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LA CIGÜEÑA TUYANGO (Ciconia maguari) Y ERNEST GIBSON, EL OTRO HUDSON

“… allí la blanca cigüeña,


el pescuezo corvo alzando,
en su largo pico enseña
el tronco de algún reptil …”

Esteban Echeverria – La cautiva, 1837.

Ernest Gibson fue un preciso observador de aves que desarrolló su


actividad en el Cabo San Antonio, la punta de ese gran mordisco que tiene en su
“panza” la provincia de Buenos Aires. Es el extremo sur del enorme estuario del
río de la Plata, punto de aguas y vientos encontrados, y por lo mismo dotado de
una gran biodiversidad. Allí la familia Gibson poseía la estancia “Los Yngleses”
donde vivió Ernest desde niño. En ese lugar observó unas 174 especies de aves,
pero sus detallados reportes muchas veces comienzan reconociendo que no tiene
demasiado que aportar a lo informado por su admirado William Henry Hudson, el
pionero de la observación de aves en Argentina. Hudson había enviado muchas de
sus observaciones al ornitólogo Phillip Lutley Sclater del Museo Británico, quien
las fue publicando en los Proceedings of the Zoological Society y en The Ibis. La
cigüeña tuyango (Ciconia maguari), es una de las pocas especies en que, contra lo
habitual, Hudson cita a Gibson, quien aporta originales detalles.

LA HISTORIA DE LA CIGÜEÑA AMERICANA

Las primeras noticias sobre esta ave provienen de Brasil, de parte de Georg
Marcgrave (1648), quien exploró el nordeste de ese país en las proximidades de la
actual Recife. Y así decía al describir el ave que los habitantes llamaban
maguari : “Ave de forma y tamaño como la cigüeña, y además también en cuanto
al color (…) Tiene los ojos pequeños, blanco plateados, la pupila negra y la piel
alrededor de ellos rojo cinabrio, así como también la parte de abajo junto al
afilado pico, es decir, entre el pico y la garganta: y como acostumbran las iguanas,
dependiendo del enojo, alcanza hasta debajo de la garganta (…) Castañetea el
pico, como nuestra cigüeña. Su carne es comestible.” Ese sonido producido con el
pico, según Isidoro de Sevilla (Etymologyarum, 12,7:16–17), dio origen a su
nombre en la Antigua Roma, porque “la cigüeña recibe ese nombre debido al
graznido que emite, que no proviene de su voz, sino del choque de su pico.”

Los zoólogos del siglo XVIII se valieron de esta descripción de Marcgrave


para otorgarle un nombre científico: Ciconia maguari, que aún lleva hoy en día,
y, para diferenciarla de la del Viejo Mundo, le dieron el nombre común de
cigüeña americana. Ignorantes de otros datos, siguieron copiando a Marcgraf,
ignorancia que Buffon reconocía y criticó con su inimitable pluma: “No sabemos
si esta ave viaja como la cigüeña, de la cual parece ser el representante en el
Nuevo Mundo; la ley del clima parece ignorarla, e incluso a todas las demás aves
de esos países, donde las estaciones siempre iguales, y la tierra siempre fértil, las
retienen sin necesidad ni ningún deseo de cambiar de clima. Ignoramos los otros
hábitos naturales de esta ave, y casi todos los hechos relacionados con la historia
natural de las vastas regiones del Nuevo Mundo; pero no deberíamos quejarnos o
incluso sorprendernos cuando sabemos que Europa no envió durante mucho
tiempo a estos nuevos climas, nada más que ojos cerrados a las bellezas de la
Naturaleza, y corazones aún menos abiertos a los sentimientos que ella inspira.”

Quizás por eso, otros, como Martín Dobrizhoffer (1784), hasta olvidaron su
nombre: “A menudo me ví movido a risa por otra ave acuática, la cual, cuando
estira su cuello, excede en altura a un hombre alto, y a un cordero en el tamaño de
su cuerpo. Esta ave es enteramente blanca, y tiene patas muy largas. Permanece
muchas horas inmóvil, como si meditara, en el agua; pero confieso que he
olvidado su nombre.”

Hubo que esperar a nuevas oleadas de naturalistas viajeros para recibir más
novedades de tan singular ave. Johann Baptist von Spix (1824), que recorrió la
región del Amazonas, decía: “Habita en los prados o lugares palustres de la isla
San Juan, Rio de Janeiro y de todo Brasil, llamada por los habitantes jaburú;
macho no diferente a la hembra.” Como vemos aquí comienza una confusión
nomenclatural con el jabirú (Jabiru mycteria), al que Marcgraf había llamado
Jabiru guasu, por su notable tamaño, la mayor de las cigüeñas americanas.

