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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA – 2º cuatrimestre 2019

Lunes 2/9/2019
Prof. Pilar Spangenberg

El atomismo antiguo

[El atomismo antiguo. Ubicación cronológica y geográfica. Fundamentos del mecanicismo atomista.
Caracterización de los átomos y el vacío. Relación con el eleatismo. El azar o la necesidad.
Caracterización y crítica de la percepción. Convencionalidad y conocimiento genuino.]

Ahora que acaban de cerrar el pensamiento de Parménides con María Elena es el momento adecuado
para introducir dos líneas de pensamiento del siglo V para cuya plena comprensión necesitamos tener
en mente ciertas tesis fundamentales atribuidas al eleatismo. A la hora de hablar del eleatismo me
refiero a la línea de pensamiento iniciada por Parménides y que tuvo como continuadores a pensadores
como Zenón o Meliso. El hecho de meter a estos tres pensadores en una misma bolsa ha sido bastante
discutido, pero es claro que ya a la altura de Platón en cierto modo se establece un parentesco fuerte
entre ellos, a los que se les atribuye tesis cuya procedencia podemos en realidad atribuir a uno u otro,
pero difícilmente a los tres. Es decir, si bien estos pensadores presentan importantes diferencias entre
sí, ya la antigüedad les atribuye dos tesis fundamentales que se oponen a lo que los fenómenos nos
exhiben, a aquello que se nos presenta inmediatamente a la sensación: la tesis de la unidad (el ser es
uno), y la tesis de la inmovilidad (no hay movimiento posible). Frente a tales tesis de cuño
pretendidamente eleático una serie de pensadores como Empédocles, Anaxágoras y los mismos
atomistas intentará, sin abandonar por completo la matriz de pensamiento eleática, salvar los
fenómenos, es decir, dar cuenta de la posibilidad de la multiplicidad y el movimiento. Y lo harán de
diversas maneras.
En el mundo antiguo hubo dos grandes sistemas físicos, el atomismo de Leucipo y Demócrito y la
física aristotélica La física atomista tuvo vigencia durante varios siglos dado que fue adoptada por una
de las principales escuelas del período helenístico, el epicureísmo. La teoría atomista antigua fue obra
de Leucipo y su discípulo Demócrito. Hay dudas respecto de la nacionalidad del primero (¿Mileto?
¿Elea? ¿Abdera?), mientras que el segundo era oriundo de la ciudad de Abdera, en Tracia. Interesa
resaltar su procedencia en función del estudio de un pensador que abordaremos la semana que viene:
de esta ciudad procede también el sofista Protágoras y, de hecho, los diversos testimonios establecen
diversas relaciones entre ellos: algunos sostienen que Protágoras fue discípulo de Demócrito, otros
sostienen que Demócrito lo fue de Protágoras. No lo sabemos a ciencia cierta y es probable que no
haya existido tal relación entre ellos. Sin embargo, vamos a señalar algunos puntos de contacto entre
las problemáticas abordadas por uno y otro. Según veremos, frente a problemáticas similares,
Protágoras y Demócrito ofrecen respuestas opuestas.
Demócrito nació alrededor del 460 AC (y fue muy longevo, algunos dicen que llegó hasta los 100
años), y Leucipo era algo mayor. Se le atribuyen viajes por Egipto, Persia y Babilonia, e incluso Etiopía
e India. Según Diógenes Laercio habría escrito más de sesenta obras de temas extremadamente
variados: cosmología, astronomía, geografía, medicina, botánica, matemáticas, por mencionar sólo
algunas. Y por supuesto, física, que es lo que estudiaremos nosotros y que implicaría temas de lo que
hoy denominamos metafísica y gnoseología, en tanto también reflexionó acerca del status de los
conocimientos físicos. Si bien se le atribuye alguna estancia en Atenas en que, incluso, habría
escuchado a Sócrates, no parece haber desarrollado su actividad intelectual allí. Su impacto se
evidencia claramente en la obra de Aristóteles. No así en la obra de Platón con cuyo pensamiento, sin
embargo, parece haber tenido sugestivos puntos de contacto. Si consideramos que Demócrito pertenece
a la generación anterior a la de Platón, llama la atención la ausencia de cualquier referencia al atomista.
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La ontología atomista

