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Helio CARPINTERO
(Universidad Complutense)
Luis MAYOR
(Universidad de Valencia)
María Antonia ZALBIDEA
(Universidad de Valencia)
La Psicología Humanista puede ser definida como la tercera rama principal del campo
general de la psicología (las otras dos son la psicoanalítica y la conductista), y en cuanto
tal, se ocupa primariamente de aquellas capacidades y potencialidades humanas que tienen
poco o ningún sitio sistemático ya sea en la teoría positivista o conductista, ya sea en la
teoría psicoanalítica clásica: tales, por ejemplo, como el amor, la creatividad, el sí mismo,
el crecimiento, el organismo, la gratificación básica de la necesidad, la auto-actualización,
los valores superiores, el ser, el llegar a ser, la espontaneidad: el juego, el humor, la
afectividad, la naturalidad, el calor, la trascendencia del yo, la objetividad, la autonomía,
la responsabilidad, la significación el juego limpio, la experiencia trascendental, la salud
psicológica y conceptos afines. (Sutich, 1962).
Ese mismo año escribe Maslow unas palabras que ayudan a perfilar su posición
respecto de las otras dos fuerzas alternativas. Refiriéndose a Freud dice: “La imagen que
éste nos da del hombre es definitivamente impropia, pues deja a un lado sus aspiraciones;
sus cualidades superiores... Nos proporciona así la mitad enferma de la psicología: ahora
nosotros debemos contribuir con la mitad saludable.” (Maslow, 1962).
En cuanto al conductismo, adopta una posición igualmente clara: “La ciencia
mecánica (que en psicología adopta la forma de conductismo) no es incorrecta, más bien
resulta demasiado estrecha para fungir como una filosofía general o amplia al menos”.
(Maslow, 1966).
La Psicología Humanista criticaba al Conductismo su estrechez de miras, su
artificialidad y su incapacidad para suministrar una comprensión de la naturaleza humana.
Su énfasis en la conducta manifiesta se consideraba deshumanizante: se equiparaba a los
seres humanos a una rata blanca de gran tamaño o a un computador más lento (Bugental,
1967), hurtando así la consideración de lo más genuinamente psicológico y humano, esto
es, la vivencia interior y la subjetividad. La Psicología Humanista rechaza la imagen de
un organismo robotizado que responde mecánicamente a los estímulos que se le
presentan. En definitiva, se opone al conductismo por considerarlo mecanicista,
elementalista y reduccionista.
James Bugental (1967) resumía en los seis puntos siguientes las diferencias
fundamentales planteadas por la Psicología Humanista frente al conductismo:
1. El hombre como hombre sobrepasa la suma de sus partes. El hombre debe ser
considerado como algo más que un producto de la adición de varias partes y
funciones.
2. El hombre lleva a cabo su existencia en un contexto humano. Su naturaleza se
expresa en su relación con otros seres humanos.
3. El hombre es consciente. La conciencia forma parte esencial de su ser.
4. El hombre tiene capacidad de elección. La conciencia hace al hombre no mero
espectador sino partícipe de sus experiencias.
5. El hombre es intencional. La intencionalidad es la base sobre la cual el hombre
construye su identidad.
Mi libro Toward a Psychology of Being por ejemplo, ha sido muy vendido y leído y, sobre
todo, según creo, seguido entre los jóvenes. Se han vendido ya unos 150.000 ejemplares y,
aparentemente, se usa para ayudar a esa clase de comprensión profunda en los grupos
hippies y entre muchos jóvenes con educación, los universitarios por ejemplo.
