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CARPINTERO, Helio (1990), Revista de Filosofía, 3a época. vol. III (1990), núm. 3. págs. 71-82.

Editorial Complutense, Madrid.

Condiciones del surgimiento


y desarrollo de la Psicología Humanista

Helio CARPINTERO
(Universidad Complutense)
Luis MAYOR
(Universidad de Valencia)
María Antonia ZALBIDEA
(Universidad de Valencia)

1. El clima socio-cultural e intelectual

La constitución formal de la llamada «tercera fuerza» en el campo de la psicología


se produce en los primeros años de la década de los sesenta: en 1961 se constituía la
American Association for Humanistic Psychologv (AMHP; este nombre cambió en 1969
por el de Association for Humanistic Psychology) fundada por A. H. Maslow, Ch. Buhler
y R. May, que celebró su primera reunión nacional un año más tarde, y aparecía también
el primer número del Jaurnal of Humanistic Psychology, cuyo Comité Organizador
estaba integrado por Clark Movstakas, Anthony Sutich, Joe Adams. Dorothy Lee, y
Abraham Maslow (para una revisión de la cronología y momentos iniciales de estos
acontecimientos, véase Greening (1985). Este movimiento, que se aglutina y desarrolla
en torno a la AAHP y al Journal of Humanistic Psychology, concede prioridad a la validez
de la experiencia humana, a los valores, intenciones y significados de la vida.
En sus orígenes, la Psicología Humanista persigue, ante todo, plantear una nueva
actitud que renueve la psicología tratando de integrar las distintas direcciones que había
tomado en su devenir histórico. Ciertamente, el autor de la expresión «tercera fuerza»,
referida a la Psicología Humanista, fue el propio Maslow, pero su sentido no era excluir
las aportaciones de otras «fuerzas», sino estructuradas en un análisis más comprensivo de
nivel superior en una larger superordinate structure: “Soy freudiano, soy conductista,
soy humanista”, aclaraba él mismo (Maslow, 1969). La idea de Maslow era la
construcción de una psicología comprensiva, sistemática, de base empírica que abarcara
las cimas y las profundidades de la naturaleza humana. Perseguía en sus propias palabras:

Ensamblar la psicología de la «salud y el crecimiento» con la dinámica psicopatológica y


psicoanalítica. Levantar sobre las bases psicoanalíticas y científico-posilivas de la
psicología experimental, la superestructura eupsíquica de la psicología del ser y
metamotivacional de que carecen estos sistemas, rebasando sus limitaciones. (Maslow.
1962).
Y más tarde, en 1969, continuaba diciendo: “Aún entre los psicólogos humanistas
hay algunos que se oponen al conductismo y al psicoanálisis en lugar de incluir estas dos
psicologías en una estructura de rango superior y más amplia” (Maslow, 1969).
Por su parte James Bugental primer presidente de la AAHP, escribiría que la
Psicología Humanista se caracterizaba más por lo que es, que por aquello a lo que se
opone (Bugental, 1767).
Pero, como parece ocurrir con todos los nuevos movimientos, la Psicología
Humanista se sitúa frente a los idearios y prácticas «establecidos», destacando su
debilidad y sus fracasos. En su caso, surge como una declaración de profunda
insatisfacción con la psicología vigente, a su entender sumida en un estado de grandes
deficiencias por las dos corrientes dominantes en su seno: el conductismo y el
psicoanálisis freudiano. Así se refleja en las primeras definiciones, de los propios
promotores de este movimiento:

La Psicología Humanista puede ser definida como la tercera rama principal del campo
general de la psicología (las otras dos son la psicoanalítica y la conductista), y en cuanto
tal, se ocupa primariamente de aquellas capacidades y potencialidades humanas que tienen
poco o ningún sitio sistemático ya sea en la teoría positivista o conductista, ya sea en la
teoría psicoanalítica clásica: tales, por ejemplo, como el amor, la creatividad, el sí mismo,
el crecimiento, el organismo, la gratificación básica de la necesidad, la auto-actualización,
los valores superiores, el ser, el llegar a ser, la espontaneidad: el juego, el humor, la
afectividad, la naturalidad, el calor, la trascendencia del yo, la objetividad, la autonomía,
la responsabilidad, la significación el juego limpio, la experiencia trascendental, la salud
psicológica y conceptos afines. (Sutich, 1962).

Ese mismo año escribe Maslow unas palabras que ayudan a perfilar su posición
respecto de las otras dos fuerzas alternativas. Refiriéndose a Freud dice: “La imagen que
éste nos da del hombre es definitivamente impropia, pues deja a un lado sus aspiraciones;
sus cualidades superiores... Nos proporciona así la mitad enferma de la psicología: ahora
nosotros debemos contribuir con la mitad saludable.” (Maslow, 1962).
En cuanto al conductismo, adopta una posición igualmente clara: “La ciencia
mecánica (que en psicología adopta la forma de conductismo) no es incorrecta, más bien
resulta demasiado estrecha para fungir como una filosofía general o amplia al menos”.
(Maslow, 1966).
La Psicología Humanista criticaba al Conductismo su estrechez de miras, su
artificialidad y su incapacidad para suministrar una comprensión de la naturaleza humana.
Su énfasis en la conducta manifiesta se consideraba deshumanizante: se equiparaba a los
seres humanos a una rata blanca de gran tamaño o a un computador más lento (Bugental,
1967), hurtando así la consideración de lo más genuinamente psicológico y humano, esto
es, la vivencia interior y la subjetividad. La Psicología Humanista rechaza la imagen de
un organismo robotizado que responde mecánicamente a los estímulos que se le
presentan. En definitiva, se opone al conductismo por considerarlo mecanicista,
elementalista y reduccionista.
James Bugental (1967) resumía en los seis puntos siguientes las diferencias
fundamentales planteadas por la Psicología Humanista frente al conductismo:

1. Una adecuada comprensión de la naturaleza humana no puede basarse


exclusivamente, ni siquiera ampliamente, en los hallazgos de la investigación
animal. Una psicología basada en datos animales excluye los procesos y
experiencias humanos.
2. Los problemas a investigar en psicología deben ser significativos en términos de
la existencia humana y no deben elegirse solamente sobre la base de su idoneidad
para la investigación de laboratorio y la cuantificación. Muchos temas que no
pueden someterse al tratamiento experimental, han sido ignorados.
3. La atención debe centrarse en las experiencias subjetivas internas en vez de en
los elementos de conducta manifiesta. No es necesario descartar la conducta
manifiesta como objeto de estudio pero éste no debería ser el único objeto de
investigación.
4. La influencia mutua y continua de la llamada psicología pura y de la psicología
aplicada debe quedar reconocida. El intento de divorciarías conlleva un
detrimento de ambas.
5. La psicología debe interesarse por el caso individual en vez de por el desempeño
promedio de grupos. El énfasis sobre los grupos ignora el caso atípico,
excepcional, la persona que se desvía del promedio.
6. La Psicología debe buscar lo que pueda enriquecer la experiencia humana.

Los psicólogos humanistas se sitúan también frente al psicoanálisis freudiano:


estiman que es irracionalista y determinista. Esto es, entienden que subvalora el papel de
la conciencia en la comprensión de la conducta y que el ser humano resulta, en este
enfoque, un sujeto sometido a oscuras motivaciones inconscientes. Critican, además, que
la fuente de esa imagen de los seres humanos sea fundamentalmente el estudio de
personas aquejadas de problemas neuróticos y psicóticos, cuya personalidad tiene un
funcionamiento más similar al de los niños que al de los seres adultos, sanos y normales.
De este modo, según los psicólogos humanistas, no se tenían en cuenta atributos y
virtudes realmente constitutivos de la psicología humana, derivando ello hacia un
reduccionismo de la realidad psíquica tan negativo como el operado por el conductismo.
Maslow resumía así, en un diario de 1955 su posición ante el psicoanálisis:

— Freud nos ha proporcionado la mejor psicoterapia que tenemos.


