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Yeshiva Torah Emet

Puerto Cabello Venezuela


Rav. Moreh: Bendavid Alejo

Los ministros del culto del Templo.


Las fuentes rabínicas y los historiadores judíos de la antigüedad indican con bastante precisión el lugar que la liturgia del
Templo de Jerusalem otorgaba al canto de los salmos. La importancia que se le asignaba a este canto está indicada por el
hecho de que ni los laicos ni cualquier levita podían formar parte del grupo de los cantores. ¿Quiénes cantaban, entonces?
Los levitas constituían el Clero menor del Templo. Considerados inferiores a los sacerdotes, no podían tener acceso a los
ámbitos interiores del Santuario ni podían acercarse al altar, puesto que de hacerlo incurrían en una grave falta, según las
instrucciones dadas a Aarón:
Los levitas atenderán a tu ministerio y al de toda la Tienda. Pero que no se acerquen ni a los objetos sagrados ni al altar,
para que no muráis ni ellos ni vosotros… Como un servicio gratuito os doy vuestro sacerdocio. El laico que se acerque
morirá (Nm 18,3.8).
Los levitas antiguamente oficiaban en los santuarios que estaban dispersos por el país antes de la reforma del rey Josías.
Hasta entonces no había diferencias y se los identifica como sacerdotes:
Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel: vivirán de los manjares ofrecidos a
YHWH y de su heredad… Si el levita llega de una de tus ciudades de todo Israel donde reside, y entra por deseo propio en
el lugar elegido por YHWH, oficiará en el nombre de YHWH su Dios, como todos sus hermanos levitas que se
encuentran allí en presencia de YHWH; comerá una porción igual a la de ellos (Dt 18,1.6-8).
La situación cambió cuando el rey Josías unificó el culto, suprimiendo todos los santuarios y dejando al Templo de
Jerusalem como único lugar de culto:
hizo venir a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá y profanó los altos donde quemaban incienso, desde Gueba hasta
Bersheba (2 Re 23,8).
Pero, ante la superpoblación clerical amontonada en Jerusalem, los sacerdotes de la capital se opusieron a fin de que se les
reconociera sólo un rango subalterno:
Con todo, los sacerdotes de los altos no podían acercarse al altar de YHWH en Jerusalem, aunque comían los panes
ázimos en medio de sus hermanos (23,9).
Ezequiel dará, durante el destierro, la justificación teológica a esta discriminación:
En cuanto a los levitas, que me abandonaron cuando Israel se descarriaba lejos de mí para ir en pos de sus basuras,
soportarán el peso de sus culpas. Serán en mi Santuario los encargados de la guardia de las puertas de la Casa y ministros
del servicio de la Casa… Pero los sacerdotes levitas, hijos de Sadoq, que cumplieron mi ministerio en el santuario cuando
los israelitas se descarriaban lejos de mí, ellos sí se acercarán a mí para servirme, y estarán en mi presencia para ofrecerme
la grasa y la sangre, oráculo del Señor YHWH (Ez 44,10s.15).
Por eso la tradición sacerdotal del Pentateuco, inspirada en la predicación de Ezequiel, retrotrae esta distinción a la época
de Moisés:
Donarás los levitas a Aarón y a sus hijos en concepto de donados. Le serán donados de parte de los israelitas. A Aarón y a
sus hijos los alistarás para que se encarguen de sus funciones sacerdotales. El laico que se acerque, será muerto (Nm 3,9-
10).
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En los comienzos, los cantores del templo no formaban parte de los levitas, sino que constituían un grupo aparte, según se
desprende de la lista del retorno del exilio:
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Levitas: los hijos de Josué, y de Cadmiel, de los hijos de Hodavías: 74. Cantores: los hijos de Asaf: 128 (Esd 2,40s).
Pero poco a poco, los cantores y los porteros se fueron incluyendo entre los levitas y fueron ocupando un lugar cada vez
más protagónico:
El encargado de los levitas en Jerusalem era Uzzí, hijo de Baní, hijo de Jasabías, hijo de Mattanías, hijo de Miká; era uno
de los hijos de Asaf que estaban encargados del canto según el servicio de la Casa de Dios (Neh 11,22).
Más tarde se otorgó el mismo privilegio a los porteros, y el Cronista hizo que en su historia unos y otros descendieran del
patriarca Leví (1 Cro 6,16ss).
