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SEMINARIO INTENSIVO: Jacques Derrida

Márgenes éticos-políticos de la descontrucción

Prof. Dr. Carlos Contreras Guala

Abner Manuel Cheuquel Gajardo

Un nuevo género de filósofos


está apareciendo en el horizonte:
yo me atrevo a bautizarlos con
un nombre no exento de peligros.
Tal como yo los adivino, tal
como ellos se dejan adivinar
—pues forma parte de su naturaleza
el querer seguir siendo enigmas
en algún punto—, esos filósofos
del futuro podrían ser llamados
tentadores. Este nombre mismo es, en
última instancia, sólo una tentativa y, si
se quiere, una tentación.

F. NIETZSCHE

1
“creo asimismo en la necesidad del desmontaje de sistemas, creo en la necesidad del análisis
de las estructuras para ver lo que ocurre allí donde funciona, allí donde no funciona, por qué
la estructura no llega a cerrarse, etc. Cuando he utilizado esta palabra [deconstrucción] tenía
la impresión de traducir dos términos de Heidegger en un momento en que me fue preciso
en este contexto (...) cuando otros se han interesado por ella [la palabra deconstrucción], he
intentado determinar este concepto a mi manera, es decir, según lo que me parecía la mejor
manera, insistiendo en el hecho de que no se trataba de una operación negativa”1

La imposibilidad de descansar en la simple permanencia de un Presente Viviente, origen uno


y absolutamente absoluto del Hecho y del Derecho, del Ser y del Sentido, pero siempre otro
(autre) en su identidad consigo mismo, la impotencia de encerrarse en la inocente indivisión
del Absoluto originario, porque no es presente más que difiriéndose sin descanso, esa
impotencia y esa imposibilidad se dan en una conciencia originaria y pura de la Diferencia
(Différence). Una conciencia así, con el extraño estilo de su unidad, debe poder ser devuelta
a su luz. Sin ella, sin su dehiscencia propia, nada aparecería2.

Jacques Derrida fue el último sobreviviente del grupo conocido como 'los pensadores del
68', entre los cuales se cuenta a Foucault, Barthes, Deleuze, Althusser y Lacan. Un grupo
que, en el espíritu rebelde que corría por los pasillos de las universidades europeas de aquel
año, le dio un nuevo aire a antiguas doctrinas como el existencialismo o el estructuralismo.
No puede obviarse la dificultad que implica la experiencia de lectura de la obra de Derrida.
Escritura profusa, diseminada, a menudo equívoca y extraordinariamente performativa
cuyo carácter abierto es consecuencia de un pensamiento vivo…

El espacio llamado “texto” atraviesa a su lector tanto como éste atraviesa el texto. “En la
lengua no hay más que diferencias”. Es decir, los elementos del lenguaje solo adquieren
valor al oponerse a otros elementos. Valor diferencial. El pensamiento derrideano asume la
necesidad de la problemática estructuralista. En los textos descontructivos no habría un
punto central, un lugar fundamental que permitiera establecer un sistema y organizar
procedimientos metodológicos. ¿Qué esperar en los textos de Derrida? La desconstrucción
es un intento de volver a visitar la necesidad y la posibilidad de la filosofía con vistas a
descubrir y describir sus inevitables inconsistencias y aporías. La estrategia desconstructiva
opera, por así decirlo, en forma inmanente, interna. Derrida plantea que la desconstrucción
debe pasar por una fase de inversión. La escritura es ella misma una estrategia de
desconstrucción.

1 L’oreille de l’autre. Textes et débats avec Jacques Derrida (C. Levesque y C. McDonald, eds.), Montreal :
VLB, 1982, pp. 117-119.
2 Derrida, J., “Introducción a El origen de la geometría de Husserl”