— También nos ha legado nuestro mejor sistema de psicopatología.
— Sin embargo, es bastante insatisfactorio como una psicología de la persona
humana total, especialmente en sus aspectos más sanos y admirabIes. La imagen del
hombre que presenta es parcial y distorsionada. Prácticamente todas las actividades de
las que el hombre se enorgullece y que le dan sentido y valor a su vida —trabajo, juego,
amor, arte, creatividad, ética, filosofía, ciencia, heroísmo, bondad, etc.—, han sido
omitidas o patologizadas por Freud (Maslow, 1972).
La insatisfacción que el humanismo expresaba con estas argumentaciones ante las
tendencias conductista y psicoanalítica de su época, se daba en un doble plano: el teórico-
conceptual y el operativo-metodológico.
En el plano teórico-conceptual, la Psicología Humanista desestima el
reduccionismo y mecanicismo que caracterizan tanto al psicoanálisis como al
conductismo, como ya hemos comentado. También rechaza su orientación anclada en el
pasado, que les lleva a comprender la conducta y/o el psiquismo en su relación necesaria
con eventos pasados, por lo general situados en la infancia. Frente a esta inclinación, el
nuevo movimiento resitúa los fenómenos en el presente y representa una vuelta al interés
por la conciencia, obliterada durante más de medio siglo, o incluso rechazada por la
orientación experimentalista del conductismo, y por la orientación analítica de la
psicología profunda. En cierto sentido, como hace observar Hillner (1984), el humanismo
adoptó la orientación fenomenológica de la psicología de la Gestalt, pero extendiéndola
desde el campo de la mera conciencia perceptiva hasta cubrir la personalidad completa
del organismo.
En el terreno metodológico, rechaza del psicoanálisis, como ya hemos apuntado, su
investigación dominante de la personalidad anormal o enferma, y rechaza del
conductismo su análisis elementalista de conductas manifiestas aisladas. En este sentido,
la Psicología Humanista se levanta contra las limitaciones del método científico impuesto
a la psicología por decreto, en palabras de Koch (1969), y reclama una rehumanización
de la ciencia, una ampliación de su concepto y métodos, de forma que pueda ser útil para
estudiar la persona total.
En este contexto de profunda insatisfacción con las limitaciones, ciertamente reales,
de la psicología de la época, es en el que surge la autollamada «tercera fuerza» a partir de
posiciones muy diversas pero que tenían en común el rechazo de toda psicología
reduccionista, mecanicista y determinista y la afirmación de valores humanos como la
creatividad, la libertad personal, la decisión humana, etc... Realmente se buscaba una
nueva filosofía de la vida, una nueva concepción del hombre, así en palabras de Maslow:
“La tercera fuerza o psicología humanista que está desarrollando una nueva imagen del
ser humano es la obra de muchos hombres: no sólo eso, se le parangona también con
avances independientes y descubrimientos realizados en otros campos: así impulsa de
manera vertiginosa una imagen inédita de la sociedad y de todas sus instituciones, y con
ello surge una nueva filosofía de la ciencia, la educación, la religión, la psicoterapia, la
política, la economía, etc. Juntos tales cambios podrían denominarse aspectos
particulares de una amplia filosofía total” (Maslow, 1968).
La «Tercera Fuerza», es pues, la unión de varios grupos psicológicos en una sola
filosofia. Incluye a partidarios de Adler, Rank y Jung, así como a neo-freudianos (o neo-
adlerianos) y a post-freudianos (psicólogos analíticos del yo y escritores como Marcuse,
Wheelis, Marmor, Szasz, Brown, Lynd y Schachtel, que toman el relevo de la psicología
organísmica. Para Maslow incluye también la terapia gestaltista, la semántica general, e
incluso a psicólogos de la personalidad como G. Allport. G. Murphy, J. Moreno o H. A.
Murray, junto a la corriente de la psicología y psiquiatría existencial, y otros movimientos
que pueden ser encasillados como fenomenólogos, «rogerianos», humanistas, etc... De
ahí, quizás, la dificultad de definir con claridad la Psicología Humanista, y sobre todo, de
precisar los propósitos que se plantea y las técnicas para instrumentalizarlos. Decía
Wertheimer (1978) en este sentido que el término «Psicología Humanista» ha llegado a
tener muchos significados y que es muy improbable que cualquier definición explícita
que se hiciera de la misma satisfaga siquiera a una pequeña fracción de las personas que
se llaman a sí mismas «psicólogos humanistas».
Maslow en 1968 la definía así: “…una revolución, en el sentido prístino y más
verdadero de la palabra, en el sentido en que Galileo, Darwin, Einstein, Freud y Marx
llevaron a cabo las suyas: es decir una corriente que aporta nuevas armas de percibir y
pensar nuevas representaciones del hombre y la sociedad, nuevos enfoques de la ética y
los valores, nuevas direcciones que seguir. Es en la práctica, un aspecto de una
Weltanschauung global, de una nueva filosofía de la vida, de una nueva concepción del
hombre, los inicios de otros 100 años de trabajo” (Maslow, 1968).
La naciente «tercera fuerza» debía configurarse como apuntan Bühler y Allen
(1972) en torno a los siguientes principios: Centrar la atención en las vivencias subjetivas
de la persona y en su experiencia; defender y destacar las cualidades genuinamente
humanas (la creatividad. la elección, la valoración, la autorrealización): estudiar los
problemas relamente relevantes para la vida humana, enfatizar la dignidad y valor de la
persona y desarrollar las potencialidades inherentes a su condición humana. En resumen,
y de nuevo con las palabras de Bugental (1964), los postulados de la AAHP habían de ser
los siguientes:

1. El hombre como hombre sobrepasa la suma de sus partes. El hombre debe ser
considerado como algo más que un producto de la adición de varias partes y
funciones.
2. El hombre lleva a cabo su existencia en un contexto humano. Su naturaleza se
expresa en su relación con otros seres humanos.
3. El hombre es consciente. La conciencia forma parte esencial de su ser.
4. El hombre tiene capacidad de elección. La conciencia hace al hombre no mero
espectador sino partícipe de sus experiencias.
5. El hombre es intencional. La intencionalidad es la base sobre la cual el hombre
construye su identidad.

Pero ¿iban estos propósitos a plasmarse en programas concretos de investigación


iluminados por una metodología igualmente elaborada y definida? Premonitoriamente, el
mismo año de 1964. Carl Rogers se preguntaba: ¿Seremos capaces de desarrollar una
filosofía y metodología de la ciencia que sean capaces de darnos conocimientos bien
verificados y al mismo tiempo, reconocer el lugar de la subjetividad humana? No nos
gusta el empirismo mecanicista, pero ¿qué pondremos en su lugar? Un misticismo
existencial, en mi opinión, no será suficiente. (Rogers, 1965).
Cuatro años después. Maslow se mostraba más optimista ante el lugar que la
psicología humana había llegado a ocupar:

La psicología humanista —así suelen llamarla— se ha afianzado ya sólidamente como una


alternativa viable frente a la psicología objetiva, behaviorista, mecanomórfica y el
freudismo ortodoxo. Su bibliografía es abundante y crece rápidamente. Aún más: empieza
a utilizarse en la educación, en la industria, religión, dirección y administración, terapia y
auto-perfeccionamiento, así como por parte de organizaciones, publicaciones e individuos
Eupsiquistas. (Maslow. 1968).

2. El «espíritu de la época» y el surgimiento de la Psicología Humanista

Tras la caracterización general que acabamos de realizar, abordamos ahora otro


aspecto importante en el análisis del surgimiento de la Psicología Humanista. Su
aparición y desarrollo están, como ocurrió con las corrientes anteriores —conductismo y
psicoanálisis— íntimamente ligados a factores socioculturales de la época. La sociología
de la ciencia ha relacionado el origen de la teoría psicoanalítica con el puritanismo de la
sociedad vienesa de principios de siglo, cuyo clima social explicaría hasta cierto punto la
importancia concedida en el psicoanálisis a la represión y el conflicto neurótico. El
conductismo, por su parte, anclaría su filosofía de la adaptación, funcionalidad y máxima
modificabilidad de la conducta, en el optimismo acusado de que goza la sociedad
americana en el cambio dc siglo. Como vamos a ver, la Psicología Humanista se halla
también vinculada a las características sociales y a los valores culturales de las sociedades
occidentales en la década de los sesenta, y en particular de la sociedad americana.
La llamada «tercera fuerza», que no sólo se interesa por lo que la persona es en el
presente, sino por lo que pueda llegar a ser en cl curso dc su autorrealización, surgió en
un momento en el que muchos individuos de franjas importantes de la población se
cuestionaban valores tradicionales como el éxito a toda costa, la dominación de unos
países sobre otros Incluso por la guerra. y la lucha económica contaminando el ambiente
y destruyendo el equilibrio ecológico del planeta. Semejante cuestionamiento existencial
y la búsqueda de nuevos horizontes políticos y éticos que abrieran paso a aspiraciones de
riqueza y calidad de vida más genuinas, coadyuvaron de manera fundamental a configurar
el contexto social, colectivo, que propició el nacimiento de la Psicología Humanista.
Esta nueva orientación estaba siendo un fiel reflejo de su Zeitgeist, con la
desafección y malestar de jóvenes y otras capas sociales frente al materialismo y
maquinización de la cultura occidental contemporánea, y particularmente de la
americana, que a juicio de intelectuales y críticos sociales se había deshumanizado, como
formula por ejemplo, la famosa obra One-dimensional man (Marcuse, 1954). En ella —
se piensa— los seres humanos no son sino meras partes insignificantes en los engranajes
de la maquinaria social, cuyo control acaba por despersonalizarlos. El mecanicismo y
determinismo conductistas no serían para los psicólogos humanistas otra cosa que la
plasmación en el campo de la psicología de los valores de una sociedad burocrática y
tecnocrática que ahogan su creatividad y le restan espontaneidad y libertad. El espíritu
crítico frente a esta sociedad alienante se encuentra reflejado en la insistente defensa de
las personas como seres humanos en vez de como máquinas.
Aparece, pues, esta orientación en las coordenadas histórico-políticas concretas de
la Norteamérica de los años sesenta y lo hace como eclosión de unos valores que habían
ido madurando paulatinamente en los años precedentes. Villegas (1986) describe en estos
términos la situación: Después de las guerras mundiales, el mundo occidental inmerso
en una oleada de crecimiento económico y bienestar social experimentaba desde dentro
una revolución de sus costumbres y aspiraciones. El cuerpo, sometido en las décadas
anteriores a la represión sexual y militar, se rebelaba, libre de tabúes, deseoso de nuevas
estimulaciones sensoriales internas y externas. Las personas podían encontrarse
libremente, conocerse y amarse más allá de las divisiones raciales, políticas y de clase.
La Psicología Humanista presentaba, además, un rasgo singular: su condición de
movimiento filosófico y socio-cultural, más que de estricta escuela científica. De ahí que
durante el movimiento contracultural y antiguerra que proclamaron y promovieron
Ihedore Roszak y Charles Reich. entre otros, y que se desarrolló como reacción a la guerra
de los EEUU contra el pueblo vietnamita, los psicólogos humanistas sintonizaron con
grupos importantes dc jóvenes y de estudiantes que rechazaban el conductismo y
demandaban a la psicología una mayor sensibilidad hacia la libertad y la dignidad
humanas. El titulo del escrito bien conocido de Skinner Beyond freedom and dignity
(1971), replicado por Chomsky, otro intelectual destacado del movimiento contracultural,
es muy elocuente a este respecto. El propio Maslow, consciente del enorme predicamento
y poder de atracción que la Psicología Humanista tenía sobre gran número de jóvenes y
estudiantes, decía en un texto publicado por Frick (1971):

Mi libro Toward a Psychology of Being por ejemplo, ha sido muy vendido y leído y, sobre
todo, según creo, seguido entre los jóvenes. Se han vendido ya unos 150.000 ejemplares y,
aparentemente, se usa para ayudar a esa clase de comprensión profunda en los grupos
hippies y entre muchos jóvenes con educación, los universitarios por ejemplo.

