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ESTUDIOS
SOBHR LOS
ABORIGENES DE COLOMBIA
BOGOTA (COLOMBIA)
Ilnprentu de LA L1TZ. Calle .13, número 100
APARTADO 100, TIlLÉFONO 2'20
-189~-
BANCO DE LA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS - ANGEL ARANGO
Pl~OLOGO
ele América Las lecturas que Be vio obligado á hacer para laredllcción
de éBte, lu licieron cobrar afición al estudio de las crónicas, y como yá en
aquel entonJCS se empezaba á hablar de las fiestas de la conmemoración
del cuarto centenario del descubrimiento de América, se propuso escribir
para la Rev.~sta algunos artículos Bobre las tri bus que habitaban antes de
la Oonquista el territorio colombiano y sus costumbres. Entl'egóse de
lleno, durante un ano, á la lectnl'll detenida de las c¡'óriicas, tomando apun-
tamientos muy ordenados de todo cuanto tiene relación con lOllaboríge-
nes. No lo arreùró en esta labor ni la. mala letm y la incorrecciÓn qne se
nota en mueha parte do la copia manuBcrita de l:LsNoticias historiales de
Fray PoEIro Simón, ni la árida é inculta poesía de D, Juan de On3tallllno8;
tuvo el valor de leer los dos tomos manuBcritos del primero y los 110,000
verSOBquo cuantan las Elegías y la Historia del segundo. Sólo el deBeo de
"beneficiar est~ riquísima mina de noticias" le infundió ánimo en tan
grave empeno, pues dice de verdad D. ,Migue] A. Caro:
"En la fodlcl6n de Rlvadeneyra, con sus grandes páginas y menudo tipo,
no acierto. uno á decidir si más está destinado á hacer sabios 6 It haeer ciegos.
y si á csto se agregan, ps.ra el que abra por el principio el tomo de Castella-
nos, aquellas largas columnas atcstadas de octavas reales, con la perspectiva de
más de cien mil versos, llenos de escabrosldades de lenguaje y de métrica, es
de dudar qua haya en este siglo XIX muchos que lean de seguida, en condi-
ciones semejAntes, aquel escritor del .xVI."
Los arrcn]os pu blicados en el curso de l!n afio en la RelJistt~ Litera·
ria, refundidos y considerablemente aumentados, forman ]os capítulos
de In primel'a parte de estos ESTUDIOS SOBRE LOS ABORIGENES DE Co-
LOMBIA, que contienen además varios nuevoa capítulos. La premura dol
tiempo y la necesidad de atender á la redacción do una Resefla arqueoló-
gica yetnográfica ele la provincia de lIJs Quimbayrzs, y á las obligacio-
nes que se impuso como auxilillr de la subcomisión do proto-hiatoria, IlO
permitieron á Ernesto concluír]a segunda parte, que se publicará mÍLs
tarde. Yá elltán reunidos todos ]os datos necesarios para la l'eoElcción de
ésta, en ]a que se tratará de los asuntos Biguientes:
Agricul õUfl1; Industria; Flibricación de IllS malltas, arrna!l, muobles
y otros objetos de madera; sal, etc,
Comercio, Arquitectura, Construcción lle CUSllS, fortalezlls, pupntl's
colgantes, etc,
Orfebrería y Cerámica, Descripción de algunas piozlls interí'salltos de
oro y ùe loza,
Como hasta hoy se ha escrito tan poco sol)re I:>e aborígenes, Erno!'to
Be ha creíilo obligado li citar con frecuencia lOi autoros, t ••nto para quo
sea fácil ver ficar los hechos l'ollltados. comI) por<¡ue en mnchos cllsns
éstos son de tal naturalezI¡ que pudiera llegar á dudarae de sn rlicho.
Dejo cor, esto cumplido el deber 110 pad!'o que me impuse. Del rnél'i·
to que teng¡\ este libro corresponde llecidi¡' III público ilustrado.
VICENTE HESTRF:PO.
ESTUDIOS
CAPITULO I
(1: Cou sumI'. atenciÓn hemos estudiado el AUn. Geor,rdfico é Histórico de la repÍl-
blica de Colombia ]lor el Señor )IANUEl. M. PAZ. A la carta l, que "representa la ruta
de los conquistadores, cte., lu. pusieióD de las tribus. cte.,' le haremos tres observacio-
nes: L" No cs bastante eompleta, como se verá pOlliéudola CDparalelo CODeste Dues-
tro esttlllio: 2.' Tiene lIluchos errores y omisiones, tales como la tribu ùe los Quim-
bayas: 8.- El uutllr ctlllfunde frecuentemente las tribus quo existieron con las que
hay en la actuulidad, dand'O preferentemente cabida ú estas últimas.
4 ESTUDIOS SOBRE LOt:l ABORÍGF:NES DE COLOMBIA.
de Jas antiruas civilizaciones! ¡Qué poco nos dicen do los hombres y los
hechos que ante ellos pasaron y de las gener.iciones que en su presencia
se desarrollaron y sucumbieron!
iQuién creyera que los sepulcros, albergues de la muerte, fuemn l,
única fuente de donde pudiéramos tomar documentos l'elativos á. la exis-
tencia y v¡¿,a do aquellos pueblos! Allí hemos encontrado objetos de oro,
de barro 6 de piedra que nos dan alguna luz sobre la industria J' costum-
bres de JOBindios. Triste es confesarIo, pero á falta de mayores documen-
tos, ya que no existen archivos qué consultar, ni manuscritos qué dewi-
fraI', excavllremosla tierra y estudiaremoB con avidez el contenido de las
tumbas.
No culparemos á Jos espanoles por haber descuidado el estudio de las ci-
vilizaciones indígenas y haber destruído los objetos que hoy pudiemn guiar-
nos en nuestros estudios de arqueoJogía. Esta ciencia estaba muy atrasada
en el siglo ;~YI. Nadie se ocupaba entonces en ¡¡cltmular objetos vlejos ó es-
tudiar vetuHtas civilizaciones. Si mucho demolieron los soldados de Fernan-
do é Isabel, ¿cuánto más no hubieran arrasado las legiones de Enrique VII,
á quien la historia apellida el OodicilJ80, Ó los soldados de Oarlos nIl, Ó los
italianos de la segunda mitad del siglo xv, en cuyas manos el pul'lal y el
velleno desataban lo que antes se tranzaba con la cspada? (1) No culpare-
mos tampoco el espíritu religioso de los conquistadores, el que, según algu-
nos autores: los llevaba á destruír ciegamente cuanto encontraban fi. su paso.
En contadas ocasiones el fanatismo inspiró la idea de hacer hecatombes
de íùolos ú objetos de los bárbaros. A los religiosos debemos los documen-
tos escritos que nos han transmitido la casi totalidl;\d de los datos que po-
seemos sobre las tribus indígenas de nuestro país. l~os piadosos misioneros
que con Sll incansable colo seguían á las tropas ospal'lolss, fuoron casi los
únicos que se preocuparon en legar á Ja posteridad nociones, aunque esca-
sas, relativhs á los indios, á su modo do vivir y ã sus ideas y creencias.
Consultaremos á estos pacientes cronistas, y los datos por ellos trans-
mitidos trataremos de completarIos con otros de escritores más recientes,
y ensayaremos trazar un mapa Jo más completo posible de Jas tribus que
á la lIegad¡¡. de los con::¡uistadores ocupaban el territorio que forma la
actual república de Colombia.
TaIt v.wta superficie (2) daba abrigo á un crecido número de parcia-
¡¡dalles, muchas de las cuales apendS alcanzaban á ser formadas por gru-
'Pos de cuatro ó mlÍs familias.
Los espalloles en sttS diversos viajes de conquista daban I/lt,,~has veces
Eran tan numerosas sus poblaciones, que sólo en los valles estrechos
de Cueto y Valhermoso quemó Alfinger más de siete de ellas. Al S. esta-
ban las tierras de los Jeribocas. No lejos de Santa Marta quedaban igual-
mente los Argollas, Oltanguas, C01¡c!taS,Marollas y Nengua1t,;es (5), y
un poco más distantes los Zacas, Gltairamas, Gttac/i.acas (ü), Origuas,
Qui1101/es (~.), Mamalazacas, Mamatocos é Irútamas (8).
Entre Santa Marta y Tenerife, en los terrenos de la laguna, habita-
ban los P(,P'~8, Agri:l!l y Mastas. Los Taironas ocupaban lOB terrenos ¡¡.
tnados al S. de la Ciénaga, el valle y las cordilleras que forman semicír-
culo á Santa Marta. Esos hermoilos sitios que hoy llevan el nombre de la
tribu que 103 habitaba, están formados dc vallcs pintorescos, de profundos
abismos y da abruptas roclls. Los ríos que lOB surcan son peligrosos to-
rrentes qm', desprendiéndose de altos penascos, ruedan por profundas
grietas forn-.ando cascadas caprichosas. Sólo las fieras rccorren hoy cstos
fértiles terc'cnos que habitó la valientc raza de los 'l'aironas (!l). Estos
eran de ('st~tl1ra gigHlltesca y tenían como sÚbditos ó bajo su protección
á todos 103 indios ¡de III provincia de Cll]amat', hasta Urabá (10). Entre
A orillas :leI río Magdalena estaban situados les Malebuyes, cuya ca-
pital era Barbudo. Abajo de este caserio estaban Ohingalé .YSompalI6n,
Tomala y Proa. N o lejos de allí
-- - ---- - -----------------------------
(I) En UDO solo (b aquellos valles recorrió Rojas en poca'! horns ocho poblacio-
nes á corta distancia InRS de otrllS. ,Juan de Cast<lllanos, P. I r, Elogia de Rojas. C. II.
(2) Cast3I1an.)s, llisto''Ùt de Santa. .Marta, C. /J.
(3) PiedrahHa p;Íg. 47.
(4) }'r. Pedro Simón, tomo Il, pág. 587.
(5) Id. íd., t(lmO ::II, págs. 617 y 23.
(6) Castellanos, Hislori.a dél Nueoo Reino ck G'·anad(~. T. II, C. XVI.
(7) Id., Hi81{)rút dt' Santa Jllarta, C. n.
(8) A.sí lIamallos porque Be teñían con tinta negra el remate de íos pllrpados. Pie.
drahita, pág. 51.
(9) De Clte~znr (a~ua calma), Luis Striffier.
(10) CaBtelJar:os, P. JI. E. l, C. m.
8 ESTUDIOB BOBRE LOB .ABORÍGENES DR COLOMBI.A
II
Lo misTOo que las costas del Magdalena, lus no mellos pintorescas del
departamenl,o de Bolívar estaban pobladas por indios Caribes. Las lIanu-
l'ilS cran del deminio ùe los 'raironas.
!
3] Con muchus poblaciones dc gran númcw de gentes cada una
4] Pi(.drahita, pá~. 58.
5) Fr Pcdro SimoD, tomo HI, pág. 57..
l6} En su Compend.io hist(n'ico del de3culn-imieldo y colonización de la. NI/eN Gran~-
da, el Coronel D. Joaquín Acosta (pág. 14) da á cstI' Cacique el nombre ùe Dulio
Ó Duho8 .. r. J. Nieto llama Bahsirc al pueblo y Dabas ti su Cacique. eu lo eUl\1está
de acuerdo con Fr. Pedro Simón, '1'. Ill, pág. 69. Y con Piedrahits.
r7) ETa Tocan a Bcñor de :Mnzaguapo.
(8) Fl'aY Pedro Simón, T. IU, pág. 77.
(9) Fr. Pedro Simón, T. m. pago 78.
CAPÍTULO I 9
hol/ar su Euelo por los extranjer08. De ahí para Hrriba las poblaciones 8e
extendían Il pérdida. de vista en los dominios del Cacique de Nutibara,
del cual eran tributarios todos los moradores del valle hasta la sierra de
Abibe (1)
Del Finzenú, siguiendo la tiena. adentro hacia ]a cordillera de mon-
tafias qno tiene su origen en la de María, y flUO se ùosarrolla entre el río
San Jorge y l¡¡.margen occidental del Canea, quedaba la provincia de
PanzenÚ. La de Zenufarra se extendía de~ otro lado del Cauca, en la
parte del departamento de Antioquia, que después tornó el nombre de
Zaragoza (2). En esta región quedaba Simiti.
Uno de 108 centros principales de los lIltnos de Corozal era Sincelejo.
Las tribus del Sinú, hasta la punta de los Arboletes, eran triLutarias
de los U l'Ii baos.
A orillas del río Magdalena se encontraban multitud do tribus y de
poblaciones; Yagltará y Zipacua, no lejos de Barranquilla; lJfompox, el
más poderoso y que contaba el mayor número de súbditos; Talllalagua-
taca, Clti~uitoque, Talaigua, Tacalazal¿uma, l'acaloa, MencMquejé, y
varios caseríos de los Guamaiues, .MaliMes y Ablt1'raes. Una de las islas
del río estaba poblada de gran número de gentes.
El Cacique de Abibe era independiente y tenía su capital en la falda
de la montana del mismo nombre (3).
III
Trastornando el orden geográfico seguido hasta aquí, dejaremos para
más adelante las tribus del golfo de UrablÍ, y pasaremos á 108que habita-
ban el departamento de Panamá.
l.•
a prmera tribu COll que tropezámos al Oriente del Istmo era la del
Cacique C.¡maco, á pocas leguas de la margen izquierda rlel Atrato.
Al N. de I" costa, en un valle ameno y cultivado, surcado por aguas
corrientes y cristalinas, en medio de árboles frutales, se levant;,ba el cer-
cado del Cacique Comagre. De aquí, siguiendo al anterior, al llegar á las
serranías que dominan el golfo de Urabá, quedaba el caserío de QUa1'eea Ó
Escaregua, quien con más de mil hombres presentó combate á. Balboa.
En los lIal10s cercanos moraba Teoca ó Teoacluin " en la falda de la cordi-
llera Pacr1, Ó Poncra (4), yen los puntos más elevados Catoc!¿I3, Zltirisa
y BU'luebl!.'lUC, ell tres miserables poblaciones.
(1) Del nombre de una población que en sus faldas se veía. Fr. Pedro Simón
T. II, púg. J 76.
(2) J.,(£ Guel'l'a de Quito. por Cieza de León. Prólogo de Marco Jiménez de la
Espada, pá1!. XLVIII.
"(3) J, J Nieto.
(4) ACOita, pág. 52,
CAPÍTULO I 11
Los callerÍos mlÍs occidentales del Istmo eran los pertenecientes Á 108
senores TulÍbal' ó l'utibrá, Tmwca, Chiriqui, Vareda y Burica.
Casi to,las Jas tribus del Istmo pertenecían á la nación Cuna y habla-
ban el mismo idioma, el Cueba, con pequefl.as diferencias (1).
Acosta :lalcula en 300,000 el número de habitantes que yiv:an en el
hoy departamento de Panamá. Si hojeamos la historia de la conquista,
veremos á '~ada paso Il aquellos atrevidos é infatigables indios oponer
murallas de miles de desnudos cuerpos á 108 destructores efectos de
los arcabuce¡: espanoles. lncalculable es el número de víctimas inmola-
das por la cobarde codicia de Pedrarias Dá vila y el de aquellos defensores
de la libertad de su suelo, que con su sangre regaron las montafl.as y
valles del Istmo y sus inmensas selvas. :Muy Jejos de parecernos exagel'ado
el cálculo de Acostl\, lo juzgamos inferior á la realidad.
IV
Las tribus que habitaban el Norte y centro del depdrtamento del
Oauca pertenecían á la nación Chocó.
Los Ura~ae8 eran duenos de las costas arenosas del Atlántico J de las
orillas hajas, anegad izas y cubiertas de manglares del Atrat? inferior.
Tenían su capital, Urabaibe, en la boca del río (2). Sus principales caci·
cazgos y caseríos eran: Marabue, cerca de la primitiva población do San
Sebastián (3). Oaribana, á la entrada del Golfo; Ol'omiru, Oil Ulla de las
islas (4-). Turuí, á orillas del río Bacurá; Tirufí 6 Tiripí, Abibeíba, Apu-
rimandó ó Le¿'ll, todos pertenecientes il Dabaibe. En 10.3 orillas del Atra-
to, Balboa enl:ontr6 dos poblaciones, cuyas Ca31\S estaban cOllstruídas
sobre árboles pllra defenderIas de las inundaciones.
Ningún cronista 110S transmite el nomùro de éstas, auuque no serían
tan pequenas cunndo de ulla de ellas salieron 4,000 hombres á defender
su entrada. Otra de somejante construcci6n halló G6mez Hernández.
adonde no pudo penetrar por la fuerza de las armas. A orilIas de este río
vivÍlm también los Gugures. Las tierras del podtlroso Dabeiba principia-
ban á diez leguas de las bocas del Atrato. La Antigua be fundada en el
sitio de un caserío de indios flecheros (5). Oromira, á la margen izquier-
da del Darión, frente á una pobladísima isla (6); Y Tllbebe, ell los confi-
nes con Antioquia.
En laB costas del Pacífico había numerosas y valíen tea tribus (7),
como lo probaron en la resistencia que opusieron á los espuf101es en
(1) Acosta, pug. 78.
(2) ~'r. Pedro ~im6n, T. m, pág.3.
(3) Id., T. m, pág. 32.
(4) Castellanos, I/istOl-ln. de Cartagena, C. VIU.
(5) Fr. Pedro Simón. T. Ul, pág. 32.
(6) Id., T. III, pág. 390.
(7) Acosta, pág. 82.
CAPITULO I 13
Sucumbio,~ á orillas riel Gaquetá; los Mllco¡¡ cn lliS márgenes del Pap::.me.
ne; los Gltaipit!s y los Putuma.'los en las má,rgeues del rio del mismo
nombre; y :05 Ca.irmes, hombres feroce.:! que dominaban á las demás tri-
bus (1). Los Palemques y los OmeguQs, que co:¡tablln muchas parcialida-
des. En fin, los Tuzas.
A orill.is dd alto Putumayo fueron atacados los cBpal'ioles por más de
15,000 indios. Era Lathe UllOdo los Caciques :Jrincípales (2).
A tres nacionalidades principales podemos reducir los distintos habi·
tantes del Oaucll tln el momento de la conquista: los Ghocoes (3) al N.
y los Oma,qBas y PÚ"ClOS. Esta Última reconocida como protectora de la
anterior. L'lS O¡,wguas y Pijaos contaban COllun total de '600,000 almas,
de Il\s cllalen 120,000 pertenecían ã los Pijaos. E.:ltos se extendían desde
las montat'il\S de Ibagué, por llanos y ferrllnÍlls, en Ull terreno de más
de 100 legu/.s do largo, donde están hoy Buga, Toro, Culi, lu fronter&. de
Pop"yán ha!Jlu Caloto y Salamanca, y parte de los departamentos del To·
lima y Cundinamarca.
Por algunas de las cifra8 que anteriorment03 hemos presentado podrá.
calcularse el Rinuúmero de indios que poseía lo que hoy constituye el de-
partamento rlel Cauca.
SegÚn clilculos de Acosta, había m(is de un millón de habitantes desde
Caloto hasta Ansermaviejo (4). Era tal el número de tribus indepen-
dientes, que tí. Cllda paso, como brotando ùel suelo, salía á impedir la
marclw t¡'iunfal del estandarte ùe Castilla, que rá los jefes, IllS más de las
veces, ni se p.:·eoclIpaban por darles nombl'e y plls~blll1 de uua ú otra con el
mayor desprecio, conservando únicamente el r03cucl'do de aqueUas que
les procnrnban or::>Ó gloria.
v
Hemos visto :7á, á vuelo de pájaro, la8 distintas tribus que habitaban
108 Departam'3ntoB banados !Jor los dos océanos. Visitemos ahora los del
interior, principillndo por el departamento de Antioquia.
Asombro j grata Borpresll causó tí. los espanoles la vista dell'ío Cauca
cuando bajaban la serranía de AyapeI. Dominaban de allí un extenso y
limpio llano s~mejal1te á. un tv,blero de ajedrez, cuyos cuadros los forma-
-----------------------------------
(1) Entru h.s OblllS conSllltlu!tt9 pam estlthlecer el sitio 'lile ocupauan las tribus
del Cl1quctá, IWlJlosellcontrado tal difusióll, flue no~ es ,leI toùo impI)sible fijllr cste
punto de Iluestra Ilntj,~ua geografía.
(2) Cnstella nos, P. H, E. III, C. I.
(3) :l\Iás de treinta pueblos fueron lmllndos entre ;:stcs indios,
(4) Poco después de la conquistll. cuando aÚn Jos _lldios andaban por los mou-
tes huyendo del :,'ugo espafiol, se contabun 20,OOD en Pasio, ~O.OOO CD Timllná, mús
de 80,000 en Arma, 2;),000 en Caramanta, mÍls de 30,000 en Cl1li, 40,000 en Anserma-
viejo. Poulaciou,~s pequefias como Chapanchicll é Izcancc. contaban cllda una hasta
20,000 indios, Es:os df,toS, que tomamos de la Relarión de Popnydn, por Fray Jerónimo
de Escobar, nos parecEm e3.8gcrndos,
16 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA
Lall orillas del río Saldafla esLaban habitadas por los Teporoges, cuyaa
principales poblaciones llevaban los nombres de Acurulo y Apaglo (1).
LaB tielTas de Timaná estaban densamente pobladas. En solo el valle
se encontraban 20,000 indios. La valiente, vengativa y sanguinaria cacica
de Gaitana, vecina de Timanã, hizo frente ó. los espafloIes con 6,000
guerreros en un primer encuentro; después de haber sido desbaratado
este ejército, r('unió 10,000 indios para un segundo combate (2).
A pocas leguas de Timaná, atravesando la cordillera, se tropezaba
con los Ya leones ó Ganebí8, de tierras muy pobladaa, li. )a altura de San
Sebastián de la Plata. Separábanlos de los Timanaes los Ynand08 y Oton-
ges. Eran también vecinos los Apiramas, Pinaos y Guanacas (3).
Los Andaquíes habitaban las orillas del río Magdalena.
Al :~ie del nevado ùeI Huila, cerca del nacimiento del río Palo, esta-
ba la provincia de los Páeces.
VII
La primera población que toc6 en Sa.ntander la planta de Quesada
fue TM'c, situada donde actualmente Be ha:Ia Barrancavermeja. No lejos
de allí, {¡ orillas de la ciénaga de San SilveEtre, levantábanse multitud de
caseríos.
En ,:as bocas del Opón quedaba situado el pueblo de Barbacoas. Tres
pueblos úUY08 nombres no nos transmiten lOBhistoriadores, encontraron los
conquist:ldorcs en la cordillera que de allí so desprende hacia el interior,
y otros cuántos más á orillas del Garare. El Cacique de Op6n fue aprohen-
dido en tu cercado, celebrando una borrachera. Entre los ríos Horta y
Carare encontró Galiano pequeflos y numerosos caseríos, y entre este
último y el Magdalena, la tribu de los Hauras.
Pasando :1elas márgenes del Magdalena al interior del Departamento,
los castellano!! siguieron sin rum bo, subiendo ií.speras serranías y atravesan-
do poblados valles, pasando hambres y peleando aquí, encontrando allí ùes-
canso y v':veres. Así pudieron pasearse en los valles del Alférez, á quince
leguBs de:~OpÓn (4), y de las Turmas 6 de la, Grita (5).
Entr.) PLmplona y Ocafla demoraban 108 GUa1'iquíes, los Oroto-
mas (6), (lara'utas (7) y Palenques (8) .
.AlfiD,~er penetró por el valle de Girón después de haber tenido mu-
------ -'---~-------------------
(1) Fr. Pedro Simón, T. n, pág. 345.
(2) Acosta, pág. 273.
(3) Id., pág. 271.
(4) !<'r. Pedro Simón, T. II, pág. 535.
(5) Id., T. II, pág. 162.
(Il) A espaldas de la cordillera dcI río de la Hacha. Erau veciuosde los lúotilones
(7) Allí se f lndó lÍ Ocaña.
(8) Fr. Pedro Simón, pág. 891.
20 ESTUDIOS SOBRE LOS .ABORÍGENES DE COLOMBIA.
chos encuentros ~on los Citareros. De allí pasó lÍo la Pl'ovincia de Guane~
rica, fértil, industriosa y densamente poblada hasta su extremo límite
formado por las bocas del Suárez (I) y Sogamoso, descansó en el puebl(}
de Silos y siguió camino, combationdo siempre, por los llanos de Ravl:cha,
Chinácota y C¡ícuta, cntoncE'S dE' crecidas poblaciones (2).
Las princip lIes poblaciones ùe los Guanes eran: Poasaque, capital~
residencia del C:lcique Corbaraque; Poima (hoy Oiba) (3), al N. de la
anterior; la populosa y lucida Ckala lá, cuyos habitantes eran 108 más
blancos quo hast.a entonces hubieran encontrado los espal'loles. Estos, Úni-
camente en el ámbito do lo que llamaban GUa1le, contaban más de 30,00(}
C88as habitadas.
lJos lugares pedregosos, altos y peflascosos que se extienden al Oriente,
eran dominio dd rico y poderoso J[acaregua.
Citaremos eomo puntos principales en esta parte del Departamento:
Barichara y la muy poblada. OhiancMn (4) al N.O. 'f S.E., respeetiva-
mente, de San Gil; 1'equia, Jerirá (pueblo del Caciquo Guanentá, donde
fundó Aguayo III pueblo de Málaga); OMpatá, asiento más tarde de la
población que es hoy Vélez, y otros varios caseríos del Caciquo Sacreque;
Burtaregua contra la parte alta de la cordillera en tierras regadas y
cubiertas ùe semonteras; Bocaré, al Oriente de este último; OllOaquete,
Siscota, Colisco, C'draMte, Sanooteo, C'upainala, Sispainata, Singla,
Bocare, Gua.iit9, Oolisco, Caraota, Usamaca, Tiquitoque, Oapa, (},~ebere
y Tununga (5).
En Pampl,ma. y los valles circunvecinos, ontre otrl's grandes pohlacio-
nes, existían O?ndermenda, Miser Ambrosio, OMtagá, Los Locos, Bale-
gra y Cácota; esta. última á orillas del río del mismo nombre.
Al N. de Vélez, en la banda opuesta del río Sumapaz, se extendían
las Provlncias le lOB Laches y Ohisas, quienes confinaban con los 1lzmmes
ó Tumbes (habitantes Je la cordillera que 108 separaba de Ca,anare),
desde OMcamoeha hasta Pamplona. En la cordillera limítrofe con Ve.ae-
zuela. fueron hallados muchos pueblos.
