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FILOSOFIA DE LA
VOLUNTAD
PAUL RICOUER
PRESENTACION
La voluntad no sólo carece de una condición derivada sino que manifiesta una
peculiar donación de sentido por parte de la conciencia. Este poder se
manifiesta a través de la reciprocidad de lo voluntario y lo involuntario como un
primer dato que se revela a la descripción. La voluntad se despliega en las tres
formas del decidir, el actuar y el consentir, y se enlaza respectivamente con los
motivos, los poderes y los límites que le proporciona lo involuntario. De ese
modo le confiere un sentido porque lo determina por medio de un proyecto,
utiliza sus recursos en la acción y lo adopta por consentimiento. Esta
circunstancia revela una conexión de la conciencia con el cuerpo propio -el cual
es introducido por lo involuntario como campo de motivación de la voluntad,
órgano del movimiento y sostén de lo involuntario absoluto definido por el
carácter, el inconsciente y la organización vital. El tema del cuerpo, ya
incorporado a la fenomenología de la percepción, resulta del mismo modo
inevitable para una fenomenología de la voluntad. Y análogamente lleva a
cuestionar el alcance de la reflexión de un espectador desinteresado. El
análisis de este nexo entre la conciencia y el cuerpo es la ocasión para que
Ricoeur rechace la identificación de la conciencia con una pura transparencia,
es decir, enuncie una tesis característica de su pensamiento.
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mismo la responsabilidad del proyecto y motivarlo con razones que
proporcionan una legitimación. Ricoeur pone de relieve una relación circular de
determinación mutua entre los motivos y la decisión, a fin de obviar un punto de
vista causal; observa que el cuerpo propio no sólo proporciona una primera
fuente de motivos sino que está presente como un medio afectivo en la
influencia de todos ellos, y juzga que estas razones tienen la particularidad de
manifestar o "historializar" valores. Estas consideraciones preceden a un
examen de la conciencia ética que toma distancia con respecto a la evaluación
prerreflexiva inherente a la decisión y se ocupa de las razones de estas
razones.
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legitimación y eficacia.2 Junto con el decidir y el mover, el consentir es un
momento de la libertad en el cual se enlazan, al igual que en los otros, una
forma de iniciativa y una forma de la receptividad en una condición de
independencia dependiente. Esta es la paradoja de una libertad, que, por ser
solamente humana, no se afirma de un modo absoluto.
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4. Sobre estas cuestiones pueden consultarse sus artículos "La razón práctica",
en Paul Ricoeur, Hermenéutica y acción, Buenos Aires, Editorial Docencia,
1985, pp. 115-134, y "El filósofo y el político ante la cuestión de la libertad", en
Paul Ricoeur, Política, sociedad e historicidad, Buenos Aires, Editorial
Docencia, 1986, pp. 173-192.
Roberto J. Walton
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INTRODUCCIÓN GENERAL
CUESTIONES DE METODO
Esta abstracción se emparienta, por ciertos rasgos, con lo que Husserl llamara
la reducción eidética, es decir, la puesta entre paréntesis del hecho y el
afloramiento de la idea, del sentido. Pero Husserl no ha soñado hacer gravitar
la realidad empírica del hombre en torno a un hecho fundamental como es la
degradación ya efectuada del querer y su maquillaje bajo los colores de la
pasión. Se verá por el contrario que todo nos aleja de la famosa y obscura
reducción trascendental, en la que falta, según creemos, una comprensión
verdadera del cuerpo propio. Este estudio es entonces, de alguna manera, una
teoría eidética de lo voluntario y lo involuntario, aunque queremos ciertamente
guardarnos de toda interpretación platonizante de las esencias y considerarlas
simplemente como el sentido, el principio de inteligibilidad de las grandes
funciones voluntarias e involuntarias. Las esencias del querer es lo que
comprendo en un solo ejemplo, incluso en un ejemplo imaginario, cuando digo:
proyecto, motivo, necesidad, esfuerzo, emoción, carácter, etc. Una
comprensión esquemática de esas funciones-claves precede a todo estudio
empírico e inductivo conducido por los métodos experimentales tomados de las
ciencias de la naturaleza. Es esta comprensión directa del sentido de lo
voluntario y lo involuntario la que ante todo hemos querido elaborar.
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I. El método descriptivo y sus límites.
Por ello las diversas partes de este estudio descriptivo comenzarán siempre
por una descripción del aspecto voluntario, para considerar, en segundo
término, qué estructuras involuntarias resultan exigidas para consumar la
inteligencia de este acto o este aspecto de la voluntad; se describirán entonces
esas funciones involuntarias en su inteligibilidad parcial y se mostrará, por
último, la integración de esos momentos involuntarios en la síntesis voluntaria
que les confiere una comprensión completa 1.
Tendremos ocasión de subrayar más extensamente algunos corolarios
metodológicos de ese principio de reciprocidad entre la voluntario y lo
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involuntario; bástenos por ahora con señalar al pasar los dos principales: si los
así llamados elementos de la vida mental no son inteligibles en sí mismos,
tampoco podría encontrarse sentido al pretendido automatismo primitivo, a
partir del cual se desearía obtener la espontaneidad voluntaria por
complicación, amaestramiento y corrección secundarios. Uno se encuentra
igualmente conducido a rechazar toda inteligibilidad propia a lo patológico: los
productos de la desintegración son nuevos y aberrantes con relación a la
síntesis humana de lo voluntario y lo involuntario. Todos los ensayos por
comprender lo normal a través de los productos de la disociación patológica
reposan sobre una ilusión; uno se figura que la simplificación que a menudo
produce la enfermedad- pone al desnudo elementos simples que ya estaban
presentes en lo normal y que sólo se encontraban completados y
enmascarados por fenómenos de nivel superior, desprovistos por otra parte de
originalidad. Esta ilusión no es un error de la psicología patológica sino de la
psicología normal. La posibilidad de comprender directamente lo normal sin
recurrir a lo patológico vendrá a justificar este corolario de nuestro principio
fundamental 2.
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1) Lo querido es ante todo lo que decido, el proyecto que formo: contiene el
sentido de la acción a realizar por el yo según el poder que tengo.
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involuntario reside en acceder a una experiencia integral del Cogito, hasta los
confines de la afectividad más confusa. La necesidad debe ser tratada como un:
tengo necesidad de..., el hábito, como un: tengo el hábito de...; el carácter,
como mi carácter. La intencionalidad, por una parte, la referencia al yo, por la
otra, que señalan un sujeto no son fáciles de comprender, tanto más cuanto
que la reflexión sobre el sujeto se encuentra mejor satisfecha en el plano de la
representación teórica. A veces hasta el índice psicológico (es decir,
precisamente la intención hacia un objeto específico y la irradiación del sujeto a
través de esta intención) parece imposible de reconocer: ¿qué es mi
inconsciente, por ejemplo?
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La reconquista del Cogito debe ser total; en el seno mismo del Cogito es donde
necesitamos reencontrar el cuerpo y lo involuntario que dicho cuerpo nutre. La
experiencia integral del Cogito envuelve el yo deseo, yo puedo, yo me oriento y,
de una manera general, la existencia coma cuerpo. Una subjetividad común
funda la homogeneidad de las estructuras voluntarias e involuntarias. La
descripción, dócil a lo que aparece en la reflexión sobre sí, se mueve así en el
universo único del discurso, el discurso sobre la subjetividad del Cogito integral.
El nexo de lo voluntario y lo involuntario no reside en la frontera de dos
universos de discurso, uno de los cuales sería reflexión sobre el pensamiento y
el otro física del cuerpo: la intuición del Cogito es la intuición misma del cuerpo
unida al querer que lo padece y reina sobre él; es el sentido del cuerpo como
fuente de motivos, como haz de poderes e incluso como naturaleza necesaria:
en efecto, la tarea será descubrir incluso la necesidad en primera persona, la
naturaleza que soy. Motivación, moción, necesidad son relaciones intra-
subjetivas. Hay una eidética fenomenológica del cuerpo propio y de sus
relaciones con el yo del querer.
Aquí son necesarias algunas explicaciones para precisar qué hay que entender
por cuerpo-sujeto y, en general, por Cogito en primera persona. La oposición
del cuerpo-sujeto y del cuerpo-objeto no coincide en absoluto con la oposición
de dos direcciones de observación: hacia mí mismo, un tal, un único, y hacia
los otros cuerpos, fuera de mí. Se trata, de una manera más compleja, de la
oposición entre dos actitudes que pueden recurrir a la introspección o a la
extrospección, pero con mentalidades diferentes.
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cuerpo, ni inserta en un conocimiento empírico del mundo. Descubro el cuerpo
en segunda persona, el cuerpo como motivo, órgano y naturaleza de otra
persona. Leo sobre él la decisión, el esfuerzo y el consentimiento. No se trata
de un objeto empírico, de una cosa. Los conceptos de la subjetividad (de lo
voluntario y lo involuntario) están formados por la acumulación de la
experiencia privada de múltiples sujetos. Por una parte, por recurrencia de la
conciencia del otro sobre mi conciencia, esta última se transforma
profundamente: yo me trato a mí mismo como a un tú que en su apariencia
externa es expresión para otro; entonces, reconocerme a mí mismo es anticipar
mi expresión para un tú. Por otra parte, el conocimiento de mí mismo es
siempre en cierto grado una guía en el desciframiento del otro, si bien el otro es
ante todo y principalmente una revelación original de la intropatía. El tú es otro
yo. Así se forman, por contaminación mutua de la reflexión y la intropatía, los
conceptos de la subjetividad que valen de antemano para el hombre mi
semejante y superan la esfera de mi subjetividad. Se comprende entonces
cómo pasa uno desde el punto de vista fenomenológico al punto de vista
naturalista, no por inversión de lo interno a lo externo, sino por degradación
tanto de lo interno como de lo externo. Mi cuerpo queda desligado de mi
imperio subjetivo, pero también tu cuerpo queda desligado de su expresión
subjetiva. El cuerpo inerte e inexpresivo se ha convertido en objeto de ciencia.
El cuerpo-objeto es el cuerpo del otro y mi cuerpo arrancados del sujeto que
afectan y expresan. Por lo tanto sólo es posible ir del cuerpo-objeto al cuerpo-
sujeto por un salto que trasciende el orden de las cosas, mientras que se va del
segundo al primero por disminución y supresión, con lo que se encuentran
estas últimas legitimadas por el tipo de interés que representa la constitución
de la ciencia empírica como saber acerca de hechos.
Tales relaciones son las que plantea el segundo problema preciso del método
sobre el cual esta introducción pretende dar un resumen; aunque, ciertamente,
la solución de dicho problema sólo pueda precisarse ejerciendo frente a las
dificultades particulares el método mismo.
Es demasiado fácil decir que el cuerpo figura dos veces, primero como sujeto,
segundo como objeto, o más exactamente, primero como cuerpo de un sujeto,
segundo como objeto empírico anónimo. En vano creeríamos haber resuelto
con elegancia el problema del dualismo substituyendo el dualismo de las
substancias por un dualismo de puntos de vista. El cuerpo como cuerpo de un
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sujeto y el cuerpo coma objeto empírico anónimo no coinciden: Uno puede
superponer dos objetos, pero no un momento del Cogito y un objeto. El cuerpo
vivido es recíproco de una "modalidad" de la voluntad. Es entonces una parte
abstracta, deducida del todo del sujeto. El cuerpo-objeto no es una parte sino
un todo, un todo entre otros todos en un sistema raso de objetos. Sólo hay
relaciones laterales a otros objetos, no una subordinación a un imperium
subjetivo. Entonces, la relación inmanente del `yo quiero" a lo involuntario
carece propiamente de correlato en una jerarquía objetiva; la dependencia de
mi cuerpo respecto de mí mismo, que quiero en él y por él, sólo tiene por
simetría en el universo del discurso de la ciencia empírica un cuerpo que se
explica por los otros cuerpos. Por ello, como veremos en detalle, la experiencia
del esfuerzo es siempre un escándalo para el conocimiento empírico y siempre
resulta reducida por éste. Se verán en particular los fracasos sufridos al tratar
de traducir en el lenguaje objetivo empírico el esfuerzo como un hecho, por
ejemplo, como una fuerza "hiperorgánica" o como una laguna en los hechos,
por ejemplo, como indeterminismo. Es natural y necesario que las leyes de la
objetividad empírica triunfen regularmente sobre todas las tentativas de traducir
sobre su plano la experiencia subjetiva de la libertad. Pero, a la vez, ese triunfo
de la ciencia empírica sobre el indeterminismo o sobre la fuerza hiperorgánica
expresa finalmente el fracaso de la objetividad rasa. Ese mismo triunfo,
comprendido como fracaso en el intento de captar la libertad del sujeto, invita a
cambiar de punto de vista; la libertad no tiene lugar entre los objetos empíricos;
es necesaria la conversión de la mirada y el descubrimiento del Cogito.
Por ello nuestro método será muy receptivo con respecto a la psicología
científica, aunque sólo se sirva de ella como diagnóstico. Con frecuencia la
descripción del Cogito retoma de la psicología empírica los lineamientos de una
fenomenología que allí se encuentra objetivada y, de alguna manera, alienada.
Pero asimismo, con frecuencia, un concepto fenomenológico no será más que
una `subjetivación" de un concepto mucho mejor conocido por la vía empírica.
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3. Descripción pura (o fenomenología) y misterio
Por ello el método descriptivo, dentro de cada una de las tres grandes
secciones, estará arrastrado por un movimiento de superación que parece
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finalmente extraño al genio propio de la psicología husserliana. La primera
elucidación de las formas del querer por vía de descripción simple exigirá en
cada caso una profundización en el sentido de los vínculos más frágiles pero
más esenciales.
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descriptivo, no naturalista sino respetuoso de lo que aparece como Cogito, en
suma, ese tipo de pensamiento que Husserl llamara fenomenológico puede
prestar su lucidez a las intuiciones evanescentes del misterio corporal. En
particular la experiencia masiva de ser mi cuerpo está articulada según
significaciones diferentes si mi cuerpo es fuente de motivos, centro de poderes
o trasfondo de necesidad.
Por esta doble serie de razones, la filosofía del hombre se muestra como una
tensión viviente entre una objetividad elaborada por una fenomenología a la
medida del Cogito (y recuperada por encima del naturalismo) y el sentido de mi
existencia encarnada. Esta última no deja de desbordar la objetividad que en
apariencia la respeta más, pero que por naturaleza tiende a evacuarla. Por ello,
las nociones que usamos, tales como motivación, realización de un proyecto,
situación, etc., son los índices de una experiencia viva que nos baña más que
los signos del dominio que nuestra inteligencia ejercería sobre nuestra
condición de hombres. Pero, como contrapartida, es la vocación de la filosofía
esclarecer mediante nociones la existencia misma. Para ello conviene una
fenomenología descriptiva: es la cresta que separa la efusión romántica y el
intelectualismo sin profundidad. Esta región de los índices racionales de la
existencia es acaso la razón misma en tanto se distingue del entendimiento
divisor 7.
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4. La apuesta, la paradoja y la conciliación
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intenta formar un círculo consigo misma, es una pérdida de ser. El acto del
Cogito no es un acto puro de auto-posición; dicho Cogito vive de la acogida y
del diálogo con sus propias condiciones de enraizamiento. El acto del yo es al
mismo tiempo participación.
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involuntarios del hombre. En particular, el misterio de ese vínculo viviente debe
ser reencontrado más allá de las paradojas, en las cuales parecen resumirse
las estructuras descriptivas, y que pertenecen al lenguaje quebrado de la
subjetividad.
Es importante ante todo decir cuál es el campo de realidad que resulta puesto
entre paréntesis: en una palabra, es el universo de las pasiones y de la ley, en
el sentido que San Pablo opone la ley que mata a la gracia que vivifica:
No se encontrará en esta obra estudio alguno sobre la ambición, el odio, etc.
Ahora bien, creemos precisamente que las pasiones no son entidades extrañas
a la voluntad misma. La ambición, el odio, son la voluntad misma, la voluntad
con su rostro cotidiano, concreto, real. Por ello, la exclusión de las pasiones
debe ser justificada.
Nos esforzaremos más adelante por mostrar en detalle que las pasiones son
una desfiguración de lo involuntario y lo voluntario. Se acostumbra
emparentarlas con las emociones, respecto de las cuales aquéllas serían una
forma más compleja, más duradera y más sistemática. En Descartes la
asimilación de las pasiones a la emoción es tan completa, que el Tratado de las
Pasiones del Alma es, en realidad, un tratado de las emociones fundamentales
y de sus complicaciones pasionales 9. Es cierto que nuestras emociones son el
incentivo de nuestras pasiones y que, en general, todo lo involuntario es el
punto de inserción, la ocasión de las pasiones y, como diría G. Marcel, una
invitación a la traición. Lo mostraremos concretamente tanto a propósito de la
necesidad, del placer, del hábito, como a propósito de la emoción.
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mismo de la voluntad y no del cuerpo; 1a pasión encuentra su tentación y su
órgano en lo involuntario, pero el vértigo procede del alma. En ese preciso
sentido las pasiones son la voluntad misma. Se apoderan por la cabeza- de la
totalidad humana y la hacen totalidad alienada. Por ello ninguna pasión puede
quedar situada entre las funciones sintéticas de lo involuntario o de lo
voluntario; cada pasión es una figura de la totalidad humana.
Por ello acaso sería imprudente extraer conclusiones éticas prematuras de este
ensayo. La búsqueda de la conciliación fundamental entre el alma y el cuerpo
tiene para la moral una significación que debe permanecer en suspenso; su
sentido resta oculto y poder percibirlo exige un largo rodeo. Parecería ante todo
que un ideal griego de medida y armonía está al alcance de nuestra mano.
Pero esta armonía es una posibilidad hasta cierto punto fuera de todo
menoscabo. La abstracción de la falta es la abstracción de la ética real, aunque
no carezca de nada en lo que respecta a una teoría de los valores y a la
relación de la voluntad con los valores. Por el contrario, lejos de que podamos
encontrar reposo en una sabiduría del equilibrio y de la posesión de sí, una
meditación sobre la falta estará llamada a destruir ese mito de la armonía, que
es por excelencia la mentira y la ilusión del estadio ético. La falta es una
aventura cuyas posibilidades son inmensas; en sus límites últimos es un
descubrimiento del infinito, una prueba de lo sagrado, de lo sagrado en
negativo, de lo sagrado en lo diabólico; es el pecado en el sentido más fuerte
del término. Pero, en ese momento, la falta, única capaz de poner sobre su
verdadero terreno al problema ético, es asimismo la única capaz de deponer la
ética considerada como el orden cerrado de la ley. La falta se encuentra en
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relación con Dios, está ante Dios, y la subjetividad es superada por su propio
exceso. Sólo más tarde, entre los frutos del Espíritu, podrá la armonía surgir
como una nueva ética.
2. La falta
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En efecto, la negación conserva ya un lugar importante en la ontología
fundamental: carencia de necesidad, hueco abismado de la posibilidad abierta
por el proyecto, rechazo inaugurante de toda afirmación voluntaria, nada de la
finitud, impotencia anunciada por la muerte y por el nacimiento mismo. Pero
esta negación exigiría ser abstraída de la nada de la vanidad que la complica y
pervierte. La carencia del hambre, comparada con la sospecha del celoso, que
se nutre de su propia ficción, es aún una especie de plenitud, lo pleno de una
verdadera estrechez, y una suerte de verdad del cuerpo con respecto a ese
vacío que es la vanidad y la mentira del alma.
Sería, entonces, necesario suspender este temible poder, que detenta una
libertad, la de hacerse indisponible proyectando en una Nada intencional la
esclavitud que ella se inflige.
Este falso infinito debía quedar puesto entre paréntesis para mostrar al infinito
auténtico de la libertad, infinito sobre el cual Descartes decía que nos hace
semejantes a Dios. En particular, sólo un infinito auténtico, un infinito sin
desmesura puede abrazar su propia finitud sin tener la convicción de renegar
de sí mismo. La posibilidad del consentimiento sólo puede comprenderse
haciendo abstracción de esta divinización del querer, que en realidad es su
demonización.
Tocamos aquí la razón de método que exige del modo más imperioso la
abstracción de la falta: la consideración de la falta y de sus ramificaciones
pasionales implica una refundición total del método. A partir de un accidente,
no es posible ya una descripción eidética, sino sólo una descripción empírica.
El desciframiento de las pasiones exige que uno capte al hombre por los usos
de la vida y las conversaciones ordinarias. Por ello el estudio que se
consagrará ulteriormente a la falta, a las pasiones y a la ley procederá con un
método totalmente diferente, por convergencia de índices concretos. Es el
único que conviene a una topología de lo absurdo.
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Puede parecer humillante para el filósofo consagrar la presencia de un
irracional absurdo en el corazón del hombre, no ya como misterio vivificante
para la propia inteligencia, sino como opacidad central y, de alguna manera,
nuclear que obstruye los accesos a la inteligibilidad, así como aquellos que
conducen al misterio. ¿Recusará, entonces, el filósofo la entrada en escena del
absurdo con el pretexto de que se encuentra gobernada por una teología
cristiana del pecado original? Pero, si la teología abre los ojos a una zona
obscura de la realidad humana, ningún a priori metódico podrá hacer que el
filósofo no tenga abiertos los ojos y no lea, de allí en adelante, al hombre, su
historia y su civilización bajo el signo de la caída.
Con todo, esta abstracción, exigida por tantas razones, ¿es posible?
Podría objetarse que una descripción es imposible, si hace abstracción de
caracteres tan importantes de la realidad humana. Pero no hay que olvidar que
una descripción eidética puede tomar incluso como trampolín una experiencia
imperfecta, tronchada, desfigurada, hasta puramente imaginaria. Esta última
observación, de acuerdo con la concepción husserliana de la eidética 12 es de
capital importancia para nuestra tentativa: pronto veremos lo que nutre a esta
imaginación de una vinculación primordial entre la libertad y su cuerpo. Además
la falta no destruye las estructuras fundamentales: mejor diríamos que lo
voluntario y lo involuntario caen tales como son en sí mismos en poder de la
Nada, como un país ocupado que queda librado, intacto, al enemigo. Por ello
es posible una antropología.
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adelante: será necesario comprender que una naturaleza fundamental subsiste
en una falta, con todo, total. La falta acontece a una libertad; la voluntad
culpable es una libertad sierva y no el retorno a una naturaleza animal o
mineral donde la libertad se encontraría ausente. A ese precio la falta es falta,
es decir, fruto de libertad, objeto de remordimiento. Soy yo el que me hago
esclavo; yo me doy la falta que me quita el imperio sobre mí. Por lo tanto,
necesitamos, por difícil y paradojal que sea, pensar en una suerte de
sobreimpresión en la naturaleza fundamental de la libertad y su esclavitud. El
hombre no es a medias libre y a medias culpable; es totalmente culpable, en el
corazón mismo de una libertad total como poder de decidir, de mover y de
consentir. Si la falta no fuera total, no sería seria: si el hombre cesara de ser
ese poder de decidir, de mover y de consentir, cesaría de ser hombre, sería
bestia o piedra: la falta ya no sería falta. Entre la libertad y la falta no es
cuestión de dosificación; por ello es posible la abstracción de la falta; la verdad
empírica del hombre como esclavo se une a la verdad eidética del hombre
como libre, no la suprime: yo soy libre y esta libertad es indisponible.
Ciertamente, es indispensable confesar que esta paradojal cohabitación de la
libertad y la falta plantea los problemas más difíciles; dichos problemas serán
objeto de un trabajo posterior en el cuadro de esta Filosofía de la voluntad.
Este argumento parece opuesto a los precedentes, según los cuales la libertad
está demasiado perdida como para ser alcanzada; al contrario, éste parece
insinuar que la libertad es una invención de la falta; pero si uno no cree en la
posibilidad de alcanzar, aunque fuera idealmente y a título de horizonte o de
límite de la falta, cierta naturaleza fundamental de lo voluntario y lo involuntario,
que sería el ser en el cual la falta ha brotado, todo ocurriría como si el hombre
comenzara con la falta. La falta ya no se da como pérdida de la inocencia;
tiende a devenir constitutiva; la libertad sierva es entonces la única libertad
pensable; lo absurdo se convierte en fundamental. Este deslizamiento de una
teoría de la falta como caída a una teoría de la falta como nacimiento y
despertar de la libertad nos parece diseñado por Kierkeggard, que, de la
manera más equívoca, une esas dos ideas, una que hace nacer la falta del
vértigo de la libertad, y otra que hace nacer la conciencia de la falta 14.
Sin pretender que siempre hayamos practicado correctamente la abstracción
de la falta, pensamos que sólo una descripción pura de lo voluntario y lo
involuntario, más acá de la falta, puede hacer aparecer ésta como caída, como
pérdida, como absurdidad; puede, en suma, instituir el contraste que le confiere
su plena negatividad. La descripción pura da a una teoría de la falta el
trasfondo, el límite, de una ontología fundamental. Aunque este límite es
parcialmente inaccesible, impide constituir el conocimiento mismo de la falta,
de las pasiones y de la ley, en una ontología. Denuncia lo que podríamos
llamar, en un sentido especial, la fenomenalidad de la conciencia culpable en
relación al ser de la libertad encarnada 15. Pero aquí el fenómeno oculta más
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que lo que muestra; el fenómeno de la falta obtura el ser de la condición
humana. Lo hace indisponible. Pero, como vemos, el ser de la libertad es
limitativo porque es constitutivo.
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redención de su libertad, como salvación. La Trascendencia resplandece para
nosotros en relación a un mundo espiritual que tiene lesiones reales. Todos los
otros accesos, que pueden parecer un camino más corto, son en realidad
extraños a la prueba concreta de la Trascendencia, que significa nuestra
integridad recobrada. La cautividad y la redención de la libertad son el único y
el mismo drama.
Sin embargo, no es posible decir hasta qué punto es difícil sostener esta
abstracción y cuánto deja de equívoco en la doctrina de la subjetividad. Nos
haríamos una idea absolutamente falsa del Cogito si lo concibiéramos como la
posición de sí por sí mismo: el sí mismo como autonomía radical, no sólo moral
sino también ontológica, es precisamente la falta. El Sí Mismo -escrito con la
mayúscula engañosa- es un producto de la separación. La trampa de la falta
reside en insinuar la creencia de que la participación de la voluntad con un ser
más fundamental sería una alienación, la dimisión del esclavo en las manos de
otro. Mientras que, por el contrario, el Sí Mismo, tomado en ese sentido
especial, es el yo extrañado lejos del ser; es el yo alienado.
Dicho orden sólo puede aparecernos concretamente como una muerte y una
resurrección. Significa para nosotros la, muerte del Si Mismo, como ilusión de
la posición de sí por sí mismo, y el don del ser que repara las lesiones de la
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libertad. Más adelante trataremos de sugerir esas experiencias radicales que
captan el querer en su fuente.
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inseparable de una redención de la libertad por una Trascendencia que se hace
inmanente a medida que el querer se purifica asociándose activamente a su
propia liberación. Acaso la obra de Maurice Blondel sea ante todo no sólo un
método de inmanencia sino un método de inocencia. Tenemos a veces la
impresión de que a través de los rodeos de la Eidética, la Empírica y la Poética
de la voluntad, se busca una seguridad onerosa, que al maestro de Aix se le
otorga directamente. . .
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mismo tiempo, los problemas de trascendencia planteados por una filosofía
religiosa: ciertamente, la inteligencia del yo concreto corre el riesgo de resultar,
demasiado rápidamente, sacrificada a ambiciosas construcciones, con cuya
llave no contamos en nuestra condición encarnada. Acaso la descripción fiel de
la libertad encarnada prepara asimismo, más que lo que parece, la disolución
del fantasma del Ego trascendental. La Trascendencia nos aparecerá más
adelante como una posición absoluta de presencia que sin cesar precede a mi
propio poder de afirmación, aunque éste siempre parezca estar a punto de
englobarla. Por ello, la relación de la Trascendencia a la libertad no puede
menos que resultar paradojal. Justamente, la tarea del tercer tomo de esta
Filosofía de la Voluntad consistirá en llevar a plena luz las dificultades de dicha
paradoja. No hay sistema pensáble de la libertad y la Trascendencia, como
tampoco lo hay de la libertad y la naturaleza. Nos veremos llevados a criticar
los sistemas que buscan una armonización conceptual de la libertad y la
Trascendencia, ora sacrificando una a la otra, ora adicionando una semi-
libertad y una semi-Trascendencia. Esperamos mostrar la fecundidad de una
"analogía de la paradoja" para renovar los viejos debates sobre la* libertad y la
gracia (o la predestinación). Todo me es dado y ese don consiste en lo
siguiente: en que soy una libertad plena hasta en la acogida de ese don. Pero
la paradoja de la libertad y la Trascendencia sólo se sostiene como un misterio
que la poética tiene por tarea conjurar.
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sólo de posición sino también de acogida, la meditación de la encarnación
prepara la inteligencia de una acogida más íntima que consuma la libertad en
su propio poder de poner actos. Acaso el cuerpo sea una figura enferma de la
Trascendencia, y la paciencia que se recuesta sobre la inquebrantable
condición carnal sea una figura velada del abandono a la Trascendencia.
NOTAS
3. Con todo, la fenomenología del 11. Estas observaciones nos alejan del
sentir y del actuar está esbozada en uso que hacen de la idea de falta
muchos Ideen l, págs. 197-199, 244-245, 262- pensadores contemporáneos:
por una 264. parte, dicha idea resulta secularizada e
4. Descartes, Carta a la princesa El¡- incorporada a otros elementos de la
exis
sabeth, 28 de junio de 1643. tencia humana; por otra parte, a medida
5. lbldem. que pierde originalidad, contamina a la ontología fundamental con
una suerte de 6. Ibídem. Toda esta carta esclarece absurdidad difusa. Por
ello no podríamos
singularmente el Tratado de las Pasiones. poner a la falta entre las
situaciones-I í
7. En el lenguaje de G. Marca¡ hemos mites, como K. Jaspers, ni en la
estructu
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buscado una problematización que no re- ra de la "cura", como M.
Heidegger en
sulte degradante, sino esclarecedora con Seín und Zeit, págs. 175-180.
respecto a la experiencia viva de la liber- 12, Ideen l, parágrafo 4 y
parágrafo
tad encarnada: esta problematización la 70. hemos encontrado en una
eidética feno menológica, dando así una respuesta par- 13. Esta mítica
concreta pertenece ya
cial a las cuestiones planteadas en G. a la Poética de la Voluntad. La
inocencia
Marcel y K Jaspers, págs. 369-370. Asi- "de antes" no puede ser
alcanzada si no
mismo, seguimos con ello algunas suges- se la vincula a otro mito de la
libertad
tiones de K. Jaspers en Vernunft und "de después" de la historia. La Esperan
Existenz, donde la razón recibe el nom- za de la libertad revela la
Reminiscencia
bre de das Verbindende (lo que religa). de la inocencia. De tal manera, la Poéti
8. Mikel Dufrenne y Paul Ricoeur, K. ca y la Empírica de la Voluntad se
interfieren sin cesar. Por último, la falta mis
Jespers et la philosophie de l existence,ma, penetrando en la región de lo
sagra
págs. 379-393. do, participa ya de la Poética: el pecador está más cerca
del santo que el justo.
9. En Descartes pasión se opone sim
plemente a acción (Treité des Passions, 14. Mikel Dufrenne y Paul
Ricoeur,
art. 1, 17, 27, etc.); más adelante mostra- Karl Jaspers et la philosophie de
l'exis
remos que el alma tiene dos maneras de tence, págs. 189-193 y 391-393.
Paul Ri
padecer: padece la espontaneidad de su coeur, G. Maree¡ et K. Jaspers,
págs. 141cuerpo, según reciba diversamente sus 144.
motivos, sus poderes y su condición ne- 15. En tal sentido, en la frase
enun
cesaria, y se padece a sí misma en la fal- ciada más arriba: yo soy libre y
mi li
ta, según padezca la esclavitud que seda bertad es indisponible, la palabra
ser no
ella misma. está en el mismo nivel: la libertad es más
10. En tal sentido, Lachelier sostenía fundamental que.la falta.
decididamente que el mal es incompren- 16. J. Nabert, Eléments pour une
sible. éthique, P.U.F., 1943, págs. 3-19.
Pag 47-48
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Primera Parte
Decidir:
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ecléctica residía en dar una imagen artificial de la realidad; distinguiendo fases
diferentes en el proceso voluntario: deliberación, decisión, ejecución. Por
nuestra parte, criticaremos ampliamente, cuando hayamos reintroducido la
duración en la vida voluntaria, la distinción temporal de la deliberación y de la
decisión. Por el contrario, puede aquí establecerse la distinción entre decisión y
acción, pues el intervalo que las separa no es necesariamente de tiempo sino
de sentido. Una cosa es significar una acción por proyecto, y otra actuar
corporalmente conforme al proyecto. La relación de la decisión con la ejecución
es la de una especie particular de idea (cuya estructura queda por determinar)
con una acción que la pone en ejecución, un poco como una intuición llena una
representación teórica vacía2.
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estudiaremos con mayor detenimiento ese poder. Ciertamente, esa impresión
de poder, de ser capaz, puede resultar desmentida por el acontecimiento; la
acción pudo haber sido soñada y no querida; sólo la ejecución pone a prueba
nuestras intenciones. Lo mismo ocurre en los casos en que tengo
incertidumbre sobre la firmeza de mis propias decisiones. Eso es lo que ocurre,
por ejemplo, con el combatiente antes; de haber recibido su bautismo de fuego:
no sabe de qué es capaz, ni conoce el peso de su deseo de intrepidez. Pero
esta inquietud del agente respecto al alcance de sus propias decisiones
confirma nuestro análisis: sólo la ejecución es el criterio, la prueba del proyecto.
Un proyecto, aunque se encuentre separado por una dilación ilimitada de su
puesta en práctica, espera de esta última su consagración. Por lo tanto,
afirmaremos lo siguiente: una decisión puede estar separada en el tiempo de
toda ejecución corporal, pero es, sin embargo, el poder o la capacidad de
acción (o de movimiento) la que hace de ella una decisión auténtica. Y como,
de hecho, sólo conocemos los poderes por su puesta en práctica, la ejecución
es el único criterio de la fuerza del poder mismo. Pero la eidética no tiene
necesidad de esta verificación, pues no juzga el valor de los actos reales, sino
que sólo define posibilidades abstractas. Con todo, dicha eidética puede
enunciar la siguiente regla teórica: una decisión implica que el proyecto de
acción esté acompañado por el poder o la capacidad de movimiento que realiza
ese proyecto. Esta regla permite distinguir al menos en principio, es decir, en
cuanto a estructura, las intenciones voluntarias de las que no lo son.
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Son precisamente esos casos excéntricos los que, proponiéndonos una
reflexión límite, nos permiten plantear con claridad la relación entre el proyecto
y su ejecución:
Los dos corolarios que acabamos de unir a los dos criterios de la decisión
voluntaria en sus relaciones con la acción nos permiten apartar las definiciones
de la volición que restringen de manera ilegítima el campo del análisis,
exigiendo, por ejemplo, que el sujeto tenga una conciencia explícita de decidir
claramente en el tiempo de la ejecución, o exigiendo que la decisión sea
seguida de un comienzo de ejecución.
1. Querer es pensar
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por la conciencia de sí mismo. Busca algo distinto de lo que buscamos
nosotros: el testimonio que el pensamiento se da a sí mismo de ser una
existencia indubitable cuan do las cosas se encuentran sometidas a la duda. Al
contrario, todo nuestro análisis tenderá a mostrar los vínculos de la conciencia
con el mundo y no la insularidad de una conciencia que se ira en sí misma.
Ciertamente, todos los actos de pensamiento resultan en cierto grado
susceptibles de reflexión y disponibles para la conciencia de sí mismo; el
carácter reflexivo de la decisión queda, en particular, subrayado por el propio
giro del lenguaje: yo me decido. Con todo, la relación consigo mismo plantea
problemas demasiado difíciles como a para que podamos abordarlos en primer
lugar. Debemos comenzar a comprender el pensamiento por su lado menos
reflexivo, por su orientación hacia lo otro. Por lo tanto, recurriremos para
comenzar a otra sugestión de la lengua: los diversos modos de pensar se
expresan por un verbo transitivo que reclama un complemento directo. Percibo
algo, deseo, quiero algo. La originalidad del pensar reside en su relación a un
objeto; esa relación fuera de serie nos prohibe transplantar de la física a la
psicología las categorías que rigen la relación de objeto a objeto. Ofrecer al
psicólogo la forma substantivada de los actos de pensamiento constituye una
trampa tendida por el lenguaje (el lenguaje es a veces revelador por su tacto,
pero es con frecuencia perturbador por sus orígenes prácticos). Se dice: la
percepción, la volición, con lo que parecería factible asimilar los actos a las
cosas. Con Husserl llamamos intencionalidad a ese movimiento centrífugo del
pensamiento vuelto hacia un objeto: soy en lo que veo, imagino, deseo y quiero.
La intención primera del pensamiento no es la de testimoniarme mi existencia,
sino la de unirme al objeto percibido, imaginado, querido. Si llamamos proyecto
en el sentido estricto al objeto de una decisión lo querido, lo que decido-,
decimos: decidir es volverse hacia el proyecto, olvidarse en el proyecto, sin
retrasarse para mirarse como sujeto del querer.
2. Decisión y juicio
La decisión es una especie del "juzgar", es decir, de los actos que significan,
que designan en vacío. Consideremos cuatro especies de juicios: el tren
pasará mañana a las 17; ojalá haga buen tiempo; tomaré el expreso de las 17;
sírvase sacarme un boleto. Estos enunciados de un acontecimiento, un deseo,
un proyecto, una orden, son especies de juicios. ¿Qué tienen en común?
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problemático. En la decisión el sentido queda inserto en una posición de
existencia no comprobada, pero afirmada como dependiendo de mí, como "a
hacer por mí y susceptible de ser realizada por mí".
3. Designar en vacío
¿En qué sentido significa el infinitivo absoluto común a toda la clase de juicios?
En el sentido de que designa en vacío la estructura del acontecimiento o de la
acción (comprobada, deseada, ordenada, querida).
Tocamos aquí la diferencia que en general puede existir entre dos maneras de
encontrar un objeto: en vacío o en pleno 7. Por ejemplo, en el orden del juicio
de existencia, puedo significar que una cosa tiene tal o cual carácter, sin ver o
imaginar de ninguna manera dichos caracteres; los comprendo, sin que mi
visión se complete con la pulpa o la carne de una presencia o de una cuasi-
presencia; se trata del famoso pensamiento sin imagen; tan discutido, pero
ilustrado, con todo, por la comprensión más ordinaria, la que corta y comprende
los términos sin tener tiempo de llenar el sentido de los mismos ni siquiera con
auras o esbozos de imágenes. Cuando la cosa está ahí, ya no la significo, la
percibo, la como con los ojos; colma mi mirada y llena el vacío abierto de la
significación abstracta. Lo mismo ocurre cuando la imagino: mi pensamiento
está colmado por la representación calurosa y coloreada que, aunque golpeada
por la inexistencia y la ausencia, no es por ello menos plena. Incluso es tanto
más engañosa cuanto su ausencia y su plenitud se aguzan e irritan
mutuamente.
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necesario que me imagine el tren y que me dé a mí mismo el espectáculo de la
boletería. La imagen es más bien una complicación que se traduce en efectos
muy variados; en general, la imaginación opera como una espera en la tensión
del querer, imitando la presencia de lo irreal. En el límite, la complacencia con
la imagen puede fascinarme de tal manera que lo imaginario se convierta en
una coartada para el proyecto, librándome de la carga de realizarlo. Si bien
también es cierto que lo imaginario puede facilitar la acción: pintándome la
acción con vivos colores, la imaginación me conduce como por los aires hasta
el juramento que me hago a mí mismo. Esta doble función de la imaginación
será estudiada más adelante, cuando consideremos el nacimiento concreto de
la decisión.
Por lo tanto, todos los juicios tienen en común el significar un vacío: la cualidad
diferente del juicio anuncia una manera diferente de ser realizado. Al mismo
tiempo, conocemos la medida común, al menos eidética, de la decisión y la
moción, de la idea y el movimiento: se trata de la coincidencia de sentido entre
idea y movimiento, la "cobertura" de un proyecto por una acción del mismo
sentido; una realiza la orientación del otro dentro de la misma significación
práctica. Por eso hemos dicho al comienzo que un movimiento era voluntario si
su significación implícita podía ser reconocida retroactivamente como el
proyecto, es decir, como el objeto práctico designado en vacío por una
intención clara de su ejecución. Asimismo, por eso la imaginación puede dañar
al proyecto: pues ella también realiza, pero ficticiamente, el proyecto;
colmándolo con una cuasi-presencia en lugar de un movimiento real,
frustrándolo en su consumación propia que es una acción efectiva. Pero es
incluso posible que dicha frustración constituya un momento que lo incite a la
vía de su consumación.
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(una crispación del puño, un índice apuntando, etc) 8. Una única función reúne
dichas expresiones y hace posible esas substituciones: todos los juicios
prácticos enuncian algo no "existente" y que hay "que hacer".
Dentro de este gran corte, entre los enunciados prácticos y los enunciados
teóricos, se proponen nuevas separaciones. Entre todos los actos que
designan prácticamente, "lo que hay que hacer", la decisión, se distingue por
dos rasgos: 1) Designa categóricamente 2) una acción propia.
Sin embargo, ¿en qué medida puede la decisión aparecer como un deseo que
me formulo o como una orden que me impongo? Sólo por una alteración del
sentido mismo de proyecto. Sólo puedo considerar mi acción como deseable a
raíz de cierta alienación que absorbe mi propia conducta en el curso anónimo
de las cosas, sustrayéndola, por lo tanto, de mi imperio. Tal es lo que ocurre en
ciertas ocasiones excepcionales en las que no sé qué puedo esperar de mí
mismo; por ejemplo, la emoción puede arrebatarme a mí de tal modo a mi
propio imperio, que venga a ser, con relación a mí mismo, como la caída de
una piedra, una explosión o una tempestad. Entonces mi decisión de afrontar la
situación se anuncia como un deseo: " ¡Ah!, ¡ojalá pudiera estar a la altura de
los acontecimientos! ¡Ojalá pueda resistirlo! ". La alienación de mi propio
cuerpo ha derrumbado las fronteras que separaban la decisión del deseo. La
posibilidad de esta confusión se encuentra inscripta en la propia condición
corporal; mi cuerpo siempre puede sorprenderse, escapárseme,
decepcionarme; se encuentra en la frontera existente entre las cosas que no
dependen de mí, como la salud, la fortuna y el buen tiempo, y las cosas que
dependen de mí, como el juicio puro.
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consigo mismo. Me encuentro en relación conmigo mismo como el hermano
menor con el primogénito; respondo de mí mismo como si fuera otro que
escucha, imita, obedece; ante la presencia de un valor me siento más bien un
hermano menor; frente a una acción que mi cuerpo desobedece, me siento
más bien el primogénito. Esta situación es mucho más fundamental y
permanente que la alienación antes evocada, a propósito del deseo. Pensar es
hablarse a sí mismo, querer es ordenarse a sí mismo. En tal sentido hablamos
de imperio sobre sí mismo, sirviendo el imperativo empleado en segunda
persona del singular o en primera persona del plural para expresar la decisión;
" ¡Mi querido P., debes levantarte!". Por eso la filosofía medieval, e incluso la
clásica, describían la decisión como un imperio.
Con todo, la decisión no es una verdadera orden sino una orden por analogía.
La descripción pura debe partir de las diferencias de principio existentes entre
los actos de pensamiento y mostrar en segundo término las situaciones que
favorecen la analogía o inclusive la confusión. Mi cuerpo no es otra persona. La
dualidad que nace en la conciencia es una dualidad en el seno de la primera
persona; por eso, el sujeto de la acción perseguida en el proyecto es el mismo
sujeto que se encuentra implícito o explícito en el acto de decidir y de perseguir
el proyecto: yo decido, yo haré.
Esa relación del proyecto con una acción propia da a la decisión una posición
excepcional entre todos los juicios prácticos: la decisión me pone como agente
de mi orientación respecto a la acción a realizar. Por lo tanto, su alcance en la
existencia es considerable: soy yo el que proyecta y realiza, proyectando o
realizando algo.
El rasgo más importante del proyecto es sin duda su índice futuro. Esta
estructura temporal plantea dificultades por lo menos tan complejas como las
planteadas por su estructura intelectual; como veremos, los dos problemas son
estrechamente solidarios. La dificultad es la siguiente: el futuro abierto por la
decisión ¿supone acaso una relación previa de la conciencia con el futuro,
revelado, por ejemplo, por la conciencia teórica? o bien, el futuro querido ¿es el
fundamento del futuro conocido? o, por último, la conciencia ¿se relaciona con
un futuro de ella misma y del mundo más fundamental que toda anticipación
por la voluntad o el conocimiento? Puede adivinarse que estos problemas
deben conducirnos hasta las raíces de la conciencia y acaso, una vez más,
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hasta los límites de la descripción pura. Intentemos ante todo describir
directamente ese futuro del proyecto.
El proyecto es lanzado hacia adelante, es decir, que decido para un tiempo por-
venir, tan próximo e inminente como se quiera. Decidir es anticipar. Por ello el
tipo más notable de decisión es aquel donde una dilación separa la ejecución
del proyecto; pero la posibilidad de haber podido resultar anticipados anuda a
esta estructura los automatismos vigilados. El proyecto es entonces la
determinación práctica de lo que será. Pero ese futuro no es más que algo
hacia lo que me oriento; lo que hago resulta a medida de la acción presente.
Por ello, ese futuro no queda sujeto al orden continuo y reversible del tiempo
vivido: de proyecto en proyecto salto por encima del tiempo muerto; vuelvo a
momentos anteriores; esbozo los ejes más interesantes de la acción futura,
encierro las lagunas, pongo fines delante de los medios que los preceden,
inserto proyectos secundarios en los proyectos primarios por engaño gradual o
intercalación, etc. 10. Tal es el tipo de la finalidad humana, que organiza el
tiempo delante del presente. La discontinuidad y la reversibilidad son la ley de
ese tiempo designado en vacío donde sólo resultan significadas las relaciones
prácticas de los plazos más notables de la acción (la duración misma de la
acción proyectada puede por otra parte quedar significada, por ejemplo, para
otro, a título de enseñanza, de modelo a imitar o de orden a ejecutar). Por el
contrario, la acción carece de lagunas, contribuye a la plenitud del tiempo
presente, al avance de la existencia. El orden de lo significado no es el de lo
vivido ni, si es posible decirlo, el de lo actuado.
Ante todo, parecería que sólo puedo hacer proyectos a condición de disponer
previamente de un esbozo de datos, de plazos, de situaciones por-venir que no
pueden sino ser previstas, pues en lo esencial constituyen acontecimientos
fuera de mis alcances. Alojo mis proyectos en los intersticios de un mundo
determinado en sus grandes líneas por el curso de los astros, por el orden del
todo. Además, mis proyectos anticipan una acción que, pone en obra medios
diversos; ahora bien, la subordinación de los medios unos a otros y a sus fines
supone un conocimiento de la sucesión y la causalidad; un fin es siempre un
efecto pensado como regla de construcción de su causa. Es lo que nos
recuerdan las viejas máximas sobre el saber, prever y proveer. Entonces sería
necesario afirmar que no quiero el futuro, sino en el futuro entendido como
futuro previsto. Así, aproximadamente, razona un espíritu de tendencia
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intelectualista, poco atenta a las estructuras que son más primitivas que el
propio conocimiento.
Ahora bien, un examen más detenido nos invita a invertir la relación de las
funciones. No preveo el futuro sino en el futuro. Con frecuencia prever no es
más que extrapolar una relación establecida en el pasado y esperar que una
serie causal, o un entramado de series causales, restablezca en el porvenir un
efecto conocido en el pasado. Pero ¿qué es lo que permite decir que habrá un
futuro? Las relaciones conocidas no nos autorizan a ello, pues el futuro de un
pasado más antiguo no es más que un pasado más reciente, y, si fue
anticipado en el pasado, tuvo que ser a partir de un pasado conocido.
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que ninguno de esos modos constituye o agota esa aptitud de la conciencia
para señalar el futuro: nos encontraremos con la anticipación en la percepción,
en la conciencia cenestésica e incluso en el reflujo. Una totalidad inconclusa
suscita un sentimiento de inconclusión y de inminencia una protensión como
dice Husserl-, que una discordancia o un atraso en la resolución de la
disonancia puede conducir hasta la ansiedad. ¿Se dirá acaso que la melodía,
por ejemplo, no desenvuelve esta espera sino por mediación del deseo? Pero
el caso de las totalidades temporales no es una excepción: toda percepción se
hace en el tiempo por contactos, esbozos, perfiles; percibir tal color como color
del árbol es tanto anticipar los esbozos por venir como retener los esbozos
pasados. Percibo este mundo como abierto al porvenir. Presiento el porvenir
hasta en el dolor y su inminencia, en el placer y su promesa de saciedad, hasta
en el reflejo cuyo encadenamiento se precede a sí mismo (se lo verifica hasta
en el estornudo, sobre el cual Pascal no desdeñaba meditar).
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conciencia "como" proyecto, la conciencia "como" impulso, etc... La dimensión
futura antes mencionada pertenece más bien, con la temporalidad en general,
al orden de lo involuntario absoluto, al orden de lo inevitable; depende del
consentimiento, corno la condición de que no puedo querer todo lo que puedo
querer bajo la forma de proyectos y cuya ejecución por venir depende de mí.
Es la misma conciencia que proyecta en el futuro y la que acepta el "tempo" de
la duración y la arbitrariedad del plazo cumplido. Suponiendo que una génesis
ideal de la temporalidad futura por una conciencia trascendental no sea un puro
juego del espíritu, es con todo esencialmente vana ante una sabiduría que se
mantiene al nivel de la conciencia tal como ella se da; dicha sabiduría es la de
una conciencia que actúa bajo la condición de una dirección futura que no es
su obra. Asimismo es posible estimar que el recurso prematuro a la idea de
constitución trascendental obscurece la comprensión de la conciencia y de las
necesidades absolutamente invencibles que la misma encuentra en el corazón
de su intimidad 11.
¿En qué sentido puede decirse que la voluntad abre posibilidades en el seno
de lo real?
El sentido de lo posible comporta la misma ambigüedad que lo futuro: hay un
posible abierto a la conciencia práctica y un posible abierto a la conciencia
teórica. El último es más fácil de entender correctamente: lo posible es lo que
permite el orden de las cosas; es posible que tome un tren mañana, porque ese
día hay un tren. La posibilidad de mi acción está determinada por todo un orden
real de acontecimientos que ofrecen un punto de aplicación a mi acción, es
decir, por un conjunto de interdicciones y de ocasiones, de obstáculos y de vías
practicables; así es el mundo para el agente voluntario: un conjunto complejo
de resistencias y de puntos de apoyo, de muros y de caminos (expresiones
tales como atrapar la ocasión al vuelo, perder el tren, etc. son totalmente
reveladoras). Esas permisiones de lo real se encuentran afectadas por un
índice variable de certidumbre: son ciertas, probables o simplemente posibles,
en el sentido de que la permisión es, en cuanto a su modalidad, simplemente
calculada de modo muy hipotético en función de condiciones requeridas para
que cierto acontecimiento se produzca. La posibilidad como permisión para...
puede asimismo ser modalmente posible, es decir, subordinada a condiciones
más o menos desconocidas o probables. Ese sentido ya complejo de lo posible,
en cuanto resulta analizado en una permisión y una modalidad de la previsión,
es el único sentido de lo posible para la conciencia teórica. Ese posible no es
anterior, sino lógicamente posterior a lo real. Lo posible debe concebirse
siempre partiendo de lo real o por retrospección hacia lo real. Tal es la parte de
verdad contenida en la crítica de Bergson al primado dé lo posible sobre lo real.
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Pero la aptitud de la conciencia para el proyecto nos obliga a invertir la
precedencia de lo real sobre lo posible. Un acontecimiento se hace posible -con
una posibilidad específica- porque yo lo proyecto. La presencia del hombre en
el mundo significa que lo posible se adelanta a lo real y le `abre el camino; una
parte de lo real es una realización voluntaria de posibilidades anticipadas por
proyecto. Para una conciencia enteramente creadora, lo posible sería anterior a
lo real, que procedería de la realización, aunque la anulación de la dilación,
ordinariamente imputable a un real inoportuno o desfavorable, debería hacer
indiscernible la realización de su intención. Pero en cuanto la voluntad está
atrapada en necesidades, por el hecho primitivo de su situación corporal, se
encuentra constreñida a concordar sin cesar esos posibles que proyecta con
los posibles que prevé, y sólo puede integrar estos últimos a su libertad por
consentimiento y no ya por proyecto.
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esbozado. La posibilidad evocada permanece, cada vez, en el registro del
hacer: el proyecto es a-hacer; el poder es poder-hacer (como el mover es el
hacer mismo), el consentimiento conduce al no poder-hacer. Ahora bien, lo
posible concierne por otra parte al ser mismo de aquel que proyecta hacer, al
sujeto y no sólo a la acción. Pues haciendo algo yo me hago-ser, yo soy mi
propio poder-ser. Este insólito tema nos propone una reinversión del análisis;
abandonando la dirección intencional -según la cual decidir es decidir algo-
debemos ahora describir la dirección reflexiva de la decisión: yo me decido.
Sólo al fin de este análisis podremos elucidar este último sentido de lo posible
como poder-ser del querer.
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Partamos por lo tanto de situaciones en que la afirmación de sí mismo resulte
explícita e intentemos elevarnos hasta sus condiciones de posibilidad, tales
como se encuentran contenidas en toda decisión.
Ahora bien, saliendo del anonimato, descubro que no tengo otros medios para
afirmarme que mis propios actos. "Yo" no soy más que un aspecto de mis actos,
el polo-sujeto de mis actos 15. No tengo ningún medio de afirmarme al margen
de mis actos. Eso es lo que me revela el sentimiento de responsabilidad.
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Pero ese sentimiento de responsabilidad que se mira retroactivamente en una
conciencia culpable de sí misma puede resultar sorprendido directamente en su
impulso hacia el acto. En ciertas circunstancias graves, cuando todo el mundo
se oculta, me adelanto y digo: yo me hago cargo de esos hombres, de esta
obra. Aquí el sentimiento de responsabilidad, en el momento del compromiso,
acumula la más alta afirmación del sí mismo y el ejercicio más decidido de un
imperio sobre una zona de la realidad por la cual el yo responde. Dicho
sentimiento lleva el doble acento del yo y del proyecto. El ser responsable está
presto a responder por sus actos, porque plantea la ecuación de la voluntad:
esta acción soy yo.
Hay que tomar como punto de partida un carácter del proyecto que ya fue
señalado antes: decidir es designar una acción propia. El yo figura en el
proyecto como aquel que hará y que puede hacer. Me proyecto a mí mismo en
la acción a realizar. Antes de toda reflexión sobre el yo que proyecta, el yo se
"introduce" en "la cuestión", se inserta en el designio de la acción a realizar; en
el sentido propio, se compromete. Y comprometiéndose, se liga: pues dispone
su figura por venir. Se lanza hacia adelante de sí mismo poniéndose en
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acusativo en el complemento directo del proyecto. De tal manera,
proyectándome, me objetivo de algún modo, como me objetivo en una firma
que podría reconocer, identificar como mía, como signo de mí mismo.
Pero, por ese carácter, la decisión no está, propiamente hablando, presta para
la reflexión explícita. En efecto, siempre hay un "yo" sujeto, proyectante y no
proyectado; y podría decirse que cuanto más me determino en acusativo como
aquel que hará, más me olvido como aquel que, hic et nunc, en nominativo,
emite la determinación de sí mismo proyectada como agente de realización del
proyecto.
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Ese esquema deja escapar lo esencial, a saber, esta referencia práctica a mí
mismo que es la raíz propia de la reflexión. La reflexión expresa, bajo la forma
desarrollada del juicio: soy yo el que. . ., no hace más que elevar a la dignidad
de discurso una afirmación más primitiva del yo, que se proyecta en el designio
de una acción. Dicha reflexión "tematiza" una afirmación práctica pre-reflexiva.
Con todo, es verdad que, separado de esa dialéctica interior, el juicio reflexivo
se desarraiga de la afirmación práctica y vi-viviente y se hace pura mirada y
complacencia; hace al destino de la conciencia de sí el corromperse toda vez
que sé convierte en puro espectáculo. Entonces, llega a ser verdad que
suspende la conciencia vuelta hacia la acción y, de manera general, hacia lo
otro. Sólo por contraste con esta conciencia desarraigada, la conciencia
considerada en su impulso hacia lo otro se muestra como olvido de sí.
Descartes llamaba "generosidad" a ese salto hacia adelante. Más adelante
tendremos que meditar ese deslizamiento por el cual la afirmación de sí se
hace mirada complaciente. Fieles a nuestra regla metódica, suspendemos aquí
las idas y venidas de la conciencia fascinada por el Sí mismo y por la Nada, y
concebimos una afirmación de sí, presta a la reflexión, que es la llave común
del amor inocente hacia mí mismo y de esta conciencia de sí fascinada. La
descripción pura se mantiene más acá de los discursos de la Serpiente: "Quien
quiera que seas, ¿acaso no soy yo -Esta complacencia que aguijonea En tu
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alma, cuando ella se ama? - ¡Estoy en el fondo de su don, -Este inimitable
sabor- Que tú no encuentres más que en ti mismo!" 19.
3. El poder-ser de la conciencia
Nos guiarán dos reglas de método: ante todo, es necesario partir de esta
imputación pre-reflexiva y activa de nosotros mismos y no de la reflexión
explícita: una meditación falta de preparación, que partiera del vértigo o de la
angustia del poder-ser parecería orientada más a extraviar el análisis que a
hacerlo progresar. Segunda regla: es necesario capturar la posibilidad más
simple de mí mismo, la que inauguro en mí al determinarme. Este análisis es el
más fácil., en cuanto se apoya todavía sobre el análisis del proyecto; en efecto,
para el ser responsable, que se compromete en el proyecto de una acción
respecto de la cual se reconoce al mismo tiempo como el autor, tanto el
determinarse como el determinar su gesto en el mundo forman una unidad.
Podemos entonces buscar qué posibilidad del yo es aquí contemporánea de la
posibilidad de la acción abierta por el proyecto. Evitaremos así, por este
segundo medio, toda evocación prematura a la angustia que se mantiene no
sólo en el plano de la reflexión, sino también más acá del compromiso, en el
borde vertiginoso de la determinación de sí y del proyecto. Nos situaremos
entonces en el nivel pre-reflexivo de una voluntad que realiza el salto, el
lanzamiento del proyecto.
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proyecto nos invita entonces a buscar ante todo la posibilidad del yo que abro
al decidirme y no la que pierdo al decidirme.
Al determinarme, no sólo doy fin a una confusión previa, sino que inauguro una
vía para ser el que soy; esta vía es mi porvenir, y mi posible, lo posible
implicado por el proyecto de mí mismo. ¿Bajo qué relación soy entonces
posible a partir de mis propias decisiones? Ante todo, bajo la relación de los
gestos del cuerpo que realizarán esta posibilidad. Decidirse es proyectarse a sí
mismo en vacío como tema de conducta propuesta a la obediencia del cuerpo.
Lo posible que soy, en tanto proyecto una acción posible, se encuentra en la
avanzada que hago sobre mi cuerpo. Esta posibilidad de mí mismo está
entonces en relación con el poder que el proyecto simultáneamente, despierta
y encuentra en el cuerpo. Es potencia de obrar, en tanto el porvenir de mi
cuerpo es ante todo posible antes de ser real (al mismo tiempo que, como lo
hará comprender la inteligencia de lo involuntario, bajo otra relación lo real
procede siempre a lo posible).
Pero yo soy posible todavía en otro sentido: con relación a realidad por-venir no
sólo de mi cuerpo sino también de mi duración y de las decisiones que
eventualmente tomaré. Cada decisión tomada devela un porvenir posible, abre
ciertas vías, cierra otras, determina los contornos de nuevas zonas de
indeterminación, ofrecidas como una trayectoria posible para las decisiones
ulteriores. La potencia instituida en el yo por el proyecto se encuentra por lo
tanto siempre delante de dicho yo, como poder corporal de realizar y poder
ulterior de decidir.
Afirmamos que la reflexión puede ser ante todo un momento en una dialéctica
de vaivén del proyecto al yo. ¿Pero en qué se convierte mi poder-ser cuando
reflexiono sobre mi responsabilidad? No cambia aún de sentido: sólo viene a
acentuarse simultáneamente lo posible del proyecto. Yo, que puedo hacer, yo
puedo ser. Momento de recogimiento que se reduce a una conciencia más
cerrada de la acción proyectada. Cuanto más me ligo, y cuanto más potencia
tengo, más posible soy. Sólo afirmo mi poder-ser confirmándolo a través de los
actos. Mi posibilidad es ante todo mi potencia ejercida.
Nos parece que uno se engaña completamente cuando liga al vértigo y al terror
la experiencia de la libertad; la experiencia de la libertad ejercida carece de
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angustia; sólo a condición de una alteración profunda (que examinaremos más
adelante) esta experiencia adopta el carácter dramático que la literatura
contemporánea le ha acordado con frecuencia. La "generosidad" que
Descartes enseña carece de angustia. La oposición de mi ser al ser de las
cosas, que viene a reforzar con un poderoso contraste esta seguridad de
poder-ser por mí mismo, puede permanecer perfectamente en la tonalidad
alegre evocada por Descartes en el Tratado de las Pasiones y en su
Correspondencia. La cosa está allí, se encuentra allí, determinada por lo otro
de sí misma; la libertad no se encuentra allí, no se comprueba, no se descubre
como encontrándose allí ante mí que la miro; se hace y afirma en tanto se hace;
es el ser que se determina a sí mismo. De ninguna manera su poder-ser es un
abismo abierto, sino que constituye la obra que la libertad es para ella misma
en el instante en que se hace por la decisión que adopta. En suma, en tanto
que la reflexión sobre el poder-ser permanece empeñada en el ejercicio de la
decisión, es una reflexión no angustiada. Por ello la oposición entre el ser de la
conciencia, como poder-ser; y el ser de las cosas, como ser comprobado, no
nos parece surgir del mismo plano de análisis que el tema de la angustia de la
libertad. Esta oposición se puede constituir por completo en el marco de una
reflexión sobre la libertad comprometida, en el poder-ser en ejercicio en la
determinación de sí mismo. Por ello aplazamos el estudio de la hiperreflexión
angustiada que pone en juego la temporalidad de la elección y la dimensión
propiamente existencial de la libertad 23.
No hay decisión sin motivo. Esta relación original conduce a las fronteras del
problema central de lo voluntario y lo involuntario. En efecto, bajo esa primera
relación el cuerpo entra en la síntesis voluntaria, mientras se ofrece como
órgano al moverse y como necesidad invencible al consentimiento.
Anticipándose a la interpretación general de las raíces corporales de la
motivación, es posible afirmar que en parte a causa del cuerpo no hay libertad
de indiferencia.
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La descripción del proyecto como apertura de posibles en el mundo y sobre
todo de la imputación de mí mismo como autodeterminación podría en efecto
insinuar el sentimiento de que la voluntad es un decreto arbitrario. La relación
con los motivos, que da su tercera dimensión a la descripción pura del acto de
decidir, hace fracasar esta opinión precipitada: la voluntad más alta es la que
tiene sus razones, es decir que lleva a la vez la marca de una iniciativa del yo y
la de una legitimidad.
1. La esencia de la motivación
La relación de la decisión con los motivos contiene una trampa, e incluso una
invitación a traicionar la libertad. Por ese lado, el querer se hace blanco de una
interpretación naturalista que lo degrada. ¿Acaso no se dice: quiero hacer esto
porque..., a causa de...? La palabra misma motivo evoca una moción, un
movimiento observable del lado de los objetos como un fenómeno natural.
Todo el lenguaje conspira en la confusión de una razón de obrar con una causa,
como por otra parte de un esfuerzo con un efecto. La acción parece un
conjunto de efectos cuyos motivos son las causas.
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considerado como otro susceptible de ser engañado; sólo se comprende con
precisión el pretexto por contraste con el verdadero motivo que oculta y que
funda la decisión. La relación es entonces recíproca; el motivo sólo funda la
decisión si la voluntad se funda en él. No la determina sino en tanto que ella se
determina.
Ahora bien, esta metáfora del apoyo es solidaria con la del impulso. Sólo me
apoyo en cuanto me lanzo. Todo motivo es motivo de. . ., motivo de una
decisión 25.
1. Nos autoriza ante todo a hacer algunas reservas con respecto a las
psicologías llamadas de la síntesis o de la totalidad que se oponen al atomismo
psicológico, pero dentro del mismo prejuicio naturalista; no basta con oponer la
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totalidad psíquica a una composición por átomos o elementos simples para
salvar la originalidad de la voluntad: esta totalidad resta en el registro de una
física mental; es una noción ambigua que transporta al plano de la naturaleza
un halo de significación tomada de la apercepción de sí; la descripción se
embrolla en falsos problemas tales como los de la relación entre el todo y la
parte. Un motivo no es una parte; la decisión no es un todo: ¿cómo podría
dicha decisión oponerse a una parte del yo y engendrar el yo? Hay que salvar
la originalidad de la relación de los motivos con la decisión que la psicología
llamada de las tendencias se arriesga a alterar en provecho de un proceso de
composición o de totalización de fuerzas psíquicas, que resta esclavo de los
modos del pensamiento naturalista.
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un corte instantáneo en la duración. El conflicto, la maduración, la elección son
inseparables del tiempo; Bergson nos ha enseñado que la duración es la vida
misma de nuestra libertad. No lo olvidaremos cuando intentemos dar un soplo
de vida a ese esqueleto de nociones que nuestro primer capítulo intenta
construir.
Es necesario y suficiente para que una tendencia sea motivo que se preste a la
relación recíproca entre las tendencias afectivas o racionales que inclinan el
querer y una determinación de sí mismo por sí mismo que se funde en ellas. La
relación circular entré los motivos y la decisión es la medida eidética dé toda
observación empírica. Podríamos en tal sentido repetir la fórmula antigua: el
motivo inclina sin obligar. Pero el término obligar tiene demasiados sentidos
que es indispensable distinguir. 1° Si la obligació n es sinónimo del
determinismo natural, la fórmula se traduce así: motivo no es causa. 2° Si la
obligación designa el fondo invencible del carácter, del inconsciente y de la vida
sobre la cual se separa un motivo determinado, y todo lo que Jaspers llama las
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situaciones-límites de la existencia humana, la fórmula toma entonces otro
sentido: subraya la diferencia entre un involuntario susceptible de resultar
discernido, afrontado y cambiado, que es precisamente el motivo, y un
involuntario difuso, circunvalante e incoercible, que ya no puede ser motivo de...
Pero esta obligación en primera persona muestra aún otra dimensión del libre
querer: el consentimiento. 3° Por último, el términ o obligar podría designar
impropiamente la esclavitud de las pasiones, la cautividad en manos de la
Nada. Dicha esclavitud resulta aquí puesta entre paréntesis. La fórmula adopta
ahora un tercer sentido: la motivación de un libre querer es más fundamental
que la alienación de la conciencia fascinada.
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juicios de valor no llevan la marca futura del proyecto sino que se enuncian en
el presente del valor: esto es bueno; y en cuanto pierden generalmente toda
referencia a una inserción inminente o aplazada del proyecto en el mundo, su
modo gramatical ya no es el imperativo o el gerundio, sino el indicativo de
valor30.
¿Cuál es, en esas condiciones, la frontera entre la descripción pura del querer
y la ética? Puede verse ante todo claramente que la ética comienza por hacer
abstracción del impulso del proyecto en el cual se encuentra envuelta la
evaluación pre-reflexiva. La conciencia se constituye como conciencia moral
cuando se hace por completo evaluación, reflexión sobre sus valores. Esta
evaluación desenvuelta es sin duda un juicio, más precisamente, de
comparación: esto es mejor que aquello; esto es hic et nunc lo mejor. Ese juicio,
en la escala reducida de una situación, tiene por horizonte o trasfondo marcas
o referencias de valor que no son cada vez activamente re-evaluadas sino que
forman más bien, para una conciencia dada, en una época dada de su
desenvolvimiento; una tabla concreta más o menos ordenada, o mejor una
configuración o una constelación de astros fijos; esos valores no reevaluados
forman, si es posible decirlo así, su cielo ético, su `habitus" moral. El término
horizonte sugiere bien lo que es una conciencia ética: una conciencia que, a la
inversa de la conciencia que quiere, se eleva de las' razones de su proyecto a
las razones de esas razones, pone en cuestión sus referencias de valor y se
interroga sin cesar primero por sus valores próximos, luego por los lejanos,
después por los penúltimos, en fin por los últimos, y reevalúa su ciclo ético. De
tal manera, a medida que toma distancia con relación a su proyecto presente,
radicaliza todos sus problemas y evalúa su vida y su acción en totalidad. La
ética es esta radicalización. Ahora bien, esta prueba no se realiza sin otra
especie de angustia, que ya no es la angustia del poder-querer o del poder-
poder, sino la angustia de los fines últimos. En efecto, cada proyecto sólo pone
en juego un sector de valores con relación al cual todo el campo de valor sirve
de referencia. En una situación dada, busco un punto de apoyo: lo encuentro
normalmente en la totalidad de los valores no reevaluados hasta ese momento
y que en el curso del debate conmigo mismo revelaron su poder de motivación
en esta situación. Todos mis otros valores funcionan como surgidos en una
evaluación parcial; tal es lo que Bergson describe en las Dos Fuentes bajo el
nombre del todo de la obligación. Pero en las grandes crisis, con ocasión de
una prueba que me radicaliza, frente a una situación trastornante que me ataca
en mis razones últimas, interrogo a mis estrellas fijas. Todo ha cambiado. Ya
no puedo preguntar cuál es el horizonte de valor de tal evaluación. Los últimos
valores repentinamente se develan como aquéllos que ya no se refieren más
a... Mis estrellas fijas, ¿son realmente fijas? ¿Cómo trazar los ejes últimos de
referencia? ¿Qué significa último? La angustia del fundamento del valor me
estrecha; pues esta pregunta: ¿qué significa último? se muda necesariamente
en otra: ¿existe un último en el valor? El anagke stenai se me hace sospechoso.
El Grund se hace Abgrund.
Esta angustia, también ella, es una angustia en la reflexión, y no hay algo cierto
que ésta pueda desanudar en la reflexión. Podría hacerlo si existiera algo así
como una intuición platónica de los valores y si el recogimiento de la reflexión
perfilara el campo cerrado de una apercepción absolutamente pura donde se
mostrarían valores absolutos. Esta intuición vendría de algún modo a cegar el
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abismo, dilatándose y radicalizándose a medida que la cuestión de mis fines se
inflara y se elevara hasta el nivel de las cuestiones últimas.