La Psicología Humanista surge así como una respuesta filosófico-científica ante


una época de crisis social, cultural e ideológica, y lo hace con un ideario bien conocido
que enlaza con unos antecedentes históricos, en la filosofía y en la psicología, a los cuales
haremos ahora breve referencia.
3. Antecedentes fundamentales de la Psicología Humanista

Como ha señalado Caparrós (1979), los psicólogos humanistas reconocen la


influencia que sobre ellos han tenido cuantos a lo largo dc la historia de la psicología se
han resistido, en cada ocasión de formas diversas, a la reducción de ésta a una simple
ciencia natural. Pese a ello pueden señalarse ciertos autores u orientaciones que habían
desarrollado previamente, de manera particular, puntos esenciales para la Psicología
Humanista. Así Franz Brentano había criticado la aproximación mecanicista y
reduccionista de la psicología en cuanto ciencia natural, y proponía el estudio psicológico
de la conciencia como acto intencional y no como un contenido molecular y pasivo.
Oswald Külpe sugería que no toda experiencia consciente podía ser reducida a formas
elementales o explicada en términos de contenido, y autores como Wilhelm Dilthey o
William James argumentaron contra el mecanismo en la psicología, proponiendo
centrarse en la conciencia y el individuo total. No obstante, conviene adoptar en este
punto cierta cautela: el hecho de que algunos humanistas contemporáneos reconozcan a
estos autores como sus antecesores, y que éstos hayan mantenido efectivamente en sus
escritos puntos de vista afines a los fenomenológicos, no autoriza a hablar de una
influencia directa de sus obras sobre los creadores de la Psicología Humanista.
Más recientemente la psicología de la Gestalt planteó que había que adoptaron
enfoque molar de la conciencia e insistió, frente al conductismo, en el estudio de la
experiencia consciente como área psicológica legítima y útil.
Hay también varios antecedentes de la Psicología Humanista en las filas
psicoanalíticas, a través de la obra de Adier. Horney y Erikson. Estos autores, como es
sabido, disienten del psicoanálisis ortodoxo en cuanto a que la personalidad esté
determinada de manera importante por las fuerzas biológicas, los eventos pasados y las
reglas del inconsciente. Habría incluir también, en tan suscinta lista, a Otto Rank —cuya
influencia sobre la psicología humanista se olvida a menudo— principalmente por su
enfoque no directivo de la psicoterapia y su reconocimiento del potencial creador de toda
persona.
El dominio conductista sobre la psicología americana durante las décadas de 1920
y 1930 es muy grande. Pero en los años siguientes, aparecen dos importantes obras sobre
personalidad en las que puede considerarse que se incuba lo que será la Psicología
Humanista. Estamos refiriéndonos a Personalitv: A psychological interpretation (1937)
de Gordon Allport, y a Explorations in personality (1938) de Henry Murray. Su enfoque
de la personalidad y, en ella, de la motivación y las necesidades humanas constituían un
polo de oposición claro al conductismo. Tras la II Guerra Mundial, aparecen otras dos
influyentes: Personality: A biosocial approach to origins and structure, de Gardner
Murphy, y Psychology of personal constructs, de George Kelly. Asimismo empiezan a
aparecer los primeros trabajos de Maslow sobre la teoría de la motivación humana (1943a,
1943b...) en los que iniciaba ya sus planteamientos humanistas.
Pueden distinguirse dos tipos fundamentales de influencia sobre la Psicología
Humanista: los antecedentes psicológicos inmediatos de la misma y sus raíces más
claramente filosóficas. Respecto a la primera cabe señalar las ideas psicoanalíticas de
Fromm, Horney, e incluso las de Jung y Adler. Respecto a la segunda, aunque los
psicólogos europeos existenciales, como L. Binswanger, A. Van Kaam, y M. Boss, y el
psicólogo americano de la misma orientación R. May, anticiparon muchos de los
postulados del humanismo, no se puede considerar que ejercieran una influencia directa
sobre éste, como luego veremos. Además de los autores ya citadosm, también tuvieron
una influencia grande en la configuración de la psicología humanista algunos creadores
europeos trasplantados al mundo americano como consecuencia de la II Guerra Mundial,
como el psicopatólogo de orientación gestáltica K. Goldstein y Ch. Bühler, psicóloga del
desarrollo, de la misma orientación, entre otros, así como los psicólogos americanos de
orientación fenomenológica D. Snygg y A. Combs.
Hillner (1984), distingue dos grandes tipos de influencias: unas directas, como las
ejercidas por el conductismo, el psicoanálisis, la psicología de la Gestalt, la
fenomenología y la psicología comprensiva (Dilthey y Spranger. principalmente), la
teoría de la personalidad, y la psicopatología. Obviamente, entre las influencias directas
las hay positivas, en el sentido de que la Psicología Humanista asimiló sus presupuestos
importantes (la psicología de la Gestalt. la psicología fenomenológica y la psicología
existencial), y otras negativas, en cuanto que la Psicología Humanista reacciona frente a
ellas (el conductismo de Skinner y el psicoanálisis freudiano).
Por lo que se refiere a las raíces más específicamente filosóficas de la Psicología
Humanista, éstas pueden en último término trazarse a partir del panorama intelectual
definido por la fenomenología y el existencialismo. Pero conviene también decir que en
ocasiones se ha exagerado la importancia que como fuentes de inspiración directa han
tenido la fenomenología y el existencialismo europeos sobre la Psicología Humanista,
que es en gran parte un fenómeno genuinamente americano. La corriente
fenomenológico-existencial llega a Norteamérica filtrada a través de diversas
orientaciones, por lo general psicológicas, que en muchos casos llegan incluso a
desvirtuarla, Weckowicz (1981), Ch. Bühler (1972) y el propio Maslow (1961), entre
muchos otros, coinciden en referirse en varios escritos a la independencia de fuentes en
la Psicología Humanista y en la psicología existencial. El existencialismo no es tanto una
revelación completamente nueva, cuanto la acentuación, confirmación, precisión y
redescubrimiento de tendencias ya existentes en la filosofía, que también habían dejado
su huella en la «tercera fuerza» psicológica.
Maslow supo poco respecto a los escritos de los existencialistas hasta 1958, cuando
algunos de los más destacados ensayos de esta escuela se tradujeron al inglés en un libro
titulado Existence editado por Rollo May. Como se ha dicho: Para mal o para bien,
permaneció sin tener noticias de ellos hasta que su propia psicología había ya
cristalizado alcanzando su forma final (Wilson, 1972). Cuando Maslow tuvo
conocimiento de los escritos de los psicólogos existenciales, escribió: “Los filósofos
europeos y los psicólogos americanos no se hallan tan alejados los unos de los otros.
Nosotros los americanos hemos estado «hablando en prosa» todo este tiempo y no lo
sabíamos. En parte, este desarrollo simultáneo en diferentes países indica que las personas
que con independencia intuitiva han llegado a la misma conclusión, van respondiendo
todas ellas a algo exterior a ellas mismas” (Maslow. 1961).
La primera relación directa de la psicología americana con el método
fenomenológico se opera ,principalmente, a través de la traducción al inglés de distintas
obras de enfoque gestáltico, así como del establecimiento en EEUU de algunos autores
de esta orientación. Ch. Bühler (1972), abundando en la idea de la convergencia de
fuentes, afirma a este respecto: Algunos de nosotros llevamos nuestra forma de pensar a
América. Éramos E. Fromm, K. Horney, K. Goldstein y yo. En América nuestro
pensamiento convergió en aspectos esenciales con el de Allport, Maslow, Rogers,
Bugental, Jourard, Moustakas y otros. Más tarde se nos añadió V. Frankl.
Hay que indicar otro factor adicional, como señala Caparrós (1979), si bien más
secundario: la venida al continente europeo de algunos jóvenes americanos. En particular
el ya citado G. Allport y R. B. MacLeod, que fue traductor de Katz; ambos estuvieron en
Alemania, con otros, durante la década de los veinte y contribuyeron de forma notable al
reconocimiento en América del método fenomenológico.
Junto a los teóricos estrictamente gestaltistas, hay que tener en cuenta a los
filósofos, psicólogos y científicos que se establecen en EEUU a consecuencia de la
llegada del nazismo: entre otros, los esposos Bühler, M. Arnold, Werner, Stern, Heider,
Seheerer, Goldstein, E.W. Strauss, A. Gurwitsch, E. Cassirer y otros.
La influencia de la fenomenología en la psicología no siempre es posible deslindarla
con facilidad de la filosofía existencial europea de entre guerras y esto mismo ocurre al
considerar ambas tendencias, la fenomenología y la existencial en el ámbito americano.
Hasta mediados de los años cuarenta, según Caparrós (1979) la filosofía existencial es
prácticamente desconocida en EEUU. Para su introducción fue importante, al parecer, la
influencia del teólogo protestante P. Tillich, instalado allí en 1933, y después de W.
Barret. Sólo más tarde, entrados los años cincuenta, la psiquiatría y la psicología clínica
americanas se sensibilizan hacia las ideas existencialistas. En América, el interés por ellas
se debe en gran parte a los ya conocidos Rollo May, psicoterapeuta neoyorquino, y Adrian
Van Kaam, filósofo, teólogo y psicólogo holandés que se doctoró en EEUU en 1958.

La enumeración precedente no recoge, desde luego, a todos aquellos que jugaron


un papel en el desarrollo de la línea fenomenológico-existencial, pero sí a los más
descollantes. Sobre los distintos antecedentes señalados a lo largo de estas páginas, y en
el contexto sociocultural e intelectual cuyos rasgos más sobresalientes hemos descrito, se
desarrollará la Psicología Humanista hasta alcanzar la pujante fuerza que hoy representa
en la Psicología, en particular en el campo de sus aplicaciones.
CARPINTERO, Helio (1996), “La psicología fenomenológica” en Historia de las ideas psicológicas
(pp. 269-277), Ediciones Pirámide, Madrid.

