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Cómo la psicología
encontró su lenguaje
2 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
Danziger, Kurt
Nombrar la mente: cómo la psicología encontró su lenguaje / Kurt Danziger; coordinación
general de Alberto Teófilo de Mendoza Figueroa; ilustrado por Diego Darío Fernández. - 1a.
edición. - Córdoba, Argentina, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba, 2018.
208 p. : il. ; 23 x 15 cm.
1. Psicología. I. de Mendoza Figueroa, Alberto Teófilo, coord. II. Fernández, Diego Darío, ilus.
III. Ferrari, Fernando José, trad. IV. Título.
CDD 150
Título original: Naming the mind. How psychology found its language
ISBN: 978-987-42-9853-9
Printed in Argentina
Queda rigurosamente prohibido, sin la autorización de los titulares del copyright y bajo las
sanciones previstas por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier me-
dio o procedimiento comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como su
distribución mediante alquiler o préstamo público.
Kurt Danziger
Nombrar la mente
Cómo la psicología
encontró su lenguaje
Prefacio
Adrian C. Brock
Traducción
Fernando José Ferrari
Proyecto Ⱥlethéia Clío
Universidad Nacional de Córdoba
Rector
Dr. Hugo Oscar Juri
Vice Rector
Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira
Facultad de Psicología
Decana
Mgter. Patricia Altamirano
Vice Decano
Dr. Raúl Ángel Gómez
Secretaría del Honorable Consejo Directivo
Matías Dreizik
Secretaría Académica
Paula Irueste
Subsecretaría Académica
Débora Imhoff
Coordinador de Carreras
Ignacio Acuña
Secretaría de Extensión Universitaria
Florencia Mainero
Índice
1. Nombrar la mente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Psicologías alternativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Las categorías de la psicología. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Historiografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
Perspectiva del libro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
2. Los antiguos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Las personas como objetos para sí mismos.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
La Razón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
Afectos aristotélicos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Algunos temas post aristotélicos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
3. La gran transformación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Las novedades del siglo XVIII. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
De la pasión a la emoción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Razón instrumental. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Motivos y la contingencia de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Un nuevo sentido de sí mismo [Self]. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
4. El trasfondo fisiológico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Psicología y fisiología. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Las raíces vitalistas de la «estimulación». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
Ramificaciones del concepto de reflejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
La metáfora de la energía mental. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
6. Conducta y aprendizaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Las cinco capas de la «conducta» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
La mente como inferencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Una ciencia social naturalista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Ismos y ambigüedades. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
El ejemplar práctico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
Conducta y control . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
La abstracción del «aprendizaje». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
6 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
8. Actitudes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Un comienzo poco prometedor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Cómo las actitudes se volvieron “sociales” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140
El olor del éxito: las actitudes se miden. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
¿Una multiplicidad de actitudes vs. una ideología?. . . . . . . . . . . . . . 153
Referencias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
estar unidas por categorías comunes del discurso. Tales categorías comunes
establecerían la afirmación de que efectivamente había fenómenos de impor-
tancia comunes a todos los campos de la Psicología. Entonces uno podría es-
tudiar estos fenómenos comunes para descubrir los principios que unificaron
la disciplina.
Este fue el papel desempeñado por las categorías de «comportamien-
to» [behaviour] y «aprendizaje» [learning]. en la historia de la Psicología
Americana del siglo XX53. De los dos, el «comportamiento» fue más funda-
cional, ya que se convirtió en la categoría que la disciplina usó para definir su
objeto de estudio. Ya sea que se estuviese tratando de explicar las respuestas de
un niño en una tarea de resolución de problemas, la sintomatología neurótica
de un adulto o la reacción de una rata blanca al encontrarse en un laberinto
de laboratorio, se trataba, en última instancia, de explicar la misma cosa: el
comportamiento de un organismo. La clasificación de fenómenos tan diver-
sos como instancias del «comportamiento» fue el primer paso necesario para
establecer la afirmación de que la Psicología era una ciencia con un conjunto
de principios explicativos. El «aprendizaje» no era una categoría tan básica,
pero, históricamente, su papel estaba tan profundamente entrelazado con el
del «comportamiento» que difícilmente se puede hacer justicia a uno sin el
otro. Durante varias décadas cruciales, formaron un par casi inseparable, por-
que las «leyes del aprendizaje» proporcionaron el ejemplo básico de aquellos
principios conductuales que se suponía unificaban la disciplina. En el presente
capítulo, vamos a rastrear los orígenes de este compuesto, centrándonos pri-
mero en el «comportamiento» y luego en el «aprendizaje»
La historia del «comportamiento» no solo se entrelaza con la historia del
«aprendizaje», sino que también está profundamente enredada en la historia
del conductismo. A diferencia de las otras categorías consideradas aquí, tiene
la distinción única de haber dado su nombre a un movimiento. Eso condu-
ce a ciertas dificultades. Debemos tener cuidado de no confundir la historia
del movimiento con la historia de la categoría. Están lejos de ser lo mismo.