Creo, por mi parte, que existe cierta revelación emocional de los valores en una
situación dada; Max Scheler ha orientado la ética en una dirección satisfactoria
por su concepción de los apriori emocionales; pero creo que se ilusiona con la
autonomía de esa intuición emocional con relación al impulso de mi
consagración, es decir con relación a un proyecto en acto; por eso mismo se
ilusiona con la posibilidad de una ética pura. Esta intuición emocional, sobre la
cual pronto volveremos, parece sometida a una extraña condición que la hace
insólita. Los valores sólo se me muestran en la medida de mi lealtad, es decir
de mi activa consagración. En nuestro lenguaje de descripción pura: todo vale
con relación a un proyecto eventual; lo que significa: los valores sólo se me
muestran en una situación histórica cualificada donde me oriento y busco
motivar mi acción. La motivación de un proyecto preciso es la relación
fundamental donde se insertan juicios morales. Por ello decíamos más arriba:
un motivo "figura" o, si podemos decirlo así, "historializa" un valor o una
relación entre valores: desde J. Royce y G. Marcel diría que los valores no son
ideas intemporales sino exigencias supra-personales, subrayando con ello que
su aparición se encuentra ligada a cierta historia con la cual colaboro
activamente con toda mi potencia de consagración, en suma a una historia que
invento. Sí, tal es la paradoja del valor: no es absolutamente un producto de la
historia, no es inventado, sino reconocido, saludado, descubierto, pero sólo en
la medida de mi capacidad de hacer la historia, de inventar la historia. Royce
ha señalado particularmente que sólo una consagración de carácter colectivo
(o más bien comunitario) a lo que llama una causa puede hacer aflorar los
valores que confieren un sello a dicha causa; y cuanto mayor sea la medida en
que esa causa es la causa de la humanidad entera, mayor será nuestro acceso
a valores universales. Pero no es cierto que dicha consagración sea el único
modo según el cual se historializan los valores o, más bien, según el cual los
hacemos figurar históricamente haciendo la historia. Nos basta con decir, al
nivel de abstracción que hemos adoptado: motivando un proyecto (siendo tal
proyecto mismo un momento dentro de una conciencia militante) es como
encuentro valores. Si hay alguna contemplación del bien, la misma no se
sustenta sino por el impulso de la conciencia que incorpora sus valores a un
proyecto. Separado de esta dialéctica viviente de contemplación y decisión, de
legitimación e invención, el juicio de valor pierde no sólo su función sino
también su posibilidad. Hace a la esencia del valor el no poder aparecer sino
como el motivo posible de una decisión. Sólo soy el testigo de ciertos valores si
soy su caballero. Allí reside la fuente de cierta decepción que parece atacar a
toda teoría de los valores. No veo valores como quien ve cosas. Sólo veo lo
que estoy dispuesto a servir. La naturaleza del valor y del ver que le resulta
apropiado parece encerrar toda teoría de los valores en un círculo. Por una
parte, la voluntad busca en ellos su legitimidad, se vuelve hacia ellos para
recibir de allí la consagración del bien, por otra parte, la evaluación sólo es un
momento de una iniciativa de la voluntad que se alista a su servicio. Sólo
quiero si veo, pero ceso de ver si dejo absolutamente de querer. Tal es la
diferencia de principio que separa la verdad del bien de la verdad de la cosa; la
atención requerida por esta última sólo pone en juego el puro entendimiento, en
el que se han podado las pasiones; la atención exigida por la primera moviliza
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todo mi ser. Nunca los valores se dan a una conciencia espectacular;
imparcialidad y objetividad no tienen el mismo sentido con relación al valor y
con relación a los objetos empíricos. Eso explica las intermitencias y la ceguera
que, de manera más o menos durable, afectan nuestra percepción del bien.
Acaso ahora comprendamos por qué la pura reflexión sobre los valores, al
margen de todo compromiso, debe ser una angustia sin retorno. Por segunda
vez la reflexión aparece como la subversión de cierta relación viva que siempre
necesito reencontrar, pues la reflexión siempre tiende a anularla. Del mismo
modo que la imputación de mí mismo en el proyecto no puede retirarse del
proyecto sin perderse en el mal infinito de la reflexión, la evaluación desligada
de la consagración sólo puede abismarse en una cuestión sin fin. Siempre se
hace necesario volver a una segunda ingenuidad, suspender la reflexión que,
por su parte, suspendía la relación viviente de la evaluación con el proyecto.
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los problemas finitos, las situaciones históricamente determinadas, las
personas cuyo destino, vocación y experiencia resultan limitadas, sin
desbaratar por otra parte su referencia a un misterio infinito de santidad que
ilimita todo valor y que luce en la transparencia de su reclamo y de su exigencia?
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sugestión de las metáforas cuando se anulan mutuamente como imagen y se
libran mutuamente de su significación indirecta.
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plantea la cuestión de la legitimidad de su orden, pero también la de la
legitimidad de mi sumisión. La obediencia auténtica es la consentida, es decir
la que suscita en mí razones de obedecer. Ahora bien, una razón de obedecer
es un motivo personal de decisión. Diremos por lo tanto que hace a la esencia
del acto voluntario el poder ser a la vez algo así como una orden -a lo posible,
al cuerpo, al mundo- y algo así como una obediencia -a valores reconocidos,
aclamados y recibidos.
Con todo, debemos usar esta metáfora con precaución; no tanto en razón del
equívoco que crea entre una relación social y una relación fundamental en el
seno de la conciencia, sino más bien por su resonancia moral e incluso
kantiana. La obediencia al imperativo de la obligación no agota la motivación
voluntaria; los móviles afectivos no pueden quedar excluidos de la misma por
razones descriptivas; es un argumento extraño a la descripción pura el que ha
conducido a Kant a constituir la relación de la libertad a la ley en su pureza con
algo de química; dicho pensador busca qué relación puede ser necesaria y a
priori entre la máxima de una acción y un querer libre; ahora bien, esta
exigencia de método aquí nos resulta extraña. Al contrario, buscamos descubrir
en toda su amplitud la relación proyecto-motivo, anteriormente a toda
restricción impuesta por una exigencia ética a priori. En tal sentido, los notables
análisis de Rauh, demasiado olvidados en nuestros días, pueden ayudarnos a
restituir a la motivación voluntaria toda su envergadura; nada impide a priori
considerar un deseo como un motivo e incluso como un valor con tal que en la
acogida del deseo el querer se apoye en él determinándose a sí mismo; por
principio, toda espontaneidad, corporal o no, puede inclinar sin obligar y fundar
una decisión soberana. Por lo tanto, si queremos restituír a la motivación toda
la amplitud compatible con el rigor de su noción, no podemos sino comprender
la obediencia como el índice de esta receptividad de valores donde
sustentamos la esencia de la motivación, valores que rodean a todas las otras
metáforas, del oído, la vista, la adhesión, la acogida. Esta convergencia de
todas esas metáforas es la que orienta al espíritu hacia la significación de la
motivación, cuyo análisis debe respetar la amplitud de la misma.
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Hemos llegado a un punto en que la descripción pura permite ya tomar partido
contra la famosa libertad de indiferencia; ésta repugna a la esencia misma de la
motivación. Pero, al mismo tiempo, la descripción pura nos autoriza a rechazar
el dilema: o la libertad de indiferencia o el determinismo. La segunda confunde
el motivo y la causa, y en general, la conciencia y la naturaleza; la primera
carece de la relación fundamental del proyecto al motivo.
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obstinadamente no porosa. De manera que ora la posibilidad se busca una
legitimidad y ora la legitimidad suscita una iniciativa para su devoción.
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depende de mí; 2), imputarme a mí mismo como autor responsable del
proyecto; 3), motivar mi proyecto por razones y móviles que "historializan"
valores susceptibles de legitimarlo. En particular, el vínculo de la actividad y la
receptividad anuncia el límite fundamental de una libertad que es la de una
voluntad de hombre y no de un Creador.
NOTAS
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do al proyecto como un designar "en va- -573.
cío" parecemos alejarnos de Bradley, 9. Flfánder, Phdnomenologie des
W0que ve en la volición "la auto-realiza- llens: la representación de un hacer,
ción de una idea con la cual el yo se esencial al querer, es "la
representación
identifica" (The definition of will, de un devenir en tanto resulta introduci
Mind, 1, 1902, pág. 437). Pero la defini- do Y acompañado por ese sentimiento
ción de Bradley abraza el conjuntó de los de hacer", pág. 91.
tres momentos que aquí nosotros distin- 10. Bachelard, Dialectique de la
duguimos. Con todo, Bradley no ha dado rée.
11. Cfr. Iil Parte, cap. III. rece poner en juego una causalidad sos
12. El método de introspección ex- Pechosa (Bradley, con todo, 'acepta
que
perimental practicado por Michotte y cuando la ejecución ha comenzado, la
Prüm (le choix volontaire et ses antécé- idea del cambio, realizándose, altera
dent inmediats, Arch. de, Psych., t. X, por contra golpe la apercepción del yo:
dic. 1910) lleva claramente á la iuz esta yo, que soy uno con la idea que trans
conciencia del "soy yo el que-ligada a la forma lo real, soy igualmente
modifi
conciencia de "designar", de "volverse cado). Si sabemos distinguir la causal¡
hacia"; cfr. págs. 132-134. En 187-208 dad y la imputación del yo en sus ac
hay resúmenes de las actas. tos, no hay lugar de oponer esta identificación
de sí mismo al proyecto con /a 13. Cfr. discusión, más adelante, 111 acción
de sí mismo sobre sí mismo, a
Parte, cap. 11, 2, en lo Inconsciente. condición de señalar que bajo su forma
pre-reflexiva esta determinación de sí 14. G. Marcel, Homo viator, Yo y el
mismo está operada "en" el proyecto
Otro, págs. 15 y ss.; Du Refus á l' in- mismo de la acción. Completar con On
vocation, sobre el acto y la persona, mental conflict and imputation, M1
ind,
págs. 139-157. 1902, pág. 289.
15. En tal sentido, Husserl afirma19. P. Valéry, Esbozo de la serpien
que fuera de su implicación en sus ac- Ce.
tos el yo no es un "objeto propio de in- 20, Cfr. los análisis de K. Jaspers
sovestigación": "si se hace abstracción de
su manera de relacionarse (Beziehungs- bre la existencia posible que es
"lo que
weisen) y de comportarse (Verhaltungs- se comporta activamente con
relación
weisen), está absolutamente desprovis- a sí mismo", Philosophie, t. II, pág. 35.
to de componentes eidéticos y tampo- Pero en tal sentido es Heidegger el que
co tiene ningún contenido que pueda ha ido más lejos: "Das seiende, dem es
hacerse expl (cito; es en sí mismo in seinem Sein um dieses Selbst geht,
y pa- verhált sich zu seinem Sein als sainar ra sí mismo indescriptible, yo y
nada
más" (Ideen, I, pág. 160). eigensten Móglichkeit. Dasein ist je seine Mbglichkeit
und es hat sie nicht nur 16. J. Nabert, Eléments pour une noch
eigenschaftlich als ein Vorhan
éthique, pág. 6 denes '. Sein und Zeit, pág. 42. Comen
17. Sobre la noción de toma da po- tando el "es geht um" del texto, Hei
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sición, cfr. Hildebrand,_Die Idee dersi- da99er revela que se trata allí del "ser
ttlichen Handlung, Jahrbuch. que se proyecta hacia su poder-ser más
Husserl, Ideen, I, pág. 236. íntimo ', ibid, pág. 191. Cfr. principalmente
Jean-Paul Sartre, El ser y la
18. Bradley, The definition of will, nada, II Parte, cap. 1 y IV Parte, cap.
11, Mind, 1903, pág. 145 y ss., intenta 1. evitar esta idea de imputación donde
él
ve una trampa del substancialismo y 23. Cfr. más adelante cap. III, III
del voluntarismo; dicho autor hace de Y IV.
la identificación del yo con la idea el 24. Sobre la oposición entre motivo
único criterio de la volición; la idea que y causa, A. Pfánder, Pháhomeno%gie
mi yo produce, opera el cambio --en des Wo1/ens, págs. 98-105, y, sobre to
s íntesis, la idea de una agency- le pa- do, Motive und Motivation, págs. 157
159. En el mismo sentido: Michotte tre el formalismo del deber y el hedo
y Prüm, Le choik vo%ntaire et ses en- nismo (el utilitarismo; etc. y en general
técédents immédiats, págs. 209-210: el afectivismo) del bien; 2. Los aprio
'°la razón, la justificación de la elec- ri materia les ` (no-formales) no tienen
ción ', "la razón de obrar". otra manera de revelarse que los senti
25. Pfánder, Motiva und Motiva- mientos psicológicos y el desenvolvi
tion: "Este acto de apoyarse en algo miento de la historia. Tendremos oca
para la operación de un acto volunta- sión de mostrar la relación entre lo
rio es una acción mental; original. Sólo a Priori y la afectividad individual, en
por ese acto mental de apoyarse resulta particular en el estudio de los
motivos
instituído un vínculo entre fundamen- vitales, en el cap. II. Por el contrario; la
to y acto voluntario y el motivo posi- relación entre lo a priori y la historia
ble se torna un fundamento verdadero rebasa el marco estrechamente psico
del querer", pág. 152. Pfáner propone lógico de ese trabajo; dicha relación es,
"tomar el término motivo únicamente con todo, el problema más importante
en el sentido de funda.mento del quererde la ética: que no ~¡existen invariantes
que exige y entender correlativamente morales a/ lado o poh, encima de los jui
por motivación únicamente la relación cios, de los sentimié!ntos y de las cos
original del fundarnento del querer que tumbres variables, y que sin embargo la
exige al acto volemtario que se apoya
él", pág. 153. historia variable sea elimodo de apare
en cer de los a priori mor~les, tal es lo que
26. Cfr. márs abajo cap. 11 1 y IV. Por habría que mostrar de ',una manera sis
eso no es posible llamar a la libertad y temática para justificart~nuestra expre
a la motiva%ción la "causalidad vista sión de historializaciónl de
los valores.
desde dentro": Schopenhauer, La cuá- Acentuamos más de lo que lo hace
Max
druple raíz !del principio de razón sufi- Scheler esta mediación hecesaria de la
ciente, V1;) , parágr. 43. acción y la historia que 'impide tratar los valores
como si fueran esencias a
27. WY. James se preguntaba a pro- . contemplar. Por ello nos
negamos a en
pósito del amor a sí mismo: Z"Cuál es durecer exageradamente nuestra oposi
el amor que se ama en el amor a sí mis- cíón a la concepción del valor en
J.P.
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mo?" Principles, I, pág. 139: P. Janet, Sartre: no es exagerado decir que desci
que Ici cita, pregunta a su vez: "¿Cuál framos el bien por nuestro propio sa
es el yo que quiere?" De l'angoisee á crificio; una interpretación apriorista
l' Exaase, I, pág. 313; todas estas pre- de los valores puede estirarse hasta all
í. guntas (como la de Claparéde: Does
the will express the entire personali- 29. Sobre la aprobación, Le Senne,
ty?') permanecen en el plano de las rela- Traité de morale, págs. 3.>5-329.
oi,ones inadecuadas del todo a la parte. 30. Los escolásticos distinguían
en tal sentido el juicio especulativo prác 28 Esta fórmula abreviada está li-
tico (no hay que mentir) y el juicio de
bremente inspirada en Max Scheler, practicidad-práctico (le diré todo),
liga
Dar Formalismus in dar Ethik und die do al imperium de la decisión: entre la
materiales Wertethik, Niemeyer, Halle, prescripción abstracta de la regla y la
1927, obra respecto de la cual retene- intimación efectiva de la acción concre
mos dos ideas: 1. Hay un camino en- ta existe la misma distancia que entre
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CAPITULO II
LO INVOLUNTARIO CORPORAL Y LA MOTIVACION
Mi cuerpo sólo es una fuente de motivos entre otras; pero si bien puedo evaluar
mi vida y medirla de acuerdo con otros bienes, él es la fuente más fundamental
de motivos y el revelador de una capa primordial de valores: los valores vitales.
Preferir otros valores -"canjear" como dice Platón, mi vida por la justicia por
ejemplo- no es entonces resolver un debate puramente académico, sino poner
en juego mi propia existencia, sacrificarme. Todo otro valor adquiere entonces
una gravitación, un alcance dramático por comparación con los valores
"historializados” por mi cuerpo.
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mundo. Dicho de otra manera, por el sentir el cuerpo propio pertenece a la
subjetividad del cogito. ¿Pero cómo alcanzar al sentir en su pureza? Todo
ensayo de prolongar la conciencia de sí mismo a las regiones tenebrosas de la
necesidad es hasta cierto punto engañoso. Una introspección del cuerpo es
una apuesta. Sería necesario descender más acá del juicio en todas sus
formas, en indicativo, en imperativo, en optativo, etc., es decir más acá del yo
que se orienta en la existencia y toma posición, más acá incluso de la
representación que reviste a la necesidad con su intención objetiva. Hemos de
confesar que esta regresión sólo puede ser fingida, sugerida por una suerte de
torsión, de regresión e incluso de renegación de la conciencia clara que intenta
ir más allá del límite de su propia extenuación 1.
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empobrecimiento de la sangre y de los tejidos, en las reacciones motrices o
glandulares de este empobrecimiento. Por una parte, el paralelismo tiende, de
manera inevitable, a explicar la conciencia por el cuerpo; pero también nos
invita a ello el uso de la vida: con mucha frecuencia es necesario obrar y basta
con hacerlo sobre el cuerpo como cosa para cambiar la experiencia que
tenemos de él; por otra parte, la relación de diagnóstico, que relaciona el
conocimiento objetivo del cuerpo con la apercepción del cogito, opera una
verdadera revolución copernicana: ya no es más la conciencia el síntoma del
cuerpo-objeto, sino que el cuerpo-objeto resulta el indicador del cuerpo-propio
del cual el cogito participa como de su existencia misma.
I. La necesidad y el placer
1: Naturaleza de la necesidad
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como tal le resulta extraño. Más adelante deberemos mostrar por qué el
lenguaje corriente habla de necesidad en un sentido más amplio: necesidad de
luz, de música, de amistad, etc.; de entrada parecería que esta extensión del
sentido se sustenta en dos razones: las necesidades en el sentido amplio
tienen una semejanza material con los apetitos por la nota de falta que
comportan y por la revelación afectiva generalizada de una laguna en el
corazón de la existencia; por otra parte, el término necesidad tiende a cubrir el
campo de la motivación y a designar la forma común a todos los motivos, nos
referimos al inclinar sin obligar.
Vamos pues a hundirnos en la afectividad pura para esclarecer desde allí los
rasgos obscuros por los cuales la necesidad (en el sentido estricto) se presta a
la motivación.
¿Pero qué es lo que le falta? ¿Hasta qué está tendida? Aquí la reflexión debe
convertirse a lo más obscuro y hacerse pura experiencia de la falta y de la
impulsión, más acá de toda toma de posición del querer e incluso de toda
representación de la cosa ausente.
En esta regresión hacia la pura vida, presentirnos una falta y una impulsión que
no son aún la orientación era percepción, en imagen o en concepto, hacia algo.
No se trata, con todo, de una falta cualquiera, de un impulso cualquiera, sirvo
de una falta especificada, de un impulso orientado. Estoy vuelto hacia lo otro,
hacia un otro especificado, sin que, a pesar de esto, esta orden se dé en una
representación, o de alguna otra manera. La falta de la que sufro, que sufro,
tiene un contorno, como la palabra que tengo en la punta de la lengua y que
reconoceré cuando, luego de separar las palabras que no convienen a esa falta,
reencuentra aquélla que llene el hueco de mi búsqueda. Su objeto no está allí,
ni en la carne, pues debe ser buscado, ni en retrato pues no está dado de
ninguna manera, ni siquiera "dado-ausente'', como dice J. P. Sartre respecto a
lo imaginario; imaginar es figurarse lo ausente, no carecer de él. Un dato
(presente o ausente) es siempre relativo a un don, es decir a un hallazgo que
es como una gracia. Puede verse con qué prudencia debe decirse que la
necesidad anticipa afectivamente el alimento, el agua, etc. . . . poseyendo
sobre ellos una "prenoción orgánica" 2; esas expresiones se encuentran ya en
el registro de la representación. Todavía no hay agua, ni hay pan. Pero más
acá de la representación sólo es posible hablar negativamente de esta
ansiedad electiva; esta ausencia especificada, tomada por debajo de la
representación de su objeto, no es más que la impulsión, y esta impulsión,
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tomada más acá del movimiento asumido por el querer, no es más que una
ausencia inquieta y alerta, una falta orientada y activa.
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está fuera de cuestión: si la necesidad es una acción, no es una re-acción sino
una pre-acción, anterior de derecho a la sensación y al placer que anunciarán
que la falta está en vías de ser llenada. Pero también habría que poder
descubrir la necesidad como afecto activo más acá de la disyunción naciente
entre la falta y la impulsión. Aquí es donde resulta más difícil respetar la
intimidad. La mencionada disyunción no carece de razón: está subrayada, en
un nivel superior, por la disociación entre la representación que esclarece la
falta en cuanto a su propio objeto y el movimiento voluntario que toma por su
cuenta la impulsión. Tomando posición, la voluntad termina de escindir la
experiencia de la necesidad: si la impulsión puede resultar dominada por la
voluntad, la falta permanece, por su parte, definitivamente incoercible: puedo
no comer, no puedo dejar de tener hambre. Pero, por debajo de ese clivage
instituído por la representación y la voluntad, se diseña una falla en la
experiencia de la necesidad. En efecto, las sensaciones dolorosas o pre-
dolorosas se mezclan con la necesidad y la sobrecargan de sensaciones
internas con relación a las cuales la impulsión de la necesidad parece una
reacción segunda. Ahora bien, resulta extremadamente difícil situar
correctamente esas sensaciones con relación a la falta y a la impulsión indivisa
que afectan al individuo en su integridad. Soy yo, en toda mi integridad, el que
soy apetito; pero al mismo tiempo se localiza un malestar en las regiones que
resultarán afectadas por la satisfacción final o por el hallazgo que preludiará,
por el placer sensorial, al goce profundo. Esta localización del malestar y del
dolor, que complica el reclamo de la necesidad, no debe ocultar la naturaleza
ilocalizable de esta última 4. Encontramos aquí sobreimpresos dos aspectos
paradojalmente ligados a la existencia corporal: indivisible en el apetito,
divisible en el dolor y en general en las sensaciones internas; éstas refieren la
necesidad a un volumen dispar del cuerpo propio; dichas sensaciones no son
más que afectos sensibles que ilustran la variedad orgánica, a diferencia del
afecto activo que es mi vida no localizada y no dividida, mi vida abierta como
apetición de lo otro.
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extraño en la conducta responsable del individuo. Al contrario, hace a la
esencia de esta impulsión, indiscernible de la falta, el no ser un reflejo, el no
desencadenarse de manera irreprimible, sino el poder quedar "suspendido"
(según una expresión de P. Janet). La impulsión, en cuanto no es un
automatismo reflejo, puede devenir un motivo que inclina sin obligar y posibilita
que existan hombres que prefieren morir de hambre antes que-traicionar a sus
amigos.
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Pero la adherencia de la necesidad a la existencia corporal más insujetable no
puede hacer de ella un motivo como los otros. Constituye la espontaneidad
primordial del cuerpo; como tal es un revelador original e inicial de valores que
lo colocan aparte de todas las otras fuentes de motivos. Por la necesidad
aparecen valores sin que el yo, en tanto generador de actos, los haya puesto:
el pan es bueno, el vino es bueno. Antes de querer, ya estoy solicitado por
algún valor, por el solo hecho de existir como encarnado; ya hay por el mundo
alguna realidad que se me revela a través de la falta, este reclamo que se
eleva desde mi indigencia es la señal de una primera erección de valores que
no he engendrado. La receptividad del querer con respecto a los valores
encuentra aquí su primera expresión: la necesidad significa que un sistema de
valores es indeducible de una exigencia puramente formal de coherencia
consigo mismo, o de un puro poder de auto-posición de la conciencia. El primer
indeducible es el cuerpo como existente, es la vida coma valor. Señal de todos
los existentes, el cuerpo es el primer revelador de valores. El pasaje de la
lógica analítica a la dialéctica sintética no puede llenar la distancia que separa
la afirmación pura de sí mismo de esta ansiedad existente por la cual el pan y
el vino son originalmente buenos. El misterio del cogito encarnado vincula el
querer a esta primera capa de valores por la cual la motivación comienza.
¿Bajo qué condiciones la necesidad puede ser un motivo, si no como los otros,
al menos entre los otros?
Nombraremos ante todo una condición negativa (que aquí no podremos
desarrollar, pues se encuentra en la intersección del problema de la motivación
y el problema de la ejecución motriz). Una necesidad sólo puede convertirse en
un motivo si la conducta que asegura la satisfacción de la necesidad no es un
automatismo inevitable.
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adaptadas al medio. Lo típico es que el hombre deba aprender prácticamente
todas las conductas fundamentales, a partir, sin duda, de cierto saber-hacer
preformados, pero que permanecerían evasivos si no resultaran consumados
por una técnica aprendida. Esta indigencia motriz abre un curso ilimitado a la
invención, y ante todo al conocimiento, al lenguaje, a los signos, que orientan
nuestros gestos conforme al estilo de una civilización.
Esta plasticidad de los saber-hacer desde el simple punto de vista motor nos
revela al mismo tiempo la condición positiva de nuestro imperio sobre la
necesidad: la representación, el saber aprendido regula la conducta
propiamente humana surgida de la necesidad. Dicha conducta es la que, ante
todo, despierta la necesidad a la conciencia de su objeto y la eleva a la
dignidad de motivo para un querer posible.
Pero para entender correctamente cómo puede una imagen consumar la ciega
experiencia de la necesidad, hay que comprender ante todo la función de la
percepción que la imaginación da como alternativa en ausencia de la cosa; en
efecto, si la falta precede de derecho a la percepción, la imaginación, también
de derecho, es posterior a ella: la imaginación no puede sobrecargar la
intencionalidad de la necesidad si la percepción no le ha enseñado su objeto y
el camino para alcanzarlo. En efecto, es la percepción la que muestra el
alimento, el líquido, etc. Ciertamente, como ya hemos dicho, la necesidad
reducida a sí misma no carece, con todo, de intencionalidad; la falta y el
impulso están especificados (la carencia orgánica, que es su índice objetivo, es
una laguna electiva); pero, principalmente en el hombre, si el conocimiento del
objeto y de los medios no vinieran a esclarecer la falta, la necesidad restaría
una aflicción vagamente orientada. La experiencia, realizada al menos una vez,
de la satisfacción de la necesidad constituye dicho conocimiento. La misma no
se sitúa en el fin del ciclo de la necesidad, cuando el objeto poseído y
consumido se pierde en el cuerpo, sino antes de dicho fin, en el momento del
hallazgo sensorial, cuando el objeto es aún una presencia distinta del cuerpo.
La imaginación evocará ese precioso momento; pero el momento de la
posesión y del goce, llenando la necesidad, suprime la representación, pues
sólo hay representación a la distancia (esto último también puede decirse del
tacto que guarda una posición periférica y de avanzada con relación a las
vísceras). "Como el fruto se funde en goce como cambia su ausencia en delicia.
En una boca donde su forma se muere. . ." 6.
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Ese es el hecho decisivo: la necesidad que ha conocido su objeto y su itinerario
ya no será sólo una falta y una impulsión que se elevan a partir del cuerpo, sino
un reclamo que viene de afuera, de un objeto conocido; no sólo estoy
empujado fuera de mí a partir de mí mismo, sino atraído fuera de mí a partir de
algo que está allí en el mundo. De ahora en adelante, la necesidad tiene
realmente un objeto conocido que pertenece a la configuración perceptible del
mundo. El mundo se encuentra poblado de signos afectivos que se unen a las
cualidades propiamente sensibles y que se convierten en indiscernibles de
ellas. Esos "caracteres del reclamo" flotan sobre las cosas, sobre la presencia
percibida de las exigencias de la necesidad. La presencia se convierte en luz
para la falta; ya no es posible separar, en la percepción total, lo afectivo y lo
propiamente aparatoso. De tal manera, la necesidad encuentra un lenguaje: los
adjetivos que alimentan a las proposiciones atributivas (grande, liviano,
delicioso, etc.) son, de manera indivisible, la expresión de la percepción y de la
afectividad. Cada vez la necesidad ingresa más adentro en la esfera del juicio:
puede decirse algo del lado del objeto al mismo tiempo que se experimenta, en
el polo opuesto del sujeto, la existencia pesada y opaca del cuerpo afligido.
Ahora bien, lo notable es que lo imaginario sea esta luz en ausencia del objeto,
por lo tanto, antes de un nuevo hallazgo y posesión. El hambre se hace
necesidad de pan en ausencia del pan, en la indivisión de una falta
experimentada y de una ausencia cuasi observada.
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desmentida del mundo. La imaginación es asimismo, y acaso ante todo, un
poder militante al servicio de un sentido difuso del futuro, por el cual
anticipamos lo real por venir, como un real-ausente sobre el fondo del mundo.
Por eso la imaginación puede mediatizar la necesidad y el querer,
encontrándose ambos abiertos al porvenir del mundo: el segundo para abrir en
él nuevos posibles, la primera para esperar de él un fruto que sea
simultáneamente conquista y hallazgo. Todo nos conduce hacia adelante de
nosotros mismos y en un mundo irresuelto y pleno de promesas y amenazas.
La imaginación va puntualizando esta doble anticipación del proyecto y el
anhelo. La imaginación que `anula" perfectamente y que nos transporta "a otra
parte" -en esa otra parte que el exotismo busca más allá de los lejanos
océanos y que la mayoría de las veces resulta representada en una escena de
teatro y evocada por un personaje novelesco-, esta imaginación es una
imaginación de lujo, una imaginación estética conquistada sobre la imaginación
indigente que no pinta la pura nada de presencia, sino una presencia
anticipada y aún ausente en las cosas, que la falta nos hace sufrir. Esta última
necesidad es la lámpara que ponemos delante de nosotros para esclarecer la
falta de una ausencia mundana, la necesidad que confiere, como contrapartida,
a lo imaginario un color carnal y anhelante, mucho más acá de las creaciones
estéticas que desorientan.
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Ahora bien, la ausencia no está representada sino con base en un saber que
da un armazón intelectual a lo imaginario; sólo me imagino lo que sé por
haberlo aprendido o inventado. Ciertamente, a diferencia del pensamiento
abstracto que designa en el vacío y que puede carecer de imagen, la
representación imaginativa es un pensamiento que designa su objeto de
manera sensible, embelleciendo el saber con movimientos nacientes, con
esbozos afectivos (que comentaremos inmediatamente) que figuran en imagen,
aunque ausente, al objeto 8: no debe perderse de vista ese carácter sensible de
la imaginación. Pero el núcleo de sentido de la imaginación sigue siendo el
saber; por eso el deseo de pan y de agua se encuentra arrebatado hacia la
esfera de los juicios virtuales, en la región del discurso acerca del fin y los
medios; por lo tanto, en el campo cerrado de la motivación. Como saber, la
imaginación hincha nuestros deseos y es susceptible de caer bajo el imperio de
la voluntad y, ante todo, nuestra propia vida puede resultar evaluada. Todo
nuestro poder sobre los deseos conducirá a ese momento representativo.
La imaginación del placer, tal como ocurría con la imaginación del objeto y de
los medios para alcanzarlo, debe comprenderse a partir de la propia
experiencia del placer. El paralelismo de los análisis es tanto más estrecho
cuanto el placer resulta más contemporáneo de la percepción.
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que corresponde a la disolución del objeto en nosotros; este goce más allá del
placer sensorial y diversificado es de una trivialidad desconcertante, pero
constituye la plenitud. El placer sólo tiene sentido con relación a dicha plenitud
a la cual tiende la necesidad a través de él: dicho placer tiene la ambigüedad
de adelantar el objeto, haciéndolo sentir en la anticipación del goce sosegado,
y de llevar a su ápice la tensión de la necesidad, exaltando la dualidad
desfalleciente del cuerpo y su bien; el objeto se asocia a nosotros, en una
suerte de pre-posesión a nivel de los sentidos, pero a distancia de nuestra vida
profunda, en una posición de avanzada con relación a la intimidad de nuestras
vísceras. Asimismo, es difícil fijar el estatuto del placer, en la flexión entre la
tendencia y el estado, de falta y de plenitud donde muere la intencionalidad.
Sólo el goce carece de ambigüedad, de militancia y localización: la conciencia
de nuestra divisibilidad profunda que nos destina al polvo y la de nuestra
periferia expuesta y amenazada se borran completamente ante la conciencia
paradojal de una intimidad informe, disipada e inclinada a olvidarse a sí misma
-como si el yo no se experimentara sino al contacto con el obstáculo o, al
menos, en el tacto de un hallazgo que da el alerta en sus fronteras y designa la
diversidad de sus partes amenazadas.
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que no es posible imaginar un placer, como ausente y no dado, sin tener su
sabor previo en forma de esbozos motrices y emocionales, de reviviscencia
afectiva que lo hacen de alguna manera presente y dado. Es cierto, pero nos
engañamos sobre la función de ese sentimiento presente: no es sólo él lo que
siento; partiendo de ese afecto sensible anticipo el placer futuro, al cual me
oriento por adelantado, como quien enfoca un placer irreal y ausente; el
sentimiento presente es "la efigie afectiva", el representante, el análogo (o
como se quiera llamarlo) del placer futuro.
Puede pensarse que esa efigie afectiva del placer futuro es el elemento más
importante del deseo y que transforma profundamente la pura experiencia de la
falta e incluso la representación de la cosa ausente. Dicha efigie brinda al
deseo una carnadura y una suerte de plenitud. La imagen de lo ausente se
nutre de esa extraña presencia que vale por una ausencia pero que es una
suerte de emisario adelantado de la misma; la imagen en cuestión vale .por ese
afecto sensible, de carácter paradojal, en el vaivén de la tensión y la posesión,
necesitado y satisfecho, militante y triunfante; ella "presentifica" su enigmática
ambigüedad.
Pero la efigie presente del placer ausente no es sino la materia afectiva que
atraviesa la intención imaginativa; la anticipación del placer comporta un
aspecto formal que es del mismo orden que el saber. Ya hemos evocado esos
saberes agitados por la imaginación; pero mientras la imaginación de la cosa
como existente en otro lado, como teniendo tal o cual propiedad perceptible y
ulteriormente tal o cual estructura físico-química, implica un saber con respecto
a la realidad, la imaginación del placer implica un saber respecto al valor;
anticipar un placer es estar preparado para decir: eso es bueno.
Por eso, una teoría de la imaginación afectiva que identifica a ésta con
sentimientos presentes que figuran el placer en ausencia es a la vez
irrecusable o insuficiente; tales sentimientos son productos de la abstracción,
de esa abstracción especial que disocia una materia de una forma. A dicha
efigie afectiva le falta "la aprehensión" que la anima para ser un acto concreto.
¿Diremos entonces que esa intención afectiva del placer por-venir ya es un
juicio de valor explícito? De ninguna manera. El juicio de valor también es un
producto de abstracción; nace por la reflexión sobre la forma de la intención;
dicha reflexión es, por otra parte, muy habitual; siempre que apreciamos los
objetos de nuestras necesidades, explicitamos la aprehensión afectiva envuelta
en la imaginación del placer; juzgamos la bondad del pan y el vino a partir de la
efigie afectiva del placer anticipado; pero la imaginación estaba presta para
esta abstracción que la eleva hasta el nivel del juicio de valor.
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previa instalada en el corazón de la conciencia. Nos encontramos pues ante las
fuentes de una psicología de la tentación: la imaginación tienta y seduce por la
ausencia que figura y describe. A través de ella la propia necesidad no sólo
exige sino que a su vez tienta y seduce. Tras dicha seducción, el placer
imaginado puede quedar desarraigado de la necesidad y perseguido por sí
mismo, refinado indefinidamente en lo que hace a la cantidad, a la duración, a
la diversidad, etc. Entonces la fascinación también se acelera, pero operando
siempre a través de la imaginación, pues el derrotero del placer desligado de la
medida de la necesidad procede de una invención, que merecería el nombre de
creación si no fuera porque opera completamente en vano. De esta
imaginación fascinada proceden los rasgos más notables de la conducta
humana con relación a sus necesidades. Por ellas, aquéllos poseen un nivel
finito de exigencia cuya imagen es el ciclo cerrado. Se trata de la medida de la
sobriedad enseñada por las más diversas sabidurías, epicúrea, estoica,
cristiana. Pero el deseo humano es desmesurado, infinito. Incluso en el orden
alimentario, pero más evidentemente en el orden sexual, un deseo humano
tiene un aura que lo distingue radicalmente de un simple ritmo biológico; su
punto real de satisfacción está enmascarado por exigencias ficticias que hacen
del mismo bienestar físico un horizonte fugitivo; la necesidad resulta
enloquecida, engañada respecto a su verdadera exigencia. Toda la civilización
humana, desde su economía hasta sus ciencias y artes, se encuentra marcada
por ese rasgo de inquietud y de frenesí. La "mala infinitud" del deseo es el
motor de la historia, más allá de los determinismos técnicos que sólo dan los
medios y nunca los fines. Acaso sólo se puede encontrar el sentido del placer
al término de una sabiduría, más allá del dilema del hedonismo o del rigorismo,
que es una solución hecha de temor y de huída, ante el placer y el cuerpo.
Tenemos pues los principales elementos para un análisis del deseo: el deseo
es la experiencia especificada y orientada de una falta activa -es la necesidad o
afecto activo-, esclarecida por la representación de una cosa ausente y de los
medios para alcanzarla, alimentada por sentimientos afectivos originales: por
su materia, que es la imagen afectiva del placer, esos afectos sensibles figuran
el placer por venir; por su forma, que es la aprehensión imaginativa del placer,
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tienen presta a la necesidad para un juicio que designa ad objeto de la
necesidad como bueno, es decir, presta para un juicio de valor.
Por lo tanto, es la anticipación del placer la que da el acento del valor a la pura
representación de la ausencia. Dicha anticipación introduce la necesidad en la
esfera de la evaluación; pero del mismo modo que la falta propia de la
necesidad es un involuntario que no es posible deducir del puro poder de
pensar, el placer anticipado, por su parte, revela un valor espontáneo que no
puede deducirse de ningún principio formal de obligación: la anticipación que
valoriza o evalúa está arraigada en la experiencia previa del placer, en la
prueba efectiva de la satisfacción de la necesidad. La imaginación sólo puede
ejercer su función de mediación a partir de esta experiencia viva del placer:
anticipando un placer ya probado, dicha imaginación hace con él un saber
virtual sobre el valor. Pero como contrapartida, la imaginación del placer da a la
necesidad la forma del valor; ésta es inseparable -salvo en idea- de su materia,
en el sentido de que en la imagen del placer corporal el placer imaginado
revela a la conciencia el objeto de la necesidad como bueno y prepara el más
elemental de los juicios de valor. De manera que, por su materia, la
imaginación afectiva se une a la carne del placer, respecto de la cual es la
imagen, y a la carne de la existencia corporal; pero por su forma contiene una
evaluación latente, en el borde del juicio, en ese punto donde el sentimiento
pre-reflexivo es una creencia espontánea sobre el bien del cuerpo. Dicha forma
es la que le confiere, como a las otras fuentes de la motivación, el estatuto de
motivo y la tiene presta para la comparación con otros motivos.
1) Un análisis más cuidadoso del dolor nos enseña que dicho dolor no es lo
contrario del placer dentro de un mismo género, sino que es heterogéneo
respecto a él.
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intuiciones de la psicología medieval, la clásica y la nietzscheana, que
consideramos difícil cuestionar.
4) Todo nos conduce a pensar que no hay un querer-vivir central, respecto del
cual las diferentes tendencias serían especies subordinadas: a nivel humano, la
vida es sin duda un entramado de exigencias heterogéneas y revela valores
discordantes.
Justamente, este análisis, que por otra parte adoptará con frecuencia el sesgo
de un desbrozamiento bastante incierto, apuesta a esa ambigüedad de la vida.
Como contrapartida, se tratará de mostrar que es siempre la imaginación
anticipante la que transmuta las múltiples fuentes de motivos surgidos del
cuerpo, y la que confiere a su materia heterogénea una forma emparentada, la
forma del motivo pronta para el juicio de valor de carácter canónico: esto es
bueno, esto es malo. En su sentido amplio, el término necesidad, tomado como
sinónimo de deseo (por ejemplo: la necesidad de ejercicio, de música, la
necesidad proveniente del hábito, la necesidad de luchar), expresa esta
evaluación latente del desgaste, de la música, de la conducta habitual, de la
lucha, etc. como buenas y deseables.
El mal es lo contrario del bien. Está claro: cada valor positivo tiene un contrario
con el cual forma un género. Al amparo de esta evidencia se forma un juicio
prematuro: el dolor es lo contrario del placer. En efecto, el placer ¿no es acaso
el que revela el bien, y el dolor el que revela el mal?
Con todo, si uno acepta descender por debajo del dolor imaginado y el temor
que él inspira, hasta la prueba del dolor, repentinamente se disuelve toda
simetría. También aquí es el punto de vista objetivo, funcional, el que sirve de
diagnóstico a la experiencia extremadamente obscura de la vida afectiva.
Pradines, que se ubica en ese punto de vista, señaló con claridad "la
heterogeneidad funcional del placer y del dolor" 10. Primero, el placer está
subordinado a una actividad de asimilación que tiende hacia una realidad
congénere; el placer señala el hallazgo feliz y anuncia la fusión de la cosa y el
viviente en la intimidad del goce. Segundo, el placer sucede, en el ciclo de la
necesidad, a una falta que nace de la indigencia profunda del viviente y que es
su verdadero contrario; dicha falta afecta al viviente en su indivisión y sólo es
local secundariamente. Tercero, la actividad de asimilación que precede al
placer es de carácter impulsivo y no reflejo: puede quedar suspendida,
controlada y asumida por la voluntad.
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ligado, aunque se distingue de él desde el punto de vista anatómico y
fisiológico. Se sitúa, pues, en otra línea de experiencia que el placer; tiene su
propio contrario, la cesación del dolor, que sólo es un placer por contraste, un
placer de relajamiento, que resulta absorbido poco a poco en la neutralidad
afectiva. Tercero, la acción que sucede al dolor es incomparable con la acción
que precede al placer; se trata de una rea-cción de tipo reflejo y no de una pre-
acción de tipo impulsivo; realiza plenamente el esquema excitación-reacción
con el cual con frecuencia se ha confundido a la acción entera. Por ello el
dominio del cuerpo en el dolor no tiene el mismo sentido que el dominio del
cuerpo en la necesidad: el mismo hombre que puede cargar con el hambre no
puede evitar gritar si se lo tortura; depende de su voluntad el suspender o
consumar el movimiento naciente hacia el alimento; si la voluntad fascinada por
la imaginación cede, nos encontramos ante un verdadero desfallecimiento de la
voluntad (que por otra parte no se trata de juzgar moralmente). Por el contrario,
bajo los golpes, las picaduras, las quemaduras, las heridas, las descargas
eléctricas, etc., la tarea de la voluntad no es la de suspender o consumar una
impulsión, sino a lo más la de sobreponerse lo mejor posible a un reflejo
extraño a su imperio; puede acaso frenarlo y contenerlo, si se encuentra en el
trayecto ordinario de una acción voluntaria; de tal manera cierta represión del
grito, de la gesticulación, o la mímica es posible en la medida en que la
mecánica neuro-muscular permita responder al órgano. Pero si el reflejo -
escapa y explota, nos encontramos no ante una voluntad seducida, sino ante
una voluntad frustrada. Más que vencido, el hombre resulta destrozado. El
hombre torturado no es verdaderamente responsable de sus gritos.
En tal sentido, hay que decir que el dolor sufrido no es un motivo o un contra-
motivo del querer. La necesidad al contrario era virtualmente un motivo, pues
suscitaba una acción de tipo "suspensivo" y permitía una dilación para edificar
una acción original surgida de la representación.
1. Temor de sufrir, que ante todo es imaginar objetivamente las cosas y los
seres que serán los agentes o los instrumentos o los intermediarios del
sufrimiento. Pero que es asimismo imaginar afectivamente el propio dolor; esta
imaginación afectiva del dolor, como la del placer, tiene una materia, una carne,
que es un sentimiento presente en la imagen del dolor; imaginando, vivamente
una picadura, una quemadura, una mordedura, etc., oriento afectivamente el
dolor hacia sentimientos presentes que por otra parte pueden escalonarse y
animarse hasta alcanzar la emoción visceral y motriz que les da una
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resonancia orgánica ilimitada. De manera que el dolor, antes de ser
experimentado, reina en mi carne; la imaginación que lo anticipa tiende a imitar
la plenitud afectiva del deseo; pues si bien el temor no está sostenido por la
pesadez de la angustia de la necesidad, puede con todo desenvolver una
ansiedad capaz de llevarlo hasta el terror que precede a las grandes pruebas
corporales de sufrimiento y tortura. Los objetos representados como
"portadores" del dolor resultan entonces afectados por un índice negativo, que
imita al reclamo irradiado por el objeto de la necesidad. El instrumento de
tortura repele, como el objeto de la necesidad atrae. De ahí que el poder de
fascinación y de vértigo que puede vincularse a la imaginación del sufrimiento
es el mismo que el vinculado a la imaginación del placer.
2. Ahora bien, a partir del temor de esta anticipación carnal del dolor, se
desarrollan movimientos repulsivos que, a diferencia de los reflejos de dolor,
previenen el encuentro doloroso; esas conductas defensivas y ofensivas se
parecen en tal sentido a las conductas alimentarias y sexuales: son
movimientos flexibles y variables, susceptibles de resultar suspendidos y
asumidos por la voluntad como puede verse en la huída, el ataque y
ulteriormente el rodeo, el acecho, el engaño, etc.; dichas conductas recuerdan
la persecución, la caza, la eliminación de la presa, la conquista sexual, etc.: se
trata de conductas no-reflejas, regladas por percepciones a distancia y
eminentemente disciplinables; si bien difícilmente puedo impedirme gritar bajo
los golpes, puedo impedirme huir ante la amenaza de los golpes. Tal es el
verdadero derrotero de la voluntad ante el dolor; el temor al sufrimiento, más
que el sufrimiento padecido, es el motivo a integrar, a rechazar o aceptar; el
sufrimiento que viene, aceptado y a veces querido, une su testimonio al que la
necesidad sacrificada rinde a la gloria del querer humano. La huída puede ser
una falta, mientras que al grito en el sufrimiento no le ocurre lo mismo, pues la
voluntad no sucumbe ante uno y otro de la misma manera; frustrada por el
reflejo, en el caso del deseo y del temor, sólo resulta vencida por sí misma, es
decir por su propia fascinación. Puede incluso afirmarse que si hay para la
voluntad un problema en el sufrimiento padecido, no es tanto el de sostener su
cuerpo, el de retener la crispación, el grito, sino más bien el de afrontar el
sufrimiento que viene, es decir, el sufrimiento representado antes del
sufrimiento padecido: el aguante reside en continuar sufriendo, si la idea así lo
exige. De esta manera resultan unificados el deseo y el temor, del lado mismo
de la acción que respectivamente despliegan; de esta manera, asimismo, se
unifica el coraje: la lucha contra el frío, el calor, el hambre, la sed, la fatiga, el
sueño, a pesar de la diferencia profunda de la experiencia, desde el punto de
vista psíquico, constituyen un único combate, donde la lucha contra los reflejos
tiene un débil lugar y donde la aceptación de los contra-motivos surgidos de la
imaginación posee el lugar principal. Los mártires del deber, de la ciencia, de la
fe, los pioneros de los polos, los desiertos, los glaciares, la estratósfera, los
combatientes y los héroes de la libertad, afrontan a la vez un cuerpo que no es
un paquete de reflejos, sino de impulsiones y una imaginación que se
encuentra en la costura del querer y del cuerpo. Aguantar: mirar la idea, la
misión, la causa común, sin considerar la imagen fascinante del placer posible
y del sufrimiento que viene. Esos movimientos repulsivos que forman las
conductas de la defensa, tienen pues un doble control, como ocurre con los
movimientos impulsivos ligados a la falta: poseen en los signos percibidos su
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regulación externa y en el afecto representativo del dolor su regulación
interna11.
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De manera que la oposición de valor positivo y negativo resta una pura forma:
sólo significa que el placer y el dolor pueden participar de la misma evaluación,
que se prestan a la misma operación de motivación afectiva con signos
contrarios. Pero la heterogeneidad del placer y el dolor, en cuanto a su materia
afectiva anuncia ya que la vida comporta diversas dimensiones de valor, e
introduce en la raíz de la elección una ambigüedad esencial que reside en el
principio de la vacilación.
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funcional de la biología: se trata de la actitud del higienista y del médico que
consideran por ejemplo la ración alimentaria desde el punto de vista de
carencias orgánicas específicamente determinadas; el conflicto entre lo útil y lo
agradable refleja, por ejemplo, en el cuadro del arte culinario y en general de
las costumbres, la dualidad de los puntos de vista con respecto al cuerpo y la
vida. Pero esta utilidad biológica no se reduce directa-` mente a una utilidad
instrumental en sentido propio, referida a un placer último o a una cesación de
dolor. Lo útil es un valor-diagnóstico del placer, como el cuerpo-objeto es el
diagnóstico teórico del cuerpo-propio.
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un lugar nauseabundo, al sumergirse, etc.), sea cuando el aire se enrarece o
corrompe; la imaginación se adueña entonces de la penuria y de la impulsión a
buscar el aire, representa los lugares donde sería bueno respirar, sugiere la
cualidad agradable del aire del campo o la montaña e imprime en el espíritu la
creencia en el valor de una estancia en una región de aire puro. De tal manera,
lo agradable confina con lo fácil; en este primer caso, es fácil lo que carece de
traba.
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por sí mismos se encuentran desprovistos. Si a veces el hábito parece crear la
necesidad, es porque brinda una salida fácil a necesidades preexistentes que
estaban adormecidas. En efecto, dando forma a los poderes, el hábito da
asimismo forma a la tensión de la necesidad. El uso revela la necesidad a sí
misma; su intencionalidad vaga se precisa al ver despejado el camino de sus
orientaciones usuales; se fija en su periodicidad y su nivel de exigencia, se
instala en una categoría precisa de objetos; en síntesis, adopta la forma usual y
de tal modo se conoce a sí misma en su fin. Se establece pues una dialéctica
muy compleja entre el fin y el medio: la necesidad se busca una salida, y el
conocimiento de un camino practicable exalta la tensión de la necesidad. Lo
que con frecuencia se denomina la fuerza del hábito no es otra cosa que la
tendencia de una necesidad preexistente a adoptar una forma usual que es la
más fácil de satisfacer. Prolongando la necesidad a través de una conducta
fácil, mostrándole que puede y cómo puede satisfacerse, el esquema de la
acción disponible contamina de alguna manera a la propia necesidad. Los
objetos que nos rodear se convierten entonces en sugestiones para la acción:
muestran a la vez el objeto codiciado y la forma de acción por la cual
podríamos tocarlo. De modo que los objetos acumulan tanto una fisonomía
desinteresada, como un carácter de reclamo y un esquema de acción, todo
esto estrechamente entremezclado en la expresión, el halo, el aire que ofrecen
a la mirada: ese sillón nos recuerda que estamos fatigados, nos muestra la
forma acogedora que nos dará descanso y diseña, como si se brindara a los
ojos, el gesto de sentarse. El atractivo y el esquema de la acción fácil se
fundan tan bien en la cosa que nuestro universo de percepción está henchido
cíe valores afectivos y surcado por las huellas de la acción. Por ese sesgo, el
uso no cesa de remodelar la figura de nuestras necesidades; es lo mismo decir:
"tengo hambre" y: "apetezco cortar una rebanada del pan que está en el
aparador". El deseo envuelve tanto el objeto de la necesidad como el esquema
motor familiar.
Por lo tanto, si el hábito afecta a la necesidad hasta el punto de que parece que
la inventara, es como consecuencia del efecto de retorno que la forma usual
adquirida ejerce sobre las necesidades latentes. Siempre son las fuentes de la
necesidad las que se esparcen en esas cuasi-necesidades, no es cierto que el
hábito cree la necesidad; las necesidades más artificiales, como las
necesidades de estupefacientes y excitantes, se comunican siempre con
auténticas napas de necesidad en las cuales el ejercicio ha operado una suerte
de sangría derivativa. El uso sólo es un revelador de fuentes primitivas de la
motivación que, de ahora en adelante, trabajan a través de las líneas de menor
resistencia. Que la necesidad se extinga, que ninguna otra sea capaz de
hacerse cargo del hábito, y entonces éste parecerá crear yo ya la necesidad
sino el disgusto; como ocurriría por ejemplo si una obligación cualquiera -
profesional o de otra índole- nos obligara a ejecutar la acción considerada más
allá del punto de saturación de las necesidades auténticas que la alimentan.
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me repugne, aunque me encuentre constreñido a actuar -a corregir copias más
allá de la curiosidad, del placer de leer, de comprender, de comunicarme con
otro, de trabajar, de estar ocupado - será con todo el gesto usual, el gesto más
fácil el que se ofrezca espontáneamente; un gesto que se resiste si quiero
desviarlo, aunque dicho gesto me repugne afectivamente.
De tal modo, el caso de los hábitos neutros y sobre todo el de los hábitos
fastidiosos pone al desnudo el motivo de la facilidad que ordinariamente
coincide con el del placer. La imaginación se apropia de la representación del
medio fácil, anticipa la sencillez de la ejecución a través de una imagen afectiva
original, y aprehende el valor de la facilidad. En un nivel más elevado de la
reflexión, la facilidad como tal es pensada explícitamente como deseable; y se
convierte en motivo autónomo cuando entra en conflicto con el placer, también
él claramente evaluado. Un nuevo principio de vacilación aparece así en la raíz
de la elección: ¿qué vale más: lo agradable al cabo de un camino doloroso, o el
camino fácil en dirección a un placer irrisorio?
95 / 396
Esta cuestión es muy perturbadora: la psicología de inspiración nietzscheana
engloba bajo el nombre de voluntad de poder aspectos muy diferentes de la
vida de consciencia que es extremadamente difícil disociar: se reconoce en ella,
por una parte, un poder de afirmación práctica y de auto-determinación que
desarrollamos aquí bajo el nombre de querer propiamente dicho (decidir,
moverse, consentir); por otra parte, una complicación pasional de la voluntad y
de la vida en el sentido de las pasiones de potencia, ilustradas por el hombre
del Renacimiento caro a Nietzsche; es entonces muy difícil reconocer el
residuo afectivo y activo que pertenece incontestablemente al plano vital. En
verdad, el análisis nietzscheano no puede ser superpuesto a nuestro esquema
de lo voluntario y lo involuntario, pues excluye la distinción entre la voluntad y la
vida que es la piedra angular de este estudio de la motivación, e ignora el
problema de la falta que se encuentra en la base de nuestra teoría de las
pasiones. En nuestro lenguaje, la voluntad de poder es a la vez voluntad, vida y
pasión. Entonces, si uno distingue la voluntad como poder de evaluar la vida y
el "infinito malo" de las pasiones de la violencia y de la guerra, ¿restan acaso, a
nivel de la vida, tendencias irreductibles a la búsqueda del placer y a la
eliminación del sufrimiento? ¿resta un "irascible", un gusto original por lo difícil?
Una respuesta positiva a este interrogante no excluye que ese "irascible" sólo
pueda revelarse empíricamente a través de las pasiones de la ambición, la
dominación, la violencia; lo mismo que lo "concupiscible" se revela
empíricamente a través de las pasiones del placer y de la facilidad. Dichas
pasiones encuentran precisamente en lo irascible el punto de menor resistencia,
la tentación que la conciencia fascinada consuma en falta.
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Ya el ejemplo del juego resulta bastante inquietante: el juego parece revelar en
la vida un exceso de actividad, un desgaste gratuito, un ejercicio para nada.
Viendo jugar a cachorros o a niños, uno se pone a pensar que la vida comienza
más allá del peligro, más allá del equilibrio: la vida es generosa. Acaso sea,
para el viviente, una manera de ser que va más allá del no-morir. Acaso la vida
sea positivamente este cercado de ocio al que accede el viviente cuando ya no
tiene hambre ni sed, cuando está fuera de peligro y carece de trabas. Esta
observación que ensayamos nos lleva a considerar ciertos aspectos del placer
que tuvimos que dejar en la sombra; el placer encubre, al parecer, en su
positividad ese elemento de ocio y de juego que va más allá de la simple
señalización de la necesidad, o mejor: un matiz de lucha no para vivir sino para
vencer; el placer, decimos con Pradines, es una dualidad vencida, pero gusta
del obstáculo al mismo tiempo que anticipa el goce: "la dificultad, afirmaba
Montaigne, da el precio a las cosas" (Ensayos, II, 15).
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nunca la forma de la plenitud, de la anulación del dolor, de la liberación de la
traba, en síntesis, del reposo. El verdadero placer en movimiento sería el único
en revelar la auténtica tensión de la vida más allá de la avaricia, del deseo y del
temor; sólo él atestiguaría la dimensión heroica, y si es posible decirlo así,
quijotesca, de la vida contra Sancho Panza, atraído sólo por el placer de la
posesión, del no sufrimiento y de la comodidad.
Parece entonces que la noción de querer-vivir no podría ser una noción simple.
Sólo define un nivel de valor, no un valor o una pareja de valores. En ese nivel,
"la historialización" de los valores figura una suerte de ápeiron (de caos
indefinido), en la raíz del cogito. No hay tendencia central que uno podría
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llamar querer-vivir y respecto de la cual las tendencias antes enumeradas
serían formas derivadas; en efecto no hay afecto sensible respecto del cual las
diversas imágenes afectivas del placer (ligado a la asimilación), del no-dolor, de
lo fácil y lo difícil serían especies; por ello, tampoco hay un valor de la vida que
la imaginación afectiva podría focalizar a partir de una materia afectiva simple.
La vida, al menos en el estadio humano, es una situación compleja sin
desanudar, un problema sin resolver, cuyos términos no son ni claros ni
concordantes. Por ello, constituye un interrogante abierto planteado al querer;
finalmente, por ello hay un problema de elección y un problema moral. En la
unidad del Cogito la experiencia del nivel vital no forma un Estado dentro del
Estado, con su orden propio; no hay orden vital; se trata más bien de una
multiplicidad a clarificar y a unificar por el corte de la de-cisión 16.
Esta conclusión puede parecer extraña: ¿sería acaso la vida una pseudo-
noción? En tal situación extrema, ¿no tengo que elegir entre mi vida y mis
amigos, la verdad, mi fe? Precisamente si en ciertos momentos mi vida se me
aparece reunida en un valor global, esto no ocurre en el interior de la
experiencia afectiva indefinida y abigarrada, sino desde el exterior, partiendo de
la muerte. La muerte es la que da su unidad a la vida, en el sentido que sólo
una situación de catástrofe, arrinconándome en la elección entre mi vida y la de
mis amigos, tiene el poder de poner globalmente en cuestión mi existencia. La
eventualidad de este acontecimiento simple, mi muerte, mi morir, reúne
repentinamente todo lo que soy como cuerpo en un abrazo igualmente simple.
Del morir, el vivir recibe toda la simplicidad de la que es capaz; frente al
"peligro-de-muerte" 17, "el-ser-con-vida" aparece como una situación total que
tiene la simplicidad, si no de un acto que pongo, al menos de un estado que es
el estado mismo de existir corporalmente.
Esta revelación de la unidad del vivir a través del sacrificio, -respecto de la cual
no hay que cansarse de señalar la riqueza de implicaciones filosóficas que
posee-resultaría traicionada si no fuéramos capaces de discernir, detrás del
morir que unifica al vivir, la afirmación de valores por los cuales mi muerte se
encuentra implicada como eventualidad y para los cuales mi vida está en
peligro. Diremos pues: mi vida sólo me aparece como valor si a la vez se
encuentra amenazada y trascendida, amenazada por la muerte y trascendida
por otros valores. El sacrificio reúne en una única situación esa amenaza y esa
trascendencia. Por eso podemos afirmar que la vida se encuentra reunida por
la muerte y por otros valores; a la luz del sacrificio podemos decir que la vida
define no un valor simple, sino un nivel simple de valores. Importa pues
comprender ahora los valores del plano vital por contraste con otros valores de
nivel diferente, para aprehender en toda su amplitud la confusión de la
afectividad y la heterogeneidad de los motivos que alimentan a un querer.
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fuentes originales de motivos. Tal enumeración sólo nos interesa
indirectamente pues nuestro objetivo es comprender la relación del cuerpo al
querer. Pero no podemos dejar de lado una reflexión, por breve que sea, sobre
los otros motivos; pues ante todo es ella la que puede esclarecer el querer
mismo; en efecto, si el querer es la evaluación de la vida, es oponiendo otros
valores a mi propia vida como abro el abanico de mi motivación; pero, además,
la inteligencia de otros motivos es esencial a la comprensión misma de lo
involuntario corporal: en efecto, el cuerpo no es sólo un valor entre otros, sino
que se encuentra de alguna manera implicado en la aprehensión de todos los
motivos y, a través de ello, de todos los valores. Se trata del medium afectivo
de todos los valores: ningún valor me alcanza si no dignifica él un motivo y
ningún motivo me inclina si no impresiona mi sensibilidad. Accedo a todo valor
a través de la vibración de un afecto. Abrir el abanico de los valores es al
mismo tiempo desplegar la afectividad en su mayor envergadura.
Las reflexiones de los sociólogos tienen una fuerza invencible contra las teorías
que, de una u otra manera, intentan derivar el querer de intereses vitales
diversamente refinados, sistematizados o sublimados. Bajo el nombre de
representaciones colectivas, dichos sociólogos han evocado, frente al viejo
empirismo, qué exigencias extrañas al anhelo vital son las que dan al hombre
su propia cualidad de humanidad. El plano orgánico no es el plano humano; era
natural buscar por el lado del "medio social" lo que el "medio biológico" no
bastaba para explicar, en la esperanza de volver a encontrar más allá del
agnosticismo filosófico y religioso heredado de A. Comte y de Spencer el
dualismo ético de la gran tradición filosófica 18.
No hay necesidad, hoy en día, de repetir los excelentes análisis que han hecho
los sociólogos sobre la influencia de las representaciones colectivas sobre el
pensamiento abstracto, sobre la memoria e incluso sobre las necesidades
orgánicas. Lo que debemos subrayar aquí es la contribución de tales análisis a
la psicología de lo involuntario; el interés principal de estas reflexiones es atraer
nuestra atención hacia la esfera original de los sentimientos por los cuales una
conciencia individual se encuentra afectada por representaciones colectivas. Y
si bien es cierto que los sociólogos tienen tendencia a reducir el plano
psicológico a una simple fusión de lo social y de lo orgánico, a un lugar de
pasaje de representaciones colectivas, razón por la cual no atienden al
momento esencial de la voluntad -ya volveremos sobre ello- al menos han visto
que son los sentimientos específicos los que insertan las representaciones
colectivas en el ciclo de las representaciones y las tendencias del individuo. En
efecto, finalmente la sociedad juega su destino en las conciencias individuales.
En estas últimas y principalmente en una afectividad original resultan impresos
los imperativos sociales 19. Un temor, un respeto específicos inclinan nuestra
sensibilidad en el sentido de los mandamientos, y la emoción, de acuerdo con
su función ordinaria, asocia toda la vibración del cuerpo a la empresa afectiva
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de nuestros imperativos. A través de los afectos la sociedad penetra en el
individuo y puede entrar en competencia con las necesidades vitales dentro del
propio ámbito psico-orgánico.
Pero si bien la escuela sociológica tuvo el mérito de señalar hasta qué punto
las representaciones colectivas tienen una fuente que no es la de las
necesidades orgánicas, con todo, no ha tenido de ningún modo en cuenta la
relación entre los sentimientos unidos a esas representaciones y la voluntad. A
falta de un análisis previo de las nociones de querer y de motivo, a falta, en
consecuencia, de una eidética de la motivación, la voluntad corre el riesgo de
aparecer como un' epifenómeno de sus propias representaciones colectivas.
En tal sentido, el lenguaje de los psicólogos de inspiración sociológica es
particularmente equívoco. La voluntad "traduce" una "influencia" ejercida por
representaciones que "penetran" la conciencia. Los imperativos "se imponen";
ora se identifican al fiat con el imperativo mismo en tanto domina a las
tendencias vitales, ora con la obediencia de la conciencia, "obediencia
consentida si se quiere, pero con todo obediencia, pues la conciencia recibe su
ley desde afuera". La autonomía de la conciencia se torna "una heteronomía
que se ignora"; -"la conciencia de grupo instalada en nosotros" 20.
De tal modo, cuando se opone la élite a la masa, uno se queda sin recursos
para comprender cómo puede un individuo alzarse por encima de sus propias
representaciones colectivas. Finalmente queda uno condenado a buscar la
razón por debajo de esas representaciones colectivas, en la permeabilidad
orgánica del individuo ante el empuje, auto-creador, según parecería, de las
representaciones colectivas 21. Se llega así a afirmar que -`la sola presencia de
las representaciones colectivas frente a la conciencia basta para hacer de
nuestra actividad una actividad voluntaria” 22.
Frente a esa conciencia "sede", "reflejo", nunca hay que dejar de rehacer el
camino cartesiano de la duda al Cogito. Yo pienso significa ante todo: yo me
opongo para evaluar. Yo soy el que evalúa los imperativos sociales.
101 / 396
La eidética nos enseña que si bien la afectividad que se refiere a las
representaciones colectivas difiere "materialmente" de la afectividad en el plano
vital, se parece con todo "formalmente" a ella, en tanto motivo de...
Dicho parecido formal es precioso: pues nos autoriza a comprender según una
mutua analogía las relaciones de mí mismo y mi cuerpo y las relaciones de mí
mismo y mi historia. La historia y mi cuerpo son los dos planos de la motivación,
las dos raíces de lo involuntario. Del mismo modo que no he elegido mi cuerpo,
tampoco he elegido mi situación histórica; pero uno y otra son el lugar de mi
responsabilidad. Entre mi cuerpo y yo se instituye una relación circular, una de
cuyas formas es precisamente la relación de motivación: otro tanto ocurre entre
mi historia y yo; la historia "historializa" valores en un momento dado y solicita
mi adhesión de una manera análoga a lo que sucede con mi hambre, mi sed,
mi sexualidad. La historia me inclina como mi cuerpo. Por ello no es un objeto
23
; puede llegar a serlo sólo si me evado de mí mismo, a la manera en que el
cuerpo propio se torna cuerpo-objeto para un espectador puro y desencarnado,
para un espectador no-situado. Como ocurre con la afectividad del plano vital,
el temor y el respeto me revelan los valores que ilustran mi siglo. Pero, como
contrapartida, si la historia tiene una espontaneidad propia en su
desenvolvimiento y yergue en su pasaje valores, como mi hambre yergue el
valor del pan, soy yo el que evalúa, compara y decide. La receptividad del
querer con respecto a los valores sociales, como la receptividad con respecto a
los valores orgánicos, es recíproca de la decisión soberana que invoca los
valores recibidos. Tal receptividad sólo se convierte en pasividad y esclavitud a
través de la dimisión y la alienación.
2. Obligación y atractivo
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históricamente en formas esencialmente variables, tiene su raíz en la
afirmación radical de que el otro vale frente a mí, de que sus necesidades valen
como las mías, de que sus opiniones proceden de un centro de perspectiva y
de evaluación que tiene la misma dignidad que yo. El otro es un tú: tal es la
afirmación que anima subterráneamente la máxima de la justicia, tanto en su
forma antigua: neminem laedere, suum cuique tribuere, como en su forma
kantiana: tratar a la persona como un fin y no como un medio. La exigencia de
justicia consiste pues en un descentramiento de perspectiva por el cual la
perspectiva del otro -la necesidad, la reivindicación del otro- equilibra mi
perspectiva.
Por una parte dicho descentramiento no puede dejar de ser una obligación: en
efecto, mi propia vida está humillada por los valores puestos en juego por las
instituciones y las estructuras que componen entre sí las exigencias diversas
de los individuos; en última instancia es el valor del otro el que humilla mi
propia vida. El sentimiento de estar obligada por. . . expresa afectivamente la
desnivelación de valor entre el valor de mi vida y el valor de las comunidades
que hacen posible en todas sus formas la vida del otro. La obligación significa
que el descentramiento de perspectiva que inaugura el otro es una
desnivelación de valor.
Ahora bien, esta observación nos permite pasar al otro límite: al contrario,
cuanto más encarnado se encuentra un valor como la justicia por una
conciencia militante que le confiere el ímpetu de su indignación y de su
generosidad, más se convierte la compulsión en reclamo. La compulsión es el
signo de una deshumanización de los valores que pesan como pesos muertos
sobre la conciencia; el reclamo es el signo de una, creación, de una
"historialización" viviente de los valores, realizada por hombres ellos mismos
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vivientes. Compulsión y reclamo son el límite inferior y el límite superior de las
"representaciones colectivas".
Pero a su vez esta comunidad que me consuma me obliga, pues sólo tiende á
hacerlo superándome como querer-vivir. El atractivo sin duda es más
fundamental que la obligación, pues la obligación no es más que la idea de un
atractivo superior al querer-vivir unida a la del obstáculo del querer-vivir. El
descentramiento de perspectiva del yo al tú y al nosotros es a la vez lo que
deseo y lo que temo, lo que me completa y me obliga. Por eso la afectividad a
nivel social resta fundamentalmente equívoca. ¿En qué sentido entonces
podemos decir que el límite superior del atractivo es el reclamo? En el sentido
de que el reclamo ya no puede ser del orden de la motivación; que la excede
como, por su parte, la compulsión carecía, por su parte, de ella. Está
constituido por ciertos hallazgos que me aportan no sólo razones para vivir que
yo pude evaluar, aprobar, sino también que verdaderamente operan en el
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corazón mismo de querer una conversión que tiene el alcance de un real
engendramiento espiritual. Tales hallazgos son creadores de libertad. Son
liberadores. Puede ser la amistad o el amor de pareja; entonces el vínculo del
yo al tú cambia profundamente de naturaleza: no se trata ya de una relación
social, pública, sino esencialmente privada que excede la regla de justicia. Al
mismo tiempo el otro ya no es análogo a mi cuerpo: su querer ya no está frente
al mío como una fuente de opiniones que pueden motivar mi querer. La
relación de motivación resulta trascendida y se une a una relación de creación.
La acción de alguna manera "seminal" que el amigo ejerce en el corazón
mismo del querer pertenece ya a la "poética" del querer, que aquí nosotros
mantenemos en suspenso.
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Es difícil concluir el- examen de la motivación involuntaria sin afrontar la
dificultad que suscita, incluso para la psicología de la voluntad, la interpretación
kantiana de la obligación moral. Aquí sólo podemos afrontar dicha dificultad
desde el punto de vista estrictamente limitado de una fenomenología de lo
voluntario y de lo involuntario y no desde el punto de vista de una ética a priori
como la que supone Kant. Pero es imposible eludir esta dificultad pues la ética
kantiana implica una fenomenología implícita de lo voluntario y lo involuntario y,
a su vez, nuestra fenomenología explícita de la motivación pone en cuestión,
como decíamos más arriba, una teoría de los valores.
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posible tal sentimiento a todos los otros: no estaría "recibido por influencia
como ocurre con los sentimientos de deseo y temor, sino que se encontraría
espontáneamente producido por un concepto de la razón". -'Hablando con
propiedad, dice, el respeto es la representación de un valor que conlleva
perjuicio para mi amor propio" 28. Pero esta oposición no puede anular la
analogía profunda existente entre el respeto y la pareja afectiva de inclinación y
temor. En tanto la ley es obra de la razón, por lo tanto mi obra, en resumen, en
tanto soy autónomo, me encuentro espontáneamente de acuerdo con ella,
como mi deseo se encuentra de acuerdo con el placer; en tanto dicha ley se
opone a mi amor propio, tiene analogía con el temor.
De tal manera, es necesario decir, para hacer inteligible al kantismo, que por
una parte todos los sentimientos humanos, incluídos los sentimientos de deseo
y temor, son proporcionados al querer, y que por la otra, la ley más racional
"me afecta" a través de un sentimiento análogo a los sentimientos vitales. El
kantismo como moral se inscribe entonces necesariamente dentro de una
fenomenología que va más allá de la oposición de la razón y la sensibilidad.
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Además de esa función de control; la regla formal de universalización parece
tener otra función, de sustitución, de interregno. Como lo demostrara Rauh
magistralmente 30, me refugio en una voluntad formal de no-contradicción
cuando ceso de vivir espontáneamente, "apasionadamente" los valores
"materiales" de la vida en sociedad. En la intermitencia del sentimiento, me
repliego en la ley. A falta de la fidelidad hacia el otro, intento permanecer
constante, mantenerme en acuerdo conmigo mismo 31.
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se cierre sólo en torno a los valores "materiales" que revuelvan el desea y el
temor, y el de tenerlo abierto de acuerdo a su envergadura más grande:
"Cuando deliberes contigo mismo, acoge los valores más altos, aquellos que
tienen por centro al otro".
NOTAS
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males la percepción a la distancia del hombre reclama una regulación propia
enemigo de la especie. ¿Diremos enton- mente humana, ética y cultural.
ces que dichas impresiones afectivas son
comparables a la "prenoción orgánica" 17. En alemán —peligro-de-muerte" se
del objeto de la necesidad que precede al dice "Lebensgefahr". Sobre el
sentido
placer? No, porque la pretendida "preno- del morir como revelador de
contingen
ción orgánica" del dolor no tiene el po- cia• cfr. 11I parte, cap. II1.
der de despertar las conductas de defen- 18. Ch. Blondel, Les volitions, en
sa en ausencia del objeto nocivo: si bien Nouveau traité de psycho%gie,
por G.
la conducta de defensa precede al con- Dumas, T. V1: "La gracia de San Pablo,
tacto doloroso, permanece con todo su- el imperativo de Kant, la representación
bordinada a la percepción a distancia del colectiva del sociólogo no son
más que. .
peligro. Los montajes motores preforma- ... la triple elaboración divergente
de
dos adaptados a situaciones peligrosasuna realidad, en tanto podemos saberlo,
tienen pues una regulación interna subor- propiamente humana,... la
actividad psi
dinada a la presencia de los signos perci- coorgánica sólo se torna
actividad vo
bidos. Por lo tanto, el paralelismo con la luntaria a condición de
sublimarse, por así decirlo, bajo la acción de representa- 27. Ibídem y
Critique de la raison
ciones colectivas", págs. 321-324. pratique I, 111 (Sobre los móviles de la
ra
19. Ibídem., pág. 233. zón pura práctica); cfr. la proximidad entre el respeto,
lo sublime y la admira 20. Ibídem., págs. 355-366. ción, Critique de la faculté
de jugar, pa
21. Ibídem., pág. 360. rágrafos 23, 27, 29.
22. Ibídem., pág. 363. 28. Fondements de la méiaphysique
23. R. Aron, lniroduction á la philo- des moeurs, 1° sección.
sophie de la histoire. 29. Kant, Critique de la raison pra
24. Acaso el bergsonismo corre el tique, I, I.
riesgo de caer en falta respecto a la esen- 30, L'expérience morale, caps. I,
IV,
cia de lo social por el método de pasajes V l. al límite inferior y superior.
