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ERNESTO RES'rREPO TIRADO

ESTUDIOS

SOBHR LOS

ABORIGENES DE COLOMBIA

BOGOTA (COLOMBIA)
Ilnprentu de LA L1TZ. Calle .13, número 100
APARTADO 100, TIlLÉFONO 2'20
-189~-
BANCO DE LA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS - ANGEL ARANGO
Pl~OLOGO

Nature.! función ,lel padro es presentar á sns hijos ú. sns amigos y


relacionuclos, cllando llega el momento de daries estado, 6 en el do su en-
trada en el mundo. Luego no parecerá extrll.llo quo quien ha tenido li. su
hijo de asiduo y eficaz colaborador an la tarea laboriosa qua le fue enco-
mendada. por ll~ Comisión de la.s Exposiciones do Madrid y Chicago, ùe
preparar tollo lo relativo á la. primera, lo presente :l la sociedad y lo reco-
miende á Sl benévola simpatía.
Ernesto tienc treinta allas do edad. Hizo sus estuùios en París, y ha
viajado mucho, tanto en Europa como on Amérioa. Hace siete allas que
empezó á f,)rm~,r una colección de antigÜedades indígenas, y su aficiÓn
á los estudioil arqueol6gicosha ido creciendo con ]a adquisición de nuevos
objetos. Comisionado en 1887 por III Compal'lia Minera del Darién para
hacer un viaje al interior eJe esta región rica y olvidada, cnmplió su en-
cargo satisfactoriamente. A su r~greso á Bogotá publicó en el Repertorio
ColomóianG' ]a relación do su viaje (Oil 56 pági nas de texto), que fue leída
con interés, En ella describe el país que recorrió y ]as costumbres de los
indios darilJnitlls, á quienes observó muy de ccrca, procurando inspirarIes
confianza para ,ganar su voluntad. Hé aquí e] modo franco como se pre-
sentó li uno de sus jefes:
•• Llpgálllos It Tllplllisl\. El capitáo estaba en Sil casll. con los principales
del pueblo, y sin wás cerewonla hice colocar en ella mi equipaje, colgar lit
hamaca. y !Liltme instalé como lo harta en casa de un bueu awi~o, El capi-
tán no lo te,mó li mal; por el contrario, le agradó mucho mi wodo de proce-
der, Ille recibió con los brazos abiertos, y autes de principiar li dirlglrme al-
gunas pregunta~, we hizo traer UOI\ taZ8. llena. de chicha no ferlllen~da, qu",
bebt con placer después de un largo ejercicio á pie."
Encargado por el Gobierno del Consulado do San Francisco de Cali-
fornia en 1.888, pasó algún tiempo en dicha ciudad, y sigui6 luego para
Francia, deseo!!:>do visitar la Exposición universal de París. De regl·eso :L
OolombilL, 3n 1890, estuvo en México, donde se ocup6 en estudiar el cul-
tivo dol hencquén. En aquella capita] sc rO:lLcionó con el Dircctor del
Museo Nncional, D. Leopo]do Batres, quien se esmel'ó en hacerle conocer
los pI'ecios0s monumentos de la antigua civilización moxicana.
Vne]tc Íl. Bogotá de su !lu·go viaje, fue invitllc]O con instancia, por Sll
Ilmigo D. Isido::-o Laverùo Amaya, Íl colaborar Cil la interesllnttJ publica-
ción r¡ue con a'Jierto dirige con 01 titilla do Revista Literaria. EI'nesto
pensó escribir algo sobre México, poro lnégo cambió ùo idea y dio a] soflor
IJl\verde, el Mnl'zo ele ] 8!H, ti Il nrtir.n]o sohro I.os primeros !tabitantes
IV PUÓLOUO

ele América Las lecturas que Be vio obligado á hacer para laredllcción
de éBte, lu licieron cobrar afición al estudio de las crónicas, y como yá en
aquel entonJCS se empezaba á hablar de las fiestas de la conmemoración
del cuarto centenario del descubrimiento de América, se propuso escribir
para la Rev.~sta algunos artículos Bobre las tri bus que habitaban antes de
la Oonquista el territorio colombiano y sus costumbres. Entl'egóse de
lleno, durante un ano, á la lectnl'll detenida de las c¡'óriicas, tomando apun-
tamientos muy ordenados de todo cuanto tiene relación con lOllaboríge-
nes. No lo arreùró en esta labor ni la. mala letm y la incorrecciÓn qne se
nota en mueha parte do la copia manuBcrita de l:LsNoticias historiales de
Fray PoEIro Simón, ni la árida é inculta poesía de D, Juan de On3tallllno8;
tuvo el valor de leer los dos tomos manuBcritos del primero y los 110,000
verSOBquo cuantan las Elegías y la Historia del segundo. Sólo el deBeo de
"beneficiar est~ riquísima mina de noticias" le infundió ánimo en tan
grave empeno, pues dice de verdad D. ,Migue] A. Caro:
"En la fodlcl6n de Rlvadeneyra, con sus grandes páginas y menudo tipo,
no acierto. uno á decidir si más está destinado á hacer sabios 6 It haeer ciegos.
y si á csto se agregan, ps.ra el que abra por el principio el tomo de Castella-
nos, aquellas largas columnas atcstadas de octavas reales, con la perspectiva de
más de cien mil versos, llenos de escabrosldades de lenguaje y de métrica, es
de dudar qua haya en este siglo XIX muchos que lean de seguida, en condi-
ciones semejAntes, aquel escritor del .xVI."
Los arrcn]os pu blicados en el curso de l!n afio en la RelJistt~ Litera·
ria, refundidos y considerablemente aumentados, forman ]os capítulos
de In primel'a parte de estos ESTUDIOS SOBRE LOS ABORIGENES DE Co-
LOMBIA, que contienen además varios nuevoa capítulos. La premura dol
tiempo y la necesidad de atender á la redacción do una Resefla arqueoló-
gica yetnográfica ele la provincia de lIJs Quimbayrzs, y á las obligacio-
nes que se impuso como auxilillr de la subcomisión do proto-hiatoria, IlO
permitieron á Ernesto concluír]a segunda parte, que se publicará mÍLs
tarde. Yá elltán reunidos todos ]os datos necesarios para la l'eoElcción de
ésta, en ]a que se tratará de los asuntos Biguientes:
Agricul õUfl1; Industria; Flibricación de IllS malltas, arrna!l, muobles
y otros objetos de madera; sal, etc,
Comercio, Arquitectura, Construcción lle CUSllS, fortalezlls, pupntl's
colgantes, etc,
Orfebrería y Cerámica, Descripción de algunas piozlls interí'salltos de
oro y ùe loza,
Como hasta hoy se ha escrito tan poco sol)re I:>e aborígenes, Erno!'to
Be ha creíilo obligado li citar con frecuencia lOi autoros, t ••nto para quo
sea fácil ver ficar los hechos l'ollltados. comI) por<¡ue en mnchos cllsns
éstos son de tal naturalezI¡ que pudiera llegar á dudarae de sn rlicho.
Dejo cor, esto cumplido el deber 110 pad!'o que me impuse. Del rnél'i·
to que teng¡\ este libro corresponde llecidi¡' III público ilustrado.
VICENTE HESTRF:PO.
ESTUDIOS

SOBRE LOS ABORIGENES DE COLOMBIA

CAPITULO I

TRIBUS QUE HABITABAN EL TERRITORIO COLOMBIANO Á. J,A LLEGADA


DE LOS JtSPA&OLES (1)

Siempre cue se ha intentlldo escribir sobre asuntos relativos ri. la his-


torill antigua de América, se ha tropezado con las grandes dificultades
que opone la fulta de documentos. Si estl\ queja ha sido general y se ha
perdonado á historiadores que han tmtuùo de los pobladores de México y el
Perú, con mayor fIlzón se nos excusará á nosotros, que tratamos de las tri-
bus aborígenes del territorio colombiano. Estas, en realidad, bien pocos re-
cuerdos han dejado de su existencia. De SLlS ciududes y de sus palacios no
quedan ni las ruinus. Rcligi5n, tradiciones, leyes, todo fue sepultado cou
los mismos hombr£i3 que las practicaban. Pueblos enteros, numerosas nacio-
nalidades deeapureeieron sin que queùasen huellas de su existencia. Parece
que la vara poderoEU de Bochica hubiese abierto un abiEmo más profundo
que aquel que rompió para desaguar el inmensu lag-.>Anrlino, y que allí
hubiera precipitado las tribus colombianas, haciendo correr sobre ellas el
torrente del olvido más poderoso que el mismo Tequendama.
Una que otra columna derruída, pocos jeroglíficos, si tál podemos
llamar á las indcripeioncs en las rocas, y les monolitos labrados que yacen
olviùaùoB en la me<eta. ùe San Agustín, son los ÚnicoB documentos que
pudiéramos CO:lsultal' en la. superficie del Buelo. ; Qué testigos tan mudos

(1: Cou sumI'. atenciÓn hemos estudiado el AUn. Geor,rdfico é Histórico de la repÍl-
blica de Colombia ]lor el Señor )IANUEl. M. PAZ. A la carta l, que "representa la ruta
de los conquistadores, cte., lu. pusieióD de las tribus. cte.,' le haremos tres observacio-
nes: L" No cs bastante eompleta, como se verá pOlliéudola CDparalelo CODeste Dues-
tro esttlllio: 2.' Tiene lIluchos errores y omisiones, tales como la tribu ùe los Quim-
bayas: 8.- El uutllr ctlllfunde frecuentemente las tribus quo existieron con las que
hay en la actuulidad, dand'O preferentemente cabida ú estas últimas.
4 ESTUDIOS SOBRE LOt:l ABORÍGF:NES DE COLOMBIA.

de Jas antiruas civilizaciones! ¡Qué poco nos dicen do los hombres y los
hechos que ante ellos pasaron y de las gener.iciones que en su presencia
se desarrollaron y sucumbieron!
iQuién creyera que los sepulcros, albergues de la muerte, fuemn l,
única fuente de donde pudiéramos tomar documentos l'elativos á. la exis-
tencia y v¡¿,a do aquellos pueblos! Allí hemos encontrado objetos de oro,
de barro 6 de piedra que nos dan alguna luz sobre la industria J' costum-
bres de JOBindios. Triste es confesarIo, pero á falta de mayores documen-
tos, ya que no existen archivos qué consultar, ni manuscritos qué dewi-
fraI', excavllremosla tierra y estudiaremoB con avidez el contenido de las
tumbas.
No culparemos á Jos espanoles por haber descuidado el estudio de las ci-
vilizaciones indígenas y haber destruído los objetos que hoy pudiemn guiar-
nos en nuestros estudios de arqueoJogía. Esta ciencia estaba muy atrasada
en el siglo ;~YI. Nadie se ocupaba entonces en ¡¡cltmular objetos vlejos ó es-
tudiar vetuHtas civilizaciones. Si mucho demolieron los soldados de Fernan-
do é Isabel, ¿cuánto más no hubieran arrasado las legiones de Enrique VII,
á quien la historia apellida el OodicilJ80, Ó los soldados de Oarlos nIl, Ó los
italianos de la segunda mitad del siglo xv, en cuyas manos el pul'lal y el
velleno desataban lo que antes se tranzaba con la cspada? (1) No culpare-
mos tampoco el espíritu religioso de los conquistadores, el que, según algu-
nos autores: los llevaba á destruír ciegamente cuanto encontraban fi. su paso.
En contadas ocasiones el fanatismo inspiró la idea de hacer hecatombes
de íùolos ú objetos de los bárbaros. A los religiosos debemos los documen-
tos escritos que nos han transmitido la casi totalidl;\d de los datos que po-
seemos sobre las tribus indígenas de nuestro país. l~os piadosos misioneros
que con Sll incansable colo seguían á las tropas ospal'lolss, fuoron casi los
únicos que se preocuparon en legar á Ja posteridad nociones, aunque esca-
sas, relativhs á los indios, á su modo do vivir y ã sus ideas y creencias.
Consultaremos á estos pacientes cronistas, y los datos por ellos trans-
mitidos trataremos de completarIos con otros de escritores más recientes,
y ensayaremos trazar un mapa Jo más completo posible de Jas tribus que
á la lIegad¡¡. de los con::¡uistadores ocupaban el territorio que forma la
actual república de Colombia.
TaIt v.wta superficie (2) daba abrigo á un crecido número de parcia-
¡¡dalles, muchas de las cuales apendS alcanzaban á ser formadas por gru-
'Pos de cuatro ó mlÍs familias.
Los espalloles en sttS diversos viajes de conquista daban I/lt,,~has veces

(1) Histoire de }l'rance, por V. Duruy, tomo J. púg. fi07.


(2) 13,31J-25 miriúmetro8 cuaùrados, Geografía .gene/'al, politica y cidl de los Es·
tados Unidos rie Colombia, Felipe Pérez, tomo 1-134.
CAPiTULO I õ

á una poblaei6n el nombre de tribu, sin preocuparse con las semejanzas


físicas 6 la iientidad de costumbres y de idioma. A éstas las designaban
ya con el nombre de BU cacique principal, ya les conservaban su nombre pri-
mitivo, ya les daban un nombre arbitrario y chprichoso. De aquí resulta
que multitud de agrupaciones ó sociedades que en realidad pertenecían á
una misma raza, llevaban nombre distinto; de llquí que al recorrer las cr6-
nicas quede el lector admirado del sinnúmero de tribus que en':lontraron ---
en este suelo. Invocamos estas mismas razones para mostrar que no es po-
sible presentar llOa clasificación científica. TendremoB que contentarnos
con una enumeraci6n geográfica que haremos por Departamentos.
I X.
Los 73 miriámetros de costa comprendidos entre la Punta Paijana y
la8 Bocas de Ceniza cstaban poblados por lo general de indios flecheros
Caribes, "de la más recia gente qüe hay en la tierra firme" (1). Muchos
pueblos con distintos jefes vi Víllll allí, ya ses defendidos por los recios
arrecifes, ya aislados de las orillas del mar por espesos bancos de arens.
Aqní so ley,mtaban sus bohíos en medio de terrenos anegados y cenago-
BOS . .Más adelante sus caseríos se extendían al pie de las serranías domi-
nadas por las alturas cubiertas de nieves eterna3 del Picscho y de la Hor-
queta. Las plaYLs y ensenadas de la provincia .le Citarma. (2), las orillas
de los canales y de la Ciénaga., las tierras anegadas por el río Grande, es-
taban en poder de senores más ó menos poderosos.
Al N.E. del departamento del Magdalena, desde los límites con la
república de Ve(lezuela hasta las márgenes del río de la lIacha, habita-
ban los valientefl, arrojados y perspicaces Goajiros y Cozinas. Plaza cul.
cula en 70,000 e: número de ellos. De sus pueblos y jefes casi no conser-
van memori:~ la~ crónicas, siendo tan temidos, que siempre los esp~f1oles
respetaron sus dominios. Apenas si la historia recuerda los nombres de las
ciudades de Tuc.ltaca, Cancequinque y Cusnehucane.
En las 'Teinte leguas que forman la Ramaùa existían las poblaciones
y pnertos de
Gnaimaros, Debnya, Coria.na,
Tap!, Paragnanil, Biriburare,
Caborder, Mllcoir. ProceliB.nll,
Maracarote, Orm(o, Caraubare,
Con otras infinitas (3).
Entre ],~Ramada y Santa Marta estaban I..lS tribus de los hosphala,
rios Guanebuclllles y la ùe los Guácharos y Uamibes (4).

(1) ()onqu:sta" [le /lIS Indias, Oviedo, folio XXVIII.


(2) A~í lIamahaD las tierras comprendidas entre Hiohr.cha y Sa.'.lta Marta. Felipe
Pérez, tomo II, pág. 57!.
(il) Castellanos, l1iht()1'ia de Santa .lf'lrta, C. I.
(4) IIti<tor¡"ttgeneral de las conquista.1 del Nuevo ReiM de G l'a A ada, por el doct.or D.
Lucas Fcroúnllcz l'icdrnhitll, pág. 49.
6 RSTUDroS SOBRE r.Os ABORíGE~ES DE COLOMBIA

Pasando eI río de la Hacha quedaba Boronata (1).


AIO. de r@tos en el valle de Buritaca habitaba la tribu dd mismo
nombre. SUi principales poblaciones eran Bosingua, AlllUsi1lgua (2), Ma-
singa y Gat1'ínga, y Jas más peql!enas de Marubare y Arubare. Siguien-
do en lu miHnlll dirección tropezamos con lal!ltierras que avecinan á San-
ta Marta, li ocho leguas de la cusl est&ba el caserío de Ayaro, en la pro-
vincia lIam~.da de Cinta, y no muy distante la tribu de los Coronados.
Cuando BaEtidaB escogió la ciudad de Santa Marta como plaza de ar-
mas y punt) de partida para sus conquistas, Ilsentó las paces con los oaci-
qnel!l de Go:tra y Toganga, "que eraD los más inmediatos vecinos á Sota-
vento y á Barlovento" (3), y con los Dorcinos (más al S.). A cuatro leguas
estaban lOBBond88.
Am caza Bondlgoa
y aUf Honda;
Am de Posigueica
y de Tairama
Con todo8 108 demáll
De la Redonda ... (4)

Eran tan numerosas sus poblaciones, que sólo en los valles estrechos
de Cueto y Valhermoso quemó Alfinger más de siete de ellas. Al S. esta-
ban las tierras de los Jeribocas. No lejos de Santa Marta quedaban igual-
mente los Argollas, Oltanguas, C01¡c!taS,Marollas y Nengua1t,;es (5), y
un poco más distantes los Zacas, Gltairamas, Gttac/i.acas (ü), Origuas,
Qui1101/es (~.), Mamalazacas, Mamatocos é Irútamas (8).
Entre Santa Marta y Tenerife, en los terrenos de la laguna, habita-
ban los P(,P'~8, Agri:l!l y Mastas. Los Taironas ocupaban lOB terrenos ¡¡.
tnados al S. de la Ciénaga, el valle y las cordilleras que forman semicír-
culo á Santa Marta. Esos hermoilos sitios que hoy llevan el nombre de la
tribu que 103 habitaba, están formados dc vallcs pintorescos, de profundos
abismos y da abruptas roclls. Los ríos que lOB surcan son peligrosos to-
rrentes qm', desprendiéndose de altos penascos, ruedan por profundas
grietas forn-.ando cascadas caprichosas. Sólo las fieras rccorren hoy cstos
fértiles terc'cnos que habitó la valientc raza de los 'l'aironas (!l). Estos
eran de ('st~tl1ra gigHlltesca y tenían como sÚbditos ó bajo su protección
á todos 103 indios ¡de III provincia de Cll]amat', hasta Urabá (10). Entre

(1) Castellano~, C. III, P. n, E, J.


(2) ]{otic¡a~iIistmia/es, etc. Fr. Pedro Simón, tomo 11.
(3) Piedrahita, pág. 45.
(4) Castellanos, E. XlV, C. Il.
(5) Id., 1Ti.yto¡Ù de S'lnt't Jfal'ta, C. 1.
(6) Esta quedaba cntre Banda y ?oeigueycu, Fr. Pedro Simón, tomo m. pág. 611.
(7) Acost\, pág. 87.
(8) Castellanos, lfist01'la de Santa Marta, C. I
(9) La p!.1abra Tairona, según Herrera, significa.fl'ogua.
(lO) La nrr/a de América, por D. Antonio Julián.
OAPÍTULO I 7

sus numercsas poblaciones era la más importante j>acigueyca (1), corto


ùe BU principal .~acique, donde 20,000 indios salieron á atacar á García:'le
Lermn. (2). Seguíanlo Mangay, Sinanguey, Ori!Jueyca, Pijuelas y Oin-
corona.
Al Sur lIe l,)s l'aironùs moraban los Ohim:Iás.
En la. Sierra Nevada los Arllacos (3), y entre éstos y lOB'rll.malame-
'lues estaban los Itatas, Guanaos, Babures, Tapes, Gendaguas, Amoacas,
Ora/amos (4) Y ::nultitud de otros pueblos.
Dama, Bolwsa y Tairo/taca quedaban cerca del río San Diego. De allí
al valle dol :\'lagtlalena, y subiendo la cordillera para el Valle de Upar,
había grandes pueblos (5). Los Ooronados donde comienzan las llanadas
del gran valle de Upar (6).
El valle de Upar, fértil y rico, era do mnchas naciones en las lenguas
y ritos diferEntes. A orillas del río Gllatapori (río frío), y á. una legua del
río Oesar ó Pompatao (sellar de los ríos), fue fundada al ciudad de los
Reyes, sobre los escombros de lllla de tantas poblaciones incendiadas
por Alfinger.
De las rr..ontallas de Garupar á la Oiénaga c~e Zl1patosa se extendían
las provinciaa de los Pocabnyes, donde halÎaron pueblos prepotentes (7),
y los Alcoholndas (8).
LOB 'l'allueZameques habitaban el pueblo del mismo nombre, los terre-
nos bailados por la laguna de Zapatosa y las ciénagas y ca.ff,os formados
por el río Zezlll'i (9). Mencionaremos como principales poblaciones: Chi-
riguaná y Gum¡.jagua, en una ponínsula de la Ia.gunu Tamalaizaque, Zi-
paz a y Nicaho. Estos
Juntando de canoas muy cap.!l.C~S
Un n(¡mero de más de cuatrocientos,
y en ellas emba.rcaron estaI! gentes
Tres mil indias gallardos y valientes (10).

A orillas :leI río Magdalena estaban situados les Malebuyes, cuya ca-
pital era Barbudo. Abajo de este caserio estaban Ohingalé .YSompalI6n,
Tomala y Proa. N o lejos de allí
-- - ---- - -----------------------------
(I) En UDO solo (b aquellos valles recorrió Rojas en poca'! horns ocho poblacio-
nes á corta distancia InRS de otrllS. ,Juan de Cast<lllanos, P. I r, Elogia de Rojas. C. II.
(2) Cast3I1an.)s, llisto''Ùt de Santa. .Marta, C. /J.
(3) PiedrahHa p;Íg. 47.
(4) }'r. Pedro Simón, tomo Il, pág. 587.
(5) Id. íd., t(lmO ::II, págs. 617 y 23.
(6) Castellanos, Hislori.a dél Nueoo Reino ck G'·anad(~. T. II, C. XVI.
(7) Id., Hi81{)rút dt' Santa Jllarta, C. n.
(8) A.sí lIamallos porque Be teñían con tinta negra el remate de íos pllrpados. Pie.
drahita, pág. 51.
(9) De Clte~znr (a~ua calma), Luis Striffier.
(10) CaBtelJar:os, P. JI. E. l, C. m.
8 ESTUDIOB BOBRE LOB .ABORÍGENES DR COLOMBI.A

Acudieron caciques de la tierra


Con más de veinte mil hombres de guerra (1).

II
Lo misTOo que las costas del Magdalena, lus no mellos pintorescas del
departamenl,o de Bolívar estaban pobladas por indios Caribes. Las lIanu-
l'ilS cran del deminio ùe los 'raironas.

Entre los límites de estos departamentos y la punta Canoas, en


las hermosa3 ensenadas defendidas por peligrosas rocas y domiDadas por
pintorescas islas y escarpados barrancos, había mllltitud de fracciones é
insignificantes caseríos, cuyos habitantes se reunían en Tubará {L discutir
BUS intereses comunes. De allí su nombre que significa re1tnión (2). Al
Oriente de éstos quedaban los Malambos, y al Snr los Mocanaes (no hay).
De este últ.mo punto tÍ. la barranca de Mateo se extendía el pais densa-
mente poblado de Los Tablados (3) y al N. el pueblo de Zamba (4) eu la
isla del miEmo nombre, á catorce leguas de Cartagena (5).
La baUs de Cartagena y costas adyacentes, si exceptuamos las playas
cubiertas de manglares y los llanos bajos inundados, estaban pobladas
por súbditos dol Cacique de Y urbaco 6 Turullco (Turbaco).
Las islas tambiéu tenían sus moradores. Carex se llamaba el Cacique
de Codcgo y sus dos principales poblaciones, una en Bocachica. á la cual
llamaron Ici Rica, y otra hacia el interior de la Isla. Al lado opuesto ùe
ésta habitaban Cospique, Corinche, Carõn, Cocón, Matllrrapa, Timiri-
guaco y CMricocox. En la isla de Barú, á inmediaciones del cano de Pasa·
caballos, e3taba situada Bahail'e (6).
A barlovento quedaban los pueblos de Cano pote, Mszaguspo (7),
Guapates, Turipana, Mahates con su Caciquo Cambayo y "la gran po·
blaeión de Cipacua," cuyos caciques estaban en guerra abierta. Todos
éstos perbmecientos á la tribu de los Macanaes (8). Al primero de estoB
senores pertenecían igualment.e Oca, Tubará y Cornap"uca.
Al Oriente, hasta el Magdalena, se extendía una cadena de multitud
de pueblos (9).
A orillas de la leguna de Tesca se hallaba el pueblo do C'anopotes, y
------ -----------------------.-----
(1) Castellanos, P. II, E. IV, C. v.
2J Felipe Pérez, tomo II. pág. 649.

!
3] Con muchus poblaciones dc gran númcw de gentes cada una
4] Pi(.drahita, pá~. 58.
5) Fr Pcdro SimoD, tomo HI, pág. 57..
l6} En su Compend.io hist(n'ico del de3culn-imieldo y colonización de la. NI/eN Gran~-
da, el Coronel D. Joaquín Acosta (pág. 14) da á cstI' Cacique el nombre ùe Dulio
Ó Duho8 .. r. J. Nieto llama Bahsirc al pueblo y Dabas ti su Cacique. eu lo eUl\1está
de acuerdo con Fr. Pedro Simón, '1'. Ill, pág. 69. Y con Piedrahits.
r7) ETa Tocan a Bcñor de :Mnzaguapo.
(8) Fl'aY Pedro Simón, T. IU, pág. 77.
(9) Fr. Pedro Simón, T. m. pago 78.
CAPÍTULO I 9

á la izquieda de la bahía de Cartagena, á co::,ta distancia de la costa,


Gaatena. Junto á éste, en una barranca, había otro caserío (1), cuyo
nombro no registra la Historia.
Yurbaco y Calamar ó Galamary (que quie::-e decir cangrejo) eran los
dos pueblos princi pales en tre los muchos que en estas regiones existíall (2).
A poco que salió del útimo de los mencionados, Heredia encontró otro, si-
tuado á corta distancia de una laguna, y siguió por espacio de tres leguas
viendo por todas partes grandes poblaciones hiista la entrada de un case-
río tan extenso, "que hacía dos horas que Rndábamos peleando y no
habíamos llegado á la mitad del pueblo (3)"; éste fue incendiado por
sus moradores. A poca distaucia halló otro más grande aún.
Las islas de San Bernardo estaban todas bien pobladas de gente (4).
El cacique de Tolú tenía cinco ó más caBerias á dU mando, y era
duello de laB hermosas costas que forman el golfo de Morrosquillo. La
capital de sus dominios quedaba á seis leguas a: S.O. de Cartagena.
Sobre la costa, antes de Ilegal' al Sinú, Ojeda encontró una impor-
tante población, mas calla su nombre.
En la vasta llanura que se extiende sobre la margen derecha del Sinú,
y que á primera vista pareció á los espafioles tan poco poblada, había
multitud de caseríos y el pueblo de Finzenú, que otros llamaron Zenú,
de más de sesenta casas. El resto del valle hbbía contenido una densa po-
blación, que la peste había diezmado.
Llamábase PinzenÚ lo que hoy ocupan la villa de San Benito Abad,
Tolú, Ayapel y aus alrededores. Era su capital Tacasuán (5), y BUSprin-
cipales poblHdoB CMnÚ, residencia de la cncica rota, Farquiel, en la cual
había un adoratorio, y Guamocó.
Las serranías que se extienden al S.O. del Departamento estaban po-
bladas, y en ellss había muchos caseríos y rancherías. Estas y las tierras
comprendidas entre San Jorge y el río Cauca eran dominio del Cacique
de Yapel, ó Ayapel, á cuyas órdenes estaban multitud do senoríos de ga-
llardos, dispuestos y arrogantes indios (6). En BU primer combate con
lOBespalloles, ceroa de Yapel, la capital, 2,000 de estos indios fueron des-
baratados. Más lldelante, á orillas del río Cauca, encontraron los caste-
llanos una población, que sus habitantes destruyeron antes de dejar

(1) Acosta, 122.


(2) Cartagfna ft:e fundada donde mismo quedaba el pueblo primitivo de Calamar.
Fr. Pedro Simón, 'I'. III, pág. 67.
(3) Heredh. Documento manuscrito citado por Ace·sta, pág. 112.
(4) Fr. Pedro Simón, T. III, pág. 20.
(5) 'facasuán se bailaba situada donde boy sc levllllta San Denito Abad. Geofll'a·
fia, etc., de la .prO'/!Ù¡ria de UnrÚlge7la, por J. J. Nieto.
(6) Acosta, pág. 130.- Yapel estaba situada sobr<) una colina li )a entrada de
las sabanas por el N.O. Fr. Pedro Simón, T. III, pág. 132.
10 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

hol/ar su Euelo por los extranjer08. De ahí para Hrriba las poblaciones 8e
extendían Il pérdida. de vista en los dominios del Cacique de Nutibara,
del cual eran tributarios todos los moradores del valle hasta la sierra de
Abibe (1)
Del Finzenú, siguiendo la tiena. adentro hacia ]a cordillera de mon-
tafias qno tiene su origen en la de María, y flUO se ùosarrolla entre el río
San Jorge y l¡¡.margen occidental del Canea, quedaba la provincia de
PanzenÚ. La de Zenufarra se extendía de~ otro lado del Cauca, en la
parte del departamento de Antioquia, que después tornó el nombre de
Zaragoza (2). En esta región quedaba Simiti.
Uno de 108 centros principales de los lIltnos de Corozal era Sincelejo.
Las tribus del Sinú, hasta la punta de los Arboletes, eran triLutarias
de los U l'Ii baos.
A orillas del río Magdalena se encontraban multitud do tribus y de
poblaciones; Yagltará y Zipacua, no lejos de Barranquilla; lJfompox, el
más poderoso y que contaba el mayor número de súbditos; Talllalagua-
taca, Clti~uitoque, Talaigua, Tacalazal¿uma, l'acaloa, MencMquejé, y
varios caseríos de los Guamaiues, .MaliMes y Ablt1'raes. Una de las islas
del río estaba poblada de gran número de gentes.
El Cacique de Abibe era independiente y tenía su capital en la falda
de la montana del mismo nombre (3).

III
Trastornando el orden geográfico seguido hasta aquí, dejaremos para
más adelante las tribus del golfo de UrablÍ, y pasaremos á 108que habita-
ban el departamento de Panamá.
l.•
a prmera tribu COll que tropezámos al Oriente del Istmo era la del
Cacique C.¡maco, á pocas leguas de la margen izquierda rlel Atrato.
Al N. de I" costa, en un valle ameno y cultivado, surcado por aguas
corrientes y cristalinas, en medio de árboles frutales, se levant;,ba el cer-
cado del Cacique Comagre. De aquí, siguiendo al anterior, al llegar á las
serranías que dominan el golfo de Urabá, quedaba el caserío de QUa1'eea Ó
Escaregua, quien con más de mil hombres presentó combate á. Balboa.
En los lIal10s cercanos moraba Teoca ó Teoacluin " en la falda de la cordi-
llera Pacr1, Ó Poncra (4), yen los puntos más elevados Catoc!¿I3, Zltirisa
y BU'luebl!.'lUC, ell tres miserables poblaciones.

(1) Del nombre de una población que en sus faldas se veía. Fr. Pedro Simón
T. II, púg. J 76.
(2) J.,(£ Guel'l'a de Quito. por Cieza de León. Prólogo de Marco Jiménez de la
Espada, pá1!. XLVIII.
"(3) J, J Nieto.
(4) ACOita, pág. 52,
CAPÍTULO I 11

Bonomial1la, Pacorá, Pocorosa, Secativa, Tumanamá ó Tubanamá


(este último, ell las altura¡¡ que dominan á b'3 Comagres,' so extendían
sus tierras hasta Panamá.), Chepo, Chaq¡¿iná, Cl¿ac¡¿cá y Tamaché, lo
mismo que los CMapes, eran duenos, en el orden in:!icado, de los terre-
nos comprendiùos entre la cima. do la cordinera y la costa. ael Paoífico.
En la parte Sur del golfo de San Miguel y en las islas habitaban las par-
cialidades de CGCI¿re 6 Cor¡lterO, Twnaco y Terareq /tí, d ueílo de la isla de
San :MigueJ. Ee los valles que parten del golfo hacia el Sur, ango:;tándoso
hasta llegar á la Punta de Pinas, vivían los Uhochamas 6 Ohicamas, yal
Sur de éstos les súbditos del Cacique Birú (1).
Volva'noB al Norte. En las islas San Bla!! había muy pocos indios.
Al Occidente de Nombre de Dios vivía el Caciq,¡e Darete en guerra
abierta con. BU,ecino de Panca 6 Poncha. Oon éstos colindaban los Urirás.
A poca distanci:1 de la boca ael río Kie"?ra (hoy Belén) ha1l6 Co16n
un pueblo numeroso (2); en el puerto (le Retrete encontró otra población
de indios bien formados y de alta estatura, y no contrahechos y de vientre
prominen';e, como los vistos hasta entonces por el Almirante. A un caserío
dio el nombre ùe Bastimentos por las &cmentel'RS de maíz que había en
él y en la.3 vecinaB islas. La hermosa bahía Je Portobelo estaba rodeada
de casaB tn forma de anfiteatro, y sus numerosos pobladores eran aquellos
valientes que poco untes habían rechazado á Nicuesa.
Del '~abo Gracias á Dios á la provincia de Vera~uas, Badajós atra-
vesó por potladísimas tierras pertenecient'3s á. distintos Caciques (3);
Totomagna, Tatachel'uOí, DItame, el poderoso Natá, Escotia, Tara cu rí.
Penonom.é, 'l'aboI', C7¿ertÍ, Pal'iba ó Pariza, á quien á causa de BUB gran-
des riquezas llamaron los espat'ioles París, Dhicacotia, Gltanaga y lOBva·
lientes é infatigables Urracá, Musá y BulaM.
l<~ntre los ríos Cateba y Cubiga, Colón reconoció cinco grandes case-
ríos. LOB bosques y playas que regaba el pl"imero de éstos estahan, lo
mismo que Jas má.rgenes del Guaiga, densamente habitudos (4).
En BU cuarto viaje, saliendo de la cOBta Be }Iosquitos, el Almirante
arribó á laB Bocas del Toro. En medio de los manglares cuyos tallos BOS-
tenidos por nervudas y poderosas raíces pareoían surgir del fondo del
Océano, y á la Bombra de los coposos habas de dorados frutos quo adornan
y embellecen los canales de Cerabora y Aburema, en una ùe las islas
encontró UlI puebJo y surtas en él veinte canoas (5).

(1) Acosta. pág. 80.


(2) Id., pág. 11.
(3) Id., pá/{. 68.
(4) Id., jJág. 11.
(5) Id., pág. 5.
12 ll:STt'DIOS SOBRE LOS ABORíGENES DE COLOMDIA

Los callerÍos mlÍs occidentales del Istmo eran los pertenecientes Á 108
senores TulÍbal' ó l'utibrá, Tmwca, Chiriqui, Vareda y Burica.
Casi to,las Jas tribus del Istmo pertenecían á la nación Cuna y habla-
ban el mismo idioma, el Cueba, con pequefl.as diferencias (1).
Acosta :lalcula en 300,000 el número de habitantes que yiv:an en el
hoy departamento de Panamá. Si hojeamos la historia de la conquista,
veremos á '~ada paso Il aquellos atrevidos é infatigables indios oponer
murallas de miles de desnudos cuerpos á 108 destructores efectos de
los arcabuce¡: espanoles. lncalculable es el número de víctimas inmola-
das por la cobarde codicia de Pedrarias Dá vila y el de aquellos defensores
de la libertad de su suelo, que con su sangre regaron las montafl.as y
valles del Istmo y sus inmensas selvas. :Muy Jejos de parecernos exagel'ado
el cálculo de Acostl\, lo juzgamos inferior á la realidad.

IV
Las tribus que habitaban el Norte y centro del depdrtamento del
Oauca pertenecían á la nación Chocó.
Los Ura~ae8 eran duenos de las costas arenosas del Atlántico J de las
orillas hajas, anegad izas y cubiertas de manglares del Atrat? inferior.
Tenían su capital, Urabaibe, en la boca del río (2). Sus principales caci·
cazgos y caseríos eran: Marabue, cerca de la primitiva población do San
Sebastián (3). Oaribana, á la entrada del Golfo; Ol'omiru, Oil Ulla de las
islas (4-). Turuí, á orillas del río Bacurá; Tirufí 6 Tiripí, Abibeíba, Apu-
rimandó ó Le¿'ll, todos pertenecientes il Dabaibe. En 10.3 orillas del Atra-
to, Balboa enl:ontr6 dos poblaciones, cuyas Ca31\S estaban cOllstruídas
sobre árboles pllra defenderIas de las inundaciones.
Ningún cronista 110S transmite el nomùro de éstas, auuque no serían
tan pequenas cunndo de ulla de ellas salieron 4,000 hombres á defender
su entrada. Otra de somejante construcci6n halló G6mez Hernández.
adonde no pudo penetrar por la fuerza de las armas. A orilIas de este río
vivÍlm también los Gugures. Las tierras del podtlroso Dabeiba principia-
ban á diez leguas de las bocas del Atrato. La Antigua be fundada en el
sitio de un caserío de indios flecheros (5). Oromira, á la margen izquier-
da del Darión, frente á una pobladísima isla (6); Y Tllbebe, ell los confi-
nes con Antioquia.
En laB costas del Pacífico había numerosas y valíen tea tribus (7),
como lo probaron en la resistencia que opusieron á los espuf101es en
(1) Acosta, pug. 78.
(2) ~'r. Pedro ~im6n, T. m, pág.3.
(3) Id., T. m, pág. 32.
(4) Castellanos, I/istOl-ln. de Cartagena, C. VIU.
(5) Fr. Pedro Simón. T. Ul, pág. 32.
(6) Id., T. III, pág. 390.
(7) Acosta, pág. 82.
CAPITULO I 13

Paertoquemndo, Cupique, en los valles de Baeza (hoy Baudó) y Forta-


lezas, en San Mateo, etc. Eran duenoB de caBi toda la costa los Noanamas
y los Oitarae~, y máB al interior lOBGirimbirau..
Impracticable en invierno por lOB pantanos que cn ella Be forman y
los hinohados torrentes y ríos que la surcan en todas direcciones, poco
habitable á caUS3 de los aguaceros casi permanentes, la serranía de Abibe
no contaba con más moradores que los sÚbditos dispersoB de Quinu.nchú,
tan foroces como los tigres y leones con quienes compartían BUSguaridaB.
No así IllS falda~ de la cordillera y lOBllanos que Be extienden á BUBpies,
llenos de poblaciones tributarias del Cacique Nutibara, quien con 20,000
indios recibió á ]~rancisco César cuando por primera vez vino á importu-
narle (I), ReconocÍanse tributarios suyos los habitantes de los poblados
valles de los Pitos y de Mauri. Eran vecinas de éste lss poblacioncs gue·
rrel'as de Tatabe (2) y Tuatoque (3).
Venía luégo la provincia de los Chocoos y al S. Guacuná ó Quin-
chÚa. Más adela":lte, al S., Otumaní, el Pescado,Ocuzco, etc. Parsa, Pira-
ma á dos leguas al Oriente de Anserma. Irra ó ¡r1'ua á la margen derecha
del Cauca; era ésta una gran población. Los Tapuyas y Gaaticas. (4) vi-
vían en la provincia dc Urabá. A pocas leg1laS;\1 Occidente se ha~ban las
tierras de C'irichá, enemigas y no muy distantes de los Capermantas; al
otro lado dclrÍo la provincia de Garrapa. Más al S. estaba la provincia
de Nacor en un valle cubierto de grandes pobhciones. En la provincia de
los PastoB yivían los Quillancingas (5) y al N. los indios de iraca, Na-
ratupe, Gartamo, Pirza y Sopía en las cabeceras del Atrato; Ocuzco, ltra,
Gua1'ina, Ooct¿i del Cacique Guraca,' Riteron, Gttac1llnan, Guarama
Davitoya, Propon6sta: todas hacia la margen izquierda. del río Cauca.
Muchos pUllblecillos había en esta ProviDci" hasta el ríoChinchiná (6).
La. Provincia. de los Q aimbayas, situada hacia el Norte de Cartago
la vieja, ostaba rega.da por 103 ríos Tacz¿rumb£ y Zegues, y cubierta de
inmensos bosquos de glladuas, matizados por hermosas palmeras de piji-
vaes, tan impeu:ltrab\es que "casi no se puede andar por ellos" (7). Su
extensión el:a de quince leguas de longitud y diez de latitud, y corría desde
el Riogrande hasta las nevadas cimas del Ruiz y Santa Isabel, por terrenos
fragosos surcados por numerosas aguas y cubiertos de vegetación. En su
límite supE,rior existe un volcán que en las mananas claras se cubre de un
picacho de niebla. La capital quedab/\ lÍ. siete leguas de la cornillerl\.
(1\ LI/. arón~:n, del Perú, por Pedro Cie7.l\de LClÍn. folio 17.
(2) Cie¡;l\ de León.
(al ~·r. Peùro tiim6n, T. m. p.íg. 209
(4) Acosta. pág. 164.
(5) Velnsco, 17~. lliltQrÍt/, del R~iM de QuittJ.
(6) Acosta, pág. 262.
(7) Déc:~dl\s de Herrera, d. 6., 1. VUl, Cap. IV.
14 ESTUDIOS SOBnE WB A.DORlGEN]~B DE COLOMBIA

Domjr aba en el VillIe do Lili (Cali) el cacique PetcClti, ¿e la tribu


de los Gor:'ones (del nombre de un pescado). Emn vecinos suyos los
Jamllndis, con grandes caseríos. En las pobladas orillas del Cauca, frente
á éstos, vi vía Galambás, y hacia el lado de la cordillera veíanso caseríos
hasta de m I casas, con siete ó más personas cada una (1).
Al N. de Cali moraban los Bugas y al 8. los Barbacoas. Entre
Cali y el P;lcífico estaban los Timbes, Conzotas y Goinzas. Entro Cali y
Buenaventura, á orillas del San Juan, y en las márgenes del Jamundí
so encontrab:m multitud de indios, entro ellos la tribu de los .Agllales.
Al S. de é¡;tol! quedaban los inllios de PÙndamó, Plaza, Guambías,
Coconllcos y Cotares, y los pueblos de Guanza, Malvasá, Polindara,
Palacé, Teubío y Golaza. Cerca de éstos Zatara, Guanaca al S., Gua-
chicane al Oriente. Más al S. se veían los de Cochesquío, Lagunilla,
Barrancas, y la gran tribu de los Masteles.
Las fre!;cas y amenas tierras dol Cacique Popayrin tenían "crecida po-
blación en l,arte llana " (2). De solo la fortaleza salieron 3,000 guerreros
á atacar á Ampudia. Eran súbditos suyos, además de los anteriormente
citados, los Yacuanqueres, Palos, Solimanes, Bolos (3) y Oióundoyes.
En el valle de Patía oran tin numerosos los indígenas, que en su
primer enCl,entro call ]os espafloles les presontaron de tres á cuatro mil
guerreros.
Entre l'atía y Pasto también tropezaron J08 conquistadores con mu-
chas poblac ones, peleando diariamente con ejércitoB luO demoraban su
marcha (4). Las principalea do éstas oran: Turca, /sancal, CUTllbá,
l]Jiales, Iles .. Guallllatá, Panyán, Funes al centro; Sapuyes, Túquerrea
ó Tacnrres, Mallama, Yacenal al Poniente; Bltisaco, Guayansangua,
Mocojonduqu.e, Mar;ajamata, Imazacamote, Bejondinf) y ~l{eondino al E.,
Sebondoy y (}llaca, al S. Todoa pertenecían á la nación Quillancinga, la
cual contabb. más do treinta parcialidades independientes (5 ).Eran de
eate número igualmente 108 ()acampues, Chorros, Ruiles, .Argayanes y
Paguales.
Al S. de éstos quedaban los GhapancMcas, MasteZes" .Abades, Ohancos
y B~joleos (6) y los PicMlimbíes y Cltilas entre loa ríos Telembí y Patía.
En el Cuquetá, entre multitud de pequel'l.as tribu!, citaremoa á. loa
Yacuallquer£8, Cltapiale8 y Papiales al N. O.; lOB Mocoas, PtltOCOS y
(1) Castcllanos, pág III, E. de BenalclÍzar, C. lJI.
(21 Castcllanos, parte 3."
(3) Picdrahitll., pág. 77.
(.!) Id., pág. 76.
(5) Id., pág, 84. Podemos agregar á é,¡tos 103 pueblos de Cl¿uchal.dù, Ascua!,
(allama, Capu's, Chapal, Nales y l'tales.
(6) HisÙJriJ CÙll l~iTl() CÙl Quito, 'por cI Presbítero Juan de Velasco, T. II,
ig. 142.
CAPÍTULO 1 15

Sucumbio,~ á orillas riel Gaquetá; los Mllco¡¡ cn lliS márgenes del Pap::.me.
ne; los Gltaipit!s y los Putuma.'los en las má,rgeues del rio del mismo
nombre; y :05 Ca.irmes, hombres feroce.:! que dominaban á las demás tri-
bus (1). Los Palemques y los OmeguQs, que co:¡tablln muchas parcialida-
des. En fin, los Tuzas.
A orill.is dd alto Putumayo fueron atacados los cBpal'ioles por más de
15,000 indios. Era Lathe UllOdo los Caciques :Jrincípales (2).
A tres nacionalidades principales podemos reducir los distintos habi·
tantes del Oaucll tln el momento de la conquista: los Ghocoes (3) al N.
y los Oma,qBas y PÚ"ClOS. Esta Última reconocida como protectora de la
anterior. L'lS O¡,wguas y Pijaos contaban COllun total de '600,000 almas,
de Il\s cllalen 120,000 pertenecían ã los Pijaos. E.:ltos se extendían desde
las montat'il\S de Ibagué, por llanos y ferrllnÍlls, en Ull terreno de más
de 100 legu/.s do largo, donde están hoy Buga, Toro, Culi, lu fronter&. de
Pop"yán ha!Jlu Caloto y Salamanca, y parte de los departamentos del To·
lima y Cundinamarca.
Por algunas de las cifra8 que anteriorment03 hemos presentado podrá.
calcularse el Rinuúmero de indios que poseía lo que hoy constituye el de-
partamento rlel Cauca.
SegÚn clilculos de Acosta, había m(is de un millón de habitantes desde
Caloto hasta Ansermaviejo (4). Era tal el número de tribus indepen-
dientes, que tí. Cllda paso, como brotando ùel suelo, salía á impedir la
marclw t¡'iunfal del estandarte ùe Castilla, que rá los jefes, IllS más de las
veces, ni se p.:·eoclIpaban por darles nombl'e y plls~blll1 de uua ú otra con el
mayor desprecio, conservando únicamente el r03cucl'do de aqueUas que
les procnrnban or::>Ó gloria.

v
Hemos visto :7á, á vuelo de pájaro, la8 distintas tribus que habitaban
108 Departam'3ntoB banados !Jor los dos océanos. Visitemos ahora los del
interior, principillndo por el departamento de Antioquia.
Asombro j grata Borpresll causó tí. los espanoles la vista dell'ío Cauca
cuando bajaban la serranía de AyapeI. Dominaban de allí un extenso y
limpio llano s~mejal1te á. un tv,blero de ajedrez, cuyos cuadros los forma-
-----------------------------------
(1) Entru h.s OblllS conSllltlu!tt9 pam estlthlecer el sitio 'lile ocupauan las tribus
del Cl1quctá, IWlJlosellcontrado tal difusióll, flue no~ es ,leI toùo impI)sible fijllr cste
punto de Iluestra Ilntj,~ua geografía.
(2) Cnstella nos, P. H, E. III, C. I.
(3) :l\Iás de treinta pueblos fueron lmllndos entre ;:stcs indios,
(4) Poco después de la conquistll. cuando aÚn Jos _lldios andaban por los mou-
tes huyendo del :,'ugo espafiol, se contabun 20,OOD en Pasio, ~O.OOO CD Timllná, mús
de 80,000 en Arma, 2;),000 en Caramanta, mÍls de 30,000 en Cl1li, 40,000 en Anserma-
viejo. Poulaciou,~s pequefias como Chapanchicll é Izcancc. contaban cllda una hasta
20,000 indios, Es:os df,toS, que tomamos de la Relarión de Popnydn, por Fray Jerónimo
de Escobar, nos parecEm e3.8gcrndos,
16 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

ban innumerables poblaciones y espaciosas casas, sementeras y huertos de


árboles frutales. A este valle dieron el nombre ele lIuaca, Guacá ó Cauca,
que significa ídolo, adoratorio "ó cualquier otr;i cosa senalsds por la na·
turaleza" (1). El primer Oacique que alli encontraron fue el ùe Tuato·
que, tributario del de Utibará. Vecino de éste quedaba el vallo do Nore ó
Nori (2) "con muy espesRs poblaciones," cuyos hermosos, eôforzados y
valientes habitantes oùedecian á Nabuco ó Nabonuco. Al Occidente había
nn pueblo g)'ande, fundado sobre gruesos árboles. Al S., Y no muy dis-
tante, estabr. el valle de Buriticá, con su inaccesible capital encajonada
en rudos pellascoB como nido de águila. Entre Antioquia y Duriticâ había
muchas caS8S de indios y un gran pueblo (3). A orillas del rio Oauca
quedaba Ciriclw y más adelante Zopia (4). Junto á Buriticá. quedaba
Xundabe, y más al Occidente Cauroma, al S.E. Oaramanta (5) y hacia
el Oriente Cartama.
Las pOblaciones que los espanoles encontraron más al N. fueron:
entre Porce y Nechi, Tuingo (6), NoriRco, ltuango, Puoio, Ceracuna,
Guance, Catibu7'Í, Cuizco, Araque (7), Camuta, Pebere, Nitalla, Tuin,
Teco; Gua:!lIceco, Bajaquillla y Tacujurango (8) en el valle de Korisco
"de grandES poùlaciont:s;" Bredunco, Brenuco ó ~egueri, en el valle de
Teneo é ItuállgO, con poblaciones hasta de cien casas; la provincia de
los Pumblll~ junto al paso del Cauca (9); Guazuceeo, Pueùlico, Peque y
Curumé (1\l) en laB pendientes de la serranía que bafla el Cauc!!.
Muchos indios habitaban las llanuras de Oancún á. orillas del Porce.
Al S., trasDlontando las colinas, estaban lOBdominios de Zttrurn(J, Catill,
Pequi, Penco, y al S. de éstos los de Ebéjico.
De K. á S. en las riberas del Cauca, á In derecha, quedaban Blanco
de Sal, Zeíl1fallá (11) y _l/ungía, esta última dominada por el páramo
de A roi.
(1) acosta, púg. 2[);). Fray PEÙro Simón dice que llu8ca quiere decir dtmonio.
T. II,pág. 176.
(2) •• ]}onde cstá ahora asentada la ciudad de .Antioquia." Ci(:zll. de León,
folio 32.
(3l Cie •.a de León. folio 32.
(4) Ill., folio 33.
[5] Id .. folio 33.
(6) La~ agulls del valle ùe Tuingo acrecentan IllS del Zenú. Fr. Pedro 15imón.
T. m, pág .. ï97.
(7) Ve .N. íi 8. Cuizco, Araque, Tuingo. Las agulls que Jas bañan nacen en las
serranias de Vuruuta. Ituango. Nitana, Pubio. Pebere, etc., cabeceras del Zenú, cuyas
márgenes e~tabun muy pobladas.
(8) GI!l'Ul'afia General y Ul>mpendio }¡¡stéJricodel1!,¡'tado de Antioquia, por M. Uri.
be Angel, pig. 705.
(U) EstlJ. provincia ponia 11n á la tierra rasa. Eran sus capitanes Tecuce y
Agrasavu.
(10) M. U. Angel, 506. Curumé quedaba donde está ahora Anzá. Poblanco
donde queda Amagá., pág. 738.
{11) Primitivamente llamado Zellu.fana, el pueblo mlÍs grande li mlÍs de 200 le·
guas a la redonda. Fr. Pedro Simón, T. lU, pág. 91.
CAPÍTULO I 17

Entre el Cauca y el Nechí citaremos como dignos de atención: el


pueblo de la P~sc1ta, ã orillas del Cauca; Poblanco, Las Peras (1); Los
Pobres, entre Arma y Buritaca, La Sal, Titiribí, Anor£, Carur¡1tía, San
Andrés, La Loma, Tiquirí, Ubeda, Cáceres y Pesquerías.
En solo el vILlIeùe San Andrés quedaban los caseríos de Guarcama,
C1Mrquia, Pipimán, Ozeta; yen sus confines Maquirá, Aguasisí, Omogá,
.Neguerí, .Yusca, Agl~ataba, Abaniqui, Taql~iburf, Mosteco, Moscatero,
Cuerq1tisá, Carimé, Ochalí, Ubaná y Quimé (2).
La pal·te de Zenifaná, perteneciente ã este Departamento, la consti-
tuían las tiprras árida!!, pero ricas en oro, bat1adas por el Nechí y SUB
afluentes, on las regiones cuyo centro queda en Zaragoza y Remedios (3).
Cerca de Paramillo.se fundó á San Juan de Rodas, entre IllS provin-
cias de Itr.ango y Norisco.
A inD1ediflc~oneB de la sierra de Urrao habitaba Toné.
Las orillas delPorce, llamado por los indios Aburrá, estaban muy
pobladas por la tribu del miBmo ·nombre, la cual se exttlodía hasta las
bocas de Tacaba. En el bajo Porce habitaban lOBYamesíes de la miBma
tribu, cuyo ms,s poderoso Cacique era el de Oucubá (4), donde fue fun-
dada la primi;.'.va villa de Zaragoza, en el vaI:e de Vitué. Tenía mds de
2,000 habitant.es.
Entrü los puntos ocupados por Bolívar J Andes se levantaba la rica
y floreciente ciudad de Cori (5).
En el valle del alto Aburrá cstaban, entre otros muchos, Jos pueblos
de Bila.gÜi ó ltagiU, Allá y Niquiá (6).
La P 'ovil:cia de Antioquia contaba con numerosas tribus. Las prin-
cipales eran: Pequi, G1f.ama, cuyo Cacique e:'a Zuburruco; Pebere, Nila-
na, Tuine~, A/'aque, GuaCltCeCfl, Teco y 'l'ocina. Tabebe, Atocillll, Cucu-
ba, Bererllá, Eucabé, Ebéjico y Peqlli eran !..tsmás vecinas de Antioquia.
El poblad) valle de Iruca, las ricas tierras de Naratupe, la gran ciudad
ùe Corí, quedaban entre Nore y Caranlanta.
Recol'daremos de paso el nombre de algunas poblaciones tahamÍes:
Yolombó, San Antonio, Peilol, Cocorná, Mailamac (Armas), Aplt1'imac;
estas trcs últimas pertenecían á la tribu de los Armas (7), los Paucaras
------------------------------------
(1) Allí tI~vo Robledo un encuentro con 4,000 gandules (Cíeza); en La Sal
peleó con trlÍs dè 1,000 indios. L:\s Peras donde está. hoy .Amagá (!l. U. A). Medellín
Carta 3.", Revist.a Literaria, T. IIf, pág. 307. '
[2] Castelll1110S,p. III. lIistoria de Antioqltia, \J. xu.
(3) Acosttl, pág. 124.
(4) Id., pág. 362
(5) 111.Urih3 Angel, pág. 611,y Castellanos, P. m, Historia de Cartagena C. VII.
(6) Mnnuel Uribe Angel. '
(7J En el a;icnto del Cacique Maitamac se fun¿.ó la población de Sonsón. M. U
A., pág. 6~5. La provincia de Arma tenía scis leguas de latitud y diez de 16ngitud'
y más de 20,000 habitantes. '
18 :ESTUDIOS SOBRE LOS ABORíGENES DE COLOMBIA

ó Pácoras COllmás de 6,000 inùios, siervos del Caciqae Pimaná; Puchi·


na y Mutamht en las montaflus que quedan al Oriente de Sansón; Is po-
derosa Provincia de los Pozos, cuyo Caoique Pimanaque opuso en SD
primer cncûeutro 6,000 guerreros al invasor; Pécora á dos leguas al
Oriento, yen in, la tribu de los Oarrapas, en los puntos ocupados hoy
por Tapias, N eira, Aranz8zu, Filadelfia y Arbi. Lai! principales pobla.
ciones de los .Pécoras fueron: Ohuscurucua, Sanguitama, Chamb¡·.,.icua,
Ancora y AU]Jiri7llí; y de Carrapa IrrÚa.
Las tribus de este Departamento pueden reunirse t'II tres grupos
bien distintos (l).
Los Catíc8, SitUlIùllSen los telTenos comprendidos entre la IlIargen
ocoidental del Caucll. y la sorranía de Abibe; los Nutab8s, ontre el Cauca
y el Porce; y los Tahamíes en los puntos medianeros del Porce y del Mag-
dalena. ,..
VI
Pasemos al departamento del Tolima.
Los PantlÍgoras habitaban en la margen izquIerda del río Magdalena,
y dominaban IÍ los Tamanaes, Guarinoes, Marquetones, Guase.cujas,
Gualíes (2), Ouaguas, Doimas, Guasquias, y oran el terror de IOil mis-
mos P1jaos, Ii quienes varias veces sometieron.
Los terrenos donde está actualmente Ibagué y el llano de las Lanzas,
pertenecían á hl tribu do los Palemqlles (3).
Los P£jao.~ se extendían desdo los límites con el Cauca por los valles
do Noiva, Almaguer, Alta Gracia de Sumapaz y San Vicente de Páez
(su centro más poblado), hasta confinar con Cuudinamarca (4); por el
S. llegaban ha¡;ta las tierras de los Tima,¡aes, encerrando en su 8eno infi-
nidad de parcialidades. Las principales provincias por ell08 ocupaùas eran:
Outiba, Aype, Yrico, Arnbeyma, Amoya, Tuimbo, Mayto, Atayma, Ca-
catayma y Tualllo (5).
A la orilla izquiel'da del Fusagasugti, en 8U confluencia COliel Mag.
dalena, vivían los Iqueimas.
En las mn'ltuflas que dominan al v!llle do Neiva moraban los Uoyai-
mas, el1(,llIigos pHmanentes de 108 indios del valle. :Ell propiedaùes ùe 108
1\nos y de los otrLs había grandes poblaciones y caseríos arruinados por
las sllngl'ien tas guerras ci vi les. N o menos belicosos que los (Jo.1JaÚna~ eran
lOB -,-Yatagnima.; (6).

(1) l'tIanuel I;ri1.Je Angel, pág. 506.


(2) Entrc ésto~ los nllís numcrosos y guerreros fueron los Onimes y los O!Jah/ia8.
Castellanos, lIi~tol'i" del Kuero Reil<O de Granada, T. II, C. XXIY.
(3) Acosta. :)96.
(4) Picdrahilll, 76. Los Gualíes po¡'hl1.Jall los liaDos de Mariquita.
(5) Fr. P. Smón, T. Ill, plíg. 217.
(61 Picdrnhi :a.
CAPÍTULO I 19

Lall orillas del río Saldafla esLaban habitadas por los Teporoges, cuyaa
principales poblaciones llevaban los nombres de Acurulo y Apaglo (1).
LaB tielTas de Timaná estaban densamente pobladas. En solo el valle
se encontraban 20,000 indios. La valiente, vengativa y sanguinaria cacica
de Gaitana, vecina de Timanã, hizo frente ó. los espafloIes con 6,000
guerreros en un primer encuentro; después de haber sido desbaratado
este ejército, r('unió 10,000 indios para un segundo combate (2).
A pocas leguas de Timaná, atravesando la cordillera, se tropezaba
con los Ya leones ó Ganebí8, de tierras muy pobladaa, li. )a altura de San
Sebastián de la Plata. Separábanlos de los Timanaes los Ynand08 y Oton-
ges. Eran también vecinos los Apiramas, Pinaos y Guanacas (3).
Los Andaquíes habitaban las orillas del río Magdalena.
Al :~ie del nevado ùeI Huila, cerca del nacimiento del río Palo, esta-
ba la provincia de los Páeces.

VII
La primera población que toc6 en Sa.ntander la planta de Quesada
fue TM'c, situada donde actualmente Be ha:Ia Barrancavermeja. No lejos
de allí, {¡ orillas de la ciénaga de San SilveEtre, levantábanse multitud de
caseríos.
En ,:as bocas del Opón quedaba situado el pueblo de Barbacoas. Tres
pueblos úUY08 nombres no nos transmiten lOBhistoriadores, encontraron los
conquist:ldorcs en la cordillera que de allí so desprende hacia el interior,
y otros cuántos más á orillas del Garare. El Cacique de Op6n fue aprohen-
dido en tu cercado, celebrando una borrachera. Entre los ríos Horta y
Carare encontró Galiano pequeflos y numerosos caseríos, y entre este
último y el Magdalena, la tribu de los Hauras.
Pasando :1elas márgenes del Magdalena al interior del Departamento,
los castellano!! siguieron sin rum bo, subiendo ií.speras serranías y atravesan-
do poblados valles, pasando hambres y peleando aquí, encontrando allí ùes-
canso y v':veres. Así pudieron pasearse en los valles del Alférez, á quince
leguBs de:~OpÓn (4), y de las Turmas 6 de la, Grita (5).
Entr.) PLmplona y Ocafla demoraban 108 GUa1'iquíes, los Oroto-
mas (6), (lara'utas (7) y Palenques (8) .
.AlfiD,~er penetró por el valle de Girón después de haber tenido mu-
------ -'---~-------------------
(1) Fr. Pedro Simón, T. n, pág. 345.
(2) Acosta, pág. 273.
(3) Id., pág. 271.
(4) !<'r. Pedro Simón, T. II, pág. 535.
(5) Id., T. II, pág. 162.
(Il) A espaldas de la cordillera dcI río de la Hacha. Erau veciuosde los lúotilones
(7) Allí se f lndó lÍ Ocaña.
(8) Fr. Pedro Simón, pág. 891.
20 ESTUDIOS SOBRE LOS .ABORÍGENES DE COLOMBIA.

chos encuentros ~on los Citareros. De allí pasó lÍo la Pl'ovincia de Guane~
rica, fértil, industriosa y densamente poblada hasta su extremo límite
formado por las bocas del Suárez (I) y Sogamoso, descansó en el puebl(}
de Silos y siguió camino, combationdo siempre, por los llanos de Ravl:cha,
Chinácota y C¡ícuta, cntoncE'S dE' crecidas poblaciones (2).
Las princip lIes poblaciones ùe los Guanes eran: Poasaque, capital~
residencia del C:lcique Corbaraque; Poima (hoy Oiba) (3), al N. de la
anterior; la populosa y lucida Ckala lá, cuyos habitantes eran 108 más
blancos quo hast.a entonces hubieran encontrado los espal'loles. Estos, Úni-
camente en el ámbito do lo que llamaban GUa1le, contaban más de 30,00(}
C88as habitadas.
lJos lugares pedregosos, altos y peflascosos que se extienden al Oriente,
eran dominio dd rico y poderoso J[acaregua.
Citaremos eomo puntos principales en esta parte del Departamento:
Barichara y la muy poblada. OhiancMn (4) al N.O. 'f S.E., respeetiva-
mente, de San Gil; 1'equia, Jerirá (pueblo del Caciquo Guanentá, donde
fundó Aguayo III pueblo de Málaga); OMpatá, asiento más tarde de la
población que es hoy Vélez, y otros varios caseríos del Caciquo Sacreque;
Burtaregua contra la parte alta de la cordillera en tierras regadas y
cubiertas ùe semonteras; Bocaré, al Oriente de este último; OllOaquete,
Siscota, Colisco, C'draMte, Sanooteo, C'upainala, Sispainata, Singla,
Bocare, Gua.iit9, Oolisco, Caraota, Usamaca, Tiquitoque, Oapa, (},~ebere
y Tununga (5).
En Pampl,ma. y los valles circunvecinos, ontre otrl's grandes pohlacio-
nes, existían O?ndermenda, Miser Ambrosio, OMtagá, Los Locos, Bale-
gra y Cácota; esta. última á orillas del río del mismo nombre.
Al N. de Vélez, en la banda opuesta del río Sumapaz, se extendían
las Provlncias le lOB Laches y Ohisas, quienes confinaban con los 1lzmmes
ó Tumbes (habitantes Je la cordillera que 108 separaba de Ca,anare),
desde OMcamoeha hasta Pamplona. En la cordillera limítrofe con Ve.ae-
zuela. fueron hallados muchos pueblos.
Las regiol,es frías estaban habitadas por los Oita1'eros (6), Provincia
que contaba COl mils de 50,000 indios de macana y por lo Dlenos 200,000
habitantes. Vivían mezclados con los Laches>' SUil principales ramifiea-
cioncs emu: los Timotos, los Barbures, los Oayos, los OMnatos, lOBSura-
taes, los Motilmes, los Capachos, etc.
(1) Llf\mad) por 103 indios Sarabita, esto es, de aquí sale. Castellanos, Historia
del .Nuevo Reino ,le Granada, T. r, C. Il.
(2) Juan dE CnstellllDOs, P. II, E. r, C. lV.
(;JI Acosta, pág. 278.
(4) Ancíza)', Pel'e,qrinacione8 de Alfa.
(5) De "]Joteatcs poblaciones." llistoria del Nue'?O ReiM de GranttdtJ. T. II,
C. xu, Castellar os.•
(6) Acosta pág. 183.
CAPiTULO I 21

En la3 sel'ranías al Poniente de Vélez, vivían lOB súbdi tos de los


Caciques Agatâ y Oocomé, á derecha é izquierda, respectivamente; entre
éstos quedE.ban las tierras da Misaque.

VIII
Los LacJ¡e~ llegaban hasta Boyacá, donde tenían sus principales ciu-
dades: Fumtella, Chita y Chocué.
En la :narg:en derecha del río Suárez había también cinco grandes
centros: Doazi, á orillas de la quebrada del mismo nombre, Suta, Soro-
cotá, MonÙl1tÏrá y Turca.
El Occidente del Depntamento estaba habitado por los Moscas,
cuya principal ramificaci6n era la de los J[uzos, al Oriente de los cuales
se extendían la Provincia de Saboyá y su vecina de los Chebercs. Al N.
de esta última quedaban las gran dos poblaciones de los Tttnungas.
El má!] poderoso y rico de los Caciques que habitaban el Departa-
mento era (JI Za:¡ue de Ilunsal¿ua (Tunja). E3te tenía frecuentes guerras
con el Zipa de :Bogotá, independiente unas veces, otras tributario. Sus
dominios eEtablln limitados: al Oriente, por las colinas que habitablln los
Ohi~'ataes, Soracaes y otras naciones quo se seguían hasta los llanos de San
Juan; al Oecidento, por otra serie de colinas, mansión de los Tibaquiraes,
Soras, Oucaita8, Sagas, Furáquiras y muchas más que por este mismo
rumbo confinaban con los senoríos libres de Sachicá y Tinjacá (donde
está la Villa de Leiva) (1); al N. hasta Saquenzipá; al S. hasta Tltrme-
qué, á cinco leguas de las dos colinas. Era ésta tributaria del Zaque y
una de BUSplaz;l.s fuertes. No lejoB de Tunja. (¡uedaban Saboy(í, Foaca,
Nernsa, y Baganique, donde teníB el Zaque bano y adoratorio, Begún
Oviedo.
Los CaciqucB de Duitama, Gámeza y Sogl~moso eran tributarioB del
Zaque (2).
NumeraBas debieron de Ber los Búbditos del Tunja cuando pudieron
oponer á 108 espanoles 50,000 guerreros el día que éstos penetraron hasta
el cercado (.e su Rey, y 50,000, naB dice lB historia, sacó éste de la capital
en su guern con el Zi pa.
A ocho leguas al N. quedaba Paipa, y á poca distancia Duitama;
.Ncmequelle, el poderoBo sefior de TWldama ó .Duitama, tenía por tribu-
tarios á lOBCaciques de Cnzaga, Iza, Cerinza, Ocavita, Sátiva, Lupa-
choque, Susa, SoaM, Oltitagoto y Sorocoiá (3). Doce mil hombres ataca-
rOll á los csp"flolcs cuanùo bajaban á cstas ticrras.

(1) Gran polllación situada iÍ orillas de lo. lagt:D!l de Sinp:llasinga (Ancíza.r).


Véase también ClJ.~lcllano8. I1ÜJtoriadel Nuevo R~ino d'i Granada, 'r. II, C. XVIII.
(2) Piedrahitll, pág. 36.
(3) Id., púg.II7.
22' ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA.

Eran v(:cinos de Tundama: al S., los Sutas, Sotairaos y Motavitas;


y más adeknte los 'lenzas, Tibanae8, C¡¿¡nÚe,l, Ycabucos, Somcndocos y
Boyacaes (1); al Occidente, 'l'ara 6 Iza.
Do Tur.ja á Ohicamocha (Sogamoso, delnom bre de su Cacique Sua·
mux) se haLaban los pueblos de Tutaza y Tapacl~o (2).
A ocho leguas al Oriente de Tunja, separada por el río Sogamoso, se
extendía In Provincia Bagrada de Yraca (3), f, cuyo Cacique rendían ho-
menaje grandeB y poderoBos Bcilores: lOB de Gámeza, B16Sbanz.i, Pesca,
Toca, grandes electores del Sumo Sacerdote; CuítÙ'a y Guaquivte,' Tobazá
y Firavitoba, poblacioneB privilegiadas de cuyo seuo salía el Jefe Supre-
mo. Socha, Tasca, Topaga, lIlongui, Tutaza, Yacón, etc. Nompauím, en
la última guerra del Zaque con el Zipa, dio al primero un contingente de
12,000 homines.
El ameao y delicioBo valle de Tenisuca (Tenza) contaba con nume-
rosoõ vecÎn03. Lo mismo diremos de las colinas que le encierran al Orien-
te, donde se levantaban los pueblos de Garagoa, Ubeita 6 Ubclltá, Len-
gupá, Ó Nfnguapas, en los primeros estribos de la cordillera. En las
inaccesibles asperezas de la cima moraban lOBTeguas (4).
Al S.E. de 1'unja estaba Bituada la Provincia de Baganiqu.1 (dende
está hoy Ramiriquí) y la de Siaclwque ó Ciénaga, separadas una de otra
por una lorra. Cerca de ellas quedaban Bombazá, Gachoque y Tocavita.
Al S. O. quedaba Ti1~jacá (pueblo de los olIeros).
IJas parcialidades que habitaban este Deplutamento desde las pro·
vincias de l.)s Moscas hasta la parte occidental de la cordillera limítrofe
con los llanos de San Juan, pertenecían fi la nación CMbc!¿a. Las tribus
de los llanof;, la mayor parte nómades, salían de la nación Caribe.
Habitahan loa llanos: los Cltiricoas, Cuilotos, C1LOques,entro los que
encontró Espira dos grandes poblaciones; los Xaguas (5), no mencionados
ni por Oviello ni por Fray Pedro Simón y que Castellanos coloca á ori·
lIas del Metl.
Buscaron los peones el entrada.
Que con raro valor fue defendida.
De gente Xagua. y de Caqlletfa
Hasta que feneció la. luz del dIa.

Los Maynanes, Curabanes, Comajaguas, Openiguas,


Guamanes, Sarayes y Bal/andujas
Dieron en la. gran boca. del estero
De Meta sumamente dereado.

Navegando por él algunos dfas.

(1) Castellanos. lli.Çtol'Ù¡,del Nuera Reino de GmTiada, T. r, C, YII.


(2) Fr. Pedro Simón. T. II, púg. 275.
(3) Piedlllllita, píig. 37.
(4) Acos:a, pá~. 107.
(5) Narntion du l>remiel' r:oyag8 de 1\icolílS Federmán, lejeune, publiée lonfranlais,
pllr Henry THOllUX.
C A PIT U L O I 23

y despul~s de andar por ciénagas y esteras dioron if con los indios ja-
guus carniceros" (1). Vencieron á estos indios y encontraron un pueblo.
Pasaron un río y "dieron vista á cierto pueblo, grande, divertido" (2).
Las principales poblaciones visitadas por Federmán fueron Coary y
(/acaridí (3), En las márgenes del Apure se veían lOBcaseríos de los To-
'1'0'1'08 y Auy(tma,~.
La naciÓn Caquetía contabd veintitrés poblaciones y más de 40,000
habitantes (,;). Las daB últimas tribus citadas tenían su principal resi-
dencia en Venezuela, lo mismo que la de lOBGuyonos, de la cual penetra-
ron á los Ilallos de San Martín algunas parcialidades, que fundaron allí
]os caseríos de 'llJhibara, Cural¿y, Oazaradacli y Turah[imara.