Históricamente, los conductistas [behaviorists] no tenían el monopolio de la
categoría de comportamiento. Estaba allí como una categoría científica antes
de que la recogieran y la clavaran en su cabecera, pero incluso entonces no
eran los únicos que le daban prominencia. No era necesario ser miembro de
una de las escuelas conductistas para aceptar la definición de la Psicología
como la ciencia de la conducta. Nuestro enfoque principal aquí es sobre el
«comportamiento» como una categoría de discurso disciplinario, no sobre el
conductismo como movimiento.
Este enfoque está en desacuerdo con la mayor parte de la extensa his-
toriografía sobre el tema del conductismo (véase, sin embargo, Kitchener,
1977). En líneas generales, esta historiografía se centra en individuos parti-
culares autoidentificados como conductistas y doctrinas particulares con las
cuales estos individuos estuvieron explícitamente comprometidos. Este proce-
dimiento proporciona valiosas percepciones históricas. Pero es más útil para
la comprensión de una minoría que en el cumplimiento de los compromisos
de la mayoría de los psicólogos que, aunque influenciados por el conductismo,
53 Más recientemente, la categoría de «cognición» ha desempeñado un papel similar. La idea de le-
yes abstractas uniendo muchos dominios del funcionamiento psicológico, independientemente
del contenido, reapareció en la forma de la categoría de «cognición» justo cuando el «aprendi-
zaje» ya no podía desempeñar este papel de manera efectiva. Pero este desarrollo se encuentra
fuera del período de tiempo que estudia este libro.
Conducta y Aprendizaje 91
54 La calificación «relevante» es necesaria, porque, antes, se pueden encontrar casos que hablan
sobre el «comportamiento» de sustancias físicas. Ciertamente, esto desempeñó un papel en la
elección del término por biólogos y psicólogos, porque se consideró que establecía el pedigrí del
término exento de valores, amoral. Pero el «comportamiento» nunca fue un término técnico en
las ciencias físicas; se convirtió en uno, solo cuando comenzó a ser utilizado en un contexto bio-
lógico y especialmente psicológico.
92 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
entró en su cuarta edición en 1936. Pero para entonces esa terminología había
llegado a ser inusual.
Una segunda fase en el uso del «comportamiento» comienza un poco
más tarde, pero se superpone con la primera. En esta etapa, el término hace
su entrada en la psicología general, pero sin la coloración conductista que va a
adquirir más adelante. El primer texto que anuncia en su título que la psicolo-
gía era «El estudio del comportamiento» [The study of behaviour] apareció en
1912. Su autor era William McDougall, que pronto asumiría el papel de uno
de los oponentes más amargos del conductismo. En el año anterior, en 1911,
se habían publicado por lo menos dos libros cuyos títulos se referían a la «con-
ducta humana» como su objeto de estudio (Meyer, 1911; Parmelee, 1911).
Mientras que uno de sus autores podía ser considerado un conductista, an-
tes de que J.B. Watson hubiese proclamado la nominación, el otro, Parmelee,
no podría. En el mismo año, un texto psicológico relativamente convencional
(Pillsbury, 1911) introdujo su tema definiéndolo como la ciencia de la conduc-
ta. A finales de 1912, J. Angell, portavoz de la escuela funcionalista de psicolo-
gía, había dado un discurso oportuno a la American Psychological Association
sobre «El Comportamiento como una categoría en psicología» [Behaviour as a
category in psychology] (Angell, 1913).