' 31. G. Marca¡, La fidélité créatrice,
25. Kant, Fondements de la méta- pu refus á l' invocation, págs. 192 y ss.
physique des moeurs, 1 ° sección.
26. Ibídem.
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CAPITULO III
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Pero si la historia de la elección prolonga el descubrimiento del cuerpo, esta
peripecia permanece, como la precedente, bajo el signo de la eidética; la
duración sólo puede resultar esclarecida a la luz de las relaciones intemporales
establecidas por la descripción pura. Ciertamente, la duración brotante sigue
siendo en su existencia absoluta ingenerable desde las ideas, pero la menor
inteligibilidad de la condición temporal de la libertad procede de esencias
intemporales, en el punto de extenuación de la descripción pura. De manera
que la duración que soy trasciende las puras relaciones de la decisión y el
proyecto, del yo y los motivos, pero sin transgredirlas. La decisión forzada es la
que hace inteligible lo informe de donde procede la elección y el propio
progreso de su formación. A la luz de ésas relaciones, la historia aparece como
el despertar, el nacimiento, la maduración de un sentido (esencia o sentido no
implican aquí ninguna hipóstasis platonizante). En particular, sólo la descripción
pura puede proteger una meditación sobre la duración de una regresión hacia
una física del espíritu donde la sucesión de los momentos estaría pensada bajo
la idea de causalidad. Ahora bien, dicho peligro nunca resulta completamente
conjurado, pues sólo tenemos, para leer una génesis, conceptos inadecuados
que difícilmente superan el nivel de las metáforas: despertar, crecimiento,
maduración, movimiento, viaje, salto, desenvolvimiento, desarrollo, etc... Esas
metáforas no son peligrosas si se las protege de sí mismas con relaciones
puras tales como proyecto, determinación de sí, motivación; aparecen entonces,
en los confines de lo inteligible y de la existencia experimentada y operada,
como los índices desfallecientes de una experiencia interior que, al mismo
tiempo, es una acción.
I. La vacilación
Por ello nuestra primera tarea será reconocer en la vacilación cierta manera de
ser del poder de elegir.
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Asimismo, habrá que reflexionar sobre las dificultades filosóficas que comporta
una doctrina de la libertad suscitada por el estudio de la elección en el límite y
bajo la égida de la descripción primitiva.
Por una parte, nombro la vacilación como in-decisión. Esta imperfección del
querer con frecuencia resulta experimentada dolorosamente; la siento como
una pérdida de mí mismo; me angustio porque todavía no soy, porque no soy
uno. En la vacilación soy muchos, no soy. Nos engañaríamos
considerablemente si identificáramos el descubrimiento de la posibilidad de
nuestro ser con el de esta indecisión. La posibilidad radical no es la indecisión
que malogra la elección, sino el poder que la inaugura (cfr. cap. I, II); la
verdadera posibilidad es la que abro en mí decidiendo, es decir abriendo, por
un proyecto efectivo, posibilidades en el mundo; el signo de esta posibilidad
proyectada ante mí es el sentimiento de poder y de potencia que mantienen
completamente alerta al cuerpo todos los poderes retenidos al borde de la
acción real y que el proyecto despierta o encuentra en el espesor del cuerpo.
La vacilación ilustra por vía del absurdo estas verdades de derecho: en el caos
de mis intenciones se arrastra la convicción de mi impotencia; pruebo no mi
posibilidad, sino mi imposibilidad: "no estoy a la altura", "pierdo pie", "estoy
perdido, atascado"; me siento impotente.
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1. Incapaz de un proyecto firme, no dejo de ser una conciencia absorbida en
una diversidad de intenciones prácticas donde se perfilan acciones que
dependen de mí; con relación a esos proyectos ensayados se examinan los
motivos. La estructura intencional de la conciencia que vacila no difiere en tal
sentido de la conciencia que decide más que por la modalidad de los proyectos
entre los cuales se reparte la conciencia; vacilar es dudar; "yo me pregunto
si...", "¿qué haré?". El imperativo de la decisión resulta ensayado en modo
problemático, sin que esta modalidad estropee el tipo fundamental de
estructura del proyecto y anule el carácter volitivo general que posee la
vacilación. Esa nota dubitativa que afecta a los proyectos nacientes contamina
todos los elementos del proyecto; el índice "a hacer", que marea con un signo
práctico tal o cual acción sugerida, también es dubitativo; si el futuro y lo
posible que engendran la decisión estuvieran ausentes en lugar de estar
"modificados" de una manera dubitativa, no me sentiría en un mundo en el que
me encuentro embarcado en la elección, en un mundo en el que hay algo por
hacer, algo enredado por desenlazar, algo no-resuelto por determinar; si la
voluntad sólo surgiera al término de la deliberación, como la espada del Galo
cayendo en el último acto sobre la balanza, el futuro ofrecido a la conciencia
que vacila sólo sería el futuro de la previsión, obstruido por la necesidad,
cerrado a la acción, en síntesis, un futuro que dispensaría de la vacilación
misma. Vacilo precisamente porque el mundo es una pregunta irónica: ¿y tú
que harías? Cada proyecto ensayado es como una respuesta balbuceante
cuyo camino se encuentra diseñado por un trazado de vías cerradas y abiertas,
de asperezas y de utensilios, de ocasiones y de muros. Pero pronto dicha
respuesta resulta borrada por otra. La desazón de la indecisión reside en un
contraste entre una previsión cierta y una decisión incierta; el curso del mundo
sigue, y yo pataleo; de ahí nace la impresión de estar sumergido, revolcado por
el oleaje: el rigor de la previsión abruma la debilidad del futuro proyectado.
Vemos entonces en -qué sentido es posible tal o cual partido que aún no he
adoptado: cómo el proyecto detenido es por lo pronto posible con esa
posibilidad de previsión que es la permisión misma de las cosas; esta
posibilidad "teórica" se compone, por otra par, te, con la posibilidad "práctica"
del proyecto mismo; pero ésta se encuentra a su vez afectada por su índice
problemático; la posibilidad como "modalidad" de todo juicio teórico o práctico,
como modificación de la modalidad categórica (por lo tanto como concepto
formal) viene pues a complicar la posibilidad real, si es posible, decirlo, abierta
por todo proyecto; cuando digo: "es posible, teniendo en cuenta todo, que no
me vaya de París", designo particularmente el carácter problemático de mi
proyecto inconsistente; al mismo tiempo la posibilidad corporal, el poder físico a
medias despierto resta indeciso e informe, y mi vago proyecto flota a distancia
de lo real, sin morder la realidad; ningún poder firme evocado en mi cuerpo
sutura las posibilidades proyectadas con las posibilidades ofrecidas por el
curso del mundo; mis intenciones se encuentran como desencarnadas,
cerebrales, y amenazan sin cesar con virar hacia lo irreal, hacia ese imaginario
que anula la realidad en lugar de anunciar su transformación.
2. Pero mis intenciones informes no sólo flotan lejos de las cosas, sino también,
de algún modo, lejos de mí, sin que pueda proclamar: "esta acción soy yo"; la
imputación del proyecto también es dubitativa; una conciencia aparatosa e
irresponsable que juega con el porvenir siempre está presta a degradar y abolir
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la voluntad en curso de acción. Esta modificación de la relación con respecto a
sí mismo es solidaria de la modificación del proyecto: en efecto, en el proyecto,
yo me implico a mí mismo; la acción anticipada debe "ser realizada por mí"; me
proyecto a mí mismo como aquel que realizará; me imputo la acción futura
identificando ese yo proyectado con el yo que proyecta. Ahora bien, en la
vacilación la inconsistencia del sentido proyectado afecta al yo que realizará;
no sé quién será; cada proyecto eventual propone un yo incierto; de tal manera,
el joven que aún no eligió su carrera se ve vagamente tras un mostrador o con
un guardapolvo de médico sin afirmar todavía: ese hombre soy yo; me esbozo
varios mí mismos en el modo del "acaso"; el proyecto dubitativo me parece
extraño a mí mismo pues el yo implicado en él no soy categóricamente yo; aún
no me he unido a uno de esos "yo mismos" que flotan ante mí; vacilar es
ensayar diversos yo, es esbozar la imputación. No hay dos "yo", el que
realizará y el que ahora quiere; del mismo modo que por una suerte de
recurrencia, la afirmación de algún proyecto implica la afirmación de mí mismo
que lo realizaré; la duda con respecto a algún proyecto es asimismo la duda
con respecto a mí mismo. No hago lugar a ninguna acusación, a ninguna
contestación que pueda hacerme el otro; y sin embargo nada soy, soy un yo en
el modo dubitativo; estoy presto a asumir un acto que me engendrará como yo
declarado; vacilar es afrontar ya el "uno" que me arranca de la masa; el
aislamiento perplejo donde la vacilación me recoge ya es el signo de mi
vocación voluntaria; como un rey sin reino, soy una conciencia incoativa que
todavía no ha adoptado su esfera de responsabilidad.
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expresa su vocación por la unidad superándose en una conciencia de sí
dolorosa, en una presencia a sí aguda y solitaria; refluyendo hacia mí mismo,
me siento existir terriblemente, a la manera de una llaga viva. Pero esa
conciencia herida de mí mismo en la que me reúno no es más que la
conciencia intencional repartida entre sus esbozos de proyecto; la unidad de
apercepción de mi división íntima no sustenta el acto de elección que me
unificaría inmediatamente; se agota en hacer aparecer mi propia diseminación.
Por una parte, uno estaría tentado a afirmar: estoy indeterminado porque la
relación con los motivos aún no existe, y sólo existirá en el resplandor de la
elección; sólo la elección hace que tenga razones; hasta que no haya elegido
carezco de ellas. Pero a eso es necesario responder lo siguiente: en la
vacilación, en realidad, soy un ensayo de proyecto con relación a un ensayo de
motivos; la pura relación del proyecto al motivo esclarece aquí lo informe. La
elaboración de la elección es una elaboración de los propios motivos; la
motivación hace aparecer una diversidad de lados o aspectos en la situación,
en los valores propuestos, en la relación de los valores entre sí y con la
situación; detener el sentido de dichos valores y detener su elección es lo
mismo; nunca la elección hace al valor; siempre lo invoca; un proyecto
dubitativo "se apoya en" motivos inconsistentes; a decir verdad, no puedo tener
nada en cuenta; no me puedo apoyar en nada; la vacilación es la experiencia
del apoyo que se sustrae; en tal sentido, la relación con los motivos no se
encuentra ausente sino naciente.
Pero, inversamente, uno podría pensar que la indecisión procede del conflicto
de motivos totalmente constituidos, invariables como cosas; un conflicto en el
que cada uno de esos motivos, si estuviera solo, obtendría la decisión; la
indecisión sería una decisión inhibida por otra decisión también inhibida. Este
error, exactamente opuesto al precedente, nos hace señalar, asimismo, el
sentido de la conciencia problemática de decisión; la primera procedería de un
desconocimiento de la relación primitiva de la decisión con los motivos; ¡a
segunda asimila el motivo a una causa; ahora bien, la causa existe
completamente antes del efecto, en tanto el motivo sólo existe en su relación
con la elección; si la elección es "en razón del" motivo, el motivo es motivo "de"
la elección. Esta regla eidética esclarece el sentido de la vacilación: allí donde
la elección no queda detenida, un instinto, un deseo, un temor, no ha recibido
aún su sentido definitivo, sino que hace aparecer "lados" variables: la
motivación se encuentra aún en suspenso. En la indecisión me encuentro
sumergido en la confusión de motivos.
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revelación de una multiplicidad específica que hiere a la existencia. En general,
la existencia naciente e informe opone una resistencia tenaz a la claridad; y
ciertamente es la descripción pura la que permite reconocer la forma en lo
informe y afirmar que lo informe es el despertar de la forma; dicha descripción
nos advierte que la conciencia sólo puede nacer de sí misma, aunque en su
propia infancia aún no sea ella misma; pero a su vez, la eidética supone la
superación hacia cierto tacto, hacia cierta fineza -capaz de descubrir el
nacimiento, el despertar y el crecimiento en el límite de las formas adultas; así
lo exigen tanto la existencia como la historia.
¿Por qué es necesario que la voluntad comience y recomience sin cesar por la
indeterminación? ¿Por qué el hombre es una historia que desenvuelve todo
sentido a partir de una confusión primordial, toda forma a partir de lo informe?
Es necesario mirar del lado de la motivación, o más exactamente del lado del
cuerpo que da una materia a la idea formal de motivo. A raíz de que la
existencia corporal es un principio de confusión y de in-' determinación, no
puede ser de entrada proyecto determinado, determinación de mí mismo,
apercepción de razones determinadas. El proyecto es confuso, el yo informe,
porque estoy turbado por la obscuridad de mis razones, hundido en esta
pasividad esencial de la existencia que procede del cuerpo; el cuerpo va
adelante como "pasión del alma" -y hay que tomar ese término en su sentido
filosófico radical: la pasividad de la existencia recibida.
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palabras, debe ser determinado, definido, es decir comprendido a partir de un
falso infinito, de un indefinido, el afecto. ¿Quién llora allí, sino el viento puro, en
esta hora A solas con diamantes extremos ... Pero ¿quién llora, Tan próximo a
mí en el momento de llorar?
Esta mano, posada en mi rostro, que sueña rozar apenas, Distraída, dócil a
cierto fin profundo,
Espera de mi debilidad una lágrima que se deshace, Espera que se abra paso
lentamente en mis destinos El inmaculado y que en silencio ilumine un corazón
destrozado 1.
Es la parte de verdad del principio estoico según el cual el bien y el mal del
cuerpo son opiniones; cada necesidad, cada deseo es problemático, al punto
de que el sí mismo no se encuentra orientado con respecto a él. Ciertamente,
se encuentra presente ante mí de manera inmediata, pero dicha presencia
inmediata es informe y se presta a una inquisición sin fin. Por eso el tiempo
importa al conocimiento de sí mismo; mis deseos cuestionados tienen aspectos
indefinidamente nuevos que se prestan a una elucidación y a una confrontación
móviles. Sólo el tiempo clarifica. A esta imprecisión de cada deseo en particular
hay que agregar el inacabamiento de la totalidad: la posición recíproca de dos
o más deseos es confusa y reclama tiempo para resultar determinada; como
diremos más adelante siguiendo a los clásicos, es muy cierto que el último
juicio práctico de preferencia gana la elección; pero, por principio, el campo de
la motivación resulta ilimitado y siempre comporta un horizonte indeterminado
cuya progresiva determinación suscita sin fin nuevos horizontes indeterminados;
no hay suma con respecto a la existencia.
Ahora bien, la idea del yo como totalidad abierta, como campo de búsqueda
rodeada de horizontes resulta constantemente degradada por los prejuicios de
una física mental; nos formamos la imagen de un campo total susceptible de
representaciones cuasigeométricas; como se sabe, la Gestalttheorie usa sin
discreción ese género de metáforas2. Con el pretexto de que el cuerpo
percibido en el espacio objetivo es una totalidad espacial, el psicólogo se
respalda por otra parte en el precepto de isomorfismo para construir una
dinámica de tensiones orientadas dentro de esa totalidad cerrada y finita. Para
una descripción pura de la subjetividad dicha totalidad carece de sentido.
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cruelmente. Nunca deberíamos cansarnos de advertir contra el peligro de ese
género de topografía y de dinámica que, por otra parte y desde ciertas
perspectivas, es la que más se aproxima a las objetivaciones de la conciencia.
Desquicia los caracteres fundamentales de la conciencia: degrada bajo la
forma de tensión orientada a la intencionalidad por la, cual la conciencia
trasciende el cerco del campo diseñado por el cuerpo y anula la relación
específica al yo que vive en el corazón mismo de dicha intencionalidad,
reduciéndola a un sistema particular de tensiones dentro del campo total; ahora
podemos ver que deja así de lado la indeterminación original que la condición
corporal impone al querer. No hay equivalente objetivo de la confusión primera
a partir de la cual me elijo. La totalidad nunca está dada; sólo es una idea,
reguladora y no constitutiva, por la cual pienso la posibilidad de buscarme sin
fin a mí mismo de horizonte en horizonte.
Pero si la física puede hacerme dejar de lado la condición original del querer, la
moral puede conducir a una equivocación semejante: en efecto, podría
objetarse a la crítica de la idea de totalidad que no es necesario para decidirse
haber realizado el balance, la suma de las necesidades y de los deseos
implicados por la situación; bastaría que "sobre" la afectividad lea valores cuya
jerarquía se me mostraría claramente. Pero una teoría de los valores a priori
-cuya verdad o error no ponemos aquí en cuestión- puede hacernos
desconocer la confusión en la que emerge la elección. Suponiendo, en efecto,
que existiera tal jerarquía absoluta, con todo, la búsqueda de la elección es
algo totalmente distinto de la eventual intuición de las esencias morales y de su
orden. El moralista procede a una evaluación sistemática de los bienes fuera
de toda elección concreta. El problema de la elección es el del bien aparente,
es decir, el del bien tal como aparece aquí y ahora ante mí como tal, en esta
situación única.
Pero el problema del bien aparente resume todas las dificultades precedentes y
viene incluso a agregar dificultades nuevas. ¿Qué significa el bien que aparece?
Es el bien que aparece en una ganga afectiva y corporal, que no resulta
percibido en sí mismo, desligado de toda referencia a mí, sino precisamente
leído "desde" un deseo, un impulso, una tendencia. El valor debe ser
"ensayado" como el sentido mismo del afecto: detener el sentido de un deseo
es fijar su acento de valor; la aplicación de un a priori de valor a la afectividad
no es instantánea, sino que se la ensaya lentamente. Por lo tanto, una cosa es
el valor en sí y otra el valor de este deseo, este valor singular; su ensayo es la
motivación misma.
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Pero a estas dificultades, que las consideraciones precedentes sobre lo
indefinido de la conciencia vienen a prolongar, se agregan otras que hacen
fracasar de manera más directa el descubrimiento de una jerarquía evidente.
Algunas se sustentan en las exigencias de la acción, es decir en las
condiciones impuestas, por la inserción del proyecto en el mundo, a la génesis
del proyecto. Una acción es concreta, excluyente de su contrario, urgente. Esto
significa: 1°, que entre la regla aceptada y la dec isión concreta hay siempre una
separación comparable a la descubierta por el pensamiento teórico entre la
ínfima species que acuña las abstracciones y la presencia real de un individuo
existente; siempre es indispensable inventar algún encaminamiento original
para encarnar un principio en una acción que, de alguna manera, carece de
precedentes, y dicha invención guarda un carácter irreductible de inexactitud;
2°, la situación que sirve de contexto a nuestras e lecciones determina la mayor
parte de las veces el plazo de nuestras decisiones; toda ocasión tiene término,
mientras que, rectamente considerada, la reflexión no tiene fin; 3° la urgencia
impone una improvisación; la realización material de un proyecto exige el
sacrificio de ciertos puntos de vista que podemos componer en la mente pero
que estamos condenados a separar en el gesto; cuando el pensamiento
aparatoso dice "tanto esto... como aquello. . .", la ley de la acción en el mundo
dice "o esto... o aquello. . . "; las opciones son crueles; y los compromisos
contienen una parcialidad que muestran una pobre imagen ante las bellas
síntesis donde todos los valores propuestos resultan salvaguardados; pero
dichas síntesis posibles según la ley del pensamiento, no es posible
componerlas según la ley de la acción. Inexactitud, improvisación, parcialidad,
tales son las servidumbres impuestas por la acción a la génesis del proyecto:
tales servidumbres impuestas recuerdan la condición corporal del querer.
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"sobre" signos afectivos incomensurables, sobre el placer, lo agradable, lo
sublime, etc.
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reside en la confusión corporal a la cual la existencia humana se encuentra
sometida; toda la historia de la elección procede de tal vacilación.
l. No es posible llevar muy lejos una reflexión sobre la duración sin esclarecerla
mediante la atención. La idea de la duración como orden de sucesión sólo hace
aparecer la condición a priori de un desenvolvimiento personal. Dicha condición
constituye una estructura universal donde no aparece el índice personal de una
aventura.. Ahora bien, la duración entendida como una aventura, como un
desenvolvimiento personal, ora es sufrida y ora conducida. El índice de
actividad de la duración es la atención; la atención es la sucesión conducida. A
su vez, la atención sólo puede resultar comprendida como arte de cambiar de
objeto, como movimiento de la observación, en síntesis como una función de la
duración. Duración y atención se implican, pues, mutuamente.
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3. La atención y la duración comprendidas la una por la otra deben darnos una
inteligencia más completa de la función fundamental de la imaginación en la
invención de la decisión. En efecto, en el análisis de los motivos, una de las
ideas fundamentales era que todas las formas de lo involuntario venían a
refractarse en la imaginación. Este ensayo de valores en la imaginación se
comprende aquí a partir del carácter universalmente imaginante de la atención.
Atender es ver, en un sentido muy amplio, no intelectualista; es decir,
desarrollar de alguna manera intuitivamente todas las relaciones y todos los
valores; la- atención opera en este ambiente intuitivo donde se ensayan los
valores más abstractos. Resultan así anudadas las tres ideas de duración,
atención e imaginación. Pero la que hace comprender las restantes es la
atención.
Pero esta triple fórmula del devenir sólo expresa una forma; las palabras: cada
momento futuro, cada momento presente, cada momento pasado no expresan
que en esta forma esté en juego una subjetividad, un sí mismo. ¿Bajo qué
condición la forma del devenir constituirá el crecimiento de una persona, el
desenvolvimiento de un sujeto?
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la subjetividad sólo se agrega a los actos que liga la sucesión? ¿que el tiempo
es la forma de la subjetividad porque es el orden de sucesión de las
percepciones, de las imaginaciones, de los recuerdos, etc., en síntesis, de
operaciones susceptibles de resultar alcanzadas inmediatamente por reflexión?
El signo de la subjetividad debe buscarse en ciertos aspectos del propio
cambio, en aspectos de los cuales ninguna física mental puede dar cuenta, en
la propia forma de la sucesión: a saber, que la sucesión puede vivirse en el
modo activo o en él modo pasivo. La sucesión presenta la bipolaridad
fundamental de la existencia humana, que buscamos comentar en esta obra:
dicha sucesión resulta sufrida y conducida. Si la duración es una aventura
personal es porque el mantenimiento o el cambio de una percepción, de un
recuerdo, de un deseo, de un proyecto, etc., por una parte dependen de mí, y
por la otra no. Lo que radicalmente no depende de mí es que el tiempo se
escurra: ya hemos hecho alusión al aspecto radicalmente involuntario del
deslizamiento de adelante hacia atrás, a raíz de la previsión y el proyecto;
volveremos a ello sistemáticamente en el marco de una meditación sobre la
necesidad en primera persona. Pero, a su vez, la espontaneidad del Cogito y,
más precisamente, la marcha voluntaria de un debate interior consisten en que
nos orientamos en la duración; conducimos el debate haciendo aparecer o
comparecer a los testigos. Nos vemos por ello llevados a buscar el índice
voluntario de la duración en cuanto tal y a confiar el destino de nuestra libertad
a cierto arte capaz de mantener a cambiar nuestros proyectos.
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caracteres universales que hacen de la misma un arte de producir la
permanencia o el cambio de pensamientos en general, en el sentido amplio
dado por Descartes a este término. Un poco más adelante comprenderemos
por qué la atención retiene en sus formas afectivas o intelectuales ciertos
caracteres de la percepción y resta siempre un percibir en un sentido muy
amplio, que habría que determinar; la necesidad de hablar de la atención
perceptiva, que por ahora parece un rodeo, se verá entonces justificada.
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Ahora bien, no es posible comprender esta extraña acción sin considerar al
tiempo; esta distribución entre el fondo y el objeto subrayado implica por
principio que puedo dejar deslizar el objeto en el fondo y hacer emerger otro
objeto -u otro aspecto del mismo objeto- del trasfondo. Este último supone la
posibilidad de convertirse en primer plano, supone que está presto a la
atención. La atención es el movimiento mismo de la mirada que,
desplazándose, cambia el modo de aparecer de los objetos y de sus aspectos.
En efecto, ni el mundo, ni el menor de sus objetos, pueden darse de una sola
vez. Todo objeto desborda la percepción actual, es inagotable. Pero los
múltiples esbozos, las caras o perfiles diversos que debo recorrer y mentar
para poner un objeto en su unidad no constituyen una sucesión discontinua.
Cada esbozo, cada cara subrayada, implican asimismo otros aspectos, que se
encuentran rodeados de una atmósfera de desatención; de manera que cada
mirada atenta envuelve en su contexto nuevos aspectos prestos a ser
subrayados con atención. Es así como el objeto mismo me guía por las
solicitaciones de su contexto; y sin embargo yo me oriento entre las apariencias,
yo desplazo el acento principal, yo hago girar al objeto o yo desenvuelvo el
mismo lado para desplegar los múltiples detalles, o yo la capto dentro de un
conjunto más amplio.
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cuasi-necesidades que constituyen el campo total, cuando esto ocurre, ya no
hay yo que se orienta; el "mirar" se desvanece, se convierte en su contrario; me
encuentro apresado por el objeto.
Por otra parte, la atención es posible donde quiera que el tiempo sea la forma
de la sujetividad. Es el modo activo de la forma temporal, es el tiempo en
primera persona, el tiempo activo. Yo, tal es la movilidad de mi perspectiva
hasta en el sentir.
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tiempo, acentúa y esclarece los diversos "lados" de una situación confusa, los
diversos "aspectos de valor" de un enigma práctico.
Se trata de un dilema falso por una parte porque la determinación por razones
más que por impulsos o deseos basta para hacernos libres 9. Un desarrollo
racional de las ideas, una meditación ligada de acuerdo a una necesidad
emparentada a la del razonamiento matemático no es por derecho una libre
actividad. En efecto, no basta oponer la acción dé'1 juicio a la tiranía del deseo,
y celebrar esta creación de la verdad, donde se sopesan las consecuencias
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extremas, se exponen las implicaciones morales, los partidos opuestos se
refieren a todo el edificio de nuestra felicidad y nuestro honor: falta aún afirmar
por qué el juicio es una acción y no un determinismo de ideas. Uno quisiera
que la decisión más alta y la más digna del nombre de libertad fuera la que se
identifica con el conjunto más claro y más comprensivo de nuestras razones
determinantes: pero' lo cierto es que mientras nos limitamos a considerar la
implicación de objetos de pensamiento entre sí, todavía no hemos afrontado la
libertad. Dicha implicación, aunque esté relacionado pon la necesidad
geométrica y se oponga claramente a la vinculación fortuita y mecánica de la
asociación de imágenes, no basta para caracterizar al pensamiento como
nuestro. Lo que hace que el pensamiento sea nuestro acto es la atención por la
cual lo acogemos y lo hacemos nuestro. Adoptar el nivel de la claridad, aceptar
meditar en lugar de arrojarse sin reflexión a la acción, es la libertad no sólo al
término sino en la raíz de la razón, por un acto primero de atención que
mantiene desde el comienzo del debate la dignidad del problema a resolver. La
atención es la fuente de la idea como una primera interrogación lanzada en la
dirección más elevada. De tal manera, es la falta de libertad en la atención la
que en ciertos momentos hace ineficaz, aburrida, incluso inaccesible, toda la
dialéctica de las ideas, y nos destierra de la razón. La pureza del verbo, como
diría Malebranche, siempre es la respuesta a la plegaria de la atención.
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desenvuelve un ambiente, suscita actitudes por afinidad y asonancia, según un
tacto que no tiene medida rigurosa. En consecuencia, la determinación por las
razones más lógicamente encadenadas y la determinación por los sentimientos
más irreductibles a máximas intelectuales se encuentran una y otra
suspendidas de la libertad de la mirada que ora -considera esto, ora aquello,
que reúne los aspectos diversos en un valor único y que disocia los elementos
confundidos en valores distinguibles; entonces es la comunidad de una misma
operación, la atención, la que confiere una libertad común a las formas más
dispares de la motivación: por sentimiento y por razón.
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momento de la libertad estallan en la superficie de nuestra vida? Consideramos
que el yo superficial es la atención omitida. Nuestro yo profundo es nuestro
poder de atención a los valores más nobles y raros. Es dicho poder de atención
el que engendra nuestra rebelión contra los valores que se nos muestran
obliterados como viejas estampillas.
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se trataría de un poder indeterminado, de una potencia de prestar atención a
esto o aquello, de situarse en uno u otro nivel. Bergson, demasiado fiel aún al
empirismo, quiere que la libertad sea un hecho y no una potencia, una
capacidad. Sin duda, aquí se encuentra la clave de la crítica tenaz a la idea de
posibilidad, que se desenvuelve a lo largo de toda su obra. Para él un poder
actualmente indeterminado es siempre una ilusión retrospectiva. El Ensayo
busca eliminar la idea de "la igual posibilidad de dos acciones o dos voluntades
contrarias" 14. El poder de optar por el partido contrario no es más que la
impresión retrospectiva de haber podido elegir otra cosa; precisamente es aquí
donde interviene la crítica a la alternativa como una espacialización póstuma.
Ahora bien, no creemos que pueda eliminarse de la libertad esta potestas ad
opposita constituída por la atención misma. Ya vimos que la crítica de la
espacialización de la conciencia deja intacta la pluralidad intencional de los
motivos focalizados; por otra parte, no se ve por qué la impresión de haber
podido tomar otro partido debe ser solidaria de la ilusión espacializante, es un
dato inmediato de la conciencia, si bien es cierto que la formamos con
frecuencia retrospectivamente; pero las grandes revelaciones sobre la libertad
sólo se manifiestan de esta manera: la experiencia de la falta, como lo ha
mostrado Nabert 15, no se vincula a la explicación sino a la revelación más
primitiva de nosotros mismos, que por otra parte el mismo Bergson invoca. La
retrospección no inventa un poder que no existía en el momento del acto; lo
descubre, porque luego del acto ya no es posible ocultarlo y mentirse; esa
posibilidad obturada, perdida, se eleva ante mí como un reproche viviente: la
atención inempleada me acusa.
Pero la libertad sigue siendo siempre esa mirada, ese silencio donde resuenan
todas las voces. Siempre la atención crea tiempo, gana tiempo, para que todas
esas voces hablen claramente, es decir en una sucesión.
III. La elección
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la determinación, en suma, la dinámica del acto, sólo pueden resultar
esclarecidas en una perspectiva temporal. Aunque el acto irrumpa en la
duración como instante surgente -algo que como veremos sólo es la mitad de
la verdad-, el instante sigue siendo una calificación de la duración. El pasaje al
acto del yo que se muestra para afrontar y que se imputa a sí mismo de
manera pre-reflexiva y obrante, el impulso generoso de la conciencia que da el
salto del proyecto, conciernen verdaderamente al nacimiento mismo de la
elección como acontecimiento. Por ello antes pudimos decir que, fuera de un
esfuerzo por coincidir con una historia vivida, los términos impulso, salto,
lanzamiento, acto, restan incomprensibles 16. Reubicado al término del
crecimiento de donde procede, el proyecto se muestra como elección. En
efecto, la descripción del proyecto en el instante mantenía en suspenso la
historia anterior del proyecto y la confusión a la cual dicho proyecto viene a
poner fin. La elección es el acontecimiento que resuelve en proyecto unívoco la
confusión previa que, en los casos más favorables, queda elevada a la
dignidad de alternativa por el trabajo de clarificación de los motivos.
Esta temporalidad paradojal del acto de elegir nos debe permitir esclarecer de
manera nueva la paradoja fundamental en torno a la cual gravita toda esta
primera parte, la paradoja de una iniciativa y de una obediencia, de una
actividad y de una receptividad, de una posibilidad inaugurada y de una
legitimidad acogida. Justamente, tal es la paradoja que viene a duplicar la
paradoja de la existencia elegida y la existencia sufrida, que se refleja en la
paradoja temporal de un acto que consuma una duración y que la rompe. En
efecto, es así como tal paradoja temporal, que examinaremos con detenimiento,
se une a la paradoja de la actividad y la receptividad. El acontecimiento de la
elección siempre permite dos lecturas: por una parte, se vincula al examen
precedente respecto del cual constituye el fin, o más exactamente la
suspensión; por otra parte, inaugura verdaderamente el proyecto como simple
orientación hacia la acción por venir. Ahora bien, es fácil reconocer- en esa
suspensión del examen la suspensión de la atención que hemos considerado
en movimiento en el debate interior conducido por ella misma. Por lo tanto,
nuestro anterior análisis permite esclarecer dicha cara de la elección. La
atención que se fija sobre una constelación de motivos es el lado receptivo de
la libertad; es, hasta en la elección, el reverso del surgimiento de la novedad
que constituye el avance de la libertad.
Esta doble cara de la elección ya está sugerida por las metáforas que pueden
extraerse de la etimología de términos abstractos emparentados con la idea de
elección. Elegir es cerrar, clausurar un debate: concluir, ent-schliessen;
asimismo, es cortar, separar el nudo gordiano de la vacilación: de-cidir.
Mientras que el término pro-yecto remite a la intencionalidad futura, estas dos
imágenes hacen alusión a la historia anterior que la elección viene a finalizar.
Por lo tanto, la orientación futura no es todo; parece incluso que aquí lo más
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subrayable no es el impulso sino la suspensión de la vacilación. Se
comprenderá mejor este matiz si se considera que toda vacilación, toda
alternativa se destaca a partir de un fondo de querer sin alternativa que
sustenta al impulso futuro de la conciencia; incluso para las elecciones
anodinas que los psicólogos de laboratorio proponen a sus alumnos: "He aquí
dos números: deben elegir por razones ponderables la adición o la
multiplicación" 17. La alternativa es como un nudo ahondado dentro de una
decisión más vasta y presente en la forma del habitus; el sujeto acepta la
experiencia, acepta hacer una operación matemática, e incluso acepta hacer
una de las dos que se le ofrecen y entre las cuales deberá elegir. Ese
complexus -voluntario es el que brinda su impulso al conjunto del debate,
confiriendo a la elección, desde que se lo emite, el índice futuro, el signo: "a
realizar por mí', que el acto puro de atención a las razones últimas no comporta.
Podría decirse otro tanto de las decisiones poco importantes de la vida
corriente: ¿qué haré en mis vacaciones? ¿iré al campo o a París? Pero
también es cierto que puedo cambiar de ocupación y romper el ritmo de trabajo:
la alternativa siempre se encuentra alojada en el corazón de un proyecto más
vasto que por algún lado es unívoco 18. Acaso no existe nunca una alternativa
absolutamente radical, de la forma ser o no ser 19.
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del mirar resulta comprometida en contextos diferentes, si se mira una cosa, un
valor o un partido a tomar. No hay duda de que ninguna mirada hace que la
conciencia se tienda al futuro y se impulse hacia una acción que depende de
ella; por eso no hemos dicho que querer sea prestar atención; ciertamente, el
querer es la estructura del proyecto, de la determinación por sí mismo y de la
motivación; pero el nacimiento voluntario del proyecto comporta el movimiento
y la suspensión de la mirada; el mismo poder de preferir, cuando está incluido
en la interrogación de cosas se llama propiamente mirar (con los ojos); incluido
en la interrogación de los valores se llama deliberar; por último, cesar de
deliberar es elegir. Y,- con todo, la elección nunca es sólo esa suspensión; pero
la suspensión, resolviendo la ambigüedad del proyecto dividido, lo hace
aparecer como impulso simple. Por ello la elección parece enmascarar el
momento de la atención y no parece retener ya nada de la interrogación sobre
los valores, de la inspección del bien; la suspensión de la atención que se fija
sobre tales o cuales motivos resulta como engullida en el lanzamiento del
proyecto; pero la deliberación se consuma en la elección, como el proyecto se
busca en la vacilación y el debate previo; por una parte, la decisión no surge de
la nada: en la vacilación ya soy un ser presto a la decisión; en la elección la
mirada que elige un partido libra del atolladero al impulso previo y radical del
decidir que me constituye como existencia.
Parece pues que el movimiento y la suspensión son las dos armas de la misma
y la única libertad temporal de atención que puede considerar esto o aquello, o
cesar de considerar y de elegir.
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unilaterales y querer escapar a la paradoja. No perdamos de vista que esa
paradoja temporal y, si es posible decirlo, horizontal de la continuidad y la
discontinuidad en la duración resume la paradoja vertical de la motivación y del
proyecto, es decir, finalmente, dé lo involuntario y lo voluntario. El
acontecimiento de la elección es precisamente la conciliación práctica de la
paradoja en un instante que, simultáneamente, consuma la duración y viene a
surgir.
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una solución económica. Lo mismo ocurre, aunque menos frecuentemente,
cuando dicho debate, planteándose respecto de los fines, sólo pone en juegó
fines homogéneos y que ya se encuentran vigorosamente sistematizados en un
ideal coherente de vida; la deliberación no conduce entonces a conflictos
profundos de valores, como los que veremos cuando llegue el momento del
análisis. La deliberación se suspende cuando uno de los partidos está
claramente ligado a las máximas generales de una vida habitualmente confiada
a la fortaleza de ciertos principios. Entonces reconozco mi línea de conducta en
la nueva decisión; me reconozco a mí mismo; estoy de acuerdo conmigo
mismo. La elección es el reconocimiento racional de dicho acuerdo.
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juicio tienda hacia una conclusión de tipo racional, con todo, concluir es una
avanzada del pensamiento que toma posición con relación a las premisas;
puedo no concluir; si concluyo, la conclusión, ciertamente, es necesaria: pero
esta necesidad misma, la hago aparecer agregando un paso a mi marcha. Así
se puede comprender el juicio de la psicología tomista: la elección procede del
último juicio práctico, pero hacer que un juicio sea el último es obra de la
libertad. El pensamiento inspirado por el estoicismo, por Spinoza, o incluso por
Leibniz, tiende a omitir la consideración de los actos y a sacrificarla a la de los
contenidos de pensamiento y de su encadenamiento. Se deja así de lado la
atención, su movimiento y suspensión. A partir de dicha omisión, se intenta
cerrar a la filosofía de la libertad en el falso dilema de la libertad de indiferencia,
que resulta proscripta, y de la determinación racional, que es objeto de elogio;
ignorando a la atención que sostiene a las propias razones, no puede llegar a
reconocerse que la verdadera indeterminación de los actos se encuentra en la
raíz de la decisión más esclarecida, es decir en la menos indiferente a las
razones yen la más determinada en cuanto a su contenido por esas razones 23.
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consistencia a mí que ahora proyecto. Antes de la elección, sólo era la unidad
de un deseo de elección y la unidad de apercepción dolorosa de mi división
íntima. Me hago unidad actual y viviente como mi acto: en ese instante de
elección, vengo a mí mismo, procedo de las tinieblas interiores, surjo, existo.
Por último, con la elección, la constelación de motivos resulta fijada en su
orden definitivo; la motivación se convierte en categórica; elijo porque...; se
consagra sin apelación una preferencia; se desvanecen los "pero"; las razones
contrarias se pierden en el trasfondo de inatención, que de ahora en adelante
resulta imposible convertir en primer plano, al menos mientras el proyecto
considerado no es puesto en cuestión.
Ahora bien, tales conflictos no tienen otra solución que la elección; una larga
racionalización los ha endurecido en alternativas rígidas; la meditación personal
los conduce a callejones sin salida; hay un punto donde ya no existen más
reglas para resolver un conflicto de reglas; al menos el conflicto tiene como
virtud despertar a sí misma a la conciencia socializada y sacudir al
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automatismo racional; reclama una iniciativa, una invención personales,
susceptibles como máximo de constituir una jurisprudencia privada, una moral
provisional que siempre puede resultar revocada. La generosidad, en el sentido
que Descartes daba a ese término, no sólo es amar el bien, sino también
decidir, en la confusión y el conflicto, lo que hic et nunc es lo mejor para mí. En
tal sentido, la indecisión es un vicio. En las almas divididas, los enigmas y los
conflictos de la acción se encuentran ausentes: se trata de los escrupulosos.
De los que no saben salir de la perplejidad. Por una parte, son cerebros que
refinan sin cesar las razones sin alcanzar la conversión que conduce a la
conciencia de la reminiscencia del bien a la anticipación de la acción, de la
multiplicidad de razones a la simplicidad del proyecto. Son asimismo,
conciencias integrales que no pueden resignarse a eliminar los otros posibles,
los otros aspectos del bien, y que quisieran que la ley de la acción siempre sea
la síntesis y nunca la alternativa. Son, por último, conciencias puras que tienen
horror a los compromisos y a la posibilidad de comprometerse, prefiriendo el
desastre de todos a la posibilidad de una injusticia. Todos resultan superados
por el acontecimiento que elige por ellos y que les inflige el espectáculo del
hecho consumado más doloroso que la duda misma, a menos que no se dejen
finalmente conducir en el trono de la conciencia colectiva. Acaso el escrúpulo
sea un error sobre el sentido de la libertad humana en tanto humana, una
suerte de angelismo de la libertad. La condición humana es elegir por qué la
conciencia no puede estar totalmente unificada, no puede ser totalmente
racional. No nos está dado convertir en visión los equívocos de la fe. El riesgo
es la forma humana y no divina de la libertad. Huelga decir que no confundimos
el riesgo con los valores puramente vitales de la agresividad que lo complican y
que es posible encontrar en las formas exaltadas de la elección denominadas
heroísmo. Existe una manera simple, calma, detenida de arriesgar, que
conviene a la modestia de una conciencia que de ninguna manera ha trazado
el alfa y el omega del mundo y que aprende los valores en el seno de una
condición confusa y a partir de una historia limitada y parcial.
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en el marco de una información limitada y en situaciones de urgencia que no
permiten dilación 28. La elección surge en un contexto de vacilación radical que
es un signo de la estrechez de la existencia humana; no soy el entendimiento
divino; mis claridades son limitadas y finitas.
Pero si bien los modernos tienen una preocupación más manifiesta por la
verdadera condición humana, replican a dicha condición con otra construcción-
límite que se equilibra con la precedente: la segunda lectura se refiere de
manera más o menos explícita a una construcción-límite, respecto de la cual la
experiencia no puede lograr más que cierta aproximación. A la idea de una
voluntad integralmente esclarecida oponemos ahora la idea de una voluntad
que decide soberanamente el sentido de su existencia; desde el patrón de ese
ideal, todo automatismo, aunque fuera racional, aparece como una forma
inauténtica y como el grado más bajo de libertad; el individuo auténtico inventa
cada día una existencia siempre nueva; ningún modelo a copiar puede ocupar
el lugar de una elección en cada caso única, tomada por un individuo único.
Por lo tanto, si las fórmulas del intelectualismo universalizan la elección por el
lado de sus razones más claras, las fórmulas del voluntarismo, por su parte, la
individualizan por el lado de su audacia más soberana. Aquí la idea-límite
claramente planteada sería la de un individuo que no sería la individuación
secundaria de una forma, de un tipo, de una esencia primaria, sino la de un
individuo que "se individualiza" a sí mismo eligiendo en cada instante su
existencia; según la fórmula contemporánea: la existencia aventaja a la esencia.
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tal como la hemos descripto es el comienzo de la obra. Decido porque... Esa
idea a priori resulta completada por un ideal implícito en todo hombre que los
clásicos han identificado con el hombre mismo: el ideal de una elección
perfectamente esclarecida, respecto del cual toda otra elección es imperfecta.
No podemos separar la experiencia del riesgo de esta conciencia deficitaria
que nos da la construcción ideal y, si es posible afirmarlo, canónica de la
elección deliberada.
El Fiat resulta opuesto a otras formas de acción deliberada (en tanto estas
últimas se oponen globalmente a la acción indeliberada o ideo-refleja respecto
de la cual aquéllas no son, por otra parte, más que cierta complicación) 29.
Es notorio que este lenguaje es el de una física del espíritu, donde los motivos
son fuerzas y no motivos de. . ., la elección es una adición de fuerzas y no la
decisión de hacer esto porque... Quedaba entonces por insertar el elemento
voluntario como una fuerza suplementaria, eximiéndose de precisar que de
ningún modo pertenece al tipo de fuerzas físicas.
Ahora bien, el propio James nos brinda el medio para evadirnos de esta
imaginería que él considera puramente descriptiva, cuando identifica el Fiat con
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la atención. "El querer más voluntario se encuentra esencialmente realizado en
la atención que prestamos a una representación difícil para mantenerla
enérgicamente bajo la mirada de la conciencia. Tal es lo que constituye el Fiat.
El esfuerzo de atención es pues el acto esencial de la voluntad. . .” 34. En efecto,
lo difícil es hacer silencio: la pasión asfixia la voz austera de la razón, del honor,
del deber: "El hombre de fuerte voluntad es aquel que escucha, sin desviarse,
la voz todavía débil de la razón. . ." 35. Es la atención la que trabaja contra la
corriente: "Librada a sí misma (la idea) se deslizaría fuera de la conciencia,
pero no queremos dejarla ir; la eficacia del esfuerzo sólo reside en realizar un
consentimiento ante la presencia exclusiva de la idea. . ." En resumen, intente
uno triunfar sobre impulsos o inhibiciones, sea uno sano o enfermo de espíritu,
todo el esfuerzo moral se concentra exclusivamente en sostener
representaciones, en pensar" 36.
Por ello, el Fiat no se opone a la "decisión razonable": lo que hace de ésta una
decisión y no una mecánica de las ideas es la atención que sostiene la claridad
de las razones. Consideremos incluso los otros tres casos: en ausencia de
"razón mayor", la decisión resulta conducida por una circunstancia accidental
de orden exterior (tipo n°2) o de orden interior (t ipo n°3), o por último, por una
conversión instantánea de nuestro temple y de nuestra óptica (tipo n°4); esos
tipos de decisión se vinculan al Fiat por la omisión o la dimisión de nuestra
atención que nos hace aún responsables de nosotros mismos y del curso de
nuestros pensamientos. En todos los casos la elección no trastorna la
motivación como si fuera una fuerza extraña, sino que la sigue: es inseparable
de la atención que sostiene las razones del partido escogido.
El análisis de William James se refiere aún a una situación clásica; tiene por
tema la elección difícil, la victoria del deber sobre el deseo; asimismo, la
libertad pudo aparecer, gracias a una falla verbal, como una fuerza adicional
extraña a la vida del yo. Pero Bergson ya orientaba nuestra atención hacia
esas elecciones eruptivas donde un flujo de existencia más profundo viene a
romper un curso de pensamientos muertos que constituyen las verdaderas
fuerzas extrañas a la vida; se insinúa así la idea de que lo extraño no es la
libertad, sino el motivo. En ese clima privilegiado de convalecencia, de
despertar juvenil, se mueve el análisis bergsoniano de la época del Ensayo. Lo
que aquí vamos a afirmar sobre Bergson está fundamentalmente preparado por
la crítica de carácter más técnico realizada con anterioridad: Si, como
pensamos, la libertad bergsoniana no se comprende sin una atención a los
valores más serios y nobles, los mismos que Bergson más tarde nos enseñará
a escuchar a través del llamado profético de los sabios y los santos, parecería
que la libertad sólo es una auténtica revolución contra ciertos valores muertos,
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en la medida en que invoca valores más nuevos y profundos, los valores de los
héroes. Lejos de que la libertad reine allí donde la motivación está desorientada,
hay aún una motivación ingenua y virgen que aflora con el yo profundo. Toda
revolución procede de una obediencia más profunda que ella misma, que la
eleva al tono de la indignación ética. El error de cierto romanticismo vital reside
en no saber reconocer la napa de valores donde se sacia la libertad cuando ha
logrado socavar la capa de arena de las ideas extenuadas. Este equívoco del
bergsonismo nos exige estar atentos a la advertencia de Kant, que señala que
no hay libertad sin ley y sin respeto.
Por último, es necesario volver ala eidética del querer para corregir los errores
de la filosofía de la libertad; aunque todavía no sepamos qué objetividad le
conviene a los valores, al menos podemos leer, en la propia subjetividad, la
relación primitiva entre la decisión y los motivos; dicha relación resulta
comprendida instantáneamente, aunque sea recurriendo a un ejemplo ficticio;
se trata de la relación que juega en todas las situaciones y que denuncia su
ininteligibilidad a la luz de su inteligibilidad primordial. Y denuncia, en particular,
como superficial la definición de la libertad por la ruptura de la legalidad, y la
definición de la subjetividad por explosión de la objetividad. La mencionada
denuncia es la que nos invita a buscar con paciencia una vinculación más
profunda entre la libertad y los valores, y a encontrarla incluso en la revolución,
y acaso en lo arbitrario del acto gratuito: cuando la libertad repudia todo valor y
produce un gesto vano, se invoca a sí misma como valor último que legitima su
arbitrariedad. La libertad se torna su propio motivo, en el que viene a refugiarse
la preocupación por el valor, cuando queda extenuada. Por evanescente que
resulte esa legitimidad, lo cierto es que instituye una suerte de división íntima
por la cual la libertad, dando un apoyo a su impulso, se escinde en poder y en
valor. El acto gratuito caricaturiza, por la pobreza de una razón demasiado
estrecha, la atención prestada a los valores de vida y comunidad que dan su
densidad a la libertad; una libertad se encuentra tanto más cargada de
sustancia cuanto más se aleja de la preocupación avara dirigida a probarse a sí
misma su independencia y cuando invoca razones de consagrarse que
trascienden más radicalmente su subjetividad.
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De tal manera, resultamos remitidos de una a otra lectura: el surgimiento de la
elección es finalmente, en su forma más auténtica, una discontinuidad en el
seno mismo de la motivación, a veces incluso una inversión de valores, una
revolución en la evaluación. Desde este ángulo debemos tratar el caso más
favorable al voluntarismo, el caso del conflicto de valores, para concluir con él:
la objetividad de los valores no queda negada; se extenúa a sí misma y fracasa
por la invencible contradicción. De tal manera nos vemos conducidos de los
casos excéntricos -pretexto, esfuerzo adicional, irrupción del yo profundo,
revolución, libertad sin valor- al caso más auténtico, aquel donde la elección
procede no de la nulidad sino de la propia sobreabundancia de la motivación.
Parecería que el brotar de la elección no es aquí más que la emisión del último
juicio práctico; el riesgo, la audacia, es la suspensión de la motivación. De
manera que el debate consigo mismo no es vano: la gravedad de la elección
mide la profundidad de las razones puestas en juego; la elección auténtica
supone a su vez un debate auténtico entre valores no inventados, sino hallados.
El poder de acoger y escuchar al bien es el que eleva la conciencia hasta ese
punto de tensión de donde la elección vendrá a librarla. Por ello el salto de la
opción tiene por reverso la aparición repentina de una preferencia en el seno
de los motivos en conflicto. Elegir un partido es preferir las razones de ese
partido a las razones del otro. Discutir no es entonces algo vano: el partido
elegido no tiene otro valor que el que la motivación hace aparecer. Arriesgar es
algo completamente distinto que apostar: se apuesta sin razón; se arriesga con
razones insuficientes. El surgimiento de la elección y la suspensión de la
atención sobre un grupo de motivos que dan valor a la elección son
paradojamente idénticos.
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discontinuidad esclarece la paradoja de lo involuntario y lo voluntario; y la
misma conciencia práctica y pre-reflexiva -que reconcilia el surgimiento de la
elección y la meditación continua sobre los motivos- reconcilia la existencia
querida y la existencia recibida.
1. En un primer sentido diremos que toda elección está determinada por sus
motivos. En ese sentido muy amplio y común a las dos hipótesis consideradas,
la elección sigue siempre al último juicio práctico, sea este último por extinción
del debate o por una suspensión brutal; cambiar de decisión es cambiar de
razones. Lo importante es no interpretar causalmente los términos: depender
de. . ., seguir. . ., estar determinado 39. . .
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indeterminada que se encuentra a su vez en una relación instantánea con una
constelación de motivos confusos. La conciencia progresa simultáneamente
hacia un juicio de preferencia y hacia un acto de elección, pues tanto uno como
otro no son más que la relación entre esas dos dimensiones; la ligazón su¡
generis entre el imperativo de la decisión y el indicativo de la evaluación es tan
estrecha que es lo mismo decir: "que esto sea" y "esto es lo mejor para mí hic
et nunc"40.
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3. Un tercer sentido del término indeterminación resulta introducido por la
descripción de la elección como surgimiento y por la segunda construcción-
límite, la del individuo que se elige soberanamente en la insuficiencia de sus
razones: la determinación por sí mismo responde a la indeterminación del lado
de las razones, es decir del lado del contenido intencional de los juicios de
evaluación que animan a la motivación. Esta nueva determinación difiere
sensiblemente de la precedente, pues no concierne ya a la relación eidética
instantánea que mantiene la elección con sus motivos, sino al acontecimiento
existente del surgimiento. La determinación por sí mismo tiene lugar después
de la indeterminación anterior y marca la iniciativa positiva de la libertad, que
sin cesar trasciende su propia confusión por su sursum inaugural. Ahora bien,
esta determinación de la existencia no vuelve a poner en cuestión la regla
eidética de determinación del sentido de la elección por el sentido de sus
motivos, pues, según el análisis anterior, no puedo determinarme sino
determinando mis razones de elegir, e incluso, lo arbitrario de una elección
categórica sería aún recíproco de lo arbitrario de una evaluación
repentinamente categórica. La determinación de sí por sí mismo es por lo tanto
la determinación existente, en la duración existente, que a su vez es
homogénea de la indeterminación existente de la atención. Esta
indeterminación es la que se resuelve en esta determinación en el surgimiento.
La determinación temporal del acto permanecía oculta por la primera lectura de
la elección; el dominio sobre la decisión resultaba eclipsado por el imperio de
mis razones sobre mí en la hipótesis-límite de la decisión plenamente racional;
uno está tentado entonces a definir la libertad por la ausencia de constricción y
no por la potencia positiva de decidirse por sí mismo. Depende de mí que yo
me decida.
Pero aquí deben colaborar las dos lecturas: la segunda enseña de qué
determinación la libertad es la indeterminación y quién conduce a esta
indeterminación existente en la duración de la atención; la primera, que como
contrapartida enseña que esta indeterminación de la atención nada tiene en
común con la libertad de indiferencia, es decir con la indeterminación que el
axioma de la motivación viene a excluir. No se trata de una ausencia de
motivos, sino, en la determinación de la elección por los motivos, de la libertad
de considerar tal o cual motivo. En efecto, ¿cómo descubrir esta
indeterminación tan universal como la determinación por motivos, si no se la
busca en el caso aparentemente más desfavorable, en el colmo de la
determinación por razones? La indeterminación de la atención es la
indeterminación que acompaña universalmente a la determinación por motivos,
y más particularmente, a la determinación por motivos evidentes. Tal es el
sentido de la respuesta de Descartes al P. Mesland con respecto a doctrina del
P. Petau: no hay evidencia sin atención; creo en tanto miro las razones de
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creer; y así puedo suspender mi juicio en presencia de la evidencia. Es la
potestas ad opposita del lado del acto la que sostiene la determinatio ad unum
del lado del contenido de los motivos y por lo tanto también de la elección. La
indeterminación se desdobla ora en indiferencia de opción, ora en preferencia
ineludible; es común a las dos hipótesis de la determinación del sentido de la
elección por razones claras y de la indeterminación de las razones como
situación precedente a la determinación por sí mismo del proyecto; es, por fin,
la indeterminación en el tiempo vivido de un acto de intención y no de un
contenido o de una significación de la intención, de un poder obrar en la
sucesión.
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Por una parte, sería una grave ilusión creer que es posible pensar la
determinación por sí misma en la elección sin recurrir a la indeterminación de la
mirada. En efecto, si la elección se encuentra determinada en cuanto a su
contenido por el contenido de los motivos, me determino en mi acto en cuanto
los términos opuestos de elección, considerados desde el contenido de sus
motivos, no tienen con qué constreñir la mirada para que se vuelva a ellos. "Me
determino" significa: mis motivos inclinan sin obligar; siempre depende de mí,
aun en presencia del motivo más evidente, mirar o no a él o a otro. Si lo miro,
determina mi elección en el primer sentido de la palabra determinar, es decir,
en cuanto a su contenido; los actos son independientes como actos de los
contenidos; no hay objeto determinado de pensamiento que pueda captar la
capacidad de mi mirada. En tal sentido la determinación por sí mismo implica la
indeterminación de la atención como acto en relación con los motivos como
contenidos. Toda doctrina que no distinga la indeterminación de los actos
sucesivos en relación con el contenido de los motivos permanece aprisionada
en un falso dilema: el dilema de la libertad de indiferencia y de un determinismo
cualquiera, racional de estilo leibniziano, vitalista de estilo bergsoniano,
sociológico a la manera de Ch. Blondel. Es la indeterminación de la atención la
que hace a la espontaneidad de la auto-determinación de la elección. Hasta en
la dimisión de mi libertad;, percibo aún como acto de mi no-acto, como activa
dimisión, pues puedo captar que no estoy determinado por nada como acto; en
la peor esclavitud capto que puedo mirar otra cosa, en un nivel más radical de
mí mismo que la fascinación de mi conciencia; la indeterminación es esta
independencia de los actos que los hace verdaderamente actos. Esta
independencia del acto en cuanto a su determinación como operación no
contradice el alcance intencional del acto de atención que acoge valores y
recibe así en el corazón de la libertad la vida misma de lo involuntario.
Precisamente, el acto debe ser independiente para acoger lo que de ninguna
manera hace. De modo que la determinación por sí mismo implica la
indeterminación de la atención como potestas ad opposita. Pero no es menos
importante afirmar que el poder no es nada fuera del acto que lo pone en obra;
es tan difícil constituir una filosofía de la libertad exclusivamente sobre la
experiencia del poder como eliminar dicha experiencia de la consideración de
los actos. Reflexionando sobre mis actos los reconozco como la resolución de
un poder más vasto. El remordimiento, en particular, reposa sobre la dolorosa
certeza de que habría podido ser otro; entonces se eleva un reproche desde el
poder inempleado, que habría podido consagrarse a la realización del valor
traicionado. Se discierne el acto que ha estropeado la libertad y, más allá de
dicho acto, se reclama la expiación al yo cuyo acto se ha erigido en portavoz
ante el mundo. Y siempre es el poder la sombra simultánea del acto. Ante todo
está el surgimiento, y en seguida se encuentra el retorno reflexivo sobre el
poder empleado y sobre el poder inempleado.
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atención nos permite remontar, más allá de esta potencia de obrar que procede
del acto mismo del proyecto, hasta la potencia de los contrarios que está en la
raíz misma de la motivación. Pero es notable que la reflexión, cuando se
adueña de ese poder radical y suspende la generosidad de la conciencia que
avanza ejerciendo su poder, se hunde en la estéril angustia del poder
aprehendido al margen del impulso gozoso; la reflexión sobre la
indeterminación nos permite prolongar y comprender esta dialéctica. No es
posible que la conciencia se asfixie a sí misma en esta usurpación sin fin de un
poder que siempre se precede a sí mismo. Cuando pongo al margen de los
poderes que inaugura el querer el poder mismo del querer, éste no cesa de
duplicarse a sí mismo como poder-poder, oculto en el poder-querer-hacer.
Dicho poder, que es precisamente el que me angustia, es una potencia
reservada, no comprometida, mantenida en suspenso, en el punto muerto de la
indeterminación.
¿Qué significa esta aventura? Por una parte, sé bien que me hace hombre; se
asemeja a la aventura cartesiana de la duda: la epojé del juicio de existencia
dirigido al mundo atestiguaba en Descartes la certeza inmanente de la
existencia de sí mismo; de igual modo, la apercepción de mi poder-mirar, tras
mi poder-elegir, y la de mi poder-ser, tras mi poder-mirar: suspendo, pongo
entre paréntesis los posibles abiertos por la decisión y el mundo mismo como
lugar de los posibles; realizo la epojé del lanzamiento de todo proyecto y
atestiguo el querer mismo como existencia posible. En esta hiper-reflexión, en
la que soy yo mismo para mí mismo "el hueco siempre futuro", hago
indefinidamente círculo conmigo mismo, en la esterilidad de un retorno sin fin
sobre mí mismo.
Por eso sospechamos que, si bien por una parte esta aventura me hace
hombre, por la otra, y más profundamente, es la pérdida de un impulso, la
pérdida de una ingenuidad y de una infancia. Efectivamente, cierta infancia del
querer gozaba comprometiéndose y, por pudor, sólo podría descubrirse en la
huella del proyecto de obrar en el mundo y en el corazón del proyecto de sí
mismo envuelto por el proyecto de la acción.
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por la reflexión, se puede romper la marcha inmóvil y la tristeza de dicha
reflexión. Pero el salto en cuestión no es fruto de la angustia, sino que se lo
retoma sobre ella, como la segunda inmediatez del querer; ahora bien, la
angustia no era primera, sino que ella misma resultaba retomada a partir de la
generosidad del impulso. Suspendo el paréntesis que suspendía el acto.
Bergson enseñaba que con suspensiones virtuales no se constituye un
movimiento: con la angustia de la reflexión indefinida no se realiza un acto.
Denunciamos el poder-poder como castración de un primer querer que
descubría su propio poder en su ejercicio mismo. Esta es la reflexión segunda
que revela que la reflexión primera era en realidad segunda en relación a una
ingenuidad primordial del querer. Sólo el querer en acto es el revelador del
poder-querer.
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pura relación entre el imperativo de la decisión y el indicativo de la evaluación,
que nada tiene que ver con la cosmología, queda enteramente alterada por
esta última. 3°) Se caracteriza al apetito racional como racional en tanto es
"capax omnium "; la voluntad tiende, pues, naturalmente, hacia el bien general
(universale bonum): el deseo invencible, implícito en todo deseo particular,
hace que no queramos nada, nisi sub ratione boni. Sólo habría entonces un
objeto proporcionado a la voluntas ut natura; sería aquel en el cual todas las
formas del bien, en todos los sentidos, se encontrarían comprendidas: sólo la
visión intuitiva de Dios, percibido en sí mismo, nos colmaría. Esta tesis que
sirve de punto de partida a la demostración de la indeterminación del querer en
cuanto al bien particular nos parece demasiado comprometida por la
cosmología de las dos tesis precedentes para poder ser admitida en este
contexto. Si atendemos al deseo de Dios creemos necesario tener el coraje de
tacharlo de la cosmología objetiva, para reencontrarlo en su verdadera
dimensión, incaracterizable, inobjetivable, metaproblemática. Será objeto de la
"Poética" de la voluntad. Pero mientras mantenemos en suspenso a la
"Poética" de la voluntad y su misterio ontológico, no tenemos medio de
demostrar la indeterminación de la voluntad a partir de la determinación de la
voluntas ut natura por el bien general. "La eidética" de la conciencia sólo puede
contar con las nociones susceptibles de leerse en los actos de un sujeto. Ahora
bien, la indeterminación del querer puede leerse directamente en el cogito
como acto, sin necesidad de invocar el deseo de Dios. En tal sentido, el cogito
es, para cierta descripción de la subjetividad, un terminus, un requisito último,
un absoluto desde cierto punto de vista. La consecuencia extrema de la
revolución cartesiana parece ser la siguiente: el descubrimiento de la
originalidad de la conciencia en relación con toda naturaleza pensada
objetivamente es de tal magnitud, que ninguna cosmología puede englobarla.
La "Poética" de la voluntad no podrá entonces reencontrar el deseo de Dios
sino favorecida por una segunda revolución que hará estallar los límites de la
subjetividad, como ésta hizo estallar los límites de la objetividad natural. La
segunda revolución no se realiza en el tomismo, porque la primera tampoco se
encuentra en él. Dios, la conciencia, las cosas, se prestan a un único universo
de discurso, a una cosmología total que disimula los saltos entre la objetividad,
el cogito y la trascendencia, y evita así los misterios que sostienen los pasajes
paradojales. 4°) La demostración propiamente dicha de la indeterminación de la
voluntad con respecto a los bienes finitos consiste en que no existe vínculo
necesario entre el fin superior y el fin particular; el dominio de lo contingente no
es el de la demostración; esta tesis, del aristotelismo, completamente lógica, es
la que soporta todo el edificio. Por el contrario, pensamos que el hiato entre la
Trascendencia y un bien terrestre tiene otra dignidad; dicho bien sería la
libertad misma tomada como bien supremo a encarnar en el mundo: el pasaje a
la "Poética" ya constituye una conversión. Se puede observar que en este
punto de la argumentación la indeterminación del apetito racional con respecto
a los bienes finitos de ninguna manera aparece como el reverso de la
determinación por sí mismo: por el contrario, se la demuestra enteramente por
la carencia del objeto finito que se propone movilizar la potencia de desear, por
lo tanto a parte intellectus; todavía la libertad no llega a ser la potencia positiva
de los contrarios; la originalidad de Descartes es haber definido la
indeterminación por la determinación por sí mismo, lo que es natural en una
doctrina del cogito que parte del acto del sujeto, en cuanto primera y última
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palabra de la subjetividad. 5°) La quinta tesis con cierne precisamente a la
determinación por sí mismo, que el tomismo no ha ignorado, a pesar de que
dicha determinación no gobierna el edificio. Se encuentra por una parte
subordinada a la precedente, y por la otra, ligada a una línea de reflexión
distinta; en efecto, por un lado la determinación de la voluntad por sí mismo
responde al déficit de la determinación por el objeto. Cuando la voluntad se
dirige a un objeto, el principio de su determinación se encuentra en ella misma,
a falta de un objeto capaz, por su virtus activa como motor, de exceder o
igualar la virtus passiva del móvil. De esta manera, la ganga cosmológica de la
teoría de los móviles y los motores, de las virtudes pasivas y activas, envuelve
a la intuición real del poder del hombre de dominar positivamente sus propios
actos 46. Ahora bien, es notable, por otro lado que la indeterminación como
potencia de los contrarios pudo haberse directamente, como lo expresan
diversos textos47, a partir del imperio del hombre sobre sus actos, es decir a
partir de su naturaleza propia como voluntad. Ciertamente, esta dominación
sobre sus propios actos sigue siendo la réplica de la indeterminación que
confiere a la voluntad la capacidad de lo universal del entendimiento, pero
pertenece al mismo tiempo a otra dimensión del tomismo, que por otra parte de
ningún modo es contradictoria con la precedente: es la escala de las potencias,
y no sólo el tipo de determinación del apetito por su objeto, la que constituye la
dignidad creciente de los seres en los diferentes grados del universo. Pero, una
vez más, la cosmología general de las `potencias" confunde los reinos y
traiciona la intuición central del poder-querer. Con todo, en los numerosos
textos en que se afirma el imperio de la voluntad sobre sus actos, uno queda
sorprendido por la positividad de ese poder. Santo Tomás parece en ellos muy
cerca de una psicología que toma verdaderamente al 'Yo" y no a una
naturaleza como centro radical de perspectiva. De manera que la reflexión,
entendida como el poder de juzgar su propio juicio, se muestra ligada al poder
de moverse ella misma para juzgar. Finalmente, la acción sobre sí mismo, y de
cada potencia sobre la otra, hace aparecer el círculo mismo que la sujetividad
hace consigo misma. Si ahora uno considera la moción de la voluntad sobre el
entendimiento, es decir el punto de vista del "ejercicio" (quantum ad agere vel
non agere), nos enfrentamos con una verdadera acción. Sin duda, nuestra
acción es extraída del Acto puro de la divinidad a través de la inclinación
natural hacia el bien en general, pero la originalidad de la moción propia hacia
esto o aquello es indiscutible; se trata efectivamente de una determinación de
sí mismo respecto del querer. Ya hemos recordado, más arriba, cuáles son los
puntos de aplicación de ese movimiento: es necesario que la voluntad
comience por considerar, que considere esto o aquello y que elija el último
partido.
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refiriéndolos como lo hacen los medios con-respecto a su fin, la voluntad
aparece como movida por el bien en general; de tal manera se hace la
economía de la determinación de sí por sí mismo; una voluntad movida no es
un "sí mismo" en el espíritu de la cosmología. Por el contrario, si se subraya el
hiato que separa al bien infinito de los bienes finitos, aparece la
indeterminación del impulso hacia sus bienes finitos; entonces es necesario
poner de relieve la determinación de sí por sí mismo en el primer movimiento
de la deliberación en el propio curso y en la suspensión de la deliberación
mencionada. Santo Tomás llega incluso a evocar el vértigo que se apodera de
la reflexión cuando ésta toma por tema de deliberación el hecho mismo de
deliberar. Queda claro entonces que el deseo del bien general aparece como
un motivo vano a partir del cual es posible derivar, de acuerdo con silogismos
capaces de ser probados, cualquier cosa. La libertad pura queda ubicada en el
origen mismo de la deliberación: "quod deliberet vel non deliberet... hujus modi
etiam est homo dominus". De manera que ora el primer movimiento de la
voluntad que se determina aparece envuelto en el impulso recibido hacia el
bien en general, y ora aparece como algo distinto de dicho movimiento, según
se insista en la inclusión de todo fin como medio en el fin supremo o en la
imposibilidad de derivar un bien finito de un bien infinito: sólo este último punto
de vista subraya la iniciativa del querer que "se habet ad diversa". Dicho
recurso a la determinación de sí mismo, si se lo tomara realmente en serio y se
lo vinculara a una reflexión radical sobre el Cogito, haría estallar todo el edificio
de la cosmología, que no puede contener a un verdadero sujeto. Pero si bien el
tomismo invoca suficientemente esta determinación de sí por sí mismo como
para hacer una buena psicología, pronto la vincula a todo el orden de la
naturaleza en una medida tal que le basta para dispensarse de llevar dicha
psicología hasta una verdadera metafísica de la subjetividad. Siempre el sujeto
termina enmascarado por alguna derivación a partir de una potencia recibida.
Por eso creemos que no se reúnen las condiciones necesarias como para
hablar de una psicología de la atención en Santo Tomás; la preocupación por el,
sistema, dentro de la cual la voluntad viene a insertarse, asfixia demasiado a
esta última como para que pueda llevar a cabo su destrucción y demoler la
Suma cosmológica a la cual se la quiere reducir como si fuera sólo un
momento. En la Suma la subjetividad resulta fácilmente superada porque
nunca estuvo plenamente afirmada. Por nuestra parte, consideramos que es
necesario hacer el camino inverso: sustentarse en la subjetividad del sujeto
mismo, referirle todo lo involuntario, dilatando la subjetividad hasta los límites
de la encarnación: Sólo entonces puede abordarse el extraño vínculo que une
el poder subjetivo y el acto creador y que los hace, simultáneamente, uno y dos,
el mismo y el otro, según la operación fuera de serie que Jaspers llama "cifra".
155 / 396
una conmoción con respecto a esa soledad, como si el Cogito a su vez
explotara.
156 / 396
Pero confesamos sin reparos que esta inteligibilidad deja escapar lo esencial:
nosotros nos hundimos progresivamente en el misterio de la existencia
individual, que es encarnación, duración, surgimiento. Consideramos que la
filosofía de la voluntad libre es el vaivén entre esta experiencia viva y la
objetividad superior suscitada por el método husserliano. No hay duda, y lo
hemos afirmado con fuerza en la introducción, que dicha experiencia resulta
obscurecida y disimulada; pero la esclavitud de la falta se denuncia a sí misma
como libertad por la protesta de una certeza más profunda, la certeza de haber
podido ser y hacer de otra manera; la falta anuncia un poder que me hace
responsable en el corazón de una impotencia que gime y reclama la liberación.
Esta experiencia cegada es la que sostiene la lectura nocional, al mismo
tiempo que la prolonga en dirección de la existencia viva del cuerpo y la libertad.