Félix de Azara (1802) la encontró desde el Paraguay hasta el río de la Plata


y observó que los españoles le llamaban cigüeña creyendo que era la misma de
Europa. Por su parte, él registró el nombre guaraní de baguarí o mbagüarí, y
también tuyuyú-guazú, para distinguirla del tuyuyú a secas (Mycteria americana).
Azara anotó algunos comportamientos: “Aunque busca la vida en lugares
húmedos, ríos y lagos, interna poco en las aguas, y también frequenta los campos
secos (…) No es desconfiada ni arisca; va comúnmente sola, o con otra, aunque
por enero vi cincuenta y quatro juntos en una laguna (…) A veces se eleva mucho
volando a rededor, como si quisiera descubrir largas distancias. Me aseguran que
se posa en árboles, aunque siempre la he visto en el suelo. Hacia fin del año cría
dos pollos (…) Alguna vez los han criado en las casas, donde se han hecho
familiares; y aunque ya voladores iban al campo y a las lagunas, no dexaban de
volver a la hora señalada por la ración de carne. Dice que hace el nido en árbol
con muchos palos.”

Maximilian Alexander Philip, príncipe de Wied-Neuwied (1832), halló las


tres especies: maguari, jabirú y tuyuyú en los pastizales de Minas Geraes. “Todas
estas aves son grandes y tienen plumas blancas por lo que los brasileños las
confunden unas con otras, y como generalmente no se las mata, ni siquiera los
cazadores experimentados saben cómo distinguirlas con precisión.”

“La cigüeña brasileña no es infrecuente en la mayoría de las áreas que


visité, donde se encuentran lagos, pantanos húmedos y prados inundados (…)
Suele asociarse con las aves relacionadas, el [Jabiru] Mycteria y confundido con
la especie que se describirá a continuación [Mycteria americana]; porque a los
tres a menudo se les llaman Jabiru. En Belmonte, por ejemplo, nuestro pájaro
lleva el último nombre, pero la gran garza gris [Ardea cocoi] se llama allí,
Mauari, y Azara describe nuestra cigüeña bajo el nombre de Baguari.”

“Por lo general, la cigüeña brasileña es un ave tímida y difícil de acercar


que semeja nuestra cigüeña negra europea en su forma de vida, ya que anida en
los árboles, no en los edificios. Uno ve a estas aves caminando en parejas en los
pantanos, donde buscan ranas, lagartijas, serpientes y pequeños animales
similares, cuyos restos encontré en sus estómagos. Nunca he escuchado una voz
de estos pájaros. Tiene el vuelo de nuestra cigüeña europea, con cuello largo y
extendido.”

Según lo informado por Wied, el nombre maguari ya inmortalizado por


Johann Gmelin en el nombre científico, quedó impropio para esta ave ya que fue
tomado por error por Marcgrave del que los nativos daban a la garza mora (Ardea
cocoi). Por eso Emilio Goeldi (1894) decía: “Lamento profundamente la
confusión que parece resultar de la identidad del nombre específico maguari,
actualmente aceptado en la ciencia como un nombre común en boga en todo el
norte de Brasil para Ardea cocoi, ya que 'Maguary' es la designación utilizada por
la gente para esta gran garza y no para la cigüeña con la que tratamos. ¿Podría
haber máyor descalabro que una discordancia tan fundamental entre la
nomenclatura científica y popular?” Y, en desacuerdo con las reglas de
nomenclatura científica donde reina la parsimonia y los nombres son sólo una
convención, propone un nuevo nombre científico para la cigüeña: Ciconia
brasiliense, el cual por supuesto no fue aceptado.

Con respecto a la dieta de nuestra zancuda, el naturalista Johann Natterer le


encontró “en el buche 21 ranas, una araña y varios escarabajos de agua, el
estómago lleno de restos de insectos acuáticos” (Pelzeln & Natterer, 1871). Al
respecto Thomas Bridges (1843) hizo esta observación en Chile: “Esta noble ave
se ve a menudo en las marismas de la provincia de Colchagua, y se alimenta de
una especie de langosta, llamada por los nativos Cangrejo, que abunda en las
marismas y los prados húmedos. La vivienda del Cangrejo puede reconocerse por
los extraordinarios cilindros que crea con el lodo sacado de sus cuevas; a veces se
elevan un pie por encima de la superficie del suelo, pareciendo otras tantas
columnas pequeñas. El Pillu mientras acecha entre ellos atrapa al Cangrejo
cuando en la parte superior deposita su carga traída desde el fondo de la cueva.
Una vez tomé del buche de una de esas aves tres ratones enteros, sin duda
atrapados por ella entre la hierba en los pantanos.”

Por su parte, Hudson (Sclater & Hudson, 1888) refería lo siguiente: “La
cigüeña Maguari es un ave muy conocida en las pampas, se reproduce en las
marismas y también vadea por su comida en las aguas poco profundas; pero no es
tan acuática en sus hábitos como el Jabirú, y después que termina la temporada de
reproducción, se la ve en todas partes en las llanuras secas. Aquí estas aves se
aprovechan de ratones, serpientes y sapos, pero también visitan con frecuencia los
campos cultivados en busca de alimento. Cuando los ratones o las ranas son
excepcionalmente abundantes en las pampas, las cigüeñas a menudo aparecen en
grandes cantidades, y en esos momentos los he visto congregarse por cientos
junto al agua por la noche; pero durante el día se dispersan por el área de
alimentación, donde se las ve acechando, concentradas en su presa, con
majestuosos pasos como una grulla. Para levantarse dan tres saltos largos antes de
lanzarse al aire, y como todos los voladores pesados hacen un ruido fuerte con sus
alas. Nunca se ve que se posen en los árboles, como el Jabirú, y son
absolutamente mudas, a menos que el ruido que hacen con el pico cuando están
enojadas pueda llamarse idioma.”