La psicología fenomenológica
Introducción
La psicología fenomenológica
Procesos psicológicos
Un primer modo de nóesis, o acto intencional, estaría integrado por los fenómenos que
podríamos considerar como (i) cogniciones, fenómenos en los cuales al sujeto le es dado algo
como objeto. Husserl distingue entre los materiales con que se muestra algo y el objeto mismo
que se muestra; de esta manera, cuando percibo una habitación desde dos ángulos diferentes veo
la misma habitación mediante unos materiales, o sensaciones, distintos. Quizá la forma
fundamental de darse algo es la que Husserl llama «intuición», acto en que se da un objeto
inmediata y originariamente; hay actos, en cambio, en que se da algo, pero de modo mediato no
intuitivo. Husserl habla de percepción cuando algún objeto concreto se presenta «con personal
presencia al yo... como realmente existente» (1962, 267). La percepción, pues, presenta objetos
inmediatamente y se opone así a la presencia mediata que da la mera imagen, como cuando algo
está presente a través de una fotografía suya. Este conocimiento contiene unos materiales,
sensaciones, que posibilitan la presencia perceptiva de la fotografía, la cual sólo es captada en
cuanto intermediario o representante de lo «imaginado», que ahora se muestra como «Una
'imagen', una ficción» (1962, 267). Percepción y memoria también presentan una dimensión
común a los ojos de Husserl, pues son modos de darse los objetos, pero según una diferente
modalidad temporal. En un acto de recuerdo, por ejemplo, el objeto recordado sólo está dado
mediatamente; en cambio, en ese mismo acto de recuerdo, el recordar está dado intuitiva,
inmediatamente; como se ve, los mismos materiales pueden en esos casos dar origen a actos de
sentido o significación diferentes, como ya había indicado Stumpf, que como se ve tendrían
«objeto» o «sentido» diversos.
Un tema fundamental en la obra de Husserl es el de las variedades de la intuición. Hay una
intuición que nos da fenómenos concretos, y por ello merece ser considerada «empírica» (la
percepción); hay también una forma de intuición, pero una intuición distinta, que nos hace
presentes con inmediatez las «esencias», los requisitos que hacen aparecer a un fenómeno como
«fenómeno de tal o cual significación»; ésta es la que Husserl considera «intuición eidética» o de
esencias. Por ejemplo, en una intuición empírica podemos tener ante nosotros un triángulo, que
será grande o pequeño, rectángulo o no, etc.; pero sobre esta base empírica, podemos llegar a ver
las notas o caracteres esenciales de todo triángulo, sin cuya presencia y realización en cada caso
concreto no podría aquello «aparecer como triángulo»; éstas son las notas o caracteres que
constituyen esa esencia. Con nuestras sensaciones tenemos la percepción del triángulo; a través
de esa percepción que es fluyente, temporal, que ocurre en un aquí y ahora, se alcanza a conocer
un objeto con sus caracteres esenciales, que ya no dependen del aquí y el ahora, como ocurre
cuando aprehendemos que el valor de la suma de los ángulos internos del triángulo equivale a dos
rectos, etc.; de este modo, Husserl llegó a establecer que en el conocimiento adquirido por un
sujeto mediante su experiencia de hechos hay no sólo ese nivel fáctico, sino también un nivel de
«esencialidad» que él llamó «idealidad», y que sobrepasa los límites de lo temporal y
momentáneo a lo que da fundamento. De este modo, la investigación de Husserl defiende tanto
los aspectos verdaderamente «objetivos» del conocimiento como su otro lado, subjetivo; a través
de lo psicológico se llega a la lógica y a la ciencia.
En la percepción, como ya hemos dicho, «alguna cosa aparece con personal presencia al
yo..., como realmente existente»; en ella hay además un «fondo perceptivo» que ofrece
desarrollos o «aprehensiones potenciales» (1962, 266). Al percibir, vemos que podemos seguir
percibiendo, teniendo percepciones distintas del mismo objeto desde perspectivas diferentes, o
variando la atención hacia unas partes o elementos distintos. De esta suerte, las presentaciones,
unas actuales y otras potenciales, se dan en una continuidad coherente, se van sintetizando y así
tenemos «una unidad de conciencia una, y en esta conciencia se constituye la unidad de una
entidad intencional, precisamente como siendo la misma entidad presentándose de maneras
variadas y múltiples» (1953, ap. 18). Una especial forma de percepción es, para Husserl, la
percepción del otro, esto es, de la otra persona: cree que lo que ocurre en ese caso es que yo
traslado imaginariamente mi intimidad al otro, y así vería una intimidad en otro cuerpo, un «ego»
distinto del mío, o «alter ego», «sujetos que perciben el mundo –el mismo mundo que percibo yo
y que así tienen experiencia de mí como yo tengo experiencia del mundo y en él de los 'otros'»
(1953, ap. 43).
