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REMINISCENCIAS

~an_tafé y Bogotá)
POR

;José Maria Cordovez Moure

SERIE PRIMERA
TERCERA EDICION, corregida y aumenta1a

LifiREHIA Al\fmRICAN A
Bogotá, calle r 4, número;, 97 y 99
J. SSS

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
DEDICATORIA DE LA PRIMERA EDICION DE 18U3

4 mi be11tvolo y leal amtgo el seiíor D. José Mamtel


.Al't "'Oqum, Ricaurte, JJforeno y Nariño_; en homenaje á
lt~ u -'morta de sus venerados padres)' de su bt~nem.érz"to tfo
zmdo padri, el señor D. Juan Anto1lio J,:farroqultz,
pa ' ·!lrcas que lzotlrm•otz d Satliafé, y cuyas virtudes fue-
t01 ·1 en.cat1to y adndraciót~ de los que tuvt'mos la buena
:.u 'e de co1tocerloj.

J. M. CoRDOVEz 1v1ouRE

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PROLOGO DE LA PRIMERA EDIOION

n cada época existen ancianos ú hombres provecto


· mcn perfecto conocimiento de lo~ 3Ucesos que ha t
oc lo, de las costumbres que han r einado y de las per
son11 'lue de alguna manera se han hecho notables cuando
ellos ran niños ó jóvenes. De tales personas, costumbres
y s sos hablan 6 escriben accidentalmente cuando J,
p1dr. t ocasión; pero rarísimos son los que deliberadamen
te ... 1roponen recoger y ordenar sus recuerdos y dejarlo
con .nados para instrucción y recreo de la posteridad
es extraño que sean tan raros, pues cada C}lal sr
que las noticias que pudiera escribir de lo que hét
y de lo que les ha oido de s~s mayores á sus con ~
em )rárieos, han de ser escritas por otros de los que la:
cor en tan bien como él. De ahí resulta que insensible.
me e van cayendo en olvido innumerables hechos é in
nur rabies nombres que no merecen tan mala suerte,)
qt je ésta no se libren por lo común sino los grandes
co ecimien tos y los personajes que se han distinguid o
a :>rdinariamente entre los de la generadón á que per·
te en.

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~rrados van los que juzgan que se pierde poco


)ierde la memoria de las cosas menudas y co-
·ada época. En el hombre es natural y vehe-
. seo de conocer todo lo pasado. La expet iencia
a que la sociedad necesita lo mismo que cada
y sin conocer lo pasado no pueden adquirirla
os ni sociedades.
s cosas hay que por sobrado menudas é insig-
a recen poco dignas de ser comunicadas á la
1, pero lo ciet to es :} u e el conocerlas satisface
tri usidad que nos aqut;ja á todos los hombres y
contarse entre las necesidades naturales más
á lo menos para la gente culta. Entre ésta,
quien deje de experimentar it~tenso placer
acción de esa necesidad.
¡:, tiempos modernos se le exige á la I-Iistoria
que solía exigírsele en los antiguos. No no!
, la relación de fundaciones de imperios, de
n u stas, e e guerras, de cambios de gobierno y de di-
de sucesión de soberanos, que han solido ser
r a de la I-Iistoria. Actual m en te queremos sa-
an sido y cómo han vi vid o los hombres de
rnención aquella Emula del tiempo, y tam-
an y cómo vi dan los que ella no menciona;
1 ) ignorar el modo, la forma y los incidentes

le los acaecimientos que narra; queremos pe-


aposentos, no sólo de los palacios, sino de
comunes¡ queremos conocer á nuestros an-
o conocemos aquellos contemporáneos nués-
u 1es vivimos en íntima familiaridad. De aquf
con que se buscan y se estudian documentos y

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mor. u m en tos que den luz acerca de particularidades de


los pueblos antiguos. De más está recordar aquí que las
e iencias se aprovechan para fines serios y útiles de lv que
tales documentos y monumentos suelen enseñar.
Aquella incuria que deja sumir en el olvido lo que
nnerece recordación, no ha podido dejar de observarse y
de producir sus md.los efectos aquí en Colombia, donde
hay tan pocos estímulos para escribir. Por t~nlo, en raros
países se hará tan recomendable como en el nuéstro quien
tome sobre sí la tarea de escribir acerca de nuestras ...
güedades y de todas aquellas cosas presentes qu e c•.::JT . en
riesgo de quedar olvidadas. Por lo mismo, :;e _,a necho
d:gno de elogio y de reconocimiento D. Jo~. ~1arh. Cor-
dovez, que, escri hiendo sus RE:\IINISCENCIAS, ha h·orado de
eterno olvido muchos de los sucesos y costuf"' ures impor-
tantes ó curiosas de que no tenemos notic~.a sino los bo-
gotanos viejos, y los nombres de muchas t" ersonas que
por diferentes maneras se han hecho notabl.:s.
Todo el que lea su precioso libro se penetrará. de la
verdad de lo que Jejo asentado; y, si es buen bogotano'
le rendirá, como yo, tri bu to de agradecí miento.
Pero dign mal: no todos los que lean la~ REMINISCEN-
CIAS las sab:1 rearán corno las podemos sabor "lf los viejos·
La ~ente moza hace poco caso de lo pasado. apenas si
apre':ia el presente como paso ine\·itable para el porve-
nir, que es lo único en que acierta á fijar la vista y e
que la de tier. e con complacencia. Los viejos perecemos
por contarles á los jóvenes las cosas de 1zuestros tiempos,
y los jóvenes, si acaso nos atienden, nos atienden por mera
cortt.:;Ía. Pero la vida les h3 de costar el no venir á ser lo
que ~)mos los viejos y el no llegar á sentirse, como los

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viejos nos sentimos, irresistiblemente atraídos por lo pa-


sado, hambrientos de recuerdos y en abierta hostilidad
con el porvenir.
Pero si las R&MINISCENCIAS fueren en realidad mira-
das con indiferencia por los jóvenes, ésta ha de quedar
largamente compensada con el deleite que su lectura pro-
ducirá en los viejos. Cada lector viejo se recreará doble-
mente: en primer lugar, se regodeará rumiando los re-
cuerdos del autor, que han de ser también los suyos y que
mi.r:¡. corno parte de su propio sér; en segundo, se rego-
cijará ~ontemplando que esos recuerdos tan queridos no
pueden yá perecer.
Dir~ de paso que con el seüor C-:>rdovez ha sucedido
lo que sucedió con otro amigo mío, Bernardo Torrente.
Estuvo por íargos años dando pruebas de instrucción y
de talento, úni<:::amente en la conversación y en la prác-
tica, y al cabv de la vejez ha resultado escritor, y buen
escritor. ¿Fue que Cordovez y Torrente, por falta de fe
en sus propias fuerzas, no se atrevieron en mucho tiempo
á habérselas con el público, ó es que hay ingenios que
Jecesitan madttr<tr y madurar despacio? No seré yo quien
.1e meta á resol ver esta cuestión.
A vari5's coetáneos míos les he oído yá conceptos
sobre la oora del setíor Cordovez y no han dejado de ha-
cer uno que otro reparo acerca de la exactitud de la pin-
tura que en ella se hace de algunos hechos y costumbres.
A tales reparos da lugar la circunstancia de que el autor,
dado el plan á que hubo de ajustarse, no pudo trazar una
línea divisoria bien determinada entre época y épota. Si
hubiese prometido al lector, por ejemplo, la descripción
de los bailes qtJe se verificaban en un aiio determinado,

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3e le podrfa exigir rigurosa exactitud. Pero él no ha po-


dido hacer otra cosa que apuntar rasgos generales de lo9
que han caracterizado las funciones de esa clase en una
época dilatada. A quien escribe una pieza del género de
las REMINISCENCIAS, no hay que pedirle la exactitud que
se echaría menos en una declaración ó en un auto de
proceder.
También se ha hecho el reparo de que el autor da á
veces como cosa habitual y frecuente, esto es, como cos-
tumbre, lo que sólo acaeció una 6 muy pocas veces. Pero
yo creo que puede presentarse como rasgo de la fisonomía
de nuestra sociedad, cualquier hecho aislado que, habida
consideración al espfritu que en ella dominaba y al grado
de cultura á que había alcanzado, hubiera podido fácil-
mente pasar de la categoría de hecho aislado á la catego-
ría de costumbre.
Uno de los atractivos que tiene el libro de que estoy
tratando consiste en la espontaneidad é ingenuidad con
que ha sido escrito. El autor no usó de artificios para
deslumbrar, y bien se echa de ver que no puso su conato
sino en comunicar sus recuerdos y en hacer participar al
lecto\t de su modo de juzgar las cosas. No obstante, sin
que,·erlo, escribió trozos dignos de ser presentados como
mf)delos, tales como la descripción de la cap-illa de Russi
y de sus compañeros.
He escrito estas líneas sin conocer toda la obra á que
.eltas se refieren. Mientras se ha estado imprimiendo, he ...
.. do leyendo los pliegos que van saliendo de la prensa, y
roo los he visto todos. Por lo mismo no sé si el señor
<Cordovez habrá omitido la relación de ciertos hechos de
e ~onv·ndría que no dejara de hacer mención, tales

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como la explosión de la pólvora en la casa de D. Domin-
go Hernández y la muerte de Luisa Armero. Yo querría
que la obra fuese completa; que en ella no se pudiera
echar menos nada de lo interesante 6 curioso que poda-
mos recordar los bogotanos viejos; y estoy seguro de que
este será el deseo de todos aquellos coetáneos míos en
cuyas manos caigan las REMINISCENCIAS.
J. MANUEL MARROQUÍN
Bogot&: 1893

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B.AILES

~;~~~~ N todos los países se conservan ciertos


~ usos y costumbres tradicionales, que
nada ni nadie puede reformar, qui.
zá para rendir tributo de piadoso re·
ooordo á los que nos precedieron en ol cami no
de la. vida en este \~allc, que con ser do lágrimas
no deja de tener momentos de goces rnás 6 menos
purus y trnnquilos, que nos arraigan al terruño en
quo nscimos. Pero por cnm~as que no podemos expli-
carnos satisfactoriamente, esta regla universal ha te-
nido y tiene aún ~n. excepción en la quo fue Santafé y
hoy so llama Bogot:l. l.Js posible que el carácter pacífico
y dócil de los habitantes de esta altiplanicie haya contri-
buido en mucho parn hhcer de ellos una especie de ma-
teria plástica como cera, que recibe la impresión do h
último que se le graba dejando desaparecer la anterior
1ruagen ljle existía en ella.

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Ilaslu el nño cle 1\J JD, época en que puede decir~e
empezó ]a transformación política y social do calo p:.ís,
se vi\'b en plena <.~olonio. Es cierto que no había 1Yuet.10
lleino de G·ranada, ni l"'i1·r y ni Oiilo7·es,· pero si hubiern
vuelto alguno de los qne emigrnron ol año de 1 19 des-
pués de In batalla de Boyncú, uo habría encontrado cam·
bio en la ciudad, fuera de la df!strucción de los escudos
de las armas real os; la erección ele la estatua del Lil>ct·tn-
dor; la ¡Jrolongnción del atrio de la Oaledral, y In tl'asla-
ción del Mollo de la ]Jifa, con In piln mi::ma, de In pl:!za
mnyot· á ln plazuela do an Onrlo:, do donde, en dofiuiti-
Ya, se le ha confinado nl ~1u eo _·ncioual, como objeto
íl rq neológic('.

Para llenar ol fin que nL hemos propuc to eu es·


tus relatos, on . . nyarcmos Jn COllll>uraci/ ele algunos de
Jo netos que mús interesan á la sociedad cuaudo se trota
de diversiones, v.gr., de un buile.
I~n Santnfó se vivía mouesLa poro confm·lablemcnte.
Las casas eran de un solo pi o, en lo general; todos los
piezas estabon esteradas, porque el lujo de ln aJfmnbra
sólo se conocía en lns iglesias, en donde uúu se consor-
Ynn Yestigios de tapices descoloridos, y de tanto cuo-
po, como dicon los comercianlcs, que parecen colchones.
El mobiliario da las sulas no podín ser mús mocle~to: ca..
nopés de dos brazos en forma de S, sin resortes, y forra-
dos onfilipicldn <le J1iu?·cia (hoy tripe); mesitas de nogal,
estilo de IJuis xv, en q uo se ponínn floro ros do yeso
bronceado, con frubs imitad na de los colores nuturn1es.
estatuas de la misma materia, representación de la oche'
y el Día, con un candelero en la mano; cajones del :r¡no
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Dios, de N uestrn Señora de los Dolores ó de algún san·
to, llenos de todas las chucherías y baratijas imaginables;
taburetes de cuero con espaldar pintado de colores abi-
garrados. En los rincones se colocaban pirt1mides de pa.
payas, que embal&amaban la atmósfera con su aroma, y
ahuyentaban las pulgas; vitelas en las paredes (hoy cua-
dros ó láminas) de asuntos mitológicos ó episodios de la
historia de IIernán Cortés, do! descubrimiento del N u evo
.1\Iundo, etc. etc. La arniia de cristal suspendida del cielo
raso era un lujo que pocos gastaban. Hablamos de la
generalidad de l~s casas, porque,, en puridad de ver-
dad, declaramos que había excepciones; poro las tales
cargaban con. la re~ponsabilid~u.I, no solidaria, de pagar
las consecuencias de la especialidad qoo usaban, como
más adelante diremos ...
En la época á que nos referimos, toJo sarao, bai...
Jo ó tertulia, tenía, lo mismo que las comedias, tres
actos quo podemos clasificar así :
l. 0 Prepara ti vos;
2. 0 Ejecución, y
3.° Consecuencias.
El cumpl<.~años do un miembro de la familia, un
matrimonio, ó el l'"utizo de un niño, se celebraba o/i_
ciabaente según las proporciones de cada cual, con unn
fiesta COID prendida dentro ue
alguna de las tros clase S
enunciadns, esto sin ccntar las constantes reuniones de
con;ianza, ó días do recibo, que tenían lugar cada serna-
na en la~ cttsas de las familias que tenían en su seno
muchachas festivas y espirituales. Entonces no había
crarito3. ni en las botellerías so vendfn hranrly ó n.iAnjo~

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(bebidas que se creían buenas sólo para el gaznat' de
los ingleses); pero en cambio nuestros jóvenes pasaxm
]as noches en diversiones honestas, gozaban de ina te-
rabie salud, y contraían los hábitos de cultura y gen·
tileza que hicieron del cachaco un tipo encantador.
Fijado el día para Ja fiesta se enviaba con la vieja
sirvienta un recado concebido poco más ó menos en los
términos aiguientes:
"Recado manda á sv,mercé mi señá 1\fercedes y mi
amo Pedro: que el día de su santo los esperan por la no-
che con las niñas y los niños, sin falta. Que le mande
8umercé los canapés, las sillas, los cundeleros, los flore-
ros de la sala (á cada familia se le pedía lo que hacía
falta, pues por lo regular nadie tenía más d~ lo estric-
tamente necesario). Qa6 aquí vendrá mi amo Pedro á.
convidados, y que manden las niñas para que les ayndan."
Si el baile tenía mayores proporciones de las ordi-
narias, la ciudud tomaba el aspecto de un hormigaero
cuyo hogar era In casa de la fi p,sta, adonde converg ían
por distintas direcciones todo3 los muebles, servicios de
·loza y vajillas de plata de piña de los invitados.
Téngase en cuenta que hasta el ~tilo de 1862 la
ciudad era un pueblo grande, y que la gente acomodada
no se aventuraba á vivir fuera del perímetro comprendli-
do dentro de ]os ex-ríos San Francisco y San Agustín,
La Candelaria y el puente de San V ictorino, sah·o com-
tadas excepciones.
Las piezas de la casa que duban al frente de ]a c!llle,
.)
'o quo hoy, o urregl lban p r 1
al se cubda oo n percalin l a evi

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porque loE~ cristales no estaban al alcance de todos los
santafereño!i!. Las alcobas de la casa se preparaban con-
venientemente, y en las camas, de estilo inglés con
colgaduras de damasco, se exhibían los tendi.:los, que
eran colchas de seda de la India, ú otraq, bordadas
por lns niñas en la escuela, y almoh:vlns adornadas con
encaJeS de bolillos y tnmbadillo. Sobre una cómoda
de caoba lucían el crucifijo, hecho en Quito, acompaña-
do de alguna imngen de la Virgen y de las efigies de
los Santos de la devoción de la familia.
El comedor se ocnpaba. con una so! a mesa, on qae
campeaban las exquisitas colaciones y dulc~s hechos en
la casa, m 1nibus angel.orum, pues se consideraba como
una profmnción del hogar hacer uso <le alimentos pre·
parados fuera de él, y con mayor razón en tales circuns-
tancias. En materia dA flores, preciso es confesarlo, era
muy reducido el número de las que se conocían, porque
ni aún se sospechaba la inmensa riqueza y variedad de
la florn coolombiana; las rosas de Castilla que hoy sólo
se usan para hacer colirios, los claveles sencillos y las
clavellinas, las fl mavolas, espuelas de galán sencillo, pa .
jat•itos, flo1· ele raso, varitas de San .José (pa rásitas de
Guadalupe), azucenas blancas, y algunas pocas especies
más, constituían el elemento principal de un adorno que
hoy alcanza proporciones gigantescas.
ErHonces se creía que para calmar la agitación qne
prod uco el baile debínn tomarse bebidas frescas; como
consecuencia do esa opinión se ostentaban sohre la mesa
~ el comedor, b tellones de vidrio repletos de horchatn de
'o i (las n1mcndras eran muy caras), agua de mo-

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ras, naranjada, limonada y aloja (especie de cerve~a


dulce aromatizada con clavo y nuez moscada), todos co-
ronados Je rnrnilletitos de claveles de diversos colores.
L1s muchachas, á la inversa de lo qne hoy sncede,
consultaban entre ellas la manera como irü~n á In fiesta, y
las amigas íntimas se consideraban obligadas á vestirse de
una misma manera como prueba de mutuo cariño. Los
trajes de las se-ñoritas eran de ~linón, mu~elina ó lanilla
met.lianamente descotados, siguiendo aquel precepto do
no tan calvo qne. se vean lo.'3 seso3; por toda joya llevaban
un par de aretes en las oraj:1s 7 rnedalloncito pendiente de
una cinta en el cuello, en ocasiones pulsera'! de oro sin
pedrería; en la cabeza alguna flor, y, en vez de gaantet~,
mitones de seda bordados sobro el nnverso de la mano.
Lns señoras casa(l\s, queremos tlecir las e11t1·adas en
edad, iban vestitlas con traje oscuro y pañolón de lana
prendido on el pecho con grueso broche de oro, la en-:
beza cubierta con pañuelo de seda, dojando vor sobre la-:;
sienes roscas de pelo aprisionadas con peinetas, los doclos
de las manos empedrados de sortijas, y pendientes de
las orejas, gruesos y pesados zarcillos, que á veces vn-
Jínn un tesoro, y eólo se sacaban á luz en los <.lías da
pontifical.
Los jóvenes vestían levita; por corbata un pañuelo
de seda envuelto en el cnello formando al frente nn
enorme lazo sin dejar asomar el de In camisa; no so
usaban guantes de cabrittlla sino ele ~etla; pero F. e ~:ou­
sidemba como falta de educación presentar In mano en-
guantada á una señora. Los taita.<t y solterones u sabnn
casaca de punta de diama11te, prenda de ver,, .do que se r

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vía por lo general para tres ó cuatro generaciones. In·
distintamente llevaban gruesa cadena de oro, ó tlos pen·
dientes que terminaban on sello'l sostenidos en el bolsillo
del chaleco por enorme reloj.
A lns siete tle la noche empezaban á llegar los invi·
tados. Si entre éstos iba una familia, se componía del
siguiente personal: padre, madre, hijos, niños, el perro
ralungo, y las sirvientas que tJonducían el farol, los abri-
gos y la llave de la p11erta de la casn, llave CJUe por sus
dimensiones podía servir de arma ofensiva y defonsiva en
cnao necesario. Las abuelas (nombre que se daba ti la~ ma-
m.ás de las nil1~s ), se colocaban en los asientos me·
jor situados en la sala, teniendo muy cerca. de sí á lae
muchachas: y celándolas con ojos de Argos; los hom-
bres se quedaban en la puerta de la sala esperando el
toque del redoblante, momento propicio para btulcar pa-
reja, porque era desconocitla la costumbre ele anticipar
compromisos. L'ls sirvientas se acomodaban on los co-
rredores acechando la hora del ambigú para sacar vien-
tre de mal año.
El t·aha colombiano y la contradanza española cons·
tiluínn el repertorio de los danzantes. El colombinno
•era un vals que se componía. de Jos partes: la primera,
muy acompasadn, se bailaba tomándose las pnrejas las
¡puntas de lo3 deuos y haciendo posturas ncadémi-
cons; la af'gnndn, 6 capucltinada, convertía á los danzantes
ron verdaderos energúmenos 6 poseídos; toda extrava-
~ancin ó znpnteo en ese neto se conBideraba como el non
¡plu., u.llra del btvm gusto en el arte de Terpsícore.
!;a nomenclatura de Ja música de los valses denota.

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ha alegría, corno El Triquit'raque, Aqui te espe1·o, Vit•a
López, El Cachaco, El Capotico; la de las contradanzas
era trágica, como La puñalada, La desespe1·ación, La
mue1·te de lr.lutis, etc.
El arreglo y dispo3ición de una con.t?·adanza exigía
conocimientos estratégicos de primer orJen; el General
S.mtander era muy fuerte en este ramo, y probablemen-
te tal fue la razón para que, á las contradam.as obligadas
6 de figuras complicatlas, se las llamara santandereanas.
Apenas sonaba el redoblante se apresuraban Jos galanes á
tomar su pareja, situúndola convenientemente, es decir,
próxim~ ú la caúe::a, si eran duchos en la materia, 6
hacia la cola, si eran chambones, pues so consideraba
como falta grave equivocarse al bailar la contradanza.
En toda la extensión de la s~la so formaban, de un
Jado las señoras y del otro loR hombrt>s, frente á su
respectiva pareja. El que poní:l la contratlanza, pot· 10
general persona de respeto, daba á los tlnnzantes las ór-
denes é instrucciones conducentes á la buena ejecución
del plan de operaciones, y al grito tle á una, empezaba el
enredo que consistía en hacer y dMhacer cadenetas,
tspejo3, alas a1•riúa, alas abajo, 1noliuetes, etc; en una pa-
labra, durante dos ó más horas tle tiempo se entretenían
tejiendo la tela de Penélope; el pináculo de la contra-
danza consistía en que, en cierto momento, los hombres
de un lado y las señores del frente, so nproxtmaran en-
trelazudos forman O wO m

Esta clase de baile <'Ta .. e


que la. oll(' pod1·id e pu l • "'r-.:n ::¡ t seno tou
88 de elementos; u· se de quitn un todos ) tod

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forzarJ~ ayuno de baile cuando éste provenía de pavorosa
antigüedad en la fe de bautismo.
Hacia la media noche se juntub~n los viejos y vie·
jas, y á las cnllun<.lAs se encnminnbnn nl comedor; de
paso llamaban á la falange d~ sirvientes y muchachos
que habían llevado al baile, y arrellanándose en sus
nsientos comenzaban tremendo ataque á la mesa y soe
adherencias. Lo que entonces pasaba á contentamiento
oniYersal, pues era la costumbre, sólo puede comparareeá
la caída de la langosta en una labranza de maíz, ó á lo me-
rodeo del campo de bntnlla en donde todo es res 1t?tllius.
Previamente, coloctíbnnse los concurrentes el pn.üuelo ex-
tendido 3obre el regazo, y allí caía toJo lo que estaba al
nlcnnco de sus manos; las '3irvientas y muchachos ibnn
provistos de alforjas á cuyo fondo pasaban intuctas las
mtljores viandas. Asf•guraun In retngunnlia, proseguían
comiendo tranquilamonte, mientras que los jóvenes arre-
glnbnn sus asuntos pnrticulnre:::, aprovechando el mo-
mento en ·qno las abuelas Sb so!az;ii.Hln en In mesa, sin
otro pen~amiento qu~ el de dar término al saqueo em-
prendido.
A1 fin sa acordaban los primeros ocupantes Je In
ruesn, Jo qne otros también desf'nrí.m tomar algt'm refri-
gerio, y so levnntaban echar,do miradas couieio~ns á lo que
nún c¡nP(labn. fl.eparndo el ambigú, le toc<~ha su turno
á las señoritas, y de lo qne éstas dejaban, comían los gn-
lancs. En cnanto tÍ la nn'¡~:dcn, quo conc:Ltía en nn cln·
rinete, no flnn ." un trombón bnjo, rcdohl:mte, bombo
y platillos, que t:-r~sa .· "'t :b~n tÍ toda la vecindad, los eje·
e d 1b:l r:. ¿,. Valmr.i11.

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'fcrminntlo el ambigú entraba la clcscomposición ó,
m~jor dicho, se acordaban las abuela3 do que f.ra tarde,
es decir, temprano del siguiente día, y no hnbfa poder
humnno que las contuvic~ra: los galanes no desperdicia-
ban la ocasión de acompañar 3 suq cre!ltas, nombro que
daban á las que pretendían, y el dueño de In cnsa
quedaba muy gozoso de ,1ue todos SA hubieran di-
vertido ó sta modo, sin prP.ocuparse de los daños CRnSft-
clos, porque entonces no pagaba el monigote quien lo te·
n{a sino quien lo daba á pré.otamo.
Al día siguiente la crónica referfa qne en el baile de
la noche anterior se habínn cotl'lprometitlo unns cn:mtn!
parPjas para unirse próximamente con el entonces suave
!JU[JO del matrimonio. Un clestinillo con Yeinticinco pe-
ftOS de IÍ ocho décimos por me~, y las pocas exigencias

do la novia, animt1bnn, sí soñor, nnimnban á los jóvenes


ú tornar estado, teniendo á sn favor el noventa y cinco
por ciento de las probabilidades. Las mnchachns des-
pués tlel Farno, guardaban cuiJatlosamentc sus modestos
trajes para usarlos en la pr6xima fiesta, porc¡uo encon-
tro.ban mny racional usar un mismo vestido An tanto qne
no estuviera deteriorado. F.: n una pa labrn, el recuerdo de
aquellas cli\'ersiones dojaba en totlos gratas irnpre~iones
y, más que todo, deseos y posibles pnm repetirlos•
¡Tiempos que fueron I

JI

L·1 regulari7.ación clol servicio do v:wores en el rfo


:Magdalena y el e:-ta.blecimionto de lo~ v tpores parl'tells
de In Mala Real, de9pertaron en lo9 s:mlafer~iío~ ncorno-

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dados el deseo do ir n Europa y á loe; E~tados U nidos.


Un viaje al Extranjero en otros tiornpos era empre-
sa Jigna de Gonzalo Jiménez de Qnesacla ó de Bolalcá-
zar. Tres meses se empleaban en ir de Bogotá á Sout-
hnmpton y seis on regresar, y era menester servirse
de mulas en el trayecto do esta ciudacl á Honda; de
champanes, de Honda á Santamart'\ ó Cartagena, y de
buquPs do velu, en el mar. U na calma chiJha ó vien-
tos contrarios, demo raban sl viaje á veces hasta un aiío, y
no era C'lSO rnro 1a. arribada forzoea á países no compren-
didos en el itinerario propues~o, lo quP, entre otros resul-
tados, producía en la familin del vinjoro una situación de
angustia indescriptible, por la ignorancia de la suerte q ne
hubiera corrido aquél. Al fin llegaba el deseado término
de tan dilatada peregrinación, y el dfn menos esperado se
aparecía el viajero, sin dar previo aviso, porque no babín
otro medio do comunicnci6n fuera dol corren, que lle-
gaba infaliblemente deRpues de que el interesado estaba
ya descansando en su (;asa.
Aunque algunos de los que viajaban n Europa ee
iban lJalíles y volvían petacas, como sucede en la actuali-
dad, los que nprovc3chaban su tiemr>o traían al pl\ÍS cono·
cimientos útilco} hábitos de cultura y buen gusto que
fueron implnntnndo lontument.a, ayudados por ln escogi-
da inmigración inglesa que de los años de 18:25 ó. 18() O
vino á esta ciudad.
La famosa Compafíía dramática de Furnier, b me-
jor que ha venido al país, contaba en su seno á la brillan-
tEJ pareja de baile español, compuesta de los hermanos
Paqaitn y Mngín Casanova. Era la primera una precivsa

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muchacha de diez y ocho años, que volvió locos á más de
cnatro, y el segundo, un joven de veintiún años, bello como
Apolo. Paquita.enseñab:t á bai!ar á las señoritas y Magín
il los caballeros, para lo cual sa reunían dos veces cada se
mana en la caaa de alguna de las discípulas. De esa época
data la intro.luccióo en nuestros bailes ele la polka, del
valse de Strauss, do la mazurka, schottit!ch, cracoviana,
cuadrilla y lancervs, y la proacripción de la contradanza
y el colombiano.
Lo:~ distinguidos y benévolos extranjeros, señores
Patricio \Vilson, TomÁs Fallon, Leopoldo y Daniel
Schloss, Tomús Reeu, Roberto Bnncb, Enrique Cross,
Maximiliano Constantino, Enriqud l'rice, Lucio Davo-
ren, Dundas Logno, Nol~on Bonitto, Guillermo Wils,
Dllniel F. O'Lenry, Powles, Alejandro Lindig y otroP,
cnyos nombres no recoruamos, asociados con los señores
José Caicedo Rojas, José Vicente l\Iartínez, l\Iannel An-
tonio ( !ordobé'l, Joaquín Guarín, Carlos Mer:~, ~f:muel
José ParJo, Demetdo y Temístocles Paredes, Domingo
l\faldonndo, André:i Santamaría, Marco de Urbino, Ra-
f,,el Elíseo Santander y algunos mús, fundaron en esta
capital la famosa Sncitda(l Filarmónica, que contó en sn
seno lo mAs selecto de nuestra sociodad. Había en
ella miembros activos, honorarios y contribuyentes de
nmbos sexos: los primeros eran los ejecutantes; los
segundoq, eran los altos funcionarios civiles y milita-
r€'s, el Uuel'po Diplomático y los eclesiásticos; y los úl-
timos, la'3 personns que tenían ltOnrosa po~ición social,
pngaban diez pesos por derecho de entrada y un peso
mensual de cotización.

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'
-13-
Se daba un c:oncierto cada mee, cuyo programa
constaba de dos partes: la pri mP-ra, de una obertura á
granue orquesta, tr·es piezas de piano, canto y violín, y
cuadrillas por la or 1uesta; y la segunda sólo Ee diferen·
ciaba en que concl u ía con \·alses de Strauss. En la or-
questa tornaban puesto lo3 caballeros que tocaban algún
instrumento, acompañados por profesores notables como
Juan Antonio de Ve lasco, que era. el decano, y que
perteneció á la banda de música del batallón eRpañol
Numancia; los Hortúas, José Gonzáloz, Rodríguez (el
Piring-:> ), Eladio O mcino y Félix Rey, que nún vive y
toca lr, trompa en una de las banuas del ejército, y mu-
chos más qtle no podemos t·ecordar. Todos oran pobrísi-
mos; pero se imponían el deber do tocar sin remunera-
c ' ón l. ... ~.;1 .. au, qt¡Q 'o tr tnbl oo n ca:·í" o, y po·· fo.
tl d .. b nn g l rdriger10 d a~ ués dol
e nJ ich,

os, 50
so

c1r su do
o do e 1 ura y m tDe
n uu ~lublico compu s o do

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-14-
un personal escogido, porque no se venuínn bolelas pan
entrar á Jog conciertos, sino que se repartían á los socios
y éstos debían ser individuos d~ una conducta intacha-
ble. ~1 hecho de asistir á esos conciertos el gran Arzo.
hispo 1\losq uera, da la prueba. de la merecida respeta-
bilidad que alcanzó la sociedad. En una sola ocasión se;
presentó nna señora casada, que de soltera había dadv
lugar á ciertas habladurías más 6 menos me recidas, y er1
el momento, sin escándalo, le advirtió el Presidente que
el co.1ciorto no empezaría h!.lsta que ella saliera del salón,
como en efecto Jo hizo. ¡ Felices tiempos l
Las reuniones p~::~riódicas de familia ó tertulias, tu-
Yieroo principio hacia el año de 1849-c01'l'ff1Ída s y au-
mentadas-por haberse iotrotlucido en ellas los usos de
hq dA ig nal clase de París y Loudres. El mobiliario eru-
pezo a refom1a e ) cambiarso p r tr to
en que so ou ban npes y m d
butld03 1· nc os del e ... t lo d prime

)
l

u e J

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-15-
modos tenedores de metal blanco, y se carnuió el servicio ...
Jo mesa, que era un verdadero muestrario de la cerámi-
ca de todas las fábricns del mundo, reponiéndolo co n
otros de porcelana. Je Sevres ó de loza Je pedernal. Jic,y
figuran como trofeos de guerra suspen<.li<.los en las pare-
des de los salones, ó montados en uronce, los restos do
esos antignos servicios de porcelana <.le la Ohioa ó loza
le 1 Japón, que nuestros antepa.,tH.los mirabun poeo m:!s ó
meno::1 .
Se presentaban ya los albure:; <.le la nueva chrili·
zución qu~ poco á poco se fue infiltruu<.lo en nuestrvs
costumbre!5, corrigiendo ó retoc~ndo la.B que here<.la-
mo~ <.le nuestros abuelos pero siH alzarse con el smdo
y la limosna, como sucede en ln actualitlad, queremos
decir, trutún<.lolas como ú !JUÍS conqui~tn<.Io, al que no
FO le deja ni ol recuerdo de su anterior existencia.
f•)n efecto, Loy repudiamos lus hheuos usos antiguos que
~wcían el e Santaf6 uua m0rarL deliciosa sin pretensio-
'\1es á rivalizar con lus más opulentas ciudades del mun -
do : por t'l camino que ha tomado Bogott1, va á suceder-
le lo qne á la rana que quiso equipararse al buey.
Una simple invitación ó. los jefes de fami lia y á l:1s
señoritas y jóvenes ern suficiente para que, sin otro trnjo
qne el conecto y elegante que llentbau durante el día,
so presentaran á las ocLo de la noche en la cnsa rlo la
rennión.
Es cosa particular que á me<.liJa que se van rC'finau-
do y "'nercantili::ando el gusto y las CObLumbres, el afo·
rismo time ú mone!J pierda su ftterza y aplicación en
asuntos de diversiones.

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¿Qué dirían hoy y qué harían con los invitados
que se presentaran en un baile antes de las diez de la
noche? ¡Y sin embargo, deb!erR ser á. la inversa para no
despertliciar los minutos de un tiempo que cuesta tan
c.uo!
Si la reunión era de familia, no habl'a otra música
que In del piano tocatlo indistintamente por los invita ..
u os; si tenía may oros proporcionaR, so bai laba al són de
la música ejecutaua por un cuarteto compuesto de dos
violines; violonce ll o y corneta pistón, acompañados con
ol piano; se bailaba. ameni zando los intcrmed ivs de re-
poso con el canto 1 ,., a g 1na ü e o con
tro1.os de rnú~ i ca
porque é ::-tos t
Ülll importantu rnm

A las doce d oma-


dor, en un'l m sa 1.H L1 ..1 con xqu it s e 1
vc~cs, en poca c·mf d d,
joven tomaba u p rl'j } un
homhre y una ñ on
ese trato fran co pnra
estimar y com p ..
nes pueden ll e
blc. 'l'erminad e pnrn rEJmatnr
la. fi esta con el nlegre tllón p ro n" de d pedir
se duba ú libar o1 1arnoso p onclte cnliente, confeccionado
por los concurrentes YoLc ranos en la rnatorin. l~utro tra-
go y trr~go se cambiaban las promcsns solemnes do con-
currir n In. próxima reunión, y contentos y satisfecho&,
salían tocios y todas pre~a viclos por el ponc:ltc contra

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-17-
nn constipado y hábiles para continuar al día siguiente
las faenas de la vida.
Tal era el modelo de las fiestas de familia con que
obsequiaban á sus amigos, una vez en cadr~ semana, laa
admirables matronas Soledad Soublette de O'Leary,
Ana Rebolledo de Pombo, Paula Fajardo de Cheyne,
Natalia Lozano de Argáez, Agustina l\Ioure de Cardo..
bés, 1\Iagdalena Rovira de Santamaría, 1\Iaría Regla Im-
brech de Herrera, Manuela Sáenz do Montoya, Jacinta
Tobar de Umaña, Teresa Rivas de Castillo, Joaquina
Cordobés de Tanco, y tantas otras cuyos nombres
DO recordamos. Parodiando á Cervantes, puede decir-
se que en esas reuniones, todo delicado gusto, distin-
guidas maneras, elegancia, cultura y buen humor, te-
nían su asiento: aquella fue, á no dudarlo, la edad dt
oro, do la naciente Bogotá •
. Pero no se crea que á las tertulias á que Dos he-
mos referido quedaban reducidas las diversiones de
entonces.
Las novenas de la Concepción y del Aguinaldo se
celebraban bailando en todas partos después do rezarlas,
y la N ochebnena se pasaba bailando dosde las ocho has-
ta las once y motlia de la noche, hora en que so asistía
á la misa del gallo al templo mús CElrcano, y se volvía á.
continuar el baile hasta que el sol daba en la cara.
Esa era 1a época do lns empanadas, tamales, ojiacos, bn-
fiuelos, encurtidos y demás golosinas suculontns, que
deleitaban á ricos y pobres, aruéu dol diluvio de bai-
ios de menor cuantía ó parrnndns bulliciosas, en qne
2

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se divertían al són de guitarras los festivos moradores
de los entonces tres barrios de la ciudad, que no men·
cionamos por sus nombres para que no se nos c.liga que
personificamos las cuestiones.
:Mucho se ha escrito, se escribe y se escribirá en
pro y en contra del baile; pero es lo cierto que los par-
tidarios del contra !tan arado en el mm·, incluso el mis-
mo Pereda en su famoso artículo FISIOLOGÍA DEI.. BAr-
LE. Nosotros, que esblmos muy lejos de la pretensión
de corregir la plana á tan notabla ingenio ni á ningún
otro, nos permitiremos algunas ligeras reflexiones sobre
esta materia, con el derecho que tiene la diminuta hor-
miga para oponerse al corpulento elefante que puede
aplastarla.
El baile es tan antiguo como !a npnrición de la
raia humana sobre el planeta qno habitamos. Es mns que
probable que al despertar Adán del sueiio misterioso y
encontrar á su compañera, bailaron de contento, sin
mtl.sica ni concurrencia que los oprimiera, y sin caer en
Ja cuenta de que Eva estaba 'má.s que descotada.'
Es posible que el deseo del baile tenga por causo.
eficiente la aspiración constante de nuestra alma de YO·
lar al infinito, y que, como no puede hacerlo por las
trabas de la materia, la obligue por brevísimos ínter·
valos á separarse de esta miserable ticrrn.
Las muchachas bailar¡ 7;or bailar, pm· no come>· pavo,
ó por cualquiera otra razón que nada tiene quo vor con
asuntos mortlles ó filosóficos.
Si se nos exigiera respuesta categórica sobre si ce

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bueno ó malo bailar, contestaríamos como lo hizo en el
examen un seminarista que en toda ocasión ensartaba la
palabra distingo. Fatigado el Obispo que lo examinaba
con tan extrnña manera de argumentar, le preguntó si
se podía bautizar con caldo: distingo, le respondió nues-
tro polemista: con el que toma Su Seíioría, no; con el
que nos dan en el Seminario, sí.
Bailar moderadamente, consultando !as convenien-
cias sociales, sin olvidar el respeto debido á una señorita,
que en esos momentos se confía ó. nuestra bidnlgnía, ea
bueno; bailar oprimiendo la pareja como hace el boa
constrictor que ahoga la gncela que va á devorar, ó
hacer del bailo un acto de preparación para comulgar al
día sigui en le, os malo.
Terminaremos eatos mal zurcidos recuerdos con la
relación de los bailes que, por su importancia y esplen-
dor hicieron época on esta cindad.
Antes del memorable 25 de Septiem.bre de 1828 dio
un baile ol Libertador, ou el palacio de San Carlos, que te-
nía~ entonces la misma distribución que hoy. Bolívar se
presentó vestido con gran uniformo militar, rodeado de
loa hombres más importantes <lo Colombb.
Entre el Cuerpo Diplomático y Consular presento
ae contaba ol Cónsul General de Holanda, M. ~tewart
Al sncn.r éste 6. batlur n una señorita, dejó ülla, como
era de costumbre, un frasquito qne contenía esencia
y ol abanico, sobre ol asiento que abandonaba; un joven
oficial Miranda, hijo del distinguido General del mismo
nombro, se sentó inadvert.idamento sobre tales prendas y

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rompió el frasquito; visto lo cual por el &efior Dan da.
Logan, le dijo en tono de burla: prevéngase para dar
cuenta de este agravio al C6nsul holandés. Miranda
contestó que no tenía miedo á. ese vejete, palabras qae
por desgracia oyó M. Stewart, y sin tener en cuenta
el sitio donde estaba, llen6 de improperios á :Miranda.
A la mañana siguiente envió Miranda al norteame-
ricano Coronel J ohnson, á pedir una explicación al ho-
landés, quien contestó que la daría por medio de las
armas.
Miranda pasó todo el día ejercitándose al tiro de
pistola en el solar de la casa contigua, hacia el sur, de la
que es hoy propiedad de D. José .Manuel :M arroquín, en-
tre otras razones, porque el belicoso Cónsul tenía re·
potación de ser muy dioatro en el manejo de las turnas, y
se aseguraba que en ocho duelos había dado buena cnen-
ta de todos sus adversarios.
Un día después, muy temprano, se dirigieron haci!t
el A.serrío, y á orillas del río Fucha, so batieron á vein-
te pasos de distancia. EL Cónsul vestía sombrero de
jipijapa con cinta de seda nt:'gra, levitón abrochado y
botas de campaña; 1\Iirnnda tenía cachucha de paú o y
medio uniforme militar. Tir6 primero M. Ste,-rart y la
bala quitó la cachucha á :Miranda; éste, que era tan
valiente como generoso, dijo á su contenclor que aún
era tiompu ele explicarse amigablemente; pero el furioso
holandés lo replicó diciéndole qne si no le hacía fuego
lo mataría como á un pe1·ro. Perdida toda esperanza de
avenimiento, dieron los testigos las voces acostumbra-

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das en estos lancee; al oírse la voz de tre8, Mirand• ten•
di6 el brazo y sin apuntar, disparó. El proyectil atravesó
la cinta negra y el sombrero sobre el centro del hueso
frontal de contrario, y se introdujo en la masa cerebral;
el doctor Ricardo Cheyne que estaba presente, en su cali-
dad de médico, exclamó al ver caar desplomado á Ste-
ward: ¡hombre muerto!
:Miranda se marchó inmediatamente al Extranjero,
y al Cónsul se le hicieron solemnes funerales en la 1] api·
lla del Sagrario, hoy parroquial de San Pedro, lo que
dio motivo para que el venerable sacerdote doctor Mar-
gullo, en el primer sermón que predicó después de aquel
trágico suceso, encareciera á los fieles que elevaran sus
oraciones al Todopoderoso, á fin de que la profanación
de ese templo no fuora causa de su ruina. El terremoto
de 1827 se encargó dol cumplimiento de aquel pro-
nóstico.
Terminadas las e:¡:equias se condujo el cadáver
al Hospicio de hom bre3, que era la parte del edifi-
cio situada al Occidente, despuéa de la iglesia, dejándolo
por algún tiempo en el zngoán, para que el pueblo lo
contemplara, y se le dio sepultura en la huerta dos
varaH hacia el norte de la puerta de la misma.

III

Los caballeros Cándido é Ignacio de la Torre, Si-


món de Herrero, Isidoro Laverde, Francisco E. Alva-
rez, Zoilo y Cecilio Cárdenas, Antonio Duque, 01uloa
Bonilto y algunos otros que por desgracia no recor-

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damos, obsequiaron á la sociedad bogotana, el seis da Eae..
ro de 1852, con un gran baile en la casa que hoy es pro-
piedad del seúor D. José l\Iaría U rd:meta, media cuadra
abajo de la Plaza de Bolívar.
Fue en esa bellísima reunión donde principió ó. in-
troducirse la costumbre c.lo arreglar tocador con objetos
da repuesto para las señoras qut' pudieran necesitarlos.
No los usaron.
Contribuyó á amenizar la fiesta la coincidencia de
que en ol almanaque calcnlado para ose nño por ol an-
ciano astrónomo D. Bonec.licto Domíngnez, se anunciaba
uu eclipse total de luna para d día siete del mismo mes, é.
la una do In mañana; pero los antiguos alumnos del Co-
legio Militar, entre quienes se contaban D. .Manuel
Ponce de León y D. I ndalol!io Lié vano, sostenían q uo t~l
fenómeno tendría lugar el día seis. U na tremenda coltetad"
en el Observatorio anunció el triunfo ele Jos nuevos ns-
trónomos, y todos los a3istentes al baile gozaron de ese
magnífico espectáculo no previsto en al programa.

La política do tolerancia é imparcialidad inicin<la y


sostenida durante iodo ol tiempo do la siempre bendeci-
da administración de 1\Iallarino, preparó los únimos pura
que todos los bogotanos, sin <.1i~tinciún de colores políti-
cos, celebrnran el aniversario de la Iudepondencin N a-
cional, onLro ott·as diversiones, con corridas de toros, cua-
drillas en la Plaza de Bolívar, y con un gran bailo de
fantas{a dado por los Constitucionales en los salones del

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Congreso, que entonces estaban situados on la localidad
del centro de los portales de IR Casa Consistorial. El sa-
lótl de la Cámara de Representantes se arrei~ló con grao
lujo y buen gusto pnm. bailar; el recinto del Senado se
destinó para comedor perm.anente, y los balcones que cir-
cundaban los salones, para las personas que no tomaban
parte activa en la fiesta.
A las nueve de la noche emp~znron á llegar los in-
vitados, vestido::! con trajes que represenbbll.n notables
pAr5onajes que existieron en siglos anteriores á nuestra
época. La entrada al salón de cada uno de nquéllos era
saludada por los que ocupaban las burras, con unn ealva
de aplausos. El entusiasmo subió do punto ctun~do so pre·
sentó vestida do Colegial del Rosal'io, con hopa, beca y
OOnete de C1Wl)'0 picos, COnduciendo Ue brazo Ó. UOa pri-
morosa manola, la espiritnal y gentil Elena Cordobés de
U ribe. Hasta las doce de la noche, consecuente con su
traje, b~iló con sus compañeras, pero después de esa
hora se eclipsó para reaparecer con un elegnnte vestido
de lí'tmsliberiana.
Todo fno completo, espléndida, en aquella inolvida-
hle fieotu: el ncaudulado :rvi. Gos~hen, miembro del Par-
lnmento ioglés y hoy 1\Iinistro tlel Tesoro en el Imperio
llritúuico, quien por asuntos purticularfJS vino en ese
tiempo á este pafs y asistió al baile, dijo con la franq ue-
za pe eu 1int· de los ingleses, que creía estar presenoiando
nn bailo tle corteJado por l:iU soberana; y on efecto nsÍ
.....
pudo calificarse, porque ú él asistió el Presidente de la
Repúblicn, acompañado del Ministerio, el Cuerpo Diplo-

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mático y Consular, los altos funcio,arios y los naciona-
les y extranjeros que por sn posición honoro ble po-
dían invitarse n una diversi6n que sirvió de medio
para estimar los grados de cultura y corrección en las
maneras, qne ya para esa época había alcan:;,:;ado esta
ciudad. El crepúsculo de aquel día llegó 6 sorpren.
der á los que nún bailaban á )as seis de la mañana,
para recordarles con muda elocuencia que todo tiene
fin on el mundo. Este fue el único sentimiento de
pesar que dejó la fiesta qua aún hoy recordamos con
orgullo.

El atío de 1860 regresó ú esta capital el Lli~tinguiclo


cuanto ilustrado caballero D. Nicolás Tnnco Armero,
después de prolongada ausencia de la patria: dio la
vuelta al mundo; viajó por la! Antillas, Estndos U ni-
dos, Europa, Africa y Asia, y permnnoeió algunos
-afios en la China y el Japón, enganchnnrlo súbditos
del Celeste imperio pam trnbajar en los ingenios de
caria de azúcar de la isla de Cuba.
Era el primer colombiano qne visitaba tan re01otos
como singulares países. Con el fin de celebrar el fausto
regreso, que para el sefior D. Mariano Tanco tenía ex-
cepcional importancia por el cariño qne profesaba IÍ su
hermano menor, con quien hizo las veces tle pacl ro solícito,
resolvió convidar á la sociedad bogotana á un baile que
dio en su casa de habitación, que es hoy propiedad
del se11or D. Alvaro U ribe, sita ,en la tercera calle Real

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6 dol Comercio. A las personas que conozcan esa cnaa,
lea parecerá un imposible creer en las maravillas que
&upieron y pudieron realizar allí el señor Tanco y su en·
cantadora esposa D." J onquina Cordobés.
Dal patio principal se formó un hermoso kiosko, cu-
bierto con pabellón de telas de linón que dej lban tras·
lucir uno de eaos cielos estrellados que sólo 8e ven en las
nltipl.anicies :lndinns. El piso se turegló tnn igual como
una mtjsn de bi !lar, cubierto con lona blanca, dt>jando en la
mitad una planta ele acacia cubierta de bombitas de cristal
iluminadas. Las paredes se cubrieron de espejos que repro-
ducían en intinitas vnrieuades el conjunto de esa fiesta de
hadas, proclnciondo !a ilusión más completa la colgadura
de flores naturales y plantas vivaa da todos los climas,
colocadas con tal arte, que parecía una inrn13nsa gruta
con miradores para "er un baile distinto u londequiera
que se fijara la vista. Los balcones de los corredores esta-
bnn ignalmente cubiertos de flores naturales y adorna-
dos con festones de bombitas de cristal iluminadas al es-
tilo veneciano.
En el ancho corredor alto se situó la orquesta di-
rigida por el profesor alemó.n Alejandro Liodig. Desde
los corredores laterales se gozaba de un espectó.culo
hermosísima é indescriptible.
Los salones que dan lÍ la calle se l'lrreglaron lujosa·
mente con mobiliario de los estilos de Luis :xrv y
Luit~ :xv, y n.llí se exhibieron las preciosidades que D.
NicoJág trajo de la China y de otros países que hnbía
recorrido. Aquello fue una positiva sorpresa para todoa

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y no se sabía qué admirar más: un solo ajedrez había
costado clos mil pesos en oro al atrevido viajero.
Las piezas laterales hacia el Norte, se convirtieron
en cantinas perrnanentes, en que se servían kda cla-
se de sorbetes, helados, té, café y chocolate, con sna
respecthras exquisitas colaciones; las situadas al Sur, se
destinaron para tocadores de las señoras, surtidos de todo
lo que pudieran necesitar; y las que mi tan al O riente,
sirvieron de comedores en que había mesas brillante-
mente iluminadus y provistas de cuanto exquisito y
raro pudiera imaginarse: todo preparado en la casa.
A las nueve de la noche empezaron n llegar los
invitados, desde el Presidente de la República, lo más
notable y florido de nuestra sociedad, así de naciona-
les como de extranjeros; las seiloras con magníficos tra-
jes de baile, y los cubalieros con el vestido do ordenanza
en tales reuniones. Pocos momentos despué:3 se dio
principio al baile con cuatro gmpos de cuadl'illas, uno
á cada lado del patio, quedando el árbol en el centro.
Los intermedios se amenizaron con trozos dd músi-
ca y de canto ojecuhdos por varias señoritas y algunos
artistas di&tinguidos de la óporn italiana.
A las once y media da la noche so r-brier on los co-
medores, y mieutras en ellos se deleitt~b:l el elem,ento ne·
gati.vo da todo b.1ilo, lo:~ tlanz'\ato3 se entraron á las pie-
zas destin·ldas al efecto y cambiaron el veS! ti do que te·
nían, por otro de frlnt!lsÍa. A una aaflal convenida de
antemano, la orquesta interrt1mpió ol momentáneo si-
lencio oon unas aleg res cuadrillas de Lanner, y como

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por encanto, tomó esa fiesta el aspecto más brillante
y fantástico imaginable. De :todas partes iban salien-
do personajes histórico~, entre quienes resultaban los
anacronismoa más curiosos : allí salían cogidos de bra-
zo, Felipe u con la Hija del Regimiento ; D. Juan
Tenorio, con Isabel la Católica; D . Pedro el Cruel, con
Norma; el Barbero de Sevilla, con Semíramis; Enri·
que nr, con una Varsoviana; Jacobo Molay, con Safo;
el Trovador, con una Aldeana suiza ; un Mandarín del
Celeste Imperio, con 1\laría Estuardo; Luis xv, con
una Aurora que dejó ciegos á los que se atrevieron~
mirarla de frente, y tantas y tantos otros más que no
podemos recordar. Imposible describir el entnsiasmo
producido por la aparición de aquellas parejas que dieron
otra fisonomía á la fiesta.
A las seis do la mañana, cuando ya el sol ceJoso de
que hubiera rnortales que ee divertiernn sin su concurso,
asomaba encima de Monserrnte, se dejó de bnilar para
emprender cada uno el camino do su casa, llamando la
atención de las gentes madrugadoras que se esc'lndali-
zabnn al encontrar disfrazados por las calles de la ciudad
á tales horr.s.
En ]a fiesta que acabamos de recordar y que hasta
hoy ninguna otra bn superado, se introdujo el adorno con
fl.ores:y plnutns de los salones y corredores de las casas.
Pero ya Santafé empezaba á su decrepitud, y oomo
no quisiera morir nün, se encargó de rematarla el cata-
clismo político de 18GO ú 1863 qne la devoró : sus fnne•
ralea, como los de Alejandro, fne ron !angrientoa I

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LOS COLEGIOS Y LOS ESTUDIANTES

II

NVIRTIENDO el orden de antigü~dad y


empozando por donde debiéramos acabar,
trataremos de hacer una relación de loa
usos, costumbres y necesidades estudian-
tiles de ogaño.
Desde que los ilustrados y desinteresado•
patriotas Lorenzo M. Lleras y Luis ]')!. Silve•-
tre establecieron por los años de 1846 y 1850
colegios de enseñanza secundaria y profesional, al eatilo
de los que de ignal clase habían visitado en los Estados
U nidos, vendiendo cuanto tenían para emplearlo en la
fundación y sostenimiento de las empresas que los arrni-
naron, empez6 á sentirse notable cambio en el rnodo de
ser de nuestros estudiantes.
El local del Colegio del Espíritu Snnto, el mismo
que hoy ocupa el Asilo de Niños Desamparados, fne
oonstruído por el doctor Lleras y en él recibieron edn-
cación muchos jóvenes que han figurado con lucimiento
en nuestra sociedad, entre otros, e! sabio Tria.na, Saniia-

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go, Felipe y Rafael Pérez, Arceaio Escobar, Ricardo1
José :Manuel y Luis Lleras, José María y Enrique Co r-
tés, Joaé ·María Quijano Otero, Lisímaco I~aaca , Gui ..
l lermo U ribe, Luis Bernol.
En el gran saló n de estudjo so nrrAgl6 con el ca ..
ráctet· de permanente, uu escenario ornamentado con
bellísimas decoraciones; nlli se representaban por los
alumnos piezas dramáticas, entre ellas el Jacoóo Molay,
en cinco netos y en VPrso, obra del precoz ingenio de
D. Santiago Pérez, de diez y ocho aüos de edad en-
tonces, que le mereci6 nn rucio estudio crítico del D.
n1arinno Ospinn.
El uniforme de los estudiantes era lujoso: frac y
pantalón de pnü.o azul oscuro y chaleco de piqué blanco,
todo con botonea do metal dorado, gu'\ntes blancos de
cabritilla, sombrero de copn; en cada solapa el frnc lleva-
ba una paloma bordada de plata. Sen tú bales muy bien á.
los jóvenes mayores; pero lo3 que aün eran niños seme-
jaban caricaturas do hombre. Siempre nos ha pareciclo del
peor gu~to apri:o;,ionar á los muchachos dentro de vesti-
dos incompatibles con su edad.
En la parte del con\""ento do franciscanog que hoy
forma 1a. prolongación de )a antigua calle do Flori;\o,
con los edificios construidos hacia el Occideute, resta-
bleció el sciíor D. Luis l\1. Silvestre el tradicional Cole-
gio do San Buenaventura. El uniformo era somej:mte
ni do los alumnos de la Univcrsiua<.l do Oxford: toga da
merino morado con Yuoltas ne~rus, sujeta ul cuello
con un cordón de soda dol mismo co1or, de donde pendía

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cruz griega ue plata; birrete de paño negro con borla
de seda, chaqueta y pantalón de pnño negro y guantes
blun~os de cabritilla.
El r6gimen interior del Colegio estribaba en esti..
mular á los jóvenes por el sendero del honor y de lne
nobles acciones. Los buenos resu ltados que dio eso siste-
ma so comprobaron con la particularidnd do que durnnte
nn semc5tre sólo hubo noce3idad de penar con encierro
ele pocas horns á un oshtdia.nte por falta do 'lS30 y pul-
critud en ol vestido. Allí so nos trat6 como ó. príncipes,
por t.ouos aspectos. En eso plantel so educaron Rómulo
Durán, Du!cey Patiño, Luis SegunJo, .Adolfo y Zoilo de
Sih•estro, Hicardo y Eustasio de La torro, Jorge I snncs,
Antonio J. Toro, Jenaro J\Ioya y Lt:cio Pombo.
El año uo l 856 fundó su colegio el inolvidable Befior
D. Bioardo Ca.rrnsquilla. con el objeto de proporcionar
educación t\ sus hijos, de acuerdo con las ideas r elig iosns
do sincero católico que siempre profesó: B ernardo lle-
rrera Hestropo, Arzobispo do Bogoh\, Ruperto lfefl'eira,
Carlos 1\iicholsen U., H.oborto Suárez, Onr1os, Uufnel y
Joaquín E. Tamnyo, Aquilino Niño, Manuel Vice nte
Umnñn, Ignncio Gntiérrez P., Enrique Argáez, Carlos
Mnrtínoz Silva, Francisco Montoya 1\i., Luis Th:L llerre-
rn, José l\fnnuel Res trepo S., Aristidcs V. Gutiél'rez,
Snntingo ~nmpor, Francisco Antonio Gutiérrez, Enri-
que Morales, 1\Ianuel J. de Cnicedo, y muchos mns quo
no recordamos, pero entre los cuales se encuentra una
de las lumbreras mús preciadas de nuestro clero, ol doc-
tor Rafael 1\I. Carrasquilln, dan la prueba do In bondnd

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de aquel plantel : los alumnos no uo;abnn uniforme, pero
vestían trnjes que estaban en relación con la fortuna de
las familias :í qua pertenecían.
Otro de !os e~tablecimientos de educación enh·e los
que dieron buenos frutos, fue el del señor D. Santiago
Pérez; de allí salieron Felipe Silva, Cornelio l\hnric¡ue,
Julio Barriga, Hu fino J. Cuervo, César Guzmán, Ale-
jandro Riveru, Diego Hafael de Guzmán y cien mús.
A~ i'c;;f.¡bll.!e;crso la U niversidRd Nauional en ] 868,
cambió por completo el modo de sor de nuo ~tros estu·
diantes. Se empezó por vestirlos corno á hombros serios,
tal vez para. comprobar el adagio do que el hábito no hace
al monje. A 1 principio, salvo algunas incorrecciones, todo
marchaba muy bien; ;pero á medida que las libérrim·ts
institucionos políticas Je esa época fueron calando, las
cosas pasaron de otro modo, y desde entonces puede de-
cirse que los jóvonos tomnron afición á la política, á ha-
cer malos versos, á perjurarse y renegar de su sangre
en las mesas electorales, á fumar cigarrillo, á beber bran-
d y, á frecuentar !os garitos y lns compañíns más q1te sos-
pechosas; á contradecir, por si~tema, el sentimiento reli-
gioso del país; ~í perorar en el cementerio, espetdndole al
muerto discursos brutaltnonte materialistas; tí armar ca·
morra todas las noches en In. Botella de Oro, ó en los
portnles, pouiendo en danza los revólvers, sin cuidarse
de los infelices trnnseúuto3 que por aquivocaci6n echaban
al otro mundo; á irrespetar ú las mnjores hasta el extre-
mo do obligarlas n omprender largo3 rodeos para librarse
dol escarnio al toner quo pasar por junto do ellos; y, lo

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-32-
que era má~ triste aún, á propornionnr á los boticarios
pingües gnnancias pur el enorrnA consumo de d1'oga.'l
mercuriales y otros ésprcfficos qno en <'astigo de sus peca-
dos lea propinaban las esc1llapios.
En vano clamaban los Rectores de los primeros es-
tablecimientos pt1blicos y la prew-n del país, pidiendn
nae~os rumbos en el ~istema de educaeión y severidad de
costumbres; pero nada se lograba l'c.rq•1•.\ ~" enreda de
medios legales para rf'primir el mal. La revolución polí-
tica de 1885 puso término á eQos esc~ndalos que nos
hacían aparPcer como bárbaros ante el mundo civilizado,
y en j nsticia, debe abonarse al Ilabn del actual orden
de cosas la extinción de aquellas insoportables zambras.
Reconocemos con ingenuidad que hubo honrosas
excepciones y que no todos los jóvenes seguían las mis·
mas extraviadas huellas; pero eso no se debía á la atmós-
fera guo los rodeaba P.ino al buen ejemplo que recibían
en ol seno de sus piadosas y cultas familias. La mayor
parte Je las víctimas que marchitaba aquel vendaba],
pertenecían á los estudiantes forasteros que venían á
ilustrm·se en la capital.
~}n la actualiua!l puede decirse que nuestro43 estu-
diantes son muy uur.nos muchachos: todos, cual más, cual
menos, visten con elegancia y buen gusto; pero van
adquiriendo húbilos de lujo que á ''eces los ponen en
oprieto,q, Se hacnn lustrar el cah:ndo por los bola-botín;
el lozo Je la corbata que llevan tiene todas las prClpor-
ciones de exquisito arte; el sombrero, guantes y junqui-
llo que usan, guardan entre si completa armonía; llevan

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reloj (prenda obligada), aunque sea de níquel, pero siem·
pre con cadena ó pendiente de oro ó de metal que lo pa-
rezca; frecuentan lns peluquerías de Gilcdo, Saunier ó
lluard para que les ltagan la capuZ y los afeiten, aun•
que sólo ostenten rubicundos cachetes con peluza de du-
razno; usan perfumes exquisitos, mancornas y prende-
dor de oro y pedrería, cuello, puños y pechera de la
camisa que aparentan ser porcelana; van á la ópera, i
parque de orquesta; á toros, á los puestos de sombra; en
los hoteles se hacen servir ostras, champagr..e 1\Ionopole,
y cigarros habanos de la ''Vuelta de abajo,', ó cigarri•
llos de La Oorona y La Legitimidad ; pa&ean en landeau,
porque la tranvía ec¡ nn a val garidad; montan con botas
de charol, casco pru.s:ano y en galápago de Camille, en
caballos que valen cuando menos$ 500; usan papel vitela
con monograma para su correspondencia; dejan tarjeta gra.
bada si no os tú. en casa la per.:wnaque van á visitar, y tienen
cuenta corriente, Cllando meno~, en r.lguno de los Bancos
do la cimlad. ¡ Qué buena vida si no hubiera infierno 1
Los estudiantes de anlaíío no parecían ni prójimos
de los do og..cño. 'l'odos eran cu .jsi mendigos, aun cuan•
do sus padres fueran ricos ó acomodados, porque se creía
prudente educar tí los jóvenes en rigurosa economía,
proviondo que, tardo 6 temprano, tendrían que apro-
vechar esas lecciones objetivas; se juzgnba que no
debía pecarse contra la caridad, creándoles á los mn·
cbacbos necesidades y haciendo de ellos ltombres feslina-
(los, que t\ pocas vueltas so iuuilan, ó para quienes la
vida viene ú. sor verdadero to1mcnto.
3

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En todas las casas había un cuarto que so l1amaba
de trastajos ( hoy guarda.. ropa), en que so archivaba,
entre otras cosas, la ropa usada de los habitantes pasn-
dos y presentes; e~ o era el parque de donde se pro-
veían de los elementos indispensables, no diremos para
vestir, sino para envolver la prole.
Los camisones viejos de zaraza desteñida, y los de-
más rezagos de la ropa blanca se transformaban en ca-
misas; los cal:ones de dril de tapabalazo se recortaban
á la medida del postulante, y si el crecimiento era pre-
coz, se les añadía lo necesario, 6 se le adjudicaban al
hermano menor. El mismo procedimiento se adoptaba
para la chaqueta y el chaleco, cuyas botonaduras eran de
hueso. Estas pren'"las del vestido so llevaban á cuerpo
limpio, porque los calzoncillos y n.c !ias eran superflui-
dades buenas sólo para las personas de respeto ; los cal-
zones se atacaban con un orillo de pa1iío, el que á
vacos, cuando había botones, dosempoña¡ba oficio de
calzonarias, y en cuanto al calzado, era do tres clases :
correspondían á la primera, los sui:os de cuero de soclte,
curtidos en Sogamoso, de color de quina, cosidos con
cabuya encerada como la usan los pirotécnicos, y se ata-
ban con cuero de lo mismo: se compraban por zJalito8,
como las papas, y por término medio cosinba de tre8 á
cuatro ·reales cadn par; á la aegundn, las babucltas tle ta-
filete azulado, curtido en el país y clavadas con estacas
de palo de naranjo ; y nla tercera, las alpargatas, asegu-
radas con ataderas Lechos por los presidiarios.
lnvariablemcnte estaban divorciados ol calzado con

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los pnntalones y éstos con el chaleco. Para defender la ca~
beza se u~ab somln·ero de pan: a clP burro (fieltro) hecho
por el maestro Paredes, con cartón de pasta de lana en~
doreciuu con un baño de ogua.-col.t bastante oliscosn, ba.
jos de copa y a iones, con cortMn de lana cenicienta, que
rornntabr. en borlna, y con nna faja de badana al rededor
de la parto interior de la copa para precaverlos de la
grasn del cabello. Algunos afeminados so procuraban
cachuch<lS de formas ueformes, fabrica•las con pieles de
?'ttnc!w, ?'CtlcSn ó :on·o; on bandolera llevaban la clu(ca 1 a de
enero curtitio ó de piel de gato, para gu·trdar y)levar los
libros y el recado de escribir.
Esa fignr~, estrafalaria quedaba Yelada de los hom-
bros para abajo, con el prehistórico y clá~:ico capote de
calamaco de lana, do cuadros escoceses de totlos lo3 colo-
reg. del arco iri!'!. Esta importantísima é indispensable
prenda princifJal del Yestido se componía do dos par-
tes : una hínicn que llegaba basta los tol>illos, abierta
por delante con agujeros laternles, como Jos do las
sutnnns de los antiguos clérigos, para sacar los bra-
zos cuando se cerraba ubotonúudoln, y 1a solapa, que
arrancclba por bajo do un cuello do felpa do lana
do color vi"o, y llegaba hasta las roc.lillns, todo fo ..
rrado en úayeta ele castilla <.lo color rojo, .llnal'illo, ver
de ó aznl celeste, sujeto sobro el pecho con broche do
cobro quo representaba cauezns de Joón cngnrzndns por
unn cndenit..1. En cnda extremo de la solapa so iutro.ln-
da una bala de plomo de á on:a, sonsaca.ua n los solda-
dos, mediante el pngo uo un cuartillo por cada ejemplar,

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balas que constituían la principal arma ofensiva del
estudiante. La tal solapa era muy aborrecida de las beatas
porque con ella les tumbaban los solapados el sombre-
ro de alta copa. Por último, el capote tenía dos bolsillos,
monumentales sobre los dos costados del pecho.
El primero constituía la despensa y farmacia de su
dueño : allí caían en fraternal consorcio, In longaniza
asada en la vela, los patacones y frito economizados en
el almuerzo, las panelitas de leche y las cuajadas, con
una que otra empanada ó tamal, pelechadQ en mer.1enda
ajena, y, en fin, el tradicional cabo de vela de sebo en-
vuelto en telas de cebolla colorada, como amuleto infali·
ble para amenguar los efectos de la fé1·ula ó del 'ramal.
En el otro bolsillo sa guardaban los ol.Jjetos de arte
como la coca, el trompo, la taba (huesito del cordero) y
el zumbador.
En los días feriados se eclipsaban el capote y la se-
más ropa de cua,·tel, para sacar ú lucir el vestido hecho
por sastre, y también con el fin de dar tiempo á la fami-
lia para arreglar los estragos causados en el traje du-
rante la semana. Los de familia más acomodada lleva-
ban debajo del capote, vestidos de pana de algodón ó
tripe inglés rayado, hediondo, y de color de escama de
culebra cascabel, botines de cuero de becerro teüido con
tinta especialísima que despedía un o1orcillo nada ape·
tecib1e, y sombrero de suaz"' ó cachucha do pano.
Se enseña ha aritmética, por U rculln; castellano,
por autor anónimo; francés, por Chantreau; psicología,
por J erusez; latín, por D. Antonio de N eh rija, y del

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mismo estilo eran los demás textos, todvs tan ininteligi-
bles, que, como dice el :M anco de Lepanto, ni Aristóteles
que resucitara les desentrañaría sentido. En la obra de
geografía que usábamos, cuyo autor no recordamos, se
leía en el año de gracia dt3 1846, lo siguiente :
«Santafé de Bogotá, capital de Colombia, situada
al pie de los nevados de Monserrate y Guadalupe, en
donde nacen los ctwdalosos ríos San Francisco y San
Agustín, atravesados por magníficos puentes; en su11
aguas se pescan ·nguillttS y C•.tpitanes. Todas las calles
están ~JI! • cc'rr.,t7t" .td empedradas y embaldosadas, y por
el centro de ellas corren t f l '>yoa de aguas pw·as y cris-
talinas.>)
¡ Lástima que nuetitro geógrafo no viniera á echar
las redes ó el anzu~lo en los caudalosos ríos para ver si
comía de lo que sacara I
El latín empezaba por el ?nusa, musce y la conjuga·
ción del verbo amo, a·mas, amaré J. pero se castigaba con
extrema severidad al que ponía en práctica el AMOR ó
alguno de sus derivados.
Los estudiantes tenían entre sí la más estrecha so-
lidaridad, y la menor infracción á. este re~pecto se cas-
tigaba sacudiendo los capotes sobre el delincuente,
lo que se llamaba dar t·apot,o.
Algunos 2h1·v. ·e.J ejecutaban atrevidas salidas clan-
destinas por rneuio de lcrws (cuerdas) llenos de nudos, á
fin de pouerse prender con m:is facilidad, operación lla-
mada ecJ,a¡• cu.leirilla, pnra la cual el autor principal ne-
cesitaba cómplices y auxiliadores.

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Fijados el día y In hora de noche oscura, se r:nre-
glaba la cama de los actores colocando sobre ella algo
que se pareciera al estudian te acostado; un extremo de
la cuerda se ama?"ral a á la ventana por donde se hacía
la evasi6n, y santiguándose cada cuál parn librarse de
todo mal y peliq1·o, se lanzaba al espacio, ni mns ni me-
nos que como las arañas se dejan caer de lo alto para
fabricar su red. Aquel á quien la suerte designaba
para bajar el primero, atesaba la cuerda para. que
los demás lo hicieran con menos peligro, y el í.ltimo
mono se ahogaba, queremos decir, se resignaba á recoger
la soga, guardándose para otra oportunidad. La falta
absoluta de alumbrado y setenos facilitaba la fuga;
pero eiempre se consideró esg, travesura como acción dis-
tinguida de val<'r, especialmente si tenía por teatro el
costado occidental del Colegio de San Bartolomé, por-
que el punto de partida era el aJtí.imo tejado, y el sitio
obligado para apoyar la culebrilla era alguna do lns ven-
tanas de las galerfas situadas sobre dicho tejaclo. La
vuelta al colegio era más fácil, y para ello se aprovecha-
ba la entrada á paso de los externos, n las sejs de )a
mañana: no faltaba capote amigo que cubriera los prv-
fugos al su~picaz portero.
Si el catedr:ítico era intransigente, se Ju jug1tban
como podían. En una ocasión, el de aritmética, tomó In
costumbre de burlarse de un patán petdid J que vesi ía
levitón do bayeta. ecuatoriana de color ca~tuño, y en
cada caso en que se ofrecía meaciona.do, docía : á ver, el
se!ior levita de rapé..•. •.•

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-39- "
Un día, al sentarse en su cátedra, empezó á bus·
mear, corno hacen los perros de cacería al descubrir la
pista del venado: atormentado con Jo que sentía, el des-
graciado exclllmÓ en tono lastimero: señores, el que ltaya
pisado puede sali1·se/ Todos acudimos presurosos á exa-
minarnos para ver si aprovechábamos tan intempes·
tivo asueto, pero no nos tocaban las generales,· desee·
perado el catedrático, que era un pobre padre de familia,
levantó de obra antes de tiempo, yéndose á su casa en
derechura.
Pal'ece qne levita de 'tapé fue el autor de aquel des-
aguisado, porque el maestro no volvió á llamarlo con tal
npoclo.
Los castigos, lo mismo que en los tiempos del tor-
mento, eran ordinarios 6 extraordinarios. Los ordinarios
consistían en ferulazos que se recibían en las palmas de la.
manos, con gnrbo y como diciendo, esto no es conmigo;
en encierro, diario ó nocturno, con cama ó sin eÚn, pero
siempre con el capote que la suplía. Los extraordinaria-
mente extraordinarios, se resolvían en el ramal ó la ex·
pulsión. Unt\ semana entera de pésimas ó faltas mayores
contra la moral ó buenas costumbres, dentro ó fuera del
colegio, se castigaban, lo primero con tres y lo último
con doce azotes.
Cuanuo el lunes decía el pasante en la clase: domi-
nuB Tiburtius 'Tipacoque pessimam declit, el n ombrado
echaba con uisi:nulo mano á b cartuchera; sacaba el con-
abido et.bo de vela de sebo envuelto en cebolla colorada,
:Y se daba presurosa frotación en las partes que ibnn á
q uc:dur uxpucstas á los asaltos del enemigo.

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El catedrático, con la misma solemnidad con que el
alto Magistrado dice: En nombre de la Re¡neblica y por
auto'ridad de la ley, pronunciaba la fatídica sentencia:
pase al rinc6n! En el acto dos estudiantes se quitaban
sus capotes, y con un tercero los extendían como cor·
tinas en uno de los ángulos de la clase: el reo se dirigía
al Jugar del suplicio implorando suavidad de manos
al pasante ejecutor. Yá en el recinto, sin ofender el
pudor de los alumnos, le desatacaban los calzones que
caían aobre los tobillos, exactamente como los de Stm-
cho Panza en la aventura de los batanes; un patán
robusto tomaba las manos de la víctima y se la colocaba
sobre las espaldas, al mismo tiempo que otros dos estu-
diantes le sujeta han los pies para evitar las ca briol as.
Preparadas así las cosas, sin alterarse y con santa
paciencia, el pasnnte dejaba ca~r el ''arnal, dando en el
blanco, metódica y concienzudamente; á cada lcscarga
respondía un ¡ayi y terminada la ejecucióo, volvían to-
dos á sus puestos para oír el discurso encomiuistico de
los azotes que al compungido ajusticiado ender(!;)zaba el
maestro. Se nos olvidaba decir que quien hucía Jlas veces
de c!irguero, corría dos peligros: el primero, recibir
algún ramalazo en las espaldas cuando el penad•o zafaba
el cue,.po, y el segundo la inundación que solía p roducir
la congoja del paciente.
Todos los años por la Cuaresma se daba á .os estu-
diantes un retiro espiritual durante tres días: Pllí era el
crujir· de dientes con In idea de tener que desembuchar
las verdes y las maduras.

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-4:1-
Como sucede en todos los ejercicios, el primer día
se encarec:a la conciencia; el segundo, se echaba á
todos al infierno, y el tercero, yá se dejaba esperanza de
salvación mediante confesión sincera y enmienda de
costumbres.
El examen de conciencia era de lo mús sencillo: se
juntaban los colegiales en algún sitio apartado, provistos
de papel y lápiz; un o leía en alta voz la lista de todos
los pecados cometidos y por cometer, y cada uno apun-
taba Jos que le correspondían.
Desde las doce del último día de ejercicios empeza-
ban á llegar aacerdotes á confesarnos. La proximidad
de nquo] acto, siempre imponente, y el temor natural
que en esos casos se apodera de los muchachos, influían
para qne hiciéramos esfuerzos con el fin de cerciorarnos
de que el confesor que eligiéramos era de Jos 1Inmados
de manga anclta. N os contábamos entro los que estaba u
en este caso por una aventura en que habíamos toma-
do, si 110 una parte activa, sf alguna de dudosa ortogra-
iío, por lo que la conciencia nos hacía ver en esos críti-
cos momentos nuestra culpa elevada á In quinta po-
tencia.
Un estudiante endiablado, conocido por el apodo de
'Turra, de esos que yá no son nifios y cuyo metal de voz
Semeja el graznido de los gansos, nos convidó á varios
cae/tifos el día de San Juan, para ir á bañarnos ó. Tun-
juo 'o, con Ja advertencia do que cada uno debía Jlevnr
algo de fiambre ó el dinerillo que pudiera: en esos tiem-
pos medio real de granada era un capital. Dejamos

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-42-
á guardar en una c!Liclter{a de los arrabt\les los capotes
y calz!ldo y emprendimos marcha en cuerpo y al pie
de la let1·a. 1\Iás acá de la Vuelta del Alto entrámos á
noa ca~ita de paja en que vivía una pobre mujer
que tenía de venta en la tienda, longaniza mohosa,
panes de á cuarto como guijarros, cuajadas agrias, reve-
nidos alfandoques, y conservas de cidra de las que se ha-
cen para aprovechar en los trapiches el agua con que se
lavan el cuerpo los peones enmelados .
Tun·a, haciendo la requisa de nuestros bolsillos,
extrnjo de ellos real y medio, incluso un cuartillo do leórv
algo sospechoso; compró con ese dinero long'lniza y pan'
y rogó luégo á la ventera que asara la primera sobre las
brasas de boiiiga que, por esos lados, es ünico combus-
tibie de los pobres.
Apenas hubo desaparecido Ja ventera, Tun·a saitó
el mostrador y se echó á los bolsillos unos cuantos al·
fanc.loques y conservas exclamanc.lo con aire de triunfo:
1nos salvamos, el dulce es mi fiambre! A poco volvió
la mujer y nos entregó el asado, satisfecha de la venta
extraordinaria que había heci1o y deseándonos buen
viaje.
Atendic.la la calidad y cantidad del hurto, creemos
que podríu. estimarse en siote y medio centavos, pnpel.
moneda. Proseguimos nuestro camino y después de dar-
nos un baño he lado en agun conagosa, devuramos los
come&tibles y regresamos á la ciudad, extraviándonos
por entre los potreros de Llano d e },[esa, n fin de evitar
el paso por el frente de la casn osnltada.

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-43-
Los actores de aquel melodrama nos comunicámos
la cuita que nos roía, y para proceder con acierto en
asunto tan grave, convino Turra en tantear vado con un
venerable y anciano roligioso canclelario que acababa de
entrar á la capilla: nada menos que el padre Achury·
En pocos minutos se confesó y al levantarse se vol-
vió hacia los que formábamos rueda esperando ef turno;
juntó los dedos de la mano derecha, los apro:xiruó á la
boca, é imprimiendo sobre ellos un ruidoso bc•so, excla-
mó: ¡ Supe1·ior !
No había terminado Tw·m la última eílaba cuando
nos precipitamos de rodillas ante el confesor, quien nos
envolvió en su manto echándonos los brazos: t omámos
esa actitud del padre corno una confirmación de lo nsogn-
rado por nuestro catador y empezamos la confesión
como debe hacerse, por lo mús gordo. Sin medir ol al-
cance de nuestras palabras, nos acusámos de robo en cua-
d·rilla y en de.~poblado! Al oír semejante atrocidad, so
estremeció el venerable padre y sin duda debió de creer
que se las había con algún compaiioro del famo~o cua-
trero Quiroga, que en esa época era el terror do Ll Su-
huna.
Por lo pronto nos agarró de una oreja, tomiontlo
que nos escapáramos y nos acosó á preguntas y rcpre ..
guotas capciosas, como dicen los tilllerillos; uoi afeó el
delito en términos vohementísimos, prono3tic.\n lonos el
presidio y la vergüenza pública si reincidíamos y no nos
enmendábnmo~. Prometimos cuanto nos exigió el con-
fesor, y á Dios gracias, esa leccioncita nos acosturnbrJ á

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-44-
no tomar lo njeno contra la voluntad de su dueño. Mo·
hinos y compungidos nos levantámos para cumplir la pe-
sada penitencia que se nos impuso, pero al mismo tiem·
po adwit·ados de que Twn·a, que había sido el autor
principal, hubiera salido con tanta felicidad.
Algunos años deapué.3, al anochecer y al llegar al
río Prado, en viaje para N aiva, vimos un jinete de barba
espesa, montado en magnífica mula, con sombrero alón
de Suaza, en pechos de camisa, zamarros de piel de tigre
y enormes espuelas; al acercarnos gritó : !J:losca ! ,
que era el apodo de los bogotanos. En el acto reco-
nocimos á Tur1·a, que iba, según nos dijo, á vender
cacao á La ~Iesa de Juan Díaz y á comprar sal del Rei-
no (Zipaquirá); nos inviló á que pernoctáramos debajo
de unos corpulentos !tobas, en que guindaríamos las
hamacas, ofreciendo festejarnos con un espléndido avío,
consistenta en suculento chocolate servido en jícaras de
plab, acompañado de bizcocho calentano, queso de ojo,
tasajo y patacones.
N os refirió que el fnllero del acudí ente había escrito
á su padre quo no lo volviera á enviar al colegio, porque
no era aparente para los estudios, por lo que lo había
zampado en la labranza de cacao ; que para quitarle las
malns inclinaciones lo habían casado con una prima, y que
ya tenía dos tim,anejitos, macho y hembra, que ponía á
nuestra disposición, pero que siempre le quedó el resabio
de salta?· la talanquera.
Después de tomar el último trago nos tendimos
en nuestras hamacas y yá estábamos du rmiéndonos

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--45-
cuando Tu.rra dijo: !.fosca 1 ¿te acuerdas del Padre
Achury ?-Sí que me acuerdo, bellaco y ahora me vas
á explicar el misterio de cómo hiciste para sa!ir tan bien
Jjbrado en la confesión aquella ; porque yo que no fui
sino mero testigo de lo qae atrapaste por Tanjuelo, casi
pierdo lns orejus.
-]fajadero! nos respondió; ni el Padre me pregun-
tó ni yo le dije y •.•.• hasta mañana 1
A medida que los colegiales iban subiendo á clases
superiores} mPjorabau ele vestido, y al entrar á estudiar
facultad mayor, dejaban los trnjes humildes, para usar
ropa de paño de corto elf'gnnte, sombrero de pelo, capa
española y botas de charol con c1ñones de tafilete de
color. Esos señores no alcanza!,an á ver á los cachifos y
!e les consideraba como á fruta proxirna a madurar, es
decir, no se les castigaba sino con amonestaciones y en
lo general, cuando eran aprovechados, más que discípu-
los eran los amigos de sus maestros. El uniforme de los
colegios de Ean Dartolom6 y del Rosario se componía de
bonete, hopa y beca: roja la del primero, con un Jesús'
y blanca con la cru7, de Santo Domingo, la del segundo;
con estos trnjos se consideraron honrados Francisco Je
Paula Santander, :Jrancisco Soto, Castillo ~ada, Caldas,
Camilo Torres, José ]fnría y J oalJUÍn ]iosquera, Tori-
ces, Lozano, J oaquíu ( ' a macho y mil más que fueron e¡
orgullo de su patria.
Bajo el1·égimen que injustamente se llamó tiránico,
fanático y retl'Ógt·ado, implautado por D. 1\:Iari:lno Ospi-
na, se desarrollaron é ilustraron talentos de primer orden,

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tales como Salvador Camacho Roldán, Francisco E.
Alvarez, José :María Rojas Garrido, Aníbal GalindN
Carlos :MarUn, los Pereiras Gambas, Eustorgio y Janua.
rio Salgar, Teodoro Valenzuela, Mnnuel y Rafael Pom-
bo, José Joaquín Varg:1s, José 1\Iaría Vergara Tenorio,
José l\Iaría y 1\iiguel Samper, Froilán Largacha, y mu-
chísimos otros de difícil recordación ; pero de quienes
nos es satisfactorio poder decir que han servido con lu-
cimiento y lealtad á la causa de sus convicciones.
Otra excentricidad de esos tiempos era los califica-
tivos que se daban los estudiantes según su procedencia:
al de Bogotá se le llamaba mosca; al de Popayán, traga-
pulgas: al del Tolirua, tzmmzejo; al de Cali, calentano ,·
a los costeños, piringos; al antioqueño, maicero; al de
Boyacá, úzdio ,· y al de S<1ntander, cotudo. Tamhién se
hubiera podido hacer una exhibición de produdos ali-
menticios, con los objetos que de las provincias enviaban
á los colegiales y de cuyo contenido sólo podía tomar su
dueño el die:::mo; el resto correspondía. ú la masa común.
De Antioquia. venía algarroba he:lionua como la valeria-
na, gofio ó hígado disecado al sol; de Popnyún, monos
de pastilla (estoraque), dulces finos y pelotas de caucho;
del Valle del Cauca, calillas de tabaco de Palmirn, ca-
jetas de dulce, chocolate y quer,¿me para. echar entre la
ropa; del Tolima, choco lato, bizcocho do maiz y tasajo
de ternera; de la Costa, camarones y cocos; de Boyncá,
quesos de estera, dátiles de Soatá y bocadillos de 1\loniqui.
rá; y de Santander, batido, tabacos de Gir6n, masato de
V élez en pen·a de cuero, y paquetes de hormigas fritas.