Finalmente le damos la palabra a Gibson (1880):

“Muy común, y no limitada exclusivamente a los bañados. Se la encuentra


en las llanuras, en las achuras [en el matadero], o al acecho en busca de
serpientes, ranas, lagartijas, ratas y ratones, langostas y pájaros, huevos, cualquier
cosa y todo, en resumen. Excepto en la temporada de apareamiento, es solitaria en
sus hábitos. Sobre la forma en que planea, particularmente en verano, ya he
escrito que probablemente he visto un ejemplar cada vez, elevándose en círculos
en espiral.”

“El joven grazna y castañetea las dos mandíbulas, pero el adulto es bastante
mudo. Ellos (los jóvenes) son bastante negros al nacer y solo adquieren el
plumaje adulto después de un lapso de seis u ocho meses. Uno, que tomé el 5 de
octubre, era del tamaño de una gallina doméstica, con plumón y, con la excepción
de la cola blanca, completamente negra. Pronto se volvió muy manso, y solía
deambular por las instalaciones, en busca de comida, u observando cualquier
actividad que estuviera sucediendo. La comida era tragada entera; y la forma en
que tragaba una o dos libras de carne cruda habría horrorizado a un ama de llaves
inglesa.”

“Las serpientes eran agarradas por la nuca y pasadas transversalmente por


el pico mediante una sucesión de pellizcos rápidos y poderosos, repitiendo la
operación dos o tres veces antes de estar convencido de que la vida se les había
extinguido totalmente. Solía ??hacer lo mismo con palos secos (para no olvidar la
técnica, supongo), mientras que en una ocasión se tragó un pedazo de cuero de
vaca duro, de un pie de largo, y en consecuencia no pudo doblar el cuello durante
veinte cuatro horas, hasta que el cuero efectivamente se ablandó.”

“La historia también cuenta que "Byles, el abogado” (como lo llamaban),


confundió la cola de uno de los corderos con una serpiente, y en verdad se lo
metió en la garganta, ¡pero fue "sorprendido” por el cuerpo del cordero al que
venía unida! Byles inspiraba un total respeto a todos los perros y gatos, pero por
lo general era muy tranquilo. Sin embargo, uno de nuestros hombres le había
jugado una mala pasada; y el resultado fue que Byles "iba por él" sin piedad en
todas las ocasiones posibles, sus largas patas atravesando el suelo como las de un
avestruz, mientras producía un ruido demoníaco con su pico. Era divertido ver a
su víctima esquivarlo en todas partes o, a veces, desesperado, hacerle frente con
un palo; pero Byles evadía cada golpe saltando ocho pies en el aire, bajando al
otro lado de su enemigo y repitiendo allí su danza guerrera; mientras amenazaba
(aunque estas amenazas nunca se cumplieron) con producir acciones
personalizadas y punzantes con su formidable pico. Poco después de su captura
las plumas comenzaron a aparecerle (…) y más tarde se perdió en sus pantanos
nativos.”
Más tarde, en 1919, completaba así sus apuntes:

“La cigüeña o Maguari constituye siempre una característica llamativa del


paisaje pampeano, ya sea acechando meditativamente en las llanuras o planeando
hacia lo alto del cielo. De gran tamaño, con un plumaje en blanco y negro intenso,
y lores y patas escarlatas, es un ave muy atractiva y familiar. Inofensiva, y un
gran flagelo para todos los bichos y serpientes, rara vez se le molesta, y a menudo
se la ve cerca de los edificios y puestos de la estancia (particularmente en el
"matadero"), o incluso en las cercanías de los pueblos.”

“(...) Aunque es común en nuestro distrito, nunca he visto congregaciones


de cientos, como dice Hudson, grupos entre media docena y treinta ejemplares
han sido los más numerosos.”

“Estos, naturalmente, se congregan atraídos ocasionalmente por langostas,


alevines o renacuajos, o por un número anormal de patos anidantes en el pastizal,
cuando los huevos y los patitos, lamentablemente, pagan un alto precio.
Ocasionalmente se las puede ver fraternizando, o en compañía de, el tuyuyú
(Tantalus loculator Linn. [= Mycteria americana]), cuando ese irregular visitante
estival viene hasta nosotros.”

“Indudablemente, la cigüeña Maguari es también ladrona de huevos, y he


sido testigo de su acoso a un nido de tero a pesar de la esforzada defensa de los
propietarios.”

“Alguna vez había visto a la cigüeña en la orilla de los esteros o


pantanos, apoyada sobre una de sus larguísimas patas rojízas, y con la otra
recogida hasta ocultarse casi entre el nutrido plumaje, cuya resplandeciente
albura hacía resaltar aún más la orla negra que festoneaba sus enormes alas.
Así solía estarse largo tiempo, en una extraña actitud de meditación o de
éxtasis, inmóvil como una estatua, despreocupada por completo de cuanto la
rodeaba. Y cuando al fin decidíase a caminar lo hacía a zancadas torpes,
deteniéndose de trecho en trecho para hundir el pico, larguísimo también, entre
el légamo donde pululaban renacuajos, sapos, cangrejos, u otros animalillos
que le servían de alimento.”