El análisis de la conciencia lleva a Husserl a plantearse el problema de la (ii) personalidad.
También aquí hay una compleja pluralidad de niveles en sus análisis. Uno es el de la dimensión
social del yo. Frente a los otros hombres, en mi experiencia se delimita un campo que abarca «lo
mío propio» (das Mir-Eigene) (1953, ap. 44) y que incluye además una referencia a los «otros»,
es decir, a la sociedad, pues lo mío aparece también como «humano». Otro nivel está constituido
por la consideración de mi realidad en forma de «unidad psicofísica» (que condensa la relación
yo-cuerpo), donde un «yo-personalidad» «'en' y 'por medio de' este organismo hace y padece en
el mundo exterior» (1953, ap. 39); este yo que opera en el mundo posee y va estructurando un
sistema de hábitos. Hasta aquí el planteamiento del tema se ha venido moviendo dentro de la
«actitud natural». Acto seguido entra el análisis del «ego» realizado después de la epokhé, después
de que suspendo la creencia en la realidad: este «ego» reducido que entonces aparece se muestra
como un yo que simplemente es polo idéntico de todas las vivencias, y que va constituyendo una
«historia», es decir, su «biografía», al integrar esas vivencias.
Precisamente, esa «historicidad» del yo constituye la dimensión más profunda que posee
la capacidad de (iii) aprendizaje del hombre. El aprendizaje no se reduce a aumentar la
experiencia del sujeto, sino a proporcionarle su personal y propia identidad. En este marco Husserl
entiende la asociación como un concepto fundamental de la fenomenología (ap. 39). En efecto, el
«ego» va organizándose mediante una asociación de vivencias o actos intencionales que se
adaptan «a la forma universal y constante del tiempo». El proceso de asociación explica esa
génesis pasiva del «ego» a través del tiempo, sin que tenga el «ego» que poner nada para que ello
suceda; pero hay además una génesis que resulta de la actividad, de «los actos del yo», en los que
aparecen, junto a elementos representativos o cognitivos, otros de. Tipo afectivo, valorativo,
sentimental, volitivo. Husserl dice que «todas éstas son vivencias que contienen capas
intencionales múltiples» (1962, 231). Dentro de esa complejidad la mención valorativa se da
cuando «estimamos» algo. Esto abre el área de los problemas de (iv) la motivación. Husserl ha
advertido que en cierto tipo de vivencias no sólo hay «esencias » sino también «valores» que
hacen que el yo no sólo conozca, sino que 'prefiera' algo. Pero este aspecto está más centralmente
examinado en la obra de algunos otros fenomenólogos, a los que haremos muy somera referencia
aquí.
Al lado de las investigaciones de Husserl, los trabajos de Max Scheler muestran una
preferencia marcada por el análisis de los aspectos afectivos y valorativos de la vida humana. Su
interés por una antropología filosófica le obligaba a examinar el modo de ser de la vida, y empleó
ahí el método de análisis y descripción fenomenológicos. Scheler (Munich 1874-1928) estudió
en la Universidad de Jena con R. Eucken y O. Liebmann, y fue profesor titular en la Umversidad
de Coloma. Es autor, entre otras, de las siguientes obras: Ética, El puesto del hombre en el cosmos
(1928), Esencia y formas de la simpatía, etc.
