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Este marco se promueve los criterios de Atención Primaria de Salud Integral y la importancia de
implementar prácticas de prevención y promoción de salud mental comunitaria (Ley Nacional de
Salud Mental Nº 26.657, 2010).
También son significativas las prácticas comunitarias que abordan problemáticas de salud mental
desde una perspectiva de prevención y promoción integral por fuera del sistema de salud (Bang,
2013a; Wald, 2011). En el trabajo de acompañamiento y supervisión de algunas de estas prácticas,
así como en la docencia y capacitación de equipos comunitarios de salud y salud mental, la
inclusión de estos dispositivos no siempre ha estado acompañada de la adecuada formación, lo
que ha obligado a muchos equipos profesionales a aventurarse en “lo comunitario” guiados por la
intuición y la improvisación. Por otro lado, esta progresiva incorporación de acciones de
promoción en salud mental evidencia la necesidad de revisar los marcos teórico-conceptuales que
sostienen dichas prácticas e incorporar nuevos desarrollos. El objetivo específico de este escrito es
realizar una aproximación conceptual que permita abordar las prácticas de promoción de salud
mental comunitaria en su complejidad y desde una visión crítica, realizando un aporte conceptual
a la Psicología Comunitaria desde el campo prácticas en salud/salud mental. Esta investigación se
enmarca en la línea de trabajo que rescata la dimensión sociohistórica de los procesos de salud-
enfermedad-atención/cuidados (Menéndez, 2009) y subraya el enfoque de derechos en el
abordaje de problemáticas psicosociales complejas. Para abordar desde esta perspectiva las
prácticas social-comunitarias en el campo de la salud, nos apoyamos en la rica producción teórica
del movimiento de Medicina Social/Salud Colectiva Latinoamericano (Stolkiner & Ardila, 2012),
acentuando la dimensión de cuidados en salud (Merhy, 2006) Una de las problemáticas colectivas
de salud/salud mental a la que nos referimos es, por ejemplo, la labilización de lazos sociales y
fragilización de redes de contención comunitaria (Stolkiner, 1994), lo que Emiliano Galende
denomina soledad relacional (Galende, 1997). Nuestra sociedad se caracteriza por haber
transitado un largo y complejo proceso de desarticulación de sus formas de organización colectiva:
“Los vínculos barriales y de vecindad, los familiares extensos, así como los gremiales y de
participación política se labilizan. Simultáneamente existe una tendencia al abroquelamiento,
dado que los espacios públicos se restringen y amplias áreas de la ciudad son vividas como
peligrosas” (Stolkiner, 1994, p. 36). La inclusión de una mirada que identifique este tipo de
problemáticas dentro del campo de acciones de prevención y promoción de salud mental
comunitaria requiere de una apertura epistemológica hacia el reconocimiento de los
padecimientos subjetivos en su complejidad, en tantos procesos dinámicos de saludenfermedad-
cuidados (Almeida-Filho & Paim, 1999). En estos abordajes, resulta necesaria una apertura que
incluya lo colectivo, lo diverso y lo histórico en la lectura de los padecimientos de una época, que
permita aceptar nuevas demandas, trabajar desde las contradicciones y construir con otros en la
heterogeneidad. Estos padecimientos, portados por cuerpos singulares, presentan su correlato en
la trama social, en tanto emergentes de problemáticas vividas de forma colectiva, que exceden la
posibilidad del abordaje puramente individual. Desde esta mirada, es posible impulsar prácticas en
salud y salud mental basadas en lo relacional, en las cuales el acto de cuidar es tanto medio como
fin en sí mismo (Merhy, 2006). Reconociendo múltiples determinantes y entrecruzamientos en el
campo de problemáticas de salud/salud mental, su abordaje incluye, necesariamente, un enfoque
comunitario, complejo e integral, siendo la protección de derechos una estrategia fundamental.