Las regiol,es frías estaban habitadas por los Oita1'eros (6), Provincia
que contaba COl mils de 50,000 indios de macana y por lo Dlenos 200,000
habitantes. Vivían mezclados con los Laches>' SUil principales ramifiea-
cioncs emu: los Timotos, los Barbures, los Oayos, los OMnatos, lOBSura-
taes, los Motilmes, los Capachos, etc.
(1) Llf\mad) por 103 indios Sarabita, esto es, de aquí sale. Castellanos, Historia
del .Nuevo Reino ,le Granada, T. r, C. Il.
(2) Juan dE CnstellllDOs, P. II, E. r, C. lV.
(;JI Acosta, pág. 278.
(4) Ancíza)', Pel'e,qrinacione8 de Alfa.
(5) De "]Joteatcs poblaciones." llistoria del Nue'?O ReiM de GranttdtJ. T. II,
C. xu, Castellar os.•
(6) Acosta pág. 183.
CAPiTULO I 21
VIII
Los LacJ¡e~ llegaban hasta Boyacá, donde tenían sus principales ciu-
dades: Fumtella, Chita y Chocué.
En la :narg:en derecha del río Suárez había también cinco grandes
centros: Doazi, á orillas de la quebrada del mismo nombre, Suta, Soro-
cotá, MonÙl1tÏrá y Turca.
El Occidente del Depntamento estaba habitado por los Moscas,
cuya principal ramificaci6n era la de los J[uzos, al Oriente de los cuales
se extendían la Provincia de Saboyá y su vecina de los Chebercs. Al N.
de esta última quedaban las gran dos poblaciones de los Tttnungas.
El má!] poderoso y rico de los Caciques que habitaban el Departa-
mento era (JI Za:¡ue de Ilunsal¿ua (Tunja). E3te tenía frecuentes guerras
con el Zipa de :Bogotá, independiente unas veces, otras tributario. Sus
dominios eEtablln limitados: al Oriente, por las colinas que habitablln los
Ohi~'ataes, Soracaes y otras naciones quo se seguían hasta los llanos de San
Juan; al Oecidento, por otra serie de colinas, mansión de los Tibaquiraes,
Soras, Oucaita8, Sagas, Furáquiras y muchas más que por este mismo
rumbo confinaban con los senoríos libres de Sachicá y Tinjacá (donde
está la Villa de Leiva) (1); al N. hasta Saquenzipá; al S. hasta Tltrme-
qué, á cinco leguas de las dos colinas. Era ésta tributaria del Zaque y
una de BUSplaz;l.s fuertes. No lejoB de Tunja. (¡uedaban Saboy(í, Foaca,
Nernsa, y Baganique, donde teníB el Zaque bano y adoratorio, Begún
Oviedo.
Los CaciqucB de Duitama, Gámeza y Sogl~moso eran tributarioB del
Zaque (2).
NumeraBas debieron de Ber los Búbditos del Tunja cuando pudieron
oponer á 108 espanoles 50,000 guerreros el día que éstos penetraron hasta
el cercado (.e su Rey, y 50,000, naB dice lB historia, sacó éste de la capital
en su guern con el Zi pa.
A ocho leguas al N. quedaba Paipa, y á poca distancia Duitama;
.Ncmequelle, el poderoBo sefior de TWldama ó .Duitama, tenía por tribu-
tarios á lOBCaciques de Cnzaga, Iza, Cerinza, Ocavita, Sátiva, Lupa-
choque, Susa, SoaM, Oltitagoto y Sorocoiá (3). Doce mil hombres ataca-
rOll á los csp"flolcs cuanùo bajaban á cstas ticrras.
y despul~s de andar por ciénagas y esteras dioron if con los indios ja-
guus carniceros" (1). Vencieron á estos indios y encontraron un pueblo.
Pasaron un río y "dieron vista á cierto pueblo, grande, divertido" (2).
Las principales poblaciones visitadas por Federmán fueron Coary y
(/acaridí (3), En las márgenes del Apure se veían lOBcaseríos de los To-
'1'0'1'08 y Auy(tma,~.
La naciÓn Caquetía contabd veintitrés poblaciones y más de 40,000
habitantes (,;). Las daB últimas tribus citadas tenían su principal resi-
dencia en Venezuela, lo mismo que la de lOBGuyonos, de la cual penetra-
ron á los Ilallos de San Martín algunas parcialidades, que fundaron allí
]os caseríos de 'llJhibara, Cural¿y, Oazaradacli y Turah[imara.
IX
Los Pú'aos dominaban lÍo todas las tribus que vivían en la parte occi-
dental de Cundinamarca hasta San Juan de los llanos (5). Sólo la nación
Chibcha no estaba bajo su yugo.
Al N. O. del Departamento se extendía la belicosa tribu de los Coli-
mas, nombre que les daban los Chibchas y qt,e significa cruel 6 sangui-
nario. ElIoa mismos so apellidaban taparas, esto es, piedra ardiente (6).
Se dividían en dos fracciones principales: lOB Guripíes, habitantes de
Curl ó Guamo (del nombre de este árbol), les Caparrapíes, moraçlores
entre barrùllcos, y los Aripies. La Palma cra su centro principal; cerca
de ésta estaba Notepi (1). Más ùe 30,000 almas contaba esta tribu en
su Bcno (8).
Eran BUS colindantes los Nauras y MUZQs, que tánto dieron que hacer
á los espaîloles; ocupaban toda la falda de la cordillera, formando como
un círculo de hierro á ]os Chibchas, que habitaban la altiplanicie llana y
cultivada (9). Sus dominios llegaban á veinticuatro leguas al N.O. de
Bogotá. Em Hoco su centro principal, y los Marpapies (habitantes de tie-
rras de hormigas) una de sus fracciones. Al Sur de los Muzos quedaban los
Calamoymc.:s y Oalaymas.
Los Panch"s, enemigos permanentes de los Fusagasugaes y Moscas,
quedaban fi nneye leguas de Santnfé, en la cordillera que le hace frente
al Occidente, y se extendían en algunos puntos hasta lus márgenes del
(1) Eleg,:as de Vltron~ ilustres de lndias, por Joan de Castellanos, E. XI, C. II.
(2) Id. íd., Ü. III.
(3) Nari'atúm du premier voyage de Nicolíis FedcrmÍl.n, pág. 92.
(4) De ~sta tribu encontró Espira muchas parcialidades entre el Apure y el
Sarare. Joan de Castellano3. P. II, E. II, C. 1.
(5) Pice,rshita, pág. 76.
(6) 1<'1'.P. Simón. pág. 862.
m Id., T. II, pág. 848.
(8) Acosta, pág. 342.
(9) Id., pág. 298.
24 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMIlIA
Magdalena por la banda derecha del río Fusagusugá. Eran d uel'l.os de los
vallea y quiE,braa de la falda occidental de la cordillera, desde lo que es
hoy Villeta (frontera de los Oolimas) hasta las montallus do Tibacuy
(frontera de los Sutagaos), En un espacio de miÍs ùe treinta legua!\ de largo
y diez de ancho so agitalm una poblllción de tnl\S de 50,000 indios, seme-
jantea en su bravura á las asperezas del terreno que habitaban. Vivían en
terrenos excesivamente quebraùos, divididos en muchas fracciones. La
más septenbonal era la del Cacique Sasaima, no muy distante de Zipa-
cón, y su vecino Anolaima. Loa Síquimas, quienes en las juntas de los
ríos Bituimi:;a y qnebrada de Síquima presentaron combate á loa ('¡¡palloles
con algunoa millares de guerreros (1). Tenían muchas poblaciones (2).
Estos últimes y loa TOCQ1'ema8,Matimas y Bolandaima¡¡, Suit6~1nas (3)
y los poderollos Guacanas, eran los más cercanos á. la naciór.. chibcha.
Al S. dE Síquima habitaban en muchos puebloB lOBsúbditos del Caci-
que Lacl¿itn,( (4).
Los COllcllimas eran duenos de los valles que rodean á La Mesa, y ae
extendían hbsta Tibacuy (5).
El río Funza dividía los tenenos de los Anapoimas y Calandoimas,
ambos enemigos de los Tocaimas, habitantes tie las tierraB casi Ilunas del
Patí y Magdalena.
Los Guataquíes estaban establecidos en las mlÍrgenes de la parte bajo.
del río del mismo nombre.
A doce legulls al Modiodía de Bogotá principiaba la provincia de 108
Sutagaos, quencs ae extendían hasta las orillas del !'Ío Sumapaz. Pasando
los páramos de Fusungá se llegaba á tierra de los Pascas y (]flÍaysaques.
Al otro lado quedaban los FusagaS1tgaes (dol nombre de Sil principal
población). TT no de los C~ciques más poderosos de aquellu tribu era
Uzatama, y uno de los caseríos más pintorescos lconozco.
La nación chibcha 80 extendía del departamento de Boyacá al do
Cundinamarca. En este último tenían por límites: al Oriente, la cordi-
llera que la flepara de los llanos; al S., la línea que, partiendo do Tosca,
á la margen derecha del Fllsaga8ugá, paaa por Pasea; al Occidente, las
cordilleras que hl scpllmban de los Panclte,~, Colilllas y Muzos,
Los seno~es de las fronteras eran lOBmás poderosos, hnbitabull ciuda-
des fortificadhs y mandaban las guarniciones que las defenrlÍlllI. Pura evi-
tar repeticion'3s sólo cOllservaremos á éstos, en el curso de esbl Ilumencla-
tura, el título de Uzaques.
(1) Acosta, pág. 295. 20,000 indios.
(2) Fr. Pedro !:lim6n. T. II, pág. 615.
(3) Estos p~esentaron allnvnsor 6,000 indios bien armados. Su capital era muy
grande. Fr, Pedro Sim6n, T. n, pág. 626.
(4) Piedrahita. pág. 297.
·(5) Fr. Peelro SImón, T. II, pág. 649.
CAPÍTULO I 25
Tena, Basa, T!i:l/bsaquillo, al pie del monte qU:J hace frente á Techo; los
Uzaques de las plazas fuertes de Pasca, CÚqufza, Tensaco y Fosca: Usa-
quén (una legua. más hacia la Sabana de lo que está hoy), Usme, Chipa-
-. que y Une, invadidas por el Uasque en su última guerra con el Zipa; Ti.-
bacuy, fortaleza avanzada en tierra de los GueclUls; Sttbía y Olzinga, pla-
zas fuertes. Había otra multitud de casorÍOfl menos importantes, cuya
enumeraci6n sería fastidiosa.
Otro de lOBgrandes duques, el Ubaque (Eba-que, sangre de madero)
al S.E. de Bogotá. Fue mucho tiempo independiente, pero recibió el yugo
del Zipa poco nntes de la entrada de los espanoles. El Cacique de OM-
guachí era tl'ibl:ltario suyo (1). Habitaban ambos tierras de poca exten-
sión pero Lenas de grandes poblaciones. El número de sus súbditos ascendía
á 40,000.
'.rerm:.nada la nomenclabxra chibcha, pasemos á las tribus que domi-
naban en los Llanos. Dando principio á la ferranÍa de Morcote, e:l sólo
tres puebbs su cOJltaban más de 6,000 almas (2).
AI S. de Bogotá la provincia de Marbaracliara de los indios Ope-
niguas.
Las t1árg.3nes del Meta y su parte alta estaban muy pobladas (3).
Los aUa!/vas y Ohiricoas, n6mades y enemigos permanentes, vivían
en tre el Meta y el Ariari (4-).
Los Sarures, entro ]os ríos Sinaruco y }[eta. A orilIaB del primero de
éstos quedaba la fracción principal de lOBSalibas.
LOB Y'an.;ras (nómades y pescadores) y los }y[aibas en laB riberas del
Cafiapul'l'o (r.ómadeB). Los Araparabas, los Goarinaos, los numerOBOS
Totumacos y los Achaguas eran duelios de los terrenos comprendidos entre
el Meta y el Orinoco. Estos últimos estaban muy ramificados y contaban
más de veinte naciones 6 provincias, aisladas unas de otras desde cerca
de BariD!l.s hasta San Juan, y de allí hasta 1:0 lejos de Popayán. LOBQue-
nabanis eral1 una de sus principales fracciones. En la banda opuesta del
Meta hahitaban los Ohiripas, y al otro lado del Apure los Situjas.
CaBi.todas las márgenes de los rios eran bien pobladas, especialmente
las del Meta, el Ariari y el Camicl\maré (G'laviare). Cerca de este último
moraban lOBCluayupos (5). LaB orillas del rb Eles estaban pobladas por los
CAPITULO II
TRADICIONES DE LOS ABORfaENES OK OOLOMBIA
De la tiena. baj6 allJano de Iguaquo, donde hizo una cheza que lcs dio
abrigo á ella y á su hijo. Ouando este estuvo en edad de casarse, la tom6
por esposa. En cada parto B¡\chue daba á luz cuatro Ó SQishijos, con 10
Eiuevino á poblar la tierra ùc gente. Luógo que lIeg6 á una edad muy
avanzada, volvi6, acampanada de la multitud, á orillas do la laguna;
pasó algun(ts días con los suyos prcdicándoles la paz, la fiel observancia
de las leyes yel culto á sus dioses. Allí desapareci6 con su esposo, trans-
formados ell daB grandes culebras.
Según I)tra tradición, los primeros habitantes fueron los Oaciques de
Sogamoso y su sobrino el de Ramiriquí. Estos se divertían fabricando
hombres do arcilla y mujeres que hacían con una hierba do tallo hueco.
Después de .fabricar unas cuantas parejas, observando que la oscnridad se
aduef'!aba del mundo, el Sogam080 mandó al Hamiriquí al cielo on forma
de sol, para 'lue dieu luz á sus criaturas. Mas como este último sólo alum-
brara doce h·)ra8 y otras tantas descansaba, su tío, on forma de luna, fue
á reemplazarlo en sus horas de solaz (I).
Los indi.)s de Sogamoso tenían la misma tradición, pero consid.eraban
como primeros padres á un Oacique de allí y á. su hijo el de Hamiriquí,
máe tarde de Tunja (2).
Los Panches adoraban la luna Vcreían que ella sola bastaba para dar
luz. 1.•8 presencia del sol era inútil por salir de día.
Los ]¡fuzes referían su origen de la manel'S siguiente. En lu orilla
izquierda del l'Ío Magdalena apareció, después tie la creación, una som-
bra, con silueta de hombre, y que permanecía siempre recostada. Are,
tál erl\ su nombre, labró en madera unos rostros de hombres y de mujeres
que arrojó al río. Al contacto del agua las figuras tomaron vida y se mul-
tiplicaron. Are lOB puso á. labrar la tierra, y terminada su educación agrí-
cola, pasó el río y desapareci6.
LOB Colimas decían haber venido con los Muzos por la orilla derecha
del Magdalena y haber obligado á la naci6n Chibcha á refngiarse en las
aItas mesetas dol la cordillera andina (3).
Los Achag1las decían Borlos Caribes, descendientes de los tigres, de
quienes habían heredado la crueldad que les caracterizaba (4). Ellos mis-
mos se creían oliginarios de los troncos (Aycuoaverrenaes) y otros de los
ríos (Ulli-verrenaes).
No menos el(travagantes eran las ideas de los .'líricos acerca de.su na·
(1) Observamtls CD esta. tradición una contradicción. Siendo estos dos Caciques los
primeros seres, ¿cómo podía ser \lno de elloa sobrino del otro?
(2) Fr. Pedro Simón, T. 11.
(S) Id., T. JI. pá~. 854.
(4) A 108 tiKl'cHlos llamaban chaví y ó. los Caribes Ohavi-navi (oriundo do tigre).
r. Gumilla.
CAPÍTULO II 31
cimiento, Tan de baja estirpe se creían, que pensil ban unos ser hijos de Ins
culebras; á ésf;as las llamalJan Omarizan, otros VE,nían de los murciélagos,
Isirris, y de a~lí BU nombre Ysioerranaes. Alg¡;.nos descendían de otros
animales (1).
Ciertas fracciones de Salibas creían sencillamente que la tierra había
brotado de golpe hombres y mujeres como produce árboles y arbus-
tos, 6 bien, que un árbol dio por frutos individuos de ambos sexos. Más
orgullosas que éstos, había parcialidades que tenían la pretensi6n de ser
hijas del sol.
Los Oto:nacos tenían en sus dominios un alto cerro llamado Barra-
guan, que considoraban como su primera abuela, En la cúspide había tres
piedras supc:~pU(l3tas. Estas y las pocas que se veían en la falda del des-
nudo cerro, 30n otros tantos antepasadoB. A es~ misma roca llamaban los
Mapuyas Untan(]" y de alIi el nombre que e\1os tenían de Uruanayes (2).
Los Laches pretendían que los hombres se convertían en piedra y que
éstas tornaban á ser hombres (3).
Los Unbac3 decían que BUSprimeros pad::es habían venido del otro
lado del GO:lfo. :Sos ToMes, Calamares, etc., eran hijoB de un hombre lla-
mado Mocldon .l' una mujer de nombre Malleca. Esta tenía un aolo pecho
"por el cual saJía la leche de ambos" (4) con mucha violencia; por esto
habían resultado tan valientes (5). Los inùi·:>s de Santa Marta referían
que en BUS tierr!\s había grandes gigantes dos veces más grandes que los
actuales habitnntes. Entregábanse al pecado nefando y odiaban {¡, tal
punto á las mujeres, que las ahogaban al nacer. Dios los destruyó hirién-
dolos con l'ayos.
La trs,dición del Diluvio era muy general entre las antiguas tribus:
los Catios, Cunas, etc.
LOB Airicos y Jiraras tenían dos dioses, padre é hijo. El primero,
después de haber terminado la creación, mandó á su hijo á que gobernara
la tierra, dando pereció en un diluvio que In inundó (6). Rivero noa re-
fiete estaúrndición de un modo distinto y más aceptable. Los dos diose8
eran hermano!!, El mayor cre6 el munJo, y :í. causa de los pecados de los
hombres, volvió á destruírlo. El menor lo pobló de nuevo haciéndoBe em-
perador de to(10s sus habitantes. Oon el impulso de su brazo, cuando está
disgustado, causa los temblores. La fraterna dualidad habita las estrellas.
------ ----------------------------
(1) P, Juan Rivero.
(2) p, CasRa.ni.
(3) El Dm'rJ.do, pOl eldoctor Liborio Zerda., pfg. Il.
(4) Fr. Pedro SImón, T. lU, pág. 23.
(5) Ln tradición de los pocos descendientes de los Cunas, acerca de su origen, po-
drá verac en el tomo 13 del Repertol'w Colombiano: Un Viaje al Darién, por Ernesto
Restrepo. Hay ulli también otras tra.dicionessobrc e' Diluvio, etc.• pág. 383 Ysiguientcs.
(6) Cassado
32 XBT1JDIOS SOBRE LOS ABORíGENES DE COLOMBIA
(1) Maque. Fruta como cabrahigo con que perfumaban los indios Ii sus dioses.
Glosario d~ la Hi8tQria del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. T. lI,
pág. 385.
(2) Fr. Pedro Simón, T. II, pág. 891i.
34 }STUDlOS SOBRE I.OS ABORÍGENES DE COLOMBIA
daba por las casas hechiceros viejos de ambos sexos, que se convertían en
tigrell, leones, etc., difundiendo cu su nombre las malas doctrinas (1).
Bochica, después de educar los pueblos de la sabana, se retiró sí. Soga-
mOlla, y con el nombre de Ydacansas (luz grande de la tierra) vivió en-
tregado á la p'Jnitencia veinte veces veinticinco &fios. Quedó como here-
dero de su poèerío el Cacique de aquel lugar, y desapareció dejando BU
pie grabado en UDa roca (2). Al Cacique de 'runja concedió el poder
secular.
Bochica a,livinaba 1st! cosas por el viento, las aguas, el vuelo de las
aves, etc. Era dispensador de bienes y dueno del tiempo. Sus sueesores
diz que hered!.ban este dón, y por eso venían á consultarle desde lejanas
tierras (3).
Entre ést(·s los principales fueron Hunzakua y Tomagata. El primero
redujo á la obediencia la multitud de jefes chibchas que se disputaban el
poder, centralizando el mando y gobernando todas las tribus que existían
entre las sabanas de San Juan de los Llanos y la cordillera del OpÔn. Su
reinado duró dOBcientos cincuenta anos. Tomagata, monstruo de cuatro
orejas y un solo ojo en la frente, tenía una cola semejante á la del tigre.
Todas las noches hacía diez viajes de Tunja á Sogamoso, deteniéndose en
los adoratorios. iPobre de quien le enojaral Tomagata le convertía en cu-
lebra, lagarto it otro animal. Esta facultad la heredaban los que le suce-
dían en el trono, aunque no hacían UBOde ella, decían, por cortesía (sic).
Su reinado duró ciento y tantos a1'l0B. Ni fue casado, ni conoció mujer.
El sol tenía reservado el trono á su hermano Tutazua, y para conseguir
su intento, una noche, mientras Tomagata dormía, le privó de su poder
generador (4).
Uno de SUK sucesores fue el virtuoso "Nompa1Iím. Aterrado sllte los
vicios de sus súbditos, preguntó á Bochica con qué penss castigaría sus
faltas, quien le contestS que no se preocupara por ello, que había Ull juez
soberano que se encargaba de repartir los castigos y los premios después
de la muerte. Nompaním entonces dictó códigos y aplicó penas severas
para los delitos que pudieran estorbar la marcha de la Bociedad.
Sucedió á ~ompaním su hermana Bunangay, modelo de virtudes.
Esta casó con e: Cacique de Firavitoba (5).
Los SogamoBos tenían, aunque un poco distinta, la tradición de Bo·
chica. Según elloB, hacía cuatro orogomoa& (edades) que reinaba el Cacique
Nompaním, cuando apareció un viajero llevando en la mano un bordón
11) Fr. Pedre. Simón, T. II, pág. 391.
(2) Id., T. II, pág. 428.
(3) Piedrahitl\, pág. 37.
(4) Id., pág.36.
(5) Fr. Pedre· Simón, pág. 429, T. II.
CAPiTULO II 35
de macana y adornados sus brazos 'j su cabeza cen la cruz. A cste anciauo le
considerllbll,n como pudre y le concedían dos de lus propiedades de los es-
píritus: BO hacív. inYisible,y desaparecía á yoluntad como lo indicaban SUB
nombros de SU.7unmUllX8 (hombre quo se hace invisible) y SU!J1171Wa
(hombrc qno desaparece); también le lIamubar:. SacMgltu (padre lluestro).
Ganza (Gámeu.) fue III primcm pobltlción (lue le hospedó. Cerca de am
sc retiró á la cueva de Toyá, á donùe vinieron á visitarle los Caciques ùe
lIullsahua, Socha, Tasca, 'l'ópaga, Monguí, Tutaza, blongua, Pesca,
Yucón, Bomba,:ll, Tata, Gnuquirá. y Yatoha. Sugamuxi, el más poderoso
de todos, quedÓ en BU cercado. Sachigua se aùelantó hasta Úega, á donde
este últimc, viuo á recibirhl con toda la pompu de su grandeza. Aquí prin-
cipió Sugunsull sus predicaciones; les habló do un Supremo Creador; les
senaló la vía dEll bien y las recompensas á qui,mes por ella siguiesen; les
mostró el camino del mal y los castigos prepli.rados á aquellos que por él
desviasen. MUR, agrega el cronista, después de estas preùicaciones lOB
indios con';inullron tan malos como lo habían sido hasta entonces (1).
Mucho sentimos que las crónicas no co~serven memoria de multitud
de traùicioncd que debioron tener nuestros antepasaùos, relativas á BUll
grandes acont(:'3imientos hi&tórico8, álos cataclismos que en épocas más 6
menos remotas cambiaron elnspecto de nuestro territorio, y á las innsio-
nes que se sucdieron hasta el establecimiento de las tribus que en el Bigla
:xv ocupaban el puís.
Es de suponerse que estas tradiciones existían si recordamos que nun
para hechos más inBignificantes, muchas vecea para dar alguDa explicllClón
de sus cosl;umbred Ó de BUSvicios, traían á cuento relaciones que supone-
mos eran invención de los JequeB. Recordaremos, por ejemplo, la del Ca-
cique de Hami riquí.
Poco iespJés de la desaparición de Bochica, Hunsahua, Cacique de
Ramiriquí, se 13namoró de una hermana BUYO. é insistía en hacer de ella
BU esposa, no obstante la oposición qne su madre les hacía.
Un da, eon pretexto de ir á comprar mantas á la tierra de los Chi-
pataes, la llevÓ paca que le acompaflaso. De allí volvieron á casa de au
mndre. Como ésta observara que su hija ests'!)a encinta, llena de cólera
levantó sobre ella la sana ó palo con que est,:lba agitando la chicha. Al
descargar el golpe, BUhija se escondió tras ùe la gaclta, olla que contenía
el brevaje favcrito; el palo dio con ella y la hizo pedazos. La tierra se
abrió y reeibiÓ en su seno el líquido que dc amarillo BO convirtió en purí-
sima agua, formando la laguna conocida mis tarde con el nombre ùe
Donato (~). Viendo IIunsahua. que el cielo se pronunciaba, en BU favor
11) }<'r. Pellro Simón, T. II, pág. 421.
(2) Er, esta laguna. se arruino un ta.l Donlto buscando los tesoros del Zaque; de
allí su nom:>re. Ancízar. 3
36 ESTtJDIOS SOlŒE l,OS ABORíGENES DE COLOMBIA
rayos del wI naciente. Del número de éstas cran las hijas del Cacique de
Guatavita, quo todas las mananas abandonaban el cercado de su padre y
en una colina aguardaban hasta que llegaran á ellas los primeros besos de
Zuhé. Una de ellas, más afortunada que sus hermanas y compaf1eras,
llegó á i!e¡~madre poco tiempo después, dando á luz una guacata ó piedra
de esmeralda. Envolvióla en algodón" y la colocó en su seno. Allí tomó
vida metamorIoseándose en un nino que con el tiempo fue Caciquo de
Sogamosc con el nombre de Garanclwcha (1).
Fuente de fábulas mil eran para los ind:oB todos los objetos que la
naturaleza había marcado con sello especial de grandeza imponente. LOB
lagos, los ríos, las cascadas, los más elevados montes, las rocas, todo tenía
un principio milagroso, á todos los ucompallaba alguna deidad y eran
objetos de veneración. Nuestro suelo, privilegiado por la naturaleza en
bellezas sin cuento, en panoramas verdaderamente fantásticos, sería como
un inmenso r.1apa en que cada punto geográfico estaba revestido de una
historia de vivos colores.