IX
Los Pú'aos dominaban lÍo todas las tribus que vivían en la parte occi-
dental de Cundinamarca hasta San Juan de los llanos (5). Sólo la nación
Chibcha no estaba bajo su yugo.
Al N. O. del Departamento se extendía la belicosa tribu de los Coli-
mas, nombre que les daban los Chibchas y qt,e significa cruel 6 sangui-
nario. ElIoa mismos so apellidaban taparas, esto es, piedra ardiente (6).
Se dividían en dos fracciones principales: lOB Guripíes, habitantes de
Curl ó Guamo (del nombre de este árbol), les Caparrapíes, moraçlores
entre barrùllcos, y los Aripies. La Palma cra su centro principal; cerca
de ésta estaba Notepi (1). Más ùe 30,000 almas contaba esta tribu en
su Bcno (8).
Eran BUS colindantes los Nauras y MUZQs, que tánto dieron que hacer
á los espaîloles; ocupaban toda la falda de la cordillera, formando como
un círculo de hierro á ]os Chibchas, que habitaban la altiplanicie llana y
cultivada (9). Sus dominios llegaban á veinticuatro leguas al N.O. de
Bogotá. Em Hoco su centro principal, y los Marpapies (habitantes de tie-
rras de hormigas) una de sus fracciones. Al Sur de los Muzos quedaban los
Calamoymc.:s y Oalaymas.
Los Panch"s, enemigos permanentes de los Fusagasugaes y Moscas,
quedaban fi nneye leguas de Santnfé, en la cordillera que le hace frente
al Occidente, y se extendían en algunos puntos hasta lus márgenes del
(1) Eleg,:as de Vltron~ ilustres de lndias, por Joan de Castellanos, E. XI, C. II.
(2) Id. íd., Ü. III.
(3) Nari'atúm du premier voyage de Nicolíis FedcrmÍl.n, pág. 92.
(4) De ~sta tribu encontró Espira muchas parcialidades entre el Apure y el
Sarare. Joan de Castellano3. P. II, E. II, C. 1.
(5) Pice,rshita, pág. 76.
(6) 1<'1'.P. Simón. pág. 862.
m Id., T. II, pág. 848.
(8) Acosta, pág. 342.
(9) Id., pág. 298.
24 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMIlIA

Magdalena por la banda derecha del río Fusagusugá. Eran d uel'l.os de los
vallea y quiE,braa de la falda occidental de la cordillera, desde lo que es
hoy Villeta (frontera de los Oolimas) hasta las montallus do Tibacuy
(frontera de los Sutagaos), En un espacio de miÍs ùe treinta legua!\ de largo
y diez de ancho so agitalm una poblllción de tnl\S de 50,000 indios, seme-
jantea en su bravura á las asperezas del terreno que habitaban. Vivían en
terrenos excesivamente quebraùos, divididos en muchas fracciones. La
más septenbonal era la del Cacique Sasaima, no muy distante de Zipa-
cón, y su vecino Anolaima. Loa Síquimas, quienes en las juntas de los
ríos Bituimi:;a y qnebrada de Síquima presentaron combate á loa ('¡¡palloles
con algunoa millares de guerreros (1). Tenían muchas poblaciones (2).
Estos últimes y loa TOCQ1'ema8,Matimas y Bolandaima¡¡, Suit6~1nas (3)
y los poderollos Guacanas, eran los más cercanos á. la naciór.. chibcha.
Al S. dE Síquima habitaban en muchos puebloB lOBsúbditos del Caci-
que Lacl¿itn,( (4).
Los COllcllimas eran duenos de los valles que rodean á La Mesa, y ae
extendían hbsta Tibacuy (5).
El río Funza dividía los tenenos de los Anapoimas y Calandoimas,
ambos enemigos de los Tocaimas, habitantes tie las tierraB casi Ilunas del
Patí y Magdalena.
Los Guataquíes estaban establecidos en las mlÍrgenes de la parte bajo.
del río del mismo nombre.
A doce legulls al Modiodía de Bogotá principiaba la provincia de 108
Sutagaos, quencs ae extendían hasta las orillas del !'Ío Sumapaz. Pasando
los páramos de Fusungá se llegaba á tierra de los Pascas y (]flÍaysaques.
Al otro lado quedaban los FusagaS1tgaes (dol nombre de Sil principal
población). TT no de los C~ciques más poderosos de aquellu tribu era
Uzatama, y uno de los caseríos más pintorescos lconozco.
La nación chibcha 80 extendía del departamento de Boyacá al do
Cundinamarca. En este último tenían por límites: al Oriente, la cordi-
llera que la flepara de los llanos; al S., la línea que, partiendo do Tosca,
á la margen derecha del Fllsaga8ugá, paaa por Pasea; al Occidente, las
cordilleras que hl scpllmban de los Panclte,~, Colilllas y Muzos,
Los seno~es de las fronteras eran lOBmás poderosos, hnbitabull ciuda-
des fortificadhs y mandaban las guarniciones que las defenrlÍlllI. Pura evi-
tar repeticion'3s sólo cOllservaremos á éstos, en el curso de esbl Ilumencla-
tura, el título de Uzaques.
(1) Acosta, pág. 295. 20,000 indios.
(2) Fr. Pedro !:lim6n. T. II, pág. 615.
(3) Estos p~esentaron allnvnsor 6,000 indios bien armados. Su capital era muy
grande. Fr, Pedro Sim6n, T. n, pág. 626.
(4) Piedrahita. pág. 297.
·(5) Fr. Peelro SImón, T. II, pág. 649.
CAPÍTULO I 25

Si principiamos por el N., el primel' pueblo de 108 Chibchas (en Cun-


-dinamarca) era el del Uzaqne de SÙn~iaca(Sirote-jaca., pluma de lechuza),
á uuas veiate ~egu¿¡s de Bogotá. A poca dis:;ancia al S.E. tenía sus tie-
rras el Cal:iquc de Susa (Shu-sha, paja blanca). Multitud de súbditos
obedecían á ambos jefes, los que, vencidos por los Muiscas, hicieron parte
del imperio del Zipa.
FÚquene y Ebaté {Ubaté, de Eba-te, Sf-ngre derramada), lo mismo
·que Simijaca, estaban separados de los Nuz·JS por los páramos de Mata-
l'l'edonds, etc., Y del Tinjacá por la. laguna de FÚquene, Songa ó Sigua.
Eran vec:.nos BUYOB lOBNen/zaG.
Tausa quedaba colocada como vanguardia al pie del boquerón del mis-
mo nombre. Era trib13tario del Ehaté, contra quien se unió á ZipaquÙ'á
en una. de las guerras anterioreB á la conqui8ta. Al N. quedaba S1da (hoy
Sutatausa). de sano y delicioso clima.
Al Oriente de Uba.té Be levantaba.n las poblaciones de Gachetá, que
fue pueblo potente, Len.quazaque, Cucltnubáy multitud de caseríos cir-
cunvecinos (1). Los Gachetaes eran tributarios del Guatavita.
Ghc'contá (Chocon-tã, labranza de páramo) y Sesquilé, de gran nú-
mero de vecÍnoB, eran pueblos bien fortificados. Dependientes antes del
Cacique ùe Tunja, lo mismo que Suesca (Sue-suca, cola de guacama.yo),
emporio de su riqueza (2), lo eran .(leI Guatavita en el momento de la
conquista.. Pasando las colinas al Oriente de éstos, tropezámoB con las
bien pobladas tierras de' J[acltetaes, Tumbas Y Tihiritas, de los dominios
del Tu·:¡ja.
Continuando al S. encontrámos al Uzaque de Pacho, y entre éste y
.Suescs, al Cacique de Nemoc6n (Nemo-cón, lamento de le6n).
AI S.O., S. y S.E. de Nemocón, respectivamente, esta.ban colocados
los dominios del Zi}Jaquirá, poderoso enemigo del Ebaté, el Gachancipá
(Gachan-Zipa, gozo del Zipa.) yel Tocancipá (Tocan-Zipa, llanto del
Zipa).
El GuataiJita (Guata-vita, remate de sierra) habitaba una ciudad
populosa y bien guarnecida, situada en los altos que ahora quedan á sus
espaldas, rn las tierras más fértiles del Heino. :gril. uno de los tres gran-
·dea duquel! (3) y aquel que contaba con mayor nÚmero de súbditos. Sua
límites se extendíall hasla. Turmequé, y sefloreaba á los Quecas, Gache-
.faes y l'ucaucipaes, siendo respetado y obedecido pOI' todaB las tribus que
Be rxten~ían hasta los Llanos. Fue, sin embargo, el v8sSlll0 del Zipa. El

(1\ Piedrahita, púg.92.


(2) Id. íli.
(3) Nombre que les da Fray Pedro Sirnón, píLg. 233 de! T. II, ti causa de!lu
'i'odrrio.
26 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

Uzaque de Guasuc.a ó G1lasca (GUIlS-Bhuc/), falrla de cordillera), situado


á uns legua al S., era tributario suyo.
El Uzaqne de Sopó tenía su sefiorío (1).
Admirad)B quedaron los conquistadores cuando, después de escalar )a
áspera y ruda cordillera, pudieron dominar la vaBta sabana de Bogotá.
No se saciaban sus ojos de contemplar este hermoso panorama. Oampos
bien cultivadas que se extendían á pérdida de vista, ã cuya monótona
nniformidad èaban variedad y poesía. las aguas que en forma de tranquilos
ríos y lagunas cubrían parte Jel suelo, semejan~os á espejos chinescos que
custodiaban bc..ndadas de blancas garzas. Las colinas de variadas formas
destacándose aquí sobre el firmamento azul, escondiendo más allá sus
picachos entre la niebla, y en todlls direcciones, al pie de las lagunas, á.
orilla de los ríos, en las faldas €le los cerros, entre los bosques que en
partes cubrían la Sabana, se levantaban tántas y tan elega.ntes poblacio-
nes, cercados majestuosos, quintas de recreo, miles de mástiles pintados
de bija: conjunto que formaba un contraste <le formas y colores quo re-
cordó á Jas conquistadorea los dominios árabes de Eapafia y Je \""alió el
nombre de Valle de los Alcázares.
Cuando NemeqUe1lB (hueso de león) subió al trono, sus dominios se
extendían desde Cajied, y CMnga hasta Usme, CibÛé y la cordillera ha-
bitada por los l'anches. Podrá juzgal'se del cl'ecido número de habitantes
del Reino muis(~a por las siguientes cantidades: en 14:70 Saguanmachica
puao bajo las armas, para defenderse del Guatavita, 00,000 hombres (2);
en la guerra que después tuvieron con el Zaque, se aIistal'on 70,000 solda-
dos (3); 40,000 g lerreros, á órdenes de Saqllesl\zipa, salieron á ombilstir la
retaguardia espafiola á la entrada de Quesada (4), Y en Bogotá le moles-
taban más de 10(',000 guerreros; en la guerra contra lOB Panches dieron
al mismo Quesadè\ un auxilio de 20,000 veteranos (5).
Sus principales centros da N. áS. eran: Suoac1wqlle, gobernddo por
un Uzaque y frottcriza al N.; Caiicá, plaza de armas, au fortaleza tEmía
el nombre de Busongote (6); Tabio, ciudad de recreo, con bafioa termalea;
allí tenía el Zips un cercado; Chía, cacicazgo del heredero 1\1 trono; Tenjo;
Suba, otro de los grandes duques á quien Piedrahita da el nombre de
Virrey, era quien dictaba las sentencias inapelables; Tima, Turca ó Tus-
ea, Engativd, Fa£atativá, cerca do la cual murió Tisqueswsa; Zipacón
(lamento del Zipa\ á donde el Zipll. se retiraba á llorar sus lutos; Bojacá,
(1) Piedrahita, T'!Íg. 32.
(2) Id., píig. 23.
(3) Id., pág. 34.
(4) Id .• pág. 95.
15) 12,000. diceClUltellanos.
(6) Picdrahita, pág. 95.
OAPÍTULO I 27

Tena, Basa, T!i:l/bsaquillo, al pie del monte qU:J hace frente á Techo; los
Uzaques de las plazas fuertes de Pasca, CÚqufza, Tensaco y Fosca: Usa-
quén (una legua. más hacia la Sabana de lo que está hoy), Usme, Chipa-
-. que y Une, invadidas por el Uasque en su última guerra con el Zipa; Ti.-
bacuy, fortaleza avanzada en tierra de los GueclUls; Sttbía y Olzinga, pla-
zas fuertes. Había otra multitud de casorÍOfl menos importantes, cuya
enumeraci6n sería fastidiosa.
Otro de lOBgrandes duques, el Ubaque (Eba-que, sangre de madero)
al S.E. de Bogotá. Fue mucho tiempo independiente, pero recibió el yugo
del Zipa poco nntes de la entrada de los espanoles. El Cacique de OM-
guachí era tl'ibl:ltario suyo (1). Habitaban ambos tierras de poca exten-
sión pero Lenas de grandes poblaciones. El número de sus súbditos ascendía
á 40,000.
'.rerm:.nada la nomenclabxra chibcha, pasemos á las tribus que domi-
naban en los Llanos. Dando principio á la ferranÍa de Morcote, e:l sólo
tres puebbs su cOJltaban más de 6,000 almas (2).
AI S. de Bogotá la provincia de Marbaracliara de los indios Ope-
niguas.
Las t1árg.3nes del Meta y su parte alta estaban muy pobladas (3).
Los aUa!/vas y Ohiricoas, n6mades y enemigos permanentes, vivían
en tre el Meta y el Ariari (4-).
Los Sarures, entro ]os ríos Sinaruco y }[eta. A orilIaB del primero de
éstos quedaba la fracción principal de lOBSalibas.
LOB Y'an.;ras (nómades y pescadores) y los }y[aibas en laB riberas del
Cafiapul'l'o (r.ómadeB). Los Araparabas, los Goarinaos, los numerOBOS
Totumacos y los Achaguas eran duelios de los terrenos comprendidos entre
el Meta y el Orinoco. Estos últimos estaban muy ramificados y contaban
más de veinte naciones 6 provincias, aisladas unas de otras desde cerca
de BariD!l.s hasta San Juan, y de allí hasta 1:0 lejos de Popayán. LOBQue-
nabanis eral1 una de sus principales fracciones. En la banda opuesta del
Meta hahitaban los Ohiripas, y al otro lado del Apure los Situjas.
CaBi.todas las márgenes de los rios eran bien pobladas, especialmente
las del Meta, el Ariari y el Camicl\maré (G'laviare). Cerca de este último
moraban lOBCluayupos (5). LaB orillas del rb Eles estaban pobladas por los

(1) Piedrahita, pág. 30.


(2) lli8/ori<£ de las misioTUlll de los Llanos de Casanare y ?'ws Orinoco y Mela, por el
Padre Juan Rivera.
(31 Espira encontró allí varias poblaciones y bvo recios encuentros. J. de Caste-
llanos. P. II. E. lI, C. I.
(41 ElOril/,()('-<) llustl'lUÙJ 11defendido, por Fr. Joseph Gumilla.
(li) En aqë.ella tribu encontraron una gran población que bautizaron 108 caste-
llanos M(ltahambre, por lo bien provIsta que establl.
28 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORIGENES DE COLOMBIA

.Airicos. LOI' Caquetíos y Gllaicoríes penetraban hasta muy adolante y


tenía:! un ni mero considerable de grandes centros bien poblados (1).
Los Oma(Juas poseían provincias bien arregladas y goberna.das (2).
Los Aoanes y los .A1llarisanes estaban establecidos á ol"Îllas del Gua-
viare (3).
Los Gu,me/'os y sus parcialidades de Agualos, Betoyes, GlU~racopo-
nos, Caores, C/mcuíras, Enaguas, Amoriras, MitÚas, Guaipunabis, Ma-
qltiritares, Chu/'oyes, Guaycuas, CttZ!otes, Untas, G1,anos y Ci~urupa-
res (4), en los afluentes dol Meta y el Guaviare. Allí encontr6 E!lpira la
tribu de )os Hnmascarados perteneciente á. la de los Guaipíes (5) y un
pueblo bien provisto qne lIam6 de los Perniles.
Corea del Orinoco dominaban 108 corpulentos Otomacos "la quinta
esencia de los bárbaros, barbarÍsimos entre todos los bárbaros" (6). Eran
éstos el terror de sus vecinos los Giraras, Carioes, Maypures y Jfaypo-
yas. A orillas del Papaneme encontraron poblacionos destruídas por tri-
bus enemigas (7). Sobre la cordillera que nos separa de Venezuela
fueron :Iellcubiertos muchos caseríos: Bítica, Mocon, etc.
Muchas tribus actuales llevan algunos de los nombres indicados y
habitan hoy localidades muy distintas.

CAPITULO II
TRADICIONES DE LOS ABORfaENES OK OOLOMBIA

I LIlS tradic OIlCS y la mitología do los Chibchas y demás naciones de


nnestro territorio tienen, por lo general, !Huy poca semejanza con l~s de
otros pueblos. Es, pues, muy peligroso embarcarge en el vasto océano de
las analogías y de las deduccione~. La imaginación nos arrastra con mucàa
facilidad, y si t.o ]jova por piloto el conocimiento de las antiguas civili-
(1)Relation Ile Federman.
(2) AcoBta, pág. 164.
(8) CaSllan!.
(4) Gumilla.
(5) J. de C., P. If, E. II, C. II.
(6) Gumilla.
(7) Muchos;meblos halló Quesada por estos lados en su expedición li los Lla-
nos. En vista de]1\ Bierra •. fueron otroB tres puebl08 descubiertos, uno de 108 cuales
es Orneca, que tuvo treinta casas solamente."

Los otros fueron


Abito menor y el útro Patia.

Mas en prosecución de BU camino dieron


En los asientos de daB pueblos
Quemados de BIl8propi08 moradores.
M~~'
~déi~¿¿; ii~liá~¿~io
ëh~h~h~.· 'b~ëho~é~.
o A P íT U L O I I 29

zacionee, nos transporta por los senderos de la divagación. Autores hay


que de un símil imignificante sacan consecuencias gigantescas, y que estu-
diando nue8tra arqueología nos tL'Uená cuento los CUH08de Venus y de
Priapo, yen la reproducción de algunos animales monteses encuentran
la forma de la esfinge egipcia y hallan muy parecidas las ranas á las sala-
roandras de dicha nación (1).
Si cn muchos casos, al referir estas tradiciones, presentamos algunas
hipótesis, será únicamente con el objeto de someter nuevos problemas al
cstudio de los hombres de ciencia, jamás con el de imponer nuestras ideas.
Las contradicciones que se observan en muchas de ellas pertenecientes á
la misma naci6n, la poca concordancia de tiempo y de lugar, las revisten de
un oscuro velo lle que trataremos de despojarlas en cuanto nos sea posible.
Creían los Ohibchas que el mundo estaba sumergido en espesas tinie-
blas (2), cuando apareció Chiminigagua (Dios que encierra la luz) como
aurora luminosEl, esparciendo claridad y dando color y vida á las fértiles
llanuras y {~los áridos collados. De BUseno salieron multitud de aves ne-
gras que se liapersaron por los úmbitos de la tierra, arrojando por aus picoa,
á la par del aliento, la luz que debía iluminarIa (3). Era Chiminigagua el
omnipotente hacedor de todo lo creado. El so: (zuM), BU obra máa perfec-
ta (4), teilla por companara á 111 luna. (Ohía). Esta última fue formada
mucho deepués de habitada III Babana lJogotá. de
Si lOBChillchaa adoraban la coleste pareja, los Muzoa no hacían lo
miamo, si(mdo para ellos el sstro del día y la reina de la.noche, de creación
posterior li la elel hombre (5).
LOB Eoyacacs creían en nD solo Dioa, au·~orde todo lo creado, uno en
peraona y trino en osencia (Ancízar).
Pam los Achagoaa, Cuayguerri (el que todo lo Babe), fue el creador
del cielo y de la tierra (Padre Juan Rivero); para los CUnaB era el
·801 ('l'ata).
VeaUloa E.horacómo fue creado el hombre. A daB miriámetros al N.
de la ciudad ele TUllja, en un páramo frío, cubierto permanentemente de
espesa niebla, hay una hondonada, yen el fOlldo de ella una pequena lagu-
na. De allí salió una mujer á quien llamaron Bachue ó Turacltogue (lura,
mujer; chogue, buena), que traía en BUS brazos un nino do tres allas.
(1) Carlo Vedovelli. Catalogue de la colltctùm Finlandia.
(2) }'r. Pedro Simón. T. lI.
(3,' ~Mas mismas aves ne~ras y lengu!ls de fllego aparecen en el Codice Vaticano
en una pmtura que representa Il Tletonatiuh, sol de fuego de los Nllhoo.s.
(4).1t1éxi.co en los tiempos prehistóricos fue poblado por tres grandes naciones:
la OÙYTl}l, habItantes de las cavernas, ocupaba el ccntro del país; los .Jfayaquichéa, en
poblaClOt.es lacustres, en el Sur; los NaMIUl. entre los dos océanos. Estos impllsieron
con el trf.n8CU:~SO d~1 tiempo, su civilización Il las demás naciones. Para ellos el fueg¿
era creador del UDlverso. y era la luz su más bellll expresión.
(5) Qice Oviedo que 108Muzos se creían hijos del sol y de la luns.
30 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

De la tiena. baj6 allJano de Iguaquo, donde hizo una cheza que lcs dio
abrigo á ella y á su hijo. Ouando este estuvo en edad de casarse, la tom6
por esposa. En cada parto B¡\chue daba á luz cuatro Ó SQishijos, con 10
Eiuevino á poblar la tierra ùc gente. Luógo que lIeg6 á una edad muy
avanzada, volvi6, acampanada de la multitud, á orillas do la laguna;
pasó algun(ts días con los suyos prcdicándoles la paz, la fiel observancia
de las leyes yel culto á sus dioses. Allí desapareci6 con su esposo, trans-
formados ell daB grandes culebras.
Según I)tra tradición, los primeros habitantes fueron los Oaciques de
Sogamoso y su sobrino el de Ramiriquí. Estos se divertían fabricando
hombres do arcilla y mujeres que hacían con una hierba do tallo hueco.
Después de .fabricar unas cuantas parejas, observando que la oscnridad se
aduef'!aba del mundo, el Sogam080 mandó al Hamiriquí al cielo on forma
de sol, para 'lue dieu luz á sus criaturas. Mas como este último sólo alum-
brara doce h·)ra8 y otras tantas descansaba, su tío, on forma de luna, fue
á reemplazarlo en sus horas de solaz (I).
Los indi.)s de Sogamoso tenían la misma tradición, pero consid.eraban
como primeros padres á un Oacique de allí y á. su hijo el de Hamiriquí,
máe tarde de Tunja (2).
Los Panches adoraban la luna Vcreían que ella sola bastaba para dar
luz. 1.•8 presencia del sol era inútil por salir de día.
Los ]¡fuzes referían su origen de la manel'S siguiente. En lu orilla
izquierda del l'Ío Magdalena apareció, después tie la creación, una som-
bra, con silueta de hombre, y que permanecía siempre recostada. Are,
tál erl\ su nombre, labró en madera unos rostros de hombres y de mujeres
que arrojó al río. Al contacto del agua las figuras tomaron vida y se mul-
tiplicaron. Are lOB puso á. labrar la tierra, y terminada su educación agrí-
cola, pasó el río y desapareci6.
LOB Colimas decían haber venido con los Muzos por la orilla derecha
del Magdalena y haber obligado á la naci6n Chibcha á refngiarse en las
aItas mesetas dol la cordillera andina (3).
Los Achag1las decían Borlos Caribes, descendientes de los tigres, de
quienes habían heredado la crueldad que les caracterizaba (4). Ellos mis-
mos se creían oliginarios de los troncos (Aycuoaverrenaes) y otros de los
ríos (Ulli-verrenaes).
No menos el(travagantes eran las ideas de los .'líricos acerca de.su na·
(1) Observamtls CD esta. tradición una contradicción. Siendo estos dos Caciques los
primeros seres, ¿cómo podía ser \lno de elloa sobrino del otro?
(2) Fr. Pedro Simón, T. 11.
(S) Id., T. JI. pá~. 854.
(4) A 108 tiKl'cHlos llamaban chaví y ó. los Caribes Ohavi-navi (oriundo do tigre).
r. Gumilla.
CAPÍTULO II 31

cimiento, Tan de baja estirpe se creían, que pensil ban unos ser hijos de Ins
culebras; á ésf;as las llamalJan Omarizan, otros VE,nían de los murciélagos,
Isirris, y de a~lí BU nombre Ysioerranaes. Alg¡;.nos descendían de otros
animales (1).
Ciertas fracciones de Salibas creían sencillamente que la tierra había
brotado de golpe hombres y mujeres como produce árboles y arbus-
tos, 6 bien, que un árbol dio por frutos individuos de ambos sexos. Más
orgullosas que éstos, había parcialidades que tenían la pretensi6n de ser
hijas del sol.
Los Oto:nacos tenían en sus dominios un alto cerro llamado Barra-
guan, que considoraban como su primera abuela, En la cúspide había tres
piedras supc:~pU(l3tas. Estas y las pocas que se veían en la falda del des-
nudo cerro, 30n otros tantos antepasadoB. A es~ misma roca llamaban los
Mapuyas Untan(]" y de alIi el nombre que e\1os tenían de Uruanayes (2).
Los Laches pretendían que los hombres se convertían en piedra y que
éstas tornaban á ser hombres (3).
Los Unbac3 decían que BUSprimeros pad::es habían venido del otro
lado del GO:lfo. :Sos ToMes, Calamares, etc., eran hijoB de un hombre lla-
mado Mocldon .l' una mujer de nombre Malleca. Esta tenía un aolo pecho
"por el cual saJía la leche de ambos" (4) con mucha violencia; por esto
habían resultado tan valientes (5). Los inùi·:>s de Santa Marta referían
que en BUS tierr!\s había grandes gigantes dos veces más grandes que los
actuales habitnntes. Entregábanse al pecado nefando y odiaban {¡, tal
punto á las mujeres, que las ahogaban al nacer. Dios los destruyó hirién-
dolos con l'ayos.
La trs,dición del Diluvio era muy general entre las antiguas tribus:
los Catios, Cunas, etc.
LOB Airicos y Jiraras tenían dos dioses, padre é hijo. El primero,
después de haber terminado la creación, mandó á su hijo á que gobernara
la tierra, dando pereció en un diluvio que In inundó (6). Rivero noa re-
fiete estaúrndición de un modo distinto y más aceptable. Los dos diose8
eran hermano!!, El mayor cre6 el munJo, y :í. causa de los pecados de los
hombres, volvió á destruírlo. El menor lo pobló de nuevo haciéndoBe em-
perador de to(10s sus habitantes. Oon el impulso de su brazo, cuando está
disgustado, causa los temblores. La fraterna dualidad habita las estrellas.
------ ----------------------------
(1) P, Juan Rivero.
(2) p, CasRa.ni.
(3) El Dm'rJ.do, pOl eldoctor Liborio Zerda., pfg. Il.
(4) Fr. Pedro SImón, T. lU, pág. 23.
(5) Ln tradición de los pocos descendientes de los Cunas, acerca de su origen, po-
drá verac en el tomo 13 del Repertol'w Colombiano: Un Viaje al Darién, por Ernesto
Restrepo. Hay ulli también otras tra.dicionessobrc e' Diluvio, etc.• pág. 383 Ysiguientcs.
(6) Cassado
32 XBT1JDIOS SOBRE LOS ABORíGENES DE COLOMBIA

Los Ach:lglla~ creían en un diluvio (Cassani) del cual sólo un hambre


se salvó.
Era í;uhe el dios principal de los Chibchas. Seguíale Cltibckaclutm
(chum, báoulo, báculo de los chibchas), dios incorpóreo, protector espe-
cialmen te ,le los mercaderes, plateros y labradores. Bocltica no le cedía en
nada, era todopoderoso, tan espíritu como él y abo~ado de los caciques y
capitanes. A éste le confundían frecuentemente con el sol y se le conocía
tsmbiGn b8jo los nombres do .J.Ytm¡quetliebay ZlIl¡e (1). Hay quien diga
que fueron tres personas distintas, que en diferentes época!! vinieron á
yisiti4r á la nación chibcha.
Autes I[Ue la luna l\compal'iara á la tierra, los habitantes de la meseta
de Bogotá vivían como bárbaros, desnudo Sll cuerpo, sin culto y sin le-
,es (2). Ur. día apareció un anciano venerable, de larga y capE-sabarba.
Venía del Oriente; sus pios desnudos habían atravesado la cordillera. de
ChingllSl1. Traía los cabellos recogidos con una cinta, como trenza. Vestía
un ropaje que le cubría todo el cuerpo y cuyas puntas se juntaban en un
nudo Bobre cI hombro (3). Fue un verdadero apóstol; predicó tí. los pue·
bIos una doetrina sana, les dio leyes, les ensonó el modo do vestirse, de
hacer cabanaB, de labrar la tierra. Acompal'iábalo una. mujer de extrema-
da. belleza llamada Ohía, YulJecayguaya ó lIuytaca, encarnación del es-
píritu del IDll. Su ingenio y su maldad le sugerían mil pervers.1S ideas
con las que atraía á la multitud, ahogando en su germen la. simiente del
bien que su esposo acababa de sembrar. Chía inspiraba los placeres más
licenciosos, los vicios más abominables; les aconsejaba que quitaran)a.
vida á sus padres cuando estu\"'iesen viejos, y cuantas crueldadl~s se le
ocurrían. Para colmo de males, ayudada por BU lute mágico, inundó la.
meseta de Bogotá, pereciendo en aquel diluvio todos sus habitantes. Bo-
chica desaguó la sabana y arrojó á Chía lejos de la tierra en forma ùe le-
chuza (4); según otros, la transformó en luna (5).
No todos los cronistas están de acuerdo en que Chía haya sido la
causa de esta inundación. Cuentan que Cltibc7taa7l.um, disgustado con sus
súbditos, ordenó tí. los ríos Sop6 y Tibitó que -inundaran la sabana. Obe-
dientes á la vo~ Je su dios, éstos desbordaron dejando su lecho. El agua
---- ------------------------------
(1) MI'. TeTLaux Compans en su E~sai sU1'l'anden Oundinama1'l:a le da el nom-
bre de Nemtel'equ/ teva. Huremos observar que dicho autor maltrata y desfigur;l CORsi·
derablemente Jos10mbres indígenas e!l general.
(2) lIumb(Jldt.
(3) •• Este tClIía muy crecida barba, y hasta la cintura los cabellos, con venda ro-
deados y cogidos, il! modo del rodele que ellos usan, 6 como los ~ntiguos fariseos. Con
anchos filanterios :í coronas con que se rode'l.ban la cabeza." Ifi.,toria del.:Yue!!<llwino
de Granada. Castellanos, 1'. l. C. l.
(41 Neuterequetcva le dio plumas y convirtió sus miembros en lechuza. llistoria
del Nuevo Reino de Granada. Castellanos.
(5) Los Nl10hcastambién representaban á Oipactli y OXOlnOCO, el día y la ·[loche,
en forma de buhO!. México al t/'a!!és de los siglos. T. 1, pág. 96.
CAPiTULO II 33

llegaba á torrentes al valle arrasando las sementeras y destruyendo los


pueblos. ::"os indios se refugiaron en las montaflas, donde ofrecían á Ba-
chica toda especie de sacrificios. Una tarde que la atmósfera estaba cu-
bierta por ur. manto de niebla, los expirantes rayos del sol al herÜ' los
prismas de ag.la en suspensión en el aire, d~scomponiéndose, vinieron á
formar el arco iris. En el centro apareció Be,chica en forma de dragón,
con una yarn de oro en la mano. Manifestó ;í su pueblo cuán satisfecho
estaba con sos sacrificios y cómo sus súplicas habían llegado hasta él.
Luégo arrojó la vara. Esta, como relámpago que brotara de manos del
Omnipotente, hendió el aire, y al caer rompió las rasistentes rocas de
granito qua cerraban la Ilabana, abriendo una ancha grieta por donde las
aguas se precipitaron con estruendo formando el salto de Tequendama.
Del fondo de ese abismo en quo se estrellan las aguas del Funza se
levanta permanentementtl una columna do blanca niebla á manera de
1/Z0qu6 (1) que la tierra agradecida quemara en honor de Bochicll. Alli
también :?odrá. contemplar el viajero, reproducido en las gotas de rocío,
el arco ir:s, colocado como recuerdo del referido acontecimiento.
Tan poù~icl\ leyenda nos muestra cómo los Ohibchas tenían clara
tradición de la formación de nuestro suelo.
Bochica l'ecogió sus súbditos dispel'ilOs, construyó ciudades é intro-
dujo el culto iel sol. Más tarde se retiró al valle de 1raca.
Bochica y Ohía, á nuestro modo de ver, son la encarnación del bien
y del mal, el primero con su faz austera preè.icando la verdad, la segunda,
con su seduct,)ra hermosura arrastrando al yieio; son los principios eter-
nos, consagraltls por todos los pueblos, y ere lucha permanente, de la luz
y las tir.ieblus, el uno en forma de sol, la otra metamorfoseada ya en
luna, ya '3n lechuza, presidiendo á la oscuridad de la noclle.
lIasl,a la formación del 'fequendama nunca hubo temblores de tierra,
por desc8.nsar ésta sobre ùos gruesos guayacanes (2); pero después, ha-
biendo Bochica castigado á Ohibchachum hacióndolo llevar soùre sus
hombros el peso de nuestro globo, se observaron los temblores, cuando
el Atlas ehibcha, agobiado bajo tan enorme peso, lo pasaba do un hom-
bro á otro.
Los Uba'lues decian que GMa era mujer de Vaquí, ùe quien tu vo una
hija que casó con el capitán de los demonios. Otros la confunùían con
Bachue, á quien por mala consejera había metamorfoseaùo Chirninigagua
en lcchu;;a, para que sólo anduviera ùe noc1:e. Pri,'uùa de Sil poder, man-

(1) Maque. Fruta como cabrahigo con que perfumaban los indios Ii sus dioses.
Glosario d~ la Hi8tQria del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos. T. lI,
pág. 385.
(2) Fr. Pedro Simón, T. II, pág. 891i.
34 }STUDlOS SOBRE I.OS ABORÍGENES DE COLOMBIA

daba por las casas hechiceros viejos de ambos sexos, que se convertían en
tigrell, leones, etc., difundiendo cu su nombre las malas doctrinas (1).
Bochica, después de educar los pueblos de la sabana, se retiró sí. Soga-
mOlla, y con el nombre de Ydacansas (luz grande de la tierra) vivió en-
tregado á la p'Jnitencia veinte veces veinticinco &fios. Quedó como here-
dero de su poèerío el Cacique de aquel lugar, y desapareció dejando BU
pie grabado en UDa roca (2). Al Cacique de 'runja concedió el poder
secular.
Bochica a,livinaba 1st! cosas por el viento, las aguas, el vuelo de las
aves, etc. Era dispensador de bienes y dueno del tiempo. Sus sueesores
diz que hered!.ban este dón, y por eso venían á consultarle desde lejanas
tierras (3).
Entre ést(·s los principales fueron Hunzakua y Tomagata. El primero
redujo á la obediencia la multitud de jefes chibchas que se disputaban el
poder, centralizando el mando y gobernando todas las tribus que existían
entre las sabanas de San Juan de los Llanos y la cordillera del OpÔn. Su
reinado duró dOBcientos cincuenta anos. Tomagata, monstruo de cuatro
orejas y un solo ojo en la frente, tenía una cola semejante á la del tigre.
Todas las noches hacía diez viajes de Tunja á Sogamoso, deteniéndose en
los adoratorios. iPobre de quien le enojaral Tomagata le convertía en cu-
lebra, lagarto it otro animal. Esta facultad la heredaban los que le suce-
dían en el trono, aunque no hacían UBOde ella, decían, por cortesía (sic).
Su reinado duró ciento y tantos a1'l0B. Ni fue casado, ni conoció mujer.
El sol tenía reservado el trono á su hermano Tutazua, y para conseguir
su intento, una noche, mientras Tomagata dormía, le privó de su poder
generador (4).
Uno de SUK sucesores fue el virtuoso "Nompa1Iím. Aterrado sllte los
vicios de sus súbditos, preguntó á Bochica con qué penss castigaría sus
faltas, quien le contestS que no se preocupara por ello, que había Ull juez
soberano que se encargaba de repartir los castigos y los premios después
de la muerte. Nompaním entonces dictó códigos y aplicó penas severas
para los delitos que pudieran estorbar la marcha de la Bociedad.
Sucedió á ~ompaním su hermana Bunangay, modelo de virtudes.
Esta casó con e: Cacique de Firavitoba (5).
Los SogamoBos tenían, aunque un poco distinta, la tradición de Bo·
chica. Según elloB, hacía cuatro orogomoa& (edades) que reinaba el Cacique
Nompaním, cuando apareció un viajero llevando en la mano un bordón
11) Fr. Pedre. Simón, T. II, pág. 391.
(2) Id., T. II, pág. 428.
(3) Piedrahitl\, pág. 37.
(4) Id., pág.36.
(5) Fr. Pedre· Simón, pág. 429, T. II.
CAPiTULO II 35

de macana y adornados sus brazos 'j su cabeza cen la cruz. A cste anciauo le
considerllbll,n como pudre y le concedían dos de lus propiedades de los es-
píritus: BO hacív. inYisible,y desaparecía á yoluntad como lo indicaban SUB
nombros de SU.7unmUllX8 (hombre quo se hace invisible) y SU!J1171Wa
(hombrc qno desaparece); también le lIamubar:. SacMgltu (padre lluestro).
Ganza (Gámeu.) fue III primcm pobltlción (lue le hospedó. Cerca de am
sc retiró á la cueva de Toyá, á donùe vinieron á visitarle los Caciques ùe
lIullsahua, Socha, Tasca, 'l'ópaga, Monguí, Tutaza, blongua, Pesca,
Yucón, Bomba,:ll, Tata, Gnuquirá. y Yatoha. Sugamuxi, el más poderoso
de todos, quedÓ en BU cercado. Sachigua se aùelantó hasta Úega, á donde
este últimc, viuo á recibirhl con toda la pompu de su grandeza. Aquí prin-
cipió Sugunsull sus predicaciones; les habló do un Supremo Creador; les
senaló la vía dEll bien y las recompensas á qui,mes por ella siguiesen; les
mostró el camino del mal y los castigos prepli.rados á aquellos que por él
desviasen. MUR, agrega el cronista, después de estas preùicaciones lOB
indios con';inullron tan malos como lo habían sido hasta entonces (1).
Mucho sentimos que las crónicas no co~serven memoria de multitud
de traùicioncd que debioron tener nuestros antepasaùos, relativas á BUll
grandes acont(:'3imientos hi&tórico8, álos cataclismos que en épocas más 6
menos remotas cambiaron elnspecto de nuestro territorio, y á las innsio-
nes que se sucdieron hasta el establecimiento de las tribus que en el Bigla
:xv ocupaban el puís.
Es de suponerse que estas tradiciones existían si recordamos que nun
para hechos más inBignificantes, muchas vecea para dar alguDa explicllClón
de sus cosl;umbred Ó de BUSvicios, traían á cuento relaciones que supone-
mos eran invención de los JequeB. Recordaremos, por ejemplo, la del Ca-
cique de Hami riquí.
Poco iespJés de la desaparición de Bochica, Hunsahua, Cacique de
Ramiriquí, se 13namoró de una hermana BUYO. é insistía en hacer de ella
BU esposa, no obstante la oposición qne su madre les hacía.
Un da, eon pretexto de ir á comprar mantas á la tierra de los Chi-
pataes, la llevÓ paca que le acompaflaso. De allí volvieron á casa de au
mndre. Como ésta observara que su hija ests'!)a encinta, llena de cólera
levantó sobre ella la sana ó palo con que est,:lba agitando la chicha. Al
descargar el golpe, BUhija se escondió tras ùe la gaclta, olla que contenía
el brevaje favcrito; el palo dio con ella y la hizo pedazos. La tierra se
abrió y reeibiÓ en su seno el líquido que dc amarillo BO convirtió en purí-
sima agua, formando la laguna conocida mis tarde con el nombre ùe
Donato (~). Viendo IIunsahua. que el cielo se pronunciaba, en BU favor
11) }<'r. Pellro Simón, T. II, pág. 421.
(2) Er, esta laguna. se arruino un ta.l Donlto buscando los tesoros del Zaque; de
allí su nom:>re. Ancízar. 3
36 ESTtJDIOS SOlŒE l,OS ABORíGENES DE COLOMBIA

subió á una de las lomas cercanas y maldijo la tierra, que de fértil se


cambi6 desdo entonces en ál"Ída ó improductiva. Llamó á su hermana, y
deseando saber la ruta que debían tomar, disparó una tiraderlll\l azar, la.
saeta le8 pre(:odió rechinando y sonando cascabeles. Detrás siguió Ill.enamo-
rada pareja. lIunsahua calmaba la monotonía de las largas horas del viaje
con el sonid,) de su tata (bocina de manera). Llegaron á. Susa, donde des-
cansaron, y :Jrosiguieron su viaje, guiaùos sielnpre por la saeta encantaria.
En el camin,) nació el nino, causa de tá"tos prodigios. Le llevaron Il una
cueva, y paru no fatigar sus pasos con esta llueva carga, le conyirt.ieron en
piedra. Siguieron, siempr~ en pos de la saeta, hasta llegar á Ciénaga .•
abajo del Salto de Tequendama. Rendidos de cansancio tuviel'On la misma
suerte que el nino fruto de su amor. Transformárollse en dos piedras,
que aún puelle contemplar el viajero en la mitad del río (1). Esta [¡¡bula
era un pretexto ó una excusa para casarse entrd hermanos.
Los Muiscas, lo mismo que muchas otras de nuestras tribus, acostum-
braban contraer matrimonio con cuantas mujeres pudieran sustentar,
aunque siempre tenían una favorita á quien dolJían mayores consideracio-
nes. En caso que su esposo, cegado por otra pasión, la dejara 01vidada.,
ella le llamaba li.su deber. Para esto le recordaba lo que aconteció á. uno de
los zipas, á qlien llna vieja presentó una primol'csa doncella. A tal punto
se enamoró dr3ella el Cacique, que pasaba en su companía los díllS enteros.
Celosa la sultana, ayunó, presentó sacrificios á sus dioses y fue á consul-
tar li.uno de los principales Jeques. "Vé, le contestó, al lecho de til esposo
y obsérva lo que allí pasa." La antigua favorita I!eintrodujo furtivamente
á la pieza en 'lue descansaba el Cacique con su nueva companera, le halló
profundamen te dormido y acostada á su lado una enorme serpiente.
Aterrada corrió donde el Jeque á darle cuenta de lo que había visto.
"Convída á tus mejores amigas y li.la aíortunada rival," le aconsejó el
sacerdote, "y bál1ate en su campania." Así lo hizo la cacicll, y, euál no
sería su contento al ver li.la joven convertídll en culebra luégo que se
hubo desvestido, y desaparecer para sillmpre por entre los abrojos que
cubrían las márgenes del río (2).
Cuando los misioneros explicaban á sus neófitos los misterios de nues-
tra santa religión, tropezaban con frecuencia con creenciaa semejantes
que por arte diabólica les habían sugerido sus Jeques. El misterio ¡l6 la
Encarnaci6n, por ejemplo, no era nuevo pam ellos. Según parece, Bochics,
en sus prediclicíones, les profetizaba que Ull nino predestinado nacería de
nna virgen y 'lue su padre sería el sol. Muchas doncellas aspiraban á tan
alto honor y solían salir al campo, donde se exponían li.ser heridas por ]08
(1) Fr. Pellro Simón, T. II, pág. 428.
(2) Id. íd .• pág. 412,
CAPíTULO II 37

rayos del wI naciente. Del número de éstas cran las hijas del Cacique de
Guatavita, quo todas las mananas abandonaban el cercado de su padre y
en una colina aguardaban hasta que llegaran á ellas los primeros besos de
Zuhé. Una de ellas, más afortunada que sus hermanas y compaf1eras,
llegó á i!e¡~madre poco tiempo después, dando á luz una guacata ó piedra
de esmeralda. Envolvióla en algodón" y la colocó en su seno. Allí tomó
vida metamorIoseándose en un nino que con el tiempo fue Caciquo de
Sogamosc con el nombre de Garanclwcha (1).
Fuente de fábulas mil eran para los ind:oB todos los objetos que la
naturaleza había marcado con sello especial de grandeza imponente. LOB
lagos, los ríos, las cascadas, los más elevados montes, las rocas, todo tenía
un principio milagroso, á todos los ucompallaba alguna deidad y eran
objetos de veneración. Nuestro suelo, privilegiado por la naturaleza en
bellezas sin cuento, en panoramas verdaderamente fantásticos, sería como
un inmenso r.1apa en que cada punto geográfico estaba revestido de una
historia de vivos colores.
Rep:~odu:liremos aquí la bien conocida fábula de la laguna de Guata-
vita y unas pocas más que de casualidad hemos encontrado en las crónicas.
Un Cacique de la población situada á orillas del pintoresco lago, tenía
por espoaa á ",lila hermosa mujer de alta estirpe. Sus atractivos naturales,
unidos it uñu privilegiada inteligencia, fueron la red en que cay6 uno de
los princ:ipales senores de la corte, y también el origen de BU desgracia.
Sabedor el Cacique lile las relaciones que existían entre su esposa y su
cortesano, no desdenó desempenar el personaje de comedia, asomándose
á escondidas por la palizada del cercado de su rival; los sorprendi6, hizo
emplllar al uno; y la otra, en un festín prepnrado ad hoc, hubo de comer
parte del cuerpo de su amante, guisado con ají. Además, ordenó á sus
bardos que allí y en SIlS borracheras cantasen la infidelidad de su esposa
para escarmiento de las demás y castigo de la suya. Aterrada ante la8
amenazas do los cantores, la Cacica salió de BUS aposentos sencillamente
aderezada. :Llevaba por companera á una sirvienta y en sus brazos á una
hija que del Cacique había tenido. Las precauciones tomadas para ahogar
el ruido de EUS pasos no fueron suficientes. Los Jeques, cuyas chozas cir-
cundaban la laguna, salieron alarmados. Sorprendida, y no encontrando
dónde refugiarse, la infeliz botó su hija alIaga, cuyas aguas se cerraron
sobre la JQsdichada criatura y sobre el cuerpo de su madre, que tras ella
se arrojó. Inútiles fueron los esfuerzos de los sacerdotes para salvar las
~OB víctíma~. El Cacique, que había acudido allí, ordenó que le devolvie-

ran el cuerpo de la nina. Uno de los Jequ,~s encendió lumbre en la orilla


(1) Fr. Pedro Simón. T. II. pág. 42S. Entre los Nahoas, CMma/ma (la tierra),
barriendo, encontró una piedra azul de que procedió Quett(U(}alt, á quien lolían re-
presentar como culebra con plumas.
SR .¡';STl:DIOB SOBRE LOS ABORíGENES IlE COLOMBIA

y pnso nn08 guijarros hasta calentarlos al rojo. Botólos á la laguna, siguien-


do tras ellos. A pocos momentos volvió á. la superficie y dijo al Cacique:
tlHo visto á vaestra esposa con uu dragoncillo en 10il brazos. Lll invité á
que me acompal'iase, y rehusó, diciéndome quo estaba en casas y cercados
superiores á les vuéstros y que yá habíl\ hallado el descanso tan desoado
por ella." EIlJacique insistió en que quería que le devolvieran Ell'3uerpo
de au hija. Nu.~va fogata iluminó Jas criatalinas aguas del lago, otros guija-
rros chisporro~earon en él y el Jeque bajó de nuevo. Al volver á tierra
traía en sus br!4zos el cadáver de la nina, privado de sus ajas. "AI arreba-
tarIa á su mad"e, dijo el Jeque, el dragoncillo le Il.rl·ancó los ojoa para
obligaras á devolveria á quien la había engendrado." Ellagó recibió una
vez más el cuerpo de la nina, y para siempre corró sobre él sus aguas.
:Muchas vecas, invocada por los Jeques, la CaciN se les aparecía, ya en
forma de ùragón, ya como monstruo, mitad mujer y mitad dragón.
La laguna de Totll. también era frecuentada por un pez negro, mayor
quo una baIlen n y con una cabeza de buey (1).
Las daB pil,dras de Furatena (2), por entre las cuales pasa el rí,) Zar-
bique, fueron aataflo dos gigantes (Fura, hombre; lena, mujer), que el
tiempo convirtió en piedras (3). Tena, Ill.más grande, om madre de Fura.
LOBChibchas, fiun después do arrojados de aquellos lugares por los :Muzos,
iban á escondidas á hacer sus ofrondas (4).
Esta incliMción de los bárbaros á I'evestir las C03as de formas !labro- .
naturales, era tun pl'opia, especialmente de la raza de los Muiscas, que
ann los hechos ·lue precedieron inmediatamente á la venida de loa espa-
noles, eran yá intrincadas fábulas, de en meùio de las cunlds sería dema-
siado difícil sacar á luz la verdad histórica. La. llegada. mismllo do los cas-
tellanos venía anunciada por tántBs anécdotas y acampanada de tal
cúmulo de maravillosos hechos, que aquellos soldadoB oran miradas eomo
hijos del Sol ó inmortales como su padl·e. Ellos y Bns caballos no forma-
ban sino un solo individuo, y llevaban on sus manos el trueno y . el
fayo. Hacían tan asombrosas relaciones de sus Cacíqnei y JequeB, que
Fray Pedra Siml)n acab6 llar convenir en que los de FinzenÚ, Sogamoso
y otros, eran encarnación del Demonio. ¿ Qué otra explicación pudiera
dársele á ciertos hechot! si aceptamos su verosimilit.ud?
El Cacique (lue en Sogamoso reinaba cuando se acercaban los espa-
noIes á nuestras costas, no se sabía do dónde venía. Decían por lo genoral
que ora Garanch:lcha, la esmeralda hija del Sol. 'ruvo por pregonero, uno
de los empleos más elevados, á un indio de larga cola, como de león, que
(1) Piedrahita.
(2) Tienen ésta8 625 y 380 metros de altura, seglin Ancízar.
(S) Piedrahita, pág. 288.
(4) Fr. Pedro :,imôn, T. n, pág. 854.
OAPíTULO II 39

apareclO r'3pentinamente en el cercade. El Cacique fue un tirano muy


temido, y t.an cruel, que ahorcaba para castigar aun las faltas más insig-
nificantes (1). Agobió á sus pueblos bajo el peso de excesivas contribu-
ciones. Ni ngún súbdito podía dirigirle la palabra si 110 lo hacía de rodi lias
y con la cabeza inclinada. Edificó un hermoso templo, que consagró al
sol, y cuando á. él se dirigía, lo hacía con tal fasto y majestad tá.nta, que
gastaba trcs días en recorrer una distancia de pocas cuadras, andando
por un camino alfombrado con mantas do riquísimo tejido y de fina pin-
tura. :)e lfjanas tierras hizo traer grande3 bloques de mármol para levan-
tar otro templo que no alcanzó á concluír (~). Al ruido ùe atambores y tatas
reunió en una ocasión solemne á todos SU3 súuflitos; lcs dirigió una larga
arenga despidiéndose do ellos, y les vaticinó que pronto llegarían gentes ùe
mal talante quo los maltratarían muchísimo, pero que más tarùo vendría
á visitarlo". Dicho lo cual se retiró para 3iempre á su cercado. El prego-
nero ùio un fuerte estallido y desapareció convertido en humo que des-
pedía malísimo olor.
Paco antes de llegar al río Pauta encontró Alfinger una población
ùe grandes edificios, completamcnte desierta. Preguntado uno de sus in-
térprotes por la causa de tal abandono, éste les cùntE\stó que los habitan-
tes de dicha ciudad se habían visto obligados á salir de ella para huír de
la vOrllcidad de una sierpe de mnchas cabezas que vivía en el río y que.
los de'70raba.
E30S pobres moradores tal vez dejaron sus casas perseguidos por algún
güio (t>oa), que yá hubiera hecho sus víctimas, y al cual un iudio aterra-
do hu')iera dado las proporciones de un monstruo de varias cabezas.
El bon, el más grande de los reptiles, vive en 10il ríos y ciénagas de
los llanos, y ha dado origen á varias fábulas.
Una de las parcialidades de los Salibas tenía la tradición do una
enorme scrpiente que en muy lejanos tiempos desolaba las orillas del
Orinoco. m PurlÍ. mandó á su hijo desdo el cielo para que aliviara á. SUIl
criatu ras de eso monstruo que tun encarn izada guerra les había declarado.
Así lo hizo éste, y Purú dijo al espÍl'itll quo había. escogido como morada
el cuerpo del reptil: "Véte al infierno, maldito; tú no entrarás en mi casa
jamás." L:~ corrupción se apoderó del animal, de cuya cabeza salían gran-
ùes g~ sancs, tremondos y feroces, que á poco se convertían en un indio
caribe con su mujer (3).

(1) SUHsucesores no eran menos rígidos. De la cantidad de cadáveres que tÍ 108


árboles hallaron suspendidos vino el nombre de La Horca, que los espafíoles dieron ti
una co' iDa cercana li.Sogamoso.
(2) Dos de estos bloques se ven aún en Sogamoso y otros dos en Hamiriquí. Fr. Pc.
dI'o Si[lón, T. lI, pág. 438. También dicen qu~ existe aún una columna de las quIS
labraron para la construcción de este templo.
(3) P. Gumilla.
40 ESTrnros SOBltE LOS A.BORÍGENES DE COLOMBIA

Mucho se prEsta esta fábula á distintas deducciones. ¿ En Purú y la


serpiente no tend 7emos también consagrados los dos principios del bien y
del mal? Purú, al decir al espíritu, "véto al infierno, maldito," nos da á
conocer que creín en un espíritu malo y en un lugar de castigo después
de esta vidu. Los gusanos, transformándose en Caribes después de la e:cis-
tencia de los Salibas, lDuestran claramente la posterioridad de la invasión
de estos sangrientos y crueles enemigos de las tl'ibus que habitaban los
llanos.
Pocas son las tl'8diciones narradas hasta aquí, y mucho sentimos, no
s610 no poder prewntllr algunas más, sino vemos en la imposibilidad de
deducir de éstas 1:echos posi ti vos.
Analicemos, por ejemplo, la más interesante de las tradiciones de
la tribu más poderosa:
Bochiea entn, los Ohibchas. ¿ De dónde vino Bochica? Del Oriente,
por el páramo de Chingas8. Pudo, pues, venir por el Atlántico, por el
Pacifico, por el Istmo y Ilegal' á Bogotá pOI' Chingasa. ¿Qué simboliza
Bochica? ¿Era un individuo ó veremos condensada on él alguna inmigra-
ción? Si lo primero, ¿sería un apóstol do Cristo, pnesto que predicó llna
doctrina cuyo fondo era la moral evangélica, y traía los brazos y la frente
adornados con la oruz? Nó, porque Boehica abrió paso á las aguas do la
sabana, y este acontecimiento geológico fue muy anterior ála venida del
Divino Maestro. ¿Hería un judío, como dicen otros? Entonces ¿cómo traía
por insignias los instrumentos de afrenta y de suplicio entre los suyos?
¿Sería escandinavu? Era su traje muy distinto al uSI,do por aquella raza.
¿Representaría la omigraoión nahoa? En su doctrina y on las tl'adiciones
de las dos razas Sil observan muchas analogías. Con los Mayas tenían los
Chibchas semejam:as en el uso de las cruces y en algunos ritos. Pero ni
los primeros ni estos últimos eran barbados. ¿ Cuándo vino Bochiea?
¿Cómo, habiendo llegado después de habitada la sabana de Bogotá, pudo
confundirse más tarde con el sol? Bochics era, no nos queda duda, un
simple mito, una deidad acomodaticia, cuyo nombre servía para sacar
avante hechos y milagros. Todo aquello que no alcanzaban á. comprender,
lo explicaban así: Bllchica lo hizo.
Nada nos emenan las tradiciones de nuestros antepasados, y si las
conservamos es más bien como curiOBOparto de su imaginación. En aIgu.
nas de ellas se traêucen ideas vagas de algo quo pasó en remotas épocas,
pero nada más.
Otro p;rave peÎgro con quo se tropieza al comentarIas, es que los auto·
res que nos lus transmitieron (y tal vez los mismos indios que á e\1os Ise re-
velaron) hubieran agregado a.lgo de Sll fantasía en que mezclaban verdades
evangélicas. Fray Pedro Simón quiere ver al demonio en todas partes .•y
CAPÍTULO III 41

no contradice hechos de suyo inverosímiles, tentado siempre de explicarlos


por intervención diabólica. Cieza de León y Castellanos jamás desmienten
á lOBindios quo les refieren encantamientos, apariciones y espantos. Pie-
drahita, te,davía en su época, creía en la. sierpe que ha.bitaba la laguna de
Tota, y que, con cabeza. de buey, había sido vista por personas de él cono-
cidas. lIenera y Oviedo, aunque un poco más analistas, terminan fre-
cuentemente por dejarse fascinar por 10 fabuloso. Los soldados miRmos
referían á sus oompafleros, en sus horas de solaz, en los campamentos,
anéedotas poco verídicas, que los cronistas recogían de buena fe. Aquellas
imaginaciones meridionales se exaltaban má3 aún á la vista de los impo-
nentes espectáculos que á cada paso surgían bajo sus plantas en este
Nuevo Mundo, Ya era un indio que habían er.contrado con patas de gallo,
ya un Jeqne anciano, que al recibir sobre su rostro agua bendita, salía
rodando, CIla.lmadero viejo, por la falda de un monte (1), ya los espíritus
malos, que vonían á habitar los cuerpos disecados en la tribu de los Pozos,
6 que lama~bat\ su sativa. infecta. al rostro de un Oacique de Anserma;
espantos, lIpariciones, riquezas que encontraban y luégo se perdían. Si de
esta. manera exageraban los soldados do 1&conquista, ¡cómo no mentirían
los infelices indios!

CAPITULO III

POLITEfsMO CHIBCHA

La religión de los Chibchas había llegado á un grado de perfecciona-


miento muy superior al de las demás tribus de nuestro territorio. El poli-
teísmo era la base de su culto. Aquellos idólatras habían excluído á uno
de BUS dioE;es del antropomorfismo y concedían á otros dos propiedades
especiales J pertenecientes á los espíritus. A Chiminingagua no s610 no le
representaban '3n el número de sus ídolos, sino que aun su imaginación no
alcanzaba á. da:le forma definida (2). Le consideraban como una cosa muy
gra.nde qua no se atrevían á describir (3),
Chibchachum y Bochica tenían su asiento entre los dioses incorpó-
reos. Les invocaban en lus calamidades, y dictaban SU8 respuestas sin mos-
trarse. En estos últimos vemos nosotros una dualidad difícil de I!leparar.
Si bien recuerdan nuestros lectoros, Bochica, protector de Caciques y
Capitanes, lam:ó su varilla de 01'0 para dar salida â las aguas de la Sabana.
A Chibcha,chul11, abogado de mercaderes, ph.taros y labradores, le repre-

(1) Frny Pedro Simón, T. II, pág. 435


(2) Telnaux Compans, pág. 6.
(3) Acosta, ?lÍg. 194.
"
42 :~8TL"DIOS SOBRE LOS ABORfGENES nE COLOMBIA

sentaban en forma de varilla de oro, y su mismo nombre significa báculo


de los Chibchlls. Tendremos que aceptar la versión de la inuodaeión de
la Sabana por mano de Chía, J Bochica desaguándola, sirviónllose de
Chibchachum: como instrumonto. Si Ohibchnchum hubiel'fI sido el venga.
tivo dios que liumergió bajo Jas sg-uas sus casas y sementeras, y que Bo-
chica Je hubiera castigado agobiándole bajo el peso de la tierra, ¿cómo
explicarnos el culto que le rendian los Chibchas y el lugar tan preferente
que en su olimpo ocupaba alIado de Bochica?
Mas volyamos á la religión. Hemos visto un dios creador y dos dio.
ses protectores. Su idolatría no se Jimitaba á éstos. Rendían culto á los as·
tros, á. las fuerzas ocultas de la naturaleza, y por terror, al Demonio mismo.
El sabcíEmo chibcha no abarcaba sino do> deidades celestes: el
sol y la luna (1). So el'a, pues, una flstrolatría completa. Oonsideraban
las estrellas como simple adorno del firmamento. En su imaginación no
alcanzaron á cOllcebh' un dios superior ni más benéfico quc el sol, y por
ellto le solían confundir con Bochica; no comprendiendo cómo la llatura-
leza. pudiera necesitRr do QùS sercs tan poderosos como aquéllos, ni admi·
tiendo que unI) de ellos fuera. inferior al otro.
A semejanza de los Nahoas (2), los Chibchas daban á cada uno de SUB
dioses una companera. para formar pareja. Esto lo vemos en las tradicio-
nes: Bochica. y Huytaca, Sugunsua y Bachue. E3to mismo observaron loa
conquistadores en los templos y Blloratorios. Al sol le correspondía la
suya, y ésta I1EomabaChía, la luna.
Bochica en la paz disponía del tiempo y presidía á. Ia.s cosechas; él
ordenaba IllS enfermedades y las curaba. Las mujeres encinta hacían
viajea hasta Sc'gamoso, donde besaban la huella de sn pie, estampada en
]a roca, y alii hebían agHa con polvo de la piedra para salir bien de su
parto (3). En la guerra él conceJía la victol'ia y los casti~aba con la
derrota.
Cunchavil'a (aire resplandeciente ó luminoso) se confundía con el
arco iris. Aunque todopodero!lo, compartía. con Bochica la devoción de las
mujeres encint.a.
En la tradicional aparición de Bochica estaban juntas, como se ve,
tres deidades. Éste en forma de dl'agón; Chibchachum, el báculo arro·
jado, J C1tIlchc:viva, e] arco iris. No nos dicen las crónicas bajo quáforma
adoraban á esta último dios, pero sí que le ofrecían objetos de oro bajo,
esmeraldillas y cuentas de Santa Mart9 .
.J..YemcataclIa, protector de los tejedores de manta, recibía culto espe-

(1) Hia/oTla del Nuevo Reillo de Granada, Cl\stcllllnos, T. l. C. I,


(2) Ná~ al travé. de to. M"glo8,T. l. piíg. IH,
(3) Fr, Pedl'o Simón, T. Il, pág. 428.
CAPíTULO III 43

cial de los borraehos. Sa presentaba en forma de 080, y no desdenaba jun-


társeles en E:US fiestas cuando estaban entregados á la bebida. Otras vecos
le daba.n el nombre de Fo (7.orra). Presidía á todas aquellas funciones en
que la chicha d'3sempenaba un papel importante; matrimonios, arrastre
de maderas, inauguración de templos, etc. No hemos visto ninguna figura
simbólica de este extrallo personaje, á quien por toda ofrenda le daban
chicha, única cosa que podía satisfacerle.
Ghaquân, otra de sus doidades, fijaba lOBtérminos ùe las carreras y
el puesto <lIle correspondía á cada cual. Le representaban siempre con
plumajes semejantes á los que usaban en sus diversiones y en sus combates.
Bajo In protección de Baclme ponian las sementeras, especialmente
las legumbres. Estfl. compartía con Bochica y Chibchachum el alto honor
de recibir el humo sagrado del moque. Sabido es que Bachue, la madre
del género humano, ó por lo menos de la raza predilecta ùe los Uhibchas,
se transformó, junto con su hijo, en serpiento (1).
A Tomagata (masa que hierve) le pintaban como monstruo de cuatro
orejas, con un ojo en la frente y larga cola.
Fuera de estos dioses la nación chibcha poseía muchos otros que
adornaban las paredes de sua templos ó de sua bohíos y no pocos que 110-
vaban colgados al cuello.
Venemban las rocas, las lagunas, los ríoa, las cuevas y ]as cascadas;
mas su culto no se dirigia á estos objetos, sino á una deidad, invisible
guardián Il protectora de cada uno de ellos. Oerca de Bogotá se proster-
naban ante un hueso fósil de grandes dimeusiones (2). En Boyacá. rendían
homenaje cspecia] á nn ídolo de tres cabezas. Decían los indios que aun-
que alIi se veían tres cuerpos, según les había ensenado llul1sahua, sólo
había un úOrazón y una voluntad (3). No lejoa do Ansol'ma fue encontrada
una olla de barro formada por tres bustos, de fisonomía igual é idéntil;ls
actitud, unidos por una tabla horizontal y formando una sola vasija (4).
Cada familia tenía SllS penates, cada individuo sus fetiches. Los la-
braban de oro, de plata, de cobre, de madera, de barro blanco, de hilo,
de algodón, dH cera, etc. (5); pero siempre, como hemos dicho anterior-
mente, los hacían hembra y macho. Unos tenían cola de dos y tres varas
de largo, otros la llevaban corta; veían se unos con cabello crecido y otros
atusados (~). Los vestían con mantas pintadas á pincel.

(1) Obsérvese la semejanza de esta tradición con la de Quetzll.coatl (serpiente con


plumas) y Cihuncohua, la mujer serpiente, madre ¿el género humano, según decían
los N ahoas.
(2) Fr. Pec1ro !:limón, T. II, pág. 384.
(3) Id. id .. pág. 427.
(4) Mide é,ta 38 centímetros de alto y 24 cn !lll mayor anchura.
(5) C:18telbnos. HiiWria del Nuevo Reino de Granada, T. I, C. I.
(6) Fr. Pedro Simón. T. 1[, pág. 393.
44 ESTUDIOS SOBRB LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

No creemos que los Chibchas fuerun z06latras, y si en Jas reliquias


que de ellos conservamos hemos tropezado frecuentemente con figuras de
animaleB, no deducimoB dc aquí que éstas fucran ídolos. A uuas, como la
culebra, las veneraban por la dcidad que simbolizabUl. Las otras son
ofrendas qu 3 hacían según Jas circunstancias.
Los Chibchas invocaban al Demonio, á pesar de que le reconocían
como padre dc la mentira; y aunque no creían que sus ídolos tuvieran fa-
cultad de hacerJes bien 6 mal, lea rendían culto por obedecer al Qspíritu
de lus tinieUas (1).
I~os Chi bchas tenían grulldes y suntuosos templos. El principal era
el de Sogam{.so, quc quemaron, por descuido, dos soldados espafl.oles. En
Tunja, en Rllmiriquí, en Fúqucne, en Bogotá y en casi todas las poblaciones
había un templo principal y otroB secundarios. I~os caciques tenían siempre
en BUScercados un departamento dedicado á sus dioBes. Allí adoraban al
sol, quemaban moque á BUSdivinidades y hacían Bangrientos sacrificios.
En todOE los templos había, colocadas en el Buelo, al rededol' y en el
centro del ed flcio, grandes vasijas de barro enterradas hasta el cuello y
eon la. aberb::a. al nivel del Buclo. Tambión entre lOBídolos quo por pare-
jas adornaban el santuario, había unos de mayores dimenBiones, huecos en
su interior y ubiertn la parte Buperior dc la cabeza. En éstos y en Jas vasi-
jas depositaban 108 fieles, por mano de los Jeques, BUSofrendas, consisten-
tes en esmeraldas, oro en polvo ó en pajuelas, y figuras del Bol y de la luna,
de hODlbres, de mujeres y de animales. Entre éatos preferían loa leones,
tigres, monos, Jas culebras, sapos, lagartos, mosquitos, hormigas, gusa-
nos, raposas y aves ne todas suertes (2). Solían depositar casquetel3, bra-
zaletes, diademas y vasos de oro. Las personas menos pudientes regalaban
aves, vasijas de barro con alimentos ó sin ellos, mantas, cuontas de
colores, cte. (li).
Muchas de estas ofrendas fueron halladas en Tunja por los conquis-
tadores. Del tllmplo de Oiénaga sac6 San martín a.lhajus y joyas bSlltante
bien labradas, animales (Bierpecillas, ál{uilas) y esmeraldlls. El Capitán
Céspedes enCOJtró en un pueblecillo insignificante, como ofrendas hechas
á los dioses, uIJa esmeralda y a.lgo de oro fino.
Cuando las vasijas estaban llenas de objetos, QI Jeque las cubría con
una tapndera Ile barro y las sepultaba en lugares ocultos. N adie, ni el
sacerdotc mism o, podía llevar uua. mano Bacrílega. sobre lo que yã partene.
ría á los dioBes

(1) Fr. Peùro Simón, T. II, pág. 318.


(2) Castellanos, llistol'la del Nuevo Reino de Granada, T. l, C. l.
(3) Fr. Ped1"() Simón, T. II, pág. 393.
CAPÍTULO III 45

El doc~or Zerda, al describir una de estas '7asijas, no cayó en la cuenta


de lo queen\milla.ba. (1). Dice así:
lO En un vaHO de ba.rro cocido que pres6ntll la forma de un indio senta-
do ... abierto por encima á la manera de una ánfora, con su respectiva tapa ...
encontrado en Chirajara, en la hacienda. de Susumuco ... se hallaron muchas
figurita.s de oro... que representan personajes, anima.les deificados, ritos y
ceremonias. "

¿No eorrespondtJ exactamente esta descripción á. la que nOB hace


Fr. Pedro Simón? Figuras humanas, huecas, con abertura encima y tapa
de barro en lorma de bonete para cubrirla (2). Allí depositaban represen-
taciones de EUS ídolos y animales. Una vez llenas, las enterraban en lugares
ocultos.
Ko sólo en los templos se hacían las ofre-ndas. Consideraba.n como
sagrados y dignos de culto especial tOdOB los lugares recorridos por Bo-
chica. En 10J llanos de Soga.moso existía, entre otras muchas, UM carrera
de cien leguas de largo, muy ancha y con pretiles de uno y otro lado. Por
allí había su~)ido Bochica, y allí acudían indios de todos los confines de la
nación á reniir BU tributo á la divinidad. Aun en tiempo de guerra eran
sagradas las cabel.as de los peregrinos (3).
En muchos puntos sacrificaban á los montes, cerros, penas, cuevas,
ríos, lagunas, arroyos y árboles. N o, como dejamos dioho, porqne adorasen
aquellos objetos, 3ino porque cuando sobre ellos Bedesprendía el rayo 6 so-
plaban fnerllls ráfagfls de viento, creíRn que sus dioses les habían hecho
semejantes d'3mostraciones para senalarles nuevos altares donde les rindie-
ran culto (4). Los más célebres adoratarios naturales fueron la laguna
de Guatal'ita, las penas de Fura y Tena, y el río Bosa (5).
El día fijado para el bano del cacique, acudian á Guatavita millares
de indios de los cuatro extremos del reino de los Chibchas. El espectáculo
de la laguna debía ùe ser de los más risuenos. S:>bre la orilla, en todo BU
contorno, se 1'3vantaban las chozas de los Jeques, los adoratorios é infini-
dad de ídolos de b~rro. Dos cuerdas cruzaban en forma de X las tranqui.
laB aguas cubiertas en esta ocasión de infinidad de balsas, y Bobro estas
últimas la multitud de índios, vestidos de mantas de abigarrados dibujos,
luciendo SUBmás ricas alhajas de oro. La brisa, ya que no alcanzaba á
rizar la superficie líquida, producía ondulaciones multicolores en los vis-
tosos penachos de plumas. Las balslls de los Jeques se adelantaban hasta
el centro, formado por el contacto de IRS cuerdas; en medio de ellos estaba
(1) El Dorado, plig. 25, fiA'. 18.
(2) •• Estos bone~es hechos del mismo barro en III :orma que usaban los indi08
su tocado. unos r~dondos y otros con pico. "
(3) Piedrahitl\, plígs. 13 y 14.
(4) Fr. Pedro Simón, T. Ir, pág. 401.
(5) Id. íd., }ág. :J84.
46 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

e] Guatavita, COll el cuerpo bal1aJo en trementina y cubierto de oro fino.