Pero Husserl no ha subrayado lo suficiente hasta qué punto las significaciones
de la región conciencia son frágiles y evanescentes; en efecto, la experiencia
de la libertad es una experiencia fugaz que debe reconquistarse
incesantemente por la acción de sí sobre sí mismo. Puedo disimularme mi
libertad y mentirme a mí mismo; a través de dicha denegación, que constituye
un aspecto de la falta, la conciencia imita a la cosa y se oculta tras ella: al
mismo tiempo la ontología regional de la conciencia se disipa como si se
esfumara: "la actitud" que hace posible la lectura de la ontología regional de la
conciencia resultó inhibida por la denegación de la propia libertad. Por el
contrario, las cosas siempre están allí; no tengo necesidad de actuar sobre mí
mismo, de respetar en mí la humanidad como fin en sí, para que continúen
apareciéndome como cosas; "la actitud natural" que condiciona su aparición es
fácil y permanente. Por ello la experiencia frágil, y en realidad muy velada de mi
libertad, no podría sostener a la descripción pura de la región donde reina la
libertad, si no fuera completada con los mitos ejemplares de la inocencia, por
una suerte de reminiscencia de la pureza, que responde polarmente a la
esperanza de pureza tal como se expresa en el Reino de Dios. Ya hemos
evocado, en la introducción, el vínculo existente entre tales mitos y una marcha
propiamente religiosa de la liberación y, asimismo, hemos mostrado cómo se
sujetan a la descripción pura a título de ilustración ó de ejemplificación de la
ontología regional de la conciencia.
NOTAS
1. P. Valéry, La joven Parca. rité, VII, I, IV: "La atención del espíritu
2. Sobre la Gestalttheorie, cfr. 11 Par- as a los objetos del espíritu lo que la fija
te, cap. I, II, una discusión más rigurosamirada de nuestros ojos es a los
objetos
de los principios de método. En el cur- de nuestros ojos". Sobre la generaliza
so de la presente obra podremos ver bas- ción de la "mirada": Husserl,
Ideen, I,
tante bien la riqueza descriptiva que se Parágrafos 35-37.
oculta tras la sistematización ghestáltica. 9. J. Nabert, L' expérience
intérieu
3. Aquí el análisis de Husserl, Ideen I, re de la liberté llos límites del determi
parágrafos 35-37, 80-83, 114-115, 122, nismo, págs. 108-123).
se une al de Santo Tomás, Descartes, Me- 10. Bergson, Essai sur les
données
157 / 396
lebranche (J. Laporte, '2e libre-arbitre immédiates de la conscience, págs.
118
et l' attention chez saint Thomas, Rev. 119 y 126-127.
de mét. et de mor., 1931-1932-1934; La11. Ibídem, pág. 127; el subrayado es
liberté selon Descartes", ibídem., 1937; nuestro: _ "La liberté selon
Malebranche", ibídem.,
1938). 12. lbídem.
4. Husserl, Vorlesungen zur PUno- 13 y 14, Ibídem, págs. 130-137.
menologie des inneren 2eitbewusstseins,
parágrafos 10 y ss.; Ideen l, parágrato 8 15. J. Nabert, Eléments pour une
81. éthique, páqs. 3-19.
5. Shand, Analysis ofattention. Mind, 17. Michotte y Prüm, Etude expéri
1894. Puede verse el error de tantas des- mentale sur le choix et ses
antécédents cripciones psicológicas que, luego de immédiats, Arch. de psych., t.
X, dic. confundir el objeto de la percepción y 1910. Sobre la relación de la
elección al
la representación "en" la conciencia, in- querer disyuntivo, cfr. A. Pfánder, Phá
terpretan la atención como una redupli- nomenologie des Wol%ns, págs. 114-
118;
cación de la representación, como si uno --Shand, Types of will, Mind,
1896;
atendiera a sus representaciones (por ej. Bradley, The definition of the will,
III
Wundt, Psycho%gie physiologique, t. 11, parte, Mind, 1904.
IV sección). 18. Los sujetos de Michotte aceptan
6. Dallenbach distingue correctamen- la tarea unívoca de "hacer una opera
te claridad atributiva y claridad percep- ción", o. c., págs. 147-164.
tiva. 19. Gilson, 1Éssai sur la vie intérieu
7. Bradley define notablemente a la re, Rev. phil., 1920.
atención: "Desenvolver el objeto ideal- 20. Lo interesante del trabajo de Mi
mente tal como es en sí mismo y así Ile- chotte es el hecho de haber
aislado la
gar a conocerlo"; "el objeto mismo de- elección de toda realización ulterior, po
senvuelto por dicho proceso no podemos n¡endo así al desnudo el
"designar", el
considerar que de este modo pueda cam- ••gey.to mental" que fija la
alternativa, sin
biar" (On active attention, Mind, 1901). ¡a interferencia de una orientación futu
8. Malebranche, Recherche de la Ve- ra, o. c., págs. 187-204. El trabajo de
Ach, Ueber den Willensakt und das Tem- págs. 149-209; J.P. Sartre, L'
étre et le
perament, 1910, conduce por el contra- néant, págs. 115-150, 508-643.
rio a una determinación futura; en una 26. K&hler, Gestalipsychologie, cap.
Nota complementaria, o. c., págs. 310- X (Insight); Claparéde, Genése de lhy
320, Michotte explica muy claramente Pothése, Arch. de psych., t. XXIV, págs.
cómo un simple hecho de "designar", 91, 136-138; Dunker, Zur Psycho%gie
un gesto sin orientación hacia el futuro, des produktiven Denkens, estudia parti
se torna la condición de realización de cularmente la reorganización
estructura¡
158 / 396
un proyecto previo, del proyecto de rea-en las resoluciones de problemas
práctilizar lo que uno elegiría, ibídem, pág. cos y matemáticos (reseña: J. de
Ps., 316.
19361.
21. También es posible encontrar la 27, Nadie ha temblado más que Lé
aproximación en Michotte, o. c., págs qu¡er ante ese poder solemne del
comen318-319. Minkowski sugiere la misma
zar, del designar y del "mirar": , de poder comenzar: Resherche d'une
premiére verité, págs. 107-120;
mirar, nos dice, "es un fenómeno de or- también son conocidas las páginas
admi
den general respecto del cual el mirar rables tituladas La feuille de charmille,
con los ojos no sería más que una de las
donde el poder de "hacer o (de) no ha
diversas modalidades", Vers une cosmo
logie, pág. 53. cer", la emoción ante el carácter inaugural del acto y su
retención ¡limita 22. Cfr. los textos de Santo Tomás da adoptan un acento tan
auténtico.
más abajo 180, 182. Descartes, !V Me- 28
dit: Traité des passions, parágr. 20; Prin- ' K. Jaspers, Philosophie I, 1-4.
Pe
cipes, parágr. 32 y ss.; y sobre todo Let- ro los clásicos no han ignorado
esta situación concreta, irreductible a la eviden
tres au P. Mesland, 2 de mayo 1644 y 9cia. Descartes, Discours de la méthode,
de febrero 1645; Malebranche, Recher- III Parte; Malebranche, Recherche de la
che de la vérité, libro I, 1 y 2, IV, libro vérfté, I, III, 2. IV, 1.
29. W. James, Précis de psychologie,
23. Descartes, Lettre au P. Mesland, trad. Baudin, págs. 563 y ss. 2 de mayo
1644.
30. Ibídem, pág. 580
24. Aquí ya no podemos seguir a Ma
lebranche cuando reduce el "consenti- 31. lbid., pág. 591.
miento" a una "cesación de la búsqueda 32. lbid., pág. 591. y el examen",
a un reposo que constitui
33. Ibid., pág. 606.
ría una nada.
25. W. James, Précis de psychologie, 34. lbid., pág. 599.
pág. 563 y ss.; Lequier, Recherche d'une 35. Ibid., pág. 601. premiére
vérité, págs. 107-120, 137 y ss.;
La Feuille de Charmille et Analyse de 36. lbid., págs. 602; 605.
l' acte libre (fragmentos publicados por 37. Nabert, L' expérience intérieure
Dugas, Rev. de Mét. et de Mor., 1922, en de la liberté, págs. 262-323; M.
Dufrenne
part., págs. 296-301); Bergson, Essai sur y P. Ricoeur, K. Jaspers et la
philosophie
les donnéea immédiates de la conscience, de I' existence, págs. 211-217,
348-354,
cap. III; K. Jaspers, Philosophie, t. II., 376-378.
38. Del mismo modo que seguimos a cia y el acto es la manera radical de afir
159 / 396
Malebranche, para abandonarlo cuando mar la libertad. Por una parte, la
remo
reduce el reposo de la atención a una na- tio coactionis de San Agustín, de
San
da de ser, seguimos a J. Lequier hasta Bernardo, de Pedro Lombardo, sólo se
que pretende extraer del poder de elegir salva por la potestas ad opposita
de San
el fundamento de la certeza y la "postu- to Tomás, reafirmada por Descartes,
Me
¡ación- de la primera verdad, o. c., págs. lebranche, por el fragmento 99
de los
133-135; Fgmt, Rev. de met. y de mor., Pensamientos de Pesca¡, etc. Pero, co
1902, págs. 74-75. En general, si la teo- mo contrapartida, la potestas ad
oppo
ría de la elección de Lequier tiene, fi- sita no puede disociarse del aconteci
nalmente, un acento más desesperado miento del acto, del avance mismo de
la
que gozoso, es porque intentó construír- existencia, como busca
vanamente Le
la al margen de toda motivación y por quier, que quiere mantener la experíen
lo tanto de la atención, y pretendió ex- cia del poder de elegir al margen del ac
traer una doctrina de la verdad de una to de elegir, Discours du Prédestiné et
doctrina de la libertad. du Réprouvé en Esquisse d' une premiére vérité,
págs. 233-239.
39. Nos resulta difícil conservar el '
lenguaje clásico que refería los momen- 44. Príncipes, parágr. 39;
Réponses
tos de la decisión a facultades diferentes (sobre cuestiones objetadas
contra la IV
e instituía entre dichas facultades una re- Médítation, parágr. 111): Es una
"no
lación de causalidad: "Omnis electio ción primera". A Mersenne, dic. 1640.
et actualis voluntas in nobis inmmedia- 45. Santo Tomás de Aquino, De Ma
te ex apprehensione intellectus causa- /o, q, 6; De Veritate, q. 22 y 24; Summa
tur". "Motus voluntatis. . . natus est Teológica, I, q. 82-83; Contra gent, semper
sequi judicíum rationis" (Santo 48. Tomás). El juicio "resulta del concurso
de dos causas... de mi entendimiento y 46. De Malo, q. 3, art. II I; De Verita
conjuntamente de mi voluntad" (Des- te q. 22, art. V, en el cuerpo, y ad. 2;
cartes). q. 9, art. III; q. 10 ad. I. Textos citados por J. Laporte, op. cit., 1931,
pág. 40. En el lenguaje de Descartes, la 70.
voluntad sólo puede superar al entendi
miento claro, pero no al entendimiento 47. De Potentia, q. I. art. V, en el
en general: Réponses (sobre la IV Médi- cuerpo; y sobre todo q. 22, art.
VI ad
tation, II); Lettre é Hiperaspistes, agos- IM. Textos citados por J. Laporte, op.
to 1641; y sobre todo Príncipes, 1, 34. cit.. 1932, pág. 199.
41. Actitud próxima a la de Descar- 48. Husserl, Ideen I, parágr. 9-17. tes
con respecto a la tesis de P. Petau so
bre el libre-arbitrio, Lettre á P. Mesland, 2 de mayo 1644.
160 / 396
42. J. Laporte, art. cit., y La conscience de la liberté, Flammarion, 1947,
págs. 183-225.
43. Esta concomitancia de la poten-
Pag 219-220-221
161 / 396
DESCRIPCION PURA DEL OBRAR Y DEL MOVER
Paul Ricecur 1
Lo voluntario y lo involuntario II
PODER, NECESIDAD Y
CONSENTIMIENTO EDITORIAL DOCENCIA
Segunda Parte
Obrar:
La moción voluntaria y los poderes
162 / 396
sino que aquélla coopera desde dentro con ésta. La dignidad de la acción no es
secundaria, no sólo se la ejecuta retroactivamente respecto de los planes y
programas, sino que también debe ponerse a prueba sin cesar frente a las
asperezas de lo real, es decir de las cosas y de los hombres, para que su
autenticidad pueda madurar.
Las perspectivas más proféticas, las utopías más anticipantes, reclaman gestos
que al menos sean simbólicos, esbozos en miniatura, en suma una
consagración práctica por la cual el cuerpo las atraiga hacia su realización.
Esos esbozos reales son los que, brotando de la idea naciente, protegen
constantemente la juventud de la misma y hacen que la conciencia continúe su
tarea inventiva; de tal modo, según Alain, el artista no tiene idea de la obra de
arte antes de haberla realizado; su idea completa es el sentido de la obra
consumada; el proyecto y la obra se engendran mutuamente; el educador, el
político sólo escapan a las ideas fijas por el esfuerzo militante que los conjura a
recrear sin cesar sus ideales. El fracaso de nuestras ideas en el mundo no
debe encerrarnos en una amarga reflexión sobre la iniquidad de lo real, sobre
el rebajamiento infligido por la acción a la pureza de las ideas sublimes; este
rumiar el fracaso no nos dejaría otra elección que la evasión idealista o el
realismo cínico. El fracaso visible debe más bien hacernos atender al fracaso
más íntimo que consiste en el endurecimiento y el envejecimiento de nuestras
ideas lejos de la prueba de lo real. El fracaso material debe por eso mismo
despertar en nosotros la esperanza de una invención ideal y de una
encarnación real de nuestras ideas, de manera que sean estrictamente
contemporáneas una de la otra 1.
163 / 396
en mi cuerpo orienta el proyecto en dirección de la acción, es decir en dirección
de la realidad, en dirección del mundo. La. presencia del poder en el seno del
querer significa que mis proyectos están en el mundo. Por ello la voluntad se
distingue de la imaginación, al menos de la imaginación que se destierra e
"irrealiza"; por el poder el proyecto es el fermento de una inserción de lo posible
en lo real. En el proyecto ya se muestra la unión del alma y el cuerpo: me
siento capaz, como ser encarnado y situado en el mundo, de la acción a la que
me oriento en el vacío. Por su vinculación con el poder, el querer se encuentra
sobre el fondo del mundo, orientado en el mundo, aunque se lo piense en el
vacío. El poder lo inclina hacia lo real en lugar de derivarlo hacia lo imaginario.
Más radicalmente aún, una acción discreta acompaña al querer más indeciso;
más vacilante: sólo podemos hacer valer un motivo si poseemos nuestro
cuerpo: "Querer reflexionar, decía Hamelin, es mantener, en varios sentidos, el
cuerpo inmóvil".
Hay que decir que la moción voluntaria no consiste sólo en lanzar un gesto, en
producir un movimiento en un músculo en reposo, que de alguna manera está
a la espera; se trata sobre todo de desenvolverlo y apaciguarlo para que el juez
consulte. Si la voluntad tiene por objeto mover un cuerpo que permanecía
inmóvil, tiene entonces ante todo por tarea impedir que ese cuerpo indócil nos
arrastre, tiemble y comience a huir; o bien hay que arrancarlo del sopor del
acostumbramiento; estas observaciones alcanzarán todo su sentido luego,
cuando se comprenda que el esfuerzo se aplica principalmente a un cuerpo
que ya está quebrantado por la emoción y acomodado al hábito:, por lo tanto, si
mover mi cuerpo es ante todo domarlo, domesticarlo, poseerlo, esta función del
querer duplica constantemente la motivación. Una motivación voluntaria está
condicionada por un querer dueño de su cuerpo. Una necesidad, una tendencia
cualquiera no proponen valores si el tropel de movimientos nacientes que le
forman séquito no ha arrancado al cuerpo del lugar o no lo ha hecho
inaccesible al impulso voluntario. El cuerpo sólo motiva al querer si el querer
posee el cuerpo. De tal manera que el problema de la motivación voluntaria
acompaña en todo momento al problema de nuestra actitud frente a los valores:
después de la decisión, para realizarla; antes y durante la misma, para dominar
y conducir el cuerpo.
Asimismo, hay que ir todavía más lejos: desde cierta perspectiva, la motivación
es una especie de acción, e incluso de moción voluntaria. No sólo mi cuerpo es
el término de mi acción, sino también todos mis pensamientos, que son como
el cuerpo de mi pensamiento. No es fácil entenderlo: todo lo aprendido, todo lo
que llamo mi experiencia y que me acompaña aun cuando no lo evoque
efectivamente, en suma, todo lo que en un sentido muy amplio podríamos
llamar el saber, debe ser movido como mi cuerpo; se trata de métodos,
instrumentos, órganos de pensamiento de los que me sirvo para formar
pensamientos nuevos; cuando evoco un saber, no para repensar el mismo
objeto, sino para formar un pensamiento nuevo con la ayuda de esos
pensamientos antiguos que no son reconocidos como .tales, dispongo de lo
que yo sé como dispongo de mi cuerpo. Tal cosa se esclarecerá cuando
hablemos del hábito: mi pensamiento es, como veremos, una suerte de
naturaleza para mí mismo. Entre yo mismo y mi saber existe la misma relación
ambigua que entre yo mismo y mi cuerpo; esto podrá, desde una primera
164 / 396
aproximación, parecer algo escandaloso para una filosofía del sujeto, pero el
cuerpo en el sentido más estricto no es el único en dar asidero a la tentación de
objetivar el Cogito. Es posible encontrar en el saber, si tenemos en cuenta el
esfuerzo aplicado a él, los caracteres de resistencia que convienen al cuerpo.
En el sentido auténtico, existe un movimiento del pensamiento y un esfuerzo
por pensar. La esencia de la moción voluntaria no resulta alterada; sino que se
entremezcla de manera más estrecha con la motivación, y de algún modo
fundida inclusive con la representación. Por lo tanto, en virtud de una
abstracción todavía más audaz, en cuanto se encuentra siempre fundada en la
intelección directa de los actos del Cogito, podemos distinguir en la motivación
la consideración del valor y la puesta en obra más o menos fácil o difícil de un
saber anterior: en el capítulo precedente sólo hemos considerado una
motivación abstracta, separada del esfuerzo que acompaña tanto al
movimiento del pensamiento como al del cuerpo: sólo hemos conocido en el
motivo el valor y no la resistencia; ahora bien, todo puede ofrecer resistencia,
tanto el cuerpo como el pensamiento. Sólo en el contexto del esfuerzo la
voluntad tiende hacia su característica completa. Sólo me represento el
contenido de valor si domino el movimiento del cuerpo y el movimiento de la
idea. La primera función se encuentra en el registro de la representación
práctica; la segunda constituye la relación original del querer y la realidad que
es propiamente el obrar.
Del mismo modo que nada se puede decir de la pura presencia, de lo pleno de
la existencia, por medio de los sentidos que la acogen -pues todo discurso
permanece más acá del acontecimiento, del puro "esto", y resulta suspendida
la posibilidad o la necesidad, la generalidad del concepto, la ley-, otro tanto le
165 / 396
ocurre a la acción en tanto acontecimiento: no digo mis actos sino la intención
realizada en ellos. Lo único que puedo decir de la acción no es en absoluto su
presencia efectuada, sino su relación con la intención vacía que dicho acto en
mayor o menor medida viene a llenar. La "realización" -es decir el pasaje de la
posibilidad del proyecto a la realidad de la acción- entra en la categoría de los
"cumplimientos", que engloba tanto la consumación de un anhelo o de una
orden, como la satisfacción de un deseo o la repleción de un temor y, en el
orden de la representación teórica, la efectuación o actualización de una
presencia, para sufrirla, gozarla, verla. En esta realización de cumplimiento hay
que considerar dos aspectos: ante todo, el sentido de la presencia o de la
acción que "satisface" el proyecto, la orden, el deseo, el temor, etc., es el
mismo que el sentido del proyecto. "Reconozco" la intención vacía en el acto
pleno; existe una coincidencia, hay un "recubrimiento" entre el sentido pleno y
el sentido vacío; de lo contrario no podría declarar que "es esto o no es esto lo
que yo había querido". Por otra parte, dicha coincidencia es la existente entre
algo vacío y algo pleno. Esta metáfora de lo vacío y lo pleno es asombrosa;
conviene igualmente a la relación pensar-ver y a la relación pensar-obrar. Del
mismo modo que ese paisaje que veo cumple lo que pienso sólo por medio de
los libros de geografía y los relatos de viaje, la excursión que hago cumple el
vacío de mi proyecto de viaje. De manera que, en el sentido estrecho del
término pensar, que designa una intención de significación que carece de
presencia, el obrar trasciende al pensar, del mismo modo que el sufrir. el ver y
todas las formas de intuición también lo trascienden. En tal sentido, el obrar no
es paralelo al "puro pensar", sino al gozar, al sufrir, al ver: todos ellos se
encuentran en el límite del "puro pensar", del "designar en el vacío": lo
cumplen2.
166 / 396
pensar en el sentido amplio y del obrar se justificaría de la siguiente manera: la
intencionalidad coma tal es adinámica: el pensar es una luz, el obrar una fuerza;
los términos fuerza, eficacia, energía, imperio, producción, esfuerzo, etc.
pertenecerían pues a una dimensión del sujeto totalmente distinta de la
intención no-productiva de la percepción, el recuerdo, el deseo, el anhelo, la
orden, y en consecuencia de la intención igualmente no-productiva del proyecto.
167 / 396
con la causalidad física. Es una relación original de la subjetividad con el
mundo. Obrar es para un sujeto cierta manera de relacionarse con los objetos.
En ese sentido muy amplio podemos llamar intencionalidad práctica a la
relación del obrar con el término de la acción. Dicha intencionalidad no es ya la
de la representación que va desde el decidir hasta el proyecto, tampoco es, en
absoluto, la intencionalidad de una "representación": es lo simétrico de la
intuición, que cumple una intención teórica, es la acción que cumple el proyecto.
168 / 396
behavioristas hicieron otro tanto, como Tolman 5 . Pero la elevación de ese
punto de vista puede aún operarse a través de una psicología científica,
objetiva en el sentido que dimos a ese término en relación con la
fenomenología de la subjetividad. Hay que corregir de una manera aun más
radical la opinión de que "el objeto" de la acción, el término de la "realización",
es el movimiento. La forma motriz no es todavía el verdadero objeto de la
acción. En efecto, cuando obro, no me ocupo de mi cuerpo. Diría más bien que
la acción "atraviesa" el cuerpo. En seguida intentaremos reconocer el sentido
del cuerpo en relación con el término de la acción, cuando lo hayamos
encontrado. Me ocupo menos de mi cuerpo que del producto de la acción: el
cuadro colgado, el golpe del martillo sobre la cabeza del clavo. Lo que es
"obrado" (forjando una forma simétrica al término percibido) es la
transformación de mi entorno, es el factum recíproco del (acere, el "hecho" en
tanto perfecto pasivo6 , "lo que ha sido hecho por mí", el pragma. Si el
movimiento complejo de la mano que manipulea el martillo no es exactamente
el objeto de la acción, ¿diríamos entonces que tal objeto es la pared, el cuadro,
el clavo o el martillo? Tampoco esto sería aceptable. Si bien estas cosas
también se encuentran implicadas en "lo obrado en cuanto tal", lo hacen de
distinta manera que el cuerpo y no constituyen íntegramente el pragma.
Las articulaciones internas del pragma pueden analizarse con los conceptos
utilizados por Tolman. Todos ellos son teleológicos: el mundo es un "means-
end-field "; el mundo "obrado" me aparece ante todo por las cualidades y las
formas percibidas: podemos llamar discriminenda a esos índices considerados
en su función práctica, es decir en tanto para diferencias los instrumentos y los
caminos de la acción. Las otras dos nociones fundamentales utilizadas por
Tolman son manipulanda y utilitanda. Esta distinción es interesante: se trata en
ambos acaso de "means-objects" a diferencia del "goal-object" (por ejemplo, el
alimento que hace cesar el hambre); pero el manipulandum es la función
manejable y practicable del objeto considerado independientemente del fin: el
169 / 396
bastón puede ser tomado, el camino puede ser recorrido. El utilitandum es la
propiedad del manipulandum de conducir a. . .; se trata de la relación del medio
al fin: el camino recorrible conduce al alimento. Tolman ha señalado
particularmente el carácter equívoco, ambiguo, de estas relaciones teleológicas
de discriminación, de manipulación y de utilidad. El mundo de la acción es el de
la probabilidad práctica y en consecuencia aquel donde "la espera" puede ser
burlada, y aquel donde hay que hacer "hipótesis", arriesgar "ensayos". En
Koffka y en Lewin es posible encontrar un análisis comparable sobre los
caminos fáciles o difíciles de este mundo práctico. Tales autores insisten más
en el aspecto dinámico que en el teleológico del campo de comportamiento
desde el punto de vista descriptivo: cuando estoy acostado apaciblemente
sobre una playa, el campo es homogéneo, se encuentra en equilibrio, sin
tensión; un grito: ¡socorro! basta para transformar el campo en un "cono de
reclamo", atraído hacia el lado de los gritos. Los índices prácticos del mundo se
refieren a esta "practicabilidad" de nuestros caminos: obstáculos, pared,
perforación, escándalo, (escollo), enredo, etc.
De manera que el obrar se tiende entre el "yo" como querer y el mundo como
campo de acción. La acción es un aspecto del mundo. En todo proyecto se
encuentra envuelta implícitamente alguna interpretación: estoy en un mundo
donde hay algo que hacer; estoy embarcado para obrar en él; hace a la
esencia de toda situación que me afecta el plantear una cuestión a mi actividad;
una situación reclama una toma de conciencia y una obra corporal; hay cosas
por desenredar; a veces la urgencia de la situación solicita mi proyecto y me
impone obrar; otras veces es mi proyecto el que me hace producir la ocasión
misma donde se insertará atrapando otra ocasión que conduzca a la brecha
favorable. De todas maneras este mundo no es sólo espectáculo sino también
problema y tarea, materia a obrar; es el mundo para el proyecto y la acción;
hasta en el proyecto más inmóvil, el sentimiento de poder, de ser capaz, me
revela el mundo como horizonte, como teatro y como materia de mi acción.
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Si el obrar no termina en el cuerpo sino en el mundo, ¿qué significa el cuerpo
en él obrar? No es término de la acción, pero sí una etapa, con la mayor
frecuencia sin señalar, en esta relación con las cosas y con el mundo. Por un
movimiento de reflujo de la atención señalo mi cuerpo y constituyo su sentido
original: el cuerpo no es el objeto del obrar sino su órgano. La relación órgano-
pragma es una relación absolutamente específica. Decíamos antes que el
obrar "atraviesa" al cuerpo: es esta "mediación" original del órgano la que
queda así designada.
171 / 396
Por último, si trato al órgano como un útil, me comprometo en una regresión sin
fin; pues el útil tiene por sentido prolongar al órgano, si el órgano fuera el útil
del querer, éste debería ser orgánico, lo que supondría el problema resuelto.
Por otra parte, veremos que el dualismo del querer-sujeto y del cuerpo-objeto
se encuentra fundamentalmente acreditado por esta tendencia más o menos
explícita a tratar al órgano como un instrumento; la organicidad del cuerpo se
pierde de vista y el cuerpo entero, convertido en máquina, se convierte en
extraño al querer.
172 / 396
no sólo de proyectos, sino también de poderes (por otro lado, como veremos
en la tercera parte, de datos: carácter, salud, etc.). Los poderes son a la vez
residuos de acción y promesas de acción. Sólo aparecen ante la reflexión y al
margen de la acción, antes o después de ella. Tales poder-hacer pueden, por
otra parte, ser llamados saber-hacer, en un sentido práctico de la palabra saber,
que recubre exactamente el de la palabra poder (en inglés o alemán se dice: yo
puedo nadar, en francés se dice: yo sé nadar). En el mismo sentido, Tolman no
vacila en decir -en un lenguaje que se esfuerza por mantenerse en la línea
behaviorista- que la rata "conoce" el camino más corto: todo hábito, afirma,
puede recibir el nombre de "cognitiva postulation" de los aspectos del medio
circundante 10. Por nuestra parte emplearemos con frecuencia el término saber-
hacer en el sentido de poder. Pero puede pensarse que el término saber sólo
conviene verdaderamente a poderes humanos que han sido reflexionados, que
han atravesado la toma de conciencia. Llamaremos al saber-hacer un poder-
reflexivo.
173 / 396
tal o cual acción, -y ésta a su vez, y en razón de su carácter no-representativo,
es difícilmente reflexiva.
1. El dualismo de entendimiento
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del moverse debe aguzar este pensamiento por contraste con el entendimiento
divisor. Hay que encontrar un único universo de discurso donde el pensamiento
y el movimiento sean homogéneos.
Hay que rehacer el camino, si se quiere sacar del atolladero al problema del
esfuerzo; hay que renunciar a enlazar dos órdenes de hechos, los hechos
psicológicos y los hechos físicos, objetos mentales y objetos biológicos, y hay
que encontrar a partir del Cogito cartesiano el índice subjetivo del movimiento,
la moción corporal en primera persona (y asimismo, como ya se ha dicho, en
segunda persona). Este es el momento de recordar que el Cogito envuelve
cierta experiencia del cuerpo; éste figura dos veces, una vez del lado del sujeto,
otra del lado del objeto. Por una parte, mi-cuerpo-movido-por-mí se encuentra
englobado como órgano en la experiencia indivisible querer-moverse; la
docilidad y la resistencia de mi cuerpo forman parte de la experiencia de mi
querer como fuerza desplegada: el "yo quiero" se despliega eficazmente en
movimiento vivido. El Cogito es la intuición misma del alma unida al cuerpo, ora
padeciendo de hecho al cuerpo ora reinando sobre él. Sin duda vamos más allá
que el propio Husserl, al menos en su segundo período, correspondiente a las
Ideen; su última filosofía y su noción de Lebenswelt nos estimulan a extender la
intencionalidad más allá de la representación teórica, e incluso de la práctica (la
del proyecto) y a incluir en la conciencia su propia ligazón al cuerpo. Esta
extensión del método descriptivo amenaza seguramente hacerlo estallar; en
175 / 396
efecto, las nociones demasiado próximas al cuerpo carecen de claridad propia.
Conceptos tales como sentir, sufrir, moverse sirven más bien como índice,
como "signo" a una situación que el espíritu nunca puede llegar a dominar
perfectamente y que el entendimiento sólo puede reflexionar si la pervierte. Las
"esencias" son aquí inexactas al extremo e "indican" un misterio que el
entendimiento transforma necesariamente en problema insoluble. Experimento,
mucho más de lo que puedo saberlo por inspección directa del sentido de las
palabras, lo que son poder y moverse, y experimento asimismo que no hay
querer sin poder; lo comprendo en un solo ejemplo; pero esta proposición
eidética tan clara en sí misma se refiere a una certeza práctica que Descartes
denomina "el uso de la vida" y que desorienta al entendimiento. Los conceptos
que gravitan en tomo al moverse designan funciones que, nos animaríamos a
decir, son siempre "obradas", y que unifican prácticamente lo que el
entendimiento divide: el pensamiento del movimiento y el movimiento mismo.
La fenomenología debe superar una eidética demasiado clara, hasta llegar a
elaborar "índices" del misterio de la encarnación.
Ente esos índices, los más importantes son precisamente los que orientan
hacia la experiencia primitiva de ser una fuerza voluntaria, de poder mover mi
cuerpo y de moverlo efectivamente. "El entendimiento librado a sí mismo"
(intellectus sibi permissus) recae en el dualismo del Cogito; dicho intelecto sólo
refleja claramente las representaciones y carece de esta seguridad indivisible
de ser un querer que domina sobre su cuerpo. Dicha seguridad debe siempre
estar en tensión con la reflexión que la descompone y debe asimismo
reconquistarse a partir de ella; sólo así puede el entendimiento esclarecerla:
por contraste y por paradoja; pues sólo pensamos los misterios a través de
problemas y en el límite de los problemas.
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no-espacial. se espese en espacialidad no tiene sentido objetivo. Y esta
imposibilidad, que hace a la constitución misma de un mundo de objetos, es
más radical que la ley de conservación de la energía, de la cual siempre es
posible decir que se refiere a la estructura de un universo científico y que se
trata de un postulado limitado en su aplicación. Por ello el despliegue del
esfuerzo no tiene correlato objetivo que resulte exactamente paralelo a él. La
dependencia del cuerpo-propio al yo que quiere sólo guarda simetría en el
plano objetivo con un cuerpo que, por definición, se explica por otros cuerpos.
He aquí una razón más imperiosa que la precedente para que la experiencia
del esfuerzo constituya un escándalo para el entendimiento y para la ciencia
que se mantiene en el cuadro de las leyes generales de la objetividad, es decir,
del número y de la experiencia metódica.
Sin duda, esta anomalía explica qué dificultades eludieron los autores que
intentaron transportar al terreno objetivo de la biología un equivalente del
imperium voluntario. Recordemos el famoso ejemplo de Maine de Biran: el gran
filósofo creyó que era posible tratar al yo, tal como se encuentra envuelto y
revelado en la apercepción del esfuerzo, como una fuerza hiperorgánica
aplicada a la organización. Este filósofo consideraba que la mencionada fuerza
era al centro orgánico lo que éste es a los órganos 14 .Pero tal relación de
proporción carece totalmente de homogeneidad; esa fuerza hiperorgánica en
ningún momento resulta sugerida por el examen directo de la serie orgánica,
sino que sigue siendo una proyección dé la experiencia del Cogito sobre el
plano de los objetos; la idea misma de buscar el signo o el símbolo fisiológico
del querer contiene una absurdidad intrínseca.
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límite de sus fuerzas, la lucha contra la fatiga extrema me "presentan" (o me
"presentifican") un esfuerzo en segunda persona desplegado en un cuerpo en
segunda persona. La expresión del esfuerzo y, de una manera más amplia, la
expresión de la fuerza de voluntad me revela el imperio del "tú" sobre su
cuerpo, de un modo sin duda menos intuitivo que la reflexión sobre mí mismo,
pero al menos de manera inmediata e indubitable. En relación con dicha
experiencia en primera persona y en segunda persona de la fuerza del querer
sobre el cuerpo es posible elaborar el conocimiento objetivo del hombre.
Ahora bien, los guestaltistas han intentado una explicación que no regrese a lo
elemental, a lo "molecular". sino que permanezca en el nivel "molar" de la
descripción. Esta tentativa debe ser considerada con especial atención pues
pretende evitar los escollos del behaviorismo estricto de Watson e incluso los
178 / 396
del behaviorismo mitigado de Tolman 17. Antes hemos visto el uso que hacen
los guestaltistas de la noción de "medio de comportamiento" como campo
fenoménico de acción, por oposición al "medio geográfico" definido en términos
físicos. Tal campo fenoménico es recíproco del comportamiento que lo revela
como mundo de los "manipulanda" (para hablar como lo hace Tolman), al
mismo tiempo que el comportamiento replica a ese medio 18. El campo
fenoménico es pues el medio tal como aparece "behaviourally". Koffka no
ignora los enormes inconvenientes que suscita el pasaje a una. ciencia realista
de la conducta: él mismo señala que el medio de comportamiento del animal
sólo puede ser inferido a partir del comportamiento del animal en nuestro
"medio de comportamiento", de manera que la conducta aparente del animal se
sitúa con relación a mi "conducta fenoménica" o "vivida". Pero finalmente la
ciencia debe englobar tanto la "conducta aparente" del otro para mí como mi
conducta fenoménica o vivida y el medio de comportamiento relativo a esta
conducta aparente en un sistema objetivo de relaciones; dicho sistema no
puede en última instancia estar más que entre el medio geográfico real y el
organismo real. La conducta fenoménica y lo que la introspección llama
conciencia son, pues, simples reveladores de la conducta real de un organismo
con relación al medio geográfico. De tal manera uno es conducido a afirmar
que el medio de comportamiento y la conducta fenoménica están incluidos en
el organismo real y que el "ego fenoménico" lejos de incluir la totalidad de sus
relaciones, pertenece a título de sistema subordinado a la conducta fenoménica.
Esta inversión de perspectiva conduce a la noción central de campo
psicofisiológico 19, que es el único y el último universo de discurso con relación
a la descripción de conciencia o de comportamiento. El pasaje a ese campo
resulta facilitado por varios factores:
2. Por otra parte, la descripción del campo de percepción y de acción tal como
aparece y el carácter de la acción en dicho campo requieren una terminología
dinámica: el comportamiento concreto y la experiencia vivida sólo presentan
"totalidades de extensión temporal" (Lewin) si se los describe en términos de
fuerzas, de tensiones, de resolución de tensiones. Los conceptos dinámicos
suscitados por la descripción parecen invitar a una transcripción fisiológica e
179 / 396
incluso física. La objetivación del yo resulta facilitada por el parecido del
dinamismo descriptivo con un dinamismo explicativo. Precisamente, los
modelos de la fisiología y la física que Lewin y Koffka pueden invocar son ellos
mismos modelos dinámicos y no mecánicos; si la fisiología no está condenada
a explicaciones moleculares (mecánicas, anatómicas), si, al contrario, un
parecido de forma entre los fenómenos de conciencia y de comportamiento, por
una parte, y la realidad fisiológica, por la otra, puede señalarse por doquiera,
evitaremos los escollos del antiguo paralelismo y podremos hablar de un
isomorfismo entre los fenómenos de conciencia y de comportamiento, por un
lado, y el campo fisiológico inferido, por el otro. Consideramos que el
isomorfismo no es capaz de ocultar el verdadero hiato entre los productos de
descripción (conducta y vivencia) y el plano fisiológico de la explicación: pues ni
la conducta aparente del otro, ni mi conducta tal como me aparece se dan
como apariencia de algún campo objetivo de naturaleza fisiológica. En la
argumentación guestáltica se disimula una mala fenomenología de la
apariencia y, finalmente, de la percepción. El parecido estructural de la
fisiología y la fenomenología de la acción sólo reposa, como Köhler lo había
visto por un momento 20, en el carácter puramente formal de los conceptos
dinámicos, que por lo tanto son superiores al uso material que se hace de una
y otra parte.
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durables 23 . Con esto se hace posible tener un concepto general de acción: el
motorium de Lewin o, mejor, el executive de Koffka, la acción es una forma de
supresión de tensiones, junto a la supresión de tensiones sin acción, por la
organización sensorial o por el pensamiento: "La ejecución comprende todos
los medios por los cuales la acción puede suprimir o contribuye a suprimir
tensiones". Los trabajos de la escuela de Lewin, de considerable riqueza desde
el punto de vista descriptivo y a los cuales con frecuencia hacemos alusión, son
la puesta en práctica de la teoría de las tensiones en la psicología afectiva y
volitiva. Desgraciadamente, hay que temer que el guestaltismo y su doctrina del
"campo fisiológico total" no sean más que una vasta mitología: la existencia de
tensiones inconscientes y de una "organización silenciosa" de ninguna manera
nos obliga a incluir al Ego como una parte del campo; en la IIlera. parte
veremos que pueden integrarse tales hechos en una doctrina del sujeto y que,
al contrario, es la organización silenciosa la que se encuentra implicada por el
cuerpo propio.
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erróneamente, el falso problema de las relaciones entre la idea (subjetiva) y el
movimiento (objetivo). Pero esta distinción no puede sostenerse hasta el fin.
Los proyectos, como sabemos, son asimismo poderes retenidos en -el cuerpo y
legibles a partir del cuerpo del otro: como contrapartida, hay que afirmar que
nuestras acciones son intenciones encarnadas cuyo sentido es para mí mismo.
Por lo tanto, no puede remitirse "la idea" a la introspección y el "movimiento" al
behaviorismo. Como Lewin, rechazamos el falso dilema de la introspección y la
psicología de la conducta, pero intentamos superarlo, no objetivando el Ego,
sino formando nociones de la subjetividad salidas tanto de la percepción de sí
mismo como de la comprensión de la conducta del otro como segunda persona.
He aquí introducida una nueva peripecia que será el hilo conductor de todo
este capítulo: la moción, voluntaria del cuerpo no se da como la potencia nativa
de un imperium sobre un cuerpo inerte, sino como un diálogo con una
espontaneidad corporal que reclama el reino del hegemonikón. Por lo tanto;
reencontraremos en el registro de la moción voluntaria nuestro principio de la
reciprocidad del querer y de lo involuntario. Nuestro plan ya se encuentra
trazado:
182 / 396
entonces completamente burlada? Con el principio de la reciprocidad del
querer y lo involuntario, ¿no introducimos un nuevo dualismo? Sin duda alguna,
pero este dualismo, o mejor, esta dualidad "dramática", recubre y oculta una
verdadera vinculación del pensamiento y el movimiento, que hay que buscar
más acá del esfuerzo; es en lo involuntario donde se opera el vínculo, viviente
e imposible de desgarrar, entre la idea y el acto. Se arroja así una nueva luz
sobre todo nuestro anterior análisis: el dualismo no es sólo una exigencia del
entendimiento; es también, a su manera, una realidad cotidiana: "Homo simplex
in vitalitate, duplex in humanitate", gustaba repetir Mame de Biran. La unión del
compuesto humano se realiza demasiado abajo como para poder capturarla
con facilidad. Lo que ante todo nos es dado es el debate, que mantenemos
durante toda nuestra vida, con nuestro cuerpo; pero hay que saber ahondar
más abajo de esta lucha entre el esfuerzo y el cuerpo, hasta el pacto vital
inscripto en las poten-cías involuntarias del movimiento. Allí es donde hay que
buscar la unidad ontológica del pensamiento y el movimiento, más acá de la
dualidad del querer y lo involuntario. Es decir que la descripción de lo
involuntario no sólo deberá revelarnos la materia prima del esfuerzo sino
también esta “simplicitas in vitalitate” que es más fundamental que toda
dualidad.
Las funciones involuntarias del movimiento estudiadas aquí son tres: los saber-
hacer preformados, las emociones y los hábitos. La primera piedra del edificio
no es el reflejo ideo-motor, a saber el vínculo mecánico de un movimiento con
la idea de dicho movimiento, sino la vinculación preformada de las formas
motrices más flexibles con las percepciones reguladoras absolutamente
extrañas a todo conocimiento erudito del cuerpo e incluso a todo aprendizaje
de movimiento.
4. La disociación patológica
183 / 396
La patología nos revela un nuevo tipo de dualismo: por disociación, “liberación
funcional" o "represión"; este dualismo no permite comprender directamente la
unidad normal del hombre y la dualidad dramática que dicha unidad envuelve:
se fracasa en el intento de comprender una función a partir de sus desórdenes;
sólo lo normal es inteligible; no hay inteligibilidad intrínseca a la patológico;
pero lo que es un poder para un querer, las potencias involuntarias sólo toman
todo su sentido por el querer que las hace inteligibles ordenándolas y
conduciéndolas a nivel humano. Nos engañaríamos creyendo que la
disociación patológica restaura una simplicidad primitiva; lo degradado no es
simple; los productos de la enfermedad son en gran parte productos originales.
Pero al mismo tiempo hay que afirmar que lo normal contiene la posibilidad de
lo patológico; más que su posibilidad, su amenaza y su atractivo. La realidad
humana es una dualidad "dramática" construida sobre una unidad vital. Entre
mi voluntad y la espontaneidad corporal y mental siempre se inscribe una
discordancia naciente. La relación inestable entre la voluntad y las funciones
que le dan una apropiación del cuerpo contiene la posibilidad permanente de
una liberación de las funciones domesticadas. Tal es el principio de lo
patológico.
NOTAS
1. Jean Nabert, Elérnents pour une 3. Recordamos una vez más que la
éAlue, págs. 1936. subjetividad debe ser entendida en su
2. Sobre el —cumplimiento- del -pan- sentido amplio: yo y tú; y en sus mani
sar en vacío—, cfr. Husserl, Logisc4e Un- festaciones corporales: mi
cuerpo y tu
tersuchungen, ll, 5to. estudio, cuerpo.
4. Koffka, Principles of Psychology, a las conversaciones ordinarias, y
abste
págs. 25-41, distingue como Tolman Ja niéndose de meditar y estudiar las co
conducta molar en un "medio de com- sas ejercidas por la imaginación, uno
184 / 396
portamiento" y los movimientos mole- aprende a concebir la unión del alma y
el
culares de la reflexología. cuerpo".
5. Sobre el "behaviorismo molar", 13. Blanché, La notion de fait psy
Tolman, A new formula for behavio- chique, págs. 49-59, 222-6. rism, Ps.
Rev. 29, 1922, págs. 44-53. El
comportamiento molar se distingue del 14. Maine de Biran, Réponses á Stap
movimiento que estudia el fisiólogo por fer, en Morceaux choisis, publicados
por
la unidad orgánica de una acción que H. Gouhier, págs. 231-253.
"persiste hasta que" se alcanza un repo- 15. Tolman, Purposive behavior,
Ps
so fisiológico. Tolman llama "purpose" Rev., 1928, pág. 538. Tolman and
Bruns
a esta "persistencia hasta que. . .", Cfr. chwick, The organism and the causal
tex
Purposive behavior in animals and men, ture of the environment, Ps Rev.,
1935, 1932.
págs. 43-77.
6. J.P. Sartre, Esquisse dune théo- 16. Tilquin, Le behaviorisme, págs.
ríe des émotions, Hermann, 1939, págs. 404-6, 414-439, 457-66. 30-33.
17. Koffka, Principles of Gestalrpsy
7. El conjunto de estos trabajos fue chology, págs. 25-41 y passim.
publicado por la Psych. Forschung a par- 18. Ibid., pág. 32, definición de la
tir de 1926 bajo el título: Untersuchun- conducta. gen zur Handlungs-und
Affekt-psycholo
gie. Del propio K. Lewin: Vorbemerkun- 19. Ibid., págs. 41-68.
gen über die psychische Kráfte and Ener- 20. K&hler, Gestaltpsychology.
gie and über die Struktur der Seele,
¡bid., 1926, págs. 294-329, y: Vorsatz, 21. Husserl, Ideen, 1, parágrafos 9-17.
Wille and Bedürfnis, ¡bid., 1926, págs. 22. Koffka, o.c., págs. 319-342. Koff
329-385; cf. más abajo, págs. 255, n. 2, ka invoca el comienzo de la toma de
con
306, n. 1 y 2. ciencia, donde no existe aún Ego, y ar
8. Behavior in animals and men, gumenta a partir de la atribución de as
1932, cap. V., Cf. Tilquin, Le Behavioris pectos psíquicos a otras partes del cam
me, págs. 356-418. po (música, paisaje, rostro del otro); viendo en todo ello no
hechos de inten
9. Gabriel Marcel, Journal métaphy- cionalidad sino vicisitudes de la "segre
sique, pág. 236 y ss. gación".
10. Tolman, Purpose and cognition, 23. )bid., págs. 342-367. the
determiners of animal teaming. Ps
Rev., 32, 1925, págs. 285-297. Citado 24. Kurt Lewin, Vorbemerkungen ü
por Tilquin, Le behaviorisme, págs. 363- ber die psychische Krafte and
über die
4, Stru ktu r der Seele, •Psych. Forschung, 1926.
Il. Descartes, Lettre à la princesse
Elisabeth, 28 de junio de 1643 (y ya el 25. Tratado de las Pasiones, art. 18. 21
de mayo de 1643).
26. Sobre génesis y significación, cf.
185 / 396
12. Ibid. "Acudiendo sólo ala vida y más abajo, III Parte, cap. 11, IV.
186 / 396
LA ESPONTANEIDAD CORPORAL
CAPITULO II
LA ESPONTANEIDAD CORPORAL
Para evitar todo equívoco, digamos ante todo que entenderemos por reflejo un
tipo descriptivo de reacción y no un esquema teórico e idealmente simple,
salido del análisis e impuesto como explicación de acciones complejas. Ya se
sabe a qué críticas se vio sometida, luego de treinta años, la teoría del reflejo:
según la interpretación mecanicista, el funcionamiento de conjunto del sistema
nervioso sería una suma de procesos parciales de tipo mecánico: un stimulus
definido obraría sobre un receptor localmente definido y produciría una
respuesta definida; las consideraciones anatómicas, topográficas, gobernarían
la forma de la respuesta; es cierto que autores como Sherrington han buscado
llenar la separación entre la observación real y esta concepción por el juego de
leyes de composición, irradiación, inhibición, integración, etc.
Los criterios que retenemos conducen al tipo involuntario realizado por los
diversos tipos de movimientos elementales, a saber, cierta estereotipia, una
autonomía relativa con relación a la vida impulsiva y afectiva y, sobre todo, una
187 / 396
incoercibilidad fundamental con relación a la voluntad. Tales reflejos se
distinguen en el interior mismo del comportamiento organizado que Goldstein
opone al reflejo teórico de los clásicos. Pero nuestra tarea no es fisiológica
como la de Goldstein, sino psicológica. La psicología del reflejo comienza con
el estudio de las funciones que dicho reflejo cumple y, más precisamente, con
el estudio del carácter involuntario de las mismas. Lo importante en tal sentido
es que los reflejos, a diferencia de otros movimientos primitivos, son
incoercibles, inasimilables a una síntesis voluntaria; por lo tanto, no entran en el
esquema circular de lo voluntario y lo involuntario, sino secundariamente en la
medida en que la voluntad puede limitarlos en amplitud o retardarlos en su
desencadenamiento. Para la conciencia los reflejos señalados se producen a
pesar de sí misma; realizan un involuntario absoluto y no relativo a la voluntad.
Estoy en su sede y aparezco ante mí mismo como conciencia epifenómeno de
esta acción que se me escapa.
188 / 396
etc., sobre las cuales se construirán al infinito gestos nuevos, se distinguen
fundamentalmente de los movimientos producidos en nosotros sin nosotros,
por una acción de las cosas sobre nosotros (los términos producto y acción son
tomados en su sentido descriptivo y no explicativo y causal). Vamos a
suministrar algunos ejemplos antes de considerar su oposición general.
1. Defensa y protección
189 / 396
de la envoltura exterior del ojo, de la córnea y de la mucosa conjuntiva, el
estornudo y la secreción nasal que responde a una excitación del conducto
auricular del oído medio). Se trata de reflejos del sistema extero-ceptivo que
sólo guardan relación con la sensorialidad por su acción protectora. A este
grupo hay que agregar los mecanismos de expulsión que sirven a la protección
de los órganos de asimilación: la tos que expulsa los sólidos o líquidos que
irritan la mucosa traqueal y el vómito que responde a la irritación de la
campanilla por cuerpos demasiado grandes o particularmente filosos 8.
Todos esos reflejos representan funciones muy estrechas y tan útiles que la
voluntad no tiene ocasión de combatirlos; hacen de manera más adecuada lo
que una conducta inteligente haría con demasiada lentitud; con todo, la
conveniencia o la voluntad de superar un peligro o una prueba pueden ponerlos
en conflicto con la voluntad; ésta podrá en ocasiones ir más allá y sumergir de
alguna manera esta función estrecha en la amplitud y la tenacidad de una
conducta concertada; así, el que ha decidido franquear una barrera de gases
lacrimógenos no podrá, ciertamente, evitar lagrimear, pero puede conseguir
que el reflejo no altere por sus incidencias la línea general de acción ordenada
por una intención de conjunto. Otras veces, la voluntad podrá reprimir
relativamente el desencadenamiento del reflejo (por ejemplo, la tos o el
estornudo), en cuanto esos mecanismos no siempre son acciones que se
bastan a sí mismas, sino un momento de una conducta emocional, o imitada, o
sugerida por representaciones. El soldado de patrullaje que quiere impedirse
toser o estornudar se encuentra en la frontera de lo irreprimible y lo irreprimible;
podemos imaginar a dicho soldado acusado de haber hecho fracasar un golpe
de mago por su torpeza; entonces en el consejo de guerra se plantearía el
serio interrogante siguiente: la tos o el estornudo ¿comprometen la
responsabilidad del hombre? De todas maneras, la voluntad puede
sobreponerse al reflejo sin. asimilarlo; el control está limitado a los músculos
situados en un trayecto voluntario y -se circunscribe a un retraso o a una
limitación de la amplitud del reflejo.
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se asemeja a las emociones-chocantes; sorprende, asombra y desconcierta al
querer que demanda dilación y respuesta concertada; hay pocos límites tan
brutales para el querer como el choque, es como si una presencia bruscamente
absorbente ocupara la capacidad de la atención, aturdiendo su potencia de
volverse a considerar otra cosa, y rebajando brutalmente el nivel de eficacia del
querer10; lo que nos interesa aquí son los movimientos localizados y
relativamente adaptados que constituyen los verdaderos reflejos del dolor; sin
participación cortical, la reacción presenta una adaptación asombrosa11.
Prácticamente la voluntad nada puede. Y sí logra tratar de reprimir, de limitar el
desencadenamiento de los reflejos, es porque el movimiento se encuentra en
un trayecto voluntario, porque el mecanismo neuro-muscular permite al órgano
responder y porque la acción de choque y extenuación permiten aún pensar y
querer 12.
191 / 396
observarse en los deportes de ataque y de defensa: en el lenguaje corriente se
los llama reflejos, pero el hecho mismo de que aprendemos a complicarlos, a
corregirlos e incluso a invertirlos en las fintas y en las sabias tomas de la lucha,
el boxeo, la esgrima, nos debe advertir que se trata de algo totalmente distinto
de los reflejos. Son conjuntos motores muy variables, ordenados por
percepciones, que constituyen un primer uso del cuerpo en relación con objetos
percibidos globalmente y a la distancia, un primer ajuste de la motricidad a los
sentidos; son en sí mismos inertes mientras un impulso, susceptible de ser
suspendido, no los anime. Sé golpear pero sólo lo hago en el temor, en la
cólera. Todo el impulso del gesto reside, no en el montaje perceptivo-motor
sino en el impulso de la necesidad, la pasión, la voluntad.
Existe por otro lado todo un grupo de reflejos cuyo punto de partida es un
órgano sensorial, siendo el órgano móvil que conduce el sentido el que los
efectúa: se trata de los reflejos de acomodación y exploración: guiñar los ojos
ante la brusca irrupción de un objeto o bajo el efecto de una luz intensa y súbita,
seguir con los ojos un objeto que no sale del campo visual, acomodar, preparar
los ojos en convergencia hacia un objeto poco distante, he allí una serie de
reflejos que por otra parte no son incoercibles en el mismo grado; entre ellos
los hay que se gobiernan por sinergia (por ejemplo, la contracción de las
pestañas, la convergencia y la acomodación) y que no manifiestan reflejos de
defensa sino más bien de orientación, de adaptación a una situación:
constituyen la parte refleja de la atención; no se dan como reflejo de mi cuerpo
192 / 396
sino como rapto de mi atención por las cosas, como imperio invencible del
mundo sobre mi conciencia. Pero, como en la defensa, el reflejo esboza un
ajuste de primera urgencia; la voluntad más lenta sólo reina en la dilación; si
bien no entra normalmente en conflicto con ellos (a título de ejercicio o de juego
puedo intentar no guiñar los ojos); además, como ocurre con los reflejos de
apropiación, estos reflejos de acomodación y exploración se insertan en ciertas
conductas más amplias, de observación, de búsqueda, cuyos segmentos más
importantes no son de tipo reflejo: de tal manera la atención-reflejo parece
fundirse en la atención espontánea o incluso voluntaria, gobernada por la
sorpresa emotiva o el esfuerzo.
Se objetará que estos reflejos se distinguen menos de los saber-hacer que los
precedentes, pues reaccionan ante un objeto percibido a la distancia mientras
que los reflejos del dolor procederían de una excitación esencialmente no
sensorial. En la misma medida se distinguen de las conductas preformadas de
exploración, de la locomoción, de la prensión, de la manipulación que ajustan
primitivamente toda la vida de relación con la percepción. El niño de días que
dirige la mano en la dirección de un objeto visual, el de meses que esboza los
movimientos del andar, no son la sede de una acción aislable, cuasi fatal. Su
acción se subordina a necesidades y es indefinidamente educable. Los reflejos
sensoriales más que continuaciones de la percepción como acto del sujeto son
la empresa material de las cosas sobre nosotros. Percibiendo a distancia
padezco a nivel de contacto la acción de la cosa. Pero, con todo, la continuidad
del reflejo respecto del saber-hacer preformado se afirma aquí a pesar de su
diferencia; la acomodación o la fijación refleja de la mirada, por ejemplo,
prepara una conducta adaptada; ciertamente, no se trata aún de una
"respuesta adaptativa", sino sólo de una "puesta a punto" de órganos como en
el caso de los reflejos de asimilación; pero la conducta que implica a todo el
organismo incorpora la reacción del órgano local; desde el punto de vista
fenomenológico esta última se disimula en la conducta de conjunto, respecto
de la cual no es más que un segmento.
193 / 396
comprender al organismo y, lo que aquí nos interesa, una conducta
verdaderamente orgánica, partiendo del reflejo; pero, a su vez, en virtud del
principio metodológico que Goldstein nos recuerda y que, por nuestra parte, no
dejamos nunca de aplicar en la presente obra, "el progreso del conocimiento
sólo puede hacerse en la dirección hacia lo más "perfecto" y jamás a la
inversa"16.
Por otra parte, cada conducta de alguna manera local está orgánicamente
ligada a una postura de conjunto que le sirve de fondo y sobre la cual se
destaca como un proceso de figura. Goldstein también ha mostrado que los
conjuntos figura-fondo así realizados por las posturas globales en las cuales se
incorpora cada movimiento parcial no son ilimitadas en número como ocurre,
por el contrario, con las variaciones en la situación: la acción tiende a realizar
cada vez un "comportamiento privilegiado" 18: de modo que, por ejemplo, para
mostrar un objeto, describir un círculo, etc., a partir de una posición inicial
(erguido, inclinado hacia delante, etc.) el organismo adopta espontáneamente
una postura notable, tras la cual se modulan las posturas familiares a cada
individuo que le dan un sentimiento de facilidad, de comodidad y de dominio.
Parece que hay que aproximar a este fenómeno las leyes de "buena forma"
que se observan en la percepción; se puede por lo tanto afirmar que, siendo
dada una tarea, una intención, una situación de comienzo, una postura inicial,
existe un diseño privilegiado de la acción que realiza el "comportamiento
privilegiado".
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no venga a animarlos como desde dentro. Puedo esbozar un golpe de manera
grosera sin haberlo aprendido, pero sólo lo hago en el temor y el terror. El
elemento motor no es aquí el signo, sino el impulso que la voluntad podrá
tomar por cuenta suya. Aquí se ilumina una ligazón esencial de tres términos:
necesidad, signo perceptivo, saber-hacer: tal esquema es irreductible al tipo
máquina 20. De ahí que el signo no produzca el movimiento a la manera del
estímulo del reflejo sino que sólo lo ordena, pues la verdadera fuente del
movimiento reside en la tensión entre la necesidad y las "cuasi-necesidades";
sin embargo, como la necesidad es vivida como aprensión de un "carácter de
reclamo" con respecto al objeto, es de alguna manera el objeto en el mundo el
que extrae de mí los primeros gestos; pero no me los arranca como el estímulo
del reflejo me anima desde fuera; si el objeto de mi deseo trasiega de mí el
gesto mismo de tomarlo y manipulearlo, es como dentro de mí que su "carácter
de reclamo", residente en el mundo, me seduce. Aquí, lo involuntario es, por
una parte el impulso salido de la necesidad, y por la otra la regulación del
movimiento en cuanto a la forma llevada a cabo por los signos externos. La
incitación se encuentra en mí, en tanto soy un ser de carencia e impulso, y
puede componerse con la incitación del querer; el vínculo involuntario del
saber-hacer al signo no conviene a la incitación, al desencadenamiento, sino a
la forma de desenvolvimiento del movimiento. Pero con motivo del hábito
retomaremos esta distinción.
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inmediatamente encadenada a la excitación y el medio al fin 22. Por ello la
voluntad sigue naturalmente al reflejo y es, de alguna manera, contigua a él y lo
continúa. Pero este estrecho encadenamiento no constituye una reciprocidad
de lo voluntario y lo involuntario. Se deduce, más bien, de la solidaridad
específica entre la voluntad y la vida que estudiaremos en la III Parte, más que
del imperio sobre sí mismo. El reflejo está en mí sin mí mismo. El saber-hacer
constituye por su parte una figura de lo involuntario en el sentido especial de
que las ligazones más primitivas entre la percepción y el movimiento jamás han
sido queridas ni aprendidas. Todo lo que podemos decir del andar o del
movimiento de aprensión es que la coordinación interior del movimiento y su
coordinación en un sistema de objetos reguladores es anterior a toda voluntad;
este involuntario no significa que el niño no pueda (al menos no de manera
definitiva) impedirse a sí mismo tomar los objetos que ve, sino que los impulsos,
susceptibles de ser domesticados e integrados por la voluntad, se prolongan
naturalmente en gestos útiles y primitivamente adaptados al mundo tal como es
percibido. He allí, en la figura de lo involuntario instrumental o mejor, estructural,
la vinculación más primitiva entre el Cogito percipiente y el Cogito obrante. Que
sepa hacer ciertos gestos elementales sin haberlos aprendido es, por otra parte,
la condición de todo aprendizaje voluntario; no puedo aprenderlo todo; no
puedo aprender, una primera vez, a ligar un movimiento a mi percepción; y ya
la unión del "yo puedo" al "yo percibo" se encuentra sistemáticamente operada
en estructuras inertes que el impulso de las necesidades, de las pasiones y de
las intenciones voluntarias puede llegar a conmover. Volveremos a
encontrarnos con este tipo de involuntario en la base de los hábitos. El
problema de la adquisición de hábitos es, en gran parte, el de la constitución de
una maquinaria motriz, cada vez más compleja, que depende de signos cada
vez más alejados de los signos primitivos y que ostentan, también ellos, una
complejidad creciente.
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de la acción con ocasión de la enfermedad y la cierran con ocasión de la
satisfacción y, por otra parte, a las estructuras de la percepción que ordenan
los elementos variables de la acción. Toda acción es un gesto significativo y no
un mosaico de movimientos; es el carácter de necesidad y el sentido del
mundo percibido lo que da su estilo a la acción elemental. Ahora bien, una
acción suscitada por la necesidad es apta, por principio, para la regulación
voluntaria. Puedo asumir una necesidad o rechazarla pero no puedo hacer lo
mismo con un reflejo; en cuanto a la estructura preformada que liga gestos a
percepciones, se trata de una estructura inerte; ahora bien, el saber-hacer es la
fuente de todas las aptitudes corporales que sólo brindan a la voluntad asideros
y permiten a la libertad inscribirse en el mundo.
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Se desearía que la representación del movimiento y más particularmente la
representación kinésica de ese movimiento tenga algo con lo cual producir a
partir de sí misma el movimiento correspondiente. Se desearía además que el
movimiento voluntario se derive por inhibición y corrección del reflejo ideo-
motor.
Ahora bien, tal reflejo es de un tipo singular si se lo compara con los que
hemos encontrado hasta el presente: singular por su destino en la vida mental,
por su educabilidad, que contrasta con el carácter aislable y con la
incoercibilidad ordinaria del reflejo; singular por su estructura: todos los otros
reflejos son una respuesta a un excitante que no guarda relación alguna con el
movimiento producido; este excitante produce el movimiento sin pasar por la
idea dé tal movimiento. El carácter insólito del reflejo en cuestión es
sorprendente.
Tal poder reposa sobre una construcción bastante artificial que la experiencia
no verifica. Se supone que el movimiento producido por azar o el movimiento
pasivo son percibidos por los diversos sentidos externos o internos y que en
razón del estrecho vínculo entre el movimiento y su percepción, la traza de esta
percepción tiene a su vez el poder inmediato de reproducir el movimiento. La
sensación de movimiento, haciéndose imagen de movimiento, se convertiría en
causa de movimiento; entre esas imágenes, las imágenes kinésicas tendrían
un poder particular a causa del carácter de la sensación muscular de
movimiento que adhiere de alguna manera más que ninguna otra al movimiento,
sea éste pasivo o impulsivo. Se llega así al primado de la imagen kinésica, y no
se vacilará en llamarla imagen motriz en el doble sentido de imagen que
representa un movimiento y de imagen que produce un movimiento. Tal poder
inmediato no supondría antes de él más que una producción accidental de
movimiento; pero no, hablando con propiedad, un aprendizaje; en tal sentido
sería decididamente primitivo; de tal modo se explica este extraño poder causal
acordado a la semejanza existente entre una representación y un movimiento 24.
Actualmente ya no se puede dudar que tales "imágenes motrices" son una pura
construcción: aquí la crítica se reúne de manera inseparada con el proceso de
los centros de imágenes que ha sucedido al período de los "esquemas" en la
famosa querella de la afasia. El estudio de las reacciones primitivas del niño
pequeño y la psicología experimental del "learning" tampoco parecen confirmar
esta interpretación del reflejo ideo-motor 25 .
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temporales que forman el verdadero contexto de la acción y cuyo poder
regulador se encuentra, en parte, preformado. La representación previa del
gesto desempeña una función muy episódica en esta regulación del
movimiento; con frecuencia tiene incluso una acción parásita y perturbadora
sobre la ejecución correcta; muy a menudo somos incapaces de hacernos una
representación exacta del movimiento, en particular de los movimientos
compensatorios, de las posturas globales que equilibran el gesto principal. La
función normal de las representaciones del movimiento no es lanzar al
movimiento, ni siquiera ordenarlo, sino apreciarlo retroactivamente (lo que no
excluye que esta apreciación sea proseguida a lo largo de la ejecución según
las articulaciones naturales de la acción). Tal es lo que hace el bailarín, el
patinador, etc.; el modelo sirve para controlar en su conjunto al movimiento en
curso de ejecución; constituye una suerte de ensayo imaginario de nuestros
actos, que puede, por otra parte, substraerse completamente a su función de
regulación, separarnos de la acción y hacernos deslizar en la vida soñada y no
ya ordenada. Los signos reguladores del acto más primitivos no son pues en
ningún grado anticipaciones imaginarias del movimiento; subordinan
enteramente el movimiento a otra cosa distinta de él 26. Esta unidad vital de
ciertas percepciones y de ciertas acciones es la verdadera fuente de las
acciones que el hombre sabe hacer sin haberlas aprendido: de ella se deriva el
poder de regulación de las imágenes del movimiento. A nivel de estos saber-
hacer preformados es donde la acción del cuerpo resulta entrañada en el
conocimiento del mundo.
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Más allá de la explicación que se adopte, hay que negar decididamente el
carácter reflejo de la imitación: la imitación no presenta nunca el carácter
estereotipado, aislable, irreprimible, del reflejo. La acción semejante puede ser
un poder motor primitivo, pero es un poder de regulación y no de producción
mecánica. El modelo, como todo objeto regulador, opera a distancia; suscita
pues una acción espontánea y no una reacción refleja; esta acción sólo se
despierta si el modelo posee un carácter de reclamo que constituye el prestigio
del "socius"; sólo bajo esta condición la forma percibida por un sujeto ordena su
acción. Si. el gusto de imitar sufre la réplica del desprecio, del desinterés, en
suma, si del modelo no emana ningún prestigio, dicho modelo no suscita
ninguna acción semejante. Por lo tanto, la imitación forma parte de las acciones
subordinadas a tendencias susceptibles de ser suspendidas. El modelo sólo
parece tener acción inmediata porque acumula propiedades formales notables
y un prestigio que constituye su carácter de reclamo específico. Puede verse
hasta qué punto es peligroso llevar demasiado lejos la solidaridad estructural
de las formas percibidas y las formas motrices. Fuera de los reflejos
propiamente dichos, los objetos no obran más que con la complicidad de
impulsos afectivos asimilables por la voluntad. El modelo ordena el movimiento
pero no lo produce. Lo ordena acaso por un poder inmediato de lo semejante
sobre lo semejante, pero esta acción no posee de ninguna manera una eficacia
completa y aislable.
5. Conclusión
Son pues los saber-hacer preformados los que conducen el destino ulterior de
la acción humana. Son esos esquemas de acción acordados con la presencia
del mundo los que servirán de células melódicas a todos los hábitos del cuerpo;
a su vez, los saber-hacer aprendidos se encuentran bajo una forma
desordenada y, a veces, desfigurada en la emoción que, en tanto
"desbaratada" por esos. saber-hacer preformados, realiza aún un ajuste
grosero a la situación; los asideros que puedo tener en el mundo y que hacen
eficaz a la libertad suponen esta primera continuidad entre el Cogito percipiente
y la moción del cuerpo propio: conocimiento y movimiento se anudan más
fundamental y primitivamente que lo que podrá hacerlo la moción concertada y
voluntaria del cuerpo. Aquí el Cogito mental y corporal, el pensamiento y el
movimiento realizan una unidad imposible de desgarrar, más acá del esfuerzo.
Homo simplex in vitalitate, decía Maine de Biran.
Al mismo tiempo que resuelve en el principio y más abajo que toda reflexión,
que todo saber, que toda voluntad, la incomprensible unión del movimiento y el
pensamiento, el saber hacer se da como la materia de un esfuerzo posible. Tal
es lo que lo distingue radicalmente del reflejo. Y esta distinción es de principio.
Uno puede estar tentado de negar el carácter radical de la siguiente oposición:
la diferencia entre producir un movimiento y ordenarlo aparecerá acaso como
una diferencia de grado y no de naturaleza; se dirá por ejemplo que si los
signos perceptivos estuvieran solos producirían infaliblemente el movimiento a
la manera de un reflejo y se dirá asimismo que los saber-hacer revocables no
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son más que automatismos impedidos por el conjunto del estado mental. El
saber-hacer no diferiría del reflejo más que por su mayor aptitud para
integrarse en las acciones de campo total (para hablar como los gestaltistas); la
acción primaria sería de un tipo único, el automatismo indiferenciado. Hay que
temer que exista en esta perspectiva sistemática un prejuicio primero. Por
principio, los elementos formales, estructurales de la percepción sólo obran en
una constelación de factores que son impulso accesible al dominio voluntario.
Una forma no puede obrar sola; sólo ordena una acción ligada con un carácter
del objeto que refleja tal impulso.
Il. La emoción
Puede parecer paradojal que situemos la emoción entre los medios o los
órganos del querer y no entre sus motivos. El parentesco mismo de los
términos "emoción" y "motivo" parecerían sugerirlo. Con todo, diferentes
razones nos han parecido decisivas en favor de un tratamiento distinto de la
emoción.
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movimiento involuntario. Por nuestra parte nos proponemos mostrar: 1º, cómo,
en la emoción, el movimiento adhiere sin hiato a pensamientos, cómo, en
consecuencia, a nivel de lo involuntario y más acá del esfuerzo, se opera
misteriosamente el pasaje del pensamiento al movimiento; 2º, cómo se
comprende lo involuntario de la emoción con relación a un querer que dicho
involuntario conmueve, y que a su vez no se mueve si no es movido.
Reservaremos para un análisis posterior, y luego de un estudio semejante del
hábito, la dialéctica del esfuerzo y la emoción. En este momento sólo
comprendemos el encadenamiento de todas las potencias involuntarias entre sí
y con relación al hegemonikón: pues el sentido siempre viene de lo alto y no de
lo bajo, de lo uno y no de lo múltiple.
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psicología moderna hace surgir la emoción de un choque y la describe como
una crisis, Descartes la hace proceder de la sorpresa y la describe como una
incitación a obrar de acuerdo con las vivas representaciones engendradas por
dicha sorpresa. Actualizaremos, pues, por nuestra parte, el examen de las
emociones-choques y mostraremos ulteriormente cómo prolongan el desorden
naciente en toda emoción-sorpresa, desfigurando su significación funcional.
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maneras, la ausencia o la ficción pueden salirnos al encuentro, golpearnos,
asombrarnos. Esta observación nos pone ya en guardia contra una concepción
refleja de la sorpresa: ésta es a la vez un choque del conocer y un
estremecimiento del cuerpo, mejor un choque del conocer, en un
estremecimiento del cuerpo.
