—Todos de pie.
La sala se puso en pie cuando el juez Chen entró desde su despacho
para tomar asiento en su escritorio.
Mi corazón tronó en mi pecho, y Jackson me agarró del brazo bajo la
mesa, tranquilizándome. Miré detrás de mí, a Darlene. Su sonrisa era
temblorosa, pero me dio dos pulgares hacia arriba, y ese pequeño gesto
envió un pequeño destello de calor a través de mí. Entonces el juez se aclaró
la garganta y yo me sentí rígido por el miedo otra vez.
—En esta audiencia, en el asunto de la custodia y establecimiento de
la paternidad de Olivia Abbott, una menor, el secretario del tribunal leerá
ahora los resultados del ADN como se suscribió en nuestra última audiencia
que se ha retrasado desde entonces.
Él asintió hacia el empleado y ella comenzó a levantarse.
El señor Holloway, sentado al lado de sus clientes al otro lado de la
sala, se puso de pie primero.
—Su señoría, antes de comenzar los Abbott han solicitado que lea una
declaración a la corte.
El juez Chen frunció el ceño y miró por encima de sus gafas.
—Espero que esto no sea otro retraso en los procedimientos, señor
Holloway.
—No, su señoría.
Le di un codazo a Jackson. Se encogió de hombros.
—Muy bien —dijo el juez—. Proceda.
Holloway se aclaró la garganta.
244
—Es el deseo de mis clientes, Gerald y Alice Abbott, que por la presente
rescindan su petición de custodia de Olivia Abbott. Con esta declaración,
tienen la intención de rescindir su Orden de Mostrar Causa, y solicitan que
los resultados de la prueba de paternidad permanezcan sellados a
perpetuidad y/o destruidos. Además, ellos, como padres de la fallecida Molly
Abbott, desean firmar en su nombre una Declaración Voluntaria de
Paternidad, nombrando a Sawyer Haas como el padre natural de Olivia
Abbott e inscribiendo su nombre en el certificado de nacimiento de ella como
lo exige la ley.
Las palabras rodaron sobre mí como una avalancha. Apenas había
captado una revelación de lo que los Abbott habían hecho antes de que
Holloway leyera otra. Aturdido, miré a Jackson, que parecía que estaba
haciendo todo lo que podía por no saltar de su silla. Me volví hacia Darlene,
sentada junto a Henrietta. Tenía los dedos apretados contra su boca, y las
lágrimas corrían. Por último, mis movimientos robóticos llevaron mi mirada
a los Abbott. El rostro amable de Alice estaba lleno de lágrimas y los labios
de Gerald apretados. Tenían las manos apretadas sobre la mesa,
fuertemente.
Abrí la boca para hablar, no estaba seguro de lo que saldría, pero
Holloway no había terminado.
—Los Abbott desean además pagar una pensión alimenticia de cinco
mil dólares mensuales hasta que se conozcan los resultados del examen del
colegio de abogados del señor Haas y se asegure su empleo. Esta
manutención no tiene condiciones ni advertencias. —Holloway mostró una
sonrisa complacida hacia mí—. Eso es todo.
Las cejas del juez se juntaron.
—¿Sus clientes son conscientes, señor Holloway, de que rescindir todas
las reclamaciones de custodia, permanente o parcial, significa que cualquier
visita o contacto con Olivia Abbott se dejará a la sola discreción del señor
Haas?
—Están al tanto, su señoría. Pero tienen la esperanza de que el señor
Haas honre la fe que los Abbott tienen en él como padre de Olivia, y haga lo
mejor para todas las partes.
Le di un codazo a Jackson, pero no necesitaba que lo incitaran. Se puso
de pie.
—Lo hará, su señoría —dijo Jackson, y me sorprendió oír la voz de mi
amigo quebrarse un poco—. A los ojos de la ley, el fallo de un juez tiene más
peso que la palabra, pero en esta situación sé que el honor y el deber de este
hombre hacia su hija van más allá de cualquier orden... o análisis de sangre.