Según hemos dicho, los atomistas intentan retomar algo de lo planteado por Parménides en relación
con el ser, pero a la vez intentan dar cuenta de la posibilidad del movimiento y de la multiplicidad.
Intentan, de algún modo, salvar al fenómeno de la aplanadora especulativa eleática. En este sentido,
podríamos pensar que Demócrito es el primer “parricida” del padre Parménides. Ustedes saben que en
un diálogo tardío denominado Sofista Platón dice que, para demostrar la posibilidad de la falsedad,
debemos demostrar la posibilidad del no ser y, en este sentido es preciso matar al padre Parménides.
Podría verse el primer parricida en Demócrito, en la medida que es el primero que a la vez que se
manifiesta como un seguidor en cierto sentido de la línea eleática, quiebra con su axioma básico al
establecer la existencia del no ser. En efecto, los atomistas plantean la existencia de dos principios para
explicar lo real: uno que es y otro que no es. El que es se identifica con el átomo; el que no es con el
vacío.
Así, a diferencia del ser parmenídeo limitado y uno, el cosmos atomista está constituido por infinitos átomos
y vacío. Los átomos son infinitos en número, el vacío en extensión. Estos constituyen la multiplicidad de las cosas y los
infinitos mundos que se generan y corrompen. Esta es la afirmación fundamental de la física atomista,
que se repetirá en varios de sus fragmentos: todo está constituido por átomos y vacío. Los átomos son
unidades discretas que no pueden ser segmentadas (“átomo” significa justamente que no puede ser
cortado, no admite divisiones), y van a ser los constituyentes últimos de la realidad. El vacío es una
noción innovadora de esta física, requerida por un sistema en el cual los átomos chocan y rebotan, se
unen y se separan. Su concepción del vacío rompe con el eleatismo y los coloca en una postura original
y poco común en el pensamiento antiguo, que se inclinará por la negación aristotélica del vacío. Hay
que esperar a Newton para que el vacío reaparezca en la historia de la ciencia.
Simplicio, en DK 67A8 (texto 8) afirma que Leucipo sostenía que todo está constituido por ser (los
átomos) y no ser (el vacío). El vacío, en efecto, es caracterizado por los atomistas de modo negativo,
como lo que no es átomo. Esto no significa la existencia de un no ser de cuño parmenídeo, en tanto el
no ser átomo es una noción de no ser relativo. Por esto el testimonio sostiene que Leucipo afirmaba
que el no ser existía tanto como el ser. En este sentido parece adelantar la tesis que desarrollará Platón
en el Sofista: él también establecerá la existencia de un no ser en tanto diferencia (respecto de lo que
es).
Estos átomos son imperceptibles en virtud de su pequeñez y no por no ser de carácter material. Lo que
percibimos son las cosas constituidas por átomos aglomerados. Los átomos se agrupan para formar la
multiplicidad de las cosas. Según surge del siguiente testimonio de Aristóteles (Met. I 4, 985b, DK
67A6) los átomos difieren entre sí:
“[Demócrito y Leucipo] afirman que las diferencias [de los átomos] son causas de todas las
otras diferencias. Y dicen, además, que esas diferencias [de los átomos] son tres: figura, orden
y posición; ellos afirman, en efecto, que el ser difiere por “carácter”, “contacto” y “dirección”.
De éstas, el “carácter” es figura, el “contacto” es orden y la “dirección” es posición. Por
cierto, A difiere de N por la figura, AN de NA por el orden, mientras que I difiere de H por
la posición.”
Lo que está haciendo Aristóteles en este pasaje es remitiendo a las expresiones que usaban los
atomistas para dar cuenta de las diferencias entre los átomos y ofreciendo la traducción en conceptos
de su propia filosofía. Nos ofrece, además, una analogía con las formas de las letras para ilustrar las tres
diferencias:
1) Carácter (rhysmós): se corresponde, dice Aristóteles, con la figura (schéma) de los átomos.
Letras del alfabeto como A y N se diferencian por la figura.
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2) Contacto (diathigé): con estos los atomistas aluden al orden (táxis). Sílabas como AN y NA se
diferencian entre sí por el orden.
3) Dirección (tropé): los atomistas denominan así a la posición (thésis). I difiere de H por la
posición.
Solamente la figura sería una propiedad intrínseca, las demás propiedades son relativas al medio en el
que se mueven o a otros átomos. Aecio sostiene que los átomos, sólo poseen forma y tamaño como
propiedad. No sabemos si la comparación entre los átomos y las letras fue forjada por los atomistas o
corre por cuenta de Aristóteles, pero es una excelente analogía que será utilizada por Platón y
Aristóteles a la hora de analizar diversos tipos de sistemas. En el caso de los atomistas, los átomos
serían las “letras” con las cuales se escribe el cosmos, sólo que se trata de un texto en mutación
continua, que va cambiando.
Respecto del tamaño, no hay acuerdo entre los comentadores. Diógenes Laercio le atribuye a
Demócrito haber afirmado que, así como los átomos son en número ilimitado, también son de magnitud
ilimitada (68A1), y establece así una distinción entre la teoría democrítea y la epicúrea, que afirmó el
carácter pequeñísimo e imperceptible en función de esta pequeñez de los átomos (68A43). Epicuro
retoma en la época helenística el atomismo y le introduce varias modificaciones. La crítica de Epicuro
a Demócrito acerca del tamaño de los átomos se agudiza quizás a partir de afirmaciones como las de
Aecio (68A47) según el cual Demócrito sostuvo la posibilidad de que exista un átomo del tamaño del
universo. Dada la infinitud de mundos sostenidos por Demócrito, no es posible excluir ninguna
posibilidad, tal como se advierte en los siguientes fragmentos:

“…Y dices que Demócrito sostiene que hay innumerables mundos, entre los cuales algunos
son no sólo semejantes sino tan perfecta y absolutamente idénticos que ninguna diferencia
los separa, cosa que ocurre también entre los hombres.” (DK 68A21. Cicerón, Acad. II 17,
55)

Si hay infinitos mundos las posibilidades de combinación son también infinitas y no se puede excluir
que se den repeticiones azarosas. Estos mundos, como muestra el siguiente fragmento, serían, además,
perecederos, y su colapso daría lugar a otros mundos:

“[Según Demócrito] hay infinitos mundos y ellos difieren por su magnitud; dice, además,
que en algunos de ellos no hay ni sol ni luna, que en algunos el sol y la luna son más grandes
que los de nuestro mundo y que en otros mundos hay más de un sol y más de una luna. Las
distancias entre los mundos son desiguales y en algunas partes [del vacío] hay más mundos
y en otras menos; mientras que algunos mundos están desarrollándose, otros han alcanzado
su pleno desarrollo y otros están en decadencia, y mientras que en algunas partes hay
mundos en formación, en otras los hay que están en declinación. Además, los mundos
perecen cuando se abalanzan uno sobre otro. Dice, además, que hay varios mundos carentes
de animales, de plantas y de todo elemento húmedo.” (DK 68A40. Hipólito, I 13, 2)

Si tienen en cuenta los rasgos básicos de la cosmología geocentrista, de origen aristotélica y ptolemaica,
pueden ver que esto es lo opuesto. Es decir que Aristóteles, que fue crítico de los atomistas, tuvo en cuenta
textos como el que acabamos de leer para afirmar exactamente lo contrario: la eternidad inmutable de la
física supralunar. La oposición entre la física atomista y la aristotélica no se agota en la cosmología.
Una característica fundamental de la metafísica atomista es su mecanicismo, que implica que el
movimiento de los átomos no obedece a un patrón finalista, sino que:

“[Esas sustancias] entran en conflicto y se desplazan en el vacío en razón de sus desemejanzas