Apenas dos meses después, J.B. Watson, un joven psicólogo compara-
tivo, presentó un trabajo en la Universidad de Columbia que inauguró una
tercera fase en la historia moderna del «comportamiento» (Samelson, 1981).
Watson (1913) llamó a su artículo «La psicología como el conductista la ve»
[Psychology as the behaviourist views it]. El cambio fue bastante drástico. De
ser una etiqueta para una categoría utilizada en la definición de un objeto
de estudio de la Psicología, ahora se le dio a la «conducta» la distinción de
etiquetar a cierto tipo de psicólogo. Se elevó por encima de otras categorías
psicológicas, ya que no solo se refería a un objeto de investigación, sino que
también proporcionaba una etiqueta de identidad que desafiaba a los psicólo-
gos a aceptarla o rechazarla. Desde el punto de vista de la historia de la disci-
plina, el aspecto más significativo del desafío de Watson fue que los psicólogos
estadounidenses lo tomaron muy en serio. Podrían haberlo ignorado o haber
sacudido la cabeza con un gesto de divertida incredulidad, como sus colegas
europeos solían hacer. Pero no lo hicieron. Durante unos quince años después
del final de la Primera Guerra Mundial, la cuestión de la identidad conductista
influyó fuertemente en la atención de la comunidad psicológica norteame-
ricana. Como resultado, la categoría de comportamiento adquirió un nuevo
conjunto de connotaciones. Había ahora una brecha considerable entre lo que
el término significaba en el discurso psicológico y en el discurso vulgar.
Es bien sabido que durante los años treinta el conductismo adquirió
un nuevo hálito de vida en lo que llegó a ser conocido como neoconductis-
mo. Para la categoría de comportamiento, esto implicó un cambio parcial
de connotación. Durante las tres décadas anteriores, el «comportamiento»
había adquirido un cierto contenido sustantivo que incluía un compromiso
con la explicación mecanicista y el epifenomenalismo. En el período del neo-
conductismo, tales compromisos eran todavía comunes entre los amigos del
comportamiento, pero se habían vuelto opcionales. En lugar de definirse por
afirmaciones implícitas sobre la naturaleza de la realidad, la «conducta» se de-
fine cada vez más por la práctica de los psicólogos. Se refiere a cualquier objeto
que pueda ser construido por la tecnología estándar de la disciplina. El com-
Conducta y Aprendizaje 93
promiso con las normas que rigen esta tecnología sustituye a los compromisos
metafísicos directos y sustantivos. Por supuesto, estos últimos están todavía
presentes, pero se han vuelto implícitos e invisibles.
Este desarrollo preparó el camino para la quinta y última etapa de la his-
toria del «comportamiento» del siglo XX. En los años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial, el término se asoció con la nueva categoría de «ciencia del
comportamiento». La disciplina de la psicología nunca había tenido el mono-
polio del «comportamiento» y de su investigación, y en el período de posguerra
el uso de esta categoría se hizo más generalizado de lo que había sido antes.
Aunque el uso psicológico seguía siendo, en cierto modo, ejemplar para otras
disciplinas, había ahora un cierto efecto recíproco en la disciplina de la psico-
logía. En general, esto tomó la forma de un refuerzo en dirección al cambio que
se había iniciado en el período anterior. Cada vez más, el «comportamiento»
se convirtió en una categoría fundamentada metodológicamente.
Esta visión general de las capas de significado adquiridas por la «conduc-
ta» proporciona un marco aproximado para una consideración de cuestiones
históricas y teóricas más específicas que surgen en cada etapa. Debido a que mi
foco principal está en el origen de las categorías, me concentraré en las etapas
anteriores.
57 Uno de los primeros textos que definieron a la Psicología como «la ciencia del comportamien-
to», antes del advenimiento del conductismo (Pillsbury, 1911), fundamentó su definición en esta
creencia. Para ello, la conducta era la más importante de las «evidencias de la mente».
58 Wilhelm Wundt, en 1892, había señalado este punto cuando observó «la desafortunada falta de
actitud crítica» en la obra de Romanes (Wundt, 1894: 343).