Serafín J. García (1966)


“Los círculos lentos de una cigüeña que vagaba perezosa bañando su
plumaje en el aire límpido y oloroso, saturado con ese aliento de aromas de la
selva que aún me parece sentir en el rostro...”

Martiniano Leguizamón (1896)

“Si alguna vez contemplé un cuadro verdaderamente maravilloso de


aves, entre las cuales descollaba la Cigüeña, fue en Formosa, en las cercanías
del Estero Patiño, en los lodazales producidos por una prolongada sequía allá
por el año [19]12.”

Julio S. Storni (1942)

En las cercanías de Gral. Lamadrid (Provincia de Buenos Aires), Estanisalo


Zeballos (1881), integrante de la expedición del general Julio Roca, encontró
una laguna que “no tenía nombre y la denominé de la Cigüeña, porque este
pájaro luchaba allí vigorosamente con una víbora de unos 80 centímetros. La
cigüeña batía el vuelo cerca de la tierra en que la víbora culebreaba con la
cabeza y dos pulgadas de su cuerpo alzados en actitud de ataque.” Finalmente
el ave remontó vuelo y “a cien metros de altura dejó caer el reptil, que dando
vueltas en el espacio, llegó al suelo y quedó si no muerto, en agonía. La
cigüeña asentó el vuelo a su lado y la devoró sin duda.”

LOS ESCOCESES DEL AJÓ


Ernest Gibson pertenecía a una familia escocesa. Su abuelo, John Gibson,
emigró de Glasgow a Buenos Aires en 1819, donde abrió una sucursal de su
empresa textil, John Gibson & Sons, en la actual calle Alsina. Los Gibson
adquirieron varias estancias con la idea de producir lana para sus tejedurías. El
administrador de las mismas fue el inglés Richard B. Newton, quien instalara el
primer alambrado en Argentina y además fue socio fundador de la Sociedad Rural
Argentina. Una de esas estancias fue El Carmen, en el Rincón del Ajó o Tuyú,
que en 1824 adquirieron a Esteban Márquez. Ajó y tuyú, los nombres que antiguos
pobladores guaraníes dieron a la región, significan “limo” o “pisar fofo” (ajó) y
“barro blando” (tuyú), y pintan muy bien la principal característica de las costas
bajas de la bahía de Samborombón, cubiertas de juncos y cangrejales. Son los
“rincones” que Gibson describe como “un laberinto de islas y penínsulas
formadas por riachuelos de marea de mayor o menor importancia” donde los
jinetes y caballos inexpertos pueden quedar atrapados en “un horrible y salvaje
minuto” en el lodazal. “Es un asunto muy serio, en una oscura noche de invierno,
cometer un error al regresar a casa tarde desde un puesto distante y, al
equivocarse en uno de los pasos, perderse irremediablemente; he conocido uno o
dos casos en los que el caballo y el jinete no lograron alcanzar un terreno más alto
y finalmente sucumbieron al frío y al agotamiento”. Algo similar relató Ricardo
Güiraldes en un episodio de “Don Segundo Sombra”.

La propiedad, rebautizada como “Los Yngleses”, con una superficie inicial


de 10.600 ha (más tarde se amplió a 28.000), estaba ubicada en plena zona
fronteriza con las poblaciones indígenas, por lo que Newton se hizo cargo de ella,
llevando un nutrido armamento. Comenzaron la cría de ovinos Lincoln, la raza
que mejor se adaptó al lugar, llegando a tener unas 100.000 cabezas. Exportaban
la lana directamente a Liverpool y Amberes desde el puerto sobre el arroyo Ajó,
lugar donde más tarde se fundaría General Lavalle. El casco de la estancia,
existente hoy en día, queda unos 6 km al sur de General Lavalle y “estaba
rodeado por bien establecidas arboledas de eucaliptos además de tala, ombú y
coronillo, árboles más bajos nativos de la pampa” (Wetmore, 1926). La propiedad
daba a la Bahía de Samborombon y estaba separada del Océano Atlántico por la
vecina estancia Tuyú, de la familia Leloir, donde más tarde se fundaría la ciudad
de San Clemente del Tuyú, y que incluía la Punta Rasa, el extremo del cabo San
Antonio, interesante punto de congregación de aves playeras migratorias.

Thomas, uno de los cuatro hijos de John, llegó en 1838 a Buenos Aires,
para hacerse cargo con su hermano Robert de la estancia Los Yngleses. Thomas
además tenía habilidad para la pintura y dejó varios cuadros muy coloridos sobre
la vida en la pampa de ese entonces. Se casó en 1854 con Clementina Corbett,
también de origen escocés, y tuvieron 9 hijos, de los cuales el mayor fue Ernest,
nacido en 1855 en el país.

