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EL CHINGOLO (Zonotrichia capensis) Y DÁMASO ANTONIO LARRAÑAGA

Detrás de un monte lejano se hunde el sol, desfallecido,


y lo despide un chingolo con su nostálgico trino.

La Tardecita - Serafín J. García

En los primeros años del siglo XIX, Dámaso Antonio Larrañaga, escribía
sobre el Chingolo (Zonotrichia capensis), al que llamó Fringilla civica, lo
siguiente: “Es ave tan común que se encuentra por todas partes en donde habita el
hombre y le hubiera puesto domestica en lugar de civica, si no estuviera ya este
nombre apropiado al gorrión de Europa. Creo que se diferencia bastante para que
no se pueda hacer de él una especie separada, y aun creo que sea nueva no
obstante que encuentro mucha dificultad en persuadirme no sea conocido por los
naturalistas un pájaro tan común a menos que no lo crean diferente del de Europa,
Fringilla domestica [Passer domesticus]”.

A continuación señala las diferencias que tiene con el gorrión europeo y


comenta: “El nido en los mechinales [agujeros en los muros], en los árboles,
también en el suelo, formado de cardos. Unos cinco huevos blancos, jaspeados de
rosa seca. Tiene mi. prop. [¿mismas proporciones?] del europeo, pero no es tan
perjudicial”. Al parecer los chingolos eran enemigos de la huerta del presbítero
porque en su Diario de la Chácara (1819) dice. “Los chingolos me arruinaron dos
colecitas que habían brotado únicamente de las parisienes”.

Da como referencia a Félix de Azara que afirmaba que debido a sus alas
débiles y breves “vuelan con menos ligereza, y se dilatan poco, contentándose con
pasar de un matorral a otro, viviendo en ellos, prefiriendo los espesos y grandes,
atravesándolos y baxando al suelo. Verdad es que salen con freqüencia a la
inmediación despejada; pero no se alejan, ni suben a los árboles grandes, ni secos,
ni se dexan ver en las cumbres, ni se internan en bosques ni campos”.

Pese a este hábitat restringido al chingolo se lo puede encontrar desde los


bosques patagónicos a la aridez de la puna o desde los talares bonaerenses a las
húmedas selvas misioneras. Merecería con toda justicia el título de Ave Nacional
que ostenta el hornero.

Respecto a sus nombres Azara informaba que “algunos llaman Gorrión al


presente, porque es común y familiar en los pueblos y fuera de ellos y a veces
entra en los quartos. En Buenos Ayres y Montevideo le denominan Chingolo y
Chingolito, y los guaranís Chesibasí, porque lo canta todo el año con mucha
claridad (…) A esto se reduce su voz, aunque al obscurecer la noche suele cantar
mejor de otro modo con alguna variedad desde su dormitorio, que siempre es un
árbol copudo (…) Al romper el día es de los primeros que saludan la aurora.
Nunca va en sociedad, sino con su amada idéntica”.

Buffon ya había descripto esta especie con el nombre de Bonjour-


commandeur [Buenos días Comandante]: “se le llama así en la isla de Cayena a
una especie de bruant [escribano - emberízido] que tiene la costumbre de cantar al
apuntar el día, y que los colonos tienen al alcance del oído, porque vive alrededor
de las casas (…) tienen la voz aguda de nuestros gorriones de Francia; están más a
menudo en el suelo, como los escribanos, y casi siempre de a dos”. Agregaba que
este escribano de Cayena “se parece perfectamente al del cabo de Buena
Esperanza (…) que el Sr. de Sonini considera como la misma ave con dos
nombres diferentes, de lo que sigue necesariamente que una de las dos
denominaciones es defectuosa, si este escribano es natural de la isla de Cayena, es
más que probable que no se encuentre en el cabo de Buena Esperanza, a menos
que haya sido llevado por los barcos”.

Y aquí nos da Buffon la pista del porqué de ese inoportuno nombre


específico que Philipp Statius Müller le había dado. La llamó Caapsche Finch
[Pinzón del Cabo], Fringilla capensis, basándose en el nombre de la lámina nº
386, figura 2, de las Planches enluminées que acompañaban la obra de Buffon,
sin leer en el texto la aclaración de Sonini que citamos. Por la regla de prioridad
de la nomenclatura científica el nombre no se puede cambiar y nuestro chingolito
quedará con un nombre que sugiere un exótico origen africano.

