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El campo arroja a la inteligencia ante una realidad real, pero extracampal. Y este
lanzar ante sí, actualizando aquello hacia lo cual estamos lanzados, es justo lo que
etimológicamente significa la palabra problema... Este estar siendo actual en cierto
modo sin serlo plenamente es el problematismo...
(ZUBIRI, Inteligencia y razón, 64)
1
X. ZUBIRI, El hombre y Dios (Madrid 1985) 11-12.
2
X. ZUBIRI, “El problema teologal del hombre”, en: A. VARGAS-MACHUCA (ed.), Teología y
mundo contemporáneo. Homenaje a K. Rahner en su 70 cumpleaños (Madrid 1975) 55-64.
pero no vive a Dios como problema... el problema de Dios, en tanto que pro-
blema, sería así asunto reservado al ateo [... y] siente casi como un contra-
ser, pensar que su fe sea la solución a un problema. El hombre actual, pues,
sea ateo o teísta, pretende que no tiene en su realidad vivida un problema de
Dios”. Y la posición de Zubiri a este respecto es tajante: el hombre actual,
sea creyente, ateo, agnóstico o incluso indiferente, es ingenuo. Es ingenuo
porque ignora que su posición teológica es en todo caso una posición gana-
da, construida a partir de lo que es un problema estructural, constitutivo y
originario suyo: el problema de Dios o el problema teologal.
Cabe aquí preguntarse si es ésta una debilidad exclusiva del hombre ac-
tual o lo es más bien de muchos hombres en todas las épocas, es decir, que
respondería no tanto a una coyuntura o época histórica, cuanto a una deter-
minada actitud personal. El propio Santo Tomás parece plantear la cuestión
de un modo similar a Zubiri cuando rechaza la sentencia de Juan Damasce-
no según la cual “el conocimiento de que Dios existe está impreso en todos
los hombres por naturaleza”3, al mismo tiempo que también rechaza el argu-
mento ontológico de San Anselmo, pues lo que en sí mismo es evidente no
tiene por qué serlo para nosotros y en tal medida necesita ser demostrado4.
Parece, pues, que para muchos hombres del Medievo su teísmo adolecía de
similar ingenuidad a la nuestra en tanto en cuanto al estar completamente
convencidos de la existencia de Dios no admitían en modo alguno que dicha
existencia fuera problemática.
¿Quiere esto decir que la certeza de la fe conlleva necesariamente una
cierta ingenuidad que desconoce la condición originariamente problemática
de Dios en la vida del hombre? No necesariamente. El mismo ejemplo de
Santo Tomás lo avala. Una fe sólida es compatible con el reconocimiento de
la condición originariamente problemática de Dios en nuestra vida así como
con la conveniencia, y hasta la necesidad, de desarrollar en la medida de lo
posible una vida filosófica que trate de fundamentar intelectivamente la firme
convicción de fe5. Ni la existencia ni la esencia de Dios son originariamente
3
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica I, Parte I (Madrid 1988) q. 2; art. 1, 108.
4
Ibíd., 108-109.
5
Por otra parte, la esencia misma de la epojé fenomenológica reconoce explícitamente en
su formulación husserliana, que su puesta en practica no supone en modo alguno el quebranta-
miento de nuestra convicción en las creencias en que vivimos y cuya fundamentación, no obs-
tante, emprendemos. Poner entre paréntesis nuestras creencias, para someterlas a la crítica
teórica radical, no quiere decir dejar de creer en ellas. E. HUSSERL, Ideen zu einer reinen
Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie; 1. Buch: allgemeine Einführung in die
reine Phänomenologie, Husserliana, gesammelte Werke, Bd. III/1 (den Haag 1976) 63 (salvo
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 165
indicación en contra usamos la traducción de José Gaos del Fondo de Cultura Económica,
México 1962 en la reimpresión de Madrid 1985): “[Con la epojé fenomenológica] No se trata de
una conversión de la tesis en la antítesis, de la posición en la negación; tampoco de una conver-
sión en conjetura, sospecha, indecisión, duda...: nada de esto pertenece al reino de nuestro libre
albedrío. Es más bien algo enteramente peculiar. No abandonamos la tesis que hemos practica-
do, no hacemos cambiar en nada nuestra convicción, que sigue siendo la que es mientras no
introducimos nuevas razones de juzgar, que es justo lo que no hacemos. Y, sin embargo, expe-
rimenta la tesis una modificación —mientras sigue siendo la que es, la ponemos, por decirlo así,
‘fuera de juego’, la ‘desconectamos’, la ‘colocamos entre paréntesis’—. La tesis sigue existiendo,
como lo colocado entre paréntesis, sigue existiendo dentro del paréntesis, como lo desconecta-
do sigue existiendo fuera de la conexión [... se trata de] un determinado modo sui generis de
conciencia que se agrega a la simple tesis primitiva... Este cambio de valor es cosa de nuestra
absoluta libertad y hace frente a todos los actos en que el pensar toma posición, pudiendo coor-
dinarse con la tesis, pero no conciliarse con ella”.
6
Ibíd., 51.: “... toda intuición en que se da algo originariamente es un fundamento de dere-
cho del conocimiento; que todo lo que se nos brinda en la intuición originariamente (por decirlo
así, en su realidad corpórea), hay que tomarlo simplemente como se da... dentro de los límites
en que se da... ninguna teoría podría sacar su propia verdad sino de los datos originarios. Toda
proposición que no hace sino dar expresión a semejantes datos, limitándose a explicitarlos por
medio de significaciones fielmente ajustadas a ellos es... un comienzo absoluto... un principium”.