Rep:~odu:liremos aquí la bien conocida fábula de la laguna de Guata-
vita y unas pocas más que de casualidad hemos encontrado en las crónicas.
Un Cacique de la población situada á orillas del pintoresco lago, tenía
por espoaa á ",lila hermosa mujer de alta estirpe. Sus atractivos naturales,
unidos it uñu privilegiada inteligencia, fueron la red en que cay6 uno de
los princ:ipales senores de la corte, y también el origen de BU desgracia.
Sabedor el Cacique lile las relaciones que existían entre su esposa y su
cortesano, no desdenó desempenar el personaje de comedia, asomándose
á escondidas por la palizada del cercado de su rival; los sorprendi6, hizo
emplllar al uno; y la otra, en un festín prepnrado ad hoc, hubo de comer
parte del cuerpo de su amante, guisado con ají. Además, ordenó á sus
bardos que allí y en SIlS borracheras cantasen la infidelidad de su esposa
para escarmiento de las demás y castigo de la suya. Aterrada ante la8
amenazas do los cantores, la Cacica salió de BUS aposentos sencillamente
aderezada. :Llevaba por companera á una sirvienta y en sus brazos á una
hija que del Cacique había tenido. Las precauciones tomadas para ahogar
el ruido de EUS pasos no fueron suficientes. Los Jeques, cuyas chozas cir-
cundaban la laguna, salieron alarmados. Sorprendida, y no encontrando
dónde refugiarse, la infeliz botó su hija alIaga, cuyas aguas se cerraron
sobre la JQsdichada criatura y sobre el cuerpo de su madre, que tras ella
se arrojó. Inútiles fueron los esfuerzos de los sacerdotes para salvar las
~OB víctíma~. El Cacique, que había acudido allí, ordenó que le devolvie-
CAPITULO III
POLITEfsMO CHIBCHA
gaban 108 gr: t08 del mancebo. Con su sangre regaban el suelo y tenían
las columnaE del santuario. En medio de cantos fúnobres sacaban el cadá-
ver y lo llevaban á nna colina donde lo depositaban para qno sil'viera de
alimento nI Hol.
Estos süorificios los hacían también á la pampa. Para ello, cuando la
manana estaba clara y que ann no hllbía salido el sol, conducían la vícti-
ma á una de las colinas que miran al Oriente. La acostaban sobre una
rica manta :¡ la degollaban con un cuchillo de cal'la. Con la sangre, reco-
gida en una totuma, manchaban las rocas. Los primeros rayos del Bol al
iluminar aq lelIos parajes ponían en relieve tun horrorosa escena J debían
devorar, según creencia de los inllios, el cuerpo que dejaban allí abando-
nado (1). Cerca del pueblo de Gachetá tenían un ídolo de madera del
tamano de un hombre. Sobro la piedra colocada tÍ IIUS pies sanrificaban
semanalmente un muchacho que no pasase de catorco anos (2).
Los caciques toniaR sacrificios especialeB. En las esquinas de sus cer-
eadoB se levantaban altos maderos, semejantcs á mástiles, con una gavia
encima y pintados do rojo. En la parte superíol', dentro de III gavia 6
jaula, metían á un indio fornido, generalmente prisionero de guerra, que
alimentaball y reservaban para cse día.
Los mejores tiradores del senorío disp¡lraban sus dardos, haciéndolo
heridaB leves, de modo que desliugrara lentamente y que fuera larga BU
agonía. El que le diera un flechazo en el ojo Ó Cil el corazón, recibia un
premio de manos del cacique. AI pio de la gayia ponían totumas y vasi·
jas de barro para recoger la sangro que chorreaba. El cuerpo lo sacaban
en medía del regocijo de la multitud. Allí lucían 8UBmás ricas prend88;
todos cantaban acampanados por la monótona armonía de los fotutos, el
molan'cólico ruido de los caracoles, el chillido de chirimías y tlautillas y
el bronco sonido de lOBtamboriles. Había curreras y premios, y entre la
algazara iblln 108 Jeques untando c~n sangre las rocas del camino. Tam-
bién, cn lle1'i.aladas ocasioncs, daban muerte á 10rOB Y guacamayos, á
quienes habían ense1'i.ado á hablar para que llevaran also18us súplicas (3).
Muy dados á la superchería, tenían hechiceros y agoreros. Tomaban
la figura, d icen las crónicas, ùe tigrcs, loones, OS08 y otroB animales, y
"tenían l8s facultades y hacían 108 mism08 dano8 que é8t08."
El Caúique de Sogamoso tenía un poder especial eotte sus hechice.
ros. Le vfneraban como representante de Bochica y le temían como á
un sér sobrenatural, en cuyas manos estaba el poder de diilponer del
tiempo y de lOBelementos de la naturaleza. Cuando sus pueblos habían
(1l Fr. Pedro Simón, 'r. Il, pág. 318.
(2) FI'. Alonso de Zamora, pág. 130.
(8) Id. pág. 338.
CAPíTULO IV
CAPITULO IV
SIMBOLISMO CHIBOHA
.Entre loe; Ohibchas observamos 10 que no hemos visto en las otras tri-
bus, que todlls las figuras, aun las má.s iRsignificantes, son simbólicas.
Los Quimbayas representaban á sus Caciques, á sus mohanes y al demo.
nio copiando la fisonomía de loa primeros, y al último tal cual se les apa-
recía; los Ohibchas poco se cuidaban de perfeccicnar un objeto de oro y de
darIe parecido; ponían en manos de sus figurillas objetos simbólicos de
sus dioses, jofes y jeques, de las cosechas, abundancia, estaciones, etc.
Tampoco hacían las ofrendas con el único fin de desprenderse do una joya
de oro, sino que, (}omo los ex-votos, cada una llevaba el emblema de lo
que pedían á sus dioses 6 del mismo dios á qui'3u se dirigían. Veamos,
guiándonos pJr los relatos de los cronistas y las profundas observaciones
del Padre Duquesne, y ayudados por las muy intercsantes colecciones de
los senores D, Nicolás J. Casas y D. Vicente Restrepo, algunos de estos
símbolos (2).
A Bochica b daban la figura de (lragón, la misma que él revistió
cuando, vencido por las súplicas de Bll pueblo, 110 les apareció para dar
salida á las aguas de la altiplanicie. Es el dragón un animal fllntástico y
por lo mismo sin forma determinada. La figura 15 del Oatálogo que acom-
pafl.ará las colecciones aludídas (3), pudiera ser representación de Bochíca
(1) Fr. Pejro Simón, T. II, pág. 150.
(2) Amb~ colecciones han sido ofrecidas generosamente en préstamo al Gobier·
no por sus propietarios, y figurarán en la Exposición de 1l1adrid.
, (3) Catálol'O de los objetos chibchas, acompañado de un álbum con fotografías
hechas por el selior D. Julio Racines.
60 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENE,; DE COLOMBIA
ó más bien le Tomagata, monstruo de larga <:ola (1). Las figuras 34 (2),
83 Y 85 (8) ~ambién repredentan á uno de estod diose •.
Entre las numerosas serpientes de oro que se encuentran, hay mu-
chas con CiDeza de dragón. Al dar la descripción <le las que tenemos á la
vista, dejamos al lector el cuidado de buscarles su significaciÓn exacta,
ayudado pOL'las observaciones que á. continuación hacemos. La serpiente
era para 103 indios, como para todos los pueblos de la anti~üt!dad, una
fuente de Hbula8 mil; BUimaginación va mezclada á todas las cosas sobre-
naturales. Bochica en algunas ocasiones era una serpiente con cabeza de
dragón; Bachue, la madre del género humano, luégo que hubo poblado
la tierra, SB perdió en la laguna de donde había salido, tmnsfol'mánllose,
lo mismo qlle su hijo, en una culebra; la Cacica do Guatavita al hundirse
en las aguai del lago, se convirtió en sierpe, y fue recibida por el dl~.
que había allí; la favorita de un Zipa infiel tomó 1/\ miBm:i lõÚñ;-al ba-
fiareeen el FUllza COllSUScompatleras; como serpiente, on fin, se apal'ecía
el demonio á lo~ jeques que lo consultaban ell los santuarios naturales, y
el mismo alliml~1 era. considerado como guarrlián do las aguas.
Bajo el número 15 (4), compatlem de la descrita anteriormento, te-
nemos una ierpien te de tumbaga, cuyas manchas estÍLn representa las por
un dibujo en relieve, y la cabeza adornada pOI' una cresta.
Blljo e 1 nÚmero 24. tenemos dos dragones. Al más grande (5), el
cuerpo ach:.tado en Ull sentido opuesto al aplastamiento de la cabeza, la
forma, y la:l barbus colocadas junto á los ojos, y sobre la cabeza echadas
para atrás, le dan la actitud de nadal' con rapidez: 110 sucedo lo mismo
con el otro (O): el cuerpo en la direcci6n de la cabeza, y los auillos más
desarrollados, le dlln el aspecto de una marcha perezosa.
El número 45 nos presenta dos reptiles curiosísimos. El más grande (7)
tiene la cabeza erguida, la boca abierta, que pono de manifiesto seis agu-
dos colmilles, y recta la acerada lengua; los ojos extraordinariamente dila-
tados, la cl'esta parada, indican que aquel animal está irritado. Tiene
cuatro dim nutas patas y un loro pOBado sobre la cola. El campanero, de
cabeza fanf.ástica, ancho y delgado cuerpo, tiene sobre el espinllzo una
franja bien tejida (8).
La fig'ua 73, también de aspecto enfurecido J con barbas de
pescado, tiene el cuerpo formado por una trenza d'l oro, de exquisito
trabajo.
(1) :Mide 6 centímetros de largo, es ùe buen oro, y fue hallado en Gustavita.
(2) i\lid( il centímetro~. Es de oro, y proviene de Gamgoa.
(3)Milk 6 ccntími!tros.
(4) Mide 8 centímctro~. Fue hallada en GUlltllvita.
(5) Mide I'H centímetros. Es de tnmbaga y fue hallado en ~Ioniqllirá.
(6) MidI\) centímetros. Es de tumhaga y fue Imllado en Moniquirú.
(7) Mide 14 centímetros. Es de cobre y fue hallado en Sogamoso.
(8) MidE 8 centímetros. Es de oro y fue hallado en :'¡ogamo3o.
CAPíTULO IV 51
nlgún ezBque, por el recargo de joyas con que está adornado. Del gorro
y de lus orejas penden chagualetas, y un aro de III nariz. Un collar de
muchos di;'es, una doble faja que se cI'uza sobre el pecho, brazales: nada
le falta. En la mano izquierda empuna' un palo retorcido, semejante en
un todo á ¡;no ùe los que tiene el nÚmero 4, ¿Será un cacique presidienrlo
las earrerat!?
El nÚmero 69 (1), aunque ostenta el aspecto feroz de un guerrero,
es sin duda lin Cacique, pues no lleva arma ninguna. El gorro es
muy semejante al del anterior. Lleva cnatr:> chagualas en cada oreja y
un aro enorme en su disforme nariz; tiene también ceflidores en lOB
brazos.
Es tiempo yá, antes do pasar á la parte más interesante de este
estudio, que veamOBalgunas figuras de guerreros.
La segunda de las qlle llevan el número 29 (2), de trabajo des-
cuidado, tiene laB manos sobre el pecho, y:m ellas una tiradera, arma
de guerra de los Chibchas, con dos dardos. La cara del individuo aquí
repI'eseutado tiene un aBpecto tan poco ofensivo como el arma que
el1lpufia.
Bajo el nÚmero 30 (3) está comprendida una figura cuyos ojos y
boca bien abiertos le dan un aire un poco más feroz que el anterior. Pa-
rece llevar en una mano la. tiradera y en la otra loa dos dardos. Es de
observar que aunque los soldados llevaban al combate gran número de
éstos, nunca los repre~entan con más de dos. Probablemente este número
leB bastaba plU'a dar idell de la plur!l.lidud. Los miembros inferiores
del individuo se pierden en un objeto de forma extratla. ¿Querrán repre-
sentar á un guerrero en su fortaleza?
Un guúrrero acuclillado nos presenta la Egul'a 51 (4). Está en ac-
titud de descanso, los codos sobre la.s rodillas y las manos á la altura del
pecho, aunque un poco distantes de él. Al costado derecho tiene un escu.
do de armas,
El número 70 (5), figura en pie, bien plantadll, de aire marcial, nna
de las poell:> qne tienen verdadera expresión, lleva apoyado al brazo iz-
quierdo un carcaj yen la mano derecha una tiradera. El número 71 (6)
es más interesan';e aún aunqul' menos artísticamente labrado. Adornan
BUS orejas cuatro chagualas, y su nariz pesada argolla. Del brazo derecho
se desprenden cuatL-o como cintas que parecen flotar al viento, y en la
(1) 11t c(ntímetros, oro fino; hallado en l:logamoso.
(2) Encontrada en Pefiasblancas.
(3) Encontrado en Garagoa; mide 4 centímetros, yes de oro.
(4) Mide ¡¡ centímetros, es de oro y proviene del Varare.
(5) Mide 12t centímetros, es de oro y proviene de 80gamoso.
(6) 8t certím(\~ros, es de oro y proviene de Sogamoso.
,.
54 ~:3TGDIOS SOBHE LOS AnORÍGE~ES DE COLOMBIA
tiene suspendido al cuello ell'0poro I'll que les jeques llevaban la coca
revuelta Carl caracolillo.
En la figura 48 (I) dos aves posadas, una en la varilla que lleva á la
derecha y o1;ra.sobre el hombro izquierdo do una mujer, están sencillamente
representadas por el pico y los ojos.
En ninguna se ve tan bien figurado el loro como en el númoro 52.
Está colocado Bobre el hombro derecho do una mujer que del mismo lado
tiene un doble bastoncillo (:¿).
La figura 54 (3) nos presenta á una india en cuclillas, con las manos
juntas á If. altura del pecho y algo distantes de él; tiene en la mano dere-
cha un nido que parece presentar á una avo posada sobre 01 hombro del
mismo lad.o. }~ntre las manos lleva la varilla.
Casi no so presenta ninguna figura humana que no tenga en las ma-
nos algún objeto simbólico. Homos pasado en silencio nnas cuantas por
no habernos sido posible interpretarIas. Sin embargo describiremos tres
ó cuatro je ellas.
A lal! mujeres en general las hacían con un huso en las manos.
La figura 9 (4), imperfectamente fundida, tiene en su gorrete cinco
aves y cn la mano derecha una tiraùera y dos dardos (signo de pluralidad).
¿Será un cazador, 6 irá á hacer el sacrificio de que nos habla el Padre
Zamora?
El número 10 (5) nos presenta á un indio en cltclillas. En la mano
derecha tiene Ulla espiga de maíz con varias hojas, las dos inferiores caÍ-
das, indicanùo que yá. estãn secas; la otra mano empufla uua varilla.
La tercera de las figuras que nos pl'esenta el número 16 (6) es nna
mujer e:1 cuc1illas, como lo manifiesta la poaición de loa brazoa. Esta pos-
tura cru muy familiar á los indios, ya estu'lieran sentados en el suelo, ó
ya sobro un duho, banco ó maJero, y por eao vemos que se hacían repre-
sent8r con las manos en el pecho, porque apoyaban los codos encima de
las rodillas. Dicha figura tieno en la mano derecha un cetro bifurcado
que se repite frecuentemente y que creemos sea una abreviación del sím-
bolo de la fecundidad: las dos aves que parecen picotearse y que por la
pequenez del objeto vienen á quedar reducidas á dos puntas como los
extremos de una media luna.
En el número 74 tenemos dos máscaras de oro (7) hechas para lle-
varlas suspendidas, como se ye por los agujeros quo ellas tienen. En sus
(1) Encontrada en Sogamoso.
(2) Tiene 7 centímetros y es del Carare.
(3) riene 7 centímetros y es del Carare.
(4) 'fien€. 5 centímetros. Es de GlIchetlÍ.
(5) Tiene 4~ centímetros. Es de Guatavita.
(6) Es de Guatavita.
(7) Bon de tumbaga.
58 ESTUDIOS sonRE LOS ABORÍGENES DE COLOMnIA
CAPITULO V
formando un oirculo cuyo centro lo ocupaba una gran moya llena de agua,
con tabaco on hojas y en poi 'o, y guijarros. Los concurrentes arrojaban
en ella SUE brazaletes y alhajas. El mohán removia con fuerza la vasija.
El oro al ohocHr con los guijarros débía producir un fuerte sonido metáli-
co. En medio :le la algazara aparecía el Demonio. Se lavaba el cuerpo
con el agua de tabaco y devolvia á caja cual sus prendas, no siendo el in-
terés del oro el que lo llamaba allí, sino el amor á sus hijos. El mismo
dictaba eua pronósticos, les daba consejos, y Bobre todo, no dejaba nunca
de recomendarles no olvida.sen el culto á él Y á aus dioses. Decíalcs, ade-
más, que a,lllegar á BUScasas hicieran ablucicnes con aquella misma agua
en que éllle había barrado (1). Algunas veces lea hablaba por intermedio
de un ídolo.
A los mohancs correspondía casi siempre hacer las ceremonias de la
invocación y consultar al maligno espíritu. Este poder se heredaba como
el mando. En alguna ocasión, en que el heredero era muy Joven para
ejercer el fatal sacerdocio, aconteció que, mientras llegaba á la mayor
edad, fue reerr.plazado por uno de BUStíos. Dirigióse éste al templo con
la moya p:~eparada, y llamó á Buziraco, quien so apareció dándole las
graciliS por no haber dejado vacante el oficio. Agregó que yá había aban-
donado la POp:l, sU principal residencia, por levantarse allí un convento
católico; que C::ladelante iría á eatablecerso á la punta de los lcacos, donde
estaría á sus órdenes (2).
Siempre que los cronistas hablan de las apariciones del Demonio,
agregan que se presentaba en visiones espantables. Tomaba figura. de ea.
brón, gato, tigre ú otro animal inmundo. Cuando aparecía en forma
humana, er~ Enempre disforme (3).
El rico socavón del Zenú, donde encontraron ofrendados más de
20,000 pesos en oro, estaba formado por una nave de trea bóvedas, con
más de cien pasos de largo cada una. En el centl'o, pendiente de un palo
que sostenían cuatro cal'iátides, había una hamaca en la. cual se acostaba
el Demonio (4).
En tierras del Cacique Nutib:\ra fue hall¡¡,do un templo (5), y no lejos
de allí unu bóreda grande y bielllabrada, con la entrada hacia el Oriente,
de la cual sacaron ofrendas por más de cuarenta mil ducados. En aquel
templo y esta bóveda. se les aparecía Satanás en figura de "tigre muy
fiero." Poco antes de la venida. de los espanoles anunció á sua va.sallos
que á sus tierns vondrían hombres más valieutes que ellos, que s€' adue-
fIarían de BUB dominioB (1).
Los Quimbayas hablaban con el Demonio (2). Entre las numerosasy
variadas figun.s halladas en las localidades por ellos habitadas, se ven re-
petidas muchas de ellas, encontra:las en distintos puntos, y que cree·
mos lo representaban.
Los pel'iones más abruptos y escarpados oran los adoratorios de los
indios de AnSfl'mll. El Demonio los escogía como morada. Paru hacerso
más temible ni) quería ponerse allllcance do todos, y sólo los ffio)hanes
podían subir hasta su vivienda por medio de escaleras (3). Sólo e:Ios te-
nían bcultaa para hacerle ofrendas y sacrificios. llabía, sin embargo,
una colina donde á todos se aparecía en figura do cabrón y donde le en-
tregaban doncull8s para satisfacción de sus apotitos carnales (4).
Los Ohan'lOS consultaban al príncipe del Averno, antes de empren-
der una guerr!>, sobre el resultado que había de tener.
En el centro de la casa redonda del Oacique Petetuy, sobre una tabla
que la atravesaba de un lado á otro, yacían sentados, y con armas en las
manos, multitud de cadáveres henchidos con ceniza y forradas SUR desnu-
das calavera3 en máscaras de cera que formaban sus rostros. Las Carnes de
. aquellos que fueron prisioneros de guerra, habían tenido por sepulcro 10il
"lientres de los guerreros de Petetuy. Por la noche el Demonio daba vida
á esos cuerpos, haciendo de ellos su mansión, y Ile aparecía á Jos dol pue-
blo en "figul'hi! espantables."
A los Oarrapas se les mostraba bajo variai! :formas. Ouando éstos no
conseguían lo 'lue deseaban, rel'iían con él por algunos días. A la menor
enfermedad volvían á consultarlo, y cuando salían bien librados le hacían
ricoB Bacrificios.
Los Pasto,i lo consultaban, y éste, entre otras cosas, les aconsejaba
que se hiciesen enterrar con sus mujeres para disfrutar con ellas de laB de-
licias de otra vida.
Los Guamos creían que el Demonio era la fuente de las enfermedades,
los Mapoyes le atribuían los dal'ios do sus plantaciones, los Guayquiriesle
tenían por autor de pleitos y rinas, los Betoyes decían que él rompía de
un modo disirr.uluùo la columna vertebral de los párvulos, dándoles así la
muerte (5).
Ueferiremos un hecho curioso que relata Oastellanos (P. nI. Elogio
á Gaspar de Rodas, O. I), acontecido el12 de Marzo del al'io de 16,6.
Dice el autor:
(1) Estos indios llamaban al Demonio Guaca. (F. P. B., T. III, pág. 18!).
(2) Cieza de Leõn, folia 49.
(3) Acosta, ¡:ãg. 264.
(4) Fr. PCdN !::limón,T. III, pág. 3Z3.
(5) Gumma, T. 1, pág. 24.
CA.PíTULO V 66
1:.11 Llaman al Demonio Cunicuba. que quiere decir 'malo. A Dios Jo llaman Arba
que quiere deCIr bueno. (Castellanos, P. m. Historia de AnUoquia. Introùucción). '
2)Colecoicin Mufloz, T. LXXXII.
nes de los mohanes; pero en vista de hechos relatados por todos 108 CI'onis-
tas y por viajere's poco crédulos, tenemos que admitir su realidad. Hace-
mOBalusión á lo que refiere Wafer en BU relación do viaje al Darién.
Estando en las~ostlls del Istmo, preguntó á los indios si llegarían allí na-
víos europeos; fstos contestaron que nada sabían, pero que averigus.rían.
Hicieron la inVo>cación al Demonio, y trajeron la siguiente respnesta: quo
el décimo día d·~ viaje llegarían daB navíos que se anunciarían muy d,~ ma-
nana por dos cafl.onazos disparados á corto intervalo, quo uno de los ingle-
Besmoriría pero después de embarcado, y que al tliI'igil'se á bordo perderían
uno de los fusilei. Todo Bucedió como lo habían vaticinado. Al día sigli.iente
que era el décimo del viaje, muy Je mallana oyeron un cafl.onllzo, y poco
después otm; al embarcarse se volcó una canoa, y uno de ellos, llamado
Gobson, al caer al agua perdió su fusil; y contl'ajo una enfermedad que li
los tres días lo :levó á la tumba (1). En muchas tribus sabían yá lallega-
da de los conquistadores untes que éstos hubiesen tocado á nu~stras
costas.
Los indios, uùcmás de ser hechiceros, eran agorel'os, Los Aclngu:Ls
pretendían leer cI porveuir en el canto de las aves, en ni encuentro con los
animales 6 en ci modo de nadar de los peces. Los Colimas (los mol:.ane&)
daban sus vaticinios por el movimiento de los párpados. Más frecuente-
mente hacían uso de los polvos de la fruta de yopa moliùa. La víspera de
un gran aconte'Jimiento, un combate, el nombramiellb de 1111 nuevo jefe,
cte., oe reunían varios á aspirlll' por las narices, á manDril de rapé, los
dichos polvos. JGsto les hacían percleI' el juicio, y ell rn(,clio de nna algazara
infernal, se pOI ílln :í hablar á solas, con descompasadas VOCOo,dirigién-
dose á espíritu;. invisibles, hacióndo]es mil preguntas y otras tantas sú-
plicas para que saliera bien el presagio. Al rato la. sangre brotaba por lus
narices, y si saJía primero por la ventanilll\ derecl111, era sel'lal ele que la
fortuna los acompaflaría; si al con trllrio, la }lri Iller salida era por la izo
quierda, el éxil.o sería malo. Mas como easi siempre la sangre brotaba
por ambas á un tiempo, y en este caso la re~puesta era dudos'l, ha-
bían ùe seguir absorbiendo yopa hasta que brotase primero por una de
las ventanillas. Durante los eclipses de luna los Colimas tocaban y can-
taban una música lÚgubre y se despedían unos ¡le otros en la creeucia de
que todos iban á morir (2).
Eu l'l'sum¡,n, la base tiel cnlto ùe los indios en general era Ir. demo-
nolatría. Si ad,}raball otros diosc3, em por recoman¡)u'I)ión del Deme-nia, á
quien obedecían, ya. pOI' temor, ya. por Ulll~ mal entendida gratitud.
tI) Viajes de Lionel Wafer al ù,tmo del Darién, traducidos y anotados por Vicente
Restrepo. pág. 14 Y siguientes.
(2) Fr. Pedw Simón, T. III, pág. 865.
CAPíTULO VI 69
CAPITULO VI
GOBIERNO CHIBCHA
(1) Fr. Pedro Simon, T. II, Cap. 10. Nos parece un poco exagerado este cóm-
pulo
70 ESIUDLOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA
annque este caso so presentaba rara vez, porque el Chía, para asegurar su
descendEncia, casaba siempre con mucha.s mujeres. Si el Zipa, por cual-
quier circunstancia, nombraba reemplazo h;era do su familia, y aun de
tribu distinta, el nuevo jefe era recibiùo cor. aprobación de los demás se-
nores (1). A 'l.'isquesusa no le sucedió el Chía, sino Sllquesaxigua. Al
que debía ser Cacique ae Chía le ensellabar:o desde nillo las buenas coe-
tumbres y á llevar ulla vida honesta y anegladù; encerrábanle en una
casa 6 templo aparto, donde vivía, retirado del trato de las gentes, en un
recogimi(onto absoluto. Celadores especiales cuidaball de su buena con-
ducta. Durante la época de su adolescencia no le permitían ver el sol, ni
comer sal, ni comunicarse con peraonas de otro sexo. El quebranta-
miento dt: cualquiera de estas obligaciones tn,ía consigo la pél'dida de to-
dos sus derechos al trono, y el que fuera reputado llamo infame y vil. A
la edaù de qubce anos le oradaban las orejas y las narices; los Jeques de
su pueblo: reunidos en consejo, le indicaban qué animal (Ioón, tigre,
águila Ú oso) debía ofrecer en sacrificio. Esto lo hacían después de ha-
berle toma.do juramento de que no había faltHdo á ninguno de los requisi-
tos arriba indicados. El animal escogido lo labraban de oro los principa-
les joyeros, y los Jeques lo ofrecían á sus dioEes. El futuro heredero te-
nía quo sonetcrse al ayuno y á la oración, los que terminabau con una
gran fiesta (borrachera), á la cual convidaba t. los Caciques sus amigos,
que acudían bien provistos de regalos (esmeraldas, oro, armai! y mantas).
