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γ) Es difícil admitir que la teología católica haya visto este problema con suficiente
claridad. Suele tomar la encarnación y la misión del Espíritu como dos hechos que no están
unidos entre sí sino de una manera puramente externa. Porque, sin reflexionar
excesivamente sobre el particular, en realidad está convencida de que podría darse también
el Espíritu sin la encarnación, que cualquiera de las personas divinas se podría haber hecho
hombre, y, por tanto, también el Padre o el mismo Espíritu, y que podría haber encarnación
del Logos sin que ello implicara fundamentalmente la misión del Espíritu. Esa es también
la razón de que no se advierta claramente la diferencia existente entre la encarnación y la
misión del Espíritu en cuanto se trata de dos realidades soteriológicas.
δ) Por esta razón partimos de la suposición contraria, esto es, de que si Dios sale libremente
de sí mismo por la autocomunicación (y no solamente de manera creadora, diferenciando a
lo otro de sí mismo), es y tiene que ser precisamente el Hijo el que aparezca históricamente
en la carne como hombre, y es y tiene que ser precisamente el Espíritu el que opere la
aceptación de dicha comunicación en fe, esperanza y amor por parte del mundo (como
creación). Por ser libre la comunicación de Dios, que es única y tiene lugar
necesariamente en estos dos aspectos complementarios, la encarnación y la misión del
Espíritu como obras de Dios son también libres. Sin esto no es posible llegar a entender
la doctrina sobre la gracia y la cristología. El hecho de que sea precisamente el Logos el
que se ha encarnado y precisamente el Espíritu el que «santifica» es un acontecimiento libre
si lo es también la autocomunicación de Dios y por la misma razón.
ε) Así, pues, la única pregunta que nos queda por formular es cómo «reducir a un
concepto» la encarnación y la misión del Espíritu con sus peculiaridades. Resulta difícil de
responder. Sobre todo teniendo en cuenta que no es posible reunir, desarrollar ni comentar
aquí las indicaciones que se encuentran en la tradición bíblica y teológica, y que podrían
ayudarnos a buscar una respuesta. Por tanto, nos limitaremos a un ensayo con carácter de
iniciación, con el fin de superar en la situación cultural de nuestros días la sospecha extraña
de que la Trinidad es algo mitológico.
c) Exposición formal del concepto «autocomunicación de Dios».
La «autocomunicación de Dios» no es un concepto mitológico o concepto límite de la
relación de Dios con nosotros; por otra, este concepto no excluye el «misterio», sino que lo
incluye. Pero si presuponemos este concepto de la autocomunicación de Dios, se encuentra
necesariamente bajo un cuádruple doble aspecto: a) origen_futuro; b) historia-
trascendencia; c) oferta-aceptación; d) conocimiento-amor.
Debemos explicar ante todo la unidad interna de cada parte de estos cuatro aspectos en su
diferencia con la otra parte. Para comprender que la autocomunicación única de Dios tiene
lugar de dos modos fundamentales íntimamente unidos entre sí.
d) Estructura de la autocomunicación a un destinatario personal.
estos cuatro proceden ante todo de nosotros mismos y son el resultado de nuestra
constitución esencial como criaturas humanas.
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real con lo pronunciado y recibido. Lo comunicado, en cuanto por una parte convierte la
comunicación en una verdadera autocomunicación y por otra no suprime la diferencia real
entre Dios como comunicador y como comunicado, recibe justamente el nombre de
divinidad, y es, por tanto, la «esencia» de Dios.
c) Esta relación que significa diferencia entre el que originariamente se auto- comunica a sí
mismo y lo pronunciado y recibido debe entenderse como «relativa» (relacional). Es algo
que se sigue simplemente de la identidad de la «esencia».
Esa relación es tan absolutamente real como cualquier otra cualidad. Y una «apologética»
de la Trinidad «inmanente» no puede partir del presupuesto de que el modo más perfecto de
ser del ente absoluto es una identidad sin vida de tipo absolutamente no mediado, para
después librarse de la dificultad ocasionada por ese presupuesto (al plantear falsamente la
«simplicidad» de Dios) acudiendo a la explicación de que la diferencia que se da en Dios es
«solamente» relativa.
5. La aportación del concepto de «persona» en la doctrina sobre la Trinidad
a) Dificultades formales y terminológicas.