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Hay, pues, que romper en todo caso con una ingenuidad —de la que
eventualmente se será más o menos responsable—: la ingenuidad de ignorar
el carácter absolutamente complejo y construido de nuestras creencias, la
mayor parte de las cuales son el producto de un complicado entramado de
vida intencional consciente, que al menos una vez en la vida debe ser des-
construido y aclarado, revisado reflexivamente en su génesis con el fin de
esclarecer y asegurar sus fundamentos.
Esta es claramente la tarea que parece proponerse Zubiri cuando aborda
esta cuestión. Lo que se busca es: el “hecho” del problema de Dios en el
hombre “y no una teoría”; “... lo que aquí buscamos —vuelve a insistir Zubi-
ri— es un análisis de hechos, un análisis de la realidad humana tomada en y
por sí misma [.../...] Lo teologal es, pues, en este sentido, una estricta dimen-
sión humana, accesible a un análisis inmediato”7. Es decir, Zubiri avanza que
el resultado de esa fenomenología genética que desconstruye (analiza) las
respectivas posiciones relativas a Dios es el desvelamiento de una estructura
o dimensión humana a la que denomina “problema de Dios”. En la medida en
que toda posición personal respecto de Dios partiría necesariamente de este
“problema de Dios”, y en la medida en que este denominado “problema de
Dios” sería una dimensión humana, i.e., estaría ligado a la esencia misma del
hombre, el problema de Dios sería el dato originario que la epojé pretende
desvelar en su desconstrucción.
También aquí sigue Zubiri estrictamente la ascesis que impone la epojé
fenomenológica, cuando reduce o limita ‘al hombre’ las afirmaciones con
pretensiones de verdad. Esto es decisivo y explica por qué comienza Zubiri
siempre sus escritos referentes al problema de Dios hablando del hombre,
exponiendo lo esencial de su antropología filosófica. Es que el problema de
Dios arraiga en la estructura originaria misma del ser humano fenomenológi-
camente reducido, esto es, en lo humano esencial, dado de manera origina-
ria e indubitable a la conciencia reflexiva, y que es, como se puso de mani-
fiesto desde Descartes, su vida de conciencia. Como se verá por toda la
descripción que haremos, el problema de Dios no es un problema trascen-
dente, ni del otro mundo, ni de fe, sino que es un problema inherente a la
esencia misma del hombre, porque el problema de Dios pertenece a la es-
tructura humana misma.
Hay aquí, empero, una cuestión crucial a la que deberemos ir aludiendo
en diferentes momentos, y es la del alcance de la evidencia lograda con la
7
X. ZUBIRI, “El problema teologal del hombre”, 56-57 (las cursivas son mías). En idéntico
sentido ID., El hombre y Dios, 12-13.
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 167
8
ZUBIRI, El hombre y Dios, 161: “Dios es el constituyente de mi ser y por tanto es el funda-
mento de la plenitud de la vida. Y no estoy hablando del Dios del cristianismo sino de Dios en
cuanto Dios. El Dios del cristianismo no es sino la revelación definitiva de Dios en cuanto Dios...
Dios no es aquello a lo que el hombre se dirige como ‘otro’ mundo y ‘otra’ vida, sino que es justo
aquello que constituye esta vida y este mundo. El ‘otro’ mundo es cuestión de fe y no de pura
razón [...así las cosas] el hombre volverá a Dios no para huir de este mundo y de esta vida...
sino al revés volverá a Dios para poder sostenerse en el ser, para poder seguir en esta vida y
este mundo, para poder seguir siendo lo que inexorablemente jamás podrá dejar [/] de tener que
ser: Un Yo relativamente absoluto”.
9
X. ZUBIRI, Inteligencia y razón (Madrid 1983) Cf. 61ss.; 107ss.
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10
Este ha sido el tema de gran parte de mis investigaciones sobre ambos filósofos. Véase
Intencionalidad, actualidad y esencia: Husserl y Zubiri (Salamanca 2002) y Husserl et Zubiri. Six
études pour une controverse (Paris 2005). Algunos intérpretes anglosajones hablan a este res-
pecto para referirse a la epojé husserliana de “solipsismo metodológico”.
11
Para esta cuestión del problema de Dios en Husserl: A. SERRANO DE HARO, “Reducción
fenomenológica y ateísmo”: Anales del Seminario de Metafísica 29 (1995) 104-123. Y R. A.
MALL, “The God of Phenomenology in Comparative Contrast to that of Philosophy and Theology”:
Husserl Studies VIII (1991).
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 169
12
HUSSERL, 109 (nota que sigue al §51).
170 V. TIRADO
II
13
Hay que entender aquí ‘logos’ y ‘razón’ en sentido zubiriano, es decir, se trata de modula-
ciones ulteriores de la aprehensión primordial de realidad, que es el verdadero núcleo y raíz de
la inteligencia humana. El logos consiste en el despliegue de la inteligencia que, rompiendo la
compacidad originaria de la aprehensión primordial “intelige unas cosas entre otras” gracias a un
doble movimiento de retracción y de reversión a la cosa, que constituye el juicio. La razón es un
desarrollo del logos que trasciende el campo perceptivo para sondear la realidad profunda y
mundanal de las cosas a través de la construcción de esbozos que se ponen experiencialmente
a prueba. Cf. X. ZUBIRI, Inteligencia sentiente (Madrid); ID., Inteligencia y logos (Madrid); ID.,
Inteligencia y razón (Madrid).
