Está en la página 1de 5

Adolescencia: el adiós a la infancia; Kaplan

Diálogos de amor I: El gran debate del deseo con la autoridad.

La pubescencia

Una explosión de crecimiento impulsa al adolescente hacia el futuro, sin embargo, se


ve al mismo tiempo arrastrado hacia atrás. La primera infancia no aceptará ser decartada y se
impodrá con sus arcaicos desesos y exigirá que ellos continúen gobernando. En la pubertad la
genitalidad puede ser el medio para cumplir los arcaicos deseos de la infancia; el adolescente
se encuentra con el tabú del incesto, el cual lo obliga a remodelar su deseo sexual. Los padres
hasta entonces constituyen santuarios para el niños; esos mismos deben ser despojados de su
carácter de destinatarios del deseo, hay que renunciar a las idealizaciones. El irrevocable
renunciamiento a las relaciones amorosas de la infancia provoca una lucha emocional
prolongada y dolorosa. Para convertirse en adulto debe conseguir en algún momento el
permiso para ser una persona con genitales maduros y capacidad de reproducción, para lo que
es necesario reconocer que los padres no son dioses omnipotentes.

La pubertad sexual instiga un desplazamiento del deseo sexual fuera de la familia y


una revisión de la autoridad moral. Cada vez que una pasión debe transferirse de un ámbito
a otro, comienza con alguna forma de violencia. La cuestión es si la revolución es de
aniquilamiento o de transformación. Los niños se convierten en adultos y los mayores sienten
temor, los riesgos que asumen son amenazas a la tradición. Cada uno de los rechazos y
arremetidas del adolescente se contrarresta por un apasionado anhelo de retroceden, de
volver a sumergirse en las pasiones de la infancia. Los adolescentes no pueden generar nuevos
mundos hasta haber encontrado un modo de conciliar pasado y futuro. Hay una lucha por
conservar lo que es valioso del pasado y al mismo tiempo rechazar las formas infantiles de
amor, lo que provoca una gran agitación en la vida interior. El pasado seduce al puber. Los
apegos amorosos de la primera infancia tienen un poder desmesurado en nosotros.

Durante la primera infancia el niño es más vulnerable que nunca, y es enteramente


natural que quienes lo cuidan y lo protegen pasen a ser los seres que con mayor intensidad
desea. La satisfacción del apetito y el placer de la descarga se entrelazan cvon una avidez de
relacionarse con otros, la avidez sexual que llamamos libido. La libido se desarrolla en el
contexto de los diálogos madre-hijo. Los diálogos de amor humanos nacen del deseo; existe
un apego, que es el modo de gratificar los deseos pero también debe haber racionamiento,
frustración, separación y desilusión. Constituye una condición humana el hecho de que
cuando nacemos aún no tenemos existencia. Nuestra existencia humana es incitada por una
presencia maternal, quien no sólo cumple con los deseos del bebé, también es el primer
legislador del mismo. Es ella quien irá interrumpiendo los diálogos de amor. Del diálogo a la
ausencia, del amamantamiento al destete, de la unidad a la separación y del despertar de los
apetitos genitales a la humillación de la derrota edípica, la infancia habla de encontrar
objetos de amor, perderlos y encontrarlos otra vez. Amar a otra persona implica condiciones,
porque está en juego nuestro desvalimiento. Desde el principio son los padres los agentes de
postergación, ley y orden; los ojos que vigilan y las voces que prohiben. Debido a que estas
poderosas autoridades son también la red de seguridad de existencia del niño, por sus diálogos
de amor, éste se somote a sus exigencias, pero no sin luchar ni sin proteger su propio Yo.
El capítulo decisivo del diálogo de amor infantil se refiere al destino del deseo edípico.
Los diálogos de amor diádicos serán argumento para un triángulo de amor-odio posterior. El
niño debe soportar la derrota edípica, por su propio bien y por el bien de la familia se debe
finalizar con los deseos edípicos del niño. En este momento, al deseo se lo prohibe por
completo. Es importante recordar que los diálogos sexuales que esas fantasías representan
están totalmente al margen de su experiencia; el deseo queda aislado y sólo existe como
fantasía. La ley y el orden de la vida familiar han decretado que en lo que se refiere al deseo
genital, el niño quedará fuera; una de las humillaciones de la infancia es la comprobación de
que el niño no debe y no puede participar de dichos placeres. Las intensidades del deseo que
imagina, le están vedadas. El guión edípido es la culminación de las leyendas infantiles, y esto
deja un saldo positivo. A cambio de su pérdida, el niño adquiere una autoridad interior para
gobernar sus propios deseos, se establece el superyó o la conciencia. Se reprimen los deseos y
se renuncia a los apetitos genitales en pro del fortalecimiento de los lazos e identificaciones
con los padres. El niño irá haciendo concordar sus deseos con el orden social y la autoridad
internalizada será incuestionada hasta la pubertad.