La psicología fenomenológica

Introducción

Una de las corrientes filosóficas más importantes de nuestro siglo es la fenomenología. A


su base se encuentran las investigaciones de Edmund Husserl, que han tenido una decisiva
influencia sobre figuras como Max Scheler, Martín Heidegger, José Ortega, Karl Jaspers, Jean
Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty. Además de su desarrollo dentro del marco estrictamente
filosófico, la fenomenología ha tenido estrecha conexión con los problemas de la psicología, y
ello por razones muy justificadas.
La fenomenología, en efecto, se propuso analizar la estructura de la conciencia, con objeto
de hallar así un conocimiento que pudiera servir de base firme a todos los demás saberes. Por ello,
su propósito tenía forzosamente que cruzarse con el de la psicología introspectiva. En general,
ambos conocimientos han tenido que plantear explícitamente su relación, sus coincidencias y
sobre todo sus divergencias.
La psicología de orientación fenomenológica ha tenido algunos desarrollos de interés.
Además, a través de los enfoques existencialistas próximos a la fenomenología, ésta ha influido
con cierta intensidad en algunos medios psiquiátricos, de donde luego ha refluido sobre la
psicología. Procuraremos aquí de modo sucinto precisar el sentido de esta psicología
fenomenológica.

Antecedentes: Carl Stumpf (1848-1936)

En el origen de la fenomenología se hallan, primero, el magisterio de Franz Brentano y su


teoría de la «intencionalidad» de los actos psíquicos; luego, la influencia de Stumpf. A Brentano
ya nos hemos referido antes (véase cap. 16); por su parte, Carl Stumpf (Wiesentheid, Baviera
1848-Berlín 1936) estudió en Wurzburgo con Brentano y en Gottinga con Lotze, y fue luego
profesor en Wurzburgo, Praga, Halle, Munich y Berlín, así como presidente del Congreso
Internacional de Psicología en 1896. Sus trabajos sobre la percepción del tono y de la música son
su mayor aportación a la psicología. Aparte de esta área concreta, Stumpf influyó
sistemáticamente en el desarrollo de la psicología de su época, ya que contribuyó a la aceptación
de la teoría de Brentano. Kohler y Koffka fueron alumnos suyos. Entre sus obras principales se
encuentran: Sobre el origen psicológico de la representación del espacio (1873), Psicología del
tono (Tonpsychologie) (1883-1890), Sensibilidad y sensación sensible ( 1928), y Teoría del
Conocimiento (1939-1940).
Stumpf desarrolló las ideas de una psicología del acto. Distinguió entre los contenidos de
la conciencia, sensaciones e imágenes que él consideraba como «fenómenos», y las «funciones
de la conciencia» o actos como percibir, asociar, desear, querer. El estudio de las funciones, o
psicología, debía ir precedido de un examen de esos materiales o fenómenos con que se construye
luego todo conocimiento, y este estudio constituiría una «fenomenología». Stumpf, pues,
relaciona fenomenología y psicología como dos estudios diferentes, especializados
respectivamente en el «contenido» y en la «función» de los actos de conocimiento. Tal distinción
resulta comprensible si se piensa en una función, por ejemplo, la percepción de una habitación
que permanece inalterada mientras va oscureciendo, es decir, mientras van cambiando los
contenidos sensibles que en ella se dan, o cuando se escucha una melodía sin análisis ni
discriminación de la variedad de instrumentos que la interpretan con su peculiar sonoridad. Estos
casos sugieren ya una segunda línea de influencia que arranca de Stumpf y va hacia otros
discípulos suyos, Kurt Koffka y Wolfgang Kohler, los grandes teóricos de la psicología de la
forma o de la Gestalt. Como se verá, Fenomenología y Gestalt coinciden en su preocupación por
el análisis de la experiencia inmediata, y tienen un origen común en la psicología «del acto» de
Brentano y Stumpf. En cualquier caso, la fenomenología de Husserl, como sistema filosófico, es
la base de la psicología fenomenológica, y es necesario entender ésta en relación con su
fundamento.

Edmund Husserl (1859-1938) y la psicología


El filósofo alemán Edmund Husserl (Prossnitz, Moravia 1859-Freiburg-im-Breisgau,
Alemania 1938), formado en la matemática y la psicología, y posteriormente en la filosofía con
Brentano en la Universidad de Viena, fue privatdocent en las universidades de Halle y Gottinga
y profesor titular en la Universidad de Friburgo. Como teórico, se planteó muy pronto problemas
que resultaban ser realmente interdisciplinares. Produjo un cambio radical en la filosofía alemana
sintetizado en su enfoque fenomenológico. Procuraba con él superar tanto el punto de vista
subjetivo como el objetivo en filosofía. Influyó mucho también en la psicología. Es autor de las
Investigaciones Lógicas (1900-190), Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía
fenomenológica (1913), y Psicología fenomenológica (1962-lecciones de 1925). Su tesis para la
docencia versó Sobre el concepto de número: Análisis psicológicos (1887); luego sus esfuerzos
se dirigieron a construir una Filosofía de la aritmética: Investigaciones psicológicas y lógicas. Es
visible, en estos títulos, la conexión de la preocupación psicológica con el interés filosófico y
científico. Precisamente, su filosofía fenomenológica surgió del fracaso de sus esfuerzos por
hallar un planteamiento psicológico para los conceptos de la matemática. Buscó esta nueva
filosofía con el afán de que pudiera ella servir de base a las demás ciencias; por eso, su idea de la
psicología fenomenológica ha de examinarse en estrecha dependencia de aquella filosofía.
Husserl busca un conocimiento firme y seguro. Piensa que todo conocimiento se da en
actos de conciencia, o «Vivencias», en los que hay un sujeto, un objeto y una relación de
intencionalidad por la que se presenta ante el sujeto ese objeto. De este modo, un conocimiento
que nos dé la estructura y modo de funcionar de la conciencia será la base de todos los demás;
para lograrlo, habrá que describir la vida de la conciencia tal y como se da. Hasta aquí, parece
Husserl estarse refiriendo a la psicología de su tiempo. Pero enseguida añade un requisito que, a
su juicio, modifica todo.
«La psicología es una ciencia empírica..., es una ciencia de hechos..., de realidades... En
contraste con esto... se fundará la fenomenología pura o trascendental no como una ciencia de
hechos, sino como una ciencia de esencias (como una ciencia eidética)» (1962, 9-10). Hace falta
ver ahora qué entiende por esencia. En nuestro vivir, yo «veo» un objeto, y esto es un hecho; si
describimos y analizamos lo que en este hecho se da, forzosamente encontraremos, junto a unos
elementos accidentales o variables otros sin los cuales aquel hecho no sería un «acto de ver»;
serán éstos unos rasgos o elementos «esenciales» para todo «acto de ver», o, lo que es igual,
constituirán una «esencia». Pero todavía falta lo más importante: ¿y si no hay nada, y yo creía ver
algo, y todo era una alucinación? Para que yo crea que, alucinado o no, veo algo que aparece en
mi vivencia, el «fenómeno» tiene también que cumplir y realizar los requisitos de aquella «esencia
del acto de ver». La alucinación visual se parece en muchos de sus rasgos a la percepción visual.
Por eso se puede tomar aquella por esta. En todo fenómeno se da una esencia determinada.
Otra cosa es que el fenómeno sea real o no. Cuando yo vivo algo como real, hay, por un
lado, el fenómeno, y además, hay la creencia mía de que aquello es real; pero si suspendo esta
creencia, y no afirmo ni niego su, carácter de realidad, entonces paso de tomar algo como «hecho»
a tomarlo como fenómeno de la «conciencia pura». Entonces puedo describir su «esencia», puedo
contar lo que «aparece» ante mí, pero no puedo afirmar que ese objeto «existe realmente» o que
lo «hay en la realidad». Esa suspensión de mi creencia en la realidad lo llama Husserl «reducción
fenomenológica» o epokhé, que «pone entre paréntesis» las vivencias y, de golpe, nos hace salir
de la psicología para entrar en el terreno de la fenomenología como filosofía o ciencia de esencias
(1962, 217-220).
Aparecen así en el análisis de Husserl una multiplicidad de planos que no se excluyen, sino
que se complementan. Primero hay la experiencia natural y cotidiana, que tiene lugar cuando el
sujeto vive como real el mundo con todo cuanto se le presenta. De este modo, su conciencia se
halla entonces dispuesta en lo que él llama una «actitud natural» (1962, 17-18). Lo normal
entonces es atender a los objetos. Pero cabe, en cambio, que reflexionemos, y en vez de fijarnos
en el contenido, en los objetos, «consideremos las experiencias subjetivas en las que 'aparecen'»
(1963, 166). Esta reflexión nos introduciría en una perspectiva psicológica. Pero con ello todavía
no habríamos llegado a la fenomenología. Para esto es preciso aplicar la epokhé o reducción; sólo
así nos hallaremos en el plano de la fenomenología filosófica, y no en la simple psicología.

La psicología fenomenológica

El análisis de Husserl es importante para la psicología porque su planteamiento descriptivo