Pero, como contrapartida, un juicio de novedad tan rápido y envuelto como uno
quiera no es la emoción de sorpresa. La emoción se nutre de la retención
corporal; el choque del conocer se encuentra en el trayecto de reflejo del
estremecimiento y del estupor corporal sobre el pensamiento. ¿Cómo
comprender en sus dos sentidos este proceso circular? ¿Cómo un breve juicio
de novedad puede producir en el cuerpo un golpeteo de corazón, una inhibición
difusa, un estupor que coagula el rostro y dispone a las partes móviles de los
sentidos para la acogida? ¿Por qué a su vez esta disposición del cuerpo es una
disposición del espíritu orientada a considerar el objeto y a detenerse en él? Es
dudoso que se pueda hacer otra cosa que discernir un poco más el misterio y,
con cada momento de la emoción, captarlo por parcelas. El hecho primitivo del
asombro consiste en que la atención se despierta a partir del cuerpo, y un
objeto se impone al pensamiento. Entonces, el pensamiento encarnado ya no
va a ser nunca más puntual ni se encontrará reducido a deslizarse
indefinidamente por encima de las cosas sin detenerse; el cuerpo impide que el
encuentro con lo nuevo sea un toque fugitivo; hace que la conciencia se
exponga, de alguna manera se anonade en una representación: puede
comprobarse con la admiración que la función de la emoción es, como ha dicho
Descartes, "fortificar y conservar una impresión" 38; el cuerpo amplifica y
magnifica el instante del pensar, dándole como espesor de duración el tiempo
de sobrecogimiento del cuerpo; por la sorpresa, un pensamiento se impone, de
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alguna manera, físicamente. Pocas pasiones no extraen de allí alguna fuerza:
estima o desprecio, magnanimidad, orgullo, veneración, humildad, bajeza,
desdén. "Y su fuerza, dice Descartes, depende de dos cosas: a saber, de su
novedad y de que el movimiento causado por ella tiene desde el comienzo toda
su fuerza. Pues un movimiento así tiene más efecto que aquellos que van
creciendo poco a poco, pues estos últimos puede fácilmente desviarse" 39 al
querer resulta sorprendido, es decir que se lo toma desprevenido, asimismo
toda atención voluntaria de retomarse a partir de una primera atención que es
involuntaria y debe además realizar un esfuerzo muscular: mientras la atención
involuntaria tiene por resonador todo el espesor visceral y cierto estupor
muscular, la atención voluntaria que la movilizará o que se opondrá a ella
tendrá también su componente muscular. La atención más abstracta es
también corporal40. En tal sentido Ribot tiene razón: no hay atención sin cierta
suspensión del cuerpo y, en particular, de los órganos móviles de la
sensorialidad; pero este aspecto motor de la atención no es más que la
envoltura de un primer juicio; dicho aspecto deriva de allí a partir de un
fenómeno original de frustración del control.
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esta anticipación; de tal modo pudimos reducir provisionalmente la voluntad a
una suerte de mirada que ora considera, ora se desvía; pero la emoción
introduce en toda evaluación un elemento visceral y motor que hace, a su vez,
que toda decisión se tiña de cierto efecto corporal. Elegir es asimismo
mantener a raya al pueblo de músculos que durante la motivación presionan al
acto.
Hay que distinguir el proceso circular que deja una suerte de iniciativa al cuerpo
de una presencia del cuerpo infinitamente más discreta y absorbida por entero
en la materia de la intención imaginante. En efecto, ¿.en qué sentido puede
decirse que la imagen tiene un momento afectivo? J.P. Sartre ha mostrado en
Lo imaginario 45 que toda imagen es ante todo un saber. sólo me imagino lo
que sé, lo que es otra manera de decir que tratando de observar una imagen
no aprendo nada nuevo.
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Pero la imagen hace más que designar en el vacío al objeto o valor ausentes,
da una cuasi-presencia de ellos. Aquí intervienen movimiento y actitudes
musculares que diseñan y esbozan lo ausente y sentimiento que apuntar al
matiz afectivo. Sentimientos y movimientos desempeñan la función de
analogon, de equivalente concreto del objeto (lo que Husserl llama Darstellung).
Me figuro lo ausente a partir de su presencia afectiva y kinésica: afecto y
movimiento son la materia, la hylé de la imagen. La relación entre el saber y el
afecto en la imagen es una relación de forma a materia. El fenómeno circular
de la emoción por el cual un juicio de valor se incorpora una turbación corporal
se nos muestra mucho más complejo que la relación del saber al analogon
afectivo-motor. La turbación corporal adopta allí una importancia y una suerte
de iniciativa que hace difícil tratarla como la carne, como el pleno (la Fülle de
Husserl) de la imagen. La emoción se distingue por esta amplificación orgánica
que es más que la hylé. Con esto basta para respetar la originalidad de esta
actitud emotiva que describimos aquí con relación a la imagen-retrato, a la
imagen representativa. Hay una filiación desde la imagen más intelectual hasta
la representación conmovedora y desde ésta a la anticipación alucinante que
se encuentra, más bien, en la emoción-choque: cuanto más nos alejamos de la
imagen para tender a la emoción propiamente dicha, más se borra la
intencionalidad auténtica del sentimiento que habíamos reconocido envuelto en
la imagen no-emotiva: el sentimiento apunta a la expresión misma de las cosas,
no es aberrante; con la emoción, el sentimiento auténtico del matiz afectivo de
las cosas cede lugar a esta apariencia de un mundo mágico que no es más que
la transformación de la turbación orgánica en el Cogito. Cuanto mayor sea la
medida en que la orquestación corporal de la emoción conduzca a la
imaginación afectiva, al sentimiento propiamente dicho, más aberrante se hace
ésta. Esto explica sin duda que la imaginación haya dado lugar a juicios tan
opuestos. J.P. Sartre espera mucho de la imaginación, acaso hasta el secreto
de la libertad. En el poder de apuntar a lo ausente, Alain no reconoce más que
el dominio del error de los moralistas clásicos, el comentario delirante del
desarreglo corporal 46. Pero el primero describió a la imaginación apacible, con
débil resonancia orgánica, en la que el cuerpo es la discreta hylé del saber,
mientras el segundo describió a la imaginación turbada, que está en el trayecto
de retorno de un verdadero desorden orgánico. Todo esto es cierto: en la
imagen espectacular es efectivamente nuestra libertad la que "aniquila" lo real;
pero en la imaginación necesitad, ligada a nuestros bienes y nuestros males,
se encuentra en el trayecto del desorden que conduce a la figuración cuasi-
alucinatoria del bien y el mal; en ese estadio extremo, la reflexión ligada a la
dilación resulta anulada; el ser viviente se encuentra como en contacto con el
bien y el mal, y apresado por la agitación 47. La imaginación afectiva del amor y
del odio está a mitad de camino entre la imagen-espectáculo y la imagen-
alucinación, del mismo modo que la sorpresa se encontraba a mitad de camino
entre el sentimiento circunstancial y el choque. Es todavía un desorden
naciente el que juega una función normal en la dialéctica de lo voluntario y lo
involuntario.
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exalta la tensión; ahora bien, desenvolviendo, de alguna manera,
corporalmente, el prestigio de la imagen, la emoción agrega un elemento
corporal específico que compromete más particularmente a la moción
voluntaria.
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Pero la tristeza y la alegría no plantean problemas distintos de los planteados
por las otras emociones. La tristeza y la alegría ¿implican verdaderamente la
opinión de que yo poseo un bien y un mal? El cuerpo siempre desempeña allí
la función de amplificación de la opinión que hemos creído encontrar en otras
partes.
Siempre existe una opinión difusa sobre el bien y el mal que me alcanzan en la
tristeza y la alegría: es inclusive la piedra de toque de la emoción de alegría y
de tristeza en relación al dolor, al goce, al humor alegre o sombrío. El bien
poseído, el mal que nos afecta son su discreta armadura intelectual. Uno
encontraría siempre un escorzo y una capacidad indefinida de juicios en la
alegría y la tristeza. El juicio, muy envuelto en sí mismo, parece inexistente por
el carácter mismo de su objeto: en efecto, el sentimiento de triunfo o de fracaso
que reside en el alma no conduce hacia un bien particular; es la apreciación
global de una relación de conveniencia entre mí mismo y el todo de mi
situación. En la alegría, el ser se siente superior a su situación y gusta su éxito
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con respecto a su propio destino; en la tristeza, gusta su daño y su debilidad.
Pero, como en toda emoción, el juicio sólo es el punto inicial de un pequeño
trastorno en todo el cuerpo; ¿qué sería la alegría sin esa ligera aceleración del
pulso, sin ese agradable calor expandido por todo el cuerpo, sin esa dilatación
de todo el ser? ¿y la tristeza, sin un aprisionamiento sentido en torno al
corazón, sin un hundimiento generalizado? James tiene razón. apartadlo que
sea alegría y tristeza...
Hay que sostener, a la vez, que la alegría y la tristeza nada serían sin una
secreta apreciación del nivel alcanzado por el ser, que nada serían sin una
celebración en todo el cuerpo de ese pensamiento confuso que se desenvuelve.
en la profundidad visceral y motriz de dicho cuerpo. No hay dos alegrías, una
corporal y otra espiritual 51: en realidad, toda alegría es alegría intelectual, al
menos confusamente, y corporal, al menos a título de esbozo y aunque inscriba
en el cuerpo la posesión de bienes y males que, con la mayor frecuencia, son
extraños a la utilidad del cuerpo. En tal sentido, James tuvo razón al rechazar
una distinción de principio entre la emoción "fina" y la emoción "grosera".
Ambas participan del mismo tejido corporal. Sin duda, la emoción fina tiene una
intensidad vivida fuera de proporción con la amplitud del trastorno corporal que
la orquesta; pero su intensidad y su fineza se explican por otras razones; y ante
todo por el poder que posee la alegría de hacernos accesibles a la alegría
expandida por el universo y pintada en la fisonomía que revela el grado de ser
de cada cosa. Su fineza es la agudeza y la potencia que brindan a nuestra
lectura del mundo. Pero su carácter de emoción sólo está completo con toda la
resonancia corporal.
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conoce el reposo definitivo. En los descansos de la tristeza y de la alegría se
arma el deseo.
d) Acerca del deseo como emoción. Aquí nos encontramos con la emoción
conquistadora, con la emoción motriz por excelencia, el deseo: deseo de ver,
de oír, de poseer, de guardar, etc. El amor anticipaba la unión, el deseo la
busca y tiende a ella; el amor triunfa por adelantado, el deseo milita. Ahora bien,
el deseo nace de cierto juicio, que a veces es muy confuso, a través del cual
nos representamos la conveniencia para nosotros de una cosa y, a la vez, la
posibilidad de alcanzarla; desear es representarse que se puede hacer algo en
dirección al objeto deseado.
Como una corza suspira tras las aguas que corren, Así suspira mi alma a tu
zaga, oh Dios. (Psalmo 42)
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corporal y su cualidad de emoción). Pero esta definición del deseo por el
movimiento naciente sólo es verdadera en el marco del fenómeno circular, es
decir en tanto el cuerpo improvisa bajo el signo del valor. Considerado desde
este ángulo motor, el deseo, como señala Descartes, no tiene contrario: "Es
siempre el mismo movimiento el que lleva a la búsqueda del bien y, a
continuación a huir del mal que es su contrario”54. El deseo propiamente dicho
y la aversión sólo se distinguen por el matiz de amor, esperanza y alegría, de
odio, miedo y tristeza que los colorean respectivamente; en última instancia,
sólo se distinguen por el horror al mal y la representación del placer que
motivan la búsqueda o la huída. Pero el deseo como tal es la fuerte inclinación
a obrar que se eleva desde todo el cuerpo, y que puede orientarse hacia el
objeto o en sentido contrario, sin que por esto la significación del deseo se vea
afectada. Significación que es la disposición misma del querer moverse de
acuerdo con el fin representado 55. El deseo duplica la motivación y aureola
todo valor de los movimientos nacientes o suspendidos; asimismo, luego de la
decisión, mantiene alertas los esquemas de acción que lo inscribirán en el
mundo. Sin duda, desde un punto de vista estrictamente biológico, el apetito y
la defensa no son simétricos; pero la imaginación que anticipa el objeto de la
necesidad y el objeto del dolor hace del deseo y el miedo verdaderos
contrarios56. Y con un movimiento semejante todo nuestro cuerpo nos incita a
perseguir el bien aparente o a huir del mal aparente. Asimismo, la protección
del cuerpo presenta fases de ataque, de defensa, de inmovilidad, de engaño
que ora convierten el deseo en búsqueda y ora en huída; la orientación del
deseo no se sustenta en su esencia; dicho deseo sólo es la vigilia aguda de
todo el cuerpo listo para el movimiento.
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obstáculo que lo une a la cólera, como se ve en la exaltación del combate. El
deseo es lo irascible en lo concupiscibles58.
Esta síntesis parece confirmada por la naturaleza misma del juicio que se
encuentra envuelto en el deseo y que lleva a la vez hacia el fin y hacia los
medios; es posible hacerlo aparecer con más relieve considerando no ya el
deseo como es vivido, sino el objeto deseado en su contexto de mundo: el
mundo del deseo es el mundo donde hay cosas que reclaman ser alcanzadas o
evitadas y dificultades que permiten o prohíben pasar; en el objeto deseado se
constituye la vinculación entre un carácter de reclamo y un camino más o
menos arduo. La descripción del mundo por el deseo comporta una reflexión
sobre el mundo como practicable o impracticable, fácil o difícil, ofreciendo
brecha y obstáculo, barrera y rodeo, y esto tanto en el tiempo como en el
espacio, representando la ocasión, justamente, una suerte de brecha en el
tiempo.
Por ese carácter de "irascible" el deseo es, entre todas las emociones, la más
próxima a la acción: resume todo lo involuntario en los confines del acto.
Asimismo puede decirse que a través de lo irascible el deseo entra en el
registro de la moción voluntaria, y no de la motivación, y con él ocurre lo mismo
que con toda la emoción. La sorpresa ante lo nuevo está hecha de anticipación
afectuosa del valor prometido y, de tal manera, la acción se ofrece bajo las
especies de los músculos dispuestos del cuerpo ávido. El deseo es el cuerpo
que osa e improvisa, el cuerpo acordado al tono del acto; por eso es la
disposición a querer. Todavía, la sorpresa era, a pesar de su aspecto motor e
incluso por él, la pasividad en el seno mismo de la conciencia y la ocasión de la
rebelión del cuerpo, el amor dejaba a la conciencia bajo el atractivo del valor; el
deseo es el primer ímpetu, cuerpo y alma, hacia el objeto. Por ello todo el peso
de la ética lleva finalmente al deseo y a los medios de ordenarlo 59.
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Acaso sea cierto que en las grandes conductas emocionales como el miedo y
la cólera, o inclusive la alegría y la tristeza desarrolladas y expuestas en
conductas durables, la apariencia del mundo para la acción resulte
enteramente alterada. El deseo no va tan lejos; por el contrario, realza y
subraya sus articulaciones; el deseo es el aspecto excitante del mundo. Incluso,
el mundo sólo es fácil o difícil con relación a ciertos polos de atracción o de
repulsión. Un mundo sin deseo es un mundo en el que las estructuras prácticas
se borran pues no hay nada que atraiga o repela. Es el relieve de los
"caracteres de reclamo" (Lewin), el que a su vez hace resaltar la viabilidad de
los caminos practicables. Dicho de otra manera, lo irascible siempre está
subordinado a lo concupiscible; el mundo sólo me interesa como medio si me
toca corno fin.
2. La emoción-choque
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y por sí misma termina disparándose. El exceso de sorpresa suprime las
condiciones de la reciprocidad del querer y de lo involuntario; del mismo modo
que el hombre sólo es posible orgánicamente entre los límites de ciertas
permisiones del universo (temperatura, presión atmosférica, etc.), sólo es
posible psicológicamente si las desnivelaciones y los desequilibrios de su
situación psico-espiritual no superan ciertos límites. El hombre es orgánica y
psíquicamente frágil. Parecería incluso que esta fragilidad es la cuota que debe
pagar por su evolución. El exceso en la inminencia del bienestar y de la
desgracia, el exceso en la impotencia frente a los peligros lo arrojan a un
desarraigo que, en el tiempo de la descarga, es casi incoercible. Pero la
inminencia extrema, la privación extrema de medios de respuesta sólo arrojan
fuera de sí a un ser cuya escala de valores se encuentra en equilibrio inestable,
apoyada en el estrecho asiento de un cuerpo amenazado: un golpe, y todo el
edificio humano de bienes y males se hunde. Pradines recuerda en esta
ocasión 64 que la imaginación se apodera, por otra parte, de nuestros más vivos
intereses, los nutre de anticipación y los arrastra en una suerte de delirio
alucinatorio, y tiende a llevar el futuro evocado de esta manera al campo de las
amenazas presentes, con lo cual la dilación resulta suprimida y nuestras
respuestas son tomadas de improviso. De modo que la regresión de la
emoción-choque es una regresión humana; nos hace caer en un plano animal.
La animalidad, volveremos a repetirlo, está perdida definitivamente, el hombre
no puede inventar más que desórdenes humanos; tal el rescate que hay que
pagar por un orden demasiado frágil. La incoercibilidad de la emoción-choque
es específica. Se trata de una incoercibilidad de ruptura que sólo imita de lejos
al reflejo. Pero sólo la incoercibilidad resulta simulada, no así la naturaleza
propia y menos aún la adaptación a la primera urgencia. Las condiciones
mentales del `choque" ya nos advierten que el primer plano del trastorno
corporal, tomado en conjunto, disimula un curso más sutil y muy sintético de la
conciencia 65; pero una conciencia que se simplifica sigue siendo más compleja
que una conciencia librada a un simple reflejo como el estornudo. La emoción
no es un reflejo, pues su acceso surge a continuación de pensamientos a
veces muy envueltos. A continuación de la percepción y la evaluación
rapidísima de una situación y un contexto de valores, en suma, a continuación
de una motivación que, con frecuencia, se esboza muy discretamente. Incluso
bajo la forma de choque, la emoción, a diferencia del reflejo, realiza el pasaje
viviente de un pensamiento naciente a una agitación corporal; la emoción no
pertenece a la mecánica del reflejo que va del cuerpo al cuerpo, sino al misterio
de la unión del alma y el cuerpo. Tal cosa la aproxima inesperadamente a los
saber-hacer en los que el Cogito percipiente se prolongaba en gesto; esta vez
bajo el signo de cierto desorden, el movimiento sale del pensamiento para
refluir luego a él. Tal es el fenómeno circular que vamos a encontrar también en
la emoción-choque, pero al margen del control voluntario. James es irrefutable
cuando sostiene que el trastorno orgánico no es un efecto de la emoción sino la
emoción misma. Pero no es exacto que el trastorno salga de la situación por
vía del reflejo, ni que la emoción sea la toma de conciencia de dicho trastorno.
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respuestas desesperadas es el eslabón intermediario entre el choque y la
sedición corporal; a partir de aquí el cuerpo se adelanta solo; el jinete yace en
el suelo; parecería que la emoción no es más que un epifenómeno del cuerpo.
Lo notable en esta descarga es que por un lado la parte motriz del trastorno
escapa al control, mientras que, por el otro, se sumerge de alguna manera en
la masa visceral del trastorno, que escapa de todos modos a la jurisdicción
voluntaria. Si la emoción nunca puede ser imitada íntegramente, ni ser
reabsorbida por vías del control muscular, es a causa de su parte visceral; la
voluntad que ataca a la parte motriz de la emoción, no logra sobre ella más que
éxitos parciales y precarios; el aspecto motor de la emoción adhiere, de una u
otra manera, a todo el espesor visceral del trastorno. Además, no es exacto
que la emoción sea la toma de conciencia del trastorno orgánico. Si se insiste
particularmente en el trastorno visceral, no es posible asombrarse de la
banalidad y, sobre todo, de la incoherencia del trastorno orgánico. Con
respecto a las modalidades del Cogito que se dan, en cada oportunidad, como
una actitud bien diferenciada y unificada -miedo, cólera, alegría, etc.- , la
psicología sólo encuentra un mosaico de secreciones, de contracciones, etc.,
que reaparecen en cada emoción de acuerdo con variaciones exclusivamente
cuantitativas. ¿Bastará acaso, para hacer aparecer el sentido, aunque sea
desfigurado, de la emoción, con señalar la organización, la forma de la
conducta que se -`toma" en el trastorno orgánico? Todavía no es más que una
parte de la respuesta, pero merece que la examinemos.
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involuntario. Aun bajo la forma extrema del choque, la emoción es un tipo
original de lo involuntario, donde una sedición del cuerpo resulta gobernada por
un choque, es decir por un juicio-relámpago en el que todos nuestros intereses
están alertados y se encuentran arrojados en la balanza; el juicio rápido por el
cual evalúo un peligro que me amenaza, una pérdida que me afecta, una injuria
que me hiere, un bien inesperado que me detiene, explota en trastorno y en
gestos desordenados. No hay emoción sin evaluación, pero tampoco hay
emoción que no sea más que dicha evaluación. Por eso siempre es cierto que
hay que encontrar representaciones en la raíz de la emoción y que, a la vez,
dicha emoción es el reino del cuerpo. Pero, si el entendimiento divisor tiende a
disociar el plano de las representaciones y el de lo automático, la emoción une
sin distancia el choque del pensamiento y la sedición corporal en esta
continuidad vital del alma y el cuerpo que reside por debajo de todo esfuerzo
posible. El fisiólogo que analiza el trastorno motor e incluso el guestaltista que
encuentra allí la forma global dan un diagnóstico objetivo, a través del cuerpo-
objeto, de una experiencia global en la que se encuentra implicado el cuerpo
propio de una manera específica, pues por una parte la orientación intencional
está "tomada" en el espesor orgánico y, por la otra, ésta resulta "trascendida"
en un nuevo aparecer del mundo del obrar. Este ensayo de filiación
descendente de la emoción-choque a partir del desorden funcional de la
emoción-sorpresa, más que a partir del sentimiento regulador en el sentido de
Janet y de Pradines, nos permite capturar en un caso preciso la invención
humana del desorden a partir de la espontaneidad de lo involuntario.
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nuestra acción a las exigencias de un mundo difícil. Es así que J.P. Sartre
busca el sentido del fenómeno de la emoción más allá de la diversidad
orgánica informe y carente de sentido ante el cual se detiene la fisiología; el
mismo se vincula a los hechos que le dan una finalidad oculta y que engañan a
la conciencia. Dicho pensador retoma el caso del enfermo de P. Janet que se
hunde en una crisis de nervios por no poder sostener la conducta demasiado
difícil de la confesión; se sirve asimismo de las descripciones de la cólera en el
artículo de Dembo, donde en el que la cólera aparece como una solución de
menor expendio frente a un problema prácticamente insoluble. Agrega allí
notables análisis sobre el temor activo y pasivo, sobre la alegría, la tristeza,
donde cada emoción es una actitud adoptada por la conciencia en lugar de la
conducta superior, demasiado difícil. Considera dicho autor que la emoción no
puede a la vez ser un desorden y tener un sentido. Es indispensable que la
conciencia vaya, por mutaciones de su espontaneidad, de sentido en sentido y
que tales significaciones representen, cada una de ellas, una constitución de la
conciencia en su totalidad. Solución barata, es cierto, pero solución en la que la
conciencia se compromete totalmente, a sí misma y a su cuerpo: somos
nosotros los que nos rebajamos, los que nos situamos en un nivel más bajo. Es
la conciencia la que pasa de la forma razonable a la forma emotiva. "Sólo ella
puede por su actividad sintética romper y reconstituir las formas
incesantemente". Por lo tanto, no habría más que acciones del alma.
Si, como se ha descripto, el deseo sólo realiza los acentos afectivos y prácticos
del mundo y dispone al cuerpo a querer en sus sentidos, dicho deseo se aleja
entonces tanto de una concepción patológica de la emoción como de una
interpretación que la reduciría a un rebajamiento de la conciencia a un nivel
mágico. En el deseo, la emoción todavía no es una conducta adoptada para
sustraerse a las exigencias de un mundo demasiado difícil; es, más bien, la
impaciencia de la dificultad: la emoción no es, por esencia, la liquidación de un
fracaso, no hay en eso más que un desarrollo ulterior y una suerte de accidente
secundario de la emoción. Tampoco es posible sostener que el deseo
comporta siempre una magia naciente; es algo demasiado conciliable con el
primado del querer: lo mismo que el querer sólo gobierna bajo la amenaza de
un desorden naciente, se podría decir que sólo hace uso del mundo según sus
exigencias determinantes en favor de una ilusión en estado naciente. Inclinarse
hacia la dificultad, ¿no es acaso experimentar la derrota de la acción, negarla
con todo el cuerpo? Ahora bien, la magia comienza cuando el intervalo de
tiempo y de lugar se siente anulado y cuando el escalonamiento de los medios
declina. Todo esto es cierto: pero entonces el elemento mágico del deseo no es
su ímpetu, el alerta del cuerpo y los sentidos, sino el amor y el -odio que lo
envuelve: el amor y el odio son precisamente esta anticipación de la unión y de
la separación: el obstáculo resulta allí suprimido mágicamente. Ya soy uno con
el objeto deseado. Por el amor hay pues en el deseo un vértigo naciente; este
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deseo sólo es militante porque es triunfante por anticipación; pero al mismo
tiempo podemos ver que lo mágico es como el estado germinal y mantenido en
suspensión en el flujo de la energía del deseo. Si, por lo tanto, la conciencia se
abisma completamente en una conducta mágica, como ocurre acaso en la
cólera o el temor, por descomposición de la verdadera emoción y por liberación
de lo mágico, dicha conciencia circula a través de toda acción: pero allí
concurren también no pocas pasiones y, acaso, un obscuro consentimiento.
"Para creer en las conductas mágicas hay que estar trastornado" 74. De esta
manera, J.P. Sartre concuerda con el hecho de que la conciencia no se da el
trastorno fisiológica de la misma manera que se lo da en la emoción fingida.
Pero entonces, ¿es posible todavía afirmar que, en el nacimiento del trastorno
fisiológico, el cuerpo sigue la intención de la conciencia, que la conciencia "vive
y realiza 'espontáneamente el obscurecimiento de las relaciones deterministas
del mundo, y que la emoción sucede" a una degradación espontánea y vivida
de la conciencia ante el mundo? Lo cierto es que el estatuto del cuerpo en la
emoción no está ordenado de manera satisfactoria cuando se hace de él una
suerte de materia para una intención de la conciencia, `la presencia a sí misma
sin distancia de su punto de vista sobre el mundo", "el punto de vista sobre el
universo inmediatamente inherente a la conciencia" 75.
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Consideramos que hay que sustituir la idea de espontaneidad de la conciencia
por la idea de una "pasión" del alma por el hecho del cuerpo. Ahora bien, sólo
existe "pasión" para una acción posible. La emoción realiza una inherencia vital
del cuerpo a la conciencia, en tanto que la revolución del cuerpo sigue a ciertos
pensamientos y esboza por su parte una acción que conmueve y fuerza al
querer 76.
Acaso podría reprocharse el oculto idealismo de una teoría del cuerpo propio
que lo reduce a ser un órgano de la espontaneidad de la conciencia. La
existencia humana es como un diálogo con un involuntario múltiple y
proteiforme -motivos, resistencias, situaciones irremediables-, al cual el querer
responde mediante elección, esfuerzo, consentimiento. Padezco este cuerpo
que conduzco. Pero afín es necesario distinguir este asalto de lo involuntario
del cautiverio de las pasiones. El principio de la pasión es la esclavitud que el
alma se da a sí misma. El principio de la emoción, como bien lo viera Descartes,
es la sorpresa. Pero como con la mayor frecuencia la emoción es el paroxismo
corporal de las pasiones, lleva la marca de la esclavitud y acumula la potencia
corporal de la emoción y la potencia totalmente espiritual de la pasión. La
conciencia mágica nace de dicha acumulación. Una voluntad purificada de
pasiones conocería aún ciertas emociones, pues todavía sería susceptible de
sorpresa y de choques que, acaso, la podrían destrozar pero ya no esclavizar.
3. La emoción pasión
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maneras. La mayor parte de las emociones, la alegría, la tristeza, el temor, la
cólera se separan a partir de un fondo pasional que introduce otro factor
involuntario distinto de la sorpresa o el choque. La emoción aparece allí como
el momento ardiente de la pasión 79.
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sentido la emoción es una pasión naciente o renaciente, pues sin cesar
constituye su momento inicial; la emoción es la juventud de nuestras pasiones,
principalmente por ese pequeño estremecimiento de sorpresa en el que
Descartes había visto, con tanta claridad, la aurora de todas las pasiones, por
esa "admiración" que inaugura todo pensamiento grávido de carne.
Si las primeras actitudes emocionales eran irreductibles a los reflejos, con más
razón lo son estas conductas emotivas donde puede reconocerse un escorzo
de pasiones; nunca son más que reflejos imperfectos; el momento de la
emoción consagra en una descarga del cuerpo toda la esclavitud que el alma
se da a sí misma a través de la pasión, al mismo tiempo que pone
verdaderamente el querer a merced del cuerpo revolucionado. Tal es toda la
ambigüedad de la emoción; en cuanto no es un reflejo sino un escorzo de la
pasión, cae parcialmente bajo la sabiduría: si siempre nos sorprende, y hace
fracasar a las armas que quieren vencerla en su propio terreno, el del cuerpo,
sólo nos queda tomarla por arriba, en las pasiones, respecto de las cuales la
emoción no es más que un momento ardiente: uno sólo se cura de la cólera
curándose de la estima excesiva hacia sí mismo y de la susceptibilidad a la
injuria que deriva de ella: son esos males imaginarios, opresores del querer, los
que constituyen la materia combustible de la emoción. Si la cólera no
contuviera todo eso, si fuera un simple reflejo, ¿cómo comprender entonces
que los moralistas le hayan consagrado tantas máximas e incluso., a veces,
verdaderos tratados? El propio ejemplo de Descartes es asombroso. Descartes
comienza como físico, pero a medida que va numerando las pasiones, se
desliza progresivamente de una explicación por lo automático a una
apreciación moral donde parecería que nos damos nuestras pasiones tanto
como las padecemos; no es por azar que el miedo y la cólera, donde los
psicólogos modernos ven el tipo de la emoción, sólo aparezcan muy lejos,
luego de la estima hacia sí mismo, del orgullo, etc.; el odio y la tristeza los
nutren y en el trasfondo hace estragos una excesiva estima de sí mismo y de
los bienes cuya privación nos amenaza; por ello, según Descartes, la
verdadera mediación para la cólera reside en la generosidad, es decir en la
exclusiva estima del libre albedrío 81.
El miedo reclama las mismas observaciones. Junto al miedo violento que nace
de un encuentro terrorífico y que constituye una emoción-choque, hay un miedo
que se adelanta al encuentro y que tiene por clima la expectación informe, está
más cerca de la angustia que del terror: ansiedad del combatiente antes del
ataque, miedo del músico o del orador. "Observando bien, no hay otro miedo
que el miedo al miedo", Dice Alain82; el espanto de un encuentro terrorífico está
secretamente armado por este miedo que se nutre de anticipaciones fabulosas;
ahora bien, si el miedo puede brotar de la nada de objeto, de la nada de la
expectación, por eso mismo se encuentra de uno al otro extremo tejido de
pasiones. Según Descartes, no se trata de una pasión primera, sino que
siempre constituye un "exceso de debilidad, de asombró y de temor" 83. En tal
sentido, es lo inverso al ardor, cuyo objeto es la dificultad; ahora bien, si el
ardor vive de la esperanza, es decir de la atención aguda puesta en el fin que
uno se propone alcanzar, a pesar de las dificultades que sólo suscitarían temor
y desesperación si se las considerara por sí solas, el miedo vive en aquel que,
demasiado preocupado por sí mismo, coloca en el lugar de la vida y sus bienes
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una avaricia que lo hace indisponible para las grandes tareas. El que no piensa
en su cuerpo y desprecia su eventual destrucción no está lejos de librarse del
miedo, aunque éste dependa de algo más que de la sorpresa. Por ello la
generosidad es también el verdadero remedio para el miedo. Esto, para decir
que si en la emoción me arrebata mi imperio, es porque antes algunos
pensamientos- y casi siempre algunas pasiones- habían precedido a esta
revolución.
III. El hábito
1. El hábito humano
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gobierna toda la búsqueda empírica, es que el viviente "aprende" con el tiempo.
Reflexionar sobre el hábito es siempre evocar el tiempo de vida, los asideros
que el viviente ofrece al tiempo y los asideros que gracias al tiempo dicho
viviente adquiere sobre su cuerpo y "a través" de él, sobre las cosas. De
manera que "aprender" define al hábito no sólo nominalmente sino por el origen:
el hábito se da como lo que no se encuentra preformado sino "adquirido" por
una conquista de la actividad.
Pero el reflejo condicional está por debajo del nivel de un verdadero "learning",
incluso en el sentido más amplio, que abraza la psicología animal y la humana;
el reflejo condicionado sólo puede transferir, por asociación, el poder
reflexógeno de excitantes primitivos (o absolutos) a excitantes nuevos, ninguna
conducta nueva procede de tal transferencia, que no pone en juego la actividad
del viviente, que no reclama una modificación de sí mismo por su propia
actividad 84.
En cuanto al método de ensayos y errores, expresa sin duda más iniciativa del
ser que va al encuentro de la sanción afectiva, e incluso una "intención"
(purpose) en el sentido de Tolman; pero a nivel humano sigue siendo un
expediente; se recurre a él cuando ya no se puede comprender determinado
problema y cuando no hay esquema, modelo externo o interno que pueda guiar
el análisis y la síntesis de los movimientos en dirección al gesto total que hay
que realizar. Por otra parte, este método no da cuenta del carácter propio de la
mayor parte de los hábitos humanos, de los hábitos "técnicos", de los hábitos
de civilización y cultura, de los hábitos morales cuya motivación afectiva de
nivel vital es débil y cuya elaboración franquea con creces las sanciones
elementales del placer y el dolor; su adquisición exige, además de la
comprensión de la tarea, un esfuerzo renovado incesantemente, para sostener
el ímpetu de los ejercicios y para mantener el nivel de pretensión o de ambición
del sujeto. Estos hábitos superiores tienden más a formar al hombre en el
viviente, que a desarrollar tendencias y aptitudes previas, en suma, a conservar
el viviente en el hombre. En tal sentido, son por excelencia maneras adquiridas
de existir85. Por ello nos dirigiremos en primer lugar al nivel de los hábitos
adquiridos voluntariamente.
Pero si bien no hay hábito alguno que no se adquiera sin la voluntad, ésta no
tiene con todo el poder directo como para constituir hábitos: sólo puede activar
o impedir una función específica de formación que bien podríamos llamar
involuntaria: el ejercicio de ese poder "espontáneo" -en sí mismo no querido-
de librar de la actividad de percepción, de movimiento, de evocación
imaginativa, de juicio, etc., formas que, a medida que son "segregadas", se
asimilan a mi propia actividad, se adelantan a -las nuevas operaciones y se
insertan en la duración viviente que acompaña mi presente; se trata de las "pre-
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percepciones", que me ayudan a orientarme entre los nuevos objetos de
percepción, -las "preconcepciones" y "prenociones", que, condensando
pensamientos anteriores, se hacen a su vez pensantes más que pensadas-, las
formas motrices, que se libran del aprendizaje de tal movimiento y facilitan el
ejercicio de movimientos emparentados, etc. Volveremos a detenernos en
estas diferentes formas adquiridas. A. Burloud ha consagrado un notable libro a
estas "tendencias" y "esquemas" que sirven de intermediarios entre el esfuerzo
y el organismo 86, subrayando, con razón, que la actividad de segregación y de
integración que libera y organiza a estas formas es independiente de la
voluntad y que el "dinamismo" psíquico debe buscarse por debajo del esfuerzo,
contrariamente a la concepción "monárquica" de Maine de Biran, que concentra
toda la actividad en el hecho primitivo del esfuerzo 87.
2do. El hábito se define por su origen, pero también por su manera de afectar
la voluntad: el hábito es "contraído ' o se encuentra en vías de ser "contraído".
Decir que el hábito es contraído no significa que se lo haga entrar, como se
dice, en la "fase de estado"; el hábito naciente, el hábito en vías de edificación
es contraído por el solo hecho de que, de ahora en más, me afecta; mi poder
de decisión se enfrenta con algo- irreparable, obra del tiempo; los famosos
adagios sobre el primer acto, sobre el primer movimiento extraen todo su
sentido del contragolpe ejercido por el hábito, a medida que se desarrolla,
sobre la iniciativa o simplemente sobre la actividad pre-voluntaria que lo ha
engendrado; el hábito afecta mi voluntad como una suerte de naturaleza, de
segunda naturaleza; tal lo que significa el término contraer: lo que ha sido
iniciativa y actividad ha dejado de serlo, para operar de ahora en adelante a la
manera de esos órganos creados por la vida, o mejor, a la manera de la
primitiva sabiduría que rige a los saber-hacer preformados; construido en la
prolongación del saber-hacer preformado, el hábito prolonga su imperio al
mismo tiempo que adopta su tipo involuntario; lo adquirido se alinea sobre lo
preformado y participa de esta familiaridad y al mismo tiempo de este
extrañamiento de la vida tan próxima a nosotros y tan desconcertante para la
conciencia despierta.
Nunca se debe sacrificar este segundo aspecto del hábito al primero: una
adquisición que no se inscriba en la naturaleza ya no es un hábito. Tal el caso
de ciertas formas extremas de conductas humanas, en - el límite de esos
hábitos formativos del hombre que acabamos de oponer a los hábitos
simplemente adaptativos del viviente. Todavía se habla de hábitos para
designar ciertas disciplinas de vida: levantarse temprano aún sin ganas,
ducharse con agua fría a pesar de la repugnancia, practicar el ascetismo en
todas sus formas, etc. Pero la regularidad de una disciplina sólo es un hábito
por analogía exterior con la regularidad de una naturaleza. Si esta regularidad
sólo es mantenida por una decisión, cada vez renovada, y no recae
visiblemente en la naturaleza, nos encontramos ante un esfuerzo desnudo,
privados del socorro del hábito. Lo que, desde el punto de vista de la
adquisición, sería la forma extrema del hábito humano, deja de ser hábito
desde el punto de vista de lo involuntario contraído.
Nos encontrarnos pues con una forma singular de lo involuntario: por alienación
de lo voluntario y "asimilación subjetiva" de los productos de la actividad de
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adquisición 88; lo que aprendo se hace "contraído"; la voluntad y la actividad
que dominan la "naturaleza" vuelven a ella o más bien inventan una cuasi-
naturaleza en favor del tiempo.
3ero. La esencia del hábito dice, por otra parte; su valor de uso: yo se, yo
puedo hacer89. El hábito que puede comprenderse es un poder, una capacidad
de resolver, de acuerdo can un esquema disponible, cierto tipo de problemas:
puedo tocar el piano, sé nadar.
Este principio de comprensión nos pone ante todo en guardia frente al peligro
de definir el hábito por el automatismo; es corriente decir que el hábito hace
mecánicos e inconscientes a los actos; el verdadero hábito se encontraría
plenamente sustraído a la voluntad. No sólo adquiriría la tirantez y la
estereotipia de las máquinas, sino que arrancaría por sí solo como
consecuencia del simple efecto del desencadenamiento de excitantes externos
e internos.
De manera que todo parece concurrir para hacer del automatismo la realidad
mental primitiva y para tratar los fenómenos considerados superiores como una
complicación de esas realidades más simples.
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Uno de los fines de este estudio es mostrar que los hechos de automatismo
carecen de inteligibilidad propia y que sólo se comprenden por degradación;
tomamos como referencia el hábito flexible más que el automatismo; aquél es
el que podrá ilustrar ulteriormente la pareja original del querer y el poder
plástico. Una conciencia degradada no es el retorno de una conciencia
pretendidamente simple y primitiva.
Esta rectificación del análisis es desde todo punto de vista semejante a la que
intentamos con motivo de la emoción-sorpresa. Pero del mismo modo que esta
última es siempre un desorden naciente en el derrotero del desquiciamiento
emocional, el hábito-poder, por su parte, contiene en germen la amenaza de
una caída en el automatismo; el deslizamiento à la cosa debe, de alguna
manera, formar parte del hábito; tanto el desorden emocional como el
automatismo habitual son. la ocasión de tomar a contrapelo el problema central
del acuerdo entre nosotros mismos y nuestra espontaneidad involuntaria.
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carácter primitivo de no sabido y no querido que envuelve a todo poder sobre el
cuerpo.
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referidas a movimientos estereotipados atestiguan esta oposición entre el
hábito y las cadenas de reflejos; la misma aparecería con mayor claridad en los
hábitos cotidianos, que, a diferencia de los gestos rígidos suscitados por la vida
industrial, son indefinidamente variables, "circunstanciales", tal como ocurre
con el medio civilizado que los promueve. Se ajustan a los diversos objetos
usuales salidos del arte humano que nos ocultan hasta el rostro de la
naturaleza bruta. Tales objetos exigen un manejo inteligente, pues son al
mismo tiempo los primeros objetos intelectuales, los que P. Janet enumera en
su historia de las conductas intelectuales: el camino, la puerta, la cesta, el
cajón, etc. 94. A diferencia de las máquinas automáticas, sugieren temas para la
manipulación, el andar, etc., a partir de los cuales modulamos indefinidamente,
recurriendo a innovaciones imprevisibles. No somos ni el salvaje sin asidero
alguno con la naturaleza, ni la maniobra especializada que repite
indefinidamente el mismo gesto estereotipado; viviendo entre nuestras obras,
que son bloques de inteligencia abolida, respondemos por conductas que son,
también por su parte, inteligencia y voluntad naturalizadas.
Con más vigor aún, A. Burloud ve en el hábito una "intención" dirigida y activa -
que llama "tendencia" cuando se separa enteramente del querer-y que es
esencialmente plurivalente: no prepara un gesto, una imagen, un saber, sino
una esfera de representaciones o de movimientos esencialmente variables
según las circunstancias 95. Se trata más bien de reglas, de métodos,
esencialmente transponibles, que pueden llamarse "esquemas" cuando son
más complejos y contienen a su vez tendencias que los especifican.
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Hemos sido llevados a cuestionar enérgicamente la pretensión de que el hábito
cree la necesidad 96; la fuerza del hábito no consiste universalmente en
desenvolver necesidades: se trata de un efecto secundario del hábito, que
puede sustituirse por la repulsión.
Con todo, existe una espontaneidad específica del hábito que no se reduce al
deseo, a la envidia, y que puede encontrarse hasta en la aversión. Cuando digo
que sé hacer acrobacia por ejemplo, no sólo quiero decir que lo haría
ciertamente si así lo quisiera -con lo cual estoy testimoniando sobre un acto
futuro - sino que señalo la presencia obscura del poder con el cual, de alguna
manera, me encuentro cargado. Con esta convicción anticipo cierta sorpresa
que también a mí me da el soltarse de todo hábito complejo y frágil, la sorpresa
de la facilidad con la cual, a partir de un signo, de un parpadeo, "aquello"
responde a mi invitación: asombro de ver las cifras presentarse solas cuando
estoy contando, a las palabras agruparse y adoptar un sentido cuando hablo
una lengua extraña que poseo a fondo, asombro de sentir que "este" cuerpo
responde al ritmo del vals; ciertamente, "esto" sólo marcha bien si quiero, pero
este querer es tan fácil que parece no ser más que una permisión acordada a
una espontaneidad cortés al hábito, que va al encuentro de mi impulso.
¿Qué se oculta detrás de esta docilidad enigmática del hábito que ha borrado
las huellas de su propia historia? Nada más impenetrable que lo familiar.
Ravaisson compara el hábito con el deseo: se trata de "la invasión del dominio
de la libertad por la espontaneidad natural'' 97.
Y con todo, es falso que el hábito sólo sea, no ya un saber-hacer, sino siquiera
una tendencia a hacer (corrientemente se habla de la fuerza del hábito). La
expresión más neutra, "disposición adquirida", "tendencia", tampoco elimina el
equívoco de esta espontaneidad habitual.
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ensayo en todos los sentidos que habita nuestros poderes adquiridos; esta
invención es particularmente manifiesta en los saber hacer que haya que
adquirir de una vez y sin pormenorizar. equilibrio en la bicicleta, salto con la
soga, salto mortal 99.
b) Esta vida del hábito puede también descubrirse en el simple uso de gestos
en apariencia muy fijados; la movilización de nuestra experiencia en una
situación original guarda siempre algo de sorprendente. Por una parte, el
reclamo que lanzamos a dicha experiencia siempre resulta satisfecho más allá
de lo que realmente esperábamos; apenas hemos pensado en las condiciones
generales que el gesto o el saber debían satisfacer. "Desde ese punto de vista,
dice Ch. Blondel, todo ocurre como si señaláramos tales condiciones en
nuestra memoria a través de un reclamo ante el cual surgirían acontecimientos
y conocimientos susceptibles de responderle" 100 . Por otra parte, lo que es más
interesante, esta experiencia, al aparecer, no adopta ante todo la forma
adquirida, sino la forma útil adaptada. "Todo ocurre como si una vez
comprendido nuestro reclamo, se orientaran por su propio movimiento hacia la
solución, con respecto a la cual nuestra reflexión no haría más que preparar y
legitimar su nacimiento 101. Apenas queremos otra cosa que la presencia, y no
fraccionada, y en su modo peculiar, del gesto útil; la forma viene por sí misma.
Hay una sagacidad del hábito que la psicología, en cuanto se limita a las
conductas estereotipadas, no puede encontrar; nuestros hábitos plásticos
requieren en sus variaciones indefinidas un espíritu de iniciativa a veces
desconcertante: una reflexión sobre la acrobacia, sobre la habilidad mental o
corporal, sobre la conversación o la elocuencia improvisada, sobre el saber-
vivir o la cultura, nos mostraría que cada vez que respondemos a una situación
nueva encontramos en nosotros fuentes asombrosas en las cuales lo más
sabio es confiar.
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La espontaneidad que se adelanta sorprende y, a veces, trastorna la acción
voluntaria, no prejuzga sobre el carácter afectivo, sobre el placer que podemos
obtener o sobre la repulsión que dicha espontaneidad puede engendrar. El
hábito carece del poder de crear verdaderas fuentes de acciones, energías
semejantes a las energías de la necesidad; muchos hábitos "técnicos" son
afectivamente neutros; es necesario un motivo profesional o personal extraño
al ejercicio para suscitar la. ejecución. Todo lo que puede el hábito es dar una
salida a las fuentes de la acción brindando una forma al poder que las libera;
entonces el deseo, en el sentido sobredeterminado que tiene en el lenguaje
corriente, es a la vez la forma consciente de una necesidad, vapuleada por la
emoción-sorpresa que empuja a obrar y estimulada por la facilidad de un medio
familiar. De manera que el hábito no puede ser más que un revelador de
necesidades; la necesidad se hará repulsión cuando la ejecución de una tarea
la haya "saturado". Pero, a través de efectos afectivos contrarios, el hábito
resta siempre una espontaneidad práctica y no afectiva, la oferta de una acción
fácil, de acuerdo con una forma privilegiada.
4. Ampliación del problema del hábito: el saber y el problema central del poder
Hemos fingido creer que el hábito siempre pertenecía al cuerpo. Que las
intenciones voluntarias se pierden en el espesor del cuerpo, eso nos parece -
erróneamente- menos extraño que la invasión de la inteligencia por el hábito.
Pero como se ha dicho al comienzo, en todos los casos el hábito es una
manera de ser adquirida, contraída, que da poder al querer. Tal como ocurre
con la conducta motriz, también el saber surge del hábito. En un ser que habla,
el propio hábito motriz está impregnado de discurso; el gesto aprendido
siempre se encuentra unido y subordinado a técnicas de pensamiento; ahora
bien, tales técnicas, con frecuencia, no son montajes rígidos, del mismo modo
que tampoco los hábitos corporales son, en general, movimientos
estereotipados; la enorme masa de trabajos consagrados al acto de aprender
por intuición el uso sistemático de asociaciones artificiales entre series de
sílabas carentes de sentido no constituye un desmentido: todo lo que sé
intelectualmente y que denominamos con el término general de "saber", más
que asociación rígida, es esquema, método flexible. Incluso la comprensión de
nuestra lengua materna contiene más reglas, estructuras y relaciones que
asociaciones unívocas de tipo palabra-objeto 103.
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La semejanza entre saber y el saber-hacer aprendido es tal que la estructura
del uno se reencuentra en la estructura del otro. En particular, el lenguaje, con
sus esquemas verbales, gramaticales, sintácticos, instituye una continuidad y
una simbolización mutua entre el sentido de mi pensamiento, el sentido de mi
palabra y el sentido de mi acción. En efecto, la similitud se instituye entre las
estructuras, entre los esquemas que operan en los diferentes niveles. Se
comprende entonces que favorezca "suplencias" y que sea equivalente
parlotear la acción y hacer una mímica del discurso. Ahora bien, hay que
admitir que tales útiles mentales son vivientes, que tienen asimismo una
espontaneidad, como nuestros hábitos corporales; dicho de otra manera, que el
pensamiento improvisa incesantemente sin mi voluntad, aunque esto parezca
contrario a su estatuto de sujeto puro. Dicha improvisación del pensamiento se
expresa en particular en la asociación de ideas y más precisamente en la
asociación por semejanza y contraste (la asociación por contigüidad, que
pertenece de manera más manifiesta al automatismo y a la cosa, será
clasificada en el parágrafo siguiente). Bain ya había presentido que esta
asociación por semejanza y contraste ocultaba todo el pensamiento
espontáneo, como si una necesidad de reconocer las cosas y de asimilarlas, y
una necesidad de acentuarlas oponiéndolas estuvieran dotadas de vida propia
y se adelantaran al pensamiento reflexivo en sus síntesis y sus
discriminaciones. Se trata de lo que autores como Renouvier 104 y Hamelin 105,
han visto perfectamente: la asociación llamada por semejanza y contraste
resume de manera grosera toda la diversidad de relaciones cuyo edificio forma
la armadura misma del pensamiento; y tales relaciones son vivientes; actúan
espontáneamente antes aún de ser percibidas. Algo razonable opera sin que
razonemos. Hamelin tocaba el punto sensible del debate mantenido en torno a
la asociación por semejanza: nada nos autoriza a negar una verdadera
espontaneidad a la relación.
De ahí que ninguna timidez puede ya detenernos: todas las relaciones son
susceptibles de ejercerse espontáneamente. En consecuencia, hay tantas
suertes de asociaciones como suertes de relaciones. Renouvier ya lo había
dicho: "Las primeras asociaciones son simplemente las primeras relaciones"106.
Asimismo, la semejanza sólo designa el papel de la relación en tanto relaciona
espontáneamente y de manera confusa -y hay mil maneras de relacionar; el
contraste es la misma relación en tanto se opone por su propia virtud y de
manera indistinta. Vayamos todavía más lejos: lo que es cierto con respecto a
las primeras relaciones, también lo es para el capital intelectual más singular; el
saber original en cada uno es un tejido de relaciones que de ahí. en adelante
manejamos masivamente; y no es sólo que dichas relaciones ya no son
recorridas cuando las usamos y aplicamos a nuevos pensamientos, sino
también que diseñan en cada momento la emancipación parcial de todas las
cosas vivas con relación al querer. En tal sentido Delacroix hablaba de "esta
potencia inmediata y espontánea de comparación que constituye el aspecto
dinámico e inventivo de la asociación de ideas" 107. He allí, en el seno del
Cogito, y por la ley del hábito, una figura nueva de esta dualitas in humanitate,
sobre la cual la emoción nos ha dado un primer ejemplo.
233 / 396
principios, en cuanto no se trata tanto de un saber a evocar y a repetir sino más
bien de útiles que nos servirán para formar otros pensamientos? El estatuto del
hábito intelectual plantea a la reflexión uno de los problemas más extraños de
la psicología: lo que sé intelectualmente no está presente en mí de manera
distinta de lo que sé hacer con mi cuerpo; incesantemente, lo que aprendo, lo
que resulta aprendido en un acto original de pensamiento, queda abolido como
acto y se torna una suerte de cuerpo para mi pensamiento; así se alinea el
saber en el imperio de los poderes que uso sin construir de nuevo sus
articulaciones; cada vez que formo un pensamiento nuevo movilizo un saber
antiguo sin focalizarlo en sí mismo. Podría decirse: el saber no es lo que pienso
sino aquello por medio de lo cual pienso.
La dificultad reside en comprender en primera persona esta vida del Cogito que
se escapa a sí misma; como ocurre con el hábito corporal, el hábito mental es
una espontaneidad previniente, ingeniosa, pero asimismo ociosa; ahora bien,
¿cómo capturar una espontaneidad de las relaciones que precede a toda
apercepción activa y voluntaria? Toda su existencia ¿no se reduciría acaso a
ser percibida? El entendimiento no comprende la ley del hábito, que es una
alienación parcial del sujeto respecto de sí mismo y el poder de asombrarse de
su propia espontaneidad. Con lo inconsciente 108, volveremos a encontrar este
problema, agravado. Nada más difícil que sostener esta idea de un "saber-
pensar”, de una segunda naturaleza en el seno mismo del pensamiento. Ya la:
idea de una estructura a priori del entendimiento común a todos los seres
pensantes corre el riesgo de introducir en el seno del Cogito una suerte de
objetividad que no le resulta transparente; con más razón, la presencia extraña
en mí de mi experiencia intelectual, de los útiles, métodos, órganos de
pensamiento depositados por la acción misma de pensar, en suma, la
existencia de una naturaleza intelectual que nace involuntaria mi individualidad,
parece destinada a "objetivar" totalmente el pensamiento. Y con todo, la
paradoja, que parece desastrosa para una filosofía del sujeto, sólo tiene todo
su sentido para ella; pues lo que se nos ofrece como enigma es el hecho de
que yo me hago naturaleza gracias al tiempo; un "eso piensa" habita el "yo
pienso".
Pero el saber no crea ninguna dificultad absolutamente nueva, sino que sólo
hace más enigmático el problema central del poder habitual. Oscilo entre dos
posiciones relativamente claras pero igualmente insostenibles: por un lado,
estoy tentado a objetivar, a espacializar completamente el carácter de segunda
naturaleza adquirido por el gesto o el saber: buscaría entonces qué "huellas"
materiales deja el ejercicio de la acción y del pensamiento en el cerebro o
acaso en los órganos periféricos. Por otro lado, más deseoso de satisfacer las
exigencias teóricas de una filosofía del sujeto que de dar cuenta de hechos que
se encuentran más respetados en la posición anterior, renunciaría a alojar en
algún lugar las reglas del razonamiento, los principios de la geometría, mis
destrezas particulares, mis aptitudes corporales; diría que un poder no es una
cosa existente, que la virtualidad resulta esclarecida por el acto. Los dos
lenguajes dejan de lado la dificultad de una alienación naciente del sujeto. No
puedo pensarme como si fuera uno al lado de mis poderes, como si éstos
estuvieran fuera de mí como la cosa-cerebro percibida por el fisiólogo, ni puedo
234 / 396
pensarme unido a ellos, como si fueran yo mismo, como si de ninguna manera
se me escaparan.
235 / 396
de acuerdo con una necesidad que soy. La constitución del hábito remite aquí a
una nueva forma de lo involuntario, la más radical de todas, que evocaremos
en la tercera parte: la temporalidad de mí mismo es la "condición"
absolutamente involuntaria del poder. El hábito es una de esas encrucijadas
donde los polos más extremos de la existencia -querer y cuerpo- posibilidad
existencial y realidad natural -libertad y necesidad- comulgan en lo que
Ravaisson llamaba "ideas de acción".
236 / 396
frecuencia, allanamiento, asociación, etc.). Para el naturalismo, son inteligibles,
es decir explicables, la naturaleza inerte y en el hombre la inercia, en fin, la
máquina.
237 / 396
modo, cada hombre tiende hacia un estilo personal que contribuye a su
"naturaleza esencial", como dice Goldstein.
238 / 396
Puede apreciarse el error de los sistemas que construyen el hábito por partes
como cadenas de reflejos cuyas articulaciones se disuelven poco a poco. Fuera
de los fenómenos de 'envejecimiento, las ligazones mecánicas sólo vuelven a
encontrarse en circunstancias que Goldstein llama "de aislamiento"114. Cuando
un sujeto se pliega a experiencias de laboratorio, presta de algún modo una
parte de sí mismo que consiente en dejar trabajar artificialmente; así puede
explicarse la ola de la famosa asociación por contigüidad, entendida en el
sentido más extrínseco, sobre la cual se han construido tantos sistemas
quiméricos. No es por azar que estas perspectivas se unan en torno a la
consabida tentativa de extraer toda la conducta y toda la vida mental del reflejo;
en el viejo asociacionismo, la reflexología encontraba terreno propicio. Hay
ciertamente una forma de asociación que es irreductible a esta espontaneidad
de las relaciones lógicas que hemos clasificado en el capítulo precedente y con
respecto a la cual la antigua asociación por semejanza y contraste sólo es una
forma entre otras; la asociación de ideas cabalga sobre la espontaneidad y la
inercia, el viviente y el autómata. Pero la asociación de átomos mentales sin
relación intrínseca sólo es una perspectiva del espíritu con la cual se hace
corresponder, por la fuerza, cierta planta de invernadero por el artificio de la
experimentación. Las experiencias de laboratorio con base en sílabas carentes
de sentido están lejos de revelar estructuras primordiales del espíritu: la
instrucción suscita las reacciones convenidas, estrictamente verbales, en
sujetos de nivel mental muy elevado que quieren suspender su reflexión,
atender al indicador, en suma, que se pliegan conscientemente a las
condiciones de una experiencia muy erudita en el cuadro artificial y voluntarista
del laboratorio; el tipo de asociación se crea allí, en todas sus piezas, con el
material empleado y con la actitud convencional del sujeto. La verdadera
asociación por contigüidad que no es ni un producto de laboratorio ni un
desecho de la conciencia, es, como lo han mostrado las diferentes psicologías
de la totalidad y en particular la Gestaltpsychologie, la tendencia de un todo a
reconstituirse a partir de un elemento; se hace en el sentido de las estructuras
estables privilegiadas115; ciertamente, esta tendencia a restaurar los conjuntos
antiguos es irreductible al juego espontáneo de relaciones que constituye la
forma más alta de la asociación, el pensamiento más viviente que pensante; se
deduce en efecto del factor de inercia instalado en el cuerpo y en el
pensamiento; pero no es tan extraña como se ha creído a la espontaneidad
cuasi-inteligente de las otras formas de asociación, en la medida en que dicha
tendencia ya es organización; nunca se encuentra enteramente desligada del
curso general del pensamiento que le da cierta oportunidad y le permite ser el
órgano útil de una voluntad que economiza sus fuerzas; en un mundo que se
repite, es la forma menos inventiva de la espontaneidad, y todavía poder para
un querer.
239 / 396
de la inercia por la espontaneidad, explica el desprecio de las teorías
mecanicistas; si no nos detenemos en el eslabón intermediario del hábito
flexible, la-imitación en cuestión aparece como una paradoja brutal116. Lo cierto
es que la inercia no puede ser expulsada de la vida y que la dimisión de la
libertad, bajo la forma inauténtica de la costumbre, del "se", del "naturalmente",
de lo ya visto, encuentra su tentación en la naturaleza misma del hábito. En tal
sentido puede hablarse de hábitos pasionales como antes hemos hablado de
emociones pasionales117.
Se conoce la soltura del buen obrero, del atleta, del orador, del escritor, del
técnico. La verdadera ganancia para la voluntad reside en poder lanzarse al
acto con el menor esfuerzo. Pero una cosa es hacer fácilmente, sin esfuerzo,
con poca atención, una operación complicada, y otra es hacerla ignorándola y a
pesar de uno mismo. Los verdaderos automatismos, motores, intelectuales o
morales, son automatismos despiertos. Son incluso una suerte de
perfeccionamiento de la espontaneidad dócil. Sólo participan con la
autorización tácita y el control latente de. la conciencia, que rápidamente les
hace reprimir sus extravagancias. Esta observación debe prevenirnos contra
una sobreestimación de lo maquinal; ya volveremos sobre esta voluntad liminal,
cotidiana, que es la contrapartida normal de la espontaneidad del hábito;
digamos solamente que la idea directriz que mantiene bajo su imperio a tales
automatismos puede simplificarse considerablemente; la preparación mental
puede resumirse, al punto incluso de resultar absorbida en las señales
reguladoras del acto; el fiat puede por último reducirse a un discreto dejar hacer;
pero esta simplificación del acto voluntario no debe desviarnos: esos
movimientos habituales, esos pensamientos que se devanan con sencillez no
son producidos involuntariamente; no nos resulta imposible no producirlos.
Lejos de ser incoercibles, es muy fácil despertarlos como de reojo. Y si a veces
les dejamos el campo libre y nos confiamos a su sagacidad, como cuando
dejamos rodar un cigarrillo mientras charlamos, no tenemos con todo
inconveniente en recuperarlos y siempre los reivindicamos como nuestros y no
vacilamos en decir que los hacemos expresamente118. Hay pues un abismo
entre los automatismos despiertos y los reflejos o cadenas de reflejos que en
ningún momento sedan como nuestros.
¿cómo pasar de tales automatismos a los actos maquinales que parten por su
propia cuenta? Los hechos que podrían reunirse dentro del grupo de lo
maquinal no son tan homogéneos como podría creerse.
240 / 396
Cosa curiosa, con frecuencia son nuestros hábitos menos avanzados los que
dan la impresión de la máquina rebelde a la flexibilidad de la vida y de las
intenciones voluntarias. En la torpeza y la ineptitud es donde con la mayor
frecuencia los gestos, las palabras y las ideas se sustraen a nuestros designios:
se trata de un movimiento menos perfecto, menos diferenciado, más cercano a
las coordinaciones espontáneas de la infancia que responde a nuestro reclamo
y nos hunde en el asombro, y a veces en la vergüenza o la cólera. Esto merece
señalarse: lo maquinal no es necesariamente el último grado del automatismo;
parece más bien implicado como un riesgo permanente en el carácter mismo
de todo saber-hacer: sus ligazones internas se nos escapan sea a raíz de su
naturaleza, como ocurre en los primeros gestos no aprendidos, sea por efecto
del hábito; entonces nos confiamos a totalidades que tienen su propio destino y
que no coinciden con nuestros designios, y que incluso son en gran parte
impenetrables a ellos. Además los hábitos no progresan por simple adición de
elementos, sino por recomposición de estructura, por análisis y por síntesis; la
resistencia de las formas antiguas sobre las cuales las nuevas se detraen
explica bastante bien que la maleabilidad de las estructuras movilizadas no
responde a la maleabilidad de nuestras invenciones. Lo maquinal corresponde
aquí a la inercia de los órganos, en el sentido más amplio del término; la
voluntad anima a un cuerpo y a una ristra de pensamiento que, por su
organización, tienen una velocidad de mutación que siempre es inferior a la del
pensamiento pensante, que el poeta dice con la rapidez del relámpago.
241 / 396
un hábito antiguo de tipo asociativo y una tarea opuesta, deslizando entre ,las
palabras nuevos inductores de palabras que habían pertenecido a series
antiguas y que se encontraban ligadas a automatismos construidos en
experiencias preparatorias. La interpretación de tales experiencias no carece
de interés si se busca comprender lo involuntario maquinal. Se percibe que el
automatismo no es un fenómeno tan simple como parece.
242 / 396
de una constelación de excitantes familiares; lo maquinal que parece invadir
ciertas conciencias hasta la raíz nunca se independiza completamente de cierta
deserción de la conciencia. El distraído, en particular, es siempre un sujeto con
el campo de la conciencia estrechado, y más o menos crispado sobre un objeto
exclusivo. Las "faltas" maquinales son pues siempre recíprocas de un
abandono del control, o, como se va a ver, de una pérdida involuntaria del
control de la conciencia.
243 / 396
inventa y padece la inercia fundamental de la materia; esta resistencia de la
materia en el seno mismo de la organización vital es el último principio de la
inercia. Cuando el propio pensamiento abstracto se hace cosa, acaso se
traduzca en él lo que hay de menos viviente en la vida.
NOTAS
244 / 396
dad y los que constituyen, más amplia- tructura] hasta una solidaridad
completa
mente, fenómenos de organización, com- entre la percepción y el
movimiento.
ponen todos en conjunto el orden vital 18. Goldstein, o.c., págs. 219-240.
en nosotros: en ese cuadro más vasto Goldstein ve en este comportamiento
adoptan su significación, definitiva (111 privilegiado el aflorar de la tendencia
del
parte, cap. ¡l. IV); tales reflejos torman viviente a realizar su "naturaleza esen
el piano de necesidad que soporta la vo- cial", su So-sein, en particular,
págs.
luntad y le sirve de prefacio, en favor de 237-240. su adaptación de
primera urgencia.
19. M. Pradines, o.c., pág. $6.
8. Piéron, L'excitation et le mouve
ment, Nuevo Tratado, de Dumas, t. II, Lebe20. K. Lein, Zvvei Grundt , 129,
págs. 19-26. nsprozessesen, Zts. f. Ps., 113, págs. 209-238.
9. Pradines, L' hétérogénéité fonc- 21
t/onelle du plaisir et de la douleur, Rev. langage. P. Janet, La , 1937igence
avanti /e
Phi/., 1927. , Flammarion.
10. Puede hablarse en tal sentido de 22. M. Pradines, o.c., pág. 82: "... co
emoci6n-dolor; y puede unirse a esta ac- mo por efecto de una ciencia,
innata al
ción las alteraciones profundas de la vi- ser viviente, las condiciones de manteni
da vegetativa llevadas a la luz por los tra- miento o restablecimiento de su
equili
bajos de Franck; si se agrega a esto lasbrio vital."
reacciones musculares difusas, se obtie- 23. Th. Ribot, Les Maladies de la
vo-
lonté, Baillibre, 1883, págs. 3-12. W. Ja- 34. Con todo, si se quisiera
llamar
mes, The principies of psychology, Mace sentimientos a las emociones-
sorpresas
millan, 1890, T. II, pág. 522-8; Précis que describimos en primer lugar, su ca
de psychologie, trad. Baudin, Riviére, rácter de desorden naciente exige al
me
1910, págs. 555, 557, 5648: la acción nos que se las llame
sentimíentosagitan
ideo-motriz es "el tipo de volición nor- tes. Además, Pradines no resulta
convin
mal, descombrada de toda complicación tente cuando llama sentimientos
a acti
y todo disfraz", "sin fiat ni decisión ex- tudes muy circunstanciales, mientras to
presa". do el mundo llama sentimientos a modos
24. Sobre esta discusión, P. Guillau- afectivos durables: si son
verdaderamen
me, L'imitation chez l enfant, págs. 1-27 te circunstanciales ¿no nacen entonces
y sobre todo Lindworsky, Der Wille, de la sorpresa?
245 / 396
1923, que resume todos los trabajos ex- 35. Tomamos el término pasión
en
perimentales sobre esta cuestión, págs.sentido distinto del adoptado por Des
125-144. canes, que lo opone a la acción; por
25. Thorndike, Ideo-motor action, nuestra parte, le damos el sentido defini
Psych. Rev. XX (1913), págs. 91-106. La do en la introducción general.
Ponemos
idea de movimiento, según Thorndike, pues entre comillas la "pasión" en el
sen
tomaría su poder motor por asociación tido amplio de Descartes, que engloba
la
con excitantes que no son representacio- emoción y la pasión en nuestro
sentido.
res de movimiento. La contigüidad go- 36. Descartes, Tratado de las pasio
bierna la semejanza: "Not that is like, nos, art. 53, 70-3.
but that has gone with it." 37. W. James, La theorie des emo
26. Guillaume, Limitation daos len- tions, Alcan, 1903, trad. del cap. XXIV
fant, pág. 26. de Principies of Psychology, 1690, que
27. Guillaume, o.c., págs. 104-136. retoma con más amplitud el artículo de
Mind, 1884: What ¡san amo tion?
28. Cf. las rectificaciones de Guillau
me ya en La formation des habitudes, 38. Descartes, o.c., art. 53 y 70. Que
Alcan, 1936, págs. 133-4 y en La psycho- da claro que s¡ bien seguimos la
descriplogie de la forme, Flammarion, 1937, ción cartesiana, la comprensión
circu
pág. 198. De tal modo, a nivel de las es- lar que proponemos se aleja con
todo de
tructuras, la semejanza aventajaría a la la explicación dualista de Descartes.
contigüidad. 39. O.c., Art. 72.
29. Larguier des Bancels, Introduc- 40. Esta atención emocional prolon
tion á la psychologie y Nouveau traité de ga la atención refleja, antes
descripta,
Dumas, t.11; I11, cap. VI, págs. 53-7. que sólo tenía un valor de puesta a
punto. Hay por lo tanto una jerarquía de 30. P. Janet, De l' angoisse á lexta-
atenciones: automática, espontánea, vo
se, Alcan, 1928, T.II: Les sentiments luntaria, resumidas, con
frecuencia, en el fondamentaux, Illera parte, cap. 1: Les mismo acto.
emotions, págs. 449-496.
31. P. Janet, a.c., pág. 456. Sobre la 41. Descartes, o.c., art. 76.
teoría de los sentimientos de P. Janet, 42. Descartes, o.c., art. 79. Esta emo
ibid., págs. 9-43. ción-sorpresa del amor y el odio es pues
32. Pradines, Traité de psychologie más simple que la emoción-pasión del
genérale, t. I, págs. 659-733. mismo nombre: la primera es allí el prurito
intermitente. Además la tentativa de 33. Ibid., pág. 665. Descartes de
capturar el amor y el odio
más acá del deseo es significativa, pues citan en nosotros el deseo por la
media
todas las emociones-pasiones son deriva- ción de las cuales ordenan
nuestras cos
246 / 396
dos muy compuestos del deseo, princi- tumbres". "Particularmente es ese
deseo
pio de toda emoción. el que debemos cuidarnos de ordenar, en
43. Descartes, o.c., art. 80. ello consiste la principal utilidad de la Moral",
art. 143-4.
44. Descartes, o.c,, art. 97-8.
53. Descartes, o.c., art. 101.
45. J.P.Sartre, L' imaginaire, págs.
77-83. 54. Descartes, o.c., art. 87.
46. Alain, Systërne des beaux arts, 55. Ibid., art. 86.
cap. I, en particular págs. 15-8. 56. Cf. 1 Parte, cap. 11.
47. Pradines, que va directamente del 57. Cf. textos en Gilson, Saint 7ho
sentimiento regulador a la emoción pu- mas d Aquin, Col. Les moralistes chré
ramente desordenante, describió perfec- tiens, Gabalda, 1925.
tamente el pasaje al desorden por los 58. P, Mesnard, Eswi sur la morale
efectos emotivos de la representación,
de Descartes, la forma del "vértigo mental", del , Boivin, 1936, págs.
100120.
"deslumbramiento imaginativo", o.c.,
págs. 719-733. Pero quema la etapa fun- 59. Descartes, o.c., art. 143-4.
damental de la representación conmove- 60. Descartes, o.c., art. 86. dora.
61. Cf. más adelante la discusión so
48. Descartes, o.c., art. 119-120. bre la interpretación de J.P. Sartre.
50. Sobre el humor, cf. Illera. parte, 62. Pero las permisiones tienen por
cap. li, 111. Resulta de un involuntario reverso sus prohibiciones; este mundo
más incoercible y pérfido, como la in- de la necesidad y la muerte sólo puede
fluencia de la edad, del sexo, del carac- ser objeto de consentimiento cfr. más
ter. Maine de Biran reconoció en él la abajo, 11 tera. parte. forma más temible
de la afectividad. Cu
Diario es el eco patético de la misma. 63. Sobre la idea de génesis, cf. más
abajo III Parte, cap. 11, IV.
51. Descartes mismo señala que no 64. Pradines, o.c., págs. 726-730. El
hay alegría que no nazca "sin la media- autor habla con justicia de una "alucina
ción del alma" (o.c., art. 93) y, por otra ción de lo posible y lo eventual".
parte, "en cuanto las impresiones del ce- 65. ¿Es decir entonces que
volvemos
rebro lo representan como suyo (art. a la teoría intelectualista de Herbart des
93) el bien o el mal sufrido o gozado por arrollada por Nahiowsky
(Das Gefúls
dicho alma tampoco hay alegría pura- leben, Leipzig, 1862)? No, pues, 1" (as
mente intelectual que venga del alma por representaciones de las que
hablan estos
la sola acción de ésta" (art. 91 ); como autores permanecen espectaculares,
m¡en
ocurre con la alegría proveniente del tras que se trata de anticipaciones afec
buenuso demuestra libertad: la alegría t¡vas de bienes y males y de representa
intelectual no deja de evocar la alegría c¡ores prácticas de lo fácil y lo difícil
representa
247 / 396
proveniente del cuerpo y que es "reme- ••figuradas" afectivamente (cf. más
arriba, ¡era. parte, cap. II); 2°, el conflicto 52. Descartes afronta ante todo las
entre las representaciones todavía ho es
cuatro pasiones, el amor y el odio, la la emoción, en tanto no está "tomado"
alegría y la tristeza "en sí mismas. . . en el trastorno orgánico. La idea de pro
cuando no llevan a ninguna acción"; ceso circular escapa a la alternativa de
luego, a partir del art. 143, "en tanto ex-una representación no-afectiva (Herbart,
Nahlowsky) y de reflejos no preparados do la totalidad sintética", J.P.Sartre, o.
por alguna representación; ese falso dile- c., págs. 6-10, 42, 51-2.
ma se sustenta en el desconocimiento, 78. Descartes, o.c., art. 40. hacia uno y
otro lado, de las representa
ciones afectivas y prácticas que hemos 79. Recortamos aquí la tesis de R.
estudiado en el marco de la motivación, Dejean, o.c., en particular págs. 101-
120:
En el mismosentido, Pradines, o.c., la emoción no "desvía" lo
que ella llama
págs. 714-9. instintos sino a condición de que un va
66. Cannon, Bodily changas in pain, for excesivo y privilegiado se una al fin
hunger, fear, and rage (1929), muestra perseguido. Esta polarización sentimen
que son necesarias "intenciones" y "re- tal sobre un objeto exclusivo empuja al
presentaciones" para desencadenar la ser a buscar un equilibrio
amenazado, si
adrenalina emotiva, y que no es posible no condenado por las circunstancias.
provocarla en el laboratorio sin una pre-Encaminada por la pasión, la conducta
se
paración mental que alerte mediante re- encuentra a merced de la
desviación emo
presentacìones del bien y del mal a los tiva.
hábitos del sujeto:cf. Nouveau traité 80. Cf. Introducción general, ti, págs.
de Dumas, 11, 436-7; Pradines, o.c., 30 ss.