Las formas infantiles de idealización que constituyen el Syó, han de encadenar al


adolescente a su pasado. La función de la observación permitirá al Syó manifestar su actitud
atenta, producto de haber sido observado y criticado mediante miradas condenatorias. La
conciencia revela una voz que dice “no”. Entonces, las idealizaciones infantiles, los ideales
según los cuales el yo se evalúa y cuyas exigencias se esfuerza en cumplir, recuerdan la
vulnerabilidad de la primera infancia. Para poder participar en la vida social el niño debe
gobernar sus deseos, el Syó atormenta, es un déposito de deseos y angustias infantiles; su
severidad es comparable a la intensidad del deseo que está reprimiendo. Los contenidos del
Syó del niño se modelan a partir del Syó de sus padres. Durante la adolescencia, la pérdida y el
reencuentro de objetos de amor adquiere nuevo impulso y nueva urgencia. Hay un proceso
por el que se debe renunciar a los viejos diálogos de amor para encontrar nuevos. El principal
resultado de la adolescencia será la domesticación y el reordenamiento del deseo infantil bajo
la égida de la genitalidad adulta; otro resultado será la domesticación del Syó infantil. Aquí el
deseo y la autoridad estarán asociados.

Durante la latencia el deseo debe mantenerse inactivo y es el momento para adquirir


destrezas, conocimientos y reglas. El niño sale del nido familiar para ingresar a un mundo de
maestros y pares. Es un período reconocido por el orden, la obediencia y el acatamiento. La
educación es un tema predominante en las fantasías utópicas. Las utopías son leyendas de lo
que significa ser civilizado. Se escriben como visiones del futuro pero rememoran la infancia,
en la que al niño se le ordenó someter las pasiones a efectos de convertirse en miembro de la
sociedad. El acontecimiento no es el adiós adolescente a la infancia, el acontecimiento es el
destierro del Edipo y el ingreso en el mundo social, ahora más amplio. En la latencia se crea
una propia prisión, se inventan rutinas para acallar los deseos. Los lazos entre pares, en la
niñez son los lazos del ritual y el conformismo, no precisamente los de la pasión; le sirven para
decir “no estoy solo, pertenezco a un grupo”. Las utopías son versiones de cómo podría ser la
vida si avanzasemos en línea recta de la infancia a la edad adulta. Las pasiones pueden haber
sido reprimidas y socializadas, pero no han sido abolidas en su totalidad. Una vez nacido, el
deseo lucha por sus derechos. El deseo se puede frenar y enmudecer, pero siempre existe,
como una presencia continua. Se impone de diversas maneras, cambiando su forma y el modo
de expresarse. El deseo es tortuoso y aprende a hablar. Aplaca a la autoridad por medio de
obediencia, aunque esto no sea más que para rebelarse de modos nuevos. El deseo hace
sentir su presencia. Los niños obedecen las reglas para rectificar las terribles humillaciones de
la derrota del Edipo.

Con respecto a los cambios biológicos, el término pubescencia alude al vello suave.
Pubertad se refiere a la madurez sexual, es decir, el momento en que los cambios biológicos
y hormonales tornan posible la fertilización. Las manifestaciones más evidentes de la
pubescencia son el vello púbico y axilar en ambos sexos, el desarrollo de los senos en las niñas
y el crecimiento del escroto y el pene en los niños. La madurez sexual despierta una avidez de
diálogo amoroso genital. Las reprimidas fantasías edípicas de la infancia retornan e insisten
en reafirmar su soberanía. El tabú del incesto se establece definitivamente en el
adolescente. El tabú obstruye activamente la satisfacción del deseo genital. En el adolescente
hay una disyuntiva entre mantenerse ligado a sus padres de un modo no genital e infantil o
afirmar su vitalidad genital y su compromiso con el presente; la mayoría optará por renunciar
al pasado porque el mensaje de la realidad es muy claro y se anuncia en la intensa rebelión del
sistema endocrino, el despertar hormonal que fomenta los deseos genitales y también las
fantasías eróticas genitales. El orden social proclama que no tolerará la violación del tabú del
incesto. La realidad insiste en que el apetito sexual se aparte de los padres, la realidad
subvierte las idealizaciones creadas por los diálogos de amor de la primera infancia.