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16
Para este concepto descriptivo del más y del prius o, en general del carácter trascendental
de lo real, puede consultarse: ZUBIRI, Inteligencia sentiente (Madrid 1980) passim.
174 V. TIRADO
entes puede por esencia identificarse con ‘la’ realidad, pone de manifiesto la
condición esencialmente enigmática de la realidad17.
Enigma, aivnigma, Aristóteles lo define en el plano lingüístico como una
desviación en el sentido de las palabras con respecto a su uso ordinario me-
diante metáforas que unen términos inconciliables18. Se trata, pues, de una
expresión compuesta, cuyo significado propio no puede ser identificado. La
metáfora produce siempre una ampliación de la capacidad semántica de las
palabras al trasponer un ámbito semántico a otro diferente (“epifora”); es,
pues, una desviación en las palabras usadas respecto de su utilización nor-
mativa habitual. El uso corriente de las palabras (su uso ‘propio’) equivale en
nuestro problema ontológico a las cosas reales en su carácter y condición
propia (en lo que de hecho son, su contenido, su ‘suidad’, aquello que las
‘diferencia’ de las demás); el uso metafórico o figurado sería aquí ‘la’ realidad
misma como apertura inespecífica, cuya profundidad (apertura) vehiculan las
cosas. El enigma acentúa, justamente, el carácter abierto de una determina-
da realidad, y, así, se extiende también a la apertura semántica del lenguaje
figurado, que desborda el uso propio y unívoco de las palabras. Mas el enig-
ma de la realidad conlleva a la vez un carácter paradójico19. El poder de lo
real es a un tiempo enigmático y paradójico; es para-dójico porque aúna dos
condiciones aparentemente irreconciliables de la realidad: ser lo más íntimo y
propio de las cosas reales —incluido yo mismo— (no hay poder al margen de
las cosas en su concreción: el poder de lo real es poder de las cosas reales);
y, a la vez y sin embargo, este poder es lo más otro; en realidad, lo absolu-
17
ZUBIRI, El hombre y Dios, 96-98; 145. ID., El problema filosófico de la historia de las reli-
giones (Madrid 1993) 39-40: “... Los tres momentos de ultimidad, posibilitación e imposición
caracterizan a la realidad como algo que no soy [/] yo —mi Yo— pero que, a pesar de no ser Yo
y de ser lo más otro que nosotros, puesto que nos hace ser, constituye paradójicamente lo más
nuestro...”. (la negrita es mía). También en la misma obra, 59-60: La articulación entre las cosas
reales y la deidad es el enigma.
18
ARISTÓTELES, Poética, 1458 a 20-30.
19
ZUBIRI, El hombre y Dios, 84: “En este fundar, la realidad constituye una fabulosa parado-
ja. Por un lado la realidad es lo más otro que yo puesto que es lo que me hace ser. Pero es lo
más mío, porque lo que me hace es precisamente mi realidad siendo, mi yo siendo real”. Repare
el lector en que la definición aristotélica de enigma, aunque sea al nivel de la crítica literaria,
recoge ya en cierto modo la esencia de la paradoja, pues consiste en la fusión metafórica de dos
campos semánticos en sí mismos inconciliables. Esta condición paradójica de la realidad ha sido
igualmente puesta de manifiesto por Jean Luc Marion e interpretada a su vez como característi-
ca fundamental de lo finito (visible), que es esencialmente atravesado por lo infinito (invisible), de
manera que justamente la encarnación de Cristo representaría la paradoja de paradojas; Cf. La
croisée du visible et de l’invisible (Paris 1996).
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 175
tamente otro, pues, como decimos, ‘la’ realidad desborda cualquier contenido
e incluso la totalidad de los contenidos: “Es ella, la cosa misma, la que es en
cierto modo ambivalente: por un lado es ‘inmersión’ en sí misma, y por otro
es ‘expansión’ en más [/] que sí misma; es a una y formalmente ‘su’ irreducti-
ble realidad y presencia de ‘la’ realidad. Y esta ambivalencia es real... la difi-
cultad no está en la torpeza de las ideas sino en la estructura misma de la
cosa... [esto] es lo que formalmente llamamos ‘enigma’ de la realidad... la
realidad es estructuralmente enigmática... Precisamente porque la realidad
es enigmática es por lo que estamos religados al poder de lo real en forma
problemática. [... por esto] la determinación de mi relativo ser absoluto es
también eo ipso enigmática: es lo que constituye formalmente el enigma de
la vida”20.
