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JESÚS

Y LOS ESENIOS

La relación entre Jesús de Nazaret


y los judíos de Qumrán

1
© ARIEL KANIEVSKY

EL JESÚS HISTÓRICO
jesushistorico.com

2
Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen

3
LA RESTAURACIÓN DE ISRAEL

Durante el periodo del segundo Templo, algunos


grupos judíos abandonaban la ciudad para recluirse en el
desierto. Consideraban que la vida urbana había corrompido
la esencia del judaísmo, y el desierto era para ellos una
manera de reencontrarse con la pureza espiritual. El pueblo
de Israel, según la mitología bíblica, había nacido en el
desierto. Fue en el desierto, tras el éxodo de Egipto, donde
los antiguos israelitas recibieron la Torá y aceptaron al pie
del monte Sinaí convertirse en una nación sagrada. El
desierto era, por tanto, una manera de conectarse con la
historia de Israel, pero a la vez simbolizaba la esperanza
escatológica asociada al fin de los tiempos. Será en el
desierto, creían, donde comenzará la restauración de Israel.
Estos grupos estaban en gran medida influenciados por
antiguas profecías que anunciaban el advenimiento de los
tiempos mesiánicos. El libro de Ezequiel, por ejemplo,
profetiza sobre el futuro florecimiento del desierto en sus
visiones apocalípticas:
"Estas aguas fluirán hacia la región oriental y
bajarán al desierto de Aravá, y al entrar en el mar
Muerto, el mar de las aguas putrefactas, las
aguas quedarán saneadas […] Y en las orillas del
rio, de un lado y de otro, crecerá todo árbol para
alimento cuyas hojas no se marchitarán y cuyos

4
frutos no caerán. Brindarán frutos nuevos todos
los meses, porque las aguas que los riegan
saldrán del Santuario, y los frutos serán para
alimentar y las hojas para curar" (Ezequiel 47,
8-13).
La visión profética de Ezequiel está íntimamente ligada a la
reconstrucción del Templo de Jerusalén. Según Ezequiel, en
el final de los días se levantará un nuevo santuario cuyas
medidas están minuciosamente detalladas en los últimos
capítulos de su libro1. Su profecía escatológica culmina con
una impresionante visión de un manantial que brota
directamente del Templo de Jerusalén y, atravesando todo el
desierto de Judea, desemboca en el mar Muerto convirtiendo
sus aguas en potables y renovando la vida en el desierto.
El desierto era visto, por tanto, como el escenario principal
de la futura restauración de Israel. De este modo, grupos
marginales de judíos ascetas, rebeldes y escatológicos salían
hacia el desierto de Judea, cerca del mar Muerto y del río
Jordán, con el objetivo de purificarse, acercarse a la divinidad
y, sobre todo, volver al estado original de espiritualidad.

1 Ezequiel 40-48.

5
VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO

Entre mediados y finales del siglo II a. C., tras la


toma del control del Templo por parte de los asmoneos y la
penetración del helenismo en la clase sacerdotal y política de
Jerusalén, un grupo de sacerdotes liderados por un
enigmático personaje llamado el Maestro de Justicia inició
un movimiento secesionista y se instaló en la costa
noroccidental del mar Muerto, en el desierto de Judea,
creando una comunidad judía piadosa en el lugar que hoy en
día se conoce como Qumrán. Estos sacerdotes judíos
decidieron romper sus lazos con el Templo de Jerusalén
porque, según interpretaban, estaba contaminado por la
corrupción y, por tanto, había quedado desautorizado como
espacio sagrado.
Está muy asentada la idea de que los qumranitas constituían
un grupo homogéneo, pero los hallazgos arqueológicos,
tanto en el asentamiento de Qumrán como en las cuevas
cercanas, indican que es probable que se tratara de varios
grupos diferenciados. El arqueólogo Eleazar Lipa Sukenik
propuso tras el descubrimiento de los Manuscritos del Mar
Muerto identificar a la comunidad de Qumrán con la secta
de los esenios mencionada en las fuentes clásicas de Filón de
Alejandría y Flavio Josefo2. Otros estudiosos consideran que

2 Sukenik, Eleazar Lipa, Megilot genuzot: mi-tokh genizah ḳedumah she-


nimtseʾah be-Midbar Yehudah: seḳirah rishonah, Jerusalem 1948, p. 16.