59 Para algunos detalles de cómo esto se manifestó en la práctica, véase Mackenzie (1977).
Conducta y Aprendizaje 97
muchos esto significó erigir una ciencia social con una base biológica. Desde
este punto de vista, la psicología comparada ocupaba un lugar común entre las
ciencias. Proporcionó el vínculo crucial entre las ciencias biológicas y sociales,
y se esperaba que sus investigaciones produjesen conocimiento de los princi-
pios básicos que también operaban en la conducta humana.
Esta generalización del conocimiento de los animales hacia el conoci-
miento de los seres humanos en la sociedad, dependía del uso de las mismas
categorías para describir y explicar la actividad de los animales y la actividad de
los seres humanos. Entre las más importantes de estas categorías estaban las de
instinto, hábito y conducta. Si se hablaba de una rata siguiendo un camino fa-
miliar y la conducta de los seres humanos en el trabajo, como si ambos fueran
instancias del «hábito», uno ya había establecido una fuerte presunción de que
estos eran esencialmente el mismo tipo de cosas y por lo tanto se explicaban de
la misma manera. Del mismo modo, la estrategia de extender la referencia de
«comportamiento» de la actividad animal a la conducta humana era atractivo
para aquellos que habían desarrollado una fe en la promesa de una ciencia so-
cial biológicamente fundamentada. Subsumir la actividad animal y la conduc-
ta humana bajo la misma categoría de «comportamiento» ayudó a establecer
la plausibilidad de la afirmación de que ambas podrían ser explicadas por las
mismas «leyes» o principios.
Esto es bastante evidente en los primeros textos preconductistas, cuyos
textos presentaban títulos que se refieren al «estudio de la conducta», «la cien-
cia de la conducta» o «las leyes de la conducta». El objetivo de McDougall
(1912) era la explicación de la conducta social humana por medio de una lista
finita de instintos que los seres humanos compartían con los animales. Se basó
libremente en estudios recientes de «comportamiento animal» para estable-
cer su afirmación de que la psicología humana, definida como «el estudio del
comportamiento», estaba sujeta a los mismos determinantes instintivos que
operaban en el comportamiento animal. Parmelee (1911) presenta «la ciencia
del comportamiento» en términos de una jerarquía positivista convencional
que va de los fundamentos biológicos, a través de la psicología, a la sociolo-
gía. Describir lo que sucede en los tres niveles en términos de la categoría de
comportamiento le ayuda a establecer la afirmación de que los mismos «ele-
mentos» están involucrados en los tres niveles. Además, promete que el uso de
la categoría de comportamiento, cumplirá el mismo servicio para la psicología
humana y la sociología que ya ha cumplido para la psicología animal –las
hará científicas y objetivas–. Esta consideración es también importante en el
tratado de Max Meyer, Las leyes fundamentales del comportamiento humano [The
Fundamental Laws of Human Behavior] (1911), si bien se inspira en la fisiología
más que en el comportamiento animal. Aunque difieren en sus agendas especí-
ficas, los tres autores emplean la categoría de comportamiento para establecer
la plausibilidad de una u otra variante del reduccionismo biológico y para re-
forzar su afirmación de haber adoptado un enfoque verdaderamente científico.
La conexión biológica también fue importante para muchos psicólogos
que estaban más cerca de la corriente principal de la psicología americana que
estos tres autores. Los representantes de la escuela funcionalista estaban par-
ticularmente comprometidos en construir una ciencia de la Psicología sobre
una base biológica y, por lo tanto, estaban muy interesados en las categorías de
la psicología comparada. En una declaración programática previa, su portavoz
(Angell, 1907: 69) ya había expresado su entusiasmo por el “rejuvenecimiento
Conducta y Aprendizaje 99
Ismos y ambigüedades
como hemos visto. El comportamiento era aquello desde lo cual la mente podía
inferirse. Pero cuando la mente era la de un animal, esto se volvió problemático.
Sin embargo, la mayoría de los pioneros de la psicología animal seguían conven-
cidos de que la mente se manifestaba de alguna manera en el comportamiento.
La cuestión de cómo esto era posible era algo que intrigó a varios filósofos ame-
ricanos. E.A. Singer (1912: 209) propuso que «nuestra creencia en la conciencia
es una expectativa de comportamiento probable basada en una observación del
comportamiento real, una creencia que se puede confirmar o refutar mediante
la observación». Eso equivalía a una reinterpretación del problema desde una
perspectiva pragmática novedosa. La cuestión ya no es la de la existencia real de
la mente como objeto, sino de los fundamentos de la propia creencia en tal cosa.