A causa de la gran cantidad de sacerdotes que había en tiempos de Jesús para oficiar en un único Templo, la clase
sacerdotal se dividía en 24 grupos, cada uno de los cuales ejercía su ministerio de sábado a sábado. Terminado el turno
semanal, sus 300 miembros regresaban cada cual a su respectivo lugar de residencia. Por ejemplo, Zacarías, el padre del
Bautista, era uno de los 300 sacerdotes del grupo de Abías (Lc 1,5). También un grupo de levitas, formado por cantores,
porteros y otros servidores, acompañaba a cada grupo de sacerdotes en sus funciones. Sabemos que cada tarde se
necesitaban al menos 20 porteros para cerrar cada una de las 10 puertas de aproximadamente 15 m de altura. Puesto que
según 1 Cro 23,5 era el mismo el número de cantores que el de porteros, habría que calcular cerca de 200 cantores por
turno semanal, es decir 4.800 en total.
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Los cantores de salmos.
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Los cantores y los músicos constituían la clase superior de los levitas. A ellos les era exigida la prueba de un origen sin
mancha cuando querían ser nombrados para un puesto. Al igual que la dignidad sacerdotal, la levítica se transmitía por
herencia y no podía ser adquirida por ningún otro camino. Era, por tanto, de la mayor importancia conservar la pureza de
la descendencia, a lo cual contribuía primeramente una cuidadosa anotación de las genealogías y, en segundo lugar, unas
reglas severas para los casamientos. En la sala de las piedras talladas, en el Templo, se sentaban y examinaban las
genealogías de los sacerdotes y de los levitas (Toseftá Sanhedrín VII,1).
¿Cuándo un sacerdote o un levita músico era de origen puro? Siempre que procedía del matrimonio de un sacerdote o de
un levita con una mujer de la misma condición de pureza legal que él. Al casarse era necesario al sacerdote o levita
examinar la genealogía de su mujer, con el fin de que un nacimiento legítimo asegurase a los descendientes la dignidad
sacerdotal o levítica. La Mishná ofrece indicaciones precisas al respecto:
Si un sacerdote se quiere casar con la hija de un sacerdote, ha de inquirir por cuatro madres, que son ocho: su madre, la
madre de su madre, la madre del padre de su madre, la madre de ésta, la madre de su padre, la madre de ésta, la madre del
padre de su padre y la madre de ésta. Si es la hija de un levita o de un israelita, se le añade todavía otra más (Quidushim
IV,4).
En el caso de que la mujer fuese hija de un ministro en funciones no era necesario el exámen, puesto que su padre ya
había tenido que probar su origen legítimo al entrar en funciones:
No es necesario inquirir sobre la genealogía de los que sirven en el altar ni de los que subían al estrado ni de los que
forman parte del sanhedrín (Quidushim IV,5).
Quedaba excluído cualquier matrimonio considerado impuro:
No tomarán por esposa a una mujer prostituta ni profanada, ni tampoco una mujer repudiada por su marido (Lev 21,7).
El cantor, además, debía contar con una edad mínima para entrar en funciones, fijada de manera variable por la tradición,
pero que rondaba en los 30 años:
se hizo el censo de los levitas de treinta años para arriba (1 Cro 23,3).
Entre los músicos del Templo y los servidores del mismo había, desde el punto de vista social, un abismo, el cual se
explica por la evolución histórica de los ministerios. Los cantores habían sido los primeros en conseguir su integración en
la corporación de los levitas y, por eso, se ubicaron por encima del rango respecto a los porteros cuando también éstos
llegaron a formar parte de los levitas. La distancia que, en la época de Jesús, separaba a ambos grupos, aparece reflejada
en la siguiente anécdota:
Un día, Rabí Yoshúa ben Hananya quiso ayudar a Yohanán ben Gudgeda a cerrar las puertas. Yohanán le dijo: hijo mío,
vuelve, pues tú eres de los músicos y no de los porteros (Talmud de Babilonia, Arakhin 11).
Es instructivo en este contexto la búsqueda de reivindicación social que los levitas sostuvieron con éxito en el año 64 d.C.