703, 716. 81. Descartes, o.c., art. 202.
67. Cf. Mac Dougall, An introduc- 82. Ver los bellos análisis de Alain
sotion to social psychology, pág. 46 y ss.,
bre la cólera (Elémen
y Larguier des Bancels, o.c., el capítu- hilosoólera
lo sobre la Emoción. págs. 280-9). Alain no s de deriva la ce del odio, sino
del miedo a sí mismo.
68. Dembo, Das Aerger als dynamis 83, Descartes, o.c., art. 176. ches
Problem, Psych. Forsch., 1931,
págs. 1-144; cf. Guillaume, Psycholo- 84. P. Guillaume, La formation des
gie de la forme, págs. 138-142. habitudes, Alcan, 1936, págs. 45-55.
69. Golcistein, Der Aufbau des Orga- 85. M. Pradines, Traité de psycholo
nismus; págs. 23-25, 78-9. gie genérale, t.l, pág. 113. El autor distingue
tres estadios del hábito: conserva
70. Sartre, Esquisse d'une théorie dor, reformador y creador; sobre
este úl
des émotions, Hermann, 1939; ver más timo dice: "Son los únicos donde se re
adelante. vela una verdadera adquisición" (ibid).
71. ¡bid., págs. 34, 35, 39 y sobre to- Estos hábitos verifican constantemente
do 42. la insuficiencia de la ley "alginódica" de
248 / 396
72 Thorndike (primera manera: Educational
. lbid., pág. 47. psychology, 1913). Thorndike mismo
73. lbíd., pág. 43. admite en The fundamentals of learning
74. Ibid que la sensación dolorosa puede invertir
., pág. 41. su función y señalar la buena vía en lú
75. Ibid., pág. 42. gar de sancionarla mala elección (P. Gui
76. Asimismo, como veremos, el há- llaume, Le problème du learning
d'aprés
bito plantea un problema agudo: la idea Thomdike, J. de Ps., 1936).
de una materialización corporal de las in- 86. A. Burloud, Principes dune
Psy
tenciones voluntarias conduce a otra for- chologie des Tendances, Alcan,
1938. ma de espontaneidad que, a su vez, sirve
de punto de apoyo y de resistencia a un 87. lbid., págs. 48-55. Sobre ta
segre
eventual esfuerzo. gación y la integración, ibid., págs. 141224.
77. "Expresa bajo un aspecto defini
88. Bu rloud, o.c., págs. 82-83. 102. Esta facilitación podría llamarse
89. La equivalencia entre saber y po- allanamiento, si esta noción no fuera
solidaria de la explicación fisiológica dada
der en tas diferentes lenguas permite a a través de ella. La misma observación
Tolman llamar cognition, cognitive pos
tulation al hábito adquirido al servicio podría hacerse con respecto ala idea
de
de un purpose. "Purpose and Cognition, huella, incluso en el nuevo
sentido de los
the determiners of learnin Ps. Rev., guestaltistas: Koffka, Principies de Ges
1925, págs. 288-297; cfr. g ' más arriba taltpsychology, págs. 424-614. Desde
el
págs. 200-2. punto de vista psicológico, esta facilitación es más amplia que la
"tendencia re 90: Esta distinción dirige la mayor productiva" de los
psicólogos asociacio
parte de las conclusiones del notable tra- nistas, pues conduce a formas
transponi
bajo de Van d-er Veldt, L apprentisage du bles.
mouvement et láutomatisme, Vrin, 103. Burloud, Principes d'une psy1928.
chologie des tendances, págs. 306-366.
91. Ravaisson, De P habitude, 1838 104. Renouvier, Traité de logique
(reeditado, Alaan, 1927), pág. 62. En la général, 11 197. raíz de mucha
reflexiones de este libro
residen intuiciones de gran filósofo. 105. Hamelin,Elémentsprincipauxde
92. P. Guillaume, La formation des la representation, págs. 360-1.
habitudes, págs. 125-131. 106. Renouvier, citado en Delacroix,
93. Sobre el dispositivo de la expe. Les opérations intelectuelles, Nouveau
riencia, cf. resumen en Guillaume, o.c., Traité de Psychologie, por G. Dumas, t.
págs. 1044. V, pág. 140.
94. P. Janet Les debuts de l'intelli- 107. Delacroix, art. citado, pág. 141.
gence, Flammarion, 1934. 108. Cfr. más abajo, III. Parte, cap.
95. Burloud, Príncipes d' una_ psy- II, 11.
chologie des tendances, págs. 55-83. 109. En el mismo sentido Burloud,
249 / 396
A su ver, los guestaltistas tampoco han o.c, págs. 366-386; von Monakov y
estudiado la verdadera forma, indepen- Mourgue interpretan en tal sentido los
diente de los elementos sensibles, sino la "engramas" de Semon,
Introduction bio
figura que sólo se opone al fondo; y só- logique á l'étude de la neurologie et de
la
lo para ella valdrían las leyes de organi-psychopathologie, Alcan, 1928, págs.
zación del campo, págs. 143-154.
96. Cf. más arriba, 1 Parte, cap. II, 110. G. Marcel relaciona tener y po
Il. P. Guillaume, Les aspects affectifs der, Etre et avoir, págs. 217-8, 226, 231.
de l'habitude. J. de Ps., 1935, n 34. 111. L. Dumont, De la habitude, Rev.
Phil., 1876, T_.1; este artículo reune
97. Ravaisson, o.c., páa.62. los hechos que autorizan la asimilación
98. Ch. Blondel, L'automatisme et la del hábito a la inercia. synthèse,
Nouveau. Traité de Dumas, t.
IV, págs. 341-386. 112. Ravaisson, o.c., pág. 13.
99. P. Guillaume, La formation des 113. Es el caso de las experiencias de
habitudes, pág. 119. Van der Velcit. Dicho autor define la automatización:
"Poder realizar en un es 100. Ch. Blondel, art. citado, pág. tado de
distracción más o menos pronun-,
347. ciado actos aprendidos previamente".
101. Ibid— pág. 348. Por ello el principal criterio subjetivo reside en la
desaparición de toda represen-
tacíón-gu ía, de todo esquema. Pero el au- veau Traité de Dumas, t. VI,
págs. 380-7.
for acuerda que tal criterio no es univer-119. Ach, Ueber den Willensakt and
sal y que sólo conviene a los hábitos es- das Temperament, 1910,
resumido en
tereotipados; en efecto, el esquema sirve Lindworski, Der Wille, págs. 86-
97. para "especificar" el movimiento; si éste
es invariable, aquél deviene inútil. Pero 120. K. Lewin, "Die psychische Tá
no es el caso en los movimientos plás- tigkeit be¡ der Hemmung von Willens
ticos de prensi6n, de manipulación, de messung and das Grundgesetz der
Asso
marcha, etc. ziation", Zts f. Ps., 1927, págs. 212-247;
114. Golcistein, Der Aufbau des Or- —Das Problem der Willensmessung
and das Grundgesetz der Assoziation",Psych.
ganismus, pág. 140. Forschung, 1922, I, págs. 191-302, Bre
115. Koffka, Principles of Gestalt- ves resúmenes en Guillaume,
Psychologie
psychology, págs. 556-571; 586-9. de la forme, págs. 156-8 y Van der
Veldt,
116. Tal el caso de Pradines, que, con o.c., págs. 36-8; con más amplitud en
un ímpetu contrario al mecanismo, va Lindworsky, o.c., págs. 99-106 y Koffka,
derecho hacia el fenómeno del automa- o.c., 571-590.
tismo; asimismo, el hábito queda definí- 121. Discusión de Ach con O. Selz en
do como la paradoja¡ invención de má- Zt f. Ps., n° 57, págs. 241-270,y n° 58,
quinas por un ser no mecánico: como págs. 263-276.
"un mecanismo vital". o.c., 1, págs. 98- 122. Van der Veldt concluye en el
100,120-4. mismo sentido, o.c., págs. 251-323. Si la
250 / 396
117. La pasión de la pereza puede ser distracción tiene el mismo efecto que la
la más pérfida, pues es el incentivo de un expectación del movimiento
aprendido,
modo de ser que nos libraría del riesgo ello no significa que se deje de lado
una
de la libertad, el incentivo de la cosa, del inhibición ejercida por la tarea
sobre la
no-ser de la libertad. La Rochefoucauld "tendencia reproductiva"; parece más
ya lo había dicho. En el mismo sentido, bien que la distracción opera por
desdife
V. Jankélévitch, "Signification spirituelle renciación de la tarea y por retorno a la
du principie d'économie", Rev. Phil., actitud antigua gracias a dicha desdife
1928, págs. 88-126. renciación.
118. Ch. Blondel, Les volitions, Nou- 123. Ravaisson, o.c., pág. 62.
251 / 396
EL MOVER Y EL ESFUERZO
CAPITULO III
EL MOVER. Y EL ESFUERZO
Toda esta segunda parte no es más que una larga preparación para afrontar
esta dificultad.
Pero tampoco es inteligente abordar el sentido del esfuerzo sin rodeos, como si
se tratara de cierto registro sensorial; vista, oído, etc. El simple gesto de
levantar el brazo cuando quiero es un gran resumen de enigmas. La
desconcertante simplicidad del gesto hecho en el vacío para asegurarme mi
poder y en el que cada uno ve el signo de su libertad resume todas las
conquistas de la voluntad; en la contracción muscular operada por ejemplo en
el laboratorio y doctamente aislado de la historia del individuo, del contexto
emocional y moral de la vida cotidiana, profesional y privada, se oculta toda la
civilización del cuerpo en un adulto inteligente.
Ante todo, es importante para justificar este rodeo recordar las conclusiones del
primer capítulo y completarlas con las del segundo.
252 / 396
Principalmente, es la resistencia de la cosa, o del cuerpo o de algún aspecto de
mí mismo lo que hace brotar esta conciencia del esfuerzo.
Pero, al mismo tiempo que esta conciencia pasa a primer plano, se obscurece.
Y lo hace de dos maneras: por una parte, el movimiento se desliga de su
relación con la obra; de "órgano atravesado" se torna "término" del movimiento;
al mismo tiempo pierde su sentido esencial, y justamente sobre tales
movimientos carentes de sentido se obstinan tanto la introspección biraniana
como la psicología experimental del esfuerzo. Arrancada del contexto de la
obra en el mundo, la producción del movimiento tiende a hacerse
incomprensible en su simplicidad y familiaridad.
Ahora bien, dicha docilidad del cuerpo, aunque es la más difícil de describir;
hace comprender al cuerpo como órgano del querer. Lo que en primer lugar y
ante todo es inteligible, no es la oposición de un esfuerzo y una resistencia.,
sino el despliegue mismo del imperium en el órgano dócil: la resistencia es una
crisis de la unidad de uno consigo mismo. Y habría que agregar esto: más
radicalmente, lo que hace al hombre inteligible a sí mismo es su propio mito, es
el antiguo sueño de realización en la inocencia y la acción alegre; la facilidad
de la danza, la flexible alegría de Mozart constituyen una brecha, que con todo
se vuelve a cerrar rápidamente, en dirección a un estadio final de la libertad
donde el querer y el poder carecerían de todo hiato, donde ningún esfuerzo
vendría a marcar con su des gracia el dócil curso del moverse. Ahora bien, lo
que complica la descripción es la peripecia de las pasiones que ha hecho
imposible la feliz unión del querer con todos sus poderes. Tal es la causa por la
cual el conflicto parece la Última palabra del hombre. El conflicto fundamental.
es el de la ley y la pasión. A él presta, secretamente, su resonancia toda
descripción dramática del hombre. De tal conflicto se trata cuando uno cree
sólo hablar de la resistencia muscular al esfuerzo. La abstracción de la falta
que define nuestro método nos permite poner entre paréntesis ese conflicto de
la pasión y la ley que reside en el corazón de la realidad cotidiana del hombre,
y buscar sobre qué tejido inteligible se trama el juego terrible de las pasiones.
Aquí, el mito de la inocencia brinda una ayuda considerable a la comprensión
psicológica. Entonces, es necesario atender a un tipo de comprensión en que
la resistencia permanezca como un momento de la docilidad. Tal cosa resulta
difícil, pues la docilidad se sustrae a la atención.
253 / 396
Son ante todo las cosas las que se resisten al esfuerzo que desplegamos para
desplazarlas. Móvil entre móviles, centro de fuerzas en un campo de fuerzas, el
hombre debe experimentar la resistencia de las cosas. Pero hay que señalar
que la fuerza de las cosas no constituye un impedimento absoluto para que el
querer se ejerza, sino que sólo viene a limitar un movimiento que tiene un éxito
parcial: un obstáculo absoluto que impediría desde los comienzos mismos
desplegarse al movimiento constituiría una constricción tal que impediría la
menor contracción. Por eso no tiene sentido decir que las cosas impiden mi
voluntad; sólo un querer ya desplegada eficazmente puede encontrarse con
límites; la resistencia externa supone la docilidad del cuerpo.
254 / 396
relación del esfuerzo con el hábito y con la emoción es el refuerzo necesario
para un análisis del esfuerzo muscular.
255 / 396
Ahora bien, ¿cómo puede el esfuerzo destruir el círculo de la emoción, el
círculo que forma un pensamiento naciente con su resonancia visceral y
muscular y, por último, con la creencia que refleja el trastorno del cuerpo?
Pero hay una acción disolvente más radical que la de disputar el movimiento a
la onda emocional que intenta comprometerlo en su flujo. La acción muscular
no alcanza todo su sentido sino incluida en una lucha más interior que ataca a
la emoción en su núcleo representativo -y si lo hay, en su lugar pasional-: en la
creencia en la cual el trastorno del cuerpo se trasciende; en la aplicación de la
atención a los valores superiores a mis bienes amenazados o a mi reputación
insultada, alcanzo el corazón de la emoción; esta acción pone en juego todos
los aspectos de la motivación antes evocados; en particular, suscita una
revolución en la imaginación, que es, como se ha dicho, el plano común donde
la emoción proyecta su creencia y donde el pensamiento brinda una vivacidad,
una carne y una cuasipresencia a los objetos representados; acudiendo a una
imaginación más fuerte, orientada a las razones opuestas a la cólera, al temor,
puedo cambiar el curso de mis pensamientos.
256 / 396
El primer efecto del hábito es el más espontáneo, el menos querido; consiste
en un embotamiento progresivo del poder irritante de las impresiones emotivas.
En suma, es el buen uso del “hábito pasivo” de los antiguos autores; el mismo
prepara una conciencia menos afectiva, más representativa de nuestras
imsiones musculares, trabajando así en favor de la subordinación del, impulso
muscular a la iniciativa voluntaria (ya volveremos sobre el papel de esta
sensibilidad muscular diferenciada, identificada y localizada en el lanzamiento
del movimiento).
Tanto Montaigne como Descartes, que por otra parte han denunciado los
prestigios de la costumbre y la autoridad, no ignoraron esta posesión activa del
cuerpo y el pensamiento por el hábito que es puesto al servicio del esfuerzo: "la
virtud, dice Montaigne, no es una cresta que brota del alma, sino hábito
resuelto y constante" 5. Hay mucho de hábito en la igualdad del alma.
Y Descartes: "Me parece que sólo puede haber dos cosas requeridas para
estar siempre dispuestos a juzgar bien; una es el conocimiento de la verdad, la
otra el hábito que hace que uno recuerde y acceda a ese conocimiento todas
las veces que se presente la ocasión. . ." La dificultad de estar siempre atentos
nos deja a merced de las falsas apariencias, "y sólo, agrega, a través de una
meditación larga y frecuente lo hemos impreso en nuestro espíritu de tal
manera que se ha hecho hábito" 6. Descartes vuelve así a asimilar la virtud al
hábito, según el antiguo análisis de los "habitus". Entonces, si el hábito es una
"pasión del alma", las virtudes, por su parte, son uno de los momentos de unión
del alma y el cuerpo 7. De modo que la continuidad existente entre la voluntad y
257 / 396
el hábito dócil sostiene el conflicto que se plantea entre el esfuerzo y la
resistencia emotiva.
Condillac oponía el "yo de la reflexión" al "yo del hábito" Aquí el engaño puede
ser considerable, pues la resistencia que el hábito ofrece al esfuerzo no lo irrita,
de manera alguna, desde fuera, como un obstáculo; se trata más bien de una
resistencia como inercia que impregna toda nuestra naturaleza: "Mens postra
imbuta est", dice Descartes a propósito de los prejuicios que obscurecen el
juicio. El hábito contraído es la resistencia inconsistente que insinúa una
amenaza de no ser. Sólo un despertar del esfuerzo revela al hábito como
sueño (cf. el sueño dogmático del que habla Kant) y constituye al hábito como
resistencia. Me separo de mis poderes y me destierro de toda forma; en
algunos instantes privilegiados mi libertad se estremece por su amplitud
perdida y vuelta a encontrar. Cierto temor a la elección y al compromiso en el
adolescente es, con frecuencia, la torpe expresión de tal estremecimiento;
elegir es excluir; de una amputación a otra, el hombre pierde figura y forma. La
evasión hacia lo imaginario es aún una forma estéril de esa separación, pero
también constituye un ensayo de envergadura de "la existencia posible" (para
decirlo como K. Jaspers). En ese momento, se pone fuera el hábito como
ropaje del ser auténtico: costumbre, disfraz, dice Alain, que la remite al cuerpo,
como hacemos con la emoción cuando la reconocemos en tanto temblor y furor
del cuerpo. Sin duda, este tema fácil y romántico de una oposición entre el yo
genial y el yo industrial y cotidiano no es, asimismo, más que un momento de
una dialéctica más vasta; pues sólo se destruye una forma en nombre de otra
forma, y carecer de todo límite es un riesgo aun mayor que el de ser limitado:
no hay ser sin elección, no hay elección sin querer, no hay querer sin poder, no
hay poder sin ser tal o cual; hay que volver a la caverna. Al menos, ese
momento negativo es un momento esencial de la libertad. Por principio, la
conciencia, no pudiendo ser engendrada por algo que no sea ella, tiene con
qué oponerse a su propia naturalización y sólo se anula por la pasión de la
pereza, que es miedo a sí mismo, el miedo a venir a sí mismo y a correr la
aventura de inventar su existencia. Mezclado a esta pasión de la pereza, el
hábito es una manera de sustraerse al "trabajo de lo negativo" en el que Hegel
reconocía el poder de la conciencia 8.
258 / 396
embargo, cada vez que uno los hace es como si Dios descendiera sobre la
tierra".
El ser humano aspira a esa cualidad del hábito y la emoción, que harían del
cuerpo la resonancia y, si fuera posible, la expansión espontánea de la libertad.
Esta última síntesis es el límite inaccesible, el término mítico de una dialéctica
de lo voluntario y lo involuntario donde no puede eliminarse lo negativo.
259 / 396
involuntario impulsivo del deseo, y utiliza lo involuntario estructural elaborado
por el hábito. Sin esta "mediación", las dificultades clásicas del problema del
movimiento voluntario quedan sin solución 10. (No volveremos sobre el
obstáculo radical que se opone a la inteligencia del movimiento voluntario, a
saber, el dualismo del entendimiento que remite la intención al pensamiento
inextenso y el movimiento a la cosa espacial).
260 / 396
nuestros miembros por un agente exterior) frente a la experiencia del
movimiento activo, espontáneo o voluntario; "Aquí, un sentimiento de inercia, la
conciencia de un estado cambiante y, sin embargo, `cerrada' en cada instante,
que por así decirlo mira hacia atrás en el tiempo; allí, la conciencia de un
estado 'abierto' y que mira hacia delante" 13. El momento propiamente activo en
lo sensible depende de esta dimensión práctica de la conciencia que buscamos
aquí separar constantemente de la conciencia teórica (perceptiva,
representativa, intelectual, etc.). Pero la introspección tiende a fijar la
conciencia en la representación. Por otra parte, en el movimiento fácil la
intención motriz se oculta tras la sensación del movimiento hecho; dicha
intención sólo se distingue de la mencionada sensación si la relación de la
"intención" a la sensación se "distiende", se recuesta en el tiempo bajo la forma
de la espera orientada, de la preparación motriz. Una experiencia simple revela
su presencia. cuando me apresto a levantar un peso que se muestra, por fin,
vacío, mi esfuerzo resulta engañado; la sensación experimentada me
sorprende; dicha sorpresa nace del contraste entre la sensación efectiva, que
es semejante a la del movimiento pasivo, y la sensación esperada y preparada.
Esta suerte de "frustración" revela que la intención motriz anticipa la sensación
y que ésta de algún modo la confirma. Se la reconoce a medida, y a la vez, que
se la desenvuelve y se la recibe. Si ahora no olvidamos que la conciencia de
mover el cuerpo se encuentra por su parte retomada a partir de la conciencia
de obrar en el mundo, y que de alguna manera se encuentra atravesada por
ella, es lo mismo decir que el órgano está atravesado por el obrar que decir que
la sensación kinestésica está atravesada por el obrar. Es la intencionalidad del
obrar, dirigida prácticamente hacia la obra, la que consuma el sentido tanto del
moverse como de la sensación que dicho moverse anima. De manera que
podemos afirmar que la psicología de la introspección pasa junto al sentimiento
del esfuerzo buscando algo que no puede encontrar: una representación
espectacular del esfuerzo. Vaciada de su dimensión práctica, la sensación
muscular es de algún modo reducida, si se quiere, reducida a sí misma; ahora
bien, en sí, precisamente, ella no es más que una retrospección inmediata que
revelaría de la misma manera el movimiento pasivo y el movimiento
activamente producido. Pero, en sentido inverso, hay que dar la razón a Maine
de Biran contra Ampére, cuando éste busca una sensación puramente central
del esfuerzo: el sentimiento de esfuerzo sigue siendo el de una acción en una
sensación periférica 14. Es, por fin, en esta acción en una sensación donde
Maine de Biran intentaba hacer entender a su amigo Stapfer la indivisible
unidad: en ella se opera "la conexión del querer y la moción" 15.
261 / 396
Nos había parecido que el movimiento no se encuentra ordenado
frecuentemente por una imagen kinestésica inconsciente de dicho movimiento.
No hay por qué suponer una imagen kinestésica inconsciente en la mayor parte
de los casos en que ésta se encuentra ausente. En los saber-hacer
preformados son las propiedades formales de los objetos percibidos, sin
semejanza con el movimiento, las que ordenan a éste; el papel regulador de la
imagen kinestésica parece derivado por transferencia de la imagen de las
señales externas. Con todo, si bien es cierto que el modelo externo tiene un
poder regulador primitivo sobre el movimiento semejante, el papel motor de la
imagen kinestésica puede proceder, asimismo, por transferencia del modelo
externo. La imagen kinestésica sería entonces un caso particular de modelo: un
modelo muscular. Ese papel de las imágenes en cuestión es manifiesto en los
casos en que hay que suplir a las señales y a los modelos visuales deficientes
o ausentes, como en el ciego de nacimiento; otro tanto ocurre en los
movimientos difíciles, en los que todos los sentidos deben cooperar en la
regulación, como en el alpinista, el equilibrista, etc. Uno de los efectos del
ejercicio, ya lo hemos visto, es precisamente suscitar un reconocimiento cada
vez más claro y menos afectivo de nuestro imperio muscular, en suma, una
suerte de introspección muscular. Cuando el cuerpo es bien conocido y cuando
una sensibilidad muscular diferenciada se ha librado de la ganga de afectos
obscuros e impresiones masivas, "el alma, dice Maine de Biran, conserva una
determinación que es una suerte de recuerdo o de idea imperfecta" 17. Tales
ideas son las imágenes kinestésicas, prestas a su función de guía y control.
262 / 396
Ahora bien, la atención excesiva aportada a las representaciones en el
lanzamiento del movimiento tiene como consecuencia disipar el carácter
transitivo de la moción voluntaria: la imagen no produce nada; sólo esclarece la
intención motriz que la atraviesa, que suele sobrevivirla y que es la única
productora de la acción. Es notable que los psicólogos que han buscado la
diferencia específica del movimiento voluntario en el tipo de representaciones
que lo preceden se han visto conducidos, con frecuencia contra su intención
primera, al dualismo. En tal sentido, las declaraciones de W. James son
características: después de declarar que las. sensaciones y los pensamientos
no son más que abstracciones con relación a la acción, "cortes transversales
de corrientes de pensamiento que tienden á la acción como a su fin esencial",
llega a escribir: "La volición es un acto exclusivamente psíquico y moral y que
resulta perfecto una vez que ha instalado la representación para que resida en
la conciencia; los movimientos consecutivos a dicha representación no son más
que epifenómenos completamente accesorios, que revelan ganglios nerviosos
que funcionan fuera de la conciencia" 21. Pero hay que atribuír esta escisión a
la definición del movimiento voluntario. "Para que un movimiento sea voluntario,
es necesario que su representación preceda a su ejecución" 22. De manera que,
por una parte el esfuerzo queda reabsorbido en la atención a las ideas, cuya
característica es ser ineficaz en el sentido propio, es decir, improductiva; por la
otra, el movimiento resta extraño a la representación: es un reflejo
absolutamente automático -el pretendido reflejo ideo-motor- que sucede a una
atención sin gravitación alguna sobre el cuerpo. Así, separado de la
representación, el movimiento voluntario se torna indiscernible del movimiento
automático. Y sólo difiere de él por un antecedente exterior.
263 / 396
prácticos encajados, entre los cuales el más elevado (por ejemplo el ajuste
profesional) es contiguo y continuo a la intención o purpose (por ejemplo la
intención de ganarse la vida); el mismo tiene debajo de él ajustes más precisos
(curiosidad, cólera, más tarde el andar, luego el movimiento de la pierna, etc.).
El purpose es la persistencia misma del ajuste superior "hasta que" un acto
conveniente ponga fin (release) tanto al uno como al otro. De tal modo, "el
ajuste determinante" da cuenta de la variabilidad de movimientos subordinados
aptos para poner fin a un purpose.
264 / 396
ejecución puede bastar para disiparla, presenta asimismo una jerarquía: puedo
estar fatigado de pintar a un ritmo de 3-5 o de pintar en general o de hacer un
trabajo manual, etc.
Todos estos trabajos poseen un interés considerable, que supera con creces,
por la elección de las tareas y acciones estudiadas, el interés de los trabajos
anteriores sobre las "tendencias reproductivas", basados en tareas mecánicas
y artificiales (listas de sílabas carentes de sentido). Desgraciadamente, la
interpretación física de la noción de "tensión" y la reducción correlativa del yo a
un sistema especial de tensiones hace difícil la utilización de estos excelentes
estudios fuera de la hipótesis central del dinamismo guestáltico. Para
enderezar la interpretación es importante no separar la noción "causal-
dinámica" de tensión de la noción propiamente fenomenológica "de intención",
con respecto a la cual, la mencionada interpretación debe constituís el
diagnóstico objetivo 28. En tal sentido, A. Burloud tiene razón al buscar el
modelo de "la intención motriz" en esas intenciones que pueden captarse en
vivo, cuando buscamos completar un recuerdo en el tiempo o en el espacio 29.
Estas intenciones en obra dentro del plano imaginativo son la clave del
problema de la moción voluntaria: "La acción se encuentra allí como dirigida y
la dirección se muestra activa"; la intención aparece como una "determinación
activa del sujeto, forma del pensamiento en obra, pensante antes de ser
pensado y antes que relación, puesta inclusive en relación" 30. La producción
del movimiento es una realización de intención de esa índole, por movimientos
y no ya por imágenes.
265 / 396
Precisamente, el sentimiento del esfuerzo revela esta delicada articulación. Allí
experimento la sensación como producida por la intención y, a la vez, como
recibida por este cuerpo que me sitúa. El esfuerzo se encuentra en la
confluencia de la actividad que desciende desde el yo en su densidad corporal
y de "la afección simple", como decía Maine de Biran, que siempre me revela
que, incluso en el mayor dominio sobre mi cuerpo, no me doy mi cuerpo. Por
ello la sensación kinestésica, con respecto a la cual ya adelantábamos que no
agota nuestra experiencia del esfuerzo, sigue siendo, como contrapartida, el
medium indispensable de pasividad en el cual se encarna la intención activa
del movimiento 32. Pero esta continuidad jerárquica de intenciones prácticas,
que se especifican de manera creciente y que se encuentran inmersas en lo
involuntario absoluto de la organización, se complica, en el esfuerzo de un
sentimiento de resistencia, por la mutua exaltación de la actividad y la
pasividad corpoporal. Tal contraste se encuentra a punto de obliterar la
conciencia transitiva de la moción voluntaria.
3. Poder y querer
Si bien ahora consideraremos la intención motriz del lado del querer, con todo
debemos subrayar también aquí la continuidad entre la iniciativa motriz del
querer y la tendencia. La intención motriz es el poder del querer. No hay querer
sin poder, pero tampoco hay poder sin un eventual querer. En tal sentido, no
hay diferencia de naturaleza sino sólo de grado entre la iniciativa motriz de los
automatismos despiertos, que se reduce a un discreto dejar-pasar, y el
esfuerzo intenso aplicado a una resistencia. El querer sigue siendo allí una
iniciativa de moción a través de poderes.
266 / 396
límites, en los fines, en las extremidades. El movimiento mide los intervalos. El
entendimiento y la voluntad no determinan más que lo discreto y lo abstracto.
La naturaleza constituye la continuidad concreta, la plenitud de la realidad. La
voluntad hace a los fines, la naturaleza sugiere y suministra los medios. En
todas las cosas la necesidad de la naturaleza es la cadena sobre la cual se
trama la libertad" 34.
Esta relación del poder y el querer supera con creces al movimiento voluntario;
con toda una parte de mi pensamiento mantengo una relación práctica bastante
semejante a la del pianista con sus dedos cuando se ocupa por entero de sacar
de la nada, "a través" de sus dedos, las notas que el piano sólo guarda como
posibles: del mismo modo, cuando escucho a un interlocutor o cuando hablo,
atravieso la gramática y el estilo y sin pensarlos como tales voy derecho al
sentido. Pensar es siempre animar un saber forjado por pensamientos antiguos
que ;utilizo tomó si fueran una naturaleza intelectual. Allí reside, en el seno del
Cogito más abstracto, la condición de progreso. Sólo formo nuevos
267 / 396
pensamientos a condición de que existan pensamientos que no formo; no hay
Cogito actual sin un Cogito antiguo y abolido como acto: hay un diverso del
pensamiento, tal como ocurre con el movimiento, que no puede ser recorrido
sino prácticamente sumado cada vez que pienso activamente.
Es así como el movimiento fácil por el cual experimento mi libertad resume toda
la historia que permite al poder de pensar lo lejano eximirse de dar respuestas
inmediatas y a la voluntad abstracta abolirse como órgano de sí misma. Por
eso podemos afirmar asimismo que nuestros poderes más generales son una
suerte de voluntad constituida con relación a la voluntad constituyente o que
nuestra voluntad deviene la forma de nuestro cuerpo 36.
268 / 396
que resulta co-percibido (mitgeschaut), co-juzgado, co-querido, algo de lo que
no me ocupo expresamente. Los automatismos despiertos son auténticas
acciones voluntarias "en el horizonte" del querer; por error se las llama
inconscientes o absolutamente involuntarias.
Lo propio de los actos marginales (o inactuales, si puede afirmarse tal cosa con
respecto a un acto) es poder volverse actos focales en virtud de la implicación
temporal entre el campo potencial y la mirada actual. El fumador que arma
maquinalmente un cigarrillo sabe bien que lo hace "expresamente", pues es
capaz de reconocer su acto como suyo y de retomarlo como acto focal. No hay
necesidad de recurrir a una interpretación sociológica para comprender el
carácter voluntario de tales automatismos despiertos. La posibilidad de
convertir el querer débil en querer fuerte atañe a la. unidad del dejar-pasar y del
esfuerzo. En cierto sentido, es el querer fuerte el que da a comprender al
querer débil; pero, a la inversa, el esfuerzo es una reiteración reflexiva del
querer débil que oculta el sentido de la moción voluntaria; asimismo, con la
mayor frecuencia, es el querer débil, potencial, el que muestra mejor la
continuidad entre el querer y el poder y la acción transitiva del querer en el
mundo "a través" del poder.
Hay una tentación ante la cual pocos filósofos se han resistido: la de extraer
una teoría del conocimiento de una reflexión sobre la acción, la de derivar el
ver del hacer. El conocimiento ¿no se encuentra acaso ligado a una acción y
no es acción él mismo? El mundo ¿no es acaso un conjunto de resistencias al
contacto con las cuales el yo se reflexiona de tal suerte que pone el no-yo
como oponiéndose a él? Inmediatamente aparece la figura de Maine de Biran,
que, del "hecho primitivo" del esfuerzo, ha creído poder extraer toda una teoría
de la percepción.
Es útil recordar que una filosofía del esfuerzo no basta para constituir una
teoría del conocimiento. Hay pues una frontera en nuestro problema, que
hemos de reconocer: el límite en que una teoría de la acción ya no puede
darnos la presencia del mundo.
269 / 396
cual el conocer absorbe enteramente la acción del sujeto es, hablando con
propiedad, la atención. Sus modificaciones tienen por correlato las
modificaciones del aspecto mismo de las cosas ("claridad" atencional, "relieve",
etc.).
Sólo por el esfuerzo "todo se relaciona con una persona que quiere, obra, juzga
sobre el resultado de sus actos, distingue por contraste los modos forzados de
la sensibilidad pasiva de aquellos que produce por un querer y que, de tal
modo, puede adquirir, sea directamente a través del tacto, sea por una suerte
de inducción (con el ejercicio de cualquier otro sentido), la idea de alguna
existencia o fuerza extraña concebida a partir del modelo de la suya propia "40.
270 / 396
Dignidad considerable del esfuerzo, que engendra a la conciencia de sí mismo
y, en contraste con ella, al conocimiento del mundo qué no soy yo.
Podemos discernir una suerte de jerarquía en esta inducción del no-yo: éste se
revela progresivamente como límite vago, como contraste y sobre todo como
resistencia al esfuerzo; es así que en el olfato únicamente por el esfuerzo
voluntario olfativo puede el aroma de la rosa convertirse en percepción por
primera vez; en cuanto la impresión del olor no siempre responde al esfuerzo
que hago por atraparla, el esfuerzo se distingue de la impresión; "hay una
escisión entre los actos que el yo experimenta produciéndolos y las
modificaciones que experimenta sin producirlas." Entonces "la resistencia al
deseo debe conducir no al conocimiento, sino a la creencia de que algo existe
fuera del ser sintiente, no la percepción, sino la persuasión de un no-yo” 41.
Esta vaga existencia sugerida por el olor está inducida de un modo mas neto
por el ejercicio del oído, cuya parte motriz es propiamente la voz: los so-nidos
que no produzco son remitidos al no-yo por simple contraste, a través del
índice totalmente negativo que confiere la "ausencia de esfuerzo”42.
Existir es obrar: eso es cierto tanto con respecto al yo, por el esfuerzo, como
con respecto a la cosa, por la resistencia que me opone. "El primer juicio de
existencia está tejido sobre la apercepción del esfuerzo, constituye en una
misma intuición al sujeto del esfuerzo y al término extraño que existe como
fuerza única de resistencia; por ello... el yo se torna capaz de conocer sus
propios límites y de circunscribirse”.44
Es así como puede verse que en una filosofía del esfuerzo se encuentra
envuelta una filosofía de la percepción, que la posición del mundo está
implicada en "el juicio o la relación simple y primitiva de existencia personal”45 ,
que la existencia del mundo está implicada en la apercepción del esfuerzo.
271 / 396
original y, podríamos decir, adinámica. La pareja acción-pasión, esfuerzo-
resistencia, no gobierna exclusiva ni esencialmente mi relación con el mundo;
hay un misterio propio a la presencia del mundo en la percepción, un misterio
de la intuición sensible que no se deja reabsorber en el esfuerzo. La existencia
de la cosa no es la pura contrapartida de mi existencia como fuerza; existir para
la cosa es estar ahí para mí; para decirlo de otra manera: ser percibido no es
una forma de pasividad o de inercia, de resistencia a mi acción; un objeto no
obra, es percibido; objeto no es no-yo, sino presencia de lo otro.
272 / 396
conceder que el objeto visual no es sentido sino representado; se esfuerza por
mantener esta función representativa como propia del sentido de la vista,
reserva hecha al tacto que se emparienta un poco con ella. "Ahora bien, si el
afecto es défil, el esfuerzo también lo es, pues el ojo es el órgano menos inerte;
asimismo el esfuerzo no es reflexivo sino que sólo se lo percibe en el modo
representado. Y la atención se vincula a ese modo como a su elemento
propio".49 En realidad, Maine de Biran ha presentido aquí esta acogida, esta
receptividad pura, que no derivan ni de la acción voluntaria ni de la afección
pasiva y que constituyen el percibir mismo; una reflexión sobre los diversos
registros sensoriales revelaría en cada uno de ellos la presencia irreductible de
esta receptividad. Lejos de agotar el problema del conocimiento sensible, una
exploración de las modalidades activas y pasivas de la percepción ni siquiera
permite plantearlo correctamente. Únicamente en función de la representación
pura alcanza todo su sentido el esfuerzo de atención, como una acción en el
seno de una presencia. De ningún modo su carácter de espectáculo y de
acogida constituye una degradación del esfuerzo.
b) La misma reflexión que nos libra del sensualismo nos libra también de un
intelectualismo atento sólo a las estructuras impersonales del conocimiento
(categorías del entendimiento e ideas de la razón): el filósofo que ha tomado
por tema de meditación las condiciones universales que hacen posible al
conocimiento en general siempre corre el riesgo de perder de vista el núcleo
personal del "yo pienso". El esfuerzo de atención que nadie puede hacer en mi
lugar da a conocer su marca personal de "yo" y revela allí una acción solitaria
al mismo tiempo que una función universal. Todos los modos del Cogito son
273 / 396
justiciables del esfuerzo: es su común inherencia en el "yo quiero" lo que los
une al destino único e irreemplazable de una persona.
No hay que sacrificar ninguno de los dos aspectos de la atención: por una parte,
el esfuerzo se humilla ante las presencias; por la otra, el esfuerzo une tanto el
conocer como el obrar al mismo Cogito vigilante.
NOTAS
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choisis de Maine de Biran, publicados —pianos de conciencia" que atraviesa
el
por H. Gouhier, págs. 236-7. Lo que de- esfuerzo: Bergson, L'effort
intellectuel,
bilita la doctrina de Maine de Biran (ade- L'energie espirituelle, cap. VI.
más de la sobrevaloracìón de la resisten- 25
cia que ha conducido a los contradicto- . K. Lewin, Vorsat Wi, págs. Be
329
res al dualismo) es que el cuerpo propio dürfnis, Psych. Forsch., 1 926
nunca está claramente distinguido del or- 385'
panismo, del cuerpo-objeto; la noción 26. María Osvianskina, Die Wieder
"de orgánico" mantiene un sentido am- aufnahme unterbrochener Handlungen,
biguo: significa a la vez el objeto de la Psych. Forsch., 1929, págs. 302-379.
En
biología y el plano inferior de la expe- esas búsquedas la interrupción está
pro
riencia interior. Esta ambigüedad se co- Pvocada por una acción comprometedo
munica con la noción correlativa de fuer- ra, una interdicción; un accidente
vejato
za hiperorgánica; el querer no está más rio, una introspección, etc. El autor es
allá del organismo, trasciende el cuerpotudia las resistencias a la interrupción,
las
propio. tentativas de reanudación, las equivalen
16. Véase más arriba, 11 Parte, cap. cias de anudacìón, las anudaciones
debili
l l, 1. tadas o sustitutivas, etc. Cf. por otra parte Zeigarnik, Ueber das
Verhalten van 17. Maine de Biran, Mémoire sur la erledigten and
unerledigten Handlungen,
décomposition de la pensée, éd. Tisse- Psych. Forschung, 1927, págs. 1-86: el
rand, 111, 228, y III, 195; la formación autor estudia particularmente la presión
de la representación muscular es una que ejercen sobre la memoria las accio
conquista sobre la irritabilidad muscu- nes no "descargadas". lar al mismo
tiempo que sobre la afecti
vidad, III, 212. 27. K. Lewin y A. Karsten, Psychische Sattigung, Psych.
Forschung, 1927,
18. A. Burloud, a.c., págs. 96-7. "La págs. 142-255. Sobre la distinción entre
intención motriz es en el plano del cuer-las dos "fatigas:", en el mismo sentido,
po el análogo de la intención imaginati- Ch. Blondel, o.c., págs. 327$. va en el
plano del espíritu", ¡bid, pág.
97 28. Con respecto a esta discusión metodológica, cf. más arriba II Parte,
cap. 19. ¡bid., pág. 210. I y 11.
29. Bu rloud, o.c., pág. 55. citación inicial del movimiento volunta
30. lbid, pág. 57. rio; el método fisiológico permite confirmar nuestra
distinción entre el soltar 31. Cf. más abajo, III Parte, cap.-II, se y la estructura y
mostrar la universali
1, sobre la vida como problema resuel- dad de esta iniciativa del movimiento
to y como tarea. hasta en los gestos más familiares; cf. en
32. —El esfuerzo envuelve dos ele- partic. págs. 400-402 y 410: "No parece
mentos, la acción y la pasión. . . El gs- que la iniciativa del movimiento se en
fuerzo se consuma en el tacto". Ravais- cuentre relacionada con una zona deter
275 / 396
son, o.c., pág. 23. minada de! cerebro".
33. Descartes, Traité des Passions, art. 38. Husserl, ideen, I, parágr. 35, pág.
40. 61; parágr. 169, pág. 236.,
34. Ravaisson, o.c., págs. 59,50„60-1. 39. Maine de Biran, Mémoire sur la
. Sobre esta noción de condición, décompositión de la pensée, éd. Tisse
35
rand, t. IV (Segunda Sección); cf. en par
cf. III Parte, cap. I. ticular el resumen general, págs. 245-256.
36. Conduciendo hasta el extremo es- 40. Maine de Biran, o.c., t. IV, págs.
ta idea de que el hábito es de la voluntad 7-8. incorporada, Ravaisson veía
en ello el
principio de reconciliación entre el' pen- 41. lbid., pág. 44.
samiento y lo real, "la idea sustancial", 42. Ibid., pág. 59. "el pensamiento en
los miembros". "Con
respecto a esos órganos tales tendencias, 43. Ibid., pág. 102.
que tales se convierten ideas de manera 44. lbid., pág. 115.
progresiva en la forma, el modo de ser, 45. lbid., pág. 125. el ser mismo; la
espontaneidad del deseo
y de la intención se disemina, desenvol- 46. lbid., pág. 30.
viéndose en la multiplicidad de la organi- 47-; lbid., pág. 14. zación", o.c.,
pág. 37.
37. Baruk, Le problème de la volonté: 48. lbid., pág. 14.
nouvelles don nées psychólogiques, J. de 49. ¡bid., pág. 87 (asimismo, pág.
85
Ps. 1939, págs. 397-423: la catalepsia y y 94). la catatonía alcanzan
afectivamente la in
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LOS PROBLEMAS DEL CONSENTIMIENTO
Las formas de la voluntad, como ocurre con todos los actos del sujeto, se
distinguen principalmente por su objeto y por la manera en que se orientan a él;
pero el conocimiento previo de lo involuntario con respecto al cual dichas
formas son recíprocas ya puede dirigir la mirada hacia las formas más
disimuladas; nuestra atención es atraída hacia la tercera. forma de la voluntad -
el acto de consentir- por la consideración de un tercer ciclo de lo involuntario;
decidir era el acto de la voluntad que se apoya en motivos; moverse, el acto de
la voluntad que conmueve a los poderes; consentir es el acto de la voluntad
que asiente a la necesidad. Damos por sobreentendido que es la misma
voluntad la que sucesivamente se considera desde puntos de vista diferentes:
el de la legitimidad, el de la eficacia y el de la paciencia.
Ese nuevo aspecto de lo involuntario se revela ante todo como un residuo del
análisis anterior; muchas veces nos hemos topado con un conjunto de hechos
que parecían hacer fracasar las tres ideas directrices del presente libro: la
reciprocidad de lo involuntario y de lo voluntario, la necesidad de superar el
dualismo psicológico y de buscar en la subjetividad la medida común a lo
involuntario y lo voluntario, y, por fin, la primacía de la conciliación sobre la
paradoja. Recordemos sumariamente tales hechos, que merecen por
excelencia propia el nombre de hechos; tienen en común el sustraerse tanto a
toda apreciación como a todo cambio por parte de la voluntad; no pueden
compararse como los motivos, ni dar lugar al esfuerzo como los órganos
dóciles.
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esos valores de base cuya energía es un dato primero con respecto al querer;
ahora bien, lo notable de ese primer aporte de valor es que constituye al mismo
tiempo la condición para que haya algunos valores: puedo medir mi vida de
acuerdo con otros valores, y según la expresión de Platón, "cambiarla" por ellos;
pero es necesario que me encuentre con vida para nutrir el proyecto y la
realización del sacrificio: al suprimir la vida, el sacrificio suprime todos los otros
valores; esta dependencia de la voluntad con respecto a la vida aparece de un
modo todavía más simple: cierto estado de mi vida es siempre el trasfondo de
todo pensamiento voluntario; es trivial decir que la enfermedad, la fatiga, el
sueño alteran la cualidad de decisión y de esfuerzo del ser humano; la vida es
lo dado que permite que ciertos valores sean para mí.
Desde otra perspectiva, el estudio del esfuerzo nos enfrenta con las mismas
dificultades; toda eficacia tiene sus condiciones y sus límites en el carácter, lo
inconsciente y la vida; puede acrecentar y cambiar mis poderes, pero lo hago
de acuerdo con una fórmula que es mi manera de ser eficaz, más que el
término sobre el cual se aplica dicha eficacia; ese mismo carácter que, hace un
momento, hacía a la parcialidad de la motivación, es asimismo la incoercible
manera de ser de mis poderes y de mi propio esfuerzo. Las virtualidades
inconscientes donde se hunden todos los motivos son asimismo la
espontaneidad obscura y oculta que anima a la emoción y al hábito y que
explica las extravagancias, las tenacidades y ciertos aspectos automáticos. Por
último, esta vida sobre la cual se perfila todo valor es, al mismo tiempo, la
fuente de toda fuerza: todo poder se hunde en la vida y aparece superpuesto a
una organización "silenciosa" que asegura las tareas esenciales de la vida
antes de toda reflexión y de todo esfuerzo; el reflejo, que hemos distinguido de
las primeras tomas de conciencia sobre el movimiento, y que no hemos podido
utilizar de ninguna manera en la teoría del hábito y la emoción, es el testigo,
cuando es consciente, de una sabiduría prevoluntaria sin la cual no podría
empezar a querer; comprendemos, sin saber lo que recubre la metáfora, que
toda voluntad es conducida por un conjunto de regulaciones y equilibrios cuyo
desorden o ausencia la disocian o la destruyen; nos basta llevar la mano al
costado para sentir este corazón cuyos latidos nos permiten querer, hasta el
día aquél que nos traicionará. Este corazón que late y que dejará de latir es el
resumen de ese mundo involuntario tan cercano a nosotros y que la vida reúne
para nosotros y en nosotros; es la vida la que nos permite elegir y esforzarnos;
sin ella no seríamos hombres capaces de querer. Llamaremos con el término
general de necesidad corporal esas diversas formas de lo involuntario que no
son ni motivos ni órganos para el querer.
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globalmente con relación a la libertad. En cuanto el mundo en su totalidad es
una vasta extensión de nuestro cuerpo como hecho puro, dicho mundo es el
término de nuestro consentimiento.
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puro hecho, lo cambio para mí a falta de cambiarlo en sí. Por eso el
consentimiento siempre es más que un conocimiento de la necesidad: no digo,
como desde fuera: "es necesario", pasando de algún modo por encima de la
necesidad; afirmo, sí, que la necesidad sea "Fiat". Lo quiero así.
Esta conspiración de la voluntad con el orden del cuerpo, y más allá del cuerpo
con el orden del mundo, reúne por fin el consentimiento al esfuerzo. Sólo
cambio algo en el texto de las cosas si adopto el contexto implacable de la
necesidad. El mismo tejido de realidad se presta y no se presta a la moción
voluntaria, que presenta lagunas favorables a la acción y le pone extremos
infranqueables. Moverse y consentir es tomar lo real en la plenitud de su
cuerpo para buscar allí su expresión y realización. Consentir es todavía hacer,
como la indica la expresión hacerse cargo, asumir. Es un compromiso en el ser.
Pero está claro que esta semejanza es al mismo tiempo una oposición; el
consentimiento es también lo inverso del esfuerzo; es, expresamente, un
querer sin poder, un esfuerzo impotente, pero que convierte su impotencia en
una nueva grandeza; cuando transformo toda necesidad en mi libertad, lo que
me limita y a veces me destroza viere a ser el principio de una eficacia
completamente nueva, de una eficacia enteramente desarmada y desnuda. Así
el consentimiento, tan próximo al esfuerzo al que viene a prolongar, es al
mismo tiempo su contrapartida.
Una relación del hombre con las cosas muy diferente puede darnos una
imagen aproximada y suscitar una última discriminación en cuanto a su esencia;
la expresión "hacer suya la necesidad" sugiere la comparación del
consentimiento con una suerte de posesión. Lo "mío" lleva la impronta de mí
mismo; es como la irradiación de la persona en las cosas; la posesión, como el
consentimiento, no transforma el orden del mundo sino la relación de ciertas
cosas a mí mismo; el "a mí mismo" se encuentra a mitad de camino entre el
"fuera de mí" y el "en mí"; del mismo modo la necesidad tiene a hacerse la
expresión y como la posesión de la libertad. Pero el consentimiento no tiene la
tirantez y la crispación de la posesión; en efecto, lo que posee tiene siempre
280 / 396
alguna relación con un goce eventual ante el cual puede corromperse o
alterarse e implica una referencia a otros sujetos que están excluidos de su uso
y que pueden a su vez excluirme; por eso la posesión es la sede de las
pasiones -de las pasiones del tener- y no da cuenta de la esencia del
consentimiento; la necesidad no está destinada a ser consumida, tampoco es
corruptible, ni puede compartirse, envidiarse u ocultarse. La necesidad está
siempre conmigo, y cada uno tiene la totalidad de la vida y la muerte. La hago
mía de una manera inimitable que es propiamente consentir. Más que posesión
sería paciencia. La paciencia soporta activamente lo que padece, obra
interiormente según la necesidad que sufre. El consentimiento es paciencia,
como el esfuerzo es eficacia y la elección legitimidad.
La descripción pura suscita más problemas que los que resuelve o, más bien,
muestra el problema resuelto. La conversión de la necesidad en libertad
supone primeramente que hay para el pensamiento alguna proporción entre las
dos formas unidas por el consentimiento; y en segundo lugar que, tras la
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dificultad de entendimiento, no hay una irreconciliable hostilidad práctica entre
la necesidad experimentada en nosotros mismos y el anhelo de nuestra libertad;
por último, que no hay incompatibilidad entre esta nueva forma de la voluntad y
las precedentes, formas que aquélla viene tanto a invertir el sentido como a
consumar. La tercera dificultad es original: hace al acoplamiento último entre
las formas de la libertad. Por el contrario, las dos primeras nos resultan
familiares, sólo que se han ido haciendo mas agudas a medida que nos
elevamos de los motivos y los poderes a la necesidad. La primera -más
psicológica, pues tiene relación con el tratamiento que realiza la psicología
científica de las tres formas de lo involuntario envueltas en la necesidad-
plantea en términos nuevos el problema del dualismo psico-fisiológico. La
segunda, más filosófica -pues se refiere al tratamiento por la filosofía clásica de
las nociones de libertad y necesidad- prolonga el bien conocido problema de la
unión del cuerpo y el alma y concierne a la posibilidad de consentir a la
necesidad.
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el peligro de ser libre me pesan. Como veremos, la hipóstasis del carácter, de
lo inconsciente, de la vida como naturalezas fundamentales y exclusivas
constituyen un escape para el temor y la pereza, un protexto para no ser.
283 / 396
En efecto, uno está tentado de retomar la relación de causalidad que se intentó
aplicar al pasaje del pensamiento al movimiento, para orientarla en sentido
inverso: nos preguntaremos cómo pueden ciertas condiciones necesarias
imponerse a la voluntad; a ,primera vista podemos pensar que bastaría con
restringir el sentido de la causalidad a la forma negativa de condición sine qua
non; sin vida no hay voluntad; sería la relación que se expresa positivamente
en expresiones tales como infraestructura, basamento, sustento, base, o
permisión. La necesidad sería una causalidad de base que entraría en
composición con la causalidad de revestimiento propia de la libertad, de
manera que lo inferior conduciría a lo superior y lo superior superpondría su
causalidad propia, con lo cual la jerarquía de las causas formaría una serie de
causalidades parciales en donde cada una consumaría a la precedente y sería
a su vez consumada por la siguiente. Esta noción de causalidad parcial nos
suministraría la respuesta apropiada al vértigo de la necesidad; carácter,
inconsciente, organización, crecimiento, descendencia no serían más que los
grados sucesivos y en orden descendente de esta causalidad parcial; la
prolongación de la explicación en ondas crecientes que parecen dispersar
nuestra unidad en la totalidad cósmica actual y en las tinieblas del pasado
geológico de la vida sólo debería extrañar a los espíritus novelescos; pues el
progreso de la explicación señalaría la regresión hacia tanto más incompletas
cuanto más radicales parecen; ese movimiento descendente reclamaría al
contrario un movimiento inverso de composición ascendente de causalidades
parciales, con respecto a las cuales la última -al menos a escala humana- sería
la de la voluntad, que consuma el conjunto de causas subordinadas a través de
la elección y el esfuerzo o, a falta de un cambio efectivo de su dirección, a
través del consentimiento.
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que estaremos invitados por ese mismo fracaso a salvar la experiencia interior
de la necesidad en todas sus formas, donde quiera que nuestro cuerpo no nos
aparezca como fuente de valores o de poderes. Habrá que decir que es
padecer, experimentar lo incoercible, lo inevitable, lo irremediable; la existencia
nos resulta impuesta de diferentes maneras: sólo esta necesidad
experimentada en nosotros mismos puede ser apareada con la libertad del
consentimiento, pues sólo una experiencia interior puede ser parcial con
respecto a la libertad y reclamar un acto de voluntad que la consume. Digamos
a continuación que el esfuerzo por encontrar la. necesidad en el Cogito será
guiado por la consideración de que la necesidad corporal está siempre de
alguna manera mezclada con los motivos y los poderes cuya significación
subjetiva ya hemos encontrado. Esta adherencia de la necesidad a la docilidad
corporal debe advertirnos sin cesar y garantizarnos que la necesidad puede ser
el lugar de nuestra responsabilidad.
La condición sine qua non es uno de los índices de la necesidad que afecta a la
libertad. Pero no es más que uno de tales índices; la posibilidad de recurrir a
otras nociones igualmente inadecuadas atestigua su carácter imperfecto; de tal
modo el lenguaje de la topografía suministra la noción de situación; afirmamos
que la libertad está hundida, inmersa en la necesidad, que la necesidad es el
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lugar de la libertad. Tales representaciones espaciales son evidentemente
impropias; pero su inadecuación tiene la ventaja, sobre las nociones causales,
de ser manifiesta y, si es posible decirlo, sin equívoco a fuerza de ser
equívocas.
Nuestra primera tarea será, pues, criticar punto por punto el dualismo de lo
involuntario y lo voluntario a nivel del carácter, de lo inconsciente y de la vida.
Tal será el objeto del capítulo II (La Necesidad Vivida). Sin duda alguna, aquí
más que en ninguna otra parte, la relación de la naturaleza con la libertad es
paradojal; pero, al menos, dicha paradoja habría cumplido su función si,
agotándose a sí misma, consigue designar la adherencia de la necesidad a la
libertad.
3. La dificultad filosófica
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entendimiento, de la necesidad y la libertad tiene como trasfondo un conflicto
práctico que puede aparecer de dos maneras diferentes pero concurrentes.
Ahora bien, ¿por qué decir sí? Consentir, ¿no es ceder, capitular? Nos
encontramos en el último círculo; la psicología resulta aquí infinitamente
superada por opciones que van más allá de ella.
NOTAS
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del da, del schon, en Heidegger, Sein y de consentimiento a la situación, en
fa
und Zeit, págs. 134-167, 339-346. La no- vor de las descripciones de los
tres ciclos
ci6n de "situación" es común a todos los de lo voluntario y lo involuntario.
"existencia] ismos". Intentaremos, 1', 3. La proximidad de las palabras
(sen
darle un contenido preciso, aplicándola tir y con-sentir) no tiene valor etimológi
al tercer ciclo de lo involuntario, es de- co; sentire tiene en latín un sentido más
cir especificándola mediante una teoría intelectual que nuestro término sentir.
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LA NECESIDAD VIVIDA
CAPITULO II
LA NECESIDAD VIVIDA
I. El carácter
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discutidor, demostrativo, etc.; ahora bien, esas nociones formadas en la
conversación, la epopeya, la tragedia, la elegía, la novela, expresan
posibilidades humanas que, antes de convenir a tal individuo, son pensadas
con respecto al hombre en general tomado en toda su amplitud; voy al
individuo armado de signos, e intento atraparlo en el hilo del entramado cada
vez más apretado que tejo con mis abstracciones; un carácter individual es
entonces una composición de rasgos de caracteres abstractos y universales.
Pero el sentido común une a este procedimiento bastante claro un esfuerzo
más sutil por alcanzar la naturaleza del individuo de una sola vez; se usan
entonces metáforas cuyo poder de sugestión es finalmente más penetrante que
el genio analítico de una combinatoria de rasgos de carácter: así la imagen de
la vitalidad o del ímpetu evoca la prontitud o la facilidad con la cual los
sentimientos y los actos se enardecen, arden y se extinguen; un carácter
excitable, irritable, vivo, difiere por su tempo original de un temperamento
calmo, poco susceptible, lento1; la imagen del nivel permite distinguir
naturalezas deprimidas, aplanadas; la imagen de la profundidad opone seres
superficiales, ligeros, y seres profundos, graves; unos se exteriorizan, otros
viven retirados en sí mismos; las imágenes dinámicas de equilibrio, de armonía,
de desgarramiento, de conflicto, de inestabilidad, de nacimiento y decadencia,
de rigidez y plasticidad, sugieren una fusión de semi-abstracciones de orden
analógico tomadas del mundo de los sólidos, los fluidos, las plantas, las flores y
las mariposas, de la geometría y la dinámica; tales metáforas compensan, por
su poder sugestivo, el espíritu analítico que preside la elaboración de los
rasgos de carácter.
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nuestra intención no es resumir los trabajos de los sabios holandeses, sino
mostrar por un examen cuidadoso de los métodos que una ciencia objetiva de
los caracteres plantea el problema del hombre en tales términos, que es
imposible enlazar directamente, el carácter así elaborado científicamente con la
libertad de un sujeto; ese carácter-diagnóstico debe más bien servirnos de
índice para localizar y diagnosticar cierta naturaleza en primera persona, cuyo
estatuto subjetivo es por otra parte muy obscuro, pero que sólo puede ser
relacionada de alguna manera con una voluntad en primera persona.
2. Para alcanzar una visión racional y clara, la etología debe sacrificar todas las
metáforas evanescentes por las cuales el sentido común trataba de capturar el
genio indiviso del individuo; intenta reunir al individuo por la combinación y la
permutación de algunas componentes simples. Ya la constitución de un
cuestionario para la investigación biográfica supone una primera elaboración de
abstracciones que permanecen próximas a la observación vulgar; pero las
correlaciones4 mas estables entre los rasgos de carácter, que hacen posible
una clasificación, sólo pueden sistematizarse por medio de un pequeño número
de propiedades generales -emotividad, actividad, secundaridad- cuyas
principales combinaciones suministrarán los tipos caracterológicos principales5;
desde esa perspectiva, la etología supera el estadio descriptivo y tiende hacia
una verdadera explicación de los caracteres representados por su fórmula
desarrollada; por lo menos, la clasificación sistemática y la distribución cuasi
espontánea de los individuos en clases se sostienen mutuamente; por otra
parte, los factores abstractos cuyas permutaciones componen las fórmulas
caracterológicas están ora sugeridos directamente por ciertos rasgos que
figuran en la investigación, ora surgidos de una elaboración más erudita a nivel
de las teorías de psicología general6.
291 / 396
psicología de la fisiología, suficientemente objetivo como para autorizar un
tratamiento científico de la conciencia, y más especialmente una explicación
causal y determinista; tales son las tendencias que el caracterólogo afecta con
un coeficiente de emotividad, para luego buscar su poder motor y su acción
inconsciente. El segundo postulado es el primado del automatismo sobre la
acción reflexiva y voluntaria8: la actividad es el poder motor de una
representación en la que la impulsividad sólo puede impedirse por la acción
inhibidora de otras tendencias; se considera a la secundaridad un efecto lejano
y subconsciente de las representaciones; función secundaria y amplitud del
campo de conciencia son como los amortiguadores del automatismo primitivo.
Ahora bien, sabemos hasta qué punto se traiciona, en esta imaginería física a
la naturaleza más sutil de lo involuntario. Pero este postulado es coherente con
el primero: es el principio material de una física del espíritu, como la
objetivación del Cogito en nombre de las tendencias es su principio formal. El
tercer postulado es el que define a la conciencia como un fragmento de un
campo más vasto que es lo inconsciente9. Se lo invoca para definir la
secundariedad y la amplitud del campo de conciencia. Más adelante
volveremos a encontrar el sentido de lo inconsciente, pero nunca la conciencia
podrá definirse como la parte de un todo más vasto.
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es decir de psicografías que se refieren a la totalidad de las reacciones de un
individuo. Es importante para comprender el enlace con la voluntad; muy a
menudo se dice que el carácter es el conjunto de disposiciones estables
ofrecidas a una voluntad; pero ¿se alcanza acaso algo así como una
disposición a... mediante el método psicográfico? La búsqueda no conduce a
disposiciones, sino a reacciones reales, a conductas reveladoras que por
comparación permitirían clasificarla. Las psicografías de base establecidas por
los investigadores afirman o niegan la presencia de tal o cual conducta en los
sujetos que han observado; es imposible que la imagen compuesta salida de
dichas psicografías pueda revelarnos el carácter como una simple disposición
con relación a un querer soberano, como un instrumento de libertad; en efecto,
¿cómo una media de conductas individuales reales podría dar una disposición,
una virtualidad? Hasta aquí el carácter no designa una disposición del sujeto a
tal conducta, sino su pertenencia a la clase que presenta más frecuentemente
dicha conducta.
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explicación es inagotable, pero no que algo escape a ese tipo de explicación.
Vamos a verificar concretamente estas consideraciones metodológicas
atendiendo a las dificultades de la caracterología frente al problema de la
voluntad.
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modo, la legalidad, la puntualidad del flemático son una trampa de la que
puede resultar el bien o el mal, según la libertad se abandone o se retome18.
Pero, verdaderamente, ¿se ha introducido, una relación coherente entre un
método que tiende a explicar causalmente el engaño y una doctrina según la
cual es la libertad la que se abstiene, permite, consiente, cede? El equívoco
renace sin cesar19 y traiciona la dificultad de enlazar directamente una ciencia
de los caracteres y una metafísica de la libertad. Entre el carácter, que es un
ser de razón, elaborado por el etólogo, y mi libertad concreta no existe más que
una relación indirecta: es necesario que la ecología sirva de mediación al
descubrimiento de un momento subjetivo del Cogito, a cierta experiencia, por
otra parte evanescente, de mi carácter mezclado con mi libertad.
3. Liberación de la libertad
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cuerpo, como poder cotidiano de decidir. Al menos el encanto queda roto; se
reencuentra algo del sujeto; a partir de esta suerte de libertad ínfima y de
alguna manera puntual puedo ampliar la brecha y profanar otros prestigios
menos razonables que despejan el camino a esa fascinación ejercida por el
carácter. La necesidad objetiva es la máscara de razón de una fatalidad que ya
no es sólo del entendimiento sino de la sociedad y de la pasión; son
principalmente la vanidad y el temor los que me encierran; debo responder a la
idea que el otro se hace de mí, si es lisonjera; buscando vivir en la opinión del
otro, me hago esclavo de la imagen que me da de mí mismo; pero sobre todo
es el temor el que me condena a no ser más que ese carácter: "No hay que
apresurarse a juzgar los caracteres, dice Alain, como si se decretara que uno
es necio y perezoso para siempre. Si se marca a un presidiario, se le da una
suerte dé derecho salvaje. En el fondo de todos los vicios, hay sin duda una
condenación en la que uno cree; y en las relaciones humanas esto nos lleva
muy lejos, reclamando su prueba el juicio y fortificando la prueba al juicio. Hay
que tratar de no juzgar nunca desde lo más alto ni desde lo más bajo, pues las
miradas y las actitudes siempre hablan demasiado; y espero el bien después
del mal, con frecuencia por las mismas causas; en eso no me engaño
demasiado: todo hombre es muy rico” 20.
Así, por diversas pasiones concurrentes, me forjo ese fatum; ellas acreditan la
tentación de la objetividad que parece con todo tan alejada de la esclavitud de
sus pasiones. Pero la reflexión misma ya es una pasión cuando ocupa el lugar
de la acción: por mirarme demasiado, dejo de vivir, es decir de hacer y de
hacerme; me constituyo la presa de lo consumado y de una naturaleza que me
devora; parecería que lo irremediable nunca debe ser mirado solo, sino como
contrapartida de lo que depende de mí, en cuanto a la posibilidad de cambiarlo,
como trasfondo de lo involuntario relativo a lo voluntario, como ribete de la
motivación y de los poderes; es, pues, ese poder de decidir y de moverme el
que me hace librarme de la fascinación, y no sólo la pura voluntad de pensar.
Todo está por hacer, pues aún no sabemos cómo un involuntario absoluto
puede estar envuelto en lo involuntario relativo, ni qué uso puede hacerse de la
etología. Al menos sabemos que la libertad no puede quedar alejada en los
intersticios del determinismo etológico, y que hay que partir de esta libertad de
decidir y de moverse para descubrir allí una naturaleza finita extrañamente
unida a su iniciativa infinita. Es así que, abriéndonos un camino entre el
determinismo que ordena al objeto y excluye la libertad y la fatalidad subjetiva
que la fascina, accederemos al destino que nunca es más que la contra-cara
de la libertad.
4. Significación de mi carácter
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manera de percibir y de desear. Me afecta en mi totalidad. Modo de andar,
gestos, inflexiones de la voz, escritura, etc., constituyen índices de esa
omnipresencia del carácter que alcanza hasta la conducta de mis
pensamientos; esta ultimidad del carácter hace de él una realidad incapturable
y sin consistencia ante el espíritu.
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encuentra por doquier e impone su marca incluso a mi salud. Adivino, sin poder
articular este pensamiento correctamente, que mi carácter en lo que tiene de
inmutable no es más que la manera de ser de mi libertad; me parece que soy
capaz de todas las virtudes y de todos los vicios, a condición de tomarlos en su
envergadura, más acá de la representación parcial que se hace de ellos tal o
cual carácter, que nada humano me está prohibido, pero que sin embargo mi
destino está en practicar la generosidad o la avaricia del mismo gesto, mentir o
decir la verdad con la misma entonación de la voz, ir hacia el bien o hacia el
mal con el mismo modo de andar, es decir con una manera inimitable que soy
yo mismo, pero yo mismo dado a mí mismo, más allá o más acá de toda
elección. Tengo una forma mía de elegir y de elegirme que no elijo. Que el
destino sea la manera adherente, indivisible, individual y no querida de mi
libertad, he allí lo que supera la sutileza del sentido común -y la del filósofo23.
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solicitación de los valores; cada valor es un universal que cada individuo afecta
con su índice propio. Si el carácter no aparece en sí mismo durante el curso de
la motivación, es porque al deliberar no pienso en el mencionado índice, sino
en la orientación del valor, lo que es otra manera de decir que nunca pienso en
la individualidad de mis razones. El carácter es siempre mi manera propia de
pensar, no aquello que pienso.
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subjetividad; asimismo, el conocimiento objetivo -el de la psico-fisiología o el de
una psicología objetiva construida sobre el modelo de las ciencias de la
naturaleza- no tenía otra utilidad que la de un diagnóstico que suscitaba desde
fuera la intuición de las estructuras intencionales constitutivas del Cogito. La
experiencia del carácter carece, en una psicología intencional, de un estatuto
definido. Como máximo uno podría hacerle un lugar en lo que Husserl llamó la
hylética; constituiría una hyle del Ego mismo, como hay una hyle de la
percepción, del deseo y de los sentimientos. Por eso no sostengo el
pensamiento de mi carácter más que formando la idea de los caracteres,
esbozando una etología que desempeña un papel no sólo de diagnóstico sino
también de meditación. Lo que es cierto para el carácter lo será también para
todos los aspectos de la "condición" de la voluntad estudiados en la serie: la
actividad subterránea de lo inconsciente, el orden de la vida que conduce la
conciencia, la infancia, el nacimiento, la descendencia, todo esto resulta
descubierto, adivinado y espera el relevo de un conocimiento evidente y a
distancia de objeto. Siempre abordamos estas experiencias confusas y
adherentes en los restos de caracterología, de psicoanálisis, de biología.
¿Quién puede pensar en su carácter sin usar una clasificación más o menos
espontánea o erudita de los caracteres, sin referirse a un tipo medio con una
escala más o menos cuantitativa de propiedades?
Así, para dar valor de pensamiento a las tesis del conocimiento vulgar sobre el
carácter, rechazadas por el conocimiento objetivo, debemos finalmente
esclarecerlas por las otras tesis que sirven de base a ese mismo conocimiento
objetivo; el sentido común no sabía si el carácter era un retrato exterior o mi
naturaleza propia, un régimen de vida indescomponible o una fórmula
analizable, un género o un individuo; por último, dicho sentido común no veía
cómo conciliar destino y libertad; estamos obligados a concluir que para
comprender esta naturaleza adherente hay que pensarla como una ficha
antropométrica; para captar esta omnipresencia del carácter en cada gesto hay
que analizarla y recomponerla; para comprender ese carácter inimitable, hay
que pensarlo por los géneros y discernirlo por especificación: por fin, la forma
inmutable a partir de la cual siento, pienso y quiero tiene por medium objetivo el
determinismo mismo. Pero dicho determinismo debe fracasar como concepto
objetivo para devenir el índice del destino, la figura fuera de mí del destino en
mí. Pero mientras el determinismo considerado como concepto objetivo carece
de contrarios y de límites, sirviendo de mediación al carácter en primera
persona, a la necesidad en el seno del Cogito atrae el pensamiento
evanescente de un destino que no es más que la estrechez de la libertad. Así
apropiado y convertido en mí mismo, la etología, que comenzaba por
condenarme ubicándome en la planilla de las fórmulas etológicas, me conduce
más bien a respetar, a amar y finalmente, como dice Alain, a redimir en cada
uno y ante todo en mí mismo la naturaleza inmutable25.
.
Esta adopción viviente de las lecciones de la etología no acontece sin dificultad;
es peligroso adoptar la legalidad de la naturaleza como índice de la
subjetividad; es inevitable que el vértigo de la objetividad renazca sin cesar; las
pasiones que me hacen prisionero de un papel siempre están prestas a hacer
destructiva la objetivación, que sólo debería mediatizar mi destino. Por ello la
ciencia de los caracteres está condenada a restar equívoca, siempre ofrecida a
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la obra de degradación o a la obra de liberación, obra con respecto a la cual el
educador posee el doble poder; dicho educador nunca dispensado del tacto por
la posesión de la ciencia. R. Le Senne subrayó con fuerza la parte del tacto en
el buen uso de la etología: el conocimiento de los caracteres debe servir no
sólo a una psicotécnica, sino a una verdadera educación fundada en la
simpatía y el llamado a la libertad; la verdadera etología sería "un método de
vida espiritual donde el saber se fundaría en la simpatía, para permitir al
individuo, no encontrarse una profesión, sino desarrollarse y expandirse 26. Por
esta fórmula y otras semejantes, R. Le Senne retoma la sabiduría de Alain:
"Todo lo que resulta liberado es bueno... las diferencias son invencibles, hay
que amarlas".