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.,_ 47-
Existieron otros colegios importantes regentados
por distinguidos inslitutores, entre los cuales merecen
especial mención, el de Yerba~uena, fundado y sosteni-
do por el benévolo é ilustrado señor D. José :1\Ianuel Ma.
rroquín; el de La Independencia, por el señor D. Joa-
quín Gutérrez de Celis, y los de los señores D. José Joa-
quín Ortiz, D. José Caicedo Rojas, D. J acobo Groot,
D. José tToaquín Borda, D. Luis 1\I. Cuervo y D. Víctor
Mallarino. En todos ellos recibió educación provechosa
una parte considerable de la distinguida juventud de
esa época.
Conservamos gratos é indelebles recuerdos de los
colegios ú qua tuvimos la fortuna de concurrir en cali-
dad de alumnos, especialmente del Seminario 1\Ienor que
estuvo á cargo de los Padres J escitas por los afios de
1846 lt 1850, en que los expulsaron: volvieron á conti·
ouar sus tareas en el nño de 1857.
Una madre no tiene mús cariño y celo por sus
hijos, que el que tenían los Padres por los niños entre-
gados á .;u cuiJado; allí se nos iuculcnron sólidos prin-
cipios religiosos que en la carrera do la -vida nos han
servido de faro en la senda del honor, y de con:suelo en
las duras pruebas que hemos sufrido.
Tioy, con la P.Xpericncia que dan ]es años, creemos
hacer un positivo bien á los padres tle familia qno tongan
esmero por la inocetlcia de sus hijos, al aconsejarles que
confien á los Jesuít.ns J:-¡ educación de los nifios. Discí-
pulos ,{e los Padres fueron Carlos liolguín, Set gio Ca·
margo, José linda Vorgara y V ergara, Simón de Ilerre·

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-48-
ra, Darío Calvo, Félix Sáiz, Diego Fallan, Liborio Zar-
da, :Miguel Antonio t)aro, Domingo Ospina Camacho,
Federico AguiJar, José Joaquín Bor<.la, José Segundo
Peña, Federico J a ramillo '/ Córdoba, :Mario Valenzuela,
Joaquín Andrade, Carlos Borda Bermúdez, Eusebio
Grau.
Hay derecho á exigir y esperar mucho de la gene-
ración que hoy se educa, si se tienen en cuenta los buenos
ejemplos recibidos y los medios de que puede aquélla
disponer.

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ESPECTACU LOS PUBLICOS

I pudiéramos hallar algún medio 6 ins-


iliíft~i'Ma
trumento para medir y poder comparar
entre sí los espectáculos ó diversiones
públicas Jo la actualidad, con los del
tiempo pasado, de seguro que nos daría la si-
guiente fórmula: lus diversiones de J3ogotá, su-
peran á. lns do Santafé, en calidad y cantidad,
pero son muy inferiores en intensidad.
Si hoy llamara la autoridad á alguien para rendir
declaración jur:l.da sobre educl, estado y profesión, ten-
dría qqe responder:
A la primera, mayor..•• de veintiún años;
A la segunda, candidato indeterminado; y
A la torc5ra, trabajar veinticuatro hor·as al día para
ganar con qué concurrir al diluvio de diversiones que
han inundado la ciudad.
No fnltará quien nos tnche de exagerados; pero os
lo cierto que un hombre inclinado á pnsar la vida ale-
gremente, tiene necosidnd de llenar el siguiente mínimo
presupuesto :

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Para asistir á cuntro fonciones de ópera, eu
cada se maca, á $ 3 cada ucn •.•....••••..•...••.•... $ 12 ...
Para las cuatro cecas correspondientes, á $ 2
cada una, en el supuesto de que no haya convi-
dado espontáneo ...... , . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 .. .
Para asistir á dos corridas de toros en pues..
to de sombra, en dos funciones semanales, 11. S 1
cada una ..................•................ ,. ... ... ... .. . 2 ...
Puesto en coche, ida y vuelta.................. 1 ...
!'ara las comidas respectivas, en las mismas
condiciones que las de la ópera, á $ 1 cada una... 2 u•
Gastos de manutención y cuidado del caba-
llo en pesebrera, á razón de 50 centavos diario~,
en sieto días .............. ... ,.................. ••« ...... . 3 60
Valor de la boleta de entrada IÍ las carreras. 1 ...
Comida de ordenauzn ........................ . 1 ...
Algún vinillo en cada comida y ceno, y los
tragos de oficio ......................................... . 10 ...
Soma ..................... .. $ 40 50

que multiplicados por cuatro semanas que tiene er met:,


suma la no despreciable cifra de 8 162 ó sean $ 1,944 en
un año f
Y si en vez de ser un hombre solo el divertido, es
una. familiu, ¡ oh! entonces da horror pensar que con lo
gastado en pocas horas de distracción se podría comprar
una buena casa convenientemente situada. Adviértase
bien que en
ol presupuesto anterior, entr¡¡ únicamente el

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--51-
de un solo artículo del ramo que nos ocupa y que evi·
dentemente no es el más ~ostoso ni indispensable de los
gastos de representación. Se nos alegará que en todo el
año no hay ópera, toros y carreras: concedido; pero
entoncef.l que se nos permita hacer la cuenta de lo que se
gasta en otras diversiones y de seguro so nos diría que
donde bay engaño no hay trato.
Desde que el Teatro de Colón está en actividad,
cambiaron en absoluto los usos y costumbres que de
tiempo etrás estaban establecidos para asistir á e~a
clase de reunioneE~. Hoy se va en coche iluminado con
linterna$, aunque los interesados habiten á media cuadra
·d e distancia ; las señoras van vestidas con tal profusión
de lujo y buen gusto, como si asistieran á una función
de gala en el teatro imperial do San Petesbnrgo. El
recinto del edificio, iluminado á giorno, presenta, cuando
está lleno, el aspecto más deslumbr:Hlor, y las tres filas
de palcos repletas de mujeres bellísimas, como son las
colombiana~, pnrecon tres gnirnahlas de flores vi-rnCI, que
lanzan miradns eléctricas, qno opacan el brillo ds los
diamantes con que se adornnn, poY tenor el guc:to de ri·
va.lizarlos y penetrar como dardos E.'ln ol cornzón do los
cuitados cachacos qne las contemplan deede In. platea con
ojos de couicin.
A Dios gracia3, los q ne yá pasámos ol R'tbicú1z y
que por lo mismo no somos hombres peligrosos, pocie-
mos penetrar en ese recinto asegnrados contra inc('ndio,
contentándonos con decir como la zorra: estAn verdes
las uvas !

BANCO
BIBLIOTE.CA LU .
CATALOGAC O
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-52-
Pero es lo cierto que el punto objetivo de los asis-
tentes al teatro, no es precisamente presenciar la cjecu·
ción del programa &nuncindo, sino encontrar pretexto
para deshacerse de los billetes como si tuvieran contagio
del mal de San Lázaro, y porsupuosto, hacer heroicos
esfuerzos ú fin de eclips¡\r á. las demás en eso que podría
11amarso concurso do belleza y but.m tono; y tan cierto
e.s Jo que decimos, que al salir de una función la:; oímos
exclamar : l'e,go satis/echa; estulJe feli:l Pero no dicen
cstztl'e divertida.'
También hemos notado nna anomalía bien peregri·
na. Se impide ú las gentes non sar•ctas la asistencia al
teatro como espectadora::; pero se aplauden en la escena
los hechos que motivan el entredicho, lo que en nuestro
concepto eq ni vale á poner en planta la lo y del embudo.
En la uctualidad van al teatro únicamente los privi·
legiados <.le lu fortuna ó los que aparentan serlo, snbc
Dios cómo; pero las familias no acomodudas y los • rte-
sano::., no pueden hacor el sncrificio de lo que ganan cu
varios días do trabajo 1 p1ua procurarse el ameno é ins·
tructivo plnccr de asistir, siquiera una VC'Z al nns, á e~
clase de diversiones, por el alto procw de las localidades.·
Aunque se nos objete que «sabe más el loco ou su
cnsa que ol cuerdo en la ajena,» diremos quo los empre-
sarios no hnn tenido on cueutfl las ventajus que rerortn"
rian, tonto o11os como las buenas costumbres, s.i pusie~n
unn sección del teatro al alcance de la gente laboriosa,
pnra fomentar el gusto por 9as reuniones y alejarla ari.,
de los garitos y tabewns á qne se ha inclinado por fpltn

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-53-
de distrncioncs honestas cuyo costo guarde proporción
con su presupuesto de rentns.
Nos permitimos llnmor la ntención del Gobierno
hacia la necesidad y justicia qne hay para que, en el
magnífico Tcntro do Colún, so faciliten nl pueblo pobr(\
los mcdioa para qne pueda asistir, con nlgunn frccuon-
cia, á ], s espectáculos que Ee den en ePc edificio cons-
truido con el dinero de todos .
.El Coliseo de Santafé foo construido 6 finos del si·
glo pnsado, con Jinoro de D. Tomás Ramfrez, por el
Arquitecto Esquinq ni; pero, probablemente por In i m pa-
ciencia que hubo en cstrennr!o, se (esti116 su terminación
Gin respetRr los planos adoptadoR y se trch6 la ca.sa pro-
visionalmente, como decín unt\ inscripción que bahía ú In
entrnda, ¡mm empezar la representación do comedias•
Ln muy gnlrmn pluma del seiior D. Juan Francis-
co Ortiz describió en La Guirnalda In historia y peripe-
cins de <'E~O teatro que hnstn el año de 1885, en qua so
demolió pura reamplnz:trlo con el qno so reconstruyó,

fus el Único qno oxistió con el nombre de tnl; pero ya
mcjorudo y Nnpeorado por los dueños, á loa cuaJes se
les expropió por cuenta de In N nción.
Tonín tres órdenes de palcos, todos con antepecho
do lienzo del Socorro, blnnquendos con cal y adornados
con festones pintndos nl temple, pertenecientes á. diver-
sos dueños y nrreglndos sogún ol copricho do cadn uno.
A In filn 1. ó de abaJo, concurría la cJnse modia y de
vez en cunndo algunos traviatns; á Ja filn 2.a. 6 del medio,
In nristocrucid; y n la filu 3.0 ó galliTIC1'0, lo que su uorn-
bre in<li 1.!a, personas do nr.nbos sexos de In clase baja.

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La platea no tonfa 3sientoa de lunota y cada uno
tomaba puesto donde podía, sobre unns bancas patib ula·
rÍa$, Fue en el año de 1846 cuando se dividi6 el palie
por la mitad y se inauguró, por primern vez, el servici<
de parques de orquesta, durante las representaciones qoe
dio la Cornpafíía de Fournier. Al rededor de los paicos
de 1.a fila, en la planta baja, había un poyo de material
para que las criadas presenciaran la función, mediante
el pago de un real por cabeza.
El ciolu raso era uua mara villa u o los tiempos pri-
miti v JS: consistía en un gran toldo do lienzo ordinario
todo manchauo y remeududo, sostenido en e: centro por
un florón de m~dera dorada, del cual salían radios de
cuerdas forrados eu percal amarillo y ntados á lns co~
lnmuos do los palcos del gallinero. Sobro eso O limpo
vivían e u paz octaviana un cuatrillón de ratas que s)
alimentaban con los espléndidos festines que les pt o¡ or-
cionaban los 1cslos do lns grasas cmplonuas en el Alum-
brado y los despoj-~s que queJab:ln por todas r•artes
de las empaundns, tamuJos y demás fiambres que llt'vabt',
el 're~petable público.
El ulumbrauo y los apa ratos acloccados al efocto,
no le iban en znga al cielo raso. Una gran araüa, hecha
por el insigne ltojalut~ro Fruncisco Jirnénez, con pl'i::mas
y alcayatas de hoja. de lata y esp~iitos, ostaha su~p~ntli­
da en el centro del tocho. 'Momentos untos da abar ol
tel ón, so la hacía dosconder para eucenuer las cio ~ to ó
más velas de sebo que contenía, y hecha la oporuei(.¡a, se
la vol VÍ<L á elevar. Desde ese momento empezaba una

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llovizna do sebo der retido qne era ol tor mento de los
que quedaban debsj) y el deleite de los que estaban
fne ra del radio de semejante ognacero.
En cada columna de los palcos había suspendido
un fa rol en fvrma de cono, hecho de 1ata y tiros de vi-
drio con su co l'resp()ndionto vol a de sebo; y al frente del
proscenio uno::~ cnnntos ca.ntlilcs de b:uro, formados en
guerriJla, rp,pJetos de gordana y sebo, con la correspon-
diente mocha de trapo qn11, nl carbonizarse, despedía nn
olor nauseabundo, del cual quedaba impregnado tocio el
edifbio.
El telón de boca, pintado por el señor D. Eladio
Vorgara en ol nño do 184:0, representaba en la parte
.
alta, al caballo P(:qaso hendiendo con el CMCO ll roen,
de lo cual Lrotnha una fu€:nte; en al centro Apolo con
Ju.;: l'úusas en medio de un ameno vallo y Ya rias otroCl
figuras alegóric 1~; n un lado, en letras blancas romanas,
Ja siguiente octava renl, compuesta por el después Gene-
ral Vicente GutiérrP.z de I>iñercs:
Da P<'gago en la cumbre de Helicona,
1I LCC brotar In fuente de Ilipocrenc,
Con las M osns A polo so corona
De inmortal lauro qno en la sien mnntiene.
En estro arrebatado el Dios entona
Guiuudo n sus herrunnns, 1\Iclpomono.
El lnc.lo corcel cond u ca ol coro
on n inspiraciót rcsoena el Foro.
aüos de

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nuestros teatros, incluyendo el que hoy ostú en uso en el
Tcnf,ro ·Municipal?
¡ Lns decoraciones y tramoyas do la caconn eran Ct/iitl~
7lf'ndas! Pnrn subir ~~ telón so art'OJnban del locho dos ó
más hombres prendidos de loa cnblos que lo sostonínn; y
pnrn hnjnrlo, smts fafiJn, caía con estrépito, npngando los
condiles que nposlnban con el humo do la pnbeza y lle-
naban do tierra n todos Jos CtUC est.nbnn prÓXilUOS nl CSCO•
nnrio. El mar Jo fignl'abnn con tolns nznlcs mnvidns con
cuerdns como péndub do rcioj; ol vionto con Lrnmnderaa
6 zumbad01·es ,· Jos truenos ó cnfionazos, con golpes do
tamborn; los t•nyos) con buscaniguas ( cohotos sin true-
nos), y la lnnn con un furol opnco suspendido de una
cuerda horizontal por ln cunl so hacía pasar.
La fanción so nnuuciaba parn las ocho «!311 punto,
pero lo corriente ora lcvnntnr el tolón después de lns
nucV'o; entre tanto se entretenía el público fumnndo ci-
garro, Jo mismo que en los eternos intermedios, con lo
que so producía en eso recinto sin Yentilnción, una nt·
mósfera do humo insoportable, que lmcíu inútil cll!so de
l·inóculos porque, lo mismo que (\D tiempo de nieblas, no
se alcanzubnn á divis:n los ohjctos situados á dos pnsos
do distancia.
En cunnto al Ycstnario, se echnhn mnno de los res-
ios que oun quedaban do los quo uenron los Oidores '6
nlgnaci!es de In Colonin, y r~"'l los uniformes de Jos mili-
tares de In Indopendencio.
ltro se puede •repicar y andar en l~p~ocesión, ern un
,. r tu\'o aa des·,·eutnra de lrL-pczar y caor· h i)lomo,

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-5i-
OJ'u<'"lpPctnrlor y nctor al mi~mo ti~mpo. Se les llcvubn
el comJ fls fl los músicos golpcnmlo en lns hnncns; se en-
tahlnhnn di{tlogos entro loca actores en el proscenio y les
e pcctndores en sus respocth•os nsi(\ntos, ó ao hacían
opo1 tunns indicnciones á los tramoyistas parn la mejor
Pjecución de In pieza; y ¡ lo que crn snLlimc 1 los cspec-
tndort"s tomnbnn en serio los acontecimientos qno se IH-
mulul,nn sobre ln escena, llE~gnndo en ¡::u entusiasmo
hnsfrt insultar y npedrcnr á los ¡wotagonislas que les eran
odiosos.
Si In profesión de cómico-como so llamaba enton-
ces á los actores-se considcrnbn indecorosa, )a de cómi-
ca se reputaba abominable. Pnrn suplir la ropngnnncia
qnc tE:'nÍan lns mt1jeres á proc:ontnrso en la e~cenn, se
lmc:cnhf n hombres d( 1 género 7>romiscuo, como decía
, Bretón no los Eenoros, pnrn doscmprnar, ,•et~tidos de
mujer, los papeles dfl lns ncfricefl, pnrn lo cunl Ro tlnhnn
sus trnzne fi fin de imitar lns forma!i del soxo quo ncci-
dontnlmt.•nto snplínn: era n:uy f1 ccucnte qcc esos de==-
gracirados, oh·idundo Jo que (\Jl C'f:OS momcutos figurnbnn'
dijornn con ol mnyor nplomo: no~olras los ltomln·es, t'OS·
otroc las •mujeres!
El gnsfo por lns obrns clósicns impornbn. en todos,
F-in cr.or en In cuenta do quo eso procisnmcnto es ul esco-
llÓ del trntro: trunbién ocnri'Ínn tlurnnto lns represcnh-
ne!l, gro ciMas pcrip<'cins qua no p,oclcmos resistir tí Jn
tentación de recordAr•
.Ji}n la Comn~.- '...

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-58-
to, que era un mnlalo con cabeza de Me lusa, rech oncho
y de facciones vigorosas empleado como portero de Pa-
lacio. U na vez hizo el papel del Rey N urna y des le
laego vistió túnica corla, pero ciñéndose escrupulosa-
mente á los usos que debió de tener el buen Rey, q ne
según parece eran de rigurosa indumentaria. Al fondo
del proscenio había un dosel con dos Iictores y un gran
sillón en medio, que debía ocupar el Rey para i mpartir
justicia: todo fue arrellanarse en el maldito asiento y
estallar por los ocupantes de Ja platea una formidable
~escarga de aplausos y vivas á N urna. ¿ Qaé produjo se-
mejante entusiasmo en los espectadores de In planta
baja ? Pan•ce quo 1'1 túnica so recogió más de lo necesa-
río, dejando irz rnírilms á Jon Chepito.
PCJco después se anunció la representación do Pela·
yo, para apro\"echar la permanencia en e.sta ciu lad del
¡
español José Goñi, que se decÍ<l famoso actor. Al efecto,
~ ... "'""""·'['/' ,J mnestro Jiménez, que, cual otro Vulcano,

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cuan largo era, y boca abajo; viendo Jos espectadores
que el actor trataba de levantarse sin poderlo conseguir,
empezaron á gritarle: Pclayo está borracho! A(ue1'a el
chapetón! A pruvechando un momonto de tregua en
aquella tcmpestud, ol pobre español logró que, como de
entre la tierra, se le oyera exclamar con voz lastimera :
-Señores, yo no bebo nunca I IIágnnwe la caridad
de levantarme porque estoy casi ahogado ! Iustantánea-
mentc so cambió la rechifl,, on compasión, y do todas
partes ocurrían presurosos á salvar al maltrecho vence-
dor en Covadonga. Cayó ol telón y se n-ivirtió á los
asistentes que tomaran sus boletas al salir, para cambiar:
las al día siguiente por el dinero que habían dauo por
ellas.
L'l rrimera Compañía dramática que vino al país y
quo mereciera el nombre do tal, fuo la qua trajo don
Francisco Villalba en el afio de 1835, con el siguiente
porsonal: del mismo Villalba y su sofiora doüa Mariquita
LópezJ Antonio Chirioos, Fmncisco :Martínez-El carro
andaloz-J osé J.Jópoz y u u Ftórez, popnyanejo, J a liana
Flecher-scgnnua dama cnntatriz-y Rosa Lozano, bai-
larina limeña; ndcm:ís, venían dos yjolinista.s y nn m u_
lato peruano llamado Jo3é Ca.3Lillo, qne tocaba la trom-
pa admirnLlomento. Representaron con singulsríoimo
éxito, La Jaira, de Voltaire; Felipe II, Eclipo, Aristóde·
mo Rey de Meseaia, Las tres S~tltanas, y muchos otros
u ramas y comedias de las escuelas ea paño la y francesa.
Por el mismo tiempo llegaron ú Santafé D. Ro·
munido Diaz y su señora D.n Juliana Lanzarote, nmbllS

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E:'spañoles ontradillos en edad, y formaron una Compa-
fiín drnmútica con algunos aficionados de la tierra. Die·
ron principio á sus trabajos con las tragedias Blanca y
.t.Uoncas{n, Lord Da~:enan, La ente1·rada en t'ida y otras
del mismo género.
Como esas Compañías trabajaban cadn una por su
cuenta, a!ternand<J en ol Sflrvicio del teatro, sucedió lo
de si~mpre--qu:e el pe::: g1·ande se come al cht'co.-La de
V illalba-qne era muy supGrior la de Día?.-ro-ló con n
fortuna y Dí[iz tuvo quo abandonar el campo á ru rival·
Fue en aquellos remotos tiem¡>os cnando Villalba
ucomotió la empresa de poner on e~cena por ln primera
vez en el poís de los cbibchus, Óperas italianas con libre-
tos tra<.luciuos ni castellano: El Califa de Bagdad, La
Cmzcréntola y La Italiana en .A1~r¡el, do Rossini, amoni-
znndo ol final do las funciones con tonadillas oepnñolas,
como La vnelta del soldado y otras que gastaban mucho
ni público.
Eu elniío do 1848 volvió el rniamo Vill"lba con otra
compaü ía de ca ntnntcs, compuesta do los dos octogena-
rios, D. Romunldo Díaz y so vonernLic consorte D.• J u-
liana Lanznroto, prima dona; Chirinos, bajo; el chapetón
D. Eduardo Torres, barítono, y Fernando Hernún<lE'z,
bojalntero \en('zolano, que tenía nun vococilln do falsoto
con protcnsior.es ti voz de tenor, y era el encanto de los
:mntuforeñ oE~, ya en ol teatro, ya en el rnmo do .erenntns
que le encomendaban los m:d feridos de amor.
Enton""" 0 ""' n Hic .."'~ "'n ('Se~·~ Vl
y L'lC a de {¡ ~mr~ n 1 or ni IJarbC:.

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rres, que era nn barítono de primer orden; pero la pobro
Lucia, interpretada por ana vieja ochentona, que al abrir
)a boca para cantar parecía aoa esfinge cayos dientes y
muelas hacía varias déca ln.s que habían trasteado á otra
parte, cayó para no levantarse hasta que la rehabilitó
Uosioa, Yeinte afios después I
La Compañía de Fouruier puso en egcena el bellí-
simo drama Je D. Tomás Rodríguez Ruuí, titulado Las
t1·avesuras d, Juana. En la chistosísima escena en que
al presentarse el bandido Testaferro y sus compniíeros
para robarse ú ,Tun.nn, las monjas so defienden arroján-
doles macetas do floro.s, tnburetes, libros, etc., ol público
tomó parte en favor de Ius asaltadas y empezó ú tirar sobre
los supnestoa uandiJos, lo qne le venía ú las manos: So¡·-
preudi<lo Testnfcrro con tan inosporntlo ataqno do fl,mco,
tuvo el buco jnicio do tomar antes de tiempo, con los
suyos, las Jo Villadiego. Los m:is exultados en tan sin-
guiar combate decían con airecillo~ de triunfo: ¡que
vuelvan si se atreven para quo vean cómo les va l
Eu la Gallera vieja ropresentarou algunos artesanos
aficionados, ln tragedia. de Policm·pa Salabw·rieta. Todo
marchaba muy bien hasta. el momento en quo introduje-
ron el cadá.vor de Sabaraín ú la cnpilla en que e~taba In
Po la prepc.rúudoso para morir; pero al llegar 6. esta es_
cena so desencadenó Ja mús tremendu borrasca contra
Sún· _ 'os verdugos ospaüolcs: uuos podían la cnbc~a
U't} los tiranos; otros que los apedrearan, y los más, que Stj
~. ra fuego n la .. ll) ora do tocho pajizo. L:.1 si-
tunci<J. o pnso crespa y yá parecía inminente un con-

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flicto, cuando so le ocurrió al empresario la estratagema
más oportunn: so presentó en el proscenio y dirigió ó. los
e-nfurecidos espectadores el siguiente discurso:
" Respetable público. Eu atención al justo de~:agra­
do con que se ha recibido la sentencia que condena á
Policarpa Salabarrietn á sufrir la pena de muerte, el Ex·
celentísimo Sr. Virrey D. J nan Sámano ha tenido á bien
conmutarla por la de destierro á ]os Llnnoft."
Nutrida salva de aplausos acogió ton humanitaria
resolución y todos quedaron contentos y convencidos.
Lu representación de la tragedin. Lu.crecia Borgia,
de Víctor Hngo, tlio lugar á un acceso de hilaridad in-
deecr i pti blo.
Quizás haya aún quiell r~cuerJe al popular Dr. Ci-
riaco Torres, conoci1o con el apodo de Rompegala$, Ein
duda por el desgreño con q'he siempre llevaba el vestido
y por el perenne estado <.lo lúcida chispa en qne vivís·
Por de contado que en traba de gorra á todos los espec-
táculos, pagando la entrada con improvisaciones en verso
que le exigían los cachacos.
La escogida Compaüía espní1o1a de D. José Velnbal
ejecutnba dicha piPza con notable propiedad: el tentro
estaba colmado y en la mitad de la platea ocupaba Torres
lugar prominente, manifestando con repetidos aplaosoa
lo satisfecho que estaba del espectáculo. Y á estaba para
el
termiflnr último acto en el cual puede decirse qne el
autor concentró sus facultades para darle el mayor grado
de intensidarl dramútica. Entre los espectadores rcinalfa
profundo silencio n cansa de 1as emocionas que sentlan;

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pero en el momento en que entraba Lucrecia acompa-
ñada de los penitentes que debían ayuJar á bien morir á
los envenenados libertinos, Rompegalas lanzó un estruon...
doso .... vizca{no y se puso á palmotear dcs11foradamente~
Los mismos actores no pudieron menos qne acompañar
nl público en la desatentada carcajnda que prod njo aque-
lla ocurrencia.
El ültimo acontecimiento extraordinario de la clase
ele los que venimos refiriendo, tuvo lng&r en el año de
185 7 en la representación de Fe, Espm·anza y Carúlad·
Un borracho consuetudinario se subió al proscenio y se
sentó tranquilamtmte en un sof~'l sobro el cnal departían
dos de los personajes del drama. Sorprenclic.!c-s éstos, exi-
gieron al intruso que desocupara la _ellclna; pero como
se denegaba n ello, trataron de sacarlo n la fuerza, y
al tomarlo do en brl'zo para hacerlo levantar, se agarr6
aquél del espalclar del sofá con la mano que le quedaba
libre; al estrujón que le dieron se volcó el mueblo, que-
dando todos debajo, como Sans6n con todos los filisteos.
La caída del telón poso fin á tan grotesca escena.
• En el año do 1853 acometió el labolioso é intoli<~~~'
gente Dr. Lorenzo I\1. Lleras, }a empresa de formar usa
compañía dramática, compuesta cle nacionales, introdn··
ciendo notables mejoras en el edificio y sustituyendo el
.alumbrado de sebo por el nceiteo, cambiando los t?·emotiles
primitivos. Con las actrices Srap. D.a Margarita Escobar
do Isáziga y D.() Emilia Ortiz, y con los Sres. Eloy y•
Ionucl Isáziga, ,Jnvonal Castro, Ilonorato Barriga, Ra-
f¡'ael Vargas, José Manuel Lloras y algo nos otros aficiona..

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dos, logró instnurnr eo Bogotá. la mejor compañía del
país q ne hemos tenido.
Uomo un estímulo ó. los autores dramáticos, se pu·
&ieron en escena, según recordamos, las siguionte3 piezas,
con buen éxito:
Un Alcalde á la antigua, Dio3 corrige, no mata, y
Los Aguinaldos, por D. José 1\Iarb. Samper.
'l'eresa, y Et reloj ele las monjas de San Pl<icido, por
D. Lázaro M. Púrez.
Pascual Bruno, por D. Leopoldo Ari:1a Vnrg(ls, y
Jil71la, por D . .Felipe Pérez.
Y ú desde el nño do 1849 se hnhía representado por
la Oompafíía de Debval, el muy aplaudido drama de D·
José Caiccdo Hojas, titulado illiguel de Cervantc3 Saave·
dra, y anteriormente se pusieron en eecena, con aplauso:
Gonzalo de Córdoba y el Goncle .D. Julicín, do D. Fran-
cisco de Paula Torres, y Jo:.¡ Proscriptos Conjurados, de
D. Unfacl Alvnrez Lozano.
Esta compnfiín trabajó con éxito hnstn el año de
1858, en que llegó In primera Uompnñ1n de Opora italin-
n¡¡, cornpuestu de las primas-donas Rosinn Olhrieri d~
IJuisin, soprano, y 1\Inriclta Pollonio U'J 1\Jirúndoln, cop•
trnlto; l~urir¡uo Hossi Guerra, tenor; J orgo 1\lirúudolu
bajo, y Eugenio I.Jttisia, bnrítono. Hizo su estreno con
Romeo !J Julieta, de lh:llini, el 27 do Junio de dicho año
con grnn suceso. Rosion intcrprctaha In parte do Rotneo,
·'
r}rodncicndo en las mttjores una dificulbd J)f.Ícológica iTJ,•
superable: todas snlioron del teatro perdidamente enamp
rndns del héroe veronés, interpretado por una mujer !

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.h ue en P.sa épo0a cunudo se introdujo la costambre d~
obsequiar á las artistas arrojúndoles coronas y ramillete•
de flores.
Uon esa Compnfiía vino D. Guillermo Fruedentha•
ler, maf'stro director de orquesta y concertador.
En Santafé era módica )a entrada á los espectáculos
teatrn le~ : un p·tlco de segunda fila va Ha $ 2-40; uno de
primernt $ 1-60, y uno de tercera, cnando no se destinaba
}•arn gallinero, $ 1-20; la entrada gPnernl, 40 ceo•
ta\OS r La Compañía Fournier nlzó Jos precios de los

pa cos á $ 4·80; $ 3-20 y $ 2, respectivamente, 40


centavos l11 entrada y 20 cent~vos el parque de or-
questa; y la de Rosina también elevó los precios de los
pulcos li $ H-40, sin distinción de filas para rehabilitar
los quo de tiempo ntrá9 e~bban desacreditados; la entra-
dn á 60, y el parqne de orc¡nestn á 40 centavos. Compá-
t·cnse lns precios antiguos con los de hoy, y ee verá
cuánto hemos a,Jelantado en prodigalidad l
Otro modo ingenioso de sacar dinero era el emplea·
do en las funciones de beneficio. En ll\ puerta de entra-
dfl se arrnaha. nn solio, debnjo del cual·se sentaba el be-
neficiado, con una mesa al frente y nna palungan!\ de
plata, pnra qne ni entrar Jos concurrentes arrojaran c•n
c.~tré¡,ito el dinero que su generosidad leta indicaba: las
dád1 va<~ ernn re cibidas con aplausos y ln pasada en 3l!co.
con rechifla de los qtlo permanecían en P._,. sitio éon el
fin de hncer conccióo sobre los mnjaderos.
No podemos pasa r en silen · xito qne
obtnl'O el malogrado J...~ms Vllrgf~~ Tejaaa, con J!\s pri··
6

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micias de su ingenio. Compuso é hizo representar loo


dramas .A quindn, SNgamu.-ci y Dorami11ta.
Pero lo que caus6 fw·m·, con ju::;ticia, fue el sainete
Las Convlllúones. Parece que por a1 1á 9n los años de 1820
ú 1828 se propagó en Santafé la epiut-mia de las convnl...
siones; se notó qne EÓio atacal.Ja á las muchachas de quin-
ce á veinLiún años, con la circunstancia agravante uo
que la enfermedad se recruuecía cuan u o entraba ue vi-
sita en la casa algún joven. También tenía el mrd otw
síntoma en extremo alarmante para las mndres, y era
que la convulsión terminaba, indefectiblemente, cayendo
1a enferma en brazos del visitante.
Por Jo pronto se imputó á lo3 nervios la cau'a del
mal; pero viendo que no lo ramediaba toJo el toronjil Je
las huertus, se empezó á creer que eran p·ilatunas del
diablo ó cosa parecida: dondequiera que había niña. eal-
tona, la jur1•usca era permanente, y y á no alcanzaban los
religiosos de los conventos para exorci~ar á las que re-
putaban posesas.
Los docto:•es ,Jo~é Joaquín García y ,José Félix 1\Ie-
rizalda, que eran muy perspicnces, lograron descubrir un
sésamo ó remedio eficaz para el acceso, pero mamen táneo,
pues la enfermedad repetí u: bastaba qua los médicos
pronuncÍi.lran la palabra clister ó ayuda,, para qua lu en..
ferma se tranquilizara y recuperara el sentido, porque
es tr:ndioionnl el terror que tienen las mujeres á tan efi-
caz np .
Pero !as <.v:sas continuaban lo mismo, y, lo que era
peor, la epidemia tendía :i descender de las capas supe-

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riorcs n los inferiores-queremos decir, de las señoritas
á las c,·iadas,-y ~sto era yn tocar arrebato. Fue entonces
cuando Vargas 'rt'jnda dio á luz su inmortal !lrotlucoión
q uo puesta en e--cena dio en tierra con toclns las sa.•
percht:ríus de las amorosas y cuitadas doncellas.

Ti

Los diversos espectáculos que se daban en el Co-


liseo ó en .:>tros lugrH('S de S tntafé, tales como la maro·
wa, los t.:aballilos y otras vu,·iedatlcs, ll.unaban mucho la
atención. ProcNlercmos en ordt>n.
Para l.1s fun ..:i u nc~ Jo maroma se nrrcglnbn el teatro
de ma nPra qne en el pr·osee uio se colocaba In cuerda
te:Ju, y pentliPnto tlal cil•lo raso, sobre lu platea, el co·
lumpio; pnra los caúullilos se formaba el circo en la pla..
ten, }' el pro.scenio lo ocupaba el público. Entonces no
hnbían rccibitlo ~tún los sultimbanquis el títuio de ar~
tistas.
..
Los 'lna,·ome' o vestían como los antiguos ánge-
les que so sacaban u .t cir en las octavas de barrio. Hubo
uno, llnmatlo el Gran p,(juro, que producía mul do nervios
en quienes le veían arrojarse Je uuo tt otro columpio sobre
los espectadores del patio. D ol proscenio sultnba nlu mitad
do la pinten por encima de veinticinco solclfldos que, con
los fusiles armados do hnyonotas y puestos t:.J pnbeJlones
disparaban cuando pasaba por el aire,

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En seguida ae colgó D. Florentino de los pi(l'1, en
dos argollas suspendidas ue
una b·trl':\: {10 e~a po::~ición
tomó f'U las m·~nos un cañón de broncP, qna s~ cargó
y diQparó. A un tenemos prE-sente los tumbo:~ qua dio
nue~tro protagonista con el brusco movimiento de os·
cilación qna le imprimió el rechnzo del cnñón, lo mismo
que In multitud de cll'unuc;cados por Pl fogonnzo.
Y tod.a vín, como si lo hecho no bast 1 rn para dejar
bien sent!1da su repnt1ción de bárbaro, ultimó el E>speo-
Mculo introthciéuJose por la boca, hasta el eet6mago,
nna espada formada por siete hoja::~ de acero, previa lu-
brificación drl ellas con grMa, á fin do facilitar la entrada
y salitla de tan extraño huésped á las CI\Veroa.s torá.xicns •
.:\1 ucho tend ríamns qtte decir 9Í describiémmos to•
das las at,·ocidades que hizo durante su ttgitada exiRten·
ciaD. Florentino, exponiendo la vida por el ofán de
g:mrtr dinero y divertir al público; pero es lo cierto que
ese hombre no sufrió nunca en ~1 cuerpo 1E'sión alguntu
motivuua por las ntreviuas maniobras que ejt>cutaba.
Hace poco tiP.mpo murió tra:lquilnmente en su cama,
después de recibir toJos los nuxilioR espirituales.
La compnf\Í:\ do equit.1ción, dirigida por el norte•
americano .)ohnson, en el año de 18·19, dio como despe•
dida. un UEtpectúcn!o quo fue el aC'ontecimiento de enton·
ces. En el circo qne se preparó en el Coliseo, debía pre-
sentarse unt~ c.tlesn tirada por doce gatos con sus respec•
tivos npnrf'jos: nl efecto se pidieron prestados en la ve-
cindad Jos tales cuadrúpedos y do nntbmano se solazaban
lo• muchacho• con la maravilla que •e les ofrooia.

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- iO --
L\¿.gado el momento de cnmplir la promrsn, loq ayn·
cantes del eqnibdor trnjt'ron con mil dií1cnltadt>R lns
r~specti vns pan::ja~, qne por las mnec;tras q no yú da-
ban da furor, permitían vaticinar qne la comedia iba {L
tomar las proporciones do tragodin.
Enganchados lo~ gnto~ y listo~ parn. pnrtir, snhió
~ir. Johrason al vehículo, y lo mi~mo c¡ue hoy hacen
nuestros cocheroR, empr.zó por aplicarles unos cuant'J9
latigazos, y ¡aquí fue Troya 1 Lo~ mirhirm, e¡ u~ proba-
blemente sabían que un !Jalo acosado SI! t'ltr:lee tiyrP., ~e ~~­
ponjaron terriblement<', <laudo Lufhlos y resnplirlos de in-
dignación ;acometieron tl puíieta7.oc; y mordiseo' ú sn crne!
verdugo, volcando In calrsa y hnciéndole pf'Hlazoc; el ,·e-=-
tido de nnllt18 de seda. El y:wqui jnrnba y hla5femall't <'n
inglé'l, pidiendo auxilio contra sus feroCPS enemigoQ,
que al fin pudieron zaftt.rse de los arnosn;;: qno los rete-
nían, saltnnrlo sobre los espoct:dores que liternlmenle re-
ventaban de risa. No ha llegado n nuostrn noticia otra
diversión en que figuren como actores los atrabilia-
rios misifiíes.

Siguiendo ln. co~tumhre de lo~ pirotécnicos que cle-


jlln el trneno grnnde para lo último, durornos cuenta de
. ln :üreviJa y temeraria ascensión acro~tntic ,, lleva-la n
cnho por el argontiuo Jo,.é Antonio Flórez en el año
ele 1845.
Rcnnido~ los mil pc::os cxigi los por d noronautn
preparó su -obrn en ol edificio del Colegio de Nucstrn
Sefiora del Rosnrio; dio entrndn en los corredores olto!A

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~los contdhnyentes, y en el patio y corredores bajo3 &
los r¡ no pagaban un rf'al.
El globo era heclu do fajas bhmcas y rojas de bogota·
rw ,·en ya. boca la formaba un aro de bior.ro de diez y seis
metro.3 de circunferencia y se infl.l.ba por me lío de humo
ca líen ~e, pro In e¡ lo por l:t 0vmhnstión Je lflñ'l y tamo.
Pttra m·nlten,~r ol c.1lor é impulsar la subid~, se le
ponía, suspendida del aro, con cadl3n'ls, u11n canastilla de
plancha.~ 1lo hierro llena de trementina, brea y sebo con
mechas. Del aro pendía tambíé11 la estrecha barquilla de
caña.~, StHp"'nJida con cu~rdas } adornada de dos ban-
deras tricolores enac:;ta.dns. El globo inflado se alcanzaba
á ver desde la callB, y apenas eran sufieientes \'einte
hombres pnra retenerlo.
Terminados los prep:uativo~, se presentó Fióroz con
p:-tñndlo blancJ en la m wo, \'Osticlo con sombrero de pelo
gri'l, levita de e llor azul turq11Í, abrocb'\da, pantalones
color tle perla y borseguíe~ de charol. Se introdujo en la
Lnrc¡nilla, nsiénlose con la mnno ixqnierda de una de
las cuenlas, y con voz firme d1jo: suelten 1
1~1 monstruo p:-trtió como un cohete, derribando de
pa<Jo elnlar del t~jado, en ol án ~ulo n•>roeste tlol edificio
y dt:l3Cal .br·1ndo ú aquellos cnya nula estrella había
coloca lo al pi\} <1~1 ::litio sinie::,lro. Lt nncholllmbre, que
ocnp th ,t la p trte b 1j 1. d 1 e.lifi ~¡ >, so precipitJ sobre la
pnorta pata s·tlir nla e die; p~ro corno só!o eshbn abierto
el postigo; Po form ') allí nglomoración •le personas de
nmbos sexo3 quo so eslrnjaron sin misericonlia, á fin de
conseguir ú lo menos, salir_de esa <.léda!o en que se habfnr...

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metido; hubo gente que quedó en cuero" y loa más per-


dieron el sombrero, la e 1pa, In mantilla ó alguna otra
prenda del vestido.
Los ort>jones tle la S ,bana que vinie1·Jn á ver la as-
censión, recorrían las calles á escapP, atrop.,llnnclo á todo
el mundo para seguir la rut. l caprichosa que tomaba el
globo; los de IÍ pie corrían en distintas tlirecciones, y hnsta
los tejados y balcones de las C'l~as est.1b1.n at"':1tados de
curioso!:!. Si en esos momentos hubiera lle,!fldo á la ciudau
algún viajero científico, habría escrito en sug a!Juntes:
~ Santafé es un manicomio de América:..

Entre tanto, el globo recorría majestu0t10 los ámbitos.


del cielo, enseñando sus entrañas de fuego, cuyas llamas
relamían la tela de donde peudía la "ida de un hombre;
."flórez, de pie, saludaba, con su patiL1elo b!anco .¡ la oiu ..
dad que en oso3 supromos instan tea tenía fijas en él tod.u
1aa miradas.
Al s&lir el globo, se dirigió hacia la plazuela de San
Francisco; pero en breves instantes, y s:empre elevánuo!!e,
tomó la ruta del Boquerón, entre Mon : > errnte y Guadal u-
pe; en esa posición permant!ció e::,t .• donario por algún
tiempo, y ese fue el momento de mnyor angaatin para la
multitud.
A la altura á que se hallaba el globo, apenas se dis-
tinguía al aeronauta. Este arrojó una de lns banderns y
totlos creyeron que era él que se habíu. desprendiclo 1 IA
impresión de curiosidwl y asombro qne dotninab.l á los
aspectadores, se cambió por la de horror y lú~timn.; bodas
bs m~jeres lloraban y gritaban; de los campanario¡ re•

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-- 1·>-
......

pletoa de sacerdotes y religio&oq, <'nvir:ban ó. Flóre?. nb. .


solncione:3 tl voz en cuello, y no f.t 1 bba qnien rcharn la
culpa de la muerte de eso homb1·e á la notoriJad que
hflbía permitido semPjante neto de tE>nleridnd.
El gloLo e m p~zó :i descend~1· y entonces pudo divisar-
se nl ntr~viJo urgent.ino que Ut>~prflndía un Indo de la
barquilla y se descolg~tba por una cuerdR anua rrada á la
n
misma, fin de tocar tierra antPS (jiiC el gloho qur se
dirigió hacia las torres d"' la CatA<.lrnl, chL rre tnJo lam-
parones eneencii1Jo8 de que uo podía dt>fenclerse el na·
vegante, y al fin cayó sobre el edinoio del llo<~pitul de
San .Ju~n ele Dios, en la partQ sit11adn on la cul:e de.
San bliguel.
FI<Jrez alcanzó á retirar!'e antes de que le cayera.
encima esa mofe de bie•·ro y fuego; pero al topar la ca-
nastilla con ol tejado, se derrnmó el líqnido encendido
que contenía y corrió por las en na les en forma de la va,
que al caer, quemó ~í los muchos cnrio!-os que estabno
en la culle y puso al mismo tiempo en gran pE.<ligro el
Hospital.
La llegada de tan eoxtraños hué~"pecles produjo en
Rquelln c~Ra de hent•ncencia el mtis ntro?. pánico, porquo
se espnrció In voz de qne el edificio nr•)ía por los cuntro
costados; los enfllrm"s, en cami~a, corrían de u.na parte
ti otrR gritando y pidiendo misericordia, puPs yn se da·
han por muert.os; y en aqu~lla 1'or1'e de BahPl, el único
que tuvo jaicio fue ~1 Padre hospitalario ]!'ray l\latiano
V urgn~, q ne por ser loco no lo cobijó la ley que su pri·
mió loe conventos menores. So pasenba tranquilament•

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por los clanstroq, frotándoc:e }aq m:~ nos y diciendo á loSe
quo se le ncercnhan: ¡ Gm·ne.~tol,mlnsl ¡ rarnl'!~tolendas!·
L·\q con~ecnPnl'ias clP. esa rliz:e,·sioncita fueron para
Santafé d~ nl'Íg ~ignificación qne la <>tÜracln de «Lo~ Guas-
cas» para 13ugott1 ; pero como todo e:lhÍ compf'nS•Jdo, los
e..,tr·1g 13 CJllP e.-:pecialmente afectaron ft Ja gentA Je f.tlda!:!,
tuviPron ~u conlt·a-J6ow¡ne en el aumento prematuro de
poiJlación.
Poco tiPmpo después hizo nqne! gauclw otra ascen-
sión Pn la plaznola de San Victorino, en 1tS mismas
COndiciones qno Ja pritnPrll, y fuP. U C:lAr á la qninta de
L·t Flore ... ta, abajo de la n.ntigna alameda, de donde los
orejone.~ lo trnj!-}ron á caballo en triunfo á la ciudad.
Pero iludo ro. rl CtÍ11toro al agua lw.\trt rple pnr.fil'l. se
'l'r>mpe: nquel temerario terminó sn' aventuras en un dE>S·
censo que hizu en Gnaternala, en monos tiempo del que
quh,iPrn. Corno tenh que snceder algún dÍ!\ 1 so le inccn-
di<') el glob) á qninientos metros dH altnrn, y cnyó el Jes·
gracia lo s obre unas roca'l, do donde lo recc. gieron con
garlanclta, para pol}erlo Pchar :i la s~pultnrn.
E11 el afio de 1850 se np·1reció un vcnPzolano tle
npellido Parpacén, ofreciendo nscendcr ~n ~loiJo ali·
montndo f'Or fu!•go, mediante el pago ¡},. $ 1.000.
Se reunic') el dinf'ro, se hizo el globo y ~e infló en
<'1 sitio que hoy ocnpn. el anfltentro :matómico en el
Ilo-=pit:d; pero ni tiempo ele s11bir le <.lío coni//t¡,·a ni nP-ro-
nauta y prt>texbndo un t necc.•>idod, ¡)l(sO pies r:n ¡wlvorosa,
y no paró hasta que llegó ú Honda y so echó r!o abajo
en ol primor champán que encontró. llnsta hoy lo ospe-

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rQr:tn los ec:pectndoros ch'l~qne~do~, como los jndios aJ
:McsÍa!l.
En los tiempo~:~ moderno~:~ hizo en f'~tn r.indad varias
qscen .. ionP~ Pn gloho cJ,. pf'lrcul, prot.~>gi do por malla eJe
c:1iíamo, inA 1'0 con ;.iro ca!ieniP, sin rnnru~tilla y scn-
t~do f>Jl nr. trn¡ ecio, f>l ir>t é,,¡ lo A•donio GttPr rf' r ' · Ad -
mirahn la Ferenid ul de llr¡nel hombre que hncia plwzclw.<f,
mdinrt11s y mil di ablnras m:is en el O'p·tcio, sin toma r
JH"ecattCJon alguna pnra ni ca~o dP accidente in,previsto .
Tal hn si lo b hi;:,toria de b na ,·c~nción né rca. en ('Sta
ciudad.
~e nos olvidaha mencionar ln: Compniíín. inglesa de
eqnitucic',n, que fue la segnndn qno vino n SantKfé, en
el afio d .. l~ 1;~, pnt's yli ~e huhi' visto In famo.:a Com-
p:di.Í 1 quo del mi..;mo géne1·o trajo en 183:3 ~[r . .Johnso n.
So componía Jo do~ c:ah dlito~ ncgrn~, hellísim >9, s<lb re
los cn:dcs hacían rc¡nita,:icÍII tlo~ gratHin~ monos africrt-
nM; dns carnullos c¡uo corrían ('11 el cir·co y un euorme
elt-fante qne em como todos lo.; de su O'lpccie, muy in-
teligentA r b~>névoiO. J~n lo:; CO)mii)03 Jo ponÍan Un
uditamento en que so aco-.taba el director é introlin-
cín lt cabeza en la boca del elefante. Lo hacían echar po r
tierra para que se !e subieran tantos cn1ntos lo cupieran
do l l t•abrza á la raíz d1> la cola; pE!ro allt•\·antarso to1os
rodahan, y cnlon~es ol siamés les hacía cosquilla~ con
la trompa y so veía lo qne goz·lb l con la in1presión Jo
terror que prod ncían ~us cnri i1os de lim:o gordo.
En el ramo do cubileteros (hoy prec;thligitadores),
hemos visto cosas mny buenns, nunquo no han faltado

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-70-

escamoteadorE's qu~ se han reído á costa do lo~ bo 1sil'o9


y ele la ~im!'1iciclad de lo-1 sautafemño~ y b•1gotano~.
En eierta ot:.1,¡ióu IIPgc·, una fr¡¡nce~a r¡n~ exhibía
las hnbiliJado:; de un l'e1·ro ..wbio qn!} er·1 un cun l,lanco,
lanudo, con el pelo recort.1Jo. L~ mad•ww a parecfu e u el
proscenio Vt·sti la con tr.ljd fantú~ti co y con una varita
mágica en la mano. Llamaba ul pert'o, que saltabst 8()-
hro una mesa. en quo hni>Í.l varias fl o re ,"~ y nn naipe
ext~nJido qne ~ólo potlia ver Ll pr ..stidigitadurn. A:-í las
cosa~, d€cÍa ni perro, en f'S¡•nñ•d aftn ncesadn ; ~< mue~tra
clav11lo l•lanco; rnuPstrn f'lavtlo rnj •; mnestr~t liS oros,
muestra as copn ... ». Cansatlo ~1 púulicu co11 tá11t~ HIUes-
tra, resolvió terminar la función 0011 nna a,dva J.., pana-
litas de leche u~ las que vendían en tlna cantina en el
teatro: al Jfa siguiente la pulicía obligó á la g,[,acha á
que 1->n~nra ocho pe:'o~ que valían l:ts pant'las exp ropia·
das á la cantinera por el respet.tblo púhliev, fon .lánrlosa
en que el qoe es cmt.,a de lu cmts.t, e.j crnt!lct de lo CctltSado.
En 18-!2 llegó á E-sta ciuJad el cé!ebre preBtirligitador
equilibrista ~Ir. Philips y st¿ prr...;u,nlct espos,t, LelliaÍIDa
mujer; trajo apnratos y t.'ttil~s ac)eoua<los p~ra SUR fun-
ciones, que eran brilltiOteE~; gozÓ de gran f ,tVOt <'n el pÚ•
blico sensato por las rutlravillas qua ejficutnba, perp entre
el vulgo se aseguraha corno co~a cierta qu~ tonía pacto
con el di:.Llo, y Je sq~nro lo hal,rhn <¡ll€'ffi,tdu vivo si hu-
bieran logrado npoderars~ de él.

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-7i-

III

Como dijimos nnteriormento, la Compnfíin de llo!!i•


na fue la pr imera c¡ue no.! hizf} comprend..,r el mérito Je
In ópera italian l. nd~pué~ de RomPO!/ Ju)ietrl JHl'lie-
ron en escena ú. Normrt, L 'lrt•ecia. B ,n•:;ia, L'tcí-, d" Lam-
. mermno1·, 1lfLtrino F.dwro, H.¡~, d"l ll"yirnintfo, II~rnani,
Atila, Barbero r1 ' Sn•illa, 1.Vttcbetlt y Jlaría de Roluín 1
He1·nani y llfacl f'llt; no gu--taron.
En el aiio de 181).3 \'O! vía n,)sinn Ctln olra Cornpa-
rHa de ópera ; pero la. sorprend •ó lu muerte en Honda•
hecho que pro lnjo penos•~ BPnsacióu en esta ciutlad,
porr¡ue eSll n0L ,!¡ (o arti .. ta gozó del cariño y simpatías de
todas las clases ":iociall·'S. Paril reempluzar á Rusiu..a, los
señores Lui~ia y fl.o,.si Guerra, hicieron venir, en el
niio de 1St34-, dos act.rice::J do Italia: AssnnLa l\1a!'etti y
Luis·\ Vi,oni; autbao:; t:r.tn tipos de he llezt; pero la pri-
mem Ol'a una mnchacha d~ 2~ aüo'l, tra,·ie.:a y en extre-
mo simpática. A uecir verdaJ' P.XCepto en la T,·aviata,
CJUe interpretaba admirablt>m~ote, Ara nna. meclian.1 prí•
ma-uonna 1i quien todo se le peruonaba por ol encanto
de su p<'rsona. En es~ temporada se pusieron en escena
las siguiente~ óperas nuovas para Dl)gottí : }Jos Foscari,
Elf.rir de Amor, Gemnw de Vei'[J!J, Jftsnttcliui IJ Bctli•
sm·io. Pero la ejt•cución Je e '3t:\s óporn~ y de las otras
que Jieron no fue sati:sfactoria, porque el tenor Uossi 'f
el barítono J.Juisia estabnn yá gastados y empobrecido•

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-7fJ-

aa voz. Ambos murieron on esta ciudad, hace pocos ai1os,


'en extrema miseria.
Algún tiempo dcspúos se formó otra compañía com ..
puesta de la seilorita. l•Jugonia B ·l lini, bella muchacl)a
de 18 ai10s; Ja su~ padre~ y Je los señores Ore::,te Sin-
dici, tenor, y Egtsto Petri lli, IJarítono, ambos jóvenes y
de voces excelentes. Pusieron er1 escena, como óperas
desconocidas en esta ciudad : La Sonúmlmla, Ri9oletto 1
Buile de Jldscm·a.'l, Don Pas,.ual, Lu.isa, 1lfiLLer y El Ju, ..
rame~tto. T:unbién llegó en b mi.;;ma. época la compañía
de que hacía parte doña l\Iatilde Oamlletti, el tenor
OchH•io Tirado, y Compagnoli : pn,ieron on escena, co-
mo nueva"', Los Lom~ardas, Ln F,t~•oril' y LO'J JJá,·lires.
La com paüÍ.t de la señora l\lari na B .u hi eri do Thio-
lier, prima-Jonna. ; de su espo.3o, b •tjo; Je B tnttini, bHjo
bufo y Je los restos <.le las Cornpaüía~ flnteriort•s, canta·
ror: nqní en 181H3, por· primera vez, Liada de C!ta-
'lnowd.t: y Cl'i.~¡)i~oo y lll Comadre.
U1tsta tl nñú tlo lt>i l, ocho uños después, no vino
In CompañÍtl de ópera itali¡~nn, q ne con fondod pnrticu-
lares so hizo venir de I~uror•a. Constaba de la F10rellini,
prim11-Jonna; la Forlive:-i,contmlto; Colnci, que eR el rne·
jor tenor que ha Vt>nido al p11Ís ; Succi, baritono y p,.l ,t'ti,
bajo. T.tmbién vinieron cinco rnÚ:-.ÍC'>S, entre c1 :1ienes
se contaban ol sciíor l\Iancini que hoy t.>ea el contrabajo,
Emilo Cunli, Francisco O aigl10li, quo murió hace poco
y lluonafe!le r~ttini, soli::»ta de trombón, que fallo.;ÍÓ en
esta ciudu<.l.
Entonces so. oyeron por primera vez Yone, Rl'Y

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Blas, .L1larta y Ester, del colombiano José María PoncfJ


de León. De:<puús <.le e10ta Compaüía volvió Petrilli. con la
Pocoleri, la:i herm ·tna~ D'ApootP, el teno:- Ponseg~i, el
bajo Dd San!i-J y otros arti:-;t •s rn:l:i que medianos; puso
en escena el .Fausto, tl~ Gouno J, !'ero t.tn mal interpre··
ta<.lo que uo ngratló. Dds;,ué.-; vino la señorita Elllilia
Berlic, qnien, con algunos artistas que se qun<laron eu
est:l cinla.J, y cou el colombinno l!;pif.tnio G.tray, pu-
sieron en o:-cena con gran éxito La Florimla <le! mae!3·
tro Pone!:' tle Leé111.
L·t mula. ~'Ítuaeión política del país aleje'> ú. losar-
tistas ba .. ta el año de 1894, en qnc trajo D. Franci:::co
Zenardo, Empre::ario dd Teatro .)lunicipal, la Compa-
ñía qne inangur0 e:-.te edificio con llunani. Durante la
ternpMadn t!e :-(!i~ me,es, t-Ó~o dieron cotuo lltH·vas para
Bogotú, las óperas A ida y Gullrwd. Et per:sonttl era <.le
condici"ncs medianas E'll t:l artt•; pero la Poli, y la Sar-
tini, que t.Í era nrtistn, interpretaban bien, la pr:mern·
Ú .Ahla, y la ú ltima, entre otras á Leonor, en la 1/avurita.,
Fue entonc€s cuando se oyó el urpa, JlOr primera vez,
haciendo parte de la orc¡ue~ta.
En el mes de Junio de e:-.le aib ompezó sus trabajos
la Compañía Lírica mejor orgauizada y ru:ís comp!6ta.
que botaii)S oído en nue~tro teatro. Rfj componía úe los
siguientes nrti~tas: Ho:-.ina y Armo, P''illlct doww. abso-
luta, soprano dra.málico, Anina Orlandi, contralto; Alai-
ra l'anzani, soprt~no liger J; Uri~t;ua.., Iprignoli, compri ..
maria; Arnaldo H.ilVagli, tenor; Aquile:, .A.Iberti, barí~
tono, Ezío Fucílli, bajo; Pedro Os ti, tenor secundario;

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-80-

Pedro Bng'lmPili, barítono secundario ; Lnis D ergn mi,


bajo bufo; Felipe Benninl..!or~ y Adolfo !!agni, partí~
rptino.~; Fernando Manci ni '/ Aug ust o Alzali, Dtrtcto-
res de orc¡ne:-t.t, y coristns do ambos H'Xos.
Nos uieron :\ eonoccr ú Cm·mMl., La Ji'uer:a del
dt!Slillo, 1/uymwle.~, Giocoocla y C'a[Jal/aía 1'1~t:licana.
Como h .• brá notntlo el lector c¡no haya tonido la p:t•
cit>n<·iu de st•gnirnos t'fl ~·:o-to:- ho~quejo ... , si se t-Xceptúao
las c•pcnts Ft.oodo, Cm·mrn y Jfw ·lt¡, de la f'~<·uela fran.
co,a, y los lluponolt•.'?, dtl la aiE•mnnn, i<11las lns otras pPt'-
ten<'cwn ú la t~Curlln ita liana, !'IÍPnJo ésta, á ti Ut•Stra llla-
tlorn de n:r, la cnu~a de qno el público :-e ha~tíe de cs-
pect.úculus c¡u(l, sin ui~¡.uta, !011 los más brillantes y
umcnoc:,
Hrty c¡ne empe?.ar, como hace cunrentn ni1ns, ¡•o r
formar y educar f'l gn . . to; JICI'O si ~ólo ~o r•n'BE>ntan
nhra:. do un ruismo gt'•uc•ro, I"Ítl dPjar campo pnra esl;t-
bl(•cur co11• pn rncione,:~, y uu\s cpw todo, ~¡ n ponor de
manifh>:-lo las inmPn-.as LH' II1•?.:H; dA la mú-.ica cl:)sica de
otras psc·ucla!', succ•dt•rá lo qne ú un cocinNo que per-
r;cn Le pr(•pnrado,. los m.-jorcs rn:u.ja roa ú t:11 de y ú ma•
f\ .llln, totlo" los dír.s del :,ño, con una sula susta ncia ali-
menticia: PlllJ•:dagarin y e-.tragai'Ía ol guo.:to.
Para terminar· hnrflllJOS tnf'nCi()n rlo la Gompa i\Í<l
mimopl:lRti1·a df· 1\1. 1\:P:Il·r, polaco, con la cu d ~orprAn­
dic) y ui,·irti,·, n 13 •gotú, <>n el año 1le ldll:J. };a formaban
su luja la señorita Agn~tinn, preciosa muobncha dE' diez
y ocho año~; su pndrc, 1\iunucll\ Vorgaui, francesa; dos
jó,·encs hermano~, nortenmoricanos y nlgunos naoiona•

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·-81-
les. Los cuadros causaron verdadera admiración, no sólo
por !a completa semejanzn con los origina las, cuanto
porque los iluminaba por la combustión del magnesio,
que produ~e los efectos de luz o:éctriea.
Entre lo~ cuadros profanos se contalnn: El Triun·
fo de Galatea, La Llnvic' de Oro, El Rtlpto de las S lbi·
nas, Tetis conduciendo la armadm·a ele Aq,¿iles; y entre
los religiosoq, Ccdn y Abel, Jestls ben licien.dv á lo~ niños,
La mujer adúltet·a, El Pasmo de Sicilia, Lrt Cena d~
Leona1·do ele Vinci y el Ultim.o Suspi1•o del Salvador. Pro·
dujo este último sentimiento in lefinible de piedad; pero
la autoridad eclesiástica lo censuró por ser lugar pro·
funo donde 13e exhibía el misterio de la redención. Las
funciones se amenizaban con baile y pnntomimas, que
dejab 111 en los concurrentes gratas impresiones.
Y como el e~pectá.culo era fácil en su preparación
porque loi personajPs eran mudos, pronto se aclimató
en nuestra sociedttd h ·lsta ponerse de mocla; rara fue la
casa en donde na se dieron cuadros mirnopláqticos en
que servían de actoras bellas seíiorítas, formándose asi
núcleos de agradables reuniones do familia, que dieron
fin á la. divi-;ión cau3ada en nuestra sociedad doméstica
por la agitada político. de esa época.
Conc luiremos haciendo votos porque eche raíces en
Bogotá la costumbre ele asistit· al teatro, no sólo entre la
gente acomntlaJa, sino bmbién on In clnse obrera, para
que tenga lecciones objeti vag de cnltura y se aleje de
las t.tbernns que devomn la salud y el ahorro; pero
para esto es indispenmb le que los empresarios de teatro
hagan algo en beneficio de los último3. 6

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-82-

IV

N o queremos terminar estos recuerdos de los espec-


táculos ofrecidos al público en el antiguo Coliseo, sin pre--
sentar n nuestros bondadosos lectores, el siguiente resu-
men de las zarzuelas que se bnn puesto en escena en
esta ciudad y de los diversos actures que figuraron en
ellas; trabajo concienzudo que debemos al inteligente
cuanto decidido admirador de las bellas letras y artes,
nuestro espiritual amigo D. Manuel José Pardo:
''A principios del año de 1868 llegó á esta ciudad el
señor José Ji meno, como director de una Oompüñía de
zarzuela, la primera de esta clase que se conoció en
nuestro Teatro, con un personal que si no era aceptable
en su tota.hdad, s( contaba por lo menos con dos ó tres
actores de indisputable méritn artístico.
" Este espectáculo igm'rado hasta entonces entre
nosotros, fue recibido, como e.-a de suponerse, con ver-
dadero y creciente entusiusrno, tanto por su novedad en
la forma, como por la parte musical tan ligera y accesible,
aun á los oídos tnáJ refractarios al divino arte.
" ll'zo su estreno esta Compañía con la bellísima zar-
zuela titulada el Valle de .Anclm·1·a, á la que siguieron
Marina, El Relúmpugo, El Po::.tillón de la Rioja, Los
Diamantes de la Uorona, El Dominó Azul, Catalina, Ju-
gar o?n Fuego, Los.l\Ildgiares, etc. todas del antiguo re·

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pertorio, hoy consideruda::~ como las mejores en su clase y
apreciadas en todos los Teatros españoles y americanos
como verd::.deras joyas; pero la má~ popular fne, sin duda,
los Maclgiares, pu~s-no quedó persona en la ciudad que no
acndiera presurosa á gozar del espectáculo más ::mimndo ó
interesante que jamás se hubiera visto en nue!'tro Teatro.
Diez y siete veces se puso en escena y fue tan concu-
rrida la primera como la ú ltima representución, produ-
ciéndole por esta causa al Director, un rendimiento muy
considerable.
"Esta Compañía estaba formada de la manera si-
guiente: la señora Ernestina de Jimeno, primera tiple;
Mercedes Zafrané, tiple ligera. y Julia Zafrané, segunda
tiple ; señor José Ji meno, tenor; Juan Franco, barHono;
Sánchez, tenor cómico; y clemá~ actores secundarios.
" Después de un interregno de seis años, vino á aeta
capital en el año de 1876, una Compañía contratada
por el señor Carlos Rodríguez, compuest<\ de actores
notables que desempeñaban las primeras partes de las
obras, con propiedad y esmero, condiciones tan nece-
sarias para obtener éxito satisfactorio.
((Contaba esta Conpañía á la señora Josefa Mateo,
actriz de raro talento y de gracia casi francesa en el gé-
nero cómico; supo conquistarse In simpatía y el aprecio
de sus admiradores, por la corrección en el desempeño
de sus variados trabajos escénicos.
"El señor Colomé, tenor cómico que reunía á sus
grandes aptitudes como actor, un conocimiento completo
del Teatro espai'lol, debido á los estudios que hizo en eete

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ramo de la literatura, siendo á la vez autor de varias
piezas escritas en Uatalún; representadas en Barcr>lona
con muy bnPn suceso. Era de esos actores que animan
las escenas y las situncionrs t\n que se hallnn.
«El sPñor Jo:"é Cttrbonell, tenor·serio muy culto y
delicado en el uescm peño de sus pape le~.
« El señor l\Iarcelino Ortiz, barítono de mucha
práctica teatral y habiliuad para caractMizar los tipos que
desempeñaba; poseía una voz agradable y entonada, cosa
rara en los cantantes ue zarzueln.
<I El Sr. l•'ernando Alturriba,excelente actor dramático
lleno de vigor y naturalid.1d en la declamación, tenía ma-
neras dclicauas y aristocráticas en los caracteres de esta
clase; conocía el arte en sus diversos e'itilos: siempre fue
muy aplaud1do en sus trabajos y según noticias ha he·
cho hnena carrera en ]a península.
« El Director de orquesta de esta. compañía, se•
fiar Riu~, desemprñó este cargo con la maestría y ha-
bilidad que se requit'fen en obras de este género.
<IAuem!Í3 de lus z &rzuelns que se conocían, se pusie-
ron en esccnn: L:t Gallina ciega,Sensitiva, Luz y Sombro,
El Secreto de una D,una, Entre mi mujer y el negro, Ca-
talina, 1~1 diablo en el pouor, El S<. rgf'ntn Federico.
«Después ele otro espacio de tiempo igual al anterior,
llegó en ol níio de 1882, la Compañía de que eran empre·
sarios los señores Ceballos y BernnrJ, formada con per-
sonal numeroso de buenos artistas principales, cuorpo de
coros y baile. Entre los primeros se contaba la seño-
ra Alba de Caballos, tiple que poseía una voz de grande

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extensión y timbre delicioso, unida á su bella figura, por
cuyas especiales dotes octuvo siempre los aplausos del pú-
blico, que la consideró por sn voz como la mejor cantan·
te que ¡e hubiese oído en e'3e género.
<r La señora Julia PI á, sPgunda tiple, muy intere-
sante por su belleza y gracia en la escena.
« El señor Eduardo Bachiller, tenor cómico, actor
de talento en los caracteres que desempeñ:tba.
«El señor R r,lJillot, barítono de condiciones teatrales
« Además de estas primeras partes, por cierto muy
notables, debe agregarse un crecido personal, tanto de
hombres como de mujPres de sE>gundas partes, formnndo
un conjunto muy completo ó pnede decir&e casi perfecto.
"Esta Compañía por circunstancias especiales, no
pudo traba~'lr en el desmantelado Teatro Thla Ido nado y
tuvo que resignarse, venciendo muchas dificultades, á
ha(.!er su debut en el pequeño Teatro Lloras, si toado como
es sabido á una considerable distancia del centro de la
ciudad, circunstancia muy desf.:.vorable para una empre-
sa teatral; pero á pesar de todo, tuvo éxito, tanto para
la Compañía, que fue bien aplaudida, como para. el pú-
blico que supo a preciar el mért to de los artistas.
"Las ob>as que se ptuieron en escena, casi todas
desconocidtlS hnsta entonces, fneron aceptadas con en tu.
siasruo, de tal manera quo nunca faltó buena concurren-
cia ú tan lejano Teatro y debe hacet·se m ención e .. pecial
de las siguientes: Los pajes del R ey, Pañuelo de hierbas,
Historias y cuentos, Orfco en los infi~ rnos, berilio de na
LaV!l.piés, Madnma Augot, L.a .Maraelle3a, Picio Adá.n y

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-~~-
Oompafiía etc. Al poco tiempo de estar trabajando ésta
Compañía en el Te~tro Lleras, llegó á ésta ciudad otra
del mismo género traída por los empresarios señores
Ourriols y Quesada, ambos españoles, quienes habían
tomado en arrendamiento el Teatro 1\Ialdonado, por cuyo
motivo no pudo trabajar la anterior Compañía. Viendo
los directores da ambas empresas que era imposible sos-
tener dos teatros de un mismo género, entraron en arre·
glos que dieron por resultado la unión de las empresas,
ingresando á la de Curriols y Quesada, algunas partes
principales qne eran necesarias.
"Esta última Uompañía quedó, pues, formada de las
dos señoras Plá, la señora Duclós, característica; Fernando
Rousset, tenor; Valenlín Gttrrido, Bachiller, J. A. Jimé-
nez ; segundas partes y cuerpo de coros. Las obras que
puso en escena fueron las mismas poco mns ó menos que
se conocían. La Sra. Josefa P lá se distinguió sobre las
tiples anteriore~, por su talento y perfección en el tra ..
bajo y dejó muy grato recuerdo. Es justicia hacer espe-
cial men ció n del hábil director de orquesta señor del
Valle, quien por sus profundos conocimientos rnusica·
le¡:¡, contribuyó en mucha parte al buen éxito de esta
Compañia.
"A principios del año de 1888, llegó á e~ta capita
In. compañía del señor Capdevilla, que constaba de las si·
guientes partes: primera tiple se11ora Colimendi; señora
Fernández, ti pie cómica y SPñora Oavnlleti, característica;
de los señores 1\fonjardín, tenor serio; Viln, bajo bufo;
Iglesias, tenor cómico y Jiménez Godiol, barítono; di·
reotor de Orquesta el sefior J oaé Ma uri.

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"Esta compañía ofectuó sus trabajos en el Teatro
provisional que formó el señor Francisco Zonardo, en un
solar qna hace frente al Teatro Municipal, para las fun·
ciones acrobáticas de la Compañía que traj o á esta ciu-
dad, el cu~.t se vió oblig Hlo tl improvisar por h:dlarse
en construcción el de Uolón. Como es fácil imaginarlo,
este local presentaba dificult tdes é inconvPniontcs para
el éxito de un espectncnlo lírico dramático qno necesita
de tantas condiciones indispensables á este efecto; pero

se dieron funciones por el espacio de sois meses, por
lo menos con regular aceptación.
" El repertorio de 2t1.r7,uelat~ fue casi todo nuevo,
muchas de ellas de grande aparato, tales como Los Sobri-
nos del capitcí.n GN.mt, EL ltsludiante en Sala'llanca, El
salto del pasiego, La Gue1·ra Santa, La ll1ascota, Bo-
caccio, etc.
" Esa Compañía terminó por ana total desorgani-
zación ú consecuencia de atrasos del director on el cum.
plimicnto do sus compromisos.
"En el año ele 1889 lo señores Antonio Espinn,
Juan E. Gutiérrez y Pablo Es~nerra formaron sociedad
colectiva para traer de In linhaua una pequeii ~ Compa-
ilín do zarzuela con ol ohjoto de dar funciones en el Tea-
tro do madera, techado <lo tela, que con¡:truyeron en el
mismo solar en que formó Zenardo el suyo. Efuctiva-
mcnte llegó el personal de ostn comp:.fií:l, por ciorto muy
incompleto y de partes casi todas malus, con excepción
ele ln seüor.l Vivero, primera tiple qne reunía á buena
voz en su género, gracia y distinción en la escena.

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88-
'Corno ti esta pequefía compaf'Ha no le era posible
dar obras de consideración, sus trabajos se reduJeron á.
poner en escena, además de algunas conocidas, las si-
guiente~, todas muy graciosas y regularmente ejecuta-
das: El ua~a·r de Novias, Cómo está la Sociedad, El pfl ..
drón p1'Í11cipal, El G1·urnete, Torear por lo fino, etc.
"El éxito que octuvo fue muy rnidiocre y en a]gu-
nos pnntos tuvo que usar e1 público ue su genial benevo-
lencia, para no llegar á un desastre.
Los empresarios, poco prácticos en esta clase de ne-
gocios, no pudieron darle ln dirección conveniente y
acertarla que requiere tan difícil cargo, y, por este y otros
motivos que no son del ca()o mencionar, es lo cierto que
esa Compañía terminó su corto período ¡¡or completa di-
solución."

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ASUNTOS RELIGIOSOS

_ ..~. . . ·DORAR it Dios, en espíritu y en ver-


dad fue el tema propuesto por Las
Casas, á los indígenas idól&tras que
poblaban est:as comarcas. Fácil fue lata.
rea de los misioneros en lo 'lne tenía relación con
~ los asuntos exteriores del culto cristiano; ora por
W las sublimes 11l par que sencillas doctrinas de la
\ ~ueva religión que les enseñaban; ora por el cam-
bio de objetos materiales que servían para hacerles
percepribles, en lo posible, los dogmas y misterios del
catolicismo.
En efecto, las imágenes del Hombre-Dios, crucifi-
cado y mnerto por redimir In humanijad decaída, y la de
la incomparable Virgen, do quien nació el esperado
Salvador, causaron en los sencillos naturales el efecto
de la luz en quien sale de las tinieb}as-loa detlumbró ---

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-90-
y como consecuencia lógica, cayeron en desuso el sin-
núm e ro de tunjos amul etos é ídolos que veneraban.
Pero no sucedió lo misnH.~ al tratar do qnitarlfs
las preocupaciones que los dominaban, espe:!ialmente
las que tenían rehción con el culto d~ los muertos,
los hechizos y maltd1cios, siendo de uotnrse que estas
ideas subieron de los indios á la clal'e acomodada y
aun más arriba, probablemente pcr el fenómeno so-
cial que en el nuevo continente sólo se ha observado
en Colombia y Venezuela, de que no h:1y anbgonis-
mo de razas, causa á que atribuye el distingnido publi-
cista don Salvador Camacho Roldón, la nobble inteli-
gencia de nuestr·a población. N o destruímos á nne&tros
indios, como se hizo en otras partes, sino que nos los nsi·
milamos; y aunque muchos se aver~iiencen de llevar
en sus venas sangre de los a borfgene&, deben consolarse
de tal preocupación, teniendo presente Jo que decía el
caballeroso P aclto T01·res, do feliz memoria: Aquí no
ILay más noble tj?te yo, pO?·qne soy indio plt?'O 1
Santafé era muy piado'-a; pero EO resentía de las
creencias supersticiosas ó agüero.') que de tiempo atrá~:
y sin &aberse c:ómo, se habían incubado en todas !as cla·
ses sociales. ¿Se exigía un milr~gro á San Antmlio do
Padua? Se le quitahn ol Xiño Dios, ó se sum~rgía el
snnto en la tinaja llena de agua hasta que concediera lo
que se deseaba; y si ni aún así hacía caso, se rc1eguba la
imagen al cuarto de trastajos. Si de~pués de Lechn la no-
vena á Nuestra Señora do los Dolores, no so consognín
lo que se deseaba alcanzar, le ponían en la..cabeza In \!o-

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rona de espinns del Crucifijo; y si San Francisco de Asís
no obtenia pronto lo que se le pedía, aún cuando fuera
un novio joven, hermoso, rico y formal para alguna
cuarentona, lo despoj-1ban del cordón.
Esto, en lo que dice relación con el culto privado'
porque en nl~nnas iglesias so encontraban maravillas.
En la de San Agustín, había dos cuadros con las
Bi guientes originalísimas inscripcionE-s: ''V erdaderamen-
te fuA Virgen admirable nuestra .b-fndre Santa Mónica
la cual con sus innurt1erables partos para el cielo y para
el mundo, dio á luz al fénix: del amor, nuestro gran Pa-
dre San Agustín,'' y "San Quintín, abogado del m a 1
de .....• orinal'' En la Veracruz hay aún un cundrito
que tiene 1,, aiguienle inscripción: ''San Peregrino de
Lacioso, peregrino en milagros, en especial en sanar
piernas y feliz en partos dificultosos.''
En la de San J unn ele Dios existe un Snn Cayetano,
tun indecentemente indecente, que no podemos describir
por respeto á las lectoras de estas crónicas; pero sí da-
remos cuenta do una pintura en que aparecen los diablos
jugando á la pelota. con San Juan de Dio .
En el !lntiguo convento de Santo Domingo, había
un cuadro en que se veía al Santo escribiendo á la luz
de un cabo de vela que sostenía el demonio en la pun-
ta do los dedos pnrn no an.lerse. De la bocr\ del último
salía un letrero qno decía: "Que me quemo, Domingo!" y
de la del Santo otro: " Quémate diablo 1''

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II

Don Juan Antonio de V elasco, natural de Popayáu


sentó plaza de soldado en las filas ropablicanas que al
mando del Gen oral N arifio, · fueron derrotadas y hechas
prisioneras en el Egido de Pasto en el año de 1814.
Cayó entre ellas prisionero y por lo pronto lo condena-
ron á ser pasado por las tu mas; pero habiendo sabido el
jefe español que era músico, resolvió destinarlo al ejérci-
to realista, y al efecto lo envió amarrado hasta Quito, de
donde lo empuntaron para el Perú, en calidad de solda-
do raso. Apenas se le presentó coyuntura favorable, se
incorporó al ejército colombiano y se encontró, entre
muchas otras, en las batallas de J unín y de Ayacacho.
De esto sólo tuvo por recompensa la medalla de oro
con el relieve del Libertador.
En medio del piélago de trabajos en que se halla-
ba aquel desdichado, ofreció á la Virgen hacerle todos
los años, durante su vida, la novena y fie&ta en la ad-
vocación de los Dolores: tal fue el origen de una de
las funciones religiosas que con más pompa se celebra-
ba en Santafé.
Ve!asco era muy pobre y vivía con lo que le prod u-
cía la profesión de mt'1sico, que siempre fue apen·eada
entre nosotros. Con los ahorros de todo el año juntaba
para hacer frente á los gastos de la fiesta. Toda persona
que aupiera cantar ó tocar algún instrumento, era con-

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vidado, y las flores del barrio de la Candelaria, iglesia
donde cumplía el voto, se las llevaban por cantadas: te-
nía ornam~ntos y adornos para no molestar con prés-
tamos, porque era hombre muy delicado.
A las siete de la mañana ech tban vnelo las cam- n
panas de la iglesia y en1 pezaln la novena con una ober-
tura á grande orque;;.ta: se canbb1 en cada. día una es-
trofa del Stabat Jia,ter de Rossini ; pero en el quinto,
correspondía IÍ Velusco la conocida con el nombre de Pro
Peccaiis, para barítono, qus era su voz.
El día de la fiesta tmnsformnb:1 el templo, ayu-
dado por las señoras y Jos excelentes religiosos del con-
vento; la mÚ:iÍea que se ejecutabJ, era. con mucho, su-
perior á la que después se ha hecho oír eo nuestros
templos, pcrque se habría considerado como una ver·
dac.lcra prof.tnación, tocar, como ee hace en Bogotá,
trozos do música profana ó derivada de la misma, con
el nombre postizo de misa~, himno~, etc. etc. En aque-
llos tiempos tuvimos In fortuna de conocer, bien in-
terpret~da, la música religiosa que hizo inmortales á
Pergvlle·o, .1\Iozurt, 13eelhuven, Ayden, Rossini y mn•
chos mú~ que en la actualidad ya oen on olvido para .
vorgi.i,·n~a nae~tra.

V clasco usaba toda In bnrba, In qae le daba marcado


nspccto dojndío: vcslía durante el año, chuqnota y pan.
tnlonPs de pana, sombrero de jipijnp:, con funda de hule
nmnl'illo, capa do pniio do San Fernando con cuello de
piel de lobo, y corbata color de canario; pero el díll de
la fiesta se prosen taba acicalado y como renovado. Todo

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en él revelaba al militar veterano de nuestros tiempos
heróicos. En la misa solemne predicaba orador distin·
guido y el Arzobispo daba la bendición. A los músicos
los festejaba, después de la ceremonia, con un ambigú.
Andando los tiempos, Veh~co empobreció más y
más, y por último lo atacó la cruel enfermedad de que
murió en el año de 1859. A pesar de su miseria, cum·
plió hash el fin con su voto. Algunos días antes :le la
novena que debía celebrar en dicho año, fue su amigo
D. Manuel A. Cordobés á visitarlo, y al verlo le dijo,
mostrándole la medalla del Libertador: " Vea usted todo
mi haber! Creí que con ella me enterraran; pero las
exigencias de N aestra Señora de los Dolores me obli-
gan á venderla para hacerle la última fiesta. Ahí les
dejo mi zancarrón, que quieran ó n6) tendrán que en-
terrar, so pena de que los apeste.''
El quinto dla de la novena, á. las siete y media de la
mañana, hora en que cantaba el Pro .Peccatis, dio el
último suspirol Los padres candelarias cumplieron, con
Velasco, el precepto de enterrar á los muertos.
Tal fue el fin de uno de nuestros pr6ceres de la In.
• dependencia y del maestro que, el primero, difundió en
Santafé el gusto por la música, enseñándola á toda una
generación.

111

Las fiestas religiosas más notables de Santafé eran sin


disputa: la del Corpus, en In Oatedral; y las Octavas en

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los barrios de Las Nieves, Santa Bár bara y S an Vi ctori..
no, únicos que existían entonces.
La fiesta del Coqllls empezaba por repiques de cam·
panas á las doce del día de la víspera, en todas las ig le•
cias, y gran quema de cnhetones en la plaza p r incipal.
Como ('ntonccs había mor cado pe r manente e n la mis-
ma plaza, vivían allí toJos los perros si n d ueño conocido;
pero al sumbido del primer cohet~, tenía lugar u n fe nó-
meno graciosísimo: los pe r ro3 despedía n locos de terror
por las bocacalles de la plaza, sin repone rse del s usto hasta
llegar á los ríos Fucha ó del A rzobispo, y era n re~mpl a­
zados por los muchachos de la ciudad 1 que acudía n p re-
surosos, atraídos por el ruido y los repiques.
A las ocho de la noche se quemaban fuegos utifi-
ciales costeados P'>r la 1\Iuuicipalidad, se ponían lumi-
nm·ias en todas hs casas; las to rres de la Catedral, lo
mismo que las de la Capilla dol Sagrario, se ador naban
con candiles encendidos, colocados en todas la s cornisaS•
I<JI día de Cotpus aparecían propar~Ados por todos
los gremios de artesanos, los cuat ro alta res do 1·úbrica,
situados ea las bocacalles Je la "Enseñanza," la ''Rosa
Blancat "Puente de s.,n Francisco'' y segunda calle
real.Lns casas comprendidas en este trayecto, se ador-
nabau CO'l colchas ó col~:tduras de muselina, za raza ó da-
masco, y en las pu~rtus y brancas de las tiendas se colga-
lhan todos los cachivac!tes disponibles en las localidades
10cupudas por los t enderos ó mercachifles.
A cada media cuadra se levantaba. un arco vestido
de bogotana, percala ó picltirlclta, terminado e n custodia,

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cáliz ó alguna otrn figura alE-górica, de ca rtóu pintado


al temple. Las bocnc.lllcs se cubrían con úosrplCs, palabra
que traducida al lenguHje santafereüo quiere decir títe-
res Ó fantoches. E~os eran los lugares escogidos para
echar sátiras á los mandnues ó á los acontecimientos que
merecieran cen~ura, exhibiéndolos del modo m:ís ridí·
culo posible. Recordamos uno en que los guarJas deL
estanco de aguardie11te saqueaban la casa de uo pobre,
llevándose como contrab:Hldo las camail, los pocos mue-
bles y las bijas ele la víc.:tima. En otro pusieron un mon-
tón de aguncatcs (curas) llenos de mo~cns pt>gndas, con
el ~iguiente letrero: «¡Ah ~Iosquera, pobres cura.:-!» Otro
hubo en que figuraban los rematadorcs de bienes ecle-
ei<hticos, llevando en las mano'3 los convento~, cas.ts y
otros edificios. Al pie so leía esta inscripción: «Llevamo•
las ma,lO.i rmte1·tas dt' jtío».
La tropa se extendía en dobles hileras on las calles
que recorría la proce~ión, y al pasar la l\Injestad frente
~e la bandera, se batía y extendía para que el Arzobispo
pasara por sobre ella con el Santísirno.
A llls diez ele In rnañunn empezaba el elesfile de la
procesión en el orden siguiente:
Las cuadrillas de los indios de Suba, F ontibón v
Bosa, vestidos con paiit1elo rojo amarrado en la cabeza,
camisa de lienzo y cl\lzón corto (culotE>) 1le ma uta azul,
danzando al són do pífuno y turnbor, llevunclo un pa-
lito en cada mnno pnrn golpearlos ~nos contra otros y
hacer más visto~as las figuras. Esns danzas debieron ser-
vir de modelo á V ásquez Caballos para pintar el cua-

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dro que representa á David bailando delante del Arca,
existente en la Capilla del Sagrario; los carros ale·
g6ricos, tomados de los pasajes del Antiguo Testamento,
y tirados por robustos mozos disfrazados de turcos. Se
elegíah los nifios más hermosos y se les vestía con trajes
y joyas valiosísimos. Aún re':!ordamos entre muchas, la
alegoría de la República protegida por la Religión, acom-
pañada de la Fe, la Espsrania y ]a Caridad; las Cruz
alta! y ciriales de las Parroquias y otras iglesias; las
personas que iban alumbrando, en dos alas; ol Semina-
rio y el clero. Ea el centro las imágenes de S;mta Ana
que enseña á leer tÍ Nue3tra Señora, San Joaquín, La
Concepción, San Victorino vestido de Pontifical, San
Roque y San Pedro con tiara, llevadas en andas. Los
levitas llevando el Arca; Molsé.-., Aarón, los Ancianos
y los Reyes de J adá, repre~entados por niños de am-
bos sexos, con barbas pJstizr\3 de algoJ6n bien es-
carmenado.
Las ninfas ricamente vestidas, marchaban regando
flores delante del palio.
El palio llevado por sacerdotes revestido9, y en el
centro, el Arzobispo con la Custodia, roJeado del Capí-
tulo Meb·opolitano con ricas capas magnas.
El Presidente dd la República, acompañado de los
:Miniatros de Esta(lo y de los altos funcionarios civiles y
militares, con brillantes uniformes. Desde el General
Santander hasta Oba.ndo, asistieron los Presidentes á
Mlemnizar esas procesiones.
De todos los balcones caía inagotable lluvia de
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flores, y al concluír la estación en cada altar, se quema-
ban fuegos artificiales.
Después de la procesión, llevaban los niños que
habían figurado en ella, á disfrutar del convite (lunch)
que se les preparaba en el Palacio Arzobispal y en se-
guida los paseaban por todas parte~, en donde se les feste-
jaba como si realmente fueran los personajes qne repre-
sentaban.
Mientras tanto se divertía la gente devorando los
bizcochos, dulces y gua1•ruz que eran las viandas de orde-
nanza para esas funciones, amén de laa frutas acaramela-
das, man{, alfajo1·, merenguilos, avispe1·os y otras
golosinas de gusto no muy refinado. En las casas
eituadas en las calles por donde pasaba la procesión, se
obsequiaba á las personas invitadas con onces suntuosas)
y, en algunas, se aprovecha ha la oportunidad para armar
por la noche la tertulia ó baile impr0\ isado. 7

El octavario continuaba en la Ca. tedral con gran


pompa hasta el jueves siguiente, en que tenía lugar
la mi s m~ procesión por los alrededores de la plaza, pre-
vios fuegos artificiales de la víspera y todo era mutatis
mutanclis, igual á lo del Corpu'~. En una OCl).sión quedó
enrt;dada la tiara d e San P edro en los flecos de un arco,
y en el acto la gente agorera prono::~ticó próxima l'erse-
cución á la igleeia, lo que desgraciadamente se confirmó
con la fuga que se vió forzado á emprender Pío IX, de
Roma á Gaeta, en el año de 1848.