Así, pues, las cosas del mundo con las que el hombre se encuentra —y él
mismo, esto es importante subrayarlo—, en tanto en cuanto ‘entrañan’ el
enigma, o si se quiere, en tanto en cuanto vehiculan esa realidad enigmática
que a la vez las habita y las trasciende, esto es, que las funda, no son sino
vectores, indicios o huellas del Fundamento (que ya escribimos con mayús-
cula, pues, frente a la multiplicidad de las cosas intramundanas, una es la
formalidad, una ‘la’ Realidad, uno el Fundamento). Toda cosa real es cosa
fundada, pues la realidad que la habita y constituye, a la vez la excede, abre
a más realidad, y así envuelve un esencial carácter ambiguo y enigmático,
que imprime en la cosa una especie de insuficiencia ontológica: lo que ella
misma es, a saber, real, es más que ella misma; luego, lo que ella misma es
tiene su fundamento fuera de ella; y esto —esta apreciación es clave— vale
de la misma manera para la totalidad de las cosas reales, para el mundo
entero. Por ello el centro de la ‘prueba’ zubiriana de la existencia de Dios
está en el siguiente texto: “La realidad en que se funda este poder no son las
cosas reales concretas... todas las cosas son reales, pero ninguna es ‘la’
realidad. Pero ‘la’ realidad es real porque me determina físicamente hacién-
dome ser relativamente absoluto. Luego existe otra realidad en que se funda
‘la’ realidad. Y esta realidad no es una cosa concreta más, porque no es ‘una’
realidad, sino el fundamento de ‘la’ realidad. Y como fundamento de un poder
determinante de mi ser relativamente absoluto, será una realidad absoluta-
mente absoluta”21. Es decir, ‘la’ realidad, que no se identifica con ninguna
cosa concreta, a pesar de estar en ellas constituyéndolas, es real, porque yo
soy persona gracias a ella. Pero como su fundamento no pueden serlo las
20
ZUBIRI, El hombre y Dios, 144-145.
21
Ibíd., 148.
176 V. TIRADO
cosas, i.e., el mundo, deberá serlo ‘algo otro’ al margen del mundo. Y como
la realidad posibilita mi modo absoluto de ser, deberá ser ‘algo otro absoluto’,
doblemente absoluto, porque siendo fundamento de todo no es ello mismo
fundado.
La base, pues, de esta prueba es el carácter enigmático o problemático
de la realidad. Cuando el hombre, por la inteligencia, aprehende lo real, apre-
hende a la par el enigma, esto es, la paradójica condición remitente de las
cosas a un fundamento, que, dándose, se oculta. No nos podemos detener
demasiado en este aspecto, que, sin embargo, es de crucial importancia. Lo
que hay, gracias a la inteligencia sentiente, es un barrunto de la realidad
divina en las cosas debido a la enigmática presencia de Dios en ellas (y en
nosotros mismos). La presencia más diáfana y a la cual remitimos las demás
en nuestra cultura, es la visual, que nos da la cosa ahí-delante, en su propia
figura de carne y hueso. Dios no se da de este modo, no puede siquiera dar-
se así (es la invisibilidad de Dios). De hecho, su presencia, que ya hemos
tipificado de enigmática, no puede ser estrictamente ninguna de las presen-
cias propias de los específicos sentidos de la inteligencia sentiente (i.e., de la
inteligencia corpórea), justamente porque Dios, aunque fundantemente (esto
es, constituyentemente), es trascendente al mundo. Así las cosas, cuando
Zubiri afirma que Dios se hace presente como lo noticiado por las cosas, esto
es, como aquello que resuena en ellas (pues el sonido es noticia de una leja-
nía que llega hasta nosotros y suena); o que se manifiesta como nuda pre-
sencia en la intimidad de nuestro ser, es decir, que tenemos una especie de
tacto de Dios, que acontece en lo más íntimo22, debe tratarse de metáforas.
Lo cual no les quita validez. Se trata de trasladar modos de presencia sensi-
ble al modo de presencia de la realidad-fundamento. Lo que tiene en común
es el ‘hacia’, pero es una ‘comunidad analógica y no unívoca, pues no es el
mismo el modo direccional de remitir ‘hacia’ del sonido o de la kinestesia,
que el ‘hacia’ al que remite la condición fundada de todo ente intramundano.
Aquí se trata de un ‘hacia’ trascendental: desde el factum de mi realidad
hacia el enigma que me está constituyendo. Pero, en todo caso, estas metá-
foras sólo cobran este sentido teológico una vez que la inteligencia ha pro-
bado que el fundamento enigmático de la realidad (de la del mundo y de la
mía) es Dios; y esta prueba, como hemos visto, y lo recalco, no se funda
tanto en órganos sensoriales particulares de la inteligencia sentiente, cuanto
en la formalidad misma de realidad, que es la esencia medular de la inteli-
gencia, al margen de la especificidad de sus sentidos. Lo decisivo es la
22
Ibíd., 188-190; 225-227.
