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PROGRAMA No. 0116

ÉXODO

Capítulos 19:1 - 20:2

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro estudio del libro de Éxodo. En nuestro programa
anterior, apenas comenzamos el estudio del capítulo 19 de este segundo libro de la Biblia. Y
hoy, vamos a continuar con este mismo capítulo. Vamos a hacer un breve repaso. Dijimos que
los capítulos 19 al 24 tratan sobre la ley. Los hijos de Israel han llegado al monte Sinaí y allí
concuerdan en aceptar la ley. La verdad es que cambian la gracia por la ley. Leamos hoy una
vez más, los primeros dos versículos de este capítulo 19 de Éxodo:

1
En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo
día llegaron al desierto de Sinaí. 2Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de
Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte. (Ex. 19:1-2)

Los israelitas han llegado al Monte Sinaí, al lugar donde se daría la ley. Dios tratará
bondadosamente a Su pueblo. Les dará la oportunidad de decidir si quieren seguir bajo la
dirección divina en la misma manera en que Dios los ha estado guiando desde que salieron de
Egipto hasta ahora, cuando llegan al monte Sinaí, o si quieren en cambio, aceptar y recibir la ley.
Veamos ahora los versículos 3 al 5 de Éxodo 19:

3
Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa
de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: 4Vosotros visteis lo que hice a los egipcios,
y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. 5Ahora, pues, si diereis oído a
mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. (Éx. 19:3-5)

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Los israelitas han viajado de Egipto hasta el monte Sinaí debido a la gracia de Dios.
Entonces, Dios les preguntó si querían recibir la Ley y los Mandamientos, y ellos neciamente
deciden aceptarla en lugar de admitir que han gozado del viaje sobre alas de águilas desde
Egipto hasta el Monte Sinaí.

Dios les recuerda lo que Él había hecho a los egipcios, y cómo había tomado a los israelitas
sobre alas de águila. Quizá debemos decir algunas pocas palabras en cuanto al águila. El águila
es un ave de rapiña, lo cual Job 9:26 corrobora al decir: Pasaron cual naves veloces; Como el
águila que se arroja sobre la presa. El Señor Jesucristo mismo dijo en Mateo 24:28: Porque
dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas. Y en Lucas 17:37,
leemos: Y respondiendo, le dijeron: “¿Dónde, Señor? Él les dijo: Donde estuviere el cuerpo, allí
se juntarán también las águilas”. Sin embargo, el águila es usada como un símbolo de Dios y de
la deidad en la Escritura. En el libro de Ezequiel la deidad es representada por la cara de águila.
En el capítulo 4 de Apocalipsis, la deidad se representa por un águila que está volando. El
águila es admirada por sus alas y su habilidad para remontarse a grandes alturas.

En Isaías 40:31, leemos: pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán
alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. Y Jeremías
4:13 nos dice que . . . más ligeros son sus caballos que las águilas. David, mientras elogia a
Saúl y a Jonatán, usó al águila como un panegírico de alabanza. En otras palabras, el águila
veloz es como un avión a reacción entre la familia de las aves, y las alas del águila son
definitivamente un símbolo de la Deidad. Dios le dijo a Israel en Éxodo 19:4: Vosotros visteis
lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Esa, amigo
oyente, es la maravillosa e infinita gracia de Dios. Este es el lugar donde se haría una gran
decisión.

En su camino desde Egipto hasta el Monte Sinaí, Israel pasó por siete experiencias en las
cuales Dios suplió sus necesidades. Y hoy en día, Dios todavía se ocupa de suplir las
necesidades. Dios dio el maná a Israel cuando tuvieron hambre, y les dio agua cuando tuvieron
sed. Dios endulzó las aguas amargas de Mara. Dios los libró de Amalec. La victoria se ganó
por medio de la oración; no es posible vencer la carne por mero esfuerzo humano. Por todo el
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camino, Dios tomó a Israel sobre alas de águila, y esa es la misma manera en la cual nos toma a
nosotros hoy. Él nos guía por Su gracia, y nosotros caminamos por la fe.

Ahora, en el Monte Sinaí, Dios les recuerda cómo Él los ha guiado y cómo ha cuidado de
ellos. Les recuerda todas las cosas que ha hecho por ellos y para su bienestar. Luego, les da una
oportunidad para elegir entre la gracia y la ley. Dios les pregunta si cumplirán los Mandamientos
si se los da. Pero ellos cambiarán la gracia por la ley. Son muchos los que hoy en día hacen lo
mismo; y realmente da lástima porque vivimos en un tiempo cuando Dios salva por la gracia.
Dios no salva por la Ley. ¡Qué contraste hay entre la Ley y la gracia! Escuche usted:

La ley demanda; la gracia da.