ayuda a precisar los materiales o datos que, desde una perspectiva «natural», constituyen la
experiencia consciente. Las vivencias son, por un lado, «procesos» que están inmersos en una
fluencia o temporalidad; pero además, cada fenómeno tiene «su propia estructura intencional» o
modo de relacionarse el objeto con el sujeto (Husserl, 1963, 166). De esta suerte, la psicología
tiene como tarea la investigación en detalle de esas estructuras de las vivencias: «la tarea general
de la psicología fenomenológica es el examen sistemático de los tipos y formas de la experiencia
intencional y la reducción de sus estructuras a las intenciones primarias, mostrándonos así cuál
es la naturaleza de lo psíquico y penetrando el ser del alma» (Idem, 167). Son, pues, los tipos (die
typischen Gestalten) de las vivencias, lo que importa a esta psicología, no los aspectos meramente
individuales. De esta suerte, se pone, según Husserl, «el fundamento necesario e incondicionado
para la construcción de una psicología empírica 'exacta'» (1962 b, 285). Como se ve, psicología
empírica, psicología fenomenológica y fenomenología son los tres planos de análisis que integran
el planteamiento husserliano de su investigación acerca de la experiencia existente.
Husserl se plantea el problema de qué sea la conciencia. No pregunta por los posibles
mecanismos fisiológicos que quizá intervengan para que haya actos de conciencia, «porque, por
lo pronto, esos mecanismos pertenecen al dominio de los hechos, al dominio de la ciencia
natural... pero, sobre todo, porque esos mecanismos son justo los mecanismos por los cuales tengo
conciencia, pero nada más... Pues bien, sean cualesquiera los mecanismos psicofisiológicos que
producen la conciencia, ésta es, en su pureza primaria, un mero 'darse cuenta' de algo: la
conciencia es siempre y sólo 'conciencia de' precisamente en cuanto puro darse cuenta de algo»
(Zubiri, 1963, 234). Conciencia es, según esto, vivencia intencional (1976, 475 ss.; 1962, 74 ss.),
en el sentido que dio ya Brentano a la intencionalidad, como referencia del sujeto a un objeto, que
se da en todos los fenómenos psíquicos. En toda vivencia intencional –Husserl sigue aquí ahora
a Stumpf– hay un objeto (nóema) del que alguien es consciente, y un acto de ser consciente (nóesis
lo llama Husserl), en que somos conscientes del objeto de un cierto y determinado modo: quizá
recordándolo, o percibiéndolo, o deseándolo; éstas son precisamente diversas formas o tipos de
intencionalidad.
Ahora bien, para Husserl la intencionalidad predetermina el modo como se presenta el
objeto. Esto queda claro si pensamos en que un nóema u objeto puede ser presente como
meramente percibido, o bien como percibido y también deseado, o como percibido y temido, etc.
Todas estas variaciones del fenómeno están fundadas en una variedad de modos de la «intención»
de la conciencia. Por ello, un conocimiento de la estructura y sobre todo de las especies de
intencionalidad daría la base de los modos posibles de presencia de los diferentes nóemas, esto
es, daría una base a todo conocimiento o experiencia posibles.
Como la esfera de análisis psicológico y la del análisis filosófico mantienen entre sí un
«paralelismo» (1962 b, 294), podemos aplicar sus hallazgos en este segundo campo a la
investigación psicológica, sin olvidar que entonces nos movemos solamente en un nivel de
descripción de fenómenos, y no en el terreno explicativo e hipotético de la ciencia natural. Husserl
nunca pretendió suplantar el trabajo de las ciencias positivas con su filosofía; lo que quería era
darles una fundamentación última, al dejar esclarecidos los «datos», los «fenómenos» y la
estructura de la conciencia ante la que aquéllos se presentan.

Procesos psicológicos
Un primer modo de nóesis, o acto intencional, estaría integrado por los fenómenos que
podríamos considerar como (i) cogniciones, fenómenos en los cuales al sujeto le es dado algo
como objeto. Husserl distingue entre los materiales con que se muestra algo y el objeto mismo
que se muestra; de esta manera, cuando percibo una habitación desde dos ángulos diferentes veo
la misma habitación mediante unos materiales, o sensaciones, distintos. Quizá la forma
fundamental de darse algo es la que Husserl llama «intuición», acto en que se da un objeto
inmediata y originariamente; hay actos, en cambio, en que se da algo, pero de modo mediato no
intuitivo. Husserl habla de percepción cuando algún objeto concreto se presenta «con personal
presencia al yo... como realmente existente» (1962, 267). La percepción, pues, presenta objetos
inmediatamente y se opone así a la presencia mediata que da la mera imagen, como cuando algo
está presente a través de una fotografía suya. Este conocimiento contiene unos materiales,
sensaciones, que posibilitan la presencia perceptiva de la fotografía, la cual sólo es captada en
cuanto intermediario o representante de lo «imaginado», que ahora se muestra como «Una
'imagen', una ficción» (1962, 267). Percepción y memoria también presentan una dimensión
común a los ojos de Husserl, pues son modos de darse los objetos, pero según una diferente
modalidad temporal. En un acto de recuerdo, por ejemplo, el objeto recordado sólo está dado
mediatamente; en cambio, en ese mismo acto de recuerdo, el recordar está dado intuitiva,
inmediatamente; como se ve, los mismos materiales pueden en esos casos dar origen a actos de
sentido o significación diferentes, como ya había indicado Stumpf, que como se ve tendrían
«objeto» o «sentido» diversos.
Un tema fundamental en la obra de Husserl es el de las variedades de la intuición. Hay una
intuición que nos da fenómenos concretos, y por ello merece ser considerada «empírica» (la
percepción); hay también una forma de intuición, pero una intuición distinta, que nos hace
presentes con inmediatez las «esencias», los requisitos que hacen aparecer a un fenómeno como
«fenómeno de tal o cual significación»; ésta es la que Husserl considera «intuición eidética» o de
esencias. Por ejemplo, en una intuición empírica podemos tener ante nosotros un triángulo, que
será grande o pequeño, rectángulo o no, etc.; pero sobre esta base empírica, podemos llegar a ver
las notas o caracteres esenciales de todo triángulo, sin cuya presencia y realización en cada caso
concreto no podría aquello «aparecer como triángulo»; éstas son las notas o caracteres que
constituyen esa esencia. Con nuestras sensaciones tenemos la percepción del triángulo; a través
de esa percepción que es fluyente, temporal, que ocurre en un aquí y ahora, se alcanza a conocer
un objeto con sus caracteres esenciales, que ya no dependen del aquí y el ahora, como ocurre
cuando aprehendemos que el valor de la suma de los ángulos internos del triángulo equivale a dos
rectos, etc.; de este modo, Husserl llegó a establecer que en el conocimiento adquirido por un
sujeto mediante su experiencia de hechos hay no sólo ese nivel fáctico, sino también un nivel de
«esencialidad» que él llamó «idealidad», y que sobrepasa los límites de lo temporal y
momentáneo a lo que da fundamento. De este modo, la investigación de Husserl defiende tanto
los aspectos verdaderamente «objetivos» del conocimiento como su otro lado, subjetivo; a través
de lo psicológico se llega a la lógica y a la ciencia.
En la percepción, como ya hemos dicho, «alguna cosa aparece con personal presencia al
yo..., como realmente existente»; en ella hay además un «fondo perceptivo» que ofrece
desarrollos o «aprehensiones potenciales» (1962, 266). Al percibir, vemos que podemos seguir
percibiendo, teniendo percepciones distintas del mismo objeto desde perspectivas diferentes, o
variando la atención hacia unas partes o elementos distintos. De esta suerte, las presentaciones,
unas actuales y otras potenciales, se dan en una continuidad coherente, se van sintetizando y así
tenemos «una unidad de conciencia una, y en esta conciencia se constituye la unidad de una
entidad intencional, precisamente como siendo la misma entidad presentándose de maneras
variadas y múltiples» (1953, ap. 18). Una especial forma de percepción es, para Husserl, la
percepción del otro, esto es, de la otra persona: cree que lo que ocurre en ese caso es que yo
traslado imaginariamente mi intimidad al otro, y así vería una intimidad en otro cuerpo, un «ego»
distinto del mío, o «alter ego», «sujetos que perciben el mundo –el mismo mundo que percibo yo
y que así tienen experiencia de mí como yo tengo experiencia del mundo y en él de los 'otros'»
(1953, ap. 43).
El análisis de la conciencia lleva a Husserl a plantearse el problema de la (ii) personalidad.
También aquí hay una compleja pluralidad de niveles en sus análisis. Uno es el de la dimensión
social del yo. Frente a los otros hombres, en mi experiencia se delimita un campo que abarca «lo
mío propio» (das Mir-Eigene) (1953, ap. 44) y que incluye además una referencia a los «otros»,
es decir, a la sociedad, pues lo mío aparece también como «humano». Otro nivel está constituido
por la consideración de mi realidad en forma de «unidad psicofísica» (que condensa la relación
yo-cuerpo), donde un «yo-personalidad» «'en' y 'por medio de' este organismo hace y padece en
el mundo exterior» (1953, ap. 39); este yo que opera en el mundo posee y va estructurando un
sistema de hábitos. Hasta aquí el planteamiento del tema se ha venido moviendo dentro de la
«actitud natural». Acto seguido entra el análisis del «ego» realizado después de la epokhé, después
de que suspendo la creencia en la realidad: este «ego» reducido que entonces aparece se muestra
como un yo que simplemente es polo idéntico de todas las vivencias, y que va constituyendo una
«historia», es decir, su «biografía», al integrar esas vivencias.
Precisamente, esa «historicidad» del yo constituye la dimensión más profunda que posee
la capacidad de (iii) aprendizaje del hombre. El aprendizaje no se reduce a aumentar la
experiencia del sujeto, sino a proporcionarle su personal y propia identidad. En este marco Husserl
entiende la asociación como un concepto fundamental de la fenomenología (ap. 39). En efecto, el
«ego» va organizándose mediante una asociación de vivencias o actos intencionales que se
adaptan «a la forma universal y constante del tiempo». El proceso de asociación explica esa
génesis pasiva del «ego» a través del tiempo, sin que tenga el «ego» que poner nada para que ello
suceda; pero hay además una génesis que resulta de la actividad, de «los actos del yo», en los que
aparecen, junto a elementos representativos o cognitivos, otros de. Tipo afectivo, valorativo,
sentimental, volitivo. Husserl dice que «todas éstas son vivencias que contienen capas
intencionales múltiples» (1962, 231). Dentro de esa complejidad la mención valorativa se da
cuando «estimamos» algo. Esto abre el área de los problemas de (iv) la motivación. Husserl ha
advertido que en cierto tipo de vivencias no sólo hay «esencias » sino también «valores» que
hacen que el yo no sólo conozca, sino que 'prefiera' algo. Pero este aspecto está más centralmente
examinado en la obra de algunos otros fenomenólogos, a los que haremos muy somera referencia
aquí.