Scheler, frente a Husserl, separa la vida emocional de la representativa e intelectual: «La
fenomenología del valor y la fenomenología de la vida emocional han de considerarse como un
dominio de objetos e investigaciones enteramente autónomo e independiente de la lógica» (1948,
I, 42). Para Scheler, la experiencia en que tendemos a las cosas que nos rodean permite el análisis
de la «esencia» de esa vida valorativa: las cosas aparecen entonces como unidades en las que se
realiza o se asienta un valor, y se llaman «bienes». El valor, que se descubre a través de los actos
de sentimiento, se evidencia en toda situación en que hay que elegir y preferir; en esa situación el
hombre es movido por «apetitos» (1957, 157), que pueden impulsar en direcciones contrarias,
como pueden ser también contrarios los valores, positivos unos y negativos otros; en suma, «hay
auténticas y verdaderas cualidades de valor, que representan un dominio propio de objetos, los
cuales tienen sus particulares relaciones y conexiones…, un orden y una jerarquía, independientes
de la existencia de un mundo de bienes, en el cual se manifiestan» (1948, I, 42). Los valores son
objetos análogos a las «esencias» de Husserl.
Scheler piensa que la estructura de la persona está caracterizada por la intencionalidad. Lo
que era en Brentano una nota definitoria de lo psíquico, pasa a tener alcance filosófico y
antropológico general. Mientras el animal posee una conducta determinada por las excitaciones
del medio, los impulsos y las resistencias a tales impulsos, en el hombre aparece «la posibilidad
de ser determinado por la manera de ser de los objetos mismos» (1929, 64) y así se produce «ese
peculiar alejamiento y sustantivación que convierte un medio en mundo... (y) la transformación
en objeto de los centros de resistencia, definidos afectiva e impulsivamente» (1929, 67). Por la
intencionalidad se constituye un mundo de objetividades, de esencias y de valores, que
determinan la conducta específicamente humana, irreductible a la del animal. Para Scheler, el
hombre se mueve en un mundo de objetos y valores, en el cual puede «decir no» (1929, 87).
Otros muchos aspectos relevantes para una psicología humana pueden hallarse en la obra
de Scheler, cuyo influjo en la psicopatología de Paul Schilder (1886-1941), o en la psicología del
holandés Frederick Jacobus Johannes Buytendijk (1887-1974) es marcado.
También es relevante el análisis del sentimiento y la motivación que llevó a cabo otro
fenomenólogo, Alexander Pfänder, cabeza del grupo fenomenológico de Munich. Pfänder
(Iserlohn 1870-1941), discípulo de Th. Lipps, siguió sus orientaciones, pero se rebeló después
contra su psicologismo, llegando a posiciones similares a las alcanzadas por Husserl, con algunas
diferencias. Se llegó a hablar de una Escuela Fenomenológica de Munich inspirada por él, no
siempre coincidente con la de Husserl. Autor, entre otras, de las obras siguientes: Introducción a
la psicología (1904), Lógica (1921), Problemas fundamentales de la caracterología (1924) y
Fenomenología de la voluntad (1900).
Para Pfänder, el sentimiento es un elemento básico y diferenciante en la constitución del
mundo subjetivo. Mientras «las sensaciones... constituyen lo que se llama mundo exterior...
contrapuesto al yo-conciencia... los sentimientos, en cambio, constituyen el yo; forman, por
decirlo así, el modo de estar constituido el yo en sus referencias a los contenidos "objetivos";
son... las modificaciones del yo conciencia» (1931, 56).
Pfänder también analiza en profundidad el fenómeno de la voluntad. Una forma o clase
peculiar de sentimientos está representada por la tendencia interior o deseo hacia algo no
simplemente representado, sino anticipado de modo que produce en el sujeto un sentimiento de
«agrado relativo» (Ídem, 85). Cuando hay representación del fin, y hay deseo, y junto a éste hay
también deseo de los medios hacia aquel fin, y hay conciencia de la posibilidad de conseguirlo
(Ídem, 120), entonces hay volición o querer. Se puede desear cualquier cosa, pero sólo se puede
querer lo posible. En la volición el yo está presente en la forma de hallarse «determinando» el
curso de la acción, y aquellos elementos que se le presentan como «fundamentos de una
resolución de la voluntad », son, en riguroso concepto fenomenológico, los motivos (Ídem, 218).
Pfánder, en su análisis de la volición, precisaba la existencia de formas muy complejas de
conducta: al lado de la volición hacia algo deseado describió otra «volición» en que se hallaría
involucrada una repulsión frente a algo; también habría voliciones hipotéticas, voliciones
disyuntivas, etc. Se trata de una obra de gran riqueza analítica que además se ocupa de la voluntad,
un tema muy olvidado en la psicología contemporánea.