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IV

Luego venían las octava! de los barrios, empezando


por la de Las Nieves, por ser ésta la parroquia más anti-
gua de Santafé. Basta á nuestro propósito la descrip-
ción de lo que pasaba en aquel entonces tenebroso arra~
bal, para dar idea á la actual generación de los sucesos
que constituían, antaño, el ramo de diversiones miÍs apete-
cidas y popo lares.
Al aproximarse la fiesta se advertía movimiento
desusado en aquellas regiones, producido por el resane y
blanquimento do las casas, en que se notaba que Ioi
artífices no pecaban por habilidad en el oficio, porque,
por lo general, qnedaba más blanco el suelo que l!!s
paredes; se 'retocaban los letreros de las ventas y chi-
cherías, y en algunas localidades se pintaba con colores
de tierra, portadas que remecl11ban arqnitectura, festones
con tendencia á imitación eJe flores monstruos, ó alguna
escena de costumbres populares por el afamado pintor
al temple, el bobo Rosas.
P3rn comprender nuestra relación debe saberse que
en la é¡-oca á quo nos referimos, totlns las casas del bar<io
carecían de alar, las puerhs y ventanas eran contem-
poráneas del Conquistador de los 1\Iuiscas, no existí:•
camellón sino un tretnendo y desigual empedrado con
altibajos, y de Oriente á Occidente se desprendían tree

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quebradas, que fueron y yá no RÓn, las que pasaban
por tres puentes de calicanto, q a e son el origen del no m·
breque aún lleva esa parte de la ciudad.
En la víspera de la o~tava se colocaban en puertas
y ventanas, faroles de papel de colores, de los llamados
intestinos, ó liotern:¡s habilitadas de guarda-brisas con
sus co:-respondientes cabos de vela de sebo. En la plazuela
se ence:tdían hogueras de frailejón, y donde quiera que
había garito, venta ó chic hería, se colg<\blln f11roles caa •
drados, forrados en género-transparente, en que se
anun ciaba las comodidades que reportarían los concurren-
tes de la entrada á esas casas de beneficencia.
Desde la iglesia de la Tercera se empezaba á gozar
de lo3 perfumes y vapores do aquel barrio en verdadera
combustión: los ajiacos, empanadas, long:10izas, morci-
llas, cuchucos, rostros de co,rdero, papas chorre:\das, chi-
charranes, tamales, bvllos de qniche, encurtidos de la tie-
rra, chicha, pollos cí la {ttnerala, pólvora, aguardiente,
trementina, etc., etc., etc ...... con todo lo demás que no
podemos referir, enviaban sus partículas ó molécnlaa
en dnlce é inalterable consorcio, á las narices de la con-
currencia de toda edad, sexo y condición que se metía
en aquel Remolino de Ilonda.
A las ocho de la noche empezaban Jos faegos arti-
ficiales por un cohetón de doce truenos y unas cuantas
culebrillas que descendían caprichosamente: en el acto
respondían mil silbidos agudísimos do los muchachos,
con los gritos ó llantos de los asustadizos niüo:J q ne en·
Tiaban las madres con las criadas á gozar de aquellas

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diversiones. La banda de música 'rompla con el bambuco
ó torbellino y a3Í segufa In quema hasta que, entre las
nueve ó diez de la noche, se r etiraban todos ó. buen
dormir, á fin de quedar di,puestos y hábiles para los es·
peJtúculos y faenl\s do los días siguientes.
Amanecía el día deseado y ara de verse el movi-
miento febril de las gentP.s: se trasleab:l de las casas y
tiendas con todo lo que constituía el gnardu-ropa,
para que pasara á. funcionar como objeto de arlorno so-
bre las puertas y ventanas, sin qne dd nquella revo-
lución escaparan sino los colchones y almohadas de las
camas.
Con los cuadro~ y láminas de todos colores, clases
y tamaños, se cubrLln lns puetle3 sin Cttila.r8e de las re-
glas de simetría y congruenci.l que debieran tenerse
presentes en tales casos. ]iJ:¡to daba lugnr á que se vie -
rau los mayores contrasentido3 en tan originale~ con-
sorcios. Junto á. l11 Impresión de las llagas de San
Francisco, se veía á Mazzopa. (desnudo ) amarrado so-
bre el potro bravío; el éxtasis de Santa. Teresa junto
á Eloísa y Abe lardo; las nlmas benditas del Purgutorio
con la manteada de Sancho Panza, y así todo lo demás.
Recordamos que por l11 callo de las ''Béjaros" so veían
varios cuadros que rf'proscn tabnn la historia do Ilél"cules
y las Danuíues mezclndo!:l con otl'os alusivos tÍ la muerte
clel justo y el pe(~acl01·, y alguno de Napoleón en Santa
Elenni
L os arcos, altares y bosques, arreglados 6. imitación
do lo::t que habían figurado en el "Corpus,'' poro ador 4

BANCO
BIBLIOTECA l
CATA O
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nados con flores de bm·rachero, bo1·las de San Pedro,
arrctyanes, 1•etama y otros afines.
En la plazuela se preparaba el Paraíso, que era
el purgatorio de Adán y Eva, figurado por dos mucha-
ohos medio desnudos y ataviados con vestidos de plumas
semejantes á los que usaban Jos indios. Con arbustos
se formaba una imitación de parque cercado con fes-
tones de laurel. Allí yacían todo el día, para encanto
de los mirones, los animales raros, como cafu.cltes, ar-
madillo.~, borugas, venados, bttitres, tigrillos, micos y
loros: la serpiente tentadora era una tripa de res,
soplada, con cabeza de dragón mordiendo la manzana.
A veces figarabl una gran ballena en seco, hecha con
armazón de chusr¡ues forrados en papel pintado de negro
y ojos hechos de asientos de botella.
Desde las diez de la m'lñnna empezaban á circular
los matachines, que eran hombres disfrazados de dan-
zantes, precedidos del negro Simón Espejo, vestido de
casacón de paño rojo galoneado de plata, gran sombrero
de tres picos y botas altas, y de dos muchachos que
figuraban diablos, con vejigas infladas, suspendidas
de cuardas ataJas á un bordón, con que repartían so-
n oros golpes á todos lo~ que enco~traban. Llevaban mú-
sica consistente en tambora, dos violines gangosos y pan-
dereta, y marchaban al compas riguroso de seis por ocho.
Allí donde tenían sus compadres ó pretendidas, se dete-
nían para bailar la contradan~a, ó para hacer y des-
hacer, bailando, la trenza, alrededor de una aEta de la
cual pendían tantas cintas de colores cuantos eran loe

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mataclLos. Ooncluída la danza, recibían los aplausos y
felicitaciones del pueblo y «se iban con la música á otra
parte.»
La procesión tenía lugar por la tarde, en perfecto
orden: llevaba el gui6n el alférez designado por el Pá-
rroco, con las ninfas y car-ros aleg6ricos do estilo, y de-
trás del palio, debajo del cual llevaban la "Majestad, se•
guían la música y cantores más originales del mundo. El
violoncello llevado por uno y tocado por otro; los violi-
nes recorriendo caprichosamente el diapasón en todos
los tonos y variedades concebibles; un oficleide dando
bufidos á su antojo, y los cantores amoratados, con vo-
ces de garganta y apenas entreabierta la boca para
cantar con los dientes apretados.
Un extranjero que presenció en cierta ocasión esa
escena, dijo al verlos, que ern. mucha crueldad obligar
á esos desgraciados á que «.lloraran cantando.»
Por la noche el barrio era un encanto, aún en los
sitios más recónditos. Se arm'lban hailes y parrandas en
casi todas las casas donde había Sí! fides, a 1 com pas de
guitarrns y bandola~, y por las calles circulaban grupos
de hombres algo sospechosos, con garrotes y tiple en
mano, seguidos de las 11larit01·nes respectivas, todos
tan quisquillosos que por dcícame esas pajas se machuca-
ban sin piedad. ¡Ay del quo pasara por janto á ellos y
tuviera la dosgraciu de no darles la acera !
Desde las nueve en adelante era peligrosísimo, por
no decir una temeridad, meterse en ese avispero, por-
que yá habían invadido toda la chicha y aguardiente de

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las ventas el estómago de los fiesteros. Como conse-
cuencia precisa, cada personalidad estab:¡ convertida en
verdadero alambique.
Las tabernas semejaban rompe-olas de mar bravío,
y si se llegaba á apagar la única luz que hacía percep-
tibles los objetos, á ca usa de algún accidente imprevis-
to, se armaban bataholas á oscuras, al són de los
guayacanes y cabiólancos.
Entre tanto, la poli~ía se contentaba con arreglar un
cordón sanitario en las avenidas que conducían al sitio
del combate, siguiendo la regla de los bomberos exper-
tos, de que el medio más eficaz para extinguir incen-
dios es formarle hogar al fuego.
El lunes tomaba el barrio el aspecto de un lugar
amenazado de próximo asalto. De la esquina de la anti·
gua casa de «Cualla,l> hasta la de «:Los tre3 Puentea,}!
se cercaban las bocacalles y en todas las puertas se po-
nían trincheras con las cujas de c~u1·o, bancas, mesas,
etc. Se preparaban para los tres días de corridas de
toros.
A la. una de la tarde traían los bichos á un corral
vecino, en medio de la algazara de los jinetes, de los
m11chachos y db los cohetes: el enciet·ro no tenía nada
de particular; pero ú las tres sacaban el toro enla-
zado con tantos 1•rjos cuantos eran los Ol'ejones.
En nquella época no se conocían las navarras, ti-
monas, galleos, juniconrs y suertes clrbicas de la tau-
romaquia: los patojos llenos de andrajos en quienes
el licor producía dimioució n de vista, toreaban lisa y

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llanamente, con seguridad de darse el placer de una
arada de bruses cuando los atropellaba el toro, caso
en el cual se les sacudía ó se les zambullía en la pila,
fuera ó nó conveniente.
El meollo ele la diversión estaba en tomar sitio jun-
to á las ventanas en que estuvieran asomadas las m u·
chachas bonitas) lugares eu que se podía pelechar.
Al grito de el toro! se prendían los lechuguinos
de los vetustos balaustres que se les quedaban en las
manos y caían de espaldas contra el empedrado; en
ocasiones residían los barrotes y entonces, por caso
apurado, otros de los perseguidos, se agarraban de la
levita del anteriot· ascensor, bast(que se formaba un ra-
cimo de cachacos, que al fin concluía por ca'3r en masa.
En cierta ocasión treparon en vetusta ventana unos
cuantos fiestero~, y como las damas de la casa cayeron
on la cuenta de que el parapeto amenazaba ruina, cre-
yeron conveniente oponel' fuerza centrípeta á la centrí-
fuga para evitar el desastre; poro como fne mayor la
última, se fueron á la calle los prendidos, ,la ventana y
las sostenedoras de adentro.
Yn entrada la tarde aparecían los fo·rasteros, (así
llamaban ú los habitantes de los otros barrios), y como
novicios en el arte de buscar refugio, se subían á las ba-
rreras donde se les atacaba ú piquetazos de nguja, parn
que no quitaran la vista á los quo estaban d1!trús.
El último día se exhibían algunos jóvenes con dis-
fraces charros y recorrían el recinto de las fiestas, dando
alaridos estrepitosvs cuJndo pasaban fronte á stt to1•-

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mento, y aún se permitían levantar ligerament~ la más-
cara, á fin de que no hu hiera duda <.le su fineza.
Pasadas las fiestas quedaba esa parte <.le la ciudad
en estado lamentable: era preciso la amenaza de epide-
mia que sirviera de pretexto al Alcalde, para obligar á
sus moradores á que asearan las casu-3.

Las fes ti vidntles de la Semana Santa se han consi-


derado, como d~ las más importantes de las que se cele-
bran, diferec.ciáudose las de Santafé de las ue Bogotá,
por ol espleodot· y seriedad que tienen en la última.
El domingo de Rawos, lo miamo que sucede hoga-
ño, entraba Jesús al templo, caballero on nna. burra,
rodeado de los sacerdote!; y pueblo, llevando todos, ra-
mos ó palmas tejidas, con más ó meno3 adornos.
El lunes santo salía la procesión de la iglesia de
Las Nieves. Los pasos eran llevados como ahora, por
penitentes vestidos de valencina negra, cubierta la J'l-
beza con capuchón en que se dej :ln dos agujeritog para
ver, envuelta la cintura con lnzos de fique y llevando
en la mano una horquilln para descansar.
Las efigies del Salvador y de la Virgen, tienon, á
más del mérito artístico, la particularidad <.le ~no so cree
que pertenecieron á las igleaias despojada3 por lo!J pro ..

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testantes durante el movimiento anticatólico de Ja Re-
forma. mi conjunto de la procesión con los consabidos
cucurucho9 y salvo la planta y fa.cha do los j ndíos, ora
atlecllado al objeto propueito; pero existía el paso de la
Oenrt, y quien no lo vio no conoció cosa bu~nn. Alde-
rredor d~ una mes11 cubierta con verdaderos suculentos
manjares, preparado:; con productos y licores de todos
lo3 climas y lugart1s, ibr1n sent ulos, el Salvador á la
cabecera, teniendo recostado sobre el pecho á San J uun,
dormido, lo que hacía quo el pueblo dijera que se había
achispado con el vino. En cuanto á los Apóstoles, no
encontramos pn.lBbras pam expresar con preci~ión la ho-
rripilante deformidad ele aquellas figuras que parecícn
de facinero:;os, disfrazados con c'lmisones de de~hecho,
añadiendo el sacristán, de su propio peculio, los cuellos
postizos y corbatas. ¡Cuándo pudieron figurarse los abne-
gados propagadores del Evangelio, que algún díu, en
ignoto país se verían representados como monstruos ó
trogloditas feroces l
El pt·ogresista Arzobispo Sr. Arbelnez, quiso des·
truírlos de.;úe el año de 1869, y entooce~ se le hizo
presento que esa medida ora peligrosa y que podía haber
•~rngre si tal cos \ so intentaba; pero corno «toda injus-
ticia tiene su término,>) Jlegé> el tiempo de la Visitn del
Arzobis~,o Sr. Velasco: todo fue verlos y condenarlos al
fuogo, sin apelación, ordenando que se ropnsiernn con
otros que llennran las condiciones requeridas.
'M erced ú tan ncortnda disposición y al celo inteli-
gente clel laborioso Párroco doctor Alejandro Yargas,

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eficazmente ayudado por el ~fayordomo de Fábrica, D)
Francisco Ortega, se ostenta en aquella antigu~ igle-
sia, la capilla. mejor ornamentada de la ciudad, en donde
figuran con el debitlo decoro las bellas imágenes del Sa. ·
grado Corazón de JesÚ'i, rodeado de sus Apóstoles:
algunas viejas de la pelea pa.~a la echan de meno3 á los
antiguos amigos de su infancia, pero yá s~ consolarán,
ó irán á la sepultura con esa contrariedad.
El martes Santo salía la proce,.ión de Santo Domin-
go, sin nada que la hiciera singularizar : no sucedía lo
mismo con la que salía el miércoles de San Agustín.
A las once de la. mañana tenía lugar la. sentencia 1
La imagen de Jesús aparecía colocad.\ en el centro de
Ja iglesia, y de las tribunas salía una voz cavernosa
que decía : ''Yo Poncio Pi lato, Gobernador romano,
condeno á muerte, con dos ladrones, á Jesús Nazareno,
por hechicero y embaucador; á la COII¡iscación ele bienes
y cí pagar los costos y costa.~ del proceso!
Y esas barb Hida.des que debieran producir hilari-
dad en el auditorio, causaban, por el contrario, senti-
miento3 de compuución que se traducían pc.r fnertes y
retumbantes golpes do pecho en las gentes sencillas. liJn
seguida se trnslndab[\ la i mngen al presbiterio, cantando
el salmo .Misere,·e. Por la. tarde salia la procesión que
conocP.moc:;~ con los jullíos y nlgunns otms in.:ígeuos de
santos que ardieron á puerta cerra<.la el veinticinco de
Febrero de lti6:2, <.luranto el terrible nsalto que por tres
díns dieron al convontn convertido en fortaleza, las fuer-
zas de la Confederación al mando del General D. Leo-

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nardo Canal. Sea esta la oportunidad de recordar que,
sin el arrojo del Coronel l\hnnel 1\Iaría Victoria (a. el
negro), habría sido destruída por el fuego ]a imagen
de Jesús N azaren o.
' Tres jueves hay en el afio
1

Que causan admiración :


Jueves Santo, Corpus Cristi
Y Jueves de la Ascensión,"

Para hacer honor tÍ la anterior cuarteta que reve-


la la sencillez y candor de los tiempos en que se compu-
so, el jueves santo amanecía nuevecita le. población; hasta
los mendigos estrenaban alguna prenda del vestido, y,
cosa rarísirn1, se lavaban 1, sí, se lavaban, entre otras ra ·
zones, porque algunos tenían que repre.,entar ó los
Apóstoles y dejarse besar el pie en la ceremoma del
Alandalo.
Ese era el día para dejarse ver en las calles, vi-
sitando llivnwnentos, los habitantes de Santafé hasta
las diez de 11\ noche, porque la cultura de esos tíem..-
pos permitía á las mujeres salir solas de noche, sin te.
mor n los desacatos tan comunes hoy en Bogotá.
Amén de In proce::.ión que en ese dfa salía. Je la
Verncruz costeada por el comercio, se exhibían AJo.
num.e,¡tos, ec las iglcsfas, que, en su mayor parte, se for-
maban con lienzos piotí\<.los ni temple, representa·
ción de templos ó cúrceles <.le arquitectura clásica y
colorido inverosímil, obra de D. Victoriuo García. El
de San Agustín ~Se llevaba la palma. por la& ridicu-
leces y anacronismos que so pooÍalJ á la contemplación

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de los fieles. Todo santo, ángel ó judío, quedaba conver-
tido aquel día en personaje siniestro de la pasión, dis-
frazado tan malamente, que se conocía sin mayor esfuer-
zo el primitivo carácter del personaje suplantado.
El viernes santo, era la adoración de la Cruz, acto
que producía un obsequio muy confortable para el sa-
cristán, porque rara persona pudiente no concurría á
dar prueba de munificencia en esa ceremonia: hoy ..•.
cae en la sal vi lila algún nikel vergonzante ó billetico
enrollado, sin duda para que no sepa la mano izquierda
lo q a e hace la derecha.
A.otes de la procesíón acudía el pueblo en masa á
la Catedral, á presencinr el descendimiento: allí en-
contraba, como suele decirse, con el cura de su pueblo.
Entre los empleos de la iglesia, había uno llamado pe-
rrero, que desempeñó últimamente el español Santiago
Al varez, hombre terribie que vestía sotan'\ de bayeta
de Castilla, y que llevaba como símbolo de su au.
toridad, un zurriago con que castigaba al distraído can
que entraba al templo; pero cuando entre los con·
currantes se introducía el desorden, como sucedía y
sucede en esa función, repartra furiosos zurriagazos á.
diestra y siniestra, sin que nadie se atreviera á decirle
oxte ni moxte: aquel flagelador no ejercería hoy suma-
gisterio, sin que le pusieran las peras á cuarto.
El domingo de Pascua se llevaban de la Catedral
á la Veracruz, las imágenes de Nuestra Señora, Sao
Juan y la .M agdalena, para encontrar y acompailar al
Resucitado : no podía desplegarse aparato más ridículo.

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Apenas veían los cargueros el paso del Salvador,
echaban á correr inclinándose para imprimir á las
imágenes movimientos que semejaran saludos ó ve-
nias; en alguna ocasión, tropezaron los que condu-
cían la l\Iagdalena y, como <.liceo en ~Iompox, cayeron
'On todo .'1 santa.
Si Snntafé resucitara para presenciar las funcione11
eligiosas de Bogottí, se volvería Rorprendida á su tumba.
JI culto se ha sub 1imado, suprimiendo lo que existía de
a exagerada devoción á las imógenes con perjuicio de
lo principal: hoy figuran la adoración á la Eucaristía y
la devoción á la Virgen como indispensable objetivo de
toda fiesta católica, sin perjuicio del culto que se tributa
ó. los santos.
El esplendor, pompa y gusto con que se celebran,
laf'l festividades dt3l Sagrado Cornzón de Jesús y de
N 1estra S eñora del Carmen; de San Ignacio de Layo-
la, los triduos de cuarenta horas, y las fiestasdel respec-
tivo patrono de las órdenes monásticas, dejarían col-
matlns las exigencias de la~ ciudades más avanzadas en
c:vil izncióo. La inicia ti va lo. tomaron los J esuítas desde
el año de 1845, secundarles por nuestro inteligente y
virtuoso clero, en que hay sacerdotes que han formado
su gusto artístico, visitando los países del viejo mundo.

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CRIM.ENES CELEBRES

FI\IPI.~E á nuestro propósito incluír en


estas reminiscencias la relación de los crí-
menes más notltbles quo ~e corneti~ron
en Santafé, desde que este pais asumió
~S~ ante el mundo civilizudo la responsabilidttJ de
Nación soberana é independiente.
Si se efltableciera comparación de la crimina-
lidad entre lo que hoy forma {¡Colombia, y
otras naciones de América y aun de Europa, resultaría
demostrado que, á Dios gracia~, formamos una excep-
ción bien notable en lo que hace á varios delitos dema-
siado frecnent~s en otros pueblos. El vnndalaje puede
decirse que apenas es conocido on esta tierra, no obs-
tonto In ausencin completa do medios preventivos ó de
seguriJad en los desiertos caminos, lo mismo que en Jos
centros do población.
Asombra la tranquilidad con quo viajan nuestros
correos de encomiendas por despohlndos y párnmos, sin
encontrar otros obstáculos que los malos caminos ; y Ei
alguna que otra vez han sufrido asaltos, pronto han sido

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descubiertos los ag resora~. l~s tal el resp13to que se tiene
en el país nl cond tctor ofwial, que á pesar <.le ser éste
a lgt1n infeliz hombre del pueblo, mal vestido y peor ar-
mnclo, b:1sta saberse qué carácter lleva para que sea aca-
tado por donde quiera. que pasa; más aun: hemos visto
abandonada la btdija en la cima del Guanacas, después
de muerta la mula que la llevaba, á cansa del frío intenso
de una nevada y allí, sin más testigo q•te la espantosa
soledad, pasan lo3 timanejos que van á vender coca á
Popnyán, cubiertos con una capa de palma que los
semeja á buitres emparamados, y al ver ese objeto
tentador, dan un rodeo para no acercársela y exclaman:
San. Pablo 1 como si fuera Yenenoso áspid. ¿En qué
otra parte del mundo se ve cosa parecida ?
Pero á veces se acuerdan algunos de que en arca
abierta el justo peca, y sin mtís ni más, se echan por el
atajo, sin duda alentados por la idea de que un pueblo
que no provee á su seguridad, merece que se le haga
el gran servicio de acordarle con !tecitos prdcticos, que
somos mortales y que vivimos entre hombres que :melen
tener en ocasiones deseos inmoderados de sustraerse á la
loy del trabajo ; aunque bien vbto, si los tales emplea-
ran por la vía recta sus facu!tades adqui:)itivaR, serían
sin duda los más ricos, en ntencióu á las fatigas qtle su-
fren y á. la tortura en que ponen su inteligencia pnra.
apropiarse el bien ajeno.

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ASESINATO DEL PRESBITERO FRANCISCO TOMAS BARRETO

El primer crimen que escandalizó ó. esta sociedad


en la época á que nos referimos, por log caracteres de
atrocidad y premeditación que revistió, fue el aFesinato
del preobítero doctor Francisco Tomás Barreto, que
vivía en la antigua Calle del Arco, llamada así, por un
puente elevado que unía el convento de franciscanos
con la iglesia de la Tercera, dando á esa localidad un
aspecto sombrío, que después se cambió en siniestro, por
el crimen de que nos ocupamos. Subsistió ayuella preo•
cupación hasta el afio de 1863 en que se demuli6 la inú-
til antigualla coloniul que hizo decir al espiritual Ber-
nardo Torrente, que en Bogotá hab1a un puente que
sólo Eervía p:,ra pasar por debajo de él.
En el año ds 1828 vivía el doctor Barreto en la
casa que hace frente á. la antigua call llamada de Lo•
Carnero!!, ó sea bajan lo por la iglesia de n Tercera, has
ta dar frente á tlicha calle después do atravesar In nnev
que prolonga la antigua ue
Florián. L a cnsa número 146
de la calle 16 tenía portón q ne dabn entraua. ú un patio, al
rededor del cual, por los ludas Oriento y Sur, estaban
las habitaciones.
Aquel sacerdote tenía fama de ncaudalaclo, y sin

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embrugo, vivía solo en esa parte, o11tonctH aislada de !.1
ciu:lad, acompada.do de o u muchacho que le ayudaba á
misa, atenido nl respeto que inspira el ostado sacer-
dotal, y á una buena lanza colocada cerca de la cabecera
de la cama, sin pensar que estl m:lnera do vivir constituía
una tentación ponnaoento para lo::s mal vados.
Entre ocho y nueve de una noche golpearon en la
casa ; se preguu tó quién era, y como conte::,t 1ra11 " 171.
Pinto," abrió la puerta el nHtchl.lcho. Los a9esinos en-
traron en tropel, y sin m:ís pret'trnbulo::s acom~tieron ti
puñaladas al doctor Barreto, que estaba merendando~
é:;te alcanzó á CO!!Cr la lanz.t; pero uno de los a::;e:;inos
so la e¡ uitó, tomúudola por el as La, cortándole cou ~1 filo
Jos dedos de la mano, al urrobatár::;ola. El muchacho, en
quien los asesinos no se fijaron, fue á dat· u.vi::so al cuar-
tel de llúsares, ql1e era. eu la ca:sa que hoy pertenece á.
la familia Valeuzuela.
El único móvil de ese crimen fue robar al doctor
Barreto, despué::s de asesinarlo.
Dado el douuncio por el muchacho que los conoció,
resultaron comprometiJus el Ourooel Manuel .Alm~iJa,
qua ya antes había muerto al cura de Quebrada N t•gra;
UO!l mujer llhmada Dolores Pit1to y l\lanuel Veg:t, ::;u

esl'oso ; Pioquinto Cawucho y los negro~ Amarantos,


esclavos de A.hllcida, que ora dueño de In autigun ha-
cienda tle Quebradn-Hondu.
Todos quotlnrou convictos, y en consecaencia. fue-
ron condonados ó. mnerte: la ejecución tuvo lugar al
frente de la cúrcel, que estaba situada en el lugar que
hoy ocupa el gran patio del Capitolio.

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Al Ooronel Almeida se le fusiló, después de degra-
darlo; á Vega, la Pinto y los negros Amarantos se les
ahorcó, S'.lcándolos á todos de la cárcel, arrastrados sobre
un cuero de res, en q ne había un gal:o como ~mbletna de
ferocidad, una culebra representando la alevosía, y un
sapo para expresar la premeditación y frialdad en la co-
misión del delito. Después de la ejecución se cortaron los
brazos á los ajusticiados y se colgaron en cr02. sobre la
puerta de la casa donde se llevó á cabo aquel crimen.

11

ASESINATO DE DON SEBASTIÁN HERRERA

Don Sebastián Herrera, anciano de más de seten-


ta años de edad, ucaudalado, viudo, sin hijos, avaro, y
mecánico, como se llama á quienes comen para v1v1r,
según Moliere; er~ hermano del doctor Ignacio He-
rrera, Síndico de la .Municipulidad de Sllntafé el 20
de Julio de 1810, y uno de los que firmaron el Acta
de Independencia. Pasaba el día en su vieja casa que
era la misma que hoy pertenece al señor D. 1\Ianuel
Snmper en la esquina N oro este de la Plaza de Bolí vnr,
y pernoctaba en la casa del señor D. Jo 1quín Escobar,
situada frente de la iglesia de La Enseñanza.
En una mañana de Junio de 18501 salió el sefior
Herrera de la casa del sefior Escobar, como de cos-

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tumbre, antes de las seis, y se dirigió hacia la plaza.
Vio un hombre de aspecto sospechoso, embPzado con
bayetón azul y rojo, sombrero de jipijapa y pantalo-
nes blancos, de pie en la esquina que forma la casa del
finado D. J ustino Valenzuela, á la diagonal de la casa
de :1\:loneda, y aunque tuvo el presentimiento de que
ese lwmb1•e lo il1a á asesina1·, según lo manifestó después,
continuó su camino.
Notando que lo seguía el embozado, pasóse á la
acera Norte de la calle; pero al llegar á la acequia que
existía frente de la torre de la citada iglesia, el perso-
naje se acercó precipitadamente y atravesó al señor He-
rrera, de izquierda á derecha, con un gran cnchillo
cabiblanco que medía trece pulgadas de largo y cuya
punta quedó nsomándole por la tetiiia derecha.
El asesino tomó por la calle de los Chorros de la
Enseñanza, An donde antes lo vieron unas mujeres, que
tenían entreabierta la puerta de la tienda en que vivían,
y se dirigió hacia el río San Francisco, vadeándolo por
el lugar que hoy ocnpa el puente de Gutiérrez.
D. Sebastían vestía el único traje con que sietn·
pre lo conocimos : sombrero alto de fe! pa gris con forro
verde, chaqueta y pantalón de paño azul raido, suizvs ó
botines de cordobán, y capa española con cuello de piel
de lobo y vueltas de pana. Al sentirse herido se entró
á la tienda de don Justo Pastor Lozada, debajo de la
cnsa que fue del seiíor José Rodrigo Borda, en la
esquiua de San Felipe, pidió chocolate porque allí ven-
dían desayunos, pero tardaron en servirlo y siguió para

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su casa diciendo q a e no quería nada; abrió la puerta
de la calle con la enorme llave que cargaba, empujó
el postigo del tras portón que permanecía cerrado, mer·
ced á una gran piedra metida en saco de cuoro y sus·
pendiJa por detrás; llamó á las dos sirvientas que
Jo cuidaban y sin decirles nada de lo ocurrido, les
ordenó que fueran á llamar al cura de la Catedral doc-
tor Alvsrsán~hcz y al médico doctor José Félix 1\Ie-
rizalde. U na de ella!!, motu proprio, fue á dar aviso
á la casa de don Santiago Auza, cuüado <.le su amo,
y que en esos momentos se hallaba en su hacienda de
Casablanca de Usaquén, por lo cual se presentó en casa
del señ.or Herrera, el doctor Teodoro Valenzuela, pa-
riente tle ambos y c¡ue vida con el soñor Au1.a. Al
verlo el herido, le dijo: "Mande usted á buscar un con-
fesor para que el diablo no se lo lleve todo.''
Simultáoe:uncnto llegaron el cura y el doctor Me-
rizalde, y como era urgentísimo aprovechar los momen-
tos que se creía potlría vivir ol anciano, dospuó~ de la
primera absolución, so procedió, tle acuerdo con las pru-
dentes indicaciones del doctor Valenznola, al arreglo de
los valiosos intereses que queuarínn expuestos ú ser presa
de ulguna intriga qno en esos momentos se vislumbraba.
El médico opina hu que el her ido no niC'an7.ai'Ía :i tes-
tar, por lo cual esto pensó confet·ir poder para ello ni clou-
lor Valen zuela; pero Íl In terminante negativo del último,
se fijó D. Sebrostitin en D. Joaquín EscolJal' que á la sazón
~e hallaba en Fusngasugó. Entretanto llegó tlon Narciso
Sáucbez, Notorio 2. 0 del Circ·uitn. y contrn lo que se

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esperaba, otorg6 testamento en debida forma, dejando
de herederas de su cuantiosa fortuna á sus sobrinas, las
en ton ces señoritas Teresa y l\1a ría Josefa Escobar, de-
clarnndo que era viuúo de la señora doña María Josefa
Auza, y que moría en el mismo estado, sin hijos.
Frecuentemente se observa un fenómeno bien
curioso y que ~e repitirá hasta la consumación de los
siglos: el Íllteresado es el {Lltimo que S<.lbe los decires en
que figura como autor p1·incipal. En efecto, ol Jefe
político, señor don José l\Iaría Baraya, que fue la pri-
mera autoridad que ocurrió á la casa del señor Herrera,
le dijo que tenía conocimiento de la existencia de la
partida de su último matrimonio. "E.~a partida es falsa,"
contesto indignado el moribundo. Hacía días que se ha-
bia propalado entre ciertas gentes la noticia del matri-
monio de don Sebastinn con una mujer de la clase
me..lia, 1Jamac1a Salomé Torres.
Los profesores, doctores Andrés 1l1aría Pardo y José
Félix 1\Ierizulde, que asistieron á D. Sebnstián, manifesta.
ron que no se atrevían á extraerle el cuchillo porque
moriría en el instante en que tal cosa se biciern; y con el
objeto dt' no hacerlo sufrir al desnudarlo, empezaron
lt cortarle la grasosa chaqueta que tenía puesta; pero
al ver esto el enfermo les dijo con presteza y energfa:
"no clocto1·es: J)01' l<.is costuritas''!
De~pués de arreglar como quiso los asu.ntos ma-
teriales bajo la inmediata dirección del doctor Valen-
zuela, recibió el Santo Viático y !a Extremaunción.
Vieudo los médicos Ja ioutilidau de prolongar la

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agonía de Herrera, resolvieron sacarle el cuchillo á
las dos y media :ie la tarde: una abundante hemo·
rragia puso término á la vida de D. Sebastián. Se le
amortajó con hábito de S:1n Francisco y se le hicieron
exequiaa en la iglesia de San~o Domingo.
El mismo día fue aprehendido Narciso Gómez
contra quien se amontonaban tremendo( indicios c¡ue
lo hacían aparecer como el asesino de aquel anciano.
En el acto de reconocer el cadáver dijo que ''era el de
la mny buena peraona del señor don Sebastián He.
rrera." Se averiguó que entre Gómez y la Torres
existían relaciones ilícitas de tiempo atrás. Cogido este
hilo, fue fácil dar con el ovillo.
En los libros parroquiales de Registro de San Vi c·
torino se leía una partida en qne constaba que, con
anterioridad al suceso que nos ocupa y con permiso del
cura, doctor Justo González, se había casado, in arti-
culo mo1·tis, don Sebnstián Herrera, vecino del barrio
de la Catedral, con Salomé Torres, vecina del de San
Victorino, sin previas informaciones ni amonestaciones;
y en el bolsillo de una prenda de vestido del señor
Herrera se encontró co~ia autorizada de dicha partida:
¿quién y cuándo introdujo allí tal documento?
En las investigaciones sumarias resultaron proba-
dos Jos hechos siguientes:
En una de las salidas q ne hacía don Sebastián ó.
dar vuelta ó. su hacienda del Salitre, á inmediaciones
de esta ciudad, Narciso Gómoz, do acuerdo con Salomé
Torrea, su amiga, fingió ser el señor Herrera que,

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moribundo, quería legitimar sus relaciones con la To-
rres, mediante matrimonio. Al efecto, y como queda
dicho, previo permiso del cura de la parroquia á que
pertenecía la supuesta novia, efectuaron una noche
la fars:1 del matrimonio en casa de aquella mujer,
funcionando como ministro el presbítero Vidal Busta-
mante: termirjado el prólogo del drama, aprovechó Gó-
mez la primera oportunidad que se le presentó para
dar el golpe de gracia y apoderarse de la fortuna codi-
ciada.
No obstante la premeditación y sangre fría con
que se cometió ese delito, faltaron dos circunstancias
importantes á sus autores, á saber: que no murió ins·
tantáneamente la víctima, y que descuidaron E~olicitar
y obtener el permiso del cura de la parroquia de donde
era vecino el Sll puesto contrayante. Si estas dos condi-
ciones se hubieran llenndo, habría sido imposible arran-
car á esos malvados los cuantiosos bienes que poseía D.
Sebastián. Pero no se crea que aquellos desalm3dos se
dieron por vencidos.
El señor Ramón Gálvez se presentó ante el Juez
primero del Distrito, que lo era el señor don Felipe S.
Orjuela, reclamando en su calidad do apoderado de
Salomé 'Torres, e.posa legítima de don Sebastián Herre-
ra, los bienes que quedaron por óbito de su esposo, de
quien a!:-eguraba tendría hijo póstwnol, y presentó una
lista de diez .1J ocho testigos para que declararan si era
cierto y les constaba, po1' haberlo presenciado, ol ma ·
trimonio aludido. Oinco de &llos rindieron declaraoio~

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-12!-
nes contestes, y ya parecía todo perdido 6 mejor dicho,
ganado, por lo menos para el t>óstumo, cuando notó el
Juez que un viejecito llegaba á la puerta uel despacho,
se ponía en atisba y desap \rocía tan lnego como alguien
entraba á le !"lieza. Al fin lleg0 el día en que encontró
solo al Juez, y entrl\nrio precipitadamente, le dijo: "Se-
ilor, me ll!imo Francisco Rocha y me tienen amedrenta-
do á fin de que declare que fuí testigo y padrino del ma.
trimonio de D. Sebastián Herrera con Salomé Torres, lo
cua l no es cierlo.'' Armado el Sr. Orjuela cou esn antor-
cha en tan tenebroso asunto, logró que de los trece testi-
gos que aún no habían declarado, el mayor níunero ex.
pusiera que se hallahan en el mismo caso del testigo
Rocha. En cuanto al presbítdro Bustarnante, desnpa-
reció, y ó. los testigos falsos se les siguió sumario que
dio por resultado el condigno castigo.
Reunióse un Jurado que no condenó á muerte á Gó-
mez, sobre qnie¡) pesaban todas las probabilidades de
ser el promoto1· y autor principal do ose doble crimen,
encastillándose en la falta de plentt prueba, seguramente
porque al delincuente se le pasó por ulto llevar Notario
para que lo acompañase y diese fe de lo ocurrido, y S3
limitó á sentenciarlo á la pena de veinte años de pre-
sidio que no alcanzó á sufrir, porque el indulto gone-
ral por delibs comunes protuulg:,do en el afio d e 18!33,
lo puso en liborta.d. A Salomé rrorrcs se la Cúndenó á
diez años de reclusión ~n Guadua~, donde murió.

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- 1!3-

III

ASALTO AL CONVENTO DE SAN AGUSTÍN POR LA


OOMPA?lÍA DR RUSSI

A las once de la rnafiana del día nueve de Septiem-


bre de 1850, entraba un novicio del convento de San
Agustín á la botillería que, al frente de la puerta falsa
de la Catedral, tenia la señora Juana Rojas, madre del
joven Ezequiel Gómez, alias El Curí, que después fue
religioso del mismo convento. Allí encontró á Francisco
Zapata y Porras, que fue también novicio agustino, y á
Joaquín Cuervo, quienes tornaban dulce de almíbar y pan
de yuca. Después de los saludos do costumbre, é!ltos ofre-
cieron en vonta nl primero, un reloj de rlata, rnanifesttín ·
dole que sólo tenían en mira hacer cualquier negocio ó
cnmbio de esa finca por otra. En vista de la negativ~
de nuestro novicio, fundada en su pobreza, ~onvi­
nieron en que irían nl con vento á ver qné le .sacaban.
En efecto, en la tarde del mismo día se presentaron en
la celda Jel novicio, discutieron el trato del reloj y aun
se lo ofrecieron en cambio de nn galnpngo ltúngaro
del tiempo de la patria boba, quo poseh el religio-
so. De repente preguntó Z.lpata, 1ue en dóncle estaban
guardados lo.s doce mil pesos llevados en ttnos bw.Uts al
convento por el Padre Silva, antiguo hospitalario: el no·

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-124-
vicio le contestó que ignoraba la existencia de tal plata,
que el padre Silva permanecía en el convento, única-
mente durante el día, en una celda que le había propor·
cionado el Reverendo PaJre José ~:1. Scilabarrieta, her·
mano de la Pola, y en ese entonce.3 Prior de los Agus-
tinos. Terminado el aparente asunto que ilevó á esos hom-
bres al convAnto, se despidieron; pero en lo3 días si-
guientes, aprovechando las circunstancias de sus viejas
relaciones con los Padres, que favorecían el nego
cio que tenían entre manos, volvieron en div~rsas oca·
siones con el pretexto de visitar á sus conocidos, sin de~­
perlar sospechas de sus verdaderos propósitos.
Ignacio Rodrfguez, el famoso jefe de cuadrilla, que
era el instigador de esas idas y venidas, seguía el ejem-
plo de los grandes capitanes: enviaba á sus tenientes á
reconocer é inspeccionar el campo sobre el cual pensaba
maniobrar.
El costado occidental d el edificio constaLa de tres
cuerpos: la planta baja, convertida. en inmundas tien-
das de habitación; el entresuelo, que formaba un gran sa-
lón destinado ó. los actos literarios que, sobre filosofía,
tenían lugar en determinadas épocas, y el último piso
ocupado por religiosos, en sus respectivas celdaa.
El convento era una masa informe y ruinosa, en
donde vivía una décima parte de los habitantes quA po-
día alojar, por cuya razón se encontraban en lastimoso
estado las diversas secciones que no tenían ocupantes,
ofreciendo liSÍ facilidades para ocultarse ó. los quo qui-
sieran hacerlo. Esta. circunstancia, unida á la costumbre

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-125-
reglamentaria de que todas las noches á las ocho y me-
dia entregaba el portero al Prior, las llrAves de la puerta
del corwento, las sabían nuestros exploradores; además,
ningún religios0 cerraba con llave la puerta de ')U celda
sino con un picaporte que permitiera entrar, en cual-
quier momento, lo cual no era nn secreto para nadie.
Así las cosas, llegó el día designado para. dar la
función 1ue, á peneficio propio, tenían bien preparada
aquellos act01·es. Empezaron por introducirse eo el con-
vento desde temprano, en parejas de á dos, á fin de no
llamar la atención, provistos de llave falsa para entrar y
encerrarse en el entresuelo. Entraron treinta hombres,
siendo de los últimos su jefe Rodríguez.
Entre diez ú once da la noche, salieron del escon•
dite y colocaron centinelas donde les pareció conve·
niente, dirigiéndose seis á la celda del Prior, que era la.
pieza contigua á la iglesia en la parte que da sobre el
atrio en el piso alto y que est1ba dividida en tres oom-
partimieatos en el orden siguiente : sala, cocina y alcoba.
El Prior se había pasado á dormir en esos días á la
mitad de la sala, sobre una mesa que se prolong .. ba por
medio de dos batiente~, mesa que existe aún en la sacristía
de la ig lesia, con el objeto de sustraerse al pulguera le-
vantado en la al cob:1, á consecuencia do anterior ausen-
cia del padre, hecho que ignoraban los ladrones.
U na vez .1bierta lrt puerta, entraron y frotaron fós-
foros de silencio para encender las linternas sordas de
que iban provisto.s: el primer objeto inesperado que
vieron, fue al buen padre Salabarrieta que dormía á. pier-
na 3Uelta y sin. pulgas, como Jo deseaba.

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-126-
La impresión de los visitantes nocturnos, fue la de
que ae las habían con algún muerto puesto allí; pero
como esos caballeros no tenían cuentas con Dios ni oon
el diablo, pronto se repusieron de la sorpresa, recono-
ciendo con júbilo que t en\an entre sus manos, indefensa,
la codiciada presa. Inmediatamente se colocaron tres
hombres á cada ltldo de la me3a en que yacfa el reli-
gioso; lo sujetaron por la cabez·1, los pies y las manos y
le pul:lieron un pailuelo en la boca, á fin de que no g ri-
tara al despertar.
Fácil es imaginarse el tMror que sa apoderaría de
ese anciano al abrir los ojos y verse en medio de perso-
najes barbudos, con anteojos de cu.atro ojos ó con las
caras tapadas con puñuelos. Por prontt\ providencia le
pusieron un puñal ul pecho intimú.ndole silencio; pero
temi eron que 'se les muriera del susto y lo tranquilizaron
diciéndole que nada le harían si se pottaba bietl. UoJri·
guez le exigió primero la llave do la puerta del conven-
to, y una vez que la hubo, le pidió con imperio la llave
del armario. Aquí trepidó el Prior, visto lo cual por sus
hué~pede~, le acentuaron el argumento que en tales casos
es decisivo-apoyaron con más presión el puñtll-y en
el neto, exhalando sentiJo su:;piro, indicó el padre el
sitio dond e reposaba el instrumento que debía ser el in-
termedio por el cual ib' á trasmitirse su propiedad, sin
que le quedara uel'echo para llamarse IÍ enguiio.
Abierta el arca, se apoderaron de cuatro mil pesos
que en monedas de oro y platl\ guardaba alli el padre;
más las prendas que algunos cuitados le dejaban en se-

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-127-
guridad del dinero que les daba á préstamo con interés;
más el per;toral de San .Agustín, alhaja de gran valor
compue~ta ue brillantes y esmeraldas; más otras casi-
llas de oro y plata que aquellos bt1zos de trerra pesca·
ron en el vientre de aquel cof,•e inagotable.
Terminuua In requisa Jel armario, volvió Rodríguez
á preguntar al prisionero, dónde esttlban los doce mil
pesos e¡ u e el padre Si 1va le había dado á guardar dentro
de unos baúles. El Prior le contestó que no era cierto
lo qne le habían dicho y que el padre Silva era muy
pobre. El interiocutor volvió á emplear el argumento
contundente de la prosióa del puñal; pero sin buen éxito,
porque el padre Salabarrieta decía la verdad, como de-
bieron comprenderlo sus expoliadot ee, ¡JUosto que desis-
tieron de cobrar esa cantiLlad, á pesar de que yá la te-
nían apuntada en sus libros.
En seguida le preguntaron en términos muy come·
didos, dónde encontrarían vino p11ra festejar el triunfo
obtenido en toda la Unea, á lo cual les respondi6 el infeliz
sacerdote: '' deb¡¡jo de la cama, en In alcoba de las pul-
gas, encontrarán lo qao desenu.'' En efooto, allí halla-
ron una damujuana con buen vino seco que escanciaron
en los vttsos y tazas del ~ervicio del Prior, dándole á
gu:strlr por mauo extraña ol trago del estribo, como ellos
decían.
En medio de la orgía qne armaron con sin igual
audacia, uno de los cacos llamó á otro por su verdadero
nombre, y este incidente pudo ser fatul para el inerme
cautivo. Oída por Rodríguez la voz comprometedora,

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-128-
se dirigió hacia la mesa en la cual retenían al Padre y
dijo con voz de mando: "h1y que matar al fraile por-
que estamos descubiertos y muerto no habla l '' Feliz·
mente para todos los actores en ese drama, Cuervo, qua
era de la comparsa y apenas principiante en el oficio,
manifestó á su Capitá.n, que en ningún caso permitiría
la consumación del asesinato propuesto, y ofreció cohe-
char al Prior con la esperanza de que no lo matarían, si
consentía en Jecirles cuál era el paradero de los suspira-
dos doce mil pesos. Se aproximó al oído de la víctima y
le hizo presente que sólo á él debía la vida; pero que en
agradecimiento al importante servicio que le hacía, tenía
que revelar el sitio en el cual tenía ocultos los apetecidos
doce mil pesos.
Creyendo el Prior que había llegado su última
hora, les aseguró con juramento, que nada más tenía, y
les suplic6 por todos los santos del cielo que no lo sacaran
de este mundo sin los preparativos necesuios para tan
terrible trance. Compadecidos al fin de las angustias del
Padre, resolvieron dar por terminada tan prolongada
cuanto importuna visita, después de ech~1r una última
mirada á. los sitios de las piezns en los cuales pudiera ha...
liarse alguna otra cosa para ll.ovar, á tin de cumplir co:l·
cienzudame!lte con los deberes de la profesi0n : eso sí,
antes de salir exigieron al Padre Sal'lbarrieta., bajo pena
de la vida, que no se moviera de donde lo dejaban, ni
hiciera cosa alguna hasta que oyera silbar del puente cer-
cano. El saqueado prometió cuanto quisieron á condición
de que no lo asesinaran.

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-129-
Los ladrones desocuparon la calda, sin caer en la
cuenta de que h~bí.·ln si·h defra •tir.d?S en en saco da
manta que contenía quinient.Js pe;:¡os pertenecientes á
una per:~on ~.L pi .•dusa q •u pocos dhs antes los había en-
tregtdo al p,,dre para que se los guudara, el cual saco
permaneció tirado en un rinn6n de la alcoba y se s1lvó
del saqueo, probablemente porque ignoraban que debajo
de mala capa se oculta buen bebédor.
Los ladrones salieron Jel ~onvento dejando ajuqta-
da la puerta y de~pués curnp!ieron religiosamente la ofer-
ta de stlbar Je~de el puente de San AgugtÍn, p11ra que
el Prior se levanbra del verdadero lecho de Procusto en
el que !0 habíau obligado á permanecer más tiempo del
que quisiera, y se J1rigieron por diferentes calles hacia
la entonces Huerta de Jaime. Allí había una casita mis-
teriosa en la cual unas muier.:;ttas ~speraban á nuestros
expedicionarios para festejarlos, entre otras cosas, con es-
pumoso chocolate y apeticos..ls pericos fritos en sartén.
Dt!spués de la cenita, B.oJríguez clio gracias reme-
dando en tono gangoso un te autem D.)tnine miserere no-
bis; tomó la sarté1t por el m,•~mgo y se sirvió de ella corno
si fuera cuchara de recoger dinero, dio u na sartenada de
monedas á ca.da socio, acomp tñantlo la acción con ex:pre·
sioues burlescas alusivas al gnm suceso obtenido ea esu
noche, di .!iéndoles con festiva expresi6n, él abate de lo
que canta yanta; los despldió galantemente y les reco_
mendó mucha cautela.
Nuestro Padre Zalabarrieta, creyó prudente perma--
necer en la misma posición en que lo dejaron loa bandi-
9

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~130-

dos, hasta que á la aurora dio sefíales de vida; tal era el


terror qu0lo domina ha. Al fin se atrevió á levantarse
y enc:tminarse á la celda del religioso que estuviera más
cercano, que era el Padre Vásqnez: lo llamó, y con voz
indecisa, entre el dolor y la indignación, le dijo al lla-
marlo en su cama: ¡ jYos lwn robado 1 Oídas estas pa-
labras por el veneru ble Padre á quien se dirigían, ~al-
tó del lecho, como movido por oculto resorte, y se poso
á gritar con toda la fuerz'l da sus pulmones, en todos
los tonos, ¡ladrones! ¡lad rones 1 ¡nos asesinan J ¡ socor ro I
Esparcida en el convento la voz de alarma, empe.
zaron á salir de las respectiva'3 celda!! todos sus morado-
res, !interna en mano , atropellándose unos á otros, ar-
mados con lo que podían: buscaron y rebllscnron en to-
dos los vericut>tos, cajones y demás si ti os y ri neones
capaces de ocultar cualquier objeto, ú fin de que se cum-
pliera aquello de que, después del conejo ido, palos en el
nido.
Ya de dfa, se nnimHon los asendereados Padres á.
salir del convento, dirigiéndose en de(ecbura á la casa
de hnbitfición del Jeftl Polílico, doctor José 1\hría 1\Ial-
donauo Castro, sib en la antign[l. calle de la Carrera
Allí, haciendo puchero:~ y poseídos do santa imlignac;ión
expusieron los hed10s en qne había figurado como
protagonista el muy Heveremlo Pa.(l re, Lector, J ubilndo,
Fray Jo.sé MrtrÍn Salabarrietn. Apenas refirió su pater-
nidad la exigrmcia de los doca mil pesos dentro de los baú-
les del Pudre S1.lva, cuando nuestro conocido novicio
exolnmó :

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-181-
-¡Ya tengo cogidos los ladrones 1
-¿ Dónde están ? le preguntó el Jefe Político.
-Fraoci8co Zupata y Porras y Joaquín Cuervo,
contestó el novicio, me preguntaron una vez por esos
maldecidos doce mil pesos !
Descubierta la pista, no es difícil coger ]a liebre.
A las nueve de la mañaua sorprendió la autoridad á. los
primitivos exploradores, durmiendo á pierna suelta y
sin pulgas: confesaron sus hazañas, pero no denuncia-
ron á todos sus compnñ.eros. Aun no había llegado la
hora de que esos industriosos caballeros arreglasen las
cuentas que tenían pendientes con la justicia.
Para s11tisfacer la jl1sta curiosidad de los que desean
saber quién era el novicio de que se ha neoho mención,
diremos: que aun vive, que reside en esta ciudad y se
ocupa con decidido interés en sostener el culto de San
Agustín y en apuntalar la Iglesia para evitar su ruina.
Este es el conocido y popu lar muy Reverendo Padre
Fray P!úcido Bonilla, á quien Dios guarde muchos ai'ios t
(Murió en el afio de 1893).

IV
SAQUEO Á LA. SE~ORA DONA MARÍA. JOSEFA l!' UEN!IATOR
DE LIOIIT

A cien metros de la Plaza de Bolívar, frente al Ca-


pitolio y á la iglesia de Santa Clara, vivía la senara dona

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-132-
María Josefa Fuenmayor de Licht, anciana descendien-
te de ilustre abolengo, viuda venerable, retraída, sin más
trato con el mnndo que el extrictamenle indispensable
para procurarse los víveres ; entregada al misticismo in-
consciente, como sucede á las perscnas que escogen ese
género de vida por no tener oficio en sus casas ni cacú-
men para corn~)renJer los goces que produce al espíritu
el empleo del tiempo en verdaderas obras de caridad;
poseedora de fortuna consi:lerable ropresentada en fincas
u rbanas y ruraleR, de h\s que no se acordaba sino cuando
llegaba el día primero de cada me,; para cobrar los arren·
darnientos, que caían al po~o dt. .Donato de sus cofres en
donde quedaban condenados á encierro perpetuo.
Las únicas personas que hacían compañ1a á la se-
ñora Fuenmayor eil su Tebaida er.ln, una vieja que des-
empefiaba las funciones do cocinera, concejera y camn-
rera, y una cltina rabona, de diez á. doce años de e.:lad,
indígf'na oriunda de Suba, pnre sang y estúpida en gra-
do heróico y eminente, que vestía. camisa escotada de
lienzo con ribetes de z·tra%a rosada, en:1~uas de la misma
tela, hechas con los restos de vatustos camisones que tn!l•
terialmente no po lían continuar prestan lo sus servicios
á su primitivo chteño, descnl1.a da pie y piPI'na, al cuello
el rosario ele cuentas de coco rn:mufacturado en Obiq uin-
q ui rá, con la cerd.,za cabellen recogida en gruesa trenza
que le caía. sobre las espaHa~ nsegur:Hh en e l extremo
con un atadct•o. Cuando esta doncella salín á h\ calle oo
el ejercicio de sud funciones domésticas, echaba sobre lu
cabeza una mantilla vergonzante de frisa neg ra, bayeta
del país.

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-133-
Nadie conocía en Santafé el interior de aquella ca-
sa, exceptuado el confesor de la señora, que de vez en
cuando solía. visitarla; pero á juzgarlo por el exterior, no
había duda de que allí debían tener segura. y tranquila.
guarida, runchos, lechuzas, ratas y demás congéneres,
amén de las telaraña~ que habían tomado de tiempo
atrás, posesión pacífica de todos los ri neones de aquella
que parecía casa da duendes : en cuanto al blanquimen-
to de las paredes y barniz de los balcones y puertas, no
había tradición de que se les hubiera retocado desde que
se edificó aquella morada por allá á principios de 1600.
Respecto á los usos y costumbres de sus habitantes, se
barruntaba que por las noches debian extinguir el fuego
del fogón y que probablemente carecían de elementos
para encenderlo, pnesto que todos los días después de
las cinco de la mañana, salia la china en solicitad de
brasas t30Cendidas que pedía en la primer vjvienda que
abrieran, para volver á preparar el desayuno de sn se·
ñorn, notes de que fuera á oír misa y de que volviera la
cocinera con los vívere:3 del día. Por lo demás, parecía
más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja,
que el quo alguien pudiera penetrar en aquella casa mis-
teriosa.
Para la mejor comprensión de nuestro relato, hare·
mos notar que por el frente del Convento de Santa Cia-
r;, la casa que nos ocupa terminaba en una lltlerta, m u-
rada por el lado de la calle, con tapias de regular altura
y separada del edificio, por otra pared con puerta para
cotnllnicarse con el interior.

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-134-
En una madrugada oscura de los últimos meses del
afio de 1850, sintieron ef;panto los moradores de la casa
á la cual nos referimos; sin embargo, la cocinera, cuya
opinión tenía gran pe~o, aseguró que el ruiuo sentido
provenía de algún susto que los 'l'unclws meterían á las
gallinas.
A las cinco y media de la mai'íana se levantó la
china para ir á. la huerta, como tenía de costumbre; pero
apenas hubo corrido el cerrojo que daba seguridad á la
puerta de comunicación, cuando le cayeron encima unos
cuantos hombres, vestidos con rnanas de bayetón y cu-
biertas las caras con pañuelos de seda agujereados al
frente de los ojos para tener libre la vista. Asegurada
la china, subieron á la alcoba en donde encontraron á la
eeñora, en actitud de levantarse de la cama, y á. la coci-
nera que la acompañaba: después de Bllludnrla muy
atenta y respetuosamente deseándole los buenos días,
le suplicaron que tuviera la amabilidad de terminar su
toilPtle, sin afanarse ni inquietarse por ello<:, asegurándo-
le que no tenían prisa y que ya les sobraría tiempo para
tratar del asunto que les obligaba á hacerle esa visita en
horas tan intempestivas.
Sin pérdida de trempo, abrieron la puerta de la ca-
lle, dejando cerrauo el trasportón detrás del cual se situó
uno de los visitantes, con ia china, á fin de que ésta con-
testara en el caso probable de que alguien fuera á buscar á
la señora. Precaución sapientísima, porque á las oncA de
la mañana golpeó un inquilino con el objeto de pagar el
arrendamiento de nna finca : In indiecitu le respondió

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-135-
desde adentro que sn seiíá Pepita había salido y que no
sabía cuando volvería. En cuanto á la cocinera, la relega-
ron á la cocina rebajtindola al oficio de marmitona, puesto
que aquellas gentes ib·1n provistas de famoso cocinero en
previsión de las pocas aptitudes que debía tener la dl3 la
casa.
La señora Fuenmayor, más muerta que viva, con·
tinuó el arreglo de su persona como es de suponerse,
poniéndose las medias al revés, cambiando los z'lpatos y
metiendo en ojales distintos los botones del jubón ; se
arregló á meclias el peinado, se echó encima un pañolón
y salió á la sala qne era la pieza contiglul. á la alcoba. Sa-
ludó á sus huéspedes, tosió para disimular el paso de la
salivn que la ahognba y les pregnnt6 en qué podría servir-
loa. U no de ellos, con voz melosa le hizo profunda reve-
rencia y le manifestó el positivo placer que sen tia u él y
sus c:>mpañeros, al gozar do su amable presencia ; pero
que antes de declararle el objeto del paso que daban, le
rogaba les hiciera la merced de tomar su desayuno á fin
de que no fuera ú atrapar algún mal aire, y, uniendo l os
hechos ú las palabras, le presentó en un charolito el poci-
llo de cacao de harina con un:1 rebanadita de queso y exi-
gua tajada de pan, pnes parece que la repostería de In se·
ñor~l no estaba muy provi:üa que digamos; hecho que
notaron los vi~itantes y acerca del cual tomaron sus pro-
vidon"Jius como vert•mos más ndelnnte.
Doiía i\laria Josefa, atónita y creyéndoc:e presn de
alguna pesntlilla, no saLín qué pem11r de Jo que le estaba
pnsuudo, aunque sí cmpezab.~ á malicia1• quo se las había

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-186-
con tunantes dispuestos á divertirse á su costa : luégo
tuvo la idea de que podrían envenenarla y así lo dejó com-
prender ; pero parece que nuestros hombres la tranqui-
zaron, puestC\ qu~ despachó á soplo y sorbo el chocolate
y el pan á fin de tener fuerzas para afrontar la borrasca,
que ya preveía corno inminente.
T.,rminado el desayuno, uno de ellos, rogó á la se-
fiara que los acompañara al oratorio con el objeto de
ofrecer ~l día y dar gracias á la Divina Providencia por
los beneficios recibidos, especial mente en la noche ante-
rior, lo mismo que por los que teniau seguridad do re•
coger durante ese dia memorable para ellos. Era de oir
el fervor y devoción con que rezaba aquel marrullero
y tengo para mí, que hasta doñ:¡ María Josefa tuvo ten-
dencias á que le estnllara la risa que le retozaba, si se
lo hubiera permitido la situación que ya empezaba á preo·
cuparla.
Después de dar cumplimiento IÍ esos actos religio-
sos, la volvieron á. conducir t't la sala, dándole el brazo,
y quedó con ella únicamente el qlle parecía director de
esos se11ores. En aquel excepcionnltéte á téte y mientras los
demál'l se dJsperdigaron por toda la casa como hacen las
ho1wtigas de ronda, sin dej-lr resquicio en el cual no se
introdujeran, ol galán manifestó ú la señora, la cuita que
ella, y sé lo olla, tan generosa, tan cristiana y tan amable,
podia remediar para mayor honrn ue Dios y provecho
del prójimo 1 proporcionlindolo en emprésti1o voluntario
la insigoifi..::ante sama. de veinte mil pesos! ofrecienuo
devol\'érsela concien:udamente, tan pronto corno mejora·

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-137-
ran las condiciones pecuniarias, que lo tenían en el te-
rrible trance en el cual lo veía.
Semejante peroración, acompañada de las especialí-
simas circunstancias que ya sabemos 1 produjo á la in-
terpelada una elevación de sangre, que estuvo á pique
de resolvérsole en congestión cerebral. Sin embargo, pa-
sado el primer ímpetu, y dándose otro atracón de saliva
después de la consabida tosecilla, doña Maria Josefa ma-
nifestó á tan amable huésped, la pena que sentía, motiva-
da por la impotencia material que la incapacitaba para
hacerle el insignificante servicio que con tanta donosu-
ra le exigia, y le ofreció, al mismo tiempo pedirle á sus
santos de devoción, que le hicieran ese milagro que no du-
daba alcanzaría en atención á su noble proceder, ha-
ciendo una pintura tan patética de su angustiada situa-
ción monetario, que cualquiera otro que 'lO fuera el be-
llaco que tenia delante, habría llorado á moco tendido.
Entre tanto y para aprovechar las prim~ras horas
de la mañana, enviaron al cocinero, que era un negro, á
que se proveyera Je los elementos indispensables al
efecto de que los regalara con oríparos manjares, duran-
te el tiempo que permanecieran como Ulises, en esa
nueva isla de Calypso, se cuestrado~ del mund<, profano.
A laS~ diez avisó el negro, que el almuerzo estaba serví-
Ido : em de ver la precipitación de todos á fin de dispu-
tarse el honor de conducir á D.a :1\Iaría Josefa á la mesa.
La sirvieron con tal acuciosidad y cortesanía, como sólo
1se ve en ~1 pr1mor altuuerzo de dos recién casados. Por
rdecontado que a.ntes y después, rezaron con estudiada

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-158-
gravedad las oraciones que en tales casos recitan laa

personas piadosas.
Después del almuerzo la invitaron á tomar un rato
de sol en la huerta y le ofrecieron con galantería una
que otra flor que e3ponHneamente lucía en esa tierra
inculta. Terminado el paseo, volvieron á la sab, en don-
de para m·üar E>l tiempo, le leyeron la vida del santo del
día, en el <rAüo Cristiano» que encontraron en la alcoba
de la señora.
El P''Ím.e?' galán que no la abandonaba ni un momen-
to, la entretuvo contándole historias y haciéndola reír con
sus agudísimos chistes y crónicas escandalosas de la
ciudad, y como en esos momentos diel'an en la Oa ted ral
la campanada de las doce, se intcrrumpi<l poniéntlose de
pie para rezar el Angelus, en cuya salutación lo acom-
pañ6 la señora.
A las cuatro de la tarde la sirvieron espléndida co·
mida, despu6s de la cual di oron otro pnseo por la huer-
ta, de donde la subieron ú los alto3 de la cat~n en silla
de brazos, para que no se fatigara la señora en la escalera
que era algo pendiente.
Entrada la noche, encendieron los cirios del altar
en el oratorio, donde rezaron el rosario mis circunstan-
ciado quo haya llegado á nuestro conocin1idntn: on el
acto de contrición parecía que se iban ú romper la.q e os"
tilas con los furibuntlos golpes de pPcho que se daban;
el ofrecimiento era una pioz t de elocuencia ciceroniana;
los misterios debían ser compuestos, cuando menos, por
Luis de Granada; las letanías y antífonas pronunciadas

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:.....139-
en correctísimo latín; pero lo más patético del cuento
fue sin duda, la oracit)u por los agonizantes y la en que
pedian todos los beneficios terre.:~tres y celestes para la
insigne benefactora D~~.. María Josefa Fu en mayor de
Licbt!
A las nueve de la noche la festejaron con una cola-
ción elegantemente p1·eparada; rezaron las oraciones de
costumbre que se usan en esos casos y obligaron Á. la se.
ñ.ora á que se recogiera en su cama, per mitiendo á la
cocinera que entrara á la alcoba para que ayudam á des ·
vestir á su ama. Apenas se le acercó la sirvienta y se
vio sola con ella por breves instantes, le dijo dtmdo un
suspiro salido de lo íntimo de su corazón : "¡Ay 11aría,
en qué pu~ rán esbs misas"! L1 fiel 8Írvienta, aterr1lda
y confusa por demás, sólo tuvo tiempo de contestarle con
otro suspiro de igual cat...-goría: ''!Ay mi señora de mi
alma, sie m pra he oí Jo Jecir q Ut) detrás de la cruz está el
diablo'!'
Hacia la madrugada del día siguiente encer raron á
la señora con las dos sirvientas, en la alcoba. ql\e tenía
ventana para la calle y salie ron de l:1 casa por la puer-
ta. Parece que los visibntes tuvieron intención de con-
tinuar la visit.a, puesto r¡ue volvieron ti entrar hasta la
sala contigu:1 6. la alcoba; afortunad.¡mente In señora .. u-
vo la precaución de echar la a ldab 1 q lte cerrab,\ la puer-
t l de esa pieza y al s entirlo9 de nnevo on la sala, salió
al balcón gritando socorro ! Los hué:~pedes no se lo deja·
ron decir dos veces y huyeron.
La noticia del a!alto á la señora Fnenmayor circu·

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-14:0-
ló en el acto en Santafé, lo que dio lugar á que la auto-
ridad y los amigos fuoran á verla; pero ella se obstinó
en afirmar que nada le habían qni\.ado, porque no tenía
dinero ni cosa parecidl\. Aseguraba con la mayor senoi •
llez, que la habhn trata.:!o con la urbanidad y atencio-
nes más exquisitas ; y quo á no ser por cie1·to tenwr que
le infundieron su~ desconocidos huéspedes. desearía vol-
ver á estar en medio de tau amables cuanto buenos cris-
tianos y caballeros, aunque fuera para que le enseña-
ran los misterios del rosario, los que decía eran primo ·
rosos.
La sociedad señalaba con el dedo á los autores de
aquel crimen, que no pudo castigarse, por el constante
cuanto incomprensible empeño de la parte ofendida, pa-
ra que no se aclararan los hechos.
So nos preguntará el medio de que se valieron los
ladrones para introducirse á la casa de la señora Fuen-
mayor?
Del más expedito: llevarol} escalera para apoyarla
en las paredes de la huerta de la casa; subieron los que
debían entrar y otro se la llevó á fin de quitar el rastro.
Eso y mucho más podía emprenderse en Santafé por la
carencia absoluta de policía y alumbrado.
Algunos años después murió o.a María Josefa, le-
gando su fortuna para que se empleara en !>bras de pie-
dad. Requiescat in pace.

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-141-

ROBO A DON JUAN A LOINA.

A principios del año de 1851, tenía el espafiol D.


Juan Alcina establecido el comercio de mercería é in-
troducción de especias y vinos procedentes de la madre
patria, en un almacén situado en los bajos de la casa
que en aquella época ocupaba el sitio de la hoy elegante
morada de tres pisos, en la primera calle de Floritin :
vendía al rnenudeo y al contado. ,
A qnienes conocieron el almacén que de igual clase
tenía D. I~aac Díaz hastl hace poco tiempo, no tenemos
necesidad de describirles el de Alcina, puAsto que puede
decirse que era hueso de sus lwesos y caTne de Slt carne:
el mismo desgreño, aban lono y confusión de los hetera·
géneo~ objetos oft-ecidos en venta ; ausencia absoluta de
libros de cnentas ó cosa parecida, diferenciándose el pri-
mero del último, en que aquél no fhba nada y el último
lo fiaba todo. No podía ser dudosa para nadie la suerte
que se les esperaba, y si no que lo diga cierto grabado que
anda por ahí dando locciones objetivas de los dos sis-
temas.
Alcinn era un hombre adusto, retraído y miserable.
Vivía en su almacén cuiuando las onz1~ de oro que gunr.
Ultba en los cajones deso cupados en que venían empaca·
das las me¡·cuncíus, pues el costo do una caju. fuerte lo
consideraba superior á stv~ recursos é inútil ni mismo
tiempo, porqne él se decía quo ¿ quién y cómo podrían ro-
barle?

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En efecto, allí pasaba el día y la noche, provisto
de lo estrictamente necesario para no morirse de hambre,
y de buenas armas; con cerraduras y trancas formida-
bles, y además en esa calle había serenos y buenas ve-
cindades. Durante el día entraban detrás del mostrador,
algunos amigos íntimos y respetables bajo todos aspec-
tos; y después de las seis de la tarde, cuando el tiempo
estaba ~ereno, solía ir n pasearse al atrio de la Uatedral,
después de torcer con dos vueltas las llaves de Jos dos
g¡~ndes candados que guarecían la puerta forrada en
planchas de boja de lata por el exterior y con zunchos
de hierro nl interior : esto era el non plus ult1·a. de las se-
guridades de esos tiempos.
Hacía días que un mocetón, herrero, iba con fre-
cuencia á comprar al patr6n Alcina diversos articulos de
ferretería, sin pedí?' ·rebaja, como no se acostumbraba
en esos tiempos ni ahora en Bogotá : esa circunstancia
encantaba al español que creía estar tratando con algún
majadero á quien podría meterle gato por libre cada -vez
que se le presentara la ocasión. Además, aquel marchan.
te no solamente pagaba al contado· eu muy buena mona·
da, sino lo que era mejor para el vendedor, le dejaba di·
nero á buena cuenta de las mercancfas que pensaba com-
prar!~, lo cual consideraba Alcina como un prodigio cnyo
secreto guard!lba en lo íntimo de su alma á fin do que
otro no se aprovechara de tnl cucaña.
Pero la buena suerte de D. Juan iba en aumento
sorprendente : vendía fierro en bruto á su. protagido, á
razón de quince centavos la libra. pesada. en balanza de

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vender, para comprárselo convertido en clavos de ala de
mosco, 3. quince centavos en la balanza de comprar ; y
estoh~cía que nuestro patrón recibiera en su almacén a l
herrerito, con singulares muestras de cariño, llegando
h·lsta. la prodigalidad de ofrecttrle, de vez en cuando, una
copa de vino Jllálaga ó Pedro Jim,énez.
Después del robo hecho en el Convento de San
Agust1n, nuestro herrero refirió al clwpet6n varios de los
incidentes de aquel crimen, recomendtíndole mucho cui-
dado porque esos pícaros eran viv1simos.
Caa ...... ! le contestó Alcina : ya les sudarán los
dientes antes de que puedan hacerme la barba. No obs·
tan te, para tranquilizar al honrado artesano que tanto se
interesaba en el aumento d r su caudal y bienestar de su
persona, le puso de mnnifiesto las mngníficas y pod~ro­
sascerrnduras tle su alruncéo, fabricadas con hierro dulce
de Vizcaya por el mejor r:errajero de Barcelona y con
las correspondientei llave~, parecidas ú. las que ponen
á San Pedro corno símbolo de seguridad para los felices
moradores del cielo.
-Todo sed, replicó el herrero, pero también he
oído decir que " cuando voar;¡ r,\pada la barba de tu ve-
cino, pon In tuya en remojo.n
En una tarde de los primeros días del afio de 1851
estaba A!ciu:.l ou su almacén, en tertuli., corri,la con los
amigos que de ordinario lo visitaban después que había
pas.tdo la hon de las ventas: D. Juan desplegaba una lo·
cuacidad satumda de buen humor, lo cual ern prueba
evidente de espléndida jornada mercantil. Momentos

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antes de las seis manifestó á sus con1ertulios, que tenía
la pena de echarlos para. cumplir el antojo de ir á comer
en la fonda de Frnngois, antigua Rosa Blanca, y tomar
el delicioso café que allí se servía: cerró bien la puerta
y se encaminó al lugar apeteciuo.
Después de Shtwfacer el capricho extraordinario de
regalarse con una comida que le costaba cuat1·o 're1des,
incluyendo media botella de cerveza, encendió un ci-
garro 1.ltlontero y se fue á pasear alRtrio de la Catetlral,
á fin de calentarse los pies y facilitar la dige~ tión: no
haría diez minutos que se estaba pase •ndo, cuando el re·
loj de la torre dio las siete, y sin poder explicarse la na. u.
sa, sintió calofrío al recordar la barba rapada de que le
había ha~lado el herrero, y se encaminó hncia su tienda.
No bien hubo llegado á la di .. tancia precisa para
introducir la llave en la cerradura de la puetta, alargó
la mano en dirección al agujero ; pero la puerta se le
abrió antes de que hubiera hecho maniobrar las guar-
das de la cerradura. Haciendo un esfuerzo sob rehuma-
no á fin do dominar la apoplegía fulminante que se le
venía encima, motivada por ese para él espantoso descu.
brimiento, se lanzó como un insensato hacia el interiol'
de la tiend~, tanteando el vientre de los cajones que
guardaban sus tesoros. No fue muy lar·ga la expectativa:
en nno de ellos faltaban dos mochilas que contenía cada
una quinientas onzas, es decir, 1\IIL ONZAs nm ORO, con la
efigie del Rey Carlos III ó sean, veinte mil duros 1
No cnyó muerto Alcina porque aún no era llegada
su última. hora: pas!ldo el primer estupor se le desenca·

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-145-
den6 la lengua, profiriendo las más espnntosas blasfe-
mias é invocando á todos los bienaventurados y vecinos
para qne le ayudaran á buscas su perdido tesoro.
Ese hombre se ~milanó d9 tal manera con aquel per-
cance, que se llegó á temer muriera de la pesadumbre>
bien que el desfalco causado en los cajones representaría
~lo sumo la quieta parte de ese verdadero santuario. P)CO
tiempo después regresó á Esp 1ña, maldiciendo de las Amé-
ricas que presentaban facilidades para hacerse rico ó
arr\!lnarse.
:Momentos antes de llegar Alcina á su almacén,
bajaba un hombre de Oriente á Occidente por la calle
de Sao Juan de Dios, vestido con ruana de bayetón y
sotobrero de jipijnpa. Debía llevar algo pesado que
le impetlía andar con desemb:H1lZO. El señor D. Nazario
Lorenzana salía nccident!llmente de uoa casa, sin fijar-
se que en el mbmo instante ponía un hombre un bulto
sobre el umbral de la puerta. El desconochlo se precipitó
sobre el señor Lorenzana, y apoyándole sobre el pecho
la punta de un puñal.-¡ Silencio, le dijo, ó muere 1
Asombrndoaquel caballero con semejante amenaza, apre·
sur6 el paso hacia su cus~ de habitación, comprendiendo
que se tratal.m de algún nuevo e rimen de l0s que en esa
épocn estaban al orden del el ía. En cuanto al hombre de
la ruana, continuó lentamente su camino hasta llegar ú
la Huerta de Jaime y entró en 1a casita misteriosa que
ya conocemos.
De las investigaciones sumarias apnrecínn gravísi-
mos indicios de que nuestro antiguo conocido Ignacio
10

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Rodríguez y Camilo Rodríguez Sierra, fueron loa que
entraron á la tienda de Alcina, tomaron el dinero
y lo llevaron á la Gerencia de la Compañia; pero Ignacio
pudo probar la coartada con las declaraciones contestes de
un General y de un Coronel de la República, quienes
juraron por Dios N u estro Se.ñor y una señal de cruz,
que durante el día y la noche en la cual tuvo lugar el
robo al español, ellos y Rodríguez estaban en el pueblo
de Soacha.
Die1. a:ños después, uno de los compa.ñeros de Ro-
dríguez, Eulogio González, que volvió á caer al Panóp-
tico de esta ciudad como ladrón reincidente, reve16 al
doctor José Segundo Peña, el nombre de ]os jefe~ que
por veinte onzas de oro, vendieron el honor que no te-
nían.
En el crimen que noH ocupa se empleó el sistema
de audacia sin iguRI. MANUEL FERRO, ladr6n de oficio y
cerrajero habilísimo, se gunó el cariño de Alcina, culti-
Tando en él el deseo del 1ucro y la pasión de la a va ricia
que lo dominaba. Hizo las llaves falsn& aya dado incons·
cientemente por la víctima, y en una bellísima turJe, á
la hora crepu~>cular, aprovecharon la salida d~l que iban
á saquear : con la media luz de las seis y media de la
tarde, ee aproximaron los bandidos á la tienda de Alci·
na. Con grnn deseufado, abrieron la puerta, se quedaron
varios al frente para que no se aprrcibieran Jos pa-
seantes de lo que suceJía en ElSa localidad ; entraron los
Rodrfguez y con plena seguridnd de lo que hacían, sal•
taron el mostrador y tomó cnda uno una mochila de las
que yacían en los cajonelil de debajo.

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-147-
La inauguración de la ley de jurados tuvo lugar
con el juicio que se siguió á algunos de los complicados
en el robo de Alcina, pues ya hemos dicho que Rodrf·
guez logró zaÍ<.Lrse de las manos de la justicia, y además
no cayeron todos : se les condenó á presidio ; pero como
la hidra tenía cien rabezas, la situación de inseguridad
no mPjoró en nada.
MANUEL FERRO, que no cnyó en el juicio aludido,
estaba reservado por la Providencia para ser el instra·
mento de la J uaticia Divina, que "consiente pero no
para siempre.'

VI
ASALTO Y ROllO Á LA OASA. DE DON ANDR1fS O.AlOBDO
BASTID.A.

Don Andrés Caicedo B ·l stida, opulento señor terri-


torial de su tiempo, tipo perfecto del hidalgo castellano,
eeclavo de su palabra, en términos que se estimaba en más
untl. promesa suya que la más sólida e'lcritura pública,
estaba unido en matrimonio con la estimabilí~imn ma-
trona señora doña E vadsta Quijnno, ta.mbién de noble
estirpe. Habitaban en su casa solariega, la misma que hoy
ocupa el Noviciado de las H ermanas de la Caridad en la
e!quina Sor del Palacio de S¡¡n Carlos, á virlud de do-
nación hecha por la sobrina de la soñora de Caicedo á la
cual el mundo conoció con el nombre de la eeiiorita Ele-

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-148-
na Quijano, que en el Hospital de San Juan de Dios
se llama hoy la Hermana María del Carmen.
La Providencia en sus inescrutables designios, no
concedió hijos á. ese matrimonio modelo, sin duda para
que tuvieran más mérito las constantes obrns de caridad
y misericordia en las cuales empleaban su tiempo y dine-
ro: tenían pues derecho á esperar de sus semejantes sen~
timientos de respeto y gratitud, y por lo mismo vivían
tranquilos en su casa, muy ajenos de lo que les iba á
suceder.
El nueve de Abril de 1851 después de las cinco de la
mafí.ana, lJa,naron á la puerta de la casa del señor Caice-
do : el sirviente Hi ario preguntó dentro del zaguán
¿quién va ? La policía, le contestaron desdo afuera. Dio
parte á su señor acerca de lo que ocurría y éste le orde-
nó que abriera é introdujera á los que golpeaban, y les
rogara que le permitieran un momento, mientras se le-
vantaba y vestía.
Abierta la puerta, se avalanzaron sobre Hilario los
que entraron al zaguán, volvieron á cerrar el portón y se
distribuyeron en seguida por las habitaciones. Al Sr. Caí-
cedo y su espo~a los sorprendieron en el lecho y al primero
lo arrojó el zapatero Escolástico .M:artínez, uno de la cua ..
drilla, una puñada de cal en los oje,s é inmediatamente lo
arrancaron de los brnzos de la señora para condncirlo á.
otra pieza. A Hilario y tres siivientas, los separaron y
retuvieron en piezas distintas, obligando á la cocinera á
que entregara al llamado Jacobo Chacón, lo nece~ario para
que éste les preparara las comidas que pensaban conau·

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-149-
mir en esa casa. Si el sistema empleado por los ladrones
con la se11ora Fuenmayor, fue el de la más refinada bur-
la é hipocrE-sía, en los atentados que nos ocupan pusieron
en práctica las más odiosas crueldades é infamias.
Ofrecieron á sus indefensas víctimas, el almuerzo
preparado por Chacón : felizmente estas rechazaron lú
invitación, librándose así de inevitable muerte á CllUS!l
del veneno pnesto en los alimentos.
No satisfechos con el dinero y alhajas que encootra•
ron en los muebles, dieron tormento al sellar Caicedo,
quien no podía ver á causa de la irritación producidB en
los ojos por la cal que le echaron, para que les dijera en
dónde tenía más valores, y, ya estaban á punto de aseei-
narlo, cuando los bandidos oyeron la señal de alarma
convenida entre ellos y sus cómplices de afuera : en el
acto salieron de aquella morada, llevándose más de doce
mil posos en dinero y alhajas, y entre otras cosas, un
trabuco de bronce con el nombre del señor de la casa sa-
queada.
El sefior Caicedo tenía la invariable costumbre de
ir todos los días después de oir miea, la casa de su an· n
ciana madre: pasada la hora en In e un.l bacía esa visita
sin tener ésta lugar, so inquietó la sen.ora, y con aquella
aspecie de intuición que no engafia al corazón de una
n
madre, dijo una de sus bijas qua fueran á ver qué no·
vedad grave había sucedido á su hijo, porque sólo algu-
na deqgracia podría impedir tnn pindo~a co5tumbre: á eea
solicitud maternnl debió la ~ida D. Andrés y probable-
mente los demás miembros de au hogar.

