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PROGRAMA EDUCACION EMOCIONAL EN EL AULA

MODULO II

Inteligencia emocional

Emoción y mente

Técnicas de relajación

Relajación: por respiración, contracción, contracción somática, por imaginación.

TRABAJO PRACTICO 2
EMOCIÓN/ MENTE

¿Qué es la emoción? Según el Oxford English Dictionary, la emoción es cualquier agitación y


trastorno de la mente, el sentimiento, la pasión, cualquier estado mental vehemente o excitado.
Al igual que el Goleman (2000), en esta investigación se utiliza el término emoción para referirse
a un sentimiento y sus pensamientos característicos, a estados psicológicos y biológicos y a una
variedad de tendencias a actuar. Esto sería lo que se da en llamar emociones primarias, algunas
de ellas son: ira, tristeza, temor, placer, amor, sorpresa, disgusto, vergüenza.
Cada emoción primaria tiene mutaciones, ondas que se forman a partir del núcleo básico. En las
ondas externas, se encuentran los estados de ánimo que son más apagados y duran mucho más
tiempo que una emoción.
Más allá de los estados de ánimo se encuentra el temperamento que hace que la gente sea
melancólica, tímida o alegre. También se encuentran los “trastornos de la emoción”, en la que
alguien se siente constantemente atrapado en un estado negativo.

¿Para qué son las emociones? Como plantea Goleman, nuestras emociones nos guían cuando se
trata de enfrentar momentos difíciles y tareas demasiados importantes para dejarlos solo en
manos del intelecto, como por ejemplo: los peligros, las pérdidas dolorosas, la persistencia hacia
una meta a pesar de los fracasos, los vínculos con un compañero, la formación de una familia.
No obstante, mientras nuestras emociones son guías sabias en el largo plazo, las nuevas
realidades que la sociedad presenta de manera continua surgen con tanta rapidez que la
evolución de las emociones no puede seguirles el ritmo.
Todas las emociones son impulsos para actuar, pueden entenderse como plantes instantáneos
para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado.
La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional, se pone en acción sin
detenerse a pensar en lo que está haciendo. Su rapidez descarta la reflexión deliberada y
analítica que es el sello de la mente pensante.
Las emociones pueden sorprendernos antes de que tengamos conciencia de que han
comenzado, nos impulsan a responder a acontecimientos urgentes, sin perder tiempo
evaluando si debemos reaccionar o cómo debemos responder.
A la mente racional le lleva más tiempo que a la mente emocional registrar y responder, esto
significa que en el “primer impulso” de una situación emocional es el del corazón y no el de la
cabeza. La segunda vía para activar las emociones es más deliberada y somos típicamente
conscientes de los pensamientos que conducen a ella.
En la primera situación, el “primer impulso”, el sentimiento parece preceder o existir
simultáneamente con el pensamiento. Esta reacción emocional similar al fuego graneado se
produce en situaciones que tienen urgencias de la supervivencia primaria.
La dicotomía emocional/ racional se aproxima a la distinción popular entre “corazón” y “cabeza”,
saber que algo está bien “en el corazón de uno” es una clase de convicción diferente que pensar
lo mismo de la mente racional. Existe un declive constante en el índice del control “racional- a-
emocional” sobre la mente, cuanto más intenso es el sentimiento, más dominante se vuelve la
mente emocional, y más eficaz la racional.
Estas dos mentes, la emocional y la racional, operan en ajustada armonía en su mayor parte,
entrelazando sus diferentes formas de conocimiento para guiarnos por el mundo. Existe un
equilibrio entre mente emocional y racional, la mente racional depura y a veces resta la energía
de entrada de las emociones.
INTELIGENCIA EMOCIONAL