—Se dirigió a los Abbott—. Y en una nota personal, gracias. Muchas gracias,
en su nombre y en el mío.
—Y el mío también —dijo Darlene en voz baja desde su asiento en la
galería. 245
—Amén —entonó Henrietta, como si estuviéramos en la iglesia.
El juez suspiró, aunque el indicio de una sonrisa se dibujó en las
comisuras de su boca.
—Bueno, esta es la audiencia de custodia más poco ortodoxa que he
presidido, pero si los Abbott retiran su petición, no tengo razón para negar
su petición. Los resultados de la prueba de paternidad serán destruidos y el
señor Haas es libre de presentar una Declaración Voluntaria de Paternidad.
Eso es todo.
Golpeó con su mazo, y fue como una puerta que se cierra de golpe en
un terrible futuro y se abre hacia otro. Me puse de pie sobre piernas
temblorosas mientras los Abbott se acercaban.
—Yo... no sé qué decir —dije—. Gracias no parece lo suficientemente
fuerte.
Alice tendió la mano y me tocó la mejilla.
—Olivia te quiere y, más que nada, eso es lo que queremos. Lo que
siempre hemos querido. Que sea feliz. No lo sería sin ti.
Asentí, con los dientes apretados.
—La amo —dije—. Muchísimo. Prometo que haré lo correcto por ella
por el resto de mi vida.
—Hemos finalizado la compra del condominio en el puerto deportivo —
dijo Gerald bruscamente—. Tiene una habitación libre que le guardaremos.
¿Para cuando visite a los abuelos?
Era como una pregunta y quería borrar toda duda de sus mentes.
—Sólo asegúrense de que tiene bloques. Ya saben cómo es con sus
bloques.
Gerald sostuvo mi mirada un momento y luego estalló en risas. Me
estrechó la mano y luego me abrazó. Alice se unió, y sentí que un enorme
espacio vacío en mi vida que no sabía que estaba ahí se estaba llenando con
todo lo que siempre había querido.
Mis ojos encontraron a Darlene sobre el hombro de Alice, y me dio dos
pulgares hacia arriba, con lágrimas a raudales.
Es todo lo que siempre he querido.
Hice un movimiento con mi mano para atraerla. Empezó a cojear, pero
Jackson fue más rápido. La levantó y la llevó a nuestro pequeño grupo.
Nuestra familia, y la última pieza cayó en su lugar.
246
Darlene
R
ecogimos a Olivia de casa de Elena, y luego ella y sus hijos,
Jackson y Henrietta, los Abbott, Sawyer y yo fuimos a
almorzar a Nopa. Nos reunimos en el frente, con Olivia
chillando de risa mientras la pasaban de mano en mano, para mantenerla
ocupada mientras esperábamos a que nuestro enorme grupo se sentara.
—Espero que tengamos el mismo camarero que nuestra primera no-
cita —le dije a Sawyer—. Se volvería loco tratando de averiguar cómo
pasamos de eso a la familia Partridge.
Sawyer sonrió, pero sus ojos eran oscuros cuando me miraban. Se 247
inclinó para besarme la mejilla y me susurró al oído.
—Necesito estar a solas contigo. Mucho.
Una ráfaga de calor me atravesó, y apreté mi agarre en su brazo.
—Yo también —le susurré—. ¿Crees que se darían cuenta si nos
escabullimos?
—Yo no —dijo Sawyer—, pero tú sí, definitivamente.
—Eso es dulce, pero...
Sawyer me silenció con un beso que sentí en lo más profundo de mí. Le
devolví el beso tanto como era apropiado en un restaurante, y luego le
aplasté el brazo.
—No puedes besarme así en público —bromeé—. Tengo que alejarme
de las sustancias que alteran la mente, ¿recuerdas?
Se rio, pero, durante la comida, mientras nos sentábamos juntos en
una larga mesa, nuestros ojos se encontraron y nuestras manos se
agarraron bajo la mesa. Sobre todo, para evitar que el otro explorara, ya que
yo anhelaba tocarlo y ser tocado.
Miré alrededor de la mesa, llena de caras que nos gustaban, y pensé en
lo que vendría después, y fue casi demasiado.