Los Jeques alzaban las manos al cielo, hacían una ofcl·ta general á 108
dioses en me·lio Ile un silencio profundo, y á una senal, el cacique se arro-
jaba á la lag'lna J los fieles lanzaban snB ofrendas hacia ]a mitad del lago.
La gente ordinaria hacía su ofrecimiento desdE' la orilla, con las espaldas
vueltas, pars. 110 cometer el desacato de mirar las aguas (1). Dicen los
cronistas qUll Ú. la llegada de los espanoles las Jel caciqne ascendieron á
cnarenta quintales de oro fino.
Mas no en todas partes estas funciones erlln públicas., Por lo general,
la persona 'lue deseaba pertir algún favor á sus diose8, se entregaba al
ayuno durar te muchos días consecutivos. No tomaba ningún alimento, 6
si lo hacía, fie contentllba con legumbres sin ají ni sal. Se recogía en el
encierro mAi absoluto, no si~ndole permitido ni bl\l'l.arse, ni cl\mbiar de
manta. Con nadie podía comunicar. Terminada]d zaga,-así lIumaban á
este ayuno-ose presentaù~ ante el Jeque, Il quien entregaba]a ofrenda que
quería hacer y daba cuen ta de lo que solicitaba de sus diosel!. Llegada la
tarde, e] sl\(~erdote, mascando tabaco, se dirigía all.lgar destinado para el
sacrificio. Alli se ponía en observación por si algún profano le miraba, y
una vez convencido de que no tenía más testigo que el invisible espíritu á
quien iba Ii implorar, se despojaba de sus vestidos. Puesto de rodillas, las
manos levantadas al cielo yen ellas envuelto en algodón el idolillo objeto
del sacrificio, hacía una corta oraci6n rogando fuose concedido lo que 8e
le había re(:omendado que pidiese. Luégo arrojaba al agua, escondía en la
roea ó enterraba la ofrenna y volvía caminando para atrás, lentamente, al
punto donde se hallaba su ropa. Cuando Zuhó desaparecía en Occidente,
volvía á. sn bohío. Al día siguiente el interesado iba á buscarle, le rega-
laba dos mantas ó un poco de oro, después de tomarle cuenta de cómo
había lIen:ido su cometido. De allí salía á ballarse, cambiabt, la manta
que llevaba durante el ayuno, y convidaba á sus parientes y amigos á una
borrachera. En medio de la embriaguez de la chicha se entregaban al
bailo y car.taban acampanados por la triste molodía de caracoles y fotutos.
Igual cercmonia hacían en los templos (2).
No eB Jeque quien quería, ni para esto bastaba tener vocaoión. El
sacerdocio se heredaba como el mando. Al sabri no mayor, hijo de her-
mana, le (ducaban para ello. Al mancebo le sacaban de ]a cau de sns
padres y k llevaban á otra bien retirada. De éstas había varias eu el reino,
y las llamaban cucas. Allí lo encerraban con otros neófitos y en compatlía
de un indio viejo. Bajo BU tutela aprendían las ceremonias y sacrificios y
llevaban \Ina vida de ermitanos, ayunando permanentemente, sin más
(1) ~·l. Alonso de Zamora, pág. 258.
(2) FI. Pedro Simón, T. lI, pág. 401.
CAPITULO III

alimento que puches de msíz con Bill, 6 maza'llorra, llvecillas y sardina-


tas cuyas dimen3iùnea no paBaran del tamafl.o de la primer falange. Doce
anOIl durabr. el Il prendizaje, al cabo de los cuales lo horadadau lae arejas
y las naricen para adornarIas con zarcillos y narigueras de oro. Acom pa-
!lados de la mul ;itnd, salían ese dís á una quebrada cercana, se banaban
el cuerpo y veBtían una mantI!. nueva (1). Se e~1caminaban á caSll del Ca-
cique y recibían de 8USmanos la consagrauión, algunos regalos y el per-
miso para ejerce:' el ministerio en sns tierras. Seguía una fiesta en la cual
la chicha, la danza y la música eran de rigor. Después se retiraban á BUS
C888B,vivíar.. soloe, no siéndoleB permitido CliBarse (2), ayunaban frecuen-
temente y mortillcaban su cuerpo con duras penitencias. La noche Is pa-
sahan casi en velll, maBcaban ¡¿ayo (coca) (3). L·)s fieles so ocupaban en sus
sementeras y trabajaban en ellas.
Las hojas de coca las cogía el sacerdote mismo, y hasta para ello tenía
su receta. Había de troncharIas una á. una á raíz del tallo con la una del
dedo pulgar. Recogida!! unas cuantas, las tendían li secar sobre mantas
destinadas al efecto, y las tOBtaban en vasijas de barro, sobre el fuego.
El comercio de estas hojas era la principal riqueza de los Jeques. Como
sahumerios empleaban también la. trementina parda, caracolillos y 801-
mejuellls.
Los sacrificios humanos, muy meritorios á los ojos de Zuhé, se hacían
en los tem pIos y en las colinas.
En los I)ano" en un templo dedicado also~, mantenían multitud ùe
mancebos qU·3 educaban con el único fin de aplacar la cólera de sus dios~.
A los doce afias de edad los llevaban de pueblo en pueblo hasta dar con
algún rico Ca~ique que lOBcomprase. El precio ùo estos ninOB sólo lo podían
pagar los graldes senore!!, por ser muy elevado. El nuevo amo los llevaba
á un santuario donde los encerrnba. Cuando cumplían los diez y seis anos,
lOBdeBtinaban al sacrificio. En CllSO que hubieran quebrantado el voto de
castidad que hacían, los arrojaban del templo vorgonzosamer.te y quedaban
entregados al vilipendio y á BUSremordimientoE. ZuM no podía aceptar
aquella Bangre im pura.
Llegado el d::a fatal del sacrificio, abrían el cuerpo de la inocente
víctima y le arrancaban el corazón y las entraflas, que ofrecían palpitan-
tOBá los díoses. L'1s caracoles y fotntos. con su infernal gil azabara, aha.
(1) Fr. Pedl'O S:món, 1'. II. pág. 37~.
(2) Castella.nos, Ili.~torùt del Nuevo Reilw de GI'ItIUUltt, T, l, C L
(il) Usan también con él (haya) de cierto polvo
O call1echa de ciertos carucoles.
Que traen en el 4.ue IJaman poporo.
que es un calabazuelo, donde meten
LU p"lilJo, y aquello que se pega
Ji:ecogen en la boca con el haya.
(CdstelIano", Instorla de/Suero RélM d< Granada, C. ¡),
• 48 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

gaban 108 gr: t08 del mancebo. Con su sangre regaban el suelo y tenían
las columnaE del santuario. En medio de cantos fúnobres sacaban el cadá-
ver y lo llevaban á nna colina donde lo depositaban para qno sil'viera de
alimento nI Hol.
Estos süorificios los hacían también á la pampa. Para ello, cuando la
manana estaba clara y que ann no hllbía salido el sol, conducían la vícti-
ma á una de las colinas que miran al Oriente. La acostaban sobre una
rica manta :¡ la degollaban con un cuchillo de cal'la. Con la sangre, reco-
gida en una totuma, manchaban las rocas. Los primeros rayos del Bol al
iluminar aq lelIos parajes ponían en relieve tun horrorosa escena J debían
devorar, según creencia de los inllios, el cuerpo que dejaban allí abando-
nado (1). Cerca del pueblo de Gachetá tenían un ídolo de madera del
tamano de un hombre. Sobro la piedra colocada tÍ IIUS pies sanrificaban
semanalmente un muchacho que no pasase de catorco anos (2).
Los caciques toniaR sacrificios especialeB. En las esquinas de sus cer-
eadoB se levantaban altos maderos, semejantcs á mástiles, con una gavia
encima y pintados do rojo. En la parte superíol', dentro de III gavia 6
jaula, metían á un indio fornido, generalmente prisionero de guerra, que
alimentaball y reservaban para cse día.
Los mejores tiradores del senorío disp¡lraban sus dardos, haciéndolo
heridaB leves, de modo que desliugrara lentamente y que fuera larga BU
agonía. El que le diera un flechazo en el ojo Ó Cil el corazón, recibia un
premio de manos del cacique. AI pio de la gayia ponían totumas y vasi·
jas de barro para recoger la sangro que chorreaba. El cuerpo lo sacaban
en medía del regocijo de la multitud. Allí lucían 8UBmás ricas prend88;
todos cantaban acampanados por la monótona armonía de los fotutos, el
molan'cólico ruido de los caracoles, el chillido de chirimías y tlautillas y
el bronco sonido de lOBtamboriles. Había curreras y premios, y entre la
algazara iblln 108 Jeques untando c~n sangre las rocas del camino. Tam-
bién, cn lle1'i.aladas ocasioncs, daban muerte á 10rOB Y guacamayos, á
quienes habían ense1'i.ado á hablar para que llevaran also18us súplicas (3).
Muy dados á la superchería, tenían hechiceros y agoreros. Tomaban
la figura, d icen las crónicas, ùe tigrcs, loones, OS08 y otroB animales, y
"tenían l8s facultades y hacían 108 mism08 dano8 que é8t08."
El Caúique de Sogamoso tenía un poder especial eotte sus hechice.
ros. Le vfneraban como representante de Bochica y le temían como á
un sér sobrenatural, en cuyas manos estaba el poder de diilponer del
tiempo y de lOBelementos de la naturaleza. Cuando sus pueblos habían
(1l Fr. Pedro Simón, 'r. Il, pág. 318.
(2) FI'. Alonso de Zamora, pág. 130.
(8) Id. pág. 338.
CAPíTULO IV

faltado á la cbediencia y deseaba castigarIos, se retiraba, con semblante


adusto y 8compaf.ado de los principales de la (lorte, á nna montana ve-
cina. Allí subía con una túnica roja y regaba por los cuatro puntos car-
dinales, bija ::nolida, si deseaba castigo de sangro: una guerra, por ejemplo.
Si quería qUE nns, epidemia de viruelas los diezmase, se rascaba el cuerpo,
y 10 que quedaba entre las unas lo esparcía por el aire. "Y algunas veces
estas cosas sucedían" (1).
Como se ve, la mitología presentaba entre los Chibchas formas com-
plicadas que indican cierta cultura intelectual. No sucedía lo mismo en
las demás tribus que cubrían la vasta extensión ùol territorio de Tierra-
firme; ellas estaban BU midas aún en la blrbario, y su idolatría era tan
sencilla como primitiva.

CAPITULO IV

SIMBOLISMO CHIBOHA

.Entre loe; Ohibchas observamos 10 que no hemos visto en las otras tri-
bus, que todlls las figuras, aun las má.s iRsignificantes, son simbólicas.
Los Quimbayas representaban á sus Caciques, á sus mohanes y al demo.
nio copiando la fisonomía de loa primeros, y al último tal cual se les apa-
recía; los Ohibchas poco se cuidaban de perfeccicnar un objeto de oro y de
darIe parecido; ponían en manos de sus figurillas objetos simbólicos de
sus dioses, jofes y jeques, de las cosechas, abundancia, estaciones, etc.
Tampoco hacían las ofrendas con el único fin de desprenderse do una joya
de oro, sino que, (}omo los ex-votos, cada una llevaba el emblema de lo
que pedían á sus dioses 6 del mismo dios á qui'3u se dirigían. Veamos,
guiándonos pJr los relatos de los cronistas y las profundas observaciones
del Padre Duquesne, y ayudados por las muy intercsantes colecciones de
los senores D, Nicolás J. Casas y D. Vicente Restrepo, algunos de estos
símbolos (2).
A Bochica b daban la figura de (lragón, la misma que él revistió
cuando, vencido por las súplicas de Bll pueblo, 110 les apareció para dar
salida á las aguas de la altiplanicie. Es el dragón un animal fllntástico y
por lo mismo sin forma determinada. La figura 15 del Oatálogo que acom-
pafl.ará las colecciones aludídas (3), pudiera ser representación de Bochíca
(1) Fr. Pejro Simón, T. II, pág. 150.
(2) Amb~ colecciones han sido ofrecidas generosamente en préstamo al Gobier·
no por sus propietarios, y figurarán en la Exposición de 1l1adrid.
, (3) Catálol'O de los objetos chibchas, acompañado de un álbum con fotografías
hechas por el selior D. Julio Racines.
60 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENE,; DE COLOMBIA

ó más bien le Tomagata, monstruo de larga <:ola (1). Las figuras 34 (2),
83 Y 85 (8) ~ambién repredentan á uno de estod diose •.
Entre las numerosas serpientes de oro que se encuentran, hay mu-
chas con CiDeza de dragón. Al dar la descripción <le las que tenemos á la
vista, dejamos al lector el cuidado de buscarles su significaciÓn exacta,
ayudado pOL'las observaciones que á. continuación hacemos. La serpiente
era para 103 indios, como para todos los pueblos de la anti~üt!dad, una
fuente de Hbula8 mil; BUimaginación va mezclada á todas las cosas sobre-
naturales. Bochica en algunas ocasiones era una serpiente con cabeza de
dragón; Bachue, la madre del género humano, luégo que hubo poblado
la tierra, SB perdió en la laguna de donde había salido, tmnsfol'mánllose,
lo mismo qlle su hijo, en una culebra; la Cacica do Guatavita al hundirse
en las aguai del lago, se convirtió en sierpe, y fue recibida por el dl~.
que había allí; la favorita de un Zipa infiel tomó 1/\ miBm:i lõÚñ;-al ba-
fiareeen el FUllza COllSUScompatleras; como serpiente, on fin, se apal'ecía
el demonio á lo~ jeques que lo consultaban ell los santuarios naturales, y
el mismo alliml~1 era. considerado como guarrlián do las aguas.
Bajo el número 15 (4), compatlem de la descrita anteriormento, te-
nemos una ierpien te de tumbaga, cuyas manchas estÍLn representa las por
un dibujo en relieve, y la cabeza adornada pOI' una cresta.
Blljo e 1 nÚmero 24. tenemos dos dragones. Al más grande (5), el
cuerpo ach:.tado en Ull sentido opuesto al aplastamiento de la cabeza, la
forma, y la:l barbus colocadas junto á los ojos, y sobre la cabeza echadas
para atrás, le dan la actitud de nadal' con rapidez: 110 sucedo lo mismo
con el otro (O): el cuerpo en la direcci6n de la cabeza, y los auillos más
desarrollados, le dlln el aspecto de una marcha perezosa.
El número 45 nos presenta dos reptiles curiosísimos. El más grande (7)
tiene la cabeza erguida, la boca abierta, que pono de manifiesto seis agu-
dos colmilles, y recta la acerada lengua; los ojos extraordinariamente dila-
tados, la cl'esta parada, indican que aquel animal está irritado. Tiene
cuatro dim nutas patas y un loro pOBado sobre la cola. El campanero, de
cabeza fanf.ástica, ancho y delgado cuerpo, tiene sobre el espinllzo una
franja bien tejida (8).
La fig'ua 73, también de aspecto enfurecido J con barbas de
pescado, tiene el cuerpo formado por una trenza d'l oro, de exquisito
trabajo.
(1) :Mide 6 centímetros de largo, es ùe buen oro, y fue hallado en Gustavita.
(2) i\lid( il centímetro~. Es de oro, y proviene de Gamgoa.
(3)Milk 6 ccntími!tros.
(4) Mide 8 centímctro~. Fue hallada en GUlltllvita.
(5) Mide I'H centímetros. Es de tnmbaga y fue hallado en ~Ioniqllirá.
(6) MidI\) centímetros. Es de tumhaga y fue Imllado en Moniquirú.
(7) Mide 14 centímetros. Es de cobre y fue hallado en Sogamoso.
(8) MidE 8 centímetros. Es de oro y fue hallado en :'¡ogamo3o.
CAPíTULO IV 51

La figura 81, de buen oro, tiene el cuerpo hecho en forma de grueso


alambre, y la clbeza es más bien de ave que de serpiente.
El doc~or Zerda en El Dorado y en un artículo que con el título de
Culto de lo.~animales publicó en el Papel Periódico llustrado (1), nos
presenta ot¡'as cuatro de estas figuras, una de ·el\as con dos aletas de pes-
cado en el €llga¡,te de la cabeza, y otra, para nosotros la mãs interesante
de todas, cen crcilta y cuatro aletas, lleva encima una culebrilla, sin duda
representación de Bachue y su hijo. En la Memoria del sellor Uricoechea,
bajo el número 1, está dibujado un báculo coronado por dos serpien-
tes. No cstHmos de acuerdo con la opinión del autor de que este bá.culo
l'epresenta li. Bachue y li su hijo; para nosot!'OB es simplemente el emble-
ma de la fe(mnd idad. A Bachue no sólo la representan como serpiente,
Bino como mujer, con un nino. En El Dorado hay una de estas repro-
ducciones h:íbihnento interpretada por el doctor Zerda; sólo agregaremos
una observac:iÓn. La silla de mimores nos ha. parecido Ber mãs bien de
juncos, queriendo mostl'ar con esto elllrtista. que la maùre de la Nación
chibcha hab~a salido de la. laguna. y tejido aquel asiento COllla planta que
halló en sus orillas.
:Más int~reSl!nte aún nos parece la figura 55 (2). Es una mujer sur-
giendo de entre un ohjeto formado por tallos dG oro; en su brazo derecho
lleva un nine" y en las manOBatributos de muy difícil detel'mínación.
A Chibchachum le repreBentaban por medio de un báculo. S610 hemos
visto daB figuras que pudieran serlo, las que llevan el número 88, una de
oro y otra de tumbaga. Muchos otros objetos de oro se encuentran en
forma de maderos ó delgadas columnas. Bajo el número 4: teneu.OB tres
'Varillas retorcidllB (3). ¿Representarán á Chaquén, dios de las Carreras?
Recuérdcse que (,Bte juego de gran boga entre los Chibchas, tenía lugar
en las calzadus que se extendían fren ta á los cercados. Los objetos que es-
tudiamos rematan en un pequeno cercado y tienen una 6 dos puntas de
oro de forma curva, quizáB los maderos con que seBalaban la partida y el
límite de la Carrel'll; una de ellas está adornada por unas chagualetas, y
otra por un 8.ve, tal vez el premio que debía recibir el vencedor. Ta.m~
bién representaban á Chaquén por medio de haces de plumas.
Nemcatueoa ó Fo so presentaba en 'forma de oso 6 de zorra. La
figura 84 (4), de c:>bre, ¿será una imagen suya? Es una especie de zorra
de larga cola J ca¡;~ fantástica, con cuatro gruesas barbas. Las patas tr8se~
ras están unidas Ii las delanteras por hilus de oro, para recordar que este
dios era también protector de los tejedores de manta.
--- -------------------------
(1) T. IV, pág. 117.
(2, 9 centílI,etro.~ de alto. Es de buen oro y fue hallada en Carare.
(al De 8 Ú. 11 centímetros, l'ueron halladas en Leogullzllque,
(4) Tiene 61 centímetros, 4
BANCO DE L¡:>,~-, ti; A
JlIBUOTECA lUIS - ANGEL ARANGO
52 ESTUDIOS SOBRE LOS AlIORíGENES DE COLOMBIA

Del BimboliBmo de los dioscs pusemos al de los Jeques, ü~(:iques y


guerreros. No hemoB podido hallar la clave para diBtinguir los Jeques
de las demás figuraB. Al pl'incipio creímos qne de la forma de la gorra ó
mitra con qu~ cubrían la cabeza, pudiéramos deducir si eran 6 nô sacel'-
dotes, y tuyimos que dcsiBtir, observando las mismas formas en mujeres
y personajes lue, á juzgar por BUBatributos, no podían ser Jeque3.
A la figura número 4 de la relación de El Dm'ado, que, según dice
el doctor Zerda, representa la ceremonia que el Uacique celebraba en la
laguna de Guatavita, le damos nosotros una interpretación muy distinta.
El Cacique reva en 11\ mano una tiradera y dos dardos, cuya forma está
bien clara. Asistienllo á una ceremonia religiosa adonùe iba á ballsr BU
cuerpo en lss aguas de la laguna, ¿con qué objeto llevaba las armas?
Dice el docter Zerda, además, que el Cacique está en meùio de 198 sacerdo-
tes. Todos aquellos individuos que lo acompanan ¿no serán más bien sim-
ples remeras? Los Jeques siempre llevaban alhajas, y una de las ceremo-
nias de su c,)nssgración consistía en abrirles las orejas y las narices para
adornarias con pen:1ientes; en cambio al vulgo no le permitían usar joyas,
y todos eBtá:1 desprovistos do ellas. ¿No será este grupo una representa-
ción de una cacería en la laguDa? El canasto que lleva á la espalda el
indio que está. delante del Cacique, parece más propio para cargnr las pro-
visiones ó las aves muertas que para contener las ofre~das, que sería na·
tnralllevar por delante. ObsérveBe igualmente llue, aunque es cierto
que á. todas lus lagunas rendían culto, la balsll en cuestión no fue hallada
en la de GU>1tavita sino en la de Siecha.
La figura 41 (1), en cambio, sí nos parece Bimbolizar un gran perso-
naje por el recargo de joyas con que está adornado. Es ullindividuo
majestuoBamente sentado en unas andas. Sólo el Tunja, el Bacatá
y el Suaroux podían Balir en andas. Estn figura, habiendo sido ha·
liada en SogamoBo, no dudamos representa al sarno Sacerdote de Ira·
ea. Cubre su cabeza un gorro cilíndrico con Jos alas cuadradas á.
los lados; enormes planchas de oro penden de sus orejas, y una nari-
guera rectRngular cubre la boca. Las cejas arqueadas, los ojos un poco
_cerrados y la cabeza echada para atrás, le dan un aspecto de seriedad y
de superioridad incontestables. Además lleva en el pecho una plancha
de Ofl) formada por dos largos rectángulos separados por uno más pequeno.
El sacerd )te está en cuclilllls, el brazo izquíerdo cae sobre la rodilla
izquierda ~, el derecho está apoyado sobre la otra rodilla. En la mano
derecha !lBva un cetro bifurcado.
El número 35 (2) es muy probablemente un alto personaje, el Zipa 6
(1) 10~ centímetros. Es de buen oro .•
(2) 10, centíme~roB, oro fino; haIlado en Bogamoso.
OAPfTULO IV 53

nlgún ezBque, por el recargo de joyas con que está adornado. Del gorro
y de lus orejas penden chagualetas, y un aro de III nariz. Un collar de
muchos di;'es, una doble faja que se cI'uza sobre el pecho, brazales: nada
le falta. En la mano izquierda empuna' un palo retorcido, semejante en
un todo á ¡;no ùe los que tiene el nÚmero 4, ¿Será un cacique presidienrlo
las earrerat!?
El nÚmero 69 (1), aunque ostenta el aspecto feroz de un guerrero,
es sin duda lin Cacique, pues no lleva arma ninguna. El gorro es
muy semejante al del anterior. Lleva cnatr:> chagualas en cada oreja y
un aro enorme en su disforme nariz; tiene también ceflidores en lOB
brazos.
Es tiempo yá, antes do pasar á la parte más interesante de este
estudio, que veamOBalgunas figuras de guerreros.
La segunda de las qlle llevan el número 29 (2), de trabajo des-
cuidado, tiene laB manos sobre el pecho, y:m ellas una tiradera, arma
de guerra de los Chibchas, con dos dardos. La cara del individuo aquí
repI'eseutado tiene un aBpecto tan poco ofensivo como el arma que
el1lpufia.
Bajo el nÚmero 30 (3) está comprendida una figura cuyos ojos y
boca bien abiertos le dan un aire un poco más feroz que el anterior. Pa-
rece llevar en una mano la. tiradera y en la otra loa dos dardos. Es de
observar que aunque los soldados llevaban al combate gran número de
éstos, nunca los repre~entan con más de dos. Probablemente este número
leB bastaba plU'a dar idell de la plur!l.lidud. Los miembros inferiores
del individuo se pierden en un objeto de forma extratla. ¿Querrán repre-
sentar á un guerrero en su fortaleza?
Un guúrrero acuclillado nos presenta la Egul'a 51 (4). Está en ac-
titud de descanso, los codos sobre la.s rodillas y las manos á la altura del
pecho, aunque un poco distantes de él. Al costado derecho tiene un escu.
do de armas,
El número 70 (5), figura en pie, bien plantadll, de aire marcial, nna
de las poell:> qne tienen verdadera expresión, lleva apoyado al brazo iz-
quierdo un carcaj yen la mano derecha una tiradera. El número 71 (6)
es más interesan';e aún aunqul' menos artísticamente labrado. Adornan
BUS orejas cuatro chagualas, y su nariz pesada argolla. Del brazo derecho
se desprenden cuatL-o como cintas que parecen flotar al viento, y en la
(1) 11t c(ntímetros, oro fino; hallado en l:logamoso.
(2) Encontrada en Pefiasblancas.
(3) Encontrado en Garagoa; mide 4 centímetros, yes de oro.
(4) Mide ¡¡ centímetros, es de oro y proviene del Varare.
(5) Mide 12t centímetros, es de oro y proviene de 80gamoso.
(6) 8t certím(\~ros, es de oro y proviene de Sogamoso.

,.
54 ~:3TGDIOS SOBHE LOS AnORÍGE~ES DE COLOMBIA

mano empunll una macana terminada en una bola de cinco pun~as. En


el brazo izquierdo tiene asido un escudo.
La segunda de las figuras que llevan el núme¡:o 77 es la única que
hayamos visto con un arco en la mano.
Bajo el número 36 (1) tenemo!! nn indio de aspecto verdaderamente
amenazador: :.a boca, desmesuradamente abierta, muestra los dientes. Al
dar á éste on aire tan feroz, sin duda los Ohibchas quisieron rep,'€scntar
á un guerrero de lOBPan ches, sanguinarios vecinos muy temidos por ellos.
Estos iban siempre á los combates con profusión de pluma!!, y la fignra de
que tratamos las lleva en lus mejillas, Jas orejas y el pecho. En uTla mllno
tiene una tiradcl's y muestra en la otra una vasij:l de un dibu io igllul
á las que usaban para envenenar sus dardos. Tiene Ildemás sobre el
hombro izquierdo un estandarte de guerl'll.
Pasemos á otro orden de figuras. El círculo, entre los dibujos geo-
métricos, fu(, el más familiar para los Chibcha3, tal vez por ser h forma
que ostenta elsol, y también la Juna cuando est:i en toda Sll plenibd. Esta
forma tenían sus templos y sus cercados; de ella derivaban la numeración y
la medida del tiempo. La casa y la sementera del indio eran todo Sil capital,
todo BU habllr, la mayor expresión de la felicidad. Revestían la forma
redonda, la misma con que representaban el nÚmero 20, base de 8U nu-
meración, pues de ahí en adelante expresaban las cantidades por dos vcin-
tes, tres veintes, etc. Este uú mero lo figuraban gráficamente por medio de
11na rana ext·~ndidll ó echaùa. Con la pal abra gutta (veinte) expresaban,
pues, la maYJr snma numérica y el más alto grado de fortuna. La rana
en actitud de brincar, con la que prin cipiaban el afio y la nume1'8ci5n,
era también simbólica de bienes, y la miraban 00 mo el comienzo de otra
cosa, de lo 'lle después/lebía venir. En fin, la rana en cuya cola principia
Á formarse otra, el'a igualmente simbólica de bienes.
La rana, en una ú otra forma, es el emblema de la riqueza. No es de
extraf1ar que los indios venerasen SlI figura y la representasen á cada
paso, mllchas veces de una manera inconsciente.
Bajo el número 46 podrá ver el lector tres de estos batraciauos bien
extendidos, en el reposo aquel con que querían significar el mayor núme-
ro de bienllB. Están hechos para llevarloa colgados á collarcs 6 á SUB
mantas, y pua ello tieno cada uno laa dos aberturas por dando pasaba el
hilo. Dos son delgadas láminas de oro recortadas en aquella forma, el
otra es de un trabajo más eBmerado, tiene el cuerpo abultado, los ojos
Boldados en su puesto y la boca bien formada por un delgado hilo
de oro (2).
(1) MidE 7 centímetros, cs de oro y I?roviene de Sogamoso.
(2) EStOi tres objetos provienen de Mgamoso.
CAPITULO IV 55

:~n l!ls piedras pintadas ó esculpida; se repiten frecuentemente las


represent.aciones de ranas y de figuras cuya forma se deriva de ellas. A
su debiùo tiempo dal'emos su descripción.
Decíamos que el círculo tenía para los Chibchas una significación
muy 3xtellsa. Cuando levantaban nn cercado le daban la forma circular
por Dledio de una cuerda atada á la extremidad de un palo. Ese palo
y esa cuerda juntos tenían para ellosun~ grande importancia, puesto quo
les sK'vía para trazar sus sementeras y habitaciones. Le daban el nom-
bre do Ta cuaRdo ponían la cuerda .floja atada. á un extremo del madero,
y el de Bui'¡,usa (tender) cuar.do á esta miama cnerda la ponían extendida.
No huy que confundir éstos con las gavins, altos maderos con una
como jaula abierta por encima, dentro de la cual colocaban la infeliz víc-
tima 'lue los caciques sacrificaban.
Rn la Relación del Dorado, bajo el número 18, nos muostra el autor
el signo '1~1, (un poste con un cable), y le da el nombre de gavia ó suhusa,
cuando son estas dos cosas muy distintas.
La figura. número 12 sí nos recuerda claramente el sacrificio en la ga-
via. Entre un canasto que parece hecho de bejucos, y á la extremidad in-
ferior del cllal se ve el remate del mástil, está un individuo con los ojos des-
meBu1':\dos y la boca abierta como sobrecogido de terror (1). En el número
28 la gavia está complota. El madero, aU:lque un poco torcido, muestra
en su partü superior la jaula de juncos y en ella la víctima (2).
La fecundidad la representaban por medio do dos figuras unidas, ya
fueran humanas, ya de animales. Le dsben el nombre de llisca, esto e~,
eckm'se une sobre otro.
Busta "el' el catálogo para interpretar así la figura 43, en la cual el
busto de un hombro aparece encima del cuerpo de una mujer (3). En la
primera de las figuras que llevan el nÚmero 22 (4) están dos aves mirán-
dose de frente en la extremidad do una nrilla, en actitud de picotearse,
y les cabe perfectamente la interpretación de 1lÏsca. Una varilla seme-
jante á éstJ. tieue en la malla àerecha la figura 71 (5). IIaremos observar
qne pa r'Il mejor mostI'llI' la unión de las dos aved, los maderos sobre los
cualet> :as representan tienen una atadura ó proximidad de éstas.
Dos ojos abiertos y las narices, dos ojos cerrados, la nariz y SUB dOB
ventanas, son símbolos que sólo hemos encontrado en algunas piedras y
que más que todo tenían relación con las fases de la lun8. Las orejas es-
taban en el mismo caso, pero tenían un significado más vasto. Ellas eran
(1) }:~ de Guatavita, de oro, y mide 8 centímetros de largo.
(2) Fue encontrada en Garagoa. es de oro y mide 8 centímetros de alto.
(8) Pue encontrada en Sogamoso, es de oro 1mide 7 centímetros de alto.
(4) l'ue encontrada en Guatavíta.
(5) Es de oro. Mide 31 centímetros de alto.
56 ESTt;r.IOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMDlA

el emblema de sus riquezas. ¿ Qué relación, se dirá, pueden tener d'JS


cosas tan distintas, un órgano con III fortuna? Los graneros en que depo-
sitaban el product(, ùe sus cosechas los fabricaban en forma de espiral; á
las orejas, tal vez á causa del carllcolilIo, les daban esta misma forma. La
espiral vino, pues, á ser como emblema de riqueza. }~n las figuras 1.a, 5.",
6.a, 1,", n."', 10, 1], 12, 16, l7;en las2."', 4,'" y 5.'" del número ~O; 2.'" del
número 27, 1." del número 30, y en los números 35,41,51, 2," del 86, etc.,
verá el lector las o .·ejas representadas por dos espirales, y por medias es·
pirales en los núm3roB 54,77, L" Y 2.'" del 78, L" de186, etc.
LOB loros y gUlCamayos que traían desde las tierras calientes, eran
educados por los indios Call mucho esmero. Los ensenllban á hablar y
luégo los sacrificahan á fill de que se presentaran ante el trono de Bochi·
ca ó de Chía y allí de viva voz repitiel'an sus súplicas. Había caCIques
que en un solo d if. daban muerte hasta Il 100 Ó 200 loros y 10 Ó 12 guaea-
mayos. El loro era, pues, un ave sag¡'ada, intercesora al pie del trono de
Sl1S dioses. Entre sus ofrendas de oro era muy natural quo con frecuer.cia,
cuando no tenían aves que sacrificar, ofrecieran Sll figura. De éstas vemos
una muy interesllute descrita por el doctor Zerda en Et Dorado. En el
catálogo aparecer. tres aves bajo el número In (1), con el pico abierto
y la lengua bien visible, queriendo expresar con esto que aquelloB ani-
males hablaban. :)os de ellas tienen las alas adornadas con ehagualetas.
Las figuras humanas que tienen aves llevan todas Ulla varilla en llna
mano, probablemente dondo se poauban; on muehaB de ellas el ave está.
encima Ile ésta.
El número H comprende dos figuras. La primera (2), llena de atribu-
tos, es de muy di:ícil interpretación. Está sentada sobre un duho. El an-
tebrazo derecho so apoya encima de lus dos rodillas, y la mano izquierda
sobre el pecho qua adornan de un lado un nido y una faja y del otro un
haz de dardos Call ulla ave encima. Probablemente el 101'0sobre el instru-
mento de su futuro suplicio. Sobre el hombro izquierdo de la segunda (3)
está posado un loro.
Llevan el número 17 (4) dos figuras humanas acurrucadas sobre pe·
destaJes formadoH hasta la mitad por un madOl'o que de allí para arriba
Be bifurca. Ambas tienen en la mano derecha una varilla doblaoa baio el
peso de un ave.
La 2.a figuT: del número 20 tiene un loro sobre un bastoncito en la
mano derecha; la CUllrta lo tiene encima de una nrilla (5). Esta última
(1) Miden de 4! á 6 centímetros; son de oro. Fueron halladas en Guatavit".
(2) De oro. !lIi,le 10 centímetros. Hallada en Guatavita.
(4) :Mide5,
(3) De oro, Mille 8 centímetros. Hallada en Guata.vila.
ecnlímelros. Fue hallada en Guatavita..
(5) Son de oro. Hallllùas en Guatavita.
CAPiTULO IV 57

tiene suspendido al cuello ell'0poro I'll que les jeques llevaban la coca
revuelta Carl caracolillo.
En la figura 48 (I) dos aves posadas, una en la varilla que lleva á la
derecha y o1;ra.sobre el hombro izquierdo do una mujer, están sencillamente
representadas por el pico y los ojos.
En ninguna se ve tan bien figurado el loro como en el númoro 52.
Está colocado Bobre el hombro derecho do una mujer que del mismo lado
tiene un doble bastoncillo (:¿).
La figura 54 (3) nos presenta á una india en cuclillas, con las manos
juntas á If. altura del pecho y algo distantes de él; tiene en la mano dere-
cha un nido que parece presentar á una avo posada sobre 01 hombro del
mismo lad.o. }~ntre las manos lleva la varilla.
Casi no so presenta ninguna figura humana que no tenga en las ma-
nos algún objeto simbólico. Homos pasado en silencio nnas cuantas por
no habernos sido posible interpretarIas. Sin embargo describiremos tres
ó cuatro je ellas.
A lal! mujeres en general las hacían con un huso en las manos.
La figura 9 (4), imperfectamente fundida, tiene en su gorrete cinco
aves y cn la mano derecha una tiraùera y dos dardos (signo de pluralidad).
¿Será un cazador, 6 irá á hacer el sacrificio de que nos habla el Padre
Zamora?
El número 10 (5) nos presenta á un indio en cltclillas. En la mano
derecha tiene Ulla espiga de maíz con varias hojas, las dos inferiores caÍ-
das, indicanùo que yá. estãn secas; la otra mano empufla uua varilla.
La tercera de las figuras que nos pl'esenta el número 16 (6) es nna
mujer e:1 cuc1illas, como lo manifiesta la poaición de loa brazoa. Esta pos-
tura cru muy familiar á los indios, ya estu'lieran sentados en el suelo, ó
ya sobro un duho, banco ó maJero, y por eao vemos que se hacían repre-
sent8r con las manos en el pecho, porque apoyaban los codos encima de
las rodillas. Dicha figura tieno en la mano derecha un cetro bifurcado
que se repite frecuentemente y que creemos sea una abreviación del sím-
bolo de la fecundidad: las dos aves que parecen picotearse y que por la
pequenez del objeto vienen á quedar reducidas á dos puntas como los
extremos de una media luna.
En el número 74 tenemos dos máscaras de oro (7) hechas para lle-
varlas suspendidas, como se ye por los agujeros quo ellas tienen. En sus
(1) Encontrada en Sogamoso.
(2) Tiene 7 centímetros y es del Carare.
(3) riene 7 centímetros y es del Carare.
(4) 'fien€. 5 centímetros. Es de GlIchetlÍ.
(5) Tiene 4~ centímetros. Es de Guatavita.
(6) Es de Guatavita.
(7) Bon de tumbaga.
58 ESTUDIOS sonRE LOS ABORÍGENES DE COLOMnIA

procesiones sacaban muchas de I!stas, y con ellas significaban lae: fascs de


la luna.
Finalm,mte, presentamos la figura 6 (1), que creemos posterior á la
conquista. ~~iene la cabeza inclinada, las manos sobre el pecho}" los pies
juntos; con (,I brazo izquierdo apoya sobre el cuerpo una llorta varilla.
Todo esto y el estar con una faja á la cintura atada con un nudo sobre
la izquierda, nos hlice creer que quisieron representar los índios á 3U modo
al Senor de b Cana.
Al trata!' de las píedras pintadas y de las piedras labra~as llamadas
impropiamente calendarios, hablaremos de algunas otras figuras simbó-
licas.

CAPITULO V

PRÁCTICAS lDCLÁTRICAS DB: LAS TRIBUS QUB: HABITABAN LA TIERRA FIRME

Píedrahib, en las primeras páginas de su muy interesante Historia


de la Conquista, después de hacer una enumeración sucinta de las tribus
que llabitaban el territorio de Tierra FirmE, agrega que" todos los indios
eran idólatras, menos los Tames." Bãstanos, pam estar en desacuerdo con
el Obispo de Sunta Marta, hojear la interesante relación del verídico obser-
vador Cieza de León, quien cita constantemente multitud de parcialida-
des que no tenían culto alguno, ni templos, por consiguionte; ni ídolos,
ni habían alcanzado en su grosero materialismo y en BUestúpido orgullo,
á imaginarse que pudiera existir un sér superior á ellos. También, ha-
blando de los hlbitllntes de los T.lanos, el Padre Fray Juan de Rivero
dice: " r.oa Ac}: aguas no adoran ídolos, ni BOh!l.conocido este despenadero
en ]as demás naciones que tenemos." Estas ùos opiniones de escritores
que trataron de cerca muchaa de nuestras t¡'ibus, parécennoB suficientes
para destruír el astlrto tan general de Piedrahita.
Si examinamoB ahora lus tribus idóla.t¡·l\s, hallaremos entre ellas tal
diversidad de d€idades, qlle bien podemos considCl'ar nuestro territorio
en aquellos tiempoB com~ un inmenso olimpo, en el cuall\doraban y se
disputaban el dominio de las almas los animalos terrestres, las aves y los
peces; los altos nevados y los (¡¡gIIS,las pieùras y aun las sombras. Algu-
nos bUBcaùan sus protectores más allá de este mundo, en esferas superio-
res, y rendían culto ya al sol, ya á la luna, ys á aquellos astros que por
una ú otra causa les hubieran Jlama.lo más la atenci6n.
Al númE'ro ile estos perten>eí:L1I los N ••ivas. En SIlS tierra!! pc levan-
taba una. cusa de ¡,doración cOlJsagra,I<tal BOl. L'&columna únic¡& ¡!Ubre la
(1) Tiene 4l centímetros, Fue hallada en Ubaté.
CAPÍTULO V 59

cual se apoyaha el edificio, representaba al astro del día, queriendo proba-


blemente mos1.rar con esto que al astro-rey, Bupremo hacedor, 10 conside-
raban tarr,bién como fundamento y sostén d3 la creaci6n. Esta columnn.
estaba cubierta con láminas de oro y adornada con dijes y figuras quo Ilollí
llevaban los fieles á manera de ofrenda (L). Los Nutibaras y los Carrapas
eran ador.ldores del sol, aunque no tenían templos para su culto. Estos
últimos creían además en un principio creador, pero de una manera muy
vaga.
Los Laches guardaron siempre predilecci6n marcada por la luna.
¡Qué tenhn ellos que agradecer al sol que salía en pleno día, mientras
que su caritativa companera los iluminaba y guiaba por entre las tinieblas
de la noche! (sic)
Los Catíoa adoraban á los astros, y los indios de Santa Marta á 108
planetas y "los Sinos" (2).
Los Panches no creían que había en otras esferas seres que velaban
sobre elIoE. Pc·r eso ellos mismos los fabricab.m. No los hacían de vil ma·
teria, sino quo salían á los caminos, y al prim.er individuo que encontra-
ban, hombre, mujer 6 nillo, le daban muerte para q~e su esp1ritu fuera á
protegerlos á ellos y tí. sus familias durante unas cuantas lunas, al cabo
de las ClUÙS d3bían reemplazarlos por otros. Según parece, estos dioses
de fabricMión humana no eran de larga duraci6n. Las gentei! de la mis-
ma tribu, y las pertenecientes á tribus enemigas, no servían para este fin.
No com<an tampoco, aunque antropófagos, la carne de 10s que debían ser
BUSprotectores.
:\fuchas n!Lciones no habían salido a.ún d3 la zoolatría, no que rindie-
ran culto directo á los animales, pero sí frecuentemente á sus represen-
taciones da 01'0. Los Sinú('S y Urabaes tenían templos consagrad es á
éstOB. LOBprimeros daban siempre un lugar preferente al tigre. En Cipa-
CUll. los es[anoles hallaron un puerco espín de 01'0 en un santuario puesto
bajo su ox·::lusiva advocaci6n. E~te ídolo pesÓ cinco arrobas y media. En
Cornapacua, dol interior de un "valiente templo" retiraron cinco patos
de oro fino, cUJo valor ascendió á 40,000 ducados (3). En estas mismas
regiones, siguilll1do los cspanoles su camino de conquista, alentados por
el crecido valor de los dioses indigenas, encontraron muchos bohí03 dedi-
cados á diversos animales. De estos adoratorios muy pocos fueron los que
no los enri1 ueeieron (4).
r.~sLlcho3, y por allí so porirá juzgar de su atrasada civilizaci61~7
(1) Fr. Pedro Simón, T. II, pág. 284.
(2) Castnl1ano8, Hi3toria fÙ Santa Marta, Canto It.
(3) Juan de Ca8tellan08. P. m. HÜltoria fÙ Cartagena, Canto Il.
(4) Fr. Pedro Simón, T. III, pág. 84.
60 }STUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

. estaban en grado tan bajEl en ]a es(}ala de ]a idolntría, que adoraban á las


piedras y á su propia sombra. En su vulgar materialismo, habían llegado
á creer quo ]o¡: hom!;¡res al morir se metamorfoseaban en piedra~, y 01
culto que les rendían era debido á que se imaginaban quo éstas más tar-
de habían de tomar nuevamente ]a forma humana. A la sombra de cada
individuo la c')nsideraban como un ángel custodio, como un dios protec-
tor que á todus partes le acompan.abll, guiándolo unas veces, sigu;éndole
otras. Vonera:>un las sombras de los árboles oomo guardianes de b natu-
raleza; las de as piedras eran para ellos deidades muy Buperiore3 á las
anteriormente indicadas: oran los dioses protectores de sus mismos dioses.
Uno do los puntos más interesantos del presente capítulo Lería la so-
lución del problema de si los indios tenían ó nô ídolos, y el decidir si la
gran cantidad de figurus humlinas y do animales con que diariamente tro-
pieza la pica de los desenterradores de guac8s, erlln objetos del CUItI)Ó más
bien figuras n,eramente caprichosas. Aunque es costumbre muy general
la de dar á todas elIas el nombre de ídolos y de tomarIas por tales, no es
esta nuestra opini6n. Pudiéramos asegurar, de acuerdo con las crónicas,
que los verda(leros ídolos, esto es, ]as figuras que adoraban por el propio
poder que les ~tribuían, eran muy pOCOB.Si exceptuamos algunos anima-
les de oro de grandes dimensiones y una que otra de las obras naturales
de ]a creación, los demlÍS objetos no recibían culto directo y pueden redu-
cirse á cuatro grupos principales, El uno, que compl'ende las figuras ale-
góricas ae sus dioses, 6 aquellas en que éstos ó 01 demonio, según tradi-
ciones 6 en SllS diari"s invocaciones, ae los hubiesen aparecido. A este
número perter.ecen e] báculo, la serpiente, etc., entre los Chibchas; las
representaciollcs fantásticas do seres ospantables con que recordaban al
demonio los Pozos, Quimbayas, etc. En l!l segundo figura esa infinidad de
animales de t.)dss dimensiones, que labraban expreslimente pam ofrendar
á sus dioses, unail veces para apllt.clU"su c6Ier.\, otras parapedirles los
sacaran con bien on ]8S empresas que acometían. l'ales son ]os yá citados
en el capítulo dedicado á la religión de los Chibchas y 108 encontrados en
granlles vasijas de barro en el Zenú, en Nore, etc. El tercer grupo lo for-
maremos con las representaciones de individuos que existieron. Conocido
es el culto qUE!los indios profesaban, por lo general, fi aqnellos de sus jefes
que hubieran mostrado más acierto en su administración, Ó cUJO gobierno
hubiese sobrcEalido en hechos notables (1). Nadie ignora la veneración con
que conservaban el recuerdo de los famosos guenel'03 cuyas hS:!:llflas les
(1) En tierm de los Guanebucanes vieren los cspail.oles un bohio espacioso con
figuras humanlls de madera toscnmente lab~adas. Mncadas en twrra pO'I' su extremidad
infe:riO'I', y que creyeron eraD imágenes ùe los señores ó caciques que habían. reinado
anteriormente.~n cI templo del sol. en Sogamoso. también tenían las imágenes de los
anteriores gobe:·nantes.
OAPÍTULO V 61

habían conducido li la victoria. A veces embalsamaban StlS cuerpos y los


llevaban co:no cstandal'te á vista del enemigo, para que su antiguo valor
Be difundieae entre los soldados, y con la vana pretensión de que su sola
presencia hlstaría para poner en fuga lÍ. los adversarios. A otros, y esto
era lo más frecuente, los retrlltllban en figuras hechas ùe barro ó de oro.
Había localidaùes en que al lado (le CllÙtl cadáver colocliban RU efigic de
barro. Constituyen, en fin, el último :grupo, la3 figuras que hacían para
adornar sus collares, alhajas, vestidos y banderas, para ornamentar las
01l8S y objetos :le primera necesidad. Grandes copistas de la naturaleza,
les vernOB l'cproducir fl'ecuentemente en las vasijas las formas de sus fru-
tas, y darles mayor realce esculpiendo en ellas figuras de animales.
Hablaremos ahora de algunos grandes ídolos cuyo recuerdo nos trae
la historia.
En tierra ele los SenueJ, al abrigo de un famoso templo, había multi-
tud de ídolos y objetos ofrecidos á los cuerpos que allí colocaban en b6-
vedas.
En Finsenú se contaron veinticuatro figuras de madera, chapeadas
de láminas de oro y apareadas de dos en dos, sosteniendo hamacas en que
se depositaban las ofrendas de los fieles (1). De unas de éstas sacaron por
valor de diez, de veinte y hasta de treinta mil pesos, dijes de oro que imita-
ban individuos de toda la escala del reino animal, dosde el hombre hasta la
hormiga. Ouatro grandes gigantes, cubiertos de oro, custodiaban la en-
traraa do un templo. Sus caras dobles eran de hombre por un lado, y por
el opuesto de r.::lUjer. Gorras cónicas, semejantes á mitras, cubrían BUSca-
bezas. Do sus hombros colgaba una hamaca para depósito de ofrendas.
Como éstÜ8 f:Il:lron encontrados otros en San Benito Abad.
Los Q;uimbayas tenían hombres ùe madera, de tamal'lo natural, que
colocaban COllel rostro vuelto hacia el Orient.e (2).
De estos miamos se veían en las casas y cercados de los Pozos en hile-
ras de quince y veinte. T.J'"I cara 19 hacían de cera ó con los cl'áneos de BUS
enemigos, revestidos de una máscara do cer!!.. Daban á estas fisonomías
un aspecto tan feroz, que, dice Cieza, los indios los hacían tales como el
Demonio se les aparecía (3).
Los Patíus no tenían adoratorios, aunque no les faltaban ídolos. En
la puerta del bohío del cacique de Pllucura B9 veía, con el rostro hacia el
Oriente, la figura ensangrentada de un homhre, hecho de madera, y con
los brazos abiertos. Todas las semanas dos v:ctimus humanas eran Bacri-
ficadas á las Flantas de tan infernal Jeidad; á ella ùaban el corazón, y la
(1) JUl,n de Co.stellanos. P. III. I1i.~toriade Cartagena. Canto m.
(2) En uua :ribu cerca de Cúcuta hallaron UD caballo con su jinete. hechos de
paja yalge,dón, que tenían o.l1ípara familíarizllrse con su vista y perderIes el miedo,
(J. de C., P. II, E. III, C. I).
(3) CÎl:za de León, folia 46.
62 ESTUDIOS SOIlRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

carne la senían, como escogido manjar, á los principales cortesanos. Esta


misma costt mbre la tenían los Pozos y los Armas.
En CUSll de los Popayanes abundaban figuras de metal y de madera,
que Acosta l:opone serían ídolos (1).
Los Achaguas poseían sus dioses especiales, poro los miraban con tal
indiferencia, qne no les rendían ningÚn culto. Jurranaminare em protec-
tor de las lahranzas; las riquezas las dispensaba Baraca; Cuisiabirrí tenía
en sus mano!; el fuego; presidía á los temblores Pruvisana; y era Achacato
su dios Bes, dios burl6n.
Sería una nomencllltura harto pesada la que pudiéramos hacor de
otras deidadts de menor importuncia que poseían los indios. Paliaremos,
pues, á la cll~stión de la demonolatría. No nos creemùs bastante compe-
tentes, ni es llsta nuestra turea, pllra tratar desde el punto de visll filosó-
fico y teol6gi,)0 una cuestión tan debatida. Lus páginas que sobre esto es-
cribimos son lnlL recopilllci6n de lo quo nos refieren los cronistas y viaje-
ros acerca del culto que los indios rendían al Demonio.
La demonolatría, bajo distintas faces, se aduellaba de cusi todos los
indios. Hem(,s visto c6mo los Ohibchas consultaban al espíritu de las ti-
nieblas, cómo le temían y obedecían. Las demás tribus, en ulla forma Ú
otra, hacían ID mismo. Los únicos que miraban con desprecio al negro
espíritu eran I~s Giraras, quo lo consideraban como sellar absoluto de )os
puercos de moute.
Los inrlio,i de Santa ~Iarta le renùían culto y lo pintaban de distintas
maneras. Cena de csta población San Luis Beltráll dio de puntapiés á
un ídolo bajo cuya forma invocaban al Demonio que había dicho./ll caci-
que de allí qUI! si so hacía bautizar moriría y con él su esposa ó hija (2).
En otra pobla,)ión adoraban, por consejo del Demonio, los huesos de un
mohán, COll la amenaza de que al dejar aquel culto, les vendría el cielo
encima (3). Lo mismo hacían 108 Pocabuyes (4) Y demás indios de la
costa, quemando en sus ara8, á manera de incienso, yerbas aromáticas.
El modo de in I"ocar al Demonio ó Buziraco (5), como lo llamaban entre
estas tribus, era el siguiente: el mohán so reunía. en el templo con los an-
cianos (6). Alií, en medio do la más completa oscuridad, so sentaban
(1) Acosta, pág. ] 7.
(2) Fr. Pedrn tiimõn, T. Ill, pág. 521.
(3) Idem .. 52~. En Bulo TubarlÍ y lOBalrededores, después de la conqlilsta. San
Luis Beltrtin hIzo quemar sIete bohíos consagrados al culto del Demonio.
(4) Historia, de &llta, Marta, Can«> JI. üastelIanos.
(5) Los GoaW vos lo llamaban Duati; los Guaraunos. Febo; los Achaguas, Ta,7U1Ii1m~'
los Giraras, MefM(ú.
(6) Los indios UralJau para invocar al Demonio se reunían y principiaban ti gritar,
imitando la voz dI! todos sus animales, chocando plednlS y concbas mariBas unas
contra otras, y dl\ndo ~olpes sobre un ma1isImo tambor hecho con guaduas huecas
y huesos gruesos de ammales, atados con cuerdas. Un profundo silencio interrumpía
de golpe estos grit()8. (Wafer).
CAPÍTULO V G3

formando un oirculo cuyo centro lo ocupaba una gran moya llena de agua,
con tabaco on hojas y en poi 'o, y guijarros. Los concurrentes arrojaban
en ella SUE brazaletes y alhajas. El mohán removia con fuerza la vasija.
El oro al ohocHr con los guijarros débía producir un fuerte sonido metáli-
co. En medio :le la algazara aparecía el Demonio. Se lavaba el cuerpo
con el agua de tabaco y devolvia á caja cual sus prendas, no siendo el in-
terés del oro el que lo llamaba allí, sino el amor á sus hijos. El mismo
dictaba eua pronósticos, les daba consejos, y Bobre todo, no dejaba nunca
de recomendarles no olvida.sen el culto á él Y á aus dioses. Decíalcs, ade-
más, que a,lllegar á BUScasas hicieran ablucicnes con aquella misma agua
en que éllle había barrado (1). Algunas veces lea hablaba por intermedio
de un ídolo.
A los mohancs correspondía casi siempre hacer las ceremonias de la
invocación y consultar al maligno espíritu. Este poder se heredaba como
el mando. En alguna ocasión, en que el heredero era muy Joven para
ejercer el fatal sacerdocio, aconteció que, mientras llegaba á la mayor
edad, fue reerr.plazado por uno de BUStíos. Dirigióse éste al templo con
la moya p:~eparada, y llamó á Buziraco, quien so apareció dándole las
graciliS por no haber dejado vacante el oficio. Agregó que yá había aban-
donado la POp:l, sU principal residencia, por levantarse allí un convento
católico; que C::ladelante iría á eatablecerso á la punta de los lcacos, donde
estaría á sus órdenes (2).
Siempre que los cronistas hablan de las apariciones del Demonio,
agregan que se presentaba en visiones espantables. Tomaba figura. de ea.
brón, gato, tigre ú otro animal inmundo. Cuando aparecía en forma
humana, er~ Enempre disforme (3).
El rico socavón del Zenú, donde encontraron ofrendados más de
20,000 pesos en oro, estaba formado por una nave de trea bóvedas, con
más de cien pasos de largo cada una. En el centl'o, pendiente de un palo
que sostenían cuatro cal'iátides, había una hamaca en la. cual se acostaba
el Demonio (4).
En tierras del Cacique Nutib:\ra fue hall¡¡,do un templo (5), y no lejos
de allí unu bóreda grande y bielllabrada, con la entrada hacia el Oriente,
de la cual sacaron ofrendas por más de cuarenta mil ducados. En aquel
templo y esta bóveda. se les aparecía Satanás en figura de "tigre muy
fiero." Poco antes de la venida. de los espanoles anunció á sua va.sallos

(1) Fr. Pedro Simón, T. III, pág. 38.


[2) Id. íd., pág. 35.
3J Id. íd., pág. 325.
(4) Piedrahita, pá~. 60.
(5) Fuel'a de éste tenían tl1ldicado9 al culto del Demonio otros grandes y bien for-
mados templos. (F. P. ~., T. m, pág. 177).
64 I:STUDIOS SOBRE LOS ABORíGENES DE COLOMBIA

que á sus tierns vondrían hombres más valieutes que ellos, que s€' adue-
fIarían de BUB dominioB (1).
Los Quimbayas hablaban con el Demonio (2). Entre las numerosasy
variadas figun.s halladas en las localidades por ellos habitadas, se ven re-
petidas muchas de ellas, encontra:las en distintos puntos, y que cree·
mos lo representaban.
Los pel'iones más abruptos y escarpados oran los adoratorios de los
indios de AnSfl'mll. El Demonio los escogía como morada. Paru hacerso
más temible ni) quería ponerse allllcance do todos, y sólo los ffio)hanes
podían subir hasta su vivienda por medio de escaleras (3). Sólo e:Ios te-
nían bcultaa para hacerle ofrendas y sacrificios. llabía, sin embargo,
una colina donde á todos se aparecía en figura do cabrón y donde le en-
tregaban doncull8s para satisfacción de sus apotitos carnales (4).
Los Ohan'lOS consultaban al príncipe del Averno, antes de empren-
der una guerr!>, sobre el resultado que había de tener.
En el centro de la casa redonda del Oacique Petetuy, sobre una tabla
que la atravesaba de un lado á otro, yacían sentados, y con armas en las
manos, multitud de cadáveres henchidos con ceniza y forradas SUR desnu-
das calavera3 en máscaras de cera que formaban sus rostros. Las Carnes de
. aquellos que fueron prisioneros de guerra, habían tenido por sepulcro 10il
"lientres de los guerreros de Petetuy. Por la noche el Demonio daba vida
á esos cuerpos, haciendo de ellos su mansión, y Ile aparecía á Jos dol pue-
blo en "figul'hi! espantables."
A los Oarrapas se les mostraba bajo variai! :formas. Ouando éstos no
conseguían lo 'lue deseaban, rel'iían con él por algunos días. A la menor
enfermedad volvían á consultarlo, y cuando salían bien librados le hacían
ricoB Bacrificios.
Los Pasto,i lo consultaban, y éste, entre otras cosas, les aconsejaba
que se hiciesen enterrar con sus mujeres para disfrutar con ellas de laB de-
licias de otra vida.
Los Guamos creían que el Demonio era la fuente de las enfermedades,
los Mapoyes le atribuían los dal'ios do sus plantaciones, los Guayquiriesle
tenían por autor de pleitos y rinas, los Betoyes decían que él rompía de
un modo disirr.uluùo la columna vertebral de los párvulos, dándoles así la
muerte (5).
Ueferiremos un hecho curioso que relata Oastellanos (P. nI. Elogio
á Gaspar de Rodas, O. I), acontecido el12 de Marzo del al'io de 16,6.
Dice el autor:
(1) Estos indios llamaban al Demonio Guaca. (F. P. B., T. III, pág. 18!).
(2) Cieza de Leõn, folia 49.
(3) Acosta, ¡:ãg. 264.
(4) Fr. PCdN !::limón,T. III, pág. 3Z3.
(5) Gumma, T. 1, pág. 24.
CA.PíTULO V 66

En el valle de Penco, comarcano


y á. Ia villa de Bantafé subyecto,
Cierto demonio, que por nombre Bobce
Era nombrado, se mostró patente
A todos cuantos vello deses.ban,
Vestido según indio de la tierra,
Todo de negro y el cabello largo,
. Una manta revuelta sobre (JI hombro,
y era, seg(¡n se vido claramente,
Familiar de cierta pitonisa,
Encantadora vieja que tenía
Una hijuela de hasta diez años
Hermosa, según dicen, por extremo,
y esta hija del sol decían que era
La falsa hechicera y el demonio
El cua.l cuando hablaba con 108 indios
Encima se sentaba de la vieja,
A quien el Bobce le llamaba madre.

Este ë.emonio ejecutaba mil hechos extravagantes para hacerles creer


en su poder, y cuand6 se presentaba en figuras horrendas, le veían la cara
los indios infioles, mas no los bautizados. Los amenazó, si no le seguían,
con un dilnvio que tendría lugar á los seis díl~Sde allí.

Señal6 tres lugares donde todos


Habían de juntarse, cumbres altas,

Tres viejos hechiceros fueroll encargados de difundir la noticia del di-


luvio. Todos loa indios del pueblo se retiraron á las cumbres mãs lejanas.
Sabedclres de esto los espalloles, mandaron traer los mohanes á su pre-
sencia. Estos vinieron haciendo mil gestos y lanzando fuego por los ojos.
Fueron reprendidos. El más viejo respondió que pyudado de Satanás po-
día, en preaencia de todos, mover las rocas. Para lograr su objeto

El indio hechicero confiado


De que su Bobce no hada falta
En cualquiera señal que le p:diese,
El cuerpo se lav6 primeramente,
y luégo hizo 8U8ofrecimientos
De mantas, y de oro y de otras cosas,
y sahum6 las ponderosas piedras
Que quiso que volasen por el aire,
Dándoles de varazos, invocallllo
Con gritos y alarid08 al Demonio
Con gran solicitud y dili~eQc:a
Como si !ueran mulo8 6 caballos;
Mas ellas no por eso se movían.

El tal diluv:o no tuvo lugar. Entollces el viejo hechicero invitó á BU


contendor castellano al pellón de Vinta Á tener una conferencia con el De-
monio. Este le acompaM y con él muchos testigos. Allí el indio "hizo
GU E~;TUDIOS SOBIŒ LOS ABORÍGENES DU COLOMBIA

sus invocaciolH's," que no tuvieron efecto por habel' puesto enfrente un


crucifijo.
Los Patías, las tribus cercanas á la ciudad de Antioquia, los Cstios (1)
(aunque le ten an por malo), y los Armas, tambiéu le pedían con.wjo. A
estOl! últimos s~ les ~resentaba en figura de inllio "con los ojos alborota-
dos." No tenían templo para su culto, ni casa especial, sino un departa-
mento reservado en los bohíos de sus jefes. Los Pozos l,) llamaban Xirca-
ma, y lo invocaban en medio de la oscuridad. r.rambiéll se les apareda fre-
cuentemente metido entre el cuerpo de sus ídolos. Los Paeces "adoran en
el diablo y píntanlo como lo ven cuando habla con ellos" (2).
En las puertas de las casas Je lOBBuriticaes, súbre grandes tablas, se
veían esculpidas la figura del Demonio y otras de grandes gatos (3).
La OacicR Gaditana (Ti maná) consultaba al Demonio en su Bantuario,
y éste le dictaha sus respuestas en un idioma equívoco (4). Los Colimas,
aunque sabían que era un espíritu malo, lo cOllsultaban y se envenonaban
con yerbas cUemdo él lo exigía.
En aIguros puntos el príncipe de las tinieblas exigía do BUS fie-
les una obediencia ciega á sus mandatos y á sus menores deseos, lles·
echando y aUIl devolviendo á cada in<lividuo las alhajas que le ofrecía; en
otras partes a(:eptaba las ofrendas de 01'0. Yá hemos visto cómo sacaron
los conquistadores en el Sinú riquisimos presentes contenidos en vasijas
de barro. Uricoechea nos da la descripción de uno de estos receptáculos
encontrlldo lleno de oro cn Neil''' (cerca de Salamina, Antioquia).
Hacemos observai' que la vasija. quo true la obr~ del doctor Zerda y la yá
citada ùe U ri~oechea están acurrucadas, con los brazos descausando sobre
las rodillas J las manOB sobre el pecho, como en actitud de aguardar las
ofrendas.
En muchos puntos no Becontentaba el Demonio coula obediencia pa-
siva de sus sLbditos, ni con las ofrendas de oro, ni con los sahumerios de
plantas aromá.ticas (5), y la s~ngre humana derram~rla en su luor regó
más de una ,"ez nuestro hermoso suelo. Los más crueles ùe los il:dígenas
fueron los indios de las costaa, los de las márgenes del Cauca y algunos
de los que habitaban en los Llanos. llabía localidades en que engorda-
ban lOBprisic.neros de guerra para sacrificarlos. Los Quimbayaa tenían
días fijados para esto; otros eran tan sedientos de sangre humana como la
infernal cria'~ura á quien servían. A este número pertenecían los Pozos,
108 Armas, los Paucuraa, 106 Picaras y los Carl'llpas.

1:.11 Llaman al Demonio Cunicuba. que quiere decir 'malo. A Dios Jo llaman Arba
que quiere deCIr bueno. (Castellanos, P. m. Historia de AnUoquia. Introùucción). '
2)Colecoicin Mufloz, T. LXXXII.

l31 Cieza ele León, folio 36.


4j Caste1.anos. P. III. Elegía á Benalcá2ar.
(5) Los Almas quemaban yerbas maduras en ii!CeIlSarios hechos de barro.
CAPÍTULU V 67

Los Armas hacían fortalezas de guadu8s alineada8 de veinte en veinte,


formando cal1e8; sobre éstas tendían otras á manera de tablado, por don-
de subían pOI' medio de escaleras. De ahí colgaban muchos lazos de ca-
buya, de dis:intos tamaflos, los había hssta do cuarenta brazas, á los CUB-
les colgaban las víctimas, atánd0las por debajo de los brazos hasta quo
exhalaban el último suspiro. En otras ocasiones les arrancaban el cora-
zón cuardo ann estaban vivas y suspendidas á la cuerdlL.
Es Hutulal que casi todas las tribus fuesen muy supersticiosas, no te-
niendo más l'cligión que la quo ies inspiraba el Demonio, ni más creencias
que las que éste les sugería. Se comprende :gulLlmente el ascendiento que
sobre el .'ulg() ejercían los ministros de aquel culto, los mohanes (1), que
trllnsmitían EU voluntad, y que, por decirlo así, eran sus voceros. Era
muy común, sobre todo en la costa, que un solo individuo fuera médico,
sacerdote y hechicero. El poder del moh:í.n en muchas ocasiones era
superior al de los caciques y jefes, aun cuando éstos á veces eran duenos
de vidaE y haciendas. En cambio el mohán, intérprete directo de Sa-
tanás, tenía encadenadas á su voluntad aquella8 almas supersticiosas.
A los ojos del jefe civil podían ocultar mil actos que temían siempre
fuesen d3scubicrtos por el mohán. Este último adivinaba los resultados
de una empresa cualquiera, de una guerra, por cjemplo; él solo podía
prever y evitarles los acontecimientos funestos de la existencia; el espíritu
de las tiniebhs recibía por su UlallO las ofrendas que podían calmarle y
desviar e.e su sino las calamidades de ]a vida. IIasta cierto punto dispo-
nía de ]a felicidad, y COllesto tenia subyugadas las voluntades de los pue-
blos. Si esto acontecía en lo moral, no menos sucedía en lo físico. Siendo
casi todos los mohanes herbolarios, y consiEtielldo su principal precepto
médico -en que las enfermedades eran producidas }lar espíritus maléficos
quo till llFoJ<:l"ùball del cuerpo humano, ¿r¡llién, sillo ellos, en comunica-
ción constant.'3 con el príncipe de los espíritus, pOllía curarlos? Enton-
ces, ¿quiÚn tenía mayor poder, el capitáll duello de vidas y haciendas, 6 el
mohán que d:sponía de la dicha ó desgracia de los hombres? ¿ El déspota
que con una palabra podía quitar la vida á un hombre, ó el sacerdote qua
fijaba la Huerte de los individuos en este mundo; que podía dejar al hado
inclemente soplar sobre ellos la desgracia, ú oponer por medio ele ofren-
das una harrera al torrente de males que pudiera desencadenarse? LOB
mohanes erar. somidioses, á nadie tocaba eSCl'Utar su vida y nadie se hu-
biera atr£:viùo á atentar á sus días. Dotados de un maléfico poder, toma-
ban formas de animales õ se transfiguraban:m seres cspan tosos.
No queremos investigar hasta qué punto eran ciertas las prediccio-
(1) En los L.lanos llamaban al mohán piachi y &:labv.qui,
5
68 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

nes de los mohanes; pero en vista de hechos relatados por todos 108 CI'onis-
tas y por viajere's poco crédulos, tenemos que admitir su realidad. Hace-
mOBalusión á lo que refiere Wafer en BU relación do viaje al Darién.
Estando en las~ostlls del Istmo, preguntó á los indios si llegarían allí na-
víos europeos; fstos contestaron que nada sabían, pero que averigus.rían.
Hicieron la inVo>cación al Demonio, y trajeron la siguiente respnesta: quo
el décimo día d·~ viaje llegarían daB navíos que se anunciarían muy d,~ ma-
nana por dos cafl.onazos disparados á corto intervalo, quo uno de los ingle-
Besmoriría pero después de embarcado, y que al tliI'igil'se á bordo perderían
uno de los fusilei. Todo Bucedió como lo habían vaticinado. Al día sigli.iente
que era el décimo del viaje, muy Je mallana oyeron un cafl.onllzo, y poco
después otm; al embarcarse se volcó una canoa, y uno de ellos, llamado
Gobson, al caer al agua perdió su fusil; y contl'ajo una enfermedad que li
los tres días lo :levó á la tumba (1). En muchas tribus sabían yá lallega-
da de los conquistadores untes que éstos hubiesen tocado á nu~stras
costas.
Los indios, uùcmás de ser hechiceros, eran agorel'os, Los Aclngu:Ls
pretendían leer cI porveuir en el canto de las aves, en ni encuentro con los
animales 6 en ci modo de nadar de los peces. Los Colimas (los mol:.ane&)
daban sus vaticinios por el movimiento de los párpados. Más frecuente-
mente hacían uso de los polvos de la fruta de yopa moliùa. La víspera de
un gran aconte'Jimiento, un combate, el nombramiellb de 1111 nuevo jefe,
cte., oe reunían varios á aspirlll' por las narices, á manDril de rapé, los
dichos polvos. JGsto les hacían percleI' el juicio, y ell rn(,clio de nna algazara
infernal, se pOI ílln :í hablar á solas, con descompasadas VOCOo,dirigién-
dose á espíritu;. invisibles, hacióndo]es mil preguntas y otras tantas sú-
plicas para que saliera bien el presagio. Al rato la. sangre brotaba por lus
narices, y si saJía primero por la ventanilll\ derecl111, era sel'lal ele que la
fortuna los acompaflaría; si al con trllrio, la }lri Iller salida era por la izo
quierda, el éxil.o sería malo. Mas como easi siempre la sangre brotaba
por ambas á un tiempo, y en este caso la re~puesta era dudos'l, ha-
bían ùe seguir absorbiendo yopa hasta que brotase primero por una de
las ventanillas. Durante los eclipses de luna los Colimas tocaban y can-
taban una música lÚgubre y se despedían unos ¡le otros en la creeucia de
que todos iban á morir (2).
Eu l'l'sum¡,n, la base tiel cnlto ùe los indios en general era Ir. demo-
nolatría. Si ad,}raball otros diosc3, em por recoman¡)u'I)ión del Deme-nia, á
quien obedecían, ya. pOI' temor, ya. por Ulll~ mal entendida gratitud.

tI) Viajes de Lionel Wafer al ù,tmo del Darién, traducidos y anotados por Vicente
Restrepo. pág. 14 Y siguientes.
(2) Fr. Pedw Simón, T. III, pág. 865.
CAPíTULO VI 69

CAPITULO VI
GOBIERNO CHIBCHA

Siendo la nación chibcha la más adeiuntada en la organización de su


régimen interior, y habiéndonos dejado Ius crónicas mayor cúmulo de da-
tos aC3rca de sus usos y costumbres, conslgraremos un capí tulo especial
á su sistema de gobierno, á las leyes que la regían y á las ceremonias que
se celebraban con motivo del advenimiento y mnerte de sus jefes.
:E:sd{)ùncción natural del estudio de las tradiciones chibchas, qne la
vasta coma.rca por ellos habitada fue gobernada en tiempos remotos por
un so' o individuo, BochiclI, qnien habia recogido las frucciones dispersas
àe la tribu, les había dado leyes, uniformado sns costumbrcs, y durante
los muchus anos que vivió, había reunido en sus ml>n03 al cetl"O del
gobierno temporal el mando espiritual; ~Joderes qne separó antes de reti-
rarse del mundo, dejando como representan tes de elles á los Caciques de
Ramil'iqui li Iraca, respectivamente.
Para atender con mayor facilidad á la administración política de sus
vustos dominios, el Zaqne (así llamaban al Caciqne de Uamiriquí, mús
tarde d~ Hllnsahua) llombmb¡¡ gobel'l1adores dc provincia (Uzaqncs) con
residmci." en las principales capitalcs .. Arrastrados unas yeces por Sll am-
bición, llevados otras por el odio á sus vccinos, estos reyezllelos se h:lcía:1
irecuent£'3 guerras, ensanchando sns fen.los y EeparúnJose del Zaque cuan-
do sc creían bastanto iuertcs pam resistirle. A la sombm de tan irecu9r-
tes discnsiches el Uzaquo de lhcatá, de victoria en vietoria y de rapina
en npifla, logró acrecentar sn poderío tasta declararse independiente dol
Zaque.
A la llegada de los espalloIes á 'rierIa Firme, el imperio chibcha es-
taba gobl'rnado: 1." Por Suamós, sumo sacerdote de Il'aca, represen tante
del poder espiritual y con dominio temporal sobre los habitantes dol va-
llo de Sogamoso y colinas vecinas. A éste le obedecían y atendían
en e' orden religioso todas la3 familias del imperio; sn podol' em ab-
0
soluto en sus propios dominios. 2. El Zaque do Tllnja, á. quien obede-
cían los llcmás chibchas habitan tes del departamento de Boyacá, si ex-
ccptllamos los de la margen izquierJa del río Sogamoso, tributarios del
Tundaml. 0
3. En fin, 01 Zipa de Eacatá, Jueno de toda la 8-ltiplanicie y
ùo los terrenos que en Cl1udinamarca pertenecían á los chibchas, men:Js
de los se'1críos de GuatavHa y de Sop6, qne cran independientes .
.Eli d transcurso del siglo :XIII de nuestra él':J.(1), en pleno fel1dalis-

(1) Fr. Pedro Simon, T. II, Cap. 10. Nos parece un poco exagerado este cóm-
pulo
70 ESIUDLOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

mo, el Cacique de Chía quiso emr>alar á un hermano suyo, de not.able


hermosura y de acreditado valor, por alguna intriga amorosa cou una ::le
sus mujeres. El joven Chía logró escapal' á la ira de su hermano, pasando
á los dominios ù·~l Bacatá, entonces en guerra abierta con el Ubaque, el
GUlltavita y el G lasca; ofreció sus servicios al poderoso Uzaque. quien le
recibi6 lleno de júbilo y le puso á. la cabeza de sus milicias. El ejército
marehó sobre Uilaque, y durante el sitio el Uzaque fne acometido por
una terrible enfermedad. Sintiendo llegar su última hora, reunió lÍo los
prillcipal<·s capitanes, sus sÚbditos, y declaróles que, no teniendo heredero,
confiaba el mand) al simpático guerrero que les había guiado hasta allí.
Todos aceptaron y acataron la última voluntad del moribundo. )[Ill~rto
el Bacat.á, el guelTero Chía se hizo digno del doble puesto que deselllpc-
fiaba: venció al rbaque, derrotó las tropas del Guatavita y llevó las ar-
mas triunfantes rllsttt Cbocontá. :El Uzaque de Chía, viendo vencidos y
humillados á sus vecinos, y temeroso de l~ venganza ùo su hermano, le
mandó como mensajeras de paz á su madre y li su hErmana. Acompaf1aba
á la solicitud del perdón un rico presente de esmeraldas, oro y mantas
pill tadas. De aqu ¡ resultó una entrevista de los dos hermanos en la fo~·ta-
leza de Cajicá, d'lUde convinieron en que el Bacatá (1), COllel título de
Zipa (2), gobernaría todas las tierras por él conquistadas. :Faltaba por
arreglar la cuestión de la succsión. Era costumbre entre los Chibcl1as
llombrllr por h6re1er08 álos sobrinos hijos de hermana, y como la hermlma
ùel Zipa y del Chia estaba encinta, había que resolver:í. quitin sucedería,
si el'a hombre, el :'uturo sobrino. De común acuerdo decidieron que, sien-
do el Chía de cda I más avanzada, lo que le presagiaba una mucrte más
próxima, el sobrino le reemplazaría en el mando, y quo después ocupa-
ría el trono del Zípa. Desde entonces quedó como ley fundamental del
imperio que el sobrino del Zips sería gobernador de Chía, antes de ocupar
el trono de su tío (3).
El gobierno èe los Chibchas era absoluto. nabia leyes que castigaban
ciertos crímenes, pero esto no impedía qne el Zipa fuera <luefio de vidas y
haciendas. Agrcg:.remos, en honor ùe sn l'uza, que poco uso hicieron de este
poder absoluto, siendo por lo general do buena índole y verùaderos modelos
de gente hnmana. Bi los poncmos en parangón con las tribus sus vecinas.
Como llevame.g dicho, á la muerto del Zipa el U zaque de Chía toma-
ba las riendas del,10der, Bucediéndole á este último su sobrino mayor, por
hermanas (4). A falta de sobrinos eran horederos los hermanos del Zipa,
(1) Bacatá quería decir jefd de loa UzaqueB.
(2) Zips quería decir uran aelIor,
(3) Ternaux Compans. pág. 22.
(4) Los hijos hen,daban lOB bienes raíces, pero el mando y los titulos corresp,)u-
dían ã los 80bri~os hijos de hermanas,
CAPíTULO VI 71

annque este caso so presentaba rara vez, porque el Chía, para asegurar su
descendEncia, casaba siempre con mucha.s mujeres. Si el Zipa, por cual-
quier circunstancia, nombraba reemplazo h;era do su familia, y aun de
tribu distinta, el nuevo jefe era recibiùo cor. aprobación de los demás se-
nores (1). A 'l.'isquesusa no le sucedió el Chía, sino Sllquesaxigua. Al
que debía ser Cacique ae Chía le ensellabar:o desde nillo las buenas coe-
tumbres y á llevar ulla vida honesta y anegladù; encerrábanle en una
casa 6 templo aparto, donde vivía, retirado del trato de las gentes, en un
recogimi(onto absoluto. Celadores especiales cuidaball de su buena con-
ducta. Durante la época de su adolescencia no le permitían ver el sol, ni
comer sal, ni comunicarse con peraonas de otro sexo. El quebranta-
miento dt: cualquiera de estas obligaciones tn,ía consigo la pél'dida de to-
dos sus derechos al trono, y el que fuera reputado llamo infame y vil. A
la edaù de qubce anos le oradaban las orejas y las narices; los Jeques de
su pueblo: reunidos en consejo, le indicaban qué animal (Ioón, tigre,
águila Ú oso) debía ofrecer en sacrificio. Esto lo hacían después de ha-
berle toma.do juramento de que no había faltHdo á ninguno de los requisi-
tos arriba indicados. El animal escogido lo labraban de oro los principa-
les joyeros, y los Jeques lo ofrecían á sus dioEes. El futuro heredero te-
nía quo sonetcrse al ayuno y á la oración, los que terminabau con una
gran fiesta (borrachera), á la cual convidaba t. los Caciques sus amigos,
que acudían bien provistos de regalos (esmeraldas, oro, armai! y mantas).
Otra gran fiesta tenía lugar el día que tomaba posesión del goùierno
de Chía. Esta duraba varios díss, durante los cuales corría /à chicha en
gran abundancia, yen la misma proporción se aumentaba el valor de los
regalos.
El Chía gOÎJernaba tranquilamente sus dominios con los mismos po-
deres y obli."5llciones de los demás Uzaques.
Cuanl]!) terminaba el luto por el Zipa, prÏi1cipiaban las fiestas y bo-
rracheras del uc',venimiento. Diez y seis días consecutivos duraban éstas,
y á ellas asistían los Uzaqnes y capitanes, bien provistos de valiosos obse-
quios. Si el nuevo Zipa estaba con ellos satisfecho, los consagraba en sus
títulos y dominios. Las narígueras do varíoadas formas, los zarcillos do
figuras capr c11o;[ls, las chagllalas y patenas para adornar el pecho, las
moelias 111na3y (liadomas para la frente, toùo dJ oro, eran los objetos ele-
gidos para los regalos en esta oca8iÓn. El último día prestaba juramento
de que no hs.bís. cometido falta ninguna y de que sería buen gobernante.
Luégo so scntal;a en una silla. de oro guarnecias de esnwraldlls, vestido
por ~us cortesanos con finas telas de algodón pinta.das de vivos colore8.
Sobre su frer.te colocaban una corona de oro-H al modo de bonete RU he-
(1) Fr. Pedro Simón, T. II, pág. 204.
72 ESTUDIOS SOBRE LOB ABORíGENES DE COLOMBIA

chura "-entret(:jida. con cuentas verdes y blancas 'f adornada con ricas jo.
yas. En sus mallos llepositaban un precioso bastón de guayacán labrado,
que empnf1aba como insignia del poder. Desde este momento era conside-
rado como sellm' absoluto, é inmediatamente nombraba sns ministl'oS y
oficiales, siendo el cargo más eleyado el de vocero. e ll:lI1do cI sol tl)rmi-
naba su carrera sellalando Call los últimos resplanùore¡; qne el día t,)caba
á su fin y que Jan él concluían las fiestas, los invitatlos del Zipa, r,com-
panados del plnblo, c01'l'ian hasta la quebrada m is próxi ma y £ln medio
de abluciones d ahan gracias á los dioses.
Al rey le elegían f'ntl"e las mujereli principales unJ. consorte digua de
él. Dcspués quedaba en libertad de escogel' Cllan:;as le conviniesen, guar-
daudo siempre la primera el puesto ùo favorita. Si ésta llegaba ú morir,
la reemplazaba la primnra designada. El último Zips tenía en su cercado
trc:scientas eS1J)sas (1).
El lujo desplegado por el Zipa en sus vestidos y habitaciones, en las
fiestas y proce;;ioncs, estaba á ]0. altum de su puesto,
Ni las gClltCi!del pueblo, n i aun las pertenecientes á Ia Boblel:a, po-
diaIl mirado IL cam. Sus pies nunca se salpicaban con el lodo de los ca-
minos, ui tocaoan el desnudo sllclo. A manera. de los príncipesoricnbtles,
salía sicmprc3n unùas de madera curiosamente labradas, que súbditos es-
cogidos y privllcgiados carguban sobre SUi! horn';Hos (2). POI' las anchf\s
calzadas POI"(IOIlÙelo llevaban 8a1ían á su encuentm grupos de indios
quitando un03 las l)iedras y obstáculos del sucIo, tenlicndo otros sns man-
tus para formar un alfombrado de algod6n ..
El piso ë,e sus cercadoil estaba cubierto de espart illo fino para no mal-
batar sus pies. Sólo él y las personas por él favoreciùas podían aclOl'llllrSe
con alhajas de 01'0. Tenia cacorías reservadas, casss de campo, un 0orcado
en Zipac6n ~-,donde se retiraba á llorar sus lutoil, otros de recreo cm Faca-
tativá, Tenimca y Teusaquillo; en Tabio poseía dos albercas que recogían
las aguas de dos fuentes, tibia la una y fría la otra. Numeroso servicio,
muchas mujeres, alhajss do oro especiales, en a.bundancia; en fin, lo que
puedo cOD3tit,nÎr el gran lujo entre gantes b:í.t-baras, todo lo tenía el Zipa.
llochicE. trazó r('glas do conducta á los gobernadores, y más tarde
NompanÎm lictó leyes para castigar las faltas de ws súbditos. Estas le-
yes, de Hua elasticidad asomhro~:1, sólo servían Ú Jos capitanes ùe or:len
inferior. El Zipll ,¡¡"ponía arbitrariamente de sus sÚbditos, y éstos incli-
naban res]lc tllU~U~ la caueza.
Las lc)e~ (1:I<I,(s ]lor Xompaním tenían ltll art:Gulo pnr (.] clla! :l".lto-

rizaba á su;; ùe3ceudi(,lltcs (J. cambiarlad y á :llllll(·ntarl:¡:', ¡lI'r¡) 1I1111¡;:1


(L

(1) Picù¡ aJJiln, piíg. 20.