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-150-
La persona enviada, llegó á la casa y golpeó en la
puerta de la calle; pero Jos de aientro le contestaron
que el señor Oaicedo y su sefíora se habían ido á pa·
sear al campo: observó por entre el ojo de la cerradura
y vió que las piezas de la casa estaban abiertas y á va-
rios hombres paseándose por los corredores.
A ese tiempo llegó D. Fernando Oaycedo, primo de
D. Andrés, sorprendido de no haberlo visto en ese día
como tenía de costumbre; y no quedándote duda acerca
de las fundadas sospechas que tenía de que en esa mo·
rada pasaba algo extraordinario, se dirigió hacia el Pa-
lacio Presidencial en solicitnd de fuerza armada, y la
otra persona fue á dar aviw á la madre del setior Caice-
do de lo ocurrido; pero no bien se retiraron, cuando sa-
lieron los bandidos en partidas, hacia la iglesia del
Carmen, cruzando por distintas direcciones. Uno de
ellos entró á la botillería situada debajo de la casa que
hoy pertenec~ ti la familia Herrera, en la e~quina que da
frente á dicha iglesia, donde tom6 mistela que no pagó
porque dijo que no llevaba dinero, y suplicó á la vente-
ra que le guardara en prenda, un t'Fabuco de bronce que
dejó sobre un poyo cubierto con la eatera que allí había.
Momentos después llegó á la tienda el arte8ano ma-
rido de la botillera y le refirió ln notici11 del asalto y sa-
qoeo hecho en ese día en la casa del señor Caicedo; la
mujer á su turno le contó lo ocurrido con el de la mistela,
mostrándole la prenda que había dejado. No les quedó
duda que se las habían con alguno de los actores del
a 3alto é inmedinhmente dieron parte á la policía: se

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abrigaba la esperanza de que el desconocido volviera por
ei b·abuco ó enviara por él.
La autoridad procedió en esa vez con laudable acti-
vidad y acierto: situó convenientemente hombres arma-
dos, previa precaución de vestirlos con trajes de gentes
del pueblo, á fin de no lhtm·•r la atención en esas enton-
ces solitarias calles, é hizo que el artesano se ocultara en
su tienda por lo qae pudiera ocurrir, dándo le i'lstruccio-
nes precisas acerca del u:odo de proceder.
A las cuatro de la tarde se presentó en la botillería
un joven vestido de ruana y al pargatas, biou purecido;
puguntó por la patroncita y al salir ésta n la puerta le
dijo que iba de !Jarte del uil'lc Ramón 1.1fendo:a por un
cltism.ecito que le había dejado empeñado y que estab~
debajo de la estera del poyo. L :1 mujer le contestó en el
tono mús natural del mundo, q uo era muy cierto lo que
le decía, pero que como no tenia el gusto de conocerlo,
no pouía entr~garle la escopeta; que le uijern al nii'l.o
Ramóa, que ojalá fuera por eso antes de la noche, por·
que su marido era muy celoso y le pegaría si llegaba á
saber que había recibido h vi :sita de un hombre. El
mensajero se despidió para ir á dar el recado á au pa-
trón.
~Lis de ocho horas mortales permanecieron los bBn·
didos en la c;lsa del señor Uaicedo, entregados á
bnüalos é infame:'! excesos: una vt:z sepamdatJ las víc·
timas de uquellos miserable ~, no les qu ~Jó ni aun ol re-
curso do qu Pjnrse, porqno lo:3 amarraron pai'iualos en la
bocu á fin de que no grit trnn. A D. Andrés lo tenían

BAN O
8\Bl\OlE.CA LU G
CATALO
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-15l-
atado, :í medio vestir, oyendo lo! sarcasmos y burlas con
que los ladrones se divertían en atormentar á su digna
esposa y á los domésticos, y, lo que era peor, colocado en
la terrible alternativa de temer por su vida y por las de
todas las personas que forma~an su hogar amenazado de
irreparable catástrofe. En el mismo instante en el cual
iban á consumar el saúrificio de tan digno caballero, sin-
tieron sus verdugos la señal de alarma.
Las primeras personas que entraron de!pués de que
se fueron los ladrones, encontraron á los desgraciados
moradores de esa casa en la más deplorable situaci6n,
pero al menos supieron que todos vivían. El sef\or Oaice-
do tuvo que hacer sin fruto, un viaje á Europa con el
objeto de recuperar la salud perdida con motivo de la
cal que le echaron en los ojos. La sef\ora Quijano tenia
gran aprecio por el anillo de brillantes que le rt-galó su
esposo antes de su matrimonio y todas las noches antes
de acostarse, lo ponía sobre una cómoda, cubierto con
una vitela en la cual estaba representada Nuestra Seño-
ra de los Dolores: no tocaron los ladrones aq nella prenda.
Hasta entonces, la compañía de salteadores que de
algún tiempo atrús tt:'nÍa alarmada á Santafé, se había
contentado con la bolsa de los saqueados; pero como el
"delito engendra al delito,'' ya empezaban á exigir la
bolsa, la vida. y el honor.
La indignación que se apoderó de los babitantea de
la ciudad habría podido resolverse con la ley de Liocb, ai
en esa época se hubiern tenido noticia de ella; pero en
e~e día nefasto, contrajo el bandido Ignncio Rodríguez

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- 153-
esponsales con la muerte, los cuales debía elevar
pronto á la categoría de matrimonio sobre el cadalso,
digno altar para semejante vándalo.
A las siete de la noche llegó nuestro hombre á la
botillería, saludó con esquisita urbanidad y suplicó á la
ventera que le sirviera dulce y bizcochos, los del!lpachó
tranquilamente y preguntó cuánto debía por lo que aca-
baba ele tomar y por el trago ele mistela que )e había fia-
do esa tarde.
A 'real y medio ascendía la cuenta, para pagar la
cual, sacó una rica bolsa de seua verde llena de dinero,
la. que extendió sobre el mostrador y, mientras sacaba
las monedas, dijo que le alcanzaran su prenda: en el
mismo instante salió de detrás de la estantería el artesa-
no con el trabuco y aparecieron en la puerta cuatro po-
licías armados con carabinas, todos apnntanto á la cara
del bandido. Este trató de atacarlos pufíal en mano;
pero comprendiendo la inutilidad de toda resistencia, se
resignó á dejarse apresar.
Los policías dieron parte de que habían aprehendi-
do al niño Ramón Mendoza con el trabuco del señor Caí-
cedo: se equivocaban, la presa tenía un valor inmenso.
Ignacio Rodríguez, el terrible jefe de ladrones en cua-
drilla, bahía caído en poder de la justicia, que eu eea vez
ie hizo sentir á la altura de su sagrado mini&terio.

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VII

ASESINATO DE MA~UEL FERRO.

La situación de Santafé durante la temporada de los


crímenes cometidos por la co~pañía de ladrones, en los
afíos de 1850 y 1851, debe llamar~e, sin exageración, del
terror, y sólo se puede comparar á las épocas en que
se exhibieron en toda su fuerza, Rosbespierre en Francia,
y Morillo entre nosotros.
Cada casa de la ciudad se convirtió en una fortaleza,
y se adoptó la costumbre de los monjes del monasterio
de San Sabas en la Palestina. Las puertas de la calle no
se habrían sino después de las siete de la mañana, previa
la precaución da asomarse á los balcones y ventanas á
fin de cerciorarse de que no había peligro inmediato do
bandidos; las habitaciones estaban provistas d~ campanas
que se comunicaban con las casas vecinas, y durante Ir..
noche se oíun por todas partes las detonaciones tle nr·
mas de fu~go disparadas para ahuyentar á los saltea-
dores. El paso de un ratón, el trttquido de un mueble,
ó el accidente más insignificante, producía entonces el
pánico y alarma con .. iguientes á Jt, excitación nerviosa
en la cual se vivÍ<I. El primer cuidado al levanbuse, era
uarse mútuas felici tacionf's por haLer pasado la noche
ain novedad, y ouviar los criados á casa de los parientes,
con el objeto de informarse de cómo habían amanecido,

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-155-
ni más ni menos que si se estuviera bajo el flajelo de
mortal epidemia.
Felizmente para aquella angustiada sociedad, se re-
lajó entre los socios de la terrible compañía, el único
lazo de unión que deja vivir en paz á los que se dedican
á tomar ]o ajeno contra la voluntad de su dueño.
Si en todo tiempo y lugar es necesa ria é indispen-
sable la ley de la equidad y honradez, entre los ladronea,
es punto capital, y el .sine qua non de su existencia, la
escrupulosa fidelidad en el reparto de los dividendos que
corresponden á cada socio.
Hasta que se cometió el robo de los vetnte mil pe-
soe en la tienda de Alciua, todo mnrchó viento en popa
entre aquellos bribones ; pero ni verse en posesión de
aquella gran cantidad de dinero, los tentó el dinblo q•lien
inspir6 á los j efes, el para ellos buon deseo de especular
con sus socios activos, merrnándoles el haber de lo que
legítimamente les correspondía como ganancia en las
hasta ~ntonces felices uventura!l. 1Extraña propiedad tie·
ne el oro 1 Es rnetal que no se o~ida y por antítesis es
el más poderoso elemento de corrupcción.
A MANUEL FERRO, el astuto b errorito que embaucó
y adormeció al desconfiado español, el que hizo con ad-
mirable habilidad y precisión las llaves que corrieron
como por et.canto las inf\xtricable~ guardas de las cerra-
duras, dejando así abierta la puerta que encerrnba aquel
dorado de que se apode raron, so le con5ider6 para los
efectos del reparto, como á socio honorario, y. únicamen-
te le dieron diez onzas de oro, con el pretexto de q u.e no

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-1:56-
había concurrido al lugar de la acción. Ferro recibió lo que
lo dieron, sm duda siguiendo el aforismo que dice, del
lobo un pelo ; pero para sus adentros resolvió entablar
juicio por Je&ióu enorme Ante su Capitán, amenazúndoloR
con que los denunciaría tÍ la justicia, si perdía la in.stan-
Cia.
En una tarde de los últimos días del mes de Abril
do 1851 (el 24), platicaban cuatro hombres vestidos
como la gente del pueblo, en la esquina Sur del entonces
Molino del Cubo-hoy puente de Sanümder-al frente
de una chichería situada debajo de la casa qne pertene-
ció al doctor ;Emilio ~Iacías Escobar; el asunto en que
se ocupaban debía ser de grande importancia para esoil
sujetos, puesto que acentuaban sus palabras con adorna-
nes ora enérgicos, ora afables. La ventera conocía á tros
de ellos porque eran los molineros del molino inmediato,
y constantemente so proveían ell su tienda de los comesti-
bles y demás artículos que daba á la venta .
.Entrada la noche, llegó otro personaje vestido de
bayetón, sombrero de fieltro y varita en In mano, y al
aproximarse nlos expresados disputaclorcs, fue saludado
con señales de respeto y estimación, llamánJosele doctm·:
éste tomó parte en el asunto en que se ocup~bau los que
pnrecían sus inferiores, y do vez en cuando se le oían
las palabras a·n·er¡lo, JJlanuelito, ]Htcfjlcamente en 'rrti
casa. Al fin parecía que había terminado toJa diferencia
entre aquellos individuos, puesto que todos, menos el
doctor, entrarou ú la chichería, tomaron del licor amari·
llo y pidieron un vaso de chicha para ol doctor, al cual

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-15'1-
se lo sirvieron afuert\ sobre un plato de loza. Termina-
das las libaciones, se encaminaron hacia el Oriente, has-
ta la esqnina de Cara de pen·o, para de allí dirigirse ha-
cia el Sur, después de que se les separó el último per-
sonoje, para llegar á la esquina de la antigua cajita del
agua,.. cinco cuadras arriba de la plaza de Bolívar, hoy
calle 10. &.
Allí en la esquina N o reste, había otra chiohería
cerca de la cnal volvieron aquellos hombrea á continuar
In discusión del asunto que los preocupaba, entrando al-
guno de ellos repetidas veces á la tienda, con el objeto de
proveerse de licor y copas para distribuir á sus compa-
ñeros. La conferencia se :mimaba cada vez más, y al fin
volvieron á deshacet· el camino hecho, hnsta llegar al
frente de la puerta de la casa que habitaba el doctor José
Raimundo Russi, situada hacía la mitad de la cuadra,
hoy carrera 2.a, comprendida entre las calles lO.a y 11.•
Allí tomó la discusión el carácter de animada disputa
en que compelían tres de ellos, al que Jlamaban Ma-
nnelito ó Ferro, para que entrara á la casa; pero á la
resistencia obstinada que éste oponía, se sucedió un con-
fuso é instnntúneo tumulto del cual salió un grito de an-
gustia en que se pedía socorro y se añadía : ¡ me
asesinan el docto'r Ru.ssi y los demcés ladrones l
De aquellos hombres, tres hnyeron hacia el Norte,
uno se entró á h casa, y otro quedó tendido en el suelo
inmediato á la puerta de la misma, dando ayea prolon·
gados y lastimeros.
Eete hecho era 'resultado del conocimiento que tu-

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-158-
vieron los Jefes de la Compañía ele la amenaza de Fe-
rro, por In cual se resolvió en Junta general de accionis-
tas, hacer terrible ejemplar en el presanto traidor.
Ln situación empezaba á coroplicárseles, y, lo qne era
má'! grave aún, el General en jefe, el atrevido Capitán,
el brazo y músculo de la corn pañín, había caído misera-
blemente por la riclícnla codicia de recuperar un trabu-
co viejo. Era de todo punto indispensable moraZizm· los
heterogéneos elementos que componían In banda, que ya
manifestaban tendencias á la disgregación, 6 todo es-
taba perdi~o.
Primero resolvieron convidar ~ Ferro á tomar en
•'Los Lache3,'' un piqnete de papas chorreada& en que, á fin
de en venennrlo, pondrían arsénico en el queso; pero uno
de los socios previno al herrero, quien no aceptó la in-
vitnción ; después acordaron proponerle un arreglo amis-
toso, para lo cu<ll lo citaron á la esquina del Molino del
Cubo, los molineros Nicolás Castillo, Vicente Alnrcón y
Gregario Car ran za. Ferro se prestó, aunque desconfia-
ba de sus cómplices, á concurrir á la conferencia pro-
puesta, en In inteligencia de que sólo ellos irían á la cita.
Ya hemos visto que, simu lando un hecho casual, 1legó
el doctor Russi y tomó p·ute en b. discusión, basta que
logró persuadir á Ferro de que fuera á su casa á termi-
nar amigablemente el asunto : éste accedió con inten-
ción de no pasar en ningún caso del dintel de la puerta,
puesto que tenía la creencia de que si llegaba tÍ entrar
á esa casa no saldría vivo.
Antes de llegar ú la cbichería, situada en la esqui-

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-159-
na de la cajita del agua, pasaron por la casa de Russi;
pero no estaba en su plan hacer entrar á F erro, hasta no
ver si lograban llevarlo á nn Qitio más retirado, y, sobre
todo, después de que lograran embriagarlo con el objeto
de sup1·imi?"lo con más facilidad.
La presunta víctimn, qué sabía entre qué gente esta-
bn, continuó el arreglo en la calle, al frente de In chicherí:!,
y cada vez que ]e ofredan licor, lo tomaba en la boca para
arrojarlo con di~:-imulo por debajo de la ruana, porque
sabía de cuánto eran capaces sus compañeros. Notando
estos Ja desconfianza de Ferro, viendo que erun las siete
y media de noche escura, y que el sitio, que ellos cr~ían
solitario en absoluto, era propicio para ]a terminación
del n egocio que los preocupaba, resolvieron comprome-
terlo con ruegos y súplicas, á fin de q oe entrara á la casa
del doctor, para evitar escándalo en la calle ó que pudie-
ran oírlos. En consecuancia, se dirigieron hacia la casa,
parándose ú cada p~so que daban, pues á ello lo9 obliga-
ba el andar ~acilante del herrero; al fin llegaron á la
_puerta y le instaron los demás n media voz, para que en-
trara; pHo no pudiendo vencer la resi~tencia de aquél,
lo apuíialenron sin piedad.
Creían hallarse solos en esas abandonadas y lóbre-
gas calles, pt3ro se engañaban : en In cnsa contigua vivía
la seüora llnfaela Escanuón quien oyó todo.
Sflguros los asesinos de que Ferro quedaba in extre-
mis, so c.lisperenron y se uirigieron, Castillo, Cart anza y
.Alarcón hacia el Molino del Cubo, el doctor Russi entró
á su casa y cambió el traje que llevaba por el de capa

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-160-
española con cuello de piel de perro y sombrero de felpa
grises, y salió á la calle por la puerta e:t•cusada; llegó á
la tienda de la señora Natividad Obeyne debajo de la
casa que fue del doctor José Ignacio de Márquez, en la
esquina occidental que da frente á la iglesia de la Cande-
laria, y pidió medio real de tabacos que no se esperó á
recibir, siguió hasta la esquina de la Casa de Moneda,
y de allí cruzó hrtcia el Norte, á fin de bajar por la calle
de la Rosa .Blanca (calle 12.").
Al pusar por el frente d~ la casa que ocupaba el se-
flor Carlos M:icbelsen y que hoy es propiedad de la fami-
lia de D. Diego U ribe, vio á un caballero con quien no
tenía ningunas relaciones, y sin enbargo lo saludó con
marcada atención di~iéndole: "Adiós señor doctor \Ven-
ceslao U ribe Angel." Este manifestó al sujeto que lo
acompañaba, la extrañeza que le causaba aquel inesperado
!aludo. Pasó rozándose con los sefíort:.s Domingo Cuevas,
Francisco Antonio U ribe y Federico Rivas ; siguió en
diraccióo Occidente hasta la esquina de In calle de Flo-
rián, y cruzó hacia el Sur, para entrar en seguida á la
botica que entonces pertenecía ul doctor J nao Ruel. S1t-
ludó al dueño de la botica, y sin más preámbulo lu prc·
guntó la hora. Van ó. ser las ocho, le contestó el h·lti-
cario que era hombre reposado y en ese momento se
ocupaba en la confección de unas píldoras. Russi le ob-
servó que el raloi de la botica estaba adelantaJo; pero
Roe! sin dejar su oficio, le replicó que, en esa misma tar-
de lo había arreglado. No satisfecho aím Russi con la
reapuesta del boticario, preguntó la hora al sei1or D. Me ..

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-161-
I.tón Ortíz que en esos instantes so hallaba allí de con-·
tertulio. Este sacó del bolsillo un magnífico cronómetro,
enseñó la muestra y dijo : '' van á ser las ocho.'' Aun
insistía Hussi en la pretensión do que esos relojes ea..
taban adelantados, cuando tionó la campanada de las ocho
en la torro de la Catedral, y en seguida se oyeron las
bandas de cornetas y tambores que pasaban por la plaza
tocando In retreta, hecho ~11 cia el cual le llamó la aten ..
ción H.oel, on prueb.1 do que su reloj marchaba bien.
Russi no replicó y permane~ió de pie, dando la espalda
al mo~trador, sobre el cual estaba recostado.
:l\Iomentos d13spués llegó á la misma botica una mu-
jer jadeante, en solicitud de nuxilios médicos para el nifio
I\{anuelito Ferro á quien decía, habían h~::rido.
-¿Y qttiéu h11 podido hnrir {t mi umigo 1\Ianuelito
Ferro? la interpeló Hussi, sin esperar ú que la mujer
terminara su relato.
-El dice qua los ladrones del 1\Iolino del Cubo;
contestó aquélla,
-¿ Luégo habló? dijo Russi inconscientemente. Fa·
ttlles palabras en qua so fijaron Rocl y Ortiz.
La emisaria advirtió á Roel que apurara, porque
de no cuando fuera ya estado. muerto Forro.
Viendo Hoel que Russi no daba aparentes señaleJ
deJnquieturso por la noticia, dijo á ésto, como para llamar•
le la atención :
-¿No ha oído, doctor, que esta mujer dice que los
ladrones han herido á un hombre en la puerta de la case.
ue usted~
11

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-16·2-
-¿Y á m{ que me importa ? replicó Ru!!si.
Pero la mujer instaba con ahinco para· que fueren
á socorrer al herido y era preciso tomar alguna resoh-
ción. Roel parece quo no era muy valiente; pero prcci10
es confesar que entonces había razón para tener prudel-
cia : ¿ no afrontaba un peligro grave yendo sólo, á tahs
horas, en aquellos tiempos y por lugares casi solitariof?
Al fin se decidió á proponer al doctor llussi que fuerm
juntos: éste vaciló al principio; pero concluyó por acephr
la invitación sin ocultar la repugnancia. del paso que Ha
á dar.
La mujer se adelantó, y ll oel y Russi emprendieren
camino sin vucilar, hnstf\ la esquina occidental de la ph-
za de Bolívar, debajo d9 la cas:' del señor :l\Ianuel San-
par: llegados ci ese punto, Roel tornó, como era naturd,
hacia el Oriente, á fin de dirigirse á la casa de I,tns~i,
que era el sitio en el cual creían se hallaba. el heridc ;
pero aquél detayo á su compañero y se puso á demostra:-
le que el cam;no mú.s corto para llegar al punto objeti"to
y también el más concurrido, era por la diagonal de la
plaza, para tlespués subir por San Dartolomé y cruzLr
de la Cajita del Agua, media cnadra hacia el Norte. Aon
cuando tal pretensión le pareció un adefeúo á Roe!, !e
di~ por convenci clo y siguió con Russi hasta llegar fren:e
á la casa del doctor Rufino Cuervo, la misma que hcy
ocupa la cervecería del señor D. l\Iamerto Montoya. A lí
se encontraron con el Jefe dA la polic1a l\Ianuel Góngo:a
C6rdobn quien bajabu acompañado de varios gendarmes ro
busca de llnssi. Al reconocorlo, lo _intimó que pasara al

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-11}3.....:
centro del pelotón y le dijo sin preámbulos:-"siga usted
preso.'' Rnssi obedeció diciendo: "vamos pues," sin inqui...
rir el por qué de su prisión.
Roel continuó su camino y encontró al herido, no
enfrente de la casa de Russi, sino en su morada, media
cuadra arriba de la citada Cajita del Agua, á~ donde lo'
habían conducido.
Decididamente el doctor estaba de malas en esa para
él funesta noche: tiende una trampa para coger dQscuida·
do al que deseaba sacrificar, y la víctima descubre lat
tramoyas; cree que cinco puñaladas científicamente apli-
cadas pueden hacer instantáneamente, de un hombre un
cadáver, y resulta qtle ese hombre resiste á morir hasta
tanto r¡ue no haya hecho espantosas revelaciones; ejecu.
ta movimientos estratégicos como los de un Federico el
Grande, con el fin de probar la coartada, y establece la
demostración de la ruta que recorrió el sacrificador des...
pués de su delito; escoge para hacerse visible, la. locali-
dad que reunía mayor~s probabilidades de que en ella no
se le buscaría, y á esa misma localidad;ván á pedir auxilio
para quien él ya creía difunto; trata de fijar la hora pro-
picia para sus planos de impunidad, y todo se conjura
para hacerlo ver que, á menos de milagt·osa bilocuación,
no podra hallarse ó. un mi~mo tiempo en dos lugares dia·
tiutos; elige contra b opini6n de su acompañante, el C:l•
mino que creía más á propósito para la realización de
sus proyu ~tos, y en esa vía cae bajo la mano de la justicia.
Para algunos, las circunstancias e¡ue dejamos apun..¡'
tadas se llaman coincidencias; pero nosotros no podemos
monos de reconocer on todo esto la. mano de Dios 1

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-164-
Al mismo ti.~mpo que Iu mujer fue á solicitar auxi-
lios á la botica do Roe], otra se dirigió ti la policía
á dar ol denuncio del crimen: allí encontró ul doctor
José María ~laluonado Castro, Jefe político, quien en
esos momentos se ocupaba en dar intrucciones al Jefe <.le
Policía, Coronel .Manuel Góngora Córdoba, para la tarea
que durante ese tiempo tenían las patrullas que recorrían
la ciudad. Sin pérdida de tiempo se encaminó la. auto·
ridad al lugar indicado, enviando á la vez, un'.l partida :i
órdenes de Góugora en busca de Russi, después de babor
oído 6. Ferro.
Llegado que hubo el Jefe Político, á la habitación
de Ferro, lo encontró rodeado de la madre, la esposa y
los hijos. Al verlo ol herido le dijo con entereza: "Ah
doctor ~laldonrJ dO f, ya ve CÓmo han puesto el doctor
Russi y los lad : ones molineros Castillo, Carranza y Alar-
con; yo ~uí qu: ~:: n le escribió el denuncio anónimo del
que usted no Lizo caso.''
Ocasionalmente pasó por allí ol entonces Capitán
don Antonio H. de Narváez, quien en vista de lo ocu-
rrido se prestó espontáneamente á. escribir las primeras
diligencias é imp01;tantísimas declaraciones de ~..,erro.
Bajo juramento, después de confesado, y en la per-
suasión do que moriría infaliblemente por consecuencia
de las heridas que lo tenían postrado, declaró el herrero:
Que de las cinco puñaladas mortales que recibió al
frente de la casa de Hus;,i, éste le asestó la primera, la.
que ionía encima ue
la chn·ícula izquierda y quo había
cortado ol pericardio y picatlo ol vértice dol corazón ;

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quo Castillo, Carmnzn. y Alarcón le dieron la~ otras, y
que si Jos ib:m {t buscar á esa hora, Jos encontrarían
en el molino. Refirió minuciosamente todos los crí•
menes cometidos por la compañía do que eran jefes
principales Josó Raimundo Rnssi é Ignacio Rodrí-
guez; recomendó á la autoridad que Jalara Í1. los dos
Valbuenns miembros del Cuerpo de policía, quienes
dejaban salir, durante la noche, á los socios presos, para
quo después de tomar parte en las excursiones vol-
vieran á. la prisión on cumplimiento de la palabra em·
perrada.
Como uno da los médicos que lo asistía manifestara
la idea de que ese hombro pDdía estar ebrio, pues tras·
cendía á licor, el herido manifestó que estaba en su ente-
ro y cabal juicio, y que si olía á anisado, consistía en que
había escupido por deb~jo do la ruana, el)icor que le da.
ban sus asesinos para embriagarlo.
En fin, dospués do dar á la justicia todos los datos
y seüales conducentes al esclarechuiento de los hechos
criminosos quo hacía más de un año tenían {l Santafé en
potro de tormento, expiró ú la madrugada del día si·
guiente, ratificándose, sin contradecirse ni una sola vez,
en las cinco dcclaraciono9 que dio on el curso de la no•
che, la última después do recibir ol Santo Oleo, y que
sirvieron para descubrir las tramas, y la mayor parte
de los bandidos.
1~1 mismo día que murió Ferro, la policía expuso el
cadáver al frente do la Casa Consistorial, con el siguien-
te letrero fijado sobro un poste :

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-166-
" La antoridad exhibe el cadáver de .1\Ianuel Ferro,
con el objeto de que los buenoe ciudadanos puedan dar
]os datos que sep~n acerca de él y de ]os motivos que in-
fluyeron para su muorte violenta.''
U no de los que concn rrieron primero á ver el muer-
to, fue nuestro antiguo conocido español D. Juan Alcina :
al reconocer allí, de cuerpo presente, á su herrerito, se
]e renovó la mal cerrada herida ocasionada por el robo
de las mil onzas de oro, y sin poder reprimirse se diri-
gió al difunto y le increp6 en el tono más airado imagi..
nabla : -Ah l ¡ Demonio I ¿ Dónde está mi ditJero ?
1Lástima que te hayan matado porque si no tendría el
gusto de ahorcarte I Los circunstant'3s que no estaban
inmediatos á Alcina y oían los gritos, se persuadieron de
que el dolor por el fin trágico de Ferro había trastor..
nado el juicio del que creían su amigo.
A las cinco de la tarde del veinticinco de Abril est::t•
han presos la mayor parte de los jefes y socios activos de
la compañfa de bandidos; en cuanto á los socios ltono·ra-
rivs, no cayeron entonces en poder de la justicia, gra-
cias á la lealtad de los compañeros que no los denunciaron.
La autoridad siguió lás indicaciones del moribundo
Ferro y puso en claro todos los crímenes de la cund rilla,
lo que fue prueba evidente de lr. cordura del juicio de
aquel desgraciado.
La diligencia del reconocimiento del cadáver de
Ferro tuvo lugar en la Jefatura Política, que era en el
loc[41 que hoy ocupa la Tesorería :M:unicipal. El muerto
yacía al frente de la puerta de l:t pieza interior; ln paer..

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-167-
ta estaba cerrada y el Jefe Político hablaba con Rusai
junto á ella: de repente la abrió aquél y apareció Ferro
tendido. Al preguntarlo á Russi si conocía ese cadáver
palideció y exclamó en estilo elegiaco : " Oh sí J este era
mi amigo Manuelito Ferro ; supiera yo quién lo sacrificó
para denunciarlo á la justicia l
En breves días se instruyó el voluminoso sumario
en que se estableció la. culpabilidad de Russi, Castillo,
Alarcón y Carranza por el delito de asesinato perpetra-
do en la persona de Ferro ; la de Ignacio Rodríguez,
como jefe de ladrones en cuadrilla, y la de sus demás
compañeros, entro quienes se contab:m los Valbaena11
agentes de policía.
En obsequio de !a verdad, debemns decir que si n11
se obtuvo la plena prueba exigida en Derecho respecto de
Rassi, fue tal el cúmulo de indicios, coincidencias y sos-
pechas que recayeron sobre ese hombro, qae el Jurado
no pudo menos de condenarlo, como lo veremos más
adelante.
Ocupados los papeles de Rus3i, se encontró el mina. ..
cioso Dia'rÍo que llevaba de su viJa, escritas, algunas
partidas en cifra fticil de traducir, porque todo se redu-
cía á emplear puntos, de uno á cinco, para sastituír las
respectivas vocales. Allí constaban las relaciones que,
de tiempo atrñs, mantenía con los individuos que en eses
momentos estaban enjuiciados por los delitos de ase.wi·
nato y robo. Se hallar on papelitos en que estaba esorA... a
en cifra y en letra del mismo, lo siguiente: " Primer año
do mi vida enmendado.'' "Proyecto de la. viuda de Or

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-loS-
clóñez.'' Este último fue una tentatiYu de robo que les
marró, pero qno debemos relatar.
E! señor D. Joaquín Oómez Hoyos, poseedor de
fortana considerable, vivía con su familia en la casa si-
tuada una cuadra más arriba de la Rosa Blancn, la misma
que hoy es propiedad del señor Félix Ricaurte.
En una maiínna do los últimos días de Febrero de
1851, se presentó en Ja casa del señor Gómez, un hom-
bre de apellido Bernal, con el objeto de ofrecerle que
compondría una cañería mediante el pago de unos po-
cos pesos ; pero qne para ello sería indispensable arreglar
el agua de otra ca~n, media cuadra al Norte de lal\ioneda
n
perteneciente la familia Castillo, ad,irtiéndole la faci-
lidad que habría en procurarse la llave, por cuanto dicha
casa estaba desocupada. D. Joaquín, aceptó ia oferta, y
en consecuencia, solicitó y obtuvo la susodicha llave ; el
supue~to fontanero dio principio á Jos trabajos y destapó
el arco debajo del cual pasaba el caiío conductor, con
cuya operación quedaron comunidas bs dos casas por }as
respectivas huerta~.
Durante el tiempo en que so ocupr. ha Bornal en lo!J
trabajos alndidos, so present<> Rnssi en la casa del se·
2ior Góme?. con el uhjeto nparcnto de p"egnntar "si ha.
bía fierro para vender,'' lo que rquivnlín. á. buscar pan
fresco en alguno rlo los Bancos do la ciudad.
En otra ocasión volvió 11ussi á la. misma casn, y
como al entrar encontrarn á un:1. de ]as sci'ioritas G6 ..
mez, ésta lo invitó para que su ..,;ern, cosa que rehusó
aquél, diciéndole con la3 maneras insinuantes que le eran

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peculiares, qne el objeto de f:U presencia allí no '3rn otro
sino el de hablar con Bernal, y sin esperar más invita -
ciones, se entr6 al interior de la casa hasta encontrnr á
quien buscaba.
En el mismo lnpso de tiempo recibió el Reñor G6-
mez, recado á nombre de la señora D.o. 1\Ianuela Caro
de Ordófic7., que vivía en In casa hacia el Occiden-
te, contigua á la de D. ,Joaquín, con <>1 objet.o de rn:ln i-
festarle, que ya que estaba componiendo la cañería de sn
casa, ella deseaba hacer ]o mismo, para Jo cual le roga-
ba que permitiera á Berna] se encargara de toda la obra,
D. Joaquín encontró muy razonables los deseos de la
sefíora Caro, con quien lo ligaban relnciones cordiales de
amistad, y en tal sentido fue la rc~pnesta que dio.
Sin embargo, los trabajos parece que iban más des-
pacio de lo que se creía y al fin resolvió E:~l señor Gómez
hacer una in!lpección de ellos. De la cañería apenas ha-
bía proyecto; pero sí estaban en comunicación por las
reRpectivas huertas, las tres c:tsas, por agujeros prac-
ticados en las p:uede¡:, con el pretexto del arreglo del
agua ; de manera que, con la llave de In casa desocupada
do los sciíores Cnslillo~, f'A po<.líu llegar hasta In de la se-
ñora Caro. Alarmado el inmNliatamente interesado con
semejante descubrimiento, ordenó ti sn hijo Teófilo que
pMl:l.ra donde la o.xpresnC:a soí1ora y le hiciera presente,
que .... isto lo peligroso de la situación y el ningún nde·
)auto de In obra, había resuelto despedir nl obrero y ba-
cor tapar los ngujoros de las paredes, y que le expresara,
al mi:smo hempo, la pena que sentía al vcrs(' obligado á

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~ntr~riar loa deseos uo la seüora.


Est.a contestó inmedia-
tamente el recado recibiuo, diciendo qua lejos de haber
solicitado la aquiescencia del señor Gómez, era ella la
que había recibido recndo de D. Joaquín para que permi-
tiera quo por su ca!'a se arreglara la tal cañería.
Descubierto el plan, se contentó don J 'onquín con
tomar sus precauciones á fin de poder dormir tranquilo ;
la señora de Ordónez no se creyó segura hasta que puso
do por medio el Atlántico.
Al rondar la casa de Russi, se supo que nllf bnbfa
habitado hasta el día nuevo de Abril de oso nfio, fecha
en que tuvo lugar el asalto á la ca!-1a del señor Cai-
cedo, Ramón. J.lianclo::a, :l.lia~ Vicente Pére:, alias IGNACIO
RoonÍGUEZ, quien dejnba por donde quiera que pasa-
ba una estela lunJinosa Je nombre9, todos ilustrados
con notables hazañas. En la casa se encontró la capa raí-
da que solía aquel usar en algunas do sus escursiones y
los diversos sombreros quo llevaba en las campun.as.
N un ca pudo nvorignarso con certeza quién fuese ni
de dónde procedía. hombre tan terrible y misterioso : era
mny sociable é insinuante, gustaba cult!,·ar relaciones
con personas do alta posición, entre otras, con In familia
do la respetable matrona D.a 1\Iartina Torres de Cárde·
nns, bija del gran Camilo Torres y mndro do D. Cecilia
Cárdenas, <luranto ol tiempo qu~ perrunnocioron vera•
noando on el pueblo do Ubnque, dando so le solicitnba
como excelente cnnrlo on el juego del tresillo, antes ue
eomoter los crímenes que lo condujeron al cadalso •
.Al buír los bandidos de la casa del señor Caicedo,

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d~jalon una lanza de empatar y asegurar en el asta por
medio de un resorte especial: en la casa de Russi hall6
la. autorirlad 61 asta respectiva en que se empataba la.
lanza que quedaba perfectamente ajustada con el expre•
sado r•csorte ó muelle.
Los médicos doctores Andréa niaría Pardo, Tomás
Pérez y J unn lloel, clecl!!raron, bajo la gravedo 1 :lrl
j uram nto, que el estado psicológico ele Ferro era de
corn p ta lucidez al tiempo de rendir las declaraciones·
El herido suplicó al doctor Pardo que fe salvara la vida
como lo bab!a hecho con un herido amigo suyo en la
acción de Ara toca : Pardo le manifeetó que los casos eran
diversos, y que tuviera la perouasión de que pocas horas
le quedaban de vida.
Los doctores Pardo y Jorge Vargas, hicieron n las
cuatro de la tarde, en el anfiteatro, la autopsia de Ferro
y declararon '}Ue en el estómago de éste, sólo habían en·
contrado algunos restos de sopa de arroz poro ningún
rastro de licor.
Terminada la actuación del caso, hubo necesiJnd
de proveer el destino de Fiscal de la causa, vacante
por terroinacióo del períoclo para el cual había siclo
nombrado el señor doctor llLHligno Gu!lrnizo, sujeto
ilntrado é inteligente abogado; pero que, por sus con.
diciones especiales, no era el Jlarnado IÍ dosempefiar
eso delicadísimv puesto en aquellas excepcionales cir-
cunstancias.
Poco tiempo hncía que se había recibido de abogado
un joven oriundo del Gignnto-notable poLlación del Sur

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-172-

del Tolimn-sin fortuna, intoligonto, y qno podía decir


como el sabio: omnia rnecwn ]JO?'lO. En el Colegio de s~m
Bartolomé, donde hizo sus estudios, había sido distin-
guido por sus compañeros con singular cariño, debido á
su entereza de carácter que á. primera vista lo bacía
aparecer como hombro áspero ; poro que solo ocultaba
un corazón de oro envuelto en adusta apariencia.
Si alguna vez hubo que hacer elección acertada de
Fiscal, fue sin disputa en aquella solemne ocasión. Es
verdad que el puesto estaba rodeado de peligros mediatos
é inmediatoq, y lo que era más gravo aún, no se conocían
los enemigos que so obtendrían en nqnella tarea, por
cuanto ero. evidente que, de la compañia ele bandidos, sólo
se juzgaba á los socios activos, y qu e habían quedado por
fuera los Twnm·a'rios, quienes tenían que hacer desespe-
rados esfuerzos á fin de salvar á sus amigos para que no
los delataran.
¡Cuán cierto eR que la fortuna es calva y que el que
no la coge es un tonto !
Se necesitaba un hombre do br1o, do elocuencia con-
cisa, de palabra fácil y de valor á to·la prneba. Quien-
quiera que ' indicara el nombra do FnANCTSCO E usTAQUIO
ALVAREZ para Fiscal en esas circun ntancias, prestó gran
servicio á la sociedad é hizo conocer á uno do nuestros
mls notables élbogado!l.
Aceptado el puesto por el doctor A.lvarez, afrontó la
situación, sin ernbujcs ni contemplaciones, y empeiió una
locha ú. muerte con aquellos malvados, hnst.a hace r caer
sobre ellos todo el poso do l11 loy, como en seguida lo ve-
remos. ..

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·-173-

VIII

JUICIO Y EJECUCIÓN DE JOSÉ RAillUNDO RUSSI Y SÚS


CO::'I!P.ANEROS.

Hacia modiados del mes de Junio del afio ú que nos-


referimos, se iostttló el Jurado en ol entonces espacioso
salón de la Cámara de Representantes, situado en el
centro de la casa Consistorial : el público se mostraba
ávido de conocer á los corifeos de aquella serie de
crímenes y escándalos.
A las once de la mañana trufan al loc1d del jurado
á los procesados en medio de numerosa escolta, y allí
eran ya esperaJos por un püblico impaciente y curioso.
Solo y altivo, marchaba ndelante Russi, con su conocido
ves tic o de capa española y sombrero de copa gris; detrás
iban los otros enjuiciado~, vestidos con buenas ropas
y ruanas, más ó menos preocupados con la situación
que atravesaban. Todos en el vigor de ~a edad, robus-
tos y en lo general bien parecidos. Rodríguez era do
mediana estatura, color amarfilado, ojos negros de fuego,
dentadura de perlas, pelo negro y sedoso en una cabeza
correctamente modelada, moshchos negros y crespos,
bieu cultivados; pie pequeño, calzado con borseguí de
charol : en tollo tenía el aspecto del pirata griego
descrito por Byron.
A mediados del aüo do 1850, salió de Dogot:i con di-
l'occión {l la ciudad do Cali el doctor Ifrancisco Eusta•

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-174-
quio Alvarez, encargado de varios asuntos judiciates: re.;
cién graduado y sin bienes de fortuna, viajaba con la
posible economía.
Al llegar nuestro VÍ<ljero al río de La Vieja, cerca
de Cartago, lo halló tan crecido que no habría podido
atravesarlo sin grnn peligro de naufragio: vióse, pues,
forzado á tener paciencia y esperar que disminuyera la
avenida para continuar su camino.
Pocas horas hacía que el doctor Al varez permane·
cía en la orilla de dicho río, meditando en los innúmeros
obstáculos que detienen á los transeúntes en nuestros
abandonados caminos, cuando se presentó un viajero de
gallarda presencia, bien montado, seguido de un sir-
viente que arriaba la acémila que conducía la c.arga de
equipaje, y llevaba de cabestro dos magníficas mulas.
-¡A ver: la canoa! gritó el recién llegado con im-
.
peno.
-No hay paso, respondió 11n negro dueño de la
qne estaba amarrada á un árbol.
-¿ Por qué ?, preguntó el viajero.
-Porque nos abogaríamos, contestó el negro.
-Tengo urgencia de llegar al otro lado del río,
afiadió el caminanto. ¿Cuánto quiéres por pasarme?
-Nada, porque aprecio en más la vida que el dine-
ro, observó el negro.
-Toma una onza de oro por la canoa que te dejaré
amarrada en la orilla opueFta, y, uniendo la acción á las
palabras, el viajero sacó una rica bolsa de seda rqja de la
cual tomó la moneda ofrecida, á cuya Yista se desperló 1~

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-17~-

codicia del negro, quien aceptó el Luan negocio que se lo


ofreció tan inopinadnmente.
Sin más r~reámbulos aquellos dos bomLres colocaron
en la frágil embarcación las monturas y el equipaje, é in- •
vitaron inútilmente al doctor Alvarez, á que los acompa-
fiara en su arriesgada expedición.
El sirviente ocupó la proa, con un canalete en mano,
el caballero tomó posesión de la popa, después de atarse
á ]a cintura los cabestros de las bestias para obligarlas á
seguirlo, é imitando á Guillermo Tell cuando huyó de
los esLirros de Gessler, sobre mísero esquife en el borras.
coso lago de los Cuatro Cantones en Suiza, dio impulso
á la canoa bnzándolú oon vigor sobre la violenta corrien•
te del río, y, con admirable destreza é intrepidez, arriba·
ron á la ot.ra banda !:anos y salvos, amarraron la embar _
oación al primer nrbol que hubieron á m:mo, hicieron
con los sombreros un saludo de despediua y prosigníoron
su camino en dirección al Sur.
El doctor Alvarez continuó al día siguiente al lugar
de su destino, sirviéndose de la porozosa mula de alqui-
ler, guiado por el peón que le conducía á la espalda su
pobre equipaje. Al llogar al llano de La Paila se encon-
tró con los dos viajeros que habían pasado el río de La
Vieja, con la sola diferencia de que, en voz de mulas, el
sirviente traín soberbios caballos del diestro.
Después uel respectivo reconocimiento y saludo, el
Caballero invitó al doctor Alvarez á sestear debajo de
una corpulen(n Oeiba que los preservara de los rayos del
sol á las diez de la maiinna, y á tomar un abundante al

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muerzo que sacaron dol oquipuja bien provisto de aqu61:
uvivado el ingenio de los comemmlos con las libaciones do
vino generoso, el anfitrión increpó al doctor Alvarez su
falta de ánimo al no embarcarse con él en al río.
-Vengo de Üali, continuó el caballero, mal lugar
para hacer fortuna: por aquí ~:~ólo hay negros lJerreristai
y blancos indolentes dedicados á la política. 1\le voy á la
P1ovincia de Antioquia, país del oro, de las bellas muje-
res y de grandes facilidades para enriquecer. ¿Quiere
ustej acompañarme? Le garantizo que no se arrepentirá
de allo.
El doctor Alvarez no tenía carácter aventurero,
dio las gracias á su generoso interlocutor de quien so des-
pidió sin ocurr¿ rsole preguntarle su nombre; bien que
creyó habérdolas con algún potentado.
En el aiío de 1851, en vísperas de rcuninie el jurado
que debía fallar en la causa do H.ussi y sus compañeros,
fue nombrado Fiscal el doctor Alvarez, quien no conocía
de vista á los procesados. 1Cuál sería su sorpresa al reco-
nocer en el famoso Ignacio Rodríguez al di~tinguido ca-
ballero que lo quiso llevar á la. provincia de A ntioq uia I
El J un~do, pre&idido por ol respetable ciudadano
don J oeé María Tria na, empezó sus tareas con la lectura
del sumario, que se componía de varios abultados expe-
dientes: llussi observaba un continente reposado y en
apariencia, se OCLtpaba en la lectura do las Pruebas j udi-
ciales do Beutb:uu; ¡1el'o hacía de vez eu cuando apunta-
ciones de lo.s documentos que se leían.
H.odríguez reía cada. ve :~ ll u o oía roforir sus haza-

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fias. Al ver en cierta ocasión en algunos de los que
asistían á las barras hilaridad por el relato de la
mayor de sns infamias, dio rienda snelta á la mal
contenida risa y se frotó las manos en señal de satisfac-
ción. Indignado el público por aquella sin ignal impu-
dencia, amenazó á Rodríguez con la horca; pero éste se
levant6 del banco de los acusados, y dirigiéndose á. los
asistent~s lAs gritó con increíble audacia : ¡ pu.eblo infa-
me, yo saldré de aqrd l En esa ocasión, por fortuna para
el bandido, no era posible llegar hasta él, de otra ~merte
en ese dfa no más, hubiera terminado su peregrinación en
este mundo. El Presidente del Jurado lo amenazó con
hacerle poner mordaza si no permanecía en silencio:
Rodrí~uez ofreció guardar compostura; pero antes, sacó
un pañuelo de seda en que estaban estampado~ Jos retra-
tos de los miembros do la Administración Ejecutiva,
presidida por el General D. José Hilario López, con el
programa político al pie, en qu' estaban consignadas la1:1
avanzadas ideas del doctor ~fannel Murillo Toro. Lo en-
señó á los circunstante~ y exclamó con insolencia :
-"¡Véanse en este espejo I ,,
Por una si nguhr coincidencia, un ejemplar de
aquel pañueio fue lo último que sirvió al doctor Nicolás
Es guerra para enjugar el rostro c.lel doctor Murillo en
su ngou(a, el veintiséis de Diciembre de 1880.
Terminada la lectura del sumario, pidió la palabra
el Fiscal doctor Alvarez.
Empezó por hacer una breve relación del estado de
la sociedad santafereña durante el reinado del crimen,
12

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que bacía más de un año la tenía atormentada. Examinó
pieza por pieza cada una de las pruebas que demostraban
la culpabilidad de loe acusados; pero especialmente hizo
hincapié en la criminalidad de Russi, favorflcido por la
Providencia con dotes intelectuales que puso al servicio
del delito, para extraviar el criterio de esos hombres, tal
vez antee honrados, pero incultos, á fin de convertirlos en
asesinos y ladrones.
Llamó la atención hacia las agravantes circunstan-
cias de que Rus si como Juez, había prevaricado en otra
época, con el objeto de favorecer á sus cómplices, para
lo cual les prestaba sus auxilios de abogado ó los a m pa-
raba con su fianza personal, como Jo hizo con los ban-
didos que asaltaron la hacienda de Achuri, cerca de
Suesca, sin que hubiera solución de continuidad en aque-
lla cadena de delitos, que debían conducirlos, al cadalso
á unos y al prosid10 á otros, si se quería contener la des-
moralización del país y restablecer la seguridud perdida.
Al concluir pidió la pena de muerte para Russi, Castillo,
Carranza, Alarcón y Garzón, por el delito de asesinato
de su cómplice l\:1anuel Ferro; para Rodríguez y Val-
buena, como jefes de ladrones en cuadrilla, y la de
veinte años de presiuio para los q uinco restantes.
Un respetuoso silencio, de mal agüero para los en-
juiciados, acogió la tremenda pero justa exigencia. de
aquel atrevido novel en el foro, que no meJía la fuerza
ni contaba el número de los adversarios.
En el banco de los acusados se sentaba un joven
Garzón, más imprudente qoe culpable y que fuo el único

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que salió absuelto: al ver el efecto producido p~r la acu-
sación, dijo á Rúdríguez: ¡esto huele á pólvora! El capitán
se enco~ió de hombros.
Al tomar asiento el doctor Alvarez, pidió la palabra
Russi y ernp~zó su defensa por In siguiente peroración
recitada en estilo ampuloso :
"Señores Jurados:
"Estamos en el recinto sagt·ado en donde los apode·
rados del pueblo granadino se reunieron el presente año,
para proveernos de lo que creyeron necesario á nuestro
reposo ; esta era su misión.
"Dieron aquí mismo una ley excepcional para juz-
gar á. ciertos individuos, ley que se les pidio urgente-
mente. Así lo ha dicho el señor Agente Fiscal al formu-
lar su acusación. Tal ley miró atrás como la Aquilia de los
romanos y unció á su carro á cuantos quiso que adorna-
sen su triunfo.
"Esta ley, señores J arados, según los hombres que la
manejen, teuderá indistintamente sobre inocentes ó cul-
pables el negro crespón de moerte, ó socavará tan soln-
mente ol sepulcro del criminal. Si Cromwelles y Atilas
son los apltcadores, so verá lo primero; si Titos ó Traja·
nos, será lo segundo.
"Vais á juzgar por ladrón de cuantiosas sumas, á un
hombre que para presentarse ante este augusto Tribunal
no ha tenido otro traje sino este que veis l''
Quitándose la capa se adelantó hacia los J arados y
~os dijo con dignidad :
-"¡Mirad al ladrón 1 ¡Tiene sucios y rotos los vea-

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tidos que le sirven de abrigo I En mi casa sólo se en·
contró un pobre lecho para descansar, los códigos de
ley<>s qua me han de servir para defender mi inocencia,
y á Napoleón que contempla la tumba uel gran Federico,
cuadro que Gonservo por el pensamiento elevado que ine-
pira.>>
La defensa de Russi tenía por base principal impre-
sionar al auditorio con golpes teatrales y alnsiones pican·
tes dirigidas al Fiscal. Hacía hincapié acerca del ningún
valor jurídico que tenía según él, la declaración de Fe·
rro, y protestó, al mismo tiempo, contra la retroactivi-
dad de la ley d~ Jurados, conque se le juzgaba.
Terminó así :
"¡Juez omnipotente del cielo y de la tierra r ¡ ~ii
Dios I bendigo mil veces vuestros decretos soberanos y
adorables.¡ Soy inocente y he vivido con pureza ! i hoy
soy herido de muerte por hombres que no saben lo
que han hecho I ¡Se me cierra, yo lo veo, el templo de
la justicia, observo derribar su altar, miro que se ciegan
sus fuentes, siento despedazar el fiel de su sng•'ada ba·
lanza I
''Pues bien, si es que me quitan In vida, muero ino-
cente, no llevo remordimiento alguno ; pero sí, ¡Dios
mío 1 ¡ llamad conmigo á juicio á mis jueces de la tierra
•.••.• yo OSI pido justicia y misericordia •• , ... yo los cito
para ante vuestro tribunal santo, único que da perfectas
g~rantías, á la vez que llena de consuelos el alma l)
Desde que Russi dio principio á su alegato, empezó
la. claque de la Compañia, compuesta de los socios hono-

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rarios o"e no c ·1 'eron por entonces, á. atronar el salón
con rmdosos aplausos en que las hacían coro los acusados
desde sus bancos: de esa circunstancia procedió, sin
duda, la idea confuc;a que se apoderó de algunos espíri-
tus superficiales para propalar la especie ue que aquel
gran criminal era ;nocente.
Llamó á varios testigos de los que habían dado de-
claraciones que no le eran favorables, con el objeto de
ver si amenazándolos con la justicia de ultratumba lo-
graba que se contradijeran ;pero perdida la esperanza por
ese lado, se arrojó al suelo como poseído de ataque ner·
vioso, ofreciendo su sangre á los qne estuvieran sedientos
de ella. Abstracción hecha de esos monólogos y panto-
mimas, que sólo impresionaban á los optimistas, Russi
no presentó una sola prueba que lograra desvanecer nin-
guno de los tremendos cargos que sobre él pesaban.
Los demás acusados tuvieron defensores que nada
podían hacer en favor de sus clientes, porque se trataba
de una causa perdida.
Hubo un incidente asaz curioso: Alarc6n mani-
festó que1 un abogado que estaba en la barra lo había
dejado Rin defensa, después de que le había cogido cuat'I'O
;pesos y una ruana ; el aludido se escurrió entre el tu-
multo, probablemente diciendo para su capote que, la-
drón. que roba á ladrón, tiene cien años de pe>·dón.
La impresión producida en los miembros del J arado,
dosde antes do dar su fallo, era la de que, de los veintidós
lum~bres que aparech.n sontauos en el banco de los acu-
sados, tcdos, menos uno; eran culpables de los delitos
porque ae les juzgaba.

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Sin embargo, con el propósito de poner en juego
todos los medios conducentes á tranquilizarse por el fallo
que pronunciaran, los J u rudos oyeron una misa en la iglesia
de San Carlos, á fin de implorar la asistencia uel Espíritu
Santo, y fueron en comisión á. la casa del señor Joaquín
Gómez Hoyos, <:on el objeto de exigirle la ratificación de
los decires que de tiempo atrás circulaban respecto al
incidente de~ fontanero Berna!, que ya dejamos referido,
y le advirtieron que, de sus palabras dependía la vida de
un hombre. Don Joaquín les repitió ponto por punto lo
ocurrido con Russi en aquella ocasión, con lo que que-
daron más persuadidos aquellos caballeros de la culpabi-
lidad de este.
Reunidos los Jurados para deliberar, después de
te1 minados los debates, que duraron quince días, acord$-
ron que, para tener más independencia, adoptarían el
sistema de votar con balotas al emitir los votos que im-
plicaran pena de muerte: toda'3 las cuestiones que-
daron resueltas por unanimidad.
A las cinco y media de la tarde del día dos de J u.
lio, si no estanos equivocados, abrieron las puertas del
recinto en que se hsllabnn los J uecos. El público se agol-
pó en confuso tropo! hacia las tribunas, y en todos los
semblantes se notaba el pres~ntimiento, por no decir In
certidumbre, de que se iba á presenciar n.lgo siniestro.
En efecto, restabledido un silencio que dejaba oír las pul-
saciones de las arterias de los circunstantes, se puso <.le
pie el Presidente Trian a y con voz grn ve, pero profun-
damente conmovida, leyó la siguiente sentencia. que es-
cucharon todos oon temerosa atención : ·

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"Se ha cometido el delito de asesinato premeditado,


en la persona de :Manuel Ferro.
" José Rnimundo Russi, Nicolás Uastillo, Gregario
Carrranza y Vicente Alarcón son responsables en PRI-
MER GRADO.
"Se ha cometido el delito de robo en cuadrilla de
malhechores.
"Ignacio Rodríguez, su jefe, es responsable en PRI-
MER GRADO."
¡Aquellos desgraciados estaban condenados á. muer-
te I A diez y s~is de sus compañeros se les sentenció á
veinte años de presidio en los climas mortíferos del
Istmo, de donde ninguno volvió.
Pasado el primer estupor producido por las conse-
cuencias que entrañaban aquellas pocas palabras, se oyó
el grito breve y sonoro de ¡viva el Jw·ado r repetido en
seguida por más de cuatro mil pesonas. ¡ El pueblo con-
firmaba la sentencia I
Algunos días después ocurrieron al Presidente de la
República los condonados á muerte, menos Russi, por
med!o de un memorial en el que imploraban la graci~
de la vida, y decían, entre otras cosas, que eran jóvenes
y aun tenían tiempo y voluntad de corregirse y ser úti-
les á la p~trin. Negado el recurso de gracia, no quedaba
otro arbitrio que el de ojocutar la sentencia.

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¡ DIES !RAE l

El quince del citado mes de Julio, las cinco de la n


tarde, acompañado de otros sacerdotes, ee presentó en la
cárcel, qu~ estaba situada en la misma localidad que hoy
ocupa la casa del Sr. D. HermógenesDurá.n, á pocos pasos
de la esquina No roeste del Capitolio, el doctor Fernando
~1ejía, con el objeto de llenar el triste deber de poner f1
l os REOS EN CAPILLA. Esta era un salón lóbrego que ocu-
pab:¡ toda la parte Norte de la planta alta de la cárcel,
con dos ventanas que daban al cor rredor, guarnecidas de
gruesas rejas de hierro y una puerta f:ln el centro, todas
tres angostas y colocadas debajo de dinteles que apenas
tenían la altura suficiente para que un hombre de regu-
lar estatura pudiera pasar inclinando In cabeza. En el
interior, se encontraba hacia el Este, el altar consistente
en una mesu con grnda, un Crucifijo y dos velas : al ex-
tr emo opuesto, hnbía un gran cuadro con la imagen de
Nuestra Señora del Cnrmen; el techo sin cielo raso, de-
jaba ver tosca arboludura soporte del tejudo, blanquea-
do con cal lo mismo que las paredes en que seo leían los
recuerdos de los infortunados que habínn bufrido allí su
gonfa! Aún recordumos la siguiente inscri pciún :
" Teodoro Rivas paga con. su vida el asesi11ato de su
e1posa, el 27 de ltlar::o de 1846.''
Encendidas las vela!! del altar y colocados conve-
n ientemente Jos centinelas de vista quo <.l ebían custodiar
A los condenndos hnetn su última horn, el J cfo Político

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les notificó, que era llegado el tiempo de que se prepa-
raran para dar cumplimiento á ln sentencia que sobre
ellos pesaba. Todos oyeron silenciosos tan terrible noti-
ficación, y acaso, por primera vez, se dieron cuenta los
reos del verdadero estado á que los habían conducido sus
crímenes. Se les quitaron los grillos como medida inú-
til do precaución, pues á menos de que algún ángel del
cielo viniera á librarlos, como aconteció á San Pedro,
podían aplicarse allí, con toda propiedad, las fatídicas pa-
labras del Dante:
«Lasciate ogn.i speranza, 6 voi cl1.' ent'rate h>
Los sacerdotes se acercaron á los reos y Jos invita-
ron á pasar á la capilla. Todos los siguieron cabizbajos
con aparente tranquilidad; pero pocos instantes después
se apoderó de Russi un acceso de terror y desesperación
que lo rindió on tierra y lo hacía revolcarse y dar ahulli-
dos espuntosos. Ca:,tillo, Alarcón y Carranza lloraban á
gritos; Rodríguez estaba sereno, y al ver la actitud de
Russi, le dijo con desprecio: El docto)• tiene miedo l
De acuerdo con los cvnsejos que para tales casos
dan mh.ticos experimentados, los sacerdotes esperaron á
quo pasaran esos primeros nccesos de amilanamiento y
pavor, para dnr principio á su penosa cuanto heróica
taren. Uon dulzura '! llorando con ellos, lograron tran-
quili zar á los reos hasta conducirlos al pie del altar, á
fin do d:u· principio á sus trabajos espiritunles, invocan-
do la poderosa intercesión <.lo la Virgen :Mario, en su
advocnci6n tle Los Dolores, por medio del rosario que
rezaron do rodillas, ti las siete do In noche.

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La autoridad eclesiástica arregló las cosas de ua ..
nera que los condenados tuvieran siempre á su lado sa..
cerdotes competentes que, sin fatigarlos, los confo·ta ..
ran en tan duro trance; así fue que ~urante esn priuera
noche de agonía, en que ninguno dut·mió, se oínc en
ese antro de lágrimas y de tristezas infinitas, solloz03 y
suspiros desgarradores, producidos yá en parte por los
primeros albores del arrepentimiento.
A las seis de la mañana del día diez y seis se mle•
bró el sacrificio de la. :l\Iisa, se hizo tomar ligero d~sa­
yuno á los reos y se dio principio á las confesiones. Ro-
dríguez, sin prestar atención á las exhortaciones de los
sacerdotes, se fue á sentar en el poyo de la ventana si-
tuada más distante del altar; mi raba distraído hucu el
patio de la cárcel y dirigía la palabra de vez en cuando
al oficial de guardia que permanecía en el corredor.
A las nueve almorzaron alguna cosa á inst:mciaa de
los sacerdotes. El completo insomnio de la noche ulte-
rior y la angustiosa situación empezaban á produci· en
esos hombres, sanos de cuerpv, los mismos síntomai de
excitación nerviosa que se notan en los moribun( os :
pulso acelerado é intermitente, desgana y sed ubrazLdo-
ra, mirada extraviada, lascitud en el sistema musoolar
y agudas neuralgia~:~ en la región estomacal.
A las once llegó la escolta del Batallón A-rtil er{a
que, ú las órdenes del entonces Capitán D. Oasimiro
Aranza, debía ejecutarlos al día siguiente. El oficial
recibió ó. los reos que debía entregar cndúveres, r les
manifestó lo penoso que le era el cumplimiento de: tau
terrible deber.

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Hacia el medio día, se permiti6 la entrada. á la ca-


pilla á los deudos y amigos de los que yá se consideraban
como moribundos. Hicieron sus disposiciones testamen-
tarias de lo poco que tenían, y Castillo consintió en que
el señor D. Luis García Evia tomara su retrato en da·
guerreotipo. Aún recordamos aquella. esceut. conmove-
dora por demás. Castillo con Sll hijo de siete años que lo
tenía asido al cuello como en actitud de proteger á. su
afligido padre.
A bs tres de la tarde creyeron que no debía pro-
¡ongarse más la escena, que desgarraba el corazón de to.
dos los circunstantes y quitaba. al desdichado reo un tiem-
po precioso. No tenernos palabras que sirvan para dar liga ..
ra. idea de lo que pasó al separar, pa'ra siemp1·e, á esos dos
séres. Al niño lo sacaron dando alaridos de dolor y lla-
mando ú su padre con las expresiones más tiernas; á Cas-
tillo lo tomó el doctor Pedro Antonio Vezga y lo condujo,
abrazado, al pie del altar, donde logró que se fijara en el
Crucifijo.
Durante la comida que llevaron los parientes ó ami-
gos, se les pudo hacer tomar de casi todas las viandas
acompañadas con algún vino generoso: la labor de los
sacerdotes había empezado á producir sas frutos y, ex-
cepción hecha de Hodríguez, quien aún no había queri-
do confesarse, los demás reos so manifestaban un tanto
serenos y resignados.
A. lns cinco de la tarde se acercó á Rodríguez al
Pudro Valentía Z<lpatD, canclelario, con el objeto do ver
8i lo reducía á que so confesara. El reo permanecía sen-

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tado en la misma ventana entretenido en j ogar tute con
una su, amiga, quien ni en esos críticos momentos lo
abandonó. El religioso manifestó al terrible hombre, que
tuviera la seguridadud de que un día después, á la mis-
ma hora en que estaban hablando, estaría enterrado;
le suplicó con lágrimas en los ojos y en los términos más
expresivos, que aprovechara las pocas horas que le que•
daban de vida, para implorar el auxilio del P atriat·ca Se-
ñor San José, á fin de que le alcanzara buena muerte. ~1
reo miró de soslayo a! religioso, se sonrió con aire burles-
co y repitió las palabras Patria1·ca S eñor San José; en
seguida se dirigió á la amiga y le dijo con voz imperio-
sa: «echa cartas!»
Entrada la noche permanecieron todos en religioso
recogimiento, y hasta el mismo Rodríguez no pudo
sustraerse al sentimiento melancólico que, aún en las
épocas bonancibles de la vida, se apodera del espíritu
en esa hora que marca el fin del día para dar principio al
imperio de las tinieblas.
A las siete sali6 el capellán do la V 6racruz, en di-
rección á la cárcel, conduciendo el C?·zwijijo del Monte
Pío; una cruz negra en q'le est:í pinbd<! la imagen de
Jesús crucificado con In Dolorosa á los pies; d os faroles
de hojt\ de lata agujereados, con las velas de los agoni-
zantes, puestos en la extremidad de d os astas, y la cam-
pana-esquilón, con que se ununcia todavía la muerte de
los hermanos Terceros, objetos todos que hoy existen en
la misma iglesia.
Se iba á cumplir con lo estipulado en una antiquí-

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sima fundación, para imponer á los reos de muerte, Ju
víspera de ejecutnt·los, la mortaja que, como símbolo de
reconciliación con el cielo, debían vestir, que consistía
en una túnica blanca, correa atada á la cintura y el es-
capulario de la Cruz de Jerusalén.
Silencio profundo reinaba en el recinto de la Capi-
lla, apenas alumbrada con la débil luz de las dos velas
encendidas en el altar, al pie del cual permanecían arro-
dillados los reos en tranquila meditaci6n, cuando sonó
en la puerta de la cárcel el esquilón que precedía la co-
mitiva de la Veracruz. Russi se puso de pie y con voz
solemne y reposad3, dijo á los circunstantes: <IVamos
señores á recibir al que nos ha de juzgar mañana l»
Todos se aproximaron á la puerta de la Capilla y
acompañaron en seguida hasta el pie del altar, al cape-
llán y su séquito. Puestos de rodillas y de8pués de rezar
el ConfiteO'I' Deo en alta voz y muy despacio, el capellán
entregó á c:1da reo los objetos que le correspondían. Es-
tos se Jos pusieron después de be~arlos con señales de
gran veneración, en medio de los suspiros y lágrimas que
brotaban de lo íntimo de sus al mus. En segnida el sacer-
dote recitó sobre ellos las oraciones de bien morú·, le,
aplicó la indulgencia plenaria y se despidió no sin ofre-
cerles volver al d{a signiente! .....•
Apenas hubo salido el cortejo que acabamos de des·
cribir, cayó Rodt·íguez de rodillas al pie de un religioso
franciscano y permaneció en esa posición hasta las nueve
de la noche. Los lobos estaban convertidos en corderos.
Después de una sentida y patética exhortación del

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Padre Pedro Mnrtínez, candelario, en que le~ <.lConsejaba
que tnvieran plena confian7.a en la infinita misericordia
del Divino .Jesús, tnnPrto como ellos iban á morir en un
patíbulo infrune, por redimir y salvar ~ll pecador arre-
pentido, los obligó con señales de la m1.yor ternura y
compasión, secnnd,ldo por lo~ dem:is sacerdotes, á que se
recostaran en sus lechos, á fin de que tuvieran fuertas y
ánimo para afrontar con resignación los sucesos del día
siguiente. La relativa tranquilidad de espíritu que ya
sentían y In tristez1. mortal que los dominaba, hizo que
esos hombres tan próximos al sueüo eterno, durmieran
en completo reposo hllsta las tres de la mañana del día
siguiente, término fatal de su borrascosa y criminal exis·
tencia. Al relevar los centinelas á aquella hora, despertó
Russi, dio un grito estentóreo, y exclamó con acento de
intenso dolor : 1(¿ E3 cierto que debo morir?''
I.JOS otros compañeros, monos B.odríguez, desperta-
ron sobresaltados; prorrumpieron en llanlo y se lamen-
taron de la suerte que se les esperaba. H.odríguez se in-
corporó en la cama y continuó impasible sus conferen-
cias con uno de los sacerdotes. Calm!tdo Russi, se paso
á escribir hasta las cinco. Hubo un momento en que se
le enredó una peiUí~a en la pluma; pero con sorpresa <.b
los circnnstantes, la acercó á la luz de la vela é hizo des·
aparecer, sin temblarle las .. m:mos, el obstáculo que lo fas ..
tidiaba.
La mañana del día diez y siete se presentó serena y
brillante: todo en olla convidaba á gozar del d6n precio-
so de la vida y así debieron comprenderlo los condena-

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dos, porque hacían constantes alusiones al buen tiempo!
Con el fin da quitarles todo pensamiento basaJo en los
intereses terran tle!i, uno de los sacerdotes les manifestó
que, si como era de bsperarse, ofrecían á Dios con buena
voluntad el sacrificio de Rus vidas, esa mañana en la
cual se admiraban las obras del Creador, sería el princi-
pio de un día eterno y feliz para ellos.
A. las seis se celebró el sacrificio incruento del altar,
al que asistteron con marcadas aeüa!as de recogimiento ;
después se rezaron las oraciones adecuadas para la pre·
paracióu de quienes van á comulgar por última vez.
A las siete, llegó el Cura de la Parroquia de la Cate-
dral, conduciendo el Pan de los fuertes para administrarlo
á los reos en forma de Viático que los confortara en el
próximo y tenebroso vinje de la eternidad r Todos comul-
garon con el mayor fervor y unción : no se les pusieron
los Santos Oleos, porque e3te sacramento sólo se puede
aplicar á Jos enfermos y aquellos hombree gozaban de
perfecta salud •••.••
A. las ocho les introdL1jeron en la Capilla un delica-
do nlmuezo, preparado por la virtuosísima matrona seño-
ra Duña Dorotea Dudn, esposa del Presidente, General
José lliltu·io López. Ninguuo de los reos estaba ya en
capacidad da totuar alimento : tal ern el estr·ago produ-
cido en su or Jar.isrno por la prolong·•ds agonía de trein-
ta y siete horas que llevaban .:le C11pilln; sin embargo,
los sacerdotos los obligaron á tomar unos sorbos de sopa
y café ncompañatlo con brandy, á fin de producir algún
calor on esos cuerpos que, vivos aún, se sentían ya hela-
dos por el beso de la múerte.

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Entre tanto, los Ministros del Dios de las miseri~
cordias no cesaban de proJigar á esos desgraciados, to-
dos los consuelos que les sugería el acendrado espíritu
de caridad de que estaban poseídos, tomando ellos mis-
mos en esa inagotable fuente, valor y serenidad, á fin de
llenar en tales supremos instantes, las delicadas y azaro-
sas funciones de acompañar á los ajusticiados en los úl-
timos momentos.
A las diez, el Capellán de la Vencruz, con el mis-
mo aparato con que se había presentado la noche anterior
en la Capilla, y cumpliendo además con la oferta que les
había hecho, volvía para llenar el penosísimo cuanto tre-
mendo deber de acompnñ:uá los reos al lugar Jel suplicio.
Estos permanecían arrodillados al pie del altc1 r y escucha-
ban con marcada atención las oraciones que les recitaba
el Presbítero señor D. Antonio Herrán, entonces Oanó.
nigo. Ya parecía que aquellos hombres es tu vieran des-
prendidos de toda esperanza material y que, empapados
en la sublime idea de ver y poseer á Dios en toda su in-
mensidad, vieran con indiferencia las miserias de este
valle de lágrimas; pero no f11e asi: al oír el esquilón que
entraba en la cárcel, estalló entre los reos dese~perado
instinto de conservaciór., natural á todo ser viviente.
Se arrojaron al cuello de los sacerdotes; les pedían nn
vida en cambio d11 los mayores tormentos que quisieran
imponerles ; g emínn y ahullaban como fieras encerradas
en estrechn jaula, y buscaban con miradas de angustia
indefinible, alguna salida por donde escapar de su espan-
tosa situación. La sangre se les agolpó al cerebro y les

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-193-
produjo los síntomas precursores de fulminante apople·
gía.
Fue aquel un momento de gran consternación para
los sacerdotes que creyeron perdidos, sin remedio para
esos hombres, el fruto de sus pacientes y asiduos traba-
jos. En medio de aquella inesperada confusión, logró el
d9ctor Vesga apoderarse de Castillo y lo condujo al pie
del cuadro que representaba á Nuestra Señora del Car-
men ; se arrodillaron juntos, y con la voz sonora que ca·
racterizaba al doctor V esga, acompañó á Castillo á rezar
el incomparable Jfemo1•are de San Bernardo. Todos los
demás siguieron aquella oportuna inspiració.a y como por
milagro, se cambió el sentimiento de espanto que domi-
naba á los reos, por el de humilde resignación, luégo que
pidieron á la 1\Iadre de Dios, amparo y conformidad en
aquella tremenda situación.
A las diez y cuarto estaban los circunstantes arro •
dillados al pie del altar, oyendo las sentidas y conmove-
doras oraciones que la iglesia católica prescribe para los
agonizantes: el Alcaide de la cárcel los interrumpió á fin
de que se revistieran de las túnicas con que, según la
ley, debían marchar al cadalso. Las de Russi, Castillo,
Alarcóo y Carranza, eran de lienzo blanco manchadas
de sangre, como asesinos, Cl'D capucha del mismo color;
la de Rodríguez, era de valencina negra con sambenito
en vez de capucha, como jefe de malhechores en cua-
drilla. Russi manifestó gran repugnancia para vestirse
el inf: rne sayal; pero el doctor Pedro Durún, que era
el sacer dote escogido por aquél para que lo acompañara
13

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-194-
al banquillo, lo abrazó con ternura, derramó el torren-
te de lágrimas que yá lo abogaba y le dijo con la mayor
suavidad: «llecuerde que el inocente y dulcísimo Jesús,
aceptó con humildad el manto de escarnio que lo pusie-
ron sus verdugos !:b Por toda respuesta, lo mismo que
los otros compañeros, besó la túnica y se revisti6 con
ella.
Aún faltaba á los reos, para terminar su agonía en
la Capilla, recitar por última vez la protestación de la fe,
ceremonia imponentfsima y de excepcional importancia
en aquellos solemnes momentos.
Arrodillados al pie doi altar y en actitud de dolori-
da resignación, repetían, palabra por palabra, los cor-
tos períodos que les recitaba el doctor ~fejía. Al oír Ro-
dríguez las primeras frases de aquella sublime oraci6n,
que dicen : Creo en Dios, espero en Dios; se puao de
pie y como inspirado por sentimiento sobrenatural, ex-
clamó con acento que ya no tenia nada de ILundano:
<l:Sf, creo en Dios ! espero en Dios ••..•. !»
Allí perdonaron los reos á sus enemigos y pidieron
perdón á los que hubieran ofendido; manifestaron sus sen-
timientos de tierna gratitud hacia los sacerdotes que, como
únicos amigos en el infortunio que sobre ellos pesaba,
los habían consolado y asistido hasta sus últimos momen-
tos, y concluyeron por abrazarse entre ellos, después
de lo cual se dieron el ósculo de paz y mutuo perdón ......
Desde por la mañana, en el lado Sur del espacio
cuadrado formado al efecto por hileras de soldados, apa-
recieron los banquillos, cada uno al frente del respectivo

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-195-
cimionto de las columnns qua hoy oxisten en el frontis-
picio del Capitolio, n contar por la del Occidente, en este
orden:
En el centro, el de Rodríguez; hacia el Oriente
de éste, el de Russi, y después el de Castillo; al Occiden-
te de Rodríguez, el de Carranza, y el último de ese
lado, el de Alarcón. Todos tenían en la parte superior
del poste, en letras gordas y negras, la inscripción que
~xpresaba el nombre del reo, el lugar de so nacimiento
y el crimen porque se le ajusticiaba. Sobre el de Rusai,
se leía lo siguiente:

JOSE RAIMUNDO RUSSI,

NATURAL DE SAKTO EOOE-HOliO (1)

suf1'e la pena do mue'rte ]J01' el delito de asesinato


Al frente de los banquillos estaba fijada en un poste,
eu letras que podían leerse de lejos, la siguiente adver-
tencia:
''El que levantare la voz 6 hiciere alguna tentativa
para impedir la ejecución de la justicia, se le impondrá
la pena de seis ailos de trabajo!:! forzados.''
En los la dos Oriente y Occidente de la plaza, es.
taban formac1os, desde las nueve, los batallones Arti-
llería y Granaderos, y en el lado Norte, el escuadrón
de Húsares 1 mando del entonces Coronel J oaé María
:1\Iclo.

(1) Municipio do Doyaoá.

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-196-
Dos toques de campana en la torre de la Cate·
dral, anunciaron al jefe de la escolta, que había llega·
do para los reos la hora de emprender el viaje del que no
se vuelv~. Inmediatamente entraron á la capilla, pro-
vistos de lazos, los cabos que debían amarrar á los con-
denados, quienes antes de levantarse del pie del altar,
besaron el suelo, recibieron la última absoluci6n en
común, y se entregaron á los cabos que los ataron por
los lagartos sujetos hacia atrás; pero dejándoles libres
los brazos para que pudieran llevar cada uno un Oru•
oifijo del que no apartaban las miradas.
Todas las campanas de las iglesias de la ciudad
tocaban plegaria, para invitar á los fieles á rezar por
los que iban á justiciar; y en los monasterios de las ór-
denes contemplativas, estaban en oración continua, im-
plorando la clemencia del Cielo en favor de aquellos
desgraciados.
Precedía al fúnebre convoy, la campana que sona-
ba pausadamente, y los demás aparatos correspondientes
á la " Cofradía del Monte de Piedad;" en seguida iban
los reos, en el mismo orden en que estaban colocados
los respectivos banquillos, cada uno acompañado de
su confesor y conducido por el cabo que lo llevaba atado;
rodeados de los otros eacerdotes que los habían acampa-
fiado durante su lentn agonía y que rezaban ahora en voz
baja las preces de los moribundos, y de la escolta que de-
b.a ejecutar á los condenados. La pavorosa procesión mar·
chaba. al compás regular de un tambor destemplado.
DesfiJaron por los corredores altos de la oárceJ, en

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-197-
cuyo gran patio estaban formados los otros presos, quie·
nes profundamente impresionados con aquel imponen-
te espectáculo, cayeron de rodillas como movidos por
oculto resorte. En cuanto á los que iban á morir,
caminaban lent~meote y ofan con asidua atención, los
consuelos que les prodigaban al oído los confesores que
los acompañaban y tenían abrazados, como hace una.
madre cuando quiere defender el fruto de su amor!
Al asomar los reoa á la puerta de la cárcel, se
oyó grao murmullo en la muchedumbre que ocupaba
las avenidas del sombrío edificio, con el fin de presen-
ciar el sangriento drama. Fue menester emplear la
mayor prudencia con el objeto piadoso de que no dis.
trajeran ni llamaran la atención de los que apenas te-
nían pocos instantes para prepararse á comparecer
ante el Juez que posee los eternos atributos de Justi-
cia y Misericordia 1 A Russi se le oyeron las últimas
advocaciones de la Letanía de la Virgen en voz clara:
Regina Angelo1·ztm. 1 Regina Patriarcharwn .•• ••• !
En cuanto al aspecto físico de los condenados, en
todos ellos se acentuaba. el síntoma. mortal que los mé-
dicos distinguen con el nombre de cara hipocrática .
.Al Ilegat· el convoy á la esquina occidental del Oa.
pitolio, vio Uussi al doctor .Andrés AguiJar, se dirigió
hacia él con ol objeto de despedirse, y al efecto le alar-
gó la mano; pero éste retrocedió y se ocultó en medio
del tumulto.
1Extrafia coincidencia 1 Diez años despnés, el diez
y nueve de Julio de 1861 1 el doctor Aguilar moría
*~m bi6A iutilftdo.

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-198-
Al llegar los reos al lugar del suplicio, se situaron
ocho soldados al frente de cada banquillo; se leyó en
alta voz la sentencia que iba á ejecutarse, y se arrodi-
llaron los condenados al pie de los respectivos confeso-
res que los acompañaban, quienes se sentaron en los
cadalsos, abrazaron á sus penitentes y los cubrieron con.
el manteo á fin de poderlos exhortar con más eficacia;
sólo Russi permaneció de pie y en esa actitud hablaba.
con el doctor Durún.
Pocos minutos después de sonar en el reloj de la.
Catedral los tres cuartos para las once, los cabos que
conducían á los condenados, los separaron de los confe-
sores. Castillo al levantarse, alzó los ojos al cielo y ex-
clamó con amorosa expresión: "Señor.... perdóname r '
Carranza, á quien acompañaba el franciscano Padre
Pontón, besó el cadalso antes de ocuparlo.
Ya estaban los reos sentados en Jos banquillos,
atsdos y vendados, esperando la muerte, menos Russi,
que permanecía aún de pie con su confesor. Entregó
por último á éste unos papeles impresos, se volvió hacia
el Norte y se dirigió á la muchedumbre para gritar con
extentórea voz: " ¡ Pueblo, delante de Dios y de los ltom-
bJ•es, 1nu.ero inocente 1... .•• '' dijo otras palabras que aho-
gó el redoble del tambor. Contrariado con este inci-
dente, se despidió de su confesor, se sentó y se acomodó
bien en el banquillo al cual lo ataron, y se le vendó.
Antes de sentarse Rodríguez en el poste fatal, se
quitó la rica esmeralda que llevaba montada en un
anillo de oro y se la obsequió al cabo que lo conduoin.

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-199-
En ese momento se aproximó á éste una. hermosa joven,
muy bien vestida y en voz baja le dirigió algunas pa-
labras; se dijo entonces que ellas tenían por objeto en-
carecer le que apuntara bien á la cabeza del reo, á fin
de qua hubiera certeza absoluta de su muerte r
Rodríguez estiró las piernas y las cruzó con la
mayor indiferencia; Castillo y Carranza estaban res1g.
nados; Alarc6n parecía un cadáver.
El silencio aterrador que reinaba en esos momen-
tos, sólo era interrumpido pGr las preces de los agoni-
zantes recitadas por los sacerdotes, quienes se retiraron
poco después y se colocaron detrás de la escolta.
A una señal del Capitán Aranza, una descarga
cerrada atronó los ámbitos de la plaza, á la que su-
cedió rechifla general de la multitud allí reunida,
como para rendir homenaje á la Justicia que en esa
ocasión se manifestaba implacable con los criminales.
Sólo Alarcón quedó inmediatamente muerto.
Sigui6 un fuego graneado sobre los ajusticiados, y
como éstos hacían movimientos convulsivos en su terri-
ble agonía, el pueblo gritaba: "El Joctor Russi está
vivo!'';'' rrírenle á Rodríguez." El último que daba
señnles de vida. era Carranza, quien probablemente por
la posición en que qued6 fuera del espaldar del ban·
quill'.), á cada t iro que recibía movía la. cabeza; á este
infeliz le dieron m:\s de diez y ocho balazos. Rodríguez
recibió, entre otros, uno en la mandíbula derecha.
Los cadáveres despedazados y chorreando cangre,
qued:1 ron expuestos en la misma posición hastn las dos
de la tarde.

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-200-
En el anfiteatro del Hospital de San Juan de Dios,
á donde llevaron los cuerpos de los ajusticiados, se les
hizo la autopsia: Russi tenía destruída al frente del ex-
tern6n, la_columna vertebral, cuyos fragmentos queda-
ron incrustados en el espaldar del banquillo.
Les dieron sepultura en el cementerio circular, en
el mismo orden que ocupaban en el banquillo, hacia la
mitad, á la izquierda, de la calle central que conduce á
la capilla.
El sermón de costumbre, después de la ejecución,
lo pronunció el doctor Albarsánchez, cura de la Cate-
dral.
Russi dijo un momento antes de comparecer ante
el Juez incorrnptible, que moría inocente, y aquellas pa-
labras impresionaron aun á las personas que tenían
íntima persuasión de la delincuencia de aquel hombre.
En cierta ocasión referíamos este incidente á nn
ilustrado sacerdote, quien por toda t'e3puesta nos paso
en las manos, abierto, un libro que llevaba por título:
"El por qué de las ceremonias de la iglesia y explica-
ción de casos graves de conciencia.'' Allí leímos con-
signada la siguiente doctrina: El ·reo que no !Laya sido
convencido del delito que se ltJ imputa, pm· medio de la
prueba plena e.xigida en derecho, PUEDE NEGARLO ltasta la
última lwra, cuando esa negativa tenga por objeto salvar
la vida. Este era el caso en que se hallaba Russi, quien
por los conocimientos que demostró en esas materias, no
es creíble que ignorara la teoría casuística.
Hay más: Castillo, Alarcón y Carranza, compaña-

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-201-
ros de Russi en vida y en muerte, si bien es cierto que
tuvieron la lealtad de no inculparlo, guardaron rigurosa
reserva en todo lo que pudiera contribuir para estable-
cer el hecho de la inocencia de aquél, que de ser cierta,
habría compelido á los sacerdotes que los confesaron,
bajo penas morales gravísimas á que hicieran restablecer
el crédito y salvaran la vida de aquel hombre. Ya he·
mos visto que todos ellos marcharon al suplicio, después
de reconciliarse entre si, sin hacer la menor alusión á
la pretendida inocencia de Russi.
Hay hombres que dan que hacer hasta después de
muertos, y Russi es de ese número.
En el año de 1852 se hallaba en Granada de Espa..
fia el señor D. Andrés Caicedo Bastida, en busca de la
salud perdida, por la cal que le echaron en los ojos los
bandidos que asaltaron su casa. Naturalmente tuvo de·
seos de conocer la maravilla que en eaa ciudad dejaron
los árabes, conocida con el nombre de la Alhambra.
Pues bien, al mostrar la boleta de entrada al palacio, se
le presentó uua persona, con el mismo aspecto y metal
de voz de su antiguo conocido Rusi: todo fue ver el señor
Caicedo á su nuevo Comendador y emprender retirada•
Atónito su ~ompañero con semejante proceder, crey6
que el americano se babia vuelto loco.
Llegados al hotel, manifestó D. Andrés á su amigo,
que la sorpresa le provenía de haberse encontrado de
manos á bocn, en cuerpo y ulma, con un bandido á quien
bnLhm fusilado hacía más de un año en Santafé de Bo-
gotá, capital del Nuevo Reino de Granada.

BANCO
BIBLIOTECA L
CATALOG
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-Jot-
El asunto llegó á noticia de la autoridad, la que
sacó en limpio, que el supuesto é imaginario Russi, que
tánto alarmó al señor Caicedo, no lo habían fusilado en
América en el año de 1851, por la sencilla razón de que
h1:1cia más de diez años que desempeñaba las funciones
de guardián del palacio de Yezid.
Sin embargo, D. Andrés prefirió no conocer la
Alhambra, á trueque de no volver á encontrar con aquel
hombre que le despertaba tan amargos recuerdo~:.
En 1872, transcurridos veintiún afios después de
fusilado nuestro héroe, se propaló la chispa de que antes
de morir un sujeto en Tocaima, había declarado que él
había sido la persona con la cual confundió Ferro al
doctor Russi, y que en tal virtud, la muerte de éste ha-
bía sido un asesinato oficial. A la sazón era Gobernador
de Cundinamarca el señor Julio Barriga. Apenas llegó á
oídos de este magistrado la noticia aludida, dispuso que
por el entonces Prefecto del Departamento de Tequen-
dama, se levantara, de oficio, la información que pusiera
en claro sqnel grave asunto.
La respuesta del Prefecto no se hizo esperar: ase-
guraba aquél que, de las más escrupulosas investigacio-
nes, resultaba comprobada la falsedad de semejante aser~
ción y añadía, que tal noticia tendría origen probable,
en los desocupados paseantes del atrio de la Catedral,
quienes se complacen en componer el mundo desde
aquella permanente tribuna.
Algo para concluir. El respeto que nos liga á la re-
ligión que profesamos, nos veda presentar al público el

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- 203.
fundamento en que se apoya nuestra concienzuda per-
suasión de In criminalidad del desgra~iado que se llamó
José Raimundo Russi.

IX

OUSTODIA 6 LA EMPAREDADA

Pasados los últimos movimientos políticos produci-


dos por la revolución que conmovió al país, hnsta me-
diados del año de 1852, en1pezaron á llegar á Saubfé
los diversos batallones formados en el Norte de la Re-
pública, con reelutas, atrapados, la mayor parte, en la
entonces Provincia de Tunja, semillero inagotable de
nuestros mejores soldados, quienes entonces, como ht&
sucedido siempre y como indudablemente sucederá en
lo futuro, se batieron con bravura y disciplina en los
memorables y ~angrientos campos de batalla de Garra-
pata, Baesaco:. Angnnoy, y en muchos otros agarrones
rnús ó meuos importantes, en que se demostró, por la
milésima vez más, que los colombianos son valientes;
poro sin otro resultado práctico que el do dejar unas
cuantas viudas, huérfanos y ancianos desvalidos, aban-
donados á su propia suerte, puesto que las guerras solo
hnn producido entro nosotros el imperio de In violencia
y de la iniquidad en todns sus formns. Si la guerra com-
pusiera algo, Cvlombin sería el país más perfecto del
mundo, porque aquí In hemos hecho por habitual ejer·
cioio.