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y de las demás diferencias mencionadas, y al desplazarse se encuentran y se enlazan entre
ellas con un entrelazamiento tal que las hace entrar en contacto y en recíproca proximidad, y,
sin embargo, a partir de ellas no se genera, en realidad, alguna naturaleza única. Del todo
ingenuo, en efecto, sería pensar que dos o más cosas pudiesen llegar a ser una sola. La causa
de que las sustancias permanezcan reunidas hasta un determinado momento son los
entrelazamientos y adhesiones recíprocas de los cuerpos, pues algunos [de los átomos] son
escalenos, otros ganchudos, otros cóncavos, otros convexos y hay otros que poseen otras
innumerables diferencias. Y considera [Demócrito] que ellos se mantienen en contacto y
permanecen reunidos durante un tiempo, hasta que una necesidad más poderosa que les
adviene desde el exterior los sacude con violencia y, separándolos, los dispersa.” (DK 68A37.
Aristóteles, fr. 208 Rose, en Simplicio, Del cielo 294, 33)

Este pasaje nos ofrece precisiones adicionales sobre las formas de los átomos y una base explicativa
para la formación de conglomerados. Simplicio puntualiza que este agrupamiento de átomos se genera
a partir de choques pero es efímero, en tanto el mismo tipo de fuerzas mecánicas que intervienen en la
conformación de las cosas luego de un tiempo fuerza su dispersión. Fíjense que en rigor no podemos
hablar de generación ni corrupción. Los átomos no se generan ni destruyen. Solamente se entrelazan
para formar conglomerados. Son estas figuras que se conforman en virtud del entrelazamiento las que
se destruyen cuando impacta sobre ellas una fuerza más poderosa que dispersa los átomos que las
conforman y que las dejan disponibles para otro nuevo entrelazamiento. Así, la reunión de átomos no
alcanzaría a conformar nunca una naturaleza única, pues en realidad se trata de una multiplicidad de
átomos. En este pasaje “con violencia” se opone a “natural”. El impulso hacia el movimiento violento
viene desde afuera, mientras que el movimiento natural es expresión de una tendencia interior.
La imposibilidad de la generación y la corrupción se refleja en el siguiente testimonio:

“Empédocles, Anaxágoras, Demócrito, Epicuro, y cuantos sostienen que el mundo está


formado por la reunión de partículas corpóreas sutiles, sostienen que hay agregaciones y
disgregaciones, pero no generaciones y corrupciones en sentido estricto: éstas no son, en
efecto, resultado de una alteración cualitativa, sino de una reunión cuantitativa.” (DK
31A44. Aecio, I, 24, 2).

Este pasaje marca precisamente qué se puede entender por génesis y qué no en la física aristotélica. Si
hay un cambio cualitativo, que no supone una mera agregación, se puede hablar de generación y
claramente lo que está en juego es la generación de los seres vivientes, cuyos organismos funcionan
como un todo que no es la mera sumatoria de sus partes. Para los atomistas no habría propiamente
génesis porque no alcanza con un conglomerado de átomos reunidos por fuerzas mecánicas para dar
cuenta de este tipo de cambio. En 68B168 los átomos aparecen designados con la palabra “phýsis”, y en
el testimonio 67, como ón, lo que es. En cierto modo, los átomos son entonces los herederos del ser
parmenídeo. En todo caso, lo que queda claro es que Leucipo y Demócrito se referían a los átomos con
un conjunto de expresiones, algunas de las cuales toman de la tradición anterior, como phýsis y ón, y
acuñan el término técnico “átomo” para los constituyentes últimos de la realidad, sólidos, eternos,
inengendrados. Plutarco (68A57) dice que el carácter inengendrado de los átomos deriva de su solidez,
en tanto no admiten ningún intersticio de vacío. Es el sentido del término “átomo”, “no cortado”, dijimos
antes. En el fragmento 8 de Parménides pueden ver qué rasgos del ser están son retomados en la
caracterización de los átomos. Lo que se podría señalar, desde luego, como un elemento constante en la
física antigua es la aceptación de que el cosmos es eterno y que de la nada nada surge (68A1).