En 1831 William Swainson creó el subgénero Zonotrichia dentro de


Fringilla para el Gorrión de corona blanca (Zonotrichia leucophrys). Este nombre
significa “fajas de cabellos”, aludiendo a las rayas en la cabeza que tiene esa
especie norteamericana y también el chingolo (del latín zona: faja, y del griego
thrix, trichos: cabello y por extensión, pluma). Charles Bonaparte enseguida lo
elevó a género y el mismo Swainson lo usó por primera vez para el chingolo, en
su subespecie brasileña que Johann von Spix había descubierto en los alrededores
de Rio de Janeiro.

Charles Darwin encontró al chingolo en las riberas del Plata, Bahía Blanca,
Puerto Deseado, Valparaíso y en la Cordillera de los Andes a 2400 msnm.:
“Generalmente prefiere lugares habitados, pero no alcanzó el grado de
domesticación del gorrión inglés. No anda en bandadas, aunque frecuentemente
pueden verse varios comiendo juntos”. En Montevideo encontró un nido
parasitado por el Renegrido (Molothrus bonariensis), porque el chingolo es uno
de los hospedadores más comunes de ese parásito de cría. Así lo relataba Von
Ihering: “Y el pobre tico-tico, sin hacer objeción, consagra todo su cariño a estos
huevos ajenos y, más tarde, al salir los hijitos, les da los mismos cuidados que a
sus propios hijos. Teniendo que crecer más, este hijo intruso también precisa
comer más y el paciente tico-tico le da doble ración, algunas veces descuidando a
los hijos legítimos, que no consiguen erguirse tanto en el nido, para disputar los
bocados. Es grato ver, más tarde, a la madre dando los primeros paseos con los
hijitos; si entre ellos uno es mucho más grandote y de otro aspecto, ése es el hijo
del Renegrido”.

Pero el chingolo se empeñaba en engañar a los naturalistas. John Kirk


Townsend, que coleccionaba aves en Estados Unidos a mediados del siglo XIX,
enviaba habitualmente sus ejemplares a John James Audubon  para que los
clasificara, designara y dibujara. Entre estos ejemplares le mandó un chingolo que
Audubon describió como ave norteamericana. “Un único espécimen de este
precioso pajarito, aparentemente un macho adulto, me ha sido enviado por el Dr.
Townsend, quien lo obtuvo en Alta California. Suponiendo que no está descripto,
lo he denominado en honor a mi excelente y muy estimado amigo, el Dr. [Samuel
George] Morton de Filadelfia, secretario correspondiente de la Academia de
Ciencias Naturales de esa ciudad”. En efecto, lo llamó Fringilla Mortonii
incluyéndolo en una de sus famosas láminas. El ave en realidad provenía de
Valparaíso, donde Townsend había estado colectando en mayo de 1835, y al
mezclarse con los ejemplares norteamericanos de sus colecciones, Audubon lo
creyó de este origen.

A su llegada al Río de la Plata, en octubre de 1826, el naturalista Alcide


d’Orbigny, fue recibido por varias aves en el mismo buque en que viajaba:
“Muchos pájaros de tierra vinieron a descansar al cordaje. Nos procuramos un
cuco, güira cantagara de Buffon, una tijereta de larga cola y un gorrión”, que en
realidad era un chingolo.

Claude Gay consideraba al chincol “muy común en Chile, y existe en toda


la América meridional, desde el Brasil (…) hasta el noreste de la Patagonia (…)
Su grito es i-tío, chiu, chiu, trrrri”. Philip Gosse los vio en Mendoza donde eran
muy comunes incluso hasta en las alturas [de Puente] del Inca (2700 msnm). “He
oído cantar a estos pajaritos durante las claras noches de luna. El canto consiste en
una serie de pequeñas series desconexas de notas, para nada desagradables (…)
Muy rara vez los vi lejos de las viviendas, pero eran siempre abundantes en los
cultivos o cerca de las casas o los campamentos”. Incluso se llevó algunos al
Jardín Zoológico de Londres donde se adaptaron bien.