Otras aportaciones fenomenológicas: Max Scheler (1874-1928),


Alexander Pfänder (1870-1941)

Al lado de las investigaciones de Husserl, los trabajos de Max Scheler muestran una
preferencia marcada por el análisis de los aspectos afectivos y valorativos de la vida humana. Su
interés por una antropología filosófica le obligaba a examinar el modo de ser de la vida, y empleó
ahí el método de análisis y descripción fenomenológicos. Scheler (Munich 1874-1928) estudió
en la Universidad de Jena con R. Eucken y O. Liebmann, y fue profesor titular en la Umversidad
de Coloma. Es autor, entre otras, de las siguientes obras: Ética, El puesto del hombre en el cosmos
(1928), Esencia y formas de la simpatía, etc.
Scheler, frente a Husserl, separa la vida emocional de la representativa e intelectual: «La
fenomenología del valor y la fenomenología de la vida emocional han de considerarse como un
dominio de objetos e investigaciones enteramente autónomo e independiente de la lógica» (1948,
I, 42). Para Scheler, la experiencia en que tendemos a las cosas que nos rodean permite el análisis
de la «esencia» de esa vida valorativa: las cosas aparecen entonces como unidades en las que se
realiza o se asienta un valor, y se llaman «bienes». El valor, que se descubre a través de los actos
de sentimiento, se evidencia en toda situación en que hay que elegir y preferir; en esa situación el
hombre es movido por «apetitos» (1957, 157), que pueden impulsar en direcciones contrarias,
como pueden ser también contrarios los valores, positivos unos y negativos otros; en suma, «hay
auténticas y verdaderas cualidades de valor, que representan un dominio propio de objetos, los
cuales tienen sus particulares relaciones y conexiones…, un orden y una jerarquía, independientes
de la existencia de un mundo de bienes, en el cual se manifiestan» (1948, I, 42). Los valores son
objetos análogos a las «esencias» de Husserl.
Scheler piensa que la estructura de la persona está caracterizada por la intencionalidad. Lo
que era en Brentano una nota definitoria de lo psíquico, pasa a tener alcance filosófico y
antropológico general. Mientras el animal posee una conducta determinada por las excitaciones
del medio, los impulsos y las resistencias a tales impulsos, en el hombre aparece «la posibilidad
de ser determinado por la manera de ser de los objetos mismos» (1929, 64) y así se produce «ese
peculiar alejamiento y sustantivación que convierte un medio en mundo... (y) la transformación
en objeto de los centros de resistencia, definidos afectiva e impulsivamente» (1929, 67). Por la
intencionalidad se constituye un mundo de objetividades, de esencias y de valores, que
determinan la conducta específicamente humana, irreductible a la del animal. Para Scheler, el
hombre se mueve en un mundo de objetos y valores, en el cual puede «decir no» (1929, 87).
Otros muchos aspectos relevantes para una psicología humana pueden hallarse en la obra
de Scheler, cuyo influjo en la psicopatología de Paul Schilder (1886-1941), o en la psicología del
holandés Frederick Jacobus Johannes Buytendijk (1887-1974) es marcado.
También es relevante el análisis del sentimiento y la motivación que llevó a cabo otro
fenomenólogo, Alexander Pfänder, cabeza del grupo fenomenológico de Munich. Pfänder
(Iserlohn 1870-1941), discípulo de Th. Lipps, siguió sus orientaciones, pero se rebeló después
contra su psicologismo, llegando a posiciones similares a las alcanzadas por Husserl, con algunas
diferencias. Se llegó a hablar de una Escuela Fenomenológica de Munich inspirada por él, no
siempre coincidente con la de Husserl. Autor, entre otras, de las obras siguientes: Introducción a
la psicología (1904), Lógica (1921), Problemas fundamentales de la caracterología (1924) y
Fenomenología de la voluntad (1900).
Para Pfänder, el sentimiento es un elemento básico y diferenciante en la constitución del
mundo subjetivo. Mientras «las sensaciones... constituyen lo que se llama mundo exterior...
contrapuesto al yo-conciencia... los sentimientos, en cambio, constituyen el yo; forman, por
decirlo así, el modo de estar constituido el yo en sus referencias a los contenidos "objetivos";
son... las modificaciones del yo conciencia» (1931, 56).
Pfänder también analiza en profundidad el fenómeno de la voluntad. Una forma o clase
peculiar de sentimientos está representada por la tendencia interior o deseo hacia algo no
simplemente representado, sino anticipado de modo que produce en el sujeto un sentimiento de
«agrado relativo» (Ídem, 85). Cuando hay representación del fin, y hay deseo, y junto a éste hay
también deseo de los medios hacia aquel fin, y hay conciencia de la posibilidad de conseguirlo
(Ídem, 120), entonces hay volición o querer. Se puede desear cualquier cosa, pero sólo se puede
querer lo posible. En la volición el yo está presente en la forma de hallarse «determinando» el
curso de la acción, y aquellos elementos que se le presentan como «fundamentos de una
resolución de la voluntad », son, en riguroso concepto fenomenológico, los motivos (Ídem, 218).
Pfánder, en su análisis de la volición, precisaba la existencia de formas muy complejas de
conducta: al lado de la volición hacia algo deseado describió otra «volición» en que se hallaría
involucrada una repulsión frente a algo; también habría voliciones hipotéticas, voliciones
disyuntivas, etc. Se trata de una obra de gran riqueza analítica que además se ocupa de la voluntad,
un tema muy olvidado en la psicología contemporánea.
Muchas otras derivaciones de la fenomenología han ido por el terreno más específico de la
psiquiatría. Karl Jaspers, Ludwig Binswanger, E. Minkowski, Medard Boss, Viktor Frankl y otros
han aprovechado una fundamentación fenomenológica y existencial. En ellos aparece la idea del
hombre como un ser abierto al mundo, desde la cual buscan entender las formas patológicas de
abandono, rechazo y negación del mundo y de los otros, que parece realizar en sí mismo el hombre
enajenado (Spiegelberg, 1972). La fenomenología, temáticamente, se propuso recuperar el
análisis y la descripción de la experiencia inmediatamente vivida. En ese sentido, su influencia se
extendió a varias de las grandes escuelas de la psicología contemporánea, y en especial a una, que
está engarzada en una tradición común. Nos referimos a la escuela de la psicología de la forma,
o de la Gestalt.
CARPINTERO, Helio (1996), “Los modelos humanistas” en Historia de las ideas psicológicas (pp.
296-403), Ediciones Pirámide, Madrid.

Los modelos humanistas

La psicología humanista

Frente al conductismo, en Estados Unidos se configuró de modo más o menos amplio lo


que se ha llamado un movimiento de psicología humanista. Abraham Maslow (1908-1970) llamó
a esta tendencia la «tercera fuerza» en psicología, significando así su rechazo y su carácter de
alternativa a un tiempo frente al conductismo y al psicoanálisis.
Algunos rasgos podrían servir para caracterizarla. Por lo pronto, su objetivo prioritario ha
sido la comprensión de la conducta y de la experiencia vital del hombre, tanto del individuo
normal como del enfermo. La condición fundamental del hombre radicaría en su ser personal. La
persona es un ser que busca su autorrealización, mediante el cumplimiento de un proyecto de
existencia o vocación que da sentido a su vida. No basta para entenderla la aplicación de un
modelo mecanicista psicológico. Tampoco se puede prescindir de la comprensión de la
experiencia subjetiva, con sus motivos y vivencias. Por eso los psicólogos humanistas han
revitalizado muchas ideas tomadas de Dilthey y de la fenomenología, no sólo en lo referente a los
contenidos mentales, sino también acerca de distintos aspectos metodológicos.

Domina, pues, un interés por la consideración global de la persona, de sus aspectos


existenciales –libertad, conocimiento, responsabilidad, historicidad–, junto con un cierto
alejamiento del modelo naturalista de la psicología experimental contemporánea. «La psicología
humanística –dice uno de sus representantes (Greening, 1971, 9)– subraya que el hombre no es
sólo responsable de su autorrealización, sino que tiene un impulso efectivo y una necesidad de
lograrla». Frente a la homeostasis, ocupa aquí la primacía la idea de la autorrealización personal;
frente al método experimental naturalista, el método comprensivo y el fenomenológico serían los
dominantes: tales parecen ser las más claras diferencias que bastarían a caracterizar esta
orientación.

Algunos de sus representantes guardan estrecha relación con el movimiento filosófico del
existencialismo. Para éste, como es sabido; la persona es siempre alguien único, concreto, que se
halla puesto en un mundo, cuya «esencia» se va construyendo y adquiriendo a través de los actos
de su «existencia». Martín Heidegger (1889-1976), en Alemania, José Ortega y Gasset (1883-
1955) en España, Gabriel Marcel (1889-1973) y Jean Paul Sartre (1905-1980) en Francia,
partiendo de la fenomenología de Husserl (véase cap. 24), se orientaron hacia una nueva
antropología filosófica, que ha tenido repercusiones, no siempre muy fieles, en el campo de la
psicología.
Otros han partido más bien del psicoanálisis. En general, la –persona ha sido reinterpretada
desde un marco donde se ha reducido la carga biologicista y naturalizadora y así se ha logrado
una convergencia con el humanismo existencialista.
Entre otros muchos nombres que podrían ser mencionados aquí, nos referiremos a Gordon
Allport, Abraham Maslow, Carl Rogers y George A. Kelly. Estos nombres representan una
aproximación original al problema psicológico.
La psicología de Gordon W. Allport (1897-1967)

Uno de los hombres más influyentes en la psicología americana contemporánea, Gordon