Desde este punto de vista, eran posibles dos líneas de desarrollo. Se podría explo-
rar la base social para la atribución de cualidades mentales. Alternativamente,
uno podría volver a una posición realista y redefinir la mente en términos de
cualidades objetivas particulares en el comportamiento. Los Nuevos filósofos
Realistas, más influyentes que Singer, tomaron el segundo camino.
Para E.B. Holt, (1915:166), la conducta era una actividad del organismo
total que podría “mostrarse como una función constante de algún aspecto
del mundo objetivo”. Lo que distinguía a la conducta del mero movimiento
físico no es su acompañamiento o activación por actividades mentales, sino
su relación funcional con alguna “referencia objetiva” fuera de sí misma. La
conducta es el movimiento que varía con los cambios en las circunstancias
objetivas. Esa es la diferencia entre una piedra rodando desde el punto a al b
y el organismo moviéndose hacia la luz, por ejemplo. La intencionalidad no
es debido a una mente detrás del movimiento, sino que puede descubrirse en
esos movimientos que son la conducta. Esto, brevemente, era el fundamento a
partir del cual E.C. Tolman (1932), estudiante de Holt, estaba por construir su
noción de conducta «molar», en contraste con la conducta «molecular» que
consistía en nada más que un encadenamiento de contracciones musculares.
La última era conocida como la noción de conducta con la que el conductismo
watsoniano operaba.
Pero, de hecho, tanto el conductismo watsoniano como el conductis-
mo molar reconocían la concepción del comportamiento, dependiendo del
contexto retórico. Cuando querían hacer hincapié en sus credenciales como
científicos naturales, los conductistas molares insistían en la base física de
la conducta molar, y cuando los conductistas watsonianos se referían a las
aplicaciones prácticas de sus teorías, que eran tan importantes para ellos, te-
nían que hablar de acciones, como memorizar, dibujar, escribir, en lugar de
movimientos físicos. Como muchos han observado (véase Kitchener, 1977,
Lee, 1983), el uso de la categoría de comportamiento por parte del conductis-
mo siempre ha estado marcado por la ambigüedad. La razón de ello radica en
la incompatibilidad básica de los objetivos del movimiento. Los conductistas
querían desesperadamente ser reconocidos como científicos naturales y, en la
medida en que su imagen de la ciencia natural incluía un anticuado buen
materialismo mecanicista, enfatizarían que el comportamiento era en última
instancia, reducible al movimiento físico. Pero también querían construir una
ciencia práctica de control social, y esto tenía que operar con una acción in-
tencional más que con el movimiento físico. Fue solo en la medida en que el
crudo fisicalismo de una noción antigua de ciencia perdió valor en los círculos
ilustrados que la concepción «molecular» de la conducta se desvaneció en la
102 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
El ejemplar práctico
Conducta y control
61 Se necesitó más de medio siglo para que esta obra fuera traducida al inglés. La disonancia cul-
tural desempeñó un papel significativo en el hecho de que Bühler haya sido desplazado de la
historia -americana-de la psicología (véase Brock, 1994, Weimer, 1974).
104 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
ducían efectos específicos62. Pero solo las operaciones obtenidas por psicólo-
gos calificados de acuerdo con las normas metodológicas predominantes de la
disciplina fueron reconocidas para este propósito. La adopción de un enfoque
«conductual» significó que uno estaba comprometido con estas normas y con
el papel de control de los científicos que actuaban de acuerdo con ellas.
La psicología previa se había visto obligada a postergar el acceso a la pro-
pia experiencia consciente mediante sujetos utilizados en experimentos psico-
lógicos. En la «ciencia del comportamiento», fue el científico el privilegiado.
Sus operaciones definieron el fenómeno bajo investigación y lo definieron al
servicio del objetivo de la «predicción y control» de las reacciones del sujeto.
En este contexto, el «comportamiento» había llegado a significar una activi-
dad definida de tal manera que la convirtiera en un objeto de la ciencia del
comportamiento. Se refería a lo que era previsible y controlable por los medios
específicos en boga dentro de un grupo particular de expertos.