En el Uruguay Oliver Aplin observó las diversas ubicaciones del nido del
chingolo en “agujeros en paredes (vi uno a mitad de un aljibe), en los cilindros de
hojalata que se ponen alrededor de los árboles jóvenes para protegerlos de las
hormigas, en arbustos, etc. Dos estaban en la tierra en un cultivo reciente (…)
entre pasto seco (…) Un nido fue construido entre las vueltas de un lazo enrollado
colgado en un galpón”.

Y en el Ajó, Ernest Gibson relata un curioso “ataque de una inmensa polilla


marrón (Erebia odora [Ascalapha odorata]), de casi 18 cm de envergadura, sobre
una de estas aves. Ocurrió de día, de modo que la polilla debe haber confundido al
ave con uno de su propia especie pero, de cualquier modo, ahí estaba, golpeando
al “gorrión” vigorosamente con sus alas, mientras este último saltaba hacia atrás,
evidentemente indeciso entre el miedo a un agresor tan grande y atrevido, y el
desprecio hacia los débiles golpes de los que era receptor. Al final, fui tras la
polilla con una red de mariposas, puse fin a la pelea (…) un combate muy
homérico”.

Roland F. Hussey pasó seis meses trabajando en el Observatorio


Astronómico de La Plata en 1914 y opinó que “por gran parte del país el
Chingolo es el ave favorita y es uno de los primeros pájaros que ve el ojo del
extranjero, y sus preciosos costumbres y canto lo mantienen constantemente a la
vista”. Porque a los europeos el chingolo les recordaba su conocido gorrión
doméstico, como lo marcaba William Henry Hudson: “Como se reproduce en los
campos, en el suelo, nunca puede ser tan familiar con el humano, pero en
apariencia es como una copia refinada del corpulento gorrión inglés (…) con la
distinción añadida de una cresta, que baja y eleva en todos los ángulos para
expresar los diversos sentimientos que afectan a su pequeña mente ocupada”.

Parece que el chingolo caía simpático a todos. El ornitólogo Alexander


Wetmore decía: “En su adaptabilidad a las diversas zonas faunísticas, su
abundancia y su aceptación confiada del humano, y de los cambios que él ha
forjado en la faz de la tierra, estos pinzones de voz dulce se han ganado un lugar
en la estima de los paisanos, que pocos pájaros han recibido, en tierras donde se
considera cualquier cosa que tenga plumas con interés principalmente como
fuente potencial de comida. Aunque se encuentra generalmente en bandadas
pequeñas o, a veces, solo en pequeñas áreas abiertas de arbustales o matorrales,
en las pampas, donde tal cubierta es escasa, frecuentan zonas de malezas o incluso
pastos bajos o cualquier otro de los escasos refugios disponibles. En los pueblos,
donde se encuentran dispersos por jardines y plazas, e incluso entran en los
pequeños patios donde los arbustos pueden ofrecerle refugio, sus rasgos amistosos
cuando vienen en busca de migajas, y sus canciones tranquilas los hacen queridos
para el corazón de todos”. Y recordaba cómo el canto del chingolo lo acompañaba
en sus excursiones ornitológicas por la provincia de Buenos Aires.

En el valle de Los Reartes (Córdoba), Alberto Castellanos “solía observar


con cariño la docilidad de estos pájaros. No sólo no se les molestaba, sino que se
les daba de comer todos los días por la mañana. Confiados andaban saltando por
los patios, galerías y hasta se entraban a las piezas, intentando salirse por los
vidrios de las ventanas, si de improviso se les ganaba la puerta. A veces se
aturdían a cabezazos y los podíamos cazar, dándoles otra vez la libertad. Solían
ser los comensales infaltables a las aventadas del maíz pisado en aquellos viejos
morteros que tan sólo el recuerdo los conserva. Esperaban que se retirasen las
gallinas o cuando quedaban pocas iban a comer el afrecho. Como esta costumbre
es una de las más características, le han individualizado en el nombre vulgar con
el apodo de chingolo afrechero, aunque se le designa con el último para abreviar”.
Y el mismo autor lo escuchó en Tierra del Fuego: “Su canto sencillo; resultaba de
una dulzura arrobadora en medio de aquel silencio que se infiltraba como la
humedad, hasta los huesos, en aquella soledad aniquiladora y bajo un cielo gris,
opaco, nebuloso…”

