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LA NATURALEZA AMÉRICANA SEGÚN LA MIRADA DE LOS EUROPEOS

Describir, nombrar y domesticar la naturaleza desconocida

La visión que tuvieron colón y los primeros exploradores y conquistadores de América está influido por el
conocimiento medieval sobre la naturaleza. El referente más importante para los naturalistas del siglo XVI es la
Historia Natural de Plinio Segundo, la cual sirvió de modelo y como principal marco de referencia. Otra referencia
clave para Colón fue el Libro de las maravillas, de Marco Polo y Libro de las maravillas del mundo, de John
Mandeville.
En estos libros antiguos encontramos descripciones de criaturas familiares para los europeos, pero también
de otras extrañas y fantásticas como cíclopes, sirenas, amazonas y hombres con cabeza de perro. Para Colón y la
gran mayoría de sus contemporáneos, estos “seres
fantásticos” eran tan reales como otros animales exóticos, tales
como el rinoceronte o la jirafa. Así, este tipo de referencias son
comunes en su diario:

“El día passado, cuando el Almirante iva al río del Oro,


dixo que vido tres serenas que salieron bien alto de la mar,
pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna
manera tenían forma de hombre en la cara... “ (Diario de
Colon 1493)
Manatí, Francisco Hernández, Rerum medicarum
Novae Hispanae thesaurus, edición de 1651
Esta última observación muestra hasta qué punto la
tradición y las expectativas del observador determinan lo
que éste puede “ver”. Colón encuentra un nuevo tipo de animal marino (probablemente un manatí) y, antes de
considerar la posibilidad de estar enfrentándose a algo desconocido y extraño, “ve” una sirena, aunque no tan bella
como había imaginado.

“Entendió también que lexos de allí avía hombres de un ojo y otros con hoçicos de perros que comían los
hombres, y que en tomando uno lo degollavan y le bevían la sangre y la cortavan su natura”.

Capaz hayan presenciado una escena de canibalismo, y sin comprender la razón de esta práctica, y al verlo
de lejos, creyeron en la posibilidad de que fueran estos seres fantásticos.
Sin embargo, la llegada a América marca una ruptura con el pensamiento medieval, y es
contemporánea del nacimiento de la ciencia moderna. Los naturalistas y exploradores europeos enfrentados
con una geografía y una naturaleza desconocida para Europa, se vieron obligados examinar críticamente los textos
clásicos, incluso las Sagradas Escrituras (Biblia), y construir una nueva forma de entender la naturaleza
apoyados en la experiencia, la observación y las explicaciones científicas.
Los naturalistas del siglo XVI debieron nombrar y describir lo desconocido, poner en un lenguaje familiar el
extraño mundo natural. Descripciones detalladas haciendo uso de referentes domésticos, el uso de nombres
cristianos y familiares y la elaboración de imágenes, fueron las estrategias principales en la tarea de explicar el
extraño mundo salvaje que se encontraban.
Para describir al armadillo, Fernández de Oviedo comienza por señalar su extrañeza y novedad, y recurre a la
analogía y a animales conocidos para crear vínculos con lo salvaje:

“Los encubertados son animales mucho de ver, y muy extraños a la vista


de los cristianos, y muy diferentes de todos los que se han dicho o visto
en España ni en otras partes (…) Estos animales son de cuatro pies, y la
cola y todo él es de tez, la piel como cobertura o pellejo de lagarto, pero
es entre blanco y pardo, tirando más a la color blanca, y es de la facción
y hechura ni más ni menos que un caballo encubertado (con armadura
para el combate) con sus costaneras y coplón, y en todo por todo, y por
debajo de lo que muestran las costaneras y cubiertas, sale la cola, y los
brazos en su lugar, y el cuello y las orejas por su parte. (…) es del tamaño
de un perrillo de estos comunes, y no hace mal, y es cobarde, y hacen su habitación en torronteras
(montículo), y cavando con las manos ahondan sus cuevas y madrigueras de la forma que los conejos las
suelen hacer. Son excelente manjar, y tómanlos con redes.”
Estos animales extraños (pájaros, lagartos, iguanas, serpientes, felinos) despertarán el temor y la
fascinación entre los europeos. Alimentados por las historias fantásticas medievales estos monstruos
desconocidos serán convertidas poco a poco en criaturas dóciles y ventajosa para el hombre, gracias al trabajo
de exploradores y naturalistas europeos.
La búsqueda de especies vegetales útiles y otros productos comerciales provenientes de Oriente fue uno
de los incentivos de las campañas de exploración. Colón nunca deja de alabar la belleza de la vegetación y, a pesar
de su desconocimiento está convencido del potencial comercial de la exuberante vegetación del Nuevo Mundo:

“Dize el Almirante que nunca tan fermosa cosa vido, lleno de árboles todo cercado el río, fermosos y
verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto cada uno de su manera, ... avía gran cantidad
de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras (…) y aun creo que a en ellas (en las
islas) muchas yervas y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y para medicinas de
espeçería, mas yo no los conozco, de que llevo grande pena”.
“Bestias en tierra no vide ninguna de ninguna manera salvo papagayos y lagartos. Un moço me dixo que
vido una grande culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vide...; mas si las oviese, no pudiera
errar de ver alguna”. (Diario de a bordo, Cristobal Colón)

El diario de viaje que escribía Colón estaba destinado a ser leído por los Reyes de España, aun
desconociendo con que tipo de árboles y plantas se encuentra, el no duda en afirmar su valor y riqueza para
“tinturas y medicinas de especería”, está pensando en recursos con valor comercial. Lo mismo sucede con los
animales, Colón no encuentra cabras, ovejas, vacas o caballos, solo animales pequeños como papagayos y
lagartos, poco aptos para la crianza y domesticación.
Si bien Colón no encontró oro, excepto adornos y joyas que usaban algunos indígenas con los que tuvo
contacto en sus viajes, constantemente hace alusión a la posibilidad de que haya oro en los territorios que explora:

Son estas islas muy verdes y fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé,
porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para hallar oro. Y pues éstas dan así estas
señas, que lo traen a los brazos y a las piernas, y es oro porque les mostré algunos pedazos del que
yo tengo, no puedo errar con la ayuda de Nuestro Señor que yo no le halle adonde nace. (Diario de a
bordo, Cristobal Colón)

Aun sin tener certeza de que haya oro, Colón confía en Dios, cree que está destinado a hallar riquezas
minerales y esta perseverancia en su búsqueda no se debe tanto a sus deseos, sino a los destinatarios de
sus cartas que financiaron su viaje: los reyes de España. Necesitaba encontrar oro.
Pero no todo era oro, en el siglo XVI la flora americana fue vista como una fuente de riqueza inagotable.
Francisco Hernández, con un marcado interés en las virtudes médicas de las plantas, en su Historia Natural de
Nueva España recopiló descripciones de cerca de tres mil plantas y más de trescientos animales.
El reconocimiento de la utilidad de los recursos naturales americanos fue posible gracias a los conocimientos
y tradiciones de los indígenas quienes se las enseñaron a los españoles; Y gran parte del mérito de los
descubrimientos y exploración científica de América se debe a la traducción de saberes locales.
Desde la llegada a América fueron constantes las exploraciones en búsqueda de nuevas tierras, recursos y
poblaciones para colonizar. Pero también se puede observar el surgimiento de un nuevo tipo de exploración, la
científica, que puso en marcha un gran programa de clasificación y ordenamiento de la naturaleza a escala global.
La Corona española creó las Reales Expediciones Botánicas, con la tarea explícita de investigar la flora americana
y en particular sus posibles usos medicinales.

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