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- ~04:-
Como íbamos diciendo: entre los batallones que tn•
traban á esta ciudad para seguir después de algún dls-
canso á sus respectivos destinos, se contaba uno en ctyo
escalafón estaba inscrito el nombre de Pedro Siachoqte,
natural de Sutamarcbán. En una tarde del mes de Ag•s·
to, pidió éste permiso á su cabo para que, en compaiía
de otro camarada, les permitiera salir á dar un paseo lOr
la ciudad, á fin de no regresar á su tierra sin conocer as
maravillas de Santafé. Concedida la licencia, empr,n-
dieron marcha nuestros dos touristas y se dirigieron its-
tintivamente á la parte Sureste de la población, .in
duda, porque en esas localidades encontraban barra.wos
y despeñaderos que les recordaban el aspecto topog·á-
fico de la comarca en que nacieron y vivieron felic.9s,
hasta el día ó mala hora, en que se les creyó útiles p¡ra
ir á atajar balas con el cuerpo por cuenta ajena.
Con la boca abierta y de asombro en asombro, .n-
daban al acaso aquellos ex-reclutas, basta que llegaon
á i11mediaciones de las paredes que servían de di visón,
entre una casa situada en la vecindad del cuartel de
Artillería y el solar en que se hallaban. Allí se le mu-
rrió á Siacboque una necesidad íntima, y sin espera· á
que su compañero le dijera como D. Quijote á Sanmo:
- ¡ Retí1•ate tres ó cuatro allá!, dio principio á su asutto,
quam tábula rasa.
En lo mejor del cuento estaba el soldado, cuatd o
sintió un raído particular, semejante al que producen los
roedores al tratar de abrir tronera en los muros: alz• la
vista con el objeto de conocer la causa de lo que oouría;

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-205-
pero sin decir palabra y con los calzones en las manos, se
retiró despavorido exclamando con voz entrecortada: San
Jerónimo 1 Ave María Purísima I Jesús me ampare y
me favorezca! Al oír el compañero de Siachoque las
invocaciones de éste, sin comprender el motivo de tanto
miedo, lo imitó y aun superó en sus expresiones de es-
panto, y se retiró hasta situarf.le á prudente distancia:
repuestos en algo del incomprensible pánico que los do-
minaba, dirigió el camarada á Siachoque, un ''¿qué es P"
que valfa un reino.
-Un alma en pena que me ha asustado !
-Dónde?
-En aquella ahojada: mÍ1·ala 1
El camarada debía ser hombre práctico en asuntos
de exorcismos, porque inmediatamente se puso á gritar
con toda la fuet·za .Je sus pulmones :
De parte de Dios ó del diablo, decinos qué querés l
Sin obtener contestación de la supuesta alma en
pena y sin ánimo para acercarse á la ahojada, resolvieron
ir al cuartel y dar parte de lo que les había sucedido.
Volvieron acompañados del c!lbo y de otros soldados,
aunque nada adelantaron aquellos hijos de Marte, porque
si bien estaban acostumbrados á hacer frente á. los ene·
migos tangibles ó corporales, no se creían con fnerzas
para acometer •Í las almas del purgatorio ó á. los vestiglos,
cosas enteram ente iguales para aquellas gentes sencillas·
Enviaron por otro refuerzo, que llegó al mando
de un oficial experimentado, provisto de armas y muni·
ciones suficientes, por cuanto ya empezaban á creer que
se trabba de a.lgún ouevo pronunoiC4mieruo.

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-206-
Ocupado el campo sobre el cual se iban á empren-
der las operaciones bélica9, y asegurádose en primer lu-
gar honrosa retirada, envió nuestro impetérrito oficial
una guerrilla de avanzada hacia el agujero que en esos
momentos hacía el papel de la Esfinge de Tabas.
Los soldados se aproximaban serenos hasta situarse
fl. dos ó tres metros de distancia de la pared enigmática ;
pero al llegar allí se detenfan como si estuvieran clava•
dos en e1 suelo y se animaban, cuando más, á estirar el
cuello á fin de ver si así lograban distinguir el objeto que
les tenía embargadas todas sus facultades y lea producía
al mismo tiempo un pánico inexplicable.
Extraño fenómeno tenía lugar en aquella localidad :
los mismos hombres que, en Garrapata resistieron el
choque de terrible caballería lanzada al combate por los
intrépidos José Vargas París (el Mocho), Vicente Ibá-
ñoz y Domingo Caicedo; los que bajo las órdenes del
bizarro General Manuel María Franco en las breñas ines-
pugnables de Pasto, vencieron en Buesaco y Anganoy
á las huestes aguerridas qu~ seguían á los insignes gue
rreros Julio Arboleda y Jacinto Córdoba ; esos mismos,
en la capital de la República, no se atrevían á afrontar
el pelig'ro imaginario de acercarse al pequeño agujero
que encerraba el misterio incomprensible.
Al fin se dio aviso al Alcalde, diciéndole que por
entre una ahojada de la casa en cuestión, se diatingaia,
á no dejar eluda, la mano de un muerto que haofa se-
fina como convidando á que se le acercaran. Nuestro hom-
bro civil que no tenia miedo á la muerte, tal vez por no

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-~07-

haberla visto de cerca como los militares, se aproximó al


punto indicado _y vio distintamente nna mano descarna-
da, apergaminada y con evidentes señales de que el cuer-
po á que pertenecía debia hallarse en terrible angustia.
N o faltó quien le diera el consejo de que, á ejemplo
de lo que hicieron los vecinos de Tuluá, quienes para
introducir una viga tirante en la iglesia, derribaron la
fachada, se procediera á destruír esa parte de la casa.
En previsión de que el asunto que los preocupaba se re·
lacionara con algún hecho critninoso, el Alcalde hizo ro-
dear la casa y se introdujo á la misma, bien aoompaftado,
por lo que pudiera suceder.
Se llamó á la puerta, pero no contestaban ; visto lo
cual por el Alcalde gritó: la auto,•idad y añadió que si
no abrían inmediatamente, echarfa la puerta abajo: la
intimación hizo su efecto, y en consecuencia, oyeron los
que golpeaban un prolongado ¿quién es? recitado en voz
chillona y en un diapasón que revelaba el mal humor de
la persona que contestaba. Al fin, después de otro¿ quién
es 1 se abrió la puerta de la calle y se presentó á la vista
de los que entraban, una mujer que tendría cuarenta.
años de edad, pálida, sumamente delgada, de mediana
estatura, aprisionado el cabello por un pañuelo de seda
atado en la cab~za, vestida con traje de lanilla color de
café, zapatos de cuero y m~dias blancas, zarcillos de oro y
pedrería pendientes de dos enormes orejas, y una gar-
gantilla ele cuentas de oro que remataba en un medallón
colgado al caollo. Todo fue encontrarse nuestros hom-
bres al frente de aquella figura y estrecharse unos con·

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tra otros en actitud defensiva, como si tuvieran que ha-
bérselas con alguna fiera. El Alcalde, que por lo visto
sabfa donde le ap1·etaba el zapato, dijo al oído al oficial:
-Si esta bruja no pertenece á la raza telina, yo no
entiendo de historia natural.
Después del snludo que aquella no contestó, pregun·
tó el Alcalde quién vivía allí.
-Yo, respondió la mujer.
-¿Y quién es yu? replicó aquél.
-TRINIDAD FoRERO, dijo la interpelada.
El Alcalde expuso sin rodeos á la 'l'rinidad el moti-
vo que los llevab!J. á esa casa, para lo cual esperaba que se
sirviera permitirles practicar un reconocimiento.
-Aquí no hay nada que ver ni qué rondar y yo estoy
en mi casa, <iijo aquolla arpía; no permito que entren
sino sobre mi cadáver.
Ante semejante negativa no había término medio :
ee la amenazó con proceder á viva fuerza si se oponía al
mandato de la autoridad, visto lo cual amainó la dueña
de casa, diciendo que hicieran lo que se les antojara; pero
que ella se iba para que no la ultrajaran. Por de contado
que no se le dejó salir, y, antes bien, se le hizo presente
que debia acompañarlos en la exploración que se inten·
taba hacer.
La casa se componía de un angosto zagm\n que con-
ducía á un corredor, á In derecha del cual se encontraba
la puerta que daba entrada ll una salita que recibía la luz
por una ventana del lado de la calle, con lienzos en lugar
de cristales, y fuertes cerrojos para seguridad de la mo-

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-209-
radora ; á In izquierda de la Stala, al entrar, había otra
puerb de bastidores forrados en tela de percal rosada
que daba entrada á una alcoba estrecha y oscura.
El mueblaje de la casa se resentía de mal gusto y
gran desaseo, como es de uso y costumbre entre nues-
tras gentes de medio pelo, notándose la completa ausen-
cia de imágenes ú otros objetos que dieran muestra de
los sentimientos piadosos de aquella mujer.
Al frente del corredor principal, existía otro edifi-
cio en donde estabAn las tt·es piezas de ordenanza en
aquellas casitas de más que problemática moralidad, 6.
saber: el comedor, la ciespensa y la cocina. Otra parti-
cularidad notaron los nuevos huéspedes de esa cal:la : la
Trinidad vivía sóla.
Habiendo entrado á la sala, la dueña de casa no in.
vitó á sus visitantes para que tomaran asiento; lejos de
eso, permaneció en pie con aire amenazador: dejaba com-
prender, con toda la posible groserín, el enfado que en
ella reboStab~. Terminada la inspección de la sala, era
claro que tenían que continuarlo en la alcoba contigua,
por cuanto en esa dirección se hallaba el solar al que
correspondía. la ahojada sibilftica; pero al dirigirse el
Alcalde hacia di0ba pieza, la Trinidad se plantó en la
mitad de la !luerta, tomó un palo de escoba en nna
mano y unas grandes tijerns en la otra, y le manifestó
categóricamente, que el primero que intentara introdu·
cirse en la alcoba encontraría allí su lomba
l\Lis asombrados que temerosos por aquella baladro-
nada, los asistentes contemplaban á la mujor que tenía
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en tales momentos el aspecto de todos los pecados capi-
tales reunidos; poro no era posible que tantos hombres
juntos y armados, retrocedieran ante la ira de aquellas
faldas, y resolvieron cóute qui c6ute, entrar á la pieza
prohibida. s~ abalanzaron sobre olln y la sujetaron, no
sin tenet· antes que soportar rasguñoa y mordiscos de la
que ya parecía endemoniada, amén del tropel de injurias
y blnafernias inauditas que vociferaba, echando espuma-
rajos de rnbia y despecho, y dirigiendo miradas de
espantoso odio hacia la cama de colgadura de muselina
arrimada á In pared. Allí debía encontrarse la solución
del enigma.
Asegurada aquella furia, se procedió á retirar la cama
do junto á. la pared, con lo que quedó en descubierto el
hueco murado sin blanquear de una puerta. No se oía en
ese lugar ningún ruído que indicara la existencia de
un ser viviente; pero como había ya evidencia de
que esa parto de In casa correspondía á la pared exterior
en que se hallaba In ahojada misteriosa, se lucieron llevar
barras con el fin do derruír la pared, de adentro hacia
fuera, y de arriba parn abajo, á efecto de no causar daño
quien estuviera on la parte interior.
Al golpe del primer barrazo so produjo un ruído so-
noro, lo que significaba que la pared estaba sobre hueco
en esa parte: al segundo golpe, se desprendió un adobe que}
al caer, dejó ver con la luz que entraba por la ahojada de
In parte exterior, que los exploradores se hallaban al fren-
te de un vacío on ose pnnto de la pared, tapado en cíta-
ra por ambos Indos ; ul mismo tiempo se esparció en la
estrecha alcoba una fetidez insoportable.

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No había Juda posible: los exploradores estaban al


frente de una fosa en que debía yacer algún cadáver Eln
descomposición, y en tal virtud, cubiertas con pañuelos las
caras, con el objeto de precaverse contra los gases pesti-
lentes que casi los asfixiaban, se continnó l,¡ exploración.
No bien sa hubo derruído lo suficiente para observar
lo que existiera en el fondo de aquella cavidad, vieron-
¡ qué horror l-una momia medio envuelta en asqueroso
sudario, que yacía sobre un lecho de esti6rcol y de mi-
llares de gusanos blancos que pululaban por todas par_
tes. Lo más horrible de aqnel repugnante espectáculo
era, que eso que tenía alguna forma semejante á la especie
humana, hacía débiles movimientos con las manos en
actitud deprecatoria, implorando compasión y dirigiendo
á. todos miradas lastimosas y tiernas, con ojos apagados
pero expresivos de donde brotaban gruesas lágrimas 1
Yano había lagar á vacilación: aquella debía ser
la víctima de la nueva l\.fegera, que imitando á sn
modelo, anhelaba porque aquel ser humano no muriera
para hacer más larga la duración de los tormentos con
que afligía inaudita crueldad al desdichado cuanto inde-
fenso sor.
Entre tanto, la Trinidad lanzaba hacia aquel lugar
mirc,das espantosas, dejando comprender el odio más
fet'oz contra su víctima, al mismo tiempo que no ocul-
taba la satisfacción por verla reducida á semejante esta·
do de repugnante deformidad.
ffl\y nociones en la vidn quo para ser llevadas á
buen término, hacen necesario que quien las ejecuta, po-

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1ea gran sentimiento d~ abnegación, estoicismo y, más
que todo, caridad ardiente; tal era el caso de que nos
ocupamos. Se trntnbn nnda menos que ele recoger y sa-
car de entre aquella sepultura improvi!"rH.ln, un cue1•po
vit'O en putrefacció~, y, por consiguiente, sin parte
sana por donde asirlo : la sola idea de tener que
abrazarse con aquella momia, hacía erizar los cabellos
de los circunstantes.
Pero pasaba el tiempo y era preciso tomar alguna
determinación. Los soldados oponían gran resistencia á
prestar ese servicio humanitario, no por mala voluntad,
sino por la inven:ible repugnancia que los dominaba.
Al fin ocurriósele ú algnien salir á la calle tÍ buscar á la
primera aguadora que pasara, con el objeto de oblignrla,
por bie1t ó por m.al, á que los sacara del apuro. No fue
difícil hallar á la que buscaban, pues á pocos instantes
pasó por allí una de aquellas ?nujcrcitas, vestida de ha-
rapos, con su múcura colgada á la espalda dentro de una
red ó ca?·gador y, poco menos asquerosa que la misma mo-
mia. Se le propu~o ol negocio de p o1• buenas, metliante un
buen golpe de cldclta,-tentación alhagadora para aquella
especie de gentes-lo que fue aceptatlo sin vacilar por IR
nglladora, quien dijo que no era 'recelosa, como podía acre-
ditarlo su amo Perico, en cuya casa cortuba el sebo olis-
coso, antes de derretirlo para hacer las velas chorrea-
das y el jabón de la tierra.
Satisfechos con el hallazgo, volvieron los emisarios
á la alcoba en donde la aguado1a, de~ paés do snutigunrse
unas cuantas Teces y encomendarse IÍ Nuestra Señora de

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Chiquinquirá, so acercó resueltamente al hueco de ln
pnred, reco~ió lo que allí encontró y lo puso, sin pensar
lo que hacía, sobre la c:una de la Trinidad. Esta lanzó
un rugido parecido al del jaguar cuando se le escapa la
presa que ya cree asegurada para saciar su voraz apetito.
La imprPsión producida en las personas que pre..
senciaron aquella escena, debió ser igual á la que expe-
rimentaron los fariseos al ver salir resucitado á Lázaro,
ya fétido, de su tumba; pero aquí, en preeencia de aquel
sér indetenso, reducido á la más espantosa situación, al-
ternaban confundidos los sentimientos de horror compa-
sivo IJOr la víctima y de indignación contra sus crueles
é inhumanos verdugos. Hubo necesidad de recogerla en
una parihuela, á fin de que el cuel'po no se les disgrega-
ra entre las manos al tratar de conducirlo al Hospital,
con el objeto de ver si se podía devolverle el uso de la
palabra, ú fin de que revelara las causas y los autores
de aquel crimen inaudito. En cuanto á la presunta
autora de JI, se la condujo al Divorcio, mientras se
instruía t\l correspondiente sumario. La Forero se encas-
tilló al principio en despreciativo silencio, y se daba ín-
fLtlas de acusadora y no de acusada.
Si en alguna ocasión se manifestó interés en nues-
tra Rociedad por b conservación de la vida do una
persona, fue, sin clnda, aquella, en que se ansiaban
conocer las peripecias del e~pantoso drama. Los doc-
tores Antonio Vargas Reyes é Ignacio Antorvezn,
se disput:n01. la labor ele restablecer, como al fin lo lo-
graron, on lo posible, las fuerzas vitales de aquella iofe•

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liz víctima de los más furiosos OL!;LO~. Empezaron por
coserle In boca que tenía cortada de o?·eja cí. o?·eja, tÍ fin
do que reduciéndose á su proporción natural, pudiera
articular palabras ó hacerse entender, pues no daba se·
ñales de que supiera escribir ó leer. Conseguido ese
primer buen resultado, la emparedada, nombre que se
le dio, hizo la siguiente exposición bajo la gravedad del
juramento, la que fue confirmada por la fría confesión
de su cruel perseguidora.
La madrina de la empa'redada Custodia, la concertó
como sirvienta en casa de Trinidad Forero, mujer de ca-
rácter arrebatado y de pasiones violentas. Poco después
de vivir con aquella mujer, empezó á tratarla con dureza
y á maltratarla sin que diera el menor motivo. En una
ocasi6n, la envió su señora á un mandado por Los La-
ches, en busca de una lavandera; pero el verdadero ob·
jeto era alejarla de la casa á fin de preparar la inicua
venganza que meditaba contra ella, porque un señor
que la visitaba, y cuyo nombre no conocía la muchacha,
dijo :i la Forero, que tenía una criadita muy bonita y que
se iba n cusar con ella.
Entrada la noche volvió la sirvienta y sin de-
cirle nada su señora, le ató lv.s manos atnis, los pies ;
pt1sole un pañuelo en la boca después de introducir-
le en ella una piedm para que no pudiera gritar.
En esa posición la dejó hasta el amanecer en que
empezó á arrancarle el cabello, operación qne duró
casi todo el día, sin darlo ningún alimento. Por la noche
le puso un emplaato en la cabeza, que le produjo ardor

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insoportable, y que al fin le formó una llaga desde la nuca
hasta los ojos, pues también le arrancó las cejas y pes•
tañas.
Al segundo día se sentía agotada aquella mártir,
después do pasar dos Jías sin comer ni bebor, y como yó.
no tqnía fuerzas ni podía quejnrsG, la Trinidad, conse-
cuente con su infernal proyecto de atormentar ú la que
creía su rival, le suministró un pocillo de agua fétida
y un bocado de mogolla.
Cuando aquella nueva Medea creyó que la rnucha-
.Jha tendría más alientos para sufrir, se puso á sacarle
uno á uno, todos los dientes y muelas, y para ello se sir-
vió de unas tenazns de las que usan los zapateros. No sa-
tisfecha at'tn :tquella infame furia con lo hecho, quemó IÍ
la infeliz con planchas calientes, todas las articulaciones,
las costillas y la columna vertebral; y como si aún no
fuera suficiente, le cortó las orejas y le abrió la boca
hastn los oídos.
Terminada aquella tarea, de cuyos resultados debió
de horrorizar o el mismo demonio. la Trinidad onoendió 1

dos velas al lado de :;u víctima, le puso un espejo al


frente y le diJo con ucento de espantosa satisfacción: ya
no so casará ar¡uél cou In criadita bonita 1 En seguida
arrastró tí la muchacha hnsta el hueco de unn ulacena
que había en lu. pnrerl y, porsonnlmente, con la mayor
calma, emparedó ú la que según ella no. debía contnrso
má~ en el número do los vivientes.
Poro no era con el objeto ele matnrlu ó hacerla mo-
rir, quo ]a Forero había emparedado ú esa muchncho.:

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nó, era para gozarse en verla sufrir por la ahojada que
dejó hacia el lado del solar de In casa, y al mismo tiempo
darle en cantidades exiguas, cada tres días, el alimento
indispenAable para que aquel cuerpo no dejara escapar
el soplo de viJa que lo animaba.
¡ Ya puede figurarse el lector los tormentos y an-
gustias sin cuento que sufriría aquella pobre niña, hija
del pueblo, abandonada de los hombres y sin otra pers-
pectiva que la muerte lenta, que para mal suyo, tardaba
en llegar J
Dos meses mortales habían pasado para aquella
desdichada, teniendo por único consuelo los sarcasmos
de su cruel perseguidora ó los golpes que la Forero daba
en el tabique, cerca del cual había colocado la cama, para
gozar6e en los débiles qu.ejidos que el frío, el hambre y
el dolor arrancaban á su aborrecida supuesta rival. Sin la
casual llegada de los soldados al pie de la alwjada, ¡ Dios
sabe cuánto tiempo hubiera durado aquel espantoso su-
plicio 1
Repuesta algún tanto La e1npa'redada, llegó í>l mo-
mento de poner frente á frente In víctima y su víctima-
ría; aquel fue un acto interesantísimo: La empa1·Rda.la,
sobrecogida de terror y espanto, suplicaba que no la de·
jaran atormentar más de su sefiá Trinidad : ésta se crnzó
de brazos, recogió el pañolón en que estaba envuelta de
atrás hacia adelante, fijó uua mirada indefinible sobre su
víctima, la contempló en s ilencio y hablando cons:go
misma dejó escapar estas palabras: ¡A sí está bien I
En la declnración indagatoria, expuso aquella Jeza-

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bel santafereña, que odiaba de muerte á la muchacha,
porque ella era la causa de que se le hubiera desba-ratado
el matrimonio que hacía mucho tiempo tenía proyectado,
por lo cual había ocurrido al para ella, sencillo expe-
pediente, de desfigurarla primero, y después esconderla
en donde se muriera poco á poco, sin hacer escándalo ni
llamar la atención.
Véase cu~les son los funestos efectoa del arrebato
de los celos, en una muj¿r como la que nos ocupa,
pasada de los treinta y nueve años, que es la edad
que más temen las solteras deseosas de casarse, sin edu.
cación ni principios religiosos, edad en que se desarrolla
esa pasióa que produce monstruosas alteraciones en las fa-
cultades intelectuales, y hace aparecer como bueno::,
y lícitos todos los actos que tiendan á anonadar el ob-
jeto que motiva la pasión, con razón ó sin ella, y
pervierte el sentido moral hasta conducir á los mayo-
res excesos de crueldad, de los cuales no será primero ni
último ejemplo, el caso presente.
Convicta y confesa de los delitos de tentativa de
homicidio y maltratos personales en máximo grado, el
Jurado ~en ten ció á Trinidad Forero á sufrir la pena de
diez años de encierro en la reclusión de G uaduas, en
donde murió algún tiempo después á consecuencia de
una fiebre rnaligna. 811 víctima) reducida á completa
invalideí'. y á absoluta miseria, se hacía conducir sentada
en una silleta implorando la caridad pública en Santafé,
á fin de procurarse la subsistencia. 1 Por altos juicios de
Dios, sobrevivió algunos afios á su cruel perseguidora 1

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ENVENENAMIBNTO Y ROBO DE QUE FUE VÍCTIMA EL PRES-


BÍTERO DOOTOJ.t RUDESINDO L6PEZ, CURA. DE
SANTA BÁRBARA

Tras de prolongada labor en diferentes curatos


de la Arquidiócesis, en que sufrió desde la incle-
mencia del frío hasta los ardores del Benegal, logró
el presbítero doctor Rudesindo López, previo concien•
zudo ex~men en las oposiciones convocadas al efecto,
que el curato en propiedad de la p~uroquia de Santa
Bárbara se le discerniera, en parte como un pre-
mio y para disfrutar de relativo descanso, después de
antiguos y meritorios servicios prestados en la carrera
eclesiástica en más de medio siglo de sacrificios y pri-
vaciones.
Para aquellos que no se toman la pena de profun-
dizar las cosas, un curáto es el puesto culminante á
que puede aspirar el sacerdote aficionado al reposo
y á la buena vida maleriaJ; generalmente so creo que
para el desempeño de las funciones de párroco, basta
saber latín y poseer una buena mnla en que ocurrir
á las confesiones fuera de In población. Pero bien so
conoce que no saben de la misa la media los que tal
piensan; y si no, véase muy po1· encima lo que pasa
en aquel supuesto lecho da rosas.

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Después de siete años de estudios en el Se1ttinario,
logra un joven recibir las órdenes y quedar en apti-
tud de irse por esos mundos de Dios, á cumplir su
misión de adoctrinar las gentes; pero ese joven, que
ha cultivado su inteligencia nutriéndola con subli-
mes doctrinas que le prescriben el amor á. sus seme-
jantes y la completa abnegación, carece de la nece-
saria é indispensable experiencia para evangelizar le-
janas y miserables poblaciones, sumidas de ordinario
en vicios groseros. Sin embargo, nada arredra á nues-
tro inexperto levita, porque cuenta con la infalible
promesa de aquél que dijo:-'< Yo os envío como ove-
jas en medio de los lobos, y no penséis en lo que ha·
béis de hablar, porque oportunamente se os dará lo que
habéis do decir."
La llegada de un nuevo cura á los pueblos, se con·
sidera siempre como acontecimiento notable para sus
moradora~, por mil 1·azones: para unos es fortuna sa-
lir del 'monigote que los tenía fastidiados porque pre-
dicaba todos los domingos respeto á la propiedad, fide-
lidad conyugal, obligaci6n da adorar á Dios, y porque
exigía la reforma de costumbres; otros creen que con Ia
salida del cura viejo y la venida del nuevo, pueden con-
tinuar sin escrúpulo, la vida de escándalo que llevan,
por cuanto el párroco que llega, no conoce como el que
se vn, las llagas que los corroen.
Pero tiene otra faz nada envidiable la vidt& de un
Cura: no puedo decir tl ninguna hora del día ó <lo la no•
che : este instante me pertenece. ¡Cuántas vecas a¡ o·

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biado por la ruda fatiga del dia y cuando aun no ha po-
dido cumplir con la imprescindible obligación de rezat·
el Oficio divino, debe posponer hasta las más e.xigentea
necesidades de la vida para acudir, tarde de la noche, a 1
lecho de algún moribundo y consolar á la desolada
familia l Y esto sin que las más de las veces se le agra-
dezca, si no es que se proporciona enemigos irrecon·
ciliables, por las ambiciones bastardas que desvaneció
su oportuna presencia.
Cuando ya el Cura conoce á sus feligreses y em-
pieza á recoger el fruto de sus constantes vigilias, prin-
cipian los gamonales perjudicados con la moralidad del
pueblo, á trabajar con celo infernal á fin de que les
cambien al párroco que con sus doctrinas intolerantes y
alusiones pe1•sonales en sus p1·edicaciones tiene divididas
las familias ó cosa pn recicla. La autoridad eclesiástica,
con el deseo de aplacar los ánimos y de restablecer la
buena armonía, se ve obligaJa muchas veces, á su pesar,
á prestar oídos á las 1·eclamaciones y rep'resentaciones
que le llegan por millares, aunque el vecindario quejoso
no pase de cien almas, y cambia el Cura, enviando
otro, que tiene que recorrer la misma vía dolorosa. Esta
es, á no dudarlo, la razón de que los párrocos hllgan el
papel de las fichas de ajedrez.
Ultimamente, después de que un sacerdote ha me-
dido á pal mos el extenso territorio de la Arquidiócesis,
lidiando á la gente más insoportable del mundo, y de
haber perdido hasta la cultura en sus maneras por el
constante trato con la par te ruda y vulgar de nuestras

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poblaciones, se le empieza ó. acercar á los centros de civi•
lización, y algunos llegan hasta ocupar un asiento en el
Capítulo Metropolitano, ó á regir alguna de las impor-
tantes parroquias de esta ciudad.
Tales fueron los antecedentes del doctor López, que
debían hacerle esperar, que su vida, consagrada al bien
de sus semejantes, terminaría en paz con vener~tble an-
cianidad; sin embargo, no fue ese el resultado final de
aquel digno sacerdote, sin duda para que se cumpliera
el aforismo vulgar que dice: El hombre p'ropone, .Dios
dispone, y et indio lo descompone.
A mediados del afio de 1853, aún permanecía el
doctor López al frente de la parroquia ue Santa Bárbara,
estimado de sus feligreses y consagrado en absoluto al
desempeño de lns delicadas funciones anexas al cargo de
cura de almas ; pero lo que hacía más notable á ese sa·
cerdote, era el buen gusto y esplendor con que presen-
taba las funciones religiosas, no obstante la ingratacons
trucción y pobl'eza del templo puesto á su cuidado.
Inútil decir que el vecindario del barrio propen-
día ~ustoso á. la celebración de las fiestas que inicia-
ba el dJctor López; pero ningún vecino tenía el cura
que fuera bn solícito en todo lo que dijern relación con
la buena marcha de los asuntos de la iglesia, lo mismo
que por lo que se relacionara basta con los menores de-
talles conciernientes á su persona, que el doctor :1\-Ianuel
Prieto su íntimo amigo y consejero, quien lo acompnñabéi,
llegado el caso, de día ó de noche á las confesiones le-
janas, comensal obligado de sa mesa, quien se encargaba

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como alte1• ego de distribuír las invitaciones para la cons-
trucción de los altares y arcos en las procesiones de la
octava, y en una palabra, el tutor y curador amoroso de
aquel anciano crédulo y sencillo por demás.
Era el difunto doctor Prieto, que en p~z de.scanae,
un hombre obeso, por lo que le llamaban El ionel; de
treinta y cinco años de edad, bajo de cuerpo, indio mes-
tizo, espécimen de la malicia y marrullas de las dos
razas, abogado gárrulo, pero tinterillo formidable; falsi-
ficador inimitable de firmas, hasLa el punto de que ni el
mismo propietario podía distinguir el fraude; compadre
de todo el populacho del barrio, de carácter ap:rente-
mente franco, pero con más dobleces que un hongJ, gran
negociante de caballos resabiados ó inútiles que hacía
pasar como modelos, merced á los artificios que emplea-
ba con maravillosa destreza para engaiíar hasta á los
mejores veterinarios; en una palabra, no tenía el diablo
por dónde desecharlo.
Era de ver al doctor Prieto alardear de fervoroso
observante en las fiestas religiosas de su parroquia, pero
especialmente en la misa mayor del p~·irn.er domin-
go: era el primero que se acercaba á tomar agua ben-
dita al tiempo del asperges; cogía afanoso el estanda?·te
para tomar la vanguardia en !a procesión del Santísimo,
hasta colocarlo en el tabernúculo; si habín. sermón, tenía
buen cuidado de situarse al f1·ente del público, ti fin de
quo sn taita Ruclesinclo, nombre conque llamaba al doctor
López, lo viera sirviendo de edificación y buen ejemp'o á
los demás feligreses.

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El doctor López vivía en la casa alta y baja situada
al Sur de la iglesia de Santa Bárbara, y su servidumbre
se componía de SLl fiel cocinera Pascnala, del pastuso
Chaves casado con María la hija de la cocinera, y de
una muchacha sirvienta; tenía fama de ser hombre acau-
dalado en onzas de oro y plata lab1•ada, como compro-
bante <le lo cual bastaba entrar en la casa para ver y
palpar las vajillas ~ otros servicios de dicho metal.
En una de tantas ocasiones que se le ofrecieron
á Prieto para el éxito de su premeditado plan, asco·
gió el día de la fiesta de la Patrona del barrio, con el
objeto de tomar asiento junto á un distinguido caba-
llero, quien por su porte y talante, lo mismo que por
las cultas maneras que lo distinguían, dejaba adivi-
nar la sangre azul que le corría por las venas. DQs-
pués de la misa pasaron estos sujetos á la casa del doc-
tor López; al entrar éste á la sala donde lo esperaban,
le salió Prieto al encuentro, y con el tono más natural
del mundo, presentó al caballe1·o, con la siguiente intro·
ducción :
-Taita Rndesindo : tengo el gusto de presentarle
á mi mejor amigo, el sefior D. Paclto Mo'rales á quien
he invitado á almorzar en compañía de unos vecinos.
-Sea muy bien venido el señor D. Pacho : están
ustedes en su casa, contestó el pobre cura gritando
á Pascuala para que apurara el almuerzo, porque eran
las once de la mailana y él estaba en ayunas.
El uoclor López, con la benevolencia que lo carac-
terizaba, acababa de abrigar en el seno, no una, sino
dos vivoras que debían devorarlo.

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Entre las familias más notables de Santafé, se
contaba sin disputa la de .Morales, de antigua y ro-
ble alcurnia española, poseedora de cuantiosos hieres
de fortuna; adornados sus miembros con dotes intelro-
tuales nada comunes y hasta favorecidos por la suerte cm
un peroonal distinguido de costumbres fastuosas.
El hijo consentido de aquella casa, y que como al
debía tener por divisa el lema de nobleza obliga, re1i-
bió esmerada educación é hizo estudios de Derec1o
hasta recibirse de abogado de la República. Todo le
presagiaba porvenir brillante, para lo cual solo teria
que seguir la ruta que le trazaron sus ilustres al-
tepasados; pero la fatalidad contrarió esos antecedentes
para hacer del hijo mimado de aquella desgraciada !a-
milia, el tormento de esta ciudad y la ruina de los suy,s.
Era Paclw Mm·ales lo que se llama un hombre ~s­
óelto ; de alta estatura, color blanco-rosado, ojos garz:s,
cabel1os y barba rubios ligeramente crespos, manos y
pies perfectos, de fisonomía franca y comunicativa, pll-
cro y elegante en el vestir, de un aticismo en el molo
de hablar que encantaba á cuantos lo escuchaban. En-
traba á todas partes para divertir á las gentes con rus
innúmeros chistes y crónicas, inventados 6 ciertos; 6e-
neroso basta rayar en pródigo; lloraba con el tri~e,
reía con el alegre, y se hada propios Jos asuntos prÓsfe-
ros ó adversos de z.quellas pet·sonas de quienes se de~ía
amigo. ¡ Contrista la idea de que tan bellas y raras C(n-
diciones personales, tuvieran por único objeto la reali.
zaoión de planes para el crimen t

'
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Desdo el día en que tuvo lugar la presentación del
mejo1' andgo de Prieto al Joctor López, empezaron á
menudear las visitas de aquéllos, en tales términos,
que se Jos veía á todas horas en la casa del Cara,
viniendo así á constituírse en una cuasi-familia que
arreglaba y disponía lo relativo á las operacione~ domés-
ticus de la casa parroquial: lograron poseer la plena
confianza de aquel sacerdote, hasta el extremo de que
Pascuala se pusiera celosa, á causa de la influencia per-
dida en la casa, y acerca de lo cual no dejaba de echarle
sus indirectas á su amo cm a: éste la tranquilizaba di·
ciéndole que sus amigos le manifestaban tal adhesión y
cariño, qne él no podía resistir á la inclinación de aprecio
que Sl:'ntía hacia esos caballeros, quienes posponían sus
propios intereses y atenciones, para dedicarse á servirle
tan desinteresadamente y de tal modo, que podía decir
con toda propiedad que le adivinaban los pensamientos.
El tiempo pasaba entro tanto y ni doctor López le
sucedía lo que á todos los mortales: por cada veinticua·
tro hor·as que recorrf¡¡ la aguja del r~loj, debía aumentar
un día tmis ú la fecha en que nació, y un día menos al
termino fijado para salir de este mundo. Así debió com-
prenderlo, y como era dueño de cuantiosas riquezas,
creyó prudente arreglar sus cosas á fin de hacer algunos
legados destinados á obras de beneficencia y caridad, y
dej.u asegurada la suerte de las personas de su servi-
dumbre, qne lo habían acompañado durante largos años
dándole muestras de verdadero cariño.
En una de tantas visitas que hacían nl doctor Ló-
15

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pez los que él creía sus sinceros amigos, los llamó á su
enarto de estudio y con la mejor buena fp, les comunicó
sus proyectos de testamento: aquellos se dirigieron una
mirada significativa y sin desconcertarse en lo más míni-
mo, le aprobaron en absoluto su laudable intención, y
al efecto, ambos, abogados, le ofrecieron ayudarle, oficio-
samente, para que llevara á cabo tan justa como acerta-
da resolución, y convinieron Pn que no pasaría la sema-
na en que estaban, sin que ese asunto quedara terminado;
así lo dijo el doctor López al pastuso Chavea, ó quien
profesa bn e!OpPcial cariño.
Dos días faltaban aún de la fatal semana, en que
d ebía aquel anciano des11renderse tle los bienes perece.
de ros.
El doctor López se levantó un día temprano, "egtín
su costumbrE', y como teufa que decir misa cantada á la a
ocho de la m11i1ana, no tomó desayuno: á las nueve en-
tró á la casa cural y pidió el aluJuetzo á l:Jascuala. E.sta,
con la acucio::,idad y veneración que profesaba á su
amo, ee at'r1 snrú á servirlo y Je presentó un plato de
ajiuco con pollo, recomendándoselo como obra mae::,tra del
arte cuhunrio.
Consumida la sopa y prodigados los mayores elo-
gios á Pascuala, continuó el cura su almuerzo ; más an-
tes de tomar el chocolate, sintió un retortijón que lo
hizo desistir por e&a vez de aquella su b~biua favc>-
rita : encendió el cigarro de co!ltumbre; JJero otro
dolor más fuerto lo obligó á lcvantar~e, y á 1--edir á su
gocinera alguna agua aromática que le precaviera del nnal

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de estómago que lo amenazaba. Aun no había llegado
Pascuala á la cocina, cuando oyó un alarido del doctor
López: corrió á ver la causa, y vio á su amo estirado en
un sofá de la aa lrl, con los ojos volteados, echando
espuma por la boca, con las ruanos crispadas y sin po-
der articular palabra.
Angustiada la bnona mujer con la inesperada si-
tuación de su señor, gritó á su hija y envió inmediata-
mente á dar aviso al doctor Prieto y á la casa de D.
José Rodrigo Borda, situada al extremo Sur de la cua-
dra en que está edificada la iglesia de Santa Bárbara
Poco~ momentos después se presentó el último en la casa
cural con el objeto de ver en qué podía servir á su veci·
no y amigo, y allí supo con sorpresa, que el doctC\r Ló-
pez había muerto ú consecuencia de un cólico miserere,
y que con el objeto de ovitar la descomposicién del ca-
dáver, iban á proceder á sn embalsamamiento .••..• 1
Admirado el señor Borda de la precipitación con
que pensaban hacer la autopsia de una persona que po-
cos momentos antes había muerto repentinamente, ma-
nifestó con cierta. vehemencia muy justificable, que al
menos debían esperar á quo se enfriara el cuerpo del
Cura para abrirlo; oído lo cual por 1\Io•·ales y Prieto,
quienes es taban ya en la pieza en que yacía el doctor
L ópez, salieron al corredor, reconvinieron bruscamente
al seííot· Borda, y le manifestaron que él nada tenía que
hacer en esa casa y que además ellos sabían lo que esta·
ban haciendo. Don José se r etiró escandalizado de lo
que pasaba, y a~í lo hizo comprender á los wec.:inos y

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amigos del párroco, que acudían azorados á. cerciorarse
de la triste nueva que ya circulaba por el barrio.
Entre tanto Morales y Prieto, acompafiados del
médico Ramón Morales, hermano de Pacho, embaiPa-
maron el cadáver del doctor López y no abrieron la
puerta de la sala, hasta que no lo hubieron colocado
convenientemente revestido con el traje sacerdotal de
rúúrico.
La noticia del ataque, muerte y embalsamamiento
del Cura de Santa Bárbara, se esparció en breve tiempo
por la ciuúad, produciendo en el ánimo de todoo, la pe
nosa in1prcsión de qu~ esa muerte era fruto del delito
y ya se sabe que vox populi vo.v Dei.
Circulaban los más sinie¿tros rumores respecto de
Ios acuciosos y precipitados arnortHjadores de aquel sa·
cerdote, con quien no los ligaba otro lazo que el de
fingida ami::~tad. Se decía que una persona había visto
por h cerradura de la puerta, que el doctor López le•
vantaba una mano al sentir el bisturí con que le cor·
taban los cartilagos del pecho, y se aseguraba, que la
muerte tenía por causa el envenenamiento, con el fin
de apoderarse de sus cuantiosos tesoros.
Lldgada la noche sacó todo su juego el doctor
Prieto. En su condición de JoEz DEL CIRCUITO, y en
guarda de los intereses del difunto intestado, despitlió
á todas las personas que constituían la antigua servi·
dumbre, cerró las puertas y se quedó en unión de su
amigo Pacho, acompañando á su querido taita Ru-
desindo.

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No faltó quien viera á aquel mtcuo Juez, "para
manchar de la justicia el ara," como dijo en ocasion so-
lemne el inmortal Arboleda, hacer varias salidas du-
rante la noche, acompañado de otros, llevando abultados
obj~tos que dejaban en la casa de Prieto, situada una
cuadra hacia el Occidente de la iglesia.
Al día siguiente, y mientras tenían lu~ar las exe.
quías del doctor López, llegaron aquellos rumores á
oídos del doctor Nicolás Escobar Zerda, Gobernador de
Bogotá, y de su Secretario doctor Ramón Gómez. Sin
pérdida de tiempo comisionaron á los doctores Ricardo
N. Cheyne y Willian Dudley, á fin de que hicieran la
autopsia del cadáver del Cura, tan Juégo como terminara
el servicio fúnebre.
Trasladados de nuevo á su casa los despojos morta-
les del doctor López por la policí!J, procedieron los mé-
dicos aludidos á verificar su examen, del cual resultaron
comprobados los hechos siguientes:
Tunía cosiJo con seda el cnorpo, desde la unión del
externón con las clavículas, basta. la parta inferior del
estómago, con el objeto de cerrar la apertura de la
primitiva autopsia.: las vísceras y loa intestinoi presenta·
han señales evid~ntes de b •bar sido extraíJos y vueltos
fÍ colocar en su lug•lr; pero los inte~tino:~ of,·acían dos
fenómenos qne no poJían explicHse sati4factona~uerlte
aquellos Ji~ütnguidos pruf,sores: tenían ulceraciones se-
mt>jantes á las que produce l 1A didenteríu ca acero.:a, y
su contextura correspondía á lus Je un joven. Ahora
bien; el caJá.ver que teUÍi.ttl de proseuto, Uaba seuales de

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nnterior robusta salud y ser de una persona que hubiera
vivido cerca de ochenta años .... I
Respecto á las sospechas de la muerte causada IJOr
envenenamiento, no encontraron rastro alguno por el
cual pudieran aseverar que se hubiera cometido ese de
lito, ni podrían encontrarlo mientras que no se desva-
necieran las dudas acerca de la identidad de los intes-
tinos.
Al día siguiente, al celebrar la misa otro sacerdote
en el altar de San Roque> en Santa Bárbara, percibió tan
horrible fetidez, que apenas pudo concluír para retirar·
se accidentado de aquel lugar. Ya en la sacristía, in-
dicó al sacristán la inconveniencia que produc{a el
envenenar á los ratones, que al morir en las cuevas in-
festaban todo. Momentos después acudió uno de los
acólitos al mismo altar, con el objeto de arreglarlo y
apagar las velas; pero como sintiera la misma fetidez,
se le ocurri0 instintivamente levantar la estera del Indo
de la Epístola: por poco se cae muerto 1 Pasado el
primer estupor, notó que los ladrillos daban señales de
próxima removida. Allí debía hallarse la causa del mal
olor.
Noticiosa la autoridad de aquel nuevo incidente, pro-
cedió á investigar su causa. Alzados los ladrillos y reti-
rada alguna tierra, apareció una olla de barro á medio ta-
par, con unos intestinos en completa descomposición é
impregnados de arsénico pulverizado. Se habían descu-
bierto con toda corteza los verdaderos intestinos del infor-
tunado doctor López; pero en tales condiciones, que la

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-!Bl-
ciencia no podía decir su última palabra, fpor que la
precaución de saturarlos con el mismo corrosivo con el
que probablemente lo envenecaron, hacía imposible de-
mostrar la comvrobaoión médico-legal dol crimen.
Estaba, pues, establecida la certidumbre de que la
muerto del Cnra no era un hecho natural, aunque no se
tenían lns pruebas legales de aquel atentado; y, paro-
diando á los criminali!:;tas que sostienen que, para des-
cubrir al criminal debe averiguarse á quien aprovecha
el crimen, Prieto, com.o Juez, declaró sindicados en el
delito de robo de los intereses de su taita Rudcsindo, á
las mismas personas qne é3te quería favorecer, y á quie-
nes dejnba. en la miseria la muerto repentina de aqueJ
sacerdote. ¡No podh ir más lejos la iniquitla~!
Al doctot· López lo echaron á la fosr1 y yn sólo se
acordaban de él, Pascuala y el pastuso Cbaves, á quien
manteuíau preso corno ¡Jresunto reo tle la de~mparición
de los objetos de plata de su difunto henef.lctor, que
en conciencia le pertenecían. Algunos dítts d~spué~ se
presentó el joven Antonio Morales, hermnno y pnpilo
de Pacho, en In tienda de mercería. dol señor ,J asto Al-
varez, situada tlebajo Je la casa que existh en el mismo
lugar sobre el cual se con~tr11yó la casa del srñor D.
:M iguel Gntiérrez Ni<·to, en el lado Norte de la Plar...t de
Bolívar, y le ofreció on venta un caudelero y unns:.dvilla
de plata que valían viUNTlCUA'l'RO PKSOS.
Alvnrez examinó aquellas piezas y leyó grabado en
el lado inver.::w de cada una do ollas, estos dos nombres:
" Fernando Cuicedo y F16roz,'' " Rudesindo López."

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-23~-

Tuvo la suficiente prudencia para entretener al joven


Mora]e~, basta que llegaron algunas rerPonas á fin de
que presenciaran el contrato, celebrado el cual, dio el
respectivo denuncio al Gobernador. ¡ Estaban descu-
biertos los ladrones del doctor López .. .!
Del sumario que se instruyó, resultaron convictos
del delito de robo al Cura de Santa Bárbara, Pacho
Morales y Manuel Prieto, quienes tuvieron la precaución
de fugarse en tiempo; pero fueron aprehendidos en
Ibagné y conducidos á esta ciudad para su juzgamiento.
Dictado el auto de proceder, apelaron los acusados
para ante el Tribunal Superior. Confirmado aquél, tuvo
lugar el juicio por Jurados en el antiguo local del Con·
greso, en las Galerías.
El doctor Juan Antonio Pardo defendió á Anto•
nio y Manuel Morales, logrando su absolución, fundado
en la causal de que sus defendidos veían en su her·
mano mayor un segundo padre á quien debían obe..
diencia, y además, porque no estaba probado que ellos
hubieran puesto los pies en la casa del Cura.
El doctor Ignacio Ospina U. demostró, en un bri-
llante alegato, la inocencia del pastuso Chavea, que no
tenía por qué ser el ladrón de sí mismo, puesto que era
el heredero legítimo del doctor López.
La defensa que se hizo Pacho Morales fue todo un
acontecimiento. Empezó por decit· los no m hres de las
personas que según él, debían hallarse en el banco de
los acusados para responder por los delitos qne les im-
putaba. Si veía á algún conocido en la barra, lo interpe-

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Jaba ó lo insultaba; últimamente pidió que comparecie-
ran ante el Jurado, Pascual a, y los doctores Escobar Zer-
da y Ramón Gómez.
Al ver á la primera, pidió Morales al Presidente
del Jurado que le tomara juramento, haciéndole la ad-
vertencia de que si se perjuraba se iría é. presidio.
La vieja iba muy prevenida y, contra lo que nadie
esperaba, dejó confundido á Morales. No queremos pri-
var al lector de aquellos interesantes diálogos en que la
cocinera hacía sin interrupción la señal de la cruz y
echaba bendiciones á su interlocutor:
-Pascualita! ¿es cierto que tú me viste en la
puerta de la casa del señor doctor don Rudesindo López,
que en paz descanse?
-Me remito á lo que tengo dicho en la Gobernación.
- Pascuala ! ¿qué vestido tenía yo?
-Me remito á lo que tengo dicho en la Gobernación.
-Pascualona de Bnrrabás! ¿Cuándo me vistes?
-Me remito ó.lo que tengo dicho en la Gobernación.
Lleg6 su turno al doctor Gómez.
-Dime Sapo! ¿por qué querías perder á los Mo·
ralea ?
-Yo no be querido perder á nadie.
-¿ Por qué te alegrastes, Sapo hediondo, cuando
supistes que me llamaban á juicio ?
-Porque todo buen ciudadano debe alegrarse de
que se descubran los criminales y se les castigue.
En la barra estaba el anciano pr~sbitero doctor
Francisco de Paula Benjumea, uno de aquellos pobres

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de espíritu á quienes se les tiene prometido el reino de
los cielos, y que en época anterior había sido explotado
por 1\lorales que lo llevé, ú vivir á su cnsa, hasta que lo
redujo á la miseria para botarlo e11 seguida. Al oír el
sencillo doctor lo que decían respecto del cura Santa ue
Bárbara, exclamó con la mayor candiuez:-¡ AlLora co-
nozco que don Pacldto m.e quer{a, puesto qne no me e1nbal-
.!am61
El Jurado de Prieto tuvo lugar algún tiempo des-
pués, porque se esperaba obLener la prueba pleno. del
envenenamiento del doctor López, que estaba en la con·
ciencia de todos.
Los dos protagonistas de aquel crimen, fueron con-
denados á doce años de presidio, con el aplauso de toda
la sociedad.
Algún tiempo después estalló la revolución de Me-
lo, y el señor don Justo Briceño, Gubern~dor de la en-
touces provincit. de Tequendama, cr,..yó más conveniente
armar al presidio acantonado en La Mesa, en defensa de
la Constitución, ofreciendo indulto al qne se condujera
bien, antes qne correr la eventualidad de que se fuga-
ran los presos: tal fue el motivo por el que volvió Pacho
Morales á esta ciudad.
El cuatro de Diciembre de 1854, al ver Morales per-
dida la causa en la qne finc:•ba las esperanzas de mejorar
su triste situación, salió á. bu.:;car la muerte hasta encon-
trarla en la esquina Oriental de la cuadra del puente del
Telégrafo. U na bala le destrozó el brazo derecho, le
entró por debajo del homoplato y le salió por el frente

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de la garganta. Su cuerpo, cuya lengua devoraron Jos
perros, quedó insepulto en el mi~mo sitio en que murió,
hilsta que el caritativo caballero don Mariano Calvo, el
amigo íntimo del Arzobispo l\fosquera, para. quien se
ofreció :Morales de verdugo, en malu hora, cumplió con
]a obra de misericorJia de dar á aquél de~graciado cris-
tiana sepultura, acompañado en tan piadosa acción por
el General don Ramón Espina y por el doctor Benjumea,
quien la dijo la misa de Requ.iem en la iglesia de San
Juan de Dios.
Prieto continuó sufriendo su condena en el presidio
bajo la dirección de don Lino Peña. En una tentativa
de evasión hecha por los presos, se averigu6 que aquel
hombre inquieto era el principal promotor del complr~t,
en castigo del cual, le aplicaron furibunda paliza que le
ocasionó la fiebre violenta que lo mató.
Diez y ocho meses después de la muerto del doctor
Lópe~, yá habían comparecido sus victimarios ante el
tremendo Tribunal de Dios.

XI

ROBO SAORÍLEGO EN LA IGLESIA DE LA OAPUOBIN..i

Entt·e las fiestas religiosas que con más pompa y


aparato se celebraban en Santafé, lo wismo que sucede
en la actualidad on Bogol'i, se cont~ban las conocidas

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vulgarmente con el nombre de Cua'renta Horas, durante
las cuales permanece expuesta á la adoración de los fie·
les, la H ostia Santa é inmaculada por excelencia.
Para el católico creyente nada hay más grande ni
digno de adoración en todo el orbe, que el Sacramento
inefable de la Eucaristía, por cuanto su fe le enseña que
él contiene en sí, el mismo cuerpo y la misma snngre
del Di~ino Jesús, nacido de la Virgen sin mancilla, y
sacrificado en holocausto á Dios Creador, como lÍnica
víctima digna y suficiente para aplacarlo y reconciliar
así, al hombre decaído, con Aquél que le hizo los ines~
timables beneficios de la vida y la inmortalidad.
La devouión á ese Misterio de amor y caridad, se
ha señalado siempre entre nosotros por actos materiales
de abnegación y desprendimiento notables; y á estas cau-
sas se debe la erección en esta ciudad del bello templo
que, con el nombre de Capilla del Sagrario, hizo cons-
truir á su costa el noble caballero don Gabriel Gómez de
Sandoval, descendiente de los muy i lustres condes de
Lerma en España.
Antiguamente funcionaba el Cura de la parroquia
de la Catedral, en la iglesia del mismo nombre, lo que
daba lugar á constantes interrnpciones e n los diversos
actos religiosos consiguientes á las irnprescinJibles ce·
remo01as que se celebran en las iglesias m etropol i-
tanas.
En una ocasión, al sacar la 111ajPstad para lle,'a rla
como viático á un moriuunJo, observó S.tndov·tl con do·
lor, que los paramentos y demás enseres Je que se hacia

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uso, no correspondfan en manera alguna al altfsimo
objeto á qne be les destinaba; y lo que era más grave
aún, que había actos de irreverencia iocomratibles con
el cn!to, por la confn~ión que prouuda el ejercicio de
diversas funciones religiosas simultáneas en una misma
iglesia.
Para rernt>diar aquel mal y al mismo tiempo ha·
cer acto público de fervoroso adorador de J e~ucristo
en la Euc~t~·,stía, Gómez de Snn<.loval hizo voto solemne
en el año de 16!>9, de construír un templo en que se die ..
ra oulto e~plén<.litlo al Rey de los cielos y tierrn, y en
donde se consenrara perpetuamente, la Ho!-tia ó Viático
que debía llevarse, á los que por cualquier causa estu-
vieran próximos á emprf\nder el viaje que, más ó menos
tarde, todos debemos llevar n cabo. Al efecto, vondió
cuanto tenía para emplt>arlo en la construcción de la
iglesia que Loy es una de nue~tras joyas más preciadas;
y si bien es cierto que no tuvo el gusto de verla concluí~
da, al menos dejó arreglados al morir, los asuntos con-
cernientes á su terminación, de manera que ésta pudo
dedicarse solemnemente en el año <.le 1700.
Entre las notables curiosiuades que posee este san-
tu!lrio, se cuenta. el altar de carey, marfil y maderas
preciosas, recunstrufdo por el artic;ta bogotano don Ra-
fael Franco, con los restos de los materiales que se sal-
varon del terremoto ocurrido en el año de 1827. Tam-
bién ha venido á ser esta Capilla, el museo en donde se ex-
hibe la mf'jor colección de las pinturas que produjo el
genio del pintor santaferefí.o Gregorio V ásquez Ce·
ballos.

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El Capitán don José Taléns y su esposa ln snora
doña Luisa Arguiudey, vivían tranquilamente, á mes
del año de 1598, en su casa situada en el Parq o de
Santander.
Aquellos eran loa buenos tiempos de la colonia yá
por la paz octaviana que se disfrutaba en esa época ya
porque aún rendían pingües ganancias los restos d las
encorniendas dr. indios, cuyos productos no teníamtro
destino que el de caer en algt'm cofre, para eRpern allí
tranquilamente la salida de la primera caravana quecon
destino á Cartagcna de Indias, se encargara de llfar-
los, y aprovechar a11á la oportunidad que se ofre era
para remitirlos on alguno de los galeones que reg~sa­
ban fl la madre patria, cnando lo permitieran los ira·
tas ingleses qne á la sazón infestaban los mares.
En una de esas noches santc1fereñas, más n~;ras
que un tintero de escribano, en las que todos los rora-
dores se encerraban en sus casas con ol objAto de lZar
el rosario tomprnno, á fin do tomar con tiempo lane·
rienda y poder hacer la digestión que les permiera
acostarse á dormit• sin riesgo de una upoplegía, so itro·
dujeron varios hombres enmascarados en lacas"' del Cpi-
táu T.~léns, á quien encontraron dormido tranqnilannte
en su lecho. Previos los procedimientos usuales e ta-
les casos, los asaltantes manifestaron á Taléns, la Ece-
sidnc.l que los obligaba á dar ese paso, pidiéndole 1na
co~a, y ofreciéndolo dos, á saber:
Le pedían diez y sois mil patacones que necüta.
ba n para cumplir con un compromiso sagrado; y le fre-

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cían matarlo, si llegaba á revelar el nombre de los en-
mascarados, en el caso de que los llegara ú conocer; y
devolverle el dinero que le pedían, tan luego como mejo-
rflran las malas circunstancias que los obligaban á adoptar
aquel sistema.
Vencido Taléns, pero no convencido, reflexionó que
nada podía hacer de provecho en defensa de sus doblones,
los que por desgracia suya estaban nl alcance de los
peticiona'rios, por cuanto éstos le indicaron que cono·
cían el sitio en donde los guardaba; además era preciso
tranquilizar a doña Luisa, que yá tE>nÍa el alma en los
dientes por el terror que le infnnáían los enmascarados.
Haciendo como dicen, de t1·ipas corazón, y dando
sentido adióq á Rus escndos, los entregó el Cnpitán á
aquellos recaudadores de nueva especie, diciéndoles que
si e!'aa caballeros como se decían, esperaba que le de-
volvieran ese dinero; pero que tu vieran entendido que
si no cumplían la palabra empeñada, no serír, él sino
J esncristo el defraudado, por qne esa suma la desti-
naba para invertirla en unrl Custotli:\ y una lámpara
para la iglef'ia de nnestra Señora de }Rs Nieve~. Los asal-
tantes eran, á no dudarlo, hombres de bien, puesto que
el d(n me'los pensado y sin saber cómo, devolvieron stt
oro ni Cttpitán con intereses venciuoc;, con lo cual cum-
plió la solemne promesa hecha por éi y su digna esposa
en aquellos momentos de angn~tia.
Aún se conserva en dicha iglesia In famosa Custodia
de oro macbo ;¡ piedras preciosas, estimada en cuarenta
mil pesos, como una prueb:1 tangible de la piedad de Ta-
léns.

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Para recordar el suceso que dejamos referido, el Ca-
pitán se hizo retratar con su esposa, en un cuadro al óleo
que se encuentra en la sacristía de la iglesia citada, en
el que están representados los dos esposos en actitud
de adorar el Sacramento de la Eucaristía colCJcado en
la Custodia que regalaron, con la siguiente inscripción
al pie:
"EL ÜAP. D. JosEPH TALENS Y DONA LUISA DE
ARGUlNDEY DIERON Á ESTA SANTA IGLESIA LA CUSTODIA
Y LÁMPARA: RUEGUEN Á DIOS POR ELLOS."
En la parte inferior del cuadro se lee la siguiente
décima, que prueba que la piedad del Capitán y de su
esposa, no estaba en relación con el favor que les dis-
pensaban las musas:

"Viendo el fin de tantos curas


Es cosa muy importante
Llt:var la luz por delante
Para no toparse á oscuras;
Pues de las grande~ locuras
Que puede haber escondida,
Es tener siempre encendida
La lámpara para el reposo,
Que cuando venga el esposo
La tope bien encendiJa/'


Pocns serían las personas que no conocieron en
Santafé á Joaquina Rodríguez, la heladera. Vivía en una

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tienda situada al Oriente del huerto, que entonces se
llamaba jardín del Observatorio, cuyo edificio tenía
arrendado, no para ab'iJervar las estrellas, porque nunca
tuvo pretensión de cultivar la ciencia de U rania, sino
simplemente con el objeto de dedicar el edificio para de-
positar, en la planta baja, el GRANIZO que recogía en el
invierno, y poderlo conservar el mMyor tiempo posible, á
fin de dar más duración á la industria que le daba par~
vivir, a~én de las razonables ganancias que le produ-
cía cada granizada.
Caben bien aquí aquellas lacónicas palabras de To-
más de Kempis: Sic traniit gloria mundi 1 porque nun-
ca pndieron figurarse los sabios Celestino Muti~ y Fran-
cisco José de Caldas, que se iban 6. quemar las pestañas á
fin de escoger el sitio más adecuado al efecb de edificar
el Observatorio mejor situado en el mundo, para que
algún día se dedicara el fruto de sus desvelos, al prosaico
destino de guardar el producto del fenómeno físico res-
pecto :lel cual la ciencia no ha dicho aún su última pa-
labra.
Aquella mujer de la clase media, tenía una hija
que se llamaba Narcisa: las dos poseían el secreto de
hacer los 1Lelf1dos, con tal primor, <.omo no se preparan
ni en el café Tortoni en París, ni en Nipoles. La madre
era de carácter agrio y dominante, en contraposición al de
la hija que era muy amable y reposado; pero las do8 1
eran el verdadero tipo de la muj6r aseada, hacendosa y
de piedad sincera: vivían reprendiendo á los cac!tacos
qua· se dedicaban á inquietarles las bellas y robustas al-
16


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deanas que se procnrnban en los campos, para ocuparla•
en las faenas consiguientes á la heladería y exquisita re·
postería qne daban á la venta. Con la muerte de aque-
llas, se perdió el secreto que poseían para preparar los
deliciosos sorbetes que deleitaban el apetito de los bogo-
tanos, tan aficionados á las golosinas.
De tiempo atrús empleaban, madreé hija, la ma-
yor parte de sus ahorros on fomentar la fiesta de las
Cuarenta Horas que se celebra en la Catedral durante
los tres primeros días del año. Cuando el negocio de los
helados les produjo relativa riqueza, compraron una
tienda situada al frente de la puerta falsa de dicha. igle·
sia, y allí tenían especial cuidado de mantener aseada la
calle contigua al templo que encerraba el Misterio de
la Eucaristía, al quo profesaban la mús tierna devoción,
para lo cual arrojaban aguasal sobre el empedrado, á fin
de que no unciera yerba. Además contribuían con ocho
pesos mensuales, para. ayudar á pagar el salario del que
conduca el quitasol en las Administraciones.
Como era natural, In madre emprendió la primera
el viaje á las moradas eternas; pero ambas dejaron ase-
gurados, en lo posible, los recarsos de que disponían á
fin de que despué~ de muertas, no se dejara de hacer la
fiesta de su predilección.
Allá habrán recibido ol ciento por uno, ofrecido por
Aquél que no falta á su palabra.
Pasando de los hechos concretos á los abstractos,
haremos notar que esta ciudad 6e ha distinguido, en to-
das épocas, por el ncondrado nmor de sus moradores al

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gran Misterio, que es sin disputa la piedra angular del
Catolicismo : basta observar en los templos Jos taber~
náculos, para admirar los riquísimos velos con los que
se oculta á la vista de Jos fieles, el Copón que contiene
bs Formas consagradas, bordados con oro y pedrería,
ofrecidos por nuestras vírgenes que siguen en esto el
ejemplo de las Joncellas de Israel, cn&ndo ~reparaban y
tejían e 1 purísimo linll destinado al servicio de Jehová .

• ••
A las seis de la mañana del día tr~ce de Junio de
1858, dieron principio, en la bella iglesia de la Capu-
china, al Triduo de Ct&a?·enta Horas, establecido desde
el tiempo en que los Padres Capuchinos vi~ían en el
nnexo convento de Misiones fundado por los mismos.
La iglesia parecía un ascua de oro por la profusión de
luces con que estaba iluminada, y el adorno de las flores
era hecho con tal abundancia y buen gusto, como sólo
se ve en Bogotá. Durante todo el día. fue muy visitada
la iglesia, no solo por los vecinos, sino también por Jos
feligreses de los otros barrios, atraídos por lu fama de
la excelencia de la fiesta. Por la noche predicó el doc-
tor D. Manuel Feroández Saavedra, uno de los oradores
sagrados más notables dt1 la Américtl españoia.
Después del sermón entonaron los sacerdotes al
pie del Santísimo, revestidos con ricos ornamentos, el
Fango lingua, himno wagníficfJ en el fondo y en la
forma, compuesto por Santo Tomás de Aquino llamado
" El Angélico '' con tanta propiedad.

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Si hay algo verdaderamente imponente en lns ce-
remonias de la Iglesia, es ésta en la que los Levitas de
de la N u e va Ley, confiesan, en cántico sublime, la divi-
nidad de J ef1ucristo transustanciado en el Sacramento,
ante el cual se postran ncompafi.ados del pueblo fiel.
Bastarán poC"S palabras para dar ligera idea de la
sublimidad de aquella producción del ingenio humano.
Se refiere en la vida del Santo gue, satisfecho el
Salvador por los términos en. que lo había descrito, le
dijo estas palabras :
-"Has hablado bien de mí, Tomás, pídeme una
gracia."
-"A Vos mismo ! ,, exclamó el sobrino del~Empe­
rador Barba-Roja con pasmosa prontitud. ¡Imposible
hablar níenos y pedir más I
Terminado el servicio religio.so a las siete di:' la
noche, empezaron á salir los fioles, eatisfechos de la
fiesta y deseosos de continuarla en los dos días siguientes.
El sacristán y sns ayudantes tomaron el manojo de lla-
ves de la iglesia y repicaban .con ellas, para notificar á)
los concurrentes que desocuparan el templo. ·
Cuando aquellos creyeron que no quedaban otras
personas, ~erraron las puertas de la iglesia, teniendo cui-
dado de quEl la lámpara que ardía al frente del ~antísimo
estuviera bien provista de aceite, á fin de que no se ex-
tinguiera la única luz que quedaba durante la noche.
N o bien se hubo cerrndo la puert.\ del templo
cuando, de debajo de ano de los altares de las naves sa-
lieron dos hombres que parocían eombras ; subió uno de

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ellos n \altar, y, sin trepidar, alzó con una mano la punta
del velo, y con la otra tomó la Cugtodia y la puso sobre
el ara; en seguida descendió y apartó la Custodia que
le hacía estorbo para abrir el Sngrario donde estaba el
Copón lleno de Hostias consagradas ; sacó la de la Cus-
todia y la pu'3o sobre el altar ; destapó en seguida el
Copón y desparramó sobre el mantel las Formas que
contenía ; desprendió la cruz de oro y esmeraldas que
coronaba la Custodia, y se la metió en uno de los bol-
sillos del vestido y entregó las alhajas sagradas al com-
pañero, quien las colocó debajo del mismo altar que les
había servido para ocultarse.
Reunidos de nuovo aquellos vampiros, emprendía·
ron otra requisa para buscar más objetos de valor: lo-
graron encontrar en la Sacristía varios vasos ~agrados
que corrieron la misma &uerte de la Custodia y el Co-
pón ; tornaron algunas alfombras y las extendieron de-
bajo ciel altar que les servía de gu Hiela, con el objeto
de arreglarse un lecho provisional para dormir el resto
de In noche con alguna comodidad, y, al pasar inciden-
talmente por el frente del Tabernáculo que aCtLbaban de
profanar, hicieron profunda genuflexión!
El lunes catorce, antes de dar principio á la conti-
nuación de las Cuarenta IIora.<~, pidió la comunión una
sefíora; poro al abrir el Tabernáculo para dár~ola, halló
el sacerdote las Formas consagradas esparcidas sobre
los corporales, vio que falblbn el Copón gmnde, otro
pequeño, una Patena y el vasó de plata que servía ue
Purificador. Alarmado aquel con el descnbrimiento que

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acababa de hacer, dio aviso al Cura de la parroquia,
doctor Agustín Vú.squez, quien ocurrió instintivamente
al Tubernúculo, con e] objeto de ver si la Custodia es-
taba en su lugar; pero ese recinto sagrado estaba vacío.
Sin saber lo que hacía y poseído de verdadero pá-
nico por lo que comenzaba á maliciar el Cura, se postró
de rodillas y con voz ahogada por entrecortados sollo-
zos, exclnmó alzando los brazos al cielo : ¡Piedad Señor
para t1.~ pueblo 1
Los asistentes que no estaban aún al corriente de
lo ocurrido, creyeron que la exclamación del sacerdote
tenía por causa algun peligro físico inminente, como un
temblor ó cosa parecida, por lo que, E~in reflexionar en
lo que hacían, empezaron á salir corriendo de la iglesia;
Tisto lo cual por el Sacristán les gritó desesperado-No,
eeñores, no corran sino ayúndenme á buscar la Custo-
dia que no parece l
Sin lugar á la menor duda el templo había sido,
durante la noche anterior, el escenario escogido por los
malvados para consumar la más abominable profana-
• 1
ClOn.
Las personas que en esos momentos se encontraban
en la iglesia, se dieron con verdadero frenesí á buscar
por todas pnrtes,~in dejar resquicio que no nrgaran, ni
objeto r¡ue no movieran. Después de algún tiempo se
oyó el grito de una mujer que exclamó-lo encontré!
En efecto, al buscar debajo de los altares, se llegó
aquella al que habían escogido los ladrones para escon-
derse. Allí hallaron un Cop6n qno conservaba partí-

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culas de las Formas consagradas, una Patena y un Pu-
rificador, pero nada mñs. En el momento se aglomeró
en eso punto la gente que había en la iglesia, cayendo
todos de rodillas, por cuanto 6 ningún católico se le
oculta el prodigio de qut', en la Hostia in maculada, lo
mismo que en cada partícnla de ella, existe real y verda-
deramente el mismo Jesucristo.
Conducido al altar aquel vaso sagrado con su pre-
cioso contenido, esperaba á los circunstantes otro espec-
táculo aun más doloroso: encontraron esparcidas sobre
el altar mayor, los restos de las Hostias que los bandi-
dos dejaron abandonadas en ese sitio; pero con evidentes
sef'iales de que las habían devorado las ratas !
Aquel fue un instante conmovedor: todos lloraban
y gritaban implorando perdón de la :Majestad ultrajada,
y pedían castigo para los sacrílegos delincuentes.
El Ilustrísimo seúor Arzobispo Herrán acababa de
decir la misa en la capilla de su palacio, cuando se le
dio aviso del inaudito escándR!o cometido en la noche
anterior. Aquel piadoso Pastor cayó accidentado nl tener
conocimiento de la protanación, y vuelto en sí, lo prime-
ro que hizo fue dictar y promulgar solemnemente el de-
creto en que declaraba EXCOM·ULGADOS VITANDOS á los que
directa ó indirectamente hubieran tomado parte en aquel
robo sacrílego, y conminaba con penas anó.logas á todos
aquellos que siendo conocedores de alguno ó algunos de
los incidentes de aquel crírnen, no lo denunciaran la n
autoridad.
Ya puede figurarse el lector la impresión que se

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producirfa en todas las clases sociales de esta ciudad con
la espantosa noticia que se esparció con la velocidad de
una centella : de todas partes ocurrían las gentes hacia
!a iglesia profanada y una vez allí, rezaban alguna breve
oración, á fin de aplacar la ira del cielo, para. salir en
seguida decididos á emprender las investigaciones con-
ducentes al descubrimiento de los culpables.
La preocupación general era la de saber el parade-
ro de la Hostia que estaba en la Ccstodia, por cuanto
había derecho á esperar aun mayores sacrilegios por
parta de los bandidos, habida consideración á las cir-
cunstancias que acompañaron la comisión del delito. Pue-
de decirse, sin exagerar, qne el tema obligado de la
conversación de todos los habitantes de esta ciudad, en
ese día y en los siguientes, no fue otro sino el asunto
que nos ocupa, y que jamás tuvo la autoridad mayores
auxiliares para descubrir y castigar :l los criminales, que
en esa ocasión, en la que nn pueblo entero se sentía he-
rido en fibra tan sensible como es el sentimiento religioso
ofendido en lo más sagrado. N o hnbía duda acerca de
la posibibilidad de descubrir á los nutores de tan inca-
lificable delito.
Hacia el medio día vio Esteban Trigos, Et negro,
que hoy vive demente en el Asilo, á una mujer que ofre-
ció en venta, al platero Ciriaco Baquero, el viril de oro
en que se fija la Hostia : el platero retuvo esta alhajo,
que debía hacer parte d e la Custodia robada.
Trigos se fue detrás de la mujer para ver dónde
entraba y dar parte á la policía.

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En efecto, la vendedora llegó á la orilla del río San
Francisco, comprendida entre el fJllente del mismo nom-
bre y el de Gutiérrez, y se entró á una de las casos altas
situadas al Sur de dicho río. Trigos voló á dar parte al
sefior J. Tra.deo l\Iatéus, que á la sazon era jefe de la Po-
licía, quien mandó á su segundo el señor Rafael Castro,
el que acompañado de Trigos, subió á la sala de dicha
casa.
Allí se encontraron con ta mnjer que vendía el viril,
y con Carlota Mogollón, señora de la casa, que, sabe
dora del objeto de la visita que le hacía la autoridad, en-
tregó h custodia robt~da, faltándole la cruz y algunas
pic;zas pequeñas, manifestando que ignoraba la proce•
dencia de esa alhaja; pero que la había llevado á su casa
J ustiniano Rodríguez, pariente de Camilo Rodríguez
antiguo compañero de Russi é hijo de Concepción Fer..
nández.
Aquellas dos mujeres no se dieron cuenta • 1 pnn-
oipio de la graveda:l de los cargos que pesaban sobre
ellas, y en especial la 1\iogollón, bacía gala de senti-
mientos contrarios á. toda idea religiosa; pero cuando
supieron el modo y términos empleados para hacerse á
la Custodia, y sobre todo la excomunión que las arropa-
ba, iban perdiendo el juicio por el es pauto que les pro-
dujo el conocimiento de su verdadera situación. Además,
todo fue hacerse trascendental la noticia de la captura
do las dos presuntas reos del escandaloso cuanto sacríle-
go atentado, y estallar una terrible y popular tempestad
contra aquellas desgracia:las, que costó gran trabajo

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conducir sanas y salvas á la prisión, porque el pueblo,
representado en esos momentos por los diferentes ele·
mentos aociales, exigía que la!f lapidaran sin esperar al
esclarecimiento de Jos hechos.
En esa ocasión pudimos apreciar en todo su valor
la importanc:a de las creencias religiosas : tanto la Mo-
gollón como la mujer que ofrecía en venta el viril, supl i-
caban á gritos que no las matnrnn, hn!ita. que les levan-
taran la excomunión lanzaqa contra ellas l
El mismo día se presentó á la autoridad el Padre
franciscano Juan N. García, con el objeto de entregar
la cruz y los otr0s accesorios de la Custodia, que hab~a
regalado J ustiniano Rodrtguez á la señora Concepción
Hernández quien, sabedora del origen de dichas preo·
das, se había apresurado ú devolverlas por su conducto,
encareciéndole guardara el secreto, á Jo que no se creía
obligado, con tanto mayor ra'tón cnanto que el denuncio
no cafa bajo el sigilo de la confesión.
Noticioso el caritativo Arzobispo Herrán del estado
á que estaban reducidas aquellas dos mujeres, dispuw
que se levantaran las informaciones del caso, ú efecto ce
que se les alzaro. el terrible anatema, después de lts
procE-siones decretadas y de otras cer~monias que debían
tener lugar como público desagravio al Santísimo.
El quince del mismo mes de Junio, á las cuatro de
la tarde, estaban colmadas las calles de la ciudal.l en el tn-
yecto comprendido de la Catedral á la iglesia de la Ct.-
pucbina, entre la primera Calle Real y la de Sao ,Jua,
de Dios, hasta llegar á la plazuela de San Victorino, y
de allí, á la iglesia profanada.

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-251-
Todas las campanas de las iglesias de la ciudad to-
caban arrebato, y el pueblo, sin distinción de clases
sociales, permanecía de rodillas, el mayor n úruero con ci-
rios encendidos. El Arzobispo, acompañado del clero
secular y regular, de lo~ altos Magistrados y del Ejército
llevaba la Majestad con la posible pompa y solemnidad
para volverla á colocar en el Sagrario de donde la habían
quitado por medio de un crimen. Las puertas y ba leones
de las casas por donde pasaba la procesión estaban lujo-
samente decorados, y todos ú porfía tributaban á la Hos-
tia del Cordero sin mancha, bs homenajes mái conmove-
dores y sinceros, como una protesta viva contra la infa-
me profanación
Al llegar á la Capuchina la procesión triunfal, las
demostraciones de amor y veneración al Santísimo, sa-
lieron de lo común para tomar el carácter de verdadera
apoteósis; pero el fervoroso entusiasmo subió de punto
cuando el Pontífice, profundamente conmovido, colocó
Jn Majestad en el Sagr_a rio profanado, In incensó por
tros veces y en seguida le dirigió una patética y sentí·
da plegaria en favor de su pueblo fiel, implorando que
en esos solemnes momentos no se acordara de su Justicia
sino de su gran Misericordia!
Olvidando los concurrentes el sitio en que se halla-
ban, manifestaron el contento que los dominaba, dan-
do gritos dt) júbilo y abrazándose unos á otros, felicitán-
dose por la reparación solemne que acababa de darse á
h\ .Majestad ultrajada.
En los días diez y seis y diez y siete siguientes, se

~NCO
fBLIOTECA L S
€ATALOG
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-252-
repitió la misma ceremoni? para ir en masa los habi tan-
tes, á hacer actos de adoración y de~agravio al S lcra-
mento'de la Eucaristía, en el mismo lugu en que ha-
bía sido ofendido. Durante esos tres días celebmrou la
misa en la Capuchina todos los sacerdotes ,que á la sa-
zón se hallaban en esta ciudad.
El día veiutid6s eu\ la fecha designada para proce-
der á levantar la excomunión á Carlota Mogollón, y á. Si-
mona Caballero que fue la mujer que ofreció en venta
el viril.
De.sde temprano empezó á llenarse la Catedral con
las personas ansiosas de presenciar esa ceremonia des-
conocida para aquella generación. El pueblo ocupaba la
plaza, y entre las mujeres se notaba gran sentimiento de
hostilidad respecto de aquellas infelices, como lo de-
mostraba el hecho de lle~ar guijarros en las mantillas
para lapidarias en primera oportunidad. Sin la severa
intimación del Arzobispo, las excomulgadas no abrían
salido _vivas ds aquella pueblada.
A las nueve y media de la mañana llegó el Arzo-
bispo á)a Catedral, vestido con capa caudal, precedido
del crucero y del báculo, y acompañado por todo el
clero regular y secular con estolas y sobrepe!lices. Al
llegar la comitiva á la puert-1 m •tyor del t emplo, tomó
asiento el Prtllado, y después se le revistió con amito,
estola, .. capa pluvial morada y mitra s t> ncilln.
Momentos después se oyó en In plaza un gran tu-
multo acompafhdo de vociferaciones y am enazos terri-
bles: era la furia del pueblo que se despertaba on tJda

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-•u-
u intenafdad á la vista de lls penadas, qae ibn ouato •
iadas por medio batallón de eoldadoa en previsión de
lgúa ataque. Al 8a, deapaM de mil empeHonee y pq.
etazoa de Jos espectadores para quedar situados en pri·
era tfbea, cQJa el objeto de no perder oiagdo detalle de
o extraorcliDario e•peotaoulo) llegaroa laa dos maje. .
T• pies del Prelado.
Se lea quitaron las mantillas y demáa preadu .t.l
edido, je la cintara patWamüa, haata dejallu tD eami-
; allf, de rodillas y con la cabeza clesoabie~ pidierOD
albilchtDeDiela abaolaoi6a, d81'1'8mabdo oopt.- 16gri·
as. En seguida el Prelado le~ ezigió preYiameote, bajo
a gravedad del juramento, la obedieDoia ' loa maadM01
e la Igletia.
Acto continuo el Añobiapo tecit6 el salmo 11ütwws1
zotando wavtmente con una nra sobre las eepaldae
e las penitentes, al recitar óada venfoalo: deepú48 ae
ez6 el salmo D1u1 miHNa"'r nostri, termiDado el ouaJ.
arrojó la vara el PteJado y poni,ndoae de pie, oatrierta
a cabeza COil mitra, tOmó A las abaaeltu por lea manos
ereehaa 1 alzando loe ojQJ al cielo, exclamó lleno de la
:ata unoicm q04t le era peculiar.
"Yo os reduzco al gremio de la Santa 'lhdrt Jcle-
ia y á la uni6n y oomunioación de toda Ja crist{udad,
e lu cualea habfaia sido separa'du por la septenoia de
xcronumión, y la restituyo A la participación de loa Sa-
ramento• de la lgleeia, en el nomltre del Padre, 1 del
ijo y del Bspfrita Santo. Am~a."
El eUnolo ¡laolal que ea aquelloe momeatoi re!Da-

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-254-
ba en la plaza, fue interrumpido por otro prolongado
amén, repetido por más de veinte mil personas que pre.
senciaban con temeroso recogimiento tan imponente
acto.
Terminada aquella pavorosa al par que consolado-
ra ceremonia, el señor IIerrán dirigió á hs reconcilia-
das algunas palabras dd consuelo, haciéndoles presente
que á virtud del perdón que les había otorgado á nom-
bre del Dios que habían ofendido, ytl no sería ineficaz
para ellas el cruento sacrificio del Calvario.
En seguida volvieron á conducir á las culpa bies
á la prisión; pero ya el pueblo había cambiado los sen-
timientos de odio y de venganza que abrigaba respecto
de ellas, por los de compasión y caridad.
N o debemos inculpar al pueblo de esta ciudad por
las manifestaciones que hizo en contra de es3s desdicha-
das, habida consideración á que el crimen porque se las
perseguía, hirió en lo más vivo y sensible el sentimiento
católico de sus moradores. En épocas anteriores habrían
terminado aquellas su existencia en una hoguera.
El seis de Septiembre tuvo lugar en la misma iglesia
la absolución eclesiástica de los procesados Bernnl y Ro-
dríguez, con un ceremonial igual al descrito anterior-
mente.
Del sumario respectivo resultaron responsables del
robo sacrílego, :b,rancisco Berna! como autor principal,
y Justiniano Rodríguez como auxiliador.
En la vish fiscal encontramos los notables conceptos
emitidos en aquella solemne ocasión por el distingni-

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-255-
Jo caballero D. Leopoldo Arias V nrgas, quien desem-
peñaba. las delicadas funciones de Fiscal, y que rep rodu~
cirnos como una prueba de los elevados sentimientos de
aquel amigo que ya duerme el sueno eterno.
" Señor Juez :
" El catorce de Junio del aüo que trascurre se sin-
tió en la población de Bogotá grande alarma, porque en
la noche anterior se había cometido uno de aquellos he-
chos raros en su especie que, arrastrando consigo el ma-
yaL' escándalo, tienden á herir los más sagrados senti-
mientos del hombre.
''La iglesia de San Victorino hBbfa sido el lugar
del atentl'ldo. La Custodia había sido quitada del Sagra.
rio, las formas consagradas habían sido arrojadas por el
suelo, los vasos y demús objetos del culto se hallaron es-
parcido~ por el templo, y el autor de este hecho se había
llevado consigo la Unstodia de la iglesia.
"Y en efecto, ¿qué se podí.1 esperar del autor de uq
hecho semejante? El bandido qne en la soledad de la
noche ue~garra el corazón ue su víctima, sin testigos en
el munuo, tiembla al sentir sobre sí la mirada de Dios:
tnl vez al pasar por corea del templo, se estremece al
considerar que aquel testigo mudo aguarda el dia de
castigar; poro el que pone la atrevida mano para profa-
nar la religión quo lo ensenaron sus padres, ese no
terne ni tÍ la ley ni n la conciencia.,,
El J urndo, compuesto de los seí'iores José :M aría
Portocnrrero, r:rarciso Gonznlez L., Juvenal Castro,
Francisco Bayón y J onquín Gutiérrez de Oelis, condonó

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á sufl'ir la pena de presidio, durante cinco afíos, á Ber·
nal, y de dos, ú Rodríguez, declarando absueltas á Car··
lota J:\1ogoll6n y Simona Caballero.
El escándalo producido por tan desgraciado suceso
atormentó por mucho tiempo á las personas piadosas, por
que consideraron ese acontecimiento como un presagio
funesto para esta ciudad.

XII

EL BANDIDO JUAN ROJAS RODRIGUEZ

Asunto muy debatido ha sido entre los criminalis-


tas de los países civilizados, la re~ponsabilidad que deba
exigirse á los delincuentes por las infracciones que co·
meten: preciso es confesar, que aun falta mucho para
establecer, de una manera precisa, todas las causas agra-
vantes ó atenuantes que puedan ocurrir en ra ejecución
de un hecho punible.
Es cierto que los legisladores establecen reglas ge-
nerales para aplicar el castigo que deba imponerse por
la violación de la ley esJrita; pero poco ó nada se encuen-
tra en los Códigos de procedimiento criminal que tenga
en cuenta el medio en que vivió el individuo que, por
causas independientes de su voluntad, y, muchas veces
'ein advertirlo, ioma la resbaladiza pendiente que lo con-
duce poco á poco á la honda cima de los más espantosos
crímenes.