W. Allport (Montezuma, Indiana, USA, 1897 - Cambridge, Mass., 1967), ha contribuido
enormemente al desarrollo del estudio de la personalidad dentro del mundo de la psicología.
Había estudiado en Harvard, ampliando luego su formación en Alemania e Inglaterra.
Enseñó luego muchos años en Harvard, realizando numerosos trabajos sobre cuestiones diversas
relativas al tema de su 'interés, acerca del cual publicó, entre otros, Psicología de la personalidad
(1937) y La personalidad. Su configuración y desarrollo (1961). Del primero se ha dicho que
literalmente creó el campo de la personalidad como un tema de estudio académico. En ese sentido,
su obra ha sido fundamental para el desarrollo de los estudios sobre personalidad en el último
medio siglo.
Formado en la tradición de William James, con un discípulo de éste, Edwin Bissell Holt
(1873-1946), persona abierta a los temas del psicoanálisis y el conductismo, Allport se ha
planteado el problema de conciliar una psicología descriptiva, idiográfica, interesada por el
individuo concreto y orientada hacia el método clínico, o «de caso», con otra corriente, la
psicología explicativa o nomotética, dedicada al estudio de las estructuras y leyes generales, y
fundada en el empleo del método experimental.
La psicología necesita una ampliación, pensó Allport; necesita, precisamente, llegar a ser
ciencia del individuo, que es quien realmente existe.
Domina en su obra una concepción estructural del individuo constituido mediante un
proceso de desarrollo, o de «llegar a ser» (becoming), a través del cual «el organismo biológico...
llega a transformarse en la persona adulta» (1965, 117) inserta en un mundo social y cultural. En
su desarrollo adquiere una estructura, la «personalidad en cuanto sistema configurado y en
proceso de desarrollo» (1966, 15). La obra de Allport gira en torno a este núcleo de problemas.
Cada individuo es de por sí «una corriente de actividad», y éste es el hecho del que se ha
de partir (1965, 124). Allport se opone así a las psicologías de tipo S-R, para defender, en cambio,
un esquema S-O-R [«tipo de estimulación –organización interna– respuesta a los productos de la
organización» (1966, 490)] que ya defendieran, entre otros, los gestaltistas. En el proceso general
del desarrollo se produce un cambio real al tiempo que se conserva y perdura la individualidad.
Y este proceso lleva desde el organismo inicial a la estructuración de la personalidad.
Toda individualidad está construida como una estructura formada por distintos elementos.
De éstos, unos proceden de la herencia, otros del medio ambiente. Entre los primeros se cuentan
«las tres principales materias primas de la personalidad: el físico, las dotes de inteligencia y el
temperamento» (1965, 124) (temperamento equivale aquí a emocionalidad).
La corriente de actividad en que el individuo consiste es la que hace posible la aparición
de reflejos, la sensibilidad, las aptitudes, las tensiones motivacionales y los mecanismos
adaptativos (1965, 124).
Entre estos mecanismos sitúa el (i) aprendizaje. Éste supone la adquisición de
modificaciones de la corriente de actividad y, por ello, trae consigo una variación en las
características psicológicas del sujeto (1966, 120). Más que nada, es «una disposición a formar
estructuras» (1963, 35), como ocurre con los hábitos, e integra varias formas del mismo, desde el
condicionamiento y la asociación hasta el aprendizaje comprensivo.
Con el aprendizaje va complicado el problema de la (ii) motivación. Ésta se refiere a «toda
condición interna en el individuo que le induce a la acción o al pensamiento » (1966, 238) pero,
como ocurre con todos los aspectos de la estructura individual, está sometida al desarrollo y al
cambio, y de esta suerte nos encontramos con que una primitiva e infantil organización
motivacional acaba por dar paso a la del adulto, mucho más compleja. Hay una motivación casi
mecánica, de excitaciones, impulsos y tensiones, que para Allport carece de lo más característico
del motivo del hombre adulto, «el empuje hacia adelante» (1966, 119). «El hombre no es un ser
homeostático» (Ídem, 648), porque en realidad no vuelve al mismo estado, sino que tiende a una
elevación o crecimiento personal. No obstante, admite que la motivación compleja se ha derivado
de la inicial; Allport dice que se ha producido una «autonomía funcional», de los motivos, pues
«las tensiones implicadas no son de la misma clase que las tensiones antecedentes a partir de las
cuales se ha desarrollado el sistema adquirido» (Ídem, 307). Con esta autonomía Allport aspira a
conectar la variada motivación de la vida de cada individuo, lo que cada cual se propone, incluso
lo que quiere eludir y lo que quiere ser (1963, 57), con la biológica inicial. Aquí, como en el
proceso general del desarrollo, se produce un cambio real mientras se conserva y perdura la
individualidad. Y en cierto modo, este proceso es paralelo al más general, aquel que lleva desde
el organismo a la estructuración de la (iii) personalidad.
En efecto, para Allport la personalidad es un sistema de «tendencias determinantes» (1965,
67), o mejor, un sistema de sistemas: es «la organización dinámica, dentro del individuo, de
aquellos sistemas psicofísicos que determinan sus ajustes únicos a su ambiente» (Ídem, 65) o,
como dijo al cabo de los años, la organización de sistemas «que determinan su conducta y su
pensamiento característicos» (1966, 47).
Desde dos perspectivas entiende esta personalidad. La primera, subjetiva, es la conciencia
de la coherencia, unidad y propositividad (1966, 71); la objetiva, en cambio, destaca el que
aparecen como equivalentes muchos estímulos, por una parte, y muchas conductas, por otra; ha
de suponerse, por tanto, una estructura que realice esas equivalencias, y esto es lo que Allport
denomina «característica» (trait). La personalidad es un sistema de características, o rasgos, pero
éstos son «tendencias deterininantes» (1965, 67) a través de los cuales la corriente de actividad
se singulariza y adquiere una consistencia caracterizadora.
Los rasgos según él se caracterizan por:

1) tener una existencia más que nominal,


2) estar más generalizados que los hábitos,
3) ser determinantes de la conducta,
4) poder ser establecidos empíricamente,
5) ser relativamente independientes,
6) no ser sinónimos de juicios morales o sociales,
7) poder ser contemplados desde la perspectiva de la personalidad que los contiene o desde
su distribución en la población,
8) no ser falsados por hábitos y actos inconsistentes con el rasgo (Allport, 1968, 44).

Según esto, «Un rasgo es una estructura neuropsíquica que tiene la capacidad de hacer
equivalentes muchos estímulos funcionales y de iniciar y guiar formas equivalentes de conducta
adaptativa y expresiva» (Allport, 1966). Los rasgos explican modos genéricos o estilos de
comportamiento.
En la base se encuentra el organismo, el físico. Sobre éste se halla, primero, la personalidad;
luego, la conciencia, que no abarca toda la personalidad sino una porción, y en fin, el proprium,
«el sí-mismo como objeto de conocimiento y sentimiento» (1966, 161). Este último presenta una
diversidad de aspectos que recuerdan el análisis del yo por W. James: es «solucionador racional»,
y «esfuerzo orientado» (Ídem, 152-160). Ciertamente hay unos rasgos que son comunes; en
cambio, los que integran el proprium individualizan, pues éste hace un «modelado» singular y así
se logra un «estilo de vida» característico, concepto que, como es fácil imaginar, toma de Adler
(Ídem, 656). Diferenciación y, al tiempo, integración han conducido a la individualidad personal,
que es lo que importa a Allport.
Y es individual, en fin, la serie de actividades (iv) cognitivas. Aquí subraya la existencia
de disposiciones o sets perceptivos, a los que llama, en vez de percepción, «procepciones», y en
las que interviene la motivación, la experiencia, la influencia social. Un caso particular de esta
interacción persona-grupo social lo ha estudiado a propósito del rumor, esto es, aquella
información cuya difusión estaría afectada a un tiempo por la importancia de la noticia y la
ambigüedad con que se la presenta.
Si bien empezó con una metodología idiográfica, que trata de captar lo propio (en griego,
ídion) de cada individuo, y empleó relatos, cartas, autoinformes, con objeto de alcanzar ese
conocimiento del singular, llegó a admitir la necesidad de categorías nomotéticas, así como el uso
de las escalas y de los tests como complementos necesarios a la hora de hacer una categorización
y evaluación de cada uno de los sujetos estudiados. Su obra dio nuevo relieve a los aspectos más
biográficos de la vida personal.
La aportación de Abraham Maslow (1908-1970)
Una interpretación compleja de la motivación y la personalidad humanas se halla en los
estudios de Abraham H. Maslow. Se trata de uno de los más significativos representantes de la
psicología humanista, interesado en conservar los valores personales dentro del marco del espíritu
científico. A veces incluso se le ha considerado corno el iniciador de este movimiento.
Abraham Harold Maslow (Nueva York, 1908 - Walthan, Mass., 1970) personalidad de
familia y formación judías, vivió con intensidad el drama del pueblo judío en la Alemania nazi.
Tras especializarse con H. Harlow en el estudio sobre comportamiento animal, estudió con K.
Goldstein, y se orientó hacia la psicología clínica, enseñando en Brooklyn College y más tarde en
Brandeis University. Publicó obras entre las que destacan Motivación y personalidad, y El
hombre autorrealizado.
(i. Personalidad) El hombre es «Un todo organizado, integrado» (1975, 67) y hasta las
necesidades fisiológicas más elementales afectan al todo individual, no al puro órgano o tejido
local del organismo en cuestión. Así, escribe que: «Es John Smith quien desea comida, no el
estómago de John Smith» (1975, 67).
Esta individualidad tiene un núcleo interior de tendencias, con «capacidades y
potencialidades latentes» (1973, 261) cuya actualización conduce a una plenitud personal. La
persona autorrealizada se acepta a sí misma y a los demás, es espontánea, autónoma, capaz de
apreciar los bienes básicos de la vida, y se halla libre de trastornos patológicos.
(ii. Motivación) La personalidad se constituye en función de la motivación o sistema de
necesidades. Para Maslow, el estudio de la motivación, que es «el estudio de los últimos objetivos,
deseos o necesidades humanos» (1975, 70), pone de manifiesto que la mayor parte del
comportamiento es multimotivado.
Hay, dice Maslow, «una jerarquía de predominio relativo» entre las tensiones
motivacionales (1975, 88). En una conducta actúan o gravitan sobre ella una serie de
determinaciones, situadas en distintos planos. Las necesidades del individuo nunca están
totalmente satisfechas; lo que sucede es que, mientras unas han sido resueltas temporalmente,
otras adquieren el predominio durante algún tiempo. El nivel más básico de necesidades es el
fisiológico. A éste sigue el de la necesidad de seguridad, el de posesividad y amor, la necesidad
de estima y la de autorrealización (Maslow, 1975). Maslow ha sido uno de los más notables
teóricos de la motivación de autorrealización,
(iii. Aprendizaje) De modo análogo a corno en la evolución se van estableciendo las
necesidades y se ordenan desde el plano fisiológico hasta el más personal, en el campo del
aprendizaje se van haciendo posibles conductas menos dominadas por el instinto y más por la
cultura.
(iv. Czognición) Entre los múltiples aspectos de la vida personal ha reconocido, junto a las
necesidades básicas ya mencionadas, otras que hacen referencia a las actividades cognitivas y
simbólicas. Así admite la existencia de los deseos de conocimiento y comprensión y las
necesidades estéticas, entre las que resulta «imposible una separación absoluta» (1975, 102). La
persona autorrealizada percibe de modo más eficiente la realidad, se acepta a sí misma y a los
demás, y es creativa.
Maslow, en su tiempo, ha puesto de actualidad aspectos de la motivación corno son éstos
de la creatividad, la necesidad de logro y los deseos cognitivos, que han recibido desarrollo más
amplio por otros autores. Su obra ha reforzado la imagen activa y constructiva de la existencia
humana, sugiriendo ideas y desarrollos a psicólogos de todas las tendencias.