El chingolo cantor, “flautilla animada” como lo llamaba Eduardo


Holmberg, acompañó a Henry Durnford (1878) en sus expediciones con los
colonos galeses por el solitario valle del río Chubut: “Tiene un bonito y corto
trino, que canta por la tarde y durante la noche, cuando la luna brilla; y, a
menudo, mientras estaba acostado despierto bajo mis jergones y mi manta de
guanaco, este “gorrión” se mantenía cantando a pocos metros de mi cabeza”. Y
Jorge Casares en Estanzuela (San Luis): “Cuando espaciado por un silencio, y
luego repetido, se oye a la hora del crepúsculo, resuena con sedante, apacible
cadencia; si alguna vez estalla en medio de la noche, cobra singular repercusión y
se le atribuye virtud de pronóstico: anuncia viento, afirmaban los paisanos de mis
lares”.
Sobre su canto decía el Dr. Franco da Rocha: “Para los aficionados a las
interpretaciones fantasiosas, lo que él canta por la mañana y por la tarde es lo
siguiente: "mi vida es así ... así … así”, y, a veces, a plena noche, también se le
oye cantar. El tico-tico es de una confianza ilimitada, ingenua; no sospechosa
jamás de la perfidia humana, aunque viva siempre junto al hombre. Cuando se
arma una trampa, cerca de la casa o cualquier otra trampa, es infaliblemente el
primero que cae preso”.

Carlos Selva Andrade observó en una quinta cercana a Ramos Mejía


(Buenos Aires) la siguiente extraña conducta de los chingolos: “Cuando callaba la
grey alada y empezaban a insinuarse las sombras, un espectáculo nuevo se
desarrollaba ante mis ojos. Tenía que esforzarme para ver la pista de tierra, lisa y
sin hierbas, que se extendía al pie de los ligustros, porque, entonces, los
chingolos, con un vuelo que describía una semi-espiral, se descolgaban de los
arbustos y se reunían por bandadas en el suelo. Y allí los veía, entre dos luces,
corretear, más bien deslizarse con las alas extendidas y movimientos nerviosos,
enhiesto el copete como si los dominara una gran excitación. Una luz débil,
rojiza, iluminaba la escena que se prolongaba un tiempo, en silencio, como si
fuera un rito. Los pajaritos iban y venían hasta que una nota cristalina, emitida por
uno de ellos, los hacía detenerse; permanecían un instante en suspenso y luego se
sumergían, todos de golpe, en la noche del follaje (…) Muchas veces me han
llamado la atención sus gorjeos nocturnos, modulados con la más clara voz. La
gente en Misiones me solía decir que los tico-ticos anuncian los cambios de
viento. No podría certificarlo con observaciones precisas pero puedo decir que
varias veces, en la alta noche, después de oír el canto del chingolo, escuchaba a lo
lejos el chirriar de la veleta ubicada sobre el secadero de yerba. ¿Casualidades?
¿Premoniciones?”.

Alex Mouchard

En nuestra próxima entrada trataremos la frondosa relación del chingolo con las
culturas humanas.
EL PRESBÍTERO
 
Dámaso Antonio Larrañaga nació en Montevideo en 1771.
Estudio allí con los padres Franciscanos, en el Colegio San Carlos de
Buenos Aires y en la Universidad de Córdoba. Se ordenó como
sacerdote en Río de Janeiro, y regresó a Montevideo en 1799. Tras
su participación en los sucesos revolucionarios es designado sub-director
de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, por Saturnino Segurola. En
esa función obtiene de Bartolomé Doroteo Muñoz, objetos de historia
natural de la Banda Oriental para el museo creado por Rivadavia en
1812. Pero su actividad de coleccionista había comenzado desde muy
joven, cuando pedía que le enviaran nidos, pájaros, flores y plantas
raras. Y en sus cartas a Muñoz mostraba también interés por los
encubertados o armadillos y las vizcachas. En 1815 realiza el viaje al
cuartel general de Artigas en Paysandú, lo que le dio motivo para
redactar un Diario de viaje de Montevideo a Paysandú (1815) con
observaciones de flora y la fauna. Cerca de Haedo avistó un carpintero
blanco y varias calandrias. En el puerto de Paysandú le compró a un
inglés leñatero una jaula con diez urracas. De regreso se detienen en
Soriano donde conoce un indio chaná que le brinda información para
redactar una gramática de esa lengua.