El parricidio: vacío, movimiento y multiplicidad


En un testimonio sobre los atomistas, Aristóteles señala que la negación eleática del no ser los llevó a la
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negación física de la existencia del vacío, y que así se vieron obligados a sostener la negación del
movimiento y de la multiplicidad, en tanto ambos suponían su existencia. Esto nos permite vislumbrar
las razones que pudo haber conducido a los atomistas a la postulación del vacío:

“Algunos de los antiguos pensaban que lo que es es por necesidad uno e inmóvil: pues el
vacío no es, y no es posible que haya movimiento sin que haya un vacío separado; además,
tampoco puede haber múltiples cosas, si no hay algo que las separe. […] Leucipo, en cambio,
pensaba poseer argumentos que, prestándole acuerdo a la sensación, no eliminaran ni la
generación ni la corrupción, ni el movimiento ni la multiplicidad de los entes. Habiendo
hecho tales concesiones a los fenómenos y acordando, por otra parte, con quienes sostienen
lo uno, afirma que no puede haber movimiento sin vacío y que el vacío es no ser y que nada
de lo que es es no ser; el ser en sentido propio, en efecto, es absolutamente pleno. Pero tal
ser [para Leucipo] no es uno, sino infinito en número e invisible debido a la pequeñez de sus
volúmenes. Estos [átomos] se desplazan en el vacío (pues hay vacío) y, al asociarse, producen
generación y, al disociarse, corrupción.” (DK 67A7. Aristóteles, De gen. y corr. I 8, 325 a)

Meliso, que ya les he mencionado como uno de los filósofos correspondientes a la línea eleática, había
identificado el no ser con el vacío y negado su existencia (DK30B7). De modo que los atomistas aún
para oponerse a ciertos axiomas básicos del eleatismo, se siguen apoyando en su matriz de pensamiento:
Demócrito afirma, admitiendo la identidad entre el vacío y el no ser, que el vacío existe tanto como los
átomos. Ambos son principios de todo lo que hay. Así como dijimos antes que no podría existir el
movimiento sin el vacío, tampoco podría existir la multiplicidad de átomos sin este. Si se fijan, sería
una inversión del argumento eleata de B8 según el cual el ser es uno porque no hay un no ser que lo
segmente. De modo que tanto la multiplicidad como el movimiento se explicarían, según entiende
Aristóteles, a partir de la introducción del vacío. Si bien Aristóteles no está de acuerdo con los atomistas
acerca de su existencia, en este pasaje expresa un juicio positivo sobre los atomistas en tanto buscaron
atenerse a los fenómenos, en este caso, el movimiento y la multiplicidad. En términos de la propia física
atomista la asociación sería equivalente a la generación y la disociación a la corrupción. Sin embargo,
Aristóteles rechaza que se puedan explicar la generación y la corrupción de ese modo, y por eso
encontramos testimonios que ponen en cuestión que se pueda hablar propiamente de generación y
corrupción en el atomismo. Lean también acerca de esta cuestión DK67 A8 (Simplicio, Fís. 28, 4).
Es preciso aclarar que el vacío es causa del movimiento no porque lo provoque, sino porque es su
condición de posibilidad. Los átomos han estado siempre en movimiento, pero para poder hacer esto
requieren tanto de su movimiento intrínseco como del vacío en el cual el movimiento se da, de modo
que átomos y vacío son eternos, y el movimiento también.

El azar y la necesidad
Habíamos dicho antes que el cosmos atomista carece de estructura finalista, y que las agregaciones y
disgregaciones atómicas son explicadas de modo mecánico. Es fundamental recordar también que para
los atomistas el movimiento es eterno, lo cual implica que siempre hubo átomos y vacío y que estos
siempre se estuvieron moviendo. Para Demócrito, según Aristóteles, esto bastaba para explicar la causa
del movimiento en tanto principio, pues no depende de nada más que de sí mismo. En otras palabras, el
movimiento es una cualidad intrínseca de los átomos, y por lo tanto no requiere de nada exterior para
justificarlo. La característica fundamental del movimiento de los átomos es su necesidad. El concepto
de necesidad puede referirse a un abanico de propiedades que tienen en común el hecho de no poder ser
de otro modo. Lo que ocurre es que la razón por la cual el movimiento de los átomos es necesario no
viene de afuera, sino que es expresión de su propia naturaleza, su forma, estado y posición. Fíjense en
el fragmento 2:

Leucipo dice que todo ocurre por necesidad y que ésta es el destino. Dice en Acerca del
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intelecto: “Nada se produce porque sí, sino que todo sucede a partir de una razón y por
necesidad”. (DK 67B2. Aecio, I, 25, 4)