Otra gran fiesta tenía lugar el día que tomaba posesión del goùierno
de Chía. Esta duraba varios díss, durante los cuales corría /à chicha en
gran abundancia, yen la misma proporción se aumentaba el valor de los
regalos.
El Chía gOÎJernaba tranquilamente sus dominios con los mismos po-
deres y obli."5llciones de los demás Uzaques.
Cuanl]!) terminaba el luto por el Zipa, prÏi1cipiaban las fiestas y bo-
rracheras del uc',venimiento. Diez y seis días consecutivos duraban éstas,
y á ellas asistían los Uzaqnes y capitanes, bien provistos de valiosos obse-
quios. Si el nuevo Zipa estaba con ellos satisfecho, los consagraba en sus
títulos y dominios. Las narígueras do varíoadas formas, los zarcillos do
figuras capr c11o;[ls, las chagllalas y patenas para adornar el pecho, las
moelias 111na3y (liadomas para la frente, toùo dJ oro, eran los objetos ele-
gidos para los regalos en esta oca8iÓn. El último día prestaba juramento
de que no hs.bís. cometido falta ninguna y de que sería buen gobernante.
Luégo so scntal;a en una silla. de oro guarnecias de esnwraldlls, vestido
por ~us cortesanos con finas telas de algodón pinta.das de vivos colore8.
Sobre su frer.te colocaban una corona de oro-H al modo de bonete RU he-
(1) Fr. Pedro Simón, T. II, pág. 204.
72 ESTUDIOS SOBRE LOB ABORíGENES DE COLOMBIA
chura "-entret(:jida. con cuentas verdes y blancas 'f adornada con ricas jo.
yas. En sus mallos llepositaban un precioso bastón de guayacán labrado,
que empnf1aba como insignia del poder. Desde este momento era conside-
rado como sellm' absoluto, é inmediatamente nombraba sns ministl'oS y
oficiales, siendo el cargo más eleyado el de vocero. e ll:lI1do cI sol tl)rmi-
naba su carrera sellalando Call los últimos resplanùore¡; qne el día t,)caba
á su fin y que Jan él concluían las fiestas, los invitatlos del Zipa, r,com-
panados del plnblo, c01'l'ian hasta la quebrada m is próxi ma y £ln medio
de abluciones d ahan gracias á los dioses.
Al rey le elegían f'ntl"e las mujereli principales unJ. consorte digua de
él. Dcspués quedaba en libertad de escogel' Cllan:;as le conviniesen, guar-
daudo siempre la primera el puesto ùo favorita. Si ésta llegaba ú morir,
la reemplazaba la primnra designada. El último Zips tenía en su cercado
trc:scientas eS1J)sas (1).
El lujo desplegado por el Zipa en sus vestidos y habitaciones, en las
fiestas y proce;;ioncs, estaba á ]0. altum de su puesto,
Ni las gClltCi!del pueblo, n i aun las pertenecientes á Ia Boblel:a, po-
diaIl mirado IL cam. Sus pies nunca se salpicaban con el lodo de los ca-
minos, ui tocaoan el desnudo sllclo. A manera. de los príncipesoricnbtles,
salía sicmprc3n unùas de madera curiosamente labradas, que súbditos es-
cogidos y privllcgiados carguban sobre SUi! horn';Hos (2). POI' las anchf\s
calzadas POI"(IOIlÙelo llevaban 8a1ían á su encuentm grupos de indios
quitando un03 las l)iedras y obstáculos del sucIo, tenlicndo otros sns man-
tus para formar un alfombrado de algod6n ..
El piso ë,e sus cercadoil estaba cubierto de espart illo fino para no mal-
batar sus pies. Sólo él y las personas por él favoreciùas podían aclOl'llllrSe
con alhajas de 01'0. Tenia cacorías reservadas, casss de campo, un 0orcado
en Zipac6n ~-,donde se retiraba á llorar sus lutoil, otros de recreo cm Faca-
tativá, Tenimca y Teusaquillo; en Tabio poseía dos albercas que recogían
las aguas de dos fuentes, tibia la una y fría la otra. Numeroso servicio,
muchas mujeres, alhajss do oro especiales, en a.bundancia; en fin, lo que
puedo cOD3tit,nÎr el gran lujo entre gantes b:í.t-baras, todo lo tenía el Zipa.
llochicE. trazó r('glas do conducta á los gobernadores, y más tarde
NompanÎm lictó leyes para castigar las faltas de ws súbditos. Estas le-
yes, de Hua elasticidad asomhro~:1, sólo servían Ú Jos capitanes ùe or:len
inferior. El Zipll ,¡¡"ponía arbitrariamente de sus sÚbditos, y éstos incli-
naban res]lc tllU~U~ la caueza.
Las lc)e~ (1:I<I,(s ]lor Xompaním tenían ltll art:Gulo pnr (.] clla! :l".lto-
madera (duho) cubierta del mismo metal (1), envuelto en sus mejorcs
mantSSJon "brazales, petos, morriones-dE! más alto metal, y de los hom-
bros-pendientes hartas veces de 10 mismo;" de allí lo Jlevaban á enterrar.
Junto al cuerpo, en la bóveda, colocaban una moya llena de chicha, BUS
armas, yen 'las manos una tiradera de 01'0 en recuerdo de la que arrojó
Bochiea destle el Arco Iris, al formar el salto.
CAPITULO VII
EL GClBŒRNO DE LAS TRIBUS DE TIRRRA FIRME
Leyes E everas castigaban los crí menes y las fal tas gra ves, especialmen-
te el adulterio. Los Urabaes, aun cuando en nada estimaban la virtud de la
que elegían por esposa, pues la escogían de preferencia entre las rameras,
daban mueIte á los culpables de adulterio; lo mismo los Cunas: si la mu-
jer probaba que había sido forzada, la quomaban viva (1). Los Catíos cedíaa
al esposo ofmdidoel cuidado desu venganza (2). Los Chipataes daban de
beber á los acusados una infusión de hojas de borrachera; y si durante la
embriaguez causada por esta bebida oseveía en ellos senales de deshones·
tidad, les daban en el mismo instante la mnerte. Si nó, les hacían vol-
ver en si con el jugo do otra yerba. Entro los Muzos, el marido ultrajado
rompía las vasijas de barro y de madel'll que servían para los UBOS domés-
ticos; la inliel esposa debía fabricarloJ de nU-3VO,en el monte, (lande per-
manecía ai¡,}add por espacio do un mes. Su marido entonces la reinte-
graba al hogar, arrastrándola del cabello y dándole de {lunt\piés. En
otras ocasiones el hombre se flechaba y sus parientes colocaban el cadáver
sobro las rcdillas de la adÚltera; allí tenía qu,) conservarlo por espacio de
tres días, sin que se le permitiem tomar más alimento que un poco de
chicha. El cadáver, disecado á fuego leuto, era colocado Call sus armas
sobre una barbacoa y enterrado al completai' el ailo. La mujer, arrojada.
del cercadc· y de la población, debí¡, labrar la tielTJ. para buscar su susten-
to, siendo plOhibiùo pasarle los alimentos. Después del ent¡ero~'ovolvía á
su casn. y Je daban nuevo marido (8). lIabía trious donde ac.ostumura-
ban ùal' a. í á la mujer adúltera. Si confesaba sn crimen, le claban agua
para calm:lr el arùor y la condcnaban á mue~·te. Si resultaba inocente, la
obser¡uiabun con una gran fiesta. La mujer lLùúlt~l'a entre los Caribes re-
cibía muerte en público de Illanos del pueblo.
Al hombre que quitaba la virginiùad á. una ùoncella, ]e introducían
los CUIlIlS ·m la urctra una varilla con cspinllH, ]e daban diez ó más vueltas
y lo dejaban que se cnrara, si podía.
El pCllado nefando, tan frecuente cntrealgnnlls de las tribus de las
costas, era castigado con la muerte (.1). Los Catíos le tenían reservadas
pellas se\erus (5), y los Luches descuartizaban al culpable, mar.danùo col-
gar, como escarmiento, uno de sus miembros ell cada capitania.
El cu.pable de homicidio sufría la penil capital. Algunas veces corres-
pondía a] Jap;tán perseguir al asesino; otraa, como sucedía en~re los }[u-
(1) Fr. Pedro Simón, T lH, pág. 41.
(2) Ca~tellanos, P. III. IIistoria de .L1ntioquia. introducción.
(H) Piedr:ihita, púg. 199.
(4) Los habitantes de Santa lIIllrtll y slls~alreùedores eran l1luy ùad(·~ ú este vicio
y tenían en SIlStemplos muchas figuras que ]0 rec.;>rdab:in. (Fr. Pedro Simón T. lU
pág. GI5). (Iviedo dice haber fundido un dije de oro que llevaba un indic- a] cu~llo e~
el cual repr~sentaban este pecado. E] Padre Julián dice]o mismo. '
(5) Cas:ellanos, pág. III. Historia de .Antioquia. Introducción.
o A P Í T U L O· V I I 81
que vnas por otras profesaban las <live:sas tribus encabezadas por esos
tiranllclos de familia, déspotas absolutos, dudlos de vidas y haciendas.
El sistema de gobierno de los primeros habiLan tes ùu Tierm-Firme fue
la calts:~ primordial ùe sn completo aniquilamiento.
CAPITIJLO 'lIII
FIESTAS IXJL.GEXAS
favor que solicitaban. A este grupo y:í algnna distancia le seguía otro
gritando y bailando, dando gracias y felicitándose por creer que yá Ee le
había concedido lo que pedía.
Un türcer grupo con máscaras de oro, disfrazados con pieles de :mi·
males, cubierta la cabeza con ricas diademas lncientes, de vistosa plume·
ría, ba.nían con sus mantas el suelo pam qü.e con mli.s Ücilidad bailaran
los que lo aeguían. Detrás venían otros, cnbiertos con ricas joyas, patenas,
medias lunas, petos, brazales y coronas fabricadas con canutillos de oro,
bailan lo y cantando al són de chuc7t@iJ y flautas, de fotu tos y tamboriles y
de car:lcolEs marinos guarnecidos de oro (1). Seguían á éstos otros mu-
chos con diversos atavíos que variaban en catta tiesta, como en los mo-
dernos carnavales. A las capitales de los tl'es reinos de Bogotá, Tuuja. y
Sogamoso, acudía ta] muchedumbre de indios, que no era rara la proce-
sión que contara en su desfile más de diez mil figurantes. El Oaciquo
cerraba la marcha; acompal'lábanlo las gen tes del servicio y de la corte, lu-
ciendo todas sus mejores alhajas. La fiesta terminaba. con carreras á pie
y premiación de los más ágiles y afortunados, y luégo con una borracho·
l'a. gen~ral. Además de la gran fiesta de Pebrero tenían otra en Mayo
y otra en Septiembre, en que ]os jóvenes corrían por ]os cerros recibiendo
premios do manos del Oacique.
La fie¡;~aque hacían los Oaciques cuando se acababa la construcción de
sus cercados, no difería mucho de la anteriormente descrita, según cuenta
Oastellanos (2). Dada la última mano á 11\ calzada que hacía frente á la
puerta principal, comenzaban los regocijos que "celebraban-con mu-
chos entremeses, juegos, danzas,-al són de sus agrestes ca.ramilIos-y
rústicas cieutas y zampoflas.-cada cual ostentando sus riquezas-con
ornamentos de p]umajería-y pieles de dÍ7ersos animales ;-muchos con
diademas de oro fino-y aquellas medias lunas que acostumbran (3).-
E ya cuando llegaban al remate (de la calzada)-hacían á sus ídolos
ofrendas ;-no sin humana sangre hartas yeces."
EEtOS .acrificios eran semejantes á ]os que acostumbraban en honor
de BUS:lioses y de que hab]ámoB cuando tl'atámos de ]a religión chibcha.
Oonsistían en flechar un esclavo y ofren:lar su sangre. Una borrachera
ponía fin á la jorna.da.
Los arrastres de madera eran también pretexto para fiestas, como lo
eran lOllentierros. Todos prestaban su concurso, pero los interesados te-
nían qre hacer el gasto de la. chicha. Oomo en las otras ocasiones allí,
"Van muy empenachados y compuestos-con grandes medias lunas
(1) EstOB caracoles, que en cambio de manta.~ y sales venían de tribu en tribu
desde la Cost~., eran tenidos en grande estima.
(2) Historia del Nuevo Reino de Granada, T. l, C. IT.
(3) Se las ponian en la frente con las puntas para lUTiba.
I:W E::;rl;VIO::; ::;OBIn: LOS ABOHÍGEYF.S DE COLO~rnrA
.':0 lus demás tribus Jas fiestas ('l'an wuy semejantes á las arrib¡~ ÙCE-
critlUl, con la diferencia de que entre tlluchas de eJlas escogían este dÍll.
pe.ra aus abominables cellllS ùe carne hurnanfi.
Un amigo nos decía en Panamá que entre aquellos recuerùos que, ;í.
manc:a d:· pesadilla, vienen freenentemente (L asediar nuestra imagina-
ción, ninguno S6 había grabado en la suya con colores más inùelebles,
como el de un baile entre los indios Payas, Último vástago de III belicosa
nación de los Ounas. Ouando él vio los untes pacíficos hijos do la selva
transformados en Ulla turba de demonios gesticulando y amenazando,
dando brincos y lanzando gritos desgarraàores, insultál1dose unos :í. otros
y apurando con fiebre la totuma de chicha en medio de una infernal alga-
rabía ÍJrm;lda por fotutos, atambores, pitos y flautas,-sobrecogido de un
terror ptínieo se retir6 de allí. Y todavía recordaba con horror esas fac-
ciones diabólicas, csas figuras que, como espejos, rcflejaban Jas pasiones
y los vicios, esos cnerpos dcsequilibrados, esas escenas, cn fin, que se
desarrollaban entre las paredes de madera :1e la casa del Oacique, en unn.
atmósfera viciada por el olor de In, chicha, del tabaco que prendían en
braserOE colocados al pic de los cantorcs, y del SUdOl'que despedían, cn
sus movimientos casi convulsivos, los embi~ados cuerpos ùe los últimos
descend,entes de los Ounas (1). Estos indios ponían una totuma especial
para el j)eml)nio. i Oómo no había de asistir el príncipe del mul Él esas
reuniones en que el hombre, degradado alllivel del bruto, satisfacía sin
esfuerzo alguno todos sus caprichos! Si pudiéramos personificarle, le
colocaríamos en un rincón contemplando satisfecho y aproba.ndo con
sonrisa mefistofélíca las asquerosas escenas que se desarrollaban en su
presenciL. Generalmente bailaban en círculo y con brincos que imitaban
el paso d,~ algún animal. También bailaban en filas.
Los indios, por 10 general, no gustaban de que sus mujeres se em-
briagaran con ellos. Ellas presenciaban sus orgías, y cuando el1icor había
adelantado Dlrlcho sus efectos, los cuidabat.. Los indios de Ansermzl y
muchos atrae, menos escrupulosos ó no tan celosos, se emborrachaban
con sus mujel es (2).
LOB Panches, los Vwhes, cte., acostumbraba.n durante sus fiestas en-
tregarso á un juego bárbaro. Divididos cn dos campos, hombres, muje-
res y nillo:l, ccmbl\tíulJ lanzándose flechas hasta triunfar una de las par-
tes, quedanùo mnchos heridos y algunos mucrtos,
Los Qlim~)a}'as, :1.1 princípio de sns bormcl.1el'lls, se separaban en dos
bandos, eneab('zado: cada UIlO por un indio tocando tambo!'; las dos filas
(1) \' éafe el ihpcJ'torio Colombillllo, números XI )' XII. Un 1'i(lje al Dan',:n. por
Ernesto Heat:'epo T., púg. 3UOy siguientes.
(2) Fr. Pt¡\J':J ~imóll, T. Ill. ptÍg. 327. Los C:lÎos eran de los pocos indios no
mu)' dudos Íl lu ù¡ ùidu. (El mismo, pÍlg, 571).
88 E8Tl:InOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE C01.OYD[A.
CAPITULO IX
A la esp(s:~ y :tl hijo los consideraban como dos escla\'o~ SÓlo el amo
tenía <Iereche para manilar y ordenar; á ellos los miralJa ,:"Ul,' lIIáquinas
(1) r,ieza de León, f. 42.
(2) Fr .. h an de Rivero, pág. 114.
(3) l"r. JI¡an de Rivero, pág. lOI:!.
CAPÍTULO rx 89
al niílll; si había sido volcado pOl' el olen.i), su pOl'venir debía ser muy
desgraciado; el habc!"sc mantenido CI)I1 la ca!"a hacia arriba, 10 miraban
como síntoma ele felicidad futura. Despnés de cste bautizo pOI' inmersión,
volvían á (lar el vaticinio á los padres reunidos en el cercado con los ami-
gos. Cada. individuo a.llí presente le cortaba un mechoncito ùe pelo call
un cuchillo de piedra 6 de cana, hasta raparle la. cabeza. l3allábanlo de
nuevo, y la concurrencia se entl'egabl~ á la bebel.ón.
Los Salibas hacían á los ninas, á los ocho días ùo nacidos, una "san-
grienta transfixión," do resultas de la cual morian muchos (1).
No s610 la mujer no guardaba dieta después del parto, sino qne en
much03 puntos su esposo sc acostaba luégo que nacía un nifio, y se hacía
cuidar pOI' '3spaeio de varios días. El indio betoye, quejumbroso y cari-
afligido, se tendía en su hamaca, y la mujer Jo cuidaba con esmero, cual
si hubiera :;aliJo de una gravo enfermodac~. Y así diz que lo hacían, por-
que si cam;naba. pisaba la cabez:a de la cria.tura; si rajaba lena ó flechaba á
los animales en el monte, le rajabà la cabe~a ó atravesaba al ni!lo (2). En
una tribu de los Llanos el esposo colocaba á la mujer en un hoyo de su
tamalk, y U permanecía por tres dias, sin comer, tendido sobre uno de
los costa.dos) encima de una barbacoa. Naturalmente que terminada la die-
ta invitaba á sus parientes y amigos á uua borrachera (3).
Los Chocoes y I~ mayor parte de las tribus de la. Costt~ atlántica y de
los Llanos apartaban de la cabecCl·l). ùe la c1'Ïatura los malos espíritus,
para qlJe no le estorbasen en su deilarrolIo, ni empa!lasen su porvenir. El
mohán se drigia á casa del ni !lo, cubierto Call una piel de animal, llevan-
do variot! fe:;Íches y un tambor souoro. Cerraba las puertas del cercado,
conjura:>ll. los o3pírituil m:\lignos, y con oraciones y súplicas los arrojaba
de la Cllsa gritando, dando brineos y pesr.dos golpes sobre el atambor y
produciendo él solo una algazara tal que parecía acompal'1ado por los cs-
píritus infernales. De tanto gritar y brincllrcaía exánime el mohán. Era
eato sintam:. de que yá los espíritus se habían alejado.
I.JoE,Nataguimas y Coyaimas, los Pija03 (4), los Panchp.s (5), los La-
ches (6), lo> 1Iotilones (7), los QuimbaYt\s, los Caribes, etc., ponían la
CaUeZI\del r i!lo, ùesde el nacimiento de la nariz para aniba, entre dos ta-
blillas que amarraban sólidamente, desfigurando asi, en poco tiem po, la
forma del CI<inca,
(1) GumJll>l.
(2) l' lllre .Juan Hivero. pCtg. :ln
(:1; F". 1'('\1'0 í:imón. T. 11, pí¡g. 414.
(4) Ie .• T. Ill, pág. 41-1,
(.ï) P eùruhitll,
(Ü) F,', Pedro Simón. 1'. Il, pág. 224,
(7) Anei? ..ar
92 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA
Los Chancos y lo mismo los Quimbayas les daban á I'JS el'<lllu<Js, rleafi-
gurándolos desde temprana edad con tablitas y ligaduras, la forma que
querían; quedaban unos sin colodrillo, otros con larrente sumiùa, y otros
alargados en la parte posterior (2),
Autores hay que niegan el hecho, diciendo que de esta maner;t no
podía àesarrollar¡:e el individuo, y que desde su nacimiento se le conde-
naba á morir antl's de llegar á la. edad viril. No discutimos el punto cien-
tíficamente, pet'C lias inclinamos ante la realidad. Castollanos, CiezlL de
León, Oviedo, Fl . .Peùro Simón, aseguran haber visto, no algunos indivi-
duos, sino tribus enteras, en que los hombres tenían artificialmente seha-
tados la frente y l,}s parietales. Piedrahita, IIerrera, A~osta y muchos más,
refieren lo mismo. Uricoechea reproduco en su obra sobre antigüed:1des
lleogransdinas, C!'áneos deformados por el procedimiento descrito. Ancí.
zar habla de cráneOB hallados por él "con la frente comprimida y plana,
alterados por melHos mecánicos, pues las suturas laterales se veíhn altera·
das en partes." }[oeotros hemos visto, hemoB examinado de cerca, no uno
sino muchos de éstos, procedentes la mayor parte de los terrenos que ocu-
paban los Panchfls.
LOBpartidarios de la frenología dirán aCRSI) que por e~te procedimi'Jnto
se suprimían los 61'ganos de laB ciencias, dando en cambio mayor ensanche
á las pasiones físicaB, á la industria y al orgullo. Esto lo ignoramos. Sólo
sabemos que tallas aquellas tribus, si ex:ceptuarr.os á los Quimbayus, que
conservaban esta costumbre, llevaban en su sono ;í. los seres más estúpi.
dos, de más perversoB sentimientos; más tercos y más sanguinarios;
valientes, supet'sticioBOB y nada afables. E:lto no lo deduci mo~ del aná·
lisis del cráneo, ¡;ino del estudio de las crónicas.
¿ Qué objeto se proponían los indios al desfigurarse do esta manera?
'£al vez lo hacían simplemente como ornato, quizá para aparecer más ate.
rradores á los OjllS de SUBenemigos. El adorno, se dirá, no podían bu~car.
lo deformando!4 naturaleza. En las islas de Oceallia yen la república
Argentina, á orillas del Amazonas y en el centro del Africa, ha habido
multitud de tribus cuya principal belleza consistía en tener los labíoB 6
las orejas dcsme¡uradamente largos, y esto lo conseguían artificialmente
introduciendo, en incisiones hechas en los órgtlnos indicados, maderas es-
ponjosas que, è ilatándose con la humedad, los agt'andaban de una ma-
(1) Castellanos. lliaÚJria del Nuevo Reirw d6 Gratuula. T. l. C II
(2) Cieza de L~ÓD, folio 53.
CAPiTULO lÁ 93
cedoreB lOB suyos,; para huir de las persecuciones, si eran vencidos. En las
tribus n6madcs era do admirar el valor precoz de IOEninas para seguir las
94 ESTUDIOS SOBRE LOS AIlORÍGE:li'ES DE COL03fBIA
ángel del hogal', no era para los indios, aun para 103 más humanos de
entre elloE, sino un esclavo más en el cercado, un sér que había que acep-
tar, porque más tarde podía sér útil. Esta criatura delicada, en la cual
vemos nuestra propia sangre, el heredero de nuestras virtude., el que ha
de tl'ansrr.itir nuestro nombre de generación en generación, el objeto de
nuestros lesveloB y cuidados, era tratada pOl'los indios como cosa extral'la,
como lin sér inferior, nacido únicamente pam servil' á sus paùres y prestar
obedienCia pasiva á sus despóticos deseos. Ka comprendemos cómo podian
existir CHassociedades que desconocían el culto li la infancia y ci amor á
su propia sangre.
CAPITULO X
MATRIMONIOS INDíGENAS
que pl'csen tuLa 111 visitante rlespués de haberJa probado. Esto Lebia el resto
deJ licor, y sin má3 ccremouia quedaba hecho eJ matrimonio.
En la l'ro':incia ùe Vélez el pretendiente ofrecía aJ padre de la que
deseaba para e;posa una cantidad en alhajas de oro y mantas que él calcu-
laba segÚn su haciünda; cantidad qne duplicaba pOI' dos veces si la pri-
mera no era ae eptada; Ja tel'cera vez desi¡,tía de /ln pretensiÓn. Si recibía
Ja dote, se \lenba á Ja joven y \'i\'b cou e\Ja un número determinado d,)
dias, después l' c los cnales, si le agradaba, la reei bía camo esposa, s, nó, la
devolvía á SllS padres.
De semeja nte manera tenían lugar los lI1atri monlOS entre los Huacae,
con la difereul:ill de que en vez de duplicar dos veces la suma, sólo f.grega-
ban una mital1 más de Jo que primitivamente habían entregado. Despúcs
del matrimonio no tenían derecho para devoJver la esposa, aun cuando no
fuese de su ag~ado. Paban sus padres á ésta, como dote, la suma en que
había sido vendida. Además eJIa debía aportar al matrimonio de diez á.
quince 1nÚCltra.~ de chicha y aJgunas alhajas. Esta costumbre do comprar
la mujor era muy común en las tribus colombianas, y especialmente entre
los Catios (1).
Entre algu nas de las tri bus do los Llanos los padres vendían s\:;s hijas
. á. los pretendí,mtea. ]~l valor lo pagaban en plumas, armas, etc.
Cuando \:no do los súbtlitos de Nutibara querh~ casarse, le introdu-
cian á Ulla caia en la que se hallaban reunida8 hs mujeres más hcrmosas
del pueLlo. Alii se presentaba, escogia la que más le agradaba, y Eela lle-
vaba á su cen:ado.
En el istmo de Panamá, ell casi todas las tribus de Ja Costa atlántica,
cuando un indio quería casarse, inundaba á la joven preferida una hamaca,
y ella en cambio le enviaba otras dos, má:'! ó menos finas y vist03as, sc-
gún la jerarqllía del pretendiente. Seguía á esto recíproco obsequio una
gran borrach¡,ra á Jll que concurrían parientes y amigos, y llonde las totu-
mas sacaban permanentemeute ùe las rebosantes mayas el licor fàvorito. El
novio presentaba á su suegro una de estas totumas con chicha y eun una
cantidad de granos de oro proporcionada á su caudal. Así compr~ba á la
mujer que, daspués de la borrachera, quedaba en su poder.
