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Para el tratamiento de este tema, que da cierre a la unidad 3, vamos a examinar los dos
textos platónicos que figuran al final de la antología de preplatónicos, desde la pág. 34
hasta el final. Pertenecen al Crátilo y Teeteto de Platón, en los que se argumenta contra
los partidarios del flujo radical, un movilismo extremo que niega todo tipo de estabilidad.
Se lo identifica también como heraclitismo extremo o radical, denominación que
podemos usar pero sin olvidar que la posición del propio Heráclito, a juzgar por los
fragmentos que de él conservamos, no es vulnerable a la crítica que le hará Platón, ya que
la regularidad y el equilibrio son para el efesio tan importantes como el cambio y el fluir.
El pasaje que nos interesa, Crátilo 439b-440e, pertenece al final del diálogo. Tras afirmar
que los nombres son “imágenes de las cosas”, Sócrates afirma que es preciso aprender e
investigar no a partir de los nombres sino a partir de las cosas mismas. Es una exigencia
habitual del Sócrates platónico, al encarar una discusión, que los interlocutores sellen un
acuerdo que no puede ser meramente nominal sino que tiene que estar anclado en la cosa
misma que está en discusión. Esto implica reconocer que los nombres no son indicadores
confiables del tipo de realidad que conviene a la cosa nombrada, por eso es que un acuerdo
no debe basarse en el nombre sino en la definición de la cosa, garantizando que el nombre
se emplee unívocamente, sin ambigüedad. Este es el primer punto que se establece (439a-
b).
El segundo punto, desde 439c hasta el final, desarrolla la crítica a la posición movilista
extrema, la de que “todo se mueve y fluye”. ¿Acaso los nombres han sido instaurados
atendiendo a esta tesis del flujo radical? La pregunta da lugar a un argumento cuyo punto
de partida es la existencia de realidades inmutables, de algo bello en sí, no un rostro bello
cuya belleza está sometida a cambio, aclara Sócrates, sino algo bello en sí que se mantiene
siempre idéntico a sí mismo. Crátilo admite la existencia de realidades invariables de este
tipo, en contraste con las cuales, las cosas que llamamos bellas, de acuerdo con la tesis
del flujo radical, nunca se mantendrán siendo las mismas. Si todas las cosas fluyen y
cambian constantemente, estarán sujetas a movimiento pero también a alteración (esto es
justificado en Teeteto, donde se aduce si la tesis movilista radical fuera correcta, todo
estaría sujeto a los dos tipos de movimiento: el movimiento local o traslación y la
alteración o cambio cualitativo, porque de no ser así, es decir, si algo se alterase
permaneciendo en el mismo lugar, o si se moviese de lugar sin alterarse en cuanto a sus
cualidades, habría alguna estabilidad, en cuyo caso sería falso que todo fluye
incesantemente). Es decir, si el heraclitismo radical es verdadero, todo estará sujeto a
ambos tipos de movimiento.
Esta crítica del final de Crátilo se sustenta así en la admisión de realidades inmutables,
que son los objetos de conocimiento. El argumento asume como premisas la existencia
de esas realidades y la posibilidad del conocimiento. Una vez admitidas, se revela falso
que todo está sujeto a cambio y movimiento en sentido absoluto o radical, lo cual haría
imposible el conocimiento, cuya garantía es el reconocimiento de esas entidades
invariables, que se sustraen al flujo fenoménico. El testimonio de Aristóteles en
Metafísica I, 6, sobre la génesis de la teoría platónica de las formas (texto nº 1 de la
antología de textos de Platón) dará cuenta precisamente de cómo se conjugan la influencia
del heraclitismo, a través de Crátilo, y la de Sócrates, dando lugar a una pintura dualista,
si se quiere, de la filosofía de Platón, quien habría establecido una nítida separación entre
el ámbito sensible, sujeto a cambio y fluir constantes, y un ámbito suprasensible de
carácter inmutable. Este dualismo, como veremos más adelante, es fuente de dificultades
y estará en el centro de las críticas de Aristóteles a su maestro.