Tal es, pues, esta invencible manera de ser -de desear, de querer, de
moverme- a la que debo consentir: pero como la necesidad contemplada está
siempre a punto de devorarme, el consentimiento siempre se encuentra al
borde del vértigo. Cuando la conciencia se retrasa en la meditación de sus
condiciones y sus límites, no está lejos de resultar abrumada. Aquí también es
un acto, el acto del sí, el que conserva la fuerza del rechazo y del reto
superados, es un acto el que la salva de quedar petrificada por lo que mira.
Pero nunca esta dispensada ni de tal vértigo, ni de tal sí; fuera de esta
adhesión, de este consentimiento a mi propia estrechez, no hay para el
entendimiento solución armoniosa, sistema alguno de la naturaleza y la libertad,
sino una síntesis siempre paradojal y precaria entre las estructuras
intencionales que comporta la voluntad libre y la idea de una naturaleza
comprendida como la manera de ser finita de esta libertad infinita. Una libertad
situada por el destino de un carácter al que consiente se torna un destino, una
vocación.
II. Lo inconsciente
1. Un falso dilema
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conciencia de la libertad una quiebra radical, la sospecha de que más que
fortaleza hay en nosotros candidez.
¿Es posible, como lo insinúan los ejemplos de sugestiones post hipnóticas, que
mis decisiones sean falsas decisiones, que mis razones sean motivos postizos
que valen por motivos inconscientes que no puedo hacer comparecer en virtud
de algún impedimento misterioso?
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de la conciencia, del disfraz, etc., toda relación no inmediatamente transparente
entre la apariencia y el ser del pensamiento humano se enuncia como una
especie de engaño; cuando el ser resiste al descubrimiento, resulta asimilado a
un secreto que se rehúsa, y la apariencia a una confesión- falsificada. Como
contrapartida, si el análisis de lo inconsciente tiende a expresarse en el
lenguaje del disfraz y del engaño, el verdadero engaño tiende a ocultarse tras
el embaucamiento involuntario que lo inconsciente produciría en la conciencia;
es muy tentador descargarse de la responsabilidad con respecto a las astucias
de ese demonio inconsciente que declaro llevar conmigo. Se unen y
entremezclan así las dos extremidades de lo "oculto"; con el precio de una
fuerte abstracción debemos, pues, afrontar, más acá de todo engaño reductible
por la reflexión sobre sí mismo, a lo inconsciente de los psicoanalistas.
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Cogito cartesiano. Si bien es cierto, como habrá que mantener contra la
doctrina de Freud, que soy siempre yo -consciente de mí mismo el que piensa,
y no hay en absoluto ningún inconsciente en mí y sin mí, ¿no es acaso legítimo
plantear que la acción de pensar es perfectamente transparente a sí misma,
que no es más que lo que ella tiene conciencia de ser? "Por el término pensar,
dice Descartes, entiendo lo que se realiza en nosotros de tal manera que lo
percibimos inmediatamente por nosotros mismos". Puedo perfectamente dudar
que una cosa exista tal como creo que existe: puedo creer que camino y en
realidad no lo hago, "pero si sólo hablo de la acción de mi pensamiento o del
sentimiento, . es decir del conocimiento que reside en mí, que hace que me
parezca que veo o que camino, esta misma conclusión es tan absolutamente
verdadera que no puedo dudar a causa de que la misma se relaciona con el
alma que sólo tiene la facultad de sentir o bien de pensar de cualquier otra
manera"29. La sospecha de estar perpetuamente embaucado por un principio
oculto ¿no queda excluida de la conciencia, cuando se deja de oponer el
fenómeno del pensamiento a su ser? La transparencia de la conciencia ¿no
está acaso implicada por la libertad misma? En efecto, ¿no exige dicha libertad
que los motivos que afronta sólo sean lo que parecen ser, es decir una idea
distinta en el sentido cartesiano, "que sólo comprende en sí lo que aparece
manifiestamente al que la considera como se debe"?
Creemos que los filósofos que han rechazado con razón todo pensamiento a lo
inconsciente se han engañado cuando rechazaron la existencia en el
pensamiento de un fondo oscuro y de una espontaneidad oculta a sí misma
que hacen fracasar el esfuerzo que hace dicho pensamiento para tornarse
transparente a sí mismo. Por el contrario, creemos que la conciencia sólo
reflexiona la forma de sus pensamientos actuales, que nunca penetra
perfectamente cierta materia, principalmente afectiva, que le ofrece una
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posibilidad indefinida de cuestionarse a sí misma y de darse a sí misma sentido
y forma. Ciertamente, lo inconsciente no piensa, pero constituye la materia
indefinida, rebelde a la luz que comporta todo pensamiento. Lo inconsciente
nos permite nombrar, luego de la manera finita del carácter, otro aspecto de la
pasividad absoluta inherente a toda actividad de conciencia, otro aspecto de lo
involuntario absoluto que no se puede poner a distancia, evaluar como motivo,
mover como poder dócil.
Por muchos de sus rasgos, la descripción hecha en las dos primeras partes
con respecto a un involuntario que permanece relativo a una voluntad posible
nos ha conducido a la proximidad con lo involuntario absoluto: la oscuridad
relativa anuncia una oscuridad-límite que sería lo oculto; la espontaneidad
indócil anuncia una espontaneidad disociada, que constituye el principio
permanente de lo terrible en el seno de la conciencia y que atrae sin cesar a un
modo patológico de existencia.
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imágenes temibles; la espontaneidad recíproca del querer tiene por límite
inferior una espontaneidad disociada que nos prepara para admitir, por debajo
de la existencia subconsciente, una existencia inconsciente, inaccesible a la
conciencia más oscura de sí mismo, que, no por no ser un pensamiento
formado, deja de ser un modo de la subjetividad irreflexiva.
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De esta manera, bajo formas diferentes, la psicología de la necesidad, de la
emoción, del hábito hace fracasar al principio de la transparencia y el dominio
absolutos de la conciencia sobre sí misma. Y al mismo tiempo nos suministra
una vía de aproximación, por extrapolación y por pasaje al límite, a la
existencia de una materia del pensamiento que ya no es accesible a la
conciencia de sí mismo.
El caso del sueño merece mayor detenimiento; nos limitaremos por otra parte
en la discusión a este ejemplo que se basta a sí mismo para hacer estallar una
psicología estrecha de la conciencia y resume por otra parte todo el problema
de lo inconsciente; asimismo Freud construye sobre el modelo del análisis del
sueño su teoría de las neurosis; por fin, el sueño es la supresión misma de esta
exigencia nocturna que se alterna en todo hombre normal con la existencia
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diurna con respecto a la cual dicho hombre ambiciona llegar a ser el amo
responsable. Para la conciencia es, por excelencia, un terreno de desorden,
carente de sentido lógico y fuera de mi poder. Pero si quiere comprenderme, no
puedo limitarme a esos dos rasgos negativos; no puedo dejar de unir a lo que
siento lo que puedo saber cambiando la perspectiva con respecto a mí mismo.
Lo que no se comprende de acuerdo con su orientación intencional acaso se
explica por sus causas.
Ahora bien, tales causas no deben ser buscadas demasiado abajo, a nivel
orgánico: las excitaciones externas o internas de orden somático no explican
en absoluto el modo imaginario sobre el cual juega la conciencia presa del
sueño; sobre todo, dichas excitaciones no explican por qué son tales imágenes
y no otras las que se ofrecen al durmiente; ahora bien, la explicación debe ser
a la vez psíquica y de signo positivo como el sueño mismo: un déficit, un
empobrecimiento, un sometimiento de las funciones de control no pueden dar
cuenta por sí solos de ninguna actividad, aunque tal déficit se encuentre en el
origen de la "liberación funcional" que permite a esta actividad descargarse.
Este orden causal que aparece allí donde antes no aparecía más que un
desorden de intenciones de conciencia es una conquista científica, como la
física o la biología. Pero resta todo por hacer para transformarla en una
comprensión subjetiva de sí mismo.
308 / 396
analista a partir del modelo de las fuerzas físicas. La censura es una barrera
psíquica que desemboca en un compromiso, que exige la transformación, el
disfraz de los deseos reprimidos (dejamos aquí de lado la cuestión de saber si
sólo hay deseos reprimidos). Así se explicaría la "condensación" o abreviación
del contenido latente, el "desplazamiento", por el cual la carga afectiva de una
representación se transporta a un objeto de menor importancia afectiva, al
mismo tiempo que éste reemplaza al, precedente, la "dramatización", que
transpone en imágenes todas las relaciones puestas en escena por el sueño.
Este proceso es particularmente notable porque la relación de semejanza
opera automáticamente sin ser percibida y porque las relaciones sólo son
comprendidas en la vigilia mientras en el sueño resultan figuradas,
"visualizadas" tanto como sea posible, sin ser comprendidas.
Apenas sería necesario hablar de las neurosis para conducir una reflexión
personal sobre lo inconsciente, si la naturaleza de la cura psicoanalítica no
aportara al debate un elemento absolutamente decisivo; en lo que concierne a
la etiología de las neurosis, lo hemos dicho, el principio de la explicación ya fue
dado en el sueño. (Como contrapartida no hay que perder de vista que Freud
se interese en el sueño para comprender las neurosis.) Freud no niega el papel
de las causas somáticas, de la herencia, ni la de los simples déficit psíquicos
(psicastenia, etc.); se ha especializado en la investigación de los factores
psíquicos ligados a la historia del individuo. Por el mismo método asociativo y
simbólico que había servido el análisis del sueño, Freud se do llevado a la
convicción, confirmada incesantemente, de que las huellas afectivas dejadas
por los incidentes psíquicos se vuelven inconscientes por represión, es decir
por un reflejo de defensa que puede pertenecer al estrato no consciente del
psiquismo34. La neurosis procedería del conflicto interior al psiquismo y de la
ruptura del equilibrio de las tendencias opuestas. El origen de las neurosis
residiría, pues, en las modificaciones "históricas" de los grandes institutos y
principalmente de la "libido". Los mismos mecanismos de condensación, de
desplazamiento, de dramatización llenarían el intervalo entre los temas del
inconsciente y los síntomas aberrantes de la conciencia.
309 / 396
irreductible a una simple comprensión teórica, a un simple saber sobre la
etiología de la neurosis como podría elaborarlo el médico para sí mismo o
incluso para comunicarle sus convicciones al paciente. La interpretación no es
una libre desinhibición; es la reintegración intuitiva del recuerdo que "purifica" a
la conciencia. Pero, a su vez, la interpretación realizada por otro es el rodeo
necesario de la conciencia enferma a la conciencia sana. Es el psicoanalista el
que debe disolver los automatismos reprimidos, las resistencias represoras y
las manifestaciones de "transferencia" que no son más que consecuencias de
estas dos suertes de dificultades que hay que vencer. Es necesario que otro
(aunque este otro sea yo mismo en ciertas circunstancias privilegiadas y
difíciles de realizar) interprete y sepa, para que yo me reconcilie conmigo
mismo. Es necesario que otro me trate como objeto, como campo de
explicación causal, y considere mi conciencia misma como el síntoma, como el
efecto-signo de fuerzas inconscientes, para que yo vuelva a ser amo de mí
mismo.
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El realismo de lo inconsciente es una verdadera revolución copernicana: el
centro del ser humano se desplaza de la conciencia y la libertad, tales corno
aparecen a lo inconsciente y a lo involuntario absoluto, tales como se ignoran y
tales como se conocen en una nueva ciencia natural.
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inferior al juicio37. Ahora bien, una cuidadosa fenomenología de la percepción
no revela nada de esto; por el contrario, nos pone en guardia contra este
dilema simplista: o la percepción y la conciencia de sí mismo se identifican y
nunca se conoce más que a uno mismo, o la percepción conduce a otro distinto
de uno mismo y es inconsciente, siendo la conciencia posterior y agregada. Tal
dilema reposa sobre una figuración cuasi espacial de las direcciones sucesivas
que, según se considera, adopta la mirada mental; cuando estoy vuelto hacia
fuera, parece decir, no puedo estar vuelto hacia dentro38. La fenomenología no
debe detenerse ante imposibilidades a priori; la percepción aparece más bien
como una conciencia "irreflexiva". Lo que la percepción no comporta en
absoluto es un juicio explícito de reflexión tal como: soy yo el que percibo, soy
yo el que está ahora percibiendo. Pero más acá de esta reflexión explícita la
percepción comporta por esencia una presencia difusa de sí mismo que
todavía no es una toma de conciencia. Por eso está presta para una reflexión
más completa, que no es una operación agregada, injertada desde fuera a la
percepción, sino la explicitación de un momento intrínseco a ella. Esta noción
de conciencia irreflexiva es la que justifica el empleo de la palabra conciencia
para designar a la percepción misma. Como dice Husserl, la conciencia es
conciencia de . . . Intencionalidad y conciencia adhieren una a la otra.
El freudiano dirá que no pregunta más y que llegamos a lo mismo, con una
sutileza filosófica más. Pero para una filosofía del sujeto la diferencia es
considerable: nuestra responsabilidad, como veremos, reside enteramente a
nivel de los "actos", de las "conciencias" auténticas. Tal separación entre la
intencionalidad de la conciencia y la materia constituida por impresiones es,
pues, esencial. Ciertamente, el estatuto de este inconsciente es singularmente
difícil de establecer; acaso sea ésta la dificultad más considerable que debe
afrontar la psicología. Pero el "realismo del trabajo" del psicoanalista no es
filosóficamente sostenible. No es la primera vez que la filosofía implícita del
sabio debe ser corregida por una crítica fenomenológica que vuelve "a las
cosas tales como se dan". Husserl ha mostrado por ejemplo que la "cosa física"
(ion, electrón) se refiere a un percibido originario correlato de un percibir
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original, contrariamente a la ilusión naturalista que disipa lo percibido en la
"cosa física" tal como la determina el sabio40; del mismo modo, lo inconsciente
psicoanalítico es una "cosa psicológica" que se refiere a ciertos aspectos
impresionales implicados de alguna manera en la conciencia irreflexiva.
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sueño, y que el análisis deshace lo que el sueño ha hecho; el "sentido latente"
sería un sentido reencontrado, tal como se hallaba en el origen de la fabulación
onírica. Tal cosa no es del todo falsa: el "sentido latente" es "algo" que, si
estuviera completamente pensado por una conciencia despierta, sería lo que el
psicoanalista llama "sentido". Y lo llama bien, porque las asociaciones
posteriores al sueño no están completamente desordenadas y porque su
tematización hace aparecer un orden, una organización que conviene al sueño
mismo. Todo ocurre entonces como si dicho sentido latente, pensado por la
conciencia vigilante, ya estuviera oculto tras el contenido manifiesto. No es más
que una manera abreviada de expresarse: la conciencia nocturna, salvada por
la conciencia vigilante, tiene can qué suscitar el relato del sueño, con qué
suscitar la tematización post-onírica, con qué suscitar la exégesis coherente del
analista: pero es el analista el que piensa, el que es inteligente, y luego de él su
paciente.
Sin duda, se invocará aquí, en favor de la preexistencia del sentido oculto del
sueño en lo inconsciente, al papel que desempeña en la cara psicoanalítica la
reintegración del recuerdo olvidado, la adopción personal por el enfermo del
sentido desprendido por el analista. ¿No hay allí un verdadero reconocimiento
de las representaciones, de los deseos, de los recuerdos olvidados? Pero no
es necesario alojar pensamientos en lo inconsciente para comprender esta fase
de la cura psicoanalítica; hay que afirmar que para el enfermo los trastornos y
los sueños que lo habitaban recibían de él por primera vez un sentido;
adoptando de forma íntima la convicción del analista, el paciente forma un
pensamiento que lo libera; puede decirse, si se quiere, que reconoce algo en él
que estaba señalado por la prohibición; pero eso no era ya un pensamiento
formado, al que sólo le faltaba la conciencia; no era en absoluto un
pensamiento; es volviéndose un pensamiento de que eso ha dejado de ser un
peso en la conciencia; sólo ahora los trastornos y los sueños tienen la dignidad
del pensamiento y este pensamiento marca la reconciliación del hombre
consigo mismo; esta promoción del pensamiento es la que tiene finalmente un
valor curativo45.
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con el hábito que con la memoria47. Cuando se dice que la cura catártica
extiende el campo de regulación de la conciencia, la palabra conciencia no
significa ya sólo el magro conocimiento de sí mismo sobre agregado a los
recuerdos intrínsecamente inconscientes; designa ahora la emergencia misma
del recuerdo que me une a mi pasado y colabora así con la síntesis del yo que
no podría existir sin, al menos, la conciencia irreflexiva gracias a la cual
aparece confusamente; lo "consciente" consiste en formar la representación
liberadora del acontecimiento pasado, cuya "huella psíquica" trastornaba a la
conciencia sin poder acceder a la dignidad del recuerdo. Nada, pues, en el
psicoanálisis nos obliga a hacer pensar a lo inconsciente; pero resulta cierto
que la conciencia tiene un reverso, algo debajo de ella, impensable fuera de
ella y sin ella, que no es pensamiento pero que tampoco es cuerpo. ¿Es
posible esclarecer más positivamente el estatuto de lo "oculto" en la conciencia?
Es más difícil, decíamos, hacer una filosofía de lo oculto que hacer una
mitología de lo inconsciente. En muchos sentidos, encontrar en la conciencia
misma los motivos de elaboración del concepto "objetivo" y técnico de lo
inconsciente tiene algo de apuesta. No hay equivalente subjetivo, vivido, que
responda en la experiencia de mi conciencia a lo inconsciente del psicoanalista;
no hay mi inconsciente, como hay mi carácter.
Acaso sólo por una descomposición abstracta del acto de conciencia podemos
dar un estatuto a lo oculto en la conciencia, distinguiendo en todo pensamiento
una forma o intención consciente y una materia afectiva y mnémica. Por la
intención todo pensamiento es pensamiento de esto o de aquello y siempre en
cierto grado conciencia atenta o desatenta, reflexiva o irreflexiva y, como
diremos más adelante, responsable de sí mismo; por su materia todo
pensamiento está encargado de perpetuar la totalidad de mi experiencia
pasada y posee una inagotabilidad, una virtualidad sin fin, que se presta a una
exégesis ilimitada. Podemos llamar inconsciente a esa materia cuando se
disocia de la "forma" que la anima y que le daría su verdadero sentido; pero no
hay subsistencia de la materia en cuanto tal, pues siempre se "oculta" en
alguna otra "forma" -el sueño, el síntoma neurótico, etc.- que tiene un sentido
aparente. Nada puede instalarse en el corazón de ese concepto, como el
freudiano cree poder hacerlo con la noción de inconsciente; el sucedáneo del
pasado nunca es más que virtualidad de pensamiento y de sentido en la forma
actual de mi pensamiento; sólo puede hablarse de él con relación a una; forma
que lo anima; puede perfectamente decirse que se trata de un momento no
consciente de la conciencia; por ello si esta materia se disocia, si el flujo
afectivo y mnémico se escinde de la conciencia (en seguida volveremos a esta
disociación), esta materia aberrante sólo significa algo por el sentido que una
conciencia elabora a propósito de él; lo inconsciente que adopta forma de
sueño no era más, en ausencia de mi vigilancia, que el flujo material -la materia
mnémica y afectiva- apta para recibir el sentido elaborado por el análisis.
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inestable de materia afectiva y mnémica disociada; por último esta distinción
resulta confirmada por un cuasi-reconocimiento de lo inconsciente como mío al
término de la cura psicoanalítica; este cuasi-reconocimiento, que es una suerte
de conciencia retroactiva, de retrospección de lo oculto, tiende a dar a este
"inconsciente-objeto" una significación subjetiva, un índice de primera persona
que casi es el equivalente de la experiencia fugitiva pero indubitable del
carácter propio. La noción freudiana y realista del inconsciente aparece
entonces como la objetivación de ese inconsciente en primera persona que no
hacemos más que adivinar y sugerir; da cierta estabilidad e inteligibilidad propia
a una noción que no la tiene y que no puede tenerla. Esta conquista de la
psicología era indispensable para integrar hechos, métodos y resultados; pero
es inaceptable como tal para el filósofo, que debe intentar decir lo que en el
sujeto mismo es el modo de existencia con respecto al cual el inconsciente
freudiano sólo es el equivalente objetivo.
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observación de Ideen con respecto a la posibilidad para la hyle de disociarse
de la Auffassung correspondiente.49
Hay que confesar que sobre este punto el propio lenguaje de Freud es muy
equívoco; llega a instituir entre el sentido aparente y el sentido latente una
relación de "traducción", como ocurriría entre dos lenguas diferentes. Los
pensamientos del sueño resultarían "traducidos" al lenguaje cifrado de lo
consciente dice asimismo que el sueño es un "jeroglífico" con relación a los
pensamientos del sueño.50 (Ya no volveremos más sobre la expresión del
pensamiento del sueño.) Si se habla de jeroglífico o de traducción, la relación
entre lo inconsciente y lo consciente resta una relación entre dos "sentidos",
una relación de significaciones implicadas de alguna manera e inmanentes una
a la otra; tal relación se constituye entre dos pensamientos, entre un jeroglífico
y su sentido. Ahora bien, la fecundidad del análisis exige un cambio de
perspectiva: el "sentido" del sueño es la "causa" que produce el efecto-signo
del síntoma aparente; aquí la relación es una relación totalmente exterior de
causalidad.51 El psicoanálisis no cesa de jugar con los dos usos del término
"sentido"; cómo toda física mental retiene un acento psicológico para el primer
uso y adopta un alcance científico para el segundo. Ese doble juego vuelve a
hallarse en la interpretación de los "mecanismos" que alteran y disfrazan los
deseos y las tendencias reprimidas. Tales "mecanismos" deben a la vez
caracterizar una existencia como "psique" y enunciarse en el lenguaje de las
leyes físicas; de manera que la represión es a la vez una incompatibilidad de
valores y una exclusión física; el disfraz correspondiente a la libido es a la vez
un cuasi-engaño y un filtrado de energía.
Con todo, si los hechos revelados por el psicoanálisis son exactos, este
equívoco parece fundado en la naturaleza misma de las cosas. Como se ha
dicho desde el comienzo, el método psicoanalítico es inseparable de una física
mental en la que las imágenes, las representaciones aberrantes son tratadas
no como intenciones, cuya absurdidad es ella misma un contenido intencional,
sino como "hechos", "cosas" a explicar causalmente. Agreguemos incluso que
todo el poder heurístico reside del lado de este naturalismo: nadie puede hacer
descubrimientos en psicoanálisis y conducir con éxito un tratamiento
psicoanalítico si no adopta esta perspectiva "naturalista", "causalista", sobre el
hombre. 52
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la metodología "causalista" que presupone la interpretación y la terapéutica
analíticas. El derecho a tratar causalmente el sueño y los síntomas neuróticos
está ligado a su falta de objeto, a su carácter "in-reificado" (según una
expresión de Bleuler). El sueño no es un pensamiento, sino el efecto de un
pensamiento; es un producto psíquico y no un conocimiento; no tiene objeto
sino causas. Por nuestra parte diremos que el sueño o el síntoma neurótico son
"expresiones psíquicas", es decir efectos-signos psíquicos de estados
psíquicos inconscientes; dicho de otra manera, el sueño es un lenguaje
psíquico natural e individual. El método asociativo es entonces la técnica que
conviene a pensamientos que no se comprenden por su objeto sino que se
explican por sus causas. Sin duda alguna, se deben tratar "los estados
psíquicos" como cosas entre las cuales se ejercen relaciones reales e
inconscientes de causalidad. Los mecanismos asociativos son también
normalmente inconscientes, aunque los elementos que vinculan no lo sean. "La
inconsciencia relacional es una ley fundamental del funcionamiento del
espíritu." El causalismo es así para R. Dalbiez el complemento natural del
realismo de lo inconsciente.
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conduce a la idea de motivación y no a la de causalidad; motivación e
intencionalidad pertenecen al mismo universo de discurso, al universo
fenomenológico, pero no ocurre lo mismo con la causalidad y la intencionalidad.
La causalidad y la intencionalidad serían armonizables, como "el ejercicio" y "la
especificación", pero la dificultad reaparecería cuando fuera necesario conciliar,
dentro del punto de vista de la "especificación", la producción libre de actos con
su producción determinista. Sólo se puede acordar conjuntamente dos modos
de motivación, una motivación voluntaria y una motivación involuntaria, y no
una causalidad entre cosas y una motivación involuntaria.
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investigación adaptado a ese fondo de automatismo afectivo siempre presto a
la "objetivación".
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psicológico y reclaman una cura mental irreductible a una ética y a una
disciplina de la voluntad.
Esta crítica de la "física" freudiana es tan difícil y precaria como la crítica del
"realismo" freudiano de lo inconsciente' Ya nos vimos obligados a decir que lo
inconsciente se hace de infrapercepciones, de infra-imágenes, de infra-deseos;
ahora decimos que los mecanismos y el dinamismo que posee son como una
naturaleza física.
También aquí puede parecer que lo que nos separa del realismo y el
causalismo freudianos es sólo una sutileza del lenguaje. Si lo inconsciente
fuera pura y simplemente una "cosa", una "realidad" homogénea con la
naturaleza de los objetos sometidos a la ley del determinismo, ya no habría
espacio para una superestructura voluntaria y libre, y el hombre en su totalidad
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estaría librado al determinismo. Así es como interpretan los freudianos al
psiquismo humano. Toda la obra de Freud respira desconfianza hacia la
voluntad y la libertad. No se trata sólo, así lo creemos, del signo de una
deformación profesional de psicoterapeuta, sino que se trata de la firme
convicción de que el determinismo no puede restar insular y de que no se le da
su lugar." Dicho determinismo es devorante porque no es recíproco de una
libertad. Por ello el determinismo metodológico que está en la base del
psicoanálisis debe ser interpretado como la inevitable y legítima objetivación de
una necesidad que constituye el reverso de la subjetividad libre.
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desbordan de ahora en adelante el cuadro terapéutico de los desórdenes del
psiquismo.
Pero ese gusto de rebajarse y explicarse por la bestia, que es una de las
formas de la negación, puede conducir al despertar de la libertad, cuando se
comprende a esta tentación como una amenaza. Gracias a ésta podemos
incentivar una dialéctica de la liberación, semejante a la que nos ha arrancado
a los prestigios de una falsa metafísica del carácter.
Soy yo el que piensa, da sentido, aprecia mis propios motivos, quiero y muevo
mi cuerpo; esta certeza, corrompida por la sospecha de estar representando
una comedia en el escenario de una ópera fabulosa y de estar embaucado por
una conjuración de fuerzas ocultas en ciertas misteriosas hendiduras de la
existencia, esta certeza, que estaba tentando a sacrificar en manos del
descifrador de enigmas, debe reconquistarse sin cesar, partiendo de un exceso
de la libertad. Estamos ante lo inconsciente como Descartes ante el gran
engañador: nos salvamos por la afirmación del Cogito y por el rechazo a
acordar el pensamiento a lo que no es también conciencia, más allá de que
haya que integrar inmediatamente a dicho rechazo lo que es legítimo retener
del psicoanálisis; pero en el seno de la conciencia y en la seguridad del "yo
quiero" es donde hay que hacer la mencionada integración. Tal rechazo, que
no representa más que un momento negativo en una actitud más matizada y
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equitativa frente al freudismo, es a la vez una crítica y una ética, es decir un
examen de la noción misma de sujeto pensante y de sujeto del querer, y un
llamado a la libertad.
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Con todo, cuando no se trata de producciones desordenadas, sino de las
creaciones superiores de la conciencia, hay que utilizar el psicoanálisis con la
mayor prudencia. En el caso del sueño, de la neurosis, el "sentido latente"
formado por el psicoanalista en el curso de la. interpretación y por el enfermo
en la su-presión de la represión tenía un valor de liberación que constituía la
razón misma de la terapéutica analítica. Desde esta perspectiva, puede decirse
que el "sentido latente" es un sentido mejor que el "sentido aparente" a causa
de su valor curativo. Pero ante un poema, por ejemplo, el sentido formado por
el psicoanalista tiene menor sentido con relación al sentido dado por el poeta,
referido, como se halla, a los fines estéticos de la obra de arte.
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Ahora bien, si estas dos actitudes ante un sentido aparente son incomparables,
no es indiferente que la conciencia adopte una u otra cuando quiere
comprenderse a sí misma o comunicarse con otra conciencia; en efecto, una se
encuentra desnivelada con relación a la otra: una intenta que afloren los
valores focalizados con frecuencia de manera implícita, exponiéndolos de
manera explícita ante la conciencia; se trata de un despertar de la conciencia a
sí misma y a sus bienes más elevados. Otra, evocando la energía movilizada
por los valores inferiores, esboza una regresión de la conciencia a tales valores;
el recurso sistemático a los diferentes complejos e incidentes que se anudan en
torno a la sexualidad corre el riesgo de acostumbrar a la conciencia a situarse
en un plano que no era en realidad el plano en que dicha conciencia había
elegido colocarse; por eso planteamos un principio de higiene que antes es un
artículo de la ética: la conciencia no debe considerar como una buena exégesis
de sus propias significaciones la explicación del deseo hacia los valores
superiores por la necesidad sublimada de los valores inferiores, siempre que
esta explicación no tenga valor curativo.63 Hace al buen uso y al límite del
psicoanálisis el definirlo por su función terapéutica: es bueno que la conciencia
adopte activamente y forme para sí los pensamientos de retorno al seno
materno, los pensamientos acerca del complejo de Edipo, etc., cuando tales
pensamientos la liberan de un peso que bloquea su elevación; fuera de dicha
función, la influencia del Freudismo puede ser nefasta, incluso puede llegar a
envilecerse; puede sostener la bajeza y el desprecio hacia sí mismo, que son lo
contrario de la "generosidad" cartesiana y que debiéramos alejar de nosotros
rechazando el realismo de lo inconsciente.
El estudio del carácter nos había conducido a una proposición paradojal: toda
libertad es una posibilidad infinita ligada a una parcialidad constitutiva; es un
infinito finito; es, de modo indivisible, poder ser y manera de ser dada. El
estudio de lo oculto lleva a un pensamiento semejante: sólo soy responsable de
la forma de mis pensamientos ("sólo tenemos que responder por nuestros
pensamientos", dice Descartes) y al mismo tiempo el pensamiento se
encuentra alimentado por toda una presencia obscura que hace de cada acto
que comienza la continuación de lo que he sido.
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motivos; dentro de esos límites, mi responsabilidad no tiene grados y sólo es
una cuestión para mí: ,¿he usado todo lo posible mi libre arbitrio, que constituía
el juramento de la generosidad?
Un ejemplo, extraído del viejo tema del sosías, dará a comprender nuestro
pensamiento. Giradoux mostró en Anfitrión 38 la fidelidad de Alcmena en medio
de la captura realizada por Júpiter mediante engaños, tomando la forma de su
marido Anfitrión; pueden verse en Júpiter los deseos errantes e inconfesados,
salidos del inconsciente, que el amor lúcido y voluntario intenta contener; ahora
bien, poco importa para la fidelidad de Alcmena que Júpiter hubiera adoptado
la forma de Anfitrión y que a su pesar ella tomara a Júpiter por Anfitrión; Júpiter
todavía no es nada, pues Alcmena aún no se ha formado idea alguna respecto
a él; tal lo que ocurre con los deseos llamados inconscientes que se deslizan
en nuestros motivos; no hay verdaderamente problema sino cuando la
tentación queda reconocida, cuando Júpiter y Alcmena se encuentran cara a
cara, "¡o sabiendo tu virtud, tú sabiendo mi deseo". De ahora en adelante, sólo
hay fatalidad por el vértigo de la libertad que da consistencia a esos deseos
semi-confesados, que buscan escape en lo inconsciente; en sí nada son; por la
caída de la libertad son todo 64. Mientras Alcmena ignora que la apariencia de
Anfitrión puede significar otro ser, Alcmena ha sido engañada para otro; para sí
misma, para Anfitrión y para todo ser capaz de comunicarse íntimamente con
ella, Alcmena sigue siendo la mujer fiel.
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de algún parecido inadvertido con otro ser antaño deseado y amado, Descartes
aconseja confiarse a tales impresiones impulsivas si al mismo tiempo la razón
percibe en ellas un bien.66
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contorno más o menos preciso que se perfila como una forma sobre un fondo,
sobre el trasfondo confuso e informe del humor (tomando este término en su
sentido más natural como en las expresiones "buen" o "mal" humor); una
necesidad tiene una orientación que puedo circunscribir y nombrar; un deseo,
un hábito tienen una estructura determinada; el humor es más bien un tono
general, que sirve de telón de fondo a todos los modos definidos del Cogito. Y
aquí se revela esta necesidad a la que ya no puedo oponerme: es a la vez
informe e insinuante; opera más bien como perfume que flota en el aire y baña
las formas; como el olor, es un influjo, una influencia difusa68: se dirá que toda
motivación se circunscribe sobre el fondo de influencia; dicha influencia es ya
una relación sin distancia en la que se vislumbra la invencible e irrefutable
posición de una existencia que se me escapa. Maine de Biran lo sabía bien; en
él, la teoría de la pasividad o de la "afección simple" se construye casi por
entero a partir de esa experiencia desesperante, relatada mil veces en su
Diario, de los movimientos de serpiente del humor. Ella nos revelará los
caracteres esenciales de la vida, de mi vida en el seno de la conciencia.
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forma elemental de la apercepción de mí mismo. Como toda conciencia de sí,
ella acompaña de manera original la conciencia de algo, ora en sordina, ora
como una exaltante o una dolorosa orquestación de la presencia del mundo.
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mi vida se aumenta por la seguridad de que la vida en el mundo es una, que
viene de mucho más allá de aquello de que vengo yo y que sólo se limita a
atravesárseme dándome el existir. En el límite, me parece como un préstamo a
término, como un don irrevocable; las resonancias religiosas de dicha idea ya
se pueden vislumbrar; pero las dejaremos de lado; sea como fuera, tengo el
oscuro sentimiento de pertenecer a la única vida en el universo.
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El primer efecto de objetivación es dividir la vida, si no en partes, al menos de
acuerdo con diferentes puntos de vista.
3. Por último, es necesario dar lugar al hecho decisivo de que el tiempo del
viviente tiene un comienzo y un fin. He nacido y ciertamente moriré. Pero
dejaremos de lado, por ahora, la consideración de la muerte, que estará mejor
ubicada al término de una búsqueda de las diversas formas de negación que
envuelve la necesidad de existir.
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en relación con el medio exterior; equilibrio interior, adaptación al medio, tales
son dos aspectos solidarios de esta finalidad de hecho que da su inteligibilidad
a la vida. Reiteremos una vez más que nos basta con que esta finalidad de
hecho tenga bajo su doble aspecto al menos un valor descriptivo para que se
plantee el problema de saber si puede incluir todos los elementos de la
conducta humana.
Ahora bien, una vez que se ha adoptado este plano de comprensión, nada nos
impide en efecto generalizar sin límites el uso de los conceptos fundamentales
que caracterizan a dicho plano. Todo, incluso la voluntad pretendidamente libre,
puede ser leído como un problema de organización resuelto por la vida. Sin
duda, el tipo de organización vital se encuentra en los sistemas de equilibrio y
de regulación que de ninguna manera ponen en juego a la voluntad y, si
podemos decirlo para aproximarnos un poco más, el poder organizador de la
vida se basta totalmente a sí mismo. Nada tengo que hacer voluntariamente
para asegurar el equilibrio normal del calcio; esta autonomía de la vida consiste
aquí en el mantenimiento de las vinculaciones internas del organismo,
presuponiendo ciertos intercambios con el medio. Pero puede considerarse el
conjunto de las relaciones del organismo con el medio como problema de
organización cuyo equilibrio se encontraría intensamente diferido y en curso. Y
como es con ocasión de la actividad llamada de relación que el psiquismo entra
en escena, siempre es posible incluir a la psicología de las conductas dentro de
una vasta problemática de la organización, siempre es posible hacer entrar al
equilibrio entre el organismo y su entorno geográfico dentro de un sistema total
de organización.
Es inútil recordar las razones generales que deben conducirnos a una doctrina
de la subjetividad pura y darnos la seguridad de ser el que dice "yo". Por el
contrario, es importante exponer ante la conciencia las razones particulares
que pueden salvaguardarnos ante este último poder de fascinación procedente
de la idea de organización.
¿Por qué el orden de vida, asiduamente observado, nos invita con tanta fuerza
a alinearnos en el objeto? Volvamos a la finalidad de hecho que caracteriza las
explicaciones funcionales; no sin razón, los biólogos mecanicistas le han
reprochado sus resonancias psicológicas; ahora bien, esta analogía de la
finalidad orgánica con la actividad intencional del hombre, al mismo tiempo que
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atrae a la biología hacia el antropomorfismo, inserta a la conciencia en el
vértigo de la objetividad; este curioso efecto de contaminación en el doble
sentido merece ser estudiado con detenimiento; pues por una parte hace que la
finalidad sea sospechosa para el biólogo, y por la otra -y es ésta la que aquí
nos interesa- se encuentra en el origen de esa inversión del punto de vista al
cabo de la cual la voluntad ya no es más que una promoción de la organización.
En efecto, cuando se comparan la invención y la finalidad en biología con la
invención y la finalidad humanas, parece necesariamente asombrosa;
comparada con el difícil camino de la construcción humana, la edificación
orgánica nos deja estupefactos: mientras el hombre fabrica útiles de afuera
hacia adentro por adición de partes, la vida edifica sus órganos desde dentro
por crecimiento orientado. Todo ocurre como si una inteligencia que se ignora,
pero una inteligencia infinitamente más clarividente e infinitamente más
poderosa, ordenara la materia. Pero el "como si" debe ser puesto entre
paréntesis por el biólogo, que se esfuerza, no sin dificultades considerables,
para elaborar una descripción científica de la organización. Con todo, siempre
queda una suerte de halo en torno a ciertos conceptos científicos.77 Y el
hombre más allá del sabio difícilmente puede rechazar este pensamiento: si la
vida hiciera lo que de hecho hace, voluntariamente, sería una voluntad sin
medida en común con la nuestra, y por así decirlo, demiúrgica.
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antropomorfiza la vida, más se la invita a negar al hombre; por lo tanto, debo
despertar como libertad en el seno de la experiencia subjetiva de estar-yo vivo.
Por decreto "vuelvo a poner sobre sus pies" a la dialéctica humana. En lugar de
pensar al sujeto partiendo del objeto y, en este caso particular, a la voluntad
partiendo de la organización biológica, tomo por centro de perspectiva ¡ni
existencia como tarea y como proyecto y busco situar con relación a esta
experiencia central la experiencia parcial y subordinada de mi vida como puro
hecho, como problema resuelto.
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Pero la relación entre los dos sentidos de mi vida no es aún más que un
sentimiento confuso, un sentimiento ambiguo, como la misma vida revelada por
él. ¿Cómo puede mi vida ser algo que crece por sí mismo, que se mantiene y
se repara a sí mismo y, simultáneamente, una cuestión planteada a mi voluntad?
Ante esta confusión y esta ambigüedad, volvemos sobre nuestros pasos y
preguntamos: ¿lo que sé objetivamente acerca dé la organización está pura y
simplemente expulsado de la experiencia? En absoluto: es necesario que el
conocimiento objetivo trate, hasta el fracaso, de mediatizar las más obscuras
anticipaciones de la experiencia afectiva.
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Pero sí se mantienen en su especificidad los datos descriptivos de la
conciencia práctica, hay que dar al mencionado isomorfismo el sentido de la
relación de diagnóstico que constantemente hemos reconocido entre los
conceptos objetivos de la psicofisiología y la experiencia viva del sujeto. Más
precisamente, en cuanto las estructuras fisiológicas sirven de diagnóstico a lo
involuntario absoluto de la vida (que a su vez se encuentra en una relación de
inmersión y de emergencia con respecto a la acción consciente), puede decirse
que en resumen dichas estructuras son la condición sine qua non de la
voluntad y la conciencia. Con todo esta expresión abreviada condensa una
relación doble: una relación de diagnóstico entre el conocimiento objetivo de la
vida y la experiencia subjetiva de estar con vida, y una relación intra subjetiva
de inmersión del querer en el vivir. Con esas reservas, podemos hablar de un
condicionamiento de la voluntad por la organización nerviosa, por la
telencefalización de dicha organización.82
Por lo tanto no hay que hacerse ninguna ilusión con respecto al alcance
objetivo del concepto de condición sine qua non. Tomado al pie de la letra,
expresa una forma de causalidad parcial, o, si se quiere, de causalidad limitada.
Parece indicar que otra causalidad, una causalidad psíquica, se compone con
la causalidad orgánica. Ahora bien, de derecho, no hay razón de principio para
encerrarlo en el plano de la organización, para no incluir allí una explicación
total del hombre. Con todo, por cuanto la finalidad no es más que un aspecto
de la causalidad y sólo comprende como modo de proceder orientado de una
serie causal o mejor, de una multitud de series causales, la generalización de la
finalidad orgánica a la totalidad humana no es en última instancia sino la
generalización de la causalidad misma. Ahora bien, como lo hemos dicho en
reiteradas oportunidades, la causalidad y el determinismo, que es su regla de
inteligibilidad, no pueden ser parciales; pueden pretender englobar la totalidad
de los fenómenos.
Puede verse que esta noción de condición sine qua non introduce cierta
inteligibilidad en la experiencia de la necesidad. Hace de la ciencia de la
organización el diagnóstico externo, el revelador objetivo de un momento que
por sí mismo carece de autonomía en el Cogito. Si esa relación se rompe, si el
conocimiento de la vida pierde su función de índice, nada nos advierte ya que
el hombre es otra cosa que su vida; las pretensiones de la biología, orientadas
a la explicación total, no tienen contra partida. Por lo tanto, el concepto de
condición sine qua non no es puramente objetivo. Es lo que llamamos un índice.
No puede ser más que el lenguaje indirecto de una relación fuera de serie, que
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ya no constituye una categoría de la objetividad, a saber, el pacto de la libertad
con la existencia de hecho.
¿Puede irse más lejos en esta frágil relación de signos entre la objetividad de la
biología y la subjetividad de lo involuntario absoluto? ¿Se puede estabilizar en
una ontología de los grados del ser la relación de la vida con la voluntad? Es lo
que periódicamente han intentado las grandes cosmologías clásicas, cuyo
secreto Ravaisson intentaba a su vez descubrir.
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imaginación, querer, necesidad, etc.), conceptuados a medida de la
apercepción del sujeto por sí mismo y de la apercepción del otro sujeto. En
cuanto se "pone al juego en la naturaleza", su cualidad de sujeto resulta
obliterada. Los sujetos y los objetos no pueden sumarse; la naturaleza como
totalidad de los objetos y de los sujetos es una idea inconsistente.
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temporalidad: nacimiento, crecimiento; adolescencia y senectud, para decirlo
con más dureza.
Ahora bien, dicho crecimiento no es obra mía, lo experimento como hecho puro,
corno dimensión bruta. El hecho puro del crecimiento plantea problemas a una
filosofía de la voluntad.
1. Esencia y génesis
Por otra parte, una psicología genética parece excluir la posibilidad de realizar
una fenomenología de la voluntad. La voluntad no es, deviene. En efecto,
podría mostrarse concretamente que es ante todo lo involuntario lo que tiene
una historia: sucesivamente despuntan nuevos gustos, mientras que se
extinguen otros; William James hizo una descripción, que se convirtió en
clásica, del nacimiento y la muerte de los instintos; nuestros poderes cambian
con nuestros gustos: la psicología del hábito nos ha dado una idea acerca. de
la historia de nuestros poderes con la que en parte se identifica "la imagen de
nuestro cuerpo, una historia de lo involuntario, como si cada edad planteara
una cuestión nueva a un árbitro interior que por propio privilegio se sustraería
de la duración. También la voluntad crece, se vuelve adulta y luego senil. Del
mismo modo que soy viviente por entero, por entero soy historia. No es pues
factible hablar en general del sentido del hombre; solo puede hablarse de las
edades del hombre; hay que hacer una psicología de la infancia, una psicología
de la adolescencia, una psicología del adulto, una psicología de la vejez. Por
otra parte, la parcialidad, de cada edad puede compararse con la parcialidad de
cada carácter. Cada edad se define por un haz privilegiado de motivos y
poderes y por una manera de querer: hay una voluntad infantil, una voluntad
adolescente, etc.
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En consecuencia, estaremos tentados de acusar a la eidética de sobreestimar
y privilegiar un momento de esta evolución, en la especie la madurez, y ordenar
todas las psicologías de las edades en relación con esta forma declarada
canónica. La eidética sólo sería la psicología del adulto, es decir la descripción
de una suerte de "acmé" psicológico groseramente colocado entre dos fases de
integración y de regresión, el ser-adulto entre el hacerse-adulto o adolescente y
el hacerse-viejo o senectud. Pero para una psicología respetuosa tanto de las
edades como de los caracteres, ese momento no tiene más valor que los otros,
y todas las edades, en cuanto son, merecen igualmente ser estudiadas y
reconocidas según su estructura propia.
Al menos Spencer lo entendía así; pero, sin duda alguna, Spencer no ha hecho
más que dar al entendimiento una forma sistemática de la concepción del
devenir natural. Toda génesis es una forma de reducción de los superior a lo
inferior; el entendimiento despliega en el tiempo lo que antes ha sido
degradado y aplanado de un solo golpe por el espíritu; una explicación genética
es el esfuerzo por economizar el "salto" en la doctrina acerca del hombre. Así,
por oposición a la eidética, que pretende comprender lo más bajo por lo más
alto, la psicología genética explica históricamente lo más alto por lo más bajo.
Con lo cual, la razón y la voluntad, que son primeras para una descripción de
las significaciones, soca segundas para una historia. Inclusive este supuesto
ser humano no es más que un momento en el "devenir" humano, del
nacimiento a la muerte. Un sentido se elabora y se deshace. Lo que es, sólo es
lo que deviene. Asistimos así a la constitución de una nueva objetividad
devorante, de una objetividad de la génesis o de la evolución; me alieno en mi
propio crecimiento que me hace y me deshace; no tengo sentido alguno que
sea fundamental; sólo tengo una historia; o más bien, hay una historia que
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llamo "yo", como había una organización que englobaba al yo como a uno de
sus sectores subordinados.
Es necesario disipar esta dificultad si se desea entrever qué puede ser ese
involuntario absoluto del tiempo vital, esta necesidad del crecimiento que
adhiere al ser que soy como libertad. Para no atascarnos en una dialéctica
totalmente abstracta, nos apoyaremos en algunos ejemplos extraídos de la
comparación de la adolescencia con la edad adulta.
No es raro que esta idea del hombre sea sostenida por una concepción
normativa de la evolución humana extraída de la ley de los tres estadios de A.
Comte. El hombre es el hombre positivo. Tales perspectivas son en muchos
sentidos estrechas, en cuanto los criterios de rendimiento y de socialización
reducen al hombre a una normalidad funcional de orden biológico o social. Con
todo, contienen una parte de verdad fenomenológica. Asimismo, el criterio
behaviorista de adaptación o la función de lo real de P. Janet son auténticos
aspectos de lo que consideramos el criterio mismo del hombre: saber el
reinado de lo voluntario sobre lo involuntario, concebido como un acuerdo y
una conciliación del querer y el cuerpo. Tal sentido del hombre engloba tanto el
sentimiento subjetivo de una unidad interior como el criterio funcional de
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adaptación. Se trata siempre de una integración y un dominio, externo o interno.
Sin tales presupuestos, no se ve con qué derecho podría el psicólogo decir que
haciéndose adulto se hace hombre,88 sino porque a su vez recae en los
prejuicios del adulto, que se anexa el concepto de hombre. En la medida -y
sólo en la medida en que la madurez es canónica, tiene por indicador a una
noción del hombre que designa a la voluntad tomó lo uno que integra lo
múltiple.
De manera que, por una parte, la psicología de las edades está guiada por un
presentimiento de los posibles más vastos del hombre; y tal presentimiento la
ayuda a evaluar las edades según la probabilidad que cada una ofrece para la
realización de cierta faceta de la humanidad. Por otra parte, la psicología de las
edades es el revelador de esas múltiples facetas y permite respetar la amplitud
de lo humano que ninguna de sus edades puede agotar.
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Estas observaciones extraídas de la comparación de la adolescencia con la
edad adulta nos aproximan a nuestra meta: consideramos que no hay
oposición entre una psicología genética vinculada a la historia de las
estructuras y una fenomenología descriptiva vinculada al sentido de las
estructuras humanas. Pues, si el objeto de la psicología fuera absolutamente
fluyente, no podría siquiera nombrar al hombre. Sólo las significaciones
estables sirven de referencia a la historia. Nos cuidaremos pues de hacer de la
explicación genética un dogmatismo excluyente de otro tipo de comprensión. A
propósito de otro problema, Leibniz, el de las ideas innatas, ya había intentado
unir lo que se llamaba entonces un innatismo de las facultades (e incluso de las
ideas) y cierto empirismo según el cual toda experiencia es adquirida. Una
paradoja semejante es la que por nuestra parte intentamos mantener: la
paradoja de una génesis que hace surgir todas las formas culminantes del
hombre de abajo de ellas mismas, y de una eidética que describe el sentido
realizado por dicha historia.
Por lo tanto, el hombre resulta situado por su edad. La edad es uno de los
modos de la estrechez constitutiva que hemos resumido en el término general
de necesidad. Esto significa dos cosas:
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elección. Quiero lo que quiero en el estilo del adolescente, del adulto o del viejo,
y tal estilo es la limitación invencible de mi poder de libertad. La edad es un
destino como el carácter; como éste, no sólo es una prohibición que me
excluye de tal o cual fórmula de vida, sino asimismo una probabilidad: cada
edad se orienta en cierto sentido y abre de acuerdo a cierto ángulo el repertorio
de valores y poderes; en esos límites finitos se abre el campo de una libertad
infinita.
Pero la edad que tengo en este momento es una instantánea tomada a partir
de mi trayectoria de vida; es como la derivada primera de mi acrecentamiento
vital; la experiencia específica que debemos aquí extraer es la misma
designada por los términos de crecimiento y envejecimiento; ciertamente, a
esta duración no la puedo vivir en bloque: toda visión panorámica es una
proyección espacial y en tal sentido un sustituto; pero tengo la experiencia del
tiempo vital. En esta experiencia confusa del crecer y envejecer veo varios
aspectos; señalo ante todo el sentido ascendente o descendente de este
"ímpetu" de vida: con gusto la llamaría la derivada segunda de mi edad, según
ascienda hacia el "acmé" o descienda partiendo de él. Por otra parte esta
experiencia es muy compleja: si globalmente la marcha hacia la madurez es la
gran elevación de mi existencia, cada edad, como hemos dicho, es en ciertos
sentidos un "atiné" relativo; cada edad es la elevación hacia un horizonte de
valores y poderes que tienen en sí mismos su perfección. Pero con relación a
esos "acmé" relativos, la cumbre de la madurez es como el "actué" absoluto y
la vida es el inexorable movimiento de elevación hacia la madurez y de
descenso hacia la vejez. Señalemos un rasgo más de ese "ímpetu" de la
infancia a la vejez: su ritmo, mejor aún, su "tempo"; sólo resulta absurdo con
relación a las nociones físicas de velocidad y aceleración afirmar que la vida no
tiene la misma velocidad en todas las edades 94. El ritmo me hace prestar
especial atención al carácter inexorable del tiempo que padezco por el solo
hecho de vivir.
En tal sentido, diríamos del tiempo vital lo que la organización nos invitaba a
decir de la vida en general: el tiempo es a la, vez un problema resuelto y una
tarea. Por una parte, es una "pasión del alma": la conciencia no engendra ya su
"ímpetu" temporal, su elevación, su declinar, su "tempo" y tampoco engendra el
orden y el equilibrio que la sostienen en el espacio; dura como vive: a pesar de
sí misma. Y sin embargo, por otra parte, la duración avanza por la decisión: ella
es la dimensión de mis proyectos, que arrastran detrás de ella los recuerdos.
No cabe ninguna duda: en cierto sentido el ímpetu de la libertad es constitutivo
de la duración, pero, al mismo tiempo, el ímpetu de lo involuntario vital me
revela la duración como situación fundamental de mi libertad95.
Tal es lo involuntario absoluto del crecimiento: estar con vida implica el rapto
despiadado del tiempo vital. Pero esta experiencia confusa exige ser
mediatizada: es así como una psicología genética presta sus conceptos
fundamentales, y entre ellos hemos puesto en primer lugar a la noción de
desenvolvimiento. Las leyes de dicho desenvolvimiento son el índice objetivo
de esta experiencia del crecer y del envejecer que llevo junto a mi libertad.
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La evocación del nacimiento no es familiar a los filósofos; la muerte es más
patética; las peores amenazas parecen venir de adelante. Ahora bien, nuestro
nacimiento, en cuanto está concluido, no nos amenaza. Pero, precisamente, en
cuanto concluido contiene en germen todas las ramificaciones de la necesidad
que lleva recelo a mi libertad. Desgraciadamente, la reflexión que reclama es
prácticamente imposible; el término nacimiento evoca un conjunto de ideas
confusas entre las cuales ninguna corresponde a una experiencia subjetiva ni
parece susceptible de una elucidación científica. 1° Mi nacimiento es el
comienzo de mi vida: por él fui puesto de una vez por todas en el mundo, y
puesto en el ser antes de poder poner voluntariamente acto alguno. Ahora bien,
ese acontecimiento capital con respecto al cual fecho todos los
acontecimientos de mi vida no es un recuerdo. Siempre estoy después de mi
nacimiento -en un sentido, análogo al que afirma que siempre estoy antes de
mi muerte; me encuentro con vida, ya he nacido. Más aún, nada me atestigua
que exista un comienzo de mí mismo y que lo que se sustrae a mi conciencia
sea precisamente mi nacimiento; puedo perfectamente afirmar que ya estoy
con vida, pero no que estoy después de mi nacimiento, sino en virtud de algún
conocimiento de leyes generales de la vida fuera de mí o por los recuerdos que
los míos guardan de mi entrada en la escena de la existencia. Por primera vez
entonces estoy invitado a abandonar el plano de la experiencia vivida y a
ubicarme como un espectador del siguiente acontecimiento objetivo: el
nacimiento de un hombre. 2° Mi nacimiento no sólo s ignifica el comienzo de mi
vida, sino que expresa también su dependencia con respecto a otras dos vidas;
no me pongo a mí mismo, he sido puesto por otros. Esta existencia bruta yo no
la he querido, han sido otros los que la quisieron, peor aún, ellos no la han
querido exactamente; pues sé bien que se ha asumido una responsabilidad
que no fue medida, pues se ejercía en la proximidad de potencias imposibles
de calcular; se trata de una monstruosa confabulación de azar, de instinto y de
la libertad del otro lo que me ha arrojado a esta orilla. Ahora bien, ¿cómo
podría yo experimentar esta filiación? Fue materialmente abolida el día de mi
nacimiento; y con cada acto de conciencia consumo aun más dicha abolición.
¿No sería entonces más seguro buscar un punto de vista exterior a los
individuos desde el cual sería capaz de abrazar su encadenamiento? La
conciencia que deja abolida la ligazón de alguna manera umbilical de los
vivientes entre sí crea al mismo tiempo el retroceso con respecto a la vida a
partir del cual puede aparecer un encadenamiento científico, una verdadera
filiación racional según la causalidad. 3° La terce ra consideración nos
conducirá de una manera más segura todavía a la consideración objetiva de las
causas. No he recibido sólo un comienzo sino también una naturaleza, es decir
la ley de un crecimiento, el principio de una organización, una estructura
inconsciente y finalmente la fórmula de un carácter. Nacer es recibir del otro el
capital de una herencia. El ancestro es como el donatario. Por otra parte, no sé
si este legado no es una hipoteca. Aquí vienen a converger todas las formas de
la necesidad. Pero, ¿quién conoce la herencia, sino el biólogo?
346 / 396
encuentro, por fin y sobre todo por la adopción de una escala superior al
individuo, la de la raza o la especie, donde se extingue toda descripción desde
la conciencia: pues, según parece, la conciencia es el individuo y no la especie.
1. Objetivación de mi nacimiento
347 / 396
esos gametos son mis parientes? En los confines del rigor de la genética me
abruma lo absurdo. En el trayecto descendente de la causalidad he partido de
lo otro, y descubro que yo mismo habría podido ser otro, otro como son otras
todas las demás combinaciones posibles. Tal es la alienación a la que me
someto por la genética 96 . 3° El salto al ancestro me pone al mismo tiempo en
el plano que conviene a una ciencia de la herencia: los fenómenos generales
de la reproducción y de la herencia son comprendidos al precio de un cambio
de escala. De ahora en adelante hablo en términos de germen; es la historia de
ese germen, tan precozmente diferenciado en la ontogénesis, lo único que me
interesa; al individuo ahora se lo considera sólo como portador de ese germen,
salido del germen parental. Así toma consistencia un nuevo prestigio, el de la
especie; la sexualidad, que por otra parte se me presenta como una tendencia
en mí, se revela ahora como la condición de perpetuación de la especie; a
través de ella el individuo es fundamentalmente el servidor de la especie; es
conocido el fácil lirismo salido de esta consideración: el flujo de la especie
rueda por debajo de mí y yo no soy más que una aparición fugitiva en su
superficie. Pero ese falso patetismo expresa bastante bien el género de vértigo
que engendra el cambio de escala. En este nuevo plano de necesidad es
posible una lectura del hombre capaz de bastarse a sí misma; es posible
mantenerse en este nivel una vez que se lo ha elegido y proseguir en él la
explicación de manera indefinida, tal como ocurría en los niveles
caracterológico, psicoanalítico y psico-fisiológico. En este último nivel puede
consumarse la misma usurpación de las certezas de la subjetividad por la
necesidad objetiva; es decir de la afirmación de la libertad por sí misma: soy el
efecto, el producto de mi herencia. La fórmula caracterológica, explicada por
los complejos inconscientes, y luego por la organización del individuo y por su
historia, queda reabsorbida en la fórmula genética a partir de la cual acaso se
pueda un día construir una carta microscópica y explicar su estructura de
manera físico-química. Tampoco es absurdo pensar que llegará un día en que
será más fácil conocer la fórmula genética de un individuo que su fórmula
caracterológica, pues aquélla tiene una significación material, geométrica y
físico-química. Entonces la misma perplejidad que nos había suscitado la
fórmula caracterológica se nos vuelve a plantear en otra escala: la conciencia,
la razón, la voluntad ¿se encuentran contenidas en esa fórmula? En el terreno
elegido por el genetista, hay que responder incuestionablemente por la
afirmativa, pues toda relación entre la libertad subjetiva y la necesidad objetiva
es impensable: el determinismo o es total o no es.
348 / 396
Sin embargo, podemos objetar que no hay experiencia de mi nacimiento.
Ciertamente. Pero si la idea de herencia está llamada a tener un sentido
subjetivo, el último plano de necesidad debe quedar caracterizado, para la
conciencia que padece dicha necesidad, como un plano límite, como un punto
de necesidad al que siempre nos aproximamos sin llegar a alcanzarlo nunca.
Tal el tema que intentaremos aclarar aunque sea débilmente: mi nacimiento en
primera persona no es una experiencia, sino el más acá necesario de toda
experiencia; esta necesidad de haber nacido para existir permanece en el
horizonte de la conciencia pero está exigida como horizonte por la conciencia
misma; el Cogito implica la anterioridad de su comienzo más acá de su propia
apercepción. ¿Cómo suscitar, a falta de un recuerdo de mi nacimiento, el
presentimiento del comienzo como límite en el seno mismo de la conciencia? El
único medio es vincularse a esos conocimientos objetivos y científicos que son
nuestro saber sobre el nacimiento, intentando aplicarlos a nosotros mismos,
interiorizándolos de alguna manera; este esfuerzo en el límite de las
posibilidades del saber objetivo es en cierto sentido el fracaso del saber, pero
en el desvanecimiento de dicho saber se sugerirá algo así como la necesidad
en primera persona de mi comienzo.
349 / 396
genética puede surgir una mitología semejante a la del inconsciente. Contra
esa magia, debo decidir que sólo formo pensamientos gracias al poder de
pensar -gracias al querer-pensar- que se identifica con el Cogito mismo; la
ascendencia, cuyo gesto, cuyo pensamiento repito, ya no existe como tal, se
encuentra fundida en lo más informe, en aquello de donde viene a alimentarse
la conciencia voluntaria; soy yo el que piensa; la herencia es a la vez el modo
finito y la materia indefinida de la libertad, a los que hay que agregarles la idea
de la ascendencia.
350 / 396
mis padres con un vínculo no-arbitrario; la familia es el refugio, la perpetuación
y la consagración de esa conciencia crepuscular de la infancia. Acaso nunca se
borre del afecto a nuestra madre la obscura impresión y la tierna nostalgia de la
continuidad vital. En todo esto, Freud es muy interesante, sobre todo cuando
muestra en nuestros sueños y nuestras actitudes de hombres despiertos algo
así como el deseo de volver al seno materno; no es que el hombre que duerme
o que lo inconsciente recuerde mejor y permanezca siendo niño durante más
tiempo, es que lo inconsciente, que guarda la marca de las impresiones más
antiguas, da a nuestros pensamientos una materia de tal índole, que el hombre
despierto sólo se libra de esa nostalgia densa o informe formando con un
descifrador de sueños la idea del retorno al seno materno. Se trata de un
pensamiento propio de un hombre despierto, pero fundado en los laberintos del
inconsciente; la inciencia de lo inconsciente que prolonga nuestra infancia es
un testimonio precioso para el filósofo que está a la búsqueda de las raíces y
las vinculaciones. Acaso haya que unir al doble testimonio de la infancia y de lo
inconsciente -pero lo inconsciente mismo es infantil- las impresiones más
vívidas de la paternidad misma; ella aclara el sentimiento de filiación por una
curiosa recurrencia de los sentimientos; ejerciendo con respecto al niño el
papel tutelar del padre, renuevo en mí la seguridad de haber recibido el ser de
mis ascendientes: en efecto, la filialidad y la paternidad forman una relación
única con dos polos, una relación presentida en su totalidad cuando abordamos
ese vínculo viviente por una u otra de sus extremidades; de tal manera, la
sexualidad vuelta la descendencia de mi vida es una evocación retrospectiva
de la ascendencia de mi vida. Esta recurrencia afectiva se produce gracias a la
indeterminación, al exceso de deseo que el ser determinado, sobre el cual
dicho deseo se posa, no puede llenar completamente. En una de sus
admirables Elegías a Ruinó Rilke cantó al "gran dios-fluyente, que con astucia
se oculta en la sangre", al "Neptuno de la sangre", que más allá del amor
sereno de la madre, abre en mí terror abismal: pues presiento en mí "el caos
salvaje", "el bosque atávico", "la fermentación innumerable" 97. Por ello toda
historia resume una prehistoria. Pero dicha prehistoria es la base misma del
Cogito que se oculta a su apercepción. Es así como la herencia agrega al
sentimiento de mi-vida-en-mí, la inquietud de la-vida-tras-mí adherente a mí. Y
todo descenso a los abismos de la conciencia está acompañado por un terror
específico. Cuando, empujado por una inquietante curiosidad, Peleas se hunde
en los subterráneos del castillo, un acre hedor lo sofoca.
351 / 396
sucesión de las generaciones, tal comienzo debe finalmente sugerirse en el
seno de la conciencia, como el límite fugitivo que resta más acá de mis
recuerdos más lejanos. A primera vista parece que debemos renunciar a
encontrar en la conciencia el menor testimonio acerca del nacimiento; la
conciencia más obscura ya me encuentra con vida. Y sin embargo, esta huída
de mi nacimiento, que escapa al poder de mi recuerdo, es precisamente el
rasgo más característico de esta experiencia, si es posible llamar experiencia a
esta falta de experiencia; la huída en cuestión esclarece la naturaleza del
viviente que soy; experimento la vida como habiendo comenzado antes de que
yo comience de cualquier manera que sea. Todo lo que decido está después
del comienzo, y antes del fin. Todo comienzo por la libertad está
paradojamente ligado a una no-conciencia de comienzo de mi existencia
misma; la palabra comenzar como la palabra existir tienen un doble sentido;
hay un comienzo siempre inminente que es el comienzo de la libertad: se trata
de mi comienzo como acto; hay un comienzo siempre anterior que es el
comienzo de la vida: se trata de mi comienzo como estado; siempre estoy en
trance de comenzar a ser libre; siempre he comenzado a vivir cuando digo: "Yo
soy" 98. Como el nacimiento, toda necesidad es anterior al acto del "yo" que se
reflexiona a sí mismo. El "yo" es a la vez más viejo y más joven que él mismo.
Tal la paradoja del nacimiento y de la libertad.
Este límite puede focalizarse por dos orientaciones convergentes; por una parte,
está designado al término de un esfuerzo semi-fallido de aplicarme el
acontecimiento objetivo de mi nacimiento: es el caso particular de una ley
biológica y el objeto del recuerdo de mis parientes. Haciéndome cargo de la ley
objetiva y del recuerdo de los míos -que no son, ni la una ni el otro, la
atestiguación del comienzo de un "yo", sino de un simple cambio de estado en
la vida de mis padres- mi atención se dirige hacia un punto que no es para mí
un acontecimiento, pero que está designado con ciertos caracteres esenciales
de mi memoria. Noto que la regresión en el seno de mis propios recuerdos no
tiene fin; mi pasado, sin estar limitado exactamente, sin mostrar un comienzo
preciso, se hunde en una conciencia crepuscular donde la memoria se
obscurece y termina por extinguirse; ciertamente, mi recuerdo más antiguo
pertenece aún a mi infancia, pero tengo al menos el sentimiento de perder mis
propias huellas. El silencio de mi memoria, al término de los recuerdos que
cada vez se hacen más enigmáticos y espaciados, no equivale, sin duda, a una
experiencia de mi nacimiento; una nada de recuerdo no es el recuerdo de un
comienzo; pero el silencio mencionado tiene con todo algo de específico; ese
silencio que reside en el fondo de las tinieblas que rodean a la tierna infancia
352 / 396
atestigua negativamente que la huída de mi origen no es ilimitada. Mi
nacimiento es el término presentido como un límite por la ampliación, en
dirección a él, de los recuerdos últimos. Está focalizado por la conciencia
balbuceante, ínfima e inaugural, de la tierna infancia, - que a su vez es un
recuerdo del hombre ya hecho. Es cierto que mi nacimiento nunca es
alcanzado por mi conciencia como un acontecimiento vivido; pero este fracaso
no es puramente negativo: revela el límite inferior del Cogito.
NOTAS
353 / 396
6. Sobre la definición de los tres fac- afectan a las tendencias en general
(emotividad, actividad, secundaridad, etc.) cias, cf. Heymans, o.c., págs. 41-99;
Le con las características materiales que
Senne, Op. cit., págs. 61-103. Crítica en conciernen al orden privilegiado
de las
Burloud, Le charactáre, PUF, 1942, tendencias mismas reclama una serie
de
págs. 125-140. precisiones.
5. Recordemos solamente las 8 com- 8. Heymans, o.c., págs. 191-3; Le
binaciones entre emotividad (o no emo- Senne, La mensonge et le charactère,
tividad), actividad (o no actividad), se- págs. 25-30.
çundaridad (o primaridad): EnAP nervio- 9. Heymans, o.c., pág. 41, 44-53,
3
los; EnAS sentimentales; EAP coléricos; 27.
EAS apasionados; nEÀP sanguíneos; 10. Extensión, comprensión, "con
nEAS flemáticos; nEnAP amorfos;nEnAS repto", diría L. Brunschvicg de
acuerdo
apáticos. con la tesis de La modalité du jugement.
7. Esos tres factores no agotan la po- 11. Sobre esta discusión, cfr. el
arsibilidad de dicotomía, 1: Es necesario
agregar la longitud normal del campo de título de Heymans sobre su
investigación
conciencia (Heymans, o.c., págs. 44-53; estadística, parágr. 7 y 8 (vol. 22
de la Ztsch. f. Ps and
La Senne, o.c., págs. 104-114). 2: Por Pa 72), de Sobre los or
otra parte significan, con relación a una todos gane, en 1909, la págs. 1
especial,
clasificación más bien afectivista, las di-psicología , Ann
ferencias de inteligencia que poseen con rnmespsych., t. XVI I, 1911; Pe
des
todo un lugar importante en la Psycholo- mismopág. 10. Le Senns
reconoce ycholo ce asi
gie des femmes (págs. 99-190). 3: Y lo o que los rasgos de carácter son
que es más grave aún, esos tres facto- "seres de razón" salidos de la
estadística XXIII
res sólo conciernen a la "disponibilidad XXVII; a la ongeet . le págs. XXI11
general de motivos", independientemen- ; La s s finalmente usan los
te de su orientación privilegiada; ahora factores 33). Peo ro todos
bien, la Psychologie des femmes reposa condicionantes r caraes
inscriptas en el como individuo. aptitudes en gran parte en la especie particular
de
motivos a los cuales es sensible el carác- 12. A la pregunta 'sobre el
espíritu de
ter femc fino, en su escala natural de va- decisión, la estadística da los
siguientes
lores (ibia., pág. 201), a saber "los fines resultados: nEnAP 76,6% ; nEAS 65,8
que esa actividad se propone con prefe- % , EPA 61,1 %; EnAP 36,2%;
nEnAS
rencia" (íbíd., pág. 228); el altruismo 27,6%; EnAS 26,5%.A la
pregunta 6 so
354 / 396
concreto, el sentido del deber, la veraci- bre la tendencia a acobardarse:
EnAP
dad, la paciencia en el sufrimiento, to- 52,9%; EnAS 52,2%; nEnAS 31,5%;
EA
das virtudes que la emotividad dominan- P 31,5% ; EAS 28,3%; nEnAP
24,5%;
te de la mujer debería contrariar, atesti. , nEAP 15,8%; nEAS 9,1 %.
guan una disposición de las tendencias, 1 13. Psychologie des femmes,
pág.
irreductible a otros datos caracterol6gi- 191. tos (pág. 230-263 y sobre todo-
pág
281). Ahora bien,Heymans no tiene eso 14. La estrechez del campo de con
en cuenta en su clasificación de caracte- ciencia explica ciertas
tenacidades, torpe
res y, cuando aborda la cuestión del sis- zas, obstinaciones. La
secundaridad au
tema de las tendencias, reproduce la cla- menta la disponibilidad de
motivos más
numerosos y más antiguos; la primaridad rológìca que consiste en ver por
simpatía
favorece el fanatismo, la imitación, los el tipo alcanzado inductivamente y en
hábitos frustrados. La emotividad acre- sayarlo en sus consecuencias, Op.cit.,
cienta la impulsividad. El factor más im- págs. 34-41. portante para la psicología
de la volun
tad es la actividad, como podemos perci- 22. Por el contrario, el estudio
mis
bir luego de la clasificación de las pie- mo de los móviles ('naturaleza" del ca
guntas 8 y 6. rácter) conduce fuera del ciclo de las
15. Así EnA favorecería el miedo, el cuestiones tratadas aquí y pone en
juego
una la resignación prematura al na metafísica de la Vida para la cual la
Voluntad es una
fracaso, EA el resignación ES la sujeción potencia no creadora,
al pasado, el poder de los hábitos, la po- crítica, reguladora, hostil a la
vida; cf. la tencia afectiva de los motivos abstrac
tos, etc., Le Senne, La mensonge et le 23, Alain, Propos sur l éducation,
charactère, págs. 191-226. En cuanto a "En cualquier cuerpo humano son posi
las fórmulas de tres términos, la síntesis bles todas las pasiones, todos
los erró
de las tres potencias positivas en el apa- res. . ., es siempre cierto, de
acuerdo con
sionado da la fórmula más rica, como lola fórmula de vida- que a cada uno le
ha
atestigua la primacía de los apasionados tocado en suerte. Hay tantas
maneras de
en la historia. ser malvado y desgraciado como hom
16. Le Senne, La mensonge et le cha- bres en el planeta. Pero asimismo hay
ractére. una salvación para cada uno que le es
17. Ibid., pág. 186. propia, del mismo color, del mismo pelo que él" (págs. 218-
220). "Pero esta natu
355 / 396
18. Ibid., págs. 300-4. raleza pertenece al orden de la vida; resi
19. ¡bid., págs. 16, 22, 91, 174, 258, de por debajo de nuestros juicios. Es
un
277, 285-6, 299. fondo de humor y una suerte de régimen
20. Alain, Propos sur l éducation, de vida que no encierra por sí mismo ni
págs. 47-8. La consecuencia es capita/:el bien ni el mal, ni una virtud ni un vicio,
sino más bien una manera inimitable
"Con esto creo sin embargo firmemente y única de ser franco o engañoso, cruel
que cada individuo nace, vive y muere o caritativo, avaro o generoso. . .", ¡bid.,
de acuerdo con su naturaleza propia, co- págs. 87-8. En el mismo sentido,
Le Sen
mo el cocodrilo es cocodrilo y no cam- ne, Traité de charactérologie, habla del
bia en absoluto" (ibid.). Más adelante —sistema invariable de necesidad que
se
reencontraremos el mismo movimiento encuentra por así decirlo en los
confines
de pensar y volveremos a adoptarlo. de lo orgánico K lo mental" pág. 1; asi
21. "Reflexionando sistemáticamente mismo, págs. .9-16, 26-8, 580-6. Pdr el,
sobre sí mismo, se descubre un universo contrario, A. Burloud, en Le
caractère,
entero de rasgos pertenecientes a caracte- no atiende a esta manera
inmutable pues
res diferentes del suyo propio". Les prin- identifica el carácter con las
disposicio
cipes de la caractérologie, pág. 45; "I n- nes mismas de la personalidad en su
con
tentamos la elaboración crítica de los junto (págs. 14, 51, 70, 162). Se llega a
nombres de cualidad característicos por decir que el carácter es "una
suerte de
el complemento indispensable de la refle- realización del yo profundo" (pág.