Muchas otras derivaciones de la fenomenología han ido por el terreno más específico de la
psiquiatría. Karl Jaspers, Ludwig Binswanger, E. Minkowski, Medard Boss, Viktor Frankl y otros
han aprovechado una fundamentación fenomenológica y existencial. En ellos aparece la idea del
hombre como un ser abierto al mundo, desde la cual buscan entender las formas patológicas de
abandono, rechazo y negación del mundo y de los otros, que parece realizar en sí mismo el hombre
enajenado (Spiegelberg, 1972). La fenomenología, temáticamente, se propuso recuperar el
análisis y la descripción de la experiencia inmediatamente vivida. En ese sentido, su influencia se
extendió a varias de las grandes escuelas de la psicología contemporánea, y en especial a una, que
está engarzada en una tradición común. Nos referimos a la escuela de la psicología de la forma,
o de la Gestalt.
CARPINTERO, Helio (1996), “Los modelos humanistas” en Historia de las ideas psicológicas (pp.
296-403), Ediciones Pirámide, Madrid.
La psicología humanista
Algunos de sus representantes guardan estrecha relación con el movimiento filosófico del
existencialismo. Para éste, como es sabido; la persona es siempre alguien único, concreto, que se
halla puesto en un mundo, cuya «esencia» se va construyendo y adquiriendo a través de los actos
de su «existencia». Martín Heidegger (1889-1976), en Alemania, José Ortega y Gasset (1883-
1955) en España, Gabriel Marcel (1889-1973) y Jean Paul Sartre (1905-1980) en Francia,
partiendo de la fenomenología de Husserl (véase cap. 24), se orientaron hacia una nueva
antropología filosófica, que ha tenido repercusiones, no siempre muy fieles, en el campo de la
psicología.
Otros han partido más bien del psicoanálisis. En general, la –persona ha sido reinterpretada
desde un marco donde se ha reducido la carga biologicista y naturalizadora y así se ha logrado
una convergencia con el humanismo existencialista.
Entre otros muchos nombres que podrían ser mencionados aquí, nos referiremos a Gordon
Allport, Abraham Maslow, Carl Rogers y George A. Kelly. Estos nombres representan una
aproximación original al problema psicológico.
La psicología de Gordon W. Allport (1897-1967)
Según esto, «Un rasgo es una estructura neuropsíquica que tiene la capacidad de hacer
equivalentes muchos estímulos funcionales y de iniciar y guiar formas equivalentes de conducta
adaptativa y expresiva» (Allport, 1966). Los rasgos explican modos genéricos o estilos de
comportamiento.
En la base se encuentra el organismo, el físico. Sobre éste se halla, primero, la personalidad;
luego, la conciencia, que no abarca toda la personalidad sino una porción, y en fin, el proprium,
«el sí-mismo como objeto de conocimiento y sentimiento» (1966, 161). Este último presenta una
diversidad de aspectos que recuerdan el análisis del yo por W. James: es «solucionador racional»,
y «esfuerzo orientado» (Ídem, 152-160). Ciertamente hay unos rasgos que son comunes; en
cambio, los que integran el proprium individualizan, pues éste hace un «modelado» singular y así
se logra un «estilo de vida» característico, concepto que, como es fácil imaginar, toma de Adler
(Ídem, 656). Diferenciación y, al tiempo, integración han conducido a la individualidad personal,
que es lo que importa a Allport.
Y es individual, en fin, la serie de actividades (iv) cognitivas. Aquí subraya la existencia
de disposiciones o sets perceptivos, a los que llama, en vez de percepción, «procepciones», y en
las que interviene la motivación, la experiencia, la influencia social. Un caso particular de esta
interacción persona-grupo social lo ha estudiado a propósito del rumor, esto es, aquella
información cuya difusión estaría afectada a un tiempo por la importancia de la noticia y la
ambigüedad con que se la presenta.