La refutación platónica del heraclitismo radical, expresada en el rechazo de que todo está
sujeto a un cambio y flujo radicales, puede, entonces, entenderse de dos maneras distintas:
como una afirmación de que solo el ámbito sensible lo está, no ya el inteligible, que es
invariable, o bien como una afirmación de que no hay nada que fluya radicalmente, ni
siquiera el mundo sensible. Mientras que algunos pasajes de los diálogos platónicos de
madurez podrían dar apoyo a la primera interpretación, en Sofista y en Timeo hay
elementos que apoyan la segunda lectura, la que en cierto modo corrige la visión de la
metafísica de los dos mundos. En efecto, la primera de las interpretaciones mencionadas
remite a la teoría de dos ámbitos, el sensible y el inteligible, mutuamente separados,
mientras que la otra preserva la distinción entre ambos ámbitos sin dejar de reconocer a
lo sensible cierta estabilidad. De lo que no hay dudas es de que el reconocimiento de
realidades inmutables garantiza para Platón la estabilidad necesaria para que haya
conocimiento. Cuál es el alcance del heraclitismo que Platón acepta, en cambio, es una
cuestión que ha sido respondida de dos maneras distintas.
Cuando pasamos a la crítica del movilismo radical en el Teeteto, diálogo tardío dedicado
a la búsqueda de una definición de conocimiento (episteme), sorprende que no haya
ninguna referencia a las formas. Esto explica que el argumento contra el heraclitismo o
movilismo radical sea diferente del ofrecido en Crátilo, cuya premisa vimos que es el
reconocimiento de realidades inmutables. Dos son los pasajes que interesa analizar:
Teeteteto 157a-c (texto D, pág. 29 de la antología) y luego 181a-183b, pasaje que también
pertenece a la selección de textos preplatónicos (págs. 36 ss.), que es el que expone la
refutación propiamente dicha del heraclitismo.
El conocimiento es percepción
El hombre es medida de todas las cosas
Todo fluye y cambia constantemente
Es esta última la que nos interesa. Antes de examinar el argumento de refutación de esta
tesis del flujo radical, resumamos sus lineamientos básicos. Según la presenta Platón, esta
teoría afirma que nada es una cosa en sí y por sí misma ni es adecuadamente nombrada
con un término definido, así como tampoco puede decirse que sea de una especie definida.
Los ejemplos que ilustran esto son familiares para el lector de los diálogos de madurez:
aquello que llamamos grande es a la vez pequeño, lo que decimos que es pesado es,
también, liviano. Cornford, cuando comenta esta sección del diálogo, señala que tal
inseparabilidad de los opuestos constituye un punto real de contacto entre Protágoras,
Heráclito y el mismo Platón, quien en lo que se refiere a la cosa sensible sujeta a cambio,
concede que no es una cosa en sí misma sino que está atravesada por la contrariedad.
Todo aquello que llamamos grande es también pequeño, lo igual es, también, desigual,
ejemplos como estos abundan en los diálogos platónicos.
“no debemos admitir expresiones tales como “algo”, “de alguien”, “mío”, “esto” o “aquello”, o cualquier
otro término que indique fijeza, sino decir, de acuerdo con la naturaleza de las cosas, “están llegando a ser”,
“se están produciendo”, “están pereciendo”, “están cambiando”. Porque si alguien hiciera a algo estable
mediante el discurso, al hacerlo será fácilmente refutado”
Si damos por verdadero que todo es movimiento, se impone un uso especial del lenguaje,
que evite posesivos y demostrativos que, al denotar estabilidad, resultan inapropiados
para designar lo que está sujeto a devenir. El lenguaje corriente vuelve estable una
realidad fluyente, con lo cual, al hacer uso del discurso, desmentiríamos el flujo radical
que pregonamos. Esta es la conclusión que surge en la primera etapa que recorre la
discusión del movilismo, etapa en la que Platón da por verdadera esta posición y
argumenta a favor de ella, invitando a reformar el lenguaje para adaptarlo a una realidad
absolutamente fluyente. Habrá que usar verbos que sean expresión del proceso de cambio
y movimiento al que todo estaría sometido, renunciar al empleo de posesivos y
demostrativos, expresión de una fijeza ausente en las cosas. Esta invitación a reformar el
lenguaje tiene sentido, entonces, en el supuesto de que la tesis movilista constituye una
descripción adecuada de lo real, lo que contrasta con el planteo que se hace líneas después,
en Teet. 181b-183c, segundo momento en la discusión del movilismo radical, en que esta
posición será refutada por Platón.