Diálogos de amor II: Llorando el pasado perdido

La aceleración del crecimiento

Para que un adolescente complete el pasaje de la infancia a la edad adulta se requiere


de una clase especial del desplazamiento del deseo. El desplazamiento que se da en la
adolescencia atañe a los deseos incestuosos, tiene una sola dirección- se aleja de los padres-
y es irreversible. Esta forma especial de desplazamiento tiene el nombre de remoción. Una
vez que el adolescente desliga la libido de sus padres, el apetito sexual habrá sido removido de
una vez para siempre y depositado en otra parte, en una persona que no pertenece a la
familia. La renuncia implica más que un desplazamiento. La calidad del apetito sexual se
convierte de anhelo incestuoso en deseo genital adulto. Lo que se remueve en la remoción es
el apetito sexual que una vez estuvo ligado a las imágenes infantiles de los padres. La remoción
tiene dos aspectos: el deseo genital y la persona amada a quien se dirige el deseo.

La imposibilidad de defenderse del deseo genital podría desembocar en el incesto real.


Para que un niño pueda convertirse en adulto, deberá expresar su sexualidad. El “trastorno
adolescente” es una intensa batalla inconsciente contra toda forma de deseo. Para librar la
batalla el adolescente utiliza estrategias auxiliares; le sirven como defensas o son privativas y
están referidas al problema de la remoción. Una vía de frenar el deseo es el ascetismo
corporal, donde se alternan períodos de abstinencia y de claudicación: negativas a comer,
permanencia en la cama, negativas a cuidar el cuerpo se alternan con interés por adonar la
figura, eventos sociales. Si predomina el ascetismo el adolescente se vuelve intransigente en su
batalla contra el placer. Es previsible que algunas variaciones de las defensas intransigentes
contra el deseo se presenten durante la adolescencia. Se debe buscar equilibrio entre la
búsqueda de placer y la restricción. Para convertirse en adulto es necesario tolerar dichas
conciliaciones. La vitalidad del crecimiento y del despertar genital le anuncia que nada de lo
humano le es ajeno. Hay voces de la infancia y la latencia que exigen obediencia, pero el deseo
debe resultar victorioso. Hasta tanto no logre consumar la remoción, el adolescente
continuará su batalla contra el deseo.

La principal estrategia consiste en transferir el apetito sexual aun destinatario ajeno a


la fmailia. La separación de la libido de los padres es un proceso gradual. El método más
directo de transferir el deseo incestuoso a otra parte es la fuga. El adolescente se retira
abruptamente del ambiente familiar, se escapa para salir a buscar sustitutos encubiertos de
sus padres. No es preciso alejarse del hogar para huir de las angustias provocadas por el deseo
incestuoso; lo habitual es que los adolescentes encuentren algún modo de permanecer
mientras intentan transferir la libido a otra parte. También sucede que, al estar ávidos de
encontrar un compañero amoroso, se apresuran en romancen con sustitutos de los padres.
Cuando el adolescente logra transferir el deseo amoroso fuera de la familia, repudia todo lo
que ella representa. Las trasnferencias emcoionales del deseo amoroso pueden ser expresión
de la separación gradual o pueden ser indicativas de un corto circuito patológico del dilema
del incesto.

La amenaza del incesto permanecerá y los conflictos y angustias asociados al deseo


incestuoso persistirán en el matrimonio, maternidad o paternidad. Este otro modo de
“remover” a los padres es convirtiendo el deseo amoroso y la dependencia infantil en odio y
desprecio. Cuando el deseo se revierte en odio y desobediencia sólo queda hostilidad. Otro
resultado posible de la reversión-en-odio es que las ansias destructivas dirigidas hacia los
padres se vuelvan contra el sí-mismo. La autodenigración, autodegradación y autoflagelación
son modos en los que el deseo amoroso se ha convertido en intenso odio a sí mismo. La
estrategia más patológica de la adolescencia es el absoluto sometimiento emocional a los
padres. Puede convertirse en una barrera defensiva del adolescente contra el deseo
incestuoso; el dilema del incesto se resuelve retrocediendo a la primera etapa de la historia, a
los diálogos de amor, y el adolescente se fusiona con una versión infantil de lo que sus padres
son, se reinstaura la simbiosis; se libera cuerpo y mente del deseo genital implicando la
destrucción de conexiones humanas y la pérdida de la cordura.