Si bien empezó con una metodología idiográfica, que trata de captar lo propio (en griego,
ídion) de cada individuo, y empleó relatos, cartas, autoinformes, con objeto de alcanzar ese
conocimiento del singular, llegó a admitir la necesidad de categorías nomotéticas, así como el uso
de las escalas y de los tests como complementos necesarios a la hora de hacer una categorización
y evaluación de cada uno de los sujetos estudiados. Su obra dio nuevo relieve a los aspectos más
biográficos de la vida personal.
La aportación de Abraham Maslow (1908-1970)
Una interpretación compleja de la motivación y la personalidad humanas se halla en los
estudios de Abraham H. Maslow. Se trata de uno de los más significativos representantes de la
psicología humanista, interesado en conservar los valores personales dentro del marco del espíritu
científico. A veces incluso se le ha considerado corno el iniciador de este movimiento.
Abraham Harold Maslow (Nueva York, 1908 - Walthan, Mass., 1970) personalidad de
familia y formación judías, vivió con intensidad el drama del pueblo judío en la Alemania nazi.
Tras especializarse con H. Harlow en el estudio sobre comportamiento animal, estudió con K.
Goldstein, y se orientó hacia la psicología clínica, enseñando en Brooklyn College y más tarde en
Brandeis University. Publicó obras entre las que destacan Motivación y personalidad, y El
hombre autorrealizado.
(i. Personalidad) El hombre es «Un todo organizado, integrado» (1975, 67) y hasta las
necesidades fisiológicas más elementales afectan al todo individual, no al puro órgano o tejido
local del organismo en cuestión. Así, escribe que: «Es John Smith quien desea comida, no el
estómago de John Smith» (1975, 67).
Esta individualidad tiene un núcleo interior de tendencias, con «capacidades y
potencialidades latentes» (1973, 261) cuya actualización conduce a una plenitud personal. La
persona autorrealizada se acepta a sí misma y a los demás, es espontánea, autónoma, capaz de
apreciar los bienes básicos de la vida, y se halla libre de trastornos patológicos.
(ii. Motivación) La personalidad se constituye en función de la motivación o sistema de
necesidades. Para Maslow, el estudio de la motivación, que es «el estudio de los últimos objetivos,
deseos o necesidades humanos» (1975, 70), pone de manifiesto que la mayor parte del
comportamiento es multimotivado.
Hay, dice Maslow, «una jerarquía de predominio relativo» entre las tensiones
motivacionales (1975, 88). En una conducta actúan o gravitan sobre ella una serie de
determinaciones, situadas en distintos planos. Las necesidades del individuo nunca están
totalmente satisfechas; lo que sucede es que, mientras unas han sido resueltas temporalmente,
otras adquieren el predominio durante algún tiempo. El nivel más básico de necesidades es el
fisiológico. A éste sigue el de la necesidad de seguridad, el de posesividad y amor, la necesidad
de estima y la de autorrealización (Maslow, 1975). Maslow ha sido uno de los más notables
teóricos de la motivación de autorrealización,
(iii. Aprendizaje) De modo análogo a corno en la evolución se van estableciendo las
necesidades y se ordenan desde el plano fisiológico hasta el más personal, en el campo del
aprendizaje se van haciendo posibles conductas menos dominadas por el instinto y más por la
cultura.
(iv. Czognición) Entre los múltiples aspectos de la vida personal ha reconocido, junto a las
necesidades básicas ya mencionadas, otras que hacen referencia a las actividades cognitivas y
simbólicas. Así admite la existencia de los deseos de conocimiento y comprensión y las
necesidades estéticas, entre las que resulta «imposible una separación absoluta» (1975, 102). La
persona autorrealizada percibe de modo más eficiente la realidad, se acepta a sí misma y a los
demás, y es creativa.
Maslow, en su tiempo, ha puesto de actualidad aspectos de la motivación corno son éstos
de la creatividad, la necesidad de logro y los deseos cognitivos, que han recibido desarrollo más
amplio por otros autores. Su obra ha reforzado la imagen activa y constructiva de la existencia
humana, sugiriendo ideas y desarrollos a psicólogos de todas las tendencias.