Arroja una luz sobre la separación en el seno de los levitas, pero también sobre el resentimiento de los levitas contra los
sacerdotes. Flavio Josefo nos transmite la noticia de este reclamo:
Los levitas -una de nuestras tribus-, que cantaban los himnos, pidieron al rey (Agripa) que reuniera al Sanhedrín y les
permitiera utilizar, al igual que los sacerdotes, una túnica de lino, pues pretendían que durante su reino tenía que llevar a
cabo una innovación memorable. Tuvieron éxito en su pedido, pues el rey, con el consentimiento de los que formaban el
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Sanhedrín, concedió a los cantores que abandonaran su antigua vestidura y se pusieran una de lino, como pedían. Y como
una parte de la tribu estaba al servicio del Templo, permitió que aprendiera los himnos, tal como lo pedían. Todo esto se
había llevado a cabo en contra de lo que ordenaban las costumbres patrias, cuya violación reportaría los castigos que se
merecían (Antigüedades de los judíos XX, 9,6).
El relato de esta innovación, inadmisible para el pueblo, muestra una vez más a los cantores en el estrato superior de los
levitas y aspirando a la igualdad respecto a los sacerdotes, a la vez que a los demás servidores del Templo en la misma
aspiración respecto a los músicos.
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Las funciones de los cantores.
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Los cantores tenían por función el acompañamiento musical, cantando y tocando instrumentos, del culto diario de la
mañana y de la tarde y con ocasión de fiestas particulares. Los instrumentos utilizados eran los címbalos (dos discos de
bronce semejantes a nuestros platillos), arpas (de doce cuerdas ejecutadas con la mano) y liras (de diez cuerdas, ejecutadas
con el plectro).
¿Cuántos intervenían en cada oficio religioso?
No había menos de doce levitas de pie sobre el estrado, aunque su número podía aumentar hasta el infinito (Arakhín II,6).
¿Cuántos instrumentos y en que ocasiones se utilizaban?
No se tocaban menos de dos arpas ni más de seis, ni menos de dos flautas ni más de doce. Doce días al año se tocaba la
flauta delante del altar: el día de la inmolación de la primera Pascua de la inmolación de la segunda Pascua, el primer día
festivo de Pascua, el día festivo de la fiesta de Pentecostés y los ocho días de la fiesta de las Tiendas. No se tocaba una
flauta de cobre, sino de caña, debido a que el sonido de ésta era más agradable. No se ponía punto final a la pieza musical,
sino con una sola flauta, ya que esto permitía un final más bello… No había menos de dos trompetas, pero su número
podía ser aumentado hasta el infinito. No había menos de nueve liras, pero su número podía ser aumentado sin límite. Sin
embargo, sólo había un címbalo (Arakhín II,3.5).
Los levitas cantores nunca se situaban en el atrio de los sacerdotes, el cual estaba reservado exclusivamente a éstos y
protegía el edificio del Santuario. Únicamente podían, como cualquier laico, entrar en él cuando es necesario: para la
imposición de las manos, para la inmolación y para la agitación ritual (Kelim I,8). Es decir, para imponer las manos
sobre la cabeza de la res ofrecida (Lev 3,2) o para llevar con sus propias manos los manjares que se abrasarán para
YHWH (Lev 7,30) cuando él quería ofrecer un sacrificio de comunión.
El sitio que propiamente ocupaban los levitas cantores era
un estrado ubicado en límite entre el atrio de Israel y el atrio de los sacerdotes. R. Eliezer ben Jacob dice: había una grada
de un codo de altura sobre la que estaba colocado el estrado y que tenía otras tres gradas de medio codo cada una.
Resultaba, pues, que el atrio de los sacerdotes era dos codos y medio más alto que el atrio de Israel (Middot II,6).
Los levitas, por tanto, se ubicaban 40 cm por encima del resto del pueblo, y 1 m por debajo del nivel del altar, permitiendo
la visión del sacrificio.
Ambos atrios estaban ubicados a continuación del atrio de las mujeres:
Desde allí subían quince gradas hasta el atrio de Israel, correspondiendo a los quince salmos graduales (Sal 120-134) y
sobre los que los levitas entonaban sus cantos (Middot II,5).
Se discute si la anotación shir hama’alot (“canción de las subidas”) con la que comienzan estos salmos debe entenderse
simplemente en este sentido de distribución coral (“canto de las gradas” o “gradual”) o, más bien, como cantos de
peregrinación (subida a Jerusalem). En apoyo de este sentido está el saludo a las puertas de la ciudad por parte de
aquellos que con alegría aceptaron visitar la Casa de YHWH:
¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalem!… Por amor de mis hermanos y de mis amigos, quiero
decir: ¡Shalom! (Sal 122,2.8).