2
[...] una oposición de conceptos metafísicos (por ejemplo, habla/escritura, presencia/ausencia, etc.)
no es jamás el cara-a-cara de dos términos, sino una jerarquía y el orden de una subordinación. La
deconstrucción no puede limitarse o pasar inmediatamente a una neutralización: debe, por un doble
gesto, una doble ciencia, una doble escritura, practicar una reversión de la oposición clásica y un
desplazamiento general del sistema. Sólo a esta condición la deconstrucción se dará los medios para
intervenir en el campo de las oposiciones que ella crítica y que es también un campo de fuerzas no-
discursivas. Cada concepto, por otra parte, pertenece a una cadena sistemática y constituye él mismo
un sistema de predicados. No hay concepto metafísico en sí. Hay un trabajo -metafísico o no sobre
sistemas conceptuales. La deconstrucción no consiste en pasar de un concepto a otro sino en revertir
y desplazar un orden conceptual así como también el orden no conceptual al cual él se articula. Por
ejemplo, la escritura, como concepto clásico, comporta predicados que han sido subordinados,
excluidos o tenidos en reserva por fuerzas y según necesidades a analizar. Son estos predicados (he
recordado algunos) cuya fuerza de generalidad, de generalización y de generatividad se encuentra
liberada, injertada sobre un «nuevo» concepto de escritura que corresponde también a lo que ha
siempre resistido a la vieja organización de fuerzas, que ha siempre constituido el resto, irreductible a
la fuerza dominante que organizaba la jerarquía -digamos, para ir rápido, logocéntrica. Dejar a ese
nuevo concepto el viejo nombre de escritura, es mantener la estructura de injerto, el pasaje y la
adherencia indispensable para una intervención efectiva en el campo histórico constituido. Es dar a
todo lo que se juega en las operaciones de deconstrucción la oportunidad y la fuerza, el poder de la
comunicación3.

Christopher Norris sostiene que la mejor manera de proceder para hablar de deconstrucción
es mediante una serie de descripciones negativas4. Gadamer, por su parte explica que
“después de los intentos de Heidegger de abandonar el ‘lenguaje de la metafísica’ con ayuda del
lenguaje poético, me parece que sólo ha habido dos caminos transitables, y que han sido transitados,
para franquear una vía frente a la autodomesticación ontológica propia de la dialéctica. Uno de ellos
es el regreso de la dialéctica al diálogo, y de este a la conversación... el otro es el de la
deconstrucción, estudiada por Derrida5”

La alteridad es una de las nociones que gravitan con mayor fuerza en la determinación de la
huella y de la deconstrucción; por ello, Derrida llega a decir que “la crítica del
logocentrismo es, sobre todo, no otra cosa que la búsqueda del otro y el otro del lenguaje”6.

El logocentrismo también es, fundamentalmente, un idealismo. Es la matriz del idealismo.


El idealismo es su representación más directa, su fuerza más dominante. Y el desmonte del
logocentrismo es simultáneamente —a fortiori— una deconstrucción del idealismo o del
espiritualismo en todas sus variantes. Verdaderamente aquí no se trata de «borrar» la
«lucha» contra el idealismo. Ahora que, naturalmente, el logocentrismo es un concepto más
amplio que el de idealismo, al que sirve de base desbordante. Más amplio también que el de
fonocentrismo. Constituye un sistema de predicados, ciertos de los cuales siempre pueden

3 Derrida, J., “Signature, événement, contexte”, en Marges de la Philosophie, Paris, Minuit, 1972, pp. 392-
393.
4 CRISTOPHER NORRIS, Derrida, Londres: Fontana Press, 1987, p. 18.
5 HANS-GEORG GARDAMER, Verdad y método, Salamanca: Sígueme, 1992, p. 355.
6 Ibídem, p. 123.

3
encontrarse en las filosofías que se dicen no-idealistas, o sea anti-idealistas. El manejo del
concepto de logocentrismo es pues delicado y a veces inquietante7.

La obra de Derrida se centra en el lenguaje. Sostiene que el modo metafísico o tradicional


de lectura produce un sinnúmero de falsas suposiciones sobre la naturaleza de los textos.

La traducibilidad garantizada, la homogeneidad dada, la coherencia sistemática absolutas,


eso es lo que hace seguramente (ciertamente, a priori y no probablemente) la inyunción, la
herencia y el porvenir, en una palabra lo otro, imposibles. Es preciso la disyunción, la
interrupción, lo heterogéneo si al menos es preciso, si es preciso dar una oportunidad a
algún «es preciso» que sea, aunque sea más allá del deber.
Una vez más, aquí como en otro lado, dondequiera que se trate de la deconstrucción, se
trataría de ligar una afirmación (en particular política), si la hay, a la experiencia de lo
imposible, que no puede ser más que una experiencia radical del quizá.