Todo acontecimiento que se deba al movimiento de los átomos tiene este carácter de necesario por la
propia naturaleza dinámica de los átomos, y no podría darse de otro modo. La idea de esta naturaleza
dinámica del átomo se refuerza con el testimonio de Diógenes Laercio que identifica la necesidad del
movimiento de los átomos con el torbellino en el cual están envueltos:

“Todo se produce por necesidad, porque la causa de la generación de todas las cosas es el
torbellino, al que [Demócrito] llama necesidad.” (DK 68A1. Diógenes Laercio IX, 45)

Para el aristotelismo, la explicación del movimiento supone recurrir a la causa final, que está ausente
en el planteo atomista. Para los atomistas no habría tal movimiento natural contrapuesto al violento.
Para ellos el movimiento de los átomos se da porque se están moviendo en un torbellino y los choques
obedecen a una necesidad de su propia naturaleza (depende, pues, de su forma, tamaño, posición y orden,
como hemos visto antes). Algunos le atribuyeron a Demócrito la invención del principio de inercia, en
tanto este supone que los cuerpos tienden a estar siempre en movimiento a menos que algo los detenga,
y no como la física aristotélica en la cual los cuerpos tienden naturalmente al reposo a menos que algo
los mueva:

“Dice [Aristóteles] sobre Leucipo y Demócrito: ellos afirman, en efecto, que los átomos se
mueven por colisiones y choques mutuos, pero no dicen, sin embargo, de dónde procede el
movimiento natural; pues el movimiento por colisión mutua es violento y no es natural, ya
que el movimiento violento es posterior al natural.” (DK 67A6. Alejandro de Afrodisia, Met.
36, 21)

Hay varios testimonios que le atribuyen a los atomistas haber sostenido que el movimiento de los
átomos no era sólo necesario sino también azaroso, pero esa calificación de “azaroso” proviene de
quien está esperando una explicación finalista o providencial y no la encuentra, y entonces cree que la
necesidad que no está guiada por ese tipo de causa supone el azar. Esta atribución se pone de relieve
en Marco Aurelio, un estoico que no está de acuerdo con el atomismo adoptado por los epicúreos, y
expresa que hay dos alternativas: los átomos o la providencia (Meditaciones IV, 3).

El conocimiento y el rol de los sentidos

La base de la gnoseología atomista radica en la distinción de dos tipos de saber en función de sus
objetos. Todo el cosmos está conformado de átomos y vacío. Esto es lo único real. Acerca de los
conglomerados formados por los átomos, es decir los fenómenos, sólo sería posible tener opinión.
Nuevamente, es interesante entender esta propuesta sobre el trasfondo del eleatismo. Asistimos
entonces a la emergencia de dos perspectivas diversas para acceder a los mismos objetos: una es la del
pensamiento, la otra la de los sentidos.
Los átomos y el vacío no son sensibles y según el testimonio de Sexto esto no se debe a poseer una
naturaleza inmaterial, sino a las propias limitaciones de nuestra percepción: es su pequeñez la que
determinaría la imposibilidad de aprender los átomos. Todo lo que se adquiera por este medio de los
sentidos será también opinión. La visión, por ejemplo, es caracterizada por Demócrito como la
recepción de un reflejo que proviene de los cuerpos visibles:
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“Demócrito afirma que ver es percibir reflejos provenientes de los objetos vistos. Este
reflejo es la forma que aparece en la pupila, al igual que en los demás cuerpos diáfanos que
conservan reflejos en sí mismos. Y él –y antes que él Leucipo y, después, los seguidores de
Epicuro- sostienen que ciertas imágenes que fluyen de los cuerpos y que tienen forma
similar a los cuerpos de los que fluyen (es decir, a los objetos visibles) penetran en los ojos
de quienes ven y así se produce la visión.” (DK 67A29. Alejandro de Afrodisia, De sens.
24)