En 1816 creó la Biblioteca Pública de Montevideo, a la cual


donó todos sus libros, salvo los que utilizaba con mayor frecuencia.
En 1837, fue nombrado co-fundador del Museo de Historia Natural de
Montevideo. Además se le designó primer rector de la Universidad de
la República, pero falleció en 1848 antes de la apertura de dicha casa
de estudios.

Ya a fines del siglo XVIII, Larrañaga incursionaba en la botánica,


la mineralogía y la paleontología, descubriendo los restos (un fémur y
parte de la cola) de un gran armadillo fósil en 1814. Siguiendo a
Linné y a de Jussieu, clasificó unas 646 especies de plantas, entre
ellas muchas de interés médico. Escribió un tratado sobre los
mamíferos de la Banda Oriental y un tratado de zoología donde incluyó
504 especies, entre ellas 216 especies de insectos autóctonos.

Larrañaga introdujo en nuestra región las ostras y la morera (y


otras 15 especies de árboles), criando gusanos de seda de los que
obtuvo una cantidad de capullos suficientes para fabricar algunos
objetos de seda, incluyendo unas medias con las que fue sepultado.
Escribió un tratado de botánica (1820-1824), y las Fábulas Americanas
(1826). Sus manuscritos (Diario de Historia Natural y Diario de la
Chácara) se publicaron entre 1922 y 1930, en tres volúmenes de
textos y dos atlas de mapas y láminas de animales y plantas, algunas
hechas por él mismo. Según Guillermo Furlong es probable que las
mejores láminas fueran obra de Bartolomé Muñoz que era muy hábil
dibujante. En Montevideo, Dámaso poseía una chacra sobre el Arroyo
Miguelete, donde realizó muchas observaciones plasmadas en el
segundo de los manuscritos mencionados.

Fue socio corresponsal de la Sociedad de Historia Natural de


París. Además se relacionó con Aimé Bonpland, Augusto de Saint
Hilaire y Félix de Azara. En homenaje a éste creó el género Azarina,
para las corzuelas, que quedó en la sinonimia de Mazama  Rafinesque,
1817.

LOS INNUMERABLES NOMBRES DEL CHINGOLO

Su nombre más común, deriva del chincol que se usa en Chile, y éste del quichua
chinkollo o ch’ekko’llo, su muy antiguo nombre en el Perú.

México: Gorrión Chingolo.