62 Para una discusión completa y actualizada del vínculo histórico entre neoconductismo y opera-
cionismo, véase Mills (1997).
106 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
63 El famoso Capítulo de William James sobre el hábito en sus Principles of Psychology (1890) es un
ejemplo de esto.
Conducta y Aprendizaje 107
como social, sino solo como implicando cambios dentro de un individuo sin-
gular. Sin embargo, estos cambios fueron tratados como casos de una clase
significativa de eventos intraindividuales. Por ejemplo, al trazar la adquisición
de destrezas en la telegrafía se estaba estudiando algo mucho más significativo,
a saber, «la adquisición de una jerarquía de hábitos» (Bryan y Harter, 1899). El
concepto de «hábito» tenía un pedigrí impresionante, habiendo desempeñado
un papel importante en la filosofía mental empirista desde los días de Hume.
En el siglo XIX, el componente motriz de los hábitos había recibido mucha
atención a raíz de la expansión del concepto reflejo65. Para Carpenter (1874), y
para William James que lo seguía de cerca, los hábitos eran esencialmente ajus-
tes sensoriomotores que también actuaban como depositarios de la costumbre
social. El estudio del «lenguaje telegráfico» como ejemplo de adquisición de
hábitos (Bryan y Harter, 1899) encajaba perfectamente en esta tradición.
Sin embargo, la transformación del tema de los hábitos en una etique-
ta para los estudios de laboratorio de habilidades prácticas implicó un cierto
cambio de énfasis. El discurso empirista más antiguo sobre los hábitos se había
preocupado más por su estructura general que por los detalles específicos de
su adquisición. Las investigaciones de laboratorio inspiradas por un interés
práctico en lo que Bryan y Harter llamaron “la psicología de las ocupaciones”,
sin embargo, necesariamente estarían mirando los detalles de la adquisición
de hábitos. Ellos “retratarían los procedimientos típicos de los hombres en el
aprendizaje o en el fracaso de aprender” (Bryan y Harter, 1899: 349). De un
modo sutil, el foco principal había comenzado a cambiar de la naturaleza de
los «hábitos» a la naturaleza del «aprendizaje». Esto rápidamente se tornó más
explícito en investigaciones subsecuentes sobre habilidades prácticas. Ahora
son identificadas como contribuciones a la «psicología del aprendizaje» (Swift,
1903, 1904). A su debido tiempo, se habla de algo llamado «el proceso de
aprendizaje» (Swift y Schuyler, 1907, Richardson, 1912), cuyas características
comunes aparecen en una variedad de habilidades.
En tercer lugar, el «aprendizaje» es algo que los jóvenes académicos y es-
tudiantes hacen en los entornos educativos. Pero ¿cómo se define el problema
psicológico aquí? Tradicionalmente, el aprendizaje del alumno había sido visto
como incidental al problema real, que era el de la memoria. Ese fue uno de
los pocos temas psicológicos verdaderamente antiguos, y la especulación sobre
la naturaleza de la memoria había existido durante siglos. Pero las prácticas
modernas trajeron un cambio en el estatus relativo de memoria y aprendizaje.
Esto se debió a que el programa más extendido para la investigación experi-
mental de la memoria (Ebbinghaus, 1885) definió la memoria en términos del
trabajo de memorizar y no en términos de la experiencia de recordar66. En este
contexto, el «aprendizaje» fue utilizado como sinónimo de memorización, y
las investigaciones experimentales fueron diseñadas para responder preguntas
sobre la eficiencia relativa de diferentes técnicas de aprendizaje.
Ese enfoque proporcionó una excelente base para un programa impor-
tante de aplicación de conocimientos psicológicos en el marco de la escuela.
A comienzos del siglo XX, hubo un interés en la racionalización de la práctica
educativa en todos los países en rápida industrialización del hemisferio norte.
Los métodos tradicionales y los objetivos de la educación fueron rechazados
cada vez más como inadecuados para las condiciones modernas. La escolari-
65 Consulte el Capítulo 4.
66 Para mayor explicación de este punto fundamental, véase Danziger (1990a).
Conducta y Aprendizaje 109
zación debería preparar a los individuos para ocupar los lugares de trabajo en
una sociedad industrial gobernada por el objetivo de maximizar la eficiencia.