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Aceptamos sin vacilar el hecho de que los manda-
tos de la ley natural, consignados en los divinos pre-
ceptos del Decálogo, bast.a.n y sobran para trazar al
hombre que los conoce, las nociones exactas del deber;
pero también se nos permitirá sentar la premisa de qua
par~ practicarlas, hay necesidad de conocerlas; y si á
la ignorancia de tales preceptos, se añade una constitu-
ción defectuo~a en el ~rganismo y constantes ejemplo.,
perniciosos, cuya influen~ia está científicamente demos·
trada, es natural que el hombre que se encuentre supe·
ditado por tales causas, tome por buouo y corriente lo
que es detestable á todas Incas.
Estamos muy distantes de aceptar la doctrina de la
irresponsabilidad absoluta en determinados CciSOS concre-
tos; pero sentamos el principio general de que la socie·
dad es n veces injusta, al exigir estrecha cuanta al igno-
rante que adoptó corno norma de sus nociones, los actos
malos que vio ejecutar á los que debían ó podían indicar-
le la senda del bien.
Bastarán unas ligera& reflexiones ó ejemplos qne
estén al alcance de todos, para que se vean las razones
en que apoyamos nuestra manera de pensar en tan espi-
noso asunto.
La masa de nuestro pueblo es de agricultores ó IR-
- briego~, lo que quiere decir que nace y se desarrolla eu
completa ignorancia, por la sencilla razón de que vive
bajo la dependencia de patrones poco escrupuloso¡ en
matoria de probidad, y lo que e3 aún más grave, sin no-
ciones da estimación personal. Muy raros son los due-
17

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iios de grnndos haciendas que se preocupan por In in!-
trucción religioE.~a de sus dependientes, y son muchos
los que escandalizan á esas gentes sencillas, mofándose
de las pocas prácticas piadosas que ha logrado inculcar-
les el Párroco.
Entremos en una de tantas cabañas miserables, que
sirven de mezquino abrigo á la familia arre~dataria: los
niños á medio cubrir con mugrientos harapos, ocupan
In misma posición que la de los hambrientos perros, con
los cuales se rozan de continuo. Saben que tienen madre
porque viven con ella; pero ignoran lo que q-;¡iere decir la
palabra padre, pues, por lo general, no es el matrimonio
el antecedente de su existencia, y ya se sabe cu:il es el
comienzo de la vida para aquellos que tienen la desgra.
cia de llamarse hijos natU?·ales.
Cuando esos niños ignorantes tienen fuerzas para
soportar algún trabajo, se les emplea como ayudantes de
los ordeñadores y allí reciben la primera lección objeti.
va de estafa impune. Si In leche de las vacas no rindió
Jo suficiente para llenar la medida estipulada, se les hace
sacar agua de la zanja inmediata, y mediante tal indne-
tria, el patrón cumple religiosamente con la contrata.
Ya más crecidos, toman esos niños el nombre de
chinos, y entonces se les ocupa en el pastoreo del gana-
do, cuya cienci.1 consiste en hacer que los animales pas-
ten en el predio ajeno.
Alcanza el chino la edad de diez años, y desde en-
tonces lo llaman mu.cltaclw : ya shbe que los mandados
dentro y fuera de la hacienda y la recogida de los Ani-

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--259-
males, debe hacerla montado en alguno de los oaba-
llo9 que pagan pastaje, á los que se les hace llevar los
nombres de los respectivos dueños. Si alguna res se
ahoga, 6 muere á causa de la peste, aprende á Jespre-
sarla y hacerla cecina, con el objeto de darla á la venta
en el primer mercado que tenga lugar.
Hasta los quince años, aquel mucltacho viene á ser
el sirviente de los sirvientes de la hacieutla: recibe el
tratamiento más brutal por parte de todos los jayanes
que se creen con derecho perfecto para considerarlo
como de condición inferior al burro que carga la leí'1a.
Si se teme que brinque el caballo en que alguien va á
mc>ntar, lo echan de carnada para que, en el caso de que
se realice la previsión, sea 61 el desnuca:lo 6 estrellado, y
si de esas bárbaras experiencias sale airoso, lo dedican
al oficio de amanzador, y en el caso probable de que
el potro bravío lo arroje al suelo y le rompa log hue-
sos, el patrón se preocupa únicJmente de q'Je por aq u e
accidente no se resabie el potro.
Al fin llega para el m.uchaclw el paso á la pubertad
tan peligroso para los jóvenes, en cuya época se desarro-
llan lss pasiones con toda su fuerza. En esa lucha nbierta
entre el espíritu y la materia, naturalmente lleva la venta-
ja el más fuerte; pero como el m,ucltacho ni nun ao3pecba
que tiene alma racional, porque nadie se lo ha hecho com-
prendeJ·, y unicamente han cultivado en él la fuerza física,
queda vencida, de hecho, la parte más noble del hombre,
que en lo sucesivo solo le servirá para dar \ida y pábulo
á los vicios más groseros.

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-260-
Desde entonces queda ese joven entregado á sí mis-
mo, sin otro criterio moral para dirigir sus acciones,
que los actos profundamente maliciosos á que lo acos·
tumbraron desde que tuvo uso de razón, si es que alguna
vez la tuvo.
Entre tanto, el patrón sabe que tendrá en lo s,ucesi·
vo quién se exponga por él en los casos frecuentes de
contiendas personales, que provoca con admirable desen-
fado, porque ya encontró al que, llegado el caso, sacará la&
castafías del fuego; y si de la riña que aquel estimuló y otro
mantuvo resulta que debe intervenir la justicia, despacha
al mozo con la recua de mulas que envía en cada semana
á las tierras calientes, con el objeto de llevar á vender la
harina y papas averiadas, y traer en retorno la miel con
que prlJvee su chichería In nifía Emperatriz y otras
princesas que son el tormento de la infeliz esposa del pa-
trón. Por supuesto que antes le entrega, bien entramoja.
dos, los perros de la hacienJa para que se los venda á
los crédulos calentanos que ignoran la condición de los
animalitos, que toman el trote con direcci6n á su casa
tan luego como los sualtan.
Cuando nuestro novel jayán rebosa en fuerzas y en
astucias tan bestiales como cínicas, pasa á ser el timebunt
de la comarca y el hechizo de las plet6ricas campesinas
de carne y hueso, para quienes el requiebro más almiba-
rado, es el que va envuelto en asqueroso aliento produ-
cido por el nauseabundo licor servido en totuma Túnaná.
Desde entonces toma otra. faz el mancebo, y en lo
enceaivo viene á ser el confidente obligddo de su patrón

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-!61-
quien lo hace partícipe de las picardihuelas amorosas que
lo asedian, del modo de manP.jar la rom.ana de la ltacienda
en las compras y ventas que haga, ele los remedios secre-
tos que disimulan las enfermedades de las bestias á fin de
venderlas como sanas, etc; por último, le pone al corriente,
poro en provecho propio, en el manejo de la cabra, nombre
con que designan los tahures los dados falsos, y en todos los
modos y maneras de ganar dinero por medio de viue.::as que
es el nombre que dan los orejones á esas verdaderas esta-
fas y latrocinios
Así marchan las cosas hasta que en hora menguada
para aquél, cree que sin tomar la venia de su patrón,
pncdo cortejar con bae[lOS fiaos á una aldeanita de qainca
años, rolliza y fresca como una manzana. Empieza por
aprender á puntear en el tiple, para poder hacer neto de
frouado·r en compañía del sacristán del pueblo, hombre
versado on planes y ejecuciones de campañas amorosas.
Desde entonces empieza ol enamorado rústico á ostentar
ante su dama las fuerzas físicas que posee, capaces deriva-
lizar con l~s del mismo Sansón. Escoge el potro más cerril
de la dehesa, para pasar cual furioso huracán por frente de
In venta donde sirve su amada; acepta todos los envite&
que le hacen en el juego dol bolo, y en caso de duda ó dis-
puta acerca del éxito de alguna parada, decide como nrbi.
tro inapelable, sin que nadie se atreva á contradecir su
soberana decisión apoyada en dos robustos pufios que
donde pegan tzo dejan nar.er pelo! Arma camorra. porque
nlguien á quien brindó un trago de nguardiente, no pudo
ó no quiso aceptarle, y, en una palabra, se la pasa eacu·

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piendo por el ~olmillo 6 tendiendo la capa, como hacen los
andaluces, para ver quién se atreve á pisársela y susci-
tarle pendencia.
Pero el diablo que no duerme, hace que nuestro
vulgar Adonis resulte sin saber cómo ni cuándo, rival
temible del señor Alcalde del pueblo y del patrón, quie-
nes, en sus alto3 designios, ya reputaban ñ la presun-
ta novia como parte integrante de su rebaño, y empiezan
á caer en la cuenta de que aquel mancebo les inquieta
las zagalas de:la vecindad, y que, además, frecuenta las
casas de juego establecidas por ellos: se reúnen en con-
sejo y acuerdan despacharlo· para la capital en la prime-
ra cosechada de reclutas que les pida el Gobierno, con
lo cual matan, como se dice, dos pája'ros con una piedra:
salen del vago que con las prácticas de lo que ellos le
enseñaron no los deja uormir tranquilos, y dnn prueba
palpable de acatamiento y celo por las buenas costum..
bres...... .
Desde que la propiedad de las haciendas en la ea·
bana de Bogvtá empezó á pasar á manos de hombres
cultos, se verificó notable cambio en los usos y procedí·
mientos establecidos desde tiempo inmemorial por nues-
tros campesinos á qui~nes sin duda, para compararlos
con los asnos, se les llamaba orejone8. Nada mejor po-
demos hacer para describirlos que reproducir la si.
guiente cuarteta, epitafio parn uno de ellos que muri6 en
Ontiv6n, como decían, compuesto por el satírico Germán
Gutiérrez de Piñeres:

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"¿Piensas viajero que bBjo e11ta lozll
Derosa humana oarne, humano hueso?
1
'lles te engañas, encuentras otra cosa,
liabas, chicha y ají, turmas y queso 1 ''

Los que quedan de3crito.,, fueron los principios del


temible bandido que se llamó JuA~ ROJAS Y RooRÍ·
GUEZ.
A mediados del año de 1840, recibió el Alcalde de
Cot.1 un oficio del Gobernador de Bog.1tá, en que le or-
denaba el pronto envío de Joq reclutas que correspon-
dían á ese pueblo, con el fin de levantar y organizar el
ejército que debía hacer frente á la revolución que ya
estaba encima.
Aun no había terminado el A lcalde la lectura de
la notn, y ya tenía entre cejll y ceja al mozo vago y mal
entretenido que se l lamaba Juan Rojas, que tendría en
ese entonces unos diez y ocho años de edad.
El domingo siguiente al día en que llegó la requi·
sitoria que ya conocernos, salía Juan Rojas de la iglesia,
<lespué~ de m\sa tn'\yor, acompañado fle una mucb!lcha
bonita y humilde, como son nuestras campesinas. Por el
trato que se daba aquella pareja se echaba de ve1· que aun
no eran casados, pero que poco tardarían en unirse con
el la1.o de Himeneo. Todo pa recia sonreír ú. esos a legres
aldeanos: el mor.o invitaba á la muchacha para ir con
los padres de su prometida á tomu licor en la venta in.
mediata, cuando roJeó á .J ltan una patrulla que estaba
ocultn ea L\ Alcaldía y lo obligó fl seguir á. la cárcel.
Allí encontró otros gañane3 que ya estaban como él, des-

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tinados para el sacrificio de Bellona, ó oo~1o se repite
todos los días desde que lo dijo Napoleón, para carne de
cañón.
U na vez lleno el cupo de reclutas que correspon-
día al pueblo, se cerró la puerta de la cárcel y se pusie-
ron los celadores necesarios, á fin de que no se escaparan
los pája'ros, especialmente Juan, que reputaban de ma-
?JO?' cuant{a.
Al día siguiente se presentó el Alcalde muy de ma•
ñana en la pieza del despacho y entregó al conductor de
aquellos desgraciados, el oficio ó partida de registro en
que constaba el nombre y apellido de cada uno de los
remitidos, y tantos lazos cuantos eran estos, á fin de
que los amarraran convenientemente para evitar su fuga,
previa advertencia á los hombres que componían la es-
colta, de que responderían solidaria y mancomunada.
mente de los presos que les entregaba.
Aunque el conductor y sus compañeros no sabían
Derecho ni eran legistas, sí comprendieron que en el
caso de que alguno de los reclutaa se les escapara, ellos pa-
ga1·ían el pato, para evitar lo cnal, les ataron los brazos
con nudo de puerco y formaron un sartal de hombres,
á distancias apenas suficientes para que pudieran mar-
char á su negro destino 1
Juan alcanzó á divisar á lo lejos á su prometida que
lloraba al verlo salir del pueblo, atado como malhechor
insigne: los ojos se le nublaron al pobre mozo y por
primera vez en su vida, sintió en su pecho el infierno de
los celos. Dirigió á su amada nn grito de angustiado

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adiós, y juró en su corazón tomar algún día estrecha


cnenta á los autores de la ruina de sus esperanzas I
Aquel voto del sencillo labriego debía cumplirse, no
muy tarde, con extremada latitud, por él mismo, trans-
formado en terrible bandido.
Llegados nuestros hombres al cuartel, lo2 dejaron
libres los tres primeros días, término en que se agotan
las lágrimas y se ahogan los suspiros de los infelices
aldeanos condenados al servicio militar. Pasado ese
tiempo se les acercó el cabo, y, por medio de algunos
varazos aplicados entre chanza y mecha, los obligó á to-
mar el 'rancho que antes no quisieron probar, les recor-
tó los sombreros, les atnsó el pelo, y les plantó el gorro
de cuartel y la estrecha chaqueta, quedando así conver·
tidos en Foldados, listos para empezsr el oficio de ma-
tar ó hacerse matar en defensa de sus conciudadanos.
Poco tiempo después de los sucesos que dejamos
relatados, se batín Juan en las batallas que en aquella
época ensangrentaron los campos de Los Arboles, Huilqui-
pamba y Lct Gitanea. Notable debió ser su comporta-
miento como hombre de valor en aquellas acciones,
puesto que en la última de ellas lo ascendieron á cabo,
no obstante que no sabía leer.
Pacificado el país, volvió RoJaS á Santafé con el
batallón número 5. 0 á que pertenecía, y como no tenía
decisión por la milicia, obtuvo su licencia absoluta, y
sin esperar el arreglo y pago de sus aju.<lles, se encaminó
directamente hacia el pueblo de Cota, al que llegó el día
siguiente después de] do su salida de la capital.

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Cuatro años hacía que, apenas púber, lo habían Fa~
cado de su tierra á la volnntacl de un la~o, dejando nlli
abandonado todo lo que tenfa en el mundo-su prome-
tida, el tiple y el rejo de enlazar.-Volvía hecho hom-
bre, desconocido por la espesa barba, si o más haberes
que un morral usado, bordón de guayacán y algunos
reales en el bolsillo.
A la caída de la tarde llegaba Juno á las primora'l
casas de la población. Entró á la venta en la que servía
su novia y preguntó por ella: le dijeron que h1cía mu-
cho tiempo que se había ido para A mbalem~ en cornpa.
ñía de un arriero, y que desde entonces no se había
vuelto á oír hablar de ellos. Averiguó por el Alcalde
que lo hizo reclutar y pot· su antiguo patrón : ~1 prime·
ro había muerto y el último vendi6 In hacienda para
irse á radicar en Sautafé, con el objeto de educ:lr los
hijos y atender al pleito que le metieroa sobre unos te-
rrenos de indígenas que se apropió. ¡ Nadie io conocía !
Buscó trabajo, pero no se atrevían á ocuparlo, por-
que en lo3 campos, el adjetivo licenciado es sinónimo del
galeote libre. Los vecinos del pueblo lo mirab~n con
curiosidad, los labriegos con asombro; mas todos con
desconfianza. Con dificultad encontró donde le dieran
alojamiento para pasar la noche.
Por la primera vez de su vida entró Rojas dentro
de sí mismo y se puso ¡\. reflexi0nar .1cerc'\ df' su ox-
cepcional condición: recordó los snfrimienLos de su ni·-
fiez, la dare~B de los hombres cun quienes habiu p'\Sntfo
su juventud, los bárbnros. y despiadados castigos que

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todos le imponían por las ligeras travesuras de mucha-
cho, y especialmente la falta de probidad de su patrón,
á quien sirvió con abnegación·y desinterés, vara obtener
por recompensa, el completo abandono é indiferencia
de éste, cuando lo vio sucar amarrado para hacerlo
soldado.
Hay momentos en la vida del hombre, en los que
parece que el espíritu del mal le sugiere, con poderosa
é invencible influencia, los pensamientos y resoluciones
más fantástico3 y tenebrof:o~.
Rojas se hallaba en uno do esos críticos momentos
de paroxismo, en que predomina de ordinario la ida
del mal : clavados los ojos en el suelo que pisaba y lan-
zando en derredor suyo miradas torvas y sombrías, se
hizo esta tremenda y satánica reflexión : por cada li-
mosna que he dado, he ganado un enemigo, y por malas
acciones que he ejecutado, nada me ha sucedido ;
luégo ésta es la ruta que debo seguir !
Aun no había terminado Juan su monólogo, cuan-
do se le acerc6 un hombre de fisonomía franca y simpá-
tica, vestido decentemente como los hombres del pueblo
acomodado, y, sin más prethnbulos, le propuso que lo
acompañara á vender unos caballos que pensaba llevar
nl Cantón de Uáqueza,
-¿Con quién hablo ? preguntó Rojas.
-Con Fruto Quirogn, acepta?
-¿Cuánto paga?
Dos reales diarios y el comistrajo.
-Uonvenido 1

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Entre un tentador hábil y otro dispuesto á dejarse
tentar, no es difícil el mútuo acuerdo.
Cerrado el trato, llevó Quirogn á Rojas á su
casa situada lejos de Cota, le proporcionó abundante co-
mida, trago y lecho apropiado para dormir á sus anchas.
Antes de acostarse llumó Quiroga al nuevo concertqdo
y !e dijo que le ayudara ~ arrebiatar las bestii).S que de-
bían conducir muy á la madrugada, para pasar temprano
por el páramo.
Terminados los preparativos de marcha, los dos ex·
pedicionarios se ncostaron, y antes de que el lucero de la
mañana asomara en el horizonte, ya estaban levantados
y desayunados; montaron en buenos caballos y empren-
dieron camino á galope largo, llevando cada uno cuatro
caballos de diestro.
Apenas hubo la claridad suficiente, observó Juan
que los cuadrúpedos estaban señalados ~on fierro!! dis-
tintos y que trascendía á legua~ su inequívoca proceden-
cia: Quiroga debió comprender el pensamiento de su
compañero, puesto que se aventuró á tlecirle antes que
aquéllo interpelara-" no todo lo que uno tiene ha dP-
ser comprado''! A Rojas le pareció bueno el aforismo
como lo d~mostraba la sonrisa burlona que asomó á sus
labios: aquellos dos hombres se habían comprendido
admirablemente sin necesidad de explicarse, de manera
que podía decirse que, Dios los cre6 y el diablo los ,junt6!
Si en el mundo es admisible aquello de que come1·
y rascar todo es empe.::a'r, en la vía del delito este re-
frán vulgar tiene una evidencia matemática.

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Al poco tiempo de los sucesos quo dejamos narra-
dos, no se oía ni se hablaba en la Sabana de otra cosa,
sino de la cuadrilla de salteadores que, á órdenes de
Quíroga y Rojas, tenían en jaque á los dueños de ha-
ciendas. En una ocasión la suerte les fue adversa y los
aprehendieron en Ambalema, á donde fueron á vender
una partida de mulas cargadas con los cueros de las
reses que habían degollado, sin p·revia compra de unad y
otras. Se les comprobó el delito de abigeato y los con-
denaron á presidio.
Cumplida In condena volvieron aquéllos á ejercer su
antigua profesión; pero co1·regídos y aumentados en los
sistemas que empleaban, merced á los notables adelantos
que hicieron en la universidad de los criminales, ~onocida
con el nombre de PRESIDIO.
Empezaron por separarse y distribuirse el teatro
de sus respectivas hazañas: Roias eligió para sí la parte
do la Sabana comprendida dentro del río Funza, desde
el paso de la Balsa en la Conejera, hasta Puente Gran·
de; de aquí por el camino Real hasta Cuatro-esquinas; de
este punto, línea recta al Occidente, hasta la cuchilia de
la cordillera; por el filo de ésta, hasta el punto conocido
cou el nombre de El Tablazo; y de aquí, al citado paso
de la Balsu, punto de partida. Es decir que los pueblos
de Gotu, Tenjo, Tabio y Fuoza quedaron dentro de sn
jurisdicción r
Volvi6 Juan á ejercer su profesión en tan dilatada
comarca, empezando por pooorle fuego á una casa. con
el objeto de robarse una muchacha. Perseguido por la

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autoridad, á consecuencia de estos dos crímenes, fue
aprehendido y juzgado. Pudo eYadir I,, pena por E'll deli-
to de rapto, á virtud de una astucia bien original de su
defensor, quien hizo n los Jurados el siguiente argu·
mento:
"Para robar una co3a ó persona, '39 do todo punto
indispensable cogerla ó tornnrln; pero es nsí quo ostó.
probado que mi defendido iba á caballo montado en la
silla, y la muchacha sobre las ancas, llevJba asido á Ro-
jas; ergo, si hubo algo robado debió ser éate y no
aquélla!''
La chicana pegó respecto de la muchacha; pero
por la quema de la casa lo condenaron ú cinco años de
presidio.
Juan tenía además otras cuentas pendientes con la
justicia.
Antes de robárselo la muchacha aquella, tenía sen·
tados sus reales en esta ciudad, y rara ora la noche en
que no saqueaba algún almacén.
Los señores Campuzanos tenían nno de mercuncías
en la calle del Colegio d~ N uestrn Seüora del !{osario;
al abrirlo por la mañana, encontraron perforada In puer-
ta, mediante la quemadura producida por los combus-
tibles encerrados en una olla de barro y aplicada á una
de las batientes: este aparato tan sencillo como alovo3o
se llama ·ventosa.
En tres mil pesos so estimaba el valor de las mer-
cancías robadas; pero no se sabía quiénes fueran los au-
tores de ese nuevo crimen: para descubrirlo, la autori-
dad ofreció quinientos pesos de recompensa.

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Sabedor el Juez don Felipe S. Orjnela, por el de-
nuncio que le dio una mujer, de que Rojas se reunía
con sus socios en una tienda situada arriba de la calle
do las Béjares, acudió allú por la noche con una escolta ;
pero cuando ya creía cogida tan codiciada pre~, salie-
ron los bandidos en tropel distribuyendo portentosos ga-
rrotazos á diestra y siniestra, uno de los cuales qne en-
contró con la cabeza de nuestro amigo Orjuela, lo puso
á pique do no contarse más entre el número de los
VIVOS.

Después se supo quo Juan dormía en un ranchito


nbnjo tlol Cementerio, y como el cebo de los quinientos
pe~os continuaba puesto en el anzuelo, se ofrecieron los
guardas del estanco de agur1rdiente á ganar la primu ó
morir en In demanda.
En una mañana se dirigían nuestros cazadores por
el camino que baja de la iglesia de Las Nieves, en di-
rección tÍ ~nos ranchos miserables: allí debía estar du r·
micndo Hojas quien, advertido á tiempo, salió huyendo
con dos compañeros, tomando cada uno de ellos distinta
dirección. Detrás de cada bandido siguió un guarda:
Juan tornó la vía que conduce ú la hacienda dol Salitre.
Los guardt\s los perseguían; poro como les tomaron bas·
tan te delantera, se desanimaron dos de ellos y solo uno
coutinuó la persecución.
Hojas era un hombro corpulento y fornido; el que
lo seguía era de constitución nerviosa, pequeiio y de
nparioncin raquítica: nsí lo creyó el bandido, puesto
c¡llo, fatigado de tanto correr, y advirtiendo que su por-

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se-guidor ibn solo, resolvió esperarlo y librar su s11erte á
In punta del cabibla.nco. El guarda se le acercó y le in-
timó rendición; por toJa re!lpucstiL Rojas le tiró un a
puñalada que, felizmente para ac¡nél, lo hirió en la es-
palda sobre el homoplato en cuyo hueso se dobló la
punta del cuchillo que no fue más de provecho,
Recibiendo el herido nuevos golpea <..le puñal, que no
penetraban por la falta de punta, acometió n garrotazos
nl bandido, hast'l que lo obligó ti qne le presentara uní·
dÓs los dos dedos pulgares de las manos, los qno ató
fuertemente con uno do los ataderas de las al pargntus,
y así lo retuvo ha9ta que llegaron los otros guardas que,
como Sancho en la aventurn ele los leones, se contenta-
ron con ver desde lejos la pelea.
Asegurado Rojas en un calabo7.o de la cúrcel, reci-
bió la visita do los señores Campuzanos, con el objeto
de arrancarle el secreto del paradero de los efectos ro-
bados. Después de recíprocos regateos, ajustaron el
trato por trescientos pesos que recibió y contó el bellaco
á su entera satisfacción, comprometiéndose n decirles el
lugar ú donde habían llevado las rt1orcancíns, y recogió
el dinero dentro do una mochila que, después do ce-
rrar con nudos seguro;, y especiales, guardó debajo de
la almuhaun de la cama.
-Vayan ustedes á un rancho situado del Indo de
acá, en la orilla del río, frente ó. la Quinta de Bolívar,
les dijo Hojas: en el patio hny ana gran piedra debajo
de la cual guardaron las mercancías. Iomediatnmente se
trasladaron los interesados al sitio indicado por J nao;

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las sei\al1:1s de la casa y de la piedra eran exactas, pero
no hallaron rastro de lo robado.
Volvieron á la cárcel y reconvinieron á Rojas por
el engaño ; más éste dijo que no habían buscado
bien y que si lo llevaban, él ind1caría el punto preciso.
Al efecto lo aseguraron, y,el día siguiente lo condujeron á
la orilla del río, ni frente de la Quinta, donde había una
cueva nrtificial:-entren, dijo Juan á las personas que lo
acompañaban, aquí fue donde gnardaron las ropas.
-Entre usted le dijo el Juez Orjuela, y saque los
objetos que ocultaron.
-E.so s{ que no respondió el pillo: yo me compro-
meti tl decir dónde habían gt!nrdado lus cosas, pero no
dónde están. Si quieren entren, que el que algo quiere
algo le Ita de costa'r!
Convencidos de la nueva felonía de Rojas, le vol-
vieron ú conducir al calabozo.
-¿Y !os trescientos pesos?
El día del juicio por la tm·de se conocerá su parade-
ro 1 En esa vez pudo decirse, con toda propiPdad, que
á los eeí1ores Uampnzanos les llovió sobre mojado.
En el presidio de Ohagres se hallaba H.'das en elaí1o de
1863, de donde lo sacó el indulto expedido en mala hora
por la Convención de Rionegro. Sin pérdida de titHnpo
volvió Juan á la Sabana; y como en esa época debió
creer que yá tenía suficientemente ilustrado el apellido
de Rojns, lo cambió por el de RodríguP.z.
La vista del mar, el trato con gentes de diversas ra·
za• y condicione•, y más que todo, la experiencia que se
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adquiere en las relaciones con los famosos criminales,
habían h~cho de J unn lo que se llama un bandido de
primer orden.
A su paso por Facatalivá, combinó sn plan de
vida para lo futuro, é, imitando á Satanás, de quien
dicen que se sube á los montes más altos para
inspeccionar la tierra, Rodríguez se trepó á la colina del
Ce1·cado del Zipa, de donde di visó la parte de la S a·
bana que demora al Occidente de Funza, cubierta de
alta malez~ á propósito para la realización de sos pro-
yectos.
Allá podría dedicarse tranquilamente á la continua-
ción de su antiguo oficio, llevando vida nómade, sin
sujeción á Rey ni Roque que lo inquietara, eligiendo
unos pocos compnñeros, bien escogidos, entre·Ios mu'!hos
que se hallaban en disponibilidad á virtud del nunca
para él, bien ponderado indulto.
No tuvo que esperar mucho, porque en el primer
mercado encontró más numero de antiguos camaradas
que los que necesitaba. En breves palabras expuso su
plan á sus viPjos amigos, que consistía en internarse en
las malezas ó bosques que cubrían en esa época la casi
totalidad de la parte de la Sabana comprendida entre el
lado Occidental de la corJillera, Cota, Suba, Tenjo,
Tabio y Subachoque; es decir, una superficie de seis le-
guas caadradas en cuyas verdaderas montafias no había
otros habitantes que venados, conejos, zorros y ganado
salvaje; rodeado de magníficas haciendas que lo provee-
rían de todo lo que pudiera apetecer; servido y costo-

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diado por los labriegos á quienes haría partícipes de las
utilidades de la en. presa; en una. palabra, pensaba ha-
cer de aquellos campos yermos, una verdadera Arcadia.
Llegado que hubieron al territorio escogido, se
persuadieron los bandidos de la profunda sabiduría. de
R?dríguez, al adoptar aquella parte de la Sat>ana para
escenario de las fechorías que debían ejecutar. Empe·
zaron por hacer aberturaa entre el monte y construír,
en sitios apartados entre sí, chozas Je vara en tierra
para pasar la noche, teniendo cuidado de no dormir dos
seguidas en E:ll mismo rancho, á fin de que en el caso
improbable, pero posible de una sorpresa, no los pi·
liaran.
Pero esos solitarios eu lo que menos pensaban era
en llevar vida de anacoretas: esta difioltltad la resolvie·
ron con admirable facilidad. Necesitaban compañ.er~s
que les sirvieran de señoras de casa, y como preveían
que no encontrarían damas que voluntariamente quisie~
ra.n decidirse á correr los azares consiguiente.:¡ á la pro-
fesion, determinaron los bandidos poner en vigor el le-
ma de, por la raz6n 6 la (tter~a, en cuyo último caso se
robarían las muchachas qua moraran al alcance de sus
garras.
Como hombre experimentado, Rodríguez les dio
el prudente consejo de que cada vez que llegara el caso
de atrapar á la que desearan, tuvieran tluidado de lle·
vnrln en ancas del caballo, á fin de que si los llegaban
lí. descubrir, como le sucedió á él en otra ocasión, no
fueran ellas sino ellos los robado~.

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No pasaron muchos días después de establecido!
uquellos bandoleros en el territorio escogido para ejer-
cer sus depredaciones, sin que en toda aquella desgra-
ciada comarca se sintieran los estragos qu~ cauc;aban:
lus madres temblaban por sus hija~; los hacendados que-
daron de hecho, convertidos en simpl~s ad~ninistrndores
ele sus semovientes, los que reputaba Rodríguez como
propios; nadi, se ntrevía ú transitar, ni aún durante el
día, por las inmediaciones de esos bosques, y ni la nu-
toridad se consideraba fuerte para perseguirlos.
Durante esa época de zozobra é inseguridad, fue
cuando don :Miguel Cnmacho Quevedo compró la ha-
cienda de L'l Oantern, ubica la en jurisdicción de Cota,
precisamente en las inmediaciones de aquel teatro de
crímenes ~in cuento.
Los amigos del señor Camacbo le improbaron
el negocio, haciéndole saber el avispero en que se hu-
bí:.a met.ido; poro aquel no era hombre que se dejara in-
timidar por nadie ni por nada, y su carácter resuelto y
enérgico, lo provocal,a n afrontar los peligros para tener
el capricho de vencorlo9.
Era don ~i1guel de pequeña estatura, de constitu-
ción nerviosa y mu~culución de acero, de ojo nzul claro,
mirada irresistible, de nariz aguileña, cabello y mosta-
cho oastnños, en una pabbra, era pequeño de cuerpo
pero de alma grande.
En el desgraciado combate librado el veintiuno de
~f11yo de 1854 en la ciudad de Zipaquirá, entre los con3-
titucionales y las fuerzas de ~lelo, acompafi.aba ni General

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Franco, como Ayudante elegido por éste: la sangre que
brotó c.lel balazo q tte rompió el oráne,> á su Jefe, le salpicó
el ro~tro; recogió el cadáver piadosamente para colocarlo
debajo dal alar de una casa en medio de aquel diluvio de
balas, una de las cuale; mató el cabailo que montaba.
Furioso por la muerte de su General y desafiando á los
cobardes que tiraban escoa1iidos, se retiró hacia el cerro:
él mismo no se explicaba cómo había Aaiido ileso de
aquella hecatombe r
Entre las muohachas robadas por Rodríguez, se en-
contraba la bija de una arrendataria del señor Carnacho.
Durante una ex:cursi6n de los bandidos, logró fugarse
aquella desgraciada y volver á la hacienda. Sabedor
Rodríguez c.lel paradero de su favorita, se presentó una
noche en la casa ce la muchacha y exigió á la madre
que s~ la entregara; ésta, como era natural, se denegó:
una tía de la muchacha oyó el altercado y voló á dar
aviso á su amo Miguel. Enfurecido Rodríguez al verla
partir, lo gritó que avisara al muñeco Carnacho, que
donde lo oncontrar:¡ lo volverla candelero ; ei decir, que
le daría de puñaladas.
Al saber D. Miguel que Rodríguez tenía la auda-
cia do provocarlo, se le sublevó la s1ngre de co.b:lllero,
y, E;in reflexionar en la gravedad del peligro que iba á
afrontar, tcmó un revólvers que calzaoacinco cápsulas, y
arruó á un compt\fiP.ro que se creía con úuirno pnra se-
guirlo con un puñal y una pistola.
D. Miguel envió adelnnte á la. in Ha, con el objeto
de que le indicara el sitio donde estu.vier.& el bandido, y se

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puso en marcha con su compañero, deE;pués de echarse
encima la ruana que debia preservarlo del frío y de la
muerte!
Serían las ocho de una noche estrellada, fría y si·
lenciosa: la vía que conduce de Fonza á Ten jo pasa por
la entrada de la hacienda de «La Cantera,» y, al Sur de
ésta parte otro camino en dirección Oriente, por el si.
ti o llamado " Las Huertas;" pero esos caminos de suyo
fragosos y poco á propósito, aun para andar á caballo,
porque eran de piso terroso sin obra de arte que los so·
lidificara, estaban llenos de veredas formadas por el tra-
jín de las bestias durante el invierno; además, la faja de
terreno que constitufa el camino real, quedaba en un
nivel mocho más hondo que el de los predios contiguos.
En una ondulación del terreno existía un barranco
rodeado de maleza, dividido en dos por el camino que
lo atravesaba: al llegar la india á ese punto, y, por ins·
tintiva medida de precaución, desvió por detrás del soto,
hasta pasar de aquel sitio que ella consideraba corno pe-
ligroso, por la facilidad que presentaba para ocultarse
allí los bandidos. La astucia y malicia ingénitas á la
raza indígena, contribuyeron en esa vez para salvar la
vida del setior Camacho.
N o se equivocó la india: al pasar ~omo una sombra
por detrás del barranco, distinguió á un hombre en
acecho y oculto entre la. maleza. Apreeur6 el paso á
fin d~ que no la deecubrieran, y cuando estuvo fuera
del alcance inmediato de los que estuvieran allí, gritó
oou toda la fuerza de su garganta:-Cuidado mt amo
Migitet fue aguí eltá Juan Rodrlgueel

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Un fogonazo seguido de estruendosa detonación en
aquellas solitarias encrucijadas, turbó el silencio solem-
ne de esa c.:> marca: el proyectil pasó silbando por en·
medio de D. Miguel y su compañero. A éste le faltó el
ánimo cuando más se necesitaba y huyó dejando empeña-
do á su amigo al frente de un enemigo que, tlegado el
caso, no daría cuartel.
¡Qué espectáculo el que presentarían aquellos dos
hombres, frente á frente en el silencio profundo de
una noche ecuatorial, apenas alumbrados por el reeplan-
dor de las estrellas y por los intermitentes relámpagos
boreales, sin más testigo <i'ue una pobre india cuya es·
casa inteligencia estaba embargada por el terror en esos
solemnes momentos 1
El valor de quien defiende su vida y su derecho,
lidiando con el valor de quien quiere arrebatársela; pero
ambos representados en esos supremos instantes por
dos apuestos paladines, dignos de inmortal leyenda, cada
uno en su respectiva eafera.
Sin decirse una sola palabra y en el ademán del
que va á jugar la vida al azar de las armas, con serena
resolución, se avanzó Rodríguez hacia D. Miguel que
lo esperaba á pie firme. Allí empezó el bandido un ata·
que IÍ puñal que brillaba con ráfagas siniestras á la
pálida luz de los astros: el señor Ca macho se defendía
presentando la ruana ul agresor y disparando en reti·
rada su revólvers.
Al disparo de la cuarta cÓ.p3ula, Rodríguez dejó caer
el puñal: In bala lo hirió en el brazo derecho, ain romperle

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el hueso; luégo sacó con celeridad nna lanza que llevaba
de repuesto en ]a cintura, soltó espantosa blasfemia y se
abalanzó, rugiendo de rabia sobre su adversario.
A D. Miguel no le quedaba más defensa que una
sola cápsula ea su revólvers; de ese último pecbzo de
plomo dependía au existencia, y así lo comprendió,
puesto que continuó retrocediendo sin disparar y re-
suelto á no hacerlo, hasta tanto que tuviera eviden.
cía de acertar; pero en los afanes del combate había
olvidado la configuración del terreno, y, al dar otro paso
hacia atrás, tropezó con el barranco y calÓ de espaldas
contra él.
El bandido creyó seguro su triunfo, y alzó la mano
armada con la lanza para hundir!a en el pecho de D.
Miguel, al mismo tiempo que éste disparó el último
tiro de que podía disponer y se asió á Rodríguez á fin
de terminar tan singular duelo, luchando hasta morir ó
venced
Abrazado el señor Camacbo estrechamente al ban·
dido, dominó con gran esfuerzo las violentas sacudidas
que daba éste con insano furor; sobre su cara posaba la
de Rodríguez, y el aliento impuro de este facineroso
humedecía In frente del que lo tenía en lazado con sus
músculos de acero. Dejó aquél escapar algunos roncos
é inarticulados gemidos, semejantes al estertor do la ago-
nía; hizo varios movimientos convulsi,~os, exhaló hon-
do y prolongado su!piro y ee desmadejó en los brazos
de su adversario. Don Migual sintió la impresión de un
lfqnido caliente que le humedecia el cuerpo, y, creyendo

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que seria la sangre propia la que motivaba aquella sen-
sación, hizo un esfuerzo supremo para arrojar á un lado
al bandido que lo agobiaba con su peso: éste se escurrió
y cayó al suelo prod uci~ndo un sonido seco y lúgubre.
La última bala del señor Carnacho le había atravesado
el corazón: ¡Juan Roc..lríguez era cac..lúverl
Cosas bien extrañas suceden, aun ó los hombres
más audaces!
El señor Carnacho qne, en leal y desigual combate
acababa de dar muerte á Rodrígnez, se llenó de horror
ni verlo tendido exánime á sus pies, y, como Loth, huyó
de ese sitio maldito sin mirar atrás!
Al día siguiente Don Miguel se presentó á la justicia
para responder por aquel suceso: iastruído el corres·
pondiente sumario, se declaró sin lagar á formación de
cau~;a contra ar¡uél que, exponiendo su existencia, libró
esas comarcas de tan infame banc..lido.
El trabajo inteligente de los agricultores ha trans-
formado aqnellos parajes, antes incultos y tenebrosos,
en las espléndidas dehesas de hoy.

XIII
ASALTO Á LA HACIKNDA DE «LA HERRERA.~

En pocas comarcas hn derrRmndo In Providencia


con tantA prodig'\lidnd sus beneficios en fuvor del hom•
bre, como en el pedazo de tierra que se llama In Sabnon
de Bogotá.

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Atravesada de Norte á Sur por el manso y cena-
goso F11nza que recoge los diversos tributarios que au-
mentan el caudal de sus aguas, dejando todos á su paso
el depósito d9 limo fecundan te que mantiene on perenne
actividad la prodigiosa fuerza productora de su fértil
suelo; bajo la influencia de un clima suave é igual, libre
de los fríos y de los calores de la zona templada, y
exenta de animales dañinos ó venenosos; rodeada como
inexpugnable fortaleza, por altas y azuladas montañas
que le renuevan amorosas las brisas del purísimo am-
biente que da la vida á sus moradores; protegida por
razón de su altura sobre el nivel del mar, contra las aso-
ladoras é implacables epidemias que dejan en otras par-
tes una estela pavorosa de muerte y desolación; y lo qae
aún es mejor, habitada por una razl de carácter apasi-
ble, sin ambiciones, humilde y sencilla, apegada al suelo
en que nace, vive y muere, amalgamada con la savia de
sus conquistadores á quienes recuerda con veneración,
sin acordarse de las inútiles crueldades empleadas para
sojuzgarla.
Como consecuencia precisa de las favorable~ condi-
ciones peculiares ó. la Sabana, el cultivo de su suelo y
las demás empresas agrícolas á que se In dedica, presen-
tan extraordinarias facilidades para administrar la~ dis-
tintas secciones que la componen.
Antaño se veían en las cercaníus de todos los pue-
blos de la altiphmicie, agrupaciones de indígenas qne
vivían en el pedacito de ti&rra qae, con la denominación
de t'C6(1Uardos, los apropiaron las leyes do ludias y la!

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de la antigua Colombia, con prohibición do enajenarlas.
En ellos mantenían los animales que le3 servían para
conducir á los centros de consllmo los cereales y demás
artículos que cultivaban, y las ovejas que les proporcio·
naban la lana para ve!'tirse; eran propietarios, y, por
consigniente, tenían ca riño por el rancho y la estancia
en que vit\ron la lnz, pasaron sus primeros años y co..
nocieron á sus abu¿]os.
El aspecto de los resguardos era bellísimo en los
tiempos de labores y vendimia, por la diversidad de se-
menteras n que se dedic!lban las estancias, que se dis-
tinguían de las haciendas, por el conjnnto heterogéneo
de toda clt.Lse de artículos sembrados y cosechados si-
multáneamente.
El tipo de una estancia era común á las demás,
pues ya se sabe la inclinación imitadora que domina á
la raza de los aburígene~: un cercado ó vallado formado
con arboloco~, ~Jrezos, carrizos, sauces, curubos y zar·
zas; en el centro, la casita cubierta con paja de trigo,
angosto corredor al frente y estrecha puerta ~e entracla
á. las habitaciones, sin ventr.na, ó muy diminuta en el
caso de haberla; por mobiliario, una macisa mesa y bar-
bacoas pura sentarse ó acostarse; el zarzo del techo que
servía de troje para los cereales y de guarda--ropa de
la famili1t; en las paredes, sin blanquear, las imágenes de
los sautos de su deYoci6n, pero t>n primor lugar las de
Nnestra Sefiora de Chiquinquirá, San Roque, Nuestra
Sefiora del Carmen on actitud de ucar nlrnn~ del Purga-
torio, y alguuas vitelas monstruosas; en un rincón los

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zurrones de cuero para guardar la miel y sobre ello~ el
sillón ó montura da la dueño de casa. Al fronte <.le éstn,
una cocinita estrecha y ahumada que ostentaba, sin em-
bargo, la limpi:l piedra de moler el pÍ.'lte, elemento indis-
pensable para hact'r la mazamon·a. En cu:\nto á vajilla,
se componía de platos y cucharas de palo, totumas,
tazas de barro ordin:\rio y pá1·ese de contar: solían tener
alguno que otro plato ó escudilla de loza; pero estas fin-
cas permanecían guardtidas sobre una tahla asegurada á
las paredes por medio de estacas, pat·a el caso solemne
do visita del amo cura ó del patrón de la hacienda
vecma.
No faltabnn brnzog para la agricultura, porque los
gañanes tenían hogar fijo en uondo se les podÍt\ encontrar,
y éstos no se veían obligatlos á frecuentnr las tabernas
parn proporcionarse el sustento diario, pues les era roá~
fácil y económico alimentarse con lo que les llevaban de
su prop1a cas~.
Pero llegó un día feliz para los codiciosos de po·
seer buenas tierras ú bajo precio, en el que se <.lijo que
era una tiranía intolerable prohibir á los ciudadc.mos la
venta de su propiedad, y se tlio la ley que permitió y
permite la enajenación de los rf.sgua1·dos.
No nos meteremos á discutir el mérito iutrínseco
det!ll libertad; pero siguiendo el criterio del }!vangelio
-por sus frutoq los conoceréis -haremos notar que, eles.
de entonces duta el estado de misoria. á CJile se vieron
reducidos los que vendieron su patrimouio p nr mucho
menos que el plato de l~nteja8, y la emigración de los

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jornaleros en busca del bienestar perdido y de condi.
ciones más propicias para ganar la vida.
Es ciP.rto que la indust ria ha dado la mano ~ la
ngricultura, para sacarla airosa en Jos complicados tra·
bajos Jel lnboreo de las tierras y cultivos de laR cerecl.
les, proporciooánc.Jole las máquinas con que supera en
l'Lucho el servicio que le pu~ieran prestar la& fuerzas
humanas que ec;casenn en progresión alarmante; pero en
cambio ha desaparecido el encanto y nlegre bullicio que
reinaba en los campos durante l<'s tiempos de la siega
y tri Ita del trigo y otros granos, porque aún no se ha-
bía implantado entre nosotros el sistema de máquinas
segadoras y trilladoras, en reemplazo de los brazos de
nue~tros ir..dios.
Cuando empezaban á dorarse las espigas del trigo,
se despachaba al mayordomo de la hwi,..nda para que
fuora á buscar segadores en los pueblos de Suesca, Ses.
quité, 'Jhocontá y en lns demás agrupaciones de indíge-
nas; por intermedio del Alcalde y de éste con los capi-
tanes, se contrntnbnn los necesarios, y desde entonces
empezaba unn especie de emigración del Norte al Sur
de la Sabana, llevando los jornaleros á sus familias y
enseres de cocina.
L os h umbres segaban,y lns mujeres y los muchachos
hacían lns pequeñas gnvillus y las reunían conveniente-
mente, parn que de allí los tomarnn los encnrgados de
conducirlos en carro, á la montonera, en donde ihlln ba-
cieodo los montones 6 grandes gavillos de forma cóoica,
para preservar el grano de las inclemencias del tiempo.

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Terminados los trabajos del día, se recogían los jorna.
leros á las enramadas en donde los esperaban las espo-
sas con las familias y la cena: allí era de verlos mas-
car á dos carrillos y triturar entre su~ magníficas den-
taduras, las habas y maíz tostados, parlando como loros
y arrojándose unos á otros á la cara, al hablar, los frag-
mentos de lo que comían ó bebían. Al fin el cansancio
de la jornada y más que todo, el medio real de clticlLa
fuerte que se metían entre pecho y espalda, los dejaba
mancornados, en la actitud en que los cogía Morfeo, ron-
cando como leones rugientes, hasta que los despertaba
el canto del gallo á la madrugada para volver alegres
al trabajo.
Si se trataba de la trilla, esta labor tomaba el aspecto
de verdaJera fiesta campestre. Desde antes de 'r ayar el
alba se dividían los labriegos en cuadrillas: unos iban á
recoger las yeguas con cuyos cascos desgranaban el tri-
go; otros desbarataban los montones y echaban los gavi-
llas á la én, 6 circo formado con estantillos y rejos,
dentro del cual hacían dar vueltas, á escape y en confuso
tropel, ó. las hembras con sus respectivas crías, que caían
aquí para levantar allá, perseguidas por el muchacho
arriero, armado de zurriago que las animaba con alegres
gritos y endechas pastoriles.
Separado el trigo del tamo y de la raspa, empeza.
ba la tarea de traspalar y a ventar el grano, á fin de de-
jarlo listo para entrojarlo ; si rendía la parva, el patróta
manifestaba su contento obsequiando á los trabajadores
con sendos tragos de la buena, y éstos, á su turno, 8&

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deshacían en felicitaciones al amo, diciéndole que Dios
se lo dejara gozar porque po?• el trigo somos crist·ianos.
Era tal el cariño que los indios tenían el trigo, que
agujereaban la copa del sombrero para que por all oe lle-
nara del precioso grano al aventa.rlo, por lo que había
un empleado en la parva, sin otro oficio qae sac:ndir el
sombrero á los rateros.
Nada hay más propio para despertar la verbosidad
de los indios, como ponerlos á media cltispa ó alumbrado8,
con a!ganas libaciones de chicha, que es su licor pre·
dilecto; y como en las faenas que d~jamos bosquejadas,
es donde ellos se ponen en capacidad de estimar-á su
modo-las cualidades requeridas pa1 a ser buenas esposas,
es allí donde puede e~tudiarse esa faz especialísima de
tan humilde raza. A este respecto, es bien curioso el sis-
tema adoptado por los indígenas para escoger la compa·
ñera que debe, no diremos compartir> sino soportar todas
las cargas del matrimonio, sin ninguna de sus ventajas.
No hay duda de que la belleza es relativa y que,
en consecuencia, lo que á unos parece bonito, es feo pa-
ra otros. El indio edcoge para compañera á la india más
robusta y fornida; pero sobre todo, la que él cree que
puede trabajar por los dos. Es en las faenas agricolas
donde los aborígenes se deciden á tomar estado, obser-
vando atentamente á la aldeana que siega con más rapi-
dez, la que recoge más gavillos, la que escobilla mejor el
trigo 1 1a que, llegado el ca,o, le pide la mancera del arado
para presentar certamen de fuerza y pujanza en el mane-
jo de tan pesado instrumento.

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Es probable que el indio vea con desdén á las
mujeres bien pareciJas, entre otras razones, pnrn noto·
marse el trabajo de celarlas, si se tienen en cuenta las
condiciones de estoicismo y suprema indiferencia que,
con respecto á los sucesos más notables, son peculiares á
eu raza.
Los asuntos matrimoniales los arreglan los in:iíge.
nas con suma facilidad: después de la siega en que so trata-
ron, viene In trilla para comprometerse y amaflane; y en
la repetición de la siega se aparecen los esposos con su
respectiva prole, pues es muy raro el caso de que un in-
dio f&lte á la palabra empeñada ú una mujer. Eso sí, en-
tienden y practican literalmente al revés el consejo, por-
que no es más que consejo aquello d~, compañera os doy
y no sierva 1
Pero descendiendo,por ultimo, de lns nebulosas, ó
donde nos hemos encumbrado, diremos que el desidera-
tum de los habitantes de esta altiplanicie, es tener en Bo·
gotá casa para vivir, con tiendas para alquilar y ha cien·
da en la Sabana que los ha¡;a ricos con pocas fatigas, y
les proporcione al mismo tiempo, un lugar ameno y de
recreo para llevar las familias en las te m porndas de ve-
rano.
Si hay en la Sabana algún panoram'l que merezca
el nombre de magnífico, es sin disputa el que ofrece á
la vista del expectador, el valle encerrado entre el ce-
rro de Serrezaela y laR colinas adyacentes Rl Oriente;
el boqnerón de la cordillera conocido con el nombre d~
Boea del Monte de La Mesa, al Occidente ; la cuchilla

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de la cordillera, al Norte~ y las serranías de Fute, al
Sor.
Reclinada sobre la falda occidental del precioso
cerro de Serrezuela, está edificada la antigua ~nsa de
la hncienda de "La Herrera," que domina el bellísimo
y espacioso lago alimentado por las aguns de los ríos
llvjacá y Serrezuela, en donde abundan el exquisito
pescado capitán, los sustanciosos cangrejos, y millares
de aves acuáticas que viven retozando entre lo3 junca-
les y malezas que visten las diversas islas que se levantan
de su seno, como ramilletes flotantes que parece lleva-
rán en sí el gérmen de la vida, puesto que en esos sitios
moran confundidos, como si fuesen individuos de un
mismo género, especie y familia, las tórtolas, chirlosvir-
los, caicas, gallinetas, garzas, ooHelonas, chorlitos, caer·
vos, guacos, grullones, conejos, caries y armadillos, sin
contar los diferentes patos de emigración que, en canti•
dad.es innúmeras, se posan confiados en aquellas ten-
tadoraa linfas, en donde los sorprende la muerte que les
envía el experto cazador. Para hallar en el mundo una
perspectiva superior en belleza, hay necesidad de ir á
buscarla en los lagos de Garda, ó de Oomo, en Italia.
Apenas terminada la prolongada guerra civil que
aniquiló al país durante el tiempo transcurrido de 1861
á 1863, volvió el sefíor D. Juan Evangelista Manriq ''e
á tomar posesión de la hacienJa aludida, por cuanto Nl
co~n averiguada entre nosotros que, desle el primor
pronunciamiento qne tiene lugar, queda establecida 1~
ley del más fuerte, pasando á ser la propiedad rural un
19

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mito que sólo lo descifra en favor propio, cualquier par-
tida que prende banderola en el asta de una lanza y se
bautiza con el nombro pomposo de beligerante.
Para recoger los animales que por inútiles ó por
cualquiera otra raz6n independiente de la voluntad de
los guerreadores de entonc~s, existían abandonados, y
moralizar al mismo tiempo los trabajos agrícolas des-
pués del espantoso cataclismo, se estableció en la casa
citada el señor doctor Carlos Manrique, hijo de D. Juan
Evangelista, en unión ue su virtuosa 9Sposa la sefiora
D.• Amelia Convers; de dos hermodos niños, hijos de
tan feliz matrimonio, y de la servidumbre de la casa.
Los edificios que formaban la antigua casa salarie·
ga con apariencias de feudal, se componían de dos tra·
mos : uno de construcción sólida, provisto de espaciosas
piezas y corredores, con capacidad suficiente para alojar
con holgura una familia numerosa, que era el ocupado
por el doctor 1\ianrique y su familia; y otro pajizo en
que se alojaban los huéspedes que solían pernoctar en
!a casa, estaba destinado también para servir de troje á
los productos de la hacienda y á depósito de las velas que
se fabricaban en la mismn, á fin de aprovechtH el sebo
que en esa época estaba depreciado, y procurarse, en
buenas condiciones, aquel artículo de primera necesi:ind.
No faltará quien califique de imprudente al doctor
Carlos Manriqne, por el hecho de ir á habitar con eu
familia una hacienda aislada, inmediata á terrenos que-
bradizos que cruzan varios caminos por los que era fá-
cil extraviar para. que se perdiera la pista, inmediata·

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mente después de pasada una revolución que lo con-
movió todo y que estableGió por lo pronto, la com-
pleta inseguridad en los campos: pero aquél se haría la
reflexión de que quién no la debe no la teme,· y como pres-
taba en su carácter de ~fédico servicios á todos los que lo
ocupaban, dándoles las drogas por añadidura, con lo cual
hacía lo que el sastre del Campillo, que cosia de balde y
ponla la !tebra; como ninguno llamó á su puerta sin
salir atendido ; como el mejor ernpleo que daba á su di-
nero era el de servir á los amigos ó indiferentes que se
valíandeély, en una palabra,comojumásrecorrió un ca-
mino sin encontrar personas que le manifestaran cariiío
y estimación personal, podía vivir tranquilo.
Tenia y no tenía razón el doctor l'tfanriqne ; pero
Je seguro olvidaba la máxima de Luis XIII, rey de
Francia, quien cada vez que concedía alguna gracia,
exclamaba-" 1 Acabo de hacer un ingrato 1,
En los últimos días da Octubre del mismo año, lle-
gó ó " La Herrera, un viajero cnyo aspecto le denun-
ciab'l como habitante do los p:.Líse:~ cálidos. La l1parición
do una persona extraña en los campos causa siempre no-
vedad en la familia, y por oso los moradores dA la enea
acudieron al corredor desde el cual se divisa la entrada
á In hacienda, ansiosos de adivinar el nombre del hués-
ped. Al fin se acercó este lo suficiente para ser conocido
é instantáneamente exclamaron el señor Manrique y su
esposa-¡Don Bartolomé Moreno 1
Era D. Bartolomé natural de Soga m oso; pero po·
día decirse que era llanero, porque había pasado la ma•

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-292-
yor parte de su vida en Casa na re, ya como militar á la!
órdenes de Cisneros, siando aun muy joven, ya como
negociante para introducir ganados del Llano á las anti-
gu&s provincias de Tunja y Tundama. Frisaba á la sa-
zón en los sesentá abriles; pero así y todo, era hombre
robusto y esforzado, despierto, hablador, con el marcado
tinte do franqueza inherente á los calentanos acostum-
brados á vivir afrontando toda clase de peligros y sin
sujeción á nadie.
Cunsado de vivir en los Llanos, venía en busca de
su amigo el doctor Carlos, con el objeto de proponerle
que le arrendara "La Herrera:" creía que á su avanzada
edad debía pt·oporoionarse un modo de vivir exento de
los peligros y sobresaltos consigaientes á la manera de
ser del llanero.
En efecto : la mejor escuela que puede ofrecerse al
hombre que quiera acostumbrarse á vivir en constante
alarma y en donde todo se conjura para aniquilarlo, es
sin disputa la que se encuentra en la región oriental de
Colombia, en las inmensas é imponentes llanuras que se
extienden hasta el Atlántico, encerradas por los gigan-
tes que se llaman Meta, Amazonas y Orinoco- Pare-
ce que celoso ese territorio de su salvaje libertad, opone
al hombre que trata de civilizado, vallas insuperables
para el logro de sus deseos, y, realmente, pasarán mu-
chos años antes de que la raz~ humana pueda sentar domi-
cilio tranquilo en aquel suelo inhospitalario, en donde la
exhuberancia de prodigiosa vegetación, carboniza la
sangre por los gases deletéreos que allí se exhalan en can-
tidades inmensurable•

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- 2~3 ...

Cinco meses de lluvias torrenciales que inundan los


terrenos planos y dejan apenas á flote las modestas co-
linas, y, siete meses de vemno abrasador, bajo un sol de
fuego, son las dos únicas estaciones que allá imperan.
Sin el menor rustrv de ~uijarros ó de piedras, indis-
pensables para In constrnccióo de sólidos edificios y
pura los di verso~ uso<; domésticos; plaga lo el suelo
de vívoras como la m tpan.are cuyo veneno mata ins.
tantáneamente, de jngnnreq traidores que viven ase-
chando los miserables ranchos que prestan algún abri-
go á sus moradores, de quienes· p11ede decirse que tie-
nen que dormir con un solo párpado á fin de velar con
el otro ojo despierto, para no ser devorados por aquellos
y por los millones de asquerosos mw·ciélagos que pulu-
lan en el aire desde que el sol se oculta en el horizonte;
llenos los ríos de alevosas ?'ayas y de atrevidos peces
tembladores cuyas descarga<; eléctricas postran al ser
animal que tocan; sin más mobiliario para la comodi-
dad personal que una hamnca -cltincho1•ro de palma de
m.O?•iche-para dormir, y calaveras de animan para des.
cansar; tomando café negro por toda bebida, clarificado
por medio de un tizón sumergido entre el líquido;
alimentándose con catne sin sal, sancochada por el
sudor del caballo y el peso del jinete que la hace
servir de sudadero de su montura; y sobre todo los
inconvenientes someramente relatadcs, la ferocidad de
los pérfidos indios goagú os, que ab1·en vivo ni desgra-
ciado blanco que caiga en sus mnno~. Se vive allá una
vida excepcional y heroica, apenas conocida en el mundo

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civilizado por algunos atrevidos geógrafos y explora·
dores.
La guerra franca ú oficial había terminado en el
tiempo al cual nos referimos; pero la guerra personal,
y especialmente la que hacían los merodeadores de
ambos partidos contra la propiedad, continuaba en to-
da su fuerza y vigor: éstos no se conformaban con vivir
del trabajo honrado, sino que se quedaron con el resabio
de atrapar las cosas donde las encontraban ó de ir :í
tomarlas donde les conviciera; pero como el método
que pensaban poner en planta presentaba para su eje-
cución algunas dificultades en las poblaciones, creyeron
más conveniente á sus intereses, implantarlo en lo~ cam-
pos ó haciendas.
En esa vez llegó su turno á la de" La Herrera."
Don Bartolomé permanecía alojado en el depar.
tamento pajizo de la casa, formado por una sala con
su respectiva alcoba: la mayor parte del tiempo lo
pasaba en la casa grande, divirtiendo á su amigo
el doctor Carlos y á su señora, con las interminablea
relaciones de sus aventuras guerreras, amorosas ó co-
merciales; pero concluía siempre con un Delenda fst
Cart!tago, es decir, con su " arriéndeme la hacienda mi
doctor.'' Este era en lo menos que pensaba y así se lo
dejaba comprender nl llanero ú qnien obsequiaba y aten-
día con la mayor galantería. En uno de estos días, como
obedeciendo á un presentimiento irresistible, al mismo
tiempo que cedía ú la inclinación de regalar algo, el doctor
Manrique tomó uo trabnco antiguo que tenía cargado

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-295-
hasta la boca, y, presentándolo á su huésped, le dijo: acép-
teme esta finquita que usted, como buen militar y llanero,
debe saberla manejar ú'maravilla!
¡ Lg. Providencia se va le á veces de los medios más
lejanos ó indirectos cuando quiere salvar ó castigar!
Si se pide una prueba de nuestra aserción, bastará. fi-
jarse en el hecho, aparentemente casual, de venir don
Bartolomé desde lejanas tierras, en solicitud del predio
cuyos moradores debía sn!var con el arma que éstos á
su vez ponían en sus m11nos por un acto de generosidad.
A las once de la noche del tres de Noviembre de
1863 ladró con violencia 13 perra Zulema, compañera
de los dos niños que entonces hacían las delicias del
doctor Manrique y de su digna esposa. Todo fue oírla
Moreno y comprender, como hombre experimentado,
que esos ladridos expresaban un peligro inminente. Salió
al corredor y se encontró de manos á. boca con varios
individuos de aspecto poco tranquilizador.
-¿Qué es lo que quieren? les preguntó D. Bar-
tolomé.
-Somos gente del Gobieruo y venimos á rondar
la casa, le contestaron los interpelados.
-Aguarden que voy á encender vela, replicó Mo-
reno.
Convencido el llanero de que se trataba de un ata-
que á la casa, empezó por el principio: sfAcÓ de sus
baúles las mochilas que tenía con dinero y las escondió
entre la malva que crecía en el solar contiguo n la al-
coba; se aprovechó para salir, de la falta de un ba-

'

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-tt&-
laustre de In ventana; entregó la vela encendida á un clti-
no que Jo acompañaba, tomó el trabuco del regalo y se
colocó en asecho en la ventana, para de,t{pachaT al primer
asaltante que se presentara, lo que sucedió en realidad.
Uno de los bandoleros vio á don Bartolomé y le tendió
el rifle; pero éste se anticipó disparando su trabuco, á
cuya detonación se apagó la ve1a y se produjo com-
pleta oscuridad.
Al ruido de los disparos se despertó la e~posa del
dodor Manrique. Aún no había abierto los labios para
llamar, cn!lndo entró á In alcoba la cocinera, poseída de
terror, diciendo á su señora que había ladrones en la casa.
El señor Manrique saltó presuroso del lecho é incons-
cieutemente iba. á encender luz; pero por fortuna cayó
en la cuenta de que ea esos casos es más conveniente
permanecer á oscuras.
Las tinieblaR no debían de agradar á los bandi-
dos porque, previarnente,-guiados por Oayetano Co-
rren, que conocía los usos y costumbres de la casa, é
iba esa noche á pagar como villano la deuda de gratL
t•td que lo atormentaba día y noche, y que tenía con su
patrón Manrique, quieu lo había salvado días antes de
una fulminante puhnonía-, se apoderaron de una gran
cantidad de velas que estaban colgadas en los corredores
de la casa pajiza, y las encendieron y colocaron conve-
nientemente, á fin de ver bien lo que hacían.
Así las cosas, pusieron sitio formal á las casas de la
hacienda, rompieron los fuegos sobre todas las puertas
y ventanas de los edificios, y gritaban al doctor :Manri-

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-197-
que para que les entregara diez mil pesos de rescate por
· él y su familia, porque de lo contrario los matarían sin
misericordia !
El enemigo con que tenían que medirse en debi-
gunl pelea, se componía de veinte bandidos capitanea-
dos por el terrible cuadrillero JACINTO RoMERO, arma-
dos de magníficos rifles y provistos de abundantes mu-
niciones. Los de adentro contaban con una escopeta de
dos cañones sin medios para reponer la carga después
de dispararla; con un padre de familia incapacitado para
defender su hogar; con tres sirvientas medio muertas
de miedo; con dos niños en sus cunas, y con una madre
que veía seriamente comprometido lo que tenía de más
caro en la vida: el esposo y los hijos!
El lector se imaginará á la familia Manrique domi-
nada por abrumador pánico, dispuesta á dejarse sacrificar
como corderos, ó á implorar piedad de sus desalmados
agresores, porque les era imposible pagar el rescate
exigido. No vacilamos en asegurar que si hubieran te-
nido el dinero, se habrían desprendido de él con buena
voluntad, eo cambio de tranquilizar á la angustiada fa-
milia; pero no lo había y era preciso dominar la situa-
ción á todo trance, ó estaban perdidos irremisiblemente.
Tal vez en otras circunstaacias no desplegaría el
doctor ~Ianrique el valor y serenidad ú que debió su
salvación y la de su familia en aquella noche terrible; y
decimos tal vez, porque no sabemos que haya hecho gala
en alguna otra ocasión de ser inclinado á travesuras béli-
cas; pero lo que fue entonces, mereció el oalifi.cativo de
valiente.

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Y no podía ser de otro modo: nuestro doctor creía


tener por compañera á una matrona de carácter dulce,
consagrada á la educación de sus hijos,-uno de los cua-
les debía llegar á ser algún día gloria científica del país
y otro descollar en el campo del arte ;-en una palabra,
sabía que su espos'l era como la generalidad de lasco-
lombianas, el centro y calor del hogar doméstico que
embalsaman con sus relevantes virtudes y sincera pie-
dad, sin rival en el mundo; pero ignoraba q•1e el cielo
lo tenia unido á una mujer que en Sagunto y N umancia
no habría pasado desapercibida !
Nada hemos vi~to tan sublime é imponente como
el sentimiento de la materoidaJ hel'iuo en el fruto de su
amor; y si á esta causa se añade la circunstancia de ha-
llarse de por medio la suerte del esposo idolatrado,
oh f entonces esa. madre y esposa prescinde de la débil
envoltura de su sexo para transformarse en heroína,
capaz de llegar á donde no alcanzó ningún hombre. En
eete ca&o se hallaba la señora de Manrique.
Don Carlos intentó salir por una puerta excueada,
pero se lo impidió Correa que estaba allí de centinela:
quedaron, pues, en la casa del doctor Manrique, con su
es ~opeta, su valerosa consorte, dos niños en sus cunas
y tres sirvientas, sosteniendo un asalto á sangre y
fuego.
La señora de Manrique en su condición de madre
cristiana, dio principio á su heróica defensa, d irigién-
dose á tientas y en ademán resuelto, hacia una imagen
de la Virgen de las Mercedes de ouya advucación era

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muy devota: allí se postró de rodillas y pidió á laMa·


dre del Redentor, con absoluta confianza, la vida de
los euyos, y le ofreció, en cambio, consagrarle la criatu-
ra que próximamente debía ver la luz.
¡Era una. madre en suprema angustia, que acudía
á otra madre poseedora del Poder supremo l
Algo inexplic:¡ ble que lo infundiera valor, debió
sentir aquélla, porque se levantó serena y altiva; se di-
rigió á su esposo y le dijo con un acento de voz que revela-
ba la mayot· resolución y tranquilidad de espíritu: opon-
gamos la astucia ú la fuerza y ganemos tiempo hasta
que- amanezca. La Virgen peleará por nosotros f
Entonces principió entre esos padres de familia la
escena más cómica imaginable, como para evidenciar que
lo! extremos se tocan: el señor Manrique daba voces de
mando iguale9 á las que daría Ricaurte en San Mateo,
y su valerosa consorte cerraba, alterr:ativamente, con
estrépito, una caja, á fin de hacer creer á. los bandidos
que se les hacía fuego de adentro. Hubo un instante en
que se aproximó á una de las puertas uno de los asaltan-
tes. El señor Manrique no tenía que hacer para matar·
lo sino disparar á quemarropa; pero debemos decir en
honor suyo, que pudo más en é l la repugnancia de
quitar la vida á un hombre, aún en propia defensa, que
la consideración del peligro que tanto él como todos los
suyos estaban afrontando casi inermes, después de dos
horas de furioso ataque.
En medio del fragor del combate, el doctor 1\lanri
que y su esposa se acordaron de don Bartolomé. Juzgaron

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- soo-
quA Jo habrían asesinado, porque no daba selialee de es·
taren la caga; afortunadamente no fue así.
Después de que el llanero disparó su trabuco, al-
canzó á ver caer á uno de los ladrones; pero como no
tenía medio de reponer la co.rga del arma, aprovechó el
momento de oscuridad para romper por entre los bandi·
dos, jugando as( el todo por el todo, n fin de ir á las
habitaciones cercanas en busca de auxilio. Tan feliz
inspiración se vi6 coronada de éxito completo: lle-
gó jadeant~ n
la vecina venta de El Alto, en donde
encontró alojados á los vivanderos que iban al mercado
de La Mes~. Sabedores éstos de lo que pasaba en «La
Herrera,» se prestaron gustosos para ir á sa!var á la
famiJig. asaltada; más apenas oyeron los disparos de lo!!
bandidos, se acobardaron la mayor parte y sólo unos ro-
cos siguieron á don Bartolomé.
Llegado el refuerzo á inmediaciones del campo de
batalla, desplegó su táctica el llanero, la que consistió en
dar voces de mando en la suposición de que tenía bajo sus
órdenes un ejército compuesto de infantería y caballería.
Los ladrones cayeron en el garlito y empezaron á reti·
rarse en buen orden, pero haciendo fuego sobre la
casa.
Dec!pejado el campo, entró el bravo llanero ú la casa,
pavoneándose del triunfo y diciendo á J., señora de Man-
riqne, que, trémula de emoción, tenía en su regazo á
sus dos asustados hijos:
-Mi señora, muchas vacos me encontré con ol
tigre frente á frente en los Llano! y no sentí miedo;

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-301-
pero en e&ta noche sí hubo un momento en que parecía
azogado ..• ! ¡ Y a ve que le con viene arrendarme la
hacienda?
La señora de Manrique se hacía lenguas alabando
la misericordia de la Reina de los cielos que los había
salvado á todos de muerte segura. En efecto: fue una
circunstancia digna de notarse que los bandidos ataca-
ron las puertas que pre!!entaban sólidos obstáculos, sin
que se les ocurriera hacerlo coa aquellas que habría bas-
tado ligero esfuerzo para abrirlas; además, ninguno de loa
de la casa estaba herido, no obstante el gran número de
balazos que habían dirigido los asaltantes: en la cabe·
cera de la cama de uno de los niños se halló incrustada
una bala de á onza.
Muy de mai1ana partió el s~ñor Manrique para Bo-
gotá, con el objeto de poner en conocimiento de la au-
toridad el ataque en que estuvo á punto de sucumbir
con toda su familia. Al llegar á Fontib6n, observó un
guando que conducían varios hombres: supuso que se-
ría algún enfermo que se hacía llevar en busca de re-
cursos médicos; pero despu és supo que aquél no era
otro sino el bandido que derribó el llanero al disparar el
trabuco, á quien descubrieron en una tienda cerca del
antiguo Molino del Cubo.
Poc1. cosa hizo la autoridad para castigar á los cul-
pables de aquel crimen, probablemente porque en esa
época se aseguró que en una rifía que tu vieron las Vir-
tudes Cardinales; la Fortaleza quedó coja, manca la
Templanza, ciega la Ptudencia y la Justicia tuerta.

BANCO DE lA
BIBLIOTECA LUIS J C
CATA

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Mejor lo hicieron los vecinos de Pandi, la tierra
natal del facineroso Romero. Este logró transponerse
al Tolima en donde continuó sus depredaciones con buen
éxito, hasta que cometió otro asesinato por el que lo
aprehendieron y remitieron con direcci6n á la capital;
pero al pasarlo por aquel pueblo, sus compatriotas re-
solvieron lincharlo, de lo cual resaltó un bandido me-
nos y un demonio miÍs r
.li]n fin de fines, don Bartolomé se salió con la suya,
entre otras razones, porque el sefíot· Manrique: resolvió
desprenderse de ltl hacienda de <!La Herrera,» de la
que conservaba penosos recuerdos. Allí hizo muy buenos
reales el infatigable llanero.
Poco tiempo después de los sucesos que dejamos
narrados, la sefíora de Manrique dio á luz una hermosa
nifia á la que se le puso el nombre de María Mercedes,
para cumplir la promeRa hecha en hora solemne f
No hay duda de que en el cielo debe regir también
el derecho de propiedad, puesto que In. Virgen recla-
mó el ángel que le pertenecía, antes de e¡ue probara el
acíbar que ofrece el mundo á los mortales: Marif\ Mer-
cedes vol6 al cielo dejando ú sus solícitos padres sumi-
dos en el dolor, pero resignados por el cumplimi ento de
lo pactado .•. . .••••

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-803-

EL CRIMEN DE "HATO GRANDE''

I
Es un hecho admitido que sobre determinados si·
tio!, pesa algo que podríamos llamar s{no fune!to, donde
se observa marcada tendencia á la repetición de suce90S
trágicos, cuya influencia se extiende á varias genera-
ciones, hasta que la acción del tiempo ó. otra causa neu-
traliza ó cambia el horóscopo fatídico.
Entre los arcanos que encierra el misterio de la vida,
se observan ciertos actos que debieron influir para fnn·
dar en las sociedades de la antigüedad la doctrina del
Destino, qne se trocaba en favorable, cuando era adverso,
mediante determinadas prácticas consideradas como su·
persticiones por el mundo moderno ; doctrina que, ú
pesar de todo, subsiste lo mismo que otras en la mente
de gran núm~ro de porsonas de diferentes clases sociales,
acaso para dar una prueba real de que el paganismo
vive aún atrincherado en las aberraciones humanas.
El hombre trasmite á sus descendientes las cuali·
daues ó vicios que lo distinguen, con la circunstancia de
imponerse con el ejemplo á los individuos de su especie
qno tioneo algún germen de imitación de actos ajenos,
v. gr., la inclinación al suicidio, que se despierta y
a vi va en aquellos IÍ quienes fascina, en términos que
la ciencia admite hoy, como hecho demostrado, el conta·

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-80j-

gio, si así puede llamarse, del acto de darse muerte un


hombre á sí mismo.
No faltará quien noa crea exagerados en las apre-
ciaciones que hacemos á tal respecto : los ejemplos que
citamos á continuación no3 salvan de tal califbativo.
En uno da los cu:trteles de Padd, se suicidó un cen-
tinela en la garita que le servía. ele abrigo: dos días
después se repitió el sucedo en otro desgraciado con !as
mismas circunstl\ncias. Tras de esto:~ do3 casos ocurrie.
ron otros más, con idénticos caracteres, sin que se sos-
pechara qué cansa influía en lo<J soldados para que se
diesen la muerte a in rnotivo aparente. Un observador
indicó la idea de cambiar la garita rara quit \r á los in-
clinados al suicidio un objeto que les servía de tentación;
trasportado á ~Iontpellier el mueble funesto para darle
el mismo uso que tenía en París, volvió á servir de
ara sangrienta á otros suicidas hasb que lo autoridad
militar ordenó que se le destruyera quemándolo.
Durante la campaña de Bonaparto en Egipto
se suicidó un soldado francés, ahorcándose en la rama
de nn árbol en el jardín del cuartel en el Cairo: ejemplo
contagioso que siguieron otros infortunados hasta
que, cortado el instrumento que les sorvía para darse
muerte, cesó el mal.
Desde los tiempos más remotos de Santafé, se ho
notado que el contorno del edificio de San Frnnciaco,
en radio poco extenso, ha sido como campo destinado á
a oomisión de trágicos acontecimientos. En efecto : en
la calle inmediata al Occidente del antiguo Convento

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asesinó el Oidor Luis de ~1esa á Juan de loa Ríos, y, en
la casa que daba el frente n la misma calle por el Norte,
asesinaron 1\Ianuel Al meida y sos cómplices, al Pres-
.
bítero Francisco Tomás Barreto •
El diez de Agosto de 18L9, día de la entrada de
Bolívar á Bogotá, despué3 de la victoria de Boyacá, mató
el General Hermógenes M~1.a al ~3pa1iol Brito, frente
á la iglesia de L'l Vet·acruz. ID 11 esta iglesia se dab'"
sepultura á ln. mayor parte d, los njo3ticiado!:l en tiem ·
po de la Colonia, entre ello~ al sabio Caldas, fusilado en
la plazuela inmedida, y cuyo trágico fin, aun deplora
la Ciencia.
El veintiocho de Noviembre de 1842, á las cuatro
de la tarde tue fusilado el Coronel Apolinar Morillo en
la plaza principal por el delito de aseainato perpetra-
do en el Gran M~dscal de Ayacuoho : dos horas después
d13la ejecución, se condujo el cadáver á la misma iglesia
de la Veracruz, en cuyo recinto se ofrecí:m preces
por el descanso eterno del reo. Con el fin de que el
cuerpo de Morillo recnperara la posición nu.tural y cu-
piera dentro de un ataúd desttlpado, fue necesario atar-
le los bra2os, porque lcl rigidez cadtlVérica lo dejó en la
forzada actitud que le impuso 1» muerte al expirar. El
difunto despedazado, yacía sobre una mesa, en el centro
del templo, velado con cuatro cirios amarillentos y ro-
deado de curiosos que lo con te m piaban de cerca cuando,
en mala hora, soltándose la cuerda que le sujetabn, dio
el cadáver dos bofetones que produjeron una escena de
indecible espanto en los circunstantes, Jlegando algunos
á creer que Morillo había resucitado. 20

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Cuando era cuartel do caballería la casa que hoy es
propiedad de la familia Valenzuela, al frente de la torre
del templo de San Francisco, mató allí el general José
María Melo al cabo Pedro Ramón Quirós, lo que fue causa
eficiente del motín militar que aquél tramó y llevó á cabo
en el mismo edificio, en donde se rindió con su dictadura el
cuatro de Diciembre de 1854. Del mismo cuartel conducía
el Coronel José Manuel Montoya al oficial Pedro Arjo-
ua, complicado en la conspiración de Sardá, cuando
á poco nn dar el segundo mató al primero en la cuadra
de San José, hoy calle 13.
De la torre de la iglesia de La Tercera partieron Iaa
balas que en el mismo día cuatro de Diciembre hirieron
de muerte á los Generales Tomás Herrera y Eusebio
Mendoza, y al Coronbl Diego Caro (a. el cojo), en la
boca-calle formada por la carrera 7.• y la calle 17.
En una tienda situada debajo de la casa contigua á
la de los señores Valenzuelas, en la plazuela citada, ase--
sinó Teodoro Rivas á su esposa en el año de 1846, delito
por el que lo fusilaron al frente del sitio que hoy ocupa
la estatua del General Santander.
Don Carlos José Espinosa, en defensa propia, tuvo
la desgracia de dar muerte á D. Valentín Pareja, que
lo atacó al llegar á su casa de habitación, situada en el
costado oriental del «Parque de Santander.» Allí mis-
mo mató un soldado, á bayonetazos, á un infeliz tran-
seúnte en altas horas de la noche, porque creyó que iba
á causar daños en los trabajos iniciados para erigir la
estatua del "Hombre de ]as Leyes.''
/

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Diez personas conocidas, cayos nombres debemo1
reservar, se han suicidado en oasas adyacentes al edifi·
cio de San Francisco.
U na mujer sin corazón arrojó al río la criatura qua
dio á luz debajo del "Puente de latas,'' y en una de las
casuchas contiguas se encontró, profanada, la Custodia
de La Capuchina, en el año de 1858.
En el claustro alto del antiguo convento de fran·
ciscanos dio muerte el doctor Manuel María Madiedo á
D. Leonardo Manrique, y algunos días después un re·
cluso abrió el vientre á un compañero que intentó qai·
tarle una papa de la ración.
A inmediaciones de la antigua C'llle " Del Arco "
vivía el súbdito italiano D. Juan Denasio con su esposa
D." Ninfa 1\Iantilla. En una noche dormfan tranquila.
mente en su alcoba, apenas iluminada por la tenue luz
que despedía la llama que, alimentada con aceite, ardía
al frente de una imagen de la Madona, de la cual era
devoto Denasio-á esta circunstancia debió su salvación
el italiano-En altas horas de la noche entró furtivamente
un hombre á la casa de Denasio, con intención manifiesta
de asesinarlo, y lo hubiera conseguido si, merced á la
luz de la lámpara, no lo hubiera visto D.• Ninfa, en el
momettto en que se preparaba el asesino á dar el golpe
con un puñal de dos filos, al que se asió desesperada-
mente aquélla, logrando con su heróico arrojo salvar
la vida de su esposo, bien que á costa de sus manos inu·
tilizadns, porque la cortada. de las falanges de los dedos
nl retener el arma homicida que le trata. ha de arrebatar el
tnalhcohor, las dejó neí.

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Del antiguo colegio de San Buenavtnturn, au~xo
al expresado convento de San Francisco, sacaron al doc-
tor Andrés Agailar para fusilarlo el diez y nueve de
J olio de 1861.
Al lego cocinero de loa franciscanos, conocido con
el apodo de "Sor Güela,'' se le derramó encima el con-
tenido de una caldera en ebullición, accidente por el
cual perdió el juicio. En un ncceso de locura se arrojó
de la torre; pero tuvo la buena suerte de quedarse en.
garzado de unos garfios de hierro que había en los bal-
cones: venciendo mil dificultades se logró bajarlo !in
mayor lesión, y, al verse en tierra, improvisó esta cuar-
teta:
Un lego de San Francisco
De la torre se arrojó,
¡ Qué fortuna la del fraile,
Que hasta el suelo no lleg6 !

El diez de Abril de 1864, día en que por primera


vez tomó posesión el doctor Manuel Murillo Toro de la
Presiden~ia de la República, enlró un toro furioso á la
iglesia de San Francisco á tiempo que estaban en la
misa de las ocho: el celebrante se subió en el altar mien-
tras que el toro mató de una cornada á D.11 PaelLa Mo-
gollón, de má:~ de setenta años de edad.
Don Pablo Pontón pertenecía á la sociedad profana de
"Los capuchinos'' que dio tanto escándalo en Santafé.
Tenía amores con una joven que moraba en la casita
baja, contigua á la iglesia de "La Tercer'l,'' después del
tenebroso arco que allí habí11. Los dos amantea se dieron

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-309-
cita para noche borrascosa, que son las apropósito para
el caso, en la vivienda de la muchacha, quien esperaba. á
Pontón asomada á la ventana, de pie sobre un taburete,
á fin de alcanzar á la altura del postigo por donde sacó
la cabe~a; pero quiso la desgracia que en el instante me-
nos pPnsado, un movimiento i nvolnntario hiciera caer el
taburete que le servía de apoyo, sin darla tiempo á preca-
verse del accidente ni asirse de los b&laustres de la ven-
tana, cuyo postigo se cerró con violencia y la ~stranguló.
Cuando llegó Pontón y vio asomado á la ventana el
rostro de su predilecta con los ojos brotados de las ór-
bitas y un palmo de lengua afuera, creyó que era el dia·
blo quien le hacía gestos, corrió á la puerta del conven-
to de San Francisco donde esperó á que amaae:}iera,
hizo confesión general, y, á pocos días murió como re-
putado penitente.
En las elecciones de 1875 para Presidente de la
H.epública, un estudiante disparó su revolvera sobra
el General Santos Acosta en el jurado que se instaló
en el costado Sur del "Parque de Santander'': feliz-
mente se encabritó el caballo que montaba el Gooeral
y el noble bruto recibi6 el balazo.
Al atravesar dicha plaza D. Miguel Rodríguez, du-
rante las elecciones de 1879, recibió, por equivocación, un
balazo en el pecho que lo invalidó de por vida.
Por último, en el edificio del extinguido convento
do franciscanos está instalada la oficina médico-legal
domle se reconocen los cadáveree de los que mueren vio·
lentamente.

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-810-
Con lo expuesto creemos que basta el más exigente
quedará satisfecho: basta la estadística de sucesos des-
graciados ocorrídos en el ominoso sitio de San Francis-
co y sos alrededores, para demostrar nuestra tesis.

II

U na de las más bellas perspectivas que presenta la


Sabana de Bogotá, es el valle comprendido entre los
puentes de "El Común'' y de "Sopó" de Sur á Norte,
los contrafuertes del páramo de ''La Calera'' al Oriente,
y las colinas que forman el boquerón de Tabio al Occi-
dente, dividido por el perezoso río Fnnza de aguas cena-
gosas, que en sus crecientes inundan gran parte de las
fértiles dehesas que quedan á los lados de su lecho.
En la mitad del trayecto que conduce del puente de
"El Común" al de ' 1Sopó,'' tlespnés de pasar la hacien-
da de ''Yerba buena'', camino de por medio, se eLcuen·
tra al Ocoi:iente la encantadora heredad llamada "Hato
Grande,'' cuyo propietario al tiempo de la revolución
de Independencia fue el presbítero español :M artínez Bu-
jauda, desterrado en el afio de 1819 por la vía de los
Llanos, en donde se internó sin que se volviera á saber
más de él.
Asegurado el triunfo de Jos patriotas vino la consi·
goiente confiscación de bienes de los españoles, y con·
tándose entre estos "Hato Grande,'' fue adjndil•ndo al
General Francisco de Paula Santander en pago de sus

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haberes militares, después de diez años de servicios, á
cual más importante. De aquí tomó pie la maledicencia
para atribuir al General Santander la orden de deste·
rrar al Presbítero Bujanda con el fin de apropiarse di·
cba hacienda.
A la muerte del General Santander pasó la hacienda
de "Hato Grande " n ser propiedad de dos parientes
inmediatos suyos, los señores José Asunción y Antonio
María Silva, sujetos acaudalados, quienes la hubieron por
compra hecha á los herederos de dicho General, no como
un negocio lucrativo, sino más bien con el propósito de
que ese campo no saliera del poder de lu familia.
Andando el tiempo los señores Silvas hicieron cons-
truír la espléndida vivienda que hoy admiramos en la
mitad del llano, dominada por la abrupta serranía que
dn á su vista un efecto fantástico.
De maneras insinuantes é inteligencia cultivada,
vivían los dos hermanos en estrecha intimidad. DonAn-
tonio Maria recibió el título de doctor en cirugía y me-
dicina, profesiones que ejercía en casos excepcionales
para servir á determinados amigos, ó ñ. los menestero-
sos que imploraban sus auxilios; don José Asunción so
ocupaba en el comercio para tener un centro de tertulia
en su almacén situado frente al costado oriental del edi-
ficio de Santo Domingo, más bien que por las ganan-
cias qnt' pudiera reportarle la venta de mercancías, pues,
por lo común, se veía asediado de awigos que lo solicita·
han para gozar con las agudezas y anécdotas quo menu-
deaban en su conversación, y esto ahuyentaba á los com·
ptador••·

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Don José Asunción reconocía, por hijo, al ameno y
eastizo escritor Ricardo Silva, y don Antonio 1\1aria á
Guillermo, joven de porte aristocrático y atrayente
quien, en un arrebato inmotivado de ira, se despedazó el
cráneo con un tiro de pistola, en la antigua casa de "Ha-
to GrandE~," el veinticuatro de Diciembre de 1860, cuan.
do veraneaba en ella con la familia de su padre.
A la sazón se entenebrecía el horizon1e político,
basta r¡ne estalló ln tempestad de la guerra civil que
todo Jo conmovió.
Joaquín Suárer; FOt"toul, hermano de madre de los
señores Silvas, :le arrogante presencia y valor heróico
según lo aclamó en 1854, en ocasión solemne, el Gene-
ral Padro Alcántara Herrán, autoridad suma en asun-
tos de arrojo y serenidad en el peligro, se afilió franca-
mente á la bandera de la revolución, después de que
contribuyó á salvar la vida á varios de los presos que
fugaron del Colegio de N nestra Señora del Rosario en
la tarde del siete de Marzo de 1861. Todo sonreía '
Joaquín en el mundo: una encantadora mujer lo espe-
raba parn unir su suerte á la del brioso adalid, y coronar
á un tiempo de azahares y laurel las sienes de su pro~
metido.
Las huestes revolucionarias se aproximaban á la ca-
pital pnra librar el último combate que debía dar 6. lo&
federalistas la posesión del poder. El catorce de Julio
del mismo año de 1861, acampó el ejército que coman-
daba el General 1\fosquera en el onser{o de Chapinero,
y en un mismo vivac dormían entre otro•, Samuel Gue·

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-818-
rrero, Jefe del aguerrido escuadrón "Calaveras," y Joa-
quín Suárez. A la opaca claridad de la luna, vió éate qua
entró á la tolda una mariposa negr~ y se le posó á los
p1es.
-¡Y o no quiero morir ! exclamó Suórez sobresalta-
do, é hizo un movimiento brusco qae obligó á la mari-
po!a á le_vnntarc;e; pero esta descendió sobre Guerrero
que dormía.
Impresjonado Joaquín con aquel ligero incidente
que para muchos tiene la importancia de un augurio fu-
nesto, escribió la siguiente carta que revela el presenti-
miento de su muerte :

" Chapine·ro, 15 de Julio de 1861, á la& do8 y media


de la tarde.
" S.ñor D. Manuel Suárez Fortoul-Hondll.