Guatemala: Coronadito, pirrís, gorrión chingolo, comemaíz. 
El Salvador: Chingolo copetón.
Nicaragua: Chíngolo.
Costa Rica: Comemaíz, pirrís. 
Panamá: Gorrión ruficollarejo.
Haití (Creole): Zwazo-kann chingolo.
República Dominicana: Cigua de Constanza, cigüita de Constanza.
Colombia: Copetón, pichitanca, comemaíz, pinche, copetón, gorrión, afrechero.
Venezuela: Correporsuelo, choíta, copetón.
Ecuador: Gorrión, chingolo, gorrión criollo.
Perú: Chingolo, copetón, pichisanka, pfichitanka, tanka, pichuchanca, pichuncho,
pichinchurro, pichurro, pichirro, pichiusa, chaquia, gorrión peruano, planchín
(norte).
Quichua: Pichinku, pichinchu, pichiwchuru, pawqar qori, pichiw chanka.
Aymara: Phichitanka.
Bolivia: Chinchol, pfichitanka, huaichu, hortelano, tres pesos, gorrión.
Brasil: Tico-tico, tico-tico do campo. En Sergipe: Jesus meu Deus. En el norte:
María judía, maria-é-dia.
Paraguay (Guairá): Paraguay: San Francisco. En el Guairá: Bendito-sea-Dios,
Bendito-sea, Ñandejára Preso (“el preso de Dios”, ver leyendas).
Guaraní: Chesyhasy (“mi madre está enferma”, ver leyendas), chesihasí, chesijasí,
chesehají, chesehasí, chesy asy, chesi, manimbé (“cáscara de mandioca”, por el
color pardo), icacú, iyatira.
Indios Lengua (Paraguay): K?sn?ei.
Chorote (Pilcomayo): Itionimpe.
Nivaklé (Pilcomayo): Tonivaiche ajo'?lo.
Chile: Chincol, chincolito. Y en Chiloé: Patriota, chincol, copete, bonete,
pachoco.
Argentina:
Jujuy: Papachiuchis.
Salta: Icancho, se usa despectivamente para aludir a una muchacha fea.
Tucumán, Jujuy, Santiago del Estero: Icancho, iquincho, vichí, vichú.
Qom (Formosa): pael’che, pael’che la’te, qui!asan, qui!asam, quiyasan, quiyasam,
quiasan.
Wichí: Takyotson, taqyatsa.
Misiones: Chuschiú
Corrientes, Chaco: Cachilo.
Santiago del Estero: Afrecherito, icacko-tacanero, icacu, icaco, incancho, cancho.
Entre Ríos: Cachilito, chingolo.
Río de la Plata, Córdoba, La Pampa: Chingolo, chingolito.
Catamarca: Icancho (voz cacana), icanchu, chuschín.
La Rioja: Chuschín, chuscú, afrechero, chengo, chingo, chingolito.
San Juan: Chischín, chuschín.
San Luis: Afrechero (se le da este nombre porque suelen andar alrededor del
mortero, para comer el afrecho que cae al suelo al aventar el maíz). Cachilo,
chingolo, chingolito, chuschín. En Concarán: engrillaito.
Ranquel: Chinko.
Mendoza, Chile: chincol chincolito.
Mapundungun: Churchu, churchur, pülen, meñkutoki (meñki: copete).
Puelche (gününa küne): Tsilga
Aonikenk: Eluln.
Selknam: Tchamoukh.
Otros nombres criollos: Choludo, bitiche, cabeza atada, chisca, joyerito.

Toponimia:

Monte Chingolo: localidad del partido de Lanús (provincia de Buenos


Aires, Argentina). Históricamente la zona se conocía como Monte del Chingolo.

El Chingolito: localidad del Departamento Ger Aike, Provincia de Santa Cruz,


Argentina.
Icaño: localidad del departamento Avellaneda, provincia de Santiago del Estero,
Argentina. El nombre se derivaría de la abundancia de chingolos o icanchos en la
región.

Chincolco (= aguas del chincol): localidad de la provincia de Petorca, Chile.

Chincoihue (= lugar de chincoles): esteros en la Región de los Lagos, Chile.

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Chile. Bulletin 133. Smithsonian Institution. Washington Government Printing Office.

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Tanagra ruficollis.
Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, JB von .Avium species novae. 1824-1825).  

Bruant du Cap de Bonne Espérance. Dibujo de François Nicolas Martinet. 


(Daubenton, EL -1765-1783?- Planches enluminées d'histoire naturelle. Paris?)

Chingolo. Dibujo probablemente de Dámaso Larrañaga (Duarte M et al. Dámaso


Antonio Larrañaga. Naturaleza ilustrada. Montevideo. 2016).

Morton’s Finch. Dibujo de John James Audubon (The Birds of America. 7 vol.
New York. 1840)

Imagen: Larrañaga, Dámaso Antonio -1994–Diario del viaje de Montevideo a


Paysandú. Instituto Nacional del Libro. Montevideo.

Imagen:

Miniatura anónima pintada en 1817, probablemente en Río de Janeiro, según


Rafael Algorta Camusso (El padre Dámaso Antonio Larrañaga. Apuntes para su
bíografía. Montevideo. 1922), uno de los únicos dos retratos del presbítero.
E

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