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 177
aprehensión de lo real qua real, i.e. del poder de lo real. Aquí se da una re-
misión, un ‘hacia’ que desborda la especificidad de cualquiera de los sentidos
particulares, pues se trata de la remisión trascendental al Fundamento. Es un
modo particularísimo de donación o de presencia intelectiva: es la presencia
de una realidad-fundamento, esto es, de un modo paradójico de presencia
enigmática: lo que me constituye es lo más íntimo mío, pero en tanto que
fundamento me excede y se oculta. De aquí la necesidad de una prueba, de
un trayecto intelectivo que permita conocer algo más esta íntima realidad
enigmática. Y de aquí también lo decisivo de esta prueba. Una vez hecha,
una vez conocido que el fundamento es Dios, todo cobra una nueva luz. Y el
caso es que la ‘prueba’, aun suponiendo, como veremos más adelante, una
enorme tarea descriptiva de la estructura humana, excede de algún modo
esta pura descripción. La excede en la forma de una argumentación o, en
términos de Zubiri, de una “intelección direccional”23. Además, puesto que lo
que la prueba prueba existir es una realidad absolutamente absoluta que me
está fundamentando a mi como realidad relativamente absoluta, se abre de
manera inexorable la posibilidad de la entrega personal a dicha realidad, esto
es, de contar explícitamente con ella en la configuración de mi vida. Y esto
es, justamente, lo que Zubiri entiende por fe: entrega a una realidad personal
que interviene en lo más íntimo de mi vida. Justamente aquí se ve otra de las
posibles desviaciones del tratamiento clásico del problema de Dios en el
seno de la teología racional. Se representa a Dios como realidad-objeto, es
decir, como una realidad extrínseca a mi propia realidad, que está ahí delan-
te a distancia de mí, y entonces, se hace ajena a la fe. Se produce una dico-
tomía entre el “Dios de los filósofos” y el Dios de la religión, pues sólo me
puedo entregar a una realidad que interviene en la entraña de mi vida, esto
es, a una realidad-fundamento, a la que adoro, imploro y obedezco en las
cuestiones decisivas24. La prueba, pues, no sólo me permite resolver intelec-
tivamente el problema del fundamento, sino que me abre la posibilidad de la
fe. Hay, pues, dos niveles intelectivos. Uno es el de la pura descripción fe-
nomenológica de la estructura religada del hombre; el otro el de un movi-
miento ulterior de la inteligencia, que tantea la naturaleza del fundamento y
lleva a una determinada opción en relación con él. Sin embargo, este movi-
23
Ibíd., 230: “La presencia inmediata del enigma de la realidad en la religación al poder de lo
real es una presencia direccional de la realidad de ‘algo’, que la inteligencia prueba ser Dios. No
es una intelección visual de Dios porque Dios no sólo no está ‘visto’, sino que no es ‘visualiza-
ble’. Pero es estricta intelección direccional de Él”.
24
Ibíd., 232-235.
178 V. TIRADO
25
Ibíd., 266-267. Hay que añadir, además, que lo que refuerza una u otra opción es la “pro-
bación física” en la experiencia vital personal de los esbozos construidos. En el caso de la fe, el
esbozo primordial viene de la revelación; en nuestro caso, de la revelación de Cristo. Entonces,
toda la vida se convierte en una puesta a prueba de esta revelación. Y aquí, si que nos move-
mos ya en el plano estrictamente racional en sentido zubiriano.
26
Ibíd., 99-100.
27
No es en sentido estricto el concepto zubiriano de mundo, que denota la apertura misma
fundada en la respectividad de lo real. En la medida en que sólo Dios sería irrespectivo (no
fundado), sólo Dios sería extramundano, y el hombre, pues, formaría parte del mundo. Sin em-
bargo, ¿en qué sentido ‘forma parte’ el hombre del mundo? Para Zubiri, debido a su inteligencia,
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 179
el hombre, aun siendo del mundo está sobre el mundo frente a él. En este segundo sentido
decimos nosotros que el hombre no es mundo, sino el correlato posidente del mundo.
28
No sólo es la línea científica de plantearse el problema de Dios a través de la necesidad
cósmica del fundamento, sino que es lo propio de la actitud teórica que se reduce al único modo
de presencia ‘objetiva’ de lo inteligido, es decir, de esa actitud que se limita a las realidades-
objeto. Es una actitud que no deja que la voluntad de verdad se trasciende en voluntad de fun-
damentalidad (Ibíd., 251-252).
29
Cf. Infra, 173ss.
180 V. TIRADO
tuación ulterior a los datos que el primer análisis encuentra. Lo que el feno-
menólogo principiante ve no es Dios, sino que lo que ve es la articulación del
poder de lo real con las cosas reales, y sobre todo con su propia realidad; lo
que ve y conceptúa en una primera aproximación es el enigma del Funda-
mento. A esta virtualidad de lo real de vehicular o manifestar el Fundamento
la llama Zubiri “deidad”. La deidad es “un hecho inconcuso”30, y este hecho
remite enigmáticamente a su Fundamento. Naturalmente, en el caso de la
vida prefilosófica, toda esta experiencia tiene lugar, pero, como decíamos
más arriba, de una manera pre-reflexiva y sin forjar conceptos adecuados
para los múltiples matices que en ella se dan.
En todo caso, no hay ser humano que no esté esencialmente vertido al
enigma del Fundamento, y, en particular, en el modo en que acontece en su
propia realidad espiritual. Toda vida humana nace en esta perplejidad y se
construye inexorablemente desde y sobre ella. El “problema de Dios” forma
parte de la esencia estructural misma del ser del hombre.
III
30
ZUBIRI, El problema filosófico de la historia de las religiones, 44. ID., El hombre y Dios,
155-156: “... las cosas reales son sede de Dios como poder... el poder de lo real es manifesta-
ción de la realidad absolutamente absoluta... ser vehículo consiste en ser manifestación [.../...]
En su virtud, las cosas reales y el poder de lo real no son Dios, pero son más que meros efectos
de Dios. Son formalmente lo que llamaré deidad”.
31
ZUBIRI, El hombre y Dios, 159: “... un fundamento es una realidad que ciertamente se me
muestra, pero no ‘frente a’ mí sino ‘en’ mí inteligencia, no sólo en cuanto en y por sí mismo es lo
que es, sino en cuanto está fundamentando mi vida entera... Dios me está presente como reali-
dad-fundamento. Por tanto mi ‘relación’ con él no es una consideración teorética sino una ‘inti-
mación’ vital”.