La ley dice: “Haga esto”; y la gracia dice: “Crea en el Señor Jesucristo”.

La ley exige; la gracia obsequia.

La ley dice: “Trabaje”; y la gracia dice: “Descanse”.

La ley amenaza, pronunciando una maldición; pero la gracia invita, pronunciando una
bendición.

La ley dice: “Haga esto y vivirá”; pero la gracia dice: “Viva y lo hará”.

La ley condena al mejor hombre; la gracia salva al peor hombre.

La ley revela el carácter de Dios, y también revela Su juicio. El Apóstol Pablo en su carta a
los Romanos, capítulo 3, versículo 10, dice: Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a
los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de
Dios .

Amigo oyente, Dios nunca dio la Ley como un medio de salvación. ¿Para qué fue dada
entonces? Hubo un motivo definido y es declarado en Gálatas 3:19, donde dice: Entonces, ¿para
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qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a
quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. La
simiente de la cual habla este versículo es el Señor Jesucristo mismo. El Apóstol Pablo, sigue
diciendo en Gálatas 3:24 que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que
fuésemos justificados por la fe.

El ayo no es un maestro de escuela, sino un esclavo que tomaba a un niño pequeño que había
nacido en un hogar de algún patricio romano, y este esclavo arropaba, lavaba y cuidaba al niño.
El ayo aseaba la nariz al niño cuando esto era necesario, lo disciplinaba cuando era necesario.
Cuando el niño tenía la suficiente edad como para asistir a la escuela, el ayo lo llevaba a la
escuela. La palabra para ayo es pedagogo que quiere decir guiar por la mano y llevar a la
escuela. La Ley, pues es nuestro ayo, nuestro pedagogo. Nos guía por la mano como a un niñito,
nos lleva a la cruz y nos dice: “Mi pequeñito, necesitas de un Salvador. Eres pecador y necesitas
ser salvo”. Ahora, en el versículo 6 del capítulo 19 de Éxodo, dice:

6
Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que
dirás a los hijos de Israel. (Ex. 19:6)

El dar la Ley a la nación de Israel en el Monte Sinaí fue el principio de la dispensación de la


Ley. Esta dispensación se extiende desde el Monte Sinaí hasta la cruz del Calvario. Va desde el
éxodo hasta la cruz; de un monte a otro monte. Es la revelación de un pueblo que vive bajo
condiciones ideales, pero que no puede guardar la Ley. Israel dijo: “Todo lo que Jehová ha
dicho, haremos”. Sin embargo, demostraron durante 1.500 años que no podían guardar la Ley.
El hombre natural no puede guardar la Ley y ellos fallaron terriblemente en su esfuerzo por
guardarla. La ley fue dada para controlar la naturaleza vieja, pero no la puede controlar porque la
naturaleza vieja es anárquica y revolucionaria, y no puede ser controlada. El Apóstol Pablo lo
resume en su carta a los Romanos, capítulo 8, versículos 6 y 7, de la manera siguiente: Porque el
ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los
designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni
tampoco pueden.

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Usted y yo, amigo oyente, tenemos una naturaleza vieja. Es enemistad contra Dios. Nunca
puede ser obediente a Dios, y nunca le puede agradar. ¿Ha hecho usted aquel descubrimiento en
su propia vida? ¿Se ha dado cuenta que usted falla en satisfacer las normas de Dios? ¡Gracias a
Dios que Él ha hecho otro arreglo para nosotros!

No hay nada que haga que una persona sea más hipócrita que el decir: “¡Yo guardo la ley!”
Nadie puede satisfacer las normas de Dios. Mire a Israel, por ejemplo. Dios les dará la Ley, y
ellos dicen: “Dánosla, estamos listos a recibirla”. ¡Qué manifestación de arrogancia y confianza
en sí mismos! Sin embargo, hay multitudes de hombres y mujeres hoy en día que alegan guardar
la ley cuando Dios claramente demostró que nadie puede guardar la ley y que nadie puede ser
salvo por medio de ella. La nación de Israel la puso a prueba bajo condiciones mucho más
propicias que las que tenemos hoy en día; sin embargo, los israelitas fallaron. Pasamos ahora a
otro aspecto importante en la consideración de este capítulo 19 de Éxodo. Israel se prepara para
una visitación de Dios. Leamos el versículo 9 de Éxodo 19:

9
Entonces Jehová dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que
el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y
Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová. (Ex. 19:9)

Hay quienes creen que la entrega de la ley fue un evento bello. Pero realmente, amigo
oyente, este fue un hecho terrible y espantoso. Leamos los versículos 10 y 11:

10
Y Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus
11
vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová
descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí. (Ex. 19:10-11)

“¡Qué escena más tremenda! ” usted dirá. Pero escuche lo que siguió en el versículo 12:

12
Y señalarás término al pueblo en derredor, diciendo: Guardaos, no subáis al monte,
ni toquéis sus límites; cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá. (Ex. 19:12)

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¿Le parece a usted una escena bella esto? Los israelitas recibieron orden de no acercarse al
monte y no tocarlo o morirían. Eso, amigo oyente, no es bello sino terrible. Ahora, de este
capítulo 19 de Éxodo, leamos los versículos 13 al 16:

13
No lo tocará mano, porque será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no
vivirá. Cuando suene largamente la bocina, subirán al monte. 14Y descendió Moisés del
monte al pueblo, y santificó al pueblo; y lavaron sus vestidos. 15Y dijo al pueblo: Estad
16
preparados para el tercer día; no toquéis mujer. Aconteció que al tercer día, cuando
vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido
de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento.
(Ex. 19:13-16)

Esto no es algún desfile de circo, amigo oyente, sino la entrega de la ley de Dios. Fue una
experiencia espantosa, y el pueblo se estremeció porque fue algo horroroso. Leamos ahora de
Éxodo 19, los versículos 17 al 21:

17
Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie
del monte. 18Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él
en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en
gran manera. 19El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y
Dios le respondía con voz tronante. 20Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la
cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés a la cumbre del monte, y Moisés subió. 21Y
Jehová dijo a Moisés: Desciende, ordena al pueblo que no traspase los límites para ver
a Jehová, porque caerá multitud de ellos. (Ex. 19:17-21)

Algunos israelitas creyeron que podrían ver algo espectacular, pero Dios sabía que no le
verían. Simplemente escucharían una voz, y todavía esa es la verdad hoy en día. Juan 1:18 dice:
A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a
conocer. Sigamos adelante con los versículos 22 al 25 de este capítulo 19 de Éxodo:

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22
Y también que se santifiquen los sacerdotes que se acercan a Jehová, para que
Jehová no haga en ellos estrago. 23Moisés dijo a Jehová: El pueblo no podrá subir al
monte Sinaí, porque tú nos has mandado diciendo: Señala límites al monte, y
santifícalo. 24Y Jehová le dijo: Ve, desciende, y subirás tú, y Aarón contigo; mas los
sacerdotes y el pueblo no traspasen el límite para subir a Jehová, no sea que haga en
ellos estrago. 25Entonces Moisés descendió y se lo dijo al pueblo. (Ex. 19:22-25)

Israel se equivocó en prometer que guardaría la Ley. Nunca lo hubieran prometido si se


hubieran conocido ellos mismos mejor, y se hubieran dado cuenta lo débiles que eran. Dios
estaba tratando de mostrar a Israel que hay una diferencia enorme entre ellos y Dios. Quiere que
comprendan el significado de la santidad de Dios y de la perversidad de ellos, y, por eso, Él
señala los límites que no debían traspasar. Hay un gran contraste entre aquella dispensación de la
Ley y nuestra dispensación de la gracia.

Y aquí, amigo oyente, concluye el capítulo 19 de Éxodo, y llegamos al capítulo 20, del cual
estudiaremos cuatro aspectos principales. Dios da a Israel los diez mandamientos. En segundo
lugar, Dios prohibe la idolatría. Tercero, el efecto de la visita de Dios sobre el pueblo. Y en
cuarto lugar, las instrucciones con respecto al altar. En el capítulo 20 de Éxodo, tenemos la
formulación de la ley. Primero, son dados los Diez mandamientos, pero son sólo una parte de la
ley. También se da algunas instrucciones con respecto al altar; y la ley y el altar van juntos.
Debe haber un altar sobre el cual se pueda ofrecer el sacrificio. Debe haber el derramamiento de
sangre por el pecado, y esto lo reveló la Ley. Así como usted tiene un espejo en el cuarto de
baño, el cual es un cuadro de la ley, hay también un lavamanos debajo del espejo. Usted no se
lava con el espejo, – éste simplemente revela la suciedad, o el pecado. Se lava en el lavamanos,
y “hay un precioso manantial de sangre de Emmanuel, que purifica a cada cual que se sumerge en
él”.

