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Freud, sobre el final de “Introducción al narcisismo”, señala que además del

componente individual, el ideal, tiene un componente social. Tomo esta afirmación


freudiana como punto de partida para pensar la cuestión del ideal en la adolescencia.
Ya que la adolescencia sobre todo es: un tiempo de pasaje de lo familiar a lo social.
Primero unas palabras sobre el Ideal del yo y su diferencia con el yo ideal; para
diferenciar también, identificación simbólica de las identificaciones imaginarias.
Miller en el capítulo VII de “Los Signos del goce”, en relación al ideal del yo, señala que
se trata más de un ideal del sujeto que de un ideal del “yo”; que se trata más bien, de
un ideal del sujeto que concierne al yo. El Ideal del yo es: “desde dónde el sujeto se
mira”. Que es muy diferente al lugar del espejo donde se ve; plano donde ubicamos
las identificaciones imaginarias, así como la instancia del yo ideal que queda referida a
la imagen especular.
Miller ubica al Ideal del yo, como pivote de las identificaciones imaginarias, incluso
como punto de basta al deslizamiento indefinido de las identificaciones imaginarias. Se
puede decir que se trata del anclaje simbólico de las identificaciones.
El Ideal es la “hipóstasis del sujeto; en tanto allí el sujeto se erige como identidad.”
El Ideal del yo, que pertenece al registro de lo simbólico, se constituye mediante una
significantización de un elemento tomado del registro de lo imaginario -según lo
desarrollado por Lacan en el Seminario V.
El ideal es también, podemos decir, lo que engancha al sujeto en el significante. Por lo
tanto -y es lo que nos va a interesar para pensar la adolescencia- engancha al sujeto
al campo del Otro.
En el Seminario V Lacan ubica al Ideal del yo como una identificación que se hace a
nivel paterno. Para comprender esto, antes vamos a recordar los tres tiempos del
Edipo. Ya que es producto del tercer tiempo del Edipo la formación del ideal del yo.
Primer tiempo: Identificación en espejo con el objeto del deseo de la madre, es decir
con el falo imaginario. El niño está con la madre.
Segundo Tiempo: Padre que priva, que dice que no. También podemos ubicar acá el
momento de rivalidad con el padre. Es un tiempo de separación. Tiempo de renuncia a
la identificación fálica narcisista.
Tercer tiempo: Tiempo del cual depende la salida del Edipo. Interviene el padre no
como quien lo es, sino como quien lo tiene. El padre que puede darle a la madre lo que
desea. Se trata del padre que tiene, que da, que promete para el futuro; que dice “sí”.
Se trata aquí para el niño de la identificación al padre, y para la niña de reconocer al
hombre como quien lo posee. “Esta identificación se llama Ideal del yo” (1).
En el tercer tiempo se produce la metamorfosis por el ideal del yo. Es en este sentido
que Miller dice que el Ideal del yo es una formación de la que el sujeto sale nuevo (2).
Miller, en su “Lectura del seminario V de Lacan”, señala que a lo largo de ese
seminario, Lacan desarrolla, en lo que hace a la constitución subjetiva, cómo
elementos del orden de lo imaginario se significantizan. Y muestra cómo, si el yo
queda del lado de lo imaginario -y se trata de una elección- termina mal; es decir,
queda identificado con el falo (3). La elección en este punto, sería dirigirse hacia el falo
o hacia el Ideal; el ideal como lugar donde entra en relación con la función paterna.
En la formación del Ideal del yo, el sujeto se reviste con las insignias del Otro. Es lo
que de alguna manera toma del Otro, y esto se hace a nivel paterno. “El principio de la
metáfora del ideal del yo consiste en sustituir el mundo materno por las insignias del
Otro, y por medio de ésta sustitución producir un nuevo valor… un modo de decir: esto
es ser hombre… ” (4)
Entonces, retengamos lo siguiente: sustitución del universo materno por las insignias
del Otro. La constitución definitiva del Ideal es algo que lleva su tiempo; por más que
se forma en el tercer tiempo del Edipo, no quiere decir que termine allí de constituirse.
“Lo nuevo” dice Miller, “ocurre sobre este pequeño vector (en el esquema R: m-I)
donde se producen las sucesivas cristalizaciones identificatorias, es decir los saltos que
aquellos que observan al niño traducen en expresiones tales como: “ya no es como era
antes”. “Sobre este vector se sitúan los puntos de almohadillado del desarrollo
infantil.” Para en seguida corregirse y decir: “Infantil y adolescente…, porque la
formación del Ideal del yo está diferida hasta bastante tarde en el desarrollo.”(5)
Por lo tanto, y es la tesis de Alexandre Stevens, la constitución “decisiva” del ideal del
yo se produce en la adolescencia, y es central para pensar su salida. Conviene aclarar
que puede no producirse; se trata, de una opción del sujeto.