La engañosa ilusión del logos es que el decir y el querer-decir coinciden, que su relación
originaria y esencial con la voz no se rompe nunca. Solidario asimismo de la inclinación
metafísica a determinar el ser del ente como presencia, el logocentrismo como orientación
de la filosofía hacia un orden del significado (Pensamiento, Verdad, Razón, Lógica,
Mundo) concebido como fundamento que existe por sí mismo es, en resumidas Cuentas,
idealismo. Idealismo que favorece el contenido eidético, la idea, el sentido o significado;
que potencia la presencia de idealidades, de formaciones de sentido cuya posibilidad está
constituida por la repetibilidad entendida como poder de reiterar el mismo sentido. Lo cual
implica alcanzar el principio de identidad (fundamental para la plenitud de la presencia en
sí, de la conciencia misma)8.

La deconstrucción, si la hay, nunca se postuló como un más allá de los muros ineficazmente
fortificados de la metafísica, sino como un hacer temblar las estructuras que la constituyen,
habitando las fisuras desde el interior mismo de la tradición logocéntrica. En este mismo
sentido, a la hora de volcar su reflexión sobre la cuestión del animal, Derrida no hace más
que mantenerse fiel a ese impulso que comenzó con su lectura deconstructiva de Husserl y
continuó hasta el final de sus días 9. Para Derrida, el problema de los centros es que intentan

7 J. Derrida, Posiciones (Madrid: Pre-textos, 1977), p. 118.


8 Cf. De Peretti, Cristina. Jacques Derrida, Texto y deconstrucción. p. 32.
9 Sebastian Chun, Política y ética en el pensamiento de Jacques Derrida, Tesis para optar grado de doctor en
Filosofía, Buenos Aires, p. 281.

4
excluir y que al hacerlo ignoran, reprimen o marginan a otros (que pasan a ser lo Otro). En
las sociedades en las que el hombre es la figura dominante, él es el centro, y la mujer es el
Otro marginado, reprimido, ignorado. El deseo de tener un centro origina opuestos binarios,
de los cuales un término es central y el otro, marginal. Además, los centros quieren definir
o fijar el juego de los opuestos binarios. La deconstrucción es una táctica para descentrar,
una manera de abordar la lectura que ante todo nos permite advertir la centralidad del
componente central. Luego, intenta subvertirlo para que la parte marginada pase a ser la
central y temporariamente elimine la jerarquía.

La propuesta gramatológica prueba ya que el intento derridiano es mucho más complejo en


la medida en que sitúa el combate en los límites de una clausura del pensamiento
tradicional que no se transgrede jamás de una vez por todas. Para Derrida no se trata de
franquear una supuesta línea divisoria entre la metafísica y su exterioridad absoluta para
situarse, más allá de la primera, en la segunda:
No hay transgresión si por ello se entiende la instalación pura y simple en un más allá de la
metafísica, en un punto que sería, no lo olvidemos, también y en primer lugar un punto de
lenguaje o de escritura. Ahora bien, incluso en las agresiones o transgresiones empleamos al
hablar un código al que la metafísica está irreductiblemente unida, de tal f o r m a que todo
gesto transgresor nos encierra, dándonos pie a ello, en el interior de la clausura. Pero
mediante el trabajo que se hace de un lado y del otro del límite, el c a m p o interior se
modifica y se produce una transgresión que, por consiguiente, no está presente en ninguna
parte como un hecho consumado. Uno no se instala nunca en una transgresión ni habita
jamás fuera de ella. La transgresión implica que el límite está f u n c i o n a n d o siempre.
No obstante, el «pensamiento-que-no-quiere-decir-nada», que excede, al interrogarlos, el
querer-decir y el querer-oírse-hablar, este pensamiento que se enuncia en la gramatología se
da justamente como lo que no está en absoluto seguro de la oposición entre el f u e r a y el
dentro. Al término de un cierto trabajo, el concepto mismo de exceso o de transgresión
podrá volverse sospechoso10.

Derrida es uno de esos molestos genios con quien puede tomarse una clase, leer media
docena de sus libros y continuar sin comprender una sola idea de las que enuncia11.
AChG.
Larapinta, 30 agosto 2019.

10 De Peretti, p. 123-124.
11 Derrida para Principiantes.

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