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~I Haciaunnuevorostro
111dela moralcristiana
Eduardolópez Azpitarte, S.J.

CUADERNOS DE FE y CULTURA
13

Eduardo López Azpitarte, S. J.

Hacía un nuevo rostro


de la moral cristiana

CUADERNOS DE FE y CULTURA

81..---
.iteso
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

López Azpitarte, Eduardo


Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana

1. Ética cristiana - Autores católicos. 2. Vida


cristiana - Autores católicos. 1.1. 11.Serie.

BJ 1249 L66.2000

Norma Patiño Dominguez


DISE~ODELA COLECCiÓN

Andrés Navarro Zamora


CUIDADODELAEDICIóN

1a. Edición, 2000


D.R. @ Instituto Tecnológico y de Estudios
Superiores de Occidente, A.C.
D.R. @ Universidad Iberoamericana Plantel Golfo-Centro
(Comunidad Universitaria Golfo-Centro, A.C.)
D.R. @ Universidad Iberoamericana Plantel Laguna
(Formación Universitaria y Humanista de la Laguna, A.C.)
D.R. @ Universidad Iberoamericana Plantel León
(Promoción de la Cultura y la Educación Superior del Bajio, A.C.)
D.R. @ Universidad Iberoamericana Plantel Noroeste
(Promoción y Docencia, A.C.)
D.R. @ Universidad Iberoamericana Plantel Santa Fe
Prol. Paseo de la Reforma 880
Col. Lomas de Santa Fe
Deleg. Alvaro Obregón
01210 México, D.F.

ISBN 968-859-409-1

Impreso y hecho en México


Printed and made in Mexico
I LA SITUACiÓN ACTUAL

1 Rechazogeneralizadode la ética 5
2 Algunos rasgosde la postmodefiÚdad:
el fenómenode la microética 6
3 Rechazode lo absoluto 7
4 Los riesgosy peligrosde esta situación:
escepticismoy comodidad. ..9
5 La toleranciacomo valorprioritario lO
6 Haciauna presentaciónmás actualizada
y comprensible 12
7 La nostalgiade un pasadoy huidahacia
la privatización ... ... ..13
8 Unas ofertasen rebaja:
eljuego de las estratégiasy concesiones 14

II LA 'URGENCIADE UNA MORAL:


LA DIMENSiÓN HUMANA

1 La moralcomo necesidadantropológica 17
2 El ser humanocomo artesanode su propiahistoria 18
3 Un horizontede sentido:
remedioa la crisisde identidad 20
4 Una etapacoactivay molesta:
la superacióndel capricho 22
5 La alimentaciónpsíquicay afectiva:
unacondiciónimprescindible ..23
6 El riesgode unamoralinfantil 24
7 La concienciaautoritaria 25
8 La autonomía:unaexigenciaparala madurez 28
9 La autoridaden el campode la ética 29
10 Las motivacionesinconscientes 30
11 Las conductaspseudo-morales 31
12 La funciónde los valores en la conductahumana 33
13 Más allá de la infonnación:
educaciónde la sensibilidad. ... 34
14 Una llamada interior que compromete 36
15 La concretización de los valores:
el diálogo de las ciencias 37
16 Influjo de los avances técnicos en la reflexión ética 38
17 Influjo de la cultura en la valoración de la realidad 40
18 Diversos modelos culturales 41
19 La superación de un doble peligro 42
20 La teología de los hechos consumados 44
21 Para eliminar la angustia y la incertidumbre 46

nI LA DIMENSIÓN RELIGIOSA
Y SOBRENATURAL DE LA ÉTICA

1 La fe como ruptura de todo perfeccionismo 49


2 La experiencia de la gratuidad 50
3 Una nueva doctrina teológica:
la doctrina y praxis de Jesús 51
4 El radicalismo en la propia limitación 52
5 Una pobreza bienaventurada:
la fuerza de la debilidad 53
6 La dimensión cristológica de la moraL 54
7 La superación de un mimetismo narcisista 56
8 Las enseñanzas de la revelación:
dimensión humana y sobrenatural ..58
9 Nivel ético, religioso y cristológico 59
10 La espicificidad de la ética cristiana 61
11 Influencias de la fe como motivo y confirmación 62
12 Hacia un humanismo sobrenatural 63
13 La superación de la ley:
el mensaje de la superación cristiana 64
14 La fuerza del dinamismo diferente 66
15 Hacia una moral personalista:
más allá de las obligaciones generales 67
16 Más allá de una preocupación individualista 69
17 Una lucha contra el misterio del maL 71
18 La solidaridad con el pecado 72
19 ¿Somos todos culpables? 74
Conclusión 77

I
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 5

l. LA SITUACIÓN ACTUAL

1. Rechazo generalizado de la ética.

El ambiente social que nos rodea ha cambiado mucho en relación


con el de épocas anteriores todavía cercanas. Siempre han existido debi-
lidades e incumplimientos de las normas éticas, pero lo más característi-
co de la situación presente es que ya se duda sobre la utilidad y
conveniencia de que existan. Hablar hoy de moral despicrta enseguida un
fuerte sentimiento de agresividad y rechazo, contra algo que nos hizo
sufrir y provocó con frecuencia experiencias negativas y scntimientos de
culpabilidad.