El Ideal del yo -a diferencia del superyó que soporta funciones de prohibición- ejerce
su función sobre el deseo y la normatividad sexual (6). Esto quiere decir, que coloca al
sujeto sobre el eje de lo que tiene que hacer como hombre o como mujer. Y aquí,
podemos tal vez decir, que la pregunta que atraviesa al adolescente sería del orden
de: ¿cómo se hace para ser un hombre? ¿Cómo se hace para ser una mujer?
Lacan, hace mención a que el sujeto, luego de interiorizar al padre como Ideal del yo
en el tercer tiempo del Edipo, porta los “títulos” para usarlos en el futuro. Cito: “ El niño
tiene todos los títulos para ser un hombre, y lo que más tarde se le pueda discutir en
el momento de la pubertad, se deberá a algo que no haya cumplido del todo con la
identificación metafórica con la imagen del padre, si ésta se ha constituido a través de
esos tres tiempos.” (7).
Ahora vayamos al tiempo de la pubertad. Tenemos, siguiendo a Freud; sexualidad
infantil –período de latencia– pubertad.
Con Freud decimos que la pubertad trata del despertar de la segunda oleada pulsional.
Irrupción de un nuevo real que empuja, que desorganiza, el modo en que venía
arreglándoselas, el hasta ahí, sujeto niño. Por éste motivo, hay que pensar las teorías
sexuales infantiles como un modo de conjugar real y sentido. Entonces -y hay que
señalar que se trata de un antes y un después- la irrupción pulsional de la pubertad
conmociona el modo en que real y sentido se venían conjugando.
El despertar de la pubertad trata del encuentro con el Otro sexo. Metamorfosis del
cuerpo que modifica la relación con los objetos. La relación al Otro ya no es la misma.
El Otro del saber -encarnado en general en las figuras parentales- se presenta
inconsistente para significar lo que sucede a nivel del cuerpo propio del púber. La
relación a los Ideales parentales vacila; la posición infantil de creer en el Otro vacila…
En la pubertad aparece un Otro que no tiene “las respuestas”; el Otro en su máxima
vacilación. 
El problema de la relación de objeto y como arreglárselas con el Otro sexo es con lo
que el púber deberá lidiar como señala Lacan en el prefacio a la obra de Wedekind
“qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas...”
Por lo tanto, podemos ubicar a la pubertad –con su despertar pulsional- como real. Y la
respuesta a la pubertad podemos llamarla adolescencia. A. Stevens tiene un conocido
texto titulado “La adolescencia, síntoma de la pubertad”
Es así, que podemos decir que el inicio de la adolescencia es claro: la pubertad. La
salida o su final, es más difícil de situar.
Me voy a referir, de ahora en más, a lo que podría pensarse como punto de salida o de
posible final de la adolescencia; que no es salida de la neurosis, por supuesto.
La adolescencia, es entonces, aquel conjunto de síntomas mediante los cuales el sujeto
responde a ese real que encuentra. Se trataría de encontrar el punto de salida de la
adolescencia. Es decir, aquel punto donde el sujeto puede estabilizar su respuesta; que
la pueda hacer válida de allí en más en su existencia (8).
Alexandre Stevens, en otro texto: “Salidas de la adolescencia”, se pregunta por el final
de la adolescencia, por el comienzo de un hombre o de una mujer. Y señala que las
condiciones de la salida de la adolescencia son articulables a partir de dos términos:
Ideales y Nombre del Padre (9)
El Nombre del Padre opera muy temprano en la niñez, pero también esta función se
presenta en la adolescencia y es central a la hora de pensar la salida. Lo central no es
solo el padre que dice “no”, el padre de la ley, aquel que prohíbe y ordena; sino el
padre que dice “sí”; que habilita, que reconoce la invención que ha encontrado el
sujeto para orientarse en la existencia. Se trata aquí, como vimos en relación al tercer
tiempo del Edipo, del padre que introduce al deseo.
Miller señala que el Nombre del Padre y el Otro del Witz están anudados. El dicho
gracioso es una invención significante que debe ser aceptado por el Otro para ser
reconocido en su valor de Witz, de significante nuevo (10).
Es en éste sentido que A. Stevens señala que el Nombre del Padre es el Otro que
puede reconocer el valor de una invención, aceptar de un sí, el nombre, el proyecto, el
ideal… o simplemente el síntoma por el cual el sujeto responde al real que
encuentra.  Estamos, claro está, en un terreno ligado a la problemática del
reconocimiento.