(2) Cll~l{ lIanus, J]isl0rÙr ,7,,1 .xuer,) Uei"o (Ir G/'Il/ll/drJ, T. r. C. l.
fJAPfTULO VI 73

dismindrllls en rigor ni en número. Los prillcil'ales artículos del Oódigo


Penal eran 108 sigUIentes:
El homicida tenía pena de la vida, aun cuando los parientes de la
víctima le hubiesen perdonado. El que hlll·taba la mujer 6 los bienes aje-
nos, ó mentía, recibía un número de azotes proporcionado á la gravedad
del delito. Sí reincidia, se le declaraba inhme, y á la tercera vez la infa-
miR recaíu. .,oore toda la f¡¡miliil (1). Después de Nompaním, quien más
hizo en favor de las leyes fue Nomequene.
Eiltos castigos fueron cambiando con el tiempo. Al lildrón, porejern-
plo, le hacían mirar por fuerza la cara del Zipa; la segunda vez le repren-
dían con a~otes (2); si reincidía, le llevabl.'n al cercado del Zipa y le in-
troducían á su presencia, vueltas las espaldas. Dn caballero de la corte le
recollvenía J le volvía bruscamente la cai'a ha..cia n.onde estaba el Zipa.
De aqui salía pri,ado de sn honra. Tenía que retirarse á trabajar como
paria, nadi" le ayudaba en sus labranzas; la mano de ~us hijos em por to-
dos rechazv.:la, y quedaba aislado de la sociedad, aun en sus mayores nece-
si~ades. Si el burto era de consideración, cegaban al ladrón acercando
fnego t, SUf; ojos, y reventáùanselos con púa~ si reincidía.
El soltero que deshonraha á una mujer, pagaùa este crimen con la
vida (3). Si era casaùo, tellía que somcterse á que dos jóv::mes solteros pa-
sasen b llonhe en eompallín. de su esposa. Al de3graciado que cometía se-
mejante ùcïto eDil persona allegada por víllculos de sangre, le metían en
un hOJo estrecho, acompailado pot' talla cluse de sabandijas venenosas y
con el agua hasta el cuello. Allí le aùaIH10naùRll cr:briéndole con una pe-
sada losa. La adúltera, si era de baja exL'ucción, podía rescatar la vida
con illllntas y oro, de los cuales una parte iba á manos del Oacique. El pe-
cado ndall lo llevo.ba por castigo la pena de muerte. Empalaban al cul-
pable (:fi una estaca de palma espinosa, ó le sometían á otro tormento se-
mejante ('1).
Oomo se ve, la sociedad chibcha debía estar bien constituída, refre-
nada por leyes tan severas.
Ln milicia estaba igualmente organi7.ada con esmero. Ell tiempo de
paz, en las ciudades fl'onterizas tenían guarniciones permanentes rle sol-
dados Volu:ltarios. A éstos los llamaban gandules, y eran muy considerados
en la corte. En tiempo de guerra todo hombre capaz de llevar Ins armas
(1) 1"1'.::'edro Simón, T. II, plÍg. 409.
(2) Id. Ítl., pág. 40 .•.
(:!) Castellanos, l1i~toria clel Nuevo Reino de Granada, T. I, Cunlo L
Afiechaban y al1orc,\ban en palos
lIenùidos por los ultos, ÙO lnetíall
,\ lmismo paciente la garganta.
Canto YI.
(4) FI'. Pc.!r,) Sill\,'1l1, T. II, p:íg. 40S.
74 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DY. COLO~IBIA

t'lebís acudir á 1.1defenss del territorio. Si se denegaba á ello, lo vestían


ùe mujer y le hLCíaN.desempenar los oficios femeninos por el tiempo que
fijara el Zipa (l). Al quo abandonaba su puesto durante el combate, le
daban una muelte afrentosa.
El Uzaque ,le Suba pronunciaba las sentencias en última instancia.
Entre otras leyeR previsoras existía una digna do monciÓn. Si una
mujer moría de parto, el viudo, considerado como delincuente, tenía que
repartir la mitaè de su haber con Jos suegros, y á flilta de éstos con los
parielltes de la difunta.
Los delitos de menor cuantía tenían castigos en proporción, com,) rli-
par la cabeza, ra,gar la manta, etc.
Los gastos del Zipa se hacían con los regalos do los demás caciques y
capitanes, con 103 tributos que pagaba el pueblo, y con el capital de los
que morían sin èejar heredero. Cada ü zaque debía llovade en oro, esme-
raldas ó mantas, una cantidad determinada que colectaba entro sus súbdi-
tos. Al individu) que no pagaba la cuota quo le correspondía, le mauda-
ban á S\1 casa, cell un sirviente, un le6n, un oso Ú otro animal que t'mía
que sustentar, ahdo á la puerta del cercado, con curíes, torcaces y pajari-
llos; además tenÍl que mandar á BU senor, diariamento, una manta hasta.
completar la deula. Si esto no bastaba, apagaban con agua el fuego de
su casa, y hasta 110 cubrir el débito no lo podía oncender de nue\"o. Al
Zipa no lo alcanzl.ban las leyes, y sólo sus esposas podían castigarIo. ; Al-
gún desquite habían de tener aquellas pobres esclavas! <luesada fue testi-
go de una de estas escenas, en que el mal humor contenido de las sei" es-
posas del cacique de Snesca se cebaba sobre las desnudas carnes del infeliz
á quien azotaban, atado á un palo, por la gravísima falta de haberse em-
briagado la nocb(, anterior con algunos espanoles. Caro le costó probar
el jugo de Ia ~ith.
El día que el Zipa subía al trono, los Jeques principiaban á cavar su
tumba, con el mayor sigilo, en los lugares más rccÓnditos. El mismo ig-
noraba cuál era e I pUll to elegido para servirltl dc última morada. El lecho
de los ríos, que sHcahan Je madre, para más tlU"ÙOdorrlunal' do nuovo sus
liguas sobre la senlltllc.\ l'cal, Ins cuevas más recónditas, las rocas más
apartadas, eran ks lllgares jll'c(lilectos. Apenas moría el Zipa, los Jeques
se aduellaban do su cadáver; lo abrían, le retiraban las elltl'Ullus, y las
reemplazaban COllla resina dorretida do unos higuillos lechosos qllo lla-
maban macoba, lo embalsamaban y lo lloraban durante seis días. :gl cadá-
ver lo colocaban I iégo en el hneco tronco de ana palma, forman exterior
é Interiormente eDil "lalJchas do oro (2); ,ó 10 sentahall {>llUlla silla d'e'

(1) CastellaDos, Historia del Nueoo Reino de Gran'Jda, T. " (J. l.


(2) Uricoechea.
CAPITULO VI 75

madera (duho) cubierta del mismo metal (1), envuelto en sus mejorcs
mantSSJon "brazales, petos, morriones-dE! más alto metal, y de los hom-
bros-pendientes hartas veces de 10 mismo;" de allí lo Jlevaban á enterrar.
Junto al cuerpo, en la bóveda, colocaban una moya llena de chicha, BUS
armas, yen 'las manos una tiradera de 01'0 en recuerdo de la que arrojó
Bochiea destle el Arco Iris, al formar el salto.

E yã cubiertos de terrena capa.


Encima de aquel lecho poderoso,
Ponen á las mujeres desdiclladas,
De las que más querta tres 5 cuatro,
omás 6 menos, que sepultan vivas,
Cubrléndolas con otra lech;gada,
Encima de la cual van los esclavos
Que mejor le servían, también vivos
Sobre los cua.les cae la postrera
Cap:!. de tierra (2).

Al indiscreto que revelaba el lugar en qne se hallaba enterrado el


Zipa, 10 mataban á azotes ó lo flechaban, premiando al hábil tirador que
le atravesara el corazón ó uno de los ojos (3).
El pueblo guardaba luto por espacio de quince á veinte días. Duran-
te este t:empo vestían man tas coloraclas, se embijaban el rostro y los cabe-
llos, ahogaban la pena con cantidad dé vir.o de su grano, haciendo Bun-
tuosas borracheras, y cantaban en voz alta ensalzando las vírtudes del
Zipa y encomíando los hechos gloriosos de su reinado.
Iguales leyes y costumbres semejantes observaban en la corte del
Tunja y en la del Sogamoso. El primero de éstos era el más rico de to-
dos. Cuando llegaron los espanoles ocupaba el tt'ono de los descendientes
del Ramiriquí, el más absoluto de los monarcas chibchas. Pronto en el
castigo, y sobre todo en ahorcar (4), era el terror de sus súbditos. La
horca do que hacía uso consistía en un alto maùero hacia cuyo extremo
superio)' tenia un hueco por el cnal pasabar. la cabeza de la víctima dejan-
do colgar. el cuerpo.
Al Eugamuxi le obedecían ciegaD!ente, y sn influencia en el orden mo-
ral se extendía aun á muchas de las parcialidades de los otros dos reinos.
Este gobierno teocrático no era, como los demás, hereditario. El nombra-
miento se hacía por elección. Para ello juntábanse los Caciques de Bus-
banzá, Gámeza, Pesca y Tosca, quienes debían dar sn voto por nno de
los Cap:tanEs de Tobaza y Firavitoba, alternativamente. En caso de des-
acuerde entre dos candidatos, tocaba al Tundama decidir. En alguna eca-
----------------------------------
(l)Fr. Pedro ~im6n, T. II, pág. 288.
(2) Castellanos, H~toria del Nuel)() Reino de Granada, T. J, Canto J.
(3)Fr. Pedro Simón, T. n, pág. 414.
(4) Id. í¿., pág. 253.
76 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE cor,oMBIA

Bión un Firavil;oba usurpó el puesto que le correspondía lÍ. un Tobaza; el


Oapitán de este último lugar aprehendió é hizo ajusticiar al Gámeza,
que le habí~ llegado su voto, rpsultando, además, de e¡;ta irregularidad,
una larga guerr 1 civil.
LOB U zaques eran grandes sellores, encargados por el Zaque 6 por el
Zipll del gobien o de las provincias lejanas de sus capi tdles; ncrcdaban el
mando siguicnùl) el mismo orden de sobrinos, hijos de hermanas (1): mas
nadie podía hac(!rde cargo de sn puesto sin la autorización de su sobc::ano.
Para esto tenían que solicitar una entrevista á la cual habían de traer un
rico presente. P ,nctraban al apoBento real con el cuerpo inclinado, depo-
sitab:m el regalo ¡í los pies dol jefe, y, sentados en el suelo, volviélldole
las espaldas, hacían su solicitud. Si eran aprobado3, regresaban fi su pue-
blo, donde los 1'( cibían sus vasallos cargados de dones. Si no había here-
dero, correspondía al Zipa nomùrar reemplazo. Para esto escogía dos de
los más valienteE, honestos y virtuosos gandules (gnel'1'eros). Ell una plaza
del cercado, en presencia de la corte, los ponía con ulla de las más her-
mosas doncellas, dcsnudos todos tres. Si alguno daba soi1ales de sensuali-
dad, se le excluía, pues consideraban que no eru capaz de gobernf.r un
pueblo qu ien no podía dorni nar sus pasiones. Si am hos eran délJi les, S3me-
tía n otros dos á la misma pruelm (~:).
Cuando un l-7.ar¡,uc quería casarse, bastaba peJir fi EliS padrès aque-
lla mujer que le gustara, para consegnirlu. Las esposas de los jef0s se dis-
tinguían pal' nn traje especial, que no vestí¡\Il hast.a no haber pasado una
noche en su compafl.ía. lIabía Uzaql1e que tenía hasta trescientlls esposas
en su cercado.
La favoritn leI Zipa ó de algún Uzaque, al ml)rir, pudí~ exigid€' que
fuera CR,>topor c;erto tiempo que ella fijaba de antemano y cnyo máxi-
mum era Je cin(:o silos. Este plazo lo podía acortar en vida con buenoB
tratamientos, regalos, cte. Los Uzaques más importantes eran los gober-
nadores de las P Jblaciones fronterizas, colocadas como vanguardia contra
las invasiones do las tribuB vecinas.
La nación ~hiùcha, rochazada P()l' los L:¡ches de los valles bajos,
tUYOque escalar la escarpada corùillera PMil establecers8 en las altas me-
setas. Hccogida allí, formó un estado poùeroso y bien organizado, t·)mi-
do ùe sus enell1i~o¡;, y que sólo Hna m'Iii más inteligente, enérgica y va-
lien te puùo su plan tar .

• [~] ~xeep.tll~1 ¡~~e(;1e~~o en ~}:; e} hereùero fllese hij" de escla\'o.


~~J l<r. 1 eÙIG tl.Olon, 1. II, p,l" .•• 14,
CAPÍTULO VII 77

CAPITULO VII
EL GClBŒRNO DE LAS TRIBUS DE TIRRRA FIRME

DespuÔs dI! terminada la conquista. pJCO csfuerzo tuvieron que ha-


CCl' los espal10lcs para triter (t su~ IHlmCl'OSOS súbditos á la obediencia y
obligarles á aCI~ptar el yugo de un gobierllo que, no obstante Jas sabias
medidas sanciol1adas por Jas reyes de Castilla, era poco menos quo absolu-
to. La razón e~ sencilla. Las nnmerosas tribus duenas del suelo de Tie-
rra-Firme eran casi cn su totalidall dirigidas por jefes despóticos, duellos
de vidas y hac'3ndas. El pueblo en gencral 3stabl acostumbrado á in-
clinln'se anl;e Jail mandatos, por caprichosos que éstos fuemn, de un supe-
rior. Leyendo atentamente los primeros historiadores, sólo hemos trope-
zado con la citro de tres b'ibus bastante independientes: la de los Pozos, que
"no conocía o1;ra política nioglln¡\" (1); lil. <le los Armas, entre quienes
el gobernante 8,)]0 podía obligat' á sus súbditos ã. trabajar cn sus tierras y
labranzas, y la de los Muzos y Catíos (2), que no reconocían amo ni sefior,
ni prestaban á nadie obediencia. En sus guerras seguíil.ll cI conscjo dc los
más anciar os :' de los de más acreditado v!llor.
Oada gl'l1 l') de individuos, lllcan-¡;ara ó nó ú formar un pueblo, eru
como un:l fiUI lia, cuyo <lirector, consejero y juez, ora cI Oacique. A él
acudían en las calamic1adcs pÚblicas y le consultaban en las empresas per-
sonales; él ter ia en sns manos l:1 oliva do la paz y el rayo de la guerra;
disponía de la vida y (lo las propiedades de 1:)3 snyos, y era casi siempre
jefo civil y miHar. f~n casos graves, si lo tenía á bien, podía tomar conse-
jo de los [l,l1ciano~ y guerreros, :i quienes reunía, h:\ciendo prevalecer casi
siempre su opinión. ~Iuchos qne se atrevieron á contmdecide,fueron víc-
timas de e;lte Ltentado de lesa majestad (:3). Bstos Ciiciqucs, á sn turno,
debían obediencia y sumisión completa á otros más poderosos, jefes no yá
de una. pohlaci Jn, sino de una tribu, Ó SO'l de ~¡l,rellnión de varias pueblos
del mismo idioma, de idéllticas costumbres y ele creencias semejantes.
Frecuentemente sucodí!l que éste también pagara. tributo y estuviera bajo
la depcndenci::, de otl'O más poùeroso, á qniell Ja suerte do las armas hu-
biera fuvoreciJo en los combates.
Como ref;la general cI cacicazgo cra heledi t::rio. Se transmi tía á los
sobrinos Lijas de hermanas. Veíanse, y no rara V3Z, casos de usurpación.
La ambición Ilésmedida y el ¡¡mor al mando también tenían cabida entrc
los in¿;io:;.
(l) CiC::ll ùe LelJn, folio :3i,
(2) Castellar os, P. Ill, ll,.\t·JI'ÙI de AnlÏ0'lU¡'L, I" tl'o(111~('Ùjn.
(3) Dlll(o'll':. uuió tÍ ~us capilancs pam cousultiHles ~i Ilcbia rceibir ií los cspaiiolcs
dc paz õ cc,n IUB puntas ùc sus lanzas. Un gliCITCI'O, contra su opinión, O¡ltú ¡lOr :a
gucrra, y d~ un.~olpc de macana el jefe le rompió lu cahe,,:!,
78 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

Explicarnmos por qué no heredaban lOBhijos, ni los Bobrinos por her-


mano. Tan p(lca confianza tenían los indios de la virtud de sus mujeres,
no obstante h.sleyes muy severas que en todas partes castigaban el adulte-
rio, que había n arreglado de esta manera la sncesión al trono para tener
seguridad de 'lue en las venas de quicn subía á ocuparia cOl'l'ía verdadera-
mente sangre de la real familia. Ni las csposas .leI Uaciq uc !li las de sns
hermanos Ics presentaban su Bciente garantía.
En el Zell Ú el mando pasaba (~e padres á hijos, resen-ando el gobier-
nide Finzen iÍ á la hermana mayor del Cacique de Zanufana. Kntibara,
que allí l'einaha á la llegada de César, era hijo de Annnaibe, su antecesor.
Lo mismo acontecía entre los Calis, donrIe la herencia recaía en el hijo
de la principal mujer.
Entre los habitantes (leI Zenú corría una tl'adición que pusaremos á
narrar. Aquellos vastos y ricos terrenos, decían, fueron gobernaècos por
tres demonios. El principal de ellos escogió por residencia á Zenufana, la
más abunnan;e en oro, dejando el Pancen ú á Sll hermano y legan-
do el Finzeuu á la hermana. Como esta última provincia era la más
pobre, estableció una ley que se conservó desde entonces, por ia cual
se decidía que en la capital de sus dominios serían enterrados los eadáve-
res de los tres ZenúeB, aun cuando para el viaje hubiera que gastar la mi-
tad de sus haberes. Los tres demonios gobernantes desaparecieroll desde
remotos tiempos, dejando á sus súbditos bien aderezados á su servicio y
entregando el mundo á jefes encargados de observar y conservar las leyes
por ellos establecidas (I).
LOBCarrapus dejaban el poder á la esposa favorita. A su muerte la
reemplazaba el mayor de los sobrinos por hermanas (2).
Algunas }locas tribus dopositabl\ll el manQo eu manos del súbdito
más valiente. Los Sal ibas, muerto el Cacique, es~ogían cntre los más ufa-
mados capitanl~s aquol que por sus hazaflas sc hubiese distinguido en la
caza y los comhates. Autes de posesionarse lo sometía:l á dum prueba. Lo
acostaban desn Hlo sobre un montón de hormigail, que durante varios días
habían tenido encerradas, sin alimento, cn vasijas hechas con hojas de
palma. A IllS ,10lorosas picadas de los ponzofloso)s insectos, el candidato
debía oponer una completa impasibilidad, so pena do ,erse declarado, li la
menor queja, hdigno de gobernar. Agregaremoll quo quien á csta. prueba
se sometía, ha)ía pasado, al ser nombrado Capitán, por otra no menos
dura. Le ponÍlIn desnudo en un lugar público, bajo la inspección ùe un
jurado nombrado ad hoc, entre capitanes. Allí la multitud le azotaba,
Bin conmiseración, hasta una seflal del jurado. Quedaba con las carnes
(1) Fr. Pedro Bim6n, T. m, pág. 87.
(2) Id. íd., pi.g. 344.
CAPÍTULO VII 79

despedazadas, y Bi no había proferido ni un Jamento, recibía las insignias


de Oapitán (1).
En otras tri;Jus de los Llanos, cuando un individuo se creía bastante
.aliente para soportal' las pmebas á que somet.ían á los candidatos, con-
vidaba Il su cum} á una borrachera, á todos los j3fes de la tribu. Referíales
sus hazallas J les exponía el deseo de figurar á su lado en los combates. El
más anciano de la reunión, armado de una cuerùa ãe fique, le daba repeti-
dos golpes, y á éste le seguían de uno en uno, por orden de edad, los demás
circunstante:!. Si resistía sin elChalar la más breve queja, le dejaban curar
sus heridas. Más tarde, en una segunda bebezén, la víctima, yá cerradas
Ins cicatrices de Jas latigazos, se acostaba en una hamaca envuelta en una
manta de algodón á la cual la ligaban por los pies, la cintura y los brazos.
Oada jefe levantaba una punta de la manta y arrojaba sobre su desnudo
cuerpo Ull pulladJ de hormigas. El mismo silencio que en la prueba ante-
rior, tenía que oponer á. las aceradas picaduras de aquellos insectos que
so adherían eon tal fuerza á sus carnes, que pr:mero los partían que ha-
corles soltar su presa. Pero faltaba la parte final, la más dura de todas.
En una barbacoa de callas suspendida entre dos árboles y cubierta por un
colchón de hojas secas de plátano, acostaban boca arriba al futuro jefe.
En la boca le ponían una larga calla hueca (¡lnla cual ensartaban las
extremidades do dras hojas con las que le cubrían todo el cuerpo • .Pren.
dían fuego ií. este lecho. Dos jefes lo atizaban pat'a graduar eu fuerza,
mientras otros vjl~ilaban por el tubo la respiración del paciente. Muchos
morían en la prueba; los que nó, eran exaltados con vivas aclamaciones.
Si Be movía durante el tormento, lo declaraban cobarde y nunca más podía
pretender el mando (2).
Los Chibchas sometían á SUBfuturos gobernantes á una prueba en
que se ponía de manifiesto el dominio que tenían sobre sus pasiones,
mientras que3sLos bá.rbaros sólo buscaban en sus jefes hombres valorosos,
estoicos y capaces de afrontar los mayores peligros. Fácilmento so com-
prendo la obediencia ciega, ia veneraeión que ton;an por jefes que con tan
admirable valor habían sabido soportar tormentos como los que acabamos
do describir.
Los Cacir;ues y Capitanes á quienes la suerte de las armas había sido
a(lversa, pagahan d vencedor, su jef~ superior, nn tributf) de oro ó es-
meraldas, mantas ó sul, productos natul':Lles de sn suelo, etc. Qllinunchú,
hermano y tetJienic de Nutibara, hacía traer en b!:.rbacoas la coleeta hecha
cntre los dispersos vasallos de la serranía: consiEtía ésta en Ot·o, mantas,
jabalíes, saín03, etc. (3). "-
.
(1) Cassani. '
(2) Gumilla, T. H, pág. 32 Y siguientes.
(3) Fr. Pedro Simón, T. III, pág. 177.
SO ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

Leyes E everas castigaban los crí menes y las fal tas gra ves, especialmen-
te el adulterio. Los Urabaes, aun cuando en nada estimaban la virtud de la
que elegían por esposa, pues la escogían de preferencia entre las rameras,
daban mueIte á los culpables de adulterio; lo mismo los Cunas: si la mu-
jer probaba que había sido forzada, la quomaban viva (1). Los Catíos cedíaa
al esposo ofmdidoel cuidado desu venganza (2). Los Chipataes daban de
beber á los acusados una infusión de hojas de borrachera; y si durante la
embriaguez causada por esta bebida oseveía en ellos senales de deshones·
tidad, les daban en el mismo instante la mnerte. Si nó, les hacían vol-
ver en si con el jugo do otra yerba. Entro los Muzos, el marido ultrajado
rompía las vasijas de barro y de madel'll que servían para los UBOS domés-
ticos; la inliel esposa debía fabricarloJ de nU-3VO,en el monte, (lande per-
manecía ai¡,}add por espacio do un mes. Su marido entonces la reinte-
graba al hogar, arrastrándola del cabello y dándole de {lunt\piés. En
otras ocasiones el hombre se flechaba y sus parientes colocaban el cadáver
sobro las rcdillas de la adÚltera; allí tenía qu,) conservarlo por espacio de
tres días, sin que se le permitiem tomar más alimento que un poco de
chicha. El cadáver, disecado á fuego leuto, era colocado Call sus armas
sobre una barbacoa y enterrado al completai' el ailo. La mujer, arrojada.
del cercadc· y de la población, debí¡, labrar la tielTJ. para buscar su susten-
to, siendo plOhibiùo pasarle los alimentos. Después del ent¡ero~'ovolvía á
su casn. y Je daban nuevo marido (8). lIabía trious donde ac.ostumura-
ban ùal' a. í á la mujer adúltera. Si confesaba sn crimen, le claban agua
para calm:lr el arùor y la condcnaban á mue~·te. Si resultaba inocente, la
obser¡uiabun con una gran fiesta. La mujer lLùúlt~l'a entre los Caribes re-
cibía muerte en público de Illanos del pueblo.
Al hombre que quitaba la virginiùad á. una ùoncella, ]e introducían
los CUIlIlS ·m la urctra una varilla con cspinllH, ]e daban diez ó más vueltas
y lo dejaban que se cnrara, si podía.
El pCllado nefando, tan frecuente cntrealgnnlls de las tribus de las
costas, era castigado con la muerte (.1). Los Catíos le tenían reservadas
pellas se\erus (5), y los Luches descuartizaban al culpable, mar.danùo col-
gar, como escarmiento, uno de sus miembros ell cada capitania.
El cu.pable de homicidio sufría la penil capital. Algunas veces corres-
pondía a] Jap;tán perseguir al asesino; otraa, como sucedía en~re los }[u-
(1) Fr. Pedro Simón, T lH, pág. 41.
(2) Ca~tellanos, P. III. IIistoria de .L1ntioquia. introducción.
(H) Piedr:ihita, púg. 199.
(4) Los habitantes de Santa lIIllrtll y slls~alreùedores eran l1luy ùad(·~ ú este vicio
y tenían en SIlStemplos muchas figuras que ]0 rec.;>rdab:in. (Fr. Pedro Simón T. lU
pág. GI5). (Iviedo dice haber fundido un dije de oro que llevaba un indic- a] cu~llo e~
el cual repr~sentaban este pecado. E] Padre Julián dice]o mismo. '
(5) Cas:ellanos, pág. III. Historia de .Antioquia. Introducción.
o A P Í T U L O· V I I 81

zos, los pa:ientes do la víctima se reservaban el derecho de infligir el casti·


go. Los Gl1ane~ flechaban al ladr6n, y el tirador que con su tiecha.lo hirie-
ra en un ojo 6 en la boca, recibía como recompensa, de manos del Caci·
que, una ~·ica. manta. Los CUDas daban muerte al ladrôn y á los falsos
testigos.
La peroza, tun frecuentemente acariciada por los indios, ora c3stigada
por los Guanes.
Para saber si un joven, una doncella ó un esclavo emn activos, los
embriagaban con agua de bOl'rachero. Si acuùían á sus flechas ô á la pie-
dra de moler, Sil les reconocía como gonto laboriosa. Si el osclavo corría ha-
cia la puorta, lo consideraban como fugitivo, y como tál lo castigaban. En
esta mism.\ trïJu usaban de demasiado rigor con los ninas desobedientes
y con los muchachos traviesos: echábanles en los ojos jugo de ají 6 de
pimiento. Genoralmente los jofes 6 los mohanes dictaban las senten-
cias, y sus juieios eran inapolables.
Los grandes sefloresllamados Caciques por 108 Caribes, Quibis entre
las tribus del Istmo, Acaimas por los Laches, etc., se distinguían siem-
pre de sus súbditos por las alhajas quo llevaban, por nn lujo más 6 menos
exagerado en el vestir, en el modo do constru ír SUBcercaelos, en 01 núme-
ro de escla,vos .Ygentos de sorvicio, etc. El Quibi Cateba sólo llevaba como
distintivo del pUGsto que ocupaba una hoja gl'al1do qu~, á manera de
paraguas, le protegía contra las lluvias y los rayad del sol.
No tedos :os senores eran tan modestos ni tan pobres. L¡~Caaica dol
Zenú poseia un soberbio cercado muy adornado y con gran lujo en oro,
esc]al'os y doneollus. El snelo do sus habitaciones estaba cubierto de fino
esparto. Dormia en una hamaca de delicado tejido y ricamonte pintada:
á ella su bia poniendo sus desnudos pies sobre las espaldas do dos de sus
más hermosa.s doncellas qne, acostadas bOCLabajo, le servían de esca-
bel (1). 1\;abonuco hacía llS0 de un lecho fácil de transportar. En BUS
viajes llev tha daB mujeres que, acostadas desnudas, le servían de colchón
y una tercera de almohaùa (2). Nutibam sa ia en andas tachonadas de
oro; cuando visitaba oficialmento á sus vus:dlos, iba cscoltatlo por un os-
cnadrón de inelios armados (3).
A su muei'te los Caciqnes eran sepultadlJil on grandos bóvedas. SUE
mujeres Trás f¡.loridas y Bns sirvientes más fielos, narcotizados con el jugo
de un'], planta, lo acompanaban en la tumbf, (4). A Finzonú traían yá
embalsamados los cadáveres de los Caciqucs deZollufana y PllnzcnÚ. Allí,
(1) Fr. Pedro Simón, T. m, púg.S7.
(2) ()ieza. de León, pág. 29. Cutlndo los españo;es lo encontraron llevaba de la
mano ú otra mujer, cuyas carnes estaban destinadas para la ccna do esa noche.
(3) Castcllan')8, pág. III . .Historia de Oartagena, Libro v,
(4) Uric:oecllE18.
82 l:STUDlOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLO:\IBIA

en un hoyo cuadrado abierto en la. falda. de un~ colina, los colocaban en


campania de EUS mujeres y sirvientes, con sus armas y provisiones para la
otra viùs. Al :ado del cadáver de la Cacica ponían las múcurus, las píe-
dras de moler y las cazuelas. El todo lo cubría.n COll tierra bermoja que
traían do un monto lejano, y encima sembraban un obo ó una ceiba (1).
Los Nore;l no tenían la cruel costumbre de enterrar vivas á las esposas
del Cacique. 'J'ra.nscurridos los días ùe llanto público y ùe luto, le:l corta-
ban el cabello y daban muerte á las favoritas, cuyos cadáveres ICE. acom-
pat'laban en la tumba. Los sepultaban en una bóveda de losas bier, laora-
das con la entrada. hacia el Oriente y construída en las faldas ùe una
colina (2).
L" últim¡, morada de los jefes de los Blll"iticaes la cavaban en un
patio cerca de la casa, en una bóveda, también con la entrada hacia el
Oriente. AcoDlpanaban al cadáver las esposas del difunto, sus sin'ientes,
riquezas, arm¡,s y provisiones. Los Pozos tenían III misma costumbre y
enterrab<ln á ¡.us Cdcíques bien atalayados de chagualetas, etc.
Otras tribus acostumbraban sepultar á sus capitanes ya en un hoyo
profundo, en ~ampo abierto, al pie do un árbol frondoso (Cunas), ya en
bohíos pr~paradas para el efecto, ya en hoyos coronaùos por colinas artifi·
ciales. A unos los enterraban con sus mejores alhajas, aderezad03 como
pam un día de fiesta, á otros les ponían esmeraldas en los Oj03, en la
boca y en el ombligo (3).
De much,} sírvió á los espafloles para conquista¡' este rico Buelo la
manera como e6taban gobernados los indios. Aquellos conquistadores que
como Balboa, á un valor sin límites unieron una sabia política, poniendo
en práctica la famosa máxima do dh-idir para. reinar, fueron siempre lm~
más afortun3dos. Ea sus frecuentes guerras cllei nunca los croni~tas nos
dan cucnta dd número de alindos indígenas que peleaban á la sombra del
est:mdarte de Castilla; éstos, sin embargo, eran numerosos en todos los
e1'leuentros. Divididos en muchas fracciones, gobel'llada ealla ulla por un
jefe absoluto, sedientos todos de mando y ambiciosos de poder, las gue-
rras entre vecinos ocurrían constantemente. Eran tan encona:los sus odios,
que más bien ayudaron al invasor castellano á la ùestrucción de los unos
por los otros, que propender á una alianza general contra el enemigo
común. No fueron Jas armas esplll101as, el terror á los caballos y la ciega
lluperstici6n, 'os principales r.lprnentos con que contaron los conquistado-
res para dar en tierra COllulla ril7.Utan yaliente y fuerto, tan numerosa y
aguerrida, c:nl1O la raza americana; sn arma principal fue el odio ciego
(1) Fr. Ped'o Simón, T. m, píig. 97.
(2) Ciezs de León, f. 29.
l3) l"r Pedro Simón, 1:. H, púg. 422.
CAPÍTULO YIII 83

que vnas por otras profesaban las <live:sas tribus encabezadas por esos
tiranllclos de familia, déspotas absolutos, dudlos de vidas y haciendas.
El sistema de gobierno de los primeros habiLan tes ùu Tierm-Firme fue
la calts:~ primordial ùe sn completo aniquilamiento.

CAPITIJLO 'lIII

FIESTAS IXJL.GEXAS

El termómetro admitido por los sabin modernos pam medir el gra-


do ùe civil ¡zación de las naciones, es unas veces el consumo que en ellas
se hace de ácido sulfúrico; otras la cantiùad ele hierro empleada, ó bien la
extensión de las vías férreasql10 su!"cansu territorio. De muy distinto mo-
do deberá juzgarse del adelanto de los antiguos pueblos. El estuùio de
sus creencias, de su sistema ùe gobierno y del modo de hac?!" sus fiestas,
es el mejor termómetro para medir su mayor 6 menor culturll. Basta á un
fino observador asistir á \ln baile, para conocer muy á fonùo el Cil'culo so-
cial entre el cual se halla; igualmente, con una descl'ipcióu bieu det~Ila·
da. dc las fiestas de un pueblo, podríamos indicar el puesto que le corres-
ponde Cil lb.escala del progreso. Por dcs~l'Etcia no tenemos nada bien com-
pleto al~erC3,de los indígenas para sacat de una vez deduccionùs positi.as.
Triste cs confesMlo, pero el solo nombre de borracheros dado por
toùos los cronistas á las fiestas de los indi03, nos hace furmar anticipada-
mente uu jdeio poco favorable. El licor era la base fundamental Jc todo
regocijo. LJ, chicha, ya la hiciesen de maíz, ya de casabe, dA jugo de pal-
ma ó de frutas, era elemento indispensable. Terminado ellieor, acababa la
función. ¿Qué puesto, pues, ùaremos li los habitantes de nuestro suelo en
medio de lml demás naciones bárbaras? ¿OLlálles corresponderá, si agre-
gamos que las tl"ibus, la mayor parte crmlbales, aprovechaban esta ocasión
para regalar sus estómagos con la carne <losus prisioneros y frecuente-
mente c,)n la de sus propios hijos? Ohicha y sangre: hé aquí los princi-
pales elementos de sus festividades.
No ,~eci;a una sola tribu que en las grandes solemnidades no se reu-
niera al ;'ede{lor de las moyas rebosantes ~el fermentado licor, dando rien-
da suclta á SIlS estúpidas pasiones. Sin respctal' mujeres, ni jerarquías,
ni lcycs; ClIlltoando, bailando, disputando, t.omando venganza de pasadas
ofensas, hasta rodal' insensibles por el desnuao suelo empapado de chicha,
Al ùespertal', atunlidos aún y jadeantes, yo',vían con pesada voz :í pedir
más licOl, y así continuaban mientras éste duraba. J l'omás Hoffmann, en
los delirios dt) BU ardiente imaginación, llegó á pintar nada que pudiera
compararse á estas desbordadas orgías. Imagínese el lector el fantÍLstico
6
· 84 ESTur·ros SOBRE LOS AllORÍGENES DE COLOMIHA

cuadro que formaría aqnelIa turba de hombres casi desnudos, el cuerpo


surcado por abigarrados dibujos de bija Ú ocro, sin más aùomo que go·
rros de plumas y chagualas de oro, entregados los unos á báquicas danzas,
cantando otros cor ronca 'oz al compás de una música discordante, ten-
didos ulgunos en el suelo, y ponga estas y otras muchas escenas replg-
nantes en medio de una atmósfera apestada de humo de tabuco, de ácido
carbónico y de nat seabundo olor de chicha.
Con las libaci:)I)es repetidas se desarrollaba la set! de sangre. Los ¡:ri-
sioneros de guerra crall conducidos antc la desenfrenada multitud y ren-
dían la vida en m(:dio de refinados tormentos. Su sangl'c, bebida con
avidez, y sus crudas carnes, servían de pasto á esos dpsgracil1dos. En o;,)a·
siones s8crificabtn las vidas humanas por la sola satisfaceión de gozar
con sus 8ufrimien~;os y su lenta agonía.
No eran, pue~, la cultura y el buen tono sino lag vicios más abomi-
nables y degradantes y los más atroces crímenes los que presidían á ms
fiestas . .Mientras ellas duraban se prescindía por completo de las le-
yes, y aquellas f ¡]tas que en época ordi naria se pu:gaban con la vida,
eran no sólo toleradas sino autorizadas. El Cacique so rebajaba al nivel
de SUB súbditos; f.nte la chicha todos eran igullles. La vida y la'.'!esposas
del prójimo las cconsideraban allí como juguetcs. Después de la fiesta todo
seolvidaba. Cometiendo cada cual sus crímenes, ¿quién castigaba? ¿Quién
podía arrojar la primera picdra?
La nación chibcha, la más humanitaria dc todas, no había excluído
de su vida pública las borracheras con todo su indispensable acompana-
miento de sangre vertida y desenfl'cno de pasiones. La. afición á la chicha.
se ha conservado entre los habitantes de aquella antes numerQsa nación, á
tal punto, que ne, vauilamos en asegurar que ha sido esta pcrniciosa bebida
una de las causas principales de su degradación y embrutecimiento.
Los Chibchas tenían un dios-Nemcatacoll.-que presidía á las borra-
cheras y nI cual eólo satisfacían ofrcndándole chicha.
Tenían ficstas religiosas. La pl'Íncipal se celebraba en FebreN en
conmemoración ,le la venida de Bochicll. :g~ta consistía en procesiones,
semejantes á rogativas, lo mismo que las que hacían en momentos de
cosecha. La visrera, todos aquellos que debían asistir á la función 38
lavaban y muy t(lmprano salían á. reunirsc á las puertas del cercado del
Caciqne, en la alcha calzada qne se levautaba al fteute (éstas tenían por
lo menos media legua de longitud). Adelante salían lOBJeques htei':lndo
coronllS de oro er¡ forma do mitras y seguidos por una multitud de hom-
bres pintados con bija y jagua, con máscaras cn que ¡'csaltaban grllcsas
lágrimaR. Imploraban en voz alta á Bochicll, al sol y á SUll deidades favo-
ritas, Pldiéndol,3s conservaran los dins del Cacique y ICB concedieran el
OAPÍTULO VIrr 85

favor que solicitaban. A este grupo y:í algnna distancia le seguía otro
gritando y bailando, dando gracias y felicitándose por creer que yá Ee le
había concedido lo que pedía.
Un türcer grupo con máscaras de oro, disfrazados con pieles de :mi·
males, cubierta la cabeza con ricas diademas lncientes, de vistosa plume·
ría, ba.nían con sus mantas el suelo pam qü.e con mli.s Ücilidad bailaran
los que lo aeguían. Detrás venían otros, cnbiertos con ricas joyas, patenas,
medias lunas, petos, brazales y coronas fabricadas con canutillos de oro,
bailan lo y cantando al són de chuc7t@iJ y flautas, de fotu tos y tamboriles y
de car:lcolEs marinos guarnecidos de oro (1). Seguían á éstos otros mu-
chos con diversos atavíos que variaban en catta tiesta, como en los mo-
dernos carnavales. A las capitales de los tl'es reinos de Bogotá, Tuuja. y
Sogamoso, acudía ta] muchedumbre de indios, que no era rara la proce-
sión que contara en su desfile más de diez mil figurantes. El Oaciquo
cerraba la marcha; acompal'lábanlo las gen tes del servicio y de la corte, lu-
ciendo todas sus mejores alhajas. La fiesta terminaba. con carreras á pie
y premiación de los más ágiles y afortunados, y luégo con una borracho·
l'a. gen~ral. Además de la gran fiesta de Pebrero tenían otra en Mayo
y otra en Septiembre, en que ]os jóvenes corrían por ]os cerros recibiendo
premios do manos del Oacique.
La fie¡;~aque hacían los Oaciques cuando se acababa la construcción de
sus cercados, no difería mucho de la anteriormente descrita, según cuenta
Oastellanos (2). Dada la última mano á 11\ calzada que hacía frente á la
puerta principal, comenzaban los regocijos que "celebraban-con mu-
chos entremeses, juegos, danzas,-al són de sus agrestes ca.ramilIos-y
rústicas cieutas y zampoflas.-cada cual ostentando sus riquezas-con
ornamentos de p]umajería-y pieles de dÍ7ersos animales ;-muchos con
diademas de oro fino-y aquellas medias lunas que acostumbran (3).-
E ya cuando llegaban al remate (de la calzada)-hacían á sus ídolos
ofrendas ;-no sin humana sangre hartas yeces."
EEtOS .acrificios eran semejantes á ]os que acostumbraban en honor
de BUS:lioses y de que hab]ámoB cuando tl'atámos de ]a religión chibcha.
Oonsistían en flechar un esclavo y ofren:lar su sangre. Una borrachera
ponía fin á la jorna.da.
Los arrastres de madera eran también pretexto para fiestas, como lo
eran lOllentierros. Todos prestaban su concurso, pero los interesados te-
nían qre hacer el gasto de la. chicha. Oomo en las otras ocasiones allí,
"Van muy empenachados y compuestos-con grandes medias lunas
(1) EstOB caracoles, que en cambio de manta.~ y sales venían de tribu en tribu
desde la Cost~., eran tenidos en grande estima.
(2) Historia del Nuevo Reino de Granada, T. l, C. IT.
(3) Se las ponian en la frente con las puntas para lUTiba.
I:W E::;rl;VIO::; ::;OBIn: LOS ABOHÍGEYF.S DE COLO~rnrA

n la frente-que do buen oro tienen apariencia ;-y en segnimiento suyo


an mujeres--cou cantidad de mÚcuras ùe vino--que llevan dondequiera
ue se mueven" (L).
Aquí so nos o]urro uua roflexión. Sjompre quo :ratull ùe las modias
IDas que tenían en uso los Chibchas, nos dicen los eronistas que oran de
n color pálido, n,ientras que al describimos las patena s las pintan como
e buen 01'0. Estas últimas erall, no nos queda duda, representación del
)1, cuyo globo vemos ùo un color más encenùido. Los indios, al hacer'
ItOSobjetos, los I: iferenciaban no sólo en la forma Bina en el calaI', que
)rrespondíu al mayor ó menor brillo del astro que representaban.
En los arrastIes de madera todos sus movimientos eran acomplll1a-
)S por cantos especiales. Llegando á cierto período, daban el cmpLlje,
>Dsiguiendo así h uniformidad.
El advenimie Üo de los jefes, los días de matrimonio, el de ofrendas
Lrticulares, etc., eran pretextos pura borracheras. Cantaban composieio-
lS de circu nstancÍa en que refel'Ían los grandes hechos pasudos, vitu pe-
,ndo ó ensalzando á las personas á quienes se dirigían.
El día del aÙ"enimiento se encerraban en el cerca.do los principales
flores, 108 capitanes y cortesanos á beber chicha y tí. bailar.
Danzaban gelle1'almentè en círculo, asidos de las manos é imitando
paso de ulgún animal. En la puerta colocaban dos indios en pie. E.toB
felices tenían qro permanecor allí desnudos, sin comer ni beber, toc,:m-
I flauta y cubieLos por una red, por espacio do dos días. Los dos cen-
leJ:.osprisionero< en la rea, taflendo tristemonte las flautillas, hacían
ntl'llste en medi) del cuadro alegre y animado cuya exaltación subía
,r momentos cor las frecuentes libaciones. A medida que la música y la
~azara aumentaban en los aposentos del Cacique, los esclavos, colocados
ws puertas, sacllban de los instrumentos sonidos máR débiles y melan-
licoB, atelluadoB por el hambre y el cansancio. En csto so encerraba
,a idea filosófica, En medio de la orgía los indios presos como avecillas,
Joma ellas lanzando tristes gemidos, debían recordar á sus amos que no
os do su cercaùo velaba la muerte que más ó menos tarde había de ca-
rlos en sus rede,.
Terminada. la chicha, hacían apuestas de corridas, muchas ,eces has-
de cuutro legulIs. Al que primero llegaba le ponía el Cacique Ulla
mta cuyo extremo inferior quedaba arrastrando, privilegio especial á
IY pocos concedido. Fuera de esto le regalaban otras cinco; otras tan-
I al segundo qu.) llegaba, cuatro al quele seguía, y así disminuían hasta
ralar III sexto u:la £ola manta. Muchos, más deseosos do honra que de
la, caían muertos en la carrera.
(1) CastelI:wos, lliatma del N'/J.t"OO ReiTl() de Granad4, T. I, C. I.
CAPíTULO Vllr Si

.':0 lus demás tribus Jas fiestas ('l'an wuy semejantes á las arrib¡~ ÙCE-
critlUl, con la diferencia de que entre tlluchas de eJlas escogían este dÍll.
pe.ra aus abominables cellllS ùe carne hurnanfi.
Un amigo nos decía en Panamá que entre aquellos recuerùos que, ;í.
manc:a d:· pesadilla, vienen freenentemente (L asediar nuestra imagina-
ción, ninguno S6 había grabado en la suya con colores más inùelebles,
como el de un baile entre los indios Payas, Último vástago de III belicosa
nación de los Ounas. Ouando él vio los untes pacíficos hijos do la selva
transformados en Ulla turba de demonios gesticulando y amenazando,
dando brincos y lanzando gritos desgarraàores, insultál1dose unos :í. otros
y apurando con fiebre la totuma de chicha en medio de una infernal alga-
rabía ÍJrm;lda por fotutos, atambores, pitos y flautas,-sobrecogido de un
terror ptínieo se retir6 de allí. Y todavía recordaba con horror esas fac-
ciones diabólicas, csas figuras que, como espejos, rcflejaban Jas pasiones
y los vicios, esos cnerpos dcsequilibrados, esas escenas, cn fin, que se
desarrollaban entre las paredes de madera :1e la casa del Oacique, en unn.
atmósfera viciada por el olor de In, chicha, del tabaco que prendían en
braserOE colocados al pic de los cantorcs, y del SUdOl'que despedían, cn
sus movimientos casi convulsivos, los embi~ados cuerpos ùe los últimos
descend,entes de los Ounas (1). Estos indios ponían una totuma especial
para el j)eml)nio. i Oómo no había de asistir el príncipe del mul Él esas
reuniones en que el hombre, degradado alllivel del bruto, satisfacía sin
esfuerzo alguno todos sus caprichos! Si pudiéramos personificarle, le
colocaríamos en un rincón contemplando satisfecho y aproba.ndo con
sonrisa mefistofélíca las asquerosas escenas que se desarrollaban en su
presenciL. Generalmente bailaban en círculo y con brincos que imitaban
el paso d,~ algún animal. También bailaban en filas.
Los indios, por 10 general, no gustaban de que sus mujeres se em-
briagaran con ellos. Ellas presenciaban sus orgías, y cuando el1icor había
adelantado Dlrlcho sus efectos, los cuidabat.. Los indios de Ansermzl y
muchos atrae, menos escrupulosos ó no tan celosos, se emborrachaban
con sus mujel es (2).
LOB Panches, los Vwhes, cte., acostumbraba.n durante sus fiestas en-
tregarso á un juego bárbaro. Divididos cn dos campos, hombres, muje-
res y nillo:l, ccmbl\tíulJ lanzándose flechas hasta triunfar una de las par-
tes, quedanùo mnchos heridos y algunos mucrtos,
Los Qlim~)a}'as, :1.1 princípio de sns bormcl.1el'lls, se separaban en dos
bandos, eneab('zado: cada UIlO por un indio tocando tambo!'; las dos filas
(1) \' éafe el ihpcJ'torio Colombillllo, números XI )' XII. Un 1'i(lje al Dan',:n. por
Ernesto Heat:'epo T., púg. 3UOy siguientes.
(2) Fr. Pt¡\J':J ~imóll, T. Ill. ptÍg. 327. Los C:lÎos eran de los pocos indios no
mu)' dudos Íl lu ù¡ ùidu. (El mismo, pÍlg, 571).
88 E8Tl:InOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE C01.OYD[A.

formaban figuras caprichosas, bailando todos ellos. Cuando la chicha


tocaba á su fin, gril.aban: j Bll.tatabatí! ¡batatabatí! (¡ea! ¡juguemos!). Ee.te
grito era como sefill de combate. Se tiraQan dardos y flechas, y termir,a-
da la fiesta sólo quedaban como testigos de ella algunoB borrachoB tendi-
dos en el Buelo empapado de sangre, rodeados de cadáverea do SUBpropios
hermanos (1).
Los Giraras revaban siempre BUS armas y macanas á las bebezones,
" porque de allí r 3sultan BUS pendencias" (2). Och<) diaB con BUSnoè.es
gastaban en SUB bJrracheras.
Para los Achagulls "el beber es sn vivir, toda su felicidad y sn glo-
ria .... del beber se sustentan, de esto comen y de esto solo viven" (3).
Su principal gala en estas ocasiones es el embijarse. Cuando se reúnen
en casa de SUBC2ciqnes, son bleB el alboroto y las pendencias, que" pa-
rece el caney un retrato del infierno."
" Este vicio es común á los Betoyes y á todas las tribus de lOBLlanos."
Pero para n,) alargar máa nuestro relato dejaremos al lector el cujda-
do de deducir si los indios habían alcanzado un grado elevado de ad(llan-
to n.oral y si crUll tan bené,olos y humanos COIllO generalmente nos los
quicren represer.tar.

CAPITULO IX

LA. :N'I~EZ ENTRE LOS INDÍGENAS

Muy robustos y fUel·tes, ágiles y de un temperamento de hierro, te-


nían que ser, como lo fueron, lOBindios que ocupaban toda la extensión
de tierras que hoy forman la república de Colombia. El tratamient.o que
daban al nino ¡lesde que salía á luz hasta quo llegaba á Il\,época En que
podía elegir una ó más esposas y ser el núcleo de un nuevo hogar, le for-
talecía. para. l'eEistir á los trabajos; daba [L su cnerpo un temple cspecial
qne lo hacía haccesible á las fatigas y lo endurecía contra las neecsida-
des y los rigons de la nuturaleza. Esos bárbaros, Yl\ que no todos pOlUan
dictar su volu:ltad á nna nación, dirigir un ejército, ó gobernar un ca-
serío, se cont(:ntaban con scr lléspotas en su propia casa; ya que obede-
cían ciegamente y (Ioulaban humildes la cerviz unte Jas mandatos dc un
superior, al ll~gar ;'t sus cercados, también querían tener á quien imponer
BUS caprichos y hacél'selos ejecutal', por las vías de hecho si fnere tll'eciso.

A la esp(s:~ y :tl hijo los consideraban como dos escla\'o~ SÓlo el amo
tenía <Iereche para manilar y ordenar; á ellos los miralJa ,:"Ul,' lIIáquinas
(1) r,ieza de León, f. 42.
(2) Fr .. h an de Rivero, pág. 114.
(3) l"r. JI¡an de Rivero, pág. lOI:!.
CAPÍTULO rx 89

qU€ Be movían á BUimpulBo. En parte algnna BO vio un desapego igual,


un manejo sem(>jante, diré mÍls, un instinto de carillo menos marcado del
padre h.lcia SllS hijos. En varias tribus 103 mataban cuando no necesi-
tabltu do más brazos ó por no tener un sér más á quion alimentar. Los
POZOBy otros tenian hijos en sus eSClaYllSpara engordll1'los en jaulas y re-
galarse con la carne de sus propias criaturas, pal'lL hartarso en BUSdiabó-
)icos festines con la sangre de su sangre; Otl'OSmataban á las ninas, re-
servandc uuas pOCllSpara la conservación de )a especie.
Los conquistadores, y más tarde 108 viajeros, se arimiraban de qne en-
tre los habitantes ùe nuestro suelo no se veÍll un sale jorobado, ni pcrSen,\8
contrahc~hl\s. A ln vida ú la intemperie, III :~ire puro de las cordilleras,

á la conl~mplllción permanente do )a naturalcr.a, toda ella tan perfecta,


atriùuí:lIl este fenómeno. Mas no em así. Las desnaturalizadas madres,
tal Y}Z p£'I'scguidas por lad su persticiosuB iùeas que el Demonio les sugeriu
por bact. rIe lOBll1ohanes, se encargaban de conserVlll' la raza en toda SLl
belIe::a. Cuando nacía el nino, fruto de su amor y engendro de su sér, Ei
tenía algUM imperfección, 10 condenaban IÍ mucrte. Lo entcrraban viyo
en UL hoyo bastante capaz, acostado en llL misma hamaca que habían te-
jido snte!/ de su nacimiento para cuidar sus días. Encima de la fosa. po-
nían un í'ntablado, yel todo lo cubrían con tierra. La totuma de chicha
coloc~.da:í su lado para la ob'a vida, de ~1ada le servílL en ésta, La infeli~:
criatura apenas abría por un momento los ojos á la luz para morir d€-
hambrc y desesperación en un hOJo OSCllI'O.lIacía poco había respirado
por J1rimera vcr., saliendo llena de v¡d¡i del sono ùe su madre, y yá la
condelaban á expirar en las entrallas dQ ~a tierra. Y todo esto para pur-
gar cI crimen de no haber nacido periec ~a. Así, los hijos pagaban fre-
cucntemente las faltas de sus padres.
DC3pués de )a conquista lOB misioneros tuvieron que luchar grande-
mente conlra esta infame costumbre. En el Darién conocimos varias
mujen·s que habían entenado vivos á sus hijos, por haber nacido éstos
deformes ó por tener en su sangre mezcl£'ode blanco ó de negro. Ueeor-
·damos las amenazas hechas :í. una de éstas, ya encinta, que con mucha
natura:idad nos decía que al nacer el nino lo enterraría, porque habi&n-
doIa abandcnado su esposo, no sabía cómo mantenerlo (1). La misma
lluerte corri:1u las hijas de los Betoyes. Sus propias madres, para evitar-
les lus t[ura~ tareas, patrimonio de su sexo, las enterraban vivas (2). Lo
mismo hacían los Panches, quienes mataban á todas lOB he'mb¡'us hasta
que naciera varón. (Piedrahita). Los OhiJc)¡:ts, cuando tenían gemelos,
(1) Lo mÏ!imo hacían los Coyaimas, los Pijl\03 y l,·; Punches, seg.ín refiere Pie
drahita,
(2) Fadre .Tuan Rivero, pág, 345,
no ESTUDIJS SOBRE LOS AIlOkÍ<;g:O;s In: C;OLO)IIlIA

daban muerte al últ mo que nacía, pues lo consideraban como hijo ùo


una excesiva lujuriL (1).
La futura maùre poco se cuiùaba, aun en los últimos días qU'3
precedían III parto, ya fuera quo aguardara ese momento con estoicis-
mo é ignorara lss malas consecuencias quo poùía tener el seguir en sus
duras faenas, ya quo su csposo la obligara á ello, Ó YII, en fin, que
en esto no lIeyara más reglas que las de la naturaleza, oùservando á
los demás animales. Sea lo que fue re, la infeliz hasta Última hora mo-
lía el maíz y cargal: a con las provisiones dol marido cuando éste iba á 'a
caza Já la guerra. Lns mujeros chibchas se encomendaban á Uunchavim,
á quien ofrecían sus alhajas do oro. Daban á luz, y unas veces solas, otras
apoyadas en el bra?o de una compaflorl\, iban á hallarse y á lavar á la cria-
tura (2). Del río volvían á sus quehaceres. En las tribus nómades ùol
Llano la mujer qte, durante una larga excursión, .3entÍ:l que llegaba el
Jance de que tratamos, se retiraba de la tropa ambuIrmte, daba á luz, co-
rría á la f,lente má3 cercana á baî1arso con el nillo, y 'VoJvía á incorporarse
á 10l! sUYùs (3). Otra3 lIllÍ.S prcvisivas, cuando scntían los primeros do'o-
rcs, se retiraban á orillas do los ríos.
AI nillo, Bi era aceptado en el número de los vivos, Jo pintaban el
cuerpo con el jugo negro de Ja f!'Uta lIamadajagua. Creemos que esto ten-
dría por objeto prl!BerVar á la piel de los rayos del Bol; conservar su delica·
deza y su color al ,~utis. Los Airicos y los Giraras, cuando venía al mundo
una niî1a, le rapahan las pestallas y en reemplazo Je pintaban con jagua
dos grandes semicírculos.
Envolvían al nillo en una manta de aJgod6n y 10 colocaban en su ha-
maca, 6 ùien lo metían en la abertura que para este cf('cto hacían en el
tronco de un árbol. Durante el primer mes los Cunas onvolvían al nillo
en una cáscara de macaw rajada, de allí lo sacaba la madre para lavarIo
con agua fría, envolverIa de nuevo y colocaria en una hamaca pequ{,î1a.
Las mujeres de las tribus nómades cargaban con la criatura desnuda, como
acostumbran los cuadrumanos.
Los Chibchrs eran más cuidadosos de sus hijos. Los envolvían en
fino esparto, me¡c\ánoolo un poco de aJgodón mojado con leche de la ma-
dre. En este estado los llc\'Ulmn á orillas del más próximo río en compa-
llía de seis bueros lladaùores, IPB arrojaban al agua, y tras ellos zabu-
llían de cabeza ].)s seis acorn paflantes. AI volver á la Sll perficic observ:lban
(1) En nlgllna~ trihllR de lOR Ll<tnos las mujeres eran muy crueles con SURhijos.
Si nacían hembras, Ó disformes, COli frecuencia Jos mataban; si gemelos, mataban ti
UDO. (Gnm\1ll\).
(2) Entre los Cunas \lnn compañera lleva ha :l !lI mujer soure SIlS csp"H"", el niño
en 8US urazos, y le lavlllJlm entnulluas.
(3) LB mujer nómaùe daba li luz, envolvía li 8\1 hijo en las secuDdio!ls, alcaDzaba
ã la tropa, y se baiiaba con él CD el primer río que encontraba. (Gumilla).
(; A P Í T U r. O I X !JI

al niílll; si había sido volcado pOl' el olen.i), su pOl'venir debía ser muy
desgraciado; el habc!"sc mantenido CI)I1 la ca!"a hacia arriba, 10 miraban
como síntoma ele felicidad futura. Despnés de cste bautizo pOI' inmersión,
volvían á (lar el vaticinio á los padres reunidos en el cercado con los ami-
gos. Cada. individuo a.llí presente le cortaba un mechoncito ùe pelo call
un cuchillo de piedra 6 de cana, hasta raparle la. cabeza. l3allábanlo de
nuevo, y la concurrencia se entl'egabl~ á la bebel.ón.
Los Salibas hacían á los ninas, á los ocho días ùo nacidos, una "san-
grienta transfixión," do resultas de la cual morian muchos (1).
No s610 la mujer no guardaba dieta después del parto, sino qne en
much03 puntos su esposo sc acostaba luégo que nacía un nifio, y se hacía
cuidar pOI' '3spaeio de varios días. El indio betoye, quejumbroso y cari-
afligido, se tendía en su hamaca, y la mujer Jo cuidaba con esmero, cual
si hubiera :;aliJo de una gravo enfermodac~. Y así diz que lo hacían, por-
que si cam;naba. pisaba la cabez:a de la cria.tura; si rajaba lena ó flechaba á
los animales en el monte, le rajabà la cabe~a ó atravesaba al ni!lo (2). En
una tribu de los Llanos el esposo colocaba á la mujer en un hoyo de su
tamalk, y U permanecía por tres dias, sin comer, tendido sobre uno de
los costa.dos) encima de una barbacoa. Naturalmente que terminada la die-
ta invitaba á sus parientes y amigos á uua borrachera (3).
Los Chocoes y I~ mayor parte de las tribus de la. Costt~ atlántica y de
los Llanos apartaban de la cabecCl·l). ùe la c1'Ïatura los malos espíritus,
para qlJe no le estorbasen en su deilarrolIo, ni empa!lasen su porvenir. El
mohán se drigia á casa del ni !lo, cubierto Call una piel de animal, llevan-
do variot! fe:;Íches y un tambor souoro. Cerraba las puertas del cercado,
conjura:>ll. los o3pírituil m:\lignos, y con oraciones y súplicas los arrojaba
de la Cllsa gritando, dando brineos y pesr.dos golpes sobre el atambor y
produciendo él solo una algazara tal que parecía acompal'1ado por los cs-
píritus infernales. De tanto gritar y brincllrcaía exánime el mohán. Era
eato sintam:. de que yá los espíritus se habían alejado.
I.JoE,Nataguimas y Coyaimas, los Pija03 (4), los Panchp.s (5), los La-
ches (6), lo> 1Iotilones (7), los QuimbaYt\s, los Caribes, etc., ponían la
CaUeZI\del r i!lo, ùesde el nacimiento de la nariz para aniba, entre dos ta-
blillas que amarraban sólidamente, desfigurando asi, en poco tiem po, la
forma del CI<inca,
(1) GumJll>l.
(2) l' lllre .Juan Hivero. pCtg. :ln
(:1; F". 1'('\1'0 í:imón. T. 11, pí¡g. 414.
(4) Ie .• T. Ill, pág. 41-1,
(.ï) P eùruhitll,
(Ü) F,', Pedro Simón. 1'. Il, pág. 224,
(7) Anei? ..ar
92 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

De tal 8uerte, que hace la cabeza


Atravesado lomo por 10 alto;
:~o por naturaleza, más por arte,
Entablándolas depde que son tiernaH
Hasta que se endurecen de esta forma (1).