Oh, Dios mío, esto está sucediendo. Todo esto...
Jackson notó que me frotaba subrepticiamente los ojos con una
servilleta, y se inclinó.
—El universo escuchó —dijo—, y luego respondió.
—A lo grande —dije con una risa—. Enorme.
—Te escuchó, Dar —dijo—. ¿Lo que hiciste? ¿Con los Abbott? Lo
salvaste.
Sacudí la cabeza.
—Noooo... estaban justo ahí. Sólo necesitaban un pequeño empujón.
—Y tú se lo diste —dijo. Inclinó la cabeza hacia Sawyer, que hablaba
animadamente con Gerald sobre su antigua profesión como jefe de una gran
empresa de contabilidad—. Podríamos estar en un mundo de dolor si no
fuera por ti.
—Eso me da demasiado crédito —dije—. Pero esto, ¿ahora mismo? Es
una buena sensación. La mejor.
Y quiero que dure para siempre.
Comimos y hablamos, y luego nos despedimos de todos. Sawyer hizo
planes con los Abbott para que viniera mañana, sábado, y jugaran con Olivia
en el parque.
—Es nuestro ritual del sábado —dijo Sawyer.
248
—Estaremos allí —dijo Alice, con su hermosa sonrisa. Me atrajo para
darme un abrazo—. ¿Y estarás tú allí, querida?
—No me lo perdería.
Nos despedimos y volvimos a la victoriana con Elena, sus hijos y los
Smith. Todos se quedaron y charlaron y jugaron con Olivia. La expresión
hambrienta de Sawyer cuando sus ojos se encontraron con los míos nunca
se fue, y me llevó al corto pasillo entre la sala de estar y los dormitorios.
Su beso envió corrientes de electricidad a través de mí, y tuve que
aferrarme a su camisa para mantenerme en pie. Mi necesidad de estar con
él era un dolor físico en mi cuerpo, pero recuperé el aliento y lo empujé
suavemente hacia atrás.
—Si Henrietta nos atrapa ahora, estaremos en grandes problemas —
dije.
—En el momento en que todos se vayan... —dijo Sawyer acercándome
de nuevo—. Eres mía.
—Quiero eso —dije—. Mucho, pero... tengo que salir un rato.
Sawyer frunció el ceño.
—¿Salir? ¿A dónde?
Dejé caer mi mirada hasta su camisa y alisé una arruga que había
hecho, agarrándolo durante nuestro beso.
—Tengo una reunión de NA. Tengo una cada lunes, miércoles y viernes.
Todavía me parecía un poco extraño decirlo en voz alta, pero entonces
reuní mi coraje y levanté los ojos para encontrarme con él de frente. Me
quedé sin aliento al ver a Sawyer mirándome con una potente mezcla de
amor y orgullo que me hizo llorar.
La aceptación, pensé, también un tipo de amor.
—Maldita sea, Sawyer, hoy he llorado hasta quedarme sin maquillaje
por tu culpa.
Sonrió y tomó mi mejilla con su mano.
—Ve a tu reunión —dijo, con sus labios rozando los míos—. Estaré aquí
para ti cuando vuelvas.
Me acerqué para que me tocara.
—Puede que no lo creas, pero es lo más sexy que he oído en mi vida.
Se rio y me besó de nuevo.
—Creo que puedo hacerlo mejor... esta noche.
249
258
Sawyer
U
na y otra vez, la tuve.
Pasamos la noche haciendo el amor, hambrientos
como animales salvajes, y todo lo demás. Nos detuvimos
para recuperar el aliento; nos traje agua, hablamos un poco
y nos reímos mucho, pero inevitablemente los suaves toques de la mano de
Darlene en mi cabello o los míos deslizándose por la suavidad de su piel nos
hacían codiciosos. Como una bengala que se enciende, caímos en una
sudorosa maraña de brazos y piernas, agarrando piel, con sus uñas
arañando mi espalda y mi boca besándola por todas partes. No me cansaba
de tocar su cuerpo o de escuchar cómo se deshacía debajo de mí, una y otra
259
vez. Fue una celebración de nuestras victorias que duró toda la noche, y
finalmente cesó cuando la primera luz del amanecer se filtró a través de la
ventana.