En esta segunda etapa de la discusión con los partidarios del flujo radical se advierte que
la reforma del lenguaje propuesta antes está destinada al fracaso, ya que un lenguaje afín
al flujo radical es inviable. No habría modo de dar con un lenguaje lo suficientemente
indefinido como esa posición exige. Lejos de adaptar nuestro lenguaje a la teoría del flujo
radical, ahora es el factum del lenguaje el que saca a la luz la falsedad de esta teoría, cuya
enunciación por sí sola hace que el partidario del flujo radical se ponga en contradicción
consigo mismo. Es que si fuese verdad que nada es y que todo deviene, el lenguaje sería
imposible. Veamos el argumento.
En 181c-d se retoma la discusión con los partidarios de que todo está en movimiento y
Sócrates se expresa en estos términos: “¿afirman ellos que hay una sola clase de
movimiento o dos, como creo yo?”. Hablamos de movimiento cuando algo cambia de un
lugar a otro o cuando gira en el mismo lugar, pero también si, permaneciendo en el mismo
lugar, envejece o altera alguna de sus cualidades. Hay entonces dos clases de movimiento:
traslación y alteración, y el movilista debe aceptar que todo está sujeto a los dos tipos de
movimiento (181e-182a), de otro modo tendrían que reconocer que hay algo estable, algo
que cambia pero permaneciendo en el mismo lugar, o que se traslada pero sin alterarse.
“Teod. - ¿Y de qué procedimiento podríamos servirnos, Sócrates? ¿Cómo podríamos darle un nombre a
cualquiera de estas cosas, si, en el momento de pronunciarlo, ella se escabulliría, al estar inmersa en el
flujo?
Sóc. - ¿Qué diremos, entonces, de una percepción cualquiera como ver u oír? ¿Permanece realmente como
tal en el mismo acto de ver u oír?
Teod. - Si todas las cosas están en movimiento, hay que decir que no.
Sóc. - Por consiguiente, no hay por qué decir que algo es visión en lugar de decir que es no visión, y lo
mismo ocurriría en el caso de cualquier otra percepción, si todo está absolutamente en movimiento.
Teod. - En efecto, realmente es así.” (182d-e)
“si todo se mueve, cualquier respuesta, sobre lo que quiera que sea, será igualmente correcta. Da igual decir
que las cosas son así o que no son así, o que llegan a ser de esta manera o de la otra, si prefieres utilizar esta
expresión, para no inmovilizarlos con las palabras.”
Teod. - Tienes razón.
Sóc. - Sí, Teodoro, excepto en haber dicho «así» y «no así». Ni siquiera este «así» debe emplearse, pues lo
que es «así» no podría ya estar en movimiento, y lo mismo podría decirse en el caso del «no así», dado que
esto no es movimiento. Ahora bien. los que sostienen esta doctrina deberían establecer alguna otra forma
de hablar, teniendo en cuenta que ahora, al menos, no disponen de expresiones adecuadas a sus propias
hipótesis, a no ser que la expresión «de ninguna manera» se ajuste mejor a ellos por su sentido indefinido.
Teod. - Para ellos, por lo menos, ésta sería la forma más apropiada de hablar.” (183a-b)