Los Chancos y lo mismo los Quimbayas les daban á I'JS el'<lllu<Js, rleafi-
gurándolos desde temprana edad con tablitas y ligaduras, la forma que
querían; quedaban unos sin colodrillo, otros con larrente sumiùa, y otros
alargados en la parte posterior (2),
Autores hay que niegan el hecho, diciendo que de esta maner;t no
podía àesarrollar¡:e el individuo, y que desde su nacimiento se le conde-
naba á morir antl's de llegar á la. edad viril. No discutimos el punto cien-
tíficamente, pet'C lias inclinamos ante la realidad. Castollanos, CiezlL de
León, Oviedo, Fl . .Peùro Simón, aseguran haber visto, no algunos indivi-
duos, sino tribus enteras, en que los hombres tenían artificialmente seha-
tados la frente y l,}s parietales. Piedrahita, IIerrera, A~osta y muchos más,
refieren lo mismo. Uricoechea reproduco en su obra sobre antigüed:1des
lleogransdinas, C!'áneos deformados por el procedimiento descrito. Ancí.
zar habla de cráneOB hallados por él "con la frente comprimida y plana,
alterados por melHos mecánicos, pues las suturas laterales se veíhn altera·
das en partes." }[oeotros hemos visto, hemoB examinado de cerca, no uno
sino muchos de éstos, procedentes la mayor parte de los terrenos que ocu-
paban los Panchfls.
LOBpartidarios de la frenología dirán aCRSI) que por e~te procedimi'Jnto
se suprimían los 61'ganos de laB ciencias, dando en cambio mayor ensanche
á las pasiones físicaB, á la industria y al orgullo. Esto lo ignoramos. Sólo
sabemos que tallas aquellas tribus, si ex:ceptuarr.os á los Quimbayus, que
conservaban esta costumbre, llevaban en su sono ;í. los seres más estúpi.
dos, de más perversoB sentimientos; más tercos y más sanguinarios;
valientes, supet'sticioBOB y nada afables. E:lto no lo deduci mo~ del aná·
lisis del cráneo, ¡;ino del estudio de las crónicas.
¿ Qué objeto se proponían los indios al desfigurarse do esta manera?
'£al vez lo hacían simplemente como ornato, quizá para aparecer más ate.
rradores á los OjllS de SUBenemigos. El adorno, se dirá, no podían bu~car.
lo deformando!4 naturaleza. En las islas de Oceallia yen la república
Argentina, á orillas del Amazonas y en el centro del Africa, ha habido
multitud de tribus cuya principal belleza consistía en tener los labíoB 6
las orejas dcsme¡uradamente largos, y esto lo conseguían artificialmente
introduciendo, en incisiones hechas en los órgtlnos indicados, maderas es-
ponjosas que, è ilatándose con la humedad, los agt'andaban de una ma-
(1) Castellanos. lliaÚJria del Nuevo Reirw d6 Gratuula. T. l. C II
(2) Cieza de L~ÓD, folio 53.
CAPiTULO lÁ 93

nera extraordinaria. Entre las tribus colombianas también se engalanaban


embijándosc el cuerpo y suspondiendo á las r:arices gruesas argollas que
les afeaban el lOi:ltro. ¿ Por qué no habían elo considerar ellos como ornato
alargarse la cabpzll?
En algnnas tribus de los Llanos desde quo nacía una nÏlla la madre
le ponia fuertes :üaduras de anohai! fajas de torzal de pita en las gargan-
tas de los pios y debajo de las rodillas. Por este procedimiento conseguían
un desarrollo extraordinario de las pantorrillas, que les daba feísimo as-
pecto. Las li,~ad urns lus conservabl\n, ~in cllmbi:1rlfls, hasta sn muerte.
Mientras el nino BU !)o<liavalerse de SllS miembros, permanecía en la
hamaca durante el tiempo que la madre consagraba al trabajo. ¡Ouántas
hambres no aguJ,ntarían aquelIos infelices, si tenemos en ctlenta que la
quo les daba el sustento, esclav,\ del esposo, tenía que salir li.gl'andes dis-
tancias, al volver éste de la. caza, á traer la prcsa que en el lejano monte
había dejado! Y cuando los dos cónyugcs sc entregaban por días enteros
á sus borrach;ra.'l, ¿qué tiempo quedaba á la solicitud materna para ama-
mantar á BUhijo?
En honor de la verdad, diremos quo el instinto maternal no se había
extinguido por completo entre las indías. En III tribu de los Guamas, las
mujeres, cuando e! nillo estaba enfermo, se perforaban la lengua con una
lanceta de hUllSOmuy afilada. La sangre corría en abundancia por la he-
rida: con ella lavaban el cuerpo de la criàtul'a. Diariamente, mientras
duraba la enfermedad, repetían la dolorosa incisión.
Ya salieran á tl'llbajar en las sementera'!, ya siguieran á su esposo ã
la guerra, ya fuera la tribu en caravana para cambiar de sitio, siempre la
mujer cargaba con el nino, unas veccs en BU mi~ma hamaca, atando los
extremos sobre la frente, otras en sus brazos, sobre el cuadril ó sobre la
espalda, protegido por una manta cuadrada, cuyas cuatro puntas anudaba
sobre el pecho.
Dcscrita eu lORcatálogos aparece una figura .-le ban'o, número 140,
perteneciento al Ml) ,eo :Macional. E;i una mujer chibcha, acuelillada, de
12 centímetros do a1to. Llevll en sus manos la varilla bifurcada, símbolo
de la fecundidad, En una ancha faja, adornada como imitando un tejido,
que le cae sobre la cEp<l.lda,carga Ull nino sentado.
Desele que el nillo comenzaba á ~atear, lo dejaban solo ó al cuidado
de sus hCl'manit'Js. Al principiar á caminar, ayudab.~ á la madre, en cuan-
to podía, en sus ocupaciones.
Si el enemigo se acercaba á un caserío, las mujeres se retiraban con
SUB hijOBYsus alhajas de 01'0, para volver después del combate Bi eran ven-

cedoreB lOB suyos,; para huir de las persecuciones, si eran vencidos. En las
tribus n6madcs era do admirar el valor precoz de IOEninas para seguir las
94 ESTUDIOS SOBRE LOS AIlORÍGE:li'ES DE COL03fBIA

caravanas. Los Giral'as y Chiricoas "apenas sa1:Jencaminar c:wnd.o, como


si fueran pel digones ó codomices recién salidos del cascarón, siguen, sin
cansarse, á 3US padres y parientes, por esas sabanas y pajonale~, atl'ave-
sando cíénai~as, pisanùo pantanos en tre arcabucos y malezas, sufr iendo los
rigores del sol y Ja8 inclemencias del tiempo como los más robustos (1). Lo
mismo sucellÍa entre todas las demás tribus nÓmades, entre los Guaybas,
etc. (2). Lo:; Laches daban li sus hijos, ã los cinco anos de edad, nombres
de ãrboles, plantas, piedras ó animales. En las demás tribus sólo les daban
nombre má:! tarde, generalmente el de algún animl4l quc tuviera las cua-
lidudes predominantes del indi,iduo.
A los ¡. ijos dû los J eque8 y de los ~Iohanes, y Il los sobrinos de los Oa-
ciques y Capitanes 108oducaban, como yá hemos visto, para ser, tÍ la muer-
te do sus padres ó tios, sus d ¡gllos sucesores.
Lrl ma.yor parto de JOliindios lia educaba'l á 8.18 hijos. Ouanùo yá es-
taban gran les los tl'at!~ban con dureza y com o á personas oxtml'las.
M:enci')Daremos de paso nna costumbre infame, de lo más flegrad3n~
te que nos p'reeenta la historia de Jas naciones bárbaras. Ouando llna mu-
jer lache había dalla á luz cinco varones seguidos, habilitaban al último
de mujer. Lo llamaban Cl/SlnO, y desùe quo oumplia doce lunas Jo educa-
b8D como nifla, con tánto esmero, que llegan/lo á la edad viril poco se di-
ferenciaba de aquéllas. Lo (Jusaban como tál, y era su mano más apeteci-
da y codiciada que la de las mujores mismas.
Más il menos, á ln eda(] de diez ó doce aflos el indio abandonaba la tu-
tela de la madre para acampanar al padre en sus correrias. Hecibía el arco,
las fiech&'8 y la lanza, y aprendía á manejar la.3 piraguas. En estos ejercicios
diarios adquiría ur.a práctica asombr'osa, y desde tempuna eda.d era hábil
tirador, rouusto y esforzado, ágil en la canera y apto para todos los ejer-
cicios del cuerpo. La vida en medio de las selvas, buscando alIado de su
padre el alimento para. la familia, y defendi~nclose de los carlè.ívoros, des-
arrollaba en alto grado en él là perspicacia y el valor'. Par'a. buscar un ras-
tro y scguido, para desencoyar la caza y asegurarla, tenia ojo do lÍgnila y
olfato do can. Aprendía mil rnaflas para sOl'prenùOl' la presa, :r más tardo,
cuando}ii podía tomar al'lIlas para defendet' Sll vida y sn hllg",r, h astucia
emplead I contra los animales le sugería ingonio:los rmliùc" para el ataque.
A IL eLlu(1ùe ùoce afios los indíos de Jus allnentes tlel Apnre (Cullo-
to, Urll, etc.) ellll.Jorrach~b;ln á SllS inÍ1il1tes para f¡110 no sintieran la pun-
ta afilada del instl'ument.¡ con qne les hacían incisiones sangrientas en el
cuerpo:' en lOil brazos (3); era eato como un bautizo, Los Guamos y Oto-
mscos vsaban de crueldad mucho mayor (,n los mismos caso".
(1) Padre .TUllO Rivero.
12) Cassani.
(3) Humilla,
CAPITüLO IX 95

Sus juegos es;;aban en relación con su educa,Jión: la carrera, la nata-


ción, la pesca, el pugilato, lus apuestas al tiro con 11ùcha ó con arpón,
eran sus IliVCISiol1:s predilectas.
En los LLtnos los nillos se ejercitaban en hacer SlIS armas. Ell cada
punblo se fornabnn en dos campoa, con sus jdes y c.¡pitanes, y se !ldies·
traban en el ataque y la defensa (1).
Con excepeiún de unas pocas tribus, no les el'ol permitido asistir á las
borracllCl'Us.
Cuanùo i ban C1)n sus paùres {~la caza, llevaban el carcaj con las fle·
chas y la vasija :le chicha.
Nunca oivi{larernos la grata impresión que recibímos en el Darién la
primera vez que vimos á un indio en cacería COllsu llijo. NavAgábllmos
por el río Tuira, aguas arriba, luchando contra la fuerte corriente de SllS
crecidas aguas. Un grito salvaje repercutido por el eco llegó hasta 1I0S-
otros, yautes de que comprendiéramos su significado, el indio que nos
àcompallaba en la pinlgua, contestó con otro semejante. Arribábamos en
ese momcr.to á un r(manso del río, sobre su margen derecha. Al laùo
opuesto Be desarrollnb,\ un bosque espeso, de corpulentos árboles. Allí se
apareció, abriéndoso bl'llScamente camino por enh'e las esposas ramas, un
indio fornido, y tras él su hijo. Ambos andaban d3snuùos y con la ca-
beza ùescubierta. El muchacho tendría unos doco aflos; bien proporcio-
nado, de cntis casi blanca, aunque un poco tostada per el sol; bien plan-
tado, derecho, cabello 1Ieg1'0, grueso y abundante, y ojo viyo é inteligen-
te. Traía un calabu.!.o CCll chicha y las provisiones pan, la caza. Su mira-
da escl'lltadora so dllvf;,ba en la de su padre al meno~' movimiento que
éste hacía, como para adivinar su voluntad. No se leía en sus ojos el cari-
lla sino el temor. EM como una máquina que se movía á la menor indica-
ción, á un gesto, á una contracción de la cara de su padre ....
Más tarde fuimos teutigos, en Paya, de la obediencia pasiva de los
hijos y del modo de mandar imperativo y sin réplica de los padres.
La desobediencia y laR tt'aveSUl'ltBeran severa y bru talmen te castigadas.
El pie y la. mano bastaban en la mayor parte de los casos. En otro capítulo
vimos cómo los Guanes teHían la crueldad de echarles en los ojos jugo de
ají. Los Payas tenían una .:luriosa costumbre que no hem~s podido expli-
carnoso Daban li los n:nos en sus accesos ne rabia, chicha COllun poco de
rapadura llelumbral .je h puerta. El bl'evaje- pe¡ùia calm¡,rles la iru,
mas no vemos qué papel dfaempeflabllll las partículas de madera en <,sta
superstición.
El ni110, que ell las sociedades civilizadas es considerado como mell-
sajero do paz y de alegría, á quien las familias cristianas miran como el
(1) Gumilla, T. tr, pág. 99.
96 ESTUDIOS SORnE LOS ABORÍGENE:> DE COWMB[A

ángel del hogal', no era para los indios, aun para 103 más humanos de
entre elloE, sino un esclavo más en el cercado, un sér que había que acep-
tar, porque más tarde podía sér útil. Esta criatura delicada, en la cual
vemos nuestra propia sangre, el heredero de nuestras virtude., el que ha
de tl'ansrr.itir nuestro nombre de generación en generación, el objeto de
nuestros lesveloB y cuidados, era tratada pOl'los indios como cosa extral'la,
como lin sér inferior, nacido únicamente pam servil' á sus paùres y prestar
obedienCia pasiva á sus despóticos deseos. Ka comprendemos cómo podian
existir CHassociedades que desconocían el culto li la infancia y ci amor á
su propia sangre.

CAPITULO X

MATRIMONIOS INDíGENAS

En esta bella institución no veían 108 indios, no diremos la nobleza,


la hermosura y la poe8~a que la revisten, pero ni siquiera el lazo e$table-
cido pJr la Providencia para perpetuar la raza. No cùnsidcl'aban tampoco
á la cEpoas como una companera con quien debían compartir loa goces y
las penas de la vida. Se caaaban para tener quien les preparara los alimen-
tos; buscaban una esclava que labrara los campos, sembrara y cosechara
para mantenerlos; q:le cn la guerra llevara los pertrechos y provisiones, y
cargal'll cn los viajes con todos los utensilios del cercado. Antes de tratar
con mayor extensión de la suerte de la esposa entre loa indios, daremos
una 'Jorta descripción de las ceremonias matrimoniales que algunas tribus
acostumbraban.
El joven chibcha que deseaba casarse, ae preaentaba á casa del Jeque
del .ugar, y por BU intermedio mandaba al futuro auegro una manta. Esto
equIvalía á pedir la mano de su hija. Si la conducta del joven, su posi.
ción y BU fortuna (todo esto lo tenían en cuenta) no le satisfacían, devol-
vía el obsequio. En caso contrario, lo guardaba, y el novio mandaba· una
segunda manta é iba á sentarse ã. la puerta del cercado de la pretendida.
Ella salía con una vasija llena de chicha, á la que acercaba sus labios, pa-
sándola al joven, que apuraba su contenido, y desde entonces era adoptado
y considerado como comprometido.
El día fijado para la ceremonia, los contrayentes He dirigían al tem-
plo acompanados por sus parientes y amigos. El novio pasaba su brazo
d'~recho por encima del hombro izquierdo do la que iba á ser su esposa,
y ésta apoyaba su mano izquierda sobre el hombro derecho de su futuro
campanero. El saccrdote, coloctldo enfl-ente, prcgunbba tÍ la mujer:
-¿Quieres más á Bochicu. que á. tu esposo?
CAPÍTULU X 97

-Sí lo quiero, debía ser la respuesta de ésta.


--;,Querrás más á. tn marido qno á los hijos que de él pudieras tener?
A. eslo debía contestar afirmati vamente.
- -¿ Qllemis más á tus hijos que á tí mis:na?
-Sí.
--¿Si mU~'iere de hambre tu esposo, voherás á comer?
-Nó.
Luégo, dirigiéndoso nI hombre, le decía:
--¿Q11ieres por esposa á la mujer que tienes abrazada?
Con l'OZ clara, do modo que fneso aida por todos los asistentes que
allí fi~llra ban como testigos, debÍt~ contestar que sí, por tros 6 cuatro ve-
ces. Del t~mp]o se dirigían á casa de los padres de la novia, yse entrega-
ban ú la b,nrachera.
Esta eeremonia sólo tenía lugar para la primera mujer que elegían,
la quo debía BOl' como la favorita, ]a que goza"Ju de mayores prerrogativas.
Después p,)ù.ían escoger el número de mujores que quisieran, generalmente
cuantas podían sustentar, y para !levarIas bastaba su consentimiento.
Los ir.dios, por lo general, eran poIígamos. Sólo tenemos noticia de
tres tribus, los Guayvas, los Chiricoas y los Otomacos, que se contentaban
con Ullll Fala esposa (1). De estas últimos dicú Gnmilla (2): "La nación
única. y singular en que no hemos hallado hor.1brell con dos ni con trcs
ID ujeres."
Los in(~ios de Ia província de Vélrlz (3), los de Anserma, los RUdcas (4),
los Cunas (5), los Catios (6), cte., sólo podían casarse con el número de
mnjeres que pudieran sustentar (7). Bastaba vestirJa9 y dar les de comer.
Había indi:> qM tenía hasta setecientas esposas. El capitán Yllguaría (ca-
ribe) tenía más de treinta esposas.
Ell ]a provincia de Sogamoso el pretendiente no necesitaba de inter-
mediario para p3dir ]a mano de su a.mada. E: mismo le mandaba una
manta, y más tarde una carga de haya y medio venado . .Al declinar el Bol
entraba á cusa de los padres de su futura, pisando paso y sin hacer ruido.
El padre, sin Iilalir á su encuentro, preguntaba en tono seco si se había in-
troduciclo a:gún ladrón 6 un incómodo huésped de quien no ncccsitaban.
El guardaba silllncio. La novia se mostraba sola con un jarro de chicha
(1) Cassani.
(2) Tania T. pú;~. 175.
(3) 1<'r. Pedro l:::¡m6ll, T. H, pág. 41.
(4) Id. íd., pri.£;, 177. El Cacique Nutibara tcnía cuantas mujeres quería; sus súb·
ditos cuantas podíUIl sustentar.
(5) Vélise I<'clipe Pérez, Quintana, PerIro ~IlÍrtir. La poliga.mia., aunque admitida,
era rara cntre ellos. (Selfridge).
(6) Fr. Pelro ~im6n, T. H, pág. 571, Y Castellanos, P. III, !Ii.f.torÚt de Antioquia,
lntl'oducc¡&I~
(7) Este mismo límite )0 fijaban los Nahoas. (Chavcro, pág. 119).
!l8 ¡':,;Tl:DIOS SOBRE LOS ABORÍGENES ilS COr.O~IBIA

que pl'csen tuLa 111 visitante rlespués de haberJa probado. Esto Lebia el resto
deJ licor, y sin má3 ccremouia quedaba hecho eJ matrimonio.
En la l'ro':incia ùe Vélez el pretendiente ofrecía aJ padre de la que
deseaba para e;posa una cantidad en alhajas de oro y mantas que él calcu-
laba segÚn su haciünda; cantidad qne duplicaba pOI' dos veces si la pri-
mera no era ae eptada; Ja tel'cera vez desi¡,tía de /ln pretensiÓn. Si recibía
Ja dote, se \lenba á Ja joven y \'i\'b cou e\Ja un número determinado d,)
dias, después l' c los cnales, si le agradaba, la reei bía camo esposa, s, nó, la
devolvía á SllS padres.
De semeja nte manera tenían lugar los lI1atri monlOS entre los Huacae,
con la difereul:ill de que en vez de duplicar dos veces la suma, sólo f.grega-
ban una mital1 más de Jo que primitivamente habían entregado. Despúcs
del matrimonio no tenían derecho para devoJver la esposa, aun cuando no
fuese de su ag~ado. Paban sus padres á ésta, como dote, la suma en que
había sido vendida. Además eJIa debía aportar al matrimonio de diez á.
quince 1nÚCltra.~ de chicha y aJgunas alhajas. Esta costumbre do comprar
la mujor era muy común en las tribus colombianas, y especialmente entre
los Catios (1).
Entre algu nas de las tri bus do los Llanos los padres vendían s\:;s hijas
. á. los pretendí,mtea. ]~l valor lo pagaban en plumas, armas, etc.
Cuando \:no do los súbtlitos de Nutibara querh~ casarse, le introdu-
cian á Ulla caia en la que se hallaban reunida8 hs mujeres más hcrmosas
del pueLlo. Alii se presentaba, escogia la que más le agradaba, y Eela lle-
vaba á su cen:ado.
En el istmo de Panamá, ell casi todas las tribus de Ja Costa atlántica,
cuando un indio quería casarse, inundaba á la joven preferida una hamaca,
y ella en cambio le enviaba otras dos, má:'! ó menos finas y vist03as, sc-
gún la jerarqllía del pretendiente. Seguía á esto recíproco obsequio una
gran borrach¡,ra á Jll que concurrían parientes y amigos, y llonde las totu-
mas sacaban permanentemeute ùe las rebosantes mayas el licor fàvorito. El
novio presentaba á su suegro una de estas totumas con chicha y eun una
cantidad de granos de oro proporcionada á su caudal. Así compr~ba á la
mujer que, daspués de la borrachera, quedaba en su poder.
Los Cun.ls del río Bayano acostumbraban encerrar cn casa ùn su pa-
dre, ó ã falta de éste, de su más próximo pariente, á la joven quo debía
casarse, dura 1te siete noches, al ca bo ùe lliS cnales la entregaban al espo-
so. Al siguic Ite día iban juntos 1.11 gran festejo preparado ell caEa de los
padres de Ja mujer. Los siete d ias de ellciel'l'o habian si¡lo consagrados á.
preparar la cn.icha que tenían que beber hasta agotarIa. Xinguno de los
------------- .. --- ---------------
íl) Castell¡.noB, P. III, Historia de Antioquia. Intrlmucción.
CAPÍTULO X 99

invitados SJ aparecía sin regalo para los esp030s. Los hombres llevaban
hachas, los adci'cacentes fl'Utos y ¡·u.íces, 1:Is mujeres maíz, y las nillas
aves y huo'·o::. A meùiùa que llegaban, depositaban el regajo en la puerta
del cercado. Elan éstos la base de la fortuna de quien principiaba á vivir
y tenía qr.o lllWllr el sustento para él y los suyos. Las hachas le ser-
vían p~..,.1t rOZ:lr un pedazo de monte y sembrar allí el maíz, los frutos
y raíces; hu; aves y los huevos debía teDerlos cn el cIlrcado pam oon ellos
aumentar su hLber. Permanecían los invitaùos en i:Lpuerta del cercado,
y cuanùo )'í se lu.bíall rennido, entrablllllos hombres. Cada uno recibía
ùe manOd de la Ïutura un calabazo llcno de ('l¡icha 0 iba á coloearse en la
grau sal~.. ['asa·)an luégo lus mujeres, recilJí:.'.lt igualmente un calabazo é
iball á juntarse con los hombres. Venían después los jóvenes, recibían su
ración y seguían tÍ la sala. Unu vez reunidos, entraban los esposos acam-
panados por su 1 padres. El padre del joven ¡:ron u nciaba un largo dis-
:lurso y so ponÍft á bailar haciendo gl'undes contorsioncs hasta que lo ren-
día la fatiga. 'l'Jmaba á sn hijo de la mano, y lJUesto de rodillas lo presen-
taba. á la mujer, que daba la muna á su padre también arrodillado. Esto
Último lxlilab" :. SLl turno. Los esposos so dabmIa mano, y el mancebo
entregaba In mujel' á su padre. Los invita<los se retiraban tÍ. UIl bosque
elegido ele cJml: n acuerdo como patrimonio ùd rocién cusado. Durante
;;iJtc l1::B trabajab:ll1 en ùcrriùnr los árboles y en preparar el terreno í[ ue
lUl mU,JlHoS y lo, llio.os scmbr:\u:\ll <le maíz y Lle productt.s propios do In.
estLlció,l. j),) ar¡:í p:L3aball á cllllstruírles ]i1 ]¡:,bitación que estrenaban
call cltiJ.:a-CJpal" (chicha), que 1mbíasido prepu,'ada cn el pneblo. La nue-
ya espusa colgaL .• las baeh:.¡s y las armas en la parte más alta del cereado
para evitar lus l'deas á qu~ siempre daban origen estas bebezoncs. Tres
ó cuatro días consagraban á hl, embriaguez, al cubo de 103 cuales se ret.i-
rabll)) Íl SUd ~asa, llejando instaladod á log esposos.
Entre I<.gindios la mujer se casaba apenas llegaua á la pubertad. El
paso de lu nifiez l\ la adolescencia les Illllllab¡\ tanto la atención, que em
siemprc ücaëión ::ara una gran fiest¡\. Entro los Payas, cuando la. mujer
llega á. esta <lùad: "todos 108 hombre del pueblo, de toda edad y condi-
ción, traen lJs palos necesarios para hacer :1 la joven un cuartito de un
metl·ù cl1:\f1rôlllo:le superficie en la parte baja G.ela cllaa <le su padre. Lo
hacen á una altum snficiente puru que ningún ojo indiscreto penetre al
interiol' delleci¡ to, qne culll'cn pOI' encima COll hojas de platanillo. Por
t.odo lnllcblc col()e¡~l\nn¡~ hamaca y ulla canoa. cuyos dos extremos salen al
exterior. ~\llí entra por una pnerLt angosta la jovcn acompai1ada do dos
mujeres. Estus b.1ccn un hoyo profundo en forma de embudo puesto al
l'uvéa, que ocupa casi toda la superficie del cuarto. La abertura. la tapan
Con cuatro balsas que cubren igualmente con hoja.s de platanillo. Encima,
7
100 EST"C'J)WS SOBRE LOS AllORÍG ENES DE COLO)dBIA.

ùc pie, la jovm recibe de Olallos de sus dos compai'lcras frecucnte:; baIlas


con el agua q.lé conticne la ca1101l, agua que cstÚn rcemplazando constan-
temente las lllujeres Jel pueblo, c:u'ganùo gmndcs ollas, calaba7.os Ó totu-
mas, scgún SItS fuen>:as. Esta ugUlL la echan por los extremos de la canoa.
"Durante dicz días la joven se queda encerrada y no sille fuera pOI'
ningún pretexto, debilitanùo lill cuerpo con lag b:\f1os, sin más alimento
que carne de a.es. A III entrada del cnarto hay coloeada una cucr-:1a larga
ùondc las dem:í.s mujercs atan c:lll¡t una un pi111etito de algodón bruto
que van amaTanùo (L continuaeióll. Las vi€ja~, eompaflcras de la 'dctima,
lo traen I'aqt cte por pafluete; ella ';0 los vudve:i entl'egar ,leepués ùe
sacurle lus 8emillas. A h\s síete ùe la noeh3 envuelven á la doncella y la
acucstan en :al ham,lCll hasta 11ue amanece.
H Mien trus ù um el cnei~rro ]03 hombres lun ido á montea!' y á pes-

car, y unas rocas rnnjer('s se ocupan en sacar Ins espinas de los pescados y
en coeinarlo:: call yucas.
H El diu fijado pam la srdiaa lIe la joven se reúncn los hombres en
consejo; cu !tro de ellos Jeben presidirlo, y se sientan cn medio, sobre
haces de call:!; los demás se colocan de dOilen dos, de fl'ento, sobre ban-
cos de made;·a. Al laùo do IllS cnatro qno presiden están colocl<10s un
plato con el pescado y la yuca, y una totuma ~ra\lde de chicha. Esta úl-
tima la pasan de malla en [nuno al princi pal lb la reunión, quietl ofrece
á cada illvit ¡do una totllmita llena, amarral}a en la cxtremid¡d do una
varilla. Lo mismo haccn cou el pescaùo, hasta haber repartido oeho tatu-
mas de chic·la y och,) platos. Lllégo se hacen algunos nombl'amíelltos:
de CUütro individuos para cog'll' jagua, dos para buscar cangrejos, uno
p111':1 cortllr la IcUa CjIlP sC'l'virá p:\l'll coeinarlos, y otro, en fin, para hacer
una nllcnl puerta al c~¡arto .lc la doncella. El consejo se disnelve, y todos
sus mièlllbns salen tocando ùistintos instt'llmentos, gritanùo y haciendo
cI mayor ruiùo posible para (tue mujeros y niflos se esconùan y no presen-
cien las cel't~monias que soguirán, pues esto Ecria perjudicial á la. joven.
H Los l:uatro cogedores de jnciua sc llir'igen al monte: uno de ellos
ata á su frente, con unode ks hilos trabajados ùuranto el consejo, una do
las canastillas. En ésta lleva !ln símil ùo camilla compuesta elc una perdiz
muy tierna nn \,eùae:ito de YUC:l, otra ùo pescado y un mCl'i11te (fruta
pequena) c,m chicha y su respectiv¡\ totllmita. Al llegar al pie del árbol
que hayan jrsignado, mientras dos de ollas 80 colocan como centinelas á
alguna distancia, los otros dos, frento el uno del otro, Ee cogen Ilel tronco
y principian á darle vuoltas r iÍ rezarIe, suplicánùolc se encuent.ren on su
copa las jaguas on ubu ndancia y bion colocadas. Estas hun ùe estar cn-
gastadas, c,m la punta d irígida hacia arriba, y han de scr COgi<lHH,tres mi-
rl&ndo al O ·jento, tres al Occidente, daB al ~ortc, y otras tuntas al Sur;
e A P íT U L U x 101

las ;}marra~l al hilo que llcvan, y bajan del árbol. Uno de los centinelas
ha hecho mientras tanto un fogollcito y calentado el cuntenido de la ca-
nasta. Vuelven al pucblo hacicndo bastante ruido para quc se escondan
las ml' jeres y los niflos,
" A S~lturno vienen los encargados :le COl'tar la lclla y de pescar los
cangl'£jos, q¡:¡e la joven prepara con plát:mu en un fogón que ella misma
ha arreglado.
"'l'l'aidas las jaguas, sc reúne un consejo de mujeres, exactamente
lo mismo que ~l anterior: cuatro inllias presiden y reparten ocho totu-
mas de chicha y otros tantos platos de IJI~scado Ú sns compatleras, colo-
cadas tio dcs en dos, una frente á otra, ::\Iientras tanto van cortando las
jl1guas E<~ail han de ser divididas en dos partes y con mucha lentitud;
cada ir.dia lebe apoyar ligeramente el cnchillo de mudo quo la oJ>oraci5n
dure eJ tiem ~)O necesario para bebel' la chicha.
" Una vez cortada la jagua, la entregan á l••s matronas clliùa.doras
de la joven, quienes deben separar las dos mi talles. Si el color del corte
rcsultare negro, este indicio indicaría que la juven ha perùido su virgi-
nil1aù, peru las compaflerus deberán gU3.lÙIIl' un profundo secreto. La
untan de jJgua, le dan el Último bafio, j bien eltvnelta la tienJen eu
su haulaca.
"Al diu. siguiente hay una comida á la cll,lI asisten todos los de la
tribu. Allí so nombran seis ó siete individuos P;J.l'llir á mantear, y otros á
cortar lella para la gran chicha. La preplll'ación de ésta dura doce días,
duraute le.3 cuales la joven trabaja en su CRim, no salicnc10 sillo al río
cuanùe neC3sita hacerla. Entoncos debe salir con la cabeza cubierta, Cll-
minando lu más lentamente posible, no ilaciendo ni el menor l'II ¡¡lu para
que no se espanten los animales del monte y sea abundante la caza. Lleva
en sus salidas un punado de maíz en la mano y va mascando los gmnos
uno á lino."
Despu~d tieno lugar la chicha (1), li la cual asiste la joren pintada
con jagua. Cuando yá están un poco alegres, si hay algún pretolllliente
de la hija del anfitrión, aprovecha este momento para pedirIa á sus
padres; si aceptan, y ella le corresponde, S(l arreglan en el mamen to. '1'01'-
minad¡¡, la hlsta, el joven va á dormir ocho noches seguidas á. casa ùe sn
futura. Esta le da todas las tardes, cuando llega, \Ina totuma llena de
chicha, }lere Sill dirigide la palabra. Por la noche c1uermcn en dos hama-
cas colgada:> á algu::J.u distancia, y colocaùas entro las del padre y la madre.
Allcvantar:e, el novio recibe otra totuma de chicha de mano de Sll ama-
da, y 110 retira al monto á cazar; el proùucto de la caza deberá. traerlo
(1) Véase la descripción de ésta en el Repertorio Colombiano, T, 13, números 11 y
12,- Un ~iaje~I Da¡'¡'én, por Ernesto .Hestrepo Tirado, pãg. 390 Y siguientes.
0,.
BJdllOTECA LUIS- AiK;~L ¡¡(ANGO
102 ESTCDIOS SOBRE !.OS ABORÍGENES DE COLOMBIA

para mantencl' á Ja novia. Pasados los ocho días, más ó menos, scgún lo
cxija 01 padre dc la nif'la, el joven tt'ae del monte tantos troncos de mv.de-
l'a cuantos días pr só en casa de sus Sl\L'gI'O~,y los depo,ita en la puerta;
el hermano de la .)retenùiùu, ó el más próximo pariente, los coge de allí
y los lleva á la cOllina. Esa noche es J'à J uef'lo del objeto de su amor.
Los Chibcha~ también celcbraban el día en qne ]a mujer ¡logaba fi la
pubertall. Alltes de la bebezón la pouÍan sentulla, durante seis elÍas, con
el restro eubierto y vuelto hacia uu rincón del cercad.). La llevaban en
seguida al rio, :a uaflaulln las (lemás mujeres del pneblo y lo daban el
110mbre de dey pope, "que era como decir dona Fubna" (1). Hasta eman-
ces no le daban Il nn hl'e, como si 110se contara en ell: Úmero de las m njeres.
Los Guair¡ui 'ies encerraban li las doncellas, Clundo se preselltab~. la
puberb,d, durunte cuarenta días, sin más alimento que unas pocas frutas
de moriche, algÚn caza be y un poco de figua. Dechn que en aquel
momento la llIuj\l' el1\'enenaba con sn planta cuanto pisaba, á tal punto,
que tras sns hnelas se secaba la vegetación y se hinchaban los pics de los
quo pudierall pa"'l!' por eucima. El ayuno tenía por objeto curaria de
este nocivo contn~(o. Pasado el encierro, la casaban. E.'e día se embija-
ban toùos los de ::1 tribu COlimucho esmero y adomaban su cuerpo con
plumas. ],:lS allc anas no tenían este .lcrecho, y pasaball toda la mariana
prelllliellllo plumas (L la lIovin, qne mÚs parecia un cad:tver rille nlla ùes-
pO;;l\,la (:¿). El (aci~ne ILrigía las fiestas (lesde la. plazi dcl pueblo. Del
vecino boôc¡ne sal,. 1.ln:tpartida de hombres, los que, danùo vucltas y .lan-
zando, (:el'cab:ll1 31 bohío de la novia. ulla ùe las v:ejas los presentaba un
plato con alimentos quo éstos arrojaban al suolo p.ua que el Demonio no
viBiera á turbar ¡US regocijos. Tranquilos entonces, se coronaban con
flores y tomaban en las mllnos ramos de ellas, danzallllo unidos (L varias
cuadrillas qne v<·nian de otros puntos con sonajas en las manos, acampa-
findos por nna n~úsica de flautas y fotutos. Los navios hailaban con ellos,
y las novias, me.lio aturdidas por el largo ayuno, daban también sus 'mcl-
tas aeompaflada> cada una por dos viejas qne, llorando, cantaban sn des-
graciada suerte, los dolores quo tenùría qne padecer y el mal tmto que
recibiría de su marido. La fiesta terminab,. con mucha chicha, bailes fre-
néticos y algarahh de fotutos, sonajas y flautas.
Antes de casarse un achagua, /iUS parientcs y los de la novia sahan tÍ
la caza y IÍ la pesca pam traer los manjares de la boda. El padre ó ellllás
próximo pariente del muchacho lo llevaba á casa de sn prometida, á (Illien
S'.l madre conducía á la puerbt del caney; el suegro colocaba una sarta de

r¡ll£ripa ó cucnbs pequeflas en el cuello de la nnera, y lo mismo hada la


------------------ --------------------
(1) Fr. Pedro Simón, pág. 413,
(21 Gumilla. 'P. l. pú~, 160.
CAPITULO X 103

suegra call el yerno. Se sentaban juntos los novios, y la jO"len ropartía á


los parientes allí renniùos los productos de la. caza y de la pesca, bien re-
gados con Jioaciones ùe chicha. El novio permanecír serio, ealhdo, y call
SIlSar.3lUS en la mano. Con esto quedabr. celebrado cI matrimonio (1).
Tios l\.tuzos casaban á sus hijos sin pcdirleil su consentimiento. Arre-
glabar. el cniace, y el joven se dirigía á casa de su prometiùa, á quien asis-
tía por treil días, recibiendo en pago golpes y palo. Durante uua luna
dormían j'Autos sin consumar el matrinonio; de lo cuntrario, la cspo:m
cra cOllsid~rada COlllOmala mujer. Podía ésta juntarse call otro hombre
al monent..) quc éste la pagara (2).
Los Pozos casaban Íl SllS hijas sin la "il'ginidall, que ~n nada estima-
ball (;3). Ell otras tribus miraban con desprecio et las doncellas, con si de-
rándolas IT uy faltas dc gracía para no lubei: encontrado pretcn,Iientes.
Tl'nía": tan poco formada la idea delcespeto í~I"familia, (¡lIC en mu-
chas tribus no estimaban el lazo de la sangro. Los Pocigueycas y Sumarios
hacían sus enlaces "pa(Ire con hija, hermano COll hermana" (-1) é hijo con
madre (¡)). Los Urabaes sc casaban con 8lI propia maùrc Ó Call BUShijas (0);
el' €I ,allo,~ e Lilí no desdel1abun los seliores casarse Call snB sobrhas
ó Call s 18 propias hermanlls (7); y Iv mismo acostumbraban los PitUcn-
ras (8). Lai; Armas se ('II,aban IIlIOSCOll otros ,in ol'lle:n ninguno (!». De
estas alianzas en familia tcníõl qne rt'3\dtar lo 111ese ob~en'aba yA Cil UlU-
chas tribus, Ulllt degencración de la raza, amén de que enterraban Úlos
hijos contn.LJechos. Juzgue el lector de la mori~liJad de individuos que
hacían oLSIUhermanas, sus maùres y sus hij'ts, :naclres de sus propios hijos.
Agt'egal'emos, en honor fi. la venhù, (:ue ldgnnas razas se oponían á
estas ur iones que rcchaza la naturaleza. Los Chibchas las castigaban se-
veramcilte, :r elegian csposa de igual categoría, de la misnl'\ tribu, pero
no de IJarolltcsco cercano. En Panamú había tribus que no cO:lscntían
ca"ar8e ';011 personas (lc la familia hasta el cuarto grado de parentesco.
Los Panchen y los Piujaos no aceptaban mujr:rcs r:JI mismo pneblo por con-
sír1el'~' I'l:,s Cl mo hl'l'll)¡¡ll;\~. En Cam bio, ; in .~onsccllellei:l ,·~.t·~l!!li 111\ H her-
m:JI1:1 ll: CÍ;1 ('Il otl'U r:!s('rí0, podí!èll l1eS[lOSlll'il\~ eOIl ella.

rielS Cl':.): ô\llW1)all õ\ Hit'> 11lujt'!""." SScilll ,1i"8 (;:t;;Ir.]L¡I1r.., (10). J[a::a

(1) l' "h' .Tlllln !ti\'erc" plíg. ltG.


t~; L,)';:\¡ ,[ws (l'lIían lJlílJIíCl\~ que rl'~'\let:.1;:¡'1 y tenían I::: gn'IH:c nprtJ·
I1llljl'rt'S
cia. L:'s ycstÎnn de lIil modo distinto. y no se caslll an COll ellas. 1,':8 tI:! l;un clllutnurc
tic "');1111I." lJue qui"re decir monas. (Fray Peúro Simún, T. Il, pág. 8(jU).
(il) Cíezil. f.:n
(4) Cnstelllllos. P. IT. l'.;ZIJ,qio de R()das, C.1.
(5) Fr. Pedro Simún, T. III, púg 615.
(ô) Ill. ill.. pág. 41.
(7) Pi,:,lrahit:,. pág. 78.
18¡ Fr. PetIro Simón. T. JIl, pág. 333.
(9) Ci<::>:n,I. 4a.
(lO) P. III, Ilibtoria de .1ntioquia. lntl'odu<,citn.
104 Esn'DIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMJHA

bien el sacerdote poeta en apuntar este rasgo como dato curioso casi único.
Los indios no elegían mujer para <>1matrimonio sino esclava hacendosa y
sumisa. Decimos eilelava por no emplear una expresión más fuerte. Los
Achagufls y Chiricoas, los Salibas y Betoyes, cuando hablaban de su flltu-
l'a, nunca elogiaban su bella cara, y mucho menos la hermosura ùe su
alma: decían qnc tenía buena espalda para la carga ':i Cuerte puUI) tHW\
el trabajo. "'rrataban (L sus mujeres como á be~Lias" (1). Elbs crau
como los perros i e la casa á quienes dejaban Jas restos de la comida. UM
hamaca en un ri lcón del cercado les estaba reservf.da; lo más am plio del
departamento lo oCllpaba el esposo recibiendo sus visitas, reuniendo BUS
consejos y hacier do sus festines, de donde excluían la hermosa mitad ael
género humano.
Desde nina -'prendía al lado de su madre los oficios domésticos, y una
vez casada, no volvía á conocer el descanso. Ella hacía las siembras, y las
cosechas cstaban :í su cargo. Recogía los frutos y los llevaba sobre sus
hombros al cel'callo. Cuando el 801 apuntabd en el O¡·jente, nUllca BUS
primeros rayos Il sorprendían cn la hamaca. Encendí:-, el fuego y pre-
parnba los alinlentos, trayendo la leria necesaria y. el agua qU-3 en
grandes vasijas J]evaba de la más próxima fuente. Molía el maíz y lo
pilaba en morbros de madcra, con la fuerza de su brazo. Ella expri.
mía la cuna. ];n esta durísima tarea la acompan~ban regula:-ment'3 sus
vecinas, en canlbio ùe prestarles, llegada la ocasión, el mismo servicio.
Cuando su espo,;o iba á la caza, debía salir li tmer los cuartos del animal,
cualquiera que Eu(,'se. En las guerras llevaba la~ provisiones, cargando
con las flechas, los aliœentos y las vasijas para prepararlos. Cuando arro-
jados por un ve3ino más fuerte, ó cuando por cualquiera otra circunstan-
cia cambiaban de lugar, la mujer Belaba sobre sus espaldas los utensilios,
las provisiones y el nino ó los ninas que no pudiesen c>\minar. Cuau-
do hacían viaje¡; 6 cacerías en piraguas, ella tomaba el canalete, mientras
el esposo dormitaba ó vigilaba las riberas en busc:~ de caza. En el Varién
vimos muchas piraguas cargadas, manejadlls por mujeres choco es. J~as in-
felices, con el clerpo expuesto á los rayos de un sol abrasador, empujaban
la embarcación; la fatiga se pintaba en BUS rostrfls inundados por el su-
dor. Mientrus blnto Jos hombres estaban sentados Cil ei fonrlo de la
canoa .
.Entre los ''';llll:LS lùs trabaJoa fuertes estaban dCStill;ldos li ¡'li! hom-
bres (:2); ~jll cm[¡,lIgo, nosotros rimos cHtre los Puya~ y 'l'apah':l' li los
hombres teJiendo canastas, hacienclo gorros de plumas, arc!.>s y 11L'ehas.
---.-------- - .. ---------_.------"------
l.l) Pllùre Ju ID Hivc"o, pág. :¡·17. La misma expresión emplea Cn.ss9.nih:ll.Jlando
\le 10. Guaybas y ChiriCOlls.
("~1 tielfridge
CAPÍTt:LO x: 105

mientras lao mujeres cargaba u los frutos del suelo, molían la calla y traían
el prod:lcto ae la Cfiza. Allí Ins hembras labran y cosechan (1); ayudan
á. desmonta!' los telTeuos y á sembrarlos (:2).
En lus tribus nómades la suerte de la mujer era más dura aún. Pa-
saba sns días llevando á grandes distancias los haberes de la familia.
Cargaba á lin tiempo lOBnilloB, las ollas, lOB pilones, morteros, etc. (3).
Si á ~,to agregamos que Ins celaban vergonzosamente, quo no las
admitían en sus conversaciones, qno no los dejaban un momento do soluz,
casi daremos razón á las desgraciallas que daban muerte á sus hijaB para
preservul'las de una vida tan llena de sinsabores. Los RetoJes y Achaguas
repudÍlÚan li BUB mujeres. Entre los Muzos los hermanos heredaban la
eBpoBa del difnnto, á. menos que hubieran 3ido cómplices de su muerte.
En nlgunas tribus era muy frecuentel:acer contratos por los cuales
dos individG:¡s cambiaban de esposa por un tiempo determinado, al cabo
del cual cad" una volvía á su casa como si nada hubiera sucedido. En
eBSSmis nas tribus el adulterio se castigaba con una simple venganza.
El marido o!enùido lavaba su honor tomando á la mujer del ofensor tan-
tas veceE cup.,ntas éste hubiese hecho uso de la suya,
En :as tribus antropófagas, cuando ylÍ.la mujer ostaba estéril y era
inútil par~ el trabajo, la engordaban para comeria.
A lus viejas las destinaban para la preparación del curare, opera-
ción dumnte la cual morían.
Los ind:os, entregados al culto dùl más vil materialismo, descono-
cían, como se ve, el mérito de la mujer. No pagaban siquiera el tributo
debido á su belleza y sensibilidad; no comprendían que su cuerpo, más
delicaùo y mfnos musculado, fue creado para las tareas menos penosas
del interior, ni que su alma más poética exigía un trato más exquisito.

OAPITULO XI

ALIMENTOS I~DfGENAS

Los antiguos habitantes del territorio colombiano ponían á contribu-


ción el reino Y[~getaly la fauna de su suelo. Cultivaban varids grllmÍneas,
~ubérculog, rLÍces, cte., y no desdeílaban las jngosas frutas. La caza y la
pesca, oClpación casi Íu\{ca del indio, les bri ¡daban manjares Yariall~s .
.El m'líz (4), dcl cual recogían en ;¡1!~ll¡:(lS puntos dos y !tast,; trcs C(l-
(1) 1'¿;n~1,.
(2) Wy~e y Wafer.
(:J) Pudre .JlIar: Hivero. pág. 14i.
(4) OramÎuut. Zea muiR.
106 ESTUDIOS SOBRI': LOS ABORíGE~ES m; COLo~mIA

sechas anuales, ('m su alimento principal. Lo pilaoan en grandes morte-


ros de madera p ml la preparación ùe la chicha, y ]0 molían ¡:>npiedras,
después de mojado, para hacer su pun.
Si fuéramO!: á detallar la gran variedad de platos que les procuraba el
maíz, alcanzaríamos á formal' till diccionario culinario, y no es este nues-
tro objeto. Dan mos sí, como muestra, las principales preparaciones que
de esta gramíne;~ hacen los Pllyas.
" El mato 6 tallllll. Lo preparan moliendo el maíz verde, dejáodol.:) fer-
mentar y cociénèolo lul'igo envuelto en hojas. También lo preparan sin dejar
fermentar el granOj entonces lo llaman mato de opa.
" Elupe choca. 'l'uestan el m!\íz, lo muelen y lo someten á la ebullici6n
con jUl{o de caña, lo ponen en hojas y lo dejan secar.
" El ':uaUrn . .!Uuelen bien el m!\íz, le mezclan agua y cuelan: lo ponen
á hervir con gral lOS de cacao y lo dejan enfriar.
"La cuata. El maíz molido y Illezclado con agua., hierve durante un día
con ju~o de cañ8. Al siguiente lo beben.
"La inna palo. Ponen el maíz, remojado y pilado, á hervir con jugo de
caña. Al retirar o del fuego [e agregan un talll!!l de mafz bien molido. Al
rato le echan ot·o tamal, Ii medida. qlle lo vau Tllll.sticando; [o tomau ain·fer-
mentar, 6 ferrUlmtado, indistintamente. Cuaudo lo hace u de maiz nUHVO le
dan el nombre d~ inna pulo tntÛ.
IlHacen tau biéll tamaleB de maíz y plátano, que car.~ll.neu sus eXClursio·
nea y que diluye:1 en el agua de algúu torrente cuando los l\cosa b se:ï, ob·
teniendo a~í um. bebida nutritiva, agradable y fresea. L'lS hoja.s en que van
envueltos etltoB1amales han de BPI' colgadas de algulla railla, pueB el botarias
Bería considerad,) de lllalllgUero" (I) .
.El mùíz Cf" el maná de los inÙios. L:lS sementeras do esta gramínea.
eran el anuncio seguro para los espafloles de quo estaban cerca de un ca-
SErío.
AUII e/l Jos bohíos /tu:mdollados hallaban maíz los castellanos, por
pobres quo fuman estas habitar.iones, pues no siempro oncontraban, como
en casa de los Chibchas do llacatá, "maíz, fríjoles, tunnas y cecinas" (2).
:'Huy considerable era el CO;¡SUlllO diario qno do este grano se hacía,
si observamos que era la base de la chicha, uebida común á todas nuestras
tribus. A cad:, paso vemos en las relaciones de la conquista, desde que
Colón arribó á ntlestl'lIS costas, la enumeración <le las vastas plantaciones
de maíz. En I:s islas del :'traI' del Korte, al rededor de los pnertos, en Jas
colinas que ["poinù:dIMl los c;¡sC'rios, en las llanura:, Cil tOllaS p;¡l'tes se
mecían las gra :iu;:;as l'-<pig'l>l dt·¡ maíz. Cll:tll,lo los jlrilll('J'()s C()!J(jllst:lI]o-
res ùel intrril)¡ Ilegal'('lI ,~[):IIT;t,lcalJl'l'rneja, no hallar.m (¡ro, p2r) l')i! eOll-
saló la vista dI las gr,I¡\lk~ f('lI¡t'lItt'ra~, y al suui' Ja cm]illem ddritÚban-
se en la conteupLlción tle las nllllll:ro~as plantaciones (lile cn todas direc-
ciones se le,ar taban (i SIlS piel' (3).
El modo m:is fl'eellcTlte para pn'pnl'ar el pan era moliendo el maí? en
(1) Ernesto Hcstrcpo, lin Vinje al Durién.
(2) Castellaaos, IIt.Qwria del Nuevo Reino de Granada, T. l, Canto II.
(3) Âcosta, pág. 177.
CAPÍTULO XI 107

pierlras eÚneayas, con manos de piedra. En los catálogos aparece una de


éstas, casi cirnular, do 30 centímetros de diámetro, proce<lentc <leGachalá.
La harinn. obbnida la mojaban y hacían pa~tas que, envuoltas en la hoja
de la misma phmtl\, las ponían directamente al fuego ó las cocían en
agua (1).
Oomo los indios no conocían la cafta, crcemos que el principio UZIl-
earado que neJesitaban para hacer sus vinos fermentados, además de que
lo sacaban d2 algunas frutas, lo conseguían exprimiendo el jugo de la
misma cana del maíz. Todavía en muchos puntos es frecuente ver á las
gentes de uueltro pueblo chupando estos tallos.
La chieI: a la hacían generalmente con cI gmno molido, aunque la
gran vll.ri\~ùad ùe vinos que con él preparaban em tan numerosa como las
tl'Íbus que lo 'Jmpleaban. ~n un mismo casorío hacían uso de distín tas
fórmulas pare. S;l fabricación, según las circunstú.llcias.
Los Paya~l preparan el licor destinado lÍ sus festividades "molien-
do con agua d grano de maíz. Toman unIt partl', que dejan fermentar.
Cuando 6!:t!~tiene un gusto ligeramente áciùo, hacen con olla tamales, P.£!-
niendo en el interior de cada uno un plátano më.ùuro. Las tamales en-
vueltos cr.. ho,ias los cuecen en una olla; de ají los sacan para ponor]os en
artesas de ma,:.era, y una. vez enfria.dos, los pilan hlSt~l outener una sus-
tancia medio líquida que distl'ihuyen en grandes mayas, bien alineadas,
llenas ùe agU1 caliente. Veinticuatro horas después le agregan jugo ùc
cana. Lu('~go tapa.n lus vasijas Cùll hojas le bihao (2), dejando libre
UDa abort .lI':l·octangular pam dar entrada á la totLlma. probadora cubierta.
con otra hojn, Encima de las hojas colocan ají fuerte para que Xiya (el
Diablo) no se tome antes que ellos el licor."
Los indios de los Llanos hacían pl'.neil ele maíz que envolvían y co-
cían sobrE gr&,ndes hojas. A éstos les daban el nombre ele cayzlÍ. Los des-
migajabllr y cocían por segunda vez haciendo otl'U, pasta, á Ia 'lue llama-
ban 8uúiú,·ZI¿. L'l expouían á la humedad h~~sb\ Clue se cubría lle moho;
puestJ. en ugua, la de.i'lban fermcntar y I:LsOll'Ían en sus bebezolles. Otros
preferían el v: no dc manioc y el pan fi nc S:lC:lb;lll,le est~t l'aír..
L,):; (Jl\Il¡S llcl río Ihyano y los habit.lutei ¡Je Id. Gn'ljira ]¡aeíall
dd 'U.IÍZ ri'l" 1;1::l:eo y tinto (3). Entre GilL)s }'::;II lllltl;lt:1.sotras tribu:;
lo m~stic:'ball Cil vez de Jlil':l'lo; la:>quijll11a:J ¡le1uc TJ111jcresl1escillpcfi¡lUUn
cste oiicí(·. P'.ra obtoner la bebiùa diaria. me7.ckhan el maíz mùsticu.do
call lIgua. Par,l In.chicha copa de sus fiestas arrojaban grandes e.mtiJaÙes
de maíz en moyas can agua, y allí lo dejaban fermentar hasta que princi-
piaba á agriar:e. Los Oatios tambión hacían 3US licores con maíz ..
---- --.--------------
(4) Ovedo, L. VIr, C. r.
(1) lIéliconÜ¡ bihaí. Musúcea.
(2) Herrera, D. l, L. III, C. XL
108 E:lTUDIOS sonRE LOS ABORÍGENEoS DE COLOMBIA

Yá que hablamos de las bebidas fermentadas, agregaremos que no sólo


las hacían con maíz: las frutas, el jugo de algunas palmeras, cte., eran
también utiliz:.doil en su preparación.
IJoa habitantes del Istmo agregaban al maíz jug,) de pina (1); tam-
bién lo hacían de palma (2), y otras vceea de mamey (3).
Los Cuna, asaban plátanos (4) bien maduroa y frescos, los pelaban,
loa trituraban ,~on laa manos y loa echaban en ca.laba7.0s. Al momento de
tomarIas loa maceraban con agua. O bien hacían una pasta con éstos,
asados á fuego lento, sobro una. parrilla de madera. La pasta la mastica-
ban y el produ }to lo disolvían en agull.
Uaaban la fruta de un árbol, especie de palmera, que aale cuaj;lda de
racimos (probablemente pihiva), pilada con cáscuas y nuez; la ponían en
agua tibia y la bebían en calabazos agujereados.
El pa.n de casi todlls las tribus elel Llano el'a el cazabe. Lo sacaban
de una yuca venenosa. Los Achaguaa rallaban esta raíz con planchas de
madera lIenaa é.e puntas de pedernal adheridaa con brea vegetal. El produc-
to extraírlo lo eolocaban on un gran costal que ataban á una l'ama g'ruesa,
Debajo ponían un trollco do árbol largo, en balanza; uno de sus extremos
daba sobre el c)stal, do modo que lo comprimía contra la rama; en el otro
extremo, una :ndia sentada se ocupaba en la dura tarea de subir l bajar
haciendo fuemi en loa pies. De este modo desjugab!ln el contenido del
saco. Obteníar !lsí una harina qne amasaban y ponían á tostar sobre pie-
dras calientes (5), ó encima de ladrillos calcinados, fabricados ex profeso,
consiguiendo \:n pan que les servía en sus villjes y era la base de ellS be-
bidas, que haean poniendo éste á fermentar en agua, después de, estar
cnbierto ùe m(,ho. Los Aehaguas la llamaban bel'riu.
El jugo Vélnenoso que destilaba la yuell lo cocían dos ó tres yeces J
luégo lo bebía l.
Del plátano como del maíz hacían multitud de alimentos, como fá-
cilmente se comprende en vista dc la variedad por ollas conocida y que
cada una se 11r~sta para muchas preptuaeiones, según su sazón. Este y la
YUCa eran la b.ise de la alimentación de los Giraras (C),
Las papas (7) I) turmas no eran muy usadas por los indios. Sólo las
hemos visto ll;eneionadas entre los Chibchas. En Zoroeotá encontraron
grandes semcnteras de esta solanácea.
(1) Brame/i.! !!llfll/as. Bromeliiicea. Herrera, D. l, Lo V, C. x.
(2) CUW8 hl finicca. Palmerll.
(:3) )["1/lC,! 1i.;e¡(cf11w.'fu/¿fel'a.
(4) De bto" ktl,ín ln\\(;has variellatles: los principalc" cran los cOlloci,los COll los
nomhres (le llHl.~/ };aJ'lu(l~tac((,., reaia, /'(j('cÙtC(( y Ntlj¡ientiun'.
(5) Cl\ssani
(6) PaGre .Jullll J{;vcro, pág. 117.
(7) SuI,/nU/IL WhCI'U8Ion. :::lOhm~cell.
CA.PÍTULO XI 109

La }stata (1), llamada yomi por lOBCh:bchas, y la yuca (2), eran muy
usunlcs. Los fríjoles (3) y laB hllb:\B ocupaban un puesto importante en
la mesa d.el indio.
El cacao (4) 1eRera conocido; sabían cultin,rla y aprovechar sn gus-
tOBOhuta; sucaban la excelente y saludable harina del sagú (5); la cala-
baza (6) y la ahuyama (7) les brindaban su abundante carne.
Los árboles frutales les procuraban sabrosos y perfumados frutos.
Algunas tribus (Guacas, Ansermas, Popaya,nes, etc.) las tenhn en tanto
aprecio, que las cultivahan en grandes arboledas (8). Con la pil'íA. y otras
hacían vino (D).
Entre 100 condimentos vegetales eran 1003 más usadoB la pimienta (10),
el clavo (11) y los pimientos (12), de que eran muy golosos. Los Acha-
guas dividían el ají en pedazoB que arrojaban en vasijas con agua hir-
viendo de,nde mojaban el cazabe para provocar la sed.
Las palmeras les ofrecían una gran variedad de aliD~entos; dos de
ellas,lIamada¡¡ por los AchaguaB beci1'ris abay, de gl'antles racimos, le3
daban un proclucto que comían cocido ó asado, y hacían un brevaje como
de huevos batidos, "de que lI~nan loa vientrea hasta no poder más." De
ellas sacaban lceite los Chiricoas l]uebrándo'aB y exprimiendo su jugo en
bolsas fabricadas con este objeto.
La ceca, conocida en casi todas las tribus, era cultivada con muchísi-
mo esmen, y la mascaban casi permanentemente. Yá hemos visto c6mo
£lutre los Chibchas era este un privilegio reservado únicamente áloE
Jeques, c¡ue ¡Po llevaban suspendida al cuello on unos calabacíllos que lla-
maban pO:loros. La mezclaban con caracolilloB molidos. Los habitanttls
de Al1tioquia mascaban una coca de hoja menuda; los Armas conocían
otra yerba que la reemplazaba; los Quimbllyas y Ansermas llevaban sin
cesar en la boca ramitas de unos árboles tiernos; los CaliB y Popayanes
(1) Gon¡IOlvu/..lS batata. CooY'olvulácea. En los Llanos, p(!'~Qndoel Gua.via.re, los
soldados de t~ues'lda vieron" C¡1sasen la vegi del rio, que ttluill.u cultivada. coo cre·
cidlloslabrao2.ll.s de batatas." Castellfmos, T. II, C. XXIII.
(2) Jatropha manioo. Euforbíúcea.
(3) Pl¡a'l6Olul. Legumioos~.
(4) The.Jbrom.a cacao. Butoeríicea.
(5) jl[ll1anta arundintÍcea. Aruodioúceu.
(6) Gllo/aMi'l pepo. Cucurbitácca.
(7) Cuc,írbif,,¡ bCI'TUco8a. Cucurbitácea.
(!:l) Fra;r Pc,lro Simóo, pág. 264. Citaremos algunas de Ins frutas mús apetecidas
por ]o~ iutHol;: elllgul\cute, el RUÓO, la badea, el caimito, la chirimoya, las cerezas, las
cirllela~, los COCU.i, las curuùus, los dulumocos, las guanúùaoas, las granadillas, las
g1l!tlTlas,;IlS gllHy::iJuS, los icucos, los higos, las IlCIl\lVllS,Ins lu'us, les llllltlroÜOS,los
mameyes. Jos mUlfLOIlCS, los marañones. los mirtos, IU1moras, los llís)l~ros, las píiia~.
las piiil1clas, 'as p:lmas, los lllrntlriodos, las UVàSy los zupotcs.
(91 0\ icrlo, L. VCl, n, xv.
(10) J":pe,' n(r¡,'/lIf/', Pipcrácea.
(11) Pipe,' CUI";HCCltIn. Pipcrúceu.
(12) U'IJlcicum anuln. Solanácea.
110 ESTUDIOS SOBRE LOS A.BORÍGENES DE COLOMBIA

hacían una mix ;ura de coca y pequenos calabazas (1). Los Goajiro:3 co-
mían tallos no !Jihao. Los Cunas hacían potajes preparados exclusiva-
mente con yerbas (2).
La caza era abundantísima, pues llenaban sus '::lasques los euadl'Úpedos
y aves de toda l~specie.
A los cuad)'umlllloB en algunas tribus no les hacían el honor de la
mesa, en otras (,m su carne muy apeteciùa, espccilllmente las variedades
mico (3) y mari monda (4). De éstos cazaban tal cllntidad los iudios de los
Llanos, que los secaban y ahumaban para conservar BU carne (5). Cada
nación comia C;lrno de una variedad ùe monos do:;precian(lo las otras; los
Achaguas perSEguían los monos amarillos; los Tunebos los micos 1l'3gros;
los Giraras, los Airicos y Betoye . ;, preferian los blancos. Sólo los t.itíos y
otros pequelios el'aU apetecidos por torlos. La carne dc, mono, muy abun-
dante en el Istm0, era liL qne hnsc.tlJan los Cunas C0t1 m5.s ahincI). Entro
los carniceros lJalXUl la preferencia alosa (G); de los 1'00110res comían el
conejo (7), el cud (S) y la guagua (0); de los dosdeutados prefer'an la
carne insípi<1l1clel arm:\'lillo (10), el alimento escogi¡]o de Goahivos y Chi-
ricoes; la carne coriácea do la danta (11); las dol í:aíno (12) y tatabl'o (13),
y especialmente las del ciervo (14) y venado (15) eran por ellos muy sa·
boreadas.
Los \'enado~ er'an tan persegui los, quo en algullos }Juntos, como en el
Istmo, au nque bnscados ele prefcrcncia, emr. yá rnllY raros p::>rla CLzaque
de ellos h:lcÎaTI (lG). Xo todos, entre los Chibelus, }J,)rlían comol·la Carno
de V"onado; CI'L ('ste un pri\·jlcgio que á mny pocos concodía el Caciqne.
Los cerdes monteEe~, en «llmbio, recorrían las selvas ell manadas Llo
mús de cuatrocientos inllividuos (l~').
Los Gltiricol1s y ûoahivos Hprovechaban la carne dc· ]013 leones y zo-
rros, y ann dll cnanto animal mataban en el monte.
(1) Cieza, f 171.
(2) LI! yerb,¡ lllllamflban ¡I'a.M. Ovieùn, L. nI, C. XII.
(a) U/bu .•. 1(/?·iegatuB.
(4) A /elc,~ l/ bri'lll,~.
n) Padre.J Hivcra, ¡¡:ir.:. 10.
(fi) U/"~(18 ti aedet/,/Ill,'. 8\ OSt) !lormi'Tllcro cn el !J.wail(, [,rc"lilci:l<l ,le ¡".; ::\Iorco·
tc,. Gurnilla, T. I. I';í~. :201. "
(7) 1.CP'18 "'W'rÙ·,tllIIR. L,1.., conejos dc agll:II'I:l1l !ln)' ¡w·,;p,,:iÏ·l,,' l'l" :,,~ inù¡,) . ,
de los LJa IIOS.
(~) .•.j Ji}IJeJII') ¡'fÛJ¡njfl.

1Jl'l' )C¡;{fl ¡:ri.'<,'(J!a.


lU) ]J" .•.•
(10) ])fl"!l1,18 t/'i.,im/uR.
(1!) 11/pi/·.18 n7llel'ic(wu.~.
(12) ni('oli U:l Ùlbil1tUR. Paquiùcrmo.
(la) Id. l(/7'cunt.o.
(14) ()el'vu;' pe7'onni. Humiante.
(15) Id. >1lcxicanu.Q. Humil\nte.
(16) Acosta. pág. 18.
(17) Es de observar que en algunas tribus de los L~anos era muy ùl:spreciaùo el
ceb6n casero. (Gumi1la),
CAPiTULO XI 111

Poens aves eran desdelladas por los indios, muchos de los gorriones,
las treradoras, las gallináceas, de suculenta carne todas ellas: la tor-
caza (1), la tórtola (2), la perdiz (3), la palomita (4), el pavo (3),
la guachar:lctt (G), el paujil (1), ln pa'l:l (8), el gurrí (D), la gaUi-
~1eta(la), el pavo real (11), etc.; los palmÍped08 :leplí cotlocidos:-pato (12)
y gllllSO (13)-eran el manjar que con más ahinco perseguían.
La mOlleùa cn CI ue los Colimas pagaban á sus ramul'as consistía ell
aves qne ésLlS vendí:LIl como bocado predilecto (14).
I.A varicdaa de peces que se reproducían cn los gran(les y numeradOS
ríos, los qUll cogían en las costas y en las lt guuas, eran muy apetecidos.
El GOn8urno que de pescado hacían los indios de Santlt Marta era
tan grallùe, que á aquello atribuyen los cronistas el que esas tribus no
fueran, ¡)Offi:Jlas deUllls, antmpófagas (15).
Los ind' os del Istmo aprovechaban la ÚpOCll. en que la pesca era abun-
dante para hacer sus provisiones que dcbíLn durarles el resto del ano.
Pam consonar los pescados los :tostaban cu grandes hojas (IG). En las
costas di) San :Miguel conservaban los pescados con un gusto Balado,
abriónùolus 01 vientre y enterl':índolos :í un palmo do profundidad, du-
ranta Cillr.O:' seis días (17).
Los Ab11n'ueB estimaban mucho el producto .le sus pescas, que co-
mían fr(sco, tostaJo ó consel'Vfl.llo hecho hurina (18).
I.,a Lúrtllga (ID) y la hicotca, la ignana, la culeùra, eran ¡je usa mL:}
gcneJ'c11.
Los Colimas se alimentaban con ratones, SUiJos y unas culebras que
llamLball 1J}/"lllia1llai, verdcs, con rayas pardas, y de picadum venenosa.
'l'amùiél comían unos gusanos gruesos á los que daban el nombre dc chi-
topcs (20).

(1) Colwn[¡(1 montana.


(2) Id. turtu1'.
(3) 'l'ctrllo !Je1'diz.
(4) Co~umb!;. ?'iaol'ia.
(5) J[deag¡o(.~, gr¡,llo-pavo.
(6) O,.teÛÙh s'll/amata.
(7) Oùl'a:¡; (.lcetor.
(8) l'enelo]'il cristata.
(9) Id. abur1'i.
(10) J-'enelope pipile.
(11) ravo criatatus.
(12) .A nas.
(13) Anas u,nSe1·.
(14) Fe. Pdro Simón, T. Il, pÍlg. 866.
(15) Id., T. III, pág. 615.
(16) Acost¡, pág. J Il.
(17) Ovicd{J, L. VI, C. XXXVII.
(18) A~osta, pág. 115. Los AlJurraes cultivalJo.r. el maíz, lasyuC8s, los fiames y 18.s
frutas.
(19) T.mtudo.
(20) F"·. Pedro Simón, T. lI, pág. 867.
112 ESTUDIOS SOBHE LUS ABORÍGENES !JE COLO~IBIA

Varias cspe ~ies de culebras, á las que cortaban las exLremiù~des,


figuraban en la mesa de los Airicos y Giraras. Las guisaban con pimien-
to y ají. Los laputos también hacían parte de su alimento. A los rato-
nes, en el mont(~, IO::l perseguían cual si fueran liebres, y "los comen tan
sin asco, cual si fueran pollos." Los Achagnlls el'an muy aficionados il esta
presa (1).
Para el estómago ùe los Goahivo::l y Chiricoa,¡ no existía niugún ani-
mal inmundo. :ii:1 Padre Ilivel'o nos refiere cómo los Achugll<ls, habielldo
dado cazalÍ. un 'lIlimal, arrojaron los intestinos lL 108 Goahivos, que éstQS
comieron sin la"ar la inmnndicia (2). Comían la carne demasiado eoriá-
cea cIel manutí.
Las tortnges, sobre torIo en el Ori naco, cmll para los imIios duli-
mento más uhull(lllnte y que más varieclall .le produetos les suministra-
ban. Comían los morl'ocoyes é ¡cateas, las tort.¡guillas y los huevos.
Cuando volvían de III pescv. separaban cantillaocs sorpl'entlelltes tIe hne-
vos pam comerIas, y los que sobraban lOi! lavaban cuidadosamente y lOB
arrojaban entre las canoas bicn aseadas_ Los nillos los machacaban e:.lmi-
nando encima de ellos. Luégo, colocados al sol, principiaban Il Rol;ur ]11.
grasa que conti'lllen, la cual se depositaba en la superficie en densa capa.
Recogiùa esta gl-aSlt ell vasijas de guadua, la conservaban para prepamr
sus alimentos. Del interior de las tortugas sacaban otra grasa lIllu,rilla.
Las mismas Cal chUi! les servían de vl1sijas para la preparación do BIlSco-
midas. Fuera de 108 huevos que engullían frescos y de los empleados en
la preparación Ilel aceite, les sobraban por millares quo ponían encima de
barbacoas donde 108 ahumaban; con esto tenían provisiones para el resto
de] afio y un pl oùucto que llevaban á lOB pneblos como moneda de c:unbio.
Los Otomacos hacían uso de la carne de caimán. Estos y 108 Guamos
se regalaban Cúll los huevos de tun infecto sauriano; 10:3 devoraban sin dis-
tinción, aun cuanùo entre ellos se encontraran algunos con el animal yá.
formado (3). L:lgrusa tambión la utilizaban en la fa.bl-icación del pan (4).
Los Airico;, cuando escaseaban la caza y la pesca, se saciaban con
iguanas y tortug;J.s y con varias especies de sabandijas repugnantes, como
SOD: hormigas, casi del tamafio de una avisp:J., UllOS gnsanoB qlle se crían
en los árbol el!, y otros peludos que se amontonan en las ramas.
Al llegar al Op6n Pero NiilO vio:
Seis 6 siete ratones que tenfall
Unos indios eocidos en la olla
Con insfpidos tallos de bihao (5).

(1) Padre Juan Uivcra, plÍg. 117.


(2) Id. id., P ¡g. HIS.
(3) Gumilla, l'. II, pág. 222.
(4) Id. id., p:ig. 224.
(5) Cllstellan'>s, HÏ$fQria del Nue¡'o Reino de Granada, C_ xv.
OAPÍTV"I.O XI 113

Los Te::ulls, además de los alimentos que sacaban ùe sus labranzas


de maní, et::., hacían uso ùo
Tortas algunas de cazabe
Con hormigas aladas amasadas
Que solas y tostadas a8imismo
Suelen camelias en algunas pe.rtes (1).

ESLa misma variedad ùe hormigas era muy codicia.da por los Airi-
cos (2) y la"~tribus del hoy departamento de Santancler', quienes las co-
mían crudas. En cI día son aún muy perseguidas por los habitantes de
aquclla regiÓn, y tienen un gusto bastante agradable.
I~oB in(ios de los Llanos sacaban miel é.e las colmenas que en gran r. Ú-
mero había E,nlos troncos y ramas de los árboles; para ello los derribaban,
ó bien agranllllban la abertura en que se encontraban (3).
Lo~ Choeues, nación donde muchas veces se saciaban con los cadá.ve-
res de s 1 propia familia, aprovechaban pa~'a sn alimento cuanto caía á
,sus manos:
Gusanos come la nación maldita
y hasta los ca.bellos que se quita.
Las hilas que los cspafioles arrancaban de sus llagas, las engullían
los Chocues, y bebían las aguas en quo se lavaban los pies y las manos (4).
El J'cino mincr'allo ponían los indi03 {:,contribución, explotando la
sal. Las tribus que, camo loti QuimbaYds, los Chibchas, los Lilis, etc.,
tenían Cll sus dominios fuentes saladas /¡ millas eJo sal, poseían un artículo
de cometcio con sus vecinos y una base de ríque;m. La. sul la cambiaban
por 01'0, malltas, hamacas y otros artefactos. Muy pobre tenía que scr el
individuo qtW no poseyera este condimento, para cuya consecución hacían
cualquier sacrificio.
Los Uhibchaa tenían depósitos de Bal en las f1'onteras, para cambiar
con las d emÚs tribus. Cuando los eastellancs llega ron al Opón encontra-
ron dos bohíOB abandonadoB, y en ellos muchos panes de sal (5). Salien-
do de Momp(¡s, por sendas casi solitarias, vicron una choza en la cual
había su! cn lbundancia. (G). Los Colimas, Chocoes, tribus de los Lla-
nOB, etc.; conservaban el pescado ahumándolo cn barbacoas. Los Otoma-
COBcomí in el pan revuelto con ticrra, y algllnas veces mascaban pedazos
de greda, Cuando ésta les caía pesada, la c.l:pulsaèan tomando aceite de
caimán.
Nad,~ m¡í,g rudimelltario quc la. instalación de la cociaa indígena.
(1) Ca~tcllanos, IIiMm'ia del Nuevo Reino de Gl'anada, C. v.
(2) Padre J'Jan Rivera, pág. 328.
(3) Gumilla, T. J. pág. 301.
(4) CaHtellanos. Part. II. Eleg. II, C. Il.
(5) Fr. Pedro Simón, p{¡g. 2t:ltl.
(6) Id. íd., pág. 522.
114 .E~T ;nros SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOllBU.

Tres piellras en <I suelo y unas pOCRSollas componían SllS utensilios euli·
narios. Algunas veees reemplazaban las piedras por trozos de arcilla, ell
forma ùe ladrillcs quemados. Sólo para el pan ùe maíz y ùe cazabe poseíall
Útiles especiales, corno piedms de moler, pilones ó grandes almireccs dL'
maùcra, rallos, <tc.
Unicamcnt< lu. mujer se entrcgaba á los trabajos ùe la cocina, La
carne, IllS verduras, tubérc1tlos, etc., eran colocados CIl agua salada .ma;:
veces, otras en agua pura. En este caso, al momento .]e comer ponían
en b mitad de la artesa Ú olla en quo servían los alimentos un pedazo
grueso de sld; nsultando de aquí muy insípidos los bocados de la wper-
flcie y muy salados los del centro. E3ta costumbre la conservan los des-
cendientes de 103 Cunas.
~luchos ùesenganos tu vieron los castellanos al acercal'3e á las vasIJas
en que los indígJnas prcparaban su comih. Eu la serranía de Aoibe,
acosados por el hambre, se arrajal'ou sobre una olla. U no de ellos dEVoró
un curí que sacé do encima: los demás no pudierol saciar su apetito á la
vista do \lna mallO de hombre, segundo bocuelo quo sacaron (1). En el
OpÓn cncontrll.rtll1 ratones cocidos cua'ldo creyeron hallar cUl'íes (2),
El indio, cc mo hemos visto, aprovechaba para su sustento Cllaltto le
ofrendau:t la na',uralezll. Tenía tau poco desanolllldo el unen gusto, que
tribus lj ne habit abun tenenos d,)t;aclos por la f'rovidellc:iu ùe los [wis se-
lectos malljal'C:l, 110ùcsdefíaban las sauaudijas y los pJ'odnctos más 1'(~rug-
nan tes ele la fat na colorn uiana.

CAPÍTULO XII
CAZA Y PESCA

Desnudos, sin parar en obstáculos, los indios dU\Jllos del t0rritorio


que habitamos cruzab¡Ul los bosques y escalaban los montes, ágiles y rá-
pidos, sileucios,)s, el ojo y el oído atentos al menor movimicnto, al más
débil ruido que pudiera indicarIes qno la caza no estaba lejos.
Este ejercicio era Sll pasión favorita. :gu él buscaban no sólo Sll sus·
tento, sino el modo de lucir sus habilidades y dar rienda suelta iL sus ape-
titos de destruc:ción y c~eamor á la libertad.
Acostumkados desrle su infancia á los ejercicios (101 tiro y á recorrer
las sel vas, á ab,car á los Rnimales mon teses y á def'3ndersc call tm las fieras,
empleabn cuantos medios de ataque y de defensa puedan sugerir li ima·
ginaciones vivus nn ejercicio constante y una necesidad permanonte. 'l'o-
(1) Ciezll de :ë.eón.
(2) Castellanos.
CAPÍTULO XII 115

dos SUB !icntidos tomaban con el hábito un desarrollo cxtraordinario.