No pretendo ahora exponer los diversos movimientos y sistcmas idco-


lógicos que niegan, de múltiples maneras y a un nivel más radical y abs-
tracto, la posibilidad de presentar una ética con una base objetiva, razonable
y válida para nuestro tiempo. Aunque, a lo largo de estas reflexiones, ofrez-
camos algunos datos que pueden servir como un intento de rcspuesta, nos
interesa, sobre todo, constatar las dificultades más sencillas y ordinarias que
motivan, en muchos, su negativa, desprecio y lo que a veces es todavía peor,
su absoluta indiferencia frente a la nonnativa ética.

Entre otras afirmaciones, que se podrían multiplicar o exprcsar con


un lcnguaje diferente, sc oye decir, o se siente sin manifestarlo, que la
moral es una forma de infantilismo por la que se considera al hombre
como un niño permanente, para decirle en cada momento lo que tiene que
hacer. La gente vive en un clima de libertad y autonomía y no está dis-
puesta a perderla con el sometimiento a unas normas externas, coactivas
y autoritarias. Lo único importante es la conciencia de cada individuo
para que decida de acuerdo con su propia responsabilidad, sin que nadie,
desde fuera, le pueda imponer una conducta determinada. La sociedad
moderna se ufana de haber alcanzado una mayoría de edad, incompatible
con una obediencia infantil a la ley.

Los cambios, por otra parte, han sido demasiado cvidentes y


significativos para seguir creyendo que lo que ahora se manda va a ser
una verdad definitiva e inmutable. Sin duda, el denominador más común
y significativo es el amplio pluralismo existente en nuestra sociedad. La
6 Eduardo López Azpitarte, S. J.

oferta de opciones sobre los múltiples problemas éticos es tan amplia y


contradictoria que se encuentran soluciones para todos los gustos e ideo-
logías. Esta diversidad no afecta exclusivamente a la solución de ciertos
problemas, como siempre ha sucedido en todas las épocas, por la com-
plejidad de los valores éticos y su aplicación a las situaciones concretas.!
Las diferencias abarcan también a otros aspectos mucho más nmdamen-
tales. La concordia básica de antes se ha fraccionado en diversas posturas
que mutuamente se excluyen. Cualquiera que busque una información se
va a encontrar con una variedad de respuestas que desconciertan y pro-
vocan una fuerte inseguridad. Hoy se aceptan conductas que, en épocas
anteriores, estaban condenadas, y lo que antes no era lícito, a lo mejor hoy
resulta posible. Una moral que cambia y evoluciona pierde por completo
su credibilidad, pues no tiene raíces suficientes para exigir una confianza
plena.

2. Algunos rasgos de la postmodernidad:


el fenómeno de la microética

El esfueIZopor una explicación razonable, al que muchos se agarra-


ban como la única alternativa posible, no ha tenido demasiado éxito. El
mismo pluralismo vigente ha despertado un enorme desencanto de la
razón, como un camino que no lleva con seguridad a la búsqueda de solu-
ciones éticas. La dispersión de criterios es un síntoma manifiesto de esta
incapacidad para una valoración objetiva de tantos problemas. Si la secu-
larización había puesto su confianza en el hombre, ahora éste, desilusio-
nado de esas promesas, acepta su propio fracaso y su impotencia moral.
Una sensación de vacío y desencanto se apodera de muchos ambientes,
como si fuera imposible la búsqueda de una opinión común. No cabe otra
alternativa que la resignación ante un intento inalcanzable. Del apogeo y
exaltación de la razón humana, que había impulsado la modernidad, se ha
pasado al pesimismo y desconfianza en la cultura postmoderna.2

1 Cf. E. LÓPEZ AZPITARTE,Fundamentación de la ética cristiana, San Pablo,


Madrid 19942,especialmente pp. 123-213.
2 Entre la abundante bibliografia, me remito a G. VATTIMO, El fin de la mo-
dernidad. Nihilismo y hermenéutica en la culturaposmoderna, Gedisa, Barcelona
1986. J. PICÓ(ed.), Modernidad y postmodernidad, Alianza Editorial, Madrid
1988. J.F. LYOTARD, La condición poslmoderna, Cátedra, Madrid 19894. A.
Jiménez, A vueltas con la posmodernidad Los rasgos de la sensibilidad posmo-
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 7

En este clima no desaparece por completo la preocupación ética,


como si no quedara otra salida que el más absoluto amoralismo, sino que
su imagen aparece dibujada con una serie de matices característicos, que
no se identifican con los más clásicos y tradicionales. Hoy ya se habla
sobre la existencia de una microética que se aleja progresivamente de los
esquemas anteriores. Sin estar ausentes los contenidos axiológicos, su
rostro presenta perfiles profundamente significativos, condicionados por
el fenómeno de la postmodernidad.3 Sólo nos interesa apuntar con breve-
dad algunos rasgos principales.

Ya no existen las grandes visiones universales, como un programa


coherente que orienta la vida, sino actitudes realistas y pragmáticas para
resignarse con lo poco que en cada momento se pueda. Todo proyecto
idealista y utópico está condenado al fracaso. La era de