El mero hecho de que ese concepto no aparezca desde el principio en la formulación de
doctrina trinitaria (ni en el NT ni en la patrística primitiva) no es de suyo razón para que lo
consideremos ya sospechoso.
Pero ese hecho nos señala la posibilidad de que la fe en el único Dios puede mantenerse en
pie sin necesidad de emplear ese concepto.
Cuando la individualidad y la diferenciación existen en realizaciones de la esencia
numéricamente distintas pueden sumarse varias de éstas sin problema especial, aun en el
caso de que se las denomine con un concepto diferenciante (por ejemplo, tres
«individuos»). Pero no es eso lo que ocurre aquí. Además, «persona» como concepto
concreto, a diferencia de personalitas (subsistentia, subsistentialitas), no designa
formalmente la diferencia como tal, sino a los seres diferentes. De aquí se desprende
claramente que cuando nos referimos a Dios no podemos hablar de tres personas en el
sentido ordinario de la palabra. Por eso se plantea que «tres personas» no significa ni una
multiplicación cuantitativa de la esencia ni una «igualdad» de la personalidad de las tres
personas.
En todo caso, si queremos que se entienda adecuadamente lo que decimos sobre las tres
personas —en contra del uso ordinario—, tenemos que volver siempre a la experiencia
originaria histórico-salvífica. Experimentamos al Espíritu, y precisamente como Dios (que
sólo es uno); al Hijo, y precisamente como Dios; al Padre, y precisamente como Dios.
b) Lenguaje del magisterio y concepto moderno de «persona».
Sin embargo, la dificultad fundamental que encuentra el concepto de persona en la doctrina
trinitaria es que: si hablamos hoy de persona en plural, dada la comprensión actual del
término, casi nos vemos obligados a pensar en varios centros espirituales de actividad, en
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«Forma distinta de subsistencia». Es mejor, que el término que proponía Karl Barth: «forma
de ser» (Seinsweise). En primer lugar, viene a decir sencillamente lo mismo que la
descripción de «persona» que hace Tomás (si prescindimos de «forma»): subsistens
distinctum (in natura rationali), y lo mismo que la terminología griega. En último término,
sólo podemos iluminar lo que significa subsistir a partir de ese punto de la propia existencia
en el que nos encontramos con lo primero y lo último de esta experiencia, con lo concreto,
irreducible, inconfundible e insustituible. Precisamente eso es lo subsistente. Aquí se
confirma de nuevo nuestro axioma fundamental: sin la experiencia histórico-salvífica del
Espíritu- Hijo-Padre no podría concebirse nada como el Dios único en su subsistir distinto.
Más difícil de justificar resulta la palabra forma (distinta de subsistencia). A este respecto
hemos de tener en cuenta varias cosas: si la persona divina como tal consiste en una relatio
y todo lo «absoluto» en Dios es estrictamente idéntico, la palabra «forma» no la podemos
situar bajo el dominio de una determinada categoría de un ente finito (modus). Por tanto,
para evitar confusiones digamos de la palabra «forma» lo que debe decirse y se dice de
todos esos otros conceptos: que se emplean de manera análoga, que deben entenderse al
margen de la tabla de categorías, que no significan ningún tipo de potencialidad ni
establecen ninguna diferencia real (fuera del caso en que se consideren como relativamente
opuestos), etc.
hablar de las «formas distintas de subsistencia» o de Dios en tres formas distintas de
subsistencia tiene más ventajas que hablar de personas. «Tres personas» no indican de suyo
nada sobre la unidad de esas tres personas, y esa unidad tiene que añadirse al mismo tiempo
desde fuera a la denominación «tres personas». En cambio, «forma» nos abre al menos
de suyo la perspectiva de que es posible que el mismo Dios, distinto en una triple
forma, sea concretamente «tripersonal» o que, a la inversa, la «tripersonalidad» incluya
la unidad del mismo Dios.
La divinidad concreta existe necesariamente en estas tres formas de subsistencia, y no hay
que pensar en una divinidad que fuera como la base real previa a esas formas (a no ser
como mera abstracción racional). Por eso el Dios uno es Padre, Hijo, Espíritu. Ahora bien:
esa posibilidad de confusión se da con la misma facilidad en el caso de las palabras relatio
o processio, en las que también hay que evitarla expresamente.
estas «formas distintas de subsistencia» son relativas y están en una determinada τάξις una
con otra (Padre- Hijo-Espíritu): la primera forma de subsistencia constituye a Dios como
Padre, como principio sin origen de la autocomunicación y automediación divinas, de tal
manera que no existe un «Dios», anterior a esta primera forma de subsistencia, que tuviera
después que asumirla. Hay que admitir que la expresión «forma distinta de subsistencia»
nos dice muy poco sobre el Padre-Hijo-Espíritu como tales y sobre su unidad, y que se trata
de un concepto muy formalista.
d) Resultados positivos de la nueva terminología.