Aquellos uus ojos al parecer dormiJos y melancólicos, leían los secretos
de la natnmlcz,·. Sentían la fieI'll á lu.l·ga:!distancias, y, ayudados por un
olfato sin igual, seguían los rastros por entre las tmidoras ciénagas, con-
sultáT.dolos en los espesos matorrales, sintióndolos aun en los terre-
nos más compactos, y no perdiéndolos ni en el pll~O de los ríos. Ni el
más lü\"e movimiento cscapllbQ á sus oídos, pucs en l'e los mil ruidos de
do la rlltumlez:\ tropical, sabían distinguir cuál revelaba un animal. Imi-
taban Call t.al perfección las varias voces (le éstos y IllS quejidos oolorosos
de sus hijuelos, quo con ellos acudían en bUSCll de ~l\ companero ó de BUS
crías {~haIlllr una muerte seguI'a preparad;~ por mallos diestras (1).
A :lrillus del :Meta salían los iudios duranto el invierno on busca de la
codicia\la cJ-mo de la danta; dosde que en:lOntraùlllI su rsstro empezaban
á remeùur su voz; el animal, engal'lado, contestaba y sc detenía como aguar-
dando Ln companero . .J;~ngrupos de tres i cuatro los indios ••c lo iban
acercando, yen un momente, con sus flechas, ac aducnaban de la presa (2).
Diestros en urdir estratagemas, cru muy raro que animal quc los in-
dios pel'tiguí~ran pudiera escapárseles. Oonocían los usos de cada uno, y
de este estu¿¡io habíal'l hecho una ciencia que les ensefiaba el modo más
á prepósito p.ua aduefj¡trse de tal ó cual individuo de la funna, de tantos
quo poblaban nucstros valles y montatlas.
Ucycstid.;s con una picl de venado é imitando su paso se deslizaban
cuidadosumente por ontre los descuidados rumiantes, haciendo cual si
anancara.1 con ia boca, de trecho en trecho, un poco de yerba, y aprove-
chando IOJ momentos on que aquéllos estaban descuidados, para avanzar
hasta ponerse li. tiro de flecha, y entonces, de común acuordo, si eran va-
rios, dispambali sus armas dejando en el suelo unos cuantos inocentes
animales. Los GOllhivol!, Tunebos y Ohiricoas, embadurnaban su cuerpo
con una re.silla colorada que llamaban mara, de un olor desagradable y
penetrante. Se colocaban contra el viento en los puntos frecuentados por
los vcnados. Estos, con la cabeza muy levantada y como atontados por el
olor, se acercaban á los indios, quienes se aduol'l.aban de ellos. En los ca-
minos frccuent<..dos por los carniceros y paqGidermos sembmba.n, disi-
mullidas por las hojas, púas envenenadas que hacian muchas víctimas.
Abrían igualmente hoyos profundos con estacas agudas porpendicu-
lares al fondo; 103 tapaban hasca obtenor un terreno homogéneo, y logra.-
ban siempre captnrar Sll presa (3). Cuantas trampas conocemos para des-
(1) En el Darié!: fuimos muchas veces testigos, durante nuestras cacerías, ùe esta
asombrosa facilidad ·:lon que ]08 indios imitaban Il los animales.
{2} Padre Juan Hivero, pág. 14.
(il) Los Abibes ., tenían ciertos hoyos sutilmente tapadolJ y encubiertcs, uso co-
mún de todos C!1tosindios, do toman ciervos y otros anunales." Castellanos, fliswrCa
del Nuevo Reino de Ofanada, T. I, C. XII. 8
116 ESTaDO:; SOlllt~; LOS ABORÍGENES DI'.: COLO~lllIA

hacemos de los ani,l\ales dllOill1J8 Ó pam capturlll' \.>s animales útile:>,


eran conocidas y p 1~¿ta8 en pd.ctica por los indioli. Ka se crea <¡ne ell,)s
pusieran estas tranl pas ~Hm coger la presa á traiciÓn, excusanùo mellil'se
con las fiems. Los habitantes del Llano, sin más arma que una lanza, p<:r-
seguían nI tigre y ,e le presentaban de frente en tierra descubierta. CUlln-
do el feroz Cllrnícero Sl) arrojaba sobre ellos, lo recibían con la punta de
la lanza y luchablln con él hasta llarIe muerte (1).
Yá que de trampas hablamos, dircmos cÓmo los ilHljos del Llano co-
gían las gallineta!:. l'oníanles laws en las orill:\s de las Iaguna3 qne fre-
cuentaban, y esp~.rGían granos de maíz .Je tal suerte, que al picoteados
quedaban presas. Ademús, sabíau atraerlas imitnnt'lo su canto (2).
Las crónicas 1I0S haùlan á cada paso ele macanas, Jan7.as, flechas, etc.,
pero sin darnos h deacripcíón de estas armas. En vista de la colección
que de ellas hemos formado, trataremos de descriùir las Ollis llsarlas en la
caza (3).
Los dardos y flechas erl\tl arrojados por medio del arco. Paru h fa-
bricación ùe les arcos empleaban maderas resistentes y flexibles que
labraban con cuchillos de pedernal ó por medÍo del fuego, y que luégo
pulían con piedras. El largo variaba muehísimo de una á otra triou, y
era ademÍls pro l)orcionado á la resistencia de la madera y ÍL la fuel"í;a del
individuo. Los hay que pasan del tamaf10 de un hombre, mientras que
otros no alcanzan ¡Í tenel' un mett·o rie alt.o. Todos ellos muy anchos en
el centro, donèe apoyaban la mano izquierda, iban adelgazánùose en los
extremos labrados en muesca ó en punta cilínùrica, de"tinada á 'isegu·
l'al' las extremidades de la cuerda qne hacían de cabuya (4), pita, fibra de
palma ó cuero La n.,cha, cogiùa con la mano dcrecha en au extremo in-
ferior, la apoyaban euntra la cuerda. 'riraban á Ull tiempo de ésta y del
arco r¡ue asíali Ull poco más abajo de su cen tm. Al soltar la malla dere-
cha la euerdu se distendia call fuerza, despidiendo la flecha aí gl'sn dis-
tancia. Era tal la habilidad de 100 indios en este ejercicio, que ulcanza·
ban á las avell en su vuelo y daban muerte á los demás animales lanzando
las flechas pau arriba, calculando bien la distancia de moùo que les ca-
yera perpclJ('.ieulanuente por encima. Tres de estos arcos figul'll.n en el
catálogo. St. largo es de un metro sptenta á un metro ochenta; pertene-
cieron ÍL Ins Jescendientes àe los Guayuribas, Goahivos y Cunas. Uno de
ellos es <'loIllscana. El más peguefl? tiellt' fOlTada en cuero la parte en que
apoyaban la malla.
(1) Plldn Juan Rivero, púg. 7.
(2) Gumilla, T. II, plÍg. 21H.
(3) Estas armas irán descritas en el catúlogo destina.do á la Exposición de :Madrid,
con fotografías del ~cüor Hacincs.
(4) Agan al7um·cana.
CAPÍTULO XII 117

Las flechas las hacían lIe madera do poca densidad. El tallo que sos-
tiene la espiga de la catlllbrava era COffi¡ÍnmetÜe emple,telo. :El durdo, 0\1-
•.enenado 6 nó, según los casos, nU'iuba mucho en su iOl'lluL, y lo hacían
de hueso, de pedcl'lltLl, de cobre, <10 ma~all~, Ile guayacán ó de ::lgun~
otra madem iuerte.
Entre las flechas quc poseemos hay ùos (le hueso, labmdas un forma
ùe al pón, sólidamen te engastadas con hilo y brea vegotal ( 1). Una de ellas,
come era cOEtumbre muy genoral, tiene en su parte inferior un aùorno de
plun:as. Hay otra ùe figura semejante rero do doble arpón de hierro (2;',
y tre;; mÚs ùe punta larga y con arpóu; cuatro con IlL extrcmill:1!l en for-
ma de 'Will. larga y delgada (3); todas éstas ùe hierro. Una pequena y
afila¿a )l1.nta de hierro sirve de relllate (L tres flechas (4), y 011 otra;; tres
este metd c~tá reomplazado )lar maoall:! (5). C0ll10 el peso de estas seis
últinlus 110 es sufioiente, les han agregado una pieza larga ele macana,
bien pr.lítla en unas de ellas, y labrada con dientes do sierra con ]a punta.
para abajo on otra. Las flechas uaadas por los indios del Darién son ge-
neralmen le más peq uel'las. Las que poseemos, traídas de Paya y Tapalisa,
terminan en )lu n tas de macana Call dien ;es de sierm muy BgUÙOS, labra-
dos de arriba para abajo (G). Unas ti2nen púas de un solo lado, otras en
ambas Cll:'as, y otras llevan en su parto baja nna, ùos ó más puntas OOll
cortes semejantes.
Las flechas hasta aquí descritas servían para la caza ùe los animales
de grandes dimensiones.
Para las aves hacían uso de til'llùeras que al aar la muerte á un ani-
mal no le despedazaban: así podían utilizar su carne. Tenemos tres desti·
nadas á ede objeto. La primera termina en un largo cilindro do macana,
bien hbrada y de punta rama (7). La segunda tieno en su extremo doe
canoa truncados, superpuestos por la base (8). L~i tercera, en fin, es de
cabezL de macana finamente labrada (9). En las dos últimas la extremi-
dad eE de quitar y poner; así, en caso que se rompiera la vara, podían uti-
lizarIa en otra.
Pam proteger su desnudo cuerpo de las picaduras venenosas (le sus
flecha,:, usaban cubiertas en que envainaban los extremos envenenados.
Los darùo" de menores dimensiones los colocaban en carcajes más gl'an-
des, qne llevaban aobre la espalda.
(1) Son provenientes de los Llanos y miden lm.80 y 2m. lO.
(2) Mido 1m• 75; proveniente de los Llanos.
(3) Midlu de 1m.05 Ú. 1"'.70. Son de los Llan:Js.
(4)Mide ceda una 1m.70. Son de los Llanos.
(ij) lIUcll de 1.60 ã 1.80. Idem,
(6) :lUdell do 1 metro íÍ 1u'.30,
(7) .mdc 1"'.60. Tribu de los Cunas.
(8) EstÍl rota. Su largo era de 1 metro. Tribu de ias Goahivos.
(9) Mide 0"'.86. Tribu de los Cunas.
118 EISTunros SOBHE LOS ABORÎGENES DE COJ.OMBIA

Hacían tambiln mucho uso de la cerbatana en sus cacerías. Las fa-


bricaban uniendo s,)lidnmente unas á ott'as canas huecas 6 varillas bion
rectas que rajaban verticalmente en dOBpartes iguales. Con fuego, y pu-
liendo con piedrM, labraban en cada. pedazo, en el sentido vertical, una
canal. Luégo junbb:m las partes y las aseguraban una contra otra con
cuerdas untadas de cera ó de brea vegetal. Algunas veccs les formab~ln
una boquilla en uno de los extremos. Con el aliento lanzabau pelotas de
arcilla ó de algodó 1 con un pequeno dardo en el centro.
Ell los Llanos Ilevabar. á la caza del jabalí arpones, casi siempre de
hueso, C0n dos lengÜetas á la parte inferior, cuyas pantas estaban diri¡~i.
das hacia abajo. Ilstos arpones, bien atados á. las flechas quo servían
para lanzarlos, erLn además asegurados sólidamente á la mitad de un
madero delgado Ji1 u}' resistente. ¡ El herido ja.balí huía. llevando en sus
carnt~S el 1l1'pl1n y a\'l'astrando el mlldero que, al enredarse en el tupido
monte, dab., cou Sll víctima en el suelo. Allí lo alcanzaba 01 indio y lo
descuartizaba (I).
Los Goahivos y Chiricoas llevaban á sus caceríll3 de armadillos ma-
canas puntiagudaE. Después de quemar las sab:mas en que tenían ¡¡US
cuevas, recorrían d terreno y con esta arma los desenterraban y so adue·
flaban lIu ellos (2). Sabido es que cuando el armadillo logra eneOVllrse,.
abre la" conchas y con ellas se asegura de tal modo contra las paredes de
la cueva, <.tuetirándolo do lo. cola, por mucha fuerza que se tenga, pri-
mero se la arraucun que sacarIo. Los iudios le hacían cosquillas con la
punta del arco cr tre las mallas de la concha; el animal entonces se en-
cogía y so aflojab~, y así era fácil cogerlo (3).
l.as cacerías ·as hacían individualmente ó en numerosa compartía.
Las tribus r.6mades del Llano Cil BUS batidas l'odeahan una gran ex-
tensión do terrer o, colocados á. igual distancia unos de otros y bastante
sepal'llùos. Todos ibau moviéndose hacia el centro, matando cuantos l'\ni-
males so atraves!lban, tumbando montes y venciendo obstáculùs. Así,
aproximándose á un centro común marcado con anticipaci6n, llegaba un
momento en que casi se daban l:1s mallO", encerrando una multitud de
animalos que flechaban sin distinción ni compasión. Otras veces quema-
ban extensas sabanas poniendo centin~las á alguna distancia y en todo Sil
contorno. Los animales aterrados huían de las llamas y venían á recibir
la muerte de mallo de los indios.
Los Goahivos y Chiricoas cuando ycnían en busca do algún tigro, lo
acorralaban en u n círculo estrecho y lo flechaban sin piedaù (4).
Il) Gumilla, T. l, pág. 258.
(2) Padre JU8D Rivero. pág. 11.
(3) Id. íd.
(4) Id., pág. 13.
OAPÍTULO XII ]19

La Ilgilitlad y ht astucia do que daban pruebas en la pesca no eriln


inferiores á bs que dcsplegaban en la Ca7.R. Pal'eeia que el agua guardara
el rastro dejado por los peces, que perseguían en sus ligeras embarcacio-
nes y que flechaban en su caprichoso nado. liam la pesca haoían también
uso de multitud de procedimiontos, como el cnveIlenamiento de Jas aguas
con barbasco 6 cnna, las barbacoas de madera, los pozos artificiales, amén
de redes, !tr~}Onesy tiraderas.
El barba8co y la cuna son dos yerbas distintas aunque ùo propiedades
muy semejantes: ambas producen el efecto de embriagar ó adormecer los
peoes. ES1;as yerbas eran muy frecuentemen¡;e usadas por los Goahivos y
Chiricoas, indios que sólo vivían do la onza y de la pesca (I). Los Salibas
prooedían con particular esmero. En 108 puntos más angostos y profundos
de los ríos tendían de una mnrgon á otra una red do canas, acercándolas
bastante unas ¿e otras para detener el paso de los peces, dejando correr el
agua. Encima fabricaban una barbacoa de cat'ias con pretiles J barandas.
LOB indioB, embijados como para una fiesta, con SUB arco a y flechas, arpo-
nes y lanza.>, bien adornados de plumas, salían en formación, bailando y
tocando, é iban ã situarse á algunas cuadras arriba del cncatlado. Allí
cogían las raíces de cuna, y bicn maceradas las arrojaban nI agua. Algu-
nos peces s[:biar. la corriente yeran l'cchllzarlo3 1)(>1' una fila de indios
ocupados on ÙUI' fuertes golpes oontra el agua con largas varas (2): baja-
ban de fIuevo, y por cscapal' á la :lcción de la vonenosa I'aíz, se hoLlbll1l cie-
gamente á III barbacoa, quodando unos cogidos por las agallas entl'O lall
mallus del encaflado, otl'OS en seco sobre el pasadizo supel'ior, y la mayor
parte, amonwllados sin encontrar sa.lida~ l'l'un sacrificados pal' la multitud
de indios, que los flechaban, arponeaban y alanceaban á volulI tad (3).
Esta pCEquería la hacían también en familia. Llevaban yá preparados
ùos palleS de maíz, uno ùe ellos amasado con jugo de cuna. Buscaban un
pozo á propósito yen él desmigajaban el primero de estos panes; los peces,
atraídos por la golosina, se amontonaban, y entonces les servían la segunda
parte que eng-ullí6,n, quedando ã poco rato todos cllos aturdidos sobre el
agua: más abajo estaban los ninas que con gran destrcza los I'ccogían y los
smon tonaban Cil canllstos colocados en la orilla (4).
Las barb~coaH I,\s hací.m clavanù(l en el fondo del rio grucsas estacas
que uníal} con III tejido (le bcjncos (¡lie oCllpab:l toda la supcrficie baja
del río. A los d:lE, trcs ó máa días, volvían á l'ccogel' los peccs de todas
dinwnsioncE ¡¡Jlí arl'i~ionados.
Durante ias '':1"aIlOSlargos se entretenían (n hacer anchos po 'lOS á
(1) Cassani.
(2) Gurnil)lI. Já!~. 284.
(il) Padre .Juan Ir vero. p.íg. 7.
(4) Gumilla, T. l, ~)ág.285.
120 EsrUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES !JE COr.O~lBIA

orillas de los r' 03, ó bien en lus sabflllllB bajas expuesbs Íl las in uldacio-
nes, y las atrincheraban con espesas ml1mlhs, Para csto clavaban estacas
largas y sólida:: (L distoncia cOIHcnientc pam cenarel pase) li los manatíes,
tortugas y pcc·;s gl":l.lldes. Estas estacas iban sosl;eniù;1s por gruesa:, ,igas
apuntaladas Cil In b::.rrallc~ opuesta call maneras firmc!'. Las aguus, al
subir, cubrían 1..1 uarrem y por encima pasaban jlPees de todos tamal108;
al bajar éstas iball ¿ejando ell ~cco la pradera, y los man:ltíos, ele., se cn-
contraball sereuaùos (leI río pOl' la pOllerosa bal'J'em do marlL'ros. Bl'a tall
grande Ja pes(:a, quo tribns enterus se alimentabun exc!usi\'umente dc su
producto durantc Jos largos meses ¡leI verano. El choque ,le Jas manaties
contra las palizadas pm tal, qno solían romperIas en algunás ocasiones (1).
En tierm de los Gorrones, á orillas ¡Jol río Cauca, existe 11 na laguna
quc el ugua (:olma 2U1'unte el in,ierno. En la -estación 8eca Jas aguas sr
retir.m. En d cen tro, y OCllpando toda su superficie, tejían ar¡ uellos indios
una barbaco:1 Cll la cnul queJaba amontonado ci p'~seado, formando una
masa compada ¿e hasta (los catados de altura (2),
En determilwdas époeas, corno es bicn s:luidll, hay inmigraciones de
peces que su bcn las aguas de los ríos; los indios COI;ocían la época precisa
en que éstas tenían lugar, y, muy silenciosos, se alineaban en ]S.8 orillas,
desde donùe los flcchuban y arponcaban ¡Í. sn paso.
Cuand(, el Orinoco salía dc m:lllre, cubri(:ndo con SllS aguaf; Jas dila-
tadas \'(~ga., los indios salían armados de ganotes y lanzas, y sin más
aparuto, daxlll muerte á lOBpeccB que encontraoan y que perseguían con
BUma destl'.~za.
Para pescar ]us payams ataban un pedazo de tela roja Cil la extre-
midad de l.ua larga cuerda y remaban á fuerza de brazos. L~ payara sal-
taha sobre el trapo, 10 mordía y era arrojada con presteza al fondo de
la canOll.
En la época de 1a8 tortugas, cuando Óstas Tenían á depositar sus
huevoB en la playa, los habitantes de la comarca lIcudían á fabricar SUB
pajizas chnas 6 á tender SllS hamacas en busca de alimento tlm delicado
y que se ¡:resentaba siempre en tanta. abundancia. El trabajo lie repartía:
mientras ~l indio se ocupaba en volcar torougas, las mujel'es y los ninas
recogían ':Il granùes cam\stos los huevos y las tOl'tuguillas, 'l'cl'minada la
tarea, las mujeres llevaban iL espaldas, á su rancho, las tortugas volcadas
que habían quedado cn esa posición, gracias á su levantado e:3pinazo (3),
Xad I más industrioso que la pesca del man:Üí (-1). Eatro (los perso-

(1) Gumilla, T. pág. 282.


If,
(2) Sn rùella. Relación del ¡)iaje de RalJledo.
(:\1 G .1Inil1a, T. I, pág. 296.
(4, ill Inn/US. Tienc hasta seis metros de largo. y su peso alca.nzu ha.tn tÍ 4,000 kilo·
gramos,
CAPÍTUJ,O XII 121

naB la hacían en una frágil piragua. El indio, de pie Bobre la proa, el


arpón en III mano, eserutab:~ las ¡wpfundidades delllgna, y al menor inùi-
cio descubría al mamífero, il quien lanzaha elll.rpól1. Sll mujer, en la popa,
remaba dirigiendo bábilmente la emba¡'cación hacia 108 ¡motos que su
compaj~ero ,e senalllba con la mirada. El arpón usado en estos CIlSOB era
de doble lcngl'.e~l\ y l'staba atado á un:~ larga cuerila hecha con piel de
manatí. EllInimal, al sentirse hcrirlo, nadaba CC/Ilgrail velocidad huyendo
do la canoa; le soltaùan la cucrùa, cnyo extremo estaba atado á la proa, y
en Sll \'cloz carre;'lI la remolcaba lIll1ch:lS veces Ii. \lIJa y más leguas de
distancia. La canoa se acercaba á su presa; al sentida próxima el manatí,
asustado, na,hlu!!. de llueva, y esto por dos ó tres veceo hasta queùar ren-
dido, al alcance de los remadores que le abrían el vientre. ¿Cómo, entre
ùos personas, podían suuir aquella masll tan pesada sobre la canoa? Nada
más sencillo. La canoa, puesta alIado del manatí, la llenaban do agUá
husta hundida y colocaria exactamente debajo del cuerpo del animal.
Con un esfuerzo la ponían fi flor de ligua. Hecho esto princi piaban á
botar Call totllmas el agua de la canoa; ésta, á medidll que le Bacaban el
líquido, iba sob:erguando COll la pl'(~a encima; una vez vacía, quedaba el
manatí arien tru. El indio se le son taua en la cabez~, la Dl ujer en la cola (1),
y juntos, remandl', lo llevaban al pucrto, donde lo despresaban.
Pam cage-I' 109 caimanes, los indios se sentaban á acechados en lOB
remansos de los ríos. Desde quc asomaban, les lunzaban á los ojos 6 al
cngaste de las patus delanteras flechas de call11bmva, de efccto mortal (2).
En otras oCllsi'Jnes at/tban por la mitad un madero de dos puntas agudas,
quo cubrian con el cuerpo ùe un pescaria, ó que envolvían Call carne. El
voraz S<iUrillnOtragaba la presti y quedaba cogido á merced de los indios.
Armados de es:e mismo palo, que llamaban tolete, salían frecuentemente
ã divertirse á expensas de los caimanes. Se dirigían á la playa donde dur-
miera uno de e3tos animales, el quo, al verias acercar, se arrojaba Bobre
ellos. El ir.trépido cazador le sacaba el cuerpo y volvía á provocaria rcpe-
tidlls veces. Fillhlmente, lo aguardaba de pie firme, el brazo estit'ado y el
tolete asido por el centro. Cuando el caimán, con la boca desmesurada-
mente abierta, iba il prenderle, el indio le introducía la milHO arm'lda. lo
más adentro que poc;ía. Al cerrar el sauriano las qllij:ldas, éstas qucdllban
oradadas por la deule púa y no alcanzaban á morder el urllzo del indio.
La presu servía de juguete it los uinos del pueblo. Cuando estaba medio
muerta le sacaban el almizcle y aprovechaban su crrne.
Los Otomacos el'an más utrevidos aún. Salí:tn (le dos en dos COll Ulla
larga cllcrda y SH ~.cl~l'caban con cnidado al cllilll'ln que querían apresar.
(1) Gurnilla. T. l, pÍlg. 296.
(2) Id., T. II, pág. no.
122 ESTt:DIOS sonHE LOS AIlORÍGENES In: cOLmlBIA

U no de ellos se le montaba. {¡ horcajadas encima del tlspinazo, donde 110


lo alcanzabi.n los golpes de 1& cola; el souriant} se arrojaùa al agua y su
jinete le amarraba sólidamente la trompa. El compallero timba de la
cuerda des,le la orilla, sacaba afllera el caimán, y de un garrotazo sobre
los ojos lo èejaba aturdido; le extruía el almizcle y luégo lo mataba (1).
Para It. pesca los indios empleaban, como hemos dicho, ca¡;,jlas mis-
mas armas que para la caza: flechas, dardos, lanzas, etc. Además hacían
uso de arpe nes de sencilla y doble lengüeta, casi todos atados á una larga
cuerda. Es-;os arpones unas veces los lanzaban á mano y otras por medio
del arco: 1m este caso erall sujetados á la extremidad de una varilla
lividna.
Los h"bitantes del Istmo llevaban á sus pesquerías redes do cabuya 6
fique, y anzuelos que labraban con huesos y conchas de tortuga3. En An-
tioquia 10S iabricaban de oro.
Los illdios del Llano tejían al pie de ]as cascadas fortísimos canastos
de bejuco, de dos varas de fonùo y vam y media de abertura, con firmes
!lsas, por las cuales pasaban cuerdas retorcidas de bejucos que afianzaban
en las orilJatl. Los peces auastrados por la corriente iban á Cllel' allí, y
cada cierto número de días los retiraban (2). Mucha fuerza debían
teDPr aquellos canastos para soportar el go]po constante delagus y ùe los
grandes peces que sobro ellos caían.
La elza y la pesca eran para el indio no sólo el más agradable de los
pasatiempos y las más de las veces una necesidad, puesto que de elIa3 sa-
caban su sustento, sino que les servían de escuela para adiestrarse en
todos lOBejercicioB corporales de que tánta necesidad tenían en su lucha
permllDcnte por h~ existencia.

CAPITULO XIII

ANTROPOIIAGIA

:\'UllCU. el sol se ocultó en Occidente Hin glle sus últimos rayos ilumi-
naran ¡¡Jguna escena de sangre. Después de ha luchas que diariamente
teuían lugar Cll uno Íl otro punto de uuestl") territorio, los prisiolieros
eran 811crificadod sill pie¡}aù y seni.1ll á saci;u' el apetito Lcstialllel ven-
cedor. lIa,->ía tl'iL\ls q\le hacían gllcrra Ú sus.ecinos, con el único objeto
de Ilpr,)'visional' sua despensas.
La caza del hombre era COIllO lu de cualquiera otro arimal: un poco
(1) Gumilla, T. JI, pág. 224,
(2) Id., T. l, pág. 291.
CAPÍTULO XIII l23

más peligl'osa tILlvez, pero en cambio más abundunte. ¡Ay del indio que
so extrllvi:u'tl èn terreno enemigo, y enemigcs eran todos los que no per.
tenecían í. su tribu! Los perseguían como fi fieras, y sus cuartos, ya crudos,
ya cocidos, tenían por sepulcro las entrafías de sus semejantes.
Es una creencia muy general entre llOSO~l'OS que sólo los caribes eran
antropófagos, cllllndo todas las tribus colombianas se saciaban con carne
humana. Sélo recordamos dos ó tres excepciones: los Chibchas y los habi-
tantes de Santa Marta: mucho dudamos que en casos excepciOllltles no
hicieran éstOf como los demás.
Decíamos en nuestro Capítulo Alimentación que :B'l'ay Pedro Si·
m6n (l) atribuía á la gran cantidad de pescaGo que aprovisionaban los Sa-
marias el que no tuvieran necesidad de devorllr á sus semejanteB. ¿ A.caso
las otras tribus lo hacían por necesidad? ¿ no poseían casi todas terrenos
propios para 01 cultivo, y no abundaban en BUS tierras la caza y en sus
aguas la pelica? No era por hambre, ni por venganza, ni por odio, por 10que
se devoraban entre sí; era por vicio. Era Rquellauna pasión diab6lica que
de ellos se ha'Jia apoderado, un apetito satánico que los llevaba á la des-
trucción de los unos tí. los otroll. Lo que no hacen los demás animales, el
hombre lo :18.da; el cuervo, el perro y cI hambriento chacal, dovoradorcs
de cadáveres, huyen del cuerpo de su semejante, y los indios no s610
comían cadáveres humanos, sino qne los perseguía:! y buscaban con ahin-
co. Ka podremos disculpados diciendo qu,3 los arrastraba el instinto:
el instin GO repugna á hacer semejante COSIl. Sólo el Demon ia podía suge-
rirles la idea de servir en sns festines la carne del hombre; sólo él
podía decirlrs: Haz de tu vientre el sepulcro de tus enemigos; para que
tu misma raza lIO tome incremento, imita al caímán y devóra á tus hijos.
Daremoll como prueba ùe nuestro anterior aserto respecto del cani·
balíamo de las tribus colombianas, algunos ejemplos tomados aquí y allí:
El docter Aristides Rojas defiende á la raza caribe y asegura que sus indi-
viduos ro comían carne humana. Sin embargo, Crist6bal Colón, Ovíedo,
Herrera, cte., afirman lo contrario. Además, sabemos que las tribus
pacificaB de las Antillas vivían en permanento alerta, aguardando las
incursiones ¡Je los Caribes, que después de cortos combates se reembarca·
ban Call sus prisionoros qne iban á devorar on sus tierras. Los Caribcs dol
Orinoco, lo;; hijos de la gran sprpicntc, como dccían los Achaguas, crán
más cUl'llic('ros quo los jaguares ruismos y :u:ís temidos tic los Üem(¡s
indio,,;. Gu ':lilla, C/lsi':tlli )' Hivero, Ua;:t'¡lallos y Fray l'(),lro Sillll'lll
esf,ílll rln :le: enIo l,:u,t deci1'llos qlle los Carib:'s de los LI:llloS Ct'HIl ';c-
miùus 1'0 s610 por SIlS b(lrhal':lS excllrsiolll'S á sangro y fllego, si nI) [lOI' :os

(1) T. III, púg. 615.


124 ESTUDIOS SOBRE J,OS ABOUÍGENES DE COLOMBIA

festines de carne hnmana con que celebraban SllS triunfoB. N lle~tra Costa
atlántica, si I'xccptuamos (i Santa Marto, CartHgenll y unÓ ó dllS PUlltOB
más, estaba p)blada por indios cllribes, y todos ellos, y más quc todos lOB
de la costa de Umbá, comían carlic humana (!.).
Generalmcnte las tribus cuníbalcs no hacran cn sus gLlerras uso de
flcchas envent,nadas para aprovechar mejor la earne de las víctimas. En
los Caribes, sin embargo, vemos reunidos los do., ra8gos de maldad: enve-
nenaban sns flechas y comían carne humana. ¿Tenían algún procedi-
micnto para ,1csinfeetar la canlC del terrible veneno de las flechas? ¿La
cocción ú. alta temperatura bastaría para purificarla? J,us crónicas nada
nos dicen sable esto, pero todas están de aeuerùo en estos daB puntos.
Después cie la conquista los indios de las riberas del bajo Magdalena
asaltr.ban las cauoaB abandonando los licores y vl3stidos de los que Ell ellas
iban en las l'il:eras; se internaban en la montalla y so cebaban en sus cuer-
pos como canes hambrientos, guardando los cráneos como trofeo para
heber su chicha en ellos. Los iuùios de la Costa Atlántica se adornaban
Call collarcs do dientes humanos, y colgaban al cueIJolas cabelleras de SUB
encmigos.
Los súbdi ~os del Cacique I\utibara eran todos antropófagos (2). Las
puertas de su aposcnto, lo mismo que las de todos lOBcapitanes, estaban
adoruadas con los desn udos cráneos de los infeliees qlle habían sido víc-
timas de sn sallgricnta voracidad. Euemigo que caía cn sus manos era sa-
crificaùo sin piedad, y su cuerpo figuraba en la mesa del Cacique, que
para solcmnid~d semejante invitaba á parientes y amigos. Esta cC1stum-
brc dc adornar IllS casas y cercados con cráneos, ya exponiéndolos Bobre
altos maderos, ya calgados dG las puertas y las columnaà de SUBhab:lacio-
nes, cra muy f~'ecuente en las tribus colombianas. Casi siempre g'le los
castellanos se llcercaban á un caserío voían brillar desde lejos los desnu-
dos cráncos qU) coronaban las altas vigas, los puntos dominantcs de SUB
edificioB, las colinas que los avecindaban, y las fortalezas que los de-
fenùían.
EstOB bárùaroB no sólo comían la came de sus prisioneros, si no de
toda persona qne caía en sus manos, de todo.el que, no siendo de su mismo
pueb:o, se litre, ieru á pasar por donde pudiera ser visto y alcanzado (3).
De las trib IS del Istmo las más feroces y caníbales eran las q~IO habi-
taban la Costa :\tlánLica.
El Cauca cm el territolio donde se encontraban las parcialidades más
dadas á estas eS'lenas de clmibalismo. Los k.bitantes del valle de CaL y de
(1) Acosta, pÚg. 28.
(2) Uieza de 1 eÓD, f. 35, Y CastellaDos, lli.toria de CII1'lagena, C. Il.
(3) Fr. l'edro tiimóu, T. m, pág. 1'31.
CAPÍTULO XIII 125

sus alrededores eran todos antL'opófagos (1), y continuaron siéndolo hllsta


ml1chos afias después de la conquista. En easa del Cacique Petúcl1Y, Ó
Petetuy, col;~adfls fi las pareàes, vieron los espafloles má\! de cuatrocien-
tas pieles humanas cosidas y llenas rle ceni:m. Era cuanto quedaba de lus
perõünlls á quienes hab:an pertenecido y cu:¡as carnes habían icio :í :111-
mentar las dd Cacique y sus amigos (2).
A J03 inl] ios siempre les gustó, para ate·rrar ;1, sus enemigos, paller iL
las puertas dê sns casas ya los cráneos, ya los Illontones de huesos; unas
veces las pieh~. otr'IS los intestinos rellenos (~on Ceni7.,I. Ctllh inùividu:!
hacía de .3ll Cl'.sa Ull mus::o con llqulJllos restus que pudieran recordarlc
elnúmerc) de sus festines. Unos cOll8ervaban los h'lesos àe los pies, otros
las falanges, :.Lquéllos guarùaban las calaveras suspendi(las por el cabello
que les dejaban adherido, otras ]a~ limpiaban y conscl',aban el cráneo
para beber en él la chicha en Jas g-randc!! solcmlliù:¡lles (3). Aquí cubríal:
lOB rastros con una máscara de eel'll; más ad('lante, a] <ievorar las carnes,
reservaball el esqueleto y el pellejo para henchirlus de paja y conservados
como U1omificac1os. Chascos desagradables suft-ieroll los espafl.olcs al acer-
carse hambriontos á las vasijas en que los in2ios prepi~raban BUS alimen-
tos. Recuérdese lo que aconteció á. los compafleros de Uiezll en la serranía
de AlJibe. En nn lugar casi desierto hallaron un bohío, y en el centr.:>,
aun sobre las 'Jrusas, una vasija rebosante de comida. Uno de los so]da-
dos sacó te encima nu c:lrí, y BU compll.flero una mano humana, tal
cual la habían cortado, call ufll1s y pellejo. Un negL'o que acompal'\aba
á los Boldados de Hobledo so adelantó hacia U:l bohío á la viBta de apetito-
sas morcillas sllBpendidas á la en trada. Llegó á ellus con tal afán, que IllS
mordió COllfuerza. Eran intestinos humanos rellenos de ceniza. A]go
más grave solfa acontecerles. Llegando el ejército á un campamento
abandonad:> pCI' los Muzos, vieron los cráneos de los prisioneros de la
víspera roídos y rodando por el sucIo entre cal'bones y sangre, rel:ltos Elela
sangrienta orgí:l en que la carne indí~ena había si(lo reemplazaùa por la
de los soldllÙos espaBoles. Muchos corrieron igual suerte. Léase si nó la
historia de 1113conquistas eu el Noroeste de Antioquia, la novelesca lucha
de la Cacic.l Gurlitana, que bebía la. sl~ngre de sus víctimas en el cránoo
de un capitán t3pa!101; los asaltos á los enfermos y cansados on la corJi-
liera y en los Llanos; los combates con los Pijaos, y más tarùe los r~ptos á
la a/tu!'!'. del Ca:are á los viajeros que, cargados de tesoros, bajaban en ca-
nOllSlas aguas 6.el Río Grande.
(1) Cieza, f. Ci:l. Y Piedrabita, pág. 78.
(2) Vieron en casa de Petetuy "cueros de indio<; sobre cuatrocientos colgaùos
todos llenos de ceniza, cuyas carnes sirvieron de alimento." [Castellanos PIlI'
Elogio á Bena[.~ázar, C. III]. ' . ,
(3) Los Irllcas colgaban los pies y manos de los que han comido en las puertas de
sus cercados. (CieZEI, f. 43).
126 ES':UDlOS SOBRE LOS ABORíGENES DE COLOliBIA

Benalcázar en el Vallo de Lili en solas tres casas vio más de seis-


cientos ochenta atambores fabricados con pieles huma.nas. AqueIloll bár-
baros llevaban (1 refinamiento antropófago hasta hacer con los cadáveres
una verdadera ,lisocción. Les abrían el vientl"C, y como naturalistas ejer-
citados, les sacaban por allí todas las cames y los desosñban, dejando
el pellejo intllc ;0 • .L~ caja del atambor era introducida. por la misma
abertura que r( mendaban después de henchir con ceniza los bl'IlZOIIy las
piernas. Estos instrumentos de guerri\ hacían el efecto de cuerpos huma-
nos y los Heval'"ll al combate para aterrar al enemigo (1). Daban !os re-
dobles sobre el cnero del espinazo, y á los golpes se movían los ,}uatro
miembros com) llgitados por terribles y aterradoras convulsiones. Bs na-
tural que los enemigos se asustaran en vist:\ de la snerte tan eruel que les
esperaba. Si e>;to hacían con los cadá.veres, quó de refinamientos no em-
plearían pal'a llar muerte á sus Pl'isioneros sin lesionar la piel que tan
ventajosamen te utilizaban.
Si los ind os de Cali eran antropófagos, no lo eran menocllos de Po-
payán (2), 108 Bugas y todo8 los pueblos que de allí sc extendían hasta el
mar del Sur (:I), los Patías (4), los Gorrones (5), ]08 QuiJIancingas, etc.
Hablando de lOB Popayanes, dice Oviedo que er;~ muy usado allí sa-
crificar hombres" é tan común comer carne humana como en Francia é
Espllna, é Ital ia comer carnero é vaca" (6) Desde l:~cordillera do Popa-
yAn haBta la costa todos los indios eran antropófagos (7),
Dice Acosta que los Pastos no comían carne humana. :Fr. Pedro Si-
món y Piedrahita aseglll"an lo contrario. Los Pastos tenían en algJnos de
SUBpueblos g:andes jaulas hechaB con guaduRs, y que después Je los com-
batea llenaban de prisioneros. Sometidos it una alimentación abun(lanto, y
bien vigilados, los engordaban como cerdos para regalarse con su carne (8).
Cuando Aldana vino á someter á los Caciques de Pasto, en guerra unos
con Otl'OS,y Ji. apresar á Benalcázar, los indios, con el objeto de arrojar
de sus tierra: á tlln incómodos huéspedes, abandonaron sus sementeras.
Sobrevinieron como consecueucia el hambre y la peste. TJos indios poco
sufrieron, pllrque se ùevoraban un0S á otros. Uno de cllos fue apresado
por haber siio cncontrado llevanùo, ataùas á un cordel, para alimeuto de
los suyos, si,·te llHIllOSIle hombre. Dic;>:ú doce ninos do uucve anos, tra-
bajando cn l.lla :abrau;>:a de Illaí;>:,vieron llegar ~\l'Jre cllo~ H:inle indios
(1) OViCÙlI, L. vr, C. xxx.
(2) Ciezll, f. li4.
(:1) Ill .• f. 5il.
(4) Castellanos, P. Ill, Elegir¿ ci B",cÛcdzúr. (J, HI, Y Cicza. f. [¡i.
(5¡ PiedrulJita, pág. 20:3.
(6) Libro 'Y, Cap. III.
t7) Castel anos. P. III, Elogio ci Benalcdzal', (J. IV.
(8) }'r, p( dro Simón, pág, 264.
CAPÍTULO XIII 127

armados, que lOBapresaron para devorarlos. Se calcula que sólo en aquella


época el número de enerpos humanos que sirvieron de pasto á sus seme-
jantes no bajó d.3 50,000 (1). ¿ Después de esta relación podrá negarse
que los }1acíficoElPastos :fueran antropófagos?
Los habitantes de Anserma y sus alrededores comían carne humana,
como podían atcstiguarlo los cráneos de sus víctimas que coronaban el es-
pacioso cercado del Cacique Quinchía (2).
Los Quinb8yas, aunque habían alcanzado un grado de cultura muy
supe1'Ïor fi. las demás naciones sus vecinas, se saciaban en las grandes or-
gías con la carnE, de los prisioneros (3).
Las tribus nglomoradas en los pequenos valles del departamento de
Antioquia, y las que poblaban la cordillera, ers.n todas antropófagas. Las
casas de los súbllitos del Cacique Nabcmuco parecían'cada una una cllmi·
cería (4). De sns combates traían mujeres y esclavos que encerraban
como ganad) de cría, con el objeto de que se reprodujeran para comer á
SlIS hijos. Cuan¿o las mujeres eran estériles cOl'rían idéntiea suerte. Cos.
tumbres scn:ejantes tenían todos 103 habita.ntes del N.O. del Departa-
mento (5).
Los Guacas hacían salidas nocturnas ã mano armada, se introducían
'sigilosamente á los caseríos de sus vecinos y rob .•ban á sus esposas, que Ile·
vaban á los (JerraIlos; los hijos de estas desgraciadas erar. alimentados con
esmero hasta l!l. edad de trece ó quince af\o~, en que los degollaban y los
servían en sns mesas como manjar escogido (U).
Los Curumes (7), los Guarcumas (8), las tribus dcl Parce y del
Neehí (9), los Iraeas, Cores y Naratupes (10) y los Armas, también gua-
taban de la eamo cIe sus prisioneros. Cieza dice huber visto ã unos indios
de esta última tribu coger á una mujer encinta) sacarle la criatura y des-
pués de haàerla comido, devorar el cuerpo de la madre aprovechando
hasta las innundi::ias (11).
"Yo los "ide un día-dice:más a.delante (12)-comer mlÍll de cien indios
ti indias de 103 que; habían muerto y preso en la. guerra.."
Los Paucuras engordaba.n á los prisioneros en jaulas de guaduas tan
altas yapretf.das, que les era imposible huír. En :os días de las grandes fes-
(1) Picdrahita.
(2) Id., plÍ~. 78.
(H) Id., pág. 202.
(4) Ciezn, f. 30.
(5) Castellf,nos, P. III, Historia de Antwquia, C. x.
(6) Cieza, 1'. 29.
(7) Fr. Pcc.ro tlimón, T. III, pág. 382.
(8) Castellanos, llistoria de Garta.gena, C. VIII.
(9) Id., P. ur. Hi8toria de Antioquia. Introducción.
(10) Fr. Pedro Him6n, pág. 228.
(lI) Cic;¡;a. f. 4:J.
(12) Folio 45.
128 ES'lTDlOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

tividades 1m ponían de rodillas y de un golpe de macana en la parte pos-


terior ad crilleo les dahan la mu¿rte. ~Iuchos indios se arrodillaban ale-
gremente y 'ecibían el golpe mortal cantando BUShazafllls Ó con la sonrisa
en lOf! ¡abies. DespuéB de sacrificados servían de alimento (1), y BUS
cráneos ibar á adornar las mismas jaulas en que los habíau engorrluùo y
los uohíos dJ los jefes.
Los Caraman tas tenían la misma costuOl bre. Semanalmen te sacrifi-
caban lll;s V ctimas á Ull íùolo disforme de madera, l:oloeaJ.o call los brazod
abiertos y el ros~ro mimndo haci:1 el Oriente (2). Los espafiolos fueron
testigos, despllés de UIl combatn, J.e \lna escena de caniulllismo en que
estas inùios se repartieron, para cornel', más ùe 200 cadáveres.
Los castcll:mos a1iullos el 108 Pozos contra los l'aucuras, y estanJ.o en
su campllrmntn, vieron llegar li ellos á IIna inJia. Al yerlos, sobrecogida
de terror, p 'cfirió correr ell dirección á los Pozos, y sin peùirlea gracia ni
merced, se a ''1'odillÓ, inclinó la cabeza y recibiÓ en la nuca el golpe mortal.
Ahi mismo fue devoraJ.a. Esto~ indioa, en el calor de la refriega, se sacia-
ban con la S,Ingre caliente de los heridos (3). Los Pozos y los Paucuflts,
terminado ¡; n combate, repartian entre los guerreros los cadávercs, y sus
cuartos eratl !levados á sus pueblos pal'll aprovisionarse (4).
Cuatro mil Picaras aliados ít los espatloles tomaron como botín, des-
pués de lIlln yi<:toria, trescientos cadáveres que les sirvieron para restable-
cer sus fuel' "as.
Las trihus vecinas á la ciudad de Antioquia saciaban SUil brutales
apetitos con las crudas carnes de los vencidos cuando aun estaban vivos (5).
Detrás de los ejércitos que entre el Cauca y el Parce salían á atacar
ã. Robledo venían las esposas é bijas de los indios call grandes ollas de
barro destinadas para cocinar en ellas los cuerpos de los ,-encidos, ó con
cordelos para atarias y cuchillos de pedernal y cafla para despresarIos (6).
Los aborígencs del Tolima y demás Departamentos dei interior eran
tan crueles y amigos de comer carne humana como los demás.
Los GUllrilloes (7) y Timanaes, los Pijaos y ~:>utimaes, quo en pre-
sencia de lo;! cllstellanos se robaban los cadáveres, eran todos antropó-
fagos (8).
Despul s de la caída heroica de Anasco los soldados de la Cacica
Gaditana sc apoderllron ùe él y de algunos otr'os soldll.dos, y
;1) Ciczu f.43.
(2) Fr. l',~dro ::limón, pág. 230.
(3) Piedl'Ùita, pág. 200.
(4) 1<'1'.P,~dro 8imún, T. m, pág. 333.
(5) Esto lJ vio Cicza, quicn lo refiere en el folio ::;0de bUS Crónicas.
(6) Sardclla..
(7) Caste'lanos, lI¿¡,torw, elel Nuero Reino de Granada, T. II, C. XXV.
(8) Id., P. 1Il, Elogio á Benaù:ázar, C. VIII.
CAPITULO XIII 129

Los caballos y dueños desollados


y de ceniza la pelleja llena.
(Jnos y otros fueron cuarteados,
Para guisarse la nefanda cena,
y de los cascos yá lilllpios y rasos
Para. beber en ellos hacer Vll.S08 (1).

Los ~rllZOShacían guerra li los :Moscas y se los comían (2). A lo;:;


comoat3s iban seguidos Je toù¡n sus mujercs. Estas, dlll'llnto la pelca, se
acn paban e.) descuartizar los catlá veres y ; lenar call sus carnes grandes
mochila~ de fique que cargaban con este objeto. Toní:Ll1carnicerías huma-
nas donde ~endían este alimento en ci pueblo quo hoy lleva csto nom-
bre (3). r~Og 1I{uz0S presontal'on á 108 esp:llloles los cuerpos de SlIS com-
paneros qno habían clesolla.:1o y qnEl conservaban Call sus armas y tan bicn
propar¿H1os, que tenían intacta la barbn., el cabello y Jas pestallas (40).
Los Culimas comían aun Ja carne de SllS má¡¡ cercanos parientes, Antes de
entenar cualquier cadável' lo ponían á soetU' á fuego Jento sobro una
barbacoa, y recogían la nause¡lbu nda gl'asa Ci uc destilaba para beberln. con
chicha (.':í). Para Jas Chocues eJ alimento fll'incipal era Ja carne huma-
na (6), Comían á sus propios hijos, y so saciaban muchas veces Call
Clldávereil (7).
Los Caribes y Uhiricoas hacían guom:. á Ins S:~Jibas 1)00 el Único
fin ae saciar en sus cuerpos eJ apeti to (S).

"La. '7ianëIa ordinaria de los Caberres era ]a carne humana de los enemi-
gos, que buscaban y perliegulan, no tanto para avivar la. guerra, cuanto para
apagar su hamJre" (9).

liemos re2erido breyemente todas estas escellas para mostrar al Jector


cuán feroc:es y sanguinarios fueron los hombres quo antes de Ja conquista
se disputa',)an la posesión de Jas hermosos y pintorescos sitios call que la
divina mano del Creador dotó eJ privilegiado suelo coJombiano. No nos
hemos detenido á describir ninguna de ellas; nuestra pJuma se resistiría
á hacerlo. Yá ESOS infolices recibieron su castigo con el exterminio. El
Cristianismo ha. borrado hasta las huellas de tánta. sangre derramada, y la
cruz del Redentor, símbolo ùc caridad y de amor, ha reemplazado esos
ídolos gl'otescoH, verdadera encarnación de S;Üaná.s, siempre respirando
odio, áviJos siempre de carne humana.

(1) Cflstellano~, P. ur, Elogio á Benalcázfl7', C. vr.


(2) Fr. Pedro SimÓn, pág. 862.
(a) Id. id, pág. 878.
(4) Id, T. n, pig. 70::;.
Fi) Id. ill., P~.;·.867.
(6) PicdrAhita, Pl\g. 280.
(7) Castellano~, P. IT, Elegia n, C. Il.
(8) Cassani,
(9) GumiLII, T. J, pág, 251.
130 ESTt.:DiOS SOBRE J,OS ABORÍGENES DE COLO)IBlA

El extl'rmíni) ostaba yá decretado á esas ra7.as desnaturalizadas. No


se crea que fueroll unos miJIares de soldados espafioles los que en pocos
aflos barrieron con pueblos tan numerosos. Verdugos que hubieran sido.
no habrían alcan::ado á llenar tarea tan enorme. Algo ayadaron bIb pes-
tea, el ham bro, 108 rudos trabajos y aun las balas de los IH'cabllces, pero la
causa principal :'uc la antropofagía. Yá Ilcmos \'isto cómo en nn :¡!lo,
en sólo cI villIe de Popayán, 50,000 inùividuos habían desaparecido en
los vientres (lc SIlSsemejantes. Los estómagos de los Pijaos y Pl1tirnaes
fueron el sepulcro de la nación Quimbaya, de la 'Jllal no qneoó un solo
individuo como reliquia de raza tan industriosa. En el extenso va)l(! del
Cauca no so ven ni vest;gios ùe habitaciones; nada que recuerde quo allí
se agitaron numerosas parcialidades quo las tribus do la. cordillera llovaron
á sus casas para alimento de sus mujores é hijos. :S-o exageramos al decir
que un cincuenta por ciento de los indios qne desapal'eciel'Oll despuíis de
la conquista, fueron víctimas del insaciable apetito ùe sus enemigos de
raza cobriza.
Muy natunl es suponer quu muchos de estos devoradores ùe cadáYe-
res murieran lor comecuencia de su asqueroso apetito. Aquellos que
comían la carn,) cruda de los que sucumbían por enfermedad, en mnches
casos aùsorbíall los gérmenes do ella, en otros se envenenaban con 108 alea-
loides ca¡lavérbos yá desarrollados. Recordamos 01 caso do un aliado do los
espafloles quo ¡leapnés de un combate con los Pijaos pidió autol'ización,
que le fne concedida, ùe comerse un cadáver; terminada sn cena, murió
repenti namen1 e.
1'\0 tememos, al cerrar este yá largo capítulo, asegurar r¡ue el mejor
aliado de los e:lpalloleil en la gucrra de la Conqu~sta tue la voracidad in·
saciable ¡Je 103 indios, que los llevab:\ á destl'llíl'de unos IL otros para pro-
curarse el alimento cotidiano.

OAPITULO XIV

VESTIDO

Los indios por lo general cuidaban mucho de su cabello, al mismo


tiempo qne s~ arrancaban los pelos de la barba.
Al pelo lacio, negro y abunJ.ante ell todos ellos, le conservaban el bri-
llo con llceib} de palma, y el color con jugo de jagl1ll, que cnnegrecÍll al
contacto del aire.
Casi siompre lo cortaban sobre h\ frento á manera de capul, y lo de-
jaban caer sJbre las espaldas, ya tal cual crecía, ya. emparejándolo para
que cayera 1:icn igual.
CAPÍTULO XIV 131

HacíallllSù de peinillas ùe llmClL1HL y de R3tillùs (le palma, con las


cuales lo ase?;tlmlmn recogido ell roscl!. sobre lã cabeza. Sólo las tribuB
nómadcs Yllq;¡ellas qve, como lo~ Pij¡\Oil, vivian do l'u.pilla, usaban el pelo
corto; otros, como los Oatios, lo I'ILpaban cuando mlirchabun al combate.
La variedad de coronas, ùiaùemas, gorretes, solideos, monteras, etc.,
que empleab:m, camGiaba mucho ùo una tribu á atm (1), Los hacían de
oro, do algodón y do pieles; de paja, de dientes de tigre; y finalmente de
plumas. A hs fiestas y Il los combates mal'chaban siempre eDil los gorros
que acostumbraban, poro recargados de penachos de plumas.
En los pueblos de raza amarilIala barba. eróLsumamente eSClLsa.Arran-
caban el vello de la cara ccn las ullas Ó call pinzlLs de oro. En 103 Lla-
nos yen el OhocÓ empleaban unturas especiale3 que al quitadas sacaban el
vello de raíz.
La barba la reomplazaban por la pintura. Bn tuùas las tribus el gran
lujo consistía en las pinturas con que llenaban el cuerpo. Empleaban para
esto el rojo, el negro, el Bzul y el amarillo. Los d ¡bujos en IIna~ tribus
los hacían á. ma.no, con pincel; en otras por medio de cilindl"Os do barro
con grabados en relieve. Las partes salientes iban embadurnadas con el
color que debían aplicar, y corrían sobre el cuel'po los cilindros, desarro-
llando el dibujo que en ellos había trazado, J<~stos,en muchas tribus,
reemplazaban el vestido que no usaban. PonÍa;1 especial esmero en la va-
riedad àe je'Ylls le oro con que se adornaban. OIlBCOS y diademaB relucían
sobro BUS c.lbezl\s; aros y pendientes adomsban el pabellón de la oreja ó
colgaban dtl ella; narigueras do todos tamallos y de mil formas capricho-
sas atravesaban el cartílago de la nariz; gargantillas ùe callutos de oro, de
d¡jes pequell.os en que se esmcraban en copiar ;os insectos y otros produc-
tos de la naturaleza; grandes patenas, redondas fajas quc, p!ll,tiendo de los
hombros, so crIlzaban "obre el pecho; plll8eras, brazal es, cenidorcs, amén
de ()strcllitlls, cascabeles, y piezas ligel'a!! COllque recargaban sus maures
cuando no estahan éstos reemplazados )JUl'anchas fajas do oro flexible.
Pasaremos en rcvista cI vestido usado por algunas tribus.
Los indios del Vulle dc Eupal'i sólo se cubrían con algunas planchas
(10 01'0, Eran sus mujeres desuudas ninfas

Con piezas rica!! que pendientes


Van de nariz, orejas y cuel1os;
Muñecatl y mollidos rodead.os
De brazaletes de oro mal labrados (2),
A los Cocinas "jam~B ropa. ni atavfo
 BUSnerviOBos mit'mbros embarceja."

lI) .Artículo, especiales con algunas descripciones de los que traen las crónicas
comparadas ·~on las que se ven en IlLS figuras quc hemos catalogado, Ilcrvirán de com-
plemento á (,ste trabajo.
l2) Castellanos, 1'. lI, C. l.
9
132 EeTUDH>S SOBRE 1.OS ABOHÍGENES DE COLollBIA

Los Tamalamequea peleaban


Todos con "uperbí~imos plumajes
.Joyas de oro, petos y brazaletes.
Dístinguíase el capitán por sus ricos brazaleLes y su peto,
y ansr mismo celada de oro flno (1).
Los iuiios de ~"nta l\1arta se vestían con tellls de algojónj algunos
usaban un \ simple mantellina quo lcs cllÎa hacía atrás. Las ml1jerlls an-
daban más abrigadas; además de ulla manta elle les bajaba á la ciutura, se
tapaban CO:1 otra que las cubrb completamente. Los dias de fiEsta se eu-
galanaban l~on curiosas plumeri'ls que formaban dibujos cílpriehosos (2).
Los Tuironas y Guareblleallcs, muy Ilumerosos, iban los primeros
lU uy vestidos y galanes i
los otros
Han por bien andar en pelo,
Solamente la parte vergonzosa,
Con oro cubren ó con otra. cosa.,
Ell UDa calabazuela com(lDmeute (3).
EStoB Últimos por torio vestido acostumbraban muchas JOYllsyeha-
guaIaa en la nariz, orejas, cuello, brazos y molIedos.
Los indios del bajo Magdalena
No tenraB cubierta. que 108 vista j
Oro labrado traen ellos y ellas
En oreja!!, narices y los cuellos" (4)
LOBad(lrnos de que más hacian uso consistían en águilas dH oro, pe-
tos y celadas.
Los só hditos del Cacique Aru bare tenían
Mantl\ll de a.lgodón tejidas,
Pintadas con pincel y coloradas.
Como so ve, las tribuB del departamento del Magdalena ell su ma-
yor parte no andaban desnudas, sin embargo de que no eran las más pudo-
rOBasy de mejores costumbres.
Recordará el lector que el pecado nefando reinaba en aquellas costas,
y ùo tal mallo, que en muchos bohíos se veían guardil\nes y personaB del
servicio veslidos como las mojeres ...•
'fooos los habitan tes del O~iente del Magdalena salian desnudos; sólo
en los brazoi, tobillos y sienes llevaban fajas ùe oro, curiosamente labra-
dus y de Ullll flexibilidad digna de llamar ]a atención.
De esta:! fajus usaban en casi todas las tribus para cenirlas en distin-

(1) C., P. II, E. l, C. II.


(2) CastelI'lnos, IIi8tQria dl Santa Jfart-]" Cap. l.
(3) Id. íd.. Cap. It.
(4) Id. id. Cap. m.
CAPITULO .:rIV 133

tas partes dd cuerpo. Describiremos aJgulllls en el estudio que dedica·


mas á 103 Quimbayas. Más qne todo Jas usa 1!ln como diaùemas y coronas.
Las mujercs del Sinú, de buen parecer, vcstÍan con mantas de algo-
dón finanent:e labradas. Los hombres andaban desnc<los. Lo mismo en
la tribu de 'I 01 Ú.
En Cart 1gena y iUS alrededores
l)e~nudez era el arreo
Anst de hembras como de varones (1).

Más al XOl'tc ~n Zamba


Ha~ta partes impudentes
Suelen lindar abiertas y patel1tes.

Los <le Cil'aclla andaban desnudos, pero


Traían por los eu¡,llos y muñecas
Cuentas de oro y otros ornamentos
De chaquiras compuestas li SUBrnecaB.
Labradas con mal prim03 instrumentos (2).

Al Occidente de Tolú las mujeres usaban una manteJlina de algodón


delgaùa:y fiM, pintada unas veces Yblanca otras. Esta las cubría deede
la cintnrs. hasta los pics. El mismo vestido l'evaban las mujeres de Nuti-
bara (3).
El gran jujo de los caciques cunas consi9tía en diademas de oro. Los
días de gala vcstían una manta larga, de algod6n, adornada abajo con una
franja. Además tenían collares do dientes de tigre Y chagualas de oro
en figura de conchas. SUB súbditos usaban piLturaB; las mujeres se hacían
en III cara líneas rojas, Y los hombres dibujaban su cuerpo con bija (4-).
Además Itlsll'1ujeresllevabsn el cuello Y los brazos cargados de sartas de
cuentas pequonas de varios coloros. !Isbia persona que llevara á. su cuello
3006 400 gargantillas.
Los habit!lUtes del rosto del Istmo andaban desnudos, cubriendo las
partes honcstas con maures pequenos de canutillos de oro. En sus excur-
siones por la cordillera calzaban cuel'OS de Nnada á manora do abarcas.
En m llchos puntos, en el Cauca especialmente, \levaban los hombrcs
pOI' único vestido un corllellltado á la cintura. Los Gnaipies andaban (los-
nudos (5).
Las mujerns patias sc cllbl'Ían con mant3.S pequenas, de algodón, Y'
tmían collBl'es ,Ic mosquitos clc oro fino y de oro bajo, "muy galanes y
vistosos. "
(1) Historia lie Cartagena, P. III, C. J.
(2) Id. Í'l., C. III.
(3) Ciezs ..
(4) Wafer.
(5) Castellanos, P. Ir, E. III, C. l.
134 ESruDIOS BOBltE LOS ABORÍGENES DE COLOMDlA

Los Pastos, los indios más:desascados de cuantos pisaban nuostro Euelo,


llevaban una m:mta de tt'es á cuatro varas de largo, á la cual dabar. una
vuelta por la garganta y otra por la cintura. Con la tira superior de la
manta se cubrís,n la cabeza. Las hacían de algodón, do cortezas y dl3 una
yerba seca. Las mujeres se cubrían desde los pechos hasta las rodillas con
una tola Há ma:lera de costal." Tan sucios eran estos indi viduos. que un
Rey inca, Gua) nacapac, para conseguir quo se limpiaran la cabezl~, les
impuso el tribu;o do un canutillo de plumas lleno de piojos, que tenía
quo pagar cada indio en cada luna.
SUIl vecines, IL's Quillancingas, se ponían un maure que les tapaba
las partes y que cubría una manta cosida, de algodóu, ancha y abierta
por los costador. Las mujeres llevaban al rededor de la cintura una faja
angosta, J la misma manta que les caía sobre los pechos y lãs espaldas, la
tenían ai r08l1Ille n te bordada al rodedor del cuello.
Los Ura:llll!S andaban destludos (1); sólo cubrían lo que alcanza-
ban á tapar eoI' cuentas de vi~rio entrotejidas con granos do oro, en las
gargantas ùe 103 pics, las mul'iecas y los brazos (2).
Los Popay mes se ceíi.ían el cuel'po en rams (ocasiones con una a.ngos-
ta faja de algo¿ Ón. Las mujeres usaban de continuo este mismo vestido.
Adornábllllse con collares de joyuellls de oro ba}) (3). Los jefes tenían
además rl ¡ademas de oro, petos y brazales.
Los Gorre nes traían maur~s mientras sus mujeres se cubrían con
mantas de algodón (4).
Los Ihrba'~oa~ cllbrínn las partes con caracoles y las mujerlls con
maures de hojas.
Bnt!"ü los 2ical'lIs, lOll sonores usaban mll.lll·èS (5); los Buritic;:les se
ponían tl,las l:e algodón primorosamente pintadas (6); los de Cartama
solían úliíearnonte tapar las partes; los Paucuras se ,estían con mantas
pequeflas (7); bs Tahll.míes iban á todas partes desnudos (8), y Jo mismo
los Ku tabes (9'.
La mayor parte de los habitantcs do lo que forma hoy los Departamen-
tos de Antioquill y Cauca, poco se cuillab:ln de cubrir su desnudez; en
cambio ponían especial empeflo cn recargarse ùo alhajas de oro y collares
do conchas, pilldras, huosos y aun objetos do bano.
(1) Historia ce Cartagena, P. III. C. IV.
(2) }'r. Pedrl' Simón, T. lIT, pág. 41-
(3) Id. íd., pig. 170.
(4) Cieza, f. 71.
(5) Id., f. 46,
(ll) Pro Pedro Simóo, pág. 219.
(7) Cieza, f. 42.
(8) Historia (~ Antwguia. introducción.
(9) Id. íd.
CAPÍTULO XIV 135

Las tribus ùe Santander y Cllndinamarca, especialmento las que ha-


bitaban en III parte alta de la cordillera, vostían todas telas de algodón.
Los de tiorm caliente andaban desnudos.
Loe Guanes tenían ropajcs
De telas de algodón que van tejidas
Con hilos variados en colores;
Con una se rodean la cintura
y otra que de los hombros va.pendiente
Al Izquierdo trabada con un nudo
Dado eon los extremos de la manta;
Traje también camOn á las mojeres
Que por honestidad y más resguardo
Usan debajo pampanillas
Con que cobren las partes impudentes
Lai casadas .... (1)
Las solteras no tenían esta precaución.
Los Tocaimas andaban desnudos; el cuello, los molledos. gargantas
de los pies, y partes deshonestas, los medio cubrían con alhajas de oro y
cuentas de distintos colores. El vestido de sus caciques sólo se distinguía
del de sus súbditos en el mayor recargo dA joyas más finas (2).
Los maurcs de los Chibchas eran trabajados con esmero, hilaban el
algodón y lo tejían con SUUlO cuidado. Los pintaban primorosamente, con
finos y vistosos colores, desechando el blanco y el negro, que en poco
aprecio tenían. Ataban este vestido sobre el hombro izquierdo en un nudo
Ó con un alfiler ó topo de oro.
En el reino de Tunja cada individuo llevaba dos túnicas, una que lOB
cubría h'lsta las rodillas y un manto cuadrado prendido del hombro de-
recho y lLtado al izquierdo. Los dibujos y labores indicaban el rango y
nobleza de quienes los usaban. Los Chibchas, como los indios de las demás
tribus, andaban desllalzos.
Las mantas las pintaban con cilindros de barro, semejant.es á lOBque
usaban parll embijarse; en algunos puntos, como en Tora, hacían cste
trabajo {. pillcel (3).
En ~runja hallaron los espanoles, además de una infinidad de alhajas,
muchas piedraslubradus, y especialmente esmeraldas, la piedra más bus-
cada por los Ohibchas paru sus vestidos.
Los hab, tantes do las orillas del Meta vagllb¡m desnudos en los mon-
tes y llanos, I' así permanecían en sus puebl::>s.
Los Coli mas no usuban mas ropaje ni otro abrigo que el que les dio la
naturaleza. Llevaban algunos una cuerda al cinto con pequenoil aderezos
que lea clbrínn las partes deshonestas. Esto vestido era común á indivi-
(1) Hüto1'ia del Nue'/)() Reino de Granada, C. :u.
(2) Fr. Pedro Simón, T. Il, pág. 630.
(3) Acosta, 117.
13G ES::UDlOS SORHE LOS AllOHÍGENES !JE COLOMIHA

dnos de ambos B'~XOS. Las rameras acostumbraban cubrirse con una Inanta
desde los pechos hasta la eBpinilla; ponían otra manta máB ancha encima:
el cabello, largo y bien peinado, lo adornaban con cuentas de divorsos colo-
res, y lo mismo los brazos, pul'los, pantorrillas y gargantas de los pieB,
Tal vez nUllca Be vio otra nación donde las doncellas y las honestas
esposas acostumbrasen andar desnudaB, mientras las mujeres púl,licas
cubrían BUScuerpoB.
Dicen los cl'onistas que las CnlimaB eran h'3rmOBaSy de bellos ros-
tros (1). Los Muzos andaban desnuùos, menos los Benores, que llevabau
capa de algodón.
LOBhabitar tes de la cordillem que Beparaba .1 los Sogamosos d,~ los
Llanos, traían mantas que les cubrían hasta los pies, dejándoles Únicamente
desnudos lOBbr~zos y la cabeza.
En las tribuB del Tolima casi todoa andaban desnudos.
Yá que la premura del tiempo no nos permite dar por ahora ma.yored
detalles del vest do que usaban los indios en cada tribu, haremos sí una
reflexi6n para terminar.
Poco se cui,laban los primeros habitantes de Colombia en cubrir su
desnudez, pcro lií hacían cuanto podían por conseguir alhajas ùe 01'0 y
cuentas de piedm para adornar BUcnerpo. El lujo para ellos no com;istía
en QI vestido sino en el primor de, las pinturas, en el recargo de sus plu-
maB y en las alhajas de oro, caracoles y piedras labradas.
El oro lo conseguían por cambio los quo no lo poseían; los Chibchas
y los QllimbayaE por sal y mantas; desde Santa Marta llegaban hast;, Bo-
gotá los earacol(,!! marinos y las piedras labradas que allá trabajaban con
perfección.

CAPITULO XV

GUERRAS

LaB tribu" (:olombianas, como todas las que habitaban el continente


americano, eran guerreras. Las más hacían del batallar una necesihri.
El amor al pillaje, el apetito de carne humana y el in3tinto de tles;rtlc·
ción, las cmpuj Iba á vivir en gnOl'l'll.permanente.
Unas pocas. como los Ql1imbayas, oran guol'l'eras por oblig;LCión. Golo-
eadas cn trc tribus enemigas, teníllll r¡ne vi \'ir en alarma permanell te para
deCenùerse de ms incursiones II muno armulla.
JamlÍs esto~ indios acostumbraron gritar ¡quión vive! ¡hsle 'rlC veían
(1) Fl'. Pedro 3imón, 'l'. II, pág. 865.
CAPíTULO XV 137

en sus tierras hombres de otm tribu ó de otra raza, salían á su encuentro J


disparaban sus armas. Los Chibchas, sin embargo, tenían por costnmbro
-enviar cartelca de desafio á sua enemigos, á los de la misma tribu por lo
men03. Antes del combate cada jeft3 arengaba al enemigo.
u. víspera de una pelea era costumbre muy general reunirse todos
los indios en unA.borrachera, y los ataql1cs los hacían casi siempre á la al-
borada.
Los Chibchas se preparaban al combate Call un largo ayuno y oraciones
públicas, en quo peùían la victoria lÍ. Bochica. Se reunían por parcialida-
des en el pleblo del Cacique princip:11. Ca'la jefe tenía su estandarte, al
rededor del cual se junb1bl\n todos sus sÚbditos.
Eu las guazabams, las tribus má!! bárbaras salían á polenr cn monto-
neras, obrando carla cual por BlI propio instinto. Entrc !:ts más gue-
rreras Ealían en escuadrones. Los bnceros y los solùlldos de macana ade-
lante, los ùe honùlis y picdras en el centro, y en 111retagnarilía los indios
flecheros.
Las mui-al'es los acompaflaball al combate carganùo con los alimentad,
las piedras .Y las redes ó vasijl\s destinaùas á llevar la carne do los pri-
sioneros.
Los .'-rmas, Quimbayas y Clll'l"apllBllevaban al combate banderas de
algodón, ricamente adornadas Call cailcabelss y dije:; ,le oro; los Chibchas
cargaban con los cuerpos momificaùoil,le SlISjefes mlÍs valientes y afortuna-
dos en la carrera militar, para infundir valol' en el ánimo de los soldados.
A los combates iban como á sus fiestas, recargaclos con todas sus alha-
jas y con profusión de plumas; los dibujos Le bija con qne adornaban su
cuerpo representaban en esta ocasión figuras monstruosas, exagerando
la pintura de la cara para oatentar un aspecto atorrador.
En e} momento del encuentro todoBlanzaban al ¿dre gritos destempla-
dos y tocaban con fuerza sus atambores, cafacoles y pitos de guerra.· De
aquí vien(' la palabra guazabora dada á sus combates por los espafloles.
Sus a:rmas defensivas consistían en placs-s de oro y de cobre. Los Ar-
mas-y de allí les vino su nombre-salían cubiertos de pies á cabeza con
láminas ùo oro" Llegando á Maitamac, dice Sardella, salieron 6,000 hom-
breB al encuentro de 108 espafioles, "todos cubiertos con láminas de oro."
En J05 LIl>uos, en unas pocus tribus de la cordillera, y en otms de las
márgenes del Magùalena, llevaban rodelas, unas pequel'lus, y otms que los
defendían de los píes á la cabeza. Fabr-icátJlln ¡liS con pieles de animales y
especialmente e:H: cuero de manatí.
Camo lIrma para el ataql1e usuban la tira¡}uà ('Il tre los Chibchas, arma
casi inofensiva contra IllS personas vestidas. Enl: ~ demás tribus las flechas
erall de uso glJneral, y las arrojaban por Ill('ùio dè arCOB.MRChos ncostum-
138 EbTUDIOS SODRE LOS AR0RÍGEXES DE COLOMBIA

braban envellenarl:ls, otros las h4CíllU con cspinas de pescaùo y huesos hu-
manos laùrados; la mayor parta las fabricaban con astillas de palma 6 ma-
cana con puntas d,} sierra. Largas lanzas de macana, bastones largos, y
posados rompecabl~zas de punta redonda y con pÚas, fuertes macanas
de doble cùrte, cono espada, cte., eran lus armas más acostumbradas. Pe-
leaban casi siempre en campo raso, retirándose á sus fortl,lezas de madera.
ó á los obstãculos naturales cuando se veian muy acosados.
Los combate. cran encarnizados. Todos tenían qne batirse con valor,
pues sabían la tritite suerte que se les csperaba si caía.n vivos en manos de
sua enemigos.
Después de la lucha los vencidos se retiraban á los montes. Los ~etl-
cedores S6 entrefaban á la orgía. Loa prisioneros morían en medio dEllos
más crueles torn.entos. Muchas veces eran devorados vivos por IlUS mise-
rables enemigos.
Los Chibchlls, terminada la acción, se reunían á dar gl'acias á BCochi-
ea, si habían sido victoriosos; á lamentar las faltas que les habían atraído·
su cólera, si habían sido vencidos.
Por lo general los indios eran indiaciplinados; pero en c!lmbio infati-
gables y de una resistencia poco común contra el hambre y la sed. Los
Goajiros se dist.nguían especialmente en esto.
Daremos una rápida revista de las armas que con especialidad acos-
tumbraban en (:ada tribu.
Los Tayronas y Uparis blandían pesadas mazas y llevaban SU8 flechas
en carcajes (1); los Pocigueycas les envenenaban la punta, y lo misIno los
Samarios; estofo Últimos acostumbraban además lanzar durante el comba-
te piedras y dardos; cuaudo luchaban cuerpo á cuerpo sacaban lanzas y
macanas (2). JJos demás habitantes de la Costa Atlántica y de las orillas
del río Magda' ena y sus afluentes, envenenaban 3US flechas (3).
Los Turh leOS (4) Y Calamares empon7.o1'1aban los dardos que lll~vaban
en carcaj y se ::lefenùían con lanzas y macanas. 1.18s mujeres tomaban par-
te en el comb lte y se batían con valor.
Llls inl}jcs (le la Costa Atlántica del Istmo se distinguían por las
grandes dimensiones que daban á sus arcos, de una madera resistente que
sacaban de Ulla palmera. El voneno para sus llgudss flechas 10 extraían
de las raiccs del manzanilla, cuya infusión ponían á evaporar en vasijas
de barro hasta obtencr una pastil quo amasaban con hormigas del tama.-
no de un escarabajo cllda nna. gnwdes aranas, gusanos largos y pelu-
dos, alas de murciélago, la ralwza y cola de un pez que los e3panoles.
----- .- ..--- ----------.----
(1) ~lIstclhn')s. P. IT, ¡¡;lngio de ]l'lM.o. C. m.
12) Fr. Pedro SimÚn, T. Ill, PÍlg. 815.
(3) Ull8tellllDOS. Hi.1tor¡". del Nu.eoo Reino de Gran'/(Mt, T. r, C. XIV.
(4) Fr. P(~ro Simón. T. III, pág. G8.
CAPÍTULO XV 139

llamaban tamborino, ranas y colas de culebras, rrutas de manzaniJ10 y


yerbas y raiees. Esta mezcla, que parcce rcceta de brujas, la colocaban
Bobre el fuego, en una olIa de barro y en nedio de un llano despoblado.
Una esclava ó india vieja tenía que revolver los ing¡'edíentes hasta caer
muerta. LOll Cunas lanzaban pequellos dardos con punta de arp6n enve-
nenada, por medio de cerbatanas.
Loe Umbaes usaban lanzas y ùardos (1); ]os Patias defendían sus
cuerpos de I:LS puntas de las flechas, con pa veses de danta que los cubrían
de los pies á. la garganta; para el ataque llevaban lanzas y dardos de maca.-
na, pulidos eon esmero. Acostumbraban poner en los caminos redes de
cuerdas bien disimuladas para atajar la. marcha IÍ. sus enemigos. Los Po-
payanes se defendían detrás de sus fortalezas con paveses, dardos, lanzas
y macanas (2). Los Jamundís sólo conocían los dardos y las macanas.
Lo!! soldados de Petetny tenían dardos, flechas y macanas, y las mu-
jeres pe:eab:¡,n con largas picas, jáculos y piedras.
Los ant'guos habitantcs de la provincia de Antioquia, especialmente
los Nares, J¡¡,nzaban con sus arcos dardos y flechas; con las hondas, pie-
dras, y esgrimían con habilidad lanzas y macanas (3).
Escuadrones de gentes armadas de picas defendían las casas altas de
los Chococs; desde a1Ií lanzaban flechas y piedras á los asa1tantes (4).
LOE Porces envenenaban las flechas; los Pequis y Picaras se defen-
dían co:!) poderosas macallas y regaban en los camintls púas envene-
nadas (:5).
IJos A1'mas tenían escuadrones da lanceros, y llevaban al combate
bandera3 de 3lgodón adornadas con ricas alhajas de oro.
En el departamento de Santander se distinguían los guerreros pOT
el largo desmesurado de las lanzas de tostadas puntas; llevaban además
macanas y ti raderas.
IJos 'l'undamas eran mny diestros par!!. lanzar piedras, flechas, dar-
ilos, jáculos, y no desdellaban empufiar fue~'tes macanas y picas de punta
retostadJ. Sembraban los caminos con agudas púas. Sus armas defen-
sivas eran largos paveses y placlls de oro que lcs cubrían parte del pecho.
Los Chibchas marchaban al comoate?or pa.rcialidndes; cada gue-
rrero reconocía á su jefe por el estitndarte y vestido quo llevaba. Su arma
principal cm la tiradera, que CasteIlanos describe como sigue:
Son unos dardillos de cari"izo
Con puntas de durísima. madera

(1) CbZB, l. GS.