Las emociones inteligentes

En general, ha existido una necesidad de asociar el concepto de inteligencia con el


coeficiente intelectual (CI) o la “inteligencia académica”. Sin embargo, esta última
no ofrece prácticamente ninguna preparación para los trastornos que acarrea la
vida. Un CI elevado no es garantía de prosperidad, prestigio, ni felicidad en la vida.
Fue Gardner quién en 1983 plantea que no existe una única clase de inteligencia sino un
amplio espectro de inteligencias con siete variedades claves (en GOLMAN, D. 2000). En este
sentido, se toma para la presente investigación su concepto de inteligencia interpersonal, que
define como la capacidad para comprender a los demás: qué los motiva, cómo operan, cómo
trabajar cooperativamente con ellos. La inteligencia interpersonal es una capacidad
correlativa, vuelta hacia el interior. Es la capacidad de formar un modelo preciso y realista de
uno mismo y ser capaz de usar ese modelo para operar eficazmente en la vida.
A su vez, partiendo de Gardner, Salovey amplia esta definición tomando cinco esferas
principales para las capacidades que involucran a las “inteligencias personales”: 1- Conocer
las propias emociones, 2- Manejar las emociones, 3- La propia motivación, 4- Reconocer
emociones en las demás, 5- Manejar las relaciones.
Tomando en consideración esta forma de mirar a la inteligencia, se concluye en que CI e
inteligencia emocional no son conceptos opuestos sino más bien distintos: en la practica todos
mezclamos intelecto y agudeza emocional.
Asimismo, en relación con la idea de conocernos y reconocer nuestras emociones, los
psicólogos utilizan el término metacognición, un término bastante denso, para referirse a una
conciencia del proceso de pensamiento y metahumor para referirse a la conciencia de las
propias emociones. Golfman propone que un término que mejor puede adaptarse a esta
corriente de pensamiento es el de conciencia de uno mismo.

La empatía.
La empatía es, según Goleman, la habilidad de saber lo que siente otro. Se construye sobre la
conciencia de uno mismo, cuanto más abiertos estamos a nuestras propias emociones, más
hábiles seremos para interpretar los sentimientos (propios y ajenos).
La actitud empática interviene una y otra vez en los juicios morales, porque los dilemas morales
implican víctimas en potencia. En este sentido, Hoffman afirma que las raíces de la moralidad se
hallan en la empatía, ya que es el hecho de empatizar con las víctimas en potencia y por lo tanto,
compartir su aflicción lo que hace que la gente actúe para ayudarlas.
El sentido técnico original de la palabra “empatía” fue utilizado por primera vez en los años 20
por E.B. Titchener, un psicólogo norteamericano que planteó la idea de mimetización motriz:
propio de los niños que hasta aproximadamente los dos años y medio no se dan cuenta que el
dolo de los demás es diferente del de ellos.
A partir de la palabra griega empathea, “sentir adentro”, utilizado en un principio por los
teóricos de la estética para designar la capacidad de percibir la experiencia subjetiva de otra
persona. La teoría de Titchener afirmaba que la empatía surgía de una especie de imitación física
de la aflicción de otro, que evoca entonces los mismos sentimientos de uno mismo.
Brothers señala a la amígdala y sus conexiones con la zona de adoción de la corteza visual como
parte del circuito cerebral, clave en el que subyace la empatía.

Pensamientos tóxicos.
Una vez que los pensamientos perturbadores como la indignación absoluta se vuelven
automáticos, son autoconfirmadores. Estos pensamientos son poderosos, confunden el sistema
nervioso de alarma. El momento del asalto emocional es evidente a partir del ritmo cardíaco:
puede elevarse diez, veinte o incluso treinta latidos por minuto entre uno y otro latido. Los
músculos se tensan, pueden resultar difíciles de respirar. Se produce un anegamiento de
sentimientos tóxicos, un desagradable aluvión de temor e ira que parece inevitable y lleva una
eternidad superarlo.
Frente a los pensamientos tóxicos la propuesta es serenarse, esto quiere decir que cada emoción
fuerte tiene en su raíz un impulso hacia la acción, manejar los impulsos resulta básico para la
inteligencia emocional. Una forma de acceder al “serenamiento” es aprender a dominar el pulso
cada 5 minutos aproximadamente durante un encuentro conflictivo palpándolo en la carótida,
pocos centímetros por debajo del lóbulo de la oveja y la mandíbula. Contar el pulso durante 15
segundos y multiplicarlo por cuatro da como resultado el promedio por minuto. Si el pulso se
eleva más de unos 10 latidos por minuto por encima de ese nivel, indica el comienzo del
desdoblamiento.

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