6
se trataba de grupos independientes, aunque con ciertas
similitudes que señalan, tal vez, un origen común. El
historiador Eyal Regev, entre otros, cree que en el siglo II a.
C. existía una comunidad llamada Yajad, fundada por el
Maestro de Justicia, de la cual surgió un grupo más pequeño
conocido como el Pacto de Damasco3. En las cuevas de
Qumrán se han encontrado manuscritos que atestiguan la
existencia de ambas comunidades. Aunque Yajad y el Pacto
de Damasco compartían puntos de vista religiosos similares,
diferían en la organización social, en los patrones de
liderazgo y en lugar que ocupaba el individuo dentro de la
comunidad. La secta de los esenios, según esta teoría, habría
nacido más tarde como consecuencia de la escisión de
miembros de Yajad y del Pacto de Damasco, lo cual
explicaría la cercanía ideológica entre los tres grupos. Es
indudable que existía una afinidad conceptual entre los
miembros de Yajad, el Pacto de Damasco, los esenios y los
residentes de Qumrán. Todos ellos se alejaron del Templo
de Jerusalén y desarrollaron un estricto sistema de leyes
comunitarias que incluían ceremonias diarias de pureza
ritual. Al mismo tiempo, vivían en una constante atmósfera
de euforia apocalíptica y creían en el determinismo divino.
No es extraño que un observador externo de la época, Flavio
Josefo incluido, pensara que todos estos grupos eran parte

3Regev, Eyal, How Many Sects Were in the Qumran Movement? On the
Differences between the yahad, the Damascus Covenant, the Essenes, and Kh.
Qumran, Katedra 148, Yad Ben-Zvi Jerusalem 2013.

7
del mismo movimiento y les adjudicara un nombre genérico:
los esenios.
Se ha especulado mucho, y es una hipótesis admisible, sobre
la posibilidad de que Juan el Bautista fuera qumranita o que
al menos hubiese recibido de ellos su formación religiosa.
También hay quienes han postulado, aunque esta vez con
mucha imaginación y creatividad, que Jesús de Nazaret fue
un maestro esenio, que creó una facción de esenios radicales
y que su grupo se enfrentó al de Juan el Bautista dividiendo
en dos la comunidad de Qumrán. Algunos autores han
llegado a afirmar que el misterioso Maestro de Justicia,
fundador de la secta de Qumrán, fue en realidad Juan el
Bautista o incluso el propio Jesús. Estas teorías, sin embargo,
aunque tengan mucho impacto mediático y sean muy
populares entre la gente, están más cerca de la literatura de
ficción y fantasía que de representar una reconstrucción
creíble de la historia.
¿Quién fue, entonces, Juan el Bautista? ¿Qué relación tenía,
si es que la tenía, con la secta de Qumrán? Según la tradición
lucana, la única que ofrece datos biográficos sobre su
procedencia, Juan el Bautista era miembro de una familia de
sacerdotes del Templo4. Su padre Zacarías realizaba las
labores rituales típicas de los sacerdotes judíos conforme a
lo estipulado en la Torá de Moisés. El tercer evangelio

4 Lucas 1, 5.

8
también nos transmite detalles acerca del anuncio del
nacimiento de Juan:
"Estaba Zacarías un día ejerciendo el servicio
ante Dios en el turno de su grupo. Según el rito
sacerdotal, le tocó en suerte entrar en el
santuario del Señor a ofrecer incienso. Todo el
pueblo estaba afuera orando mientras se ofrecía
el incienso. Y se le apareció a Zacarías un ángel
del Señor, en pie, a la derecha del altar del
incienso. Zacarías se asustó al verlo, y se llenó
de miedo. El ángel le dijo: No temas, Zacarías,
pues tu petición ha sido aceptada. Tu mujer
Isabel te dará un hijo al que pondrás por
nombre Juan" (Lucas 1, 8-13).
El autor del evangelio de Lucas exhibe en esta cuidadosa
descripción un profundo conocimiento de los rituales
sacerdotales que se realizaban en el Templo de Jerusalén. El
incienso era ofrecido dos veces por día: en la mañana, a
primera hora, antes de comenzar con otros trabajos, y en la
tarde, tras finalizar todos los demás servicios. Cada mañana
se realizaba un sorteo entre los sacerdotes que trabajaban ese
día y así se dividían entre ellos las tareas. Pero para ofrecer
incienso se llevaba a cabo un sorteo especial en el que
participaban únicamente los sacerdotes que nunca antes
habían tenido el privilegio de hacerlo. Los sacerdotes que en
el pasado ya habían ofrecido incienso no podían participar