En el proceso más normal de la transición adolescente, el ascetismo corporal, la


postura intransigente, la transferencia del deseo amoroso y la reversión del amor en odio, se
emplearán en diversos momento y en diversas combinatorias, para mitigar la terrible angustia
del incesto. En el mejor de los casos se logrará retener lo valioso de los diálogos de amor
familiares y rechazar lo suficiente para dar lugar a nuevos. Las remociones parciales
constituyen una gama promedio de selecciones amorosas adultas ubicadas a mitad de camino
entre la solución óptima y los intentos fallidos de remoción. Hay tres tipos de remociones
fallidas. La menos patológica se produce cuando el adolescente ha emprendido con tan buen
resultado su batalla contra el deseo que casi todas sus tendencias sensuales y eróticas han
quedado erradicadas, el deseo parece haber sido derrotado a cuestas de evitar el incesto,
pero en el Icc el incesto proclama su victoria; se pierde toda oportunidad de encontrar un
nuevo amor sexual o incluso de tener relaciones sexuales. Por otro lado, están aquellos
impedidos de funcionar como adultos porque han vencido tanto el deseo genital como el
apego amoroso, aquí la reversión del amor en odio ha triunfado y son personas que viven el
resto de sus vidas en un amargo aislamiento emocional, son auténticos ermitaños. El tercer
tipo de solución fallida se manifiesta cuando no ha habido defensa contra el deseo ni
estrategias efectivas para debilitar el apego a los padres, es aquí donde la posibilidad del
incesto puede fácilmente convertirse en realidad.

La resolución definitiva del C. de Edipo durante la adolescencia hace posible que el Syó
se expanda a ser algo más humano que meros ojos que vigilan, voces que prohíben y someten.
En el proceso por resolver el dilema del incesto el adolescente aprende a domesticar su
conciencia para ganarse el pemriso de funcionar genitalmente como adulto. La solución
adolescente a los imperativos paradójicos del tabú del incesto implica un proceso lento y
doloroso, tanto para ellos como para sus padres. Casi todos olvidan las dolorosas emociones
vinculadas con el proceso de convertirse en adulto, por lo que se tiende a representar a la
adolescencia como una etapa plena. Sin embargo, el adolescente está en una búsqueda
constante de nuevas formas de amor, sin dejar de estar ligado al pasado. También sucede que
durante ciertos períodos pierda todo su interés en el mundo exterior y predominen en él
estados de ánimo depresivos y desesperación.

El adolescente por dentro está dividido y confuso. Para éste, el medio más adecuado y
natural es el grupo de pares. Existe una importancia capital para la salud mental del mismo el
poder integrar grupos de pares; “crea” grupos de acuerdo con sus propias necesidades
emocionales. Es común también, que el adolescente deambule de un grupo a otro sin sentir
compromiso con ninguno, hay ausencia de verdadera relación emocional.

Lo que el adolescente está haciendo revisar el pasado al representarlo en el presente.


Está volviendo a representar elementos del pasado: los diálogos de amor del pasado
constituyen un gran obstáculo para su avance hacia el futuro. Cuando un adolescente
representa el pasado en el presente, sus actos no son una réplica de la forma en que él o sus
padres realmente obraron, sino que las representaciones reflejan el modo en que esas
primeras relaciones quedaron encarnadas en su mente. Se ve impulsado a representar
porque parte de sus dilemas adolescentes se asemejan a algunos de la infanica. Los inevitables
traumas de la niñez dejan una herencia que puede activarse. Durante la adolescencia la
personalidad experimenta cambios dramáticos y es probable que los efectos retrógrados de
los primeros diálogos de amor susciten modos primarios de funcionamiento. Uno de los
traumas de la infancia es la crisis de la separación, el niño se da cuenta de que él y su madre no
son una unidad y tiembla de miedo ante la posibilidad de perder el diálogo de amor. Cada fase
de la infancia aporta su experiencia propia y matices de significación amorosa u hostil.

Se culmina la infancia con una imagen más o menos constante de quién es el Yo y


quiénes son sus padres. La solución al triángulo edípico da lugar a una síntesis de toda la
experiencia infantil, el niño adquiere coherencia y unidad. Durante la adolescencia este
sentido de coherencia se ve amenazado. La exigencia de efectuar la remoción provoca “des-
síntesis” de las soluciones edípicas. Es necesario que el adolescente pueda adaptarse a los
cambios en su cuerpo y aprenda a controlar sus deseos.

La adolescencia es la ocasión propicia para curar las heridas infantiles. En casos


donde no se consume la remoción y la resignificación, el efecto regresivo de los traumas
infantiles puede ser más que nocivo para el adolescente.

También podría gustarte