Los Cun.ls del río Bayano acostumbraban encerrar cn casa ùn su pa-
dre, ó ã falta de éste, de su más próximo pariente, á la joven quo debía
casarse, dura 1te siete noches, al ca bo ùe lliS cnales la entregaban al espo-
so. Al siguic Ite día iban juntos 1.11 gran festejo preparado ell caEa de los
padres de Ja mujer. Los siete d ias de ellciel'l'o habian si¡lo consagrados á.
preparar la cn.icha que tenían que beber hasta agotarIa. Xinguno de los
------------- .. --- ---------------
íl) Castell¡.noB, P. III, Historia de Antioquia. Intrlmucción.
CAPÍTULO X 99
invitados SJ aparecía sin regalo para los esp030s. Los hombres llevaban
hachas, los adci'cacentes fl'Utos y ¡·u.íces, 1:Is mujeres maíz, y las nillas
aves y huo'·o::. A meùiùa que llegaban, depositaban el regajo en la puerta
del cercado. Elan éstos la base de la fortuna de quien principiaba á vivir
y tenía qr.o lllWllr el sustento para él y los suyos. Las hachas le ser-
vían p~..,.1t rOZ:lr un pedazo de monte y sembrar allí el maíz, los frutos
y raíces; hu; aves y los huevos debía teDerlos cn el cIlrcado pam oon ellos
aumentar su hLber. Permanecían los invitaùos en i:Lpuerta del cercado,
y cuanùo )'í se lu.bíall rennido, entrablllllos hombres. Cada uno recibía
ùe manOd de la Ïutura un calabazo llcno de ('l¡icha 0 iba á coloearse en la
grau sal~.. ['asa·)an luégo lus mujeres, recilJí:.'.lt igualmente un calabazo é
iball á juntarse con los hombres. Venían después los jóvenes, recibían su
ración y seguían tÍ la sala. Unu vez reunidos, entraban los esposos acam-
panados por su 1 padres. El padre del joven ¡:ron u nciaba un largo dis-
:lurso y so ponÍft á bailar haciendo gl'undes contorsioncs hasta que lo ren-
día la fatiga. 'l'Jmaba á sn hijo de la mano, y lJUesto de rodillas lo presen-
taba. á la mujer, que daba la muna á su padre también arrodillado. Esto
Último lxlilab" :. SLl turno. Los esposos so dabmIa mano, y el mancebo
entregaba In mujel' á su padre. Los invita<los se retiraban tÍ. UIl bosque
elegido ele cJml: n acuerdo como patrimonio ùd rocién cusado. Durante
;;iJtc l1::B trabajab:ll1 en ùcrriùnr los árboles y en preparar el terreno í[ ue
lUl mU,JlHoS y lo, llio.os scmbr:\u:\ll <le maíz y Lle productt.s propios do In.
estLlció,l. j),) ar¡:í p:L3aball á cllllstruírles ]i1 ]¡:,bitación que estrenaban
call cltiJ.:a-CJpal" (chicha), que 1mbíasido prepu,'ada cn el pneblo. La nue-
ya espusa colgaL .• las baeh:.¡s y las armas en la parte más alta del cereado
para evitar lus l'deas á qu~ siempre daban origen estas bebezoncs. Tres
ó cuatro días consagraban á hl, embriaguez, al cubo de 103 cuales se ret.i-
rabll)) Íl SUd ~asa, llejando instaladod á log esposos.
Entre I<.gindios la mujer se casaba apenas llegaua á la pubertad. El
paso de lu nifiez l\ la adolescencia les Illllllab¡\ tanto la atención, que em
siemprc ücaëión ::ara una gran fiest¡\. Entro los Payas, cuando la. mujer
llega á. esta <lùad: "todos 108 hombre del pueblo, de toda edad y condi-
ción, traen lJs palos necesarios para hacer :1 la joven un cuartito de un
metl·ù cl1:\f1rôlllo:le superficie en la parte baja G.ela cllaa <le su padre. Lo
hacen á una altum snficiente puru que ningún ojo indiscreto penetre al
interiol' delleci¡ to, qne culll'cn pOI' encima COll hojas de platanillo. Por
t.odo lnllcblc col()e¡~l\nn¡~ hamaca y ulla canoa. cuyos dos extremos salen al
exterior. ~\llí entra por una pnerLt angosta la jovcn acompai1ada do dos
mujeres. Estus b.1ccn un hoyo profundo en forma de embudo puesto al
l'uvéa, que ocupa casi toda la superficie del cuarto. La abertura. la tapan
Con cuatro balsas que cubren igualmente con hoja.s de platanillo. Encima,
7
100 EST"C'J)WS SOBRE LOS AllORÍG ENES DE COLO)dBIA.
car, y unas rocas rnnjer('s se ocupan en sacar Ins espinas de los pescados y
en coeinarlo:: call yucas.
H El diu fijado pam la srdiaa lIe la joven se reúncn los hombres en
consejo; cu !tro de ellos Jeben presidirlo, y se sientan cn medio, sobre
haces de call:!; los demás se colocan de dOilen dos, de fl'ento, sobre ban-
cos de made;·a. Al laùo do IllS cnatro qno presiden están colocl<10s un
plato con el pescado y la yuca, y una totuma ~ra\lde de chicha. Esta úl-
tima la pasan de malla en [nuno al princi pal lb la reunión, quietl ofrece
á cada illvit ¡do una totllmita llena, amarral}a en la cxtremid¡d do una
varilla. Lo mismo haccn cou el pescaùo, hasta haber repartido oeho tatu-
mas de chic·la y och,) platos. Lllégo se hacen algunos nombl'amíelltos:
de CUütro individuos para cog'll' jagua, dos para buscar cangrejos, uno
p111':1 cortllr la IcUa CjIlP sC'l'virá p:\l'll coeinarlos, y otro, en fin, para hacer
una nllcnl puerta al c~¡arto .lc la doncella. El consejo se disnelve, y todos
sus mièlllbns salen tocando ùistintos instt'llmentos, gritanùo y haciendo
cI mayor ruiùo posible para (tue mujeros y niflos se esconùan y no presen-
cien las cel't~monias que soguirán, pues esto Ecria perjudicial á la. joven.
H Los l:uatro cogedores de jnciua sc llir'igen al monte: uno de ellos
ata á su frente, con unode ks hilos trabajados ùuranto el consejo, una do
las canastillas. En ésta lleva !ln símil ùo camilla compuesta elc una perdiz
muy tierna nn \,eùae:ito de YUC:l, otra ùo pescado y un mCl'i11te (fruta
pequena) c,m chicha y su respectiv¡\ totllmita. Al llegar al pie del árbol
que hayan jrsignado, mientras dos de ollas 80 colocan como centinelas á
alguna distancia, los otros dos, frento el uno del otro, Ee cogen Ilel tronco
y principian á darle vuoltas r iÍ rezarIe, suplicánùolc se encuent.ren on su
copa las jaguas on ubu ndancia y bion colocadas. Estas hun ùe estar cn-
gastadas, c,m la punta d irígida hacia arriba, y han de scr COgi<lHH,tres mi-
rl&ndo al O ·jento, tres al Occidente, daB al ~ortc, y otras tuntas al Sur;
e A P íT U L U x 101
las ;}marra~l al hilo que llcvan, y bajan del árbol. Uno de los centinelas
ha hecho mientras tanto un fogollcito y calentado el cuntenido de la ca-
nasta. Vuelven al pucblo hacicndo bastante ruido para quc se escondan
las ml' jeres y los niflos,
" A S~lturno vienen los encargados :le COl'tar la lclla y de pescar los
cangl'£jos, q¡:¡e la joven prepara con plát:mu en un fogón que ella misma
ha arreglado.
"'l'l'aidas las jaguas, sc reúne un consejo de mujeres, exactamente
lo mismo que ~l anterior: cuatro inllias presiden y reparten ocho totu-
mas de chicha y otros tantos platos de IJI~scado Ú sns compatleras, colo-
cadas tio dcs en dos, una frente á otra, ::\Iientras tanto van cortando las
jl1guas E<~ail han de ser divididas en dos partes y con mucha lentitud;
cada ir.dia lebe apoyar ligeramente el cnchillo de mudo quo la oJ>oraci5n
dure eJ tiem ~)O necesario para bebel' la chicha.
" Una vez cortada la jagua, la entregan á l••s matronas clliùa.doras
de la joven, quienes deben separar las dos mi talles. Si el color del corte
rcsultare negro, este indicio indicaría que la juven ha perùido su virgi-
nil1aù, peru las compaflerus deberán gU3.lÙIIl' un profundo secreto. La
untan de jJgua, le dan el Último bafio, j bien eltvnelta la tienJen eu
su haulaca.
"Al diu. siguiente hay una comida á la cll,lI asisten todos los de la
tribu. Allí so nombran seis ó siete individuos P;J.l'llir á mantear, y otros á
cortar lella para la gran chicha. La preplll'ación de ésta dura doce días,
duraute le.3 cuales la joven trabaja en su CRim, no salicnc10 sillo al río
cuanùe neC3sita hacerla. Entoncos debe salir con la cabeza cubierta, Cll-
minando lu más lentamente posible, no ilaciendo ni el menor l'II ¡¡lu para
que no se espanten los animales del monte y sea abundante la caza. Lleva
en sus salidas un punado de maíz en la mano y va mascando los gmnos
uno á lino."
Despu~d tieno lugar la chicha (1), li la cual asiste la joren pintada
con jagua. Cuando yá están un poco alegres, si hay algún pretolllliente
de la hija del anfitrión, aprovecha este momento para pedirIa á sus
padres; si aceptan, y ella le corresponde, S(l arreglan en el mamen to. '1'01'-
minad¡¡, la hlsta, el joven va á dormir ocho noches seguidas á. casa ùe sn
futura. Esta le da todas las tardes, cuando llega, \Ina totuma llena de
chicha, }lere Sill dirigide la palabra. Por la noche c1uermcn en dos hama-
cas colgada:> á algu::J.u distancia, y colocaùas entro las del padre y la madre.
Allcvantar:e, el novio recibe otra totuma de chicha de mano de Sll ama-
da, y 110 retira al monto á cazar; el proùucto de la caza deberá. traerlo
(1) Véase la descripción de ésta en el Repertorio Colombiano, T, 13, números 11 y
12,- Un ~iaje~I Da¡'¡'én, por Ernesto .Hestrepo Tirado, pãg. 390 Y siguientes.
0,.
BJdllOTECA LUIS- AiK;~L ¡¡(ANGO
102 ESTCDIOS SOBRE !.OS ABORÍGENES DE COLOMBIA
para mantencl' á Ja novia. Pasados los ocho días, más ó menos, scgún lo
cxija 01 padre dc la nif'la, el joven tt'ae del monte tantos troncos de mv.de-
l'a cuantos días pr só en casa de sus Sl\L'gI'O~,y los depo,ita en la puerta;
el hermano de la .)retenùiùu, ó el más próximo pariente, los coge de allí
y los lleva á la cOllina. Esa noche es J'à J uef'lo del objeto de su amor.
Los Chibcha~ también celcbraban el día en qne ]a mujer ¡logaba fi la
pubertall. Alltes de la bebezón la pouÍan sentulla, durante seis elÍas, con
el restro eubierto y vuelto hacia uu rincón del cercad.). La llevaban en
seguida al rio, :a uaflaulln las (lemás mujeres del pneblo y lo daban el
110mbre de dey pope, "que era como decir dona Fubna" (1). Hasta eman-
ces no le daban Il nn hl'e, como si 110se contara en ell: Úmero de las m njeres.
Los Guair¡ui 'ies encerraban li las doncellas, Clundo se preselltab~. la
puberb,d, durunte cuarenta días, sin más alimento que unas pocas frutas
de moriche, algÚn caza be y un poco de figua. Dechn que en aquel
momento la llIuj\l' el1\'enenaba con sn planta cuanto pisaba, á tal punto,
que tras sns hnelas se secaba la vegetación y se hinchaban los pics de los
quo pudierall pa"'l!' por eucima. El ayuno tenía por objeto curaria de
este nocivo contn~(o. Pasado el encierro, la casaban. E.'e día se embija-
ban toùos los de ::1 tribu COlimucho esmero y adomaban su cuerpo con
plumas. ],:lS allc anas no tenían este .lcrecho, y pasaball toda la mariana
prelllliellllo plumas (L la lIovin, qne mÚs parecia un cad:tver rille nlla ùes-
pO;;l\,la (:¿). El (aci~ne ILrigía las fiestas (lesde la. plazi dcl pueblo. Del
vecino boôc¡ne sal,. 1.ln:tpartida de hombres, los que, danùo vucltas y .lan-
zando, (:el'cab:ll1 31 bohío de la novia. ulla ùe las v:ejas los presentaba un
plato con alimentos quo éstos arrojaban al suolo p.ua que el Demonio no
viBiera á turbar ¡US regocijos. Tranquilos entonces, se coronaban con
flores y tomaban en las mllnos ramos de ellas, danzallllo unidos (L varias
cuadrillas qne v<·nian de otros puntos con sonajas en las manos, acampa-
findos por nna n~úsica de flautas y fotutos. Los navios hailaban con ellos,
y las novias, me.lio aturdidas por el largo ayuno, daban también sus 'mcl-
tas aeompaflada> cada una por dos viejas qne, llorando, cantaban sn des-
graciada suerte, los dolores quo tenùría qne padecer y el mal tmto que
recibiría de su marido. La fiesta terminab,. con mucha chicha, bailes fre-
néticos y algarahh de fotutos, sonajas y flautas.
Antes de casarse un achagua, /iUS parientcs y los de la novia sahan tÍ
la caza y IÍ la pesca pam traer los manjares de la boda. El padre ó ellllás
próximo pariente del muchacho lo llevaba á casa de sn prometida, á (Illien
S'.l madre conducía á la puerbt del caney; el suegro colocaba una sarta de
rielS Cl':.): ô\llW1)all õ\ Hit'> 11lujt'!""." SScilll ,1i"8 (;:t;;Ir.]L¡I1r.., (10). J[a::a
bien el sacerdote poeta en apuntar este rasgo como dato curioso casi único.
Los indios no elegían mujer para <>1matrimonio sino esclava hacendosa y
sumisa. Decimos eilelava por no emplear una expresión más fuerte. Los
Achagufls y Chiricoas, los Salibas y Betoyes, cuando hablaban de su flltu-
l'a, nunca elogiaban su bella cara, y mucho menos la hermosura ùe su
alma: decían qnc tenía buena espalda para la carga ':i Cuerte puUI) tHW\
el trabajo. "'rrataban (L sus mujeres como á be~Lias" (1). Elbs crau
como los perros i e la casa á quienes dejaban Jas restos de la comida. UM
hamaca en un ri lcón del cercado les estaba reservf.da; lo más am plio del
departamento lo oCllpaba el esposo recibiendo sus visitas, reuniendo BUS
consejos y hacier do sus festines, de donde excluían la hermosa mitad ael
género humano.
Desde nina -'prendía al lado de su madre los oficios domésticos, y una
vez casada, no volvía á conocer el descanso. Ella hacía las siembras, y las
cosechas cstaban :í su cargo. Recogía los frutos y los llevaba sobre sus
hombros al cel'callo. Cuando el 801 apuntabd en el O¡·jente, nUllca BUS
primeros rayos Il sorprendían cn la hamaca. Encendí:-, el fuego y pre-
parnba los alinlentos, trayendo la leria necesaria y. el agua qU-3 en
grandes vasijas J]evaba de la más próxima fuente. Molía el maíz y lo
pilaba en morbros de madcra, con la fuerza de su brazo. Ella expri.
mía la cuna. ];n esta durísima tarea la acompan~ban regula:-ment'3 sus
vecinas, en canlbio ùe prestarles, llegada la ocasión, el mismo servicio.
Cuando su espo,;o iba á la caza, debía salir li tmer los cuartos del animal,
cualquiera que Eu(,'se. En las guerras llevaba la~ provisiones, cargando
con las flechas, los aliœentos y las vasijas para prepararlos. Cuando arro-
jados por un ve3ino más fuerte, ó cuando por cualquiera otra circunstan-
cia cambiaban de lugar, la mujer Belaba sobre sus espaldas los utensilios,
las provisiones y el nino ó los ninas que no pudiesen c>\minar. Cuau-
do hacían viaje¡; 6 cacerías en piraguas, ella tomaba el canalete, mientras
el esposo dormitaba ó vigilaba las riberas en busc:~ de caza. En el Varién
vimos muchas piraguas cargadas, manejadlls por mujeres choco es. J~as in-
felices, con el clerpo expuesto á los rayos de un sol abrasador, empujaban
la embarcación; la fatiga se pintaba en BUS rostrfls inundados por el su-
dor. Mientrus blnto Jos hombres estaban sentados Cil ei fonrlo de la
canoa .
.Entre los ''';llll:LS lùs trabaJoa fuertes estaban dCStill;ldos li ¡'li! hom-
bres (:2); ~jll cm[¡,lIgo, nosotros rimos cHtre los Puya~ y 'l'apah':l' li los
hombres teJiendo canastas, hacienclo gorros de plumas, arc!.>s y 11L'ehas.
---.-------- - .. ---------_.------"------
l.l) Pllùre Ju ID Hivc"o, pág. :¡·17. La misma expresión emplea Cn.ss9.nih:ll.Jlando
\le 10. Guaybas y ChiriCOlls.
("~1 tielfridge
CAPÍTt:LO x: 105
mientras lao mujeres cargaba u los frutos del suelo, molían la calla y traían
el prod:lcto ae la Cfiza. Allí Ins hembras labran y cosechan (1); ayudan
á. desmonta!' los telTeuos y á sembrarlos (:2).
En lus tribus nómades la suerte de la mujer era más dura aún. Pa-
saba sns días llevando á grandes distancias los haberes de la familia.
Cargaba á lin tiempo lOBnilloB, las ollas, lOB pilones, morteros, etc. (3).
Si á ~,to agregamos que Ins celaban vergonzosamente, quo no las
admitían en sus conversaciones, qno no los dejaban un momento do soluz,
casi daremos razón á las desgraciallas que daban muerte á sus hijaB para
preservul'las de una vida tan llena de sinsabores. Los RetoJes y Achaguas
repudÍlÚan li BUB mujeres. Entre los Muzos los hermanos heredaban la
eBpoBa del difnnto, á. menos que hubieran 3ido cómplices de su muerte.
En nlgunas tribus era muy frecuentel:acer contratos por los cuales
dos individG:¡s cambiaban de esposa por un tiempo determinado, al cabo
del cual cad" una volvía á su casa como si nada hubiera sucedido. En
eBSSmis nas tribus el adulterio se castigaba con una simple venganza.
El marido o!enùido lavaba su honor tomando á la mujer del ofensor tan-
tas veceE cup.,ntas éste hubiese hecho uso de la suya,
En :as tribus antropófagas, cuando ylÍ.la mujer ostaba estéril y era
inútil par~ el trabajo, la engordaban para comeria.
A lus viejas las destinaban para la preparación del curare, opera-
ción dumnte la cual morían.
Los ind:os, entregados al culto dùl más vil materialismo, descono-
cían, como se ve, el mérito de la mujer. No pagaban siquiera el tributo
debido á su belleza y sensibilidad; no comprendían que su cuerpo, más
delicaùo y mfnos musculado, fue creado para las tareas menos penosas
del interior, ni que su alma más poética exigía un trato más exquisito.
OAPITULO XI
ALIMENTOS I~DfGENAS
La }stata (1), llamada yomi por lOBCh:bchas, y la yuca (2), eran muy
usunlcs. Los fríjoles (3) y laB hllb:\B ocupaban un puesto importante en
la mesa d.el indio.
El cacao (4) 1eRera conocido; sabían cultin,rla y aprovechar sn gus-
tOBOhuta; sucaban la excelente y saludable harina del sagú (5); la cala-
baza (6) y la ahuyama (7) les brindaban su abundante carne.
Los árboles frutales les procuraban sabrosos y perfumados frutos.
Algunas tribus (Guacas, Ansermas, Popaya,nes, etc.) las tenhn en tanto
aprecio, que las cultivahan en grandes arboledas (8). Con la pil'íA. y otras
hacían vino (D).
Entre 100 condimentos vegetales eran 1003 más usadoB la pimienta (10),
el clavo (11) y los pimientos (12), de que eran muy golosos. Los Acha-
guas dividían el ají en pedazoB que arrojaban en vasijas con agua hir-
viendo de,nde mojaban el cazabe para provocar la sed.
Las palmeras les ofrecían una gran variedad de aliD~entos; dos de
ellas,lIamada¡¡ por los AchaguaB beci1'ris abay, de gl'antles racimos, le3
daban un proclucto que comían cocido ó asado, y hacían un brevaje como
de huevos batidos, "de que lI~nan loa vientrea hasta no poder más." De
ellas sacaban lceite los Chiricoas l]uebrándo'aB y exprimiendo su jugo en
bolsas fabricadas con este objeto.
La ceca, conocida en casi todas las tribus, era cultivada con muchísi-
mo esmen, y la mascaban casi permanentemente. Yá hemos visto c6mo
£lutre los Chibchas era este un privilegio reservado únicamente áloE
Jeques, c¡ue ¡Po llevaban suspendida al cuello on unos calabacíllos que lla-
maban pO:loros. La mezclaban con caracolilloB molidos. Los habitanttls
de Al1tioquia mascaban una coca de hoja menuda; los Armas conocían
otra yerba que la reemplazaba; los Quimbllyas y Ansermas llevaban sin
cesar en la boca ramitas de unos árboles tiernos; los CaliB y Popayanes
(1) Gon¡IOlvu/..lS batata. CooY'olvulácea. En los Llanos, p(!'~Qndoel Gua.via.re, los
soldados de t~ues'lda vieron" C¡1sasen la vegi del rio, que ttluill.u cultivada. coo cre·
cidlloslabrao2.ll.s de batatas." Castellfmos, T. II, C. XXIII.
(2) Jatropha manioo. Euforbíúcea.
(3) Pl¡a'l6Olul. Legumioos~.
(4) The.Jbrom.a cacao. Butoeríicea.
(5) jl[ll1anta arundintÍcea. Aruodioúceu.
(6) Gllo/aMi'l pepo. Cucurbitácca.
(7) Cuc,írbif,,¡ bCI'TUco8a. Cucurbitácea.
(!:l) Fra;r Pc,lro Simóo, pág. 264. Citaremos algunas de Ins frutas mús apetecidas
por ]o~ iutHol;: elllgul\cute, el RUÓO, la badea, el caimito, la chirimoya, las cerezas, las
cirllela~, los COCU.i, las curuùus, los dulumocos, las guanúùaoas, las granadillas, las
g1l!tlTlas,;IlS gllHy::iJuS, los icucos, los higos, las IlCIl\lVllS,Ins lu'us, les llllltlroÜOS,los
mameyes. Jos mUlfLOIlCS, los marañones. los mirtos, IU1moras, los llís)l~ros, las píiia~.
las piiil1clas, 'as p:lmas, los lllrntlriodos, las UVàSy los zupotcs.
(91 0\ icrlo, L. VCl, n, xv.
(10) J":pe,' n(r¡,'/lIf/', Pipcrácea.
(11) Pipe,' CUI";HCCltIn. Pipcrúceu.
(12) U'IJlcicum anuln. Solanácea.
110 ESTUDIOS SOBRE LOS A.BORÍGENES DE COLOMBIA
hacían una mix ;ura de coca y pequenos calabazas (1). Los Goajiro:3 co-
mían tallos no !Jihao. Los Cunas hacían potajes preparados exclusiva-
mente con yerbas (2).
La caza era abundantísima, pues llenaban sus '::lasques los euadl'Úpedos
y aves de toda l~specie.
A los cuad)'umlllloB en algunas tribus no les hacían el honor de la
mesa, en otras (,m su carne muy apeteciùa, espccilllmente las variedades
mico (3) y mari monda (4). De éstos cazaban tal cllntidad los iudios de los
Llanos, que los secaban y ahumaban para conservar BU carne (5). Cada
nación comia C;lrno de una variedad ùe monos do:;precian(lo las otras; los
Achaguas perSEguían los monos amarillos; los Tunebos los micos 1l'3gros;
los Giraras, los Airicos y Betoye . ;, preferian los blancos. Sólo los t.itíos y
otros pequelios el'aU apetecidos por torlos. La carne dc, mono, muy abun-
dante en el Istm0, era liL qne hnsc.tlJan los Cunas C0t1 m5.s ahincI). Entro
los carniceros lJalXUl la preferencia alosa (G); de los 1'00110res comían el
conejo (7), el cud (S) y la guagua (0); de los dosdeutados prefer'an la
carne insípi<1l1clel arm:\'lillo (10), el alimento escogi¡]o de Goahivos y Chi-
ricoes; la carne coriácea do la danta (11); las dol í:aíno (12) y tatabl'o (13),
y especialmente las del ciervo (14) y venado (15) eran por ellos muy sa·
boreadas.
Los \'enado~ er'an tan persegui los, quo en algullos }Juntos, como en el
Istmo, au nque bnscados ele prefcrcncia, emr. yá rnllY raros p::>rla CLzaque
de ellos h:lcÎaTI (lG). Xo todos, entre los Chibelus, }J,)rlían comol·la Carno
de V"onado; CI'L ('ste un pri\·jlcgio que á mny pocos concodía el Caciqne.
Los cerdes monteEe~, en «llmbio, recorrían las selvas ell manadas Llo
mús de cuatrocientos inllividuos (l~').
Los Gltiricol1s y ûoahivos Hprovechaban la carne dc· ]013 leones y zo-
rros, y ann dll cnanto animal mataban en el monte.
(1) Cieza, f 171.
(2) LI! yerb,¡ lllllamflban ¡I'a.M. Ovieùn, L. nI, C. XII.
(a) U/bu .•. 1(/?·iegatuB.
(4) A /elc,~ l/ bri'lll,~.
n) Padre.J Hivcra, ¡¡:ir.:. 10.
(fi) U/"~(18 ti aedet/,/Ill,'. 8\ OSt) !lormi'Tllcro cn el !J.wail(, [,rc"lilci:l<l ,le ¡".; ::\Iorco·
tc,. Gurnilla, T. I. I';í~. :201. "
(7) 1.CP'18 "'W'rÙ·,tllIIR. L,1.., conejos dc agll:II'I:l1l !ln)' ¡w·,;p,,:iÏ·l,,' l'l" :,,~ inù¡,) . ,
de los LJa IIOS.