162).
xión sobre sí mismo", ¡bid., pág. 49 (porSi se distingue el carácter de la
personali
ej. indignación se dice Entrustung: que dad e incluso de las disposiciones
como
el hombre indignado esté desarmado es su modo invencible, no puede de
manera
revelador). Hay que observar que Le Sen- alguna ser obra nuestra. Estas
páginas ya
ne admite asimismo, por encima de la in- estaban escritas cuando conocí
el Tra¡té
ducción objetiva, una intuición caracte- du caractère de E. Mounier. Este gran li
bro, que constituye una verdadera antro- 34. En las Nuevas
conferencias so
pología, da su lugar a la invencible nece- bre el psicoanálisis (trad.
Berman, Galli
sidad en la existencia dramática del hom- mard, 1936), la teoría del
"superyo"
b re. desplaza parcialmente el interés de lo in
356 / 396
24. Alain, o.c., págs. 221-5. consciente reprimido a lo inconsciente
represor.
25. Ibid., págs. 88-92: "Querer que 35. R. Dalbiez, o.c., 1, 1-8; ll, 14,
las naturalezas sean, tal es la caridad mis- 439-444. Del mismo modo Ch.
Baudoin,
ma. No la virtud del vecino, con la que Essais de psychoanalyse, págs. 4-5.
nada tiene que hacer, sino su virtud con
respecto a él, del mismo color que sus ca- 36. Descartes, Tratado de las
pasio
bellos y del mismo pliegue. Su virtud nes, art. 152-3.
propia que se parece como un hermano a 37. Dalbiez, o.c., l l, 4-83, en
particu
su vicio propio. . ." lar págs. 12, 31, 42, donde se afirma el
26. La mensonge et le caractère, pág. carácter intrínsecamente inconsciente
de
325. la sensación entero-ceptiva.
27. R. Delbiez La méthode psychoa- 38. Ibid., l l, 334: "Conociendo el ár
nalytique et la doctrine freudienne, Des-bol, no conocemos de ninguna manera
ciée de Brouwer,1936. El autor enseña a nuestra visión, a la cual sólo la
captamos
disociar el Freudismo-doctrina del psico- por retroacción, en un segundo
acto."
análisis-método. Pero, como lo mostrará 39. El estudio del proyecto en la
1era.
la discusión ulterior, nosotros intentare- parte y del obrar en Va 2da. nos han
fami
mos integrar a la filosofía de la voluntadliarizado con esta noción de conciencia
los hechos llevados a la luz por el méto- irreflexiva. do y la terapéutica
psicoanalíticas par
40. Husserl, ldeen,'I, parágrafos 40 tiendo de una filosofía general diferente.
y 52.
28. J. Boutonier, L angoisse, PUF,
1945, págs. 123-130. 41. Dalbiez, o.c., l l, 47, 81-3. 29. Principios I, 9.
42. Ibid., pág. 82.
30 43. Freud, La science des rëves, pág. . Carta a Chanut, 6 de junio de
1647. 582, cit. in Dalbiez, o.c., l l, 78. .
31 44. Dalbiez, o.c., II, 51. El autor cita . Alain, Elements de philosophie.
Note sur l'inconscien t aquí un texto de Delacroix sobre la elaboración de
"síntesis obscuras que se en 32. J.P.Sartre, Esquisse d une theoríe
cuentran en el principio del juicio". "Sus
des émotions, pág. 42. datos sólo se hacen juicios por un traba
33. Leibnìz, Nuevos Ensayos, 1, II, jo que se acompaña con la conciencia"
cap. 1 parágr. Il: "Cada alma guarda to- (Les operations intellectuelles, en
Noudas las impresiones precedentes. . . el
veau Traité de psychologie, por G. Duporvenir en cada substancia posee una li-
mas, t. V, pág. 151).
gaz6n perfecta con el pasado. Tal lo que 45. Es cierto que un ejercicio de
la
constituye la identidad del individuo. Sin imaginación sobre temas
angustiantes,
357 / 396
embargo, el recuerdo no es necesario ni por ej. por sugestiones de
movimientos
siempre posible, a causa de la multitud de ascenso y descenso --como en el
mé
de impresiones presentes. . . Pueden olvi- todo del sueño despierto de
Desoille
darse muchas cosas, pero se podría asi- puede tener efectos catárticos
directos,
mismo recordar cosas muy lejanas, si se sin reintegración de
acontecimientos pa
lo hiciera como corresponde." tógenos a la conciencia e incluso sin in-
terpretación consciente de la imaginería lo vivido las vivencias
sensoriales se en
así suscitada. Pero, como lo hace observar cuentran por doquier y llevan
necesaria
J. Boutonier en L ángolsse (págs. 197- mente cierta "aprehensión que los ani
201), el enfermo es el que consuma la ma". . . Dicho de otra manera, si
siempre
elaboración de una nueva síntesis psíqui- están implicados en las
funciones inten
ca; la psicoterapia, en última instancia, cionales".
reclama la fuerza constructiva del yo.' 50. La science des rèves, págs. 249
"No hay análisis sin síntesis. . . No debe- 250; citado por R. Dalbiez, o.c.,
1, págs.
mos pretender haceruna psicosíntesis, si- 78-79. no ubicar al sujeto en las
condiciones fa
vorables que le permitân realizarla. . . 51. J.P. Sartre ha denunciado clara
(ibid, pág. 200-1). mente este equ ivoco, Esquisse d une
46. Freud, introducción al psicoana- théorie des émotions, págs. 26-7.
tisis. 52. "El principio de causalidad fue la
47. R. Dalbiez avanza en el mismo estrella directriz de Freud. Todo efecto
sentido cuanoo escribe: "La cura analíti- es signo de su causa. Este viejo
axioma
ca consiste esencialmente en disolver los aristotélico condensa en una
breve intui
hábitos mórbidos, reduciéndolos al re- ci6n todas las investigaciones psicológi
cuerdo de acore,,•cimientós que les han cas del maestro de Viena".
Dalbiez, o.c.,
dado nacimiento. El hábito se disuelve 1, pág. 331.
en recuerdo. El automatismo cede a la 33. R. Dalbiez, o.c., I, págs. 76-80,
conciencia", o.c., I, 328, 333. Pero por 153-160, 196-201; II, págs. 143-244
.otra parte habla como los freudianos de (principalmente II, 152-170),
406-437. "recuerdos patógenos", "mantenidos in- 54. Ibid., 11, pág. 159.
conscientes", y que se intentaría "reen
contrar" (¡bid., págs. 330-331). Los dos 55. Ibid.,d I , págs. 407, 409, 413.
lenguajes no son idénticos: de acuerdo 56. Cf. más arriba, I Parte, cap. 1,
con el segundo, el recuerdo está comple- 111; I I Parte, cap. 1, 11; 111
Parte, cap. I,
to en lo inconsciente, sólo carece de con- I I. ciencia; de acuerdo con el
primero lo
358 / 396
"consciente" es el recuerdo mismo, tan- 57. "Destruyendo el determinismo
to como orientación hacia el pasado universal, aunque sea en un solo punto,
cuanto como presencia a sí mismo; la se trastorna toda la concepción científi
formación del recuerdo es entonces un ca del mundo", Freud, Introducción al
verdadero progreso de la conciencia. psicoanálisis, pág. 38, citado por
Dalbiez,
48. Respuesta a la tercera objeción. o.c., 11 pág. 464.
(obj. sexta). También A Clerselier, 17 58. Ch. Baudouin, Etudes de psycho
de abril de 1645. El caso de la idea in- analyse, págs. 62-71.
nata de Dios está discutida en la Resp. 59. Cf. los textos citados por Da¡ biez,
a la primera objeción, parágr. 4. En la o.c., págs. 597-8, 607-8. Respuesta a
la cuarta objeción, paragra
fos 119-121, se retoma el problema; por 60. En las Nuevas conferencias
sobre
otra parte, Descartes se explica con res- el psicoanálisis (Illera.
conferencia: las
pecto a lo que llama las "especies del diversas instancias de la personalidad
psí
pensamiento", que resultan impresas en quica), lo inconsciente resulta
separado
la memoria". Carta a Meyssonier, 29 de de una manera más neta entre el Es
(ello)
enero de 1640; A Mersenne, 1ero. de reprimido y el Ueberich (superyo, ideal
abril de 1640. del yo) represor, que por otra parte desborda asimismo
hacia lo subconsciente. 49. Husserl, Ideen, I, pág. 172: "No Freud se vi6
llevado de esta manera a co
es este lugar para decidir si en el flujo de rregir su concepción de la
angustia (IVta.
conferencia): la libido no es más el único 67. El sentido kierkegaardiano
del
peligro psíquico, sino que también está término "existir" no es satisfactorio; co
el superyo, cuyas amenazas angustian a mo la condición humana, la
existencia es
la conciencia. La idea de superyo es fu n- bipolar: querida y padecida;
como tal es
damental para la terapéutica. Para alcan- el misterio viviente cuya
expresión es
zar lo reprimido y disolverlo por el análi-inevitablemente paradojal. sis hay que
vencer su resistencia. De mo
do que el campo de regulación de la con- 68. "Estaba presente como un
olor,
ciencia debe reconquistarse sobre lo re- -Como el aroma de una idea -
Que no
presivo y loreprimido. puede elucidarse - Una idea de insidiosa
profundidad", Valéry, Ebauche dune
61. Alain, Elements de philosophie, serpent. Sobre la influencia, cf. Min
Note sur l'inconscient. kowski, Vers une Cosmologie, Aubier,
62. Mauron, Mallarmé l'obscur (De- 1936, págs. 111-121.
noël): "Pienso que para cada poema de 69. Heidegger, Sein and Zeit, págs.
359 / 396
Mallarmé existe un sentido objetivamen- 130-140. te verdadero, el que el
poeta tenía en el
espíritu al escribirlo, el que determinaba 70. Husserl, Ideen, I,
parágr.42,pág.
sus tachaduras", pág. 26. Esta frase con- 77.
tiene todos los equívocos que, por nues- 71. Descartes, Tratado de las
Pasío
tra parte, intentaremos aclarar. nes, parágr. 30.
63. En el mismo sentido, Dalbiez, 72, Minkowski, Hacia una Cosmolo
o.c., II, págs. 401-438, 491-511. De ahí gia, págs. 69-88.
la fuerza mesurada de su conclusión: "La 73. Por extensión puedo hablar
de un
obra de Freud es el análisis más profun- "
que haya conocido la historia sobre estado del mundo", pues estoy en el es
aquello que en el hombre no es hurra- tado de viviente: me encuentro ahí, con
aq
no"; II, 513. vida, en este mundo que encuentro ahí y .
Producido respecto al cual no he querido ni
64. "Que nadie me hable ya de fatal i- producido el menor grano de realidad.
dad, dice Alcmeón, pues sólo existe ella En tal sentido el consentimiento
que
por el querer de los seres. Engaños, asiente a la existencia necesaria en mí
y
hombres, deseos, nada pueden contra la fuera de mí está emparentado
con la
voluntad de una mujer fiel. . . ¿Acaso no percepción que encuentra y
acoge un
fuá tu advertencia, Eco, la que me ha da- 'estado de cosa" que no produce.
do los mejores consejos? ¿Qué puedo te
mer de hombres y dioses, yo que soy leal 74. Debemos eliminar de la
experien
y estoy segura de mí misma? Nada, cier- cia de estar con vida todas las
armonías
tamente, nada, nada. -El Eco: Todo, que anuncian la "poética" de la volun
Todo.- Alcmeón: ¿Qué dices? -El Eco: tad; en nuestro idioma, la vida tiene un
Nada, nada." sentido ambiguo: designa a la vez todo el orden animal que está
por debajo de mí
65. Tratado de las pasiones, parágr. y todo el ímpetu venido de arriba de la
152 y 170; Cartas a Elisabeth, 6 de Octu- vida misma; ésta es la que
sustenta, pero
bre de 1645, enero de 1646. también la que inspira; con relación al
66. ". . . siendo el principal bien de la orden de los poderes, pertenece a la
vez
vida tener algunos amigos, con razón pre- al orden de los límites y al orden
de las
feriremos a aquellos a los que nos unen fuentes o de la creación; en este
nuevo
nuestras inclinaciones sentido, la vida muestra un nuevo méto
mos también algún , mérito siempre en re ellos", do, a saber,el método de
una "poética" mo. A
360 / 396
Chanut, 6 de junio de 1647. de la voluntad, de la que aquí hacemos .
abstracción. Uno de los problemas más
difíciles planteados por esta "poética" mos descubierto una de las delicadas
será el de saber por qué la espontanei- uniones entre un orden que depende
de
dad de la vida de abajo puede servir a su mí (el movimiento) y un orden
que no
vez de metáfora a la vida de lo alto y qué depende de mí (la organización).
En tal
secreta afinidad une a los dos sentidos sentido hemos hablado de
"emergencia"
del término vida. de la conciencia práctica de obrar con re
75. Sobre la finalidad de hecho, cf. lación a la organización vital y de "in
Cuénot, Invention et finalité en blolo- mersión" del esfuerzo en la
organización.
gie, cap. I; Goblot, La Finalité en biolo- En un sentido próximo a éste, Pradines,
gie, Rev. phi., oct. 1903; A. Burloud, Traité de psychologie générale, 1, pág.
Principes d'une psychologie des tendan- 76.
ces, págs. 224-264; H. Vernet, Le pro- 80. Tolman, Purposive behavior in
blème de la vie, págs. 47-125; L. Bou- animals and men, cap. X111 y XIV.
noure, L Autonomie de I'Etre, passim
81. Cf. más arriba II Parte, cap. I, 11.
y págs. 201-2.
76. El enlace entre los equilibrios in- 82. Se tiene un ejemplo de ese len
ternos (absolutamente extraños a la vo- guaje equívoco, sólo justificable como
luntad) y la adaptación motriz (remitida abreviación en J. Boutonier, Les défai
en parte a la voluntad) se muestra fisioló- llances de la volonté, PUF, 1945,
págs. 27-9.
gicamente en las conexiones neuro-hu
morales que constituyen una suerte de 83. Husserl, Ideen, I, págs. 20-22.
confluencia de la vida vegetativa y la vida 84, M. Debesse, La crise de
origina
de relación: Rémy Collin, Les hormones, lité juvenile, P.U.F., 1941. págs.
299-331.
85. lbid., págs. 210-285.
77. No es azaroso que Cuénot extrai
ga sus ejemplos más asombrosos de in- 86. Ibid., pág. 210.
vención y finalidad biológicas de la con- 87, Ibid„ pág. 217. Hablando de la
sideración de órganos que se parecen a sobreestimación de¡ yo de parte
de los
útiles (sierra, pinzas, llave, etc.). Pero los adolescentes estudiados,
Debesse señala:
órganos que no se asemejan a útiles acaso "Todavía sólo existe una
organización
plantean de una manera más radical aún imperfecta ordenada por un yo
que se
el problema de la adaptación, tal como adhiere mal a lo real", pág. 131. ocurre
con el ojo con relación a la visión.
88. lbid., pág. 156.
78. Con todo, una "poética" de la vo
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luntad volverá a encontrarse con el mi- 89. Ibid., pág. 259.
to del animal, como mito de la inocen- 90. Debesse vincula con frecuencia la
cia y la despreocupación: "Ignoramos lamentalidad de la adolescencia con
ciertos
unidad, dice Rilke, en la IV-Elegía a Dui- valores filosóficos auténticos
(págs. 122,
no, no nos encontramos al unísono co- 139, 140, 144, 232-6); en ellos reside
esa
mo los pájaros migradores." El mito del "voluntad extraordinaria" que Delacroix
animal que "ve lo abierto", el mito de oponía a la "voluntad cotidiana" y que
los pájaros que no siembran ni siegan, el permite subsistir junto al hábito a
la po
mito de los lirios del campo, el mito del sibilidad de la creación de sí mismo.
niño que no podemos volver a ser, -to
dos esos mitos son parábolas, similitu- 91 Joubert, Pensamientos, !I, 87, cit.
des, donde el más acá de la libertad de- Por Debesse, o.c., pág. 140.
signa de manera cifrada, cierto más allá 92. Debesse, o.c., pág. 160. de¡
Sí mismo.
93. Vincular esta "historialización"
79. En el sentido de¡ esfuerzo, he- de¡ sujeto a la "historia¡ ización"
de sus
valores en los bienes y finalmente en los ca este índice a todos los otros
grados de
motivos, I Parte, cap. 1 y 111. la necesidad; toda determinación es una
94. LecomteduNouy,Letempsetla predeterminación; el mundo mismo es
vía, diagnostica la experiencia confusa de "perfecto" antes de que piense o
quiera,
la velocidad subjetiva de¡ tiempo vital se- Pues ya estaba all í antes de
que me per
gún la velocidad objetiva de la cicatriza-cibiera como percipiente; el carácter
inción.
nato del saber según Platón está anunciado en el mito de la vida anterior, de la
re
95. Cf. I Parte, cap. I, 1. miniscencia; la intemporalídad de¡ carác
96. Jean Rostand, en las Pensées d'un ter inteligible según Kant se expresa co
biologiste, ha expresado este tema del mo una elección de mí mismo anterior
azar con una fuerza singular, y lo ha a la vida; por fin, la Omnipotencia divi
puesto en la fuente de su pesimismo so- na, que es una suerte de
comienzo tras
brio y lúcido: págs. 16, 27, 72, 82. cendente, es el pasado primordial de la
predestinación. Tal será uno de los te
97. Rilke, ll/ Elegía a Duíno, trad. mas rie la Poética de la voluntad. Angelloz,
(Aubier).
98. La necesidad se dice en tiempo pasado: es el nacimiento el que comuni-
362 / 396
EL CAMINO DEL CONSENTIMIENTO
CAPITULO III
1. La negación recíproca
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brotar desde las primeras páginas de la presente obra. El conflicto residía en el
corazón de la motivación como un desafío arrojado a la unidad del acto. La
resistencia del cuerpo trababa como un obstáculo el ímpetu del esfuerzo. Pero
la negación aparece en primer plano; y si antes el conflicto de los motivos era
el aguijón de la elección, y la resistencia del cuerpo a la moción era una
invitación a elevar el tono del esfuerzo, parece ahora que el carácter, lo
inconsciente y la vida anuncian una desgracia constitutiva de la existencia
humana.
Un punto más nos detendrá antes de hacer brotar la negación de los diversos
momentos de la necesidad; hemos admitido que la negación puede ser bipolar:
negación padecida, y negación querida; no-ser padecido por la libertad,
rechazo planteado por la libertad. Hay que confesar que esta reciprocidad de la
negación no es, si es posible decirlo así, simétrica; incluso, de alguna manera,
la tesis según la cual la negación es unilateral no es absolutamente falsa: se
notará con razón que los límites de toda suerte que la necesidad impone a la
libertad no son negaciones hasta tanto la conciencia no los haya esclarecido y
que, de todas maneras, es la conciencia el revelador universal de la negación;
se agregará incluso que la conciencia sólo esclarece esas insidiosas amenazas
si las niega con todas las fuerzas de su fiera libertad: se podría asimismo decir
que es esta negación instaurada por la libertad lo que constituye el carácter, lo
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inconsciente y la vida como negación. El argumento no es falso: nos impide
considerar los dos polos de la libertad como equivalentes; brinda al no de la
libertad un privilegio en la génesis de toda negación. Pero esta útil rectificación
refuerza más bien nuestra tesis: la negación es bipolar. Pues el rechazo revela
precisamente otro polo de la negación; desde que la libertad nace a sí misma,
ya se muestra como negante y negada. Lo que sigue siendo cierto es que el
otro polo de la negación se encuentra en relación con el polo activo de la
negación; el no-ser que comporta toda necesidad sólo es tal porque afecta a
una libertad; tal carácter del no-ser no debe sorprendernos, pues nosotros
mismos hemos sostenido en las páginas precedentes que la necesidad
auténtica es la que experimentamos como un modo del Cogito. Pero
sostenemos asimismo que el Cogito no es todo acción sino acción y pasión;
por eso la libertad sólo descubre o agranda su herida empecinándose en su
activa negación, como quien irrita a una llaga raspándola; pero tan dolorosa
como el mal que la afecta es la pasión más primitiva que la libertad puede
padecer: la pasión de existir corporalmente.
2. La tristeza de lo finito
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metamorfosis imposible. Quién no ha estado asediado por esta pregunta.: ¿Por
qué soy tal como soy? El consentimiento no será una respuesta, sino la
reafirmación: " ¡Y bien, soy tal como soy!" En tanto busco una respuesta, el
hecho original, "el Urfaktum" de ser así me pone ante la tristeza de lo absurdo,
que nunca tiene remedio teórico. El "por qué" nace de la negación que rodea a
mi naturaleza finita. Pues, como lo señala Heidegger en Von Wesen des
Grundes, la pregunta desarrollada se presenta bajo la forma: ¿por qué hay algo
y no más bien nada? La mayoría de las veces esta pregunta no se plantea
formalmente: pero sigue estando implícita en toda la gama de las pasiones que
nacen de la comparación con el otro, desde los celos al resentimiento; se
extiende bajo la penuria que experimentan ciertas naturalezas vulnerables
-Vigny o Rilke- y que se sienten a sí mismas como una carga insoportable:
parece haberse perdido algo desde el comienzo, pues algo se ha decidido
sobre mí antes de mí, o peor, algo se encuentra ya decidido sin hacer sido
decidido por nadie. Si por su secreto el libre arbitrio ya se encuentra solo, la
naturaleza invencible a la cual está unido lo aísla en una soledad aun más
densa, pues la libertad antes de hacerla la padece. A veces es insoportable ser
singular, inimitable y condenado a no parecerse más que a sí mismo.
366 / 396
Lo inconsciente en mí es aún la potencia espontánea de tendencias no
reconocidas; dicha potencia es mi impotencia; dicha espontaneidad, mi
pasividad, es decir mi no-actividad. Soy siempre el jinete a punto de ser
desmontado o el aprendiz de brujo expuesto a una revuelta que no siempre ha
sido el primero en evocar; lo extraño de la responsabilidades que supone la
independencia y la soberanía del Cogito y que, con todo, sólo se aplica a una
vida indomable hecha de emociones y movimientos.
4. La tristeza de la contingencia
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El sufrimiento es el no-ser sentido antes de ser pensado; en cuanto el
sufrimiento es una de las formas más vivas de la conciencia de sí mismo (el
cruel lo sabe bien, cuando hace sufrir para hacer más aguda la conciencia de
su desgracia), en él quedo librado, abandonado, negado, de la manera más
pérfida; sufriendo, la conciencia se separa, se concentra y se conoce negada.
Ahora bien, en el dolor padezco como si tuviera extensión; el dolor revela la
falta dé ser y la amenaza inserta en la extensión. Tal es su contribución a una
meditación sobre la unión del alma y el cuerpo. Sufrir y padecer son sinónimos.
Descartes no lo ha ignorado: "Debemos concluir asimismo que cierto cuerpo se
encuentra más estrechamente unido a nuestra alma que todos los otros que se
encuentran en el mundo, porque percibimos claramente que el dolor y muchos
otros sentimientos nos llegan sin haberlos previsto, y porque nuestra alma, por
un conocimiento que le es natural, juzga que tales sentimientos no proceden de
modo alguno de ella sola en tanto es una cosa que piensa, sino en tanto se
encuentra unida a una cosa extensa que se mueve por la disposición de sus
órganos, algo que propiamente llamamos el cuerpo de un hombre (Principios,
11, 2)". Pero Descartes, limitándose a indicar esta vinculación del sufrimiento
con la extensión, remite el segundo término al conocimiento físico de las cosas;
reintroduciendo el cuerpo en el Cogito, por nuestra parte incluimos la extensión
como modo de existencia subjetiva y no sólo como forma de la sensibilidad,
como estructura de las cosas objetivas. Si el esfuerzo se despliega desde la
punta de la volición en un volumen obediente, el sufrimiento se concentra a
partir del volumen herido en la punta aguda de la conciencia dolorosa. No se
trata más que de una metáfora, pues la punta de la volición y la punta del dolor
no constituye un punto; pero dicha metáfora conjura el misterio de la unión del
sufrimiento y la extensión; dicho misterio gobierna al misterio de la existencia
del mundo: si el mundo existe, es que todos los cuerpos extensos son como el
horizonte de este cuerpo extenso que soy; es éste el que les comunica de
manera progresiva su índice de existencia, esta presencia grávida que
distingue la existencia de la esencia; y comunicándoles su irrecusable
existencia más allá dé toda deducción, les confiere su propia negatividad en
tanto extensión: dicho cuerpo es no-yo, no-pensado, no-querido.
368 / 396
envejecimiento a la vejez, y la edad a la mayoría de edad. Del nacimiento a la
muerte, el envejecimiento es la tonalidad menor, la tristeza de la duración. De
ahí que una reflexión sobre el envejecimiento pueda ser una nueva
contribución a un estudio concreto de la necesidad padecida y de la negación
que es su aguijón.
Esta negatividad puede abordarse por dos vías diferentes, sea que sólo se
considere en el envejecimiento el deslizamiento de cada plazo de adelante
hacia atrás, o que se subraye el reemplazo sin fin de los plazos en el flujo
continuo del presente, que no deja de estar acompañado por el doble horizonte
de futuro y pasado. Bajo uno u otro aspecto, la duración es anunciada por
sentimientos negativos, como el espacio era anunciado por el sufrimiento. Por
lo tanto, la tristeza de la duración es ante todo la de su irreversibilidad, que es
el reverso de su ímpetu y de su gozoso bullir: por ejemplo, el futuro, que es la
dimensión del proyecto, el futuro domesticado por nuestras anticipaciones
racionales y volitivas, es asimismo lo que no puedo evitar ni retardar; el
intervalo se anula irresistiblemente; el plazo avanza con paso propio de
acuerdo con el tiempo irrecusable de las fechas; el tiempo es siempre en cierto
grado tiempo de impaciencia, cuando ardo por imprimir a mi acto en la historia
y no espero más que un signo de las cosas " ¡todavía no!"-, o tiempo del temor,
cuando el acontecimiento debe ser funesto para mí -" ¡demasiado rápido!"-: el
futuro, dice G. Marcel, es la amenaza para el tener, el abismo en cuyo fondo se
encuentra mi perdida. El pasado, de otra manera, me niega en mi deseo de
retener el instante: " ¡Instante, permanece, eres demasiado bello!"- gritaría.
Pero siempre la respuesta es: "Never more", como se dice en "El cuervo" de
Edgar Allan Poe. El pasado me niega asimismo en mi deseo de borrarlo: pues
el pasado es lo que, no hay que hacer, ya está hecho; es el verdadero límite de
mi ímpetu. Por otra parte, es lo mismo no poder retener el instante y no poder
destruirlo; el que dice: "Nunca más" dice asimismo: "Para siempre". Aquello
que ya no puedo cambiar resulta a la vez abolido y consagrado;.lo que ha sido
hecho ya no puede hacerse ni deshacerse. La vida borra y recoge a la vez. Lo
irrevocable nace así de las cosas y de nosotros mismos.
Pero no puede hablarse sólo del envejecimiento como si un solo plazo fuera
susceptible de venir sobre nosotros desde el fondo del futuro y, una vez
concluido, caer sobre nosotros con la necesidad de las cosas indestructibles; a
través de esta experiencia también vivimos en un continuo presente; el tiempo
no es sólo el acontecimiento que nos llega, sino la duración que nos constituye;
ahora bien, el flujo del presente siempre presente es invencible y comporta su
índice negativo; asimismo, aquí el tiempo, a pesar de la distinción tan
rigurosamente instituida por Bergson entre la duración y la extensión, se
muestra un diverso análogo al espacio. El tiempo es vivido como un principio
de alienación y de dispersión; justamente, contra el tiempo y a contrapelo de su
369 / 396
pendiente natural creamos nuestras fidelidades; el deseo de parecerme a mí
mismo, que reside en el principio de la constancia, se opone a la acción
destructiva del flujo de los sentimientos; el cambio me hace sin cesar otro que
no soy yo mismo; esta dialéctica de lo mismo que quiero ser y de lo otro que
me hago se juega cotidianamente en cada uno de nosotros: el que se
compromete afronta su propio cambio y descubre la duración que lo arruina;
mis propias metamorfosis son enigmáticas y temibles. Ahora bien, ese cambio
es igualmente dispersión. Mi vida se encuentra naturalmente desconocida; sin
la unidad de una tarea, de una vocación suficientemente amplia como para
reunirla, se dispersa en lo absurdo. Para que la vida tenga la unidad de una
melodía, sería necesario que cada nota retuviera a las precedentes y
engendrara a las siguientes. Ahora bien, la vida es la mayoría de las veces más
cacofonía que melodía, por la falta de una única intención capaz de animarla
de uno al otro extremo a la manera de una improvisación. Bergson ha invocado
más bien la duración del héroe, que sería una creación bajo el signo de una
idea, de una obra, de un amor, y no la duración cotidiana que amenaza con
degradarse en un analogon del espacio; sin duda, el diverso de la duración es
siempre distinto del diverso del espacio, sucesión y no yuxtaposición; pero
constituye una experiencia análoga; y aunque la inteligencia de las transiciones,
de los pasajes debe llevar a la de las suspensiones virtuales, como lo aconseja
el método bergsoniano de la intuición de la duración, los "pasajes" más
notables de nuestra duración son con frecuencia crisis, hiatos, en suma, formas
de "distinciones" sobre las cuales deben reconquistarse las "intenciones"
capaces de unificar.
"Por no haber podido amar más que en tiempos sucesivos todo lo que me
brindaba esta sonata, no podía poseerla en su conjunto; se parecía a la vida.
Pero menos engañosa que la vida, sus momentos más altos no comienzan por
darnos lo que tienen de mejor" (Marcel Proust, A la sombra de las muchachas
en flor). Hamelin, gracias a su sentido dialéctico, no ignoró el momento
destructivo de la duración: es "algo que se encuentra a la vez e inevitablemente
como ligazón y dispersión, como conjunto de términos discretos y sin embargo
no separados... el tiempo es siempre una pluralidad de partes en vías de
distinguirse y correlativamente de ligarse". Esta síntesis del número que es
distinción, y de la relación, que es ligazón, da cuenta de una manera más
acabada de la experiencia viva y con frecuencia dolorosa de la duración que
todo el esfuerzo bergsoniano por volatilizar la distinción de las partes de la
370 / 396
duración y por elevar el pasado a la dignidad de eterno presente (como puede
verse en Percepción del cambio). Tras las abstracciones de Hamelin escucho
la elegía eterna, la de Rutebeuf, de Villon, de Baudelaire, de Verlaine, de J.
Laforgue, de Valéry. Ese no-ser de la duración, que mi envejecimiento me torna
sensible, hace también al drama de Amiel; su sed de una "acronía interior",
capaz de librarlo de la división y la dispersión interior, está profundamente
motivada por la condición humana; su sueño de intemporalidad es vano, pues
en la duración es donde debemos crear y ser fieles; pero, al menos, su mal no
se reduce a una anomalía del carácter, ni a un error filosófico acerca de la
significación del tiempo, pues, a través de dicha anomalía y dicho error, Amiel
ha llevado hasta su lucidez extrema la tristeza de ser duración.
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contingente dotado de reflexión debe llegar a esos pensamientos que lo hacen
perder pie; no puedo pensar otro cuerpo, pero el pensamiento naciente de otro
cuerpo, inmediatamente arrojado por la irrecusable presencia de este cuerpo,
me sirve de atracción para tomar conciencia de la contingencia de este único
cuerpo, de su insuficiencia propia. Es necesario que mi existencia de hecho me
hunda en este abismo de la reflexión, me seduzca ante todo con este
pensamiento de que el hecho puro es indiscutible, y, como suele decirse, "se
comprueba", para luego arrojarme al otro pensamiento, que considera que el
hecho puro habría podido no ser. Cuando he sido ora atraído y ora arrojado por
el doble pensamiento de la irrecusabilidad del hecho y de su inconsistencia,
ingreso en la angustia: estoy ahí y esto no era necesario.
Tal es, según creemos, la negación implicada por la necesidad de haber nacido:
es la no-necesidad de ser, sinónimo de la contingencia. No es pues necesario,
en principio, recurrir al sentimiento de la muerte para dar cuenta de ella.
¿Qué lugar daremos entonces a la idea de la muerte? ¿Se trata acaso de una
negación sobresaliente que ninguna simetría permite construir, que ninguna
reflexión sobre la necesidad puede suscitar? Sería con todo extraño que uno
pueda consumar una reflexión sobre la necesidad y sobre la negación
contenida en la necesidad, sin evocar a la muerte. Nosotros tampoco lo
pensamos; pero hemos querido mostrar que esta reflexión puede ser llevada
muy lejos sin recurrir a esta última fuente de horror, y que la idea de la muerte
no debe devorar toda nuestra atención cuando ésta se vuelve hacia la
negación; no debemos olvidarlo cuando intentemos comprender el
consentimiento que no podría ser exclusivamente libertad para la muerte, o
ante la muerte, o con vistas a la muerte. Por otra parte, hemos querido sugerir
que la idea de la muerte difiere de todas las que hemos recorrido hasta ahora.
Tengo una experiencia del carácter y de sus límites, tengo también una
experiencia de lo inconsciente si se puede llamar experiencia al presentimiento
de las virtualidades obscuras que animan subterráneamente a la conciencia;
tengo una experiencia global de la vida, de su organización y del sufrimiento
comportado por la organización; tengo una vaga experiencia del crecimiento y
del envejecimiento; tengo por fin un sentimiento confuso de haber ya nacido, de
proceder de otros seres y de no darme el ser. Por el contrario, no tengo
experiencia alguna de la muerte; no tengo medio alguno de anticipar el
acontecimiento mismo del morir. La muerte no es un límite como el nacimiento,
que ya está concluido. En cuanto la conciencia ya ha nacido, su nacimiento,
aunque inaccesible a la conciencia de sí mismo, está implicado en el Cogito; la
muerte no está implicada en él, ni siquiera obscuramente: no es simétrica con
respecto al nacimiento. La idea de la mete permanece como una idea,
aprendida completamente desde fuera y sin equivalente subjetivo inscripto en
el Cogito. Pero acaso tenga alguna relación con la angustia de la contingencia
a la que arribara nuestro análisis.
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Tales experiencias deben elegirse entre las que revelan una disminución de
nuestro ser: sufrimiento, envejecimiento, pérdida de la conciencia (fatiga
extrema, desvanecimiento, sueño, etc.). Se podría pensar que el menor-ser es
un esbozo de no-ser, y que por una suerte de extrapolación imaginativa,
presentimos nuestra nada futura en todas las formas del declinar de la
conciencia. Pero en realidad no hay "pequeña muerte". Lejos de que el
sufrimiento me anuncie mi fin, me da, al mismo tiempo que el sentimiento de mi
disminución, la conciencia fulgurante de estar aún allí para sufrir; puede ser
inclusive que mi presencia en el mundo y sobre todo ante mí mismo nunca esté
tan viva como en el sufrimiento; la muerte extinguirá el ardor de la conciencia
avivado por el sufrimiento. Por su parte el envejecimiento no es una
anticipación de la muerte: la muerte sigue siendo un accidente puro con
relación al designio de la vida; la muerte nunca es completamente natural;
siempre es necesario un pequeño golpe para empujamos afuera; es la
"guadaña" de la Muerte. Seguramente, son más inquietantes esas experiencias
en que la conciencia, atrapada en el vértigo, se enceguece y extingue: la fatiga
extrema me "vacía" y me "anula"; el desvanecimiento es una "ausencia" y el
sueño, una extinción de la conciencia vigilante. Y sin embargo, más que revelar
nuestra muerte, vienen a ocultarla: sobre el sueño, tan pacientemente descripto
por Marcel Proust, sólo hablamos retroactivamente, al despertar, mientras que
de la muerte no se vuelve: siempre se encuentra delante de nosotros; además,
para la conciencia vigilante, el sueño no es una nada sino un espesor de
duración más o menos reparadora y poblada de sueños: es otra conciencia,
irreal la que ha relevado a la conciencia vigilante. En cuanto al
desvanecimiento, que Montaigne (Ensayos, 11, 6) y Rousseau (Ensoñaciones
del paseante solitario, en Ménilmontant) caracterizan de un modo tan nítido, se
sustrae a nosotros cuando buscamos en él una experiencia de "aproximación"
e incluso de "pasaje" a la muerte; no es casual que el momento más patético
del relato sea el del "retorno" a sí mismo y no el momento de la "partida`;
siempre es la conciencia vuelta a ella misma la que habla de lo pasado; y todo
lo que pueda decirse retrospectivamente de tal conciencia crepuscular
atestigua precisamente que estoy aún allí, más acá de la muerte; la muerte es
siempre el accidente sobre-agregado en el que daría ese paso
inconmensurable de algo a nada. Epicuro no estaba errado: cuando estoy ahí,
ella aún no está allí; cuando está allí, yo ya no estoy más. Nada en la
experiencia interior del Cogito me muestra mi muerte; mis límites son una
cualificación y a veces una exaltación de mi presencia. La muerte es el fin, la
interrupción tanto de los límites como de los poderes. Se trata pues de una
negación fuera de serie, que irrumpe desde fuera en el Cogito.
¿De dónde viene pues tal negación? Hay que admitir que se da con una
necesidad irrecusable: "Debes morir". Y con todo, dicha necesidad no se puede
deducir de ningún carácter de la existencia; la contingencia me dice solamente
que no soy un ser necesario cuyo contrario implicaría contradicción; me permite
a lo más concluir que un día puedo no ser, que puedo morir: pues quien ha
debido comenzar puede concluir, pero no que deba morir. ¿Cómo dar cuenta
de esta certidumbre inasimilable a una experiencia anticipada del morir mismo?
Señalaríamos ante todo que tal certidumbre es un saber y no una experiencia,
el más cierto de todos mis saberes en lo que hace a mi porvenir, pero sólo un
saber. Adoptado apasionadamente, tal saber puede convertirse en horror o
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angustia, pero, a diferencia de la vida, revelada ante todo por el sentimiento, la
muerte se descubre en primer lugar por el conocimiento; la angustia, que está
unida a la contingencia, y que es revelada primitivamente por ella, se asocia
secundariamente a ese saber abstracto y desnudo. En efecto, la idea de la
muerte penetra desde fuera; la aprendo por la biología elemental que me
enseña el comercio con los otros vivientes y el espectáculo de su muerte;
descubro en ella una ley empírica sin excepción: todos los vivientes
organizados son mortales; no hay en absoluto necesidad de una enumeración,
incompleta por definición, para elevarme hasta la ley de la mortalidad; la capto
como toda ley empírica a partir de algunos ejemplos bien elegidos, por el
simple examen de los procesos de deterioro y de reparación de la vida; está
claro, en particular, que la enfermedad definida objetivamente implica la muerte
(lo que no ocurre con la experiencia subjetiva del sufrimiento); los círculos
concéntricos de la enfermedad, en los que el viviente debe necesariamente
penetrar, lo conducen hasta los últimos círculos, hasta los círculos de lo
incurable, donde la enfermedad tiene necesariamente una resolución fatal: en
el centro de tales círculos la probabilidad es igual a 1; puedo por otra parte
abordar de un día para el otro los círculos de la muerte y saltar de un solo
golpe, desde hoy, al centro del torbellino: mors certa, hora incerta. No hay otra
cosa en el pensamiento de la muerte que una necesidad biológica de carácter
estrictamente empírico, la cual no está fundada en los presentimientos de la
existencia y que se encuentra completamente motivada por la experiencia
externa. Si no pensara nunca como biólogo, nunca pensaría en la muerte. Se
trata de una ley empírica y no de una cuestión de esencias. No hay nada
intrínsecamente absurdo en el sueño de una longevidad indefinida, sobre la
cual tenemos un eco en la obra de Descartes; no somos mortales por esencia;
por ello no tenemos equivalente subjetivo de esta necesidad.
Dicho esto, hay que reconocer que esta idea, una vez introducida en nosotros,
tiene un camino ilimitado, una resonancia tan patética, que tiende a imitar a una
experiencia original. En virtud de su carácter ejemplar, la muerte se convierte
en la necesidad de que yo muera: inmediatamente resulto clasificado por la ley,
como un caso particular entre otros; a seguido de tal sentimiento vago de estar
cuestionado, me ejercito en tomar en serio dicha necesidad; tal aprendizaje de
mi futuro nunca concluye. Hay ante todo que señalar que la biología no habla
de la muerte de alguien único, irreemplazable; la substitución de los vivientes
unos por otros quita a la muerte su significación de fin del individuo; un viviente
vale lo mismo que otro y la vida continúa; dicho proceso está provisto por la
sexualidad, que brinda a la especie la inmortalidad virtual que falta al individuo.
En parte, es la vida en sociedad la que me enseña, al mismo tiempo que el
valor del individuo, la significación de la muerte individual; pero esta lección
resta impura; pues la continuidad histórica de las tareas sociales, el anonimato
de los papeles que se transmiten me ocultan lo que hay de irreparable en la
muerte de un individuo; la sociedad continúa como sistema de espacios vacíos,
de papeles huecos que titulares intercambiables y provisionales vienen a
ocupar y llenar. Tampoco puede afirmarse que el espectáculo social de la
muerte baste para aproximarnos la necesidad de la muerte que flota sobre
nosotros como una abstracción y que permanece sin captación a partir de la
ardiente certeza de nuestra presencia en el mundo; los ritos fúnebres ocultan a
la muerte, al mismo tiempo que ocultan al muerto bajo los mantos de una
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estética y de una acción; lo fúnebre nos distrae de lo mortal: además, tales ritos
más que dirigirse al muerto como si no fuera más que un muerto, se dirigen al
muerto como si fuera algo distinto del vivo: un ser demasiado real, temible,
peligroso incluso, que hay que apaciguar y excluir; tampoco creo que el
espectáculo del cadáver me incline más a aplicarme a mí mismo la regla
común: se trata de una experiencia tan impresionante que contiene toda
reflexión; el cadáver es demasiado ambiguo: análogo al viviente y análogo a la
cosa, ni viviente ni cosa, está y no está allí; no puedo pensar en la muerte y en
mi muerte más que quitando mi vista del muerto. ¿La agonía tendría acaso un
poder de persuasión mayor que los funerales o la visión del cadáver? Lo
dudamos; a pesar o a causa de su estetismo extremo que repercute hasta el
fondo de mis entrañas, la agonía derrumba todo pensamiento; un primer plano
enorme ofusca la meditación; la agonía no es el fin, sino la lucha por el fin,
hacia el fin; podemos participar de esa lucha, ayudando al moribundo a luchar
(como dice Heidegger, no asistimos a la muerte sino al muerto), salvo que,
estupefactos, no nos limitemos a la horrible espera de que la muerte venga por
fin a romper con su silencio y su paz el tumulto de la agonía: una cosa es el
último acto, otra el desenlace. De modo que la muerte del otro, por la triple
experiencia de los funerales, del cadáver y del agonizante, ilustrando la ley muy
abstracta de la mortalidad, sólo me conduce de manera muy imperfecta hacia
la convicción personal de mi propia mortalidad.
De tal modo, la experiencia del morir es como una palabra que tengo en la
punta de la lengua: estoy a punto de descubrirla, y siempre se me escapa; se
encuentra más allá de las experiencias del sufrimiento, el envejecimiento, el
sueño, el desvanecimiento, más allá incluso de todo eco que deje en mí la
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muerte del otro, aunque éste fuera la mitad más preciada de mi propia alma:
siempre es mi vida, mi vida herida la que ofende mi mirada. La muerte del otro
me habla de mi muerte, no para darme su experiencia anticipada, sino para
recordarme su necesidad empírica. Memento mori. Y esta necesidad sigue
siendo la de una ley de la especie, que nunca termino de aplicarme, de asimilar,
de hacer mía. Se trata de un pensamiento, no de una experiencia; de un
pensamiento a transformar en creencia, en convicción personal, pero que
siempre focaliza mi nada en vacío; porque el otro es mi semejante, su muerte
tiene el valor de una advertencia, de un llamado, de un tañido.
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y da su verdad a la extraña intuición de Rilke, que veía que cada uno lleva y
nutre en sí su futura muerte, una muerte única, a su medida e imagen. Con
todo, una brecha discreta separa siempre al pensamiento de la muerte de la
conciencia de la contingencia; este pensamiento es siempre una idea un poco
fría que nunca resulta totalmente adoptada y asumida; en cuanto la muerte no
está en mí como la vida -como el sufrimiento, el envejecimiento y la
contingencia- siempre es lo extraño. Tal es, según creo, la razón profunda por
la cual la predicación de los filósofos difícilmente alcanza el corazón de los
hombres cuando intentan hacerles descubrir su propia muerte en sí mismos. A
raíz de lo cual pueden afirmar que los hombres se "ocultan" a sí mismos su
destino por la diversión o la huída a lo anónimo. Por mi parte, no reconozco en
mí la angustia primitiva de la muerte. Sólo es en mí un pensamiento frío y sin
fuerza y de alguna manera sin arraigo en la existencia. Por el contrario,
experimento algo así como un estremecimiento ante mi ausencia de
fundamento propio. Por próximos que puedan ser el pensamiento y el
sentimiento mencionados, por aptos que puedan ser para unir sus fuerzas, algo
en mí los separa: lo que los separa es más radical que la oposición entre el
sentimiento y el pensamiento, entre la necesidad percibida en el Cogito y la
necesidad captada por el espectáculo empírico de las cosas: se trata del
diferente alcance metafísico de tales necesidades. Presiente ante todo que la
angustia de la contingencia puede pertenecer a una visión religiosa de la
existencia bruta: pues el ser que es criatura carece de fundamento en sí, en la
medida misma que tiene un fundamento trascendente en su Creador: así
comprendía Descartes la indigencia del Cogito, la divisibilidad de su duración,
su falta de ser; tal carencia era para él la marca y, si puede decirse, el negativo
de la Omnipotencia divina, de la cual depende el Cogito (Cfr. en particular,
Principios, 1, 20-21; el título elocuente de 1, 21: "Que la sola duración de
nuestra vida basta para demostrar que Dios es."). Por el contrario, la angustia
de la muerte, si fuera una experiencia original, sería la revelación de una nada
de alguna manera sin réplica y sin contrapartida y correspondería a la muerte
de Dios. No estamos en condiciones de elucidar estas. difíciles conexiones
subterráneas. Basta, para lo que podríamos denominar el fair play del análisis,
con haber iluminado los extremos más lejanos que extiende en el subsuelo
metafísico de nuestra experiencia. Como quiera que sean tales prolongaciones
lejanas, el análisis parece haber justificado nuestra impresión primera: una
meditación sobre la necesidad y sobre la negación que ella implica puede ir
hasta su término -es decir hasta el sentimiento de la contingencia- sin poner en
juego la idea de la muerte; pero a su vez, esta idea se ha convertido, por la
fuerza que le confiere el conocimiento objetivo de las leyes de la vida, en el
revelador privilegiado de la angustia de la contingencia; por ello la idea de la
muerte se convierte, de algún modo, en el equivalente objetivo, el atractivo y el
excitante de esta angustia eminentemente subjetiva de mi contingencia.
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esta conciencia parcial que se desborda en su propia obscuridad y que se
encuentra con su existencia bruta. Conocemos pues el contenido primero del
rechazo: el rasgo más notable del mismo, de un rechazo que tiene tres
cabezas, es que no se da ante todo como rechazo sino que se oculta tras una
afirmación de soberanía, con respecto a la cual es importante que aclaremos la
implícita negación. La forma disfrazada del rechazo es la afirmación altanera de
la conciencia como absoluto, es decir como creadora o como productora de sí
misma. La tristeza de la negación padecida dondequiera es asimismo la que
agudiza la pasión de la libertad, invitándola a engendrarse soberanamente, a
ponerse a sí misma como ser por sí. En suma, la forma privilegiada del rechazo
es la desmesura.
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ponerse como existente. Esta primera exigencia, que cree ser un grito de
victoria, gobierna todas las génesis ideales que pretenden atestiguar la
fecundidad de la conciencia; si me pongo a mí mismo, pongo también mis
límites y mi contingencia, al mismo tiempo que las determinaciones
fundamentales de la vida. Pero, como el sentimiento es más bien el modo de la
conciencia que testimonia acerca de lo que no hacemos, acerca de lo que en
nosotros ya encontramos hecho, la conciencia se retirará instintivamente de
tales sentimientos confusos que denuncian nuestra existencia de hecho; callará
esos sentimientos y los substituirá por su esquema racional. En efecto, ya
hemos dicho que el espacio es el esquema racional de la organización, del
mismo modo que el humor y el sufrimiento son su revelador afectivo; asimismo,
el tiempo es el esquema racional del crecimiento, del mismo modo que el
sentimiento del bullir de la vida y de su envejecimiento constituyen su revelador
afectivo; por fin, la pura idea de facticidad, de hecho puro es el concepto que
arma a la alegría primera de existir y a la angustia de ser contingente. Ahora
bien, el idealismo se reconoce en ese esfuerzo, mil y una veces renovado, por
engendrar el espacio, el tiempo y la contingencia. Tal esfuerzo no se
recomenzaría incesantemente si no respondiera al anhelo más fundamental de
la libertad, al anhelo de responder a su propia condición poniéndola
soberanamente.
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conciencia que se ha creído divina y que se conoce ahora desgarrada.
Entonces, el rechazo irritado y, hasta cierto punto, enloquecido, se eleva como
desafío y desprecio. Desde la perspectiva del desafío, la condición humana se
torna absurda; desde la del desprecio, vil y baja. En el rechazo y el desprecio,
la libertad intentará buscar su valor más alto. El suicidio se ofrece a ella como a
una de las más altas posibilidades: en efecto, se trata de la única acción total
de la que somos capaces, en lo que hace a nuestra propia vida. Puedo suprimir
lo que no puedo poner. El suicidio puede entonces parecer la forma más alta
de consagración de este acto de ruptura que inaugura a la conciencia. Puede
aparecer como el acto de un señor que se sacude todas las tutelas, de un
señor que no tiene más señor: "Stirb zur rechten Zeit", proclama Nietzsche. De
tal modo, el No no sería ya una palabra sino un acto. Pero el suicidio no es la
única expresión del rechazo. Hay también, acaso, un coraje de existir en lo
absurdo y de afrontarlo, comparado con el cual el suicidio no sería más que
una evasión semejante a la evasión de los mitos y la esperanza. Tal coraje de
la desilusión rechaza al suicidio con la sola finalidad de afirmar -y de perseverar
en el acto de afirmar- el No de la libertad frente al No-Ser de la necesidad.
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Pero si tal es la raíz del sí, ¿cómo insertar una afirmación tan radical y tan
vasta en una simple psicología de la voluntad? Hay al menos una dificultad de
método: ¿hasta qué punto está permitido introducir la esperanza en el campo
de una psicología filosófica, aunque sea en el sentido amplio? Y, por otra parte,
¿hasta qué punto está permitido hacer abstracción de ella?
En todo caso, resulta claro que la unidad del hombre consigo mismo y con su
mundo no puede resultar íntegramente comprendida en los límites de una
descripción del Cogito, que la fenomenología se trasciende a sí misma en una
metafísica. Husserl ha creído poder separar los problemas de la ciencia estricta
de los problemas de la sabiduría2; pero, cuando reintroducimos en el Cogito la
existencia del cuerpo, los problemas de la sabiduría se comunican con los del
saber: Descartes lo sabía bastante bien, cuando veía el atractivo de toda
sabiduría en un Tratado de las pasiones, es decir en una comprensión de la
unión del alma y el cuerpo. Una psicología de la conciliación, implicada en una
crítica del dualismo, envuelve ya una teoría de la falta y una "poética" de la
voluntad.
Pero si dicho salto aparece, para el que no lo hace, arbitrario y sobre agregado,
para el que lo hace aparece inseparable del sentido que adopta,
retroactivamente, la subjetividad. Por un único movimiento se determina una
filosofía del sujeto y una filosofía de la Trascendencia, que en última instancia
es la filosofía de los confines del hombre. Así, para Descartes la marcha se
encuentra articulada en dos pasos que constituyen sendas decisiones: a partir
de la duda, que es un desafío arrojado a la existencia de las cosas materiales y
del cuerpo, se avanza a la afirmación del Sí mismo. Luego, desde este último
se avanza, por un nuevo acto, a la afirmación de Dios, que ulteriormente le
permitirá reafirmar el mundo y su cuerpo. Ese vasto movimiento circular, que
transponemos aquí al orden de la voluntad, ese movimiento que va del rechazo
a la reafirmación, sólo comporta finalmente una decisión, una decisión doble si
se quiere: el Cogito se afirma, pero no es auto-creador, la reflexión se atestigua
como sujeto, pero no es auto-posición. La intuición central del cartesianismo,
es la vinculación entre el Cogito y el argumento ontológico.
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apologética demasiado celosa que pretendiera inferir a Dios de la naturaleza o
de la subjetividad por simple implicación racional.
Dos hitos históricos nos servirán para discernir por carencia y por exceso la
conciliación de la libertad y la necesidad bajo la égida de una invocación a la
Trascendencia. El estoicismo representará, por una parte, el polo de la
separación y el desprecio; el orfismo, la otra parte, de la pérdida de sí en la
necesidad. Pero con todo, tanto uno como el otro indican a su modo el nexo
entre el consentimiento y una filosofía de la Trascendencia. Tanto de uno como
de otro aprendemos que el camino de sí mismo como libertad a sí mismo como
necesidad reside en una mediación sobre la totalidad del mundo; sin duda, no
como saber, sino como cifra de la Trascendencia. Me reúno con mi cuerpo por
amor a la Tierra. Justamente, intentaremos comprender ese rodeo como
camino del consentimiento. Y comprendiéndolo intentaremos no despreciar al
cuerpo, que no es más que una parcela del todo, ni perder nuestra subjetividad,
que no es una parcela del todo.
"Hay cosas que dependen de nosotros; hay otras que no dependen..."3 Por una
parte, el juicio, por la otra, las cosas. El estoicismo no sospecha que
precisamente mi cuerpo tiene esa significación insólita de no ser ni juicio ni
cosa, sino vida en mí sin mí; ignorado como carne del Cogito, se lo rechaza
junto a las cosas indiferentes. Toda la estrategia estoica se sustenta en estos
dos corolarios: reducción del cuerpo a lo que ya es cadáver4, de la afección a la
opinión5; no hay "pasiones del alma" por el hecho del cuerpo, sólo hay
acciones del alma: el cuerpo es inerte y el alma impenetrable 6.
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Pero lo que, constantemente, salva al estoicismo es el haber, por otra parte,
dado esplendor a la necesidad que de entrada degradaba. Basta leer esos
versos de Cleantes con los cuales Epicteto termina el Manual: "En todo
acontecer es necesario estar preparado para decir:
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El mundo reside allí donde he llegado al nacer. No es una enumeración de
objetos -que por añadidura desconozco si es finita o infinita- sino lo que
engloba de manera indeterminada mi subjetividad. No sé el todo, estoy en el
todo. La Tierra -para hablar como lo hace Nietzsche - no es más que el ámbito
de mi involuntario absoluto. Si por lo tanto, el todo no parece ser más que el
horizonte de mi cuerpo, que soy yo, el ámbito de esta existencia corporal que
soy, ¿cómo podría consentir al mundo antes de consentirme yo mismo? ¿No
debo por el contrario aceptarme ante todo a mí mismo, con mi grandeza y mis
males, para dilatar luego, hasta el horizonte de mi existencia, el amor a mis
propias oportunidades?
Sin embargo, el Todo tiene otro sentido, que es el sentido oculto de la filosofía
estoica, y la razón del rodeo del consentimiento. El comienzo de la filosofía es
una revolución copernicana que centra el mundo de los objetos en el Cogito: el
objeto es para el sujeto, lo involuntario para lo voluntario, los motivos para la
elección, los poderes para el esfuerzo, la necesidad para el consentimiento; en
el sentido de esta primera revolución copernicana, el Todo es el horizonte de
mi subjetividad. Toda esta obra se encuentra bajo el signo de dicha revolución.
Pero la profundización de la subjetividad reclama una segunda revolución
copernicana, que desplace el centro de referencia de la subjetividad a la
Trascendencia. Tal centro, no lo soy y sólo puedo invocarlo y admirarlo en sus
cifras que son sus signos esparcidos. Tal descentramiento, que exigiría un
método radicalmente nuevo, tiene incidencias para una filosofía de la
subjetividad, incidencias que no pueden sino ser paradojales. Tal
descentramiento se anuncia en la noción estoica de totalidad. El estoico
escapa a la crispación de su esfuerzo despreciativo en cuanto se sabe en el
Todo. La relación entre la parte y el todo es aquí la cifra de una relación más
sutil, la del "misterio ontológico" mismo, cuya expresión en nuestro universo de
discurso sólo puede ser paradojal. Los estoicos que no se han elevado al nivel
de una lógica -o de una alógica- de la paradoja, no han conseguido dar más
que una expresión naturalista, constituida precisamente por la relación de la
parte al todo. Sin embargo, en ese lenguaje destinado al fracaso, se conjura lo
esencial: no soy el centro del ser. Sólo soy un ser entre los seres. El todo que
me engloba es la parábola del ser que no soy. Voy del todo a mí mismo como
de la Trascendencia a la existencia.
He aquí como la cifra del Todo mediatiza el consentimiento que puedo acordar
a mis límites. Descubrir el Todo como cifra de la Trascendencia no es ya elegir,
no es ya obrar, no es incluso consentir. Es admirar, es contemplar. La
contemplación, la admiración son el rodeo del consentimiento. Esta distracción
¿es acaso simple debilitamiento de la excesiva atención a mí mismo que hace
obsesivos mis límites? La diversión no siempre carece de sustancia.
Recordarme menos a mi mismo y mis límites, siempre que no haya perdido
todo mi fervor, puede ser el reverso de una atención a lo inmenso, el atractivo
de un amor a lo ilimitado. Amo mi miseria deglutida en la grandeza del mundo,
que Marco Aurelio llamaba "la salud del universo".
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anulado sino trascendido. Mis límites nunca pueden ser compensados o
corregidos al cabo de una adición algebraica o como resultado de un balance
final. Pero mis dolores, que siempre permanecen inexplicables y escandalosos,
son superados en la invocación, cuya figura en este mundo11 es la admiración.
"Hiersein ist herrlich. . ." exclama Rilke hacia el fin de este itinerario que, a lo
largo de las Elegías a Duino, lo ha conducido a la aflicción del hombre,
separado de la perfección, hasta la extrema alegría del hombre, cuando se
hunde en las entrañas de la Montaña del Dolor Original.
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Canta al ángel la alabanza del mundo. . .
. . . muéstrale
Lo simple que, habiendo tomado forma de generación en generación,
Vino a ser la nuestra y vive junto a la mano y en la mirada. Dile las cosas...
Muéstrale cómo puede una cosa ser feliz, inocente y nuestra...
No elevéis ningún monumento. Dejad a la única rosa Volver a florecer cada año
a su gloria.
Pues la negación que lacera el ser no puede hacer que no sea, y su simple ser
constituye su esplendor:
Pero tú, ser divino, cuyo canto resuena hasta el confín, Cuando te acometía el
enjambre de las Ménades desdeñadas, Fuiste la orden que prevaleció sobre
sus gritos, tú que eres bello; De la marea de las destructoras se elevó tu juego
constructor.17
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En estos tiempos carentes de poesía, en estos tiempos de desprecio no hay
que temer a la gran poesía órfica. Gracias a ella la existencia todavía está
encantada y sagrada. Todavía hay que comprender cómo la admiración del
todo, que quiere mediatizar el consentimiento a la necesidad, supera al
finalismo y al providencialismo estoico, tantas veces reunidos por diversa
apologéticas, y escapa así al vicio del optimismo metafísico. Cuando Goethe
exclama: "Wie es auch sei das Leben, es ist gut", y cuando Rilke proclama:
"Hiersein ist herrlich", no pretenden evaluar el todo con relación a una escala
de valores objetiva donde dicho todo resultaría confrontado con otros mundos
posibles: el mundo no es evaluable, pues es incomparable. La necesidad
exterior del mundo como hecho puro está demasiado anudada a la necesidad
subjetiva de mi cuerpo como para que pueda considerarlo como un universo
entre otros. Otro mundo haría otro cuerpo y otro yo; ya no sé de lo que estoy
hablando. Por lo tanto no digo: este mundo es el mejor de los mundos posibles,
sino: este mundo, único, para mí que soy único, este mundo incomparable, es
bueno con una bondad sin gradación, con una bondad que es el sí del ser. Su
bondad es que el sea. Ens et bonum convertuntur. Es porque deviene; deviene
porque toda destrucción resulta superada. La bondad del mundo es el "Muere y
transfórmate", es la metamorfosis. La naturaleza en su existencia bruta es
señorial. Resumida en mi cuerpo, toda la existencia no querida no es ni una
catástrofe ni una prisión, sino una primera generosidad y una primera victoria19.
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admiración y el consentimiento. La admiración (o la contemplación) me
descentra y me reubica entre las cifras. El consentimiento me devuelve a mí
mismo y me recuerda que nada puede librarme del acto del sí. Por eso la
admiración y el consentimiento forman parte del mismo círculo. En cierto
sentido, la admiración resta incompleta si el consentimiento no la consuma: si
no me acepto como naturaleza, con mis poderes y mis límites, no acepto el
todo; por ello finalmente el mundo no es evaluable, por una razón más radical
aún que la unicidad del mundo: esta evaluación no podría ser una operación
autónoma. La evaluación no puede efectuarse sin un don de mí mismo que ya
es implícitamente el consentimiento de mil límites.
Schrekliches Gesicht.. .
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¿Cómo no aproximar el Erdgeist goetheano al ángel rilkeano? "Jeder Engel ist
schrecklic. . ." Aquí la figura poética del ángeles reveladora de nuestros
límites21.
Pero la poesía sólo humilla para curar: por el canto provoca una conversión:
¡que la conciencia, renunciando a ponerse a sí misma, acoja al ser con
admiración y busque en el mundo y en lo involuntario una figura de la
Trascendencia, una figura que me sea dada para ruda compañía de mi libertad!
En efecto, la poesía órfica nunca separa la humillación de la celebración. Y
esta celebración asiste a mi libertad, en cuanto le ofrece los mitos de su propio
consentimiento. Consentir, es decir sí a la necesidad. La ley de la metamorfosis
se pinta ante mis ojos como muerte superada. Toda metamorfosis en el mundo
es entonces el modelo o la parábola de mi consentimiento posible, es como un
consentimiento que se ignora. En el mito se cruzan por simbolización una
filosofía del hombre y una filosofía del Todo. La naturaleza es un inmenso
"como si".
Los estoicos lo sabían en parte; Descartes comenta ala Princesa Elisabeth esta
máxima de Séneca: para "vivir de acuerdo con mi naturaleza", me resulta
necesario "conformarme a la ley y al ejemplo de la naturaleza de las cosas" (ad
illius legem exemplumque forman sapientia est)22 .
Mito del animal -del animal consumado en el plano de la vida, al que sin cesar
hemos opuesto el hombre-, el hombre inacabado y remitido a su voluntad como
una tarea a resolver; la misma razón que incesantemente nos obligó a
desestimar la psicología animal como guía para la psicología humana y a
constituir una psicología humana a la medida del Cogito, nos remite al animal
como metáfora del consentimiento. En cuanto está consumado no se encabrita
ante la ley de la metamorfosis y la muerte no es para él un muro; como dice
Rilke, el animal vive en "lo abierto" (VIIIva Elegía). Nada hay en ella de verdad
estrictamente biológica, ni siquiera de psicología animal; se trata de la verdad
del animal como mito.
Pero lo inhumano -del astro al animal- permanece como un mito que me invita
y me llama a otra cosa distinta de la vida sideral o animal, me llama a un
consentimiento que siempre es distinto de la metamorfosis que, con todo, lo
simboliza. Para todo ser que no sea sujeto, la metamorfosis es la
transformación en otra cosa distinta de sí mismo: la mortalidad se supera en la
sexualidad, el cadáver en las flores silvestres; la transformación es en sentido
propio una alienación. Para mí, asumir mi carácter, mi inconsciente y mi vida
con su ser y su s o-ser, es transformarlos en m í mismo. La transmutación no
es una alienación sino una interiorización. No ya: "fiaste todas las cosas", sino:
"Hazte lo que eres". Tengo ante mí la tarea de elevar el "Muere y deviene" al
nivel de una superación espiritual en la que mis límites se convierten en
recogimiento y paciencia. Y esto ya no es ver, sino querer. La contemplación
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abre el camino al consentimiento ablandando y suavizando la potencia
tensionada del rechazo, pero no lo sustituye. La contemplación sólo puede
pintar fuera de mí, en lenguaje cifrado, la negación superada en la afirmación.
Decir sí sigue siendo mi acto.
3. Consentimiento y esperanza
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4. Del orfismo a la escatología
NOTAS
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4. "Tú no eres más que una pequeña
alma que conduce a un cadáver, como 12. Goethe, Diván Occidental-
Oriendecía Epicteto", Marco Aurelio, Pensa
mientos para rrí mismo, IV, 4. El estoico 13, Rilke, Sonetos a Orfeo, I, 3:
Ge
intenta así extrañarse de su propio cuer- sang ist Dasein. po, ¡bid., X, 33.
14. lbid., I, 7.
5. "Suprime la opinión y suprimes tu
expresión: me han hecho mal. Suprime 15. lbid., I, 5.
la expresión y suprimes el mal", ¡bid., 16. lbid., I, 6. IV, 39, IX, 31. Epicteto,
Manual, V, 37.
16
Con respecto a este ilusionismo, cf. Max . lbid.,l, 6
Scheler, El Sentido del Sufrimiento, 17. lbid. 1, 26.
6. Marco Aurel¡o, Pensamientos para 18. lbid. II, 2.
mí mismo, V, 19, 26; VI, 42; V11, 55; 19. Inversamente, el mundo como ab
Vi 11, 28, 47; IX, 15, 16, 31; XI, 16, etc. surdo y la libertad como rechazo son so
7. "Es la combinación, y luego la di- lidarios: "El divorcio entre el hombre y
solución de elementos que siempre se su vida, el actor y su decorado,
es propia
mantienen iguales", ¡bid., IV, 36, 42; V, mente el sentimiento de lo absurdo",
Ca
4, 13; Vanidad de toda forma alcanza- mus, Le mythe de Sysyphe, pág. 18.
Este
da: VI, 13; IX, 18: VI 11, 37. maniqueísmo moderno afronta
el sin sentido del mundo y la conciencia del
8. ¡bid., VIII, 41; XI, 12; XII, 13. hombre, "los sella uno al otro sólo como
Epicteto, Manual, XVII, III, 2; 111, 8: el el odio puede limitar a los seres" (¡bid.)
tema del teatro, de la composición a re- La gran poesía órfica canta el pacto de
presentar, del banquete. Pueden expli- la libertad y la necesidad, del yo como
carse los errores de base del estoicismo fervor y de la naturaleza como
maravilla.
por la retroacción de una teoría de las 2p. Rilke, Sonnets à Orphée, 1, 3.
pasiones sobre la doctrina del hombre. El
peligro de una filosofía atraída por una 21. Sobre las "figuras" en Rilke, Cfr.
reflexión sobre las pasiones reside en per- el texto de Romano Guardini,
citado por
manecer como una crítica de la vanidad G. Marcel, en "Rilke, testigo de
lo Espiri
tual", Homo Viator, págs. 334-5. En Dos- 22. Carta a Elisabeth, 18 de
agosto
toyevsky, el loco, el epiléptico, el "Idio- de 1645.
ta" pertenece a las figuras que superan y 23. Sonetos a Orfeo, I, 8.
trascienden.
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CONCLUSION
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Pero no es posible detenerse ante este contraste que corre el riesgo de
endurecer una distinción abstracta y de destruir la voluntad en diversos actos.
En realidad, es cada uno de los momentos de la libertad -decidir, moverse,
consentir- el que une de un modo intencional distinto la acción y la pasión, la
iniciativa y la receptividad.
El análisis del consentimiento sólo esclarece con una luz más intensa el sentido
mismo de la elección tal como había aparecido hacia el final de la primera parte.
Recordemos que no habíamos podido resolvernos a reducir el surgimiento de
la elección al impulso de los móviles o incluso a la racionalidad de los motivos,
ni a sacrificar al fiat de la elección la atención que prestamos al bien aparente.
Por eso es posible finalmente mezclar las expresiones que convienen a esos
distintos momentos y decir que el querer que asiente a motivos consiente a las
razones de si elección; inversamente, el consentimiento que reafirma la
existencia no elegida, su estrechez, sus tinieblas, su contingencia, es como una
elección de mí mismo, una elección de la necesidad, tal como el amor fati
celebrado por Nietzsche. Audacia y paciencia no dejan de intercambiarse en el
corazón del querer. La libertad no es un acto puro, es en cada uno de sus
momentos actividad y receptividad; se hace acogiendo lo que no hace: valores,
poderes y pura naturaleza.
1º. La idea de Dios como idea kantiana es el grado-límite de una libertad que
no es creadora. La libertad está, si es posible decirlo, al lado de Dios por su
independencia con respecto al objeto, por su carácter simultáneo de
indeterminación y de determinación de sí. Pero estamos pensando una libertad
que ya no sería receptiva con respecto a los motivos en general (a los poderes
o a una naturaleza), una libertad que no se haría mirando, alterando una
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espontaneidad, plegándose a una necesidad, sino que sería ella misma por
decreto. Pero entonces, ¿diríamos que dicha libertad crea el bien, o que es el
bien? Esta distinción capital en muchos sentidos, poco importa a nuestro
propósito: esa libertad no sería ya una libertad motivada, en el sentido humano
de una libertad receptiva de valores y finalmente dependiente de un cuerpo: no
sería ya una libertad encarnada, no sería ya una libertad contingente. La
libertad motivada, encarnada, contingente es pues a imagen del absoluto por
su indeterminación idéntica a su poder de determinarse a sí misma, pero es
distinta de lo absoluto por su receptividad.
Este primer concepto límite domina una serie de ideas límites subordinadas
cuyo encadenamiento constituiría por sí mismo un problema difícil.
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4º. Por último, comprendo en el vacío una libertad que sería la dignidad misma
del hombre, que no tendría la parcialidad de un carácter, cuyos motivos serían
absolutamente transparentes, que habría reducido enteramente su
contingencia a su iniciativa. Pero esta última "utopía" de la libertad revela que
todo el ciclo de estas ideas límites tiene por centro la idea de una libertad
creadora.
Tales ideas-límites no tienen aquí otra función que la de hacer comprender por
contraste la condición de una voluntad cuyo recíproco es un involuntario. Por
eso no constituyen aún una superación de la subjetividad; pertenecen más bien
a la descripción de la subjetividad. Una verdadera Trascendencia es más que
una idea-límite; es una presencia que inaugura un verdadero trastorno en la
teoría de la subjetividad, introduciendo en ella una dimensión radicalmente
nueva, la dimensión poética.
Querer no es crear.
NOTAS
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