(2) Castellanos, P. m, Elegía á Benalcázal', C. m.
(S) Ci'3Z8. f. 579.
(4) Castellanos, P. m, lJi8Wria de Antioqui8, O. x.
(5) Id íd., C. YIII.
140 ESTUDIOS SOBRE LUS ABORÍGENES /JE COLOMBIA

Que tiran con amlentos, no de hilo,


Blno con un palillo de dos palmos
Del grueso de la flecha, prolongado
Con él la tercia parte de la oaña.
Este tiene dos ganchos afljados,
Distantes cada cual en un extremo
Del amlento que digo; con el uno
Ocupan el pie raza del dardlllo,
y el otro con el rndice corvado,
Aprietan con la. flecha juntamente
Hasta que el jácuJo se desembaraza,
Btc'gúnla fuerza del que lo despide.
Es arma limpia de mortal veneno (1).

Además de esta lU'ma acostumbraban pelear COll maclinas de doble


corte, piclls, hor das, y más rara vez con dardos y flechas.
Las flechas 'n vCllcnadas y IllS macullas crau las armas de los Mu:~os y
Colimas (2).
Los discipli1ados escuadrones de los Panches iblln acompallados de
las mujeres de h. tribu que cargaban los dardos y los zurrones llenos de
pied rat URaban pllvcses, largas piclls, mazas, arcos y flechas, cerbatanas
y saetas emplumadas que por ellail lanzaban (3).
Las armas mãs comunes de los habitantes de los Llanos erall las
flechas, lallzas ,le punta excesivamente sólida y pesadísimas macanas;
defendísll sus cuerpos con broqueies y rodelas. Los Jaguas preferían las
lanzas largas, ùardos y paveses (4); los Guaipies, )/lS usagayas y paveses;
JOB :Matareguas, las picas.

Los Chocues se defendían con rodelas de madera, dardos y pi~les, lan-


zas que fabricaban con las canillas de sus enemigos, quo afilaban y empa-
taban en largaH astas y macanss de palma. Acostumbraban también
sembrar púas en los caminos.
Las lanzas de los Páeces medían "einticinco palmos cada una; BUS
arcos en propomión; las macanas de los Timanaes eran de tal peso, que
tenían que levantarIas á dos manos. Estos últimoB manejaban COD des-
treza las honùaë y el'arco, y eran hábiles cu el manejo de las lanzas.
Si los indi03 tenían contra los espanoles IllS desventajas de las armllll
y de la disciplIna, les eran en cambio superiores en urdir estratagemas,
disimular embe·scadas, ocultar BU presencia, y en las sorpresas do im-
proviso (5).
(1) Castel1aDoll, llisWria del Nuel)O Reino cù Granada, T. r. C. r.
(~) Id. íd., C. XXIII.
(3) Id. íd., C. v.
(4) Id., Elegía ur, C. H.
(5) Castellano.l, P. Ir, E. II, C. Il.
CAPÍTULO XVI 141

CAPITULO XVI

ENTIERIWS

Desde que el indio enfermaba g1'l\vemente, sus compafieros le conside-


raban como un sér nulo, inútil yá para la guerra y estorboso para la so-
ciedad.
Muehns veces le daban mnel·te pRr:\ qne tlejllra descansar á lOB su-
yos (1); Jtra, lo 811üaban á despoblado y Jo auandonaban Cil un rancho con
pan yagua. Los Uhibchas hacían ort\ciones y sacrificios á SUBdioBeBpara
conseguir la salud; 108 Cll.rmpas se encomcr,dab:lll al Demonio.
En toda" las tribus de raza caribe, y en aquellas en que el mohán cm
médico.l' herbolario, le llamaban á la cabecera del enfermo. Las enferme-
dades, segúQ ellos, provenían de espíritus maléficosque se pOflesionaban
del cuer}o dol individuo; al arrojar á éstos debía sanar.
El mohin iba á casa del moribundo disfrazado con máscaras gro-
tescas, cubiorto con pieles de animales ó con alas de plumas; pintábase el
cuerpo c:>n fiJuras aterradoras, y se provcía de algllllos fetiches, de un tam-
bor sonero y de instrumentos de agudos sonidos.
Conjuraba á lo~ espíritus malos que abandonaran el cuerpo del pa-
ciente, J pedía á sus fetiches ó al Demonio le ayuùaran en la tarca, Toca-
ba el atambor, las flautall, gritaba, corría y hacía el mayor ruido posible
para obljg~r li los c3píritus á salil', )[uchas "oces con tanto estruendo sólo
clalma del (;afermo abandonaba su cuerpo.
Estos mohanes eran muy farsantes, y acostumbraban en ocasiones lle-
var algú;l gusano, una piedra Ú otro objeto. Después de la conjuración
chupaban la p80rtc adolorida del individuo y con mucha destreza lo pre-
sentaban aquello que traían, haciéndole CI'eCl' que pronto sanaría, pues
que le h;lbían extraído la causa del mal.
Los indl:>s poseían yerbas de efecto mara\"illoso paru sus curaciones.
Conocían el contraveneno de cl\si todas las pica1lllras ponzoilosas; sana-
ban con facilida:l toda cluse de heriùas, y tení III método pam curar las
fiebres, las bubas, etc. (2).
Cuando moría Ull individuo lo enterrab:in siempre con sus armas y
algunos :dim~ntos. Tenían ulla idea vagllde III inmortalidad; nó que cre-
yeran que el alma, pura escncia, fuera ã otras ebreras á gozar do deleitc5
descollocido¡¡ en la tierra. El que moría, creían ellos, il'ia á otras tierras
y allí tell:lría "aJenos raíces, súbditos, mujl3res y alimentos como en ésta;
(1, Pi}dralJita, pág. 246,
(2) O"iedc.
142 ES1 UDIOS SORRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

y que al deBpertar cn la etcrnidad, iba á Beguir lA misma vida materiAl que


aquí había lleva lo.
LOB ChibclJl1s creían no sólo ell otra vida, sino quo má s tard,) sus
cuerpos habían de resucitar y volver á poblar la tierra. Mientras tanto
el alma, pOBeída de lOBmiBmoa apetito!! groseros de la carne, bajaba, con
laB provisiones que ponian en su scpulcro, al scnl) de la tierra. Atra-
Tesaba una capa de greda amarilla y luégo otra de negro fango, llegaba á
orillas de un caudaloso río que paaaba en una balsa de tela de arafla, y
abordaba á la minai6n de los espíritus.
Loa PopaYlnes creían que las almaa de loa difuntos iban á. encarnar-
Ile en los cuerpos de los ninos. Los Guacaa y muchos más no creían on la
inmortalidad. Lla amigos y parientes del difunto se reunían en su casa á
llorarle y contar sus hazafias. El llanto duraba mientras les daban chicha;
acabada éBta, Be secaban laB lágrimaB y calmábanse laB quejas.
Los PopaYllnes reducían á cenizas los cuerpos de SUEIdifuntos; loa
ChocoeB loa ponían en barbacoaB, y allí lOB secaban Ii luego lento. Am-
bOBprocedimien,,;os eran acostumbrados por otras tribus, especialmente
con los cadávere3 de BUSjefes.
Quemado é nó, el cuerpo era colocado en BUsepulcro, con víveres
para la otra vida, armas, algunas de BUSmujereB más queridas Y de 8UB
esclAVOSmás fieles.
Les Chibchlls conBervaban momificados lOBcuerpos de sus jefes gue-
rreros.
LOBsacerdotes de Sogamoso, 10ElabueloB del Cacique Comagre, etc.,
también eran cl)locados en oepartamentos eBpeciales, después de baber
sido secados á fuego lento.
Entre los Ohibchas el vulgo era enterrado en hoyoB poco profundos,
alIado de los cuales plantaban un árbol como recuerdo. A los más ricoB
Jes hacían sepukros protegidos por muros de piedra.
A los que ID orían de calenturas, dolor de costado, etc., los enterraban
perfumados con trementina, J en lugares apartados, y marcaban la tnmba
con una cruz qUll colocaban sobro el lado àerecho (1).
Gracias á las costumbrcs do los indios de hacerse enterrar con BUS
bienes, hornos podido recoger los objetos que figurarán en la ExposiciÓn do
Madrid. Gracia3 á ellos han podido sacar nuestros guaquoros preciosos
tesoros para la ciencia. Los espanoles explotaron mucho los sepulcros, y de
ellos sacaron grsndes riquezas. En uno de éstos, aun fresco, cerca do Bo-
gotá, se encontraron 8,000 pesos en joyas de oro. Un ataúd de finíBimo
oro, hecho á manera de linternilla, leB produjo *
6,000. Del Sinú ext.raje-
ron en un sõlo día. 300,000.
(1) Ponen cruces Bobre los sepulcros
De aquellos que murieron de heridlll.
CAl'ÍTL'LO XVI 143

Yá que tratamos del SinúJ diremo~ cómo acostumbraban ullí hacer


sus tumbas, pues â esto nos referimos ell el o8tuùio sobre los Quimbayas .
.El modo más común de sepultar fi. los muertos era colocá.ndolos ¡í
una gran profundidad en una bóveda y COllb cabeza. hacia cI Oriente,
con sus armas y joyas alIado izquierdo, yal rellador tinajas de chicha y
bebidas fermentadas, maíz en grallo y piedras para molerlo. Cubierta. esta
bóveda, colocaban en otras, labradas en las paredos del hoyo, algunas de
BUS mujcles y esclavos, que previamente emborrachaban, y sobro el todo
echaban una capa de tierra, y mientras les duraba In chicha seguían echan-
do tierra hast:l formar una pirámide más ó Llenos alta. Entro estos sepul-
cros habíl un:>s de forma cónica y otros más ó menJS cuadrados. Tenían
uno que I1ams.ron del demonio, tan alto, que se distinguía lÍ. una legua de
distancia.
Sobre lo~ sepulcros sembraban ceibas y habas, cuyas ramas adornaban
con campanillas de oro.
Otras veces lOB enterraban en hoyos rectangulares cuya mayor di-
mensión la daba el largo del cuerpo del difunto. Arrojaban elwima una
capa de tier~'a blanca arcillosa, y sobre ésta. seguían acumulando tierra
negra.
Hubo 6aplllcros de donde extrajeron 9,500, 6,000, 7,000, 12,000
20,000 .'f hf.sta 30,000 pesos en oro. Del que menos, sacaron 500 pesos.
IIallaro:1 fosas sumamente profun~as, á las cuales hli.bía que bajar por
€scalones practicados en las paredes, tapadas con pesadas losas de piedra
oien labraùa.
LOf, ind.ioBhan sido perseguidoB hasta ell su última morada. Sus sepul-

croB Ball dial'iamen te bUBcados con ahinco por partidas de expertos gua.-
queros ansicsoB de encontrar en elloB el oro que enterraban.
]¡{u.cho~,se han enriquecido en esta labor. Es de sentirse qlte aque-
llos houbrc¡i sean por lo general ignorantea y hayan de~cuidado por com-
pleto ~1 tODlar dat.os acerca de la forma de los sepltlcros, de la posición dct
Cadú.veI, cte., y más que todo, despreciando lo que no eB de oro, hayan de-
jado porcIN miles de objetos de bauo y p:edm que tan útiles serían hoy
pllm la ciencia.
144. ESTUDIOS SOBRE .LOS ABORíGENES DE COLOMBIA

AF:E:N:c:rCE
DEE,ARROLLO DEL CAPITULO SOBRE VESTIDO

T O C A }) O R DEl. I ~ D I O, l' E L O y Il A I~ )J A S , E M B I .1 A M r E N T o

LOBinùics, por lo general, gUBtaban lUuchl} del pelo largo, y hacían


crnda guerra ;ll vello y á IUBbarbas.
~rencionaremos, sin embargo, algunl\s tribn~ CUYOB indivirluos so cor-
taban el cabelo. Los Goajiros (1); hombres y mujeres goajiros j' chiri-
coas lindaban pelados (2): siendo nómadcs ten~:a que serles muy cstor-
basa el cabeUe; los Guechas, gl\el'l'el'os de la f.·ontora Chibcha, e,taban
siemprctmsquibdos (3); lo mismo los valientes Pliaces (4), cte.
llemos olmcrvado que sólo entre tribus Ilómlldes y guerreras l\evll.b~n
los hombres los cabeaos cortas, Pl'obablemento para ar.dar más expeditos.
Los Catíos, qUIl en tiompo de paz se riejahan crecer (lI pelo, lo co:taban
cuanùo marchaban al combate (5).
En otras triblls, com) entrel:H que h¡bítab:ll\ las o~lllas del Met", el
honor de Heval' el c"ba1l0 largo sólo perteneJia á los homot'es; lug 10 aje-
res tenian que 1 evaI' la cabeza trasqnilada (6).
Si, como los chinos, los indios no vaillU en el p310 el fllnlamen~o de
BUreligión, sí lo cousíderabán como la part~ má.~ hl}rm03<\del individuo,
aquella lÍ. la Cl\I\~prestaban má.s cuidado y esmero.
Tùtlù3 teuían cabello abllnrlliute, de heura muy grueSI\, da color ne-
gro oscuro. Ln ¡levaban suelto sobre las espaldas ó recogido detrás Ile la
cabeza; era cost 1mbi'l' cortaria pOI' delante más Ú menos á b llltura de
las cejas, li manera de CdpUI.
" TodoB lus ¡/ldillS del ~Iagdalella se veian con las peinadas creDches
de cubellos" (7) Los Chibchas dejaban la8 cabelleras tendidas sobre las
espaldus y los hum bras (8). Los Colimas llevaban el cabello bien peinado
y enrizado (!J), ,ldornaùo con cuentas de diversos c()lor~s.
Conscrvaban al pelo su color negro y su lustro;~o aspecto fl'Íccionãn·
dolo frecuentemente con aceite de palma y lavándolv ,.:vu agul de jagua..

(1) llerrera, D, l, L. III, C. XlI.


(2) (Jassani.
(a) Castellanos, llUi/aria de/N/te¡;o lleino de Gl'anuda, C, Il.
(4) }<'r, Pedro t:;im6n, 178.
(5: Id. íd., pág. 569.
(6) (Jastellanos, P. II, C, II, C. 1.
l7> Id., (J. l. P. hl.
(8) Id.
\9) Fr. Pedro Sinón, T. lI, pág. 86,
APÉNDICE 145

VB mnjel'es de 103 Cunag lo herm')seab.lu con yerbls y lejías. El ca-


bello entre dgunas tribus era mirado con tanto aprecio, que el número de
BUSvíct;imau en el combate lo contaban pal' 01 número de las cabelleras,
trofeos que aiempre guardaùan ã. la entrllù~ de eus cercados.
LOllídolos de cera y algodón que encontraron los conquistadores en
los temploB, tenían todos largas cabelleras, J em ca3tigo afrentoso atuslU' :í
un indi'riduo.
Las mu~eres casi siempre dejaban el cabello sllelto sobre sus espaldas;
Jas hombres lo recogían ya en un roelete sobre la frente, ya en la coroni-
lla, Buje';ado con peines de macana,
En la colección poseemo3 treil de é3tO>, nno ùo ellos perteneeiente á
Jas Cunag, y I~uya descripción, que en seguida haremos, corresponde en UIl
todo tí. la que nos transmite Waf(l!' (1), De un trozo de macana, madera
negra fihros:¡, y muy resistente, sacaban varias astillas que pulían en ]a
miBma ferma de los dientes de peine que ummos ahara, hasta ilar]es bri-
llo. Lqs daban por uno ele sus extremos unas V.otras con hilo, que ellos
mismos tpjíau; mas ó menos en la mitad hacían lo mismo, dándole al hilo
muchas vueltas al reùedor de cada diente, do manera. que los extremos de
la parte inferior quedaran algo ilep~rados unos de otros.
Los ctros dos son de los Llanos (~). E:I uno, de 33 centímetros de
largo, estÚ formado por astillas de macana de 5 centímetros, con los extre-
mos labradotl, atadas á un largo cilindro de madera rajado por la mitad,
y aseguradas con un tejido ae hilo negro y ,'laja amarilla que forma un
bonito dibujo. Adornan BUS extremos dos bonitos penachos de plumas
blanc8il, amarillas y rojas. El Begundo es el de palillos de palma de \) á 10
centímetroB dn largo. cogidos en un extremo por hilo '3mbreado y en el
centro pOI' (los delgn,jo8 peclazos de macana. En el eBp¡~ciocomprendido
entre IllS ¡j,)S lig"!\(ltlr~tlse v~n flibujos ~eométri')08 fOl'maclos por un hilo
negro quo ayud.l\ li sllstener II Jl()~elln ti' \ otro,; los d juntes del peine.
Cunndt) lOllindios marchaban al combato lucían lujosos gorros de
plumas, lo mismo que en SUB fiestas y reuniones.
Los Chibcl¡;1,s acostumbraban recoger los <:abellos con un rodete Bobre
la frente y "nna rOSl\ de plumas on el medio, qne cae sobre ella" (3).
Es raro qun en el gran número de figuras de oro que hemos catulo-
gado pnm mnntZ[lr á la Exposición (lo Macll'ld. no hayamos tropezado con
ninguna cu~'o roJete correspoJl(la al que nos describe Castellanos. En
cnmbio hemos visto muchos que po\' el número de vueltas qne indica el
hilo de oro (;on que están formatlM, y la espil'nl ne encima, cuyo extremo
(1) Figura I del Catálogo.
(2) Figura J.
(S) Caatellunos, lli8toria ckl .•V!UM IùinQ tit GI'anada,
146 ESTl:DlOS SOBUE LOS ABORÍGENE~ DE COLOMBIA

se pierde hacia adentro, comprendemos que estaban hechos con una faja
de algodón quo envolvían al rededor de la cabeza y cuyo oxtremo librr
introducían eutre ésta y la faja. Turbantes semojantes hemos visto en
cabezas de homl,ros y mujeres indistintamente.
El rodete Ù il la figura 5. a (1) le da cinco vue !tas á la cabeza. La
última de llLajo lleva bien dibujado el tejido de una trenza. Posible es
que algunos acostumbraran trenzar el cabello, envolveria Bobre la frente
y sostenerlo Cal' el rodete.
La figura 7 (2) lleva la misma trenza y encima una faja como rode-
te. Este CSt{Lfcrmado en la figura 10 por cuatro vueltas y por cinco el de
la figura 12 (3), que muestra-y lo mismo las figuras 10, 1 Y 5-la espiral
de encima.
Radotes 8-3mejantes llevan las representaciones de barro números
121, 145 Y 146.
La primera figura del número 16 tiene un rodete de tres vueltas. El
de la segunda t iene sobre un largo rectán¡ulo una línea secante, que indica
que al dar la primera vuelta sobro la frente, dieron con la tela una media
vuelta de abllj;) para arriba.
En las dos figuras del número 11, aunque los rodetes presentan de
frente ulla su}erficio plana, tienen en la parte superior dos espirales que
indican el núnero de vueltas.
Dos indios entre \lD cercado nos presenta la. figura 26 (4). Ambos
llevan rodeteH, cluno de daB y el otro de tres vLleltas.
Lu figul'l\ 28, una mujer que apoya sobre el vientre \ln extremo del
huso ell que 'fa envuelto el algodón que está hilando, tiene un rodete de
ÙOS \"\1cltus.
Lu. primera de las figuraB del número 20 (5), representación de una
mujer cneinl,a, acuclillada y con nn objeto minúsculo en la mano izquier-
da, tiene un rodete de cinco YlIcltas bien indicado 1'01" elnÚmem do hilos
y la espiral de encima. El de Ill. figura 20, representado de Ill.misma ma-
nera, tiene ocho vueltas. Lo lleva puesto una mujer sentada 80bre UIl
banco en forma de equis, euyos brazos inferiores están unidos y los supe-
riores muy :;epllrados. Rodetes de dos y de ocho vueltas, este últ.imo m\lY
diminuto, l.evan la 2.~ figura del número 29; el 54: (mujer) (G), cte.
Frecuentemente se ven figuras cuya. cabeza está adol'nadl\ por una
simple f¡¡ja que le ùa vuelta.
------------ •..,.--------.-------.-- ----
(1) Es dE oro. Mide 4k centímetros y fue hallada en Ubatt.
(2) Es dE oro y fue hallada en La Calera.
(3) Es dE oro y fue hallada en GUlltllvita.
(4) De oro, Ilal\ado en Moniquirá.
(5) De oro. lIallado en Pefiasblancaa.
(6) Omi'.imos dar dimensiones y procedencia dolos objetos que baD sido descri·
toll en alguno) de lOB capítulos anteriores.
APÉNDIUE 147

Los Cunas, Goajiros, etc., hacían uso de flljJS de algodón que, atadllS
haci:llltd8, Ics servían para sujetal' el cabello. fJos habitantes de la Costa
Atlántica se poníllll nI rellc<lol'tle la frente ¡,anl1elos <10algodón finamcnto
laLl'tlc1os (I), Fajas semejantes se ven cn las figuras: :~,a del número lG,
2.a y 3.a del nÚmero 20 (hombres), 2.a del r~Úmero 30 (hombre): esta
última está ::o'llpletamente abierta por en'Jima de modo fJne se ye Hl ea-
hez;l; nÍlme"o SO (~), figura formaùa pOI ulla delgaùa }¡imina de oro;
tiene las manos sobre el y¡eutre; litS dos figi¡raS del nÚmero SG (3); una
mujer el Clll:litlíl~ con lin atributo indescifmble cn l,t manu iZ(luicrda, r
otra con leiS manOS sobre cI pecho. En fin, las "epreseutucioncs de barro
núme::os 40, l~l, 145 Y I·Hl tienen todas Iodetes: la. figum 125 un ¡Üto
gorro co:\ di'JUloS geométricos.
Dicl'n h" cronistas que los Chibchas usaban gorretes y los de lliS pro-
vlllcins del .:\·urte UIlOS cgsquetes (le pielcs allornndu3 call pluma8 de rlivCl-
sos eolor()3, 21 en el centro, !?obl'e la f¡'ente, medias lUllllS <lc oru Call las
puntas pu'ù :1l'I·iba. L'l figura 1.a U), llna lllujO", ùe trabajo tle,;cni,laclo,
con una nl1rir. que pasa de las llimensiolles cl'llinari:ls y dos insignias que
nos es imposi :.lIe determinal' segÚn cstán (Ir mal hecht!s; tione cnbierta la
cabcza por u,. 60mbrel'il1o cuyos bordes y (;opa están perfectalllcnte dibl:-
jlldos. La. figllrlO () llova nn gorrcte p('(I"eflo, Cltu1l'"ùo. El elel nÚmero o;-

es un sinple solideo <¡ne cnbra tOdl la supcrLi..;je de la caheza, con una


fmnjl\ diblljld¡¡, abajo en todo sn contorno. [gua; fi é3te en SlI forma es el
que lleva el r. úmel'o 9, pero lo adornan ei lICO aves COll el pico hacia a 1:Jajo
y ]a cola bicI' desplegada.
La 3." £.gura del número 20 (5) trac nn gorrete ùe fUl'mól Cll:\Umn-
guIar, más ancho que larg'), asegul'atlo sÚUl'C L~frunte por un:1 £,ja uur-
dau,. 'lllldnda ntrás, CllYo>!extremos cae;l so Jro la espallla en d<JS ¡;í 1\ tus,
L:L 1." ù('\ lJíllIlCrO 27 (U), una india cUriOS:llllc¡lte labruda, CUll L
cabezl: io·;.ír.ada, y ùus hilos ùe oro que parten Ile los lados dc la frente ¡~
los homb:os, in,licl1uùo que carg¡~ algo posado ,í, SllS cs¡nd,luH; CH Sll UlallU
derech'l ticuc una vurilla y lin huso en la ízc_uierda; llevl, UIl go,,'ú seme-
jante al tltlterimmente llescrito, mas sin ùibr jo :lacin. atrás.
La fi gur , 2." del n Úmcro 31 (1) tiene un sol;dco, ¡¡ùornaùo de plumas,
que le cubre lu cabeza.
La n~ur¡, 42 (S), en pie, con Jas lUanos ,obre el vieutre, Jail dedos de
(1) :lerreTlI. D. l, L. III, C. XII.
(2) Figlra de oro. de 4!r centímctroB dc alto.
(3; Hon dc (,ro, lIliùe il centímctros cada Ullll.
(4) Es ,le tumbaga. Mide 5 centímetros. Pue hallada en Fontibón.
([i) Es de 010. Fuc encontraùa en Guatavita.
(6) Es du 010. Fue hallada cn 1\1oníquirlÍ..
(7) Es tic oro. Fue hallada cercll de Tunja.
(8) E~ ce or'_', l!'uc hallaùo. cr¡ Sogo.moso. Mide 8 centímetros de alto.
10
148 HTllHOS SOllH~: LOS AROltÍGF.NES OJ.;CJLollBIA

los pies y ùe las manos ùcsllIesurad:.unente gralldc~, y 1;<111 111\ l'd,l'O lJifllr-
cado en la mano dcrecha, eHÚ cubierta COll lin ancLo soli,I,'",
El hombre lJ le ap31'1~CC~ol)rc los lr<lll1uroô d,~U1\:I 1IIllj01'. ('Il II figura
43, lleva vn solidco, lo mismo (¡1w una Ile l'l~ tnujel'os. de dl'~llIl,,;tlrada
nariz, qlle nos 11l'I!selda el IlÍllllCI'() 4S, y también]a mujer dpl IlÚ:llt'ro 55.
Esta Última est¡i curiosamedc ¡¡¡{{¡malla por líneas geom(;tl'ic:ls.
Lu Illislllo que los ,:\[;¡yas (1),103 Chibchas usalJallll1itmsj !.IS Jeq.les,

en algunas oeusi,mes; 103 princil'des en las procesiollcf, etc., aùornllban


eu cabeza con mi ol'fIS de oro.
Estas las vi~roll los l'sJlafiol~s en los 2-1 íùolos que hallaron á Iv. en-
trada del santllmio del SinÍL.
Sólo hemos \' SLo ,los figuras 'l lie lleven bien mar,~a:ia la m itra . .El n Úme-
1'013 (:.l), nn indio itcllt¡;]]adu, 11csproviôto de alhajas y con un poporo
al cllcllo, y elllÚ n~l'o 70 (:3), ill'lio cuyos órg'lnos soxualos esLlln ex;{¡:;cr:¡-
damente diul1jadJs; ÍL juzgar [lOI' la posición <le la,; piernas, esc,i sentado.
L;~ mitra quo cnt,re su cabe;m está hecll~ de pree;o::!os <1ibujos geométricos
cl\l!\doB.
St>gÚll colegimo::! tIe los relatos ùe los conquist¡,lol'l's, poniGnùuk" t'n
parangón con lo,; mismo,; oojeto:; qne describen, vel\lo.~ clal'àUlente qne el
nombre tIc mitr; lo :ls'¡!J:1n para cienos gorroô muy all,u::! J.U'l cllall<lo no
l'ùvi"tiel':1ll esta :'(lrma. CUIIlO tál podemoô clasificar el (¡lllJ liera el nÚme-
ro 35, formado lJJI' una muy ¡lIlclla filja, cull tios POllllOiloô burd"" dibn;ados
arriba y ubajo, :r en su lSul'cl'ficie /los gulel'ílls superpuestas tI•• línea; cir-
culares alJiertas con mllcha simeUÍa. Cllatru chagualettts snspendiùu,¡ arri-
ba completan este eor:jllnto de bonito aspecto.
:El guerrero de ]a tigura Ga lleva nna semejante á ésta, con ocho pa-
ralelogramos en 'lU con torno. Los espacios vacíos, en tre uno y ot:·o cuadra-
do, han sido sllcados ùándole un primoroso efecto.
Los nÚmel'('s 70 y 71 tienen altos gorros tambi,jn formados por a:lchaB
fajas Call dibllj('S que imitan tejiJo de paja.
Encuéntranse ontre las figuras chibclll1s unUH pOC.ISde 01'0 y InJchas
Je Larra, con gorros fOl'lllàdos par un alto cilin<l1"O lis,) con dOillllas lato-
ra]eR, hechos ùe Ulla faja ellallrangular ùo oro. Tales son los de la figura 41
<leI sumo sllcerLote ele Iraca, el del 41 (-1), con las alas clui03arnente
<libujadas, el tlli ".¡ mujer (1l11n.figura 48 y 01 Únieo n,lorno qne tione el
nÚmero n (5), flgllra ·le Índiù aCllclillallo sobre unas lindas, CIlYOSbra-
zDa, representados por Illl somicírculo, so apoyan sobre dos rectas r¡u,) imi-
tan ]as pierni\s,
(I) Véase Chlvero,
(2) Es de oro. Fue encontrada en Guatavita.
'a) Idem .. J\Iil!c fi} centímetros.
(4) Es lie ore. Fue encontraùo. en 80gamoso y mide 6 centímetros.
(5) Es de oro. }<'ueencontrada en 80gamoso y míde 5; centímetros.
APÉNDlnE 149

Los O\llll\S \lsalut\ <lia<lemas <Il' oro, clIriosamelltn Iabl'lLllll!'. Las ti(!
los Caciqu('~ iban cu!¡iertas por UU.I faj;: <lelgada del misllIo metal. En la
proviuci •. que fue de I(,s Quilld','ya;, sn hau hallaùo alglll1t1S tIc éstas quc
hem)3 {'l~s(;rilll ell el estudio COlltiiLgl'ulo á cstlL tribÚ. Los gncrreros (}p[
Istmo d¡, 1)allallli~ a¡lurllül.mn la c:lLc~,: Call ganas Ile tigre y de ¡copal-
ÙO (I).
LOB illdios Je Antíoqnill y del Cauca lISilban casi siemprc \llla monte-
m certa -¡llé) les cubría la frcnte y ks cal,t aL'lul sobre la nuca, camu podrá
vcrse en las fignras <le barro r¡lIe llevan los nÚmeros 10, 12, 14, 17,18,31',
40, 4¡;, ;i:!, 58, 5!J (ùis), (W, GO (bis), lOG, yen casi todas las r¡nimbtipo<. Las
figuns 0~. y 40 tienen saùl'û los cosL:ulos ùe lil montcm dos cnernos forma-
dos por 1 ¡. prolongación ùo Gsta (2).
')CCiilIJ10,3anteriormente qne los ÙíllS ,le Gesta recargilbulI sus L1iaùú-
mas,dc.,eon plunHl¡j;lus jefes popay"ncE, espccialnwntc, crall ufbion!l(lísi-
m~s :ille\ ill' perJllllllcntcrncnte penaehos ùeI 11.i(;SaS pll\mas. RecorùareulOs ùe
pas0 '1\\\:lJq~ illllios Payas !)()Ilün especial ü¡;nlCra en el trabajo de estes gCo-
!TOS (:3). I).} allí trajimos lino tle t:lll tino cl'.l.hajo, ({UD se gllllrùl~ Er: lIU!l
Cl'ja ')cql!cfi::, no obstan:e sus gran(les l:imeJlI,iolles (4). Sobro UIl tejiùo
ùc l'lIja (l') ü centímetros ele a.ltJ está U!l rcùcnlll ¡lu 13 centímetros de an·
cho, forIllal:o de plulllas amarillas, el1()ilila ele lus cuales l't'salta ariral];¡ùle-
mcnt~ urt faja de plumas negras, de 4 ccntÍmetros de auchu. Estas Últi.
mas L'stÚt: Huaùas ulla á ulla por 11l1:L trarnfl. (h· IIlgo,1(1I1. Cuatro penachos di·
viùen It, c lrcunfercncia Cil partes iguulüs (l ü cen tí metms de alte caùa lino);
formados de plumas amarillas y rojas y corolllldos por cuatm plllœas (10
50 cwtíllletros (le alto, forman el adol no superior. En las trions ùe 103
Llanes hemos visto gorros de paja adol'll:\dos call plulllas (ii),
fin tr., laB figuras ele oro I.:hibuhas hay ulla COll gol'l'o de plumlls, la 2."
delnÚmelO 27; tlnll mujer ael1elillada sobre un asiento y COli un hUBO
en III mUll') derecha. Dos guerreros, l.0 del nÚmero :JI y 51, tambiélllle-
van lUll ùi •.dcmus aùornaùas con }llumas.
Los ¡¡¡ùios del Llauo usan actualmen te enorme;! sombreros form,LdoE
pOI' h(jas ¡Jo bijao sostenidas por dos retItsùe nn tejido de paja. Uay otros
bechaB COll hOjHS atadas nnas á otras Cal" ~spin:\8 de palmera. Unos y otros
tic1cn ~~]amuy ancha (G).

[11 ACO;~ll,púg 18, El nlÍmero 78 nos presenta uno. de estas diademas de oro, con
diu',¡jo" gco;Jll:ll'icos repujados.
~2] tll:r·.ella vio en, las serranías que eucÏercan e: valle cle Ahurr:;, algunos jr.fes
CODcor mus ,.lepaja ~ut¡JmeDte labradus,
'3; AlguDOS jefes CUDRSusaban al redellor de];¡ ~llbeza faja. de oro ùe !) ¡nlga-
dr,s (le: ndlll que imitaban el tejido ùe los canastos.
(4] Y éaf"~ la letra Uclel cllttÍlogo,
L5, \i"Rfll la letra fIdeI catálogo.
[6] Yéallsc las Ictras H y 1/ del catálogo,
150 ~STUDIOS SOBRE LOS ABOUÍGENES DE COLOllJl[A

Los descendieu ;es ùe lOB Ounas adornan BUB cabezas con fajas de hilo
ruju, blanco y negrc h'jídos con primor. Los atan hacia atrás dejando li r1
poco l;¡rgos los bilol de los cxtremOd (1).
Los Goahibos ¡;san gorretes de;!O centímotros de lliámctro mAs ó mo·
nos, formados por I na faja de mimbres de 2 centímetros de ancho y con
s!lrtnlcs de cncntas le vidrio atrás (2).
Los Chibchas llevaban fl'ccuelJlf~meute atadas sobre !:I_frcute ehagua-
las, patenas y med i IS lu nURde oro.
El mismo esmero quc ponían IOH Índios en conscrvar y emLellecCl' d
cabello, lo emplellb.ll1 en suprimir el vello y oponerse al crecimienlo (o
Ja barba. ~ o porri u l tu viemu eu mal conceptu este adorllo de la cara, si no
que, sienùo Jampin)s p,)r liaturalez:l, Jas escasos pcloE de l:l barba, al des-
arrollarse forlllub:JIl desploblado y clcsairallo apéndi~c. A BJchica In n-
presentaLan con larga barbn; y entre los Caciques y ~:oJ¡alJes, los más t~-
mi']lls)' rC'srcLaJos fllerOl1 siempre los poquísimos que tenían barba. E¡¡~ll
estOR t:rn escasos, r¡_w nos cuenta S,lrdella haber conocido \lno <le entre los
Armas COlllOotro 1:11l1case vio en u'lllcllas proril1eias, D:ee el mismo au-
to\' (¡lle era laI el espanto que á los Abul'raes ('ausaban hs barbas dc los
('spalloles, quo se ahor(uLau de tenor.
Así, pelo que asomaba á la cara era inmediatamente suprimido. En
aIgu nus partC's los arrancaban con Ins li flUS,camo lo hacían lOBOu nas, ete.;
los .Tiraras, Chocoe-s y otros 108 sac,¡b:\n .12 rait: COli nntlll'as especiales; los
Airicos suprimían hasta las cejas.
Pam disimull\l' los defectos de la cara, y elllllllchclS lribuscolllo Único
vestido, acostumbraban pintarso call rl'sinas vL'gctllles y sales Ulincml,]s.
IJos colores más Hsallos cran el rojo, el negro, el amarill,), el aztll y Irás
rara vez el Llaneo. Conservaban los poI vos en culabaeilJus, y en el momen-
to de aplic:l1'los los dilllílll; en aceite. Los dibujos lOi:hacían call pinceles
(los Cuna~, cte.,) ,o) :~on cilindros de uano con grabado~ en !'clieve, de
uso mu,)' general, como podrá verse en los rat:íl()go~. L:IS partes salientes
untad;¡;; con el coll)!' qlle querían emplear, resualaball wure el (;ue!'}'o los
cilindros desarro!l:tndu un grauado unifo!'me que so repecía .'Ie trec]lo en
trecho. Estos mismus relieyes los hJcían solll'e plancJ¡a~ de [Jarro.
En algunos pl1ltos aplicaLall también las pinturas, que engailalllHI
lu vista y de lojas ,lHrecíulI vestiùos (:I).
Algunas tribl' il de los Llanos pl'i lIei piabllQ par cu uri l'SCel cuerpo de
cal'afla, y sobre esla sustancia pasaLan la pintura.

(1) Véase la letr:¡ D de: catálogo.


(2) Véase ln letrll U del ca\íllogo.
\3) Cl\ssllni.
APÉNDICE ]51

Los Patches salían siempre embijaJos (1); los Moscas sa pintaban e1


cuerpo eon bija y con puntos negros de jagu3.. Estc último producto, un
poco ast:'ingl'n te, al mismo tiempo que les servía para engalanarse, les se-
caba mucho el cutis. Los Chimilás preferían el achiote (2). LOR Alcol ••)·
ladoB fueron así ùautizaùos por lOBeBpaîloles por laB pintoras que 8e ha-
cían en el remate de los párpados. Los ::\Ildambos (3) y Darienitas (4)
sólo matan los colores ncgro y rojo. Los habitantes de lus bocas del Toro
no cmplcaburJ mH.s vC8tido que estas untura~ Ile colorcs (5).
Los Pop:1yancB y sus vecinos conocían \lna pintura Jl£>graespecial q\lC
obtenían mezclando barro con ciertas hojas (6). El otro color ncgro ú ja-
gua lo e}:traían de una frata. La bija, la !Jnp:mlción más conocida y más
usada, Bobre todo por los Chibchas, qlle ele cI 11 sc servían tam bjén para dar
color á SJS mantaB y para los dibujos qlle dejaron trazados en las piedraB,
cuyas líneas;. después de transcurridos más de tres siglos, se vcn aún pa-
tentes, iL ¡)€lmI' de la intemperie, la cxtníll.n dc una hoja; la llamaban
07llutlÍ, para distinguiria de I:~ qlle sacaban ¿.el achiote (7) y del rojo mi-
neral Ó alm;~r('. Los indios del Llano prcparaban el rojo macerando en
agna gra lOS .le achiote. Dejaban depositar la. tintura obtenida que de-
cantaban al ¿:ia siguiente. El polvo lo conservaban cn granùes bolas en-
vueltas en al,~odón (8). El color azul lo sacaban <leI al1il, y d amarillo ele
algunas :'crb,.s y de tierras ferrnginos'ls.
No ~ólo aquellos que, como los sÚbùitos Je la U¡\cic:LCaùitana, Hn:ll;-
ban ùesnldœ. acostumbraban pintarse (9): los Clltíos, que sr cubrían COll
largas malltus, usaban también clc sus man3t'8S Je alcoholes (lU). L(1S .J:¡-
guas ulltabac. ele bija "hasta ]as partes m:lS sujetas." En los L1ancls la~;
mujeres se pintaban dcsde la corolla hask lo,; ries con aceite y aclliote,
después embadurnaban Ii BUBhijos, itllll li lus recién nacidos, y lué~o á SLlO
espoBos. Los :t;nmascarados se pintaban de la coronuála cintura COllbetún
negro, y :le ullí paru. abajo con rojo. CUlllldo }tobicdo sllbílt la escarracla COl'-
clillem qLC BC.lara el Paree del Valle, recibió á. En mancebo embajador CO,1
]a cara amarilla, azul y negra, y el cnerpo IIntlttlo con resillas de mal olor,
sobre las cuales se habia aplicado la bija (11).

(I) Castellanos. JI,slorÙtdelNuevo Reinu de Ur·""ul". c:. JI.


(2) Cfl~sflnL
(il) Ca.tellallos, ][i,.lo7'i(t del Nuevo Reino de Ur,IIt'rd.,. T. If. C. XIV.
(.1) Ac(.sta.
(5) Ill.
(H) Cic '.a. f H.
(7) Rixil (lrellana.
(~) Gumillll. '1'. II, C. xx!. Lo~ Payas actuales ¡;onservun (,1 rojo de esta misma
manera.
(n\ Cas,enano~. P. III. J!,'16gio ti Bell.alcázaT, C. VIII.
(10) Id. íd., Hiswl'ia de Antioquia. introducción.
(11) Sll:·ùclll.
BANCO DE LA R~r;h'':jl.'_~
BIBLIOTECA LU\S - ANGEL ;·".AN::;Q
ro ATA T nt::Arrt"nJ
15t E~iTUIJl08 sonaE LOS AUORÍGENES [lE COLO~IlHA

No se crea que todos los ind ias se pi ntaran de nlla misma manera: n nos
sc hacían <libll. o~ geométricos, otros figuras de animales, c'lras f¡¡ntásti-
caR. etc.; éstos rodcauau el ojo ùcrccho celll !lll circlllo ('llca1"lltt\lo, a'lué-
Ilo¡; cil'cuíall ]0'; [los ojos con líneas de cO].lriJ;;; IlcI'abl1l aquí ¡¡¡¡l'chesllc,
grcs en Jas (los lIIcjilla~, allí Ill1a raya Ileg¡'a por d lI1elio Ile la ll;¡ri'~, cte.
Algunos indios (lei h:Jjo Ch'JCÓ ]¡:il:íaJt una mC7.(·]a CUll ('d(:UYU~. y Ill'
l;¡;dw sc ycían f.lsfol'C'>cC'·\Ü'S SIlS cuerpos.

Lus habit:¡::tes ¡]elrío Baj'a:1U c1ibujab:m el cuerp l, ysobl'u tud,) Li Cilra,


COli figil ras ]l1l1n:llll~, al' a HS y:l e :irholes. A]gllllo~ S(, h:lcÎall p}'i 1l1'JrOun
crc(luis (;JIl pi: c:l, y Iuégo COll lIna espiIln se P:C:¡UUIl CIl toùu cI cDltorno
del croqui" h: shI sacarse Sl\llgrc; frotaban cor, las mallU;; ci GalaI' (11lC
qllerían cm ple:lr, gener¡11 meule amarillo y ;17,t1l,¡ i lu í,bs ('Il :lcei té', }' oute-
nían dibujos irùel£·bles, En varias tribus hacían l·) mi,;nl(l.
En reSUllll'n. Los inclios usaban, por lo genera!, ni c.tUl'llo hrgo, cor-
tado sourI' b fl'entr; cubrían ht cabeza con gOr!'OB y mOIltcras qlle en sus
fiestas y comb;;tes :ldomaban con pluma3; no traíaIl b¡rb,IS, }' SIlS e.lCJ"pos
e~taban cu<>i sil'mpre snrc[1(los pur caprichosos IIibujos cIe co!ole~.

II
AI.HAJAS USADAS POR LOS I~DIOS

~AIUGUI~!:A~, ZARCILLOS, COLLARES, BRAZ.\LES y CESroORE:3

El hombr." yu l'Il C'stado ùc barbarie, ya civilizado, apelllB ha conse-


guido la satisfacciÓn ele sus más urgentes llcccsiùn'lrs, se ha pl'cCI[~upad()
por procnrarn aquellos objetos de aclomo c1e Sll p'rMl11:\ (¡lll' III hagan
sobresalir entre ~IlS semcjantes. Creen algunos quc SJlo cu el si~lo X[X y
en Ins grandei1 capitales se hacen facrifieios al lllja. Los inrlio3, aun los
quc andaban 11C:illuclos, mortificaban más su C\1(,:po quc lo que jllll!Ùe ha.-
ceria la parisi( n8e más de motl'l. L'IS incisiones pnm obtencr nna pintu-
ra indeleblo, \:¡ deforma~i6n en ci cr:tlleo <le In., nif1os, la introJucción
en el cuel'po de pLllnas de aves, y Cll lull' orejas .Je prf};¡7,O~de maJera es-
ponjosa, las pesadas narigucr:ls C]ne l1saban. l'tc .. ,lebían se\' nn tor-
mento permanente del inclivi,lno.
El lujo en acuiciado por tl)la~ r;lIl·,tr'l~ trihlls. allIlque llO [C),l¡¡sellns
lo hacínn consistir en unos mismos arre03.
Cada ind.viduo "ivía preocl\paflo con la idea (l,! la consecución de
objetoB de oro, perlas, piedras labrac1as, etC. L:l3 tribus, aUll(IUC cn guerra
permanente U'U\B con otras, tenían en detcI'minadoB puntos sns mercados
donde cambiaban sus productos, Los OomagreB y Sinúes conseguían oro
APÉNDICE 153

dando en phgO mantas y hamacas; los Qu:mbaya~ y Chibchas, cambián-


dolo pOl' sal.
En el eentro lle la HepúLlica encontmron los espalloles cuentas de
San ta ]{arta, c••racoles, etc,
El vestido 110 era de nso muy general; en cambio los aclomos eran
cOllicia(los :Ie toùos aqnellos uárbi\rcs, Las nrrrigllE'raS, los zarcillos y
otras alhaj.:s I';lra hs orejas, los collarc'~ :r los (~pf1i(l()reR cr:~n lIrl":ulos por
2:!,;i todos, aun )lar 108 m(Ls salvajes y )lohr~l<.
De¡;ùe 'lue el nino nacia le hacían :hrl'tlll':;' l'Il ];tS Ol'rj'lR j' el (:;II,til;¡-
.~o do la nariz. para colocar on ellas ]i:" ¡Il'gol ;"1 y C:]¡:'[;lla]¡tS, Est.ls l'r'll:
IIlny YHri:t':a~ rn sns formas. Las lilás cl'I\lÚn¡JlolILe clllplen(bs 01'1111las
:ll'g'ollas y plallchetlls de oro, con unll <!\JcrLur:t l,or (lolldo se inlrrJliuC::l1l,
Así eran las usadas pOI' las mujc'res Tuyronn (t), los 'l\lmalnme-
r¡ues (2) y los llflbitantcs del bajo Magùa'ena, En la isla gnt!1ùe <leI río
acostumbraban argollones do oro uajo, y en tal Cl!ntillad 10il tcnían, quolos
espltiloles tomaron de éstos y otras alhaj'ls dicz ('argll~, que abandonaroll
por lo tajo Ile su ley. Tal\)s adomos los ccnsegnían en RUS canjes con las
tribus del Nochi. En el istmo de Panamá lIsaban joynellls de oro ell las
narices (:3); las 1I0v¡\b:1l1 indistintamente !tomh¡'es y mujercs, y no todall
erun muy pcquefiall, pucsto que dice Wafel' que pura beber tenían que le-
levantarIas (:011 IllS manos, Lo~ JÍas de consejo y Cil sus fiesta~ cambiaban
las \'ari.~uerls del,iiario pOI' pesalias y £;I':LnnCi :¡1'~o]las, Bdhoa y Pe:1I'a·
rillS recibieron ohsolluios de oro riquisimos en los pueblos del Istmo; entre:
éstos figuran ~ielllpre las nurigueras. Comagre les regaló 4,000 castellanos
en puls~ras y narigueras, á Parisa lo quitaron m:'ls de 30,000 pesos cn pec-
torales .Y na~'igueras, TojuvÍ,~ los viajeros ql¡n en cste siglo han visitailo
aquellm: regioncs, dicen que entrc las alhajas Je 01'0 preferían los pen<lien-
tes par!!. la r.ariz (4); cuando Ilosotros estuvimos en el Darién llel Sur, los
hombres ha'Jían nban(lonado l'sta costumb"e, pero en cambio las mujeres
desùe DIUY llil1as llevaban nariguera; al ervejee£'r, el cartílngo de la nariz
Ics cae !loure el lauio superior afeánrloll's rnnchísimo cI rostro.
Ell el golfo <le Ul'llUiÍ, (~erea de la Antigua, l'ecogirroll los espafioles
cn sn pl'im(~l'n ontrada C03:t de 10,000 Pl'~("~ 011 alhajas (le oro, especial-
mente (m nal'iguel'lls uien laUl'aù'ls.
Ca.;j todas las figuras de uarro que hemos e~t\lùiado, l'rocl'delltcs de
los ùepartamentos de Antioqni¡¡ y Cnlle'L, tienon cn la lIariz la abertul'1:l.
parala't1trodllccióll Jo la argl)]la, y aUII IIlgu:lilS del rauea, como las <¡ue

[1] Cas:~ll11nos. P. II, C, l.


[2] Acm;ta, plíg, ]02,
~3J Herrera, D. l, L, v. C, 8.
E 4] Baneroft. Selfridge, Wise.
154 };STL'DIO:l SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLOMBIA

llevan los nÚraeros a, 1::1,4U, 51, 50, 57, 58 (bis) Y tiS, las tienen puestas.
En las figuras 2:¿, 23 Y lOti verá el lector pesada.s lIarigueras ell fO;'ma de
ulla vuelta dI' espir,d, semejantc li una de las que lleva el númEro 171
(colección qui nbaya). ElllÚmero 105 tiene una al'golla tan grande, que le
cae sobre el et ello.
Los Catíos llevaban joyuelas de oro pendien tes de las narices "en va-
lor supremo" <1), ]0 mismo que los habitantes de Zenufana.
Los Pozo¡ introducían en el cartílago Je la nariz pedacitos de oro
más ó menos finos. En muchas figuras de barro no aparecen las llítrigue.
ras, y esto pro"iene frecuentemente de que varius de ellas crall aros de oro
que los guaqueros les han quitado; ùe ahí también el que huya tantas con
las narices mutiladas. Los números l!l, 21 Y 3'/ á 3!) de lu colección de
cerámica de .Antioquia, llevan llllriguerlls del mismo barro con que está
hecha la pieza.
En la lámina 3 cle la misma colección apllreCEln algulllls narigueras
de oro do varias forma.,; una media luna grande cuyos extremos se
tocan, con un reborde en el centro y atm m;~s pequena; una argolla
hueca y otra maciza, con dos cuernos en los lados, lIay clos especialmen-
te de trabajo csmeradísimo: la una está formaùa pOI' preciosos dibu-
jos de f1ligmnIL, y la otra pOI' l~spimles c:dlldas.
Los Chibchas traílln chagncdas de oro en las narices, 1!;ra un privile-
gio cntre ellos, no cOlJceùiùo <l. las gentes del pueblo, el uso de estes pen-
ùientes. Los gllerrcros tenían narigllera::; e::;pccialcs eun chagualetitas Ile
oro, cuyo número equivalía ¿L los cuemigos qlle lll¡l)ieran muerte de Sil
malla . .Entre t·us representac:iullcs de 01'0 y ùe burro ¡'cmos visto DlUYpo-
ClLS con eete adorno, qne encontramos cn casi toda~ IllS de IWi! ctemá8
tri bus.
Estuùiare nos las formas m¡is u,mlias por los :Jlnisclls. 1..:lstres a~gollas
del número 38 (2) son formaria., por alambres encorvados circularmente,
cuyos extremO:l ~on más gruesos que el centro; 108 introducían por uno
de éstos y luégo les daban vllelta en el interior, de modo que la abertura
quedara para abajo. La figura 4() (3) es una nariguera de oro, de una
Bola pieza y hucca. Su superficie está f(lrmada por cuatro caras curvas,
separadas por otl'llS tantas líneas Ile l'llyitas imitando trenza, lo mismo en
los dos extrem·)s. El númel'O~!) trae un enorme aro que, pendiente del
cartílago nasal, le cae sobre la cintllra; esta nariguel'll la ticne asida con
las dos mallaS, sobro los custados. Usaban otras, como las que trae el n ú-
mero [¡!l, ùe phnchitas de oro IlIUY delgadas. Entre las figuras ùe bllrro
(1) P. III. Historia d~ Antioquia. lntroducáón.-Castellallos.
(2) Bon de oro y fueron halladas en Sognmoso,
(8) Encontmda en Bogamoso.
APÉNDICE 155

aparece, aL-.nque rara vez, una enorme nariguera que tapa completa-
mente la b';C3, como podrá verse en lus figuras 119, adornada con rayas
simétricas, y 163, que se prolonga hasta la línea extornll. de los ojos.
Les :M:nzosacostumbraban introducir gmnitos do oro en el cartílago
nasal. LOBindios de los Llanos llevaban en las narices alhajas ridículas.
LBS formas de nariguera más usadas eran, pues, los aros, ya macizos,
yu. hue:::os, las planchetas circular~s, las vueltas de espiral y lOBpequelloB
cilinùros.
Ela tal la pusión de los indios por este adorno, que en algunas tribus
un poco PGbres, como sucedía entro los lla!leros nómades, se l~inta1;:¡an
sobre el labio superior una especie de bigote que las reemplazaba. Los
Achagnus I;mzaban oncima del labio y sobro los carrillos de los ninas, sin
piedad por sus sufl'imientos y su llanto, dos rn'yas qne venían á juntarso
sobTe b barba. Esta operación la hacían con ~un colmillo de pez payara,
tan ag¡;do c:omo una lanceta. Enjugaban la sangre y sobre la cisura pasaban
una tinta que extraían da la jagua; pintura qne les duraba toda la villa.
Les zarcillos y demás pendientes para las orejas no eran menos codi-
cianos (IUChs narigueras; las mujeres de los Goajiros (1), los 'ruironas (2),
los 1Mbitanj;es del bajo ~f:tgdalen!l y de la Costa Atlántica del Istmo (3),
los CUllas (l,), los Porccd y Nechíes (5), les Zenufllnas (6), etc., llevaban
pcuùieltcs de las oreja3 argollas, chngualctas y otras alhajas.
Les Pnos introducían pedacitos rlc oro más ó menos grau,lcs (7).
Estos eran ·:li:indl'os pequenos con un pxtr~rno, el fIlle dcl;>ía quedar h:\ci~,
afuera, acr· :!tado .
.El. el :Jauca, en la tribu do los Qnit.lbayas, AlIscrm<\", etc., h;~cíal'
cierto nÚmero de aberturas on 01 pabellón de la oreja, é introrlncían e"
caùa Ulla un !lro de oro pequeilo, con Ia aùertura hacia ufuera. Las figu-
ras de halTC' c¡ue llevan los nÚmeros S, 14, 55, 60 (bis) y 6a, tiene:l t·ollas
des abel'tUl .1S en caùa oreja.
En IlL ¡..imina 3 da Ia colección de Antioquia se vell dos solideos de
01'0, nno ùe ellos con un reboràe, y ambos COI:'un hueco en el centro, por
donde pasaba un alambre encorvado; éstos y el flue los acompaila, en for-
ma do eucluru, eran pendientes para las o·ejas.
Las mujercs llgatlles llevaban "mauI'es ricas (quo son zarcillos hechos
lÍ. su modo)" (8). L'la Chibchas usaban cltagualas ùo oro en las orpjas
(1) Castellanos, P. Il, C. I.
(2) 1:1., Ili .•
t<)}'Ù¡, ele Sanltt il/arta.
(a) IIerrêra, D. l, L. v, U. VIII.
(4) Ciez", 1".21.
(5) "Joyuclas cuél~anles de UllO y otro oído." Castellanos, P. Ill.
(ti) Fr. !:'eùro Simón, púg. 568.
(7) Cieu" f. 37.
(8) CUSlflllluos, Ilistoria cùl Nuao Reino de Granada, C, x.
156 ES1 UDW:,j :,jOBRE LUS ABORÍGENES IJE COLO)[BIA

perforadas; su t1S0 estaba re~tl'ing-ido. L:J.s h'lcían de varias form'ls: nnas


eran cilindros p('r¡uellos (le oro con cabezuela aplaó;hrla, como se ~e tin la
terccra de las fignras qllO Ile\',1 el nÚmoro 20, en h primem del 31, yen
las de barro nÚmel'os 107, 111, l:¡'!, 1:3,1y 14,1; otros aros de 01'0: la
figUI"¡l 30 t.iene tt'es on cada orej t, pCllllientes de una. misma uuertlll'l; Ia
fignra 77 sólo tione dos dc calla laJa. En otms, cn I1n, se OUS01'\',1I1 cha-
gnuletas Ú seau .>hnchctas lie or.) e'rc:ulare3, sostl~ni"ns par lln arlo que
las fijaba á la orcj:l; taJe, son los de las fignras :l5, 4l Y 7a. Ea];¡, figu-
rlls (i!" 70 Y 71 ('st:iS ch: gnnlebs esLÚn cortadas cn fOI'I11:tde p0ra,
Los SllÍag:1t's acosUmbrau:ltl cn,)rIllCS pendiclltes qne le~ <'aían ;:obre
los hombros, COmpl'.(~6t,)S de grllf'WS argollones ellsartaùos cn 111\ gl'ande
aro qlle colgaba de h orrja (1).
En algunas tribns Ile hs Llanos sóln I:l~ mnjeres a·~()stllmIJrill'al este
ullorno (~); en otras, al'~olltLlrio, ('1':1 flrivilL'gio rC,;;OI'\"alo :i Jos hombrcs.
También usauan UII colmillo dr caim;'l!1 ell caJa oreja,
Los Abanes ]¡:wí;¡l~ :l ;:IlS hij;l~ tierml~ 1111 a611j~r'J en C::llh Ilrl'j;l y lo
iban ag1'1lntland{, á medid'l l¡lle ,~ret:Ían, Cuando se cllsaban les introùu-
cían una bola d:} carne, y <'llujo consistb cu tCllJrla siempre sin arruga
alguna, lo que conseguíall forráudola l'Il tallos dc palm:l frescos. Los
Guamos despre Idíau III carnosidad inferior de las orejas y seguían cor-
tando y sepamn,lu la carnosiùall ¡lc todo el circuito de éstas, <lej:mJo
prenJiJa aquella carne de las extremidades superior é inferior (3).
Gcneralmente Ilevltuall adornados los desnudos cuellos y pecho por
gargantillas, golillas, pectoralos y slIrtales de pieJras fiua~, de orJ, de
coure, de hueso, de caracoles y alt11 de uano.
Los GO:ljiro; usaball plunchas Lie oro recortalllls en forma (h! herradura,
collares y cucntr s de infinitas mancr:H! (4). Estas plan(:has, llamada~ por
Qtros cronistas patenas y espejos (5) á causa do su f·)rma y de 8U per-
fecto pulimellto que Ic.3 ùa ulla superficie brillante qUll refleja las imáge-
nes, eran de II~O muy gencral. Cltsi ell todas las tribus acostumbraban
llevarlas, sobre t lelo cuauùo marchauan al combate. Unas veces Lts hacían
lims y otras con grabados y figuras ropujadns. Le,s GOlljiros las coJgaban
al cuello con un cordón de pita. Estos indios prderían para sus collares
lros pel'las quo sll]~,.ball Cil l:IS ¡slus j' la" picuras (ja.opes, etc.) qne labrllban
call primor. LO,l Cocinas llC\';¡bau llPtos, de preferencia Ú cuulr¡uicm otro
adorno (G).
(1) LúminaDlímero Lit.
(2) Cassan i.
, (3) Gumilla.
(4~Herrera, D I. L. Ill, C. XII.
(:;) Tenían espl,jos de oro quo son como patenas ùe cálices. O, I, L, Y, c. x
(6) Castellanos, P. II, E. I, C. II.
APÉNDICE 157

Los Illlbi;antes del vallo ùe Ellpari traían al cuello planchas de oro


y otras ricus preseas (I); los (le Cí pacullo "cllon tas de oro y otros orna-
mentos ùe clJaq'ùiras cumpuestus á SUB ruecl~s," y los de Cartagcna sarta-
les de cunntu; (2).
En !Js è Jl'lutamontos del )'IagJale1l3 y Bolívar, especialmcnte en ci
primero, tení:!n los indios pesquerías de perlas; (,l"all tamuién IlIllj' h¡íbi-
les en cI ,r;lU' jo (le pniimento.v }lerfor~ción <le ¡(H ju.s[l~'S y otn.s piedra~
<ln vistOEO c,Jer, objeto ele cCillcrcio Pl'l'I"',lJl'IIL>, ('I)IIlO :,,~ conchas ma-
rinas, call Ja:: tribus del illterior.
})os ; ndi,;s ùe] bajo lIfagùalen3 y los Glla:ll'bIlC¡¡II~ s (:J) traían :1
sus cuellos petos <1e oro y otras IIlhajas, espcciu:mcntc representaciones
do ñp;aills; los sÚbJitos de 'rolú preferian collarcs de chaquims y plan-
chuelas de oro (-1); los Cnnas, }l?11l1íentcs (e l'onchas Y de dientes Ù3
jaguar, l:,eclws estos Últimos con tanto csmero, Cjnc •. parecen una mas:!
sólida" ('»). 'lá hemos visto cómo nuestras triuus acostumbrauan cargar
al clIello lus dientes y ¡tUn las cabelleras de BUS enemigos. El cacique de
una rIe las isbs pertenecientes ii Panamá también usaba coibI' ùe diente"
de tigre y chaguala de oro en forma de cOllcha tIc pechilw .. Las sartas de
cuentas pequcnas de pieùms de diversos colures, de conchas y <le oro, no
les emn lllellC>B familiareB (O); había indio que Ilevllra Ú su cuello 300 Ú
,400 do éstas. Nosotros poscemos u lia, hallada CH un sepnlcl'o cn el Da-
rién, fOrr:Ullb. pUl' cucutas retluudas, de c1istin';os t.amafiu" pCljuenos ci-
lindros, eanntillus, etc .. tOtlo tic orn. Llevabau colgacllls al pechu patenas
de lo miSllU (7), que Jas principales lucían cn el combate. El Caciquc
Be ponía dOH Juando asistía ul consrjo, una !'ohre el pecho y otra ell III
espalda, cogidas pOI' un hilo que pasaba por los zarcillos. Las orejas te-
níun, 1'~Il·S. 'I' u rcsistire! dob!l' peso de los PCIHlil'ntes 'lue lus aJol'naban
'j Je las pI'Sa(;:ls planchas. Los in,lius tic las BO¡;:ls del 'J'UI'U tenÍall iùén-
tica costulnbl',' (8).
Los 1]1'1111;108 per~('guíal\ los COCUYUBY ,:lOll ellos hacían sarlales que
sl1spelHlían Je noche rI sus cuellos, Además de ser muy vist0soS, les ser-
vían pllm gui,:rbe Oil :,lI,; m'll'cha,; noctl\l'IlFS (\I). LOB collares ùe hueso
eran lllUY de ¡:u agrado.
LOB l'opllf8nos \lsaoal! petos y collares hedlng ('O" jn)"",,'"'' (lt' 01'0

(1) Cllstellnl,ns, P. II, C. J.


(2) Piecra!lil 'l,
(:)) Cns',ell:lllo>, I[i.,t"";'l de Santa !traria, C, Il.
(4) Fr. Pc,!! ') ::-limólI, T. ll, pág. 14;j,
(5) '.varer.
(H) Bancrof:, Pércz, etc.
ll) Herrera, \\'lIfcr, Acosta, ctc.
(8) Acosta.
(9) Ovi,}do, L. xv, Cap. VIII.
158 I'BTUDIOS BOllRE LOS ABORIGHNES DE COLOMBIA

bajo (1); los de 108 Patías eran de mosquitos de distinta ley, "muy
galanes J' ,·jst )SOS " (:.l).
En las rc.m:lscntaciones de barro muy puco acostumbraban 108 indios
de~ ()au()a J d'l Antioquia diùujar estus adornos; una~, coma la figura 66,
tienen ina ical' o u n collar; otra~, como la t1gura 105, han sido halladas con
collares posti7.os.
Las mujeres de 108 Pozos llevaban al cuello ri~lIs gargantillas de oro;
108 hombres, granùes chapas redondas unas, y otras en forma de estre-
lla (3); ]os Ca~ios adornaban el pecho con joyas de oro (4).
Alllrgar los castellanos á las tierras de Agatfi cncolltraron Ulla her-

mosa mujer á Ja que "murénula de oro rodeab¡~ p.1 garzo cuello" (5). Cu-
brían Jas garg,mtas de los Tocaimas alhajas de 01'0 y cucntl~s de ùive¡'sos
coJores ((j).
En la cal ~cción Chiùehl\ son raras las figuras de~provistas de collar;
parece que cJ uso de éstos no hubiera sido tan restringido como \lI de Jas
otras joyas. El Ja figura 1." aparece uno de malísimo trahajo. La fi,~ura 10
lleva sobre el pecho y suspcnù idas al cuello tres planchetas redondas; ll\
43 lleva seis, y cinco la 48; la figura 80 tiene seis, de forma cuadrada,
Otras llevan únicamente cierto nÚmero ùe hilos imitando sartas ùe
cuentas pcqu.~flas; la figura (j lleva seis; la 2," del número 14 (7) uno
wlo; la La ¡j.)l nÚmrro 20, euutrD (R); la :!.a .lel nÚmero ao (D) tiene
trcs, n'cogida!: atráR rll un nudo que cae sobrc If,S c,;raldas. A cstos hilos
Y:ln sl1~J1cnùidos diversos adornos; en 0tras fignras: hL 3." delllÚrnero]G
tiel1{:,cinco pllnchetas largas y rcetu ngu larcs; la 1.' ùel n úmcro 17 ti n dije
pC(lllei'lo, j' la 2.a (tO), sohre el primero ele los tres hilos que CIlCII encima
del pecho, un pe'lue!1o disco; la La 11el nÚmero 27 lleya cinco dijes SUA-
pen(lidos nI clllar por largos hilos; al nÚmcro 30 le cuelgan dos Ú manera
de borlas, y á b Z," del 31, tre~. La l1gum 52 t;ene III cuello tres hilos, el
último anudado sobre el pecho y con cuatro cspiraleH. La figura t·3 (11),
una mujor ùe malísimo traba.io, la adornan ocho hilos, y en tre el 6. e y el
7. o seis espira es. El collar que lleva la mujer del núm.ero 54 es de cuatro
hilos; sobre el primero tiene de cada Jaùo tres disecls pequenos y en el
centro trrs dijes suspendidos por otros tantos hilos. Eeta misma figura
(1) Acosta, PÍl~s. 166 y 170.
(21 Cicza, f. (j7.
(3) Id., f. 3~.
(4) Fr. Pedo Simón, T. Ill, P:Lg. 571.
(li) Castellanos, lli.~torÙI del Nuevo Reino de Granada, C. x.
(6) Fr. Pedro Simón, T. H, pág. 629.
(7) Es de tllm)¡sg-a y fue hallada en Gl1atavitu.
(8) Es de orc; y fue hallada en Gllatavitll.
(91 Es de oro y fue halhlda en el río Lebrija.
(lO) Miden tstas 3~ y 7 centímetros. y fueron hallndllS en Gllntavita.
(11) Mide 7 .:entímetros de alto, es de oro y fue hallada en Carare.
APENDICE 159

estaba destinada á servir de adorno ùe collar, como lo prueban lOB dOB


aroB qno S(J v(!n sobre SUBhombroB. El de la mujer del nÚmsro 55 es de
tres hilos, la. E:~lperfide comprendida entre la gnrgnnta y el primero de
éstos está. dívi(lida en trC<lpartes iguales por dos pares rle hilos, y lleva
en cadr, tna nn pequeno rlisco. La figul'a "8 (1) presenta unll mujer
con unr. v:\rilli., muy larga. en la mano derecha, coronada por lIna meùill
luna. Eobí en ~1icy tieno por único adorno un dis30 grande sobre el pecho,
colgado al cuello por doblo hilo y con tres ùijes lJuspen(lídos en la parte
;nferior.
LCd Chibelws también acostumbrab::n sobro 01 pecho I:,s medialu-
nas, discos él patenas, corazones de oro, ote. La fig-lIra :.\'7 tiene una sim-
ple o~pjral TA:: figura 41 trae l,Il pectoral hecho sJbro llna ¡lcqucf1a lámi-
na do oro, por medio (le hilos del mismo mulal; III planch:t está soldada
sobre cI pecho del Cacique. La figura 47 tiene sOJJ'a el pecho Ull adorno
tn.Lorma (:0 c':I'IlZÓII; ella misma servía ,le dije jl'lm COIl:II',eOl11opoùrá
yerse por ¡as 1108 ahcrtlll"aS que tiene:i los 1••.Ios de la e;,¡bcziL. La figura
5G (2) cs c) adorno [lam el pecho que los eLOnistus llaman mcdialuna;
tiene algulJc~ tlilnjos hechos 1)011puntos. En 1.1 fignra. 57 (3) tenemoi.: un
precioso Iwcto:·al. Su forma iH1 ¡¡semeja á la dc un corazón. Ell el centro,
en la pJrL£ sIlPt'I'iol', se ve 11l1:t cara en relieve, con un casco, rlel cual se
desprcnde ·.ln É ¡l'cha; sobre lo., costaelos hay sei~ :nsectos bien grab¡ulos
yotros cuatro el~ ]a parte haja; ùe cada Indo dos dibujos caprichosos
hechos con Bacllbocado. Una ctelgadísíma filigr'ina aùorna todo el contorno
de la patena.
Los col!lll'(~ de dijeB ùe 01'0 ensartados en.n de liSO muy general. Té-
!lían cierta, figulls simbólicas convencionales que RO reproducen á elida
paso y ele Its Cj-a'-es se han halhlùo muches, especial monte ell las vasijas
de ofrenùas. P"ohablemento al mismo tiemp·) que les servían do adorno
:as llevalJilTl cor:o amuletos. En la figura 50 se '7CnlX muchos de éstos (4).
EnLl'o 108 si ~~e más gmndes hay ÙOS COll cabem humana y 103 demás ter-
:ninados po: espir:iles semejantes á las Rntella.s de las mariposas. Los p~-
luefioi; son I:t rr'IJor parto imitación de insectes.
En las ng;llr!ls de oarro están los coUares dibujados con más esmero.
El de la figuru. lO"( es de chagualetas; el dellil4 está formuno por cuatro
hilos rdorcido¡- el 147 tiene suspendidos Cllatro huesos labrados, etc.
Estos hueso, en n de un uso muy general y los llevaban, no sólo como co-
Heres, si'.lo que :~0\1Polloshacían sartales que colgaban de los hombros ern-
(1) àIide 5 ~ cc ntírnetros de alto. Es de buen oro.
(2) Míde ]2 centímetros. Es de tumbaga. Fue hallada en Carare.
(g) Mide J a centímetros. E3 de t\lm\)a~a. Fue hallada e:I Cararo.
(4) Soa dc, buen oro, y fueron hallados en Carare.
160 EiiTunros SOBHE r,os ABORÍGENES D.E COI.OlIIJIA

zán<l,)los sobr\: el pecho. La figura 35 tiene el colInI' y estas doblcs 'inrtas.