Carl Ranom Rogers defiende una perspectiva humanista, que en el campo de la psicoterapia
denomina «terapia centrada en el cliente», o también «terapia no directiva».
Rogers (Oak Park,·III., USA, 1902-1987) se formó en el Teachers College (Nueva York),
trabajó corno psicólogo en ternas infantiles y de orientación, y luego enseñó psicología clínica en
Ohio, Chicago y Wisconsin. Durante años mantuvo una abierta discrepancia con los teóricos del
neoconductisrno. Entre otras obras suyas destaca On becoming a person y Psychotherapy and
personality change.
(i. Personalidad) Rogers tiene una visión dinámica, procesual, de la realidad. «La vida, en
su plenitud, es un proceso que fluye y cambia, en que nada está fijado» (1972, 27). Esto vale
también para su idea de la persona. Para Rogers ser una persona es ser «Un proceso más bien que
un producto» (1972, 122). Se trata de una realidad en movimiento, que aspira a metas y a la
realización de propósitos. Las metas, las relaciones con los otros hombres y con las cosas, .incluso
la imagen de uno mismo, todo está en movimiento, son procesos más bien que cosas, y pueden,
por tanto, desajustarse o perturbarse. La persona posee capacidades y, sobre todo, necesita
desplegarlas para mantenerse. Esta tendencia «a la actualización», que ya hemos visto en Maslow,
es el único motivo reconocido por Rogers (1959, 196). Ahora bien, todos los procesos que tienen
lugar en el organismo y de los que cabe llegar a tener conciencia constituyen el amplio marco de
la «experiencia», dentro de la cual es central el núcleo denominado yo mismo, o self, «gestalt
conceptual, organizada y consistente compuesta de las percepciones del yo o mí y las
percepciones de las relaciones del ‘YO’ o ‘mí’ con otros y con varios aspectos de la vida, junto
con los valores ligados a esas percepciones» (1959, 200).
(ii. Motivación) En el desarrollo que experimenta el organismo desde su infancia,
adquieren un papel decisivo los valores. Importan mucho las satisfacciones de la experiencia
propia, y también la consideración positiva experimentada en la interacción con los demás.
(iii. Aprendizaje) En el crecimiento personal que conduce a la autorrealización cada
individuo normal se vuelve «más flexible, más único y variado, más adaptado creativamente»
(Rogers, 1972). Los problemas surgen cuando aparecen discordancias entre el yo de cada uno
(«self») y su experiencia, fundamentalmente porque aparezca algo que se muestra corno amenaza
para el yo.
(iv. Cognición) Los procesos de «psicoterapia» para recuperación de la armonía y
reconquista de la unidad del mundo de experiencia no pueden llevarse adelante si no es aceptando
que el sujeto es quien mejor conoce su mundo, conoce su yo y conoce, lo que aún es más
importante, el modo por donde habría de venir la resolución del problema. El terapeuta rogeriano
admite que nadie sabe tanto del problema corno el propio paciente, y por ello hay que centrar en
él el proceso recuperador. Lo que sí cabe hacer es ayudarle a clarificar sus sentimientos y
percepciones, y sobre todo conducirle a una situación de libertad dentro de la cual puede llegar a
ser «el yo que cada uno es». Rogers repite con frecuencia esta tesis que ha tornado de Kierkegaard,
la de que uno ha de llegar a realizar su verdadero yo en lugar de los falsos que con frecuencia
admiten los pacientes y crean un sinnúmero de dificultades y perturbaciones. Así, el paciente
«llega a ser sí mismo –no una fachada en conformidad con los otros, ni una negación cínica de
todo sentimiento, ni un frente de racionalidad intelectiva, sino un proceso vivo, palpitante,
sensible, fluctuante– en suma, llega a ser una persona» (1972, 114).
Toda la teoría de Rogers está impregnada de aspectos humanistas, y en ella resuenan ideas
procedentes de la fenomenología y el existencialismo, en clara oposición con la psicología
conductista dominante en su tiempo.