(~) .•.j Ji}IJeJII') ¡'fÛJ¡njfl.
Poens aves eran desdelladas por los indios, muchos de los gorriones,
las treradoras, las gallináceas, de suculenta carne todas ellas: la tor-
caza (1), la tórtola (2), la perdiz (3), la palomita (4), el pavo (3),
la guachar:lctt (G), el paujil (1), ln pa'l:l (8), el gurrí (D), la gaUi-
~1eta(la), el pavo real (11), etc.; los palmÍped08 :leplí cotlocidos:-pato (12)
y gllllSO (13)-eran el manjar que con más ahinco perseguían.
La mOlleùa cn CI ue los Colimas pagaban á sus ramul'as consistía ell
aves qne ésLlS vendí:LIl como bocado predilecto (14).
I.A varicdaa de peces que se reproducían cn los gran(les y numeradOS
ríos, los qUll cogían en las costas y en las lt guuas, eran muy apetecidos.
El GOn8urno que de pescado hacían los indios de Santlt Marta era
tan grallùe, que á aquello atribuyen los cronistas el que esas tribus no
fueran, ¡)Offi:Jlas deUllls, antmpófagas (15).
Los ind' os del Istmo aprovechaban la ÚpOCll. en que la pesca era abun-
dante para hacer sus provisiones que dcbíLn durarles el resto del ano.
Pam consonar los pescados los :tostaban cu grandes hojas (IG). En las
costas di) San :Miguel conservaban los pescados con un gusto Balado,
abriónùolus 01 vientre y enterl':índolos :í un palmo do profundidad, du-
ranta Cillr.O:' seis días (17).
Los Ab11n'ueB estimaban mucho el producto .le sus pescas, que co-
mían fr(sco, tostaJo ó consel'Vfl.llo hecho hurina (18).
I.,a Lúrtllga (ID) y la hicotca, la ignana, la culeùra, eran ¡je usa mL:}
gcneJ'c11.
Los Colimas se alimentaban con ratones, SUiJos y unas culebras que
llamLball 1J}/"lllia1llai, verdcs, con rayas pardas, y de picadum venenosa.
'l'amùiél comían unos gusanos gruesos á los que daban el nombre dc chi-
topcs (20).
ESLa misma variedad ùe hormigas era muy codicia.da por los Airi-
cos (2) y la"~tribus del hoy departamento de Santancler', quienes las co-
mían crudas. En cI día son aún muy perseguidas por los habitantes de
aquclla regiÓn, y tienen un gusto bastante agradable.
I~oB in(ios de los Llanos sacaban miel é.e las colmenas que en gran r. Ú-
mero había E,nlos troncos y ramas de los árboles; para ello los derribaban,
ó bien agranllllban la abertura en que se encontraban (3).
Lo~ Choeues, nación donde muchas veces se saciaban con los cadá.ve-
res de s 1 propia familia, aprovechaban pa~'a sn alimento cuanto caía á
,sus manos:
Gusanos come la nación maldita
y hasta los ca.bellos que se quita.
Las hilas que los cspafioles arrancaban de sus llagas, las engullían
los Chocues, y bebían las aguas en quo se lavaban los pies y las manos (4).
El J'cino mincr'allo ponían los indi03 {:,contribución, explotando la
sal. Las tribus que, camo loti QuimbaYds, los Chibchas, los Lilis, etc.,
tenían Cll sus dominios fuentes saladas /¡ millas eJo sal, poseían un artículo
de cometcio con sus vecinos y una base de ríque;m. La. sul la cambiaban
por 01'0, malltas, hamacas y otros artefactos. Muy pobre tenía que scr el
individuo qtW no poseyera este condimento, para cuya consecución hacían
cualquier sacrificio.
Los Uhibchaa tenían depósitos de Bal en las f1'onteras, para cambiar
con las d emÚs tribus. Cuando los eastellancs llega ron al Opón encontra-
ron dos bohíOB abandonadoB, y en ellos muchos panes de sal (5). Salien-
do de Momp(¡s, por sendas casi solitarias, vicron una choza en la cual
había su! cn lbundancia. (G). Los Colimas, Chocoes, tribus de los Lla-
nOB, etc.; conservaban el pescado ahumándolo cn barbacoas. Los Otoma-
COBcomí in el pan revuelto con ticrra, y algllnas veces mascaban pedazos
de greda, Cuando ésta les caía pesada, la c.l:pulsaèan tomando aceite de
caimán.
Nad,~ m¡í,g rudimelltario quc la. instalación de la cociaa indígena.
(1) Ca~tcllanos, IIiMm'ia del Nuevo Reino de Gl'anada, C. v.
(2) Padre J'Jan Rivera, pág. 328.
(3) Gumilla, T. J. pág. 301.
(4) CaHtellanos. Part. II. Eleg. II, C. Il.
(5) Fr. Pedro Simón, p{¡g. 2t:ltl.
(6) Id. íd., pág. 522.
114 .E~T ;nros SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOllBU.
Tres piellras en <I suelo y unas pOCRSollas componían SllS utensilios euli·
narios. Algunas veees reemplazaban las piedras por trozos de arcilla, ell
forma ùe ladrillcs quemados. Sólo para el pan ùe maíz y ùe cazabe poseíall
Útiles especiales, corno piedms de moler, pilones ó grandes almireccs dL'
maùcra, rallos, <tc.
Unicamcnt< lu. mujer se entrcgaba á los trabajos ùe la cocina, La
carne, IllS verduras, tubérc1tlos, etc., eran colocados CIl agua salada .ma;:
veces, otras en agua pura. En este caso, al momento .]e comer ponían
en b mitad de la artesa Ú olla en quo servían los alimentos un pedazo
grueso de sld; nsultando de aquí muy insípidos los bocados de la wper-
flcie y muy salados los del centro. E3ta costumbre la conservan los des-
cendientes de 103 Cunas.
~luchos ùesenganos tu vieron los castellanos al acercal'3e á las vasIJas
en que los indígJnas prcparaban su comih. Eu la serranía de Aoibe,
acosados por el hambre, se arrajal'ou sobre una olla. U no de ellos dEVoró
un curí que sacé do encima: los demás no pudierol saciar su apetito á la
vista do \lna mallO de hombre, segundo bocuelo quo sacaron (1). En el
OpÓn cncontrll.rtll1 ratones cocidos cua'ldo creyeron hallar cUl'íes (2),
El indio, cc mo hemos visto, aprovechaba para su sustento Cllaltto le
ofrendau:t la na',uralezll. Tenía tau poco desanolllldo el unen gusto, que
tribus lj ne habit abun tenenos d,)t;aclos por la f'rovidellc:iu ùe los [wis se-
lectos malljal'C:l, 110ùcsdefíaban las sauaudijas y los pJ'odnctos más 1'(~rug-
nan tes ele la fat na colorn uiana.
CAPÍTULO XII
CAZA Y PESCA
Las flechas las hacían lIe madera do poca densidad. El tallo que sos-
tiene la espiga de la catlllbrava era COffi¡ÍnmetÜe emple,telo. :El durdo, 0\1-
•.enenado 6 nó, según los casos, nU'iuba mucho en su iOl'lluL, y lo hacían
de hueso, de pedcl'lltLl, de cobre, <10 ma~all~, Ile guayacán ó de ::lgun~
otra madem iuerte.
Entre las flechas quc poseemos hay ùos (le hueso, labmdas un forma
ùe al pón, sólidamen te engastadas con hilo y brea vegotal ( 1). Una de ellas,
come era cOEtumbre muy genoral, tiene en su parte inferior un aùorno de
plun:as. Hay otra ùe figura semejante rero do doble arpón de hierro (2;',
y tre;; mÚs ùe punta larga y con arpóu; cuatro con IlL extrcmill:1!l en for-
ma de 'Will. larga y delgada (3); todas éstas ùe hierro. Una pequena y
afila¿a )l1.nta de hierro sirve de relllate (L tres flechas (4), y 011 otra;; tres
este metd c~tá reomplazado )lar maoall:! (5). C0ll10 el peso de estas seis
últinlus 110 es sufioiente, les han agregado una pieza larga ele macana,
bien pr.lítla en unas de ellas, y labrada con dientes do sierra con ]a punta.
para abajo on otra. Las flechas uaadas por los indios del Darién son ge-
neralmen le más peq uel'las. Las que poseemos, traídas de Paya y Tapalisa,
terminan en )lu n tas de macana Call dien ;es de sierm muy BgUÙOS, labra-
dos de arriba para abajo (G). Unas ti2nen púas de un solo lado, otras en
ambas Cll:'as, y otras llevan en su parto baja nna, ùos ó más puntas OOll
cortes semejantes.
Las flechas hasta aquí descritas servían para la caza ùe los animales
de grandes dimensiones.
Para las aves hacían uso de til'llùeras que al aar la muerte á un ani-
mal no le despedazaban: así podían utilizar su carne. Tenemos tres desti·
nadas á ede objeto. La primera termina en un largo cilindro do macana,
bien hbrada y de punta rama (7). La segunda tieno en su extremo doe
canoa truncados, superpuestos por la base (8). L~i tercera, en fin, es de
cabezL de macana finamente labrada (9). En las dos últimas la extremi-
dad eE de quitar y poner; así, en caso que se rompiera la vara, podían uti-
lizarIa en otra.
Pam proteger su desnudo cuerpo de las picaduras venenosas (le sus
flecha,:, usaban cubiertas en que envainaban los extremos envenenados.
Los darùo" de menores dimensiones los colocaban en carcajes más gl'an-
des, qne llevaban aobre la espalda.
(1) Son provenientes de los Llanos y miden lm.80 y 2m. lO.
(2) Mido 1m• 75; proveniente de los Llanos.
(3) Midlu de 1m.05 Ú. 1"'.70. Son de los Llan:Js.
(4)Mide ceda una 1m.70. Son de los Llanos.
(ij) lIUcll de 1.60 ã 1.80. Idem,
(6) :lUdell do 1 metro íÍ 1u'.30,
(7) .mdc 1"'.60. Tribu de los Cunas.
(8) EstÍl rota. Su largo era de 1 metro. Tribu de ias Goahivos.
(9) Mide 0"'.86. Tribu de los Cunas.
118 EISTunros SOBHE LOS ABORÎGENES DE COJ.OMBIA
orillas de los r' 03, ó bien en lus sabflllllB bajas expuesbs Íl las in uldacio-
nes, y las atrincheraban con espesas ml1mlhs, Para csto clavaban estacas
largas y sólida:: (L distoncia cOIHcnientc pam cenarel pase) li los manatíes,
tortugas y pcc·;s gl":l.lldes. Estas estacas iban sosl;eniù;1s por gruesa:, ,igas
apuntaladas Cil In b::.rrallc~ opuesta call maneras firmc!'. Las aguus, al
subir, cubrían 1..1 uarrem y por encima pasaban jlPees de todos tamal108;
al bajar éstas iball ¿ejando ell ~cco la pradera, y los man:ltíos, ele., se cn-
contraball sereuaùos (leI río pOl' la pOllerosa bal'J'em do marlL'ros. Bl'a tall
grande Ja pes(:a, quo tribns enterus se alimentabun exc!usi\'umente dc su
producto durantc Jos largos meses ¡leI verano. El choque ,le Jas manaties
contra las palizadas pm tal, qno solían romperIas en algunás ocasiones (1).
En tierm de los Gorrones, á orillas ¡Jol río Cauca, existe 11 na laguna
quc el ugua (:olma 2U1'unte el in,ierno. En la -estación 8eca Jas aguas sr
retir.m. En d cen tro, y OCllpando toda su superficie, tejían ar¡ uellos indios
una barbaco:1 Cll la cnul queJaba amontonado ci p'~seado, formando una
masa compada ¿e hasta (los catados de altura (2),
En determilwdas époeas, corno es bicn s:luidll, hay inmigraciones de
peces que su bcn las aguas de los ríos; los indios COI;ocían la época precisa
en que éstas tenían lugar, y, muy silenciosos, se alineaban en ]S.8 orillas,
desde donùe los flcchuban y arponcaban ¡Í. sn paso.
Cuand(, el Orinoco salía dc m:lllre, cubri(:ndo con SllS aguaf; Jas dila-
tadas \'(~ga., los indios salían armados de ganotes y lanzas, y sin más
aparuto, daxlll muerte á lOBpeccB que encontraoan y que perseguían con
BUma destl'.~za.
Para pescar ]us payams ataban un pedazo de tela roja Cil la extre-
midad de l.ua larga cuerda y remaban á fuerza de brazos. L~ payara sal-
taha sobre el trapo, 10 mordía y era arrojada con presteza al fondo de
la canOll.
En la época de 1a8 tortugas, cuando Óstas Tenían á depositar sus
huevoB en la playa, los habitantes de la comarca lIcudían á fabricar SUB
pajizas chnas 6 á tender SllS hamacas en busca de alimento tlm delicado
y que se ¡:resentaba siempre en tanta. abundancia. El trabajo lie repartía:
mientras ~l indio se ocupaba en volcar torougas, las mujel'es y los ninas
recogían ':Il granùes cam\stos los huevos y las tOl'tuguillas, 'l'cl'minada la
tarea, las mujeres llevaban iL espaldas, á su rancho, las tortugas volcadas
que habían quedado cn esa posición, gracias á su levantado e:3pinazo (3),
Xad I más industrioso que la pesca del man:Üí (-1). Eatro (los perso-
CAPITULO XIII
ANTROPOIIAGIA
:\'UllCU. el sol se ocultó en Occidente Hin glle sus últimos rayos ilumi-
naran ¡¡Jguna escena de sangre. Después de ha luchas que diariamente
teuían lugar Cll uno Íl otro punto de uuestl") territorio, los prisiolieros
eran 811crificadod sill pie¡}aù y seni.1ll á saci;u' el apetito Lcstialllel ven-
cedor. lIa,->ía tl'iL\ls q\le hacían gllcrra Ú sus.ecinos, con el único objeto
de Ilpr,)'visional' sua despensas.
La caza del hombre era COIllO lu de cualquiera otro arimal: un poco
(1) Gumilla, T. JI, pág. 224,
(2) Id., T. l, pág. 291.
CAPÍTULO XIII l23
más peligl'osa tILlvez, pero en cambio más abundunte. ¡Ay del indio que
so extrllvi:u'tl èn terreno enemigo, y enemigcs eran todos los que no per.
tenecían í. su tribu! Los perseguían como fi fieras, y sus cuartos, ya crudos,
ya cocidos, tenían por sepulcro las entrafías de sus semejantes.
Es una creencia muy general entre llOSO~l'OS que sólo los caribes eran
antropófagos, cllllndo todas las tribus colombianas se saciaban con carne
humana. Sélo recordamos dos ó tres excepciones: los Chibchas y los habi-
tantes de Santa Marta: mucho dudamos que en casos excepciOllltles no
hicieran éstOf como los demás.
Decíamos en nuestro Capítulo Alimentación que :B'l'ay Pedro Si·
m6n (l) atribuía á la gran cantidad de pescaGo que aprovisionaban los Sa-
marias el que no tuvieran necesidad de devorllr á sus semejanteB. ¿ A.caso
las otras tribus lo hacían por necesidad? ¿ no poseían casi todas terrenos
propios para 01 cultivo, y no abundaban en BUS tierras la caza y en sus
aguas la pelica? No era por hambre, ni por venganza, ni por odio, por 10que
se devoraban entre sí; era por vicio. Era Rquellauna pasión diab6lica que
de ellos se ha'Jia apoderado, un apetito satánico que los llevaba á la des-
trucción de los unos tí. los otroll. Lo que no hacen los demás animales, el
hombre lo :18.da; el cuervo, el perro y cI hambriento chacal, dovoradorcs
de cadáveres, huyen del cuerpo de su semejante, y los indios no s610
comían cadáveres humanos, sino qne los perseguía:! y buscaban con ahin-
co. Ka podremos disculpados diciendo qu,3 los arrastraba el instinto:
el instin GO repugna á hacer semejante COSIl. Sólo el Demon ia podía suge-
rirles la idea de servir en sns festines la carne del hombre; sólo él
podía decirlrs: Haz de tu vientre el sepulcro de tus enemigos; para que
tu misma raza lIO tome incremento, imita al caímán y devóra á tus hijos.
Daremoll como prueba ùe nuestro anterior aserto respecto del cani·
balíamo de las tribus colombianas, algunos ejemplos tomados aquí y allí:
El docter Aristides Rojas defiende á la raza caribe y asegura que sus indi-
viduos ro comían carne humana. Sin embargo, Crist6bal Colón, Ovíedo,
Herrera, cte., afirman lo contrario. Además, sabemos que las tribus
pacificaB de las Antillas vivían en permanento alerta, aguardando las
incursiones ¡Je los Caribes, que después de cortos combates se reembarca·
ban Call sus prisionoros qne iban á devorar on sus tierras. Los Caribcs dol
Orinoco, lo;; hijos de la gran sprpicntc, como dccían los Achaguas, crán
más cUl'llic('ros quo los jaguares ruismos y :u:ís temidos tic los Üem(¡s
indio,,;. Gu ':lilla, C/lsi':tlli )' Hivero, Ua;:t'¡lallos y Fray l'(),lro Sillll'lll
esf,ílll rln :le: enIo l,:u,t deci1'llos qlle los Carib:'s de los LI:llloS Ct'HIl ';c-
miùus 1'0 s610 por SIlS b(lrhal':lS excllrsiolll'S á sangro y fllego, si nI) [lOI' :os
festines de carne hnmana con que celebraban SllS triunfoB. N lle~tra Costa
atlántica, si I'xccptuamos (i Santa Marto, CartHgenll y unÓ ó dllS PUlltOB
más, estaba p)blada por indios cllribes, y todos ellos, y más quc todos lOB
de la costa de Umbá, comían carlic humana (!.).
Generalmcnte las tribus cuníbalcs no hacran cn sus gLlerras uso de
flcchas envent,nadas para aprovechar mejor la earne de las víctimas. En
los Caribes, sin embargo, vemos reunidos los do., ra8gos de maldad: enve-
nenaban sns flechas y comían carne humana. ¿Tenían algún procedi-
micnto para ,1csinfeetar la canlC del terrible veneno de las flechas? ¿La
cocción ú. alta temperatura bastaría para purificarla? J,us crónicas nada
nos dicen sable esto, pero todas están de aeuerùo en estos daB puntos.
Después cie la conquista los indios de las riberas del bajo Magdalena
asaltr.ban las cauoaB abandonando los licores y vl3stidos de los que Ell ellas
iban en las l'il:eras; se internaban en la montalla y so cebaban en sus cuer-
pos como canes hambrientos, guardando los cráneos como trofeo para
heber su chicha en ellos. Los iuùios de la Costa Atlántica se adornaban
Call collarcs do dientes humanos, y colgaban al cueIJolas cabelleras de SUB
encmigos.
Los súbdi ~os del Cacique I\utibara eran todos antropófagos (2). Las
puertas de su aposcnto, lo mismo que las de todos lOBcapitanes, estaban
adoruadas con los desn udos cráneos de los infeliees qlle habían sido víc-
timas de sn sallgricnta voracidad. Euemigo que caía cn sus manos era sa-
crificaùo sin piedad, y su cuerpo figuraba en la mesa del Cacique, que
para solcmnid~d semejante invitaba á parientes y amigos. Esta cC1stum-
brc dc adornar IllS casas y cercados con cráneos, ya exponiéndolos Bobre
altos maderos, ya calgados dG las puertas y las columnaà de SUBhab:lacio-
nes, cra muy f~'ecuente en las tribus colombianas. Casi siempre g'le los
castellanos se llcercaban á un caserío voían brillar desde lejos los desnu-
dos cráncos qU) coronaban las altas vigas, los puntos dominantcs de SUB
edificioB, las colinas que los avecindaban, y las fortalezas que los de-
fenùían.
EstOB bárùaroB no sólo comían la came de sus prisioneros, si no de
toda persona qne caía en sus manos, de todo.el que, no siendo de su mismo
pueb:o, se litre, ieru á pasar por donde pudiera ser visto y alcanzado (3).
De las trib IS del Istmo las más feroces y caníbales eran las q~IO habi-
taban la Costa :\tlánLica.
El Cauca cm el territolio donde se encontraban las parcialidades más
dadas á estas eS'lenas de clmibalismo. Los k.bitantes del valle de CaL y de
(1) Acosta, pÚg. 28.
(2) Uieza de 1 eÓD, f. 35, Y CastellaDos, lli.toria de CII1'lagena, C. Il.
(3) Fr. l'edro tiimóu, T. m, pág. 1'31.
CAPÍTULO XIII 125
"La. '7ianëIa ordinaria de los Caberres era ]a carne humana de los enemi-
gos, que buscaban y perliegulan, no tanto para avivar la. guerra, cuanto para
apagar su hamJre" (9).
OAPITULO XIV
VESTIDO
lI) .Artículo, especiales con algunas descripciones de los que traen las crónicas
comparadas ·~on las que se ven en IlLS figuras quc hemos catalogado, Ilcrvirán de com-
plemento á (,ste trabajo.
l2) Castellanos, 1'. lI, C. l.
9
132 EeTUDH>S SOBRE 1.OS ABOHÍGENES DE COLollBIA
dnos de ambos B'~XOS. Las rameras acostumbraban cubrirse con una Inanta
desde los pechos hasta la eBpinilla; ponían otra manta máB ancha encima:
el cabello, largo y bien peinado, lo adornaban con cuentas de divorsos colo-
res, y lo mismo los brazos, pul'los, pantorrillas y gargantas de los pieB,
Tal vez nUllca Be vio otra nación donde las doncellas y las honestas
esposas acostumbrasen andar desnudaB, mientras las mujeres púl,licas
cubrían BUScuerpoB.
Dicen los cl'onistas que las CnlimaB eran h'3rmOBaSy de bellos ros-
tros (1). Los Muzos andaban desnuùos, menos los Benores, que llevabau
capa de algodón.
LOBhabitar tes de la cordillem que Beparaba .1 los Sogamosos d,~ los
Llanos, traían mantas que les cubrían hasta los pies, dejándoles Únicamente
desnudos lOBbr~zos y la cabeza.
En las tribuB del Tolima casi todoa andaban desnudos.
Yá que la premura del tiempo no nos permite dar por ahora ma.yored
detalles del vest do que usaban los indios en cada tribu, haremos sí una
reflexi6n para terminar.
Poco se cui,laban los primeros habitantes de Colombia en cubrir su
desnudez, pcro lií hacían cuanto podían por conseguir alhajas ùe 01'0 y
cuentas de piedm para adornar BUcnerpo. El lujo para ellos no com;istía
en QI vestido sino en el primor de, las pinturas, en el recargo de sus plu-
maB y en las alhajas de oro, caracoles y piedras labradas.
El oro lo conseguían por cambio los quo no lo poseían; los Chibchas
y los QllimbayaE por sal y mantas; desde Santa Marta llegaban hast;, Bo-
gotá los earacol(,!! marinos y las piedras labradas que allá trabajaban con
perfección.
CAPITULO XV
GUERRAS
braban envellenarl:ls, otros las h4CíllU con cspinas de pescaùo y huesos hu-
manos laùrados; la mayor parta las fabricaban con astillas de palma 6 ma-
cana con puntas d,} sierra. Largas lanzas de macana, bastones largos, y
posados rompecabl~zas de punta redonda y con pÚas, fuertes macanas
de doble cùrte, cono espada, cte., eran lus armas más acostumbradas. Pe-
leaban casi siempre en campo raso, retirándose á sus fortl,lezas de madera.
ó á los obstãculos naturales cuando se veian muy acosados.
Los combate. cran encarnizados. Todos tenían qne batirse con valor,
pues sabían la tritite suerte que se les csperaba si caía.n vivos en manos de
sua enemigos.
Después de la lucha los vencidos se retiraban á los montes. Los ~etl-
cedores S6 entrefaban á la orgía. Loa prisioneros morían en medio dEllos
más crueles torn.entos. Muchas veces eran devorados vivos por IlUS mise-
rables enemigos.
Los Chibchlls, terminada la acción, se reunían á dar gl'acias á BCochi-
ea, si habían sido victoriosos; á lamentar las faltas que les habían atraído·
su cólera, si habían sido vencidos.
Por lo general los indios eran indiaciplinados; pero en c!lmbio infati-
gables y de una resistencia poco común contra el hambre y la sed. Los
Goajiros se dist.nguían especialmente en esto.
Daremos una rápida revista de las armas que con especialidad acos-
tumbraban en (:ada tribu.
Los Tayronas y Uparis blandían pesadas mazas y llevaban SU8 flechas
en carcajes (1); los Pocigueycas les envenenaban la punta, y lo misIno los
Samarios; estofo Últimos acostumbraban además lanzar durante el comba-
te piedras y dardos; cuaudo luchaban cuerpo á cuerpo sacaban lanzas y
macanas (2). JJos demás habitantes de la Costa Atlántica y de las orillas
del río Magda' ena y sus afluentes, envenenaban 3US flechas (3).
Los Turh leOS (4) Y Calamares empon7.o1'1aban los dardos que lll~vaban
en carcaj y se ::lefenùían con lanzas y macanas. 1.18s mujeres tomaban par-
te en el comb lte y se batían con valor.
Llls inl}jcs (le la Costa Atlántica del Istmo se distinguían por las
grandes dimensiones que daban á sus arcos, de una madera resistente que
sacaban de Ulla palmera. El voneno para sus llgudss flechas 10 extraían
de las raiccs del manzanilla, cuya infusión ponían á evaporar en vasijas
de barro hasta obtencr una pastil quo amasaban con hormigas del tama.-
no de un escarabajo cllda nna. gnwdes aranas, gusanos largos y pelu-
dos, alas de murciélago, la ralwza y cola de un pez que los e3panoles.
----- .- ..--- ----------.----
(1) ~lIstclhn')s. P. IT, ¡¡;lngio de ]l'lM.o. C. m.
12) Fr. Pedro SimÚn, T. Ill, PÍlg. 815.
(3) Ull8tellllDOS. Hi.1tor¡". del Nu.eoo Reino de Gran'/(Mt, T. r, C. XIV.
(4) Fr. P(~ro Simón. T. III, pág. G8.
CAPÍTULO XV 139
CAPITULO XVI
ENTIERIWS
croB Ball dial'iamen te bUBcados con ahinco por partidas de expertos gua.-
queros ansicsoB de encontrar en elloB el oro que enterraban.