9
de nuevo en el sorteo. El Talmud de Babilonia explica el
motivo:
"Que solo los sacerdotes que son nuevos en
ofrecer incienso vengan y participen en la lotería
[…] Ninguna persona realizaba el servicio dos
veces. ¿Cuál es la razón de esto? Rabí Janina
dijo: Porque trae riqueza" (Yomá 26a).
El ritual de ofrecer incienso en el altar del Templo, según la
cultura popular de la época, traía bendiciones para el
sacerdote que lo realizaba. Por eso, para que todos los
sacerdotes tuviesen la posibilidad de recibir la bendición de
la abundancia, la tradición estipulaba que solamente podían
ofrecer incienso aquellos que aún no lo habían hecho. En el
caso de Zacarías, su bendición fue la fertilidad de su mujer,
Isabel, y el consiguiente anuncio del nacimiento de su hijo.
Más allá del claro elemento mitológico del relato, que
coincide con varios pasajes del Talmud en los que algunos
sacerdotes son honrados con la aparición de ángeles
mientras ofrecen incienso en el altar del Templo5, no hay
motivos para poner en duda la historicidad de la fuente
lucana en relación al origen de Juan el Bautista. Su casa,
según la misma fuente, se hallaba en una ciudad de las
montañas de Judea6. Es decir, Juan no pertenecía a la alta
aristocracia sacerdotal de Jerusalén, sino a una familia de

5 Yomá 19b; Brajot 7b.


6 Lucas 1, 39.

10
sacerdotes secundaria, de bajo rango, ubicaba en alguna zona
rural de la periferia. No sorprende, por tanto, que en su
juventud haya decidido alejarse de la ciudad para vivir en el
desierto.
Esta transición de la ciudad al desierto convirtió a Juan en
un predicador judío apocalíptico. Vivía en el desierto de
manera ascética, como un ermitaño, se alimentaba de
saltamontes y de miel silvestre y llevaba un vestido de pelo
de camello con un cinturón de cuero atado en la cintura7.
Allí, en el desierto, bautizaba con el agua del río Jordán y
predicaba un mensaje escatológico. El final de los tiempos
estaba a punto de llegar, y para ser digno del reino celestial
había primero que bautizarse. En este sentido Juan podría
haberse parecido, en cierta medida, a los sectarios de
Qumrán. Tanto Juan el Bautista como la comunidad de
Qumrán habían escogido el mismo espacio geográfico, la
costa noroccidental del mar Muerto, y coincidían en que el
pueblo de Israel se encontraba a las puertas de la era
mesiánica. Sin embargo, hay un componente clave en el
ministerio de Juan que lo aleja indiscutiblemente de la
comunidad de Qumrán: el significado del bautismo.
Los piadosos de Qumrán estaban obsesionados con la
pureza y, como Juan, también practicaban inmersiones
rituales. Las excavaciones arqueológicas han descubierto
varias piscinas rituales destinadas a la purificación y los

7 Marcos 1, 1-6.

11
Manuscritos del Mar Muerto, hallados en cuevas próximas
al asentamiento, indican que el bautismo era una de sus
prácticas comunitarias centrales. Pero el bautismo
qumranita, a diferencia del bautismo de Juan, se realizaba
varias veces por día y no tenía nada que ver con el perdón
de los pecados, sino que era parte de una costumbre que
incluía la participación en un banquete comunal. Quizás,
teniendo en cuenta que se trataba de una comunidad
sacerdotal secesionista, el bautismo de Qumrán era un
sustituto de las abluciones que hacían los sacerdotes de
Jerusalén para purificarse antes de proceder a realizar los
sacrificios del Templo. El bautismo de Juan, en cambio,
consistía en un acto único de inmersión. Quien se bautizaba
por Juan en el río Jordán lo hacía una sola vez. Y ese
bautismo tenía una conexión directa con el arrepentimiento
y el perdón de los pecados.
Otra característica de Juan el Bautista que lo diferencia
radicalmente de la comunidad de Qumrán es la aceptación
de todo el pueblo sin ningún tipo de discriminación. Los
qumranitas tenían reglas muy estrictas de admisión y
castigaban severamente, incluso con la expulsión, a quienes
cometían alguna infracción. El bautismo de Juan, en
contraste, era para todos: pecadores, fariseos, saduceos y
hasta recaudadores de impuestos.
A pesar de las claras diferencias, la hipótesis de que Juan haya
estado relacionado en su juventud con la comunidad de
Qumrán no es en absoluto disparatada. Según Adolfo