En 1862 Thomas se retiró y lo sucedió en el manejo de la estancia George


Corbett, el hermano menor de Clementina, aficionado a la fotografía, quien
realizó hacia 1860 unos ambrotipos que permiten visualizar la vida en las
estancias a mediados del siglo XIX.

Ernest se casó en 1889 con Alice Donalson en Londres y regresó al país


con su esposa para hacerse cargo de la estancia en 1891. Tuvieron una hija,
Lorna Gibson Donaldson. Es probable que Gibson, como muchos súbditos
británicos, haya tenido que viajar a Grann Bretaña durante la Primera Guerra
Mundial, porque en una de sus ultimas notas (Gibson, 1818) se lamentaba:
“Probablemente, no tenga más oportunidades de continuar estas notas (…) los
viajes hacia y desde el río de la Plata no son de índole festiva en este momento”.
Además, en sus últimas visitas (1915 y 1916) comprobó que sus mejores caballos,
desacostumbrados de transitar los cañadones, ya no tenían un buen andar.
Entonces, Gibson hizo un convenio con el Museo de Ciencias Naturales de
Buenos Aires para que un colector, Antonio Pozzi, recorriera la zona y siguiera
con el estudio de su avifauna. Ernest regresó al menos una vez más a “Los
Yngleses” donde falleció el 26 de octubre de 1919.

En 1937, según relata José A. Pereyra, aún se conservaban en la estancia,


en el salón de billar, los muebles donde Ernest guardaba su colección de huevos y
mariposas, su dormitorio con la cama de columnas labradas que utilizó hasta su
muerte, y un mirador de madera, hecho con la escalera de un barco naufragado,
desde donde hizo observaciones el ornitólogo norteamericano Alexander
Wetmore (1926) cuando visitó el lugar en 1920: “Como lugar de trabajo tuve el
privilegio de ocupar un pequeño edificio erigido por el Sr. Gibson para estudio y
museo”.

Ernest fue un ornitólogo aficionado pero “su trabajo siempre se ha


caracterizado por su gran minuciosidad y amplitud de detalles” como lo señalaba
el obituario que le dedicó la revista The Ibis (1920). El ornitólogo estadounidense
Alexander Wetmore (1920) opinaba de él: “un ornitólogo bien conocido por sus
cuidadosas y minuciosas observaciones sobre las aves de esta región”. Alfredo
Steullet y Enrique Deautier (1939) consideraban que Gibson se destacó como
“escrupuloso y sagaz observador de las costumbres de las aves”. Los especímenes
coleccionados por Gibson se encuentran en los museos de Buenos Aires, Londres,
Edinburgo, Dresden, Dublin y Cambridge. Con la ayuda de los ornitólogos Osbert
Salvin, William Ogilvie-Grant y Charles Chubb del Museo Británico de Historia
Natural pudo completar sus notas que fueron publicadas en dos etapas, en The
Ibis (ver bibliografía), donde además escribió un artículo sobre las aves de
Paysandú (Uruguay) y otro sobre la vaca ñata, raza o deformidad bovina que tanto
interesaba a Darwin.

Pero, más allá de sus aportes a la ornitología, es evidente que Gibson, como
su par Hudson, era un naturalista nato, capaz de emocionarse con la vida
abundante y diversa, en un soleado día, en medio de los cañadones del Ajó.

Así fue como él mismo lo relató:

“Nada era más fácil que explayarse un día cualquiera en el pantano de


Cisneros, como lo hice yo hace dos años, con un viejo caballo manso debajo mío,
un piso firme abajo, el agua inusualmente limpia y libre de malezas, y tan
profunda que solo el asiento de la silla sobresalía en la superficie. Pasé tres horas
en el corazón de este pantano, en un día tranquilo y soleado, flotando sin ruido
por los estrechos canales abiertos entre los brillantes juncos verdes – viendo ahora
un cisne nadar lentamente alejándose de su gran nido, donde yacen de tres a cinco
grandes y bonitos huevos - deteniéndome nuevamente para hurgar el nido
suspendido de esa curiosa comadreja acuática (Didelphys crassicaudata,
Desmarest) [la comadreja colorada, Lutreolina crassicaudata] y observando al
pequeño villano truculento saltar y nadar o zambullirse resoplando fuertemente,
luego girando mi caballo hacia donde la cabeza y el cuello de una alerta Cigüeña
Maguari (Ciconia maguari), se elevan sobre los huncos, revelando que estaba
parada sobre su nido , mientras que el pequeño Cyanotis azarae [Tachuris
rubrigastra, tachurí siete colores] de muchos colores se deslizaba arriba y abajo
por los verdes juncos muy cerca de mí, y cientos de sonidos y gritos diferentes
hablaban de casi tantas especies distintas de aves acuáticas allí presentes, y me
mantenían ocupado tratando de recrodarlos de memoria.” (Gibson, 1880)

LA MÍTICA CIGÜEÑA

En el origen del mundo qom se produjo un gran incendio que destruyó a


todos los habitantes, salvo unos pocos que se refugiaron en un pozo. Tres días
después un héroe-niño sale al exterior y al ver que el fuego se ha apagado hace
salir a los demás pidiéndoloes que se tapen los jos. Algunos no lo hacen y en
castigo son transformados en diversos animales, entre ellos la cigüeña, pasando a
ser los “padres” o guardianes de los demás animales de su especie, aquellos
espíritus del monte que evitan la caza desmedida de algunos animales. Un notable
concepto ecológico de los pueblos originarios. La cigüeña habitaba en el supra-
mundo toba y, sólo descendía a tierra con las lluvias y las tormentas (Arenas,
2009).