La obra de Carl Rogers (1902-1987)

Carl Ranom Rogers defiende una perspectiva humanista, que en el campo de la psicoterapia
denomina «terapia centrada en el cliente», o también «terapia no directiva».
Rogers (Oak Park,·III., USA, 1902-1987) se formó en el Teachers College (Nueva York),
trabajó corno psicólogo en ternas infantiles y de orientación, y luego enseñó psicología clínica en
Ohio, Chicago y Wisconsin. Durante años mantuvo una abierta discrepancia con los teóricos del
neoconductisrno. Entre otras obras suyas destaca On becoming a person y Psychotherapy and
personality change.
(i. Personalidad) Rogers tiene una visión dinámica, procesual, de la realidad. «La vida, en
su plenitud, es un proceso que fluye y cambia, en que nada está fijado» (1972, 27). Esto vale
también para su idea de la persona. Para Rogers ser una persona es ser «Un proceso más bien que
un producto» (1972, 122). Se trata de una realidad en movimiento, que aspira a metas y a la
realización de propósitos. Las metas, las relaciones con los otros hombres y con las cosas, .incluso
la imagen de uno mismo, todo está en movimiento, son procesos más bien que cosas, y pueden,
por tanto, desajustarse o perturbarse. La persona posee capacidades y, sobre todo, necesita
desplegarlas para mantenerse. Esta tendencia «a la actualización», que ya hemos visto en Maslow,
es el único motivo reconocido por Rogers (1959, 196). Ahora bien, todos los procesos que tienen
lugar en el organismo y de los que cabe llegar a tener conciencia constituyen el amplio marco de
la «experiencia», dentro de la cual es central el núcleo denominado yo mismo, o self, «gestalt
conceptual, organizada y consistente compuesta de las percepciones del yo o mí y las
percepciones de las relaciones del ‘YO’ o ‘mí’ con otros y con varios aspectos de la vida, junto
con los valores ligados a esas percepciones» (1959, 200).
(ii. Motivación) En el desarrollo que experimenta el organismo desde su infancia,
adquieren un papel decisivo los valores. Importan mucho las satisfacciones de la experiencia
propia, y también la consideración positiva experimentada en la interacción con los demás.
(iii. Aprendizaje) En el crecimiento personal que conduce a la autorrealización cada
individuo normal se vuelve «más flexible, más único y variado, más adaptado creativamente»
(Rogers, 1972). Los problemas surgen cuando aparecen discordancias entre el yo de cada uno
(«self») y su experiencia, fundamentalmente porque aparezca algo que se muestra corno amenaza
para el yo.
(iv. Cognición) Los procesos de «psicoterapia» para recuperación de la armonía y
reconquista de la unidad del mundo de experiencia no pueden llevarse adelante si no es aceptando
que el sujeto es quien mejor conoce su mundo, conoce su yo y conoce, lo que aún es más
importante, el modo por donde habría de venir la resolución del problema. El terapeuta rogeriano
admite que nadie sabe tanto del problema corno el propio paciente, y por ello hay que centrar en
él el proceso recuperador. Lo que sí cabe hacer es ayudarle a clarificar sus sentimientos y
percepciones, y sobre todo conducirle a una situación de libertad dentro de la cual puede llegar a
ser «el yo que cada uno es». Rogers repite con frecuencia esta tesis que ha tornado de Kierkegaard,
la de que uno ha de llegar a realizar su verdadero yo en lugar de los falsos que con frecuencia
admiten los pacientes y crean un sinnúmero de dificultades y perturbaciones. Así, el paciente
«llega a ser sí mismo –no una fachada en conformidad con los otros, ni una negación cínica de
todo sentimiento, ni un frente de racionalidad intelectiva, sino un proceso vivo, palpitante,
sensible, fluctuante– en suma, llega a ser una persona» (1972, 114).
Toda la teoría de Rogers está impregnada de aspectos humanistas, y en ella resuenan ideas
procedentes de la fenomenología y el existencialismo, en clara oposición con la psicología
conductista dominante en su tiempo.

La obra de George A. Kelly (1905-1967)


George A. Kelly (Kansas, 1905-Walthan, Mass., USA, 1967) se formó en psicología en
Iowa, luego fue profesor en varias universidades (Ohio; Brandeis), y desarrolló una teoría, con
singular relevancia en el campo de la personalidad, conocida como la teoría de las constructos
personales (Maher, 1969).
Se trata de una teoría cognitiva del ser humano, principalmente basada en su experiencia
como psicoterapeuta. En esto, la obra de este autor se adelantó a su tiempo y la acercó a las
preocupaciones contemporáneas.
(i. Conocimiento). Kelly estableció un postulado fundamental: «Los procesos de una
persona están canalizados psicológicamente por los modos en que anticipa los acontecimientos»
(Kelly, 1963, 103). Cuando consideramos que algo es dañino, o peligroso, lo rehuimos; si lo
interpretamos como alimento, cuando estamos hambrientos lo ingerimos. Toda la vida de un
individuo está determinada por las interpretaciones con que construye y comprende su entorno.
Además cada persona se diferencia de las otras precisamente en su modo de interpretar los hechos.
Parte de reconocer la experiencia como punto de base de la psicología, y precisamente
aquella experiencia que es la propia del científico. «Todo hombre... es un científico», llega a decir
(1963, 5), en el sentido de que continuamente forja hipótesis, las pone a prueba, y sigue
construyendo representaciones. Así, el «hombre que conoce» es el nuevo modelo psicológico a
emplear en la investigación.
Se trata de un ser que continuamente busca y procesa información, construye hipótesis y
modelos acerca de las cosas y personas, y también acerca de sí mismo, y opera de acuerdo con
las representaciones que posee.
Para Kelly, el sistema cognitivo tiene una organización estructural. Los objetos y personas
son categorizados según propiedades o atributos contrapuestos o diferenciados dentro de una
cierta dimensión, y esto hace posible un ordenamiento desde el punto de vista del individuo. Así,
cabe saber quién es la persona que el sujeto percibe como más próxima, o más hostil, o quién es
el vecino que uno quisiera conocer mejor; y toda esa información puede servir de anclaje para
una clarificación de la propia existencia.
Se trata de unos conocimientos que están impregnados de subjetividad. Kelly los llama
«constructos personales», y los define como «Un modo como algunas personas son construidas
como siendo semejantes y a la vez diferentes de otras» (Kelly, 1955); tienen, en su opinión,
naturaleza bipolar, y así, el mundo se va distribuyendo en un casillero de atributos («blanco-
negro», «refinado-vulgar», «decente-indecente» etc.).
Además es posible pensar acerca de una cosa o una persona no sólo en términos de blanco-
negro, o verdadero-falso, sino también considerando una tercera alternativa: que el atributo acerca
del cual pensamos sea inaplicable en el contexto al que se refiere.
(ii. Motivación). Todo hombre es activo, para Kelly (1963, 19) y determina y orienta su
conducta, precisamente gracias a los conocimientos, es decir, los modos como anticipa los
acontecimientos. Los conocimientos, por tanto, son los elementos que determinan la conducta, y
de ellos derivan luego las actitudes y motivos concretos.
(iii. Personalidad). Para él el hombre, la persona, es una realidad fluyente, un proceso, una
«forma de movimiento», cuyo sentido y dirección viene dado precisamente por su sistema de
cogniciones.
Cada hombre construye su propio modo de ver el mundo, es decir, elabora sus propios
constructos. Resulta, pues, que estos constructos individualizan a sus sujetos, los cuales poseerán
«estilos cognitivos» propios. Personalidad e individualidad quedan así enlazados con los
«constructos personales», las interpretaciones elaboradas por los sujetos. Personalidad, no sería
sino el conjunto de categorías, o el sistema interpretativo con que cada uno hace frente, de modo
consistente y característico, a las tareas y actos de su existencia.
Supuso también, que las personas siguen determinadas trayectorias, o, como él dice, una
«red de senderos» (Kelly, 1955) flexible, pero estructurada, que hace posible una visión
organizada de la propia actividad.
(iv. Aprendizaje). Se ha notado muchas veces que semejante teoría parte de reconocer la
experiencia como punto de base para la exploración de la personalidad. Más aún, cada individuo
trata de aplicar aquellos constructos que ha ido adquiriendo y poniendo a prueba en sucesivas
experiencias, y que son aplicables al campo de los hechos de que se trate en cada caso. Los
constructos, pues, son realidades aprendidas, basadas en la experiencia individual.
Un rasgo característico de esta teoría es que su autor defiende que «nadie necesita ser la
víctima de su biografía», puesto que puede cambiar su sistema de constructos (1963, 15) mediante
la elaboración de constructos alternativos a otros dados.
Kelly ha construido un test para determinar los constructos de un sujeto –el Role Construct
Repertory Test (REP Test)–. Mediante una rejilla el sujeto evalúa positiva o negativamente
personas o situaciones. Se combinan así, ciertos constructos con determinados elementos
objetivos, y se aspira a ver cuáles de estos son funcionalmente semejantes, y cuáles son los que
concentran mayor grado de significación personal.
La obra de Kelly, cercana a la de Rogers, ha encontrado un nuevo eco en los últimos
tiempos, de renovado interés hacia lo cognitivo, y ha logrado considerables desarrollos en manos
de D. Bannister y otros. En el horizonte general de la psicología cognitiva ha venido a situarse
como un importante precursor y anticipador.
Más o menos próximos a los postulados de la psicología humanista cabe situar a un gran
número de autores a los que no vamos a poder referirnos aquí. Eso ocurre con los aspectos
dinámicos de las relaciones interpersonales propios de las teorías de la personalidad de Gardner
Murphy, Charlotte Bühler, Harry Stack Sullivan, Erik H. Erikson; muchas otras líneas, en fin,
habría que seguir para presentar un cuadro mínimamente ajustado, lo que no puede pretenderse
dentro de los límites de este manual.

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