12
Roitman, arqueólogo especializado en la secta de los esenios
y curador de los Manuscritos del Mar Muerto en el Santuario
del Libro del Museo de Israel, se trata de una posibilidad
verosímil8. Su exilio en el desierto y su predicación
escatológica incluían una crítica implícita a la corrupción de
la clase sacerdotal jerosolimitana. Y el bautismo que oficiaba
en el río Jordán con el objetivo de purificar al pueblo antes
de la era mesiánica implicaba una enérgica oposición al
Templo de Jerusalén. Oposición que estaba también muy
presente en la ideología de la comunidad de Qumrán. Pero
si alguna vez Juan estuvo vinculado a la secta de los esenios,
como han propuesto muchos autores, ese vínculo ya se había
quebrado en el momento en que comenzó su actividad
pública en el desierto.
Juan bautizaba en el río Jordán, en la zona septentrional del
mar Muerto, realizando una inmersión en el agua destinada
al arrepentimiento y a la expiación de los pecados. La
localización geográfica escogida por Juan no fue casual. Por
allí entró el pueblo de Israel a su tierra tras la salida de Egipto
y será también allí, en el desierto, donde tendrá lugar el
cumplimiento de las profecías mesiánicas. Juan se veía a sí
mismo, en este sentido, como el mensajero que clama en el
desierto y anuncia la restauración de Israel:

8 Roitman, Adolfo, Del Tabernáculo al Templo. Sobre el espacio sagrado en el


judaísmo antiguo, Verbo Divino, Navarra (2016), pp. 248-249.

13
"Una voz que clama en desierto dice: Abrid
camino al Señor y preparad en el desierto un
camino para nuestro Dios" (Isaías 40, 3).
"He aquí que os mandaré a Elías el profeta antes
de que venga el día grande y terrible del Señor"
(Malaquías 3, 23).
El paralelismo entre Juan y el profeta Elías, que vendría
antes del "día grande y terrible", es evidente. La mitología
judía, que pervive también en nuestros días en diversos
sectores del judaísmo, consideraba que Elías había
ascendido a los cielos en un carro de fuego y todavía seguía
vivo. El retorno de Elías era, según la creencia judía, una
señal apocalíptica.
Todos los elementos del ministerio de Juan el Bautista
contenían una poderosa y simbólica carga escatológica. La
predicación en el desierto, el perdón de los pecados, el
anuncio del advenimiento de un reino celestial y el bautismo
en las aguas del río Jordán le transmitían a cualquier judío de
la época un mensaje inequívoco: Juan era Elías. Y había
regresado para allanar el camino de algo muchísimo más
grande. Había regresado para renovar el pacto del pueblo de
Israel. El bautismo en el río Jordán simbolizaba, por tanto,
la renovación del pacto entre Dios y su pueblo, precisamente
en el mismo lugar en el que los israelitas entraron a la tierra
de Israel tras el éxodo de Egipto. Era un símbolo de la
inminente restauración de Israel.

14
LOS HIJOS DE LUZ Y LOS HIJOS DE LAS
TINIEBLAS

El ambiente apocalíptico que impregnaba el judaísmo


en aquel entonces propició que la fama de Juan aumentara
rápidamente. Judíos de todas las regiones de Israel y de todos
los estratos sociales acudían a él para recibir el bautismo y
prepararse para la llegada del Mesías. También Jesús de
Nazaret acudió al río Jordán para ser bautizado por Juan:
"Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de
Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán"
(Marcos 1, 9).
Según las fuentes sinópticas, Jesús estuvo un tiempo
viviendo en el desierto. Tras recibir el bautismo no regresó
a su casa en Nazaret, donde se había criado, sino que se
quedó en el desierto para ser tentado por el diablo9. La
imagen de un Jesús todavía desconocido, cerca del año 26,
pasando un tiempo en el desierto encaja dentro del marco
del judaísmo de la época. Como Jesús, muchos judíos se
alejaban al desierto para realizar una especie de búsqueda
espiritual personal.