Pero estas gradas eran ocupadas ciertamente por los levitas en el curso de las alegres fiestas nocturnas que formaban parte
de la festividad de las Tiendas, de la que participaban una gran multitud de peregrinos que habían subido a Jerusalem
expresamente para dicha celebración. Era la fiesta de la luz y del agua para los campos:
El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea
en mí”, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva… Jesús les habló otra vez diciendo: “Yo soy la luz
del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 7,37s; 8,12).
Esta fiesta era la más popular:
Los piadosos y los hombres de acción danzaban delante del pueblo teniendo antorchas encendidas en sus manos y
recitaban delante de ellos canciones y loas. Los levitas con arpas, liras, címbalos, trompetas y otros numerosos
instrumentos musicales estaban en las quince gradas por las que se baja del atrio de Israel al atrio de las mujeres y que
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corresponden a los quince cantos graduales del salterio; los levitas suelen estar de pie sobre ellas con instrumentos
musicales y entonan cantos (Sukka V,4).
A pesar de que duraba ocho días, el Talmud refiere que mientras duraba esa fiesta no dormían.
¿Qué hacían? Al alba, el sacrificio tamid. Después la oración. Después, el sacrificio añadido (por la fiesta). Después, las
oraciones festivas. De ahí a la casa de estudio. Después a comer y a beber. De ahí a la oración de la tarde. Después el
sacrificio del atardecer. De ahí en adelante, a la fiesta de Bet Hashoevá (Sukká 53).
Los instrumentos musicales contribuían de modo fundamental a crear el clima festivo:
El sonar de la flauta, cinco o seis días. Es la flauta que se tocaba en la fuente que no desplaza ni al sábado ni al día festivo.
Se solía decir que quien no ha visto la alegría en la recogida del agua de la fuente no ha visto jamás alegría (Mishná Sukka
V,1).
Ni las mujeres ni los niños podían traspasar la puerta de Nicanor, que estaba al final de las 15 gradas. A veces se podía
hacer excepciones:
Ningún menor podía entrar en el atrio del Templo para realizar una función litúrgica a no ser cuando los levitas estaban en
pie cantando. Tampoco podía ningún menor acompañar el canto con arpa o con lira, sino sólo con la boca, para dar
armonía al canto. R. Eliezer ben Jacob decía que aquellos no entraban a formar parte del número ni se ponían de pie sobre
el estrado, sino que se colocaban de pie sobre el suelo, con sus cabezas entre los pies de los levitas. Se les llamaba los
atormentadores (var.: pequeños) de los levitas (Arakhín II,6),
puesto que con su timbre obligaban a los levitas a alzar su voz.
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La asignación de salmos para cada día.
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El Talmud de Babilonia nos informa qué salmo se debía cantar cada día de la semana en el Templo:
R. Yuda decía, en nombre de R. Aqiba: estos son los salmos que se cantan durante la semana: el primer día el Sal 24,
porque Dios ha adquirido y dado adquisiciones, y él gobierna todo el universo. El segundo día: el Sal 48, porque dividió
sus obras y reinó sobre ellas. El tercer día: el Sal 82, porque en este día ha develado la tierra en su sabiduría y ha
establecido el universo para su asamblea. El cuarto día: el Sal 94, porque en este día creó el sol y la luna, y castigará a los
que lo adoran. El quinto día: el Sal 81, porque creó peces y pájaros para glorificar su nombre. El sexto día, el Sal 93
porque acabó sus obras y reinó sobre ellas. El séptimo día el Sal 92 por el día que es sábado (Rosh ha-shaná 31a).
Por su parte, la versión de los LXX, que en el Salterio difiere mucho respecto del texto hebreo, coincide con este dato
rabínico en las notas que encabezan cinco de estos salmos mencionados:
* Sal 24 (23): Psalmós tö Dauid. Tës mías sabbátön.
* Sal 48 (47): Psalmós ‘odës tois huiois Kore. Deutéra sabbátou.
* Sal 94 (93): Psalmós tö Dauid, tetrádi sabbátön.
* Sal 93 (92): Eis tën hemeran tou prosabbátou.
* Sal 92 (91): Psalmós odës, eis tën hemeran tou sabbátou. Este es el único salmo que en su texto hebreo conserva la
indicación del día: mizmor shir leyom hashabat.