"Mi querido Manuel :


'' En este momento en que te pongo estos renglo-
nes, principia la marcha del Ejército para Bogotá.
Quizá dentro de pocas horas habremos muerto muchos ;
pero si así sucediera, tendremos la satisfacción de ha-
ber cumplido con un deber sagrado y con una deuda
con traída con la Libertnd y la República •
................., ...... ......................................... .
"No tongo tiempo para más y mientras tengo el
incleciblo placer de abrazarte, me repito tn más afectísi-
mo hermano q a e te quiere.
" Joaqufn."

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-81t-
Los hechos posteriores dieron la razón en aquella
Tez á la creencia supersticiosa de que la persona á quien
toca uno de aquellos insectos, queda marcada con el há~
lito de la muerte.
Al dar Joaquín una carga brillante para restable-
cer el combate comprometido en las trincheras del alto
de San Diego, el diez y ocho del mismo mes y año, cayó
muerto instantáneamente por una bala que se penetró
en la masa cerebral por detrás de la oreja izquier-
da. Consumado el triunfo de las armas liberales, llegó
Samuel Guerrero á la bocacalle formada por la carrera
7.• y la calle 14: aquí, otra bala, disparada al acaso, le
rompió el cráneo.
Las mismas manos de la que había preparadl) coro-
nas para premiar el amor y el hero(smo de su novio
Joaquín Suárez, tejieron guirnaldas de inmortales y ye-
dra, empapadas en el llanto vertido por ojos que ya eran
sólo el reflejo de un corazón despedazado por cruel í si m o
desengaño I

III

Calmados un tanto los odios de partido después de


tres afios de lucha sangrienta, y reconstituido el país,
empezó á restablecerse la tranquilidad con la esperanza
fincada en la próxima Administración del docLor Manuel
Murillo Toro, quien ee esforzó por dar garantías á los

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-315-
vencidos hasta exponer su prestigio entre los exagera-
dos liberales.
Sin compromisos políticos con ninguno de los han·
dos militantes, á. pesar de su filiación liberal, los señores
Silvas creyeron que, en su condición de ciudadanos pa-
cíficos é inofensivos, podían volver á sus tareas cam-
pestres á que habían tornado afición, y pasar una tem-
porada en la hermosa casa de " Hato Grande,'' antes de
que entrara el invierno qne regularmente se presenta
en esta altiplanicie desde los primeros días de Abril.
Un hecho de suyo inocente vino á ser la causa prin-
cipal del crimen que sumió á Bogotá en gran conster-
nación.
Las exigencias de la guerra obligaron al General
Mosquera á decretar ]a emisión de billetes de Tesorería,
amortizables en el cuarenta por ciento del precio de la
sal, lo que estableció el comercio del artículo en gran-
de e:¡cala, con el objeto de explotar ese filón de las ex-
haustas arcas nacionales en provecho particular : de
aquí que ~e creyera por alguien, que un paseo de los
señores Silvas en esos días al pueblo de Sesquilé hubie-
se tenido por único móvil, colocar billetes en esta sali-
na hasta la concurrencia de tres mil pe3os, cuyo valor
en metálico se suponía qae aquellos guardaban en la
casa de ''Hato Grande.J'
Aún se hacían sentir los extragos que canaó en el
país Ja guerra civil de 1861 á 1863, no sien1o el menor
de éstos, algunas partidas de bandoleros formadas de in-
dividuos acostumbrados á vivir del merodeo y la violen-

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c1a cuando estuvieron enrolados en guerrillas aisladas,
sin sujeción ó. ningún cuerpo de ejército regular. Ya
habían sido víctimas de asaltos en altas horas de la no-
che varias haciendas, sin que bastara n contener el ma 1
el derecho de llevar armas consigo y mantener un arse-
nal en cada vivienda, porque ]ossaltendores también dis-r
~rutaban de igual derecho, y no existía policía rural ni
guardas campestres que velaran por la seguridad iudivi·
ual. Atenjidas las nnteriores consideraciones, los se-
fiares sn~as cometieron una grande imprudencia al per-
manecer en aquellos tiempos en un campo aislado, sin
medios eficaces de defensa en caso de un asalto.
Por el mismo tiempo tuvo aviso el Gobierno de quo
se proyectaba un ataque á mano armada para apoderar-
se de los caudales que, con el nombre de ce El entero de
Zipaquirá," traían en cada semana á la Tesorería Gene-
ral. Tomadas las precauciones convenientes se salvaron
los intereses de la Nación; pero á cc1mbio de otras vícti
mas escogidas por los bandoleros para injemnizane
del chasco sufrido con el golpe frustrado.
En In hacienda de ''llato Grande, se ocupaba en el
oficio de ordeñador Jorge Gordillo, conocido con el apodo
de Guayambuco, indio puro de pequeña estatura, mali-
cioso y taimado, con todas las apariencias de un infeliz
pobre de espíritu '1 humilde por añadidura; pero que
interiormente profesaba odio inextinguible á. la raza de
los conquistadores: sabía de memoria el siguiente c6·
digo indígena que traza la conducta que deben observar
los aborígenes americanos con los blancos:

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''Un indio estaba muriendo
Y n su hijo le aconsejaba
Haz de saber hijo mío
Que un bien con un mal se paga.

"Si fueres por un camino


Donde te dieren posada,
Róbate aunque sea el cuchillo
Y véte á la madrugada.
''Si ulgun blanco te mandare
Qua le ensilles el ca hallo,
Déjale la cincha floja
Y aunque se lo lleve el diablo.

"Estos consejos te doy


Por ser hijo de razón:
Si no lo hicieres así
Llevarás mi maldición.''

Gua.lJambuco fue el Judas empleado por el espíritu


del mal para inspirar el crimen de "Hato Grande.''
Los bandidos llegaron el siete de Abril de 1864
basta Torquit,1, y aquí supieron por su espín, el indio
Gordillo, que la presa codiciad" del "Entero'' llevaba ca-
mino de Bogot:l. por la vía de Tenjo, fLtern del alcance
de sus garras. Exasperados aqu6llos con el robo que les
hacía la suerte, regresaron á sus guaridas cerca de Sop6:
allá se les reunió Gordillo para indicarle~ otra excur-
sión.
-Los patrones Silvas, les dijo, trajeron trea mil

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-!18-
pesos de Sesquilé que yo ayudé á descargar y meter á
la casa, porque vine con ellos haciéndome el pegadizo.
Duermen casi solos, el mayordomo Cándido se queda en
su rancho, y apenas los acompañan unas criadas y dos
muchachos.
Aceptado el proyecto de Guayarn.buco, los bandidos
10 dirigieron el día doce del mismo mes IÍ la cima del
cerro que dominn la casa de "Hato Grande,'' se oculta-
ron entre la maleza y pedrejones, y se pusieron en atis-
ba á fin de orientarse para poner en acción el plan, que
no era otro que el de asaltar la casa en las primeras
horas de la noche y ganar tiempo para volver á sus ha-
bitaciones antes del amanecer. No so preocuparon de
los alimentos porque el indio los proveyó de buen fiam-
bre y licor comprados en la venta coreana con el dinero
que snministr6 el Jefe da la partida; en cuanto á los
fusiles y lanz11s que les sirvieron para la consumación
del delito, las tenían ocultas en el tamo de una éra de
trigo de donde las sacnron al cerrar la noche, repartiéo ·
dose cartuchos embalados y fulminantes.
Entre tanto permanecían tranquilos los habitantes
de la casa de "Hato Grande,'' sin sospechar que se ha-
llaban como la res inofensiva bajo el imperio de buitre3
alevosos y rapaces.
A la caída de la tarde del mismo día doce recogie-
ron el hato en las corralejas de la hacienda, faena que
presenciaban de ordinario los sefiores Silvas para dis·
traerse con el bullicio y animación que despierta en el
campo, la llegada en tropel de las vacas acariciando á

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sus crías, como si quisieran compensarlas por la forzada
separación nocturna, indispensable para ordeiiar á laa
madres con provecho, en la madrugada del día siguien·
te. Siempre nos ha llamado la atención el sentimiento
de la maternidad tan pronunciado en las vacas, y el afa·
noso cariño con que vigilan su prole dando impacientes
y lastimeros bramidos.
Terminados los labores campestres del día, volvie-
ron los sefioree Silvas á la caga cnando la luz orepus·
calar empezaba á ser reemplazada por la de la luna que
eaparce en la tierra ténue y melancólica claridad. Re-
costados en muelles divanes de la sala, departtan tranqai·
lamente los dos hermanos cuyos gustos é inclinaciones
guardaron siempre entre ellos la más completa armonía;
an sirviente los llam6 á las ocho al comedor con el fin
de servirles el té, terminado el cual encendi6 cada uno
su cigarro y reanudaron la conversación interrumpida
en la sala.
La casa señorial de "Hato Grande'' tiene la forma
de una crnz latina extendida de Oriente á Poniente: en
el extremo del brazo Norte quedaba el departamento de
D. Antonio :M:aría, y ea el del Sur el de D. José Aaun-
ción. El mastil de la cruz lo forman el vestíbulo, el sa-
lón y dos piezas laterales, comedor, dos piezas incomu-
nicadas entre sí con entradas por Jos corredores respec-
tivos, y la glorieta constrnída para solazarse con el es-
pléndido panorama que de aqui domina ]a vista, circun-
dada de amplias galerías, edificada en el centro de pa-
tios y una avenida al frente principal, todo encerrado

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entre paredes en cuyos tíngulos Noroeste y Sureste qne-
dan la caballeriza y la lechería respectivamente, y en el
centro la cocina: lu lechería se comunica con la mang&
que conduce á la corraleja situada al Sureste de la casa,
y más hacia el Sur se hallaba la casa sobre el camino,
donde vivía el mayordomo Cándido Rodríguez.
Apenas oscureció lo 1uficiet.te para no distinguirsa
los objetos á largt\ distancia, descendieron lentamente
los bandidos de la colina: serían lus ooho de In noche
cuando atravesaron el camino y entraron resueltamente
al potrero del frente de la casa de "Hato-grande,"
aproximándose á ésta en línea recta, saltando los valla-
dos y cercas que encontraron á su paso, hasta llegar al
patio que da al Norte, donde los vio el sirviente Plácido
Rodríguez, desde la cabal le riza.
La cuadrilla se esparció por las piezas y corredores
de Ja casa, hasta encontrar á los sefiores Silvas que sa.
Han del comedor con el fin de averiguar la causa de1
inusitado rumor ~ esas horas.
-¿ Qué quieren ustedes ? preguntó D. Antonio
María, dirigiéndose al grupo de hombres.
-Que nos den la casa para acampar la gente ar-
mada que viene con el Coronel Díaz, respondió ol que
parecía ser el jefe de la partida.
-Que venga el Coronel Díaz para hablar con él,
contestó D. José Asunción.
-Venga el Coronel Diaz, necesitamos la casa, in·
terrumpieron Jos bandidos.
-Nuestra casa no ea hospedería, replicó D. José
A1anci6n.

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-Dejémosela, dijo D. Antonio María á. sn herma·
no, porque comprendió eutre qué gente se hallaban, nl
mismo tiempo que la sirvienta Toma.sa Hodríguez le
advertía en voz baja: "mire mi amo que estos son la-
drones." Y, sin más argumentos inconducentes, los dos
hermanos Sd dirigieron por ua corredor al departamento
de D. Antonio l\Iuría, donde éste tornó una pis tu la; voL
vieron por el mismo corredor parn Rnlir al patio del lado
Sur, pasaron por la lechería ú la manga, atravesaron la
corrnleja, y se encaminuban, separados, por entre un po·
traro con dirección á la cnsa del mayordomo, puerto de
salvación en tan sapremús instantes, cuando fueron al-
canzados por los asesinos. D. José Asunción ibn detrás
de su hermano, caminaba atientas porque era miope, y
no llevaba sombrero. Las nubes que en osos momentos
velaban la claridad de la luna, abrieron amplia brecha
por la que apareció el gran luminar de la noche como si
quisiese presidir esa escenn de horror y foroz crueldad.
Alcanzado D. tlosé Asunción por los b.mdido~, reci-
bió un formidable golpe do maza con el tornillo prcdrero
de un fusil que le hundió la parte superior del crúnc,o y lo
postró en tierra sin conocimiento. Al sentir D. Antonio
.María que su hermano caín se volvió prestarle nuxilio: n
al efecto npuntó con In pistola nl pecho del forogido que
tenía inmec.linto; pero la maldita arma que sirvió en hora
no monos funestn para el suicidio de Guillermo, no dio
fuego .... 1
Entonces uno de los asesinos disparó su fusil sobre
D. Antonio :M aría, quien logró desvinr el armn, aunque
21

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no lo suficiente, pues el proy~ctil lo hirió en un lado de
la frente, y al mismo tiempo otro de los bandidos le dio
una lanzada en el costado derecho, que lo derribó.
Tendidas en la yerba las dos inermes víctimas, sir-
vieron de blanco n los miserables foragidos que se encar.
niznron golpeándolos con las culatas de loE~ fusiles y dán·
doles punzadas de lanza hasta que, viendo la inmovili·
dad en que yacia n 1JS dos hermanos, los creyeron muer-
tos, qnitllron á D. José Asunción el magnífico reloj que
usaba, con parte de la valiosa cadena de oro de que éste
pendía, después de lo cual los asesiuos volvieron á. la
casa de la hacienda, amenazaron :l. los aterrados sirvien.
tes pnra que les dijeran en qué parte guardaban el dinero
los señores Silv~•s, descerrajaron puerta:l, rompieron mue-
bles y forzaron cerradoras sin ~ncontrar lo que boacaban,
rob:tron nnos quesos y algunas prendas de ropa de poco
valor, y regresaron á sus guaridas sin que nadie se atre-
viera á seguirlos ni los conociera.
El concertado Plácido Rodríguez intentó ir en auxi-
lio de los sef\ores Silvas; pero al vor que los bandidos
volvían sobre él, so ocultó debajo de un puente que sirve
para pasar de un potrero á otro. Sólo la sirvienta Car.
ruen Osario tuvo valor suficiente para ir á dar aviso al
mayordomo Cándido Rodríguez, que pernoctaba en su
casa. Este fue inmediatamente en busc11 de sus señores t
y, á poco trecho halló de pie á D. Antonio María quien
al reconocerlo le dijo que estaba mul herido, dirigiéndose
por HB pio~, apoyado on el 111nyorJomo hasta llegnr n la
h:lbitación do é.5lc, donde :-e nrrojó sobre unu barbncoa

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agobiado por el dolor de sus heridas; más al advertir que
D. José Asunción no estaba allí, ordenó á Cándido que
fuera á buscarlo, porque temía que Jo hubiesen asesinado.
El fiel servidor volvió en busca de D. José Asun-
ción, á quien halló recostado sobre un barranco, entre el
pantano. Al ver éste á Cándido, lo elijo con voz apenas
comprensible: '' me han asesinado "; hizo un esfuerzo
para levantarse y caminar; pero apenas logró dar algu-
nos pasos vacilantes, visto lo éaal por el mayordomo, lo
condujo alzado hasta su casa para reunirlo con el otro
hermano herido.
Allí, entregados á su propi11 suerte, sin recursos
médicos ni ministro del Altísimo que les prestara los
auxilios que reqneria su desesperada situación, permane-
cieron los dos hermanos confortándose mútuamente, tor-
turados por insufribles dolores en aquella noche de inter-
minable angastia y sobresalto.
La aurora del día. trece puso de manifiesto á D. An-
tonio María el estado lastimoso á que estaba reducido eu
hermano predilecto, á quien yn atormentaba al estertor de
prolongada agonía qne termin6 á las ocho de la mañana.
Aquella fue la suerte que cupo á dos caballeros de
lo más distinguido que tuvo nuestra sociedad, quienes
durante su vida hicieron bien á sus semejante! con e¡
caudal que les proporcionó una asidua é inteligente la-
bor. ¡ Quién hubiera creído que después de disfrutar D.
José Asunoión de tanta opulencia, muriese por In fuerza
d e horrible atentado, como el más pobre de los hombres!
Conducidos n Bogotá loe sefiores Silvas, ae le bi-

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ciaron 11untuosos funerales ú D. José Asunción, ante
numeroso concurso sobrecogido de indignación y espan-
to, con la vista. del cacláver horriblemente desfigurado.
El reconocimiento médico legal de la~ sabios pro-
fesores Jorge Vargas y Antonio Vargas Reyes, dará idea
ú nuestros lectores de ia sevicia ejercitada por los bandi-
dos en sus inermes víctimas.
" El cadáver del señor José Asunción Silva tiene
diez y siete heridas en el cráneo, cau3adas unas por ins-
trumento punzante, otras con instrumento cortante y la
mayor part~ con instrumento contundente. Las causa-
das con instrumento cortante limitaron su acción ú. la piel
y pericráneo dejando al rJescubie rto los huesos; una de
las punzantea es penetrantd sobre la rdgión temporal iz-
quierda, atravesó el hueso y penetró en el cerebro, y de
las contundentes que fueron probablemente ejecutadas
con la culata de los fusiles, pues eran sumamente irre·
guiares, fracturaron en tres ó cuatro puntos los huesos
del cráneo y las esquirlas penetraron en la substancia
cerebral, pues aplicado el dedo indicador, se hundía
en la masa encefálica.
''También tiene el señor Asunción Silva, fractura.
das lns falanges de los dedos de la mano izquierda.
"En opinión cte los t\Xponentes, las heridas causa-
ron la muerte de dicho señor Silva, ya por la violenta
conmoción que sufrió el cerebro, como por el magulla-
miento ó contusión que é3te órgano pldeció por la frac·
tura y hundimiento de los huesos del cráneo, y por la
compresión causada por el derrame.

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"Una sola de dichas causas es más que soficiellte
para suspender In vida, y, con mucha más razón, todas
tres reunidas, sobre un órgano cuya textura es sumamente
delicada, centro y asiento de la'i más noble3 y bellas fa·
cuitadas del hombre, punto céntrico de todas las deter-
minaciones de la vida. ~
ce Las heridas del señor Antonio María Silva, son
causadas con instrumento punzante y cortante á la vez,
y la mayor parte con instrumento contundente: la pun-
zante y cortante fue ejecutada seguramente con una
lanza y está situada sobre la región lumbar derecha, pe-
netró como tres pulgadas con cuatro de extensión, sin
dar muestra de haber interesado algún órgano importan~
te. Las contundentes existen todas en In cabeza, dos de
ellas son ligeras contusiones cnusadas con proyectiles Jan·
zados por la pólvora, una en la nariz y otra sobre la re-
gión frontal izquierda; tres de las contundentes son
también cau8adas con la culata ele los fusiles por su irre-
gularidad, y todas ellas están situadas sobre lo~ parie-
ta.les ; una de ellas da entrada al estilete hasta el cráneo.
1
' Estas violentas contusiones han debido conmover
fuertemente el cerebro, y así, por esta causa como por-
que puede haber nna fractllra pot· contragolpe que más
tarde desarrolle síntomas mot·tales, se abstienen los es-
ponentes de dar un concepto decisivo sobro la naturale-
za de est.as heridas. D. Antonio :1\>laría ha tenido en el
cráneo un punto sumamente sensible oerca de la apó-
fisis mastoidea, fuerte equimosis subconjuntival del gló-
bulo ocular izquierdo, epistaoioues de nariz y otros sín-

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-326-
tómas de que pueda existir en el cráneo una fisura ó
fractura que dé margen con el tiempo á una i n:flarna-
ción nguda en el cerebro que cause una muerte rápida,
ó una inflamación crónica que determine la parálisis su-
cesiva y con ella la muerte."
Restablecido D. Antonio María de sus heridas,
abandonó patria y amigos para radicarse en París, lle-
vando consigo la dolorosa impresión de que en Uolombia
estaba por resolverse aún el problema de la seguridad per-
sonal. En aquella metrópuli murió en el año de 1884
después de que distribuyó su caudal entre sus parientes,
é hizo algunas mandas generosas á familias pobres; pero
mientras sobrevivió al ataque de quo fue víctima, quedó
sujeto IÍ. sobreexcitaciones nerviosas que le extraviaban
el sentido al recordar el triste fin de D. José Asunción,
con quien hubiera querido morir ya que no pudo sal vario.
Olvidábamos decir que los señores Silvas habían
hecho construir en el extremo Occidental de la casa de
"Hato Grande'' una glorieta, para subir á la cual era
preciso hacerlo por una escalera estrecha de c.lracol, de
muy fácil defensa, en previsión de un asalto á la casa,
circunstancia que no pudieron aprovechar las víctima~. Así
suele el hombre proveer inútilmente 6. su seguridad.
Vanas fueron por entonces las más activas diligen-
cias de la justicia y de la familia Suárez para descubrir
los autores de tnn cobarde como brutal atentado, lo 'lUO
dio pie á las gentes ociosas y suspicaces para inventar la
fábula de que el crimen de "Hato Grande'' sólo había
tenido por objeto vengar el honor de una mujer, suposi-
ción desnuda de fundamento.

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- 327-
No fue entonces la vez primera, ni será la última,
por desgracia, en que se cambien los sentimientos de
aversión que inspira un asesino por los de simpatía, lle-
gándose á veces hasta vilipendiar la memoria de la víc-
tima por el delito de haber muerto ....•• Podríamos citar
otros .ejemplos ; pero nos abstenemos de ello porque •o·
rnos adversos á suscitar polémicas inconducentes.

IV
Cinco años después de cumplidos los acontecimien-
tos que dejamos relatados, precisamente en el mes de
Abril de 1869, jugaban varios gañanes al bolo en el pa-
tio de una venta cercana al pueblo de Guasca : uno de
ellos ganó y el perdidoso negó la partida. De aqu( sur-
gió rudo altercado con tendencia á degenerar en riña,
cuando el que se creía ganancioso dijo con marcada in-
solencia ásu contrario :
-"Aquí no estamos en la casa de los Silvas para
que no pagues lo que debes.''
Palabras que revelaron todo el misterio que hasta
entonces velaba el crimen de "Hato Grande."
Una persona que las oyó dió parte del suceso al
Gobernador do Cundinamarca, D. Luis Bernal, quien,
con laudable actividad hizo levantar el correspondiente
sumario, y de éste resultó comprobado que Raimundo
y Florentino Avellanedn, Eufrasia y Trinidad Casas,
Juan GalvisJ Joaquín Pachaco y Jorge Gordillo (gua.

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-828-
yambuco), capitaneados por Pantaleón Sáenz, miem~
bros de la renombrada guerri tia de Guasca, eran los
responsables de asesinato, heridas y robo en cuadrilla,
llevados á cabo en la hacienda de "H·tto Grande'' en la
noche del doce de Abril de 1864 con el máximum de
las circunstancias agravan tes q!le fija el Có:ligo Penal.
Todos ellos eran mozos robustos, de atlética constitución,
nari1. achatada, pómulos saHentes, frente estrecha y cráneo
levantado, con los demás rasgos característicos de los ase-
sinos vulgares cuyo símil se encuentra en las hienas y
chacales que matan por instinto de destrucción.
Los Avellanedas y lo~ Casas confesaron sus delitos
dando señ:lles de arrepentimiento; Sáenz, se abroqueló
en contumáz negativa.
-¿ Sabe usted por qué está preso? interpeló el
señor Bernal á uno de los Avellaneda.
-1 Dios I I Dios 1 ¡ Dios ! esto tiene que t;er por el
asesinato de los Silvas, contestó aquél y prorrumpió en
copioso llanto.
Al preguntar el Gobernador al otro hermano Avella-
neda qué parte había tomauo en el ataque á los señorea
Silvas, le contestó con la mayor ingenuidad y estúpida
.!encillez.
-''Yo no hice más que darle en la cabeza D. n
José Asunción con el torniltito pedrero del fusil, y cuan-
do lo ví caído, le quité el reloj con un pedazo de cadena
que se vino prendicin."
La lenidad de los costigos que se imponían enton-
oes aun por los delitos más ntroces, hizo que In reso-

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-329-
lución del Jurado, compuesto de los respetables caballeros
Santiago Pérez, Manuel María Pado, Alberto Angel,
Bartolomé Gutiérrez y José Joaquín Borda, quedara re-
ducida á condenar á Sáenz, los Avellanedas y los Casas á
diez años de presidio, cuyo término acortaron los reos
porque observaron buena conducta en el Panóptico.
Por lo que hace al indio Gordillo ( Gu,ayam,buco), á
Gálviz y Pachaco, la justicia no dio con ellos: es posible
que emigraran ó murieran, porque no se volvió á oír
hablar del destino que les reservaran sus crímenes.

Como epílogo de los sucesos que dejamos referidos,


añadiremos la descripción del fin trágico del siempre
llorado José-Asundón Silva. nieto de D. José Asunción.
Si hubo una personali•l ad que pudiera jactarse de
los favores de la suerte, fue sin disputa el infortunado
joven Silva, dotado de excepcional b~!leza, modales sua-
vísimos, talento despejado é inspiración galana que pro-
metía hacerlo descollar como astro 1ominoso del Par na•
so Colombiano. Educado con esmero, se acostumbró
desde niño al goce de la más refinada elegancia, y á vi-
vir en un ambiente de príncipe arrentado, cuyas dxigen-
cias satisfacía con esfuerzo sobrehumano que no fue
siempre coronado por el buen éxito.
Con In experiencia que d¡m los años, hemos hecho
la observación de lo difícil que es predecir el suicidio
de alguien con probabilidades de acierto : el triste fin
de José Asunción nos confirma en esta creenoiu.

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Entre las diferentes producciones que en variados
géneros dejó aquel privilegiado ingenio, se cuenta la
que reproducimos á continuación; no como joya literaria,
pues es de las más tempranas é imperfectas, sino como
prueba de nuestro aserto :

Á UN PESIMISTA

"Hay demasiada aombra en tas viaiones,


Algo tiene de plácido la vida,
No todo en la existencia es una herida
Donde brote la sangre á borbotoned.

"La lucha pone sombras, las pasiones


Agoniztlntes, la ternura huída,
Todo lo amado que al pasar se olvida,
Es fuente de angustiosas decepciones.

"Pero ¿por qué dudar, si amor ofrecen


En el remoto porvenir oscuro
Calmar hondos y vívidos cariños
La ternura profunda, el beso puro
Y manos de mujer, que amantes mecen
Las cunas sonrosadas de los nii'ios ? "

¿Quién que se haya recreado con el designio moral y


paciente del anterior &oneto pudiera figurarse que su autor
se suicid&ría, y mucho menos si toma en cuenta In suavi-
dad de carácter que siempre distinguió á José Asunción?
Y sin embargo, lt juzgar por los ültimos actos de lll
vida del desgraciado joven, su muerte fae un hecho


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-3Sl-
fríamente premeditado, según se colige de la consulta
que hito dos días antes del fatal momento al doctor
Juan Evangelista Manrique sobre una supuesta enferme•
dad al corazón, logrando que el distinguido médico le
delineara en la camisa de mallas de seda que usaba, la
forma precisa de este órgano sobre el cual estudió la
manera más expedita para desembarazarse de la vida.
Acarició esta funesta idea, engolfándose en la lectura de
"El Triunfo de la Muerte" de D' Anunzio, libro que 1e
encontró sobre el velador inmediato á su lecho.
El sábado veintitrés de Mayo de 1896 era día de
recibo en la casa de José Asunción que vivía con su
distinguida madre y la encantadora hermana que le que·
daba, de quienes era el único apoyo. Recibió ú los in-
vitados con las muestras de atención que se estilan en-
tre las gentes de gran mando ; al tiempo de tomar el té
á las diez de la noche, observó que había trece perso-
nas sentadas á la mesa, cuya cuenta hizo en lo~ dedos
de las manos, y con el fin de neutralizar la mala impre-
sión que suele caus&r esta circunstancia, se apartó á un
lado, manifestándose tan complaciente y amable como
pocas veces lo habían visto.
A las once se retiraron las personas extraflas de la
casa, y José Asunción se despidió de su madre y de su
hermana con el beso de costumbre ; pero antes lo invitó
uno de sus comensales para almorzar al día siguiente,
convite que eludió Silva con el pretexto de su salud que-
brantada, atladiendo algunas frases de sentido misterio-
lo que el amigo interpretó como un arranque de despe~

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-332-
cho, por lo que le dijo en tono de reconvención : "Si
así sigues no me sorprenderá que te des un balazo el
día menos pensado.''
-¿Quién, . .. yo? interrumpió aquél con p1 esteza :
sería curioso que yo me matara 1 añadió sonriendo.
Al verse sólo Silva, entró á su pieza de habitación,
ajustó la puerta, se desnudó para volverse á vestir con
nna camisa de seda, pantalones de casimir y botas de
charol, se arregló el peinado y la barba, se tendió en el
lecho arropándose con esmero y echándose encima un
edred6n forrado en seda azul, extinguió la luz dejando
abierto el reloj sobre la mesa de noche, acomodó el cuer-
po en la posición que le parecía más á propósito,-proba-
blemente olvidó en aquel momento de supremo egoís-
mo á los seres queridos que dejaba en el mundo sumidos
en inconsolable desesperación,-y se disparó con la pisto-
la cuyo proyectil le atravesó el corazón ......
Al entrar á la mañana siguiente al cuarto de José
Asnnción para presentarle el desayuno, la anciana sir-
vienta que lo había visto nacer, dÓlo halló un cadáver
rígido en cuya fisonomía dEljó la muerte impresa ex-
presión de tranquila placidez.
Hé aquí cómo refiere este trágico acontecimiento la
nítida pluma de don Roberto Suárez:
''U na triste mañana de 1\fayo 3e extremeció Bo·
gotá de pavura al saber que estaba inerte, por propia
voluntad tan prometedora inteligencia La suspicacia
quiso en Yano buscar motivos inmediatos, y al fin las al-
mas buena&, que nunca se equivocan, encontraron la cla-

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-333-
ve del enigma en las impaciencias con que se labra un
árido terreno, en cierta incongruencia entre aspiraciones
elevadas y románticas con la prosa de la vida de afán
diario y avaro en resultados ; en la neurosis fin de siglo
que en natuialezas impresionables hace tántas víctimas
y produce túntos dolores y ocasiona tan vagas como
atormentadoras inquietudes. Causas todas nimias para
espíritus fuertes y serenos ; graves y profundas para
almas heridas y enfermizas. Motivos indefinibles, im-
palpables para muchos; comprendidos y sentidos tal vez,
por otros que han vencido en la lucha. Pero el drama
era ta..!' terrible, despertaba tánta admiración su brillante
inteligencia, tánta ternura su edad y au destino, que las
almas benévolas arrojaron un velo de perdón sobre el
fatal momento de olvido, y las flores y las lágrimas ca-
yeron á raudales sobre la tumba del poeta."
Diego U ribe, el bardo á quien inspira desde el cielo
su angelical Margarita, cantó á su infortunado amigo
estas estrofas:

Sofió mucho el poeta, quizá amó poco.


Y sin amor la senda qué oseara y larga 1
Y de anhelos extraños en rapto loco,
Del camino á la orilla, botó la carga

Inspirado poeta de lira de oro,


N o hecho para la dura, batalla recia,
Que al escachar su plectro dulce y sonoro
Reconociera un hijo la antigua Grecia.

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Por amor á la Forma, su sér se abrasa,


Y el dardo de la vida, que recio hiere
A aquel que por el mundo, cantando pasa,
Eterno enamorado de lo que muere.

Atl.n vibran, en los labios, las notas bellas:


De la abuela que canta junto a una cuna;
De los diálogos hondos con las estrellas,
Y de las apacibles noches de luna;

Aún vibran las historias de tiempos idos,


Con desfile de golas y de espadines,
Y el eco de nocturnos sones perdidos
De orquestas d6 guitarras y de violines.

Soñó mucho el poeta, quizá amó poco;


Y sin amor la senda qué oscura y larga 1
Y de anhelos extraños en rapto loco,
Del camino á la orilla, botó la carga.

Piedad para el cansado de la jornada,


Flores para el sepulcro del noble amigo,
Laurel para el poeta, de la inspirada
Lira, que halló en la tumba callado abrigo.

¡ Qué no diéramos porque de las coronas de violeta


y siemprevivas que el carifio deposita en la solitaria
fosa de José :Asunción Silva, surgiera la cruz como
emblema del perdón de ultratumba t

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EPISODIOS SANGRIENTOS

A GUERRA civil ha sido en Sur América


azote que ha atormentado á las diversas
nacionalidades que se formaron, después
del heroico esfuerzo, para coneeguir su
independencia de la Metrópoli. N o faltan estadis-
tas notables que han llegado á sostener que so..
m os incapaces para establecer gobierno serio;
pero qué mucho, si el mismo Libertador y Fun-
dador de cinco repúblicas pronunció, en un momento
de dolorosa desilusión, el fatídico fallo de que " la
América es ingobernable.''
Los que hemos nacido y vivido en medio de revo-
luciones, con la certidumbre de que moriremos en el
mismo estado de inq nietud, si Dios no lo remedia, po-
demos darnos razón, con más exactitud, de los males sin
cuento que han acarreado al país las cuestiones políticas
dirimidas en guerras fratricidas en que no escarmenta·

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.._ 836-
mo!. Todos comprenden y confiesan que, vale más un
mal gobierno que la mejor revolución; que la guerra
nada compone, y antes bien, corrompe la sociedad; ve-
mos el olvido de los que se sacrificaron en aras de la
causa que los llevó ó. la mis~ria ó á la muerte; palpamos
el desamparo de las viudas y huérfanoa que dejan los
héroes del momento; pero cerramos los ojos n la eviden-
cia de los hechos y abrimos de par en par las puertas á
las pasiones que mantenemos latentes dentro de nosotros
mismos, para que salgan á dar frutos de sangre y exter-
minio. Y, cosa rara J Pensamos mucho antes de em-
prender una buena obra; trepidamos cuando se trata de
llevar á término las empresaa que pudieran redimirno11
el~ la miseria, como la construcción de ferrocarriles y
caminos; nos reconocemos impotente!J para acometAr de
lleno el mejoramiento de la agricultura, que es nuestro
seguro porvenir; pero nos lanzamos á la guerra civil
con pasmosa imprevisión. Empezamos por escribir pre-
conizando la paz; seguimos dando consejos, aun cuar:do
no nos los pidan, y nos ofendemos porque no hacen caso
de nuestras indicaciones ó exigencias; hacemos oposición
á los miembros del Ministerio porque nos enturbian las
aguas que bebemos más arriba; desprestigiarnos al Go-
bierno presentándolo ante las masas como un dragón
digno de exterminio; la polémica degenera en disputa
personal, y cuando la revolución está madura para re-
ventar, pregonamos la guerra como sup1·ema lea; y pa-
nacea que todo lo cura.
Lo corriente sería que los azuzadores del conflicto

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-337-
aalieran á correr los riesgos de la campafia; pero p(Jr lo
regular éstos se quedan escondidos en los zaquizamíes ó
se constituyen en comités, juntas dire'Jtivas ó directorio8
para ver los toros de lejos. Si triunfa la revolución se
proclaman vencedores y se imponen á los Jefes milita-
tares, y si éstos son los derrotados, se convierten en l'ro-
fetas ex-post facto y resultan más gobiernistas que el
mismo gobierno que querían derrocar.
El día en que se establezca la costumbre de que la
pelea se dirima eutre los inmediatamente interesados, y
de que el inicuo reclutamiento no recaiga sobre los infe-
lices labriegos sino entre los cabnlleros, se acabarán las
revoluciones entre nosotros, porque todoa tendremos
bnen cuidado de no alborotar el avispero que puede devo-
rarnos.
Desatada la tormenta damos principio á la infernal
tare'l de enardecer los ánimos hasta el delirio; atribuí·
mos al enemigo todos los crímenes y atro ~idades posi-
bles, y, si llega el caso de celebrar un triunfo, pírrico las
más de las veces, saboreamos con deleite las torturas y
angustias que laceran el nlma de las afiigh.la3 familias
por la muerte del padre, del esposo ó del hijo, sin que
éstas hayan tenido ni aun el tri~to consuelo de darles
decorosa sepultun,.
Pero si no podernos negar qne en nuestras luchas
fratricidas hemos presenciado escenas deplorables, en
cnmbio tenemos el triste consuelo d~ que Uolombia e~ el
país de América donde menos se ha extremado la cruel·
dad y la ejecución de hechos atroces ó bochornosos. En
22

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-338-
efecto, aquf no se toleró el bandolerismo que en México
llegó á ser apoyo del Gobierno; no ha habido un Presi-
dente que mande asesinar al Congreso en plena sesión,
como lo hizo el General José Tadeo Mona gas en Cara·
cas el afio dA 1849 ; no hemos presenciado el escándalo
de ver á un Arzobispo envenenado en el eáliz de consa.
grar, un Viet·nes Santo, como sucedió en Quito; no tene-
mos qué ruborizarnos de los a~tos de canibalismo llevados
á término por el populacho de Lima que dio muerte, col-
gó en horrible desnudez de la torre de la Catedral, quemó,
comió y arrojó al viento las cenizas de los hermanos
Gntiérrez, para vengar el cobarde asesinato del Presi-
dente Balta, ordenado por uno de éstos; no ha nacido
en nuestro suelo un Plácido Yáñez, quien simuló una
conspiración en la Capital de Bolivia, con el fin prodi-
torio de aprisionar á sus contendores políticos y asesi-
nar á más de sesenta ciudadanos en altas horas de la
noche, en las cárceles y en la plaza principal donde los
hizo cazar como si fueran ciervos, sin dar oídos á los
clamores de las víctimas que imploraban misericordia 1
N o hemos tenido un monstruo como el Gaucho argenti·
no Rosas, que condenaba á muerte al que usara unida la
barba; ni un doctor Francia del Paraguay, que hizo re-
cordar las meditadas crueldades del Bajo Imperio.
No mencionamos las atrocidades y escándalos oró .
nicos de las Repúblictts de Centro América, Santo Do-
mingo y Haití, porque tendríamos que llenar estas pá.
ginas con repugnantes relaciones de crímenes políticos.

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Desde el mes de Enero de 1861 empezó el Gobier-
no de la Confederación á movilizar el ejército que debía
oponerse á la invasión creciente del ejército revolucio-
nario que, á órdenes del General Mosquera, ocupaba
la ciudad de Ambj¡lema. A juzgar por el número de
soldados de la legitimidad y el armamento de que dis-
ponía, las probabilidades de triunfo estaban á favor de
éstos; pero preciso es confesar que la unidad de acción
de los Jefes del Gobierno dejaba mucho que desear.
Se presentaba ya el problema de la persona que
debía reemplazar al Presidente Ospina, pues el treinta
y uno de Marzo del mismo afio, terminaba el período
para el cual había sido elegido, y no estaba nombrado el
sucesor constitucional. Es cierto que el señor Bartolomé
Calvo, Procurador general de la Nación, se creía con de-
recho á encargarse del Poder Ejecutiv~, del primero de
Abril en adelante; pero también lo es que la conducta
del sefior Calvo obedecía más al patriótico deseo de
servir á la causa de sus convicciones que á la ambición
de desempeñar las delicadas y peligrosas funciones de
Jefe del Estado, cuya autoridad era dispuhda en tales
circunstancias hasta por muchos de sus partidarios: no
tomamos en cuenta la opinión de los liberales á este
respecto, porque la inconstitacionalidad de la suc~sión
del Procurador de la Nación para encargarse de la Presi ..
denoia de la República, la consideraban como cosa evi-
dente.
El Gobierno guardaba en la antigua cárcel deBo.
gotá.los prisioneros que había_tomado en diferentes acoio.

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-340-
oes da armas desde el ai1o de 1860, entre quienes se con-
taban el Presidente de Santander, doctor Antonio Ma-
ría Pradilla, Joq doctores Eustorgio Salgar, Luis Bernal,
Aquileo Parra, Felipe y Dámaso Z!\pata y demás perso·
nal del Gobierno derribado por consecuencia de la vic·
toril\ de las armns nacionales en el campo de "El Ora-
torio.'' Y como en la época á que nos referimos no te-
nía el Gobierno otros cuarteles que el de Húsares, al
frente de la. torre de San Francisco, y el de Artillería,
en el mismo sitio en que hoy existe, tuvo que ocupar
los edificios públicos de alguna capacidad para acuarte.
lnr el numeroso ejército que debía concentrarse en la ca-
pital para atender á donde fuera necesario.
Pero la prolongación de la guerra dio lugar á que
el Gobierno tomara rneditlas tle rigor, y á que encarce-
lara 1\ los individuos que creía sospechas, para lo cual
ocupó el edificio del Uolegio Mayor de Nuestra Señora
uel Rosario, donde aglomeró dosciP;nt03 sesenta presos
tle diferentes condiciones sociales, y los prisioneros de
guerra tomados ú ltl:J guerrillas que se ha. bian pronun-
ciado en los E::,tados de Santander, Boyacá y Cundina·
marca, casi todos hombres de acción y de reconocida
importancia política.
El ejército ue la Confederación se aproximó al río
Magdalena é intentó pasarlo al frente de las tropas ene-
migas, dejando una Divi::ióu cerca de La Barrigona, al
mando del General Pedro Gutiérrez Lee; eutonces el
General Mosquera simuló un combate como para de-
fender el paao del río, mientras que el grueso de sus

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:-atl-
fuerzas pasaron á Cundinamarca y cayeron sobre las de
Gntiérrez Lee cuando menos lo pensaba. La noticia de
las peripecias de la campaña llegaron á Bogotá con la
exageración que se usa en tales casos, produciendo irri·
tación en los unos y regocijo en los otros; pero era
claro que las esperanr.as que abrigaban los partidarios de
la legitimidad, respecto de un triunfo rápido y completo
sobre los revvlucionnrios, estaba muy lejos de reali-
zarse.
En Bogotá quedó una guarnición de ochocientos
hombres mús ó menos, y la Compañía de la Unión com-
puesta de jóvenes conservadores de las primeras familias
del país, al mando del caballero José María Quijano Ote-
ro. La ciudad parecía tranquila y excepción hecha de la
ansiedad con que se vivía por la azarosa situación de gue.
rra, nada indicaba que estuviésemos en momentos de
presenciar ningún acontecimiento extraordinario.
A las dos de la tarde del siete da Marzo de 1861 cir-
culó en la ciudad la alarmante noticia de la fuga de los
presos, y momentos después se oía el sonido estridente
de las cor[letas que tocaban generala ea Jos diferentes
cuarteles y en las bocacalles iamediatas á éstos; por
las calles corría azorada la gente, las puertas y venta-
nas de lns casas se cerraban con estrépito, las mujeres
lloraban de terror, los exagerados en opioiorues políticas
grit-tbnn: traición! traición! y no faltó qui~u dijert4 que
l\losquera se ht~bi·x tomct,io á Bogotá par retrzguardia.
Por desgracia para todos, ln noticia de la fuga de
los presos era cierta.

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Loa presos que el Gobierno tenía encerrados en el
edificio del Colegio de Nuestra Señora del Rosario, con
excepción de unos pocos que no pudieron ó no quisieron
secundar el proyecto de evasión, salieron en tropel, des-
pués de apoderarse de las carabinas que usaban los sol-
dados reclutas que los custvdiaban, quienes no opusie·
ron resistencie, y antes bien pareció como si estuviesen
de acuardo en la fuga de aquéllos, menos el portero
Manuel que trató de hacer respetar su puesto y reci-
bió un golpe mortal en la cabeza.
Una vez en la calle, los fugitivos tomaron hacia el
Oriente basta la esquina formada por la carrera 5.11 y la
l;alle 14, cruzaron por la carrera 5.0., para subir á la
"Agua Nueva" por la antigua calle de los" Chorros del
Rodadero,'' hoy calle 13, que era el trayecto más corto
para llegar al cerro, porque donde termina la calle 14,
arriba del Colegio citado, no hay paso para subir y en
aquel tiempo aún no estaba construido el "Puel!te de
Santander.''
Los gritos de ¡Viva la República 1 1Viva el Gene-
ral Mosquera 1 1Viva la libertad 1que daban los fugitivos,
sirvieron para llamar la atención de las gentes que vi-
vían ó se encontraban por esos lados. Asi llegaron aque-
llos sin contratiempo hasta la vereda por donde se sobe
á la. "Agua Nueva,'' de la fuente del " Padre Queve-
do;' IÍ la. calzada, dospués de pasar la cuesta donde se
presentó poco ha el derrumbamiento del acueducto Ya
parecía que la evasión tendría buen éxito á pesar de la
lentitud con que huían algunos de los fugitivos, moti-

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-343-
vada por el entumecimiento que produce la prolongada
prisión, máxime dospués de soportar grillos que
impiden el movimiento, cuando éstos se encontraron ro·
deados por fuerzas de infantería y de caballería que
rompieron los fuegos sobre todos ellos. Los que cogie-
ron carabinas de la guardia al salir del Colegio, contes-
taron algunos disparos; pero bien fuera por falta de
municiones, como se dijo entonces, ó por superioridad
de la fuerza que los perseguía, el hecho fue que los fu·
gitivos no pensaron más en disputar su libertad y qae
gritaron á los que les hacían fuego, que no los mataran
porque estaban rendidos.
Pero ya los agresores no escuchaban la voz de los
vencidos. Estos corrían en todas direcciones pidiendo
cuartel; más sus perseguidores sólo oían los sentimientos
del odio do partido que en aquellos momentos los do·
minaba.
El ruido de los disparos, los toques de corneta y
Jos gritos do las víctimas, se oían distintamente en la
población, torturando á los moradores que veían aquella
escena sangrienta.
Apenas se impuso el caritativo y bondadoso Arzo- ·
hispo Herrán de lo que pasaba en el cerro, se apresuró á
trasladarse al lugar del conflicto, acompañado del Ge-
neral Pedro A. Herrán, uel Coronel Antonio R. d~ Nar.
vnez, y de los señores Ricardo Carrasqnilla y Joaquín
Suúrez Fortoul, en medio de los gritos y desesperación
de las mujeres aterradas por la horrible matanza que
estaban presenciando.

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Al distinguir algunos presos al abnegado Arzobis-
po, se abalanzaron hacia él pidiendo amparo, formando en
rededor del Prelado una masa confusa de hombres po-
seídos de terror, desgarrados los vestidos y chorreando
sangre por las heridas recibidas. El amoroso Pastor los
recibió con los brazos abiertos en ademán de darles
protección y conjurando á los que los perseguián; pero
éstos, lejos de contenerse, hirieron á varios, casi encima
del señor Herrán, á quien vilipendiaron con impías
blasfemias, sin tener en cuenta el respeto que se debía a 1
Jefe de la Iglesia granadina y á la misión de paz que
desempefíaba!
Igual tratamiento recibieron loa valerosos caballe-
ros que acompañaban al señor Herrán, además del cali-
ficativo de traidores y pasados con que los apostrofaron,
porque lograron impedir algunas desgracias. Sin la llega-
da de la '' Compafíía de la U oión," que puso término á
tan crueles escenas, habría sido mayor el número de las
víctimas. El señor Herrán volvió á su palacio con los
vestidos manchados de sangre.
Siete muertos y treinta y ocho heridos, de los cua-
les murieron algunos, fue el resultado de In ACCIÓN DE
ARMAS, como la calificó uno de los principales corifeos
de aquel drama de sangre. De parte de los agresores
result:\ron dos muertos y un herido; pero excepción he-
cha del portero d t} la c:írcel, lo probable es que estos da-
ños lo3 ocnsionnron entre si los mismos agresores, por-
que disparnban sin fijar.3o on los co mpañero:~ que lonían
al frente persiguiendo á los fugitivos.

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El joven Felipe Pérez Rubio fue uno de loa que hu-
yeron. Estaba preso porq ne el Alcalde de Villeta lo ha-
bía remitido para Bogotá como sospechoso, aunque no
tenía compromisos políticos de ninguna clase: al ver
In persecución tÍ muerte que se les hacía, se entregó pri-
eionero á uno de los perseguidores. Un balazo á boca de
jarro que le fracturó la mandíbula inferior fue la acogidB
que le dio el miserable á quien se dirigió.
El General Juan N. Rico, principal promovedor de
la fuga., iba á retaguardia de sus compañeros con el ob-
jeto de alentar á los que se quedaban rezagados. Al ver
la inutilidad de sus esfuerzos, gritó á los que lo perse-
guían constituyéndose prisionero y abriéndose los vesti-
dos para demostrar que no tenía armas: vano recurso,
porque en el ucto lo rodearon aquellos, y en gavilla lo
acrihillaron á bayonetazos y garrotazos ; no satisfechos
aún aqu9llos desalmados, le hizo uno de éstos un tiro ú
quema ropa que logró desviar el General; pero ú costa
de un dedo de la manl> clerecha. que le quedó destroza-
do. Cuando lo creyeron muerto lo dejaron, y, recogido
en In manta que proporcionó una compasiva mujer, lo
trajeron IÍ la prisión de donde se había escapado.
Al caer de la tarde recogieron los muertos y heri-
dos para volverlos al Colegio, por las mismas calles que
antes recorrieron estos infelices en busca de la ansiada Ji·
bertad; espectáculo que oontristó á cuantos lo presea~
ciaron, porque á más de la compasión que inspiró el cruel
tratamiento que se dio á esos hombres que no eran cri-
minales, no se ocultaba que el heoho acarrearía conse-

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-34.6-
oaen01as funestas que el tiempo se encargó de hacer
efectivas.
En el bolsillo de uno de los presos que murteron
encontró la autoridad no papel en que se leía lo si·
guiente:
Mosquera en el Aserradero. -Santos Gutién·c:; e11

Zipaquirá.- Caballero y Co-ntmunay en el Boquerón.


Este incidente dio origen á que se propalara, como
hecho comprobado entre los conservadores, que los libe-
rales eran los responsables de la fuga de los presos á quie-
nes aq•téllos habfan engañado, y de la consiguiente san-
grienta captura de éstos.
Los liberales á su vez, sostenían, y aun hoy día
as{ _lo creen muchos, que las autoridades de Bogotá
fraguaron el complot de la fuga de los presos para ase-
sinar los á la salida.
Ni unos ni otros ele los que así opinan están en lo
cierto. Expondremos los fundamentos en que se apoya
nuestra humilde opinión, después de treinta y ocho afies
de cumplidos aquellos sucesos, porque hasta hoy no he-
mo9 visto ninguna prueba real que demuestre la culpa-
bilidad do los infortunados AguiJar y Morales; más
aún: tenemos la convicción de que ootos caballeros eran
incapaces de cometer tnn inicua felonía, porque sos an-
tecedentes, su educación, y las extensas relaciones que
cultivaban no se compadecían con el proceder que en este
caso se Jea imputó.
Y en primer lagar expondremos sin ambajes, que

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en Colombia no hemos tenido Catalinas de Médicis ni
un estúpido Carlos IX, que diga como éste al ver sus-
pendidos los cuerpos muertos de los hugonotes en las
horcas de Montfaucon, que nunca lw.ele mal el cadáver
del enemigo ....•••.••••
No podemos negar que entre nosotros hemos pre-
senciado acto8 de horror y de qrueldad; pero, á Dios
gracias, tales actos provienen de exageración ó exalta-
ción en los partidos políticos, y no de perversidad
meditada en quienes los ejecutan.
En el caso en cuestión, las autoridades cumplieron
con sn deber al dar la orden de aprehender á los fugiti-
vos: los encargados de ejecutarla y los exaltados ofioio-
PJos que se les unieron, son los que tienen que responder
ante Dios y ante In Historia, de la sangre derramada en
aquella tarde ominosa, y bien conocidos son los nombres
de los que se mancharon con sangre de hermanos que,
si cometieron una falta al evadirse, no eran criminales
que merecieran el tratamiento que se les dio, cual si
fuesen fieras dignas de exterminio.
La respetable cuanto piadosa matrona dofía Emi-
lia Ortega de Carrasquilla, que vivía al frente de la casa
de D. Plácido Morales, presenció la fuga de los presos y
vio pasar las personas que subían al cerro en persecu-
ción, ó en auxilio de éstos, y entre ellos no vio á Mo-
rales: al contrario, cuan cío ya bajaban á los heridos, ve·
nía éste de la Calle Real para su casa situada hacia la
mitad de la antigua Calle del Patio Cubierto, hoy carre-
ra 5.&, y al verlo la setiora le dijo estas precisas palabra•:

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-~48-

"1 Buenas horas de aparecerse, Plácido 1'' Ya veremos


despuéli quién fue el promotor de la fuga.
La primera fuerza que abcó á los pr13sos por el
lado de la Quinta de Bolívar fue la que estnbn acanto-
nada en el cuartel de Hú~ares, en la plazuela de San
Francisco, y, naturalmente óste fue el primer cuerpo de
guardia donde se pidio auxilio.
El Comandante General ie la plaza de Bogotá.,
General Francisco U rdaneta, antiguo veterano de la In-
dependencin, vivía en la casa situada en la primera Calle
de Florián, carrera 8.a La primera noticia que recibió fue
la de que había estallado una revolución en la ciudad; ó.
pesar de que estaba indispuesto, montó á caballo y se di-
rigió al cuartel de Artilleria ocupado por el batallón
número 5. 0 á Ól den es del Coronal Lázaro Marfa Pére1.,
en la plazuela de San Agustín. Quiso entrar sin des-
montarse, lo qne no permitió el centinela hasta que, á lns
voces del General, salió el entonces Capitán Manuel Pon ce
de Le6o, Ayudante l\iayor, que en esos mom3ntos 1o vi-
gilaba la tropa ocupada en limpiar el armamento, y le
hizo notar que no se podÍil pasar á caballo por el cuerpo
de guardia. Fue, pues, despuéd <.le varios actos que im-
pidieron In. pronta salida del batallón, que el Capitán
Javier Acosta reunió nlgonos soldados <.le su :}ompafiín,
armados con los pocos fusiles que pudieron aneglarse
de pronto, y se puso en marcha tomando la vía del Bo-
querón, para subir por bt·eñas escarpadas y atajar ú los
fugitivos.
Pasados algunos días, falleció el benemérito Ge •

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-S49-
neral Urdaneta, y entonces se aseguró qne una de las
principAles causns de su muerte, fue la dolorosa impre-
sión que le causaron los excesos cometidos por fuerza•
que e&taban á sus inmediatas órdenes.
AguiJar y Morales no tenían cargo militar, y ya
hemos visto que el siete de :Marzo de 1861 era Jefe de
la plaza el General Francisco U rdnneta, de quien nadie
podía juzgar mal, ni aun remotamente : pues bien, la
orden para que saliera la tropa de los cuarteles á perse·
guir á los que huían, sólo pudo darla nn Jefe militar
que no sabemos quién fuera, pero en todo caso éste cum-
plió con su deber.
El doctor J ose Vicente Concha ejercía la Procura-
duría del Estado de Cundinamarca y tenía su despacho
en la pieza contigua á la oficina del doctor Andrés Agui..
lar : ocasionalmente estaban juntos en los momentos en
que llovnron la noticia de la fuga de los presod. El doo-
tor Concha habló de las providencias que pudieran servir
en el caso, y Aguilar le contestó que eso no era asun-
to que incumbiera á la Intendencia. Esto dio origen IÍ
que el doctor Concha dijera después, con mucha propie·
dad, que di la causa de la muerte de Aguilnr fueron las
órdenes que se atribuyeron á éste para perseguir á los
fngili vos, otro debía haber ocupado el puesto de aquél.
Vivimos siete mesec; en completa intimidad, en !a
Salina de Chita, con uno de los fugitivos de que veni-
mos hablnntlo, el General Juan N. Rico. En una de tan-
tas conversaciones como teníamos en aquellas soledades,
le inct·opámos la torpeza que cometió al dejarse en¡afiar
y salir á que lo asesinaran.

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-850-
" No hay tal ooiB, nos contestó con vehemencia.
Estábamos desesperados por lo mal lUe se nos trataba.
Las ventanas del primer piso del Colegio que daban á
la calle estaban muradas, y en esas piezas húmedas nos
encerraban desde las seis de la tarde, á riesgo de que nos
asfixiáramos por falta de aire y la consiguiente fetidez
que se produce donde hay muchas personas reunidas, la
mayor parte desaseadas, porque no tenían medios para
cambiar la ropa más indispensable.
"Por ninguna causa nos permitían salir de esaa
mazmorras durante la noche ; la mayor parte de mia
compafieros se alimentaban con lo que les dábamos los
que teníamos quien nos llevara de comer, y por la mús
ligera falta de disciplina nos aplicaban castigos severo&.
Yo fuí quien. combinó el plan de evasión, y para animar á
mis compafíeros, escribí y circulé el papelito que encontra-
ron en el bolsillo de uno de los preBos que murieron. Deci-
dimos probar fortuna en el sttpuesto de que, si nos cog{an
al salir, nos volverían á encarcelar y á remacltarnos uno ó
dos pares de grillos ; pero jamás llegamos á imagir.a,. que
nos asesinaran con tanta villan{a si lle9aba el caso proba·
ble, oomo sucedió, de que nos volvieran á coger.
" Si yo lmbiera maliciado que pm· tal causa podr{an
ser fusilados Morales y .Aguila1·, habría ido inmediatamen-
te á casa del General Mosquera para sacarlo del engafl.o
en que estaba á este repecto."
N o debemos prescindir de da.r cuenta de varins
coincidencias fataleE., que contribuyeron á formar la
creencia de que las autoridades habían fraguado el com-
plot de la fuga.

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-851-
Momentos antes de la evasión de los presos, pasó
una respetable señora por el costado oriental del Colegio
y vio en el zaguán de la casa situada al frente de la
iglesia, en unión de varios hombres armados, al que
más se encarnizó después con los fugitivos.
El doctor Bernardo Espinosa, hermano de D. Ro-
norato, que estaba preso, advirtió á éste, en presencia del
Alcaide, que en la calle se hablaba de la próxima fuga de
los prescs, y que le aconsejaba, que en ningún caso la
intentara. Y sin embargo, Honorato fue de los que se
evadieron y logró salvarse en la casa de D. Inocencia
Vargas, ul frente del mismo Colegio.
Entre los presos había muchos con grillo& rema·
chados, é in vigilados con especial cuidado ; y sin embar-
go nadie vio que aquellos limaban los remaches.
El Teniente Coronel Vicente Ram{rez era ol encar-
gado de vigilar las prisiones, y poseia la confianza del
Gobierno.
Desde muchos días antes del funesto siete de Marzo,
el Comandante Ramírez dio aviso á las autorida·
des de Bogotá, de que la escolta que enviaban al Colo·
gio de Nuestra Sefí.ora del Rosario no daba garantías de
seguridad para lns presos, en visb de lo onal dieron or-
den á la" Compañía de la Unión'' para que hiciera esta
fatiga durante la noche.
Ya se habían fugado cntorce presos de Ambalemu
nbriendo nn agujero al pie de la primera ventana, hacia
el Norte, por incuria del oficial de guardia que olvidó
colocar un centinela en la esquina del Colegio.

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Constantemente caían piedras en el patio del edifi-
cio, envueltas en papel con noticias de los sucesos de la
guerra : si éstos eran favorables á los presoa, les decían
que bebieran agua de ¿lfanzanilla, y si eran adversas, qua
bebieran agua de Verbena
Al registrar Ramírez un portn-coruida, encontró
dentro de una cAjita colocada debajo del fuego, un papel
en el que infoi'maban á los presos, que la guerrilla de
Cáqueza estaba detrás de Guadnlupe parn protegerlos
cuando se fugaran, en vista de lo cual aquél los amanes~
tó, advirtiéndoles, con toda franqueza, de los peligros
que corrían si intentaban hnírse empleando la fuerza
para ello.
Des::le el momento en qne entra un prisionero en la
cárcel, se establece la lacha entre éste por evadirse y el
carcelero por impedirlo ; así lo comprendió el Coman-
dante Ramirez, quien al fia resolvió declinar la respon·
labilidad que le aparejaba el puesto, á lo que se nriadía
que, la mayor parte de los prisioneros erao hombres de
reconocido valor y audacia, muy capaces de aprovechar
el primer momento propicio para evadirse con el objeto
de volver á incorporarse en las filas de la revolución.
El siete de Marzo, antes del medio día, se presentó
Ramfrez al Intendente Aguilar y le hizo renuncia verba 1
del empleo de Alcaide de las prisiones do B.,gotá, fun-
dúndose en la ninguna confianza que le inspiraba lu
guardia de gente colecticia que mand11bnn nl Colegio del
Rosario. El doctor Aguilar lo recibió con doaabrimiento
y le ordenó que volviera á ocupar su puesto; pero Ram í-

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-353-
rez insistió en su propósito, y en uua pieza contigua
escribió 1~ renuncia con el carácter de irrevocable, la en-
tregó y volvió al Colegio.
Cerca de las dos de la tarde entró Ramírez al za-
guán del edificio, con el objeto de prevenir al portero
Manuel que hiciera retirar del trasportón á los presos,
al tiempo de relevar la guardia, y que tuviera mucho
cuidado al abrir para que entraran los soldados, después
de lo cual fue á comer en la pieza que hoy sirve para
la Secretaría del Colegio que entonces era una tienda con
puerta para la calle 1 i.
No habría tomado Ramírez dos cucharadas de sopa,
cuando oyó un ruido formidable en el Colegio y la con-
eiguiente ealida de los presos en confuso tropel, quienee
tomaron hacia arriba, gritando y haciendo uno que otro
disparo con las carabinas que quitaron á los soldados de
la guardia.
El Comandante Ramírez advirtió el peligro que
corría si lo encontraban los fugitivos, y aprovechó la
circunstancia de que había una gran ventana recostada
contra la pared de la casa del frente; allí se agazapó
mientras pasaba la avalancha humana, para volver al
Colegio é informarse de lo sucedido.
Los presos despojaron de los uniformes á los solda·
dos, después de encerrarlos en los calabozos, á fin de
situarse inmediatos al trasportón, ein despertar sospechns
en el oficial Francisco Mendoza que permanecía en el
;¡o;agnán, ó sentado del lado de afuera del edificio
La previsi6n de Ramírez se cumplió al pie de la le-
23

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-354-
tra: al abrir Manuel la puerta para que entraran los
soldados á relevar á los que :estaban dentro, le cayeron
encima los presos, le partieron la cabeza de un golpe
dado con la barra de Jos grillos quitados á un fugitivo,
se apoderaron de las carabinas que estaban enfiladas en
el zaguán sin que nadie se las disputara, porque los sol-
dados salieron corriendo An la creencia de que tendrían
que habérselas con una legión de demonios, pánico que
aprovecharon los que huían. Es cosa fuera de duda que
si éstos hubieran obrado con prudencia al ealir, toman-
do resueltamente la vía de " El Boquerón," como lo hi-
cieron los más avisados de entre ellos, se habrían salva-
do ; pero en vez de hacerlo así, perdieron minutos pre-
ciosos en el camino, hasta dar tiempo á que los alcan-
zaran las fuerzas mandadas en su persecución.
Entre los presos que no se fugaron quedó el Coro-
nel Santiago Dolcey: interpelado por Ramírez acerca de
porqué no había seguido á los compañeros, le contestó
que no se consideraba crimin:1l para hnír así y que, ade..
más, no quiso comprometerse en el plan de la fuga por-
que lo consideró muy peligroso, como lo comprobaron
los hechos posteriores.
El Teniente Coronel Vicente Ramírez murió de
NOVENTA Y CINCO años de edad, era el último soldado
que sobrevivía de los héroes de Boyacá, siempre fue leal
y d&sinteresado defensor de las ideas conservadoras, des-
de Bolivar h&sta su muerte: era hombre de una pieza en
cuestiones políticas, incorruptible, al extremo de que, en
1860, le ofrecieron inútilmente DIEZ MIL PESOS EN CON•

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-355-
DOREs porque dejara escapar al General Eustorgio Sal-
gar y á los otros presos. Fue huésped de lus fortalezas
de Cbagres n donde lo remiti6 el General Santander el
aiio de 1833, y de la de Bocach\ca, enviado por el Ge·
neral Mosquera después del diez y ocho de Julio de
1861, en compaiiía de D. Mariano Ospina Rodríguez
y otros presos político3 : á este respecto decía que to-
davía se admiraba de que lo llevaran en compañía de
un septembrista .•••••
Si Ramírez hubiera tomado parte, indirecta siquie-
n, en la fuga de los presos, no habría sido á Bocachica,
sino al otro mundo á donde lo habrían enviado.
Esta reliquia de la Independencia gozaba de com-
pleta lucidez de espíritu, vivía pobremente de la modes-
ta pensión que le pagab3 el Gobierno, contrajo matri-
monio, por segunda vez, con una joven que lo cuidaba
como á un padre, y poseía la prodigiosa memoria que
empleaba en relatar, con chispeante verbosidall, los
lejanos acontecimientos en que tomó parte.
El desgraciado doctor Aguilar era uu hombre de
ideas un tanto extravagantes en su modo de ser, algo
escéptico en materias religiosas y amigo ue hablar en es·
tilo gongorino, empleando In metáfora á cada paso ; pero
siempre lo conocimos corno persona muy pacíficu. Sin
embargo, la pasión política lo ofuscó basta hacerlo a 0ep-
tar el puesto de Intendente de Cundinamarca, quo en-
tonces era un verdadero potro de tormento, con pruba-
bilidades de acarrearse fuertes nntipaiías y ningún pro-
vecho: tal fue su error.

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-856-
La conmiseración que inspiraron los presos, influyó
para que los médicos doctores Joaquín Maldonado, An·
tonio Vargas Vega, Samuel Fajardo y J unn de Dios
R iomalo, elevaran un memorial al Intendente AguiJar,
en el cual le pedían, en términos comedidos y casi su-
plicantes, que les permitiera prestar sus servicios médi.
cos á los presos heridos en la tarde del siete de Marzo.
En mala hora, y empleando frases desgraciadas, por no
decir imprudentes, aquél contestó la petición negando
el favor que solicitaban los médicos para atender gratis
á unos infelices qne no tenían medios para pagar quien
los asistiera, además de que por mucha que fuera la ac-
tividad y competencia de los doctores Ospina y Sar·
miento, era evidente que dos profesores eran insuficien-
tes pnra atender con el esmno requerido, á más de cien
heridos que existían en el hospital de sangre, entre éstos
Jos treinta y ocho de que venimos hablando.
Hé aqui loa dos escritos en cuestión :

" Sefior Intendente.

" Los que suscribimos, profesores de medicina, sabe-


mos que existen en el Colegio del Rosario más de treinta
presos heridos, á consecuencia del infausto acontecimiento
del día siete: que todos son de tierra extraña, la mayor par-
te desvalidos, y que la curación de sus heridas demanda
mucho trabajo y constante asistencia, lo cual es imposi ..
ble que, estando á cargo de una ó dos personas, pueda
desempefiarse bien, debiéndose tal vez á esto el que ellos

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-357-
hayan empeorado, como se dice por las callea. Un& ma-
la curación, el no llenar oportunamente una indicación,
en una palabra, el más leve descuido, puede comprome-
ter la vida de estos desgraciados; y como la mejor asis-
tencia que se trate de proporcionarles no es incompati-
ble con su seguridad, ocurrimos á usted pidiéndole nos
deje exclusivamente á nosotros el cuidado de su cura-
ción, con cuyo objeto se nos permitirá entrar con libertad
á todos los cinco individuos que representamos, pues me-
nor número sería insuficiente para curarlos con esmoro
y sin fatiga.
"Protestamos de la manera más sincera que no te-
nemos otra mira que el consuelo y alivio de aquellos se·
ñores, y ofrecemos, como caballeros, bajo nuestra pala·
bra de honor, no intentar nada en favor de su evasión,
ni contra las seguridades con que se les mantenga.
"Bogotá, 14 de Marzo de 1861.

''Joaquín Maldonado, Antonio Vargas Reyes, Anto•


nio Va1·gas Vega,Sarnu.elFaja'rdo,Juan de Dios Riomalo.''

11
Señores Joaquín Maldonado, Antonio Vargas Reyes, Antonio
Vargas Vega, Samuel Jfajardo y Juan de Dios Riomalo.

''Bogotá, 14 de Marzo de 1861.


" Corno profesore'3 de medicina y cirugía han hecho
muy bien de dirigirso á la autoridad competente, recla-
mando los oficios de la ciencia que se deben á la huma·

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-358-
nidad doliente. Esta los atendería como lo hizo hoy
hace ocho días, llam~ndolos, para q•1e requeridos asf, ope-
raran cualquier operación quirúrgica, según lo requiera
el hospital de sangre á Que se refiere ; por fortuna la si-
tuación ha cambiado notablement.e, y sus comprofesores
Sarmiento y Ospina han informado la verdad con la
ciencia que los caracteriza. N o hay la urgencia que re-
quiera aún algo más ; y por eso, aceptando el generoso
ofrecimiento de ustedes, no se deniega sino la oportn.
nidad.
"Soy de ustedes muy obsecuente servidor,

"Andrés Agu..ila·r.''

La circunstancia de que los profesores mencionados


eran liberales, debió de influír para la negativa del doctor
AguiJar. No hay duda que los sentimientos humanita-
rios unidos al espíritu de partido, fueron el móvil que
guió á Jos distinguidos médicos para pedir con ahinco
que los dejaran encargarse de la asistencia de los presos
heridos; empero, después de pocos días pudo dar la prue-
ba el doctor Antonio Vargas Reyes de que en él domi-
naban los primeros sobre el último.
En medio del fragor del combate del diez y ocho
de J nlio hirieron en el antebrazo izquierdo al entonces
Coronel Lázsro Maria Pérez, á quien condujeron a la
casa de su suegra la señor,\ D." María Josefa Benitez de
Orrantia, al frente d9l Teatro Cristóbal Colón.
Lo gravedad de la herida implic6 la necesidad de

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llamar ó. los médicos más afamados de la cindad, entre
éstos á los doctores Cbyne, Sarmiento, Davoren, Dutley,
Andrés María Pardo y Vargas Reyes: los primeros opi·
naron por la inmediata amputación del brazo, y el últi-
mo sostuvo que si dejaban á sn cargo el herido, respon-
día de la vida de este y del brazo.
Consultado el señor Pérez acerca de lo que debiera
h2cerse, contestó categóricamente que, entre los médicos
que daban esperanza de salvarlo cortándole el brazo y el
profesor que respondía de la vida y del brazo, se atenia
á éste.
Ya estaba D. Lizaro en vía de reposición, cuando
en el momento menos pensudo se presentó una escolta
en casa de la señora Benítez, con orden terminante de
apoderarae de aquél para llevarlo al destierro. Felizmen-
te 11egó en esos momentos el doctor Vargas Reyes, quien
se encontr6 en el zaguán de la casa con el herido en una
silla de manos, é impuesto de lo que se trataba de hacer,
logró que el jefe de ]a escolta suspendiera. la ejecución
de ]a orden hasta despué5 de que aquél hablara. con el
General J ulián Trnjillo y el doctor Andrés Cerón, quie-
nes hacían parte del Ministerio del General 11osquera,
y tenían su despacho en el palacio de San Carlos, á don-
de so trslndó inmecli atnman te. Y a en presencia de los dos
Secretarios el doctor les dijo con noble resolución:
" Yo me comprometí ú ~:;alvar el brazo y la vida del
señor Lázaro :1\Iaría Pérez, contra la opinión de distin·
guidos profe.3oros que calificaron de temeraria mi oferta:
hoy tengo que salvar dos reputaciones, la del médico y

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-360-
Ja del liberal. Es muy posible que el viaje de Pérez le
ocasione la muerte, y en este caso dirán los médicos, que
yo me comprometí á un imposible, y los conservadores,
que no corté el brazo ni dejé que otros lo hicieran, para
que muriera el herido.''
Trujillo y Cerón convinieron en las observaciones
del doctor Vargas Reyes ; pero no se creyeron autoriza-
dos para suspender la orden del General Mosquera, visto
lo cual por el digno profesor, les manifestó que no per-
mitiría en ningún caso que sacaran al Coronel Pérez, y
sin esperar otras razones, volvió á la casa de la señora
Benítez, se plantó en medio de la puerta de la calle y
notificó al oficial, que para llevarse al sei'ior Pérez te-
nía que matarlo á él antes, porque estaba resuelto á IlO
dejarlo sacar sino por sobre su cadáver.
Impuestos los Secretarios del General Mosquera de
lo que ocurría, y admirados de la noble conducta del
doctor Vargas Reyes, transaron la dificultad convinien-
do con éste en que se lo llevaría á su casa para terminar
la curación del señor Pérez, como al fin se hizo.
Es muy de sentirse que las autoridades de Bogotá
no hubieran levantado la correspondiente información,
con el objeto de poner en claro las imputaciones hechas
á Jos liberales por la complicidad en la fuga de los pre-
sos, y á las autoridades por el inícuo plan de hacerlos
salir para que los asesinaran, porque habría sido fácil de-
jar establecida la inconsistencia de dichos cargos : no se
hizo así, por desgracia, y h~sta hoy se palpan las conse·
cuencias de aquella falta.

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-361-
En seguida verán nuestros lectores la relación por-
menorizada de los presos heridos en el cerro, sin que
ha¡ta hoy haya sido contradicha, con la circunstancia de
que nada oficial se publicó entonces respecto de tan gra·
ve episodio. Por el conocimiento personal que tuvimos
de varios de los que figuran en la lista, podemos asegu.
rar que en ésta se dice la verdad, añadiendo que á D.
José María Vergara y Vergara lo insultaron y pusieron
preso en la noche del siete de Marzo, porque ayudó á
conducir un moribundo cubriéndole la cara con el para-
guas para favorecerlo del aguacer0 que cayó en esos mo·
mentos, y que á D. Lázaro 1\faría Pérez, lo calificaron
de pastelero, porque no dejó que consumaran el sacrificio
del General Rico y de Eulogio, el hijo de éste.
De la relación que entonces circuló, tomamos los si-
guientes detalles :
"El doctor Domingo Salazar estaba junto á Nicolás
Forero cuando éste recibió las heridas que le causaron
la muerte; la descarga se hizo sobre ambos, Salazar se
fingió muerto también y fne arrojado á un pozo y des-
nudado completamente; el cadáver quedó encima, y al
sacarlo, más tarde, un soldado apoyó un pie sobre la
cara de Salazar á quien creía muerto y le consumió; ya
casi ahogado alzó la cabeza y reconoció á un soldado,
quien le sacó y favoreció. Rudesindo Silva recibió en la
cabeza dos heridas mortales; casi exánime por la Rangre
que arrojaba, fue traído á esta ciudad en una manta.
José :M aría Avendaiio, ciudadano de Venezuela, fue he-
rido y murió al cuarto día. Felipe Pérez, de Villeta, re-

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-~62-

cibió un balazo en la mandíbula, que le impidió hablar.


Antonio Villalba, un machetazo en una mano, un bala-
zo en un brazo, y otros dos machetazos en la muñeca y
en el otro brazo. Ulpiano Téllez, dos heridas de bayo·
neta, una en el pescuezo y otra debajo del brazo dere-
cho, un bayonetazo en el costado, y una bala de pistola
en el brazo izquierdo, más dos descalabraduras. Fernan-
do Vaca, un lanzazo en la mano derecha que le quedó
inútil, y dos descalabraduras hechas, una con machete y
otra con el tornillo pedrero. Joaquín Ortiz, un lanzazo
en el costado izquierdo, otro en el brazo izquierdo y dos
machetazos en la cabeza. Juan Crisóstomo Iriarte, un
machetazo en la cabeza. Esteban Pinzón, un machetazo
en la cabeza. Ricardo Cat·reño, cuatro heridas en la ca-
beza ; una con el tornillo pedrero, y tres causadas por
un oficial con la espada. Gregorio Niño, un machetazo
en la cara dado por un oficial. Bernardino Niño, una
herida de lanza en la cabeza. Ramón Cuervo, una heri-
da grave de bayoneta en el estómago ; otra de lanza en
el costado y dos en la cabeza. Ramón Perdomo, una he·
rida en la cabeza con palo, y una contusión on la espal-
da. Faustino Ruiz Turco, tres machetazos en la cabeza
y una contusión causada con el tornillo pedrero. Ferrer
Hurtado, una herida de bayoneta en el estómago y otra
de tornillo en la cabeza. José ]}far(a P brez, unn herida
de bala en la cabeza. ]}1:iguel Bautista, un machetazo
en la cabeza. Urbano Chacón, un balazo en el brazo
izquierdo. Justo ltomán, una herida en la cabezn. Vi-
cente Cardona, un fuerte golpe en la frente con el tor-

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-363-
nillo pedrero. Juan de Dios Romero, herido de lanza en
el pecho. Antonio Otero, una herida en la cabeza con
el tornillo. Isidro Gálviz, una herida con asta de lanza
en ln cabeza y otra en la pierna. Juan de la Cruz Már-
quez, un lanzazo en el brazo derecho. Avelino Arango,
nna herida de machete en el pezcnezo. José :M aría Páe~,
una herida en la cabeza. Pedro J. Durán, un machetazo
en la cabeza, otro en las narices y otro en los dedos de
Ja mano derecha, y un bayonetazo en la cabeza. Juan N.
Rico, una grande herida en la cabeza y otra en la mano
izquierda, hubo que nmputarle un dedo ; recibi6 muchas
contusiones de garrote y piedra causadas por los solda.
dos, de orden de un oficinl. Eulogio Rico, tres heridas
en la c!lbeza y un lanzazo en el brazo izquierdo ; tres
contusiones más en el hombro, una oreja y h cabeza·
Trino Rodríguez, una herida en la cabeza con el torni-
llo pedrero. Leopoldo Guerrero, una herida en el labio
superior. Abdón Gómez, una Jescalabt'adura, muchos
golpes con garrote y una herida en un pie.''
Pura terminar este episodio, reproducimos como, do-
cumentos curiosos de la época, las notas que con tal
motivo se cruzaron entre los Generales l\1osquera y
J onquín París, General eu Jefe del Ejército de In Con-
federación Granadina, permitiéndonos hacet· la salvedad
de que ellos están basados en los datos que recibieron los
dos Generales, quienes estaban distantes del lugar en que
aucedieron los acontecimientos.

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-364-
·' Tom<:ts C. de Mosqum·a, Gobel·naclo1• Con3titucional
del Estado Soberano del Cauca, P ·residente p·roviso1·io de
los Estados Unidos de la Nueva G1·anada y Supremo di-
·rector de la guerra.

'Al señor General Joaquín París, General en Jefe del Ejército


del Sur.

•' Un hecho escandaloso y que no tiene ejemplo en


Jos anales de la revol ución de la América española, m.
clasa la época luctuosa de la guerra á muerte con los
españoles, se ha ejecutado, ciudadano General, en la
tarde del siete de los corrientes en la capital de la Repú-
blica, ciuda1 cristiana y civilizada. Este hecho escanda-
loso, bárbaro y cruel, de asesinar prisioneros que huían
y que pedían clemencia, y en cuyo derecho había estado
evadirse de la cárcel en que se les tenía, se ha perpetra-
do, ciudadano General, como para hacer contraste con la
conducta patriótica y generosa que el Ejército restaura-
dor de la Constitución, que marcha á. mis órdenes, haya
renunciado á nna victoria segura por no ensangrentar el
suelo de la patria, y sacrificar al Gobernador de Cuntlina-
marca con muchos Jefes y oficiales distinguidos.
" Contando yo con la sinceridad de los ofrecimien-
tos del Gobernador de Cundinamarca y su Secretario de
Gobierno, para esforzarse en favor de la aceptación del
armisticio celebrado en la. "Quebrada Chaguaní," le
propuse al expresado sefior Gobernador que mandaría
nno de mis ayudantes de Campo cerca del Presidente
actual de Boyacá, General l::>antos Gutiérrez, previnién-

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-365-
dole que celebrase una suspensión de armas semejante,
con las fuerzas que mandaba el Presidente expulso de
Boyacá y el Comandante en Jefe de la 7 .o. División del
aspirante Gobierno de la Confederación. Mi ayudante
de Campo, no obstante Que llevaba pasaporte del señor
Gobernador de Cundinamarca, fue conducido á estrecha
prisión, impidiéndole S~U tránsito á Boyacá y prohibién-
dole hablar siquiera con la señora del Gobernador Gu-
tiérrez, para quien llevaba una carta. A su regreso oyó
el alboroto de la fng~ de los presos; pero no pudo in.
formarme de los pormenores que acabo Je saber por con·
dueto seguro y de personas que han presenciado la ma··
tanza ordenada por las autoridades generales ó del Es_
tado de Cundinamarca.
" Si en una época anterior á la presente revolución
se hubiera perpetrado el horroroso crimen de asesinatos,
cuando se había hecho creer á muchos pueblos que los
defensores de la Constitución éramos rebeldes y una cua-
drilla de malhechores, habría sido menos grave el aten-
tado ; pero hoy, ciudadano General, después que duran-
te un año de victoria& por nuestra parte no se ha sacri-
ficado á un sólo individuo á sangre fría, ni á virtud de
juicio ; después que en Mamzales, Buenaventura y
Pasto, los agentes del Gobierno General han reconocido
la guerra civil, y últimamente el Gobernador de Cundí·
namarca se ha entendido conmigo como supremo Direc-
tor de la Guerra de los ~jército de los Estados U nidos,
como lo habréis visto en el armisticio celebrado ; y des-
pués que éste fue aprobado en su artículo 1.0 por el doc-

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-366-
tor Mariano Ospina, en su calidad de Presidente de la
Confederación, no podía esperarse un atentado semejante
al que ha tenido lugar y que puede ser el origen de una
guerra horrible en que desaparezca la mitad de la Na-
ción, si hombres como vos, amigos de la humanidad, no
se empeñan en dar una soluci6n pacífica á la preaente
cuestión, mandando castigar á los asesinos de los prisio-
neros de guerra, que se han mantenido en cadenas, caan-
do los reos de delito común condenados por autoridad
legal, hao sido constituidos soldados en el Ejército del
doctor Ospina, y se han puesto á vuestras órdenes aquellos
delincuentes bajo el nomLre de Batallón de Restaura-
dores.
" Ya comprenderéis bien, ciudadano General cuál
es el objeto con que me dirijo á vos en esta ocasión so-
lemne, y porque habiendo variado las circunstancias con
el reconocimiento que ha hecho de la guerra civil el
Presidente Ospina, no os excusaréis de entrar en mate-
ria conmigo, para dar evasión á la grave cuestión que
nos agita, ó imprimirle el verdadero carácter con que
debe continuar la guerra.
"Yo os declaro, ciudadano General, que con esta
fecha he impartido órdenes ó. los Ejércitos que e~tán bnjo
mi mando en Boyacá, Santander, Magdalena, BuHvar y
el Cauca, y al General en Jefe del primer Ejército, par:a
que se asegure á todos los prisioneros de guerra y á los
presos políticos que haya en ellos, para mantenerlos en
rehenes y ejecutar con ellos los mismos actos que se eje-
cuten en los prisioneros que existen aún en Bogotá, sin

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perjuicio de tomar aquellas medidas que tomaré para
castigar severamente á todo el que en diversos Estados
que se han puesto á mis órdenes, quiera levantar parti-
das en favor de la desesperada causa que sostiene el doc-
tor Ospina.
''Os declaro solemnemente que están dadas las ór-
denes para que al saberse de una manera segura que el
Presidente Pradilla y demás presos políticos que están
en la cárcel de Bogotá sean asesinados ; se pase por las
armas á todos los prisioneros que están en nuestro poder,
y que continúe la guerra de retaliaciones y á muerte, si
fuere necesario contra los Generales, Jefes, Oficiales y
autoridades que la provoquen.
" Me es imposible prescindir de esta declaratoria,
y solamente así he podido calmar la irr itación que ha
producido en el Ejército la noticia de esos crueles ase-
sinatos mandados ejecutar por las autoridades de Bogotá
el si e te de 11iarzo.
"Escribo igualmente al señor Gobernador de Can-
dinamarca sobre el particular, y de un modo privado al
!eñor Ospina, cuyo carácter público, concluye dentro de
catorce días.
"Recibid ciudadano General, la seguridad de mi
alto aprecio por vos y las consideraciones con que soy
vuestro antiguo amigo y compañero.

TOMÁS C. DE MOSQUIRA.

Guadaas, 17 de :Marzo de 1861.''

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Al senor Gobernador del Estado del Cauca.