9 Marcos 1, 12.

15
Flavio Josefo escribe en su autobiografía que, en su
juventud, entre los años 54 y 56, decidió pasar tres años en
el desierto como discípulo de un predicador llamado Banus:
"Cuando tenía alrededor de dieciséis años […]
oí hablar de un tal Banus que vivía en el
desierto, llevaba un vestido hecho de hojas,
comía alimentos silvestres, se lavaba varias
veces de día y de noche con agua fría para
purificarse y me hice su discípulo. Después de
estar con él tres años, una vez cumplido mi
propósito, regresé a la ciudad" (Vida de Josefo
II, 10-12).
La figura de Banus, de quien no se conservan más noticias
que las proporcionadas por Flavio Josefo, tiene analogías
claras con Juan el Bautista: la vida ascética, la forma de vestir,
el tipo de alimentos y los baños de purificación. Ambos
personajes, Juan y Banus, confirman la atracción que sentían
algunos judíos del periodo del segundo Templo por el
desierto. Ambos, además, admitían discípulos. En este
sentido hay también un parecido entre Flavio Josefo y Jesús
de Nazaret. Josefo acudió al desierto después de haber
estudiado, según él mismo cuenta en sus memorias, con
saduceos, fariseos y esenios. Como parte de su formación
religiosa e intelectual, llegado el momento, abandonó la
ciudad para lograr su autorrealización y buscar su identidad
personal en la tranquilidad del desierto. Es lógico imaginar
un proceso semejante en Jesús. En su búsqueda personal, a

16
medida que iba descubriendo su vocación rabínica, Jesús
habría dejado su entorno social y familiar en Galilea para
unirse al grupo de seguidores de Juan el Bautista.
Los bautistas, grupo al que perteneció Jesús en algún
momento de su juventud, fueron bastante numerosos y no
desaparecieron tras la muerte de Juan. La gente aún
recordaba a Juan varios años después de su ejecución a
manos de Herodes Antipas, y algunos incluso seguían
considerándolo un profeta. Nadie se sorprendió al escuchar
su nombre cuando fue mencionado por Jesús en sus disputas
con las autoridades del Templo. Todos en Jerusalén sabían
perfectamente quién había sido Juan el Bautista10. Unas
décadas más tarde, alrededor del año 54, cuando Pablo de
Tarso se encontraba predicando en la región de Asia Menor,
aparecieron en la sinagoga de Éfeso varios judíos que habían
recibido el bautismo de Juan, pero desconocían totalmente
a Jesús11. A mediados del siglo I, la escuela escatológica
fundada por Juan el Bautista todavía contaba con discípulos
dentro de las comunidades judías, tanto dentro como fuera
de Israel. Y Juan era mucho más conocido que Jesús de
Nazaret. Algunos seguidores de Juan pasaron a ser
seguidores de Jesús luego de escuchar las enseñanzas de
Pablo.

10 Marcos 11, 27-33.


11 Hechos de los Apóstoles 19, 1-7.

17
El ambiente de excitación mesiánica que se respiraba en el
desierto tuvo que haber influido de manera notable en el
pensamiento de Jesús de Nazaret, y probablemente llegó a
conocer de cerca a los grupos que se movían por la zona. Es
posible relacionar algunos componentes de la doctrina de
Jesús con la ideología de las sectas del desierto. Un caso
ilustrativo es el episodio del hombre rico mencionado en la
tradición sinóptica. Un hombre que tenía muchos bienes se
acercó a Jesús y le preguntó qué hacer para heredar la vida
eterna. Jesús, en su respuesta, primero le recordó los
mandamientos de la Torá que aparecen en el Decálogo y
luego le recomendó, para ser perfecto, que venda todos sus
bienes y reparta las ganancias entre los pobres12. Las
primeras comunidades de judeocristianos interpretaban este
mensaje de manera literal. Vendían todas sus posesiones y
haciendas y distribuían el dinero según las necesidades de
cada uno13. Esta regla comunitaria era muy rigurosa y
condenaba de manera categórica la propiedad privada14.
Los esenios, igual que las comunidades del cristianismo
primitivo, también rechazaban la propiedad privada. Los
qumranitas renunciaban a todos sus bienes en beneficio de
la comunidad, como se desprende de los escritos de Flavio
Josefo y del análisis de los Manuscritos del Mar Muerto. La
Regla de la Comunidad (Serej HaYajad, en hebreo), hallada