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b) Problemas epistemológicos.
La teoría psicológica postula más bien a partir de la misma doctrina trinitaria un modelo del
conocimiento y amor humanos —-que sigue siendo problemático o del que no está claro
que sea algo más que un modelo del conocimiento humano precisamente en cuanto finito—
para volver a aplicar ese modelo a Dios. Dicho de otra manera: no explica por qué el
conocimiento y el amor en Dios exigen también una processio ad modum operati (como
Verbo o como amatum in amante). La dificultad se hace mayor al no poder afirmarse que el
conocimiento o el amor actual divino, en cuanto es del Padre como tal (y está ya dado con
la esencia divina del Padre), esté constituido formalmente por el Verbo, de manera que el
Padre conozca a través de la Palabra (lo que ocurre es más bien que pronuncia la Palabra
porque conoce). Pero si la psicología humana puede exigir un operatum, es únicamente
porque de otro modo no se daría el conocimiento intelectual como tal. Por tanto, si a pesar
de todo tiene sentido semejante especulación psicológica sobre la Trinidad, sólo será
posible en el supuesto de que (a base de las perspectivas positivas, de las que acabamos de
mencionar algunas) sea consciente del círculo metódico que comete. Y entonces se verá
claramente que esta teoría psicológica sobre la Trinidad tiene el carácter de lo que en las
demás ciencias recibe el nombre de «hipótesis».
C Dificultades metodológicas.
La teoría psicológica clásica sobre la Trinidad adolece también de otra deficiencia
metodológica. En su especulación no habla sobre el origen del dogma de la Trinidad
«inmanente». Cuando empieza a desarrollar sus ideas se olvida en cierto sentido de la
Trinidad «económica». No obstante, si se permanece dentro del saber de la fe acerca de la
Trinidad «económica» para saber algo de la «inmanente», es posible elaborar también
una teología «psicológica» sobre la Trinidad. Porque no estamos obligados a
quedarnos en las formulaciones abstractas y formales sobre la subsistencia, etc., como
ocurre en la teología oriental.
7. Peculiaridad del presente tratado
Repitamos una vez más que aquí no nos quedaba otra posibilidad que la de exponer de una
manera muy poco sistemática la doctrina «sistemática» sobre la Trinidad, es decir, siendo
conscientes de que teníamos que omitir o dar preferencia a este o aquel tema. Contábamos
con razones para proceder así: por una parte, muchas cuestiones escolásticas de gran
sutileza conceptual apenas si aportan algo al kerigma; por otra —como se sigue de nuestro
axioma fundamental—, si las tomamos estrictamente, la cristología y la doctrina sobre la
gracia son doctrina sobre la Trinidad, los dos capítulos de esta doctrina sobre las dos salidas
o misiones divinas («inmanente» y «económicamente»). Por tanto, lo que hemos expuesto
en este capítulo no es otra cosa (ni tampoco pretende serlo) que cierta anticipación formal
de la cristología y la pneumatología (doctrina de la gracia), de las que todavía habrá que
tratar. Para entenderlo así basta presuponer que la cristología da todo su valor al dogma de
que fue «solamente» el Logos el que se hizo hombre (y a la perspectiva de que esto
evidentemente no se debe a la casualidad de un «decreto» de Dios, que habría podido
decidir también la encarnación de otra persona divina), mostrándonos la encarnación al
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Logos como tal; y que la pneumatología elabora una doctrina de la gracia estructurada
trinitariamente. Esto supuesto, la doctrina propiamente dicha sobre la Trinidad se expone
realmente en la cristología y la pneumatología. De todos modos, quizá quepa objetar que
ciertas cuestiones que hubieran debido merecer una mayor atención en estas secciones han
sido relegadas a un segundo plano. En cambio, no se podrá oponer que falta en el intento
«sistemático» de esta dogmática el enfoque bíblico y kerigmático que, de acuerdo con la
revelación, es imprescindible para hablar de la Trinidad.
KARL RAHNER