Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El-Monstruo PDF
El-Monstruo PDF
El monstruo
Pablo supo que Carlitos no iba a volver cuando vio a su mamá entrar
al rancho a los gritos, mientras las tías la sostenían para que no se
cayera al piso o se arrancara los pelos. Después le dieron una pastilla
con vino y la pusieron a dormir. A él le dijeron que se portara bien, y lo
abrazaron mucho, porque sabían cuánto quería a su hermano.
Sabía, por ejemplo, lo que le había pasado al pibito que vivía al lado del
San Telmo. Primero se fue a Constitución a pedir, porque le dijeron que
ahí estaba la posta. Después agarró la bolsita y la empezó a necesitar,
porque pasaba eso: la tenías que oler todo el día o te volvías loco. Unos
tipos le prometieron darle bolsitas gratis. Gratis de plata: tenía que
chuparles la pija o alguna otra cosa así como pago, de degenerados
que eran. Después de un tiempo el pibito apareció en el Argerich, se
había querido tirar debajo de un coche. Lo salvaron. Lo trajeron de
vuelta. A la semana se tiró al Riachuelo y se ahogó. Muerte segura, con
ese aceite que parecía los pelos largos empastados de las mujeres
cuando tapan las cañerías y hay que sacarlos o tirarle a la cañería
soda cáustica.
El Chino se armó un porro y ofreció, pero Pablo le dijo que no, porque
cuando estaba mal no fumaba, se ponía peor. Además, ¿qué iba a
hacer ahora sin Carlitos? Había un montón de gente en la isla que
organizaba marchas, ayudada por unas personas que venían de
Capital: estaban convencidos de que a Carlitos lo había matado la
policía. Seguro que tenían razón, pero no había sido eso solamente,
pensó Pablo. Si el Chino tenía razón, la cuestión no se arreglaba con
hacer mierda a los policías o mandarlos presos. No se iba a terminar
nunca, porque el monstruo no se iba a ir. Siempre iba a querer más y
siempre iba a conseguir gente que le habilitara lo que necesitaba.
Él sabía lo que pasaba abajo del agua negra, desde muy chico. Una
sola vez se había subido al bote para ir hasta La Boca, con su papá,
cuando todavía estaba vivo, antes de que se lo comiera el bicho. Y
había visto los cientos de deditos del monstruo tocando el bote y los
remos; su papá hablaba con un amigo, ni lo miraba, pero Pablo sintió
que le faltaba el aire y quiso decirle papá mirá esos dedos, dedos flacos
pegajosos, a medio formar todavía, pero iban a hacerse fuertes algún
día, él se dio cuenta y tenía nomás cinco años.