Estos reflejos de las cosas sensibles en el aparato sensorial, así como las opiniones que adhieren al
contenido perceptual sólo nos ubican en el reino de la convención (nómos). Varios de los fragmentos
gnoseológicos de Demócrito son transmitidos por el escéptico Sexto Empírico, pensador muy posterior,
del siglo II-III d. C. Según veremos, es una fuente fundamental para acceder no sólo al pensamiento
de los atomistas, sino también de los dos grandes sofistas del s. V A. C, Gorgias y Protágoras. A Sexto
le interesa el atomismo, en tanto en cierto sentido constituiría un antecedente del escepticismo por el
hecho de establecer la imposibilidad de contar con un criterio de verdad en lo relativo al fenómeno. La
dimensión escéptica del pensamiento de Demócrito se manifiesta a todas luces en este fragmento:

Y afirma nuevamente [Demócrito]: “Que no comprendemos cómo es o cómo no es en


realidad cada cosa, lo hemos puesto en evidencia en múltiples ocasiones”. (DK 68B10.
Sexto Empírico, Adv. Math. VII 136).

Por esa razón Sexto se sirve de muchas de las afirmaciones de Demócrito para fundar la sospecha sobre
la legitimidad del conocimiento. Sin embargo, el atomismo se distancia del escepticismo en la medida
que, en lo concerniente a la realidad, al ser, afirma en tanto verdadera, real, la existencia de átomos y
vacío. Estos no se perciben, sino que se postulan por medio de un razonamiento:

En los Criterios dice [Demócrito] que dos son las formas de conocimiento: uno por los
sentidos y el otro por el pensamiento. Al que se obtiene por el pensamiento lo llama
“legítimo” y le confiere fiabilidad para el discernimiento de la verdad; al que se da por los
sentidos lo denomina “oscuro” y le niega infalibilidad para reconocer lo verdadero. Y dice
textualmente: “Hay dos formas de conocimiento, uno genuino y el otro oscuro; al oscuro
pertenece todo lo siguiente: vista, oído, olfato, gusto y tacto; el otro, el legítimo, se distingue
de él”. Y luego, dando preferencia al legítimo sobre el oscuro, continúa diciendo: “cuando el
oscuro ya no puede ver nada más pequeño, ni oírlo, ni olerlo ni gustarlo, ni percibirlo por el
tacto, sino que con mayor sutileza… <debe continuar buscando, entonces toma su lugar el
genuino, que posee un órgano de conocimiento más fino: conjetura Diels>. (DK 68B11.
Sexto Empírico, Adv. Math. VII 138)

La razón que se aduce aquí para la carencia de verdad de los juicios perceptuales es la que los átomos
y su movimiento quedan por fuera del campo perceptual, en razón de su pequeñez, de su sutileza. Es
decir que no es que los átomos sean inteligibles; de hecho, tienen propiedades que se ubican dentro del
campo semántico de lo sensible (forma; tamaño), pero que no pueden denominarse “sensibles” por
escapar al alcance de nuestros sentidos. Si les interesa ahondar en este problema, en la bibliografía
optativa, en el capítulo de Barnes, p. 438-445 hay una buena discusión al respecto. Cuando los sentidos
no alcanzan, según sugiere el testimonio de Sexto, se recurre entonces al pensamiento, de modo que
las características de los átomos se establecen por medio de una argumentación racional, no por la
sensación. Esto, sin embargo, no implica que las características de los átomos no sean del mismo tipo
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que las que se perciben, aunque en este cosmos, diría Demócrito, sean demasiado pequeñas para ser
percibidas. Lo que nosotros percibimos son las propiedades emergentes de los conglomerados
atómicos, que son sólo un efecto de lo que constituye la realidad.
Tanto el conocimiento perceptual como el pensamiento se darían por una suerte de contacto, de choque,
un encuentro entre átomos que sería variable según el estado del objeto de conocimiento y la
disposición corporal del conocedor en cada momento. Tanto el sujeto que conoce como lo conocido
están conformados por átomos y vacío:

“[Demócrito] niega el valor de lo que se aparece a los sentidos y dice que ninguna de esas
cosas se manifiesta conforme a la verdad sino sólo conforme a la opinión y que la verdad de
las cosas reside en que ellas son átomos y vacío. “Por convención –así dice- lo dulce, por
convención lo amargo, por convención lo caliente, por convención lo frío, por convención
el color, pero en realidad hay átomos y vacío”. Esto significa que lo sensible se considera
por convención y es objeto de opinión, pero en verdad no es, sino que lo único que es en
verdad son los átomos y el vacío. Y en las Confirmaciones, aunque ha prometido atribuir
fuerza de convicción a las percepciones sensibles, hallamos que, sin embargo, los condena.
Afirma, en efecto: “Nosotros, en realidad, nada aprehendemos con precisión, sino sólo lo
que cambia conforme a la disposición de nuestro cuerpo y de lo que en él ingresa o le ofrece
resistencia”. (DK 68B9. Sexto Empírico, Adv. Math. VII 135)

De modo que la disposición de nuestro cuerpo determina aquello que aprehendemos. Parece haber
implicado aquí un cierto relativismo. Y en esto es que encontramos un cierto punto de contacto con el
relativismo atribuido a Protágoras, el otro gran pensador de Abdera. Además, es muy interesante poner
esta teoría en relación con la “doctrina secreta” de corte heraclíteo atribuida a Protágoras en la primera
parte del Teeteto que verán en las próximas clases.
Completen esta caracterización del conocimiento por convención leyendo el DK 68A49 en que se
afirma que la convencionalidad implica un acuerdo que hace referencia a los que conocen y no a la
naturaleza de las cosas. De más está decir que “por convención” no significa “falso”, sino dependiente
de un marco teórico. Nos encontramos nuevamente, del mismo modo que en el eleatismo, con que lo
que se opone a la verdad no es la falsedad. Parece haber en estos autores una especial atención a la
proliferación de discursos físicos acerca de los fenómenos, con una consecuente toma de distancia
respecto de su verdad.
De esto se desprendería una actitud escéptica acerca de la posibilidad de tener conocimiento de las
cosas. Todo lo que excede el marco de los átomos y el vacío, es decir los conglomerados atómicos, no
va a poder ser objeto de un discurso verdadero, así como tampoco nada que sea objeto de percepción.
Demócrito, al igual que Parménides, y posiblemente mucho más que él, se ocupó de los fenómenos,
como el trueno, por ejemplo. Ahora bien, y otra vez nos encontramos con la herencia parmenídea,
consideró que lo que se especule acerca de estos sólo podía ser una convención teórica y no verdad.
Esto no implica, sin embargo, que no haya que hacer física sobre los fenómenos, sino que no se puede
considerar que se alcanza la verdad respecto de ellos.
Ya hemos dicho que de la ciudad de Abdera también proviene el sofista Protágoras, que estudiaremos
en la próxima clase. Ustedes fácilmente podrán constatar una cierta relación entre la gnoseología de
ambos pensadores. Desde luego, en el planteo protagórico no parece haber ninguna posibilidad para
pensar la realidad al margen de los pareceres como sí la hay en el atomismo, pero hay interesantes
cruces textuales con la gnoseología atomista acerca de los fenómenos. Podríamos pensar que de hecho
en ambos se manifiesta un cierto relativismo, pero mientras el de Demócrito establece que toda
sensación se ofrece ante alguien y que es por el choque único e irrepetible de los átomos que provienen
del objeto y del sujeto que se produce esta sensación, en el caso de Protágoras este relativismo es
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acerca de la verdad: ahí no hay hecho alguno en que se sustente la percepción, sólo hay parecer. De
todos modos, esta problemática en torno al relativismo la retomaremos la semana que viene cuando
abordemos los testimonios acerca de Protágoras.

Bibliografía obligatoria

Bernabé Pajares, A., Fragmentos presocráticos. De Tales a Demócrito, Madrid, Alianza, 2008, cap.
“Los primeros atomistas”, pp. 274-283.

Bibliografía optativa

Barnes, J., Los presocráticos, Madrid, Cátedra, 1992, cap. 405-446


Salem, J., “La física de Demócrito”, Lecturas sobre presocráticos I, OPFyL, 55-83

Material didáctico de circulación interna de Historia de la filosofía antigua, Facultad de Filosofía y


Letras, Universidad de Buenos Aires.

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