]¡{u.cho~,se han enriquecido en esta labor. Es de sentirse qlte aque-
llos houbrc¡i sean por lo general ignorantea y hayan de~cuidado por com-
pleto ~1 tODlar dat.os acerca de la forma de los sepltlcros, de la posición dct
Cadú.veI, cte., y más que todo, despreciando lo que no eB de oro, hayan de-
jado porcIN miles de objetos de bauo y p:edm que tan útiles serían hoy
pllm la ciencia.
144. ESTUDIOS SOBRE .LOS ABORíGENES DE COLOMBIA
AF:E:N:c:rCE
DEE,ARROLLO DEL CAPITULO SOBRE VESTIDO
T O C A }) O R DEl. I ~ D I O, l' E L O y Il A I~ )J A S , E M B I .1 A M r E N T o
se pierde hacia adentro, comprendemos que estaban hechos con una faja
de algodón quo envolvían al rededor de la cabeza y cuyo oxtremo librr
introducían eutre ésta y la faja. Turbantes semojantes hemos visto en
cabezas de homl,ros y mujeres indistintamente.
El rodete Ù il la figura 5. a (1) le da cinco vue !tas á la cabeza. La
última de llLajo lleva bien dibujado el tejido de una trenza. Posible es
que algunos acostumbraran trenzar el cabello, envolveria Bobre la frente
y sostenerlo Cal' el rodete.
La figura 7 (2) lleva la misma trenza y encima una faja como rode-
te. Este CSt{Lfcrmado en la figura 10 por cuatro vueltas y por cinco el de
la figura 12 (3), que muestra-y lo mismo las figuras 10, 1 Y 5-la espiral
de encima.
Radotes 8-3mejantes llevan las representaciones de barro números
121, 145 Y 146.
La primera figura del número 16 tiene un rodete de tres vueltas. El
de la segunda t iene sobre un largo rectán¡ulo una línea secante, que indica
que al dar la primera vuelta sobro la frente, dieron con la tela una media
vuelta de abllj;) para arriba.
En las dos figuras del número 11, aunque los rodetes presentan de
frente ulla su}erficio plana, tienen en la parte superior dos espirales que
indican el núnero de vueltas.
Dos indios entre \lD cercado nos presenta la. figura 26 (4). Ambos
llevan rodeteH, cluno de daB y el otro de tres vLleltas.
Lu figul'l\ 28, una mujer que apoya sobre el vientre \ln extremo del
huso ell que 'fa envuelto el algodón que está hilando, tiene un rodete de
ÙOS \"\1cltus.
Lu. primera de las figuraB del número 20 (5), representación de una
mujer cneinl,a, acuclillada y con nn objeto minúsculo en la mano izquier-
da, tiene un rodete de cinco YlIcltas bien indicado 1'01" elnÚmem do hilos
y la espiral de encima. El de Ill. figura 20, representado de Ill.misma ma-
nera, tiene ocho vueltas. Lo lleva puesto una mujer sentada 80bre UIl
banco en forma de equis, euyos brazos inferiores están unidos y los supe-
riores muy :;epllrados. Rodetes de dos y de ocho vueltas, este últ.imo m\lY
diminuto, l.evan la 2.~ figura del número 29; el 54: (mujer) (G), cte.
Frecuentemente se ven figuras cuya. cabeza está adol'nadl\ por una
simple f¡¡ja que le ùa vuelta.
------------ •..,.--------.-------.-- ----
(1) Es dE oro. Mide 4k centímetros y fue hallada en Ubatt.
(2) Es dE oro y fue hallada en La Calera.
(3) Es dE oro y fue hallada en GUlltllvita.
(4) De oro, Ilal\ado en Moniquirá.
(5) De oro. lIallado en Pefiasblancaa.
(6) Omi'.imos dar dimensiones y procedencia dolos objetos que baD sido descri·
toll en alguno) de lOB capítulos anteriores.
APÉNDIUE 147
Los Cunas, Goajiros, etc., hacían uso de flljJS de algodón que, atadllS
haci:llltd8, Ics servían para sujetal' el cabello. fJos habitantes de la Costa
Atlántica se poníllll nI rellc<lol'tle la frente ¡,anl1elos <10algodón finamcnto
laLl'tlc1os (I), Fajas semejantes se ven cn las figuras: :~,a del número lG,
2.a y 3.a del nÚmero 20 (hombres), 2.a del r~Úmero 30 (hombre): esta
última está ::o'llpletamente abierta por en'Jima de modo fJne se ye Hl ea-
hez;l; nÍlme"o SO (~), figura formaùa pOI ulla delgaùa }¡imina de oro;
tiene las manos sobre el y¡eutre; litS dos figi¡raS del nÚmero SG (3); una
mujer el Clll:litlíl~ con lin atributo indescifmble cn l,t manu iZ(luicrda, r
otra con leiS manOS sobre cI pecho. En fin, las "epreseutucioncs de barro
núme::os 40, l~l, 145 Y I·Hl tienen todas Iodetes: la. figum 125 un ¡Üto
gorro co:\ di'JUloS geométricos.
Dicl'n h" cronistas que los Chibchas usaban gorretes y los de lliS pro-
vlllcins del .:\·urte UIlOS cgsquetes (le pielcs allornndu3 call pluma8 de rlivCl-
sos eolor()3, 21 en el centro, !?obl'e la f¡'ente, medias lUllllS <lc oru Call las
puntas pu'ù :1l'I·iba. L'l figura 1.a U), llna lllujO", ùe trabajo tle,;cni,laclo,
con una nl1rir. que pasa de las llimensiolles cl'llinari:ls y dos insignias que
nos es imposi :.lIe determinal' segÚn cstán (Ir mal hecht!s; tione cnbierta la
cabcza por u,. 60mbrel'il1o cuyos bordes y (;opa están perfectalllcnte dibl:-
jlldos. La. figllrlO () llova nn gorrcte p('(I"eflo, Cltu1l'"ùo. El elel nÚmero o;-
los pies y ùe las manos ùcsllIesurad:.unente gralldc~, y 1;<111 111\ l'd,l'O lJifllr-
cado en la mano dcrecha, eHÚ cubierta COll lin ancLo soli,I,'",
El hombre lJ le ap31'1~CC~ol)rc los lr<lll1uroô d,~U1\:I 1IIllj01'. ('Il II figura
43, lleva vn solidco, lo mismo (¡1w una Ile l'l~ tnujel'os. de dl'~llIl,,;tlrada
nariz, qlle nos 11l'I!selda el IlÍllllCI'() 4S, y también]a mujer dpl IlÚ:llt'ro 55.
Esta Última est¡i curiosamedc ¡¡¡{{¡malla por líneas geom(;tl'ic:ls.
Lu Illislllo que los ,:\[;¡yas (1),103 Chibchas usalJallll1itmsj !.IS Jeq.les,
Los O\llll\S \lsalut\ <lia<lemas <Il' oro, clIriosamelltn Iabl'lLllll!'. Las ti(!
los Caciqu('~ iban cu!¡iertas por UU.I faj;: <lelgada del misllIo metal. En la
proviuci •. que fue de I(,s Quilld','ya;, sn hau hallaùo alglll1t1S tIc éstas quc
hem)3 {'l~s(;rilll ell el estudio COlltiiLgl'ulo á cstlL tribÚ. Los gncrreros (}p[
Istmo d¡, 1)allallli~ a¡lurllül.mn la c:lLc~,: Call ganas Ile tigre y de ¡copal-
ÙO (I).
LOB illdios Je Antíoqnill y del Cauca lISilban casi siemprc \llla monte-
m certa -¡llé) les cubría la frcnte y ks cal,t aL'lul sobre la nuca, camu podrá
vcrse en las fignras <le barro r¡lIe llevan los nÚmeros 10, 12, 14, 17,18,31',
40, 4¡;, ;i:!, 58, 5!J (ùis), (W, GO (bis), lOG, yen casi todas las r¡nimbtipo<. Las
figuns 0~. y 40 tienen saùl'û los cosL:ulos ùe lil montcm dos cnernos forma-
dos por 1 ¡. prolongación ùo Gsta (2).
')CCiilIJ10,3anteriormente qne los ÙíllS ,le Gesta recargilbulI sus L1iaùú-
mas,dc.,eon plunHl¡j;lus jefes popay"ncE, espccialnwntc, crall ufbion!l(lísi-
m~s :ille\ ill' perJllllllcntcrncnte penaehos ùeI 11.i(;SaS pll\mas. RecorùareulOs ùe
pas0 '1\\\:lJq~ illllios Payas !)()Ilün especial ü¡;nlCra en el trabajo de estes gCo-
!TOS (:3). I).} allí trajimos lino tle t:lll tino cl'.l.hajo, ({UD se gllllrùl~ Er: lIU!l
Cl'ja ')cql!cfi::, no obstan:e sus gran(les l:imeJlI,iolles (4). Sobro UIl tejiùo
ùc l'lIja (l') ü centímetros ele a.ltJ está U!l rcùcnlll ¡lu 13 centímetros de an·
cho, forIllal:o de plulllas amarillas, el1()ilila ele lus cuales l't'salta ariral];¡ùle-
mcnt~ urt faja de plumas negras, de 4 ccntÍmetros de auchu. Estas Últi.
mas L'stÚt: Huaùas ulla á ulla por 11l1:L trarnfl. (h· IIlgo,1(1I1. Cuatro penachos di·
viùen It, c lrcunfercncia Cil partes iguulüs (l ü cen tí metms de alte caùa lino);
formados de plumas amarillas y rojas y corolllldos por cuatm plllœas (10
50 cwtíllletros (le alto, forman el adol no superior. En las trions ùe 103
Llanes hemos visto gorros de paja adol'll:\dos call plulllas (ii),
fin tr., laB figuras ele oro I.:hibuhas hay ulla COll gol'l'o de plumlls, la 2."
delnÚmelO 27; tlnll mujer ael1elillada sobre un asiento y COli un hUBO
en III mUll') derecha. Dos guerreros, l.0 del nÚmero :JI y 51, tambiélllle-
van lUll ùi •.dcmus aùornaùas con }llumas.
Los ¡¡¡ùios del Llauo usan actualmen te enorme;! sombreros form,LdoE
pOI' h(jas ¡Jo bijao sostenidas por dos retItsùe nn tejido de paja. Uay otros
bechaB COll hOjHS atadas nnas á otras Cal" ~spin:\8 de palmera. Unos y otros
tic1cn ~~]amuy ancha (G).
[11 ACO;~ll,púg 18, El nlÍmero 78 nos presenta uno. de estas diademas de oro, con
diu',¡jo" gco;Jll:ll'icos repujados.
~2] tll:r·.ella vio en, las serranías que eucÏercan e: valle cle Ahurr:;, algunos jr.fes
CODcor mus ,.lepaja ~ut¡JmeDte labradus,
'3; AlguDOS jefes CUDRSusaban al redellor de];¡ ~llbeza faja. de oro ùe !) ¡nlga-
dr,s (le: ndlll que imitaban el tejido ùe los canastos.
(4] Y éaf"~ la letra Uclel cllttÍlogo,
L5, \i"Rfll la letra fIdeI catálogo.
[6] Yéallsc las Ictras H y 1/ del catálogo,
150 ~STUDIOS SOBRE LOS ABOUÍGENES DE COLOllJl[A
Los descendieu ;es ùe lOB Ounas adornan BUB cabezas con fajas de hilo
ruju, blanco y negrc h'jídos con primor. Los atan hacia atrás dejando li r1
poco l;¡rgos los bilol de los cxtremOd (1).
Los Goahibos ¡;san gorretes de;!O centímotros de lliámctro mAs ó mo·
nos, formados por I na faja de mimbres de 2 centímetros de ancho y con
s!lrtnlcs de cncntas le vidrio atrás (2).
Los Chibchas llevaban fl'ccuelJlf~meute atadas sobre !:I_frcute ehagua-
las, patenas y med i IS lu nURde oro.
El mismo esmero quc ponían IOH Índios en conscrvar y emLellecCl' d
cabello, lo emplellb.ll1 en suprimir el vello y oponerse al crecimienlo (o
Ja barba. ~ o porri u l tu viemu eu mal conceptu este adorllo de la cara, si no
que, sienùo Jampin)s p,)r liaturalez:l, Jas escasos pcloE de l:l barba, al des-
arrollarse forlllub:JIl desploblado y clcsairallo apéndi~c. A BJchica In n-
presentaLan con larga barbn; y entre los Caciques y ~:oJ¡alJes, los más t~-
mi']lls)' rC'srcLaJos fllerOl1 siempre los poquísimos que tenían barba. E¡¡~ll
estOR t:rn escasos, r¡_w nos cuenta S,lrdella haber conocido \lno <le entre los
Armas COlllOotro 1:11l1case vio en u'lllcllas proril1eias, D:ee el mismo au-
to\' (¡lle era laI el espanto que á los Abul'raes ('ausaban hs barbas dc los
('spalloles, quo se ahor(uLau de tenor.
Así, pelo que asomaba á la cara era inmediatamente suprimido. En
aIgu nus partC's los arrancaban con Ins li flUS,camo lo hacían lOBOu nas, ete.;
los .Tiraras, Chocoe-s y otros 108 sac,¡b:\n .12 rait: COli nntlll'as especiales; los
Airicos suprimían hasta las cejas.
Pam disimull\l' los defectos de la cara, y elllllllchclS lribuscolllo Único
vestido, acostumbraban pintarso call rl'sinas vL'gctllles y sales Ulincml,]s.
IJos colores más Hsallos cran el rojo, el negro, el amarill,), el aztll y Irás
rara vez el Llaneo. Conservaban los poI vos en culabaeilJus, y en el momen-
to de aplic:l1'los los dilllílll; en aceite. Los dibujos lOi:hacían call pinceles
(los Cuna~, cte.,) ,o) :~on cilindros de uano con grabado~ en !'clieve, de
uso mu,)' general, como podrá verse en los rat:íl()go~. L:IS partes salientes
untad;¡;; con el coll)!' qlle querían emplear, resualaball wure el (;ue!'}'o los
cilindros desarro!l:tndu un grauado unifo!'me que so repecía .'Ie trec]lo en
trecho. Estos mismus relieyes los hJcían solll'e plancJ¡a~ de [Jarro.
En algunos pl1ltos aplicaLall también las pinturas, que engailalllHI
lu vista y de lojas ,lHrecíulI vestiùos (:I).
Algunas tribl' il de los Llanos pl'i lIei piabllQ par cu uri l'SCel cuerpo de
cal'afla, y sobre esla sustancia pasaLan la pintura.
No se crea que todos los ind ias se pi ntaran de nlla misma manera: n nos
sc hacían <libll. o~ geométricos, otros figuras de animales, c'lras f¡¡ntásti-
caR. etc.; éstos rodcauau el ojo ùcrccho celll !lll circlllo ('llca1"lltt\lo, a'lué-
Ilo¡; cil'cuíall ]0'; [los ojos con líneas de cO].lriJ;;; IlcI'abl1l aquí ¡¡¡¡l'chesllc,
grcs en Jas (los lIIcjilla~, allí Ill1a raya Ileg¡'a por d lI1elio Ile la ll;¡ri'~, cte.
Algunos indios (lei h:Jjo Ch'JCÓ ]¡:il:íaJt una mC7.(·]a CUll ('d(:UYU~. y Ill'
l;¡;dw sc ycían f.lsfol'C'>cC'·\Ü'S SIlS cuerpos.
II
AI.HAJAS USADAS POR LOS I~DIOS
llevan los nÚraeros a, 1::1,4U, 51, 50, 57, 58 (bis) Y tiS, las tienen puestas.
En las figuras 2:¿, 23 Y lOti verá el lector pesada.s lIarigueras ell fO;'ma de
ulla vuelta dI' espir,d, semejantc li una de las que lleva el númEro 171
(colección qui nbaya). ElllÚmero 105 tiene una al'golla tan grande, que le
cae sobre el et ello.
Los Catíos llevaban joyuelas de oro pendien tes de las narices "en va-
lor supremo" <1), ]0 mismo que los habitantes de Zenufana.
Los Pozo¡ introducían en el cartílago Je la nariz pedacitos de oro
más ó menos finos. En muchas figuras de barro no aparecen las llítrigue.
ras, y esto pro"iene frecuentemente de que varius de ellas crall aros de oro
que los guaqueros les han quitado; ùe ahí también el que huya tantas con
las narices mutiladas. Los números l!l, 21 Y 3'/ á 3!) de lu colección de
cerámica de .Antioquia, llevan llllriguerlls del mismo barro con que está
hecha la pieza.
En la lámina 3 cle la misma colección apllreCEln algulllls narigueras
de oro do varias forma.,; una media luna grande cuyos extremos se
tocan, con un reborde en el centro y atm m;~s pequena; una argolla
hueca y otra maciza, con dos cuernos en los lados, lIay clos especialmen-
te de trabajo csmeradísimo: la una está formaùa pOI' preciosos dibu-
jos de f1ligmnIL, y la otra pOI' l~spimles c:dlldas.
Los Chibchas traílln chagncdas de oro en las narices, 1!;ra un privile-
gio cntre ellos, no cOlJceùiùo <l. las gentes del pueblo, el uso de estes pen-
ùientes. Los gllerrcros tenían narigllera::; e::;pccialcs eun chagualetitas Ile
oro, cuyo número equivalía ¿L los cuemigos qlle lll¡l)ieran muerte de Sil
malla . .Entre t·us representac:iullcs de 01'0 y ùe burro ¡'cmos visto DlUYpo-
ClLS con eete adorno, qne encontramos cn casi toda~ IllS de IWi! ctemá8
tri bus.
Estuùiare nos las formas m¡is u,mlias por los :Jlnisclls. 1..:lstres a~gollas
del número 38 (2) son formaria., por alambres encorvados circularmente,
cuyos extremO:l ~on más gruesos que el centro; 108 introducían por uno
de éstos y luégo les daban vllelta en el interior, de modo que la abertura
quedara para abajo. La figura 4() (3) es una nariguera de oro, de una
Bola pieza y hucca. Su superficie está f(lrmada por cuatro caras curvas,
separadas por otl'llS tantas líneas Ile l'llyitas imitando trenza, lo mismo en
los dos extrem·)s. El númel'O~!) trae un enorme aro que, pendiente del
cartílago nasal, le cae sobre la cintllra; esta nariguel'll la ticne asida con
las dos mallaS, sobro los custados. Usaban otras, como las que trae el n ú-
mero [¡!l, ùe phnchitas de oro IlIUY delgadas. Entre las figuras ùe bllrro
(1) P. III. Historia d~ Antioquia. lntroducáón.-Castellallos.
(2) Bon de oro y fueron halladas en Sognmoso,
(8) Encontmda en Bogamoso.
APÉNDICE 155
aparece, aL-.nque rara vez, una enorme nariguera que tapa completa-
mente la b';C3, como podrá verse en lus figuras 119, adornada con rayas
simétricas, y 163, que se prolonga hasta la línea extornll. de los ojos.
Les :M:nzosacostumbraban introducir gmnitos do oro en el cartílago
nasal. LOBindios de los Llanos llevaban en las narices alhajas ridículas.
LBS formas de nariguera más usadas eran, pues, los aros, ya macizos,
yu. hue:::os, las planchetas circular~s, las vueltas de espiral y lOBpequelloB
cilinùros.
Ela tal la pusión de los indios por este adorno, que en algunas tribus
un poco PGbres, como sucedía entro los lla!leros nómades, se l~inta1;:¡an
sobre el labio superior una especie de bigote que las reemplazaba. Los
Achagnus I;mzaban oncima del labio y sobro los carrillos de los ninas, sin
piedad por sus sufl'imientos y su llanto, dos rn'yas qne venían á juntarso
sobTe b barba. Esta operación la hacían con ~un colmillo de pez payara,
tan ag¡;do c:omo una lanceta. Enjugaban la sangre y sobre la cisura pasaban
una tinta que extraían da la jagua; pintura qne les duraba toda la villa.
Les zarcillos y demás pendientes para las orejas no eran menos codi-
cianos (IUChs narigueras; las mujeres de los Goajiros (1), los 'ruironas (2),
los 1Mbitanj;es del bajo ~f:tgdalen!l y de la Costa Atlántica del Istmo (3),
los CUllas (l,), los Porccd y Nechíes (5), les Zenufllnas (6), etc., llevaban
pcuùieltcs de las oreja3 argollas, chngualctas y otras alhajas.
Les Pnos introducían pedacitos rlc oro más ó menos grau,lcs (7).
Estos eran ·:li:indl'os pequenos con un pxtr~rno, el fIlle dcl;>ía quedar h:\ci~,
afuera, acr· :!tado .
.El. el :Jauca, en la tribu do los Qnit.lbayas, AlIscrm<\", etc., h;~cíal'
cierto nÚmero de aberturas on 01 pabellón de la oreja, é introrlncían e"
caùa Ulla un !lro de oro pequeilo, con Ia aùertura hacia ufuera. Las figu-
ras de halTC' c¡ue llevan los nÚmeros S, 14, 55, 60 (bis) y 6a, tiene:l t·ollas
des abel'tUl .1S en caùa oreja.
En IlL ¡..imina 3 da Ia colección de Antioquia se vell dos solideos de
01'0, nno ùe ellos con un reboràe, y ambos COI:'un hueco en el centro, por
donde pasaba un alambre encorvado; éstos y el flue los acompaila, en for-
ma do eucluru, eran pendientes para las o·ejas.
Las mujercs llgatlles llevaban "mauI'es ricas (quo son zarcillos hechos
lÍ. su modo)" (8). L'la Chibchas usaban cltagualas ùo oro en las orpjas
(1) Castellanos, P. Il, C. I.
(2) 1:1., Ili .•
t<)}'Ù¡, ele Sanltt il/arta.
(a) IIerrêra, D. l, L. v, U. VIII.
(4) Ciez", 1".21.
(5) "Joyuclas cuél~anles de UllO y otro oído." Castellanos, P. Ill.
(ti) Fr. !:'eùro Simón, púg. 568.
(7) Cieu" f. 37.
(8) CUSlflllluos, Ilistoria cùl Nuao Reino de Granada, C, x.
156 ES1 UDW:,j :,jOBRE LUS ABORÍGENES IJE COLO)[BIA
bajo (1); los de 108 Patías eran de mosquitos de distinta ley, "muy
galanes J' ,·jst )SOS " (:.l).
En las rc.m:lscntaciones de barro muy puco acostumbraban 108 indios
de~ ()au()a J d'l Antioquia diùujar estus adornos; una~, coma la figura 66,
tienen ina ical' o u n collar; otra~, como la t1gura 105, han sido halladas con
collares posti7.os.
Las mujeres de 108 Pozos llevaban al cuello ri~lIs gargantillas de oro;
108 hombres, granùes chapas redondas unas, y otras en forma de estre-
lla (3); ]os Ca~ios adornaban el pecho con joyas de oro (4).
Alllrgar los castellanos á las tierras de Agatfi cncolltraron Ulla her-
mosa mujer á Ja que "murénula de oro rodeab¡~ p.1 garzo cuello" (5). Cu-
brían Jas garg,mtas de los Tocaimas alhajas de 01'0 y cucntl~s de ùive¡'sos
coJores ((j).
En la cal ~cción Chiùehl\ son raras las figuras de~provistas de collar;
parece que cJ uso de éstos no hubiera sido tan restringido como \lI de Jas
otras joyas. El Ja figura 1." aparece uno de malísimo trahajo. La fi,~ura 10
lleva sobre el pecho y suspcnù idas al cuello tres planchetas redondas; ll\
43 lleva seis, y cinco la 48; la figura 80 tiene seis, de forma cuadrada,
Otras llevan únicamente cierto nÚmero ùe hilos imitando sartas ùe
cuentas pcqu.~flas; la figura (j lleva seis; la 2," del número 14 (7) uno
wlo; la La ¡j.)l nÚmrro 20, euutrD (R); la :!.a .lel nÚmero ao (D) tiene
trcs, n'cogida!: atráR rll un nudo que cae sobrc If,S c,;raldas. A cstos hilos
Y:ln sl1~J1cnùidos diversos adornos; en 0tras fignras: hL 3." delllÚrnero]G
tiel1{:,cinco pllnchetas largas y rcetu ngu larcs; la 1.' ùel n úmcro 17 ti n dije
pC(lllei'lo, j' la 2.a (tO), sohre el primero ele los tres hilos que CIlCII encima
del pecho, un pe'lue!1o disco; la La 11el nÚmero 27 lleya cinco dijes SUA-
pen(lidos nI clllar por largos hilos; al nÚmcro 30 le cuelgan dos Ú manera
de borlas, y á b Z," del 31, tre~. La l1gum 52 t;ene III cuello tres hilos, el
último anudado sobre el pecho y con cuatro cspiraleH. La figura t·3 (11),
una mujor ùe malísimo traba.io, la adornan ocho hilos, y en tre el 6. e y el
7. o seis espira es. El collar que lleva la mujer del núm.ero 54 es de cuatro
hilos; sobre el primero tiene de cada Jaùo tres disecls pequenos y en el
centro trrs dijes suspendidos por otros tantos hilos. Eeta misma figura
(1) Acosta, PÍl~s. 166 y 170.
(21 Cicza, f. (j7.
(3) Id., f. 3~.
(4) Fr. Pedo Simón, T. Ill, P:Lg. 571.
(li) Castellanos, lli.~torÙI del Nuevo Reino de Granada, C. x.
(6) Fr. Pedro Simón, T. H, pág. 629.
(7) Es de tllm)¡sg-a y fue hallada en Gl1atavitu.
(8) Es de orc; y fue hallada en Gllatavitll.
(91 Es de oro y fue halhlda en el río Lebrija.
(lO) Miden tstas 3~ y 7 centímetros. y fueron hallndllS en Gllntavita.
(11) Mide 7 .:entímetros de alto, es de oro y fue hallada en Carare.
APENDICE 159
(1) Cassan ..
(2) Oviedo, 'l'. II, L, xx.
13) nerren, D. I. L. lIT, O. XII.
(4) Cllstcllwos. P_ IT, E. J, C. Il, En su~ pueblos recogieron los españoles m{\S
dil 10.000 ducados en alhajas.
(5) Cnste]Ja[¡os, l'. II, C. I. Allí también rccogieron lo, conquistaùorcs mucLí~i·
mas joyuellls de oro,
lU' Castellanos, Ili.\to'ria de SrZllla Marllt, C. III.
(7í Ill., P. Hl, Ilistoria de Caréd(jc/w, C. JlI.
(8) BerrelR, D, l, L. VI, C. l.
(9) Acosl~, pág. W7.