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 181
32
Ibíd., 82.
33
Franz Rosenzweig ha sostenido que toda la filosofía griega es una especie de narcótico
contra este vértigo de la contingencia y de la posibilidad de la aniquilación. Cf. La estrella de la
redención (Salamanca 1997). Naturalmente que la tradición cristiana vive con toda su fuerza
esta condición de fragilidad del hombre. Zubiri mismo denomina al horizonte cultural que abre el
cristianismo el “horizonte de la nihilidad”, porque lo asombroso para la mentalidad cristiana es
que seamos, cosa que sólo acontece gracias a la generosidad creadora de Dios. Por el contra-
rio, para el ‘horizonte griego de la movilidad’ lo asombroso es el cambio, porque supone en
cierto modo el no-ser (cf. X. ZUBIRI, Los problemas fundamentales de la metafísica occidental
[Madrid 1994] 34-35; 43-44; 64-65; 77-78 etc.). Zubiri, en una línea similar a la de Rosenzweig,
piensa que la metafísica griega tiene algo de extraño para la revelación cristiana, y sería, justa-
mente, esa incrustación extraña la que habría conducido al “Dios de los filósofos”; un Dios ajeno
al Dios de las religiones y, particularmente, al Dios revelado por Jesucristo. Esta tradición griega
sería la que habría contaminado las sucesivas pruebas metafísicas de la existencia de Dios: “El
Dios de las religiones —afirma Zubiri (El hombre y Dios, 152)— es el Dios al que filosóficamente
se llega siempre que la filosofía no se acantone en nociones griegas”.
34
La Sorge heideggeriana describe bien este hecho primordial. Lo que ocurre es que, origi-
nariamente, no sólo somos Sorge.
182 V. TIRADO
35
Veremos más adelante que esta es una cuestión decisiva y que quiere decir que, de algún
modo, el hecho de que seamos yoes, realidades absolutas (aunque sea relativamente absolu-
tas), nos está comunicando ya con el Absoluto plenario, y esto se muestra sobre todo en los
actos radicalmente altruistas o esencialmente amorosos: en el verdadero amor un yo relativo
puede renunciar voluntariamente a su propio yo. Pero esto no contradice lo que venimos afir-
mando sobre el primordial interés que todo yo tiene en sí mismo, sino que, justamente, lo que
ocurre es que en el amor pleno, este yo conoce directamente su vinculación esencial al Funda-
mento, de manera que su aparente renuncia a sí, no es más que la entrega amorosa a ‘la’ Rea-
lidad sublime que, además, es la que le hace ser yo, con lo cual en el fondo lo que está hacien-
do es ponerse en las manos del Fundamento, que garantiza, como ninguna otra ‘cosa’ puede
garantizar, su salvación. Es, pues, una situación paradójica. Me salvo renunciando a las estre-
checes de mi yo y entregándome a lo que vale más que yo, a lo que, en este sentido, podría-
mos denominar Yo de yoes: Dios. Aquí hay que inscribir, la negación de sí a que llama el cristia-
nismo: para ganarse realmente primero hay que negarse, i.e., reconocer la relatividad de nuestro
ser en relación con la Realidad plenaria fuente de todo bien; entonces, paradójicamente, mi yo
alcanza la plenitud, pues, se comunica con la excelencia.
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 183
que me brindan el campo de juego donde desplegar mi libertad; son ellas, las
cosas reales en tanto que reales, las que constituyen “la posibilidad de todas
las posibilidades... Toda posibilidad se funda en la realidad como posibilitan-
te”36.
Este aspecto de la religación es mucho más complejo de lo que a primera
vista parece, porque encierra en sí todo el tema del bonum o avgaqo,n como
'propiedad’ trascendental de lo real y como bien propio; y, consiguientemen-
te, concierne a una de las dimensiones cruciales del hombre y de lo religioso:
el Fundamento es el fundamento de mis posibilidades, esto es, de mis posi-
bles bienes, y por ello rogamos o pedimos a Dios que nos posibilite esto o lo
otro, pero, más radicalmente, que nos posibilite posibilitarnos. Veámoslo con
mayor detenimiento.
Efectivamente, ‘la’ realidad es la fuente, a través de las cosas reales, de
todas nuestras posibilidades. Pero, posibilidades, ¿de qué? Básicamente de
seguir siendo reales nosotros mismos, pero, primordialmente, de serlo en la
mayor plenitud posible (y este sí que es el telos esencial de nuestra vida). La
realidad es nuestro bien primordial, porque nos posibilita a nosotros mismos
y posibilita, si nosotros acertamos en ello, un crecimiento ilimitado en nuestra
propia realidad en plenitud de realidad: “Lo que llamamos el bien —afirma
Zubiri37—, el bonum, avgaqo,n es pura y simplemente la realidad en tanto que
posibilidad. Y en este concepto de posibilidad entran precisamente dos di-
mensiones completamente distintas: ... las tendencias [dimensión de desea-
bilidad]... y el hecho de que el hombre tiene que resolver la situación con
vistas precisamente a su propia realidad [dimensión de conveniencia] [.../…]
cuando el hombre está efectivamente queriendo esto que llamamos la posibi-
lidad, el bien, el bonum, realmente no quiere una cosa, sino que en el fondo
está queriendo dos: está queriendo la chuleta, pero está queriéndose tam-
bién a sí mismo. Si no el hombre no haría por la vida comiéndose la chuleta.