Consideremos ahora el primer aspecto. La entrega de los diez mandamientos. La primera


parte de la Ley que fue dada a Israel fue los Diez Mandamientos, los cuales constituían un código
moral. Leamos los primeros dos versículos del capítulo 20 de Éxodo:

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1
Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: 2Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la
tierra de Egipto, de casa de servidumbre. (Ex. 20:1-2)

Dios dice: “Te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre, y sobre esa base quiero
darte Mi Ley”. Israel pidió la Ley, y Dios les complació; y les da los Diez Mandamientos
primero.

Hay algunas cosas que deben ser mencionadas al considerar los Mandamientos, y la primera
es la “nueva moralidad”. La nueva moralidad data de un tiempo muy anterior a la entrega de la
ley. El hecho es que provino del Huerto de Edén, donde el hombre primero desobedeció a Dios.
La nueva moralidad existía antes del diluvio, y después del diluvio. Existe hoy en día, pero nos
gusta creer que somos pecadores sabidos y finos. Realmente somos solamente unos pecadores en
nuestro ser natural y crudo, es decir somos pecadores naturales. Nadie puede ser inconstante en
cuanto a los Diez Mandamientos y salir bien.

En la isla de Blackwell, había un cementerio para criminales. En un sepulcro había una


lápida que leía así: “Aquí descansan los fragmentos de Juan Smith, el que contradijo a su
Creador; fue inconstante con los Diez Mandamientos, y partió de esta vida teniendo la edad de 35
años. Su madre y su esposa le lloraron. Ningún otro le llora. Que descanse en paz”. Aquella
inscripción sepulcral reveló a un hombre que trató de desafiar la Ley de Dios. Amigo oyente,
nadie puede desafiar los Diez Mandamientos y escapar del castigo de Dios.

Muchas veces la acusación es lanzada contra nosotros los que predicamos la gracia de Dios,
de que no tenemos un aprecio debido por la ley. Nos acusan de despreciarla, de rechazarla y de
enseñar que siendo que no somos salvos por la ley, que podemos violarla a gusto e infringirla con
impunidad. Pero esto no es cierto de ninguna manera. Al contrario, todo predicador que enseña
la gracia de Dios sí tiene una perspectiva verdadera en cuanto a la naturaleza de la salvación por
la fe y se da cuenta del carácter alto de la Ley. El Apóstol Pablo contesta a este problema en su
carta a los Romanos, capítulo 6, versículos 1 y 2, donde dice: ¿Qué, pues, diremos?
¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que
hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?

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Amigo oyente, si usted cree que puede continuar viviendo en el pecado y violando los Diez
Mandamientos a gusto, amigo mío, usted no es salvo por la gracia de Dios. Cuando usted es
realmente salvado, entonces quiere, desea agradar a Dios y anhela hacer Su voluntad, la que es
revelada en los Diez Mandamientos. Por eso, creemos que todo predicador de la gracia de Dios
tiene el debido respeto y reverencia única para con la Ley de Dios. Como el salmista lo ha
expresado: ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. (Sal. 119:97).

Ahora, ¿qué es la Ley? Alguien la ha definido como una transcripción escrita de la mente de
Dios. Pero ésta es una definición defectuosa. La ley es la expresión de la mente de Dios con
relación a lo que el hombre debe ser. No hay ni gracia ni misericordia en la Ley de ningún modo.
La ley es una expresión de la santa voluntad de Dios. El salmista en el Salmo 19:7 dice: La ley
de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al
sencillo. Amigo oyente, la ley requiere la perfección de parte suya. Nunca nos hemos
encontrado con nadie cuya conducta haya sido igual a la norma de Dios. La ley no es alguna
noción vaga, ni tiene nada que ver con las buenas intenciones que no se cumplen. La ley requiere
una obediencia perfecta porque la ley del Señor es perfecta.

Bueno, amigo oyente, nuestro tiempo ha concluido por esta oportunidad. Continuaremos
nuestra consideración de este importante aspecto, Dios mediante, en nuestro próximo programa.
Hasta entonces, pues, ¡que el Señor le bendiga es nuestra ferviente oración!

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