AP¡';NDICE 161
III
li AURES.-PA~l'ANrLLAs.-lIIANrAS, ETC.
merosas aÚn aqu:'lIas Cil que acostumbrab\ll1 vEstirs3 de uua manera ,le·
ccnte.
Yá ]wlUlJa vi;tc quú todos, má:! ó menos, hacían uso de pinturas y ùe
adornos de era; pasemos ahora á describir lss ropas con que se eubrían,
menciollando primero á los que, como fi los Oocinas "nunca jamás ropa
ni atavío á tlUS nerviosos miembros embaraza" (1). Los Glll\nehucanes,
hombres y nlujeres, andaban como vinieron al munùo (2); los habitantes
del bajo Magdalena "no tenían cubierta que los viEta" (3); en los de Ca-
lamar "Y{l dije, desnudez SCl' el arreo ansí 6e hembras como .le varo·
nes" (4); los rlo %alllba "hasta r,artes implltlelltes ;;ue!cll llevar abiertas
y patentes" (5); lo mismo los Oipacuas, Qllinllllchues (G), Xutiba-
l'as (7), los l:abitulltes ¡Je las l:ostas del Istmo (:ll ell'aeífico (S), IllS de las
Bocas del 'l'no (~), los Tahamíes (10), los Xlltabes (11), los indios del
Atrato (12) los Chococs df'1 Sur (13) .r los P.lIlc]¡,~s (14). De los Pijaos
nos dice Fra:: Pedro Simón qnc llevaban descubierLls hasta las partes ho-
nestas (15), qlle lo mismo hacían los PÚeces (Iii). Ka crau más pudoro-
sos los Timanaes (17).
Tan pOI'O acostnmbrau:lu los indios de los Llanos cubrir sr. cuerpo,
quo cuando os misioneroa ofrecían telas á las mujeres, éstas I:ortestauan
ruborizadas, durrabá ajaduCll, 110 lIaS tapamos porqne 110S da vergüen-
za (18). A esto número pertenecían los Guaipíes (10), los Achaguas y Ji-
raras (~O), cJ.\ln'luc algunas de BllS mujeres so!i¡,n llsar ¡¡ampl,nillas de
hajas; los G,)ahiLos y Chirico;ls (~l) (de vez ell cuánùo las ll1t1jeres se po-
nían al cint) estcrillasque t('jÍan con cogollos de palma); los Betoyes (22)
(SUB jefes s.J cubrían con camiEetas hechas con cortezus (le Úrboles); los
Guamas (23), cuyas e8posas EeernÍan lacíntllla con f¡¡j.ts allgostas tan su-
tilmente hi}¡l(]as, que los espllilolcs 1:ls compl'aLan l'ara \\Eurlas como
corbatas.
_______ - -.- -- __ o
Había tril:us entre las cuales las mujere3, má3 recatadas, se vestían,
mientras los hombres andaban desnudos. 'l'ales eran los 'rolúcs (1), Zi-
núes (2), Pocorosas (3) y Bscotias (4). }~n ot',ras, como sucedía entre
los vecino~ de Santa Marta, unos se cubrÍall y otros no, indistintamen-
te (5). En laB do los Pozos y Muzos sólo los Caciques y principalos acos-
tumbraban lleyar mantas.
Algur os de los Urabacs hacían angostas fajas de cuentas de piedra y
hueso c:ltrctcjidas con oro, con que ccnÍan los pies, marrecas y brazos (G).
V cÍanse ontre los GUl\nebucanes hombres que "solamente la parte
'lergonzos:}, Call oro cubren ó con otra cosa '" en un calabazuelo común-
mente" (~). Entre los Samarios lo más frecuente era hacer uso do un
caracol qUJ ataban á la cintura, y las mujeres uua braga suelta "que na-
da les puet':e cu brir" (S). Los caracoles eran muy usados como único ves-
tido, lo mismo quo los canutíllos do oro, llcvados por casi todos los habitan-
tes del Istmo (O). Los Darienitas copiaban con primor los caracoles na-
turales, qlC hacían de oro muy fino "en quo atapaban sus partes desho-
nestas;" ta mbién los usaban en forma de apagadorcs ùe vela. Había caracol
de oro que pesab¡¡, hasta 40 y 50 pesos (10). Los Chucunaques (fracción
de los Cunas) ataban á la cintura ya caracoles de éstos, ya embudos ùe
oro (11). 'J:ambiéulos indios de Acla (12) suspendían con cuerdas cara-
coles de m:lr pintados de varios colores, y COlLl) no los había en sus tie-
rras, los compraban á los vecinos (13).
Cerca de Urabá encontraron los conquistadores "hombres que meten
dentro ùe unOll caracoles por gran honestidad miembros viriles. Las mu-
jeres cu bnn llUSmancillas con hojas 6 con ciertas pampanillas" (14). Los
Tocaimas y Cl\rtamas sólo cubrían sus vcrgü¡Jllzas, los últimos con alha-
jas de oro, entre las cuales se distinguían por su tamaflo las de los caci-
ques (15). Los Colimas, hombres y mujeres, llevaban una cuerda al cinto
que nada les c:ubría (16). En alguna tribu de los Llanos "los hombres
trslan el miem bra reasumido en el cuerpo y te,pado el extremo por un ca.
---.-.--------------- .------------
(1) PiedralÚa.
(2) Acc sta, pág. 61.
(3) Uerrera, D. II, L. IIJ, C, xv.
(4) Oviedo, '1'. II, L. XXVI.
(5) Cie¡:a, f. ;J2.
(G) Acc,sta, pág,41.
(7) Castellanos, HÙ,tl)Tia de Santa Ma1'ta, C. II.
(8) OVl~ÙO, 1'. II, L. XX.VII, C, XL
(l)) Fr, Pedro Simón, T. III.
(10) Cieza, .f:. 21.
(11) Enciso.
(12) Hurera, D. II, L. IH, C. xv.
(13) Hurera, D. III, L, VIU.
(141 Caitellh!los, p, III, IliJ.to1'ia de Cartagena, C, IY.
(15) Fr. Pedro 8imón. T. II, pág. 627.
(16) Id. íd" pág. 8615.
11
164 ESTL"DIOS sonRE I.OS ABORÍGENES DE COLOMBIA
nutillo de palma" (1). Los Achaguas, Airicos y Jiraras usaban ::¡n08 to-
nelitos tejidcs con hoja de palma pintados con vistosos colores (2). Lo&
indios de POI'ce y de Nechí, llunque poseían alhajas de oro en ¡.bundan-
cia, s6lo se c'lbrían con cortezas y hojas (3); los Chancos de ambos sexos,
llevaban mar res de cortezas de árboles (4).
Cuando marchaban al combate, y en las grandes ftJsti vidadcs, casi to·
dos los indio:! usaban vestidos ó por lo menol:! maures de plumas; 1"31'0muy
pocos los Ile\ aban en SUBcaslls, probablemente por la di ficultad que tenían
para conseguirlos. En los Llanos había parcialidades donde acos~umbra-
Dan trazarsoiJre el cuerpo dibujOB con cllrafia y encima colocaban con ex-
quisito gusto lineas regulares de plumas de distintos colores ([.); tam-
bién los Enmascarados adhúrían á las pinturas del cuerpo plUllLISJ cas-
cabeles de clllebrll. (fi).
" Los C libchas, cuando van al combate, atan al brazo uno de estos
idolillos (pel ates) con una espadilla" (7). L~ figura 71 de la colección
chibcha exhibe un guerrero que lleva atada al brazo la espadilla COllque
sostiene el íèolo.
Uno de los vestidos más usudos pOI' los indios era la pampanilla, lla-
mada también guayuco ó guarruma. Consistía ésta en una peqr<cl'la tela
que ataban:'. la cintum con un cordel y les caía hacin adelante. Las ha-
bía que no tenían más de un l'almo, y otras que les caían sobre las rodi-
lIaa. También se ponían una fllja angosta al rededor de la cintura: la lla-
maban maure. Los Goajiros cubrían las partes secretas con pafluelos
labrados calDo almaizares (8), y los Abibes con pampanillas ele algo-
dón (9). Muchos de los habitantes del latmo tejían largas fajas de algo-
dón que envolvían al rededor de la cintura (10), otros se cubríll:l con un
simple gUll}uco (11). Las mujeres de 108 Pastos tapaban escllsamente su
desnudez con tcllls angostas (12). Los homùres entre los Chancos (13), y
los Pícaras (14) se ponían maures. Los quc llevaban los Armas apenas
teuían un palmo de largo y dos de ancho (15).
En los lJgares fríos y cntre las tribus menos bá.rbaras tejían mantas
tidas do los pechos abajo con telas de algodón (1). En Acla. tenían ade-
más tÚnicas :lon mangas (2), y lo mismo algunos individuos entre los Po-
corosas y Escotias; lus do éstos últimos se distinguían por los dibujos do
vivos tintes Call que las engalanaban.
Gru'Jsas mantas de a.lgodón cubrían los cuerpos de las mujeres de los
Chancos (3). Los jefes y las mujeres de los Pozos rodeaban con maures
la cintura y eocima envolvían una manta larga (4). Los caciques ~ruzos
usaban Cfpas. Es pa.ra los Catios "su común manora de vestido largo, tan-
to que les cubre los extremos" (5).
En la tribu de los Colimas sólo las rameras tonían ùereal10 de ves-
tirse. Ka iml~ortaba que sus esposas y sus hijas vagaran desnudas, como
si el ropaje sólo cubriera el vicio. Llevaban una manta desde los pechos
hasta la ci:pin :lIa y otra que cobijaban encimu, de ésta (6).
Los G'uant?8, que consideramos como una fracciéll de los Chibchas,
tenían mantas de algodón, tejidas con hilos de varios colGres. Se ponían
una ancha, faj!!, al rededor de lit cintura y un~ larga capa que ataban con
un nudo Hobro el hombro izquierdo. Las mujeres casadas llevaban ade-
más Ulla pamp~nill8.
Los Chibc1l!ls decían que sn legislador Bochicll había llegaùo con una
almalafl1 cuyos ü;Üremos se juntaban en un nudo sobre el hombro, y que el
vestido qU(' ellos usaban lo llevaban como recuerdo de éste (7). Desde
que 108 cor qubtadores llegaron á sus tierras quedaml1 admirados de la
gran cantidad de mantas que hallaban en todos los bohíos y cercados. Po-
níanse llna i;únioa ó camiseta cerr¡tda que les caía hasta las rodillas ó has-
ta los pies, y UlU manta cuadrada sobre el hombro derecho, cnJos extlC-
mos atab:m ¡¡obre el izquierdo, ya fuera COll nn n~do, ya con llll alfiler de
oro. Las mujercfl usaban chircate (manta cnaùrad¡t), fJne calliall iL la cin-
tura con nna. faje., que llamaban chumbe, y sobro los hombros lllla !llanta
pequena (cil)uim) prendida en el pecho, que qUEdaba casi descl! biCI to, con
un topo de O~'O 6 tumbaga.
Las mantas eran blancas, y sólo los principales podían pintarlas de
rojo 6 de negro. Eran tllU bien tejidas, que suplían la falta de ropa de los
castellanos. El mayor recargo en los didujos indicaba la jerarquía de su
poseBor.
Yá hemos visto que en algunos puntos, como en Santa Marta y 'rara,
(1) Derrere., D. III. L. VrI.
(2) Id., D. u, L. HI, C. xv.
(3) Cieza, f. 57.
(4) Id., f. <:7.
(li) Castellanos, IliRtoria de .AntÛJquia. introducción.
(6) Fr. Pedro Simón, '1'. Il, pág. 866.
(7) Pam el vestido de 1011 Chibchas hemos consuhlldo ti Piedrahita, pág. 80.
Oviedo, Acosta, IIern:ra, Castellanos, Fr. Pedro Simón.
1 GS ~;ST JI)[()~ SOBHE LOS AnORlGE~ES DE <èOLO)1RIA
dibujaban h\B I:llUlta~ ;Í. pincel; pero en la mayor parte de las tribus b ha-
cían por medio c"e cilinJ.ros y planchetas de barro Gan gl'abados en relieve.
Véallse las láminas 52 de la colección quimbaya y 113, cte., de la (:olec-
ción chibcha, Tamùién hu adornaban con plumas, con cuentas de hueso ó
con objetos dA (l'a de poco peso. Las cuentecillas que apareceu en la lámi-
na 47" fueron halladas en un sepulcro, en la que Cue provincia de 108 Ar-
mas, y son \llltlS pocas de las muchas que adol'nllbl\U el vestido del cadá·
ver allí encont "ado. Los adornos de oro del número 40 (colección chib-
cha), proceder.tcs Je Sogamoso, hacían parte de un vllstido, 'l'odos tieneu
las dos ubertmas por donde pasaba el hilo que debía fijarlos á la tela. Son
laminitas de oro sumamente delgadas soLre lail cuales se ha obtenido el
dibujo por impresión. liay cinco muy semejantes á los re~ie\"es que se Où-
servan en las ~)iedras hasta ahora llamadas calendarios. Las otras SO'], unas
mitad pescado y mitad mujer, siete insectos (cocuyos), cada cual con una
chagualeta, más ó menos redonda, en la cola; una medialuna, seis peque-
nas pirámide.! de oro, huecas, y formada1! por IIlla delgada lámina dobla-
da cn dicha fOl'maysoldada en unll de las caras, y unos setenta canutillos
ùe 01'0. Los j~fes chibchas adornaban también sus mantas con esmeraldas.
Es tuuy de sentiree que los indios hicieran siemprè de~nll'¡1l8 sus re·
presenbcion~s de oro ó barro. En todos los objetos '-lue de ellos hemos
eXarl1illado, :,ólo hemos visto uno quimbaya, con la túnica, y unos dos ótres
do Antjof!\1i \ y Canca, con (I1gun:1s líneas que parecen indiear este mismo
vestid,,_
en uno de los costados aparecer: unllS pocas ranas. Desarrolle el lector al-
gunos de los cilindros qne Ile,an las láminas 113 de la colección chibcha
y 52 de la quimbllya, que servian para adornar sus mantas y sus cuerpos,
y búsqueles el significado ÍI.esas pinturas geométrica8, cn un todo seme-
jantes á las ql;C sc encuentran aqui, dominadas por un sol pequcno coJo-
cado sobre Ja izquierda.
En Facatltivá cxiste un grupo dc piedras d3 aspecto pintoresco, blo-
qucs enormes (lesprendidos sobre un terrcno poco incJinado formando
aglomeracioms caprichosas y coronadas de vcgetaciÓn. lIay ahí Hna pe-
quefla mescta dondc dicen que qucdaba e\ cercalJo dei Zipa. La s03tiencn
en todo su cOlLtorno, á manera de colosales cariátidcH dc granito, macizo~
peflascos labruJos por la acción constante de las agnas ell mil figuras fan-
tásticas. En nuchas de aquellas piedras aparcccn pinturas, aquí una
rana, más adelanto uno ó ùos zigzags, etc. liay fechas y letreros en caste-
llano desde é¡:ocas remotas; y se hallan tan mezclados los dibujos n,(ltiguos
con los model'llos, que fácilmente se engana el turista estudiose-. ~os-
otros hemos visitado detenidamente aquellas piedras en dos ocasiones; la
última vimos ranas trilzadas con líneas rojas qne no cxistían antes. Te-
nemos una colección de fotografías de cuantas inscripciones vimos, y las
hallamos tan insignificantes, que sólo presentamos como muestra IllS IlÍ.mi-
minas XVI y :(VII. Ed el mismo conjunto sin armoníaquc en las otras pie-
dras: ranas aC,uí 3' allí, zigzags y líneas geométricas entrclaí':adas.
En Bojal:á se ve otro grupo de pieùras no menos pintoresoo, con
unos pocos dibujos entre los cuales se repiton á c(\d:~ paso escaleras y
líneas rectf.s. Kas Illlmaron la atcnción trcs calaveras toscamcnte talladas
en la piedra.
Los indi,)s, en los primeros tiempos de la colonia, apuntaban con nu-
dos en una (;uerda Ó con muescas que labraban en un paja, los días que
trablljaban cr. las haciendas. ¿ Qué de raro tendría que en aquellas piedras
marcaran también sus días de trabajo, ó quo las inscripcioneE fueran
posteriores y sirvieran para ir anotando los impuE'stos que cada súbd ita
ibu pagando? IIoy muchos entre nuestros t.rabajadores IIC'lm así su
contabilidad con rayas hechas en las parcdcs de sn ha~itación,
Las lám ,1I11SXVIII á xxv represcntan las piedras de Chinaut!!. y Ana-
cntá, copiadas por D. Liií':aro María Girón, Pocos informes hemos visto
escritos call tllntl\ moderación en SI1Sapreciaciones como el qlle dio el
antor á la Comisión de IllS Exposiciones. No se dejó arrastrar por la
imaginación, y estuvo muy cucrdo en 8UShipótesis.
Nos parece inútil hacer la dcscripción, lámina por lámina, de los ob-
jetoB quc cn ellas BCencuentran. En la piedra de Chinauta aparecen una.
APÉNDICE 175
mano, muchas ranas, espirales, etc.; casi todos estos signos son simbólicos
de bielws. }io se observa el conjunto que dcbiem presentar una escritura:
la sencillcz:¡ poca variedad de las figuras nJS indican cJat'llmente que sólo
el capricho nudo cngcnJrllr aquéllo.
Dice el sellar Girón que en algunas ,le estas piedras hay pequcnas
cavidades Ù~ forma semicircular, y que al pic dc Ulla de ellas fne halIarl:\
Ulla mano ('.e mortero que se adaptaba perfectamento. Cree el autor qae
allí molían ~T preparaban los indios sus colores; si ¡¡sí fuera, la explicación
de Jas pinturas está dada; ntLLb más natun.!, al f'lbricar el COIOI", qlle en-
sayar su intonsiùad haciendo dibujos en la misma piedra.
La má~ ::mportante ùc todas aquellas inscripciones es la Ilue aparece
dibuja.da en ,;.os láminas. Ella encierra todos los signo~ quo llevan las otras
y alguno3 m:ís. Basta mirar fiqueI conjunto de puntos, greca~, rectángu-
los, líneas, círculos y espirales, revueltos en una desesperante confu-
sión con ranns, ya solas, ya prendidas UUl\3 de otras, para comprender
que en eGOCf:.3S no puede existir una idea; todo aquello es caprichoso, todo
debió salir dll lus dos cavidades que sobi'e lr. mísma piedra so observan, y
ser sirnpbs ensayos del color que allí fabricaban para ombijarse.
Una de Jas piedras más interesantes y que hemos visto reproduci-
da con más f:ecuencia; una de las pocas bien cOllocÎt1as por los viajeros
que han escrito sobre nuestro país, es Ia de Aipe, la que nos rresenta la
lámina X:UI. Se comprende que haya llamado la atención de los sabios
y quo se lll.lyan preguntado si realmente no em una de IllS pocas páginas
je la hisbria de los aborígenes qne quedaban en pie. Presenta verdadera-
mente uu conjunto ongal1oso. Alli las figuras están más recogidas, hny
arden y ciet·ta simetría que seduce.
Los Chibchas tenían varios mercados donde celebraban ferias anull-
les y camhiab.1ll sus productos por el oro, las cuentas y caracoles de la
Costa. El sitio donde hacían estos cambios estaba siempre marcado por
algún blo(ue de piedra sobre la cual debían arreglarse todos los negocios,
80 pena. de no Her \'á~idos. Uno de estos mercados 10 tenían sobre l¡\ mar-
gen opuesta dol río, arriba de las tierras de Neiva. La tradición senala
esta piedn, de Aipc como uno de los puntos de reuni6n. Si allí so hacían
lIos cambios, ¿ flué de particular tiene que hayan hecho estas pinturas para
llamar má!! la "tonción hacia ese sitio? Adem(ls, fíjese el lector en los ob.
jetas allí repreHcntados, y verá los artículos de cambio: una manta pin-
tada, fajas y diademas, dos naríguoras exactamente iguales li. Ia que on
el Catálogc lleva el número IOD, adornos para el pcc!:J.o<lo bien conocidas
formas, ranas chibchas, monos semejantes á los que fabricaban los indios
de A.ntioquia y á los que usaban los QuimbaYl1s. Hn fin, una especie de
resumen de los nrtículos que allí eran principal objeto de comercio.
l76 ESTUDIOS SOBRE LOS AnORíGENE~ DE COLOMBIA
Ltl última ,Je lus láminas que estudiamos, número XXXII, es copiada
por el Befior Gi"ón de la piedrll de Saboruco, á Beis leguaB de Neiva. JJas
pinturas origio:lles se deBarrollan en una superficie de 16 á 20 metros. En·
tre ellas hay e"identemente muchas trazadas por la mano Je lOBindioB,
pero IllS más han sido hechaB por transeúntes. Hay muchas letras, hierros
pl\rll mllrcnr ga.nado, cte. Sería una coincidencia rara que Be encontraran
una Ó tIos letras, pero no que se halIen en tanta abundancia. Eleuadrito
principat, repr~Bentación de un baile, es tambiél~ de mano moderna: blls-
taría para pro bario el traje que lJ~va uno de los personajes, pues el que
vestían toùaB las mujeres de aquelJoe parajes y e\ de lnB tribuB sus vecinas
en nada se parecía al que tiene aquí.
Suplicamos al lector recorra con la mimda las tres series de inBcrip-
ciones que forman la lámina. En la primera hallará de la izquierda á la
derecha una 1.. con una 1:, uIJa cruz bien puli.llI, algo como un t.intero,
un ornamento aemejante á una mma con hoj~s y una letra F.; en la se-
gunda una C. y una IL enlazadas, uua eBcuad l'a y UDa maDO hecha con
esmero; en fill, en la tercera línea cinco cruces, una L., una J., una Z.~
ulla P., una S., una U. y varias figuras semejantes á reproduecionea de
hierros para marcar ganado; figuras todas hechas después de la conquista.
y suprimidas éstas ¿qué queda? Algunas ranllS y unns pocas líneas que
110 pueden tener ninguna. interpretación.
Quo los ùc-s sapos estén amùos en un pl~,no no indica que quisieran
con esta IJamar la utención pam mostrar que son símbolo de la misma
figura. En muchas do las otras piedras se ven estos planos, rodeando aqni
figuras geométricas, más allá. una ligur'a humana Ú otra l'CpresentaciólJ.
Sobre muchas de ellas se ven ig1talment9 líneas irregulares, y nI re-
dedor do hs figuras planos cóncavos, como fi el lu,tista hubiera querido
dar más relievo al objeto, desprendel"lo mejor ùo la piedra.
''f) Esta clllebrilIa representa el signo Sahusa, que es el que se interca-
laba. despué9 de quihicha ata á los dos a.ños muillcas representados ea las dos
Hneas grues'ls que tiene el dorso. Lo que corresponde al año octavo, como Ile
ve en la tabla."
(1) VéaEe la i7i..~(¡;riade lit Nueva Granada, por el Coronel Acosta,
178 ES'WDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLO)[!llA
ocasión de (amparar algunas piedras entre sí. Era, además, muy llevado á
estudios comparativos, yen esto, como en otras cosas, anduvo desviado.
MI'. Jomard, célebre arqueólogo y distinguido egiptólogo, poseía
una preciosa colección de piedras grabada, do los Muiscas; estudió al
Pudre Duquesne y las deducciones sacadas por el Barón de Humboldt, y
después de hacer el estudio de sus piedras, concluye dicienùo:
•• Este eXamen confirllla. Ia coujetura de Mr. de Humboldt solamento en
cuanto rlic~ rellici6n con el nÓomero cinco y BIlS múltiple~i pero si e6tas pie-
dras son clllenciario8, t cómo es que figuras enteramenttl StHllejllnt,~s represen-
tan días diferentes de ItI.SelUll.nll? Por otra parte, la semRna lUU1SCtI.de tres
dIas no concuerdA. con lo:! nÚlll"rOS 5 IIi 10. Y sería únicaUJeute de!<de el
número 15 y sus múltiples donde podrían couciliarse las divisiont!!:l en 3 y en
¡¡; y por le que Bace 1\1 nú.wero 20. sería preciso lIe¡{llr hasta GO para tener á
un tiempo un lllúltiple de 20 y de 3 ; mas sesenta. días no corresponden á di-
visión ll.lgllDlOl. del año Rolar (¡ lunar, aunque por otra parte, según MI'. Du-
quesne, los MuisCRSteu(au una divi~i6n 6 período de sesenta años ruraleli, {¡
veinte aÎl')S grandes de los .Jeques 6 Sacerdotes, cada uno de lo~ cuales abra-
zaba. treietH. y siete tuuas, cu lIldo elllño civil no contenía sino veinte."
Muy raro sería que ninguno de los cronistas, ni los más observado-
res, ni alln aquellos que tuvieron por guía, cuando escribían acerca de
los Chibnhas, personas entendiùas en SU8 prácticas y tradiciones, que nino
guno, df,cimos, hubiera hecho mención de estos calendarios. También iS
APÉNDll1B /81
--,---,~
INDIO El
Págs.
INTRODCCC.lÓN ....•..•.........•............•••.........• III
CAPITULO1.-1' ri bus c¡ue ha bi tllba u l" terri (orio colom biallo :í 11\ Ilc·
gada. ùe los l'spa noh·s '., . 3
CAPITUI,O H.-Traùiciones .Je los aùorígenes de Colombia I. 28
CAPITUI.O IU.-PolitpíEmo chibcha . 4l
CAPITULO IV. - Simbolismo chibcha , " ., ., . 49
OAPITULOY.-Pnícticas i'¡ohi trirus de las tri bus c¡ne habitaba Il la
Tierrafirme o •••••••••••••••••••••••••••••••• 5S ,
CAPIrGW H.-Gobierno chibcha , . 6~
C,\.PITULOYII.--EI Goùierno ùe Jas tribus ùe 'l'ielTllfirme . 77·
CAPIrULO nIL - Fiestas i ud ígCII:ts ......................••..... 83
CAPITGLO IX.-La uil1ez entre los indígenas '" 88
CAPITULOX.-)'Iatrill\ol\ios in¡lígcnas ' .. " . 96
CAPITULO xI.-·Alimentos indígenas , .. " . 105
CAPITl'LO xlI.-Caza y ¡lPSC:l ••. , " ••••..•••••..••••.••.•••.• 114
CAPITULOXIII.-Antropofagia . I;¿:¿
CAPITUr.OXIv.-VestidC) ................•........ , . i30
CAPITULOXV.-Guel'l'as . 13G
CAPITULO~~vL·-Entierros .................•... " . 141
ApÉNDICE. -DewlTolIl) (leI rnl'ítulo sobro vc.tido . 144-
--. •.•.......... - .. --