Está en cierto modo queriendo eso que rápidamente llamaríamos “el bien”
[...] el hombre no quiere el bien en general... el hombre no quiere conceptos,
quiere bienes. El hombre... quiere el bien plenario de su propia realidad”. Por
consiguiente, todos los bienes particulares que lo real nos ofrece se supedi-
tan a un bien fundamental: el bien de nuestra propia realidad (cabe decir,
todas las posibilidades que la realidad nos ofrece se supeditan a una proto-
posibilidad: la posibilitación de nosotros mismos). Ya lo habíamos dicho, lo
que radicalmente nos importa es nuestra propia realidad: queremos ser re-
36
ZUBIRI, El hombre y Dios, 83.
37
ZUBIRI, Sobre el sentimiento y la volición (Madrid 1992) 38-39.
184 V. TIRADO
38
Ibíd., 45.
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 185
39
Ibíd., 42.
40
El caso de Nietzsche, no es sino uno más, por muy significativo que sea, en nuestra cultu-
ra actual, de este desequilibrio en la conceptuación de la voluntad de poder y el amor. Véase,
por ejemplo, la tensión entre Lisias y Sócrates en el Fedro, entre una concepción del amor como
voluntad de poder egoísta, que recurre únicamente a una razón instrumental (se debe amar, por
utilidad egoísta, a aquel que no está enamorado, y no al que está verdaderamente enamorado),
y una concepción del amor que busca el bien del otro, y así, paradójicamente, el verdadero bien
propio.
41
Ibíd., 42.
42
Cf. supra nota 24.
186 V. TIRADO
lo cual puede acontecer en vidas sin fe, siempre que no estén invadidas por
la soberbia. El problema es que, cuando el ateísmo niega un Fundamento
transmundano, y reduce todo al factum de las ‘cosas’ finitas, se elimina con
ello toda posible escala de valores: todo lo fáctico queda igualado, incluida la
vida del hombre.
El tercer rasgo de la religación consiste en que, optar, decidir hacer esto o
lo otro, no es, a su vez, una posibilidad que tengo, sino una necesidad. ‘La’
realidad que me constituye como persona me impele por ello mismo a tener
que construir mi vida. Me impele, no sólo porque me siento afectivamente in-
quieto por el enigma de la realidad, sino porque al estar suspendido sobre
(frente a) las cosas y sobre mí mismo, no me queda más remedio en cada
momento que optar por una figura de ser. Evidentemente, incluso la opción
de no optar es una opción. Toda la filosofía de tinte existencialista ha remar-
cado este hecho: soy libre, pero no soy libre de ser libre. Luego, el Funda-
mento me está empujando inexorablemente a trazar yo mi camino, a configu-
rar yo mi biografía.
En resumen, la Realidad enigmática o Realidad-fundamento me sostiene,
me ofrece posibilidades y me impele a vivir libremente. ¿Qué posibles actitu-
des caben frente a este hecho? Esencialmente tres: 1) La actitud teísta: pue-
do considerar que esa Realidad-fundamento está al menos a la altura de mi
realidad; será, pues, inteligente, volente y afectiva. El Fundamento será la
Persona divina. 2) La actitud agnóstica: simplemente, no conceptúo qué sea
ese Fundamento, no logro saber qué sea ese Fundamento. 3) La actitud de
indiferencia: ni siquiera entro a considerar qué pueda ser, simplemente vivo
esquivando el tema. El indiferente no niega el problema del Fundamento,
pero se mantiene al margen de él. Ni entra ni sale, vive su vida día a día ¡y
punto! En esta actitud se produce un encubrimiento y un esquivamiento del
problema del Fundamento. La persona en cuestión se da cuenta del proble-
ma, pero lo elude y trata de mantenerse en la superficie de la vida, lo que
puede intentar hacer de muchas maneras. Por ejemplo, invirtiendo su tiempo
en hobbys, o lanzándose al frenesí del consumo, o entregándose al dinero o
al sexo, o viajando... Aquí entrarían todas las formas que Heidegger adscribe
a la existencia impropia: el refugiarse en la nebulosa de las habladurías, en
una insaciable sed de novedades, o en la ambigüedad47. Finalmente, 3) la
47
Ibíd., 277-278: El indiferente, “Ni tan siquiera se hace cuestión de si sabe o no sabe si
Dios existe, y qué es lo que pudiera ser si existiera, sino que su actitud es en toda la línea un
“que Dios sea lo que fuere”.... es la ociosidad de ocuparse de Dios [.../...] vive despreocupado de
la realidad de Dios...”.
188 V. TIRADO
aquel que se rebela contra una realidad que estima por debajo de las exi-
gencias de su propia absolutidad. En esta actitud hay una especie de enfado
infantil contra el Fundamento, que, estima el rebelde, no ha respondido a sus
obligaciones respecto de él. No. En el caso del verdadero ateo se trata de
una actitud más radical: desde su ser absoluto, el hombre niega toda otra
absolutidad personal y pretende asumir un desorden originario y esencial, y
vivir (y morir) con él (el ateo optimista, es, quizá, un caso diferente, mucho
más ingenuo, al que, además, Dios se le cuela sin saberlo, como decíamos
antes, en la forma del ideal pretendido).