Aparte de estos salmos asignados a los días de la semana para el sacrificio del holocausto, otros estaban indicados para
otras ceremonias, y especialmente para las grandes solemnidades. Éste es el caso del Halel, el grupo formado por Sal 113-
118. La secuencia psálmica se cantaba principalmente en la fiesta de Pascua. En primer término durante la inmolación del
cordero de cada familia. Por razón de la cantidad de víctimas inmoladas, el espacio del atrio resultaba escaso, y por tanto
el sacrificio se realizaba en tres turnos. A partir de las dimensiones J. Jeremías calcula que en cada turno llegaban a
ingresar al atrio 6400 hombres, cada uno con un cordero. En cada pascua se inmolarían alrededor de 18000 animales (cf.
Jerusalem en tiempos de Jesús, Madrid 1977, p.100). La Mishná nos relata que en cada uno de los turnos
recitaban el Halel. Cuando terminaban, lo repetían por segunda vez y cuando completaban esta segunda recitación,
volvían a recitarlo por tercera vez, aunque nunca ocurrió que pudieran terminarlo en la tercera vuelta. R. Yehudá dice:
jamás los del tercer grupo llegaron hasta amo al Señor porque me oye, ya que estaba formado por poca gente (Pesahim
V,7).
También se cantaba durante la cena:
En la primera pascua se exige la recitación del Halel en la comida, mientras que en la segunda no es necesario. Pero tanto
en una como en otra se recita el Halel durante la celebración (Pesahim IX,3).
También lo cantó Jesús en su última cena:
Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos (Mc 14,26).
El Halel naturalmente no podía estar ausente en la más gozosas de las fiestas. Durante la fiesta de las Tiendas

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uno está obligado a la recitación del Halel, al jolgorio y a hacer los honores al último día de la fiesta como a los restantes
días de la misma (Sukka IV,8).
El último salmo del Halel expresaba la gratitud de todo el pueblo ante los beneficios de YHWH, ¡porque es eterno su
amor! (Sal 118,1). En una procesión con ramas y frutos de la última recolección se imploraba la bendición de los
sacerdotes: ¡Ah YHWH, da la salvación (hoshiah na = “Hosanna”)! ¡Ah, YHWH, da el éxito! ¡Bendito el que viene en
el nombre de YHWH! Desde la Casa de YHWH os bendecimos. YHWH es Dios, él nos ilumina. ¡Cerrad la
procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar! (118,25-27). También se cantaba el Halel en la fiesta del Año
Nuevo (Rosh Hashaná IV,7).
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La relectura de los Salmos.
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Al considerar la práctica litúrgica del Templo que acabamos de describir no debemos dejar de tener en cuenta un hecho
importante. La historia de Israel ha conocido dos épocas muy distintas, divididas por la destrucción de su capital y de su
Templo y por la cautividad de sus dirigentes en Babilonia. Por eso se suele designar ambos períodos históricos como
época del Primer o del Segundo Templo. La consecuente existencia de dos modalidades en la liturgia que se celebraba en
ellos tuvo también repercuciones importantes sobre los textos reguladores de los ritos y sobre los cantos que animaban las
celebraciones. Si antes de la cautividad la figura de mayor relieve era el rey davídico consagrado por la unción divina, en
el período del Segundo Templo ocupó la primacía el sumo sacerdote, autoridad suprema de la nación autónoma, protegida
por los imperios sucesivos (persa, helenista o romano).
Así, la comunidad cultual del Templo de Jerusalem fue considerada, en cierto modo, como la realización de la soberanía
de Dios en el presente:
Te darán gracias, YHWH, tus obras todas, y tus amigos te bendecirán; dirán la gloria de tu reinado, de tus proezas
hablarán, para mostrar a los hijos de los hombres tus proezas, el esplendor y la gloria de tu reino. Tu reino, un reino por
todos los siglos, tu dominio, por todas las edades (Sal 145,10-13).
Según Flavio Josefo, la comunidad de Jerusalem era una teocracia:
Algunos legisladores han permitido que sus gobiernos estuviesen sometidos a monarquías, otros los sometieron a
oligarquías, y otros a una forma republicana; pero nuestro legislador no consideró ninguna de esas formas, sino que
ordenó nuestro gobierno según lo que, a través de una expresión un poco forzada, podría ser denominado Theocracia,
atribuyendo la autoridad y la potestad a Dios, y persuadiendo a todo el pueblo a que le obedezca como al autor de todos
los bienes disfrutados en común por la humanidad, o por cada uno en particular, y de todo lo que ellos mismos obtuvieron
mediante la oración en las grandes dificultades (Contra Apión II,164ss).