En los mitos de los qom (Citro et al., 2016; Sanchez, 2006) también aparece
el zorro sagaz, uaia?aqa’ lachigui, que se encuentra con waqap, la cigüeña, y le
pide sus alas para poder cumplir su sueño de volar. Varias cigüeñas aceptan pero
le advierten que no vuele muy alto porque las plumas no le van a durar mucho. Le
colocan las alas y le indican como despegar. Como en el mito griego de Icaro, el
zorro se entusiasma y, haciendo oídos sordos a los llamados de las cigüeñas, sigue
ascendiendo hasta que pierde las plumas, cae y muere, aunque después resucita.
Los qom o toba (Arenas, 2009) han observado que la cigüeña “pone en el agua,
ahí no le falta comida. Pone arriba del árbol, junta basurita (restos vegetales) y
pone arriba el nido. Cuando hay pichoncito el va a buscar pescadito, cerquita, y
les lleva a los pichones, les da de comer.” Para ellos es una pieza de caza
apreciada por su gran tamaño y porque su carne se considera blanda, y se
aprovechaba casi todo el animal, incluyendo la grasa, patas y vísceras. Se la
cazaba con flecha o trampas y más tarde con carabina, especialmente en verano y
otoño, cuando están más gordas. Se la consumía hervida, en guiso o caldo, o
asada. Los huevos y los pichones se consumían cocidos, y a veces los criaban
como animales domésticos. La panza o estómago glandular se usaba como
carnada, las alas para abanicos y las plumas para las flechas.

También las cigüeñas tuvieron que ver con la creación de Las Pléyades, ese
bonito grupo de estrellas conocido también como “Las siete cabritas”. Resulta
que unos qom encontraron un niño perdido en el monte y lo adoptaron. El niño les
enseñó a usar el fuego, a cazar y a curarse con plantas. Pero también era muy
travieso y entre otras maldades le robó el huevo a una cigüeña que lo empollaba.
En castigo se reunieron todas las cigüeñas y llevaron al niño al cielo, donde junto
con sus hermanos que fueron a buscarlo, se quedaron para siempre, formaron ese
grupo de estrellas (Oliva, 2007)

Taqfwaj, el mítico héroe de los wichis, encontró cierta vez una cigüeña y
quedó admirado de cómo podía sostenerse sobre una sola pata. El ave le dijo que
para lograrlo debía cortarse una pierna, y luego, para recuperarla, tenía que saltar
sobre cierto tipo de árbol. Taqfwaj hizo según lo indicado pero no logró recuperar
su pierna y tuvo que recurrir a una gran araña que lo vendó con su tela y lo curó.
En otro cuento, el Carancho, asistente del rey de los jotes, molestaba a unas
jóvenes cigüeñas, quienes acudieron a sus padres. Éstos iniciaron una guerra con
los jotes, en la que las cigüeñas vencieron, logrando encarcelar al rey de los jotes
(Alvarsson, 2012).

Un joven vilela del Chaco gustaba mucho de cazar pajaritos y pasaba sus
días en el monte, donde un día encontró unas piedritas de colores con las que se
hizo un collar. Al otro día amaneció transformado en serpiente que comenzó a
crecer, comiendo cuanto bicho había en el monte, y cuando éstos escasearon
empezó a devorar gente. Las aves del lugar se organizaron para matar a la
serpiente, primero fue el águila, pero fracasó, luego los tullangos o cigüeñas,
dotados de fuertes lanzas (picos) pero la víbora los devoró, finalmente el caburé
logró matar al ofidio (Lehmann-Nitsche, 1924-25).

Entre los mbya-guaraníes (Cadogan, 1948), el tuyuyú, le pide al Loro


sastre que le haga unos pantalones. El Loro los hace según la medida de sus patas,
con lo cual quedan demasiado cortos, per se justifica ante el tuyuyú diciendo que
los hizo así para que pueda vadear por los bañados. El tuyuyú suele aparecer en
los relatos como oficial de policía, quizás por su figura y por permanecer largo
tiempo en pie, inmóvil, como si estuviera de guardia. En una fábula tupí, el
picaflor compite con el tuyuyú para ver quién de ellos podia volar mayor
distancia. El pequeño tomó la delantera pero, agotado, cayó al río. Cuando llegó
la cigüeña le pidió que lo salvara, lo que hizo permitiéndole agarrarse de sus
largas patas.