Por fin, consideremos la voz de la conciencia como el último rasgo des-
criptivo inherente, según Zubiri, a la estructura religada del hombre. Esta voz
es, justamente, la luz que guía al hombre en la construcción de su vida de
acuerdo a su nexo con el Fundamento. Es la luz que permite concretar y
delimitar la congénita voluntad de poder de acuerdo a nuestros límites y a los
límites del mundo. Es la base de la moral. La voz emerge de la estructura de
absoluto propia de la persona humana, de su condición de autoposesión;
pues si estoy frente al mundo, estoy, como decíamos antes, ab-suelto de él,
y así, vuelto inmediatamente sobre mí mismo, esto es, autoposeído, auto-
consciente. Esta radical autoposesión es ya en si misma ‘voz’, discurso origi-
nario que brota de este punto cero de conciencia. No es voz en el sentido de
palabra sonora articulada, sino habla que emerge del fondo de mi ser. “La
voz de la conciencia —dice Zubiri— no es sino el clamor de la realidad cami-
no de lo Absoluto”50. ¿Qué quiere decir esto? La voz de la conciencia es, por
un lado, mi voz, pues emerge del fondo mismo de mi ser íntimo, vinculada a
mi flujo de conciencia autoconsciente. Y, sin embargo, paradójicamente, esta
voz es a la vez la voz de una alteridad radical, pues, aunque nace en lo más
profundo de mí mismo, no nace de mi libertad, ni se pliega a ella, sino que se
me impone con una autoridad y un poderío inexorable, indiscutible, inapela-
ble. No puede, pues, venir sino de más allá de mi mismo: es decir, tiene que
ser el clamor de ‘la’ realidad; esto es, del Fundamento, pero del Fundamento
en tanto en cuanto acontece en mi y busca así la reconciliación mía con Él,
con lo Absoluto. La voz es, pues, a la vez mía en tanto que absoluto-relativo,
y, del Fundamento, en tanto que Absoluto-Absoluto que acontece en mí. Por
esta razón, la voluntad de poder en que consistimos no implica la muerte de
Dios, sino, al contrario, se ve esencialmente traspasada —y esto no es una
teoría, sino un dato fenomenológico indudable— por esta voz trascendental
50
Ibíd., 104.
190 V. TIRADO
51
Porque, efectivamente, en la marcha de cada persona —y de cada cultura— la plenifica-
ción de la realidad personal puede exigir cosas distintas: Ibíd., 102: “La voz de la conciencia
puede ser clara, oscura, incluso variable, porque esta voz dirá probablemente a un europeo
cosas muy distintas de las que tal vez puede decir a un chino o a un japonés (no lo sé)”. Esto no
significa en modo alguno que no pueda haber normas morales objetivas, pero sí que actúan,
como no puede ser de otro modo, históricamente.
52
Por eso no nos vale la ambigua posición de Heidegger en Ser y Tiempo, donde la voz de
la conciencia llama resueltamente a la autenticidad, pero, en realidad, esta autenticidad no
marca ninguna dirección inequívoca de verdad, pues tan propia del hombre es la autenticidad
como el esquivamiento de su ser propio en las habladurías, la ambigüedad y el afán de noveda-
des.
EPOJÉ Y PROBLEMA DE DIOS 191
Resumen.- El artículo analiza la posición del pensador español Xavier Zubiri en torno al proble-
ma del hombre y Dios desde el punto de vista de la reducción fenomenológica. Se trata de des-
cribir de forma preteórica la estructura fundamental de la vida humana, para mostrar como arrai-
ga en ella el problema de Dios. La conclusión es que todo hombre, por esencia, tiene el ‘proble-
ma de Dios’, esto es, que todo hombre, por su propia estructura de conciencia está religado al
fundamento. Pero el fundamento se da originariamente de manera enigmática. De aquí que el
sentido último de la vida del hombre consista en rastrear la esencia del fundamento y la relación
en que deba entrar con él. Se describen las diversas actitudes que el hombre puede tomar y
toma de hecho en relación con el problema del fundamento y se someten a la prueba de la
descripción fenomenológica, tratando de averiguar su grado de razonabilidad. Se trata de expo-
ner los fundamentos descriptivos de la solución teísta del problema, como la solución más razo-
nable.
Summary.- The article studies the position of the Spanish thinker Xavier Zubiri on the problem
of man and God from the point of view of phenomenological reduction. It is a question of describ-
ing in a pre-theoretical way the fundamental structure of human life in order to show how the
“problem of God” is rooted in this structure. The conclusion is that all human beings, by their very
essence, inevitably face the “problem of God”, that is, that every human being, as a result of the
inherent structure of their conscience, is re-connected to the foundation. But this foundation is
given originally in an enigmatic way. Hence, the ultimate meaning of a person’s life resides in the
search for the essence of the foundation and the appropriate relationship to develop/adopt with it.
The different attitudes that human beings can take, and do in fact take, in relation to the founda-
tion problem are described and also put to the test of phenomenological description, in order to
53
Ibíd., 100; también 146.
54
Ibíd., 106.
192 V. TIRADO
find out how reasonable they are. Finally, this article tries to set out the basis/fundamental lines
of the theistic solution to the problem, which is considered the most reasonable approach.