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REVELACIÓN Y TEOLOGÌA

Titulación MÁSTER EN TEOLOGÍA


Profesor FRANCISCO JESÚS GENESTAL ROCHE
Curso 2014-2015 Cuatrimestre segundo ECTS: 3=75 horas

PRESENTACIÓN DE PRÁCTICAS Calificaciones del texto


COHEREN VALORACI
CLARIDAD COMPRENSI Calific.
Alumno/a BELLO RIVAS, María Xesús EXPOSITI
CIA
ÓN DE IDEAS
ÓN
De la
TEXTUAL CRÍTICA
VA 2o% 30% práctica
20% 30%
Texto Tarea 6 - Comentario sobre el artículo de Torres

Queiruga “La razón teológica en diálogo con la

cultura”

Fecha 07.05.15

Tengo que confesar que tuve que detenerme dos veces sobre la frase: “Ha cambiado nuestra relación con el
objeto de la teología” y luego correr al libro de Olegario de Cardedal (El quehacer de la teología) a verificar
si también en él había cambiado tal objeto... Por fortuna, pude comprobar que, tal como era de esperar, allí, el
objeto de la teología seguía siendo, “simplemente”, Dios. Y si Dios es el objeto de la teología... ¿la frase del
teólogo gallego nos habla de que ha cambiado nuestra relación con Dios? Incluso, a continuación, apunta que
también ha cambiado nuestra conciencia de esta relación, por lo que, concluye, es necesario “construir una
nueva relación” en función del nuevo paradigma.
Bien. Por supuesto, tiene razón al afirmar que nuestra toma de conciencia como persona, como realidad
autónoma, ha variado con el tiempo. Desde luego, un gobernante ya no puede esgrimir aquel lema del “por la
gracia de Dios”... que Dios no es un ser extraño absolutamente disociado de nuestro propio ser... Todos estos
asertos los ha traído consigo, de algún modo, el cambio de paradigma de pensamiento que acarreó el
modernismo. En torno a esto, Torres Queiruga desarrolla la idea de la necesidad de una “nueva objetividad”
religiosa que nos lleve hacia una nueva concepción de la relación inmanencia-trascendencia. Se esfuerza en
desarrollar una ratio fidei dentro de una sociedad cada vez más compleja, pero este “nuevo paradigma” en el
que Creador y creatura no serían de algún modo aislables. Esta línea de pensamiento no está muy lejos del
teísmo deísta de ciertas orientaciones pro kénosis divina etc.
Esta visión de Dios y del mundo tendrá, obviamente, implicaciones directas en cuanto a la Revelación, ya
que el autor diferencia, para sustentar su paradigma, entre la fe de la Iglesia y las diferentes y posibles
interpretaciones de la fe, apoyando un nuevo rediseño de la estructura total. Si Dios no es un ser
trascendente, sino inmanente, no es posible continuar con esta interpretación de revelación como “revelación
al dictado”, sino que esta tendría lugar en el hombre y en todos los hombres smás allá de las fronteras de las
diferentes religiones. Estas premisas no son en absoluto novedosas, pues no hacen más que reincidir en los
presupuestos de la filosofía procesual autocreativa de I. Barbour y otros.
Por supuesto, la actuación de Dios en el mundo no acabó el “séptimo día” (aunque para Torres Queiruga
probablemente no ha habido un “día uno”, si lo he interpretado correctamente) porque Dios no descansa, no
se cansa de amar, por medio de su Hijo y en el Espíritu. La visión tradicional de un Dios omnipotente,
omnisciente que observa el universo desde una posición privilegiada no entra en los esquemas de una
cosmología y física modernas, pero tampoco en los de la teología. La intervención de Dios Padre en su
creación (o en una parte de ella) por medio del Hijo, haciéndose el Logos hombre y, tras la muerte y
resurrección de este, por medio del Espíritu Santo que dejó habitar en nosotros, no solo se corresponde con
los relatos bíblicos, sino que es -dentro de la dificultad de comprensión que por supuesto conlleva- más
plausible que ciertas contribuciones a la nueva teología. El Dios de teólogos como Torres Queiruga es
obligado a convivir y ser parte del tiempo de sus creaturas, por lo que necesariamente perderá autonomía (me
resisto a utilizar el término kénosis (aunque no la utilice el teólogo gallego) para aquello que más bien semeja
disolución de Dios en su creación como un sobre de azúcar en el agua, seguiría existiendo, diluido, pero ya
no sería azúcar o no del mismo modo). Este Dios despojado de sí mismo, separado de su capacidad de
intervención de puro anonadamiento, resulta muy provechoso a la racionalidad científica y ya no digamos al
ecumenismo y a la convivencia entre las religiones del mundo. Pero un Dios que parte del hombre no puede
ser tres, por eso, salvo Moltmann, todos amalgaman a las personas para hacer a Dios, en cierto modo, su
semejante. Aunque más que en el espectro de la kénosis, creo quesituaría a Queiruga con los teórico de la
creación continua, a mi entender, más acertada, aunque no entendiéndola como una acción de Dios continua,
ni tampoco como un devenir en ella, sino como una actividad creadora divina que por medio de su existencia
hace posible nuevas realidades.
Una actividad de Dios que no es temporal, que no se mezcla con la contingencia sino, más bien, queimprime
en lo creado sus características fundamentales. También me parece extraordinariamente problemática en este
paradigma de Torres Queiruga de no separar al ser divino de lo creado, pues con ello, necesariamente, estará
asimilando lo espiritual en la materia, la separación entre cuerpo y alma de desvanecería igualmente, pero si
todo es material (esta tesis la seguiría Rahner, entre otros), lo espiritual debería surgir de lo material, algo
para cualquier físico absolutamente inaceptable, pero si, como Peacocke y Queiruga, haces a Dios parte de la
materia, necesariamente habremos de llegar a esta conclusión.
No quiero con esta crítica anular la necesidad e incluso bondad de la existencia de este debate, aunq cuando,
en el plano de la Revelación, tiene a mi modo de ver consecuencias con las que en absoluto puedo
identificarme desde mi experiencia personal de encuentro con Cristo. Contar con la presencia de Dios en su
creación, de forma continua, se diga o no que es su Espíritu, no se aleja en absoluto del discurso tradicional.
Su necesidad de hacer hincapié en esa presencia real es enriquecedora. Sin embargo, sí me resulta más difícil
aceptar el cierto deísmo de esta perspectiva y, sobre todo, la domesticación del Espíritu Santo que no solo no
“soplaría donde quiere” sino que, o bien le ha dejado todo el trabajo al Dios Padre, o bien actúa siempre y en
todo lugar (¿Queiruga?) como si fuese el combustible de un motor jamás puesto en marcha ya que funciona
desde toda la eternidad...
Este paradigma incluso ya no es de Cristo, incluso ya no es Cristo, sino (de) todas las personas en una,
sufrientes, ya no sería un vaciado en pos del amor a las creaturas sino más bien un funcionalismo
irremediable al que se habría entregado Dios al ser parte de nosotros. Un Dios abocado a convivir con el
destino de sus creaturas y unas creaturas divinizadas impulsadas por un Espíritu amordazado.

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