Y, milagro de los milagros, Olivia durmió todo el tiempo.
Mientras yacíamos en el somnoliento silencio de la mañana, con mi
cuerpo pesado y gastado, escuché a Olivia hacer un pequeño sonido
mientras dormía, a través del monitor del bebé, pero no se despertó.
—Normalmente se despierta al menos una vez por noche —dije—. Es la
primera vez. Sin mencionar —añadí con una sonrisa—, que fuiste muy
ruidosa. Probablemente despertamos a los hijos de Elena.
Darlene me golpeó el brazo. Se acurrucó contra mí, con su pierna
colgada sobre mi cadera y su pie apoyado en mi muslo.
—Todo esto es tu culpa, no la mía. —Se acurrucó más cerca de mí—.
Me dijiste que creías que Olivia se despertaba porque tenía miedo de estar
sola —dijo después de un momento. Sus dedos se arrastraron sobre mi
pecho—. Tal vez sienta que la tensión se ha disipado y puede quedarse
donde pertenece. Y con quien pertenece.
—Tal vez —dije—. Pero todavía hay un poco de tensión. Un último
obstáculo.
—¿Tu reunión con el juez Miller?
Asentí.
—El lunes. No he escrito ni una palabra de ese ensayo que quiere.
Darlene apoyó su barbilla en mi pecho.
—¿Estás preocupado?
—Debería estarlo, pero no. Han pasado tantas cosas que siento que lo
que necesito decirle vendrá a mí.
—Lo hará —dijo Darlene—. Sé que lo hará.
—Bueno, será mejor que llegue rápido. Sólo tiene dos días.
El monitor del bebé se iluminó con Olivia agitándose.
—Es linda cuando se despierta —dijo Darlene.
—Voy a buscarla.
Darlene me empujó hacia atrás.
—Déjame.
Se puso su ropa interior y encontró una de mis camisas de vestir en el
suelo. Caía hasta sus muslos, y hacía que sus piernas parecieran eternas.
Su cabello estaba despeinado, mis manos habían estado enterradas en él
toda la noche, y sus labios estaban hinchados por mis besos.
—Dios, eres sexy —murmuré mientras se abotonaba la camisa, dejando
las tres de arriba desabrochadas.
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Ella sonrió.
—Sólo dices eso porque acabamos de tener sexo durante seis horas
seguidas.
—No creo que sea subjetivo —dije—. Pero estoy dispuesto a dedicarle
más tiempo. Sólo para estar seguro.
Se rio mientras cojeaba hacia la habitación de Olivia. Me puse mis
calzoncillos, y luego me senté contra el cabecero, escuchando por el monitor
mientras mi hija cantaba "¡Dareen!" y Darlene respondía con palabras
dulces y ruidos tontos para hacerla reír.
Volvieron al dormitorio, con Olivia en la cadera de Darlene. Mi pequeña
niña parpadeó de sueño y un mechón de Darlene enroscado en sus dedos.
—Mira quién está despierta —dijo Darlene, haciéndola rebotar
ligeramente—. Di: “Buenos días, papá”.
—Papá —dijo Olivia, y algo le llamó la atención—. Jarr. Jarro. —
Extendió la mano y Darlene se acercó a la ventana.
—¿Qué es lo que ves? ¿Es un pájaro?
—Jarro.
La luz entraba y caía sobre Darlene sosteniendo a mi bebé, y bebí cada
detalle. El azul de su camisa contra el pijama amarillo pálido de Olivia; la
luz del sol que hacía que los hilos del cabello marrón de Darlene se volvieran
dorados con toques de rojo; los ojos azules de Olivia mientras señalaban y
balbuceaba algo que sólo ella y Darlene podían ver.
Simplemente las miré; llené mis ojos con ellas y mi memoria fotográfica
capturó cada matiz de ese momento, y lo guardó para siempre.