12 Marcos 10, 17-25.


13 Hechos de los Apóstoles 2, 42-47.
14 Hechos de los Apóstoles 5, 1-10.

18
en una cueva frente al asentamiento de Qumrán, es clara en
este aspecto:
"Cuando hayan completado un año dentro de la
comunidad, serán interrogados sobre sus
asuntos, acerca de su discernimiento y de sus
obras con respecto a la ley. Y si sale el lote de
incorporarse a los fundamentos de la
comunidad según los sacerdotes y la mayoría de
hombres de la alianza, también sus bienes y sus
posesiones serán incorporados" (1QS, VI, 18-
19).
Esta forma de organización comunitaria pudo haber sido
conocida por Jesús de Nazaret durante su estadía en el
desierto. Quizás directamente, visitando a los pobladores de
Qumrán por su propia cuenta, o indirectamente, a través de
las experiencias trasmitidas por Juan el Bautista o por algún
otro miembro de la secta de los esenios. De todas maneras,
a diferencia de la comunidad de Qumrán, Jesús nunca exigió
como requerimiento sine qua non para la salvación la
desposesión de todos los bienes. El episodio del hombre
rico es una recomendación. Si el hombre rico quisiera ser
perfecto, y el cumplimiento de la Torá le resultase
insuficiente, que venda entonces todos sus bienes y reparta
el dinero entre los pobres. Esta aspiración de estándar tan
elevado coincide con la ideología ascética de los grupos
apocalípticos de la época que abandonaban la ciudad para
recluirse en el desierto.

19
Los manuscritos de Qumrán sirven para contextualizar el
ambiente de entusiasmo apocalíptico en el que vivían
algunos grupos judíos durante la época del segundo Templo,
así como para comprender mejor la simbología escatológica
que representaba el desierto para el pueblo judío.
La posibilidad de que Jesús conociera de cerca a los grupos
del desierto se vuelve todavía más verosímil analizando su
predicación durante el famoso Sermón del Monte:
"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo
y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad
a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen […] Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué mérito tendréis?" (Mateo 5, 43-46).
Al predicar amor a los enemigos, Jesús se distanciaba
drásticamente de la ideología de Qumrán, que combinaba un
amor ferviente a los miembros de su secta con el odio a
todos los demás, como se observa en la Regla de Comunidad
de los Manuscritos del Mar Muerto:
"Amar a los hijos de la luz […[ y odiar a todos
los hijos de las tinieblas" (1QS I, 9-10).
Los esenios se veían a sí mismos como los hijos de luz que
pelearían contra los hijos de las tinieblas en una inminente
guerra apocalíptica y cuya primera batalla tendría lugar en el
desierto.

20
Las palabras de Jesús constituían, por tanto, una referencia
directa a la ideología de los esenios. En su etapa de
introspección en el desierto, Jesús fue creciendo
intelectualmente hasta alcanzar su madurez y ser capaz de
incorporar en su doctrina personal algunos elementos
qumranitas y, al mismo tiempo, rechazar otros. El amor a los
enemigos es, a fin de cuentas, un rasgo característico de la
predicación de Jesús de Nazaret. Un rasgo que coincide con
su filosofía de aceptación, heredada quizás de Juan el
Bautista, de aquellos que habían sido rechazados
socialmente por otros movimientos de la época: enfermos,
endemoniados, publicanos, prostitutas y demás marginados.
Esta predicación incluyente de Jesús, tan radicalmente
opuesta a la de los esenios, le generó muchísimas críticas de
sus paisanos galileos coetáneos, que no comprendían por
qué un rabino de su talla se sentaba a comer en la misma
mesa con publicanos y pecadores.

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