No se podría hacer esto muy eficazmente, a menos que los mismos principios
de la racionalización técnica que estaban siendo empleados de manera tan
impresionante en la industria, también se pusieran a trabajar en la refor-
ma de la práctica educativa. Tal fue el trasfondo para el trabajo de un grupo
de educadores alemanes que se comprometieron a establecer a la pedagogía
en una base científica. Eso significaba conducir experimentos para descubrir
la eficacia relativa de diferentes técnicas de aprendizaje, un procedimiento
para el cual los estudios de la memoria de Ebbinghaus habían sentado la
base. La figura central en este esfuerzo fue el psicólogo Ernst Meumann, cuyo
texto estándar para el área había entrado en una segunda edición en 1908
bajo el título de Economía y Técnica de la Memoria [Economy and Thechnique of
Memory] (Meumann, 1908). La tercera edición apareció en inglés como La
psicología del aprendizaje [The Psychology of Learning] (Meumann, 1913). Para
entonces, había un área establecida de investigación psicológica dedicada a la
comparación de diferentes técnicas de aprendizaje desde el punto de vista de
la eficiencia.
La obra alemana en esta área suscitó un interés considerable en América,
donde comenzaban a abrirse líneas similares de experimentación. En muchos
sentidos, E.L. Thorndike era la contraparte de Meumann en América, usando
su posición académica en Teacher’s College, Columbia, para promover estu-
dios sobre el efecto de las variadas condiciones en juego en el aprendizaje de
las tareas escolares. En 1913 se publicó su Psicología Educativa [Educational
Psychology] en tres volúmenes, cuyo segundo volumen estaba totalmente dedi-
cado a La Psicología del Aprendizaje [Psychology of Learning] (Thorndike, 1913).
El tercer contexto de los estudios de aprendizaje ya estaba bien desarrollado
para este tiempo. El volumen de Thorndike incluía una bibliografía de nueve
páginas, aunque algunos de los ítems se referían a la investigación sobre el
aprendizaje de los animales y sobre la adquisición de habilidades.
A este respecto, había una diferencia notable entre el texto de Thorndike y
el texto de Meumann. Este último se dedicó exclusivamente a la memorización
humana del material simbólico. En el caso de Thorndike, sin embargo, hay un
capítulo introductorio sobre «las leyes del aprendizaje en animales», así como
una referencia frecuente a la investigación sobre la adquisición de habilidades.
Una revisión más detallada revela que el significado de la categoría «aprendi-
zaje» es muy diferente para estos dos autores. Para Meumann, «aprendizaje»
era esencialmente un sinónimo de «memorizar». Se trataba de una actividad
humana intencional, que involucraba la atención consciente, estudiada en el
contexto específico de la tarea escolar. El «aprendizaje» de Thorndike era un
asunto mucho más amplio. Lo que sucedía en el aprendizaje en la escuela era
solo una manifestación de un proceso biológico que también podría obser-
varse en los animales –monos, gatos, pollitos y tortugas que se mencionan
explícitamente–. Más aún, este proceso obedecía a unas pocas «leyes» simples,
que Thorndike enumeraba. Las mismas leyes operaban en la adquisición de
habilidades motoras humanas y en el aprendizaje ideacional. Lo que se había
estudiado en tres contextos muy diferentes, ahora se supone que es un mis-
mo proceso. Claramente, un fenómeno psicológico tan penetrante como el
«aprendizaje» de Thorndike proporcionaría un enfoque para una parte signifi-
cativa de la disciplina. Por el contrario, el «aprendizaje» de Meumann no era
110 Nombrar la Mente • Kurt Danziger
69 Thorndike (1911: 280) había explicado esto en una etapa temprana: «Si mi análisis es cierto, la
evolución del comportamiento es algo bastante simple. Formalmente el cangrejo, el pescado, la
tortuga, el perro, el gato, el mono y el bebé tienen intelectos y caracteres muy similares. Todos
son sistemas de conexiones sujetos a cambios por la ley de ejercicios y efectos».
Psicothema
ISSN: 0214-9915
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Universidad de Oviedo
España
Yela, Mariano
La evolución del conductismo
Psicothema, vol. 8, núm. Sup, 1996, pp. 165-186
Universidad de Oviedo
Oviedo, España