De esta manera se puede decir que el Nombre del Padre permite al sujeto instalar sus
ideales. Cuestión que hoy en día es problemático tanto por la declinación paterna como
por la caída de los ideales; donde el objeto de consumo viene a su lugar. “La captura
del sujeto en los objetos de consumo no constituye un ideal y no permite construir un
ideal. El sujeto se hace entonces partenaire de su objeto consumible, una de cuyas
formas es la droga” (11). La toxicomanía, desde esta perspectiva, se puede plantear
como una forma de adolescencia prolongada.
Cuando hablamos de la declinación o de la falla de la función paterna, no hablamos de
psicosis -sino la psicosis sería generalizada- sino de falla en la encarnación de la
función. La función debe estar encarnada en alguien para que pueda operar.
En relación al declive de la función paterna se sabe que Lacan pasa en su enseñanza
del Nombre del Padre a los “nombres del padre”. En el prefacio a la obra de teatro de
Wedekind señala al Hombre enmascarado como uno de los nombres del padre. En la
obra, la intervención del Hombre enmascarado intenta introducir al adolescente
Melchor, al deseo, donde es evidente, como los padres concretos no pueden hacerlo.
La salida de la adolescencia, según los desarrollos de A. Stevens, es correlativa a la
constitución de un Ideal del yo, pero para llegar allí, es necesario que el sujeto pueda
servirse de un padre.
Por lo tanto, la salida de la adolescencia articulada al ideal del yo, es la salida del lado
de una elección del sujeto por la existencia. Decidir, como señalábamos antes, una
profesión, un nombre, un ideal, la elección de una pareja...etc. Es decir, se elige un
síntoma que va a darle al sujeto una cierta estabilidad de allí en más.
Se trata de una elección, de una respuesta; que implica una envoltura significante
compleja, y que tiene -por supuesto- su parte de goce.
Para que el adolescente pueda armar o inventar una elección, es decir una salida de
este tipo, es necesario que pueda servirse del padre. Puede ser su padre de carne y
hueso o algún otro que pueda funcionar como padre en algún aspecto; para que el
joven pueda servirse, para que pueda utilizarlo -en el buen sentido de la palabra-,
utilizarlo, como instrumento. Puede ser un hermano mayor, un pariente lejano, un
profesor…etc. Que pueda utilizarlo en ese tiempo de separación del Otro materno que
es la adolescencia.
“Descubriendo a Forrester” es un film de Gus Van Sant que viene bien para ilustrar
esto que decía. El protagonista, llamado Jamal, es un joven negro del Bronx quien
comparte con sus pares el gusto por el básquet. Se diferencia de ellos por su afición
por la literatura y por escribir. Un dato importante es que comenzó a escribir cuando
su padre se marchó de su casa. Es un recurso para soportar la ausencia.
Conoce a Forrester, un escritor de culto que solo escribió un libro, y que es una especie
de ermitaño.
Forrester le da dos consejos a Jamal. Uno en relación a la escritura: “primero se
escribe con el corazón, después se reescribe con la cabeza”. El otro en relación a las
mujeres: “un regalo inesperado en un momento inesperado”. Más allá de si esos
consejos son buenos o malos, lo que importa es el valor de esas palabras para el
joven.
Se puede seguir en el film con claridad como la figura de Forrester ayuda a Jamal a
darse una nueva forma en el mundo.
En “Psicología del Colegial”, texto de Freud de 1914, que escribió para festejar los
cincuenta años del colegio en el que hizo su secundario, se puede leer algo de esto.
Referido a la figura del maestro. La tesis de Freud es simple: el padre en la infancia es
el ideal y luego se produce cierta sustitución por la figura del maestro.
Una confesión de Freud es interesante:
“No sé qué nos reclamaba con más intensidad y qué era más sustantivo para nosotros:
ocuparnos de las ciencias que nos exponían o de la personalidad de nuestros
maestros.”
Señalando, en relación al maestro, que no es tanto lo que enseña lo que llama la
atención, sino cómo está posicionado en torno a un interés (12).
Decía, que se puede leer algo de esto, porque es evidente que el lugar del maestro no
es el mismo hoy que en la época de Freud. Pero sí, y en el sentido de lo que venía
diciendo antes, se trata de alguien de quien el sujeto puede servirse, y hacerse un
padre en alguna medida. Y a veces -aún hoy- se producen buenos encuentros; es algo
que se escucha en la clínica: como la palabra de un maestro ha sido central para un
chico en determinado momento.

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