Facatativá, 22 de lllarzo de 1861.

crHe recibido vuestra nota oficial fecha en Guaduas, á


diez y siete del corriente, que me ha sorprendido en extre-
mo, porque no ten fa el menor antecedente, ni he oído decir
á nadie, ni á los más exagerados se les ha ocurrido supo·
ner lo que en vuestra nota citada se expresa, por lo que
j nzgo que habóis sido mal informado por personas de da-
fiada intención ; pues, reconociéndoos caballero, no os
creo capaz de forjar por vos mismo semejantes calum-
niosas imputaciones. Lo que yo sé de oficio, lo que es
notorio, lo que saben amigos y enemigos, es que el siete
del corriente, los reos del delito de rebelión presos en el
Colegio del Rosario, abusando de Ja bondad con que se
les trataba d'i!ntro del edificio, se alzaron contra la guar-
dia que los custodiaba, ae apoderaron de las armas é hi-
riendo gravemente con las barras de los grillos á algnnos
soldados, salieron en formación dando mueras al Gobier-
no Constitucional y legítimo de la Confederación, y vic-
toriando la revolución y á vos mismo que, con dolor de
vuestros antiguos compafieros y amigos, aparecéis su
caudillo y el principal agente del conflicto que amenaza
reducir á cenizas nuestra patria común.
" Salidos los reos á la calle ~n formación militar, to-
maron el camino de Guadalupe, esperando el apoyo y
protección de los que por afecto á vuestras baf?deras les
habían ofrecido sostenerlos en su fuga, y produciendo
con su algazara morisca, alarma y consternación extraor•

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dinaria en los habitantes pacíficos de la capital. Pasado
el primer momento de sorpresa y conocido el motivo de
la agitación que se notaba, el pueblo en masa, hombres,
mujeres y la juventud siempre generosa y decidida, se
lanzaron sobre los prófugos para reducirlos á la prisión
de que se habían escapado, y entonces los reos hicieron
fuego sobre sus perseguidores, todavía sin haber llegado
la tropa, que tardó má3 de media hora en seguir el mo-
vimiento expontáneo del pueblo: .. fue, pues, preciso hacer
uso de las armas para reducir á. los sublevados que con
ellas combatían á los que tenían derecho de perseguirlos,
y cumplir con un deber al perseguirlos, trabándose por
consiguiente un verdadero combate, en que hubo muer-
tos y heridos de ambas partes, hasta que, rendidos Jos
más de los reos prófugos, cesó la lucha que ellos los pri-
meros provocaron. Lo que sucedió después, cómo fae-
ron tratados, el modo noble y digno con que los defen-
sores del Gobierno legítimo a.:istieron á los heridos, no
quiero yo decíroslo sino quo os lo digan ellos mismos, y
al efecto os acompañ.o el adjunto impreso, cuyo original
reposa en poder del señor Salvador Camacho Roldán,
sujeto de quien supongo no desconfiaréis.
" ¿ Tiene esto la menor analogía con el contenido
de vuestra nota ? ¿ De dónd e deducir que hubo asesina-
tos el siete de Marzo? ¿ N o serían más bien Jos asesina-
dos los muertos y heridos de los defensores del Gobierno
que cumplían con su deber, ya al ser S(?rprendidos al sa·
lir los reo~ de la prisión, ya á. balazos en la vigorosa re-
eif!toncia que opusieron los fugitivos al ser perseguidos P
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¿Y sabéis con qné armas fueron causadas casi todas las
heridas de los prófugos? Con piedras que les tiraron las
mujeres y gentes del ptleblo que aiU había.
''Señor Gobernador del Estado del Cauca, en esta
ocasión como en todas han sido los defensores del Go-
bierno legítimo, nobles y generosos con los vencilos, han
respetado la vida, la propiedad y todos los derechos de
sus conciudadanos, y no se citará un sólo hecho que des-
mienta esta naeveración : yo os puedo recordar muchas
que prueban que los revolucionarios en todas partes
han obrado de diferente manera, que se han manchado
con los crímenes de asesinato, incendio, destrucción de
la propiedad, violación de todos los derechos, ultrajes á
las autoridadei legítimamente constituidas, actos de bar-
barie feroz con los vencidos en el campo de batalla, en
fin, atrocidades de todo género que quizá la historia re·
husará describir por no presentar á la humanidad con
toda su miseria y desnudez, cuando las pasiones la arras-
tran apagando todo sentimiento religioso, de honor y de
caridad.
"Presenten los revolucionarios un sólo hecho que
pueda compararse coa lo3 asesinatos cometidos en Sego-
via, en todos los puntos en que no os encontrábais vos,
onya justicia os hago, en las perdonas de dos ancianos
y dos niños indefensos y próximos ó. morir de viruelas,
en las de los oficiale3 C tmacho, Tribín, Quintero, Gon-
zález, !barra y Zúñiga, en la del Senador doctor Rufino
Vega, y de muchos soldados y transeúntes muertos todos
cruelmente después de rendidos y desarmados. ¡ lguoráia

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el saqueo y el incendio de las desgraciadas ciudades de
Mompox, Corozal, Chiriguanú. y otras muchas, y los ue-
sinatos y actos de ferocidad inaudita cometidos en el in-
feliz Estado de Bolívar y en el del Magdalena? ¿No ha
llegado á vuestra noticia la muerte dada al Capitán José
Antonio Guerrero en Moropox, porque después de ren-
dido y hecho prisionero rehusó manchar sus labios con el
grito de" Viva el Gobierno provisorio"?¿ No sabéis qne
el joven Miguel Rodríguez, hijo de nno de vuestros me•
jores amigos de Cartagena, aprehendido por una partida
de los feroces negros de las márgenes del Sinú, que acau-
dillaba el señor Ramón SautodomingoVila,sm embargo de
que iba desarmado á cumplir con un encargo de su padre
á una posesión inmediata, fue asesinado, mutilado, dividi-
do su cuerpo en pedazos bajo el machete de aquellos cua-
si calmucos ? ¿ N o se os ha referido cómo fue asesinado
después de rendido vuestro leal amigo el valiente Coro·
nel Indaburo, que con tanta decisión os acompañó y ayu-
dó el año de 1854 á sobreponeros al revolucionario y
siempre rebelde Juan José Nieto, á quien quisísteis fuai-
lar el año de 1841 ? ¿Ignoráis la muerte dada al distin-
guido ciudadano Nicolás Pérez Prieto, aprehendido al-
gunos días despué3 de que tuvo 1ugar la acción de Fonse-
ca en la Provincia de Riohaoha ? ¿ N o sabéis cómo
fue asesinado en los brazos de su madre, en la ciudad
de Riohacha, el apreciahíli9imo joven César Pombo, que
apenas salía de la adolescencia, sin más delito que haber
sido uno de los defensores del Gobierno Constitucional
de aquella Provincia? ¿ N o ha llegado á vuestra noticia

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que, después de haber entregado sus armas en virtud de
una capitulación solemne los defensores del principio
Ie~al en Barranquilla, entraron al cuartel á asesinar-
los en masa las hordas feroces con quienes habían com-
batido uno contra cinco, y en efecto mataron é hirieron
nmás de veinte, hasta que algunos de sus Jefes, horrori-
zados de semejante carnicería, se interpusieron enérgica-
mente, distinguiéndose entre ellos el sefí.or Santodomingo
Vila, que poniéndose por delante de las víctimas para
protegerlas, fue herido de muerte por sus propios solda·
dos? ¿No sabéis tampoco, que después de estar en el va-
por para seguir á donde lo tuvieran por conveniente,
como podían, en virtud de aquella honrosa capitulación,
los desgraciados Jefes, Oficiales y soldados que no fueron
asesinados en el cuartel, se intentó por la soldadesca ven·
cedora un tumulto espantoso, para ir á asesinarlos en el
vapor mismo, lo que cosló trabajo impedirlo á los señores
Antonio González Oarazo, Manuel Guillermo Mier, Wi-
llam A. Champman y algunos otros de sus Jefes y ciu-
dadanos que, con energía digna de todo aplauso, contu-
vieron á los asesinos, evitando así un horror más á los
muchos que tendrá que referir la historia de esta re-
volución infausta, en que por desgracia aparecéis no s6Io
como caudillo, sino lo que es peor, como promotor y di-
rector? ¿Conocéis por ventura los horribles asesinatos
cometidos por vuestras tropas en el Hatillo y en la Con-
cepción algunos c..lías antes de los que se eJec.mtaron en Se-
govia? ¿No os dieron aviso de los quince soldados de la
sexta Divisi6n, asesinados por los vuestros después de

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rendidos en el sitio de la Barrigona el dos del presente ?
¿ Supísteis la muerte alevosa que dieron en las Guacas á
Jos desgraciados Rangol y Górnez? ¿ L'\ muerte dada á
:Moneada en el monta del Moro uo es un verdadero nse·
einato1 ¿No sabéis tampoco el que cometieron los presos
por el delito de rebelión en el Socorro, en las personas de
diez soldados indefensos y desal'mados? ¿Os olvidáis de
la horrorosa muerte que se dio al valiente y leal Coronel
Carena, después de rendido? ¿Os habrán ocultado el he-
cho de haber puesto en una cama de tormento á varios in-
dividuos en Málaga, uno de los cuales no pudo resistir y
murió en medio de la más espantosa agonía? ¿No habéis
oído referir las mutilaciones hechas por vuestros adictos
en SantanJer á los que cayeron en sus manos heridos y
enfermos de entre las tropas del Gobierno legítimo? ¿No
ha llegado á vuestro campamento la noticia del asesinato
cometido en el honrado anciano ,José María Acero, por
los revolucionarios que asaltaron la ciudad de Tunja?
¿No est.'Í fresca todavía Jn sangre del señor Patrón y de
su hijo inmolados en Tolú por los que sostienen la causa
que proclamáis ? ¿No sabéis el asesinato frío y cruel
ejecutado en la persona del señor Vicente Echandía an-
ciano inofensi,~o de más de setenta años de edad que no
había tomado las armas ni era militar, ni tenía mtis deli-
to que el de ser conservador? J Bastar Muchos otros he-
chos individuales é incontestables pudiera citaros, pero
mi alma se estremece al recuerdo de los que ya he refe-
rido y de los qu~ omito.
" Me intimáis la guerra á muerte,. me amenazáis con

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represalias que no sé sobre qué puedan fundarse. Ya me
habían dicho algunos de vuestros desertores, que en la
Orden general que dísteis pocos días hace, ofrecísteis á
los que os siguen, pagar la muerte de los Jefes y Oficia-
les que permanecían fieles al Gobierno legítimo, confi·
riendo al que la ejecute el grado quo obtenga (1) el
muerto. Por toda respuesta os diré, que en el Ejército
de mi mando será juzgado como asesino cualquiera que
prive de la vida ó hiera á Jefe, Oficial ó soldado enemi-
go que no tenga las armas en la maco y esté ya rendido.
Y en cuanto á la seguridad que apetecéis para los seño-
res Pradilla y Salgar, nada tenéis que desear, porque ca-
balleros y talentosos como son, soportan su prisión
de un modo digno y nada intentarán que les sea deshon-
roso.
" Veo por vuestra nota que calificáis de ' defensores
de la Constitución' á los revolucionarios, y al mismo tiem-
po os apellidáis Presidente provisorio de unos Estados
Unidos de que no trata la Constitución vigente, y que
en el Estado de Boyacá hay otro Presidente y Jefe su-
perior de otras Provincias unidas, desconocidas también
en la legislación del país; por lo que no comprendo en
qué se funde la calificación de tales 'defensores de la
Constitución.' Pero estas cuestiones, y las demás del or·
den político que se encuentran en vuestra nota, no eon
de mi competencia.
" Me ha sido, sefíor Gobernador del Estado del Oau-

( 1) A&f eatá.

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-375-
ca, sumamente penoso tener que presentaros el triste
cuadro que he trazado en esta nota, de unos pocos de los
muchos hechos criminosos que han tenido lugar en la
guerra que presidís y de la que os coafeeáis Supremo
Director. Todos vuestros antiguos compañeros y amigos
derramarían la mitad de su sangre, por borrar de la his-
toria de vuestra anterior gloriosa vida la página en que
aquello se escriba, porque entre nosotros, respecto de vos,
no hay encono ni ene&.nistad personal, sino hondo senti-
miento de veros siendo el instrumento de las venganzas
de Jos injustos enemigos vuestros y nuestros de otras
épocas que juntos combatiroos.
" Yo os protesto que fuera del d~ber que como ciu-
dadano y militar me obliga á combatiro~, debéis contarme
siempre como vuestro antiguo compañero y amigo.

JOAQUÍN p ARÍ6."

II

La revolución que esta1ló en Popayán el ocho de Mayo


de 1860, encabezada por el General Tomás C. de Mosquera,
siguió curso ascendente, y el veinticinco de Abril de 1861,
se libró la gran batalla de "Campo Amalia,'' ó "Santa
Bárbara,'' á inmediaciones de Subachoque. El Gobierno
atacó las fuerzas revolucionarias con un brillante Ejér-
cito de 5,000 hombres á las 6rdenes del General Joaquín
Parfs, veterano de la guerra de la Independencia, secun-
dado por J'efes valientee y decididos.

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El General Mosquera contaba apenas con 2,700 sol-
dados, caucnuos en su mayor parte, con tenientes no
inferiores á los que le opuso el Gobierno.
Los dos ejércitos pusieron en juego las tres armas
de batalla, y combatieron cou rabiosa bravura desde las
siete de la mañana hasta las siete de la noche. Hubo un
momento en que estuvo perdido el General Mosquera, á
quien se le atolló el caballo en un tremedal, y sólo debió
su salvación á la heróica generosidad del Coronel Simón
Arboleda, quien le cedió el caballo que montaba y cayó
prisionero en lugar del General,
Mil muertos y casi otros tantos heridos, fue el resul-
tado de la batalla que quedó indecisa: el primero de los
conlendores que hubiera atacado el día siguiente habría
conseguido la victoria, porque ambos ejércitos quedaron
destrozados y sin ánimo para continuar la lucha por el
momento. Los cadáveres insepultos y los desgarradores
lamentos de los numerosos heridos abandonados á su pro·
pia suerte, por más de diez y ocho horas, tocaron el co-
razón de los Jefes de ambos ejércitos, quienes ajustaron
nn armisticio de tres días, tiempo que se creyó suficien-
te para llenar los deberes que exige la humanidad.
La continuación de la lucha se imponía y, en conse-
cuencia, los beligerantes trataron de allegar cuantos re-
faerzos tuvieran en disponibilidad para el próximo en-
cuentro.
El General Mosquera envió orden al General Joeé
Maria Obnndo, Jefe de las pocas fuerzas revolucionarins
acantonadas en La Mesa, para que emprendiera marcha

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-371-
en dirección al Cuartel General establecido en Subacho-
que, siguiendo el itinerario que dos días antes había re-
corrido la fuerza que condujo al mismo campamento el
señor José María Plata, sin encontrar obstáculo que le
impidiera la deseada incorporación.
El fatalismo de los turcos se explica cuando vemos
qn€', está en manos del hombre modificar las circunstan-
cias que pueden contribuir al cumplimiento de sucesos
favorables ó adversos ; pet·o que, por causas misteriosas
aquél contribuye, inconscientemente, las más de las veces,
al cumplimiento de ésto~.
Un individuo que se decía amigo per8onal del Gene-
ral Obando, pero contrario á éste en opiniones políticas ,
solicitó pasaporte del mismo para venir de La :Mesa á
Bogotá. Obando le contestó proponiéndole que hicieran
juntos el viaje hast:l la Sabana el día siguiente: el amigo
aceptó la oferta y se aprovechó de la imprudente con-
fianza del General para expiarlo.
El Gent•ral Mosquera indicó, con precisión, el cami-
no que debía seguir Obando para llegar al campamento
de Subachoque sin tropiezos ni peligros ; pero éste mo-
dificó ol itinerario fundándose en el mal estado de Jos
caminos, sin tener en cuenta el posible encuentro con
partidas armadas del Gobierno.
En vez de llegar á Oí pacón para tomar la vía de "La
Chnguya'' y atravesar el estrecho valle formado entre "Co-
rito'' y '' Checaa,'' para seguir por el camino de La
Vega y salir á retaguardia del campamento de ~1osquera,
O bando avanzó imprudent-emente basta Bojacá, donde se

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despidióde óste el amigo de La Mesa, quien en vez de se-
guir para Bogotá, fue apresurado al Cuartel general del
Gobierno á dar parte del modo como venía Obando y su
gente, y del camino que éstos pensaban seguir.
De Bojacá salió Obnndo en las primeras horas de la
mañana del veintinueve, atravesó la Sabana hasta llegar
al sitio llamarlo "Tres Esquinas de Bermeo," y se detu-
vo en la venta. que allí tenía Vicente Salinas antiguo
sirviente del Libertador. En este sitio lo encontró D.
Pedro Pulido, rico hacendado liberal, quien aseguró al
General O bando, que hacía tres días que por allí no pa-
saba ninguna caballería del Gobierno.
Con Obandovenían, entre otros, el Coronel Patrocinio
Cuéilar, D. Juan de Dios Restrepo, D. Ramón Carvajal,
Aníbal Mosquera hijo del General, el Coronel Francisco
Troncoso Comandante de la Compañía que llamaban
"La Marina,'' compuesta de bogas del Magdalena, el
Capitán Daniel Aldana, y los restos de las ambulancias
que habían quedado atrás del ejército revolucionario, com-
puestas de setenta reemplazos, ciento cincuenta hom-
bres de caballeria. mal montados, treinta altas del hos-
pital, cien soldados del batallón 9.0 y unos treinta hom-
bres que el Coronel Cuéllar había sacado de los bongos
de guerra, que no podían caminar con velocidad á pie,
trescientos ochenta hombres entre todos, según consta
en la Circular del Presidente Provisorio de los Estados
U nidos de N ue va Granada. á los Presidentes y Gober-
nadores de los Estados, fechada. en Fusca el primero de
J nnio de 1861 é inserta en los Acto" oficia le& del Go·

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-379-
bierno proviMrio, páginas 93 á 99, mal armados, peor
vestidos y en situación tal que, si se presentaba, como
sucedió, el caso de sostener un combate, tenían el no-
venta por ciento de probabilidades en contra.
Al continuar la marcha, el Coronel Ouéllar indicó á
Obando la conveniencia de que tomaran el camino de "El
Rosal,'' para reunirse en el mismo día con la fuerztL del
General Mosquera, añadiendo que lo contrario podría
traducirse como miedo. "Puesto que es cuestión de mie-
do, vamos adelante,'' dijo Obando, al mismo tiempo que
dio al Capitán Aldana la orden de que hiciera devolver la
fuerza que ya había tomado por el camino de La Vega.
Tan luégo como el umigo de La Mesa llegó al cuar-
tel general del ejército del Gobierno é impuso al General
en Jefe de la aproximación de la gente de Obando,
destacó al entonces Coronel Heliodoro Ruiz con fuerza•
de infantería y caballería, bien armadas y montadas
para que salieran al encuentro de aquél.
El General Ruiz, militar experimentado y valeroso,
situó las fuerzas de que disponía en los puntos llama·
dos "El Rosal," " Tierra Negra'' y "Cruz Verde,"
cubiertos de malezas que favorecían el éxito del plan
concebido.
Entre tanto se acercaba el General Obando al tér-
mino de su funesto .destino: con una imprevisión y con-
fianza inconcebibles, marchaba en dirección al campa-
mento liberal, cuando la guerrilla de infantería del Go-
bierno rompió los fuegos y casi al mismo tiempo atacó
la caballería. La sorpresa apenas dio tiempo á las fuer-

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zas revolucionarias para desplegarse y contestar el fuego;
pero despu6s de una débil resistencia se declararon en
derrota, en el momento en que el oficial Joaquín Pu ido
entregaba al General Obando la comunicación del Gene-
ral ])fosquera, en que le ratificaba el itinerario de La
Vega como el único seguro para llegar al Cuartel Ge-
neral. "Es tarde,'' contestó el infortunado Jefe.
Consumado el desastre de las fuerzas que mandaba
el General Obando, éste trató de huir, y al efecto, hizo
desensillar la mula que montaba para ensillar el caballo
bayo careto que llevaba de diestro el asistente, y una
vez cambiada la cabalgadura, se alejó del campo de com-
bate con probabilidades de salvación, cuando al pasar
por un puente inclinado y resbaladizo, cayó el caba-
llo en una zanja: el Capitán Aldana que lo ncompaílaba
alcanzó á oír las pnlnbras de Obando con que invocó á
la Virgen del Carmen. El caballo del General salió del
atolladero y echó á correr hacia el Sur, asustado por
los gritos de los vencedores que se acercaban, y cuando
Aldana se ocupaba en cogerlo, llegó un lancero á donde
estaba Obando y le dio una lanzada sin atender ti las
voce3 de éste que se declaraba rendido.
Aldana fue hecho pri:;ionero después de rocibil' va-
rios golpes en la cabeza con las astas de las lanzas de los
húsares; pero como éstos no se fijaron en hacer prisione-
ros sino en perseguir IÍ los fugitivos, aquel logró escapu
metido en una zanja de la que salió ya entrada Ja noche,
permaneciendo oculto en la maleza hasta que, orientado
al dfa siguiente pudo tomar el camino de La Vega.

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El doctor Francisco Jiménez Zamudio se encontró
allí como Capellán de las fuerzas conserv!ldoras, y al ob-
servar, á distancia, que no se levantaba el caído entre la
zanja, corrió á prestarle, si nún era tiempo, los consuelos
que prescribe la religión de paz. Con sorpresa reconoció
al moribundo General; alcanzó á darle la absolución
antes de que expirara, y siguió en busca de heridos
y agonizantes para auxilia.rlos.
Viendo Ouéllar que el General no se movía, dio
frente á los que lo perseguían y les hizo dos disparos
con el rifle que llevaba; más su abnegación sólo sirvió
para que lo rodearan varios lanceros y lo acribillaran á
lanzadas y garrotazos. N o debemos perder de vista que el
Coronel Cuéllar montaba un caballo vigoroso en que pudo
sal l'arse; pero prefirió morir al lado de su Jefe y amigo.
El Coronel Troncoso murió al frente de los soldados
que mandaba, al tratar de restablecer el combate; Aníbal
niosquera quedó prisionero y herido en un brazo, y muy
pocos fueron los que lograron salvarse en aquel desastre
pnra las fuerzas revolucionarias, en el que quienes las
componían quedaron muertos, heridos ó prisioneros.
El ordenanza de Obando gritó á los 9gresores para
que no mataran á su Goneral; pero éstos no sólo no la
dieron oídos, sino que le tiraron á él una lanzada que
le sajó la pierna derecha.
El Coronel Agustín Estévez recorrió el lugar del
combate, y encontró moribundo al doctor Cuéllar, en toda
su lucidez de espíritu: al oír que aquél le ofrecía sns
servicios, lo contestó con indignación :
"Después de que me han a1esinado ...... 1 '

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-382-
El cadáver del General Obando lo sararon arrastra·
do por los pies y lo dejaron á la ve ro. del camino: estas
escenas de muerte y desolación tuvieron por teatro uno
de los sitios mó.s lúgubres y deaapacibles de esa comarca,
á la pálida luz de un sol de invierno. A la caída de la tar-
de recogieron el cadáver de Obando, y al doctor Cuéllnr,
moribundo, para conducirlos á Funza con el fin de dar
decorosa sepultura al primero, y proporcionar auxilios
al segundo. Los doctores Bernardo Espinosa, quien se
hallaba en el cuartel general del Gobierno llamado á re·
cctar al General Pa.rís que estaba enfermo: Joaquín
~Ialdonado y Antonio Vargas Vega, ú quienes condujo
personalmente en carruaje propio, el caritativo caballero
D. Ruperto Res trepo, acompañado de D. Gregario E.
])-lulet-alcanzaron ú tributar algunos cuidados médicos
al desgraciado Coronel Cuéllar, quien murió en la noche
del treinta de Abril, después de recibir los Sacramentos.
Tocó á los profesores antes citados, asociados al doc·
tor Ignacio Ardila, hacer el reconocimtento de los dos ca·
dáveres.
Del acta que levantaron consta que el General
Obando tenía una cortada profunda en ia nariz y cinco
heridas mortales de lanza de las cuales, una lo atravesó
interesándole un pulmón y el hígado, varios raspones
y contusiones, y cortada con navaja la mitad del bigote.
El doctor Cuéllar tenía ocho lanzases y la cabeza
literalment~ macerada ú garrotazos, probablemente con las
astas de las lanzas, tan horriblemente desfigurado, que
habría sido imposible reconocerlo ain saber antes qnién ora.

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Conservamos JriginaJ, autenticado por el eminente
profesor Autonic Vargas Vega, el croquis que entonces
levantó uno de !os médicos que hicieron el reconooimien •
to y autopsia de los infortunados Obando y Cuéllar, en
el que se ve la posición de las heridas recibidas por éstos
El día siguiente, primero de Mayo, después de
modestos funerales, se vio salir de la iglesia de Funza
un grupo de caballeros que acompañaban con respetuoso
recogimiento, los depojos mortales del General José Ma ...
ría O bando y del Coronel Patrocinio Caéllar: entre
ellos se contaban, además de los médicos que recono ·
ciaron los cadáveres, los señores Gregorio Gutiérrez V.,
Gregorio E. Mulet, Rnperto Re&trepo,el Presbítero Fran-
cisco Jiménez Zamudio y otras persona.3 piadosas. Dos
bóvedas con'3trnídas á la derecha de la puerta de entrada
del cementerio del citado paeblo, sirvieron á la triste co-
mitiva para cnmplir la obra de misericordia de enterrar
á los muertos.
Como prueba irrecusable de la veracidad de nuestro
relato, insertamos á continuación la parte conducente de
una carta que el distinguido cab'lllero danés D. Bendix
Koppe], Vicecónsul de su país en Bogotá, dirigió al no
menos estimable caballero Carlos Schloss, fechada en
Londres el diez de :Marzo de 1896:
'' Tengo que agradecerle el envío del libro de Cor-
dobés; he gozado mucho con su lectura. Son extraordi-
muias su memoria y su exactitud. Durante la revolu-
ción de ~Iosqu6ra, recordará usted, estuve todo el tiem-
po entre los dos ejércitos beligerantes en la Sabana, y su

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descripción es exacta en todo. Estuve con Darío Calvo en
la batalla de Subachoque, y con César .hiedina al día
siguiente.
"Con Simón O'Leary vi el combate en que pereció
Obando, y hablé con Cuéllnr, ya heri lo, y le pude dar
un poco de brandy.''
Pocas personas habrán experimentado en su vida
más peripecias que el General Obando. Siendo de cos.
tambres austeras y de índole benévola, lo pintan sns
enemigos como un mónstruo de iniquidad; sobre él
pesó el tremendo cargo del asesinato del Gran Mariscal
de Ayacucho, por lo cual lo llamaban el Tigre de Be-
rruecos; pero nada hizo en tiempo la j asticia para descu
brir á los culpables de aquel crimen. Vencedor y venci-
do, alternativamente, sufrió los rigores de la pobreza en
país extraiio, hasta el extremo de tener que trabajar como
hortelano para ganar con qué vivir, después de atravesar
las selvas desiertas del Oaquetá; engrandecido por la im-
placable persecución de que fue v{ctima, atrajo hacin sí
el amor del pueblo, que lo elevó á. la primera magistratu·
ra, con un lujo de opinión, como no alcanzó ningún otro
caudillo en este país; y cuando los liberales creyeron que
tenían por Jefe á un hombra de Estado, sólo encontru-
ron en el General Obando la bonlwmía del padre de fa-
milia, y un modo de ser que no correspondía, en manera
alguna, á. los calificativos favorables ó adversos que le dis-
cerníun sus amigos 6 sus enemigos. Confió el mando de la
fuerza pública á un amigo y confidente suyo, y éste hizo
una revolución de cuartel para salvarse de la responsabili-

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dad que le aparejó la muerte que dio á un hombre, princi-
piando el atentado de la traición por aprisionar al confiado
Presidente. ¡Viva Obando, Presidente constitucional!, fae
el grito de guerra de los contendores ; pero al triunfar las
huestes constitucionales, lo des~itayó el Senado como cóm·
plica del Dictador; lo absolvió el fallo imparcial del más
alto tribunal de Justicia, compuesto de adversarios polí-
ticos de Obando, y volvió á Popayán su ciudad natal, á
devorar la amargura de los desengnños, y á llevar con dig-
nidad la librea de la pobreza, único gaje que sacó :le las
delicias dol poder •••...
Después de treinta años de enconada enemit:~tad, se re·
concilió Obando con el General 1\Iosquera y se puso ai
sus órdenes, para combatir al Gobierno de la Confede-
ración Granadina: el astuto guerrillero que inmortalizó
su nombre en las breñas de Pasto, hasta hacer necesa-
rio auxilio extranjero para vencerlo en Huilquipamba,
vino á morir sin gloria en una celada de que habría
escapado un niño de escuela.
No creemos inoportuno insertar el siguiente epigra-
ma compuesto por D. Manuel Cárdenas, á orillas del Puta-
mayo el cinco de Octubre de 184:2, al emigrar de la Nueva
Granada en vía para el Perú, en asocio de los señore9
General José María O bando, Angel María Céspedes, Ig-
nacio Carvajal, Fidel Torres y José Espaiia.

J5

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-386-

DESCUBRIMIENTO ADMIRABLE PARA VENCER INF.ALULE·


MENTE EN LOS COMBATES

Epig'rama.
Novel Guerrero, deja
Las largas enseñanzas
Que de la guerra forman
Un arte complicado ;
Ni ya en Jos comentarios
La doctrina cansada
De J olio César busques.
¿Sabes qué es lo que basta
A vencer en tres toques
Sin réplica ni falta?
Tres son los requisitos
Y hélos en dos palabras:
Bajo ningún pretexto
C(lmprometas batalla
. A no ser de año en alío,
Y sólu en fecha dada,
Que es de Abril á prim.ero, (1)
Fecha en que nunca falla ;
Más no falte un minuto
Adelante ó ú espalda.
-- (1) Alude nl parte de la bntnlln do Tescua dado por el Gene-
ral Mo11qucra, que principio. B"Í: "No podía ser de otra manera:
eta 1.• de Abril, y yo ompuunb~ la espada con que ~1 Libertado
'\'enci6 en Jnnín!'

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Debe entrar en combate
La mismísima espada
En J unín vencedor&
De un grande hombre heredada.

~lás lo esencial es esto :


Que por mano Fu-lana
(Aquella qne ya sabes),
El arma sea ernpttñada ;
Y con estas tres cosns
Ni los diablos te aguardan
" Las dos primeras cosas
Conseguir alcanzara;
Más dí, maestro,¿ cómo
Consigo esa fulana?"
-¿ La mano ~s el estorbo ?
Qué pamplina ! ¡ cortarla!
Y, amarrándola al puño,
Aunque muerta llevarla.

El siguiente episodio histórico de la vida de Oban-


do, dará ligera idea del carácter de este hombre.
En el año de 1820 queJó el entonces Teniente Co-
ronel Joaqufn París de Jefe de la plaza de Popayán, te-
niendo por adversario á Obando, al frente de lRs gue-
rrillas reali~tas qu e eran el terror de 1~ comarca. El
Jefe p l.triota y las pocas fuerzM de que disponía, esln-
bl'\n reducidas á dormír durante el día, porque Obando
atacaba indefectiblemente, en la noche, por el lado del
Egido. Esh fatiga duraba ya algún tiempo, hasta que una

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Tez se quedó París esperando el ataque de costumbre.
Por el momento creyó éste que aquél pondría en prác·
tica algún nuevo a,rdid; pero como pasaran dos noches '""
sin saberse del enemigo, el Coronel París logró averiguar
que la tregua de hecho ten1á por causa la enfermedad de
Obando, quien permanecía en Chirivía muriéndose de
fiebres, por falta de recursos médicos. En el acto dispu-
so el noble Manco de Bomboná que el médico de su fuer-
za se encaminara al campamento de aquél, con todns las
medicinas que pudiera necesitar, y el siguiente billete:

" Estimado José 1\Inría.

"Lo cortés no quita lo valiente. Te mando mi médi-


co: puedes tomar con confianza los medicamentos que te
suministre.
"Tuyo. "PARÍS.''

Restablecido Obando de su dolencia, remitió al Te·


niente Coronel París un magnífico caballo castafio con
esta esquela:

"Estimado Joaqufn.

" Me siento orgulloso de tener al frente un enemi-


go tan noble; que ese caballo te sirva para adquirir más
gloria de la que has cosechado en cien combates.
"Tuyo,
ce ÜBANDO. ''

El Teniente Coronel París no creyó cancelada la


denda del caballo si uo retornaba el obsequio, y al efecto

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-389-
envió un sable á Obando con otra esquela, en la caal le
decía, que tenb la esperanza de que esta arma la esgri-
miera en servicio de la causa americana. Aquel le con·
testó, que tenía su espada para servir al rey ; pero que
tanto ésta, como el sable que había recibido, no los es-
grimiría jamá-J contra Joaquín París.
En la vida de Obando se observaba la intervención
de algo corno un hado funesto. Razón tuvo el fiscal de
la Cámara de Representantes en 1855, para compararlo,
cuando lo acusó, al Edipo de la fábula !
Después de un combate se reúnen los que toman
parte en él, para referise mutuamente las peripecias y
peligros corridos : de ésta regla general no había de ser
excepción el hecho de armas en que murieron Oban-
do y Cuéllar. Del campamento conservador salió la es-
pecie de que el Coronel Ambrosio Hernández se jactaba
de haber lanceado al primero : este cuento pasó, de boca
en boca, hasta que llegó á oídos del General Mosquera
quier., al saberlo, hizo formar el ejército en que se
contaba gran número de negros caucanos adoradores de
Obando, á quien llama1:an padre, y til frente de las le-
giones revolucionarias, juró tomar venganza de la muerte
dada al expresado Genernl y á sus compañeros, y para
que no quedara duda de esta resoluci6o, la notificó por
medio de un oficio al General en Jefe del Ejército de la
Confederación.
Siempre hemos sentido horror por los chismosos, y
en el caso que nos ocupa vemos justificada tal aversión.
A muchas pbrsonas les hemos oído referir que el desgra-

...

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-390-
ciado llernández decía que él dio muerte á Obnndo; pero
no sabemos que alguien dijera que lo oyó de boca de
aquél, sino quo lo oyó deci'r.
El presbítero doctor Francisco t.Timénez Samudio,
venerable sacerdote digno de todo crédito, vio al jinete
que lanceó á Obando, y cree que se llamaba Rodríguez,
el mismo que murió después de algunos días ,m "Tres
Esquinas de Funza,, en un encuentro con parte del es-
cuadrón " Calavera" de la revolución. Otras personas
aseguran que el matador del General fue Vicente Cam-
pos, quien murió en la batalla de U saquén, el trece de J u-
nio del mismo año ; pero si puede haber duda acerca de
que fuera Rodríguez ó Campos el responsable del hecho
que referimos, no sucede lo mismo respecto de llernán-
dez, porque el citado doctor Jiménez, testigo presencial,
nos ha dicho con acento de la más profanda convicción,
que tiene evidencia de que Ambrosio Hernández NO
MATÓ NI HIRIÓ Á ÜBANDO NI Á ÜUÉLLAR. Sin embargo,
el más interesado on el esclarecimiento do estos hechos,
guardó nompleto silf'lncio, eacudado con la tran-quilidad
que le daba su inocencia !
La muerte del General O bando produjo ~entimientos
de conmiseración y estupor hasta entre sus enemigos:
al saber la noticia el entonces Capitán Alejandro Posada,
contestó oon ademán severo : A un General no se le lan-
cea en el campo de batalla. Obar1-do prisionero era un re-
hén de ine8timable t•alor ; ¡Je'ro mue1·to no vale nada pa'ra
mustra causa .•.
El Coronel Pedro Gutiérrez Lee recibió una. herí-

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-391-
da que no era mortal, en la batalla de " San te. Bárbara'':
al oír las salvas de artillería en celebración del triunfo de
"Cruz Verde, '' se le prosontaron los síntomas del téta-
nos que lo mató, nconsecuencia de la conmoci6n nervio-
sa que experimentó al saber que Obando había muerto.
Fue después del triunfo obtenido por la revolución
el diez y ocho de Julio, que lamentaron los adversario!
políticos la muerte del General Obando: cuánta sangre
y cuántas lágrimas se habrían ahorrado si él hubiera
vivido!
Apenas habrá en Bogotá un sacerdote más estima-
do que el doctor Jimé nez Zamudio á quien nos hemos
referido en las líneas que preceden. N o penetraremos en
las interioridades de la vida de este hombre, porque las-
timaríamos la susceptibilidad de su modestia ; pero sí
tenemos derecho de pregonar á voz en cuello, las accio-
nes de abnegación y caridad que ha llevado á cabo con
un valor y serenidad que envidiarían los más audaces
guerreros.
Comprendemos que el soldado n quien inspira el
sentimiento de adquirir gloria, se lance al combate y
afronte los peligros de la guerra; pero que un hombre
indefenso recorra impávido el campo de batalla, expuesto
n recibir los proyectiles de ambos combatientes, sin otra
mira que auxiliar á los heridos ó moribundos, y un-
girlos con 6leo santo, á. fin de que cambien antes del ins-
tante supremo los sentimientos de odio que los domina,
por los de amor y perdón, es un fenómeno que sólo se
ve entre aquellos á quienes la religión del Crucificado 1e
lo impone.

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El cuatro de Diciembre de 1854 ae vio al doctor Ji-
ménez recorrer las calles de Bogotá en busca de heridos,
en los tres días que duró el combate que puso fin á la dic-
tadura de Melo.
El reconocimiento que hizo parte del Ejército del
General 1\!osquera, el doce de Junio de 1861, dio por re-
sultado un combate desventajoso para éste, en el que per-
dió algunos hombres muertos y cerca de doscientos prisio.
neros. Aún no se habían retirado los contendores del lugar
del combate, cuando ya 6staba el doctor Jiménez prestan-
do sus auxilios espirituales y materiales á los heriaos que
encontraba: terminada la tarea, volvía á su campamento
cuando vio que tres hombres sumergidos en una zanja
le pedían que los salvara. Sin averiguar más, se desmon-
tó del caballo, recogió en las manos sangre de la que
vertía un muerto, tjñó con ésta las caras y vestidos de los
derrotados, los condujo en ancas del caballo recomendán-
doles que se fingieran heridos y que se quejaran de las
supuestas heridas, los dejó en u~:a choza inmediata en-
cargando á la dueña del albergue que les diera algún sus-
tento, y á la entrada de la noche los condujo sanos y sal-
vos :í Bogotá: uno de éstos, de apellido Aldana, era ayu-
dante de campo del General Liborio Darán. N o le fue
ingrato porque el diez y ocho de Julio siguiente se presen-
tó en la casa del doctor Jiménez, y no permitió que lo
ultrajara ninguno de los vencedores ...... !
El die?: y ocho de Julio de 1861libró el General Mos-
querala batalla que tuvo por inmediato resultado la caída
del Gobierno de la Confedernción Granadina y la toma de

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Bogotá. Las fuerzas de la legitimidad defendían el nito
de San Diego y el camellón que separa este convento de
las dehesas inmediatas al Cementerio de donde hacia
fuego la infantería invasora, al mismo tiempo que la ar-
tillería enemiga dominaba la plazuela del Oonlfento. No
había punto alguno para poder permanecer al abrigo de Jos
proyectiles que se cruzaban en todas direcciones. El doc-
tor Jiménez andaba á caballo en medio de los combatien-
tes, llevando suspendido del cuello el saco en que guar-
daba los santos óleos; al llegar n la esquina Suroeste del
Convento vio á un herido, y sin tener en cuenta el
inminente peligro ni las voces que le daban los Jefes
Juan Silva y Houorato Barriga para que se retirara, se
arrodilló junto á aquel y logró au:xiliarlo. Apenas hubo
terminado tan noble deber, cuando llegó una bala de ca-
fi6n que depedazó el cráneo del infeliz herido, cuya masa
cerebral se estrelló contra el impávido sacerdote. Siendo
imposible su permanencia en este punto, se dirigió al án-
gulo Suroeste del edificio; de nquí vioal benemérito Ge.
ral Manuel Arjona que hacía esfuerzos inauditos para
rechazar las fuerzas revolucionarias en el alto de San
Diego. Con ánimo de ser útil por este lado, se acercó al
desgraciado Genaral, y en el mismo momento en que le
dirigi6 la palabra, recibió Arjona una bala que le en-
tró por la boca y le salió por un oído. Quiso el doctor
Jiménez recogerlo en sus brazos; pero no pudo sopor-
tar el peso del ya difunto General, y los dos cayeron
juntos de los caballos que montaban; cargó el cuerpo de
Arjona y lo dejó en el portal de la iglesia, llena de herí-

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-394-
dos, y logró qne los aterrados frailes del Convento, que
se hallaban encerrados en el coro, bajaran á prestar soco·
rro á los numerosos heridos que pedían auxilio y agua.
con gritos de angustia !
El combate continuó con encarnizamiento en el Alto,
en donde las fuerzas de la Confederación obtuvieron li-
gera ventaja, y aún lograron ocupar por breves inetantes
una de las posiciones del Ejército del Generall\Iosquera.
Al ver el doctor Jiménez los heridos que dejaron las
fuorzas revolucionarias, voló á auxiliarlos sin meditar
en el peligro que corría. Apenas hubo empezado su he-
róica tarea, cuando cayó herido de un balazo en el muslo
ue la pierna derecha. El General Posada so hallaba inme-
diato al valiente Capellán y ordenó que lo recogieran. El
General Mosquera que estaba al frente, hizo cesar el
fuego en esta parte del combate mientras retiraron al
doctor J iméoez.
Todavía está fresco el recuerdo del incendio de las
casas que existían en el ángulo Norte que forman la ca.
rrera 7 .a y la calle 12, en la noche uel siete de Diciembre
de 1889, donde perecieron nueve persono a. Pues bien:
cuando llegaron al lugar del siniestro la tropa y el cuer-
po de serenos, ya estaba el doctor Jiménez en el tejado
de la casa inmediata dando órdenes oportunas; y ténga-
se presente que éste llega ya á los ochenta años de exis-
tencia meritísima.
A riesgo de fatigar á nuestros lectora~, insertamos á
continuación, las notas cruzadas entro ol General Mos-
41uera, el General en Jefe de las tropas legitimistas, y ol

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Procurador general de ]a N ación E'ncargado del Po-
der Ejecutivo de la Confederación Granadina, con moti-
vo de la muerte del General José María Obando y del
Coronel Patrocinio Cuéllar.

" T. O. de Mosquera, Presidente provisorio de los E3tados


Unidos de Nueva Granada etc., etc.

" Al ciudadano General en Jefe del Ejército del Gobierno General.

e: Os acompaño en copia el decreto de amnistía ex-


pedido por mí el seis del corriente, para los comprometidos
en la revolución hecha contra ]a soberanía de Jos Estados.
Por este acto conoceréis que soy consecuente á la políti-
ca que me he propuesto seguir en la presente contienda,
evitando efusión de sangre y desgracias á la patria, de
que no soy responsable, en vista de las diferentes proposi·
ciones que he hecho para devolver la paz á la República.
Hoy por medio del decreto de que os hablo, se abren las
puertas de la reconciliación á Jos que no quieran conti~
nuar ensangrentando el país y arruináadolo en todo sen-
tido. Si después de este acto se'persiste en lJevar la gue-
rra adelante, nuestros contemporáneos y ]a posteridad
sei"íalarán á los autores de las desgracias que sobrevengan,
y á mi me quedará la grata satisfacción de haber agotado
todos lo3 recursos para conseguir la paz entre los grana-
dinu8.
" En todos los Estados de la disuelta Confederación

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-396-
está triunfante la cansa de la soberanía de dichos Esta-
dos. De esto debéis tener conocimientos exactos.
"Son muchas yá las víctimas que se han inmol ~ d o al
capricho y obstinación del círculo oficial de Bogotá, pues
liiÓlo en el campo de Santa Bárbara quedaron el veinticinco
del pasado como 400 cadáveres del Ejército de vuestro
mando, habiendo tenido yo que hacer dar sepultura á mu-
chos de ellos junto con los de mi ej é rcito, porque las comi-
siones que mandó vuestro antecesor no alcanzaron á ente-
rrarlos. El Gobernador de este Estado, señor Pedro Gu-
tiérrez Lee, ha muerto; y yo perdí en dicha función de
armas ciento veinticuatro individuo~ entre Jefes, Oficia-
les y clase de tropa. ¿Se querrá tC~davía cegar la vida d~
otros granadinos por dar pábulo á innobles pasiones?
Si no estuviera fuerte coa la incorporación del Ejército
del Norte al del Sur, y seguro de vencer, el de vuestro
mando al librarse otro combate, no daría este paso,
pues tanto por la calidad y número de los Ejércitos reu-
nidos, como po1· su entusiasmo y valor, no dudo sacar
triunfante el estandarte de la Federación, si no se quiere
aceptar el medio que presento para la terminación de
esta contienda fratricida.
"Espero que pongáis en conocimiento del señor
Procurador General de la Nación, encargado del Poder
Ejecutivo, el contenido de el!ta nota, para lo que pueda
convemr.
"Soy del señor General atento se-rvidor,
"T. C. DE MosQUERA.''
" Loa Arboles, " 9 de Mayo de 1861.''

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-897-

"DEORETODE6 DE MAYO DE 1861


"Concediendo amnistía á los comprometidos en Ja revoluci6n hecha
contra la soberanía de Jos Estados.

"T. C. de Mosquera, Presidente Provisorio de los E!·


tados Unidos de Nueva Granada, etc. etc.

" OONSIDERANDO:

"1.0 Que en el Ejército centralista hay individuos


engañados por la idea errónea de la pretendida legitimi-
dad con que los usurpadores del derecho del pueblo han
querido cohonestar sus crímenes ;
"2.0 Que con haberse unido el tres de los corrientes
Jos Ejércitos 1.0 y 3.0 es ya á todas luces invencible la
fuerza de los Estados U nidos, y hay justicia en un acto
de clemencia con aquellos que habiendo conocido su
error desean separarse de las filas del enemigo; y
"3.0 Que es preciso volverle cuanto antes la paz á
la República con un acto espléndido de generosidad ;
ce DEOBETO :
"Art.l. o Se concede amnistía á los individues com·
prometidos en la revoluci6n que ha hecho el Gobierno
general contra la soberanía de los Estados que consti·
tuían la Confederación Granadina, siempre que acogién-
dose ó. este acto, no presten en Jo sucesivo ningún ser-
vicio al enemigo.
"Art. 2. Si los que se acogieron á la amnistía son
0

G6nerales, Jefes ú Oficiales, serán reconocidoa en los

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mismos grados y empleos que hayan obtenido conforme
á las leyes.
"Art. 3.0 Si los que se acogieren á la amnistía, son
particulares que han servido á la causa centralista con
empréstitos forzosos, tendrán derecho á que se les reco-
nozcan sus créditos por los Estados U nidos, siempre
quo los j astifiquen debidamente con arreglo á las leyes.
"Art. 4.0 No quedan comprendidos en la amnistía
los que, faltando á las leyes de la guerra, cometieron, el
veintinueve de Abril último, el delito de asesin~to en In
persona del i1 ustre general José María Ob ando, y en los
de otros individuos de la columna que conducía.
"Art. 5.0 Para que la gracia concedida en este Decre-
to tenga efecto, es preciso que los individuos de que se
trata se acojan á la amnietia luégo que tengan conoci-
miento de ella y antes de nuevo combate.
"Dado en Subachoque, á 6 de Mayo de 1861.
"T. C. DE ~iOSQUERA.-El Secretario de Gobier-
no, Andrés Cerón.-El Secretario de Hacienda, Ju.lián
Trujillo-El Secretario de Relaciones Exterior~s, encar-
gado del Despacho de Guerra, José María Rojas Gan·ido."

'' T. C. Mosquera, Gobernado?' constitucional del Estado


Soberano del Cau.ca, Presidente de los Estados U ni·
dos y Supremo Director de la Guerra.
"Al Señor BnrtolomG Calvo, Presidente uel Gobierno y tropnj¡
que existen en Bogotít..
" Me veo en la necesidad de dirigirme á usted, una
vex. más en mi calidad de Gobernador Constitucio-

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-399-
nal del Estado soberano del Cauca y supremo Director
de la Guerra, como Presidente Provisorio de los Esta-
dos Unidos, para requerir á usted á nombre de la huma-
nidad para que sean bien tratados los Magistrados, Jefes,
Oficiales y demás ciudadanos que tiene usted hacinados
en una cárcel estrecha en Bogotá, expuestos á morir as-
fixiados y de hambre. Apenas es creíble, sefior Calvo,
que en esta época y por hombres que se llaman civili-
zados, se cometan asesinatos como los del siete de Marzo,
los perpetrados en Cruz Verde con el General Obando
y otros ciudadanos, y que á los prisioneros de gnerrn civil
se les trate tan inícuamente como no se hace con los ban-
didos y malhechores. El ejemplo, que yo he dado en
quince meses de campaña, perdonando y tratando bien
á los enemigos del pueblo, debía haber servido de lección
para que ustedes hicieran otro tanto.
"Desde S(lgovia hasta este Cuartel General he
marchado siempre en triunfo, y Jos campos de Chagua-
ní en que perdoné á. una División y sus Jefes de ser sa-
crificados, con la esperanza de obtener la paz : el esplén-
dido escarmiento que di al Ejército de la Confederación
en "Santa Bárbara": mis movimientos estrat6gicos para
unirme con el Ejército del Norte ; y los que últimamen-
te he ejecutado para quitarle al Ejército que sostiene á
usted y su partido, la línea mllitar del Fnnza, le proba-
rán á usted que con pocas operaciones más estará en
mi poder esa ciadad, y prisioneros ó muertos sus de-
fensores para hacer más doloroso el triunfo de las ins-
tituciones.

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-(00-

"Yo no hago á usted hoy una intimación, ni provoco


tampoco una transacción, y mi carta no tiene otro objeto
que el que he indicado al principio, requerido para que
los prisioneros sean tratados con decoro y alimentados,
y si usted no tiene recursos para hacerlo, permítame us-
ted que le remita una suma de dinero para que sea inver-
tida en alimentar á esos desgraciados ciudadanos, á
quienes se quiere asesinar asfixiándolos ó por hambre.
" Considere, usted, señor Calvo, que pocos son los
días que le restan á usted en el ejercicio de un poder
efímero, y que el derecho natural y de la guerra me au-
torizan á hacer en ustedes lo que ustedes han hecho con
nuestros desgraciados compatriotas q a e han caido en su
poder. No crea usted que las calumnias que se me pro-
digan en el papel sem-oficial, suponiendo decretos que
no he dado, puedan exaltar las pasiones del pueblo de
Bogotá que me conoce y sabe cuánto aprecio tengo por
aquel pueblo.
"Soy de usted afectísimo compatriota y servidor,
" T. C. DE MoSQUERA.''
"Torca, 30 de Mayo de 1861.''

" Confederación Granadina.- El General en Jefe.-


Cuartel Gene'ral en" El Corso,"á 17 de Mayo de 1861.
"Al se!ior Tomás C. de Mo1quera.
"Llegaron á. mi poder las tres notas de usted fecha-
das el nueve de los corrientes en " Los Arboles,'' y me

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permito contestarla~ todas en una, por faltarme tiempo
para hacerlo separadamente.
''Se contrae In primera á recabar el cast1go de los
que, según usted, asesinaron el veintinueve del pasado n
los señores José María Obando y Patrocinio Cuéllar. .A.pe-
nas debería detenerme á contestar esta reclamación, estan-
do, como (jstá, suficientemente comprobado, que tanto los
dos mencionados como los demás que perecieron en el
combate de ese día murieron del mismo modo que los
que usted vio morir en el combate del veinticiuco.
"Los soldados del Gobierno legítimo no saben ui
pueden ~atar enemigos rendidos é indefensos: prueba
de ello son los muchos prisioneros que se le tomaron ese
día al mismo Obando, y los muchos quo se le habían
tomado á usted cuatro días antes. Todos ellos Je de-
bieron la vida al acto de rendir sus armas, no á tenor
títulos de simpatía ó aprecio entre los individuos que los
aprehendiron.
"Entre los papeles de Obando se encontraron docn•
mantos comprobuntes de que traía una fuerza efectiva do
más de seiscientos hombres: no alcanzaba á este nú-
mero la que salió de Subachoque á batir! o. i De dónde
deduce usted que estuviera indefenso? Obando y Caé·
llar recibieron sus heridas eu el propio campo de bata-
lla, en el acto en que aquélla tenía lugur. Compare us-
ted la muerte de ellos con ladd individuos que la han reci-
bido fuera del campo de batalla, á mucha distancia del
lugar donde ésta se diera y se persuadirá de cuán infun-
dado ea el cargo do aaeainato, hecho por usted á laa
26

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-402-
fuerzas de mi mando. Sin embargo, y á pesar de qu
éste ejército no ha cometido acto ninguno que lo ponga
en la necesidad de vindicarse de semejante imputación,
el dia que se quiera se sabrá, por muchos testimonios
irrecusables, que los señoree Obando y Cuéllar murie-
ron en lid corriente, defendiéndose, obligando, el pri-
mero con espada en mano á sus soldados á batirse, y
aún hiriendo á uno de los nuestros que lo atacaba.
"En la segunda me habla usted de la orden que dio á
su intendente general para que hiciera recoger y cuidar
en Subachoque á varios de nuestros heridos que supone
abandonados y dejados á la intemperie. N o dutlando
que usted haya hecho lo que dice, me apresuro á darle
por ello las más expresivas gracias. N o obstante, me
permito manifestarle. que ellos fueron dejados bajo la
garantía de !as palabras cruzadas entre u:3ted y el ciu-
dadano General París: que quedaron al cuidado de mé-
dicos, cirujanos y practicantes del ejército: que se les
dejaron toldos, abrigos, dinero y demás recursos que pu-
dieran necesitar. Fue después de venido nuestro ~jérci­
to que quedaron ellos sin fuerza que los custodiara, y
fue también entonces que los soldados del ejército que
usted manda se permitieron ir á. robarles hasta sus tol-
dos y abrigos. Dudé al principio de que semejante acto
tan salvaje hubiera podido cometerse en un país que
aspira á ser tenido por cristiano y civilizado; pero ante
testigos presonciales y de intachable veracidad, he te-
nido que resignarme á recibir este hecho como una nue-
va maestra del espíritu de barbarie que amenaza invadir

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-408-
nuestra querida patria. Me prometo que al tenel' usted
conocimiento exacto del hecho, hará cuanto esté de su
parte para no dejarlo impunido.
"La última de sus notas es remisoria de un decreto
expedido por usted con el tí talo de amnistía. Ignoran •
do qué individuos hayan podido cometer delitos cuyo
juzgamiento y castigo corresponda á la revolución, me
be visto ea la imposibilidad de dar curso al referido de-
creto. Comprendo perfectamente que actos de esta cla-
se emanen de aatoridades legítimamente constituidas,
cuando pudiendo castigar, prefieren, por consideracio·
nes de humanidad Ólde política, otorgar gracia á los que
se han hecho acreedores al castigo. Tal fue el expedido
por el Poder Ejecutivo N aciona.l el treinta del mes próxi-
mo pasado, que le fue enviado ti usted y al que parece que
debe contestar con el de que vengo haciendo referencia.
"El perdón otorgado por el débil al fuerte, envael-
ve un contrasentido que no se puede recibir en serio.
La situación política y militar de usted con respecto al
Gobierno legítimo de su patria, es demasiado clara para
que pueda ocultaras á un espíritu perspicaz como el de
usted. La revolución está muerta moralmente; y ni aún
contaría con el apoyo del ejército que usted manda, si
usted no hubiera agotado y continuara agotando todos
los recursos de su ingenio para evitar un combate en
que tendrán de medirse las fuerzas de la revolución y
las de la legitimidad. Usted ha podido ya calcular y pe-
sar estas fuerzas: ni podría explicarse de otro modo su
conducta evasiva y ese plan de campafia reducido á evi-

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-404-
tarnos siempre detrás do parapetos, ó en las cimas es-
carpadas de riscos inaccesibles. Semejante plan revela
tanto más su situación, cuanto más contrario es á los
que usted aceptaba cuando á la cabeza de ejércitos como
el que yo actualmente mando, buscaba usted sus ene-
migos lleno de fe en el triunfo de la causa que defendía,
y en el valor de los soldados á cuya lealtad ha estado
encomendado siempre el honor de la República.
<r Yo h:1bría rel)ibido el decreto de usted como un
insulto, si no comprendiera lo difícil de la situación de
un jefe de revolución que, viendo perdida su cansa, a pe-
... la á estos arbitrios pa~a ocultar su!i dificultades á los ami-
gos á quienes espera alimentar todavía con ilusiones.
Dios me ha concedido calma y sangre fría suficientes
para comprender que con faltas de e~ta naturaleza hay
que tropezar cuando se entra en el camino que conduce
á la lógica inexorable de los primeros extravíos. Tam-
bién me ha dado la honradez bastante para lamentarlos
cordialmente; y no ceso de rogarle que todavía ilnmi•
ne el espíritu de usted y de los que obsecados Je acom-
pafían, para que desista de la loca empresa de continuar
una guerra en que habrán de sucumbir aumentando la
ruina y el descrédito de su patria. Usted debe creer en
la sinceridad de estos sentimientos y recibir la expresión
de ellos como una prueba de mi antigua amistnd con
que quiero corresponder á la parte que pueda tocnrme
de eus generosos ofrecimientos; pero debo manifestarle
que, sean cuales fueren )as circunstancias en que me
coloque ]a fortuna, ora tenga un ejército como el que

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"stá á rnis órdenes, que da cuantas garantías de triunfo
pueden apetecerae, ora me vea rodeado de sns últimos
restos, mi conducta será siempre la misma, teniendo
por única regla el deber; y en este sentido no habrá
consideraciones de ninguna clase que me hagan consen-
tir en que se desdore una sola línea del honor de las ar-
mas que me están confiadas, ni del mío propio.
ClOon sentimientos de alta consideración, tengo la
honra de repetirme de usted atento servidor,

"R. Es:PINA.''

lil

La revoluci6n que principió en Popayá.n el ocho de


.1\Iayo de 1860, como dijimos antes y que apenas contaba
con sesenta fusiles de chispa y con el entonces proble-
mñtico prestigio del General Mosquera, había llegado de
triunfo en triunfo, disputado palmo á palmo, al río Del
Arzobispo, esto es, á lo3 arrabales de Bogotá, por el
Norte. El expirante Gobierno de la Confederación, qne
presidía el doctor Bartolomé Calvo Procurador Genera.!
de la Nación oncarga.do del Poder Ejecutivo, por acefa·
lía de la Presidencia de la República, domina.ba el te-
rreno que pisaba con un ejército de 2,000 hombres de-
salentado3 é incapaces de lncbar, con probabilidade3 de
triunfo, con los 5,000 soldados aguerridos que mandaba
el Jefe de la revolución, secunda.do por a.ntiguos vetera-
nos y twiente'B jóveires y ea~uaiasta.

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-4:06-
Los fueros de la humanidad demandaban que se ce_
labrara un trotado 6 convenio, á virtud del cual se ob·
tuviera una honrosa capitulación que pusiera término
al conflicto, con la ocupación pacífica de la capital por el
ejército de la revolución, y la garantía de la vida y pro-
piedades de los defensores de la legitimidad; pero el or-
gullo mal entendido de éstos ó una obcecación llevada
hasta la temeridad, cerraron los oídos á todo avenimien-
to, y el drama tuvo el desenlace previsto, con la batalla
librada en Jos arrabaleR de Bogotá, el diez y ocho de Julio,
donde, si bien es cierto que el reducido ejército de la
Confederación peleó con heroísmo, no lo es menos que
el país perdió en aquel día hombres muy notables, que
habrían podido continuar prestando á la patria sus im-
portantes servicios, y más de doscientos soldados que
dejaron tras de sí su correspondiente séquito de viudas y
huérfanos. Además, el General Mosquera ocupó á Bo-
gotá después de que la mayor parte del ejército vencido
quedó prisionero y á disct·eción del vencedor, lo mismo
que los h11bitantes de la ciudad, entre estos el doctor
Andrés Agnilar Intendente de Cundinnmarca, don
Plácido Morales Prefecto do Bogotá, y el Coronel Am-
brosio Hernández.
Por una de aquellas aberraciones inconcebibles,
los derrotados que venían á la ciudad, del lugar del com-
bate para ocultarse, ase.guraban que estaban triunfantes,
y estas falsas noticias contribuyeron en mucho para que
los tres caba11eros que hemos mencionado,-sobre el
último de los cuales se hacía recaer la responsabilidad

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-407-
de la muerte del General Obando y del Coronel Cuéllar,
y respecto á los dos primeros les achacaban la dirección
del cowplot para hacer fugar los presos, el siete de Marzo
y asesinarlos,-no tuvieran tiempo para asilarse en al-
guna de las Legaciones ó seguir á los derrotados que
tomaron las vías de San Antonio de Tena y Fusaga-
sugá, á donde nadie fue á inquietarlos por el mo•
mAnto.
Aguilar y Morales encontraron improvisado asilo
en la casa del señor Zenón Padilla, situada en la e!qui-
na Noreste que da principio al camellón de las Nieves,
y Hernández, en la morada del súbdito inglés sefíor
Samuel S!iyer; pero denunciados por per!onas despiada·
das que los vieron entrar, los sacaron y los lleTaron á la
Plaza de Bolívar, en ancas de caballos de los vencedo-
res, al mismo tiempo qne el General Mosquera clavaba
la bandera de la revolución triunfante al pie de la esta-
tua del Libertador. Al ver aq aél á los prisioneros, or-
denó que los fusilaran allí mismo; más el General San ..
tos Gutiérrez que estaba presente, logró salvarlos por
el momento, y aún llegó á. creer que la intención de
Mosqnera no pasaría de una amenaztl. De allí conduje-
ron ú Morales á la antigua cárcel que estaba á pocos pa•
sos de distancia de la Plaza de Bolívar, en la calle 10.•,
á Hernánde~(al cuartel situado en la esquina Noroeste
de la calle que va de La Oapuchina para la Alameda, y
á AguiJar, nl antiguo Colegio de San Buenaventura al
frente del puente de Cundinamarca, aberrojándolos como
si faer11n insignes criminales.

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No bien hubo cesado el fragor del combate, empe·
zó á susurrarse la noticia de que iban á fusilar á los pri-
sioneros, á quienes se imputaban los hechos que hemos
referido; y como tales decires llegaran á conocimiento
del señor :Miguel Samper, éste generoso caballero no
vaciló en ir á la casa en que se hospedó provisionalmen-
te el General Mosquera, la misma que habitaba el Ge-
neral Pedro Alcántara Herrán con su familia, frente al
Cltor1·o del Rodadero, en la calle 13.
El señor Samper fue introducido al salón de la casa
donde estaba el General Mosquera, quien lo rdcibió con
afabilidad y le ofreció del café de gl01•ia q•1e estaba to-
mando. Confiado aq nél en el estado de regocijo que deja-
ba traslucir el vencedor, abordó de lleno el objeto princi-
pal que lo había llevado alli, y al efecto, le dijo sin rodeos:
-General, en la calle se dice que usted piensa
ordenar el sacrificio del doctor Andrés Aguilar, de don
Plácido Morales y del señor Ambrosio Hernández.
-La noticia que usted bl\ oído, es cierta: esos
hombres serán fusilados, porque yo juré castigar con
toJo rigor al asesino de O bando y Cuéllar, y á los autores
del asesinato de los presos el siete de Marzo.
-Pero General, esos caballeros tienen derecho á
que l!!e les oiga en juicio y á que se les absuelva si son
inocentes, como yo lo creo.
-Señor Samper, yo no soy un juez que adminis-
tra justicia en un juzgado, sino un General vencedor
que aplica el De·recho de gentes: he resuelto fusilarlos y
ueted ralte que yo Jé hacerme obedecer.

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-~09-

El tono con que el General Mo!quera profirió las


últimas palabras, hizo comprender al sefíor Samper
que por este lado nada favorable obtendría, y salió con
intención de solicitar la influencia de los jefes que tuvie-
ran más ascendiente sobre el irritado vencedor. Desde
este momento basta que se consumó el sacrificio de los
que quiso salvar, no se ocupó éste en otro asunto.
Desde por la tarde del diez y ocho obtuvo permiso el
sefíor Samper para visitar á los señores Morales y Agui-
Jar, conqnienes tenia antiguas relaciones de amistad, y sin
perder tiempo puso en juego todos los resortes é influen-
cias que creyó podrían conducir al logro de sus nobles
deseos: habló á unos, rog6 ti otros, importun6 á todos,
ein que ninguno le diera la menor esperanza, visto lo
cual, se creyó en el ineludible deber de conciencia
de hacer saber, el diez y nueve al doctor Aguilar, la suerte
que se le esperaba.
Después de los saludos que se cruzaron, el seft.or
Samper dio principio á la penosa labor que iba á. llenar,
jirigiendo al doctor Aguilar estas sencillas y tenebrosas
palabras:
-Amigo mío, creo que usted debe estar preparado
para lo que pueda sobrevenir, porque tengo fundados
motivos para temer que la vida de usted está en peligro.
-No lo creo, mi buen amigo, á nadie he hecho mal
en el mundo, fui amigo político y personal del General
Mosq uera, y tengo plena seguridad de probar mi inocencia
respecto de cualquier cargo que me baga. Djga usted
á &ate qu• me oi¡a antes de oondftar'are.

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-Doctor, me es muy penoso decirle que nsted tiene
pocas horas de vida, porque según toda probabilidad,
hoy lo fusilarán : he agotado todas mis influencias y las
de mis amigos ; pero nada favorable he logrado. Arregle
usted sus cosas y esté preparado para lo peor que pueda
sucederle, en la inteligencia de que yo no lo abandona·
ré en ningún caso.
Después que salió de la prisión el señor Samper,
entró el doctor Aguilar en la capilla que había en el an-
tiguo Colegio de San Buenaventura, y allí pediría la
justicia que le negaban los hombres ..•.•• Ignoramos si
Morales y Hernández pudieron prepararse antes de que
los lanzaran en los abismos insondables de la eternidad.
A las cuatro de la tarde del mismo día se presentó
el General Luis Level de Goda, Ayudante General, en
la casa que habitaba el Generall\1osquera: éste lo reci-
bió con sefiales de muy buen humor, s~ informó de que
no había novedad en la plnza, y lo invitó á que tomara
una copa del pousse café que en esos momentos apuraba
en compañía de varios señores, entre éstos, el doctor
Manuel José Ana ya Protonotario Apostólico, el Coro.
nel Simón Arboleda, y el joven Carlos Arboleda sobri-
no del General Mosquera. Después de breves momentos
se despidió Level de Goda, y al salir lo llamó el General
Mosquera para decirle que fuera á buscar al General
Miguel Bohórquez, Jefe de día, y le oommunioara la or·
den de que hiciera fusilar á Morales, Aguilar y Hernán-
dez. El Ayudant~ General salió inmediatamente, en Ja
píftsQ'Isión de que se trataba de una timp1e amenaza;

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pero como sabía por experiencia propia que el Supremo
Director de la Guerra tenía por costumbre hacerse obe-
decer, volvió á entrar en ):\casa y se puso á la vista de su
Jefe, quien al verlo le preguntó secamente si ya estaban
cumplidas sus órdenes.
-¿Es de veras lo que ha dicho mi General? pre-
guntó Level con respeto.
-Tan de veras, que si á las cinco de esta misma
tarde no están cumplidas mis órdenes, lo hago fusilar á
usted.
Confundido Level de Goda con lo que acababa de
oír, !alió de la pieza en que estaba e( General Mosquera
y entró en los departamentos que ocupaba el General
Herrán con su esposa la señora Amalia de Mosqnera,
bija. predilecta del vencedor, y la señora Mariana n.a
Arboleda de Mosquera esposa del mismo, á fin de darles
aviso de la terrible orden de la cual era portador. Apenas
acabó de referir Leve! la funesta noticia, cuando la es-
posa, la hija y el yerno del General Mosquera entraron
precipitadamente en el comedor en que aun permanecía
éste, con el objeto de interceder, en términos los más
expresivos y vehementes, en favor de los tres caballeros
cuyas vidas estaban amenazadas. Viendo que eran inúti-
les sus ruegos, la hija del vencedor tomó las manos de
éste y le diio con varonil entereza:
-No puedo cree,. que mi padre manclze su brillante
triunfo con la sangre de ningún prisionero.
Oído lo cual por el General Mosquera se puso de
pie, dio nn fuerte golpe sobre la mela y con ademán que

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no admitía réplica y voz terrible que dejó perplejos
á todos los circunstantes, exclamó dirigiéndose á Carlos
Arboleda: vé á buscar hospedaje donde no me cobren
con exigencias indebidas los servicios que me presten ..• t
Sin esperanzas de aplacar la ira del General Mos·
quera, salió el doctor Anaya en busca de los Generales
José Bilario L6pez y Santos Gutiérrez, á fin de que és-
tos interpusieran sus legítimas influencias en favor de
los que iban á ser fusilados. A pocos pasos se encontró
el doctor Anaya con D. José María Vergara y Vergara
á quien comunicó la aterradora resolución del Presidente
provisorio. Con actividad digna de todo elogio, se pu-
sieron en busca de los expresados Generales á quienes
no halJaron, porque éstos estaban invitados á comer en
casa de] señor Francisco Antonio U ribe. Cuando ya no
había remedio, López y Gutiérrez supieron el afán y el
objeto con que se les buscaba.
Siempre que la fatalidad pesa sobre algaien, parece
que todo conspira en el sentido de allanar las dificulta-
des que se presentan para la oonmmaoíón de los acon-
tecimientos ; así sucedió en el caso que nos ocupa.
Al salir Leve! de Goda de la casa qoe habitaba el
General Mosqnera, se encontró de manos á boca con el
General Bohórquez á quien comunicó la orden verbal
que había recibido, al mismo tiempo que le encareció el
mayor retardo posible en la ejecución, mientras ponían
en juego todas las influencias que pudieran conducir á
que desistiera el Presidense provisorio de tan cruel in-
~to ¡pero &hórqlle'l en un YiLl)rano qu~ no tenía más

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criterio que el que aprendió en las ordenanzas militares.
Estaba en campai'ia y en el Cuartel General, era Jefe
de día, recibía por conducto regular el mandato del Ge·
neral en Jefe, y no tenía otra cosa que hacer sino obe·
decer.
Si es una orden contestó Bohórquez, voy á. cum-
plirla, al mismo tiempo que hizo volver el caballo que
montaba, y tomó la dirección del Cuartel de Artillería
situado en la Plazuela de San .Agustín donde estaba alo-
jado el Batallón 13, al mando del Coronel Vicente Pi-
nares, quien en esos momentos estaba fuera del Ouartel.
Al toque de llamada apresurada al Jefe del Cuerpo, salió
éste de una de las tiendas situadas en los bajos de la
casa qu~ hoy es de D. José María Valenzaela, en la es-
quina diagonal al edificio del Observatorio Astronómico.
Al ver á Piñeres el Jefe de día, le ordenó que llevara
el Batallón á la entonces Huerta de Jaime, y sin más ex-
plicaciones picó los hijares del caballo y se encaminó á
dar las disposiciones conducentes á la ejecución de lo
que aquél creía un deber. Rizo sacar de la cárcel :í D.
Plácido Morales con orden para que lo condujeran, pa-
sando por la Plaza de Bolívar y la calle de Florián, hasta
llegar al Colegio de Saa Buenaventura donde retenían al
doctor Andrés AguiJar: una vez reunidos los dos prisio·
neros los hicieron bajar por la calle de los Carneros, escol-
tados por un batall6n que marchaba al compás de la banda
do música que iba á la cabeza, hasta la plazuela de La
Capuchina, donde los reunieron con Ambrosio Hernán-
dez, á quien tenían preso en el cuartel que improvisaron

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en la casa situada en el ángulo N oroes te de la calle que
conduce de dicha plazuela á la antigu¡¡ alameda.
Al salir de la cárcel el infortunado Morales vio á su
idolatrada bija menor, la señorita Dolores, que velaba
al frente de la prisión, llena de angustia por la suerte de
su padre, la que tuvo valor para atravesar las filas de sol-
dados que rodeaban á éste y preguntarle con la am!ie-
dad que es de suponerse, si sabía á qué parte lo lleva-
ban ........ .
-No lo sé, bija mía, fue la última palabra que oyó
la desolada niña de los labios de su padre 1
D. Miguel Samper rondaba los alrededores del Co·
legio de San Buenaventura, con la esperanza de prestar
algún auxilio al desgraciado doctor Aguilar, cuando sa-
caron á é~te para conducirlo al sitio de donde no debía
volver, y como en esos momentos pasara por allí el Coro·
nel Manuel María Victoria, el negro, el sei'ior Samper
lo interesó vivamente para que fuera á casa del General
Mosqnera, oon el fin de que obtuviera. al menos una or·
den que suspendiera la ejecución: ya en camino para la
Huerta de Jaime los alcanzó aquél y le manifest6 lo in-
fructuoso de los pasos que había dado.
Aún atormenta al sefior Samper, en las tranquilas
horas de reposo, el recuerdo del ademán y la mirada de
angustioso adiós que le dirigió con muda elocuencia y
pálido rostro el que iba á morir !
Al aproximarse los prisioneros á la antigua calle
Honda, que va de la plazuela de San Victorino hacia el
Sur, bajaba por la calle de San Juan de Dios el Batallón

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13. Los prisioneros siguieron adelante hasta la Huerta
de Jaime, en mitad de la cual hizo formar Pifíeres el
Batallón, en la dirección de Norte á Sur.
Todos aquellos á quiene11 la casualidad tenía reuni-
dos en ese sitio, estábamos en la persuasión de que se
trataba de cualquier suceso, menos el de dar muerte á
esos caballeros ; y hasta éstos parecían indiferentes á lo
qne pasaba en derredor suyo.
De repente se presentó á caballo el General Bohór-
quez, se acercó al Coronel Pifiares y le dijo algo muy
grave, porque éste hizo u o movimiento de sorpresa acom·
pnñado de un gesto de horror. En seguida se acercó Pi-
ñeres á la cabeza del Batallón y dio una orden al primer
oficial, orden que no oímos; pero que los hechos poste
riores nos hicieron comprender.
Al Occidente de dicha plaza había una zanjn de un
metro de anchura, llena de agua cubierta de plantas
acuáticas, á distancia de cuatro ó cinco metros de la pa-
red que aún existe á. pocos pasos de la calle nueva abier•
ta al costado Noroeste de la misma ; de manera que entre
la zanja y la pared había un andén sin empedrar. Hacia
este sitio condujeron á los prisioneros y los colocaron
dando frente al Oriente y la espalda á la zanja ; pero
por causas que no comprendimos, el oficial qne se destacó
con una escolta del Batallón, invitó á los prisioneros
para que saltaran la zanja, operación que estos ejecuta-
ron en completa calma, después de lo cual enfilaron lo1
soldados al borde Oriental de aquélla.
El doctor AguiJar se situó al Norte: Yestía gabán

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y pantalones de pafio de color azul turquí y sombre lO
negro de fieltro ; el señor Mornles ocup6 el centro:
vestía levita y pantalones negros, chaleco de paño y
sombrero de fieltro de color carmelito ; el Coronal
Hernández se colocó al Sur: vestía dolrnán con alnm!l-
res y pantalón de color gris, y sombrero de suaza,.
Todos de pie, con la vista fija en la escolta que tenían a}
frente, sin proferir ni una palabra; á juzgar por las apa.
riencias, no se daban e uen ta exacta da la excepcional
gravedad de su situación.
En medio del silencio que en esos momentos em-
bargaba la atención de todos, se oyó la voz de mando
del oficial que gritó :
-Preparen 1 Apunten!... Retiren ..•.•• !
En el atolondramiento, del oficial olvidó que los fu-
siles estaban descargados, prolongnndo así, sin int~nción,
el suplicio de tres hombres á quienes iban á dar muer-
te sin concederles los socorros y consuelos de la religión,
que no se niegan ni á los mayores criminales.
Carguen á discreción I ordenó el Jefe de la escol-
ta ; y en tanto que los soldados obedecían este mandato,
las tres vctimas debieron comprender, á no quedarles
ya duda posible, que apenas tenían tiempo para acoger·
se por un instante al precioso atributo de la Misericordia
Divina ...••• D. Plácido hizo un ligero movimiento vol·
teando la cabeza como para no ver Jos pavorosos pre-
parativos, El entonoes R. Padro Paúl , que d3sruéii fue
Arzobispo de Bogotá, se hallaba en la puerta de la "Quin·
ta de" Se¡ovia" donde los Jesuitas tenían el N ovioiado:

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desde allí perdonó, en nombre del Ajusticiado Jesús,
á los que aparaban en esos momentos el amargo cáliz de
la muerte J
El oficial exclamó con voz resuelto : Preparen J
apunten I••••.•• fuego 1
Envueltos en el humo de la pólvora vi::nos que
Aguilar cayó de bruces y que pudo voltearae dando la
espalda &1 suelo ; Morales cayó de espaldas por el
balazo que le destrozó la cabeza en la sien izquierda;
Hernández se deeplomó sobre el último ; pero logró in-
corporarse por un instante para caer boca arriba con el
brazo derecho extendido en ademán de imponente indi-
ferencia. Los soldados continuaron disparando indis~in­
tamente sobre los tres.
Agnilar fue el último que murió después de penosa
agonía: le despedazaron la frente y la mano derecha, en la
que le destruyeron los dedos pulgar, índice y cordial.
Terminada la ejecución, regresó el BataJlón 13 á su
cuartel, dejando los tres cadáveres en la posición en que
quedaron al expirar, despuésde empapados en su propia
sangre y en el lodo en donde cayeron.
Sobrecogidos de horror ante In espantosa realidad-
que teníamos á la vista, permanecimos junto de las
víctimas hasta que, casi al cerrar la noche, se presen-
taron los deudos del sefior Morales para recogerlo y
llevarlo á la iglesia de La Capuchina, donde lo lavaron
y amortajaron con hábito de Sau Francisco, para hacerle
loe funerales al dfa siguiente. Al doctor Aguilar y al Co-
ronel Hernández los hicieron recoger, al primero, D.
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Miguel Samper, y al último, los sefiores Juan y Tomás
Oampuzano, para conducirlos á la jglesia de San Juan
de Dios, donde les hicieron modestísimo funeral al día
siguiente. Para cumplir esta obra de misericordia
respecto de Aguilar, sólo se presentaron el expresado
sefior Samper, el doctor Vicente Lombana y el súbdi-
to inglés D. Santiago Bruscb.
La noticia de la ejecución que dejamos relatada
se esparoió en la ciudad con increíble rapidez, y pro-
dujo en to:los los habitantes profunda impresión de sor-
presa, terror y desaliento.
Desde el año de 1842 no se había vuelto á ver en
este país el horrible espectáculo del cadalso político, que
glorifica á las víctimas y mancha de sangre á quienes
lo erigen en elemento de represión.
Y como se temía ya con fundamento que corrie-
ran igual suerte otros prisioneros á quienes se reputaba
con mayores compromisos, los jefes liberales y otras per-
sonas influyentes de este partido, se presentaron en la
misma noche en casa del General Mosq uera para exi-
girle formal promes~ de que no ordenaría el sacrificio
de ningún otro adversario político; promesa que el Pre-
sidente provisorio cumplió, anunciándola al país en l11
alocución que dirigió el veinte de Julio, en donde se lee
lo siguiente :
"De hoy en adelanta, nadie debe morir entre los
prisioneros, y todos recibirán protección y garantías com-
patibles con el derecho de la guerra; y únicamente se to-
marán aquellas medidas que sean indispensables para
conservar el triunfo de la libertad!'

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¡ Lástime que tan hermosas palabras no se hubie-
ran pnesto en práctica desde el diez y ocho de Julio, des-
pués uel ú ltimo disparo de fusil l
El osesinnto de los presos el siete de Marzo, Jn
muerte del General J o2é María Obando y del Coronel
Patrocinio Ouéllar, y la ejecución del doctor Andrés
AguiJar, de D. Plácido Morales y del CoronE-l Ambrosio
Hernández, son tres episodios fatalmente enlazados en·
tre si, que si no disc ulpnn en m ·mera alguna la muerte
de los +.res últimos, explican los fundamentos falsos en
que se apoyó el criterio del General J\'{osquera para asu-
mir ante la historia la responsabiiidad por la muerte dada
á tres ciudadanos, dos de ellos padres de familia, sin
otra fórmula de juicio que una simple orden verbal ;
pero n o es menos ~rave arte Dios qne todo lo ve, la oul-
pabiliduJ .de aquellos que, escudndo:J con el anónimo y
seguros de sacar la brns,, por mano ajena, prop:-tlaron con
siniestrnJ intencione~ In especie de qtte Hernández fue
quien dio muerte á Obantlo, y la no menos aventurada
de que Aguilar y l\1ornles urdieron el infame complot de
facilitar la fnga de los presos para asesinarlos.
Desgraciadamente el espirante Gobierno da la Con-
federación atravesaba una crisis qne debía serie fatal;
las pasiones políticas alcanzaban la mayor intensidad, y
s6lo pesaba en la balanza. el elemento militar, al que
era preci'3o consentir como único recurao con que se
contaba para salvar la situación.
En épocas normales habría sido posible abrir in·
veatigaciones que condujeran al esclarecimiento de los

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hechos ocurridos en la Agua Nueva la tardo del siete de
bfnrzo citado; y así se habría puesto en cloro la inculpa·
pobilidad~de AguiJar y .Morales en su calidnd de fnn·
cionarios de la Administración civil de Bogotá, al pro-
pio tiempo que so bnbrín hecho recaer el peso de la jus-
ticia sobre los cobardes asesinos que arrojaron una man·
cha al partido á que pertenecfnn, y deshonraron la
noble profesión do Jas armas. Pero en vez do obrar en
este sentido, se mir6 con indiferencia el atontado que
presenci6 la ciudad, y so oyeron con desprecio fas ame·
na1.u que bacía desde su campamento el guerrero que
siempre se preció de cumplir lo que prometía, contri-
buyendo as( á qno se llevara á cabo el nunca bien la·
mentado episodio del diez y nueve de Julio del mismo
afio.
¿Y qué diremos de Ambrosio Heroández? Noda
más sencillo habrfa sido para éste que probar su inocen-
cia en la muerte de Obando y Cnéllar, porque ya hemos
visto que la culpabilidad que pudiera haber resultado
do estos desgraciados sucesos recaería sobre Rodrí-
guez ó Campos,· pero jamás sobro llel'nández.
No está por demas referir aquí el siguiente episo-
dio :
Algunos afios después de la muerte del General
Obando, se encontraron ocasionalmente en un almacén
de Bogotá, Gratiniono Obando, hijo de aquél, y Simón
Hernández hermano de Ambrosio, quienes no se con ocian
ni aún de vistn. Al saber Gratiniano que allí estaba Her-
nnndez, 8'e lo otrerl:ó p~ra manifG'&ta rle ctm noble fran·

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queza, qne tenía ]a persuasión de que Ambrosio no fue
quien dio muerte al General su padre, en prueba de lo
cual le ofreció su amistad, al mismo tiempo qne le pre-
sentó una tarjeta con su nombre como recuerdo del inci-
dente.
Si el General Mosqnera, en vez de dar entero cré-
dito á las infundadas acusaciones que le 11evaron contra
esos caballeros, hubiera dispuesto que los juzgara cual-
quier Tribunal, es indudable que se habría demostrado
su inculpabilidad, y que hoy no tendríamos que escribir
esta página de sangre en la historia de uno de nuestros
hombres de Estado más notables.
La muerte dada á hs tres víctimas del diez y nue-
ve de J alío, imprimió á la guerra civil un carácter de
ferocidud hasta entonces inusitado en nuestras luchas
fratricidas : los ejé rcitos de la Confederación cobraron
el ciento por uno de respresalias, y en todo el ámbito de
la República se presenciaron escenas de exterminio y
de sangre que hicieron recordar las atrocidades de los
Chu.anes en la Vendeé y á Cardar en Nantes durante la
época del terror, en Ja revolución francesa.
El General ~Iosquera enviaba prisioneros á Boca-
cltica, en la bahía de Cartagena, y ia célebre guerrilla de
Guasca encerraba á quienes cogía en Boca· Grande, que
así se llama una gran cueva que hay en el páramo del
mismo nombre ; y con1o ésta no podía guardarlos con la
desettda seguridad, aplicaba la famosa cac!l,l,pina, in·
fernal invención de Bov€'s, ])lonteverde y compatlia en
lo'S tiempoB d-e la ga13rra á muerte, lB cual consistía en
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-422-
un chaleco de cuero fresco cosido en la espalda con el
pelo para adentro y el correspondiente cuello parado,
más dos ngujeros en la cintura para aprisionar lns
mano~, hecho lo cual ponínn los prisioneros al sol para
que nl templarse ol cuero les produjera atroces mnrtirios .
.En el Tolima lo:? 'rojos mandaban los prisioneros al
charnprín-esto os, cí qtto los degollaran ; y los godos á
trae>· agua, lo que equivalía á que los lancearan en las
orillas del río ; en una palabra, dondequiera que se le-
vantaba alguna fnorza aislada, cometía las mayores de·
prednciones y crueldades, porque unos y otros aplicaban
á su modo el derecho de la guerra. Y este carnaval de
sangre duró tres años! ¡ Quién hubiera hecho creer al
doctor Agnibr, cuunJo defendía genol'OS:ltnente nOban·
do, ante el Sonado en 1855, después do que éste no en.
contró un amigo que quisiera hacerlo ; y al proclamar
y defender la candidatura del General .Ulosquera para
la Presidencia de la H.epública, en el año de 1837, quo
éste lo haría fusilar en unión d~l supuesto matador <lA
de aquél ! Irrisiones del destino I
Entre las muchas g1·acias que hemos pedido á Dios,
con gran ahinco, se cuenta la de que nos libre de caer
en m~mos de algún General vencedor que nos aplique
el DERECIIO DE GE~TES. •• ••••••

FIN DE LA PRI~IEllA SSRIE

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:t·NDJ:Cm

Pá¡t.
Dedicatoria .......................•.............•.••............ , .. Il

Prólogo ........................................................... . IY
Bailes .......... .................. , ....................... · • ·· · · · · ··· 1
Los. Colegios y los estudiantes .............................. .. 28 •
Es¡1ectáculos públicos .............. , .......••............. ., ... . 49 •
J\suntos religiosos ..•.••••••••••• ···~ .. ·····~··· 89
1 •••• ••••••••••••

Crírncnes célebres .. ,, ......................... , ......••...•.•... 112


Asesinato del Presbítero Bar reto ............................ . 114
Asesinato de D. Sobnstiún llcrrcrn .......................... . 116
Asalto al Convento de San .Agustín por la Compañia de
Russi ................................. , ....................... . 123 1

Saqueo á D.a :Mnríu. Josefa Fuenmnyor de Licht ........ . 131 •


l{obo á D. J tlnn ~\.lcina ... ....................... •••••• ........• 14.1 •
Asnlto á la casa de D. Andrés Caioedo...... , ..... 1 ....... .. 147
Asesinato de l\1 a u u el Ferro... . •. . . . . .. .. • .. • .. ... , .......... . 154 •
Juicio y ejecución de José Raimu ndo Russi y sus com-
paÜCl'OS .•. , , , • , • , , , , • , , ,, •• , •••• ••.•.• , • , • . • ..... , , • , •• •••• •• 17S '
Custodia ó In La E mpareclada ...... ........................ . 203 •
Envenenamiento y robo del dootor Rudesiudo Ló~z .... . 218 •
Robo sacrílego do la Capuchina. ........................... .. 235 •
Bl bandido Juan Rojas Rodríguez ....... -~ ................. . 25o ..
Asalto á la haoienda de La Ilerrera ... ...... ·~· ......... . . . 281.
Bl ctimen de lluto grande ••••.• ••• ................... ,., .•. ~·· 308
Episodios snngrientos ........ u ....- ~···•••••""''' •••• , ........ . 336.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

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