El modo concreto de realizar esta teocracia era a través de la aristocracia sacerdotal, recomendada, según él, por el
mismo Moisés:
La aristocracia es lo mejor…; en ella, las leyes son soberanas y hacéis todo de acuerdo con ellas. Porque Dios debe
bastaros como soberano (Antig. IV,223).
Las corporaciones de cantores del siglo IV aEC. había recopilado textos tanto pre-exílicos como postexílicos, y, por lo
mismo, textos con perspectivas temáticas muy diferentes. La consecuencia de este cambio fue que si se conservaron los
textos preexílicos en la liturgia, éstos ya no podían utilizarse bajo la misma óptica después del destierro; se hacía
necesario una relectura que adaptase más o menos su sentido para la nueva situación. Las palabras empleadas recibían
entonces una sobrecarga de sentido. La fe de Israel había girado siempre en torno al porvenir de Dios. Pero las
decepciones experimentadas en una historia caótica condujeron progresivamente el pensamiento de los creyentes a poner
ese porvenir más allá de un límite marcado por el juicio soberano de Dios: las promesas divinas, referidas a los últimos
tiempos, al final del tiempo presente, se hacían escatológicas, y la relectura de los textos que alimentaban la fe y la
oración integraba esta nueva dimensión bajo las palabras que traducían anteriormente la fe y la esperanza. Esto quedaba
especialmente en evidencia en el caso de los llamados Salmos reales. Puesto que ya no regía a Israel un soberano de la
Casa de David, el Rey aludido en dichos Salmos no podía ser ya más que un rey ideal con el que soñaban las esperanzas
judías para un futuro desconocido.
Un ámbito de relectura de la Escritura fue la proclamación litúrgica en las sinagogas. Para hacer inteligibles los libros
sagrados a las gentes que ya no leían hebreo, se traducían los textos al arameo que se hablaba corrientemente, y se le
agregaban amplificaciones considerables que pretendían explicar el sentido actualizado de los mismos. La práctica se
remontaba a los tiempos de Esdras:
Los levitas exponían la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Ellos leían el libro de la Ley de Dios, con claridad,
e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura (Neh 8,8).

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El resultado fue la elaboración paulatina de unos escritos llamados targumim. Los añadidos al texto original nos permiten
conocer hoy la interpretación que se hacía del mismo en el período del Segundo Templo y en los primeros siglos después
de la destrucción del mismo.
Los Salmos también fueron objeto de esta traducción interpretativa, con una libertad tal en el orden de la alegoría que
desaparecía a veces el sentido literal u original. Tal es el caso del Sal 45, que en su sentido literal fue un canto nupcial de
un rey, pero que la tradición targúmica transformó en una imagen del desposorio entre el Mesías y la comunidad de Israel:
(7) El trono de tu gloria lo ha establecido YHWH por los siglos de los siglos. Tu cetro real es un cetro de rectitud. Y ati, oh
rey mesías, como has amado la justicia y odiado la impiedad, YHWH tu Dios te ha consagrado con el óleo de alegría con
preferencia a tus compañeros. (10) Las provincias de los reinos vienen a visitar tu rostro en el tiempo fijado. El libro de la
Ley está a tu lado derecho, escrito en tu copia espléndida lo mismo que en oro fino procedente de Ofir. (11) Escucha,
asamblea de Israel, la ley de su boca, y verás las maravillas de tus obras. Inclinarás tu oído hacia las palabras de la ley;
olvidarás las obras malas de los impíos de tu pueblo y la casa de los ídolos que serviste entre tus padres. (12) Y así el rey
deseará tu belleza, pues él es tu señor y tú lo adorarás. (13) Y los habitantes de la ciudad de Tiro vendrán a presentarse a
ti, las más ricas de las naciones se apresurarán hacia tu santuario. (14) Todo lo mejor, lo más hermoso, lo más deseable
de las riquezas de las provincias, y los tesoros de losreyes que están ocultos en su interior, los ofrecerán en oblación ante
el rey y en regalo a los sacerdotes con vestidos multicolores de oro brillante. (15) En vestiduras bordadas ofrecerán sus
oblaciones ante el rey del mundo, y el resto de sus compañeros que están dispersos entre las naciones serán llevados con
alegría delante de ti a Jerusalem. (16) Serán llevados con alegría y regocijo y entrarán en el templo del rey del mundo.

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