En un mito yuracaé (río Mamoré, Brasil), Tiri, el creador, descubrió que el


yaguareté había comido a una persona, la fiera se excusaba diciendo que el sujeto
ya estaba muerto por la picadura de una víbora. Entonces Tiri ordenó a Uacauan,
la cigüeña, que matara a la víbora. Desde entonces las cigüeñas se comen a los
ofidios. (Barbosa Rodrígues, 1890; Lehmann Nitsche, 1926)

Comenta Florian Paucke (2000) que los mocovíes fabricaban la siguiente


artesanía: “mataban cigüeñas, rasguñaban la piel según el grosor del ave por el
centro alrededor del cuerpo, sacaban la parte posterior con piel y plumas en forma
que con todas éstas quedaran también las plumas de la cola, se la colocaban en la
cabeza de modo que la cola quedara erecta. ¡Quién no reiría cordialmente ante
esta figura o Mercurio indio! Pero ellos se ponían tan serios y lo mismo
caminaban en esa forma por la aldea como si tuvieran sobre la cabeza el sombrero
de castor más fino y más bello”.
La presencia de la cigüeña en los cuentos y leyendas criollas tiene una
evidente contaminación proveniente de Europa, producto de la larga relación de
sus civilizaciones con la especie de ese continente. Así aparecen la conocida
fábula del zorro y la cigüeña que proviene del griego Esopo, la antigua leyenda
alemana sobre las cigüeñas que traen a los recién nacidos en su pico, y también la
cigüeña como ejemplo de amor filial, tal como lo cuenta Miguel Hernández
(1872):

“La cigüeña, cuando es vieja,


Pierde la vista, y procuran
Cuidarla en su edá madura
Todas sus hijas pequeñas:
Apriendan de las cigüeñas
Este ejemplo de ternura”

EL TUYANGO EN LA POESIA Y EL CANTO

“…Las palomas se lamen como si estuvieran en pleno campo; habitan el vértice


del segundo poder; en ese campanario serán devoradas por un tuyango matrero y
loco…”

Paco Urondo - No tengo lágrimas (Del otro lado, 1965)

(…) A primera vista creí que se trataba


de un papel o una bolsa de polietileno
en suspenso a una altura un poco mayor
que la de una casa de dos pisos.
Tras una nueva mirada me sorprendí:
aquello era una garza de las grandes
o quizás un tuyango;
volaba muy alto y el sol de junio
bruñía al azul como a una piedra (…)

Roberto Malatesta - La fuerza del asunto

El gabán pionío
Gabán no pare en montaña
ni hace su nido en el cerro.
Como nace en la sabana
le pregunta a los garceros.

Yo tuve un gabán pionío


en mi casa, prisionero,
pero se acordó del río
y se fue para el estero.

No te duermas, mi gabán
en mangles de Juanaparo,
no anides en Chamizal
porque hay mucho cunaguaro.

No te quedes en el Meta,
cuídate, mi gabancito.
Mira que la gente es mala
y le gusta el gabán frito.

Eduardo Hernández Guevara

El gabán pionío

Gabán, gabán, gabán pionío,


gabancito que vuela tan alto
por senderos, sabana y palmar
no anides en rama seca ni pongase en pastizal
que la rama se seca y al pasto lo han de quemar.
Mi gaban viene y se roba los delirios y los placeres,
la mirada de los hombres y el alma de las mujeres.
Mi gabán es un pionío sediento de amaneceres
porque se hace el medio pío cuando una mujer lo quiere
Y el gabán anda laguna hasta que el invierno se muere,
el verano se avecina en la flor del querebere,
y cuando se van las aguas mi gabán siempre prefiere
refugiarse en los esteros donde tiene sus quereres (…)
Canción de Alfredo Parra

Ay, gabancito volador


de los llanos guariqueños,
si es verdad que eres mi amigo
llega volando hasta el cielo
y me traes de las alturas
el mas brillante lucero
para dárselo en regalo
a la prenda que más quiero (…)

A María del Carmen - Francisco Márquez Magdaleno

LA CIGÜEÑA Y SUS NOMBRES

En relación a los nombres comunes de la cigüeña debe tenerse en cuenta la


falta de precisión de algunos términos ya que los pobladores muchas veces
confunden a las tres especies de cicónidos sudamericanos: el jabirú (Jabiru
mycteria), el tuyuyú (Mycteria americana) y la cigüeña (Ciconia maguari).

Maguari es el nombre tupí que anotó Marcgrave y que, como vimos, sería
erróneo, refiriéndose más bien a la garza mora. De todas formas, como señalaba
Wied es un nombre que se usa en desde Bahía hacia el norte. Se lo ha escrito
también como mbaguari, baguari, biguari, magoari, maguari y mauari. Storni
(1942) lo interpretó como “muchas que pasan en fila”, de mba: montón, gua:
pasar, y ri: uno tras otro. Pero no parece ser esa una costumbre de esta ave de la
que Azara (1992) dice “va comúnmente sola”, aunque menciona haber visto
cincuenta y cuatro juntas en cierta laguna. También hay una observación de
Hudson sobre el asunto. García (1913), por su parte, lo tradujo como mbegue:
lento, y ri: estar: “el que anda lento”, lo cual parece más apropiado para esta ave.

Otros nombres que se le dan en Brasil son: cegonha, cauã y cauauã, en la


boca del Amazonas; guara-vae, en la zona de Río Verde (Goiás); jabiru-moleque,
jaburu-moleque, joão-grande, jabiru-tapucajá, y tabuiaiá en Brasil central y
meridional, por ejemplo en Orissanga (Sao Paulo) y en el oeste del Pantanal
(Mato Grosso do Sul).
En Colombia es la cigüeña llanera, y en Venezuela, el gabán pionío. Éste
nombre parece referirse a la piel periocular roja del ave, que recuerda a las
semillas rojas y negras del árbol mágico denominado pionío, peonía o wayruro
(Ormosia coccinea).

En el norte de Sudamérica aparece la cigüeña en distintas lenguas nativas y


criollas: yauru (arawak), apyrerèu (caribe), kumawali (aukan), bat (palikúr),
tayaya (creole de Guayana), ghãgoje (creole karipúna) y tsaki (guahibo). En
Sranan es eri, y por su componente inglés recibe también el nombre de redifutu
(patas rojas).

En la zona del litoral argentino y en Paraguay se utiliza el nombre guaraní


de tuyuyú, con el epíteto guazú (grande) para distinguirlo de Mycteria americana.
Tuyuyú significa “que anda por el pantano”, de tuyú: pantano, barrial, lodazal; y
yú: ir y venir, andar.

En la región chaqueña es el waqap de los qom, también escrito como


huoqap, woqap, huoqa', huqap y huaqap; así mismo ñi, añi lesoxo’n. Tuyango,
que se usa en Santa Fe y Entre Ríos, también sería de origen qom (tujango),
aunque no lo hemos encontrado en los vocabularios de esa lengua.

Para los wichis de Formosa es wetnaj, lhokota o yulo. Sería, con más
precisión, el yulo pata colorada, ya que el yulo a secas es el jabirú. El nombre
lhokota o lhukutá se lo daban despectivamente los wichis del noroeste a los del
centro de Formosa, porque, como la cigüeña, vivían del pescado, el cual recogían
a la orilla del río Bermejo, cuando era descartado por los pescadores. Otros
nombres usados en la región chaqueña eran patsaaj (wichi weenhayek), pitsaj
(chorote), siyojonoj (nivaklé), seyána (enxet, Chaco central paraguayo) y etuque
litil (mocoví).

En La Pampa se registra killingui (ranquel). En Chile se usa el nombre pillo


o pillu, y en Perú toyuyo, obviamente de origen guaraní.

Cigüeña es el nombre común en la región rioplatense (Buenos Aires y


Uruguay), dado por los conquistadores españoles. Proviene del latin ciconia, y
éste de los Cicones, un pueblo de Tracia, que veneraba a estas aves. Aunque otros
lo derivan del galo de Bretaña, sikun.
Además de recibir nombres el tuyango los da. El Tuyuca es un arroyo
dentro de la ciudad de Paraná, que debería escribirse Tuyucuá: “lugar donde
habitan las cigüeñas”. (Rondan, 2007). Además Los Tuyangos aparece como
nombre de un club de fútbol y de un grupo musical.

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Imágenes

01 - Ciconia maguari
Dibujo de Matthias Schmidt (Spix, 1824-1825)

02 – Euxenura maguari –
Goeldi, EA. Álbum de Aves Amazonicas. Alves & Cie. Rio de Janeiro, 1900-1906.
03 - Maguari Stork – Dibujo de Edward Lear
Gould, J. The birds of Europe. Vol IV. London,1837.

04 – Cigüeña – Dibujo de Florian Paucke (2010)

05 – Ernest Gibson
http://lahistoriatienesentido.blogspot.com/. La vida social. Los Yngleses. Silvia Beatriz del Palacio.

06 - Escena rural donde aparecen Thomas Gibson (hombre de barba y sombrero sosteniendo el cartel) y su
hijo Ernest (niño con capa negra).
Ambrotipo atribuido a George Corbett.
http://uca.edu.ar/es/pabellon-de-bellas-artes/muestras/muestras-2019/130-ambrotipos-el-primer-asado-criollo
%C2%A0el-primer-mate-junto-al-fogon

07- Casco de la estancia Los Yngleses hacia 1860. –


http://lahistoriatienesentido.blogspot.com/.
La vida social. Los Yngleses. Silvia Beatriz del Palacio.

08- Casco de la estancia Los Yngleses hacia 1920. Fotografía por Alexander Wetmore.
Smithsonian Institution Archives, Record Unit 7006, Box 170, Album: I "Brazil, Argentina, Paraguay -
1920".
https://siarchives.si.edu/collections/siris_sic_6610

09 – Mapa de la región de la estancia Los Yngleses (Gibson, 1918)

10 – Logotipo del Club Social y Deportivo Tuyango. Piedras Blancas, Entre Ríos.
http://deportivotuyango.blogspot.com/2009/05/primera-fecha-tuyango-volvio-con-una.html

11- Ciconia Maguari – Dibujo de Paul Louis Oudart


Vieillot, LP. La galerie des oiseaux. Tome II. Paris :Carpentier-Méricourt,1834.

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