TicI1Cll ademá; collares de hncsa I¡¡;;¡Jo, l'cr¡llenas figllras ,le barro llel n ú-
l11C'r\l118, el lI!), el 132, y alg'lna~ (le las qno so lHllan ell laH lii.minas
15.), 151y15R, yllü\'an sartalcs bs figuras 111, 1:!5, l~G y l'.!lj (hi,,). Estos
hues,ls son scmcjante~ :í. los que ¡¡¡¡:u'ceel! baja cI nÚmero ..1-7 d,· J:¡ colec-
ción de A ntiOI¡uia.
Algunas naciones de It,s Llano3 recargaban .,1 tudla con grail núme-
ro de sartas dI' 1J1tir¡'prl, ó scan cuclltas flIllY mC/lll/las qne sacaban de los
caracoles, y ccllares de llientes de 1110110 (1); ùe ·:sl(' nLlmero eran los Ca-
ribes (2).
Daremos llnas pocas cifras del oro (jilC en alhajas rceagi8roll les espa-
floles en su pl' mem cntraùa en aIgu nos pu n tos. El Cacique Tlll1laC,) les re-
galó una sum: consirlerable do oro y 2-.10 perlas gt":\llcles; p.)IH.:ra les obse-
quió con más l~e2,000 pesos ell oro labrado; 'l'umall:¡rná Cil llos Ilías 'es pro-
porcionó 3,;>01) pesasen oro, y}ij,caregnfi 10,000. Ell '.l'llnj:1 de una urna
morLuorin SlIC Iron gran cantidad ùe csmer:dda3, láminas, ch:\gualn" íÍgni-
lus de oro, et(\
Además de las alhajas descritas, los Goajir()~ traía:! l\l~ hl'a;>;":l rccar-
ga,los con cefi ¡llores de cuentas y perlas (3); los TumlllamerllH's peleaban
puestos sus brazaletes de oro (4), especialmente los capitanes; 1)8 Gall-
nebucanes III \,,,b:m rnulleca~ y molledos rOlleados de bra7.:tletcs ,le 01'0 !liai
labrados (5); E'n los pueblos ùe Marllbllre y Al'ubarc sns pocos momda-
res abandona :'on 1ií,000 castellanos de oro en adornos de toda el'pecie; lOll
Tayronas llevaban en los brazos y molledos mnchas joyas J chaguv.hls: allí
recogió Garcia de Lerma en cuatro días ~O,OOO pesos (G); los C¡paculls
"traían por las mnlleCfiS cuentas do 01'0 y otros ornamentos" (7); ell el
pueblo de Cm'ex recogieron "de oro fino seis mil Ó !Joco menos castella-
nos," ademá, de las joyas de valor que dieron Cocó n y Bahaire. Este Úl-
timo les regaló 60,000 pesos ell joyuclas; los inÔios del rio Josar traían ce-
nidos lOllbrll7.0S y tobillos; los 'l'olúes adornaban los molledos con cuentas
de piedl'as; latPnas, águilas, canlltillos ensartados pal'll ceflidol'e!l de bra-
zos y picrn:.3 ll'uban los indios de Panamá y Uraùá (8); los Popayanes
Re ad01'l1ulJlLLcon brllzaletes de oro (9); los Porces traían planchetas de

(1) Cassan ..
(2) Oviedo, 'l'. II, L, xx.
13) nerren, D. I. L. lIT, O. XII.
(4) Cllstcllwos. P_ IT, E. J, C. Il, En su~ pueblos recogieron los españoles m{\S
dil 10.000 ducados en alhajas.
(5) Cnste]Ja[¡os, l'. II, C. I. Allí también rccogieron lo, conquistaùorcs mucLí~i·
mas joyuellls de oro,
lU' Castellanos, Ili.\to'ria de SrZllla Marllt, C. III.
(7í Ill., P. Hl, Ilistoria de Caréd(jc/w, C. JlI.
(8) BerrelR, D, l, L. VI, C. l.
(9) Acosl~, pág. W7.
AP¡';NDICE 161

01'0 cn h ba~'l¡a (1). Las mujeres CUllas llevaban brazalc~ do concha~ y


de 010 (2), f l.b:! Y ceflillorcs Ile cncntas ramlDa pic1'llas y 108 brazos (:J).
L'l.s mnjorcs .]0 [ilS l'¡lya, y 'l'¡lpalis:ts so aÙOrllDn aÚn las gargantas de 108
pies, l'lS :J1':I7,OS ;.' ¡Hlfíù:! COll cCfli,lol'es Ile l:ncntls ¡:(J viùrio quo traùajau
co'.\ primor. Pan~. ello tomanhilo la;'go ~n Id cual ensartan tautas
\:n
cuent:l!> de IIIl cilloI', tt~nt;J.s c111otro, et:)., y 11\:'';0 c:lnlOlven el hilo al re-
dedor l1e III eil /1(ll'u de 1IlaÙera Ó de trapo y olJtiel:~n dibujos simétricos
elegantl!s. l. li Cnll(~nllar¡II"s j' los indios llel AtraLo hu.n conservaùo la
misma eOSLlIrnln.l (4).
En algI: lias de Ill~ re(JresentHl.:ioncs do [¡aI'1'I)de los dopartamentos ùel
Canca y AnliulIl.i:i se 'l'Cil Ularcada~ las pulseras y m:ís l'ara vez los cellido-
res Oil Ius ùr.J.i\Us. L:i figum ID! (5) tiono unchos coEiùot'C:l call grccas ("~
lus pufios, piernas y garg'llItas dc los pies. Casi i.o,l¡1.s las figuras quimbar:!"
llcvall [¡ion c e¡il;'~:Hlos cstos adomos (6).
Los MOilc;!s ,Isaban brai\¡),lctes ùe pie.1m y de hueso (7). Sólo henwzl
'listo COil br,~:mle'l, eutro las figuras l1e art> chibúh¡t, L (IUO llc\'¡), el Il Úrnrrn
35; no horno;, visto ningtlnu ¡Je "¡uro con estas Ldornos.
LO;1 Toc:\i m il llcvaban cn 1011 1l1011eclos cuo 1 tag ele oro y piedras ùe ti i-
versos coloro,: (R); la~ ll1ujere:! ùc los Coli mas USi! Jan además brazal es, plll-
S8l'US y cenillol'e. Cil las g¡trgllntas de los pics y padol'l'illas (D). Las tri·
lHIS nórnadl:s de los Llano:s ata[¡an jlmto á ]¡.s rodillas y á los tobillos Clla-
tro esponj:1l1.1s b.;rb8 de he[¡ras Ile algoclón, qUE; allllismo ticmpo que lcs
servian de adorno, los protegían coutra IllS pica(~uras du las garrapatas.
Camu se ve pOI' las llUme¡'Osas citas que homos hecho de lItS diversas
tl'ibus y de las al): ajas <'lue usaban, 108 iuùios, rr.ientras más desnudos all,

daban, más l'ecal,suban de adol'llos su cuerpo.

III
li AURES.-PA~l'ANrLLAs.-lIIANrAS, ETC.

POC,IBeran Jnr, tl'ibns que lindaban totalmonte (lesnudas, y menos Illl-

merosas aÚn aqu:'lIas Cil que acostumbrab\ll1 vEstirs3 de uua manera ,le·
ccnte.
Yá ]wlUlJa vi;tc quú todos, má:! ó menos, hacían uso de pinturas y ùe

(1) Fl'. Ped'o Simún, T. ur, pág-. 568.


(2) Quinlan l.
(:J) ll~rrcra.
(4) Hing-roH')'
(G) Coleccic'n Cr.lca,
(G) Véasc el hiJtl!uio etnogl'ájico, efc., de la pl'o'dncia d,) los Quimbayas, por Ernest{)
.Restrepo.
(7) Pieùmhita.
(8) }'r. PelllO Sinón. pág. 621).
(9) Id., T. H, pá¡¡. 86G.
162 i~STnHO~ SaTInE LOS AlIOUÍOENEd DE COLOMBIA

adornos de era; pasemos ahora á describir lss ropas con que se eubrían,
menciollando primero á los que, como fi los Oocinas "nunca jamás ropa
ni atavío á tlUS nerviosos miembros embaraza" (1). Los Glll\nehucanes,
hombres y nlujeres, andaban como vinieron al munùo (2); los habitantes
del bajo Magdalena "no tenían cubierta que los viEta" (3); en los de Ca-
lamar "Y{l dije, desnudez SCl' el arreo ansí 6e hembras como .le varo·
nes" (4); los rlo %alllba "hasta r,artes implltlelltes ;;ue!cll llevar abiertas
y patentes" (5); lo mismo los Oipacuas, Qllinllllchues (G), Xutiba-
l'as (7), los l:abitulltes ¡Je las l:ostas del Istmo (:ll ell'aeífico (S), IllS de las
Bocas del 'l'no (~), los Tahamíes (10), los Xlltabes (11), los indios del
Atrato (12) los Chococs df'1 Sur (13) .r los P.lIlc]¡,~s (14). De los Pijaos
nos dice Fra:: Pedro Simón qnc llevaban descubierLls hasta las partes ho-
nestas (15), qlle lo mismo hacían los PÚeces (Iii). Ka crau más pudoro-
sos los Timanaes (17).
Tan pOI'O acostnmbrau:lu los indios de los Llanos cubrir sr. cuerpo,
quo cuando os misioneroa ofrecían telas á las mujeres, éstas I:ortestauan
ruborizadas, durrabá ajaduCll, 110 lIaS tapamos porqne 110S da vergüen-
za (18). A esto número pertenecían los Guaipíes (10), los Achaguas y Ji-
raras (~O), cJ.\ln'luc algunas de BllS mujeres so!i¡,n llsar ¡¡ampl,nillas de
hajas; los G,)ahiLos y Chirico;ls (~l) (de vez ell cuánùo las ll1t1jeres se po-
nían al cint) estcrillasque t('jÍan con cogollos de palma); los Betoyes (22)
(SUB jefes s.J cubrían con camiEetas hechas con cortezus (le Úrboles); los
Guamas (23), cuyas e8posas EeernÍan lacíntllla con f¡¡j.ts allgostas tan su-
tilmente hi}¡l(]as, que los espllilolcs 1:ls compl'aLan l'ara \\Eurlas como
corbatas.
_______ - -.- -- __ o

(Il Cust"lI:.noH, P. If, E. !, I). !J.


(2) ]d., :;. J.
(;J¡ ]d., l!,\tvI'Ùt Je &tIltu Narta, C. !Il.
(4) Id., l/i..turia de Cm·[n.qenfl, C. J.
(il) Itl., P. Ill, lfi.~/ol'lfI, de Cmlayewl.
(fil Fr. ,'I ell") ~illlón, T. Il, lHí¡;. 17·1.
(71 leI. íd., T. HJ, p:íg. 811.
(tll Ileneru, D. Jll, L. \'JI. Cap. Xl.
¡H) Aco ·ta, p:íg. !í
(lO) Cu.·,tdlanos, l' Ill, J1i"/ùl'ia de .AnlloquÙ£. I,d ·orl· .•• ·;;,}. ~a!'(lcllll (lic·~. !in
emburgo, qUI! en 8\18 tierras hallaron muchas rnantn~.
(il) Ull;t,~l1anos. lIis/en'la dc Cc/rtagella, C. IV.
(121 ]d., P. )If.
(13) Fr. Pcdm l:'illl{¡ll. T. III.
(14) Ovieùo. T. JI, L. XXVI
(Jr.) T. Ill, púg. :l:!O.
(16) 'r.
Il, pá~. 178.
(17) Ca;tel1l111os. P. Ill, /;ï&[/io á JJenalc'¡za,', C. VD.
(lfll Cassani y Gumil1a.
(19l CnstelllllJOS, l'. Il, E. Ill. G. J.
(20) Rivero, pÍlg 114
(21) Id., pág. 145.
(22) Id., pág. M5.
(23) Gllmilla, T. l, púg. 16:;
APÉNDICE 1~3

Había tril:us entre las cuales las mujere3, má3 recatadas, se vestían,
mientras los hombres andaban desnudos. 'l'ales eran los 'rolúcs (1), Zi-
núes (2), Pocorosas (3) y Bscotias (4). }~n ot',ras, como sucedía entre
los vecino~ de Santa Marta, unos se cubrÍall y otros no, indistintamen-
te (5). En laB do los Pozos y Muzos sólo los Caciques y principalos acos-
tumbraban lleyar mantas.
Algur os de los Urabacs hacían angostas fajas de cuentas de piedra y
hueso c:ltrctcjidas con oro, con que ccnÍan los pies, marrecas y brazos (G).
V cÍanse ontre los GUl\nebucanes hombres que "solamente la parte
'lergonzos:}, Call oro cubren ó con otra cosa '" en un calabazuelo común-
mente" (~). Entre los Samarios lo más frecuente era hacer uso do un
caracol qUJ ataban á la cintura, y las mujeres uua braga suelta "que na-
da les puet':e cu brir" (S). Los caracoles eran muy usados como único ves-
tido, lo mismo quo los canutíllos do oro, llcvados por casi todos los habitan-
tes del Istmo (O). Los Darienitas copiaban con primor los caracoles na-
turales, qlC hacían de oro muy fino "en quo atapaban sus partes desho-
nestas;" ta mbién los usaban en forma de apagadorcs ùe vela. Había caracol
de oro que pesab¡¡, hasta 40 y 50 pesos (10). Los Chucunaques (fracción
de los Cunas) ataban á la cintura ya caracoles de éstos, ya embudos ùe
oro (11). 'J:ambiéulos indios de Acla (12) suspendían con cuerdas cara-
coles de m:lr pintados de varios colores, y COlLl) no los había en sus tie-
rras, los compraban á los vecinos (13).
Cerca de Urabá encontraron los conquistadores "hombres que meten
dentro ùe unOll caracoles por gran honestidad miembros viriles. Las mu-
jeres cu bnn llUSmancillas con hojas 6 con ciertas pampanillas" (14). Los
Tocaimas y Cl\rtamas sólo cubrían sus vcrgü¡Jllzas, los últimos con alha-
jas de oro, entre las cuales se distinguían por su tamaflo las de los caci-
ques (15). Los Colimas, hombres y mujeres, llevaban una cuerda al cinto
que nada les c:ubría (16). En alguna tribu de los Llanos "los hombres
trslan el miem bra reasumido en el cuerpo y te,pado el extremo por un ca.
---.-.--------------- .------------
(1) PiedralÚa.
(2) Acc sta, pág. 61.
(3) Uerrera, D. II, L. IIJ, C, xv.
(4) Oviedo, '1'. II, L. XXVI.
(5) Cie¡:a, f. ;J2.
(G) Acc,sta, pág,41.
(7) Castellanos, HÙ,tl)Tia de Santa Ma1'ta, C. II.
(8) OVl~ÙO, 1'. II, L. XX.VII, C, XL
(l)) Fr, Pedro Simón, T. III.
(10) Cieza, .f:. 21.
(11) Enciso.
(12) Hurera, D. II, L. IH, C. xv.
(13) Hurera, D. III, L, VIU.
(141 Caitellh!los, p, III, IliJ.to1'ia de Cartagena, C, IY.
(15) Fr. Pedro 8imón. T. II, pág. 627.
(16) Id. íd" pág. 8615.
11
164 ESTL"DIOS sonRE I.OS ABORÍGENES DE COLOMBIA

nutillo de palma" (1). Los Achaguas, Airicos y Jiraras usaban ::¡n08 to-
nelitos tejidcs con hoja de palma pintados con vistosos colores (2). Lo&
indios de POI'ce y de Nechí, llunque poseían alhajas de oro en ¡.bundan-
cia, s6lo se c'lbrían con cortezas y hojas (3); los Chancos de ambos sexos,
llevaban mar res de cortezas de árboles (4).
Cuando marchaban al combate, y en las grandes ftJsti vidadcs, casi to·
dos los indio:! usaban vestidos ó por lo menol:! maures de plumas; 1"31'0muy
pocos los Ile\ aban en SUBcaslls, probablemente por la di ficultad que tenían
para conseguirlos. En los Llanos había parcialidades donde acos~umbra-
Dan trazarsoiJre el cuerpo dibujOB con cllrafia y encima colocaban con ex-
quisito gusto lineas regulares de plumas de distintos colores ([.); tam-
bién los Enmascarados adhúrían á las pinturas del cuerpo plUllLISJ cas-
cabeles de clllebrll. (fi).
" Los C libchas, cuando van al combate, atan al brazo uno de estos
idolillos (pel ates) con una espadilla" (7). L~ figura 71 de la colección
chibcha exhibe un guerrero que lleva atada al brazo la espadilla COllque
sostiene el íèolo.
Uno de los vestidos más usudos pOI' los indios era la pampanilla, lla-
mada también guayuco ó guarruma. Consistía ésta en una peqr<cl'la tela
que ataban:'. la cintum con un cordel y les caía hacin adelante. Las ha-
bía que no tenían más de un l'almo, y otras que les caían sobre las rodi-
lIaa. También se ponían una fllja angosta al rededor de la cintura: la lla-
maban maure. Los Goajiros cubrían las partes secretas con pafluelos
labrados calDo almaizares (8), y los Abibes con pampanillas ele algo-
dón (9). Muchos de los habitantes del latmo tejían largas fajas de algo-
dón que envolvían al rededor de la cintura (10), otros se cubríll:l con un
simple gUll}uco (11). Las mujeres de 108 Pastos tapaban escllsamente su
desnudez con tcllls angostas (12). Los homùres entre los Chancos (13), y
los Pícaras (14) se ponían maures. Los quc llevaban los Armas apenas
teuían un palmo de largo y dos de ancho (15).
En los lJgares fríos y cntre las tribus menos bá.rbaras tejían mantas

(1) Oviello, L. XXIV.


('2) Casso ni.
(3) Castdlanos. P. lIT, lliswl'ia de Antwquia. introducción.
(4) Ciezo, f.53.
(5) CasSLni.
(6) Caste llanos, P. II, E. Il, C. Il.
(7) Ovie1lo, 1'. II.
(B) Herr'lra. D. J. L. III, C. XII.
(9) Castellanos, P. III. Hist<n'ia de Cartagena, C. IV.
(10) Acosta, pág. 18.
(11) Pér'lz.
(12) Pie,lrahita. púg. 7B.
(13) Vie;~. f. 57.
(14) Id., f. 46.
(15) Id .• 42.
APÉNDICE 165

de aJgodén q.le eran objeto de comercio permanente. Los Paucurlls las


usaban muy cortas (1), y lo mismo eran los que cel'lían la cintura de los
PopayanEs (2).
Las mujeres de los Nutibllras llevaban III rededor de BU talle mantas
pintadus, mny galal1l1s, que les caían sobre las piernas (3). Lo mismo
hacían 10l habitantes de los alrededores del Tolú, donde las U~lIbllll ya.
blanclls, ~Ia con dibujos de colores (4); les caían li los pies y erall delga-
das y tinHs (li). Las mujeres de los Bandas (6), de los Patías (7), de
108 Cuare.:us (8), los Catíos (9) y los Aburraed (10), vestí>lu con mantas.

Entre Ion Cunas el traje variaba de unr. parcialidad á otra. Además


ha ido mo<lificándose mucho con el tiempo. Wafer asegura que los nom-
bres apenas se cubrían con ulla hoja de plátano. Hillgrosso dice haber vis-
to venirJ. él á nn jefe call la bata real. Otros viajeros refieren que las
mujeres so cubrían con enaguas de algodólI (11) que "cel'lían con nn tra-
po sobre la barriga (12);" con una túnica encima que les caía desde los
hombros hash Jas rodillas (13). lierrera dice que aunque tenían mantas
andaban :Iesn ados. Por lo general en tiempo de la conquista sólo loe:
principalùs llevaban túnicas sin mangas, que les cubrían todo el cuerpo;
sus súbditos apenas podían usar caracoles de oro Ó de mar, y Jas mujeres
angostos mau::es.
Cuando '"stuvimos entre los Payas y l'apalizas, aunque yá los hom-
bres habh.n adoptado la camiseta y los cnlzQr,cs .le algollón para andar en
el pueblo, ibaJ: á SUB cacerías con un pal'lllelo atado á manera de pampa~
niUa, por únieo vestido. Las mujeres envolvían al rededor de la cintura
una anchf. fajE. de algodón y ponían encima una túnica suelta que les caía
hasta las :rodillas: es de color azul y con una faja de diez centímetros en
]a parte baja, eon adornos colorados y amarillos.
Las mujeres do los Pastos traían tÚnicas ¡i manera de costales, csto es,
sin mangas y muy cenidas al euerpo. Se envolvían encima una manta.
Los indios Ulá~ acomoàados se cubrían con una manta de tres 6 cuatro
varas, á la cual daban una vuelta por la cintura y otra por la garganta. So-
(1) Ciezlt, f. 43.
(2) Acosta, :?úg.170.
(3) Cieza.
(4) Fr. Pedro Simón, T. Il, pág. 145.
(5) CaHellanos.
(6) Acosta, pág. 41. Allí encontraron l.\Ombres vestidos de rnllier y con todos los
empleos de éstas.
(7) Id., pág. 50.
(8) Fr. Pedro Simón, 571.
(ll) Cieza, f. J7.
(10) Sa:·ùeIla. Las mantas de los Aburraes tcnían vara y meùia rIe largo por una
de ancho.
(11) Enciso ~7 Wafer.
(12) Pérez y Wafer.
(13) Andrés de Ariza.
1GG :,ST{;DIOS sonnE LUS ABORÍGENES DE COLO)lBL\

braùa una punt:\ que pasaban encima de la cabeza. Ademús se ponían un


maure qno tdían con yerbas secas, cortezas ó algodón. También usaban
los Quillancir gas pequetlos maares y una manta de al¡;od&n cosida 'f abier-
1:\ sobre los cJstados. Las mujeres reemplazaban el mauro por una. peque-
tlamanta, y la de encima llemba vistosos adornos Cil el cuello (1).
Algunas parcialidades del Orinoco tenían túnicas de algoé.ón, sin
mangas, de ]¡·)ch l' l'fi como de costales y con pin bras (le follajes, lazos, ctc.,
de mucha finura y <lo una duración {\ toda prueba P).
Entre lo:; Hohios, quo los conquistadores hallaron á orillas del río Sa.n
Juan, fueron ¡-istlls mantas y tellls de algodón call hermosos adernos de
plumas (3).
El Cacir uo Careta vestía call túnicas do m:lllga cOrt3; á Pedrarias re-
galó una ùe i~st~IS,entretejida con plumas ùe diversos colores y dos col-
chas do la mÍsma hechura y 00 tan esmerada labor, que por ambos lados
parecían de ;eoa (4).
En el caserío de Arllbare los castellanos "hallaron mantas de algodón
tejidas, pintadas con pincel y coloradas" (5). El Cacique de J3uritaca
vino á encontrarlos con sn corte, tO&OSvestidos con mantas pintadas (G).
En los alrededores de Santa Marta pocas personas a~ostulllbraban
vestirse. En1.re las mantas que allí vio Oviedo, nos describe con €speciali-
dad una que medía de seis á sieta \"aras de largo y t;res y media de ancho,
con muchas fignras pintadas que se enlazaban formando un gracioso con-
junto, realzado por las cornalinus, esmeraldas, calcedonias y jaspes entre-
tejiùos en t<lh la superficie (7). Sus vecinos, lo" T'ayronas, "eran ,es-
tidos y galll ws (8)."
Como .as mujeres tolúes (9), las no menos hermosas del Sinú (10)
vestian call telas <le algodón curiosamento labradas.
Los iné ios del Darién del Korte "tení,Ul ropa de algodón mucha."
Las mujere¡; usaban nna manta que lescuhría hasta los pechos, y otra que
de allí lcs blljaùa hasta los pies (11).
Los súbditos de Pariza hacían mantas de hermosas labores (12); las
mujeres de las provincias de Acla, Comagre y Pocorosa andaban bien ves-

(1) Ciezl. f. 67.


(2) O"iEdo. T. JI, L. XXIV, Cup. XI.
lB) lIern-ru. D. I, L. X, C. XIII.
(4) Id., T. l, D. 1.
(5) Castellanos, P. 11, E. IV. C. V.
(6) Fr. Pedro 8imón. pág. 221.
(7) L. :xxv, C. Xl.
(8) Custeihmos, Historia de Santa 'Marta, C. Il.
(!)) Picclruhita.
(10) Ac )slu, pág. 61.
(11) Ci( za, f. 21.
(12) Herrern, D. 1\', L. l, C. XI.
APÉNDIOE lG7

tidas do los pechos abajo con telas de algodón (1). En Acla. tenían ade-
más tÚnicas :lon mangas (2), y lo mismo algunos individuos entre los Po-
corosas y Escotias; lus do éstos últimos se distinguían por los dibujos do
vivos tintes Call que las engalanaban.
Gru'Jsas mantas de a.lgodón cubrían los cuerpos de las mujeres de los
Chancos (3). Los jefes y las mujeres de los Pozos rodeaban con maures
la cintura y eocima envolvían una manta larga (4). Los caciques ~ruzos
usaban Cfpas. Es pa.ra los Catios "su común manora de vestido largo, tan-
to que les cubre los extremos" (5).
En la tribu de los Colimas sólo las rameras tonían ùereal10 de ves-
tirse. Ka iml~ortaba que sus esposas y sus hijas vagaran desnudas, como
si el ropaje sólo cubriera el vicio. Llevaban una manta desde los pechos
hasta la ci:pin :lIa y otra que cobijaban encimu, de ésta (6).
Los G'uant?8, que consideramos como una fracciéll de los Chibchas,
tenían mantas de algodón, tejidas con hilos de varios colGres. Se ponían
una ancha, faj!!, al rededor de lit cintura y un~ larga capa que ataban con
un nudo Hobro el hombro izquierdo. Las mujeres casadas llevaban ade-
más Ulla pamp~nill8.
Los Chibc1l!ls decían que sn legislador Bochicll había llegaùo con una
almalafl1 cuyos ü;Üremos se juntaban en un nudo sobre el hombro, y que el
vestido qU(' ellos usaban lo llevaban como recuerdo de éste (7). Desde
que 108 cor qubtadores llegaron á sus tierras quedaml1 admirados de la
gran cantidad de mantas que hallaban en todos los bohíos y cercados. Po-
níanse llna i;únioa ó camiseta cerr¡tda que les caía hasta las rodillas ó has-
ta los pies, y UlU manta cuadrada sobre el hombro derecho, cnJos extlC-
mos atab:m ¡¡obre el izquierdo, ya fuera COll nn n~do, ya con llll alfiler de
oro. Las mujercfl usaban chircate (manta cnaùrad¡t), fJne calliall iL la cin-
tura con nna. faje., que llamaban chumbe, y sobro los hombros lllla !llanta
pequena (cil)uim) prendida en el pecho, que qUEdaba casi descl! biCI to, con
un topo de O~'O 6 tumbaga.
Las mantas eran blancas, y sólo los principales podían pintarlas de
rojo 6 de negro. Eran tllU bien tejidas, que suplían la falta de ropa de los
castellanos. El mayor recargo en los didujos indicaba la jerarquía de su
poseBor.
Yá hemos visto que en algunos puntos, como en Santa Marta y 'rara,
(1) Derrere., D. III. L. VrI.
(2) Id., D. u, L. HI, C. xv.
(3) Cieza, f. 57.
(4) Id., f. <:7.
(li) Castellanos, IliRtoria de .AntÛJquia. introducción.
(6) Fr. Pedro Simón, '1'. Il, pág. 866.
(7) Pam el vestido de 1011 Chibchas hemos consuhlldo ti Piedrahita, pág. 80.
Oviedo, Acosta, IIern:ra, Castellanos, Fr. Pedro Simón.
1 GS ~;ST JI)[()~ SOBHE LOS AnORlGE~ES DE <èOLO)1RIA

dibujaban h\B I:llUlta~ ;Í. pincel; pero en la mayor parte de las tribus b ha-
cían por medio c"e cilinJ.ros y planchetas de barro Gan gl'abados en relieve.
Véallse las láminas 52 de la colección quimbaya y 113, cte., de la (:olec-
ción chibcha, Tamùién hu adornaban con plumas, con cuentas de hueso ó
con objetos dA (l'a de poco peso. Las cuentecillas que apareceu en la lámi-
na 47" fueron halladas en un sepulcro, en la que Cue provincia de 108 Ar-
mas, y son \llltlS pocas de las muchas que adol'nllbl\U el vestido del cadá·
ver allí encont "ado. Los adornos de oro del número 40 (colección chib-
cha), proceder.tcs Je Sogamoso, hacían parte de un vllstido, 'l'odos tieneu
las dos ubertmas por donde pasaba el hilo que debía fijarlos á la tela. Son
laminitas de oro sumamente delgadas soLre lail cuales se ha obtenido el
dibujo por impresión. liay cinco muy semejantes á los re~ie\"es que se Où-
servan en las ~)iedras hasta ahora llamadas calendarios. Las otras SO'], unas
mitad pescado y mitad mujer, siete insectos (cocuyos), cada cual con una
chagualeta, más ó menos redonda, en la cola; una medialuna, seis peque-
nas pirámide.! de oro, huecas, y formada1! por IIlla delgada lámina dobla-
da cn dicha fOl'maysoldada en unll de las caras, y unos setenta canutillos
ùe 01'0. Los j~fes chibchas adornaban también sus mantas con esmeraldas.
Es tuuy de sentiree que los indios hicieran siemprè de~nll'¡1l8 sus re·
presenbcion~s de oro ó barro. En todos los objetos '-lue de ellos hemos
eXarl1illado, :,ólo hemos visto uno quimbaya, con la túnica, y unos dos ótres
do Antjof!\1i \ y Canca, con (I1gun:1s líneas que parecen indiear este mismo
vestid,,_

PE'l'ROGLIFOS y PIEDRAS LLAMADAS CALENDARIOS

lia ¡;:j\:oopinión lllUY general la de consilleral' la,; pintums sobre la8


rocas como \'erdaderas illscripciones. Ningún autol' ha podillo interpretar
Biqui<.>wIII o ùe aquellos signos, y sin embargo el más atrevillo apenas ha
llegado Ú l,reguntar Cil tono de du(b si serán verdaderos jerJglíficoB Ó
meramcnte- dibujos caprichosos. Casi siempre qtW hemos tenido en mano
reploiluccone3 pictográfictl3 las hemos visto llc0mpafladas del mote:
"jeroglíficos hallados en una piedra de tal punto," Kegam09 rotunda-
mente el hecho de que los indios que habitaban el territorio de la re-
pública dil Colombia tuviel'an conocimiento ùe \lua escritura cualquiera,
figuratiVE .• simbólica ó ideográfica. Las tribus no desaparccierou inmedia-
tamente después de la conquista, y much03 Jerlues é indios principales,
convertiè.09 al catolicismo, se hicieron amigos de los esralloles y apreudie-
ron nuestro bello idioma; ¿cómo ex:plicamo~, pues, que ninguno de ellos
les revelara el secreto para descifrar esas páginas de historia Ó C308 re·,
APÉNDIOE J69

cuerdos de gloriosos hechos estampados en caracteres indelebles sobre el


granito? Se nad dirá qne callaban por respeto á sus antiguas creencias 6
por temor :í. sus compafleros. En el primer caso, si aun después Je recibir
el bautismo eran fieles á su idolatlía, ¿ cómo los enemigos vecinos, 10$alia-
<1osde los espafloles, cm penados siempre en haccrles el mayor dalla posible
en todo sentido, en venganza. de pasadas injur:as, tampoco dijeron nun-
ca nada.? :K) pOllía scr por miedo á los de la misma tribu; más temor les
inspiraban :os castcllanos; secretos más sagrac~os para ellos les re.elaban
li cafla. paso.
La jgo)ran~ia yel fanatismo de los espa10les tendieron un velo es-
peso sobre estas preciosas reliquias de las civilizaciones americanas, ilicen
varios autOJes. Y los que esto aseguran agregan que algunos conquistado-
res, por avaricia, no paraban en los medios para obligar á los prisioneros y
[L sus súbditos iÍ revelar dónde tenían enterradas sus riquezas. Entro las
gentes del pueblo se ha propagado la iùea, idel~ que debió tomar su fuen-
te en los primel'Os albores de la conquist.a, de que los signos en las piedras
indican que debajo se escondo un gran tesore. Debido á esto han des-
truído muchas de estlls reliquias, y siempre han sijo burladas sus espe-
ranzas de rique~as sepultaàas. Si la aVfiricill cm tanta, ¿ podrían expli-
camos esos misl:1os autores por qué nunca se supo lo que en esas piedras
se decía:) Otra cosa bien mra es que Y(L que teníall una escritura no se
hayan encontra:}o páginas sueltas en telas de algodón, en cortezas de árbo-
les, etc. Dirán que en las mantas; nosotros aseguramos lo contrario, como
lo probarerros r¡¡ás adelante. Agregan que la historia de la nación Chib-
cha se cOIlsprvaba archivada ~n el tem plo ùe Sogamoso. ¿Y por qué allí
nada más? '3i los J eq lies de lraca sabían escribir, no eran menos ilustru-
dos los de lIacatá; y separados como estaban hacía algunos allas, era muy
natural que estos Últimos, cuya gloriosa historia. seguía yá una corriente
distinta, tuvieran su archivo separado. ¿ Quién vio, además, los libros del
Suamux, si aq'lel templo fue presa de las llamas la noche que por pri-
mera vez dos soldados de Quesada, adelantárdose al ejército qlle el día
siguicnte debía apoderarse del recinto sagrado, penetraron en él? Nadie
vio llqllelloB libros, ni cronista alguno dice que existieran; mas como no
foeroll halhdo8 en ninguna parte, pareció muy cómollo decir que allí es-
taban depollitados y que el fuego los consumió.
Veamos otras opiniones respecto de las l"ictografias. Como éstas se
ban hallado generalmente en los puntos en que la geología nos senala el des-
agüe de algÚn lIntiguo lago, y que en ellas se ve representada á cada paso la
figura de la ranll, que presidía á las cosechas y :í. los cambios de estación,
dicen quc con í~sta quil,ieron recordar los primeros habitantes los gran-
des cataclis mos de la naturaleza. En primer lugar, los Chibchas, á quie-
170 ESTUDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLO~mIA

nes considel';lmos posteriores al desagÜe ùo Ill'> altas meseta.>, habitaban


antes Jas fall as de la cordillera y los valles bajos de .londe fneron empuja-
dos por los l'anches á la altiplanicio; lnego no presenciaron esa~ pertur-
baciones. En segundo lugar no estaban tan adelantados en geología para
comprender fenómenos que todavía discute la ciencia y á los que ningún
sabio ha podido asignar época precisa.
La única tradición, la Jo llochica, qno manifi8sta quo los Chibchas
tenían conOl:imiento dol desagÜe del lago <lo Bogotá, es una ex,~epción.
Lo imponente de aquella enorme masa ele agua quo recoge tod'ls las fnen-
tes de la alti Jlauicie para arrojarlas, desprendiéndose de la tierra fría, el
un abismo ndeado de las producciones de la tierm templada, tenía que-
herir su imaginación. Además, el desagÜe do III Sabana se hizo paulatina-
mente, y cU'lndo los Chibchas la ocuparon esëaba aún inundada en mu-
chos puntos.
Nos dirfon que entonces cómo explicamos la coincidencia <le que las
más de las pinturas se hallen en las piedras acumuladas por la salida pre-
cipitada de las aguas. No es este un problema de muy difícil solución.
Oasi todas las piedras un poco gl'andes, dispersa3 on los valles y llanos,
tienen pinturas, y, como sun rodaaas, ~s muy n3tural que los indias apro-
vecharan su Huperficie. La misma explicación ùamos á los que creen que-
esas pinturas se hacían para senalar lali piedms quo servían de lindero Ii.
las tribus. LIIS límites de las que poblaban los valles altos eran l8.s faldas
do las cordilleras, y allí es donde se hallan aCllmuladas las masas pe-
dregosas.
Otros han querido ver en estas pintura~ los mapas de los dominios
de los princiI,ales Oaciques; las lineas indicarían: unas, las aguas g.le rega-
àan sus tierras; y otras, las colinas y bosquos: los puntos eran J08 caseríos
quo estaban haja BUS órdenes. Si aceptamos esta interpretación, tenemos
que confesar que pueblos y corcados so levan taban á distancias ignales,
con una simetría capaz ,le ¡lesesperar al más práctico arquitecto, y que
los ríos y mcntallas se juntaban y volvían á separarse formando figuras
geométricas quo nunca ha presentalla la naturaleza.
Hay quil,nes hun querido ver escritul"lls fenicias, jeroglíficos egipcios,
caractercs ch Inos, etc. etc. )i osotros no hemos visto nada de eso, y para
que el estuùioso lector juzgue sin pasión, le presontaremos algunos· de los
petrogl:fos recogidos en distintas regíones.
Yá prevI'mos una objeción. ¿ Con qué objeto hacían los indios aque-
llas pinturas: El viajero que logra escalar una empinada cima, los que
viBitan laB mauvillas naturales en los distintos países, los que recorreu
las selvas vírgenes, aun mnchos que suben á los monumentos modernos
levantados pl'r la mano ùel hombre, cualquier11 que sea su procodencia;
APÉNDICE 171

todos, ~omo por iostinto, quieren dejar improso su nombre, ya !Sobre la


rOCfl, Yl on la corteza de los árboles, ya en lãs paredos do los edificios.
El que no ó;,lbe eseribir, ¿qué hace? Graba aquel objeto que le es más fa-
miliar tÍ por el cual tiene más veneración: una bandera, una cruz, cte. Los
conquistadores, adondcquiera que llegaban, grababan la cruz, Y todavía.
vemos l. los arrieros Y mineros ignorantes de nuestro país pintar cruces
sobre la'l piEdras como para. recordar, si alguna V()Z vuolven por allí, que yá
habían estado. Ahora. bien: ¿ por qué no harían lo mismo los indios? Obsér-
vese que, siempre laB inscripciones ostán sobro hermosas piedras, ya aisladas
en los valles, ya acumuladas en preciosos g:upos, ya al pie dc algún abismo
imponen te. (.Qué de raro tendría, pues,que alllegn.r allí los indios, para con-
mernai'll\" t\l dín. eu que habían contemplado semejantes bellezas, pintaran
como rocuedo el símbolo que les era máB familiar: la rana, que presidía.
á sus cOEechllsj la culebra, objeto dc su culto y representación de algunoB
de sus dioses; la espiral, de un simbolismo tan lato, 6 bien figuras geomé-
tricas caprichosas como Ias que trazaban en sus mantas, 6 laB que adorna·
ban SLlS carall? También podía sucedor quo en 9UBcacerías y excursiones.
para J'ece-rda: 6 dar las senas á la esposa del punto en quo habían deposi-
tado la presa, ó donde habían visto algún árbol propio para hacer una.
canoa y rara construír su cercado, pusieran como Benal lin dibujo en hl
piedra. ¿O por qué no por mero capricho para ensayada bija con que de-
bían pintarse, Ó por mero pasatiempo?
Eu un estudio sobre las tribus ùel ~Iag-Jalem~, publicado por el be·
flor D. Jorge Tss.acs en 103 Anules de la Inst1'1¿cción PÚblica, el autol' nos
presenta nna serie de pinturas copiadas por él de las piedras de la Sierrv.
Nevada. Aqnellos ùibujos primitivos son ensayos de nna mano poco dies··
tra, y no BC ve eu ninguno de ellos nada que pnea¡l indicarnos que el au-
tor haya querido transmitir íi. la posteridad el recuerdo de un hecho glo-
rioso.
Quien qu:.~ra darse cuenta del valor ciell~ífico y de la autenticidad de
estas pictografías, puede leer el interesante a~·tículo El Danvinismo y las
misiones, publicado por el serloI' D. :Miguel Antonio Caro en Ins pI'imeras
páginas del tomo XIII del Repel·torio Colombiano.
Persora i!L:stradll y quc ha vivido muchos afias en la Goajira y en la
Sierra Nev;¡c1a, consultarIa pOI' nosotl'OS sobl'e 1/lltutenticir1aù de estl1.ilpic-
tog1'l1fías, t os COll testó en u na carta:
"RespelJto Ii las inscripciones indígenas en piedra que trae la. obra. deI se-
ñor Isaacs, me p;uece que es mejor se queden donde estliB. es decIr, en las
piedras y en la. O'tlr!l; porque por las que he visto allá y que figuran en dicha.
obra, no son más que garabatos hechos por los transeónteR no hace mucho
tie~po. Si e: señOf Isaacs hubiera recorrido las cercanías del pneblo del Ro-
saflO, en la Nevada, se habrfa. encontrado nna inscripeión en francés que
172 ESTe HOS SOBRE LOS ABORÍGEJŒS DE CCLO~[JlrA

hice yo eo una piedra cuando de muchacho estudiaba este IdIoma, y otras


muchas que hacen 108 que van Ii las fiestas. Las pIedras de aquellos luga-
res se cubren, con :as lluvIas, de una capa negra., espeClie de olUn, y Ii maae-
ra de pizarra sirven para escribir en ellas cen otra piedra .
•• Usted recordará. lo que dice el señor Caro de lae; letras 1'. B. que el se-
ñor haacs crera fu,~ran escritas eo tiempo de San Luis Beltrán, y que apeaas
soo el hierro con que Toma8a Barros marcaba 8USganados ..•

Creemos, pULl', qne las pictogrllfías (leI departa,nento del :'IagùlIlenl\


que nos presentan las láminus I :í IV elel Catálogo, !la merecen mayor es-
tudio.
El senor A. L. Pinart, en Sil opúsenlo ¡,i'lIite des Ciuilisatiolls dans
l'isthme amérícnin, nos presentL una serir. de peL'oglifos que pasaremos
á estudia!'.
Xi en éstos, ni en los allteriure~, ni en los siguientes, ,erá el lector
Ilada que pueda IOdicarie que tenemos li la vista Ulla cseritura cualquiera.
Las figuras ùisetllinadas aquí y allá sobre las piedras, confundidas UDM en
otras sin orden Hi sistCOlIl; la falta ¡le coordinación y de. unidad, todo nos
indica que eSOBmal trazados garabatos son hechos por mllnos inexpertas
]Jor mero pllsati':mpo.
Algunas analogías se oùsel'Yun entre estas pinturas y las de la Sicrra
Nevada, así ccmo se ascmejan los ensayos que pueda trazar un nillo en
nuestra tierra c ¡li ]<)8 q ne haya tl':\7.~\,I()otro en Uusia. Esta misma lieme-
janza, que sellaJa :'Irl'. 1'inart cntre é3tas y las del ;\Iag(lalcnll y el Orinoco,
t.iencn la misma cxplicación.
Espirales, :lunas, fi,guras concllitricr.s, mal ,]eliu0ados animales, en-
tre los cnales ccupan pnesto prefercnte lu rana y el mono, algunos semi-
bosquejos de (,aras con rayos '~omo suelen represcnbu' al sol, hé aquí el
resumen de lo que contienen las lÚminas y á XII.
Aparece allí una serie de palates lltra\'csaùos por una línea heorizon-
tal "muy semEjantes á antiguos alfabctos orientales." ¿A cuáles:
Dice el autor, que deja. para otros momentos el estndio proflt:ldo de
estas pinturas: nosotros lo damos por hecho y acomejamos á los sahios no
se devanen los sesos ni pierdan Sll tiempo en buscar su significación.
En el del'artamento del Caucn, donde so hallaba unlL de las naciones
más adelanh~c.aB, la de los Quimbuyas, fueron recogidos los dibujos de la
lâmina XIII. Unos triángulos con upa mancha en el fondo, especies de
hachuelas de píedra, fue cuanto nos legaron en materia de escritura aque-
llos hábiles lll'tistas.
Las láminas XXIX y xxx, tomadas de la Geografía de Antioquia del
doctor Urib£; Angcl, nos traen unas pocas inscripciones. En la piedra en
<¡ue están un lB ranas Ó monos en un lado, se vc un letrero bonado:
"Añod€ 17.... paso .... "
APÉNDICE 173

Personas ilustradas, como el doctor O:lpina y el doctor Cllmilo A.


Echeverri, hill querido encontrar allí nn recuerdo de la escritura de los
chinos. AI CÚnsul chino en San Francisco de California, le mostrámos
una l'epro(\ucción de estas piedras, y nos dijo que no hallaba. más seme-
janza con la eHcriturll de su nación que en el color de la tint:1. El pueblo,
con su bUlln sentido práctico, \lama el punto en que están esas piedras,
el Paso de los Nicos.
Pasemos ahora á Jas pieùras pintadas de Jas Chibchas, por haber sido
éstas más I~stltdiaùas y haber hecho cavilar á :nuchos escritores.
La Jámina :XIV presenta la picùm .Je Gámcza, sobre la cual sólo
aparecen :loa figuras, repetidas cada ulla algunus veinte veces, cou Jas
mismas dimensiones y con alguna línell más ésta que Ilquélla: la rana y
dos espirales nnidas por Jel línea exterNa y con lIas y hasta siete radios
sobre el hlllo lll! afuera,
IIemo;l "iHo cómo la rana en SIlS clistintas posiciones, ya saiu., ya
con otra qne sc dcsprende de Ja cola ó ùe una pata, y Ja espil'lIl, represen-
taban los bienes. Ademá.;; Ja rana em animal:le un simbolismo muy lato
entre los Chibchas: ella presirlill á. Jas estaciones, era el primero y ci último
nÚmero de la veintena, base de su numeración; y era su forma tan fácil
de dibujar, quo tenía que oeurrírseles cada ,ez <¡nc hacian por pasatiempo
alguna jmagen en Jas rocas. En est:l pienra todas las rsnas están en acti-
tud de repe-so, y las espirales son dobles (representación de dos orejas); si
quisieron estam par u na cantinarl nlt mérica, ¿ oóme se leería? Tcndríamos
el número ~!O(lepresentado por la actitud ele la rana), y elnúrnero 10 por
la doble espiral.
Escriba el lector unos cuantOi! números de estas al azar sobre un pa·
pel, y bllsque d,~spués qué cifra obtiene. Si fuera una página de historia,
se leel"Ía alli caRl y sementera (rana extendida-gueta), y cosa pintada (la
oreja-ubchihica).
En la lámina xv los caracteres cúmbiar. de aspecto por completo:
tiq ui yá lIO se von sino líne!\s rectas por grupos de seis, líneas en zigzag,
m<'tsó menos abierht9, escaleras, etc., y lIna hoja ó u na lllallO á la iz-
quierda en la parte superior de la pied l'a.
Bastaria, para probar qne Jos Chibchas no dejaron páginas escritas,
comparar nnas con otras las piedras pintadas que se encuentran eu dis-
tintos l'untos, y ver que en ellas lie hay nunguna raíz común; semejan-
za entre un-)s l'0Cos caracteres, pero no la igualdad que requiere la es-
critura.
La hermosti piedra que en el gran cataclismo produci,lu por el rio
Sumapaz quedó dobre una colina dominando el precipicio de Pandi y que
trae la lámina XXVII, tiene yá lineus y dibujos do otro carácter, aunque
174 E,¡TUDlOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COJ.O:llBIA

en uno de los costados aparecer: unllS pocas ranas. Desarrolle el lector al-
gunos de los cilindros qne Ile,an las láminas 113 de la colección chibcha
y 52 de la quimbllya, que servian para adornar sus mantas y sus cuerpos,
y búsqueles el significado ÍI.esas pinturas geométrica8, cn un todo seme-
jantes á las ql;C sc encuentran aqui, dominadas por un sol pequcno coJo-
cado sobre Ja izquierda.
En Facatltivá cxiste un grupo dc piedras d3 aspecto pintoresco, blo-
qucs enormes (lesprendidos sobre un terrcno poco incJinado formando
aglomeracioms caprichosas y coronadas de vcgetaciÓn. lIay ahí Hna pe-
quefla mescta dondc dicen que qucdaba e\ cercalJo dei Zipa. La s03tiencn
en todo su cOlLtorno, á manera de colosales cariátidcH dc granito, macizo~
peflascos labruJos por la acción constante de las agnas ell mil figuras fan-
tásticas. En nuchas de aquellas piedras aparcccn pinturas, aquí una
rana, más adelanto uno ó ùos zigzags, etc. liay fechas y letreros en caste-
llano desde é¡:ocas remotas; y se hallan tan mezclados los dibujos n,(ltiguos
con los model'llos, que fácilmente se engana el turista estudiose-. ~os-
otros hemos visitado detenidamente aquellas piedras en dos ocasiones; la
última vimos ranas trilzadas con líneas rojas qne no cxistían antes. Te-
nemos una colección de fotografías de cuantas inscripciones vimos, y las
hallamos tan insignificantes, que sólo presentamos como muestra IllS IlÍ.mi-
minas XVI y :(VII. Ed el mismo conjunto sin armoníaquc en las otras pie-
dras: ranas aC,uí 3' allí, zigzags y líneas geométricas entrclaí':adas.
En Bojal:á se ve otro grupo de pieùras no menos pintoresoo, con
unos pocos dibujos entre los cuales se repiton á c(\d:~ paso escaleras y
líneas rectf.s. Kas Illlmaron la atcnción trcs calaveras toscamcnte talladas
en la piedra.
Los indi,)s, en los primeros tiempos de la colonia, apuntaban con nu-
dos en una (;uerda Ó con muescas que labraban en un paja, los días que
trablljaban cr. las haciendas. ¿ Qué de raro tendría que en aquellas piedras
marcaran también sus días de trabajo, ó quo las inscripcioneE fueran
posteriores y sirvieran para ir anotando los impuE'stos que cada súbd ita
ibu pagando? IIoy muchos entre nuestros t.rabajadores IIC'lm así su
contabilidad con rayas hechas en las parcdcs de sn ha~itación,
Las lám ,1I11SXVIII á xxv represcntan las piedras de Chinaut!!. y Ana-
cntá, copiadas por D. Liií':aro María Girón, Pocos informes hemos visto
escritos call tllntl\ moderación en SI1Sapreciaciones como el qlle dio el
antor á la Comisión de IllS Exposiciones. No se dejó arrastrar por la
imaginación, y estuvo muy cucrdo en 8UShipótesis.
Nos parece inútil hacer la dcscripción, lámina por lámina, de los ob-
jetoB quc cn ellas BCencuentran. En la piedra de Chinauta aparecen una.
APÉNDICE 175

mano, muchas ranas, espirales, etc.; casi todos estos signos son simbólicos
de bielws. }io se observa el conjunto que dcbiem presentar una escritura:
la sencillcz:¡ poca variedad de las figuras nJS indican cJat'llmente que sólo
el capricho nudo cngcnJrllr aquéllo.
Dice el sellar Girón que en algunas ,le estas piedras hay pequcnas
cavidades Ù~ forma semicircular, y que al pic dc Ulla de ellas fne halIarl:\
Ulla mano ('.e mortero que se adaptaba perfectamento. Cree el autor qae
allí molían ~T preparaban los indios sus colores; si ¡¡sí fuera, la explicación
de Jas pinturas está dada; ntLLb más natun.!, al f'lbricar el COIOI", qlle en-
sayar su intonsiùad haciendo dibujos en la misma piedra.
La má~ ::mportante ùc todas aquellas inscripciones es la Ilue aparece
dibuja.da en ,;.os láminas. Ella encierra todos los signo~ quo llevan las otras
y alguno3 m:ís. Basta mirar fiqueI conjunto de puntos, greca~, rectángu-
los, líneas, círculos y espirales, revueltos en una desesperante confu-
sión con ranns, ya solas, ya prendidas UUl\3 de otras, para comprender
que en eGOCf:.3S no puede existir una idea; todo aquello es caprichoso, todo
debió salir dll lus dos cavidades que sobi'e lr. mísma piedra so observan, y
ser sirnpbs ensayos del color que allí fabricaban para ombijarse.
Una de Jas piedras más interesantes y que hemos visto reproduci-
da con más f:ecuencia; una de las pocas bien cOllocÎt1as por los viajeros
que han escrito sobre nuestro país, es Ia de Aipe, la que nos rresenta la
lámina X:UI. Se comprende que haya llamado la atención de los sabios
y quo se lll.lyan preguntado si realmente no em una de IllS pocas páginas
je la hisbria de los aborígenes qne quedaban en pie. Presenta verdadera-
mente uu conjunto ongal1oso. Alli las figuras están más recogidas, hny
arden y ciet·ta simetría que seduce.
Los Chibchas tenían varios mercados donde celebraban ferias anull-
les y camhiab.1ll sus productos por el oro, las cuentas y caracoles de la
Costa. El sitio donde hacían estos cambios estaba siempre marcado por
algún blo(ue de piedra sobre la cual debían arreglarse todos los negocios,
80 pena. de no Her \'á~idos. Uno de estos mercados 10 tenían sobre l¡\ mar-
gen opuesta dol río, arriba de las tierras de Neiva. La tradición senala
esta piedn, de Aipc como uno de los puntos de reuni6n. Si allí so hacían
lIos cambios, ¿ flué de particular tiene que hayan hecho estas pinturas para
llamar má!! la "tonción hacia ese sitio? Adem(ls, fíjese el lector en los ob.
jetas allí repreHcntados, y verá los artículos de cambio: una manta pin-
tada, fajas y diademas, dos naríguoras exactamente iguales li. Ia que on
el Catálogc lleva el número IOD, adornos para el pcc!:J.o<lo bien conocidas
formas, ranas chibchas, monos semejantes á los que fabricaban los indios
de A.ntioquia y á los que usaban los QuimbaYl1s. Hn fin, una especie de
resumen de los nrtículos que allí eran principal objeto de comercio.
l76 ESTUDIOS SOBRE LOS AnORíGENE~ DE COLOMBIA

Ltl última ,Je lus láminas que estudiamos, número XXXII, es copiada
por el Befior Gi"ón de la piedrll de Saboruco, á Beis leguaB de Neiva. JJas
pinturas origio:lles se deBarrollan en una superficie de 16 á 20 metros. En·
tre ellas hay e"identemente muchas trazadas por la mano Je lOBindioB,
pero IllS más han sido hechaB por transeúntes. Hay muchas letras, hierros
pl\rll mllrcnr ga.nado, cte. Sería una coincidencia rara que Be encontraran
una Ó tIos letras, pero no que se halIen en tanta abundancia. Eleuadrito
principat, repr~Bentación de un baile, es tambiél~ de mano moderna: blls-
taría para pro bario el traje que lJ~va uno de los personajes, pues el que
vestían toùaB las mujeres de aquelJoe parajes y e\ de lnB tribuB sus vecinas
en nada se parecía al que tiene aquí.
Suplicamos al lector recorra con la mimda las tres series de inBcrip-
ciones que forman la lámina. En la primera hallará de la izquierda á la
derecha una 1.. con una 1:, uIJa cruz bien puli.llI, algo como un t.intero,
un ornamento aemejante á una mma con hoj~s y una letra F.; en la se-
gunda una C. y una IL enlazadas, uua eBcuad l'a y UDa maDO hecha con
esmero; en fill, en la tercera línea cinco cruces, una L., una J., una Z.~
ulla P., una S., una U. y varias figuras semejantes á reproduecionea de
hierros para marcar ganado; figuras todas hechas después de la conquista.
y suprimidas éstas ¿qué queda? Algunas ranllS y unns pocas líneas que
110 pueden tener ninguna. interpretación.

Si dejan lo á un lado las inscripciones pasamos á analizar las pinturas


de las mantall, hallaremos 10 mismo: una aerie de greclls y otros dibujos
geométricos 'lue ae repiten de trecho en trecho. Dice CaBtellanos que los
Catíos eBcribían 13 hiBtoria en Buavestidos: por el eX:l.men de loa <:ilindros
de barro con relieves encontrados en BUStierras y con los cuajes pintaban
SUB mantas, ,e mas claramente que es imposible que baya alIi una escri-
tura, y 10 mismo decimos de los grabado!! que llevan los hUSOBdonde mu-
choB quieren bUBcar jeroglíficos. Presentamos los mlÍ.B importantes de
éstos á DU( stros lectoreB, y que ellos juzguen. BI mayor 6 menor re-
cargo de dibujos en las mantas, y especialmente los colores con que los
hacían, ind.caban, dice CastellanoB, la jerarquía de quienes las llevaban;
mas esto no quiere decir que tuvieran una heráldica especial, sino simple-
mente que bs jefeB, según BU rango, tenían derecho á usar do ciertos co-
lores, y les graduaban también el número de pinturas.
N o se cren que somoa los primeros en negar la existencia Jo 108 jero-
glíficos, CaEtelIllnos, que vivió en los principios de la colonia, DOSdice ha·
ber tratado á un mestizo muy conocedor de las costumbres y usos de la
nación chibcha, el cual Je aseguró que aq uéllos no conocían ninguna escri·
tura y que, por consiguiente, no habían dejado á la posteridad Di UDa pá-
ginll escri tf..
A P E.N n I C E 177

De las pictografías pasemos á las figuras grabadas en piedra.


El Padre Duquesne, uno de los hombres más cruditosy que más pro-
!undizaroll los estudios relativos â los Chibchas, fue el primero en descri-
bir una ùe cstas piedras (número 1). Probablemente no consiguió otra
para eshblecer una diferflncia entre los Siglos qne aparecen en ellas tan
distinto!! unos de otros. Después de muchos esfuerzos de imaginación y
de doduccior.es fina.mente sacadas, apoyadus unas veces en ciertas analo-
gías, sir funùamento sorio otras (1), presenta UIl estudio que alucina á
primera vista, pero que no resiste el análisis.
En :roali,]ad, veamos la explicación que éluos da de este calendario.
Ha) El ¡l,'l.PO en acción de brincar es el signo del prinClipio del año y del
siglo.
"b) Estll especie de dedo señala. en la~ tres líneas grue88s, tres año".
"OIJlitlendo, pues, el dedo e que está. á.uo.lado, cuento en el dedo d otros
tres años, quo juntos con los del dedo b producen seis. Lo cual denota lit. iu·
tercalaciCn do quihicha ata que sucede puntunlmenteá los seis años mui~cll~.
como se ve en la tabla; y es de mucha cl;lnsidtraciôn eatre los indios por per-
tenecer al sapo que regla todo el calendario."
Pase que el Padre Duquesne quiera ver dedos en los tres dibujos (les-
critos, y 'lue para mayor comodidad s610 torr.e las tt'es líneas gruesas; pero
no vemos porqué omitaaquí la figura 0, para un c6mputo de nueveafios,
que mlis adelante veremos.
En Ins piedras que figuran en el Catálogo se ven de estas dedos COli
7, 29, 5 Y 2, otc., líneas gruesas; nÚmeros que habrá que tener en cuenta
también d int.er'pretarlos como calendarios, y que no tiene a relación nino
guna con el cÓmputo del tiempo muisca.
"e) I~s el cuerpo de un sapo de cola y sin patas; es el ~ímbolo de qllilti·
cha ata; y por carecer de patas es figura muy propia para expresar su inter-
calación. ¡:orque el mes intercalar no l!e computa para la sementera., y así lo
imaginaban sin acciôn y sin movimiento. Se ve sobre un plano como también
el sapo ata, para significar que en una y otra ps,rte Sf! habla del sapo."

Quo los ùc-s sapos estén amùos en un pl~,no no indica que quisieran
con esta IJamar la utención pam mostrar que son símbolo de la misma
figura. En muchas do las otras piedras se ven estos planos, rodeando aqni
figuras geométricas, más allá. una ligur'a humana Ú otra l'CpresentaciólJ.
Sobre muchas de ellas se ven ig1talment9 líneas irregulares, y nI re-
dedor do hs figuras planos cóncavos, como fi el lu,tista hubiera querido
dar más relievo al objeto, desprendel"lo mejor ùo la piedra.
''f) Esta clllebrilIa representa el signo Sahusa, que es el que se interca-
laba. despué9 de quihicha ata á los dos a.ños muillcas representados ea las dos
Hneas grues'ls que tiene el dorso. Lo que corresponde al año octavo, como Ile
ve en la tabla."
(1) VéaEe la i7i..~(¡;riade lit Nueva Granada, por el Coronel Acosta,
178 ES'WDIOS SOBRE LOS ABORÍGENES DE COLO)[!llA

El mismo autor nos dice que á Suhusa lo representaban el palo


y la cuerda; ¿l,or qué viene li encontrarle aquí nu símbolo tan distinto,
Illla culebrilla, que tampoco tiene Mda de tál? Fíjese c:llector en que este
signo es el mismo que el descrito anteriormente, un poco menos desarro-
llado y con tres líneas encima. ¿ Cómo, pues, llamar al primero rana y á éste
culebrilla: ¿ POl' qué, además, tomar como simbólicas las dos :íneus para-
lebs y omitir la secado? Eu todas las piedras aparecen figul"as Robre las
cuales hay tan',fI" líneas, que sería difícil contarl~s.
"Como cOilcluímos con los lados del pentágono, pa3emos al plano,"
El autor ¡:c fija mucho cuando describe la piedra en la fürma penta-
gonal "pam significar los cinco ínterclllarcs;¡" y ;,qué habría dicho si hu-
biera visto qUl casi todas las demás piedras Sal: de forma cuadrada, que
las hay de Ulla cara, de dos, de bordes tria.llgulares, octágonos, etc.?
"La culel,ra 1/1. es una representación de Suhusa, y como está tendida
sobre una e.pecie de triángulo, símbolo de ifisGo, significa. que se iLtercala
inmediata.men1 e después de Suhusa, el segundo año, lo que está figurado
igualmente en las doslineas gruesa.s que tiene el dorso:'

Aquí no l'CillaS culebra. Sobre SlIhusa y las <losIineas haromos la mis-


ma observacic n quc !Interiormente.
"Como el fin principal de esta piedra cronológica es señalar la interca-
lación del signo de Hisea, por ser el término de la primera revolueión del
siglo muiaca; para mayor claridad est!n contados estos años en los tres dedos,
conviene á saller: b. c. d., que juntos producen nueve años. que !Ion los que
da puntualmente esta notable intercalaci6n. que ¡;:ucede á los llUéVe> años, y
cinco meses, COIllO se ve en la tabla."

Cuando el autor quiso buscar lOBseis allos que necesitaba, omitíó el


dedo C; ahon. que necesita de nueve, toma lOBtres dedos. El objeto prin-
cipal de la pie(ll'a eru. la intercalación del signo de Ilisca, y eB este signo
el que con menos clariJad está representado.
"g) Es un templo cerrado; h, es la cerradura. que hasta el dril. de hoy
usan los indi,)s en las puerta~ y llaman candado (eonno). Los agujeros de las
dos úre.ill!l sirven á las estacas que les ponen, y 108 dos ganches interiores para
Hsegurar la puerta. Significa. la. primera revolnci6n del Blglo, cerrada en hi~'ca,
y para que continuas!:! el tiempo era necesario en su imaginación (es decir,
en opini6n da los indios) que el guesa. abriese la puerta con el8l1crifieio de que
hemos hablajo y cuya!! circunstancias eran simbólicas, relativas li esta revo-
lución del 5igolo."
Muy Ï11geniosa !lOS parece esta explicación, pero de pura fa-:ltaaía.
"El cir Julo menor K, con los radios que e~tán en el otro plano, figuran
li Cuhup(n.w, esto es, la luna intercalar y sorda y la unión y conjunción par-
ticular del s)l con la luna, que veneran tan misteriosamente, y á la que se di-
rigía esta re'{olución."
¿Por qué tomar radios en otro plano para intürpretar la figura E? A
Cuhupcua 1 a repr()sentab~n ademáB por las dos orejas tapadas, cuyo sigilO
no nos recl¡erda. en absoluto eBta especie de cabeza de ave.
APENDICB 179

"La culehra m es símbolo del tiempo, El áDJ.{ulo es un número cinco,


como el de las romanos; le usaban los indios para explicar cinco, porque con-
tablcln pc,r lo!! dedos, levantando el dedo índice yel dedo medio en alto, como
todavía practican j esta fi"ura y las líneas del dorso de la culebra. que es una
represen1;aciÔll de Buhusa, significan que se d3beu tomar los terminales cinco
veces, como yá hemos explicado."

T"as cifrus que el autor va necesitando Jas va sacanùo indistintamente


de aquí ~r de allí, sin razón para ello.
TCl'minl\ la deEcripción de este calendario el Padro Duquesne con el
siguiente páeafo:
·'La. culebra, por otra parte, ha sido el símbolo del tiempu en todas las
Iluciones. Esta primera revolución del siglo estaba consagrada principalmen-
te á Jas nupcias del sol y la luna, simbolizadaa en el triángulo, DO 5610 6eg!in
los indios, sino según otras naciones."

El C,)ro1JI~1Joaquín Acosta trae en su oùra (1) otra piedra ùe mejores


dibujos, <j'ile el estudioso llUtOl' no se atreve tÍ. analizar como calendario,
y aUHul ¡:resentar la primera dice: "piedra ...• que se supone ser calen-
daria, "
Más tarde el docto)' ZenIa, quien estudió muy á fondo las observa-
ciones del Plld;'e Duquesne, describió otras dos pieùras (2), A este estudio
haremos las mismas observaciones que hemos becho al del Padre Dnquesne.
Elllutor va tomando figuras y líneas, segÚn las necesita, para su interpre-
tación, sin fijalHe en que en otms piedras las mi8mas figuras están repetidas
cierto número Je veces, que las líneas correspondientes son más ó menos
numerosas y no pueden servir al cómputo que él huce, y que en cada. nue-
va piedm que 13,1 examina se encuentran nuevas representaciones quo no
se pueden calificar de ranas por mucho que trabaje la imaginación,
Precisaremos un poco: "Los miembros de estas figuras están recogi-
dos como pLra brincar, actituù que, según Duquesne, clll'acteriza la entra-
dr. del ano." ESllS figuras (y especialmente la del plano A, de la figura 7, {¡
la que be refiere el autor) son figuras humanas, y están Cilla actitud de
reposo, ucostl'urn.brada por los indios; los coùos apoyados en las rodillas,
on cuya posición, si fueran á ùrincar, arriesgarían. mucho á caer de ùruces,
En euar. to Il: cómputo basaùo especialmenb en las líneas de las túni-
cas, cte., es lUUY peligraBa, En otras piedras aparecon :figuras idénticas
á las aquí descritas, pero como son más ú menos grandes, llevan en la
tÚnica mayor Ó monaI' número de estas líneas,
Habland? de la figura (j dice el autor que el objeto B "es muy seme-
jante á un renacllajo pequcllo; la Oes también semejante á un ren;\Guajo
pequeno." Eetus mismas figuras se reprod ucen en la piedm, y son escara-
bajos perfecta y eiegantemente dibujados.
--- -- --- -.- -----------------------------
(1) ]Ii~torÙl de l,! Nueva Granada, lámina II.
(2) Papel Bwiód,;:o ilustrado,
12
180 E:iTUDIOS SOHIŒ LOS ABORÍGENES Ill, COLO~IBIA

Veaellec~or las picùras que lc presel1tamos en las láminas, ullas con


siete caras, at) as Call scie, call cinco, con tres, con dos y Call una sola.
Su forma, corno decíamos anteriormente, varía mucho, La. rana predo-
miul\ en todhS ellas; era el animal q'lC m{t> lwostumbmbau reproducir
los iudios; ap ¡rece en easi todas bs pieùras pintadas, adorna muchas de
BUS vasijas de loza, las hacían ùe oro pura sus collares, y era su.magen

la que más frecuentemente ofrecían en SIlS templo~ á los dioses; la cr,-


lebra, mal rc¡'resentlula sicmpre, aparece ram ve?, aunque (;ompartía con
la mna los honores sagrados. Caras y fignras humanas se ven á caGa pasel;
estas Últimall con ùistintos vesti(los, y casi siempro en actitud de des-
canso. Muchas de ellas están sentadas sobre duhos bien labrldos, en lu
posición que acostumbraban, con los codos IIp,)yados en las rodillas y las
manos SObl'C las mejillas, lo que las hn hecho conÎuuc1ir con eUI}rpos de
rana en' reposo, ó en actitud de saltar; escarabajos, insectos, peccs y
otros objetm quoofrecíùn en los templos. Nos ha llamado mucho la aten-
atención ve' en casi todas como un gorrete en a.lto relieve.
El BarÓn de Humboldt en su obra sobre los monumentos indígenas
de las cordilleras americanas, se deja seducir por la interpretación del
calendario lccho por el Par1re Duqucsne y pasa. á hacet' una larga diser-
tación de las semejanzas con el modo de hacer el cómputo llel tiempo
entre los pu eblos asiáticos.
El sabi,) viajero no estudió :i. fÙllllo nllestr;LS antigüedades'y 110 tuvo

ocasión de (amparar algunas piedras entre sí. Era, además, muy llevado á
estudios comparativos, yen esto, como en otras cosas, anduvo desviado.
MI'. Jomard, célebre arqueólogo y distinguido egiptólogo, poseía
una preciosa colección de piedras grabada, do los Muiscas; estudió al
Pudre Duquesne y las deducciones sacadas por el Barón de Humboldt, y
después de hacer el estudio de sus piedras, concluye dicienùo:
•• Este eXamen confirllla. Ia coujetura de Mr. de Humboldt solamento en
cuanto rlic~ rellici6n con el nÓomero cinco y BIlS múltiple~i pero si e6tas pie-
dras son clllenciario8, t cómo es que figuras enteramenttl StHllejllnt,~s represen-
tan días diferentes de ItI.SelUll.nll? Por otra parte, la semRna lUU1SCtI.de tres
dIas no concuerdA. con lo:! nÚlll"rOS 5 IIi 10. Y sería únicaUJeute de!<de el
número 15 y sus múltiples donde podrían couciliarse las divisiont!!:l en 3 y en
¡¡; y por le que Bace 1\1 nú.wero 20. sería preciso lIe¡{llr hasta GO para tener á
un tiempo un lllúltiple de 20 y de 3 ; mas sesenta. días no corresponden á di-
visión ll.lgllDlOl. del año Rolar (¡ lunar, aunque por otra parte, según MI'. Du-
quesne, los MuisCRSteu(au una divi~i6n 6 período de sesenta años ruraleli, {¡
veinte aÎl')S grandes de los .Jeques 6 Sacerdotes, cada uno de lo~ cuales abra-
zaba. treietH. y siete tuuas, cu lIldo elllño civil no contenía sino veinte."

Muy raro sería que ninguno de los cronistas, ni los más observado-
res, ni alln aquellos que tuvieron por guía, cuando escribían acerca de
los Chibnhas, personas entendiùas en SU8 prácticas y tradiciones, que nino
guno, df,cimos, hubiera hecho mención de estos calendarios. También iS
APÉNDll1B /81

de extra1o.r IluO no huya dos ignalcs, y q no pam iutcrpreturlos de una misma


manera, haya que hacer talcs esfu~l'zos de imaginación, que tengamos
que bUSCllrIOIi e~uivlllentcs del ticmpo, ya. cn las líneas realzadas, ya en his
gl'l~bada>, y buscar ranas cn las representaciones de individuos.
Yá que no eucontramos UUllescritura simbólica, ni un calendario en
aqnellas pied_'as, ¿ con qué objeto las tallaban los indios con tánto cs-
mero? 'l'al vez las conservaban como fetiches, pues en clIns grababan
objetos s~mbélicos de SLlSdioses. Quizás ser:an distintivo de jerarquías y
s610 podrían usarIas los Jeques, Zaqnes, UZllques y Capitanes, NOB in-
clinamos má¡; á creer que estas piedras las grababan con el objeto de
sacar los moldes quo Jes servían para hacer sus wguras pequenas de oro,
Se dirá que cl'a muy pesada tllrèa para hacer un objeto; mas fíjese ellec-
tor en las figuritas de oro de hl colección Chibcha, y ver!i. ranas, cabezas
y flgnras simbóliclls encontradas en distintos puntos y que parecen haber
sido vaciadas Ô calcadas sobre muchas de las quo se ven on estas piedras.
Ellos tenían pnra adorno de l'lUS man tas y collares, y para ofrendar á sus
dioses, ciúrta£ imágenes de conve:Ición, que repetían millares de veces; se
han visto collares de ranas de más de quinientas piezlls, y en las colec-
cioncs que se mandan á Madrid podrá ver el lectol' uno de ochenta insec-
tos, cuya1gnra exacta so encLlentra en L1nllde las piedras. Es muy natu-
ral, pues, quc pal'a esos objetos simbólicos tuvieran un molde permanente
en la pied "li, ùOllde se ven marClldas hasta las dos abertl!ras laterales por
donde pas,~ba el hilo que les servía para colgados.
Mucho sertimos contribuÍr á Ja destrucción de ficciones tan poéticlls
é interesar tes. ¡COli cuánto más placer 110nos dedicaríamos á explicar laB
divcrsas piedrus quo poseemos, y bUsc~r en cada una de ellas una inscrip-
ción 6 un fl'agr.lento ùo calendario! ¡Cuánto mãs grato nos sorÍa mostrar á
la nación Chibcha, li los ojos del mundo civilizado, como un pueblo tan
adelantado que huhiem llegado al conocimiento do la escritura. figurativa
y á fijar en la riedra la división del tiempo!

--,---,~
INDIO El
Págs.
INTRODCCC.lÓN ....•..•.........•............•••.........• III

CAPITULO1.-1' ri bus c¡ue ha bi tllba u l" terri (orio colom biallo :í 11\ Ilc·
gada. ùe los l'spa noh·s '., . 3
CAPITUI,O H.-Traùiciones .Je los aùorígenes de Colombia I. 28
CAPITUI.O IU.-PolitpíEmo chibcha . 4l
CAPITULO IV. - Simbolismo chibcha , " ., ., . 49
OAPITULOY.-Pnícticas i'¡ohi trirus de las tri bus c¡ne habitaba Il la
Tierrafirme o •••••••••••••••••••••••••••••••• 5S ,
CAPIrGW H.-Gobierno chibcha , . 6~
C,\.PITULOYII.--EI Goùierno ùe Jas tribus ùe 'l'ielTllfirme . 77·
CAPIrULO nIL - Fiestas i ud ígCII:ts ......................••..... 83
CAPITGLO IX.-La uil1ez entre los indígenas '" 88
CAPITULOX.-)'Iatrill\ol\ios in¡lígcnas ' .. " . 96
CAPITULO xI.-·Alimentos indígenas , .. " . 105
CAPITl'LO xlI.-Caza y ¡lPSC:l ••. , " ••••..•••••..••••.••.•••.• 114
CAPITULOXIII.-Antropofagia . I;¿:¿
CAPITUr.OXIv.-VestidC) ................•........ , . i30
CAPITULOXV.-Guel'l'as . 13G
CAPITULO~~vL·-Entierros .................•... " . 141
ApÉNDICE. -DewlTolIl) (leI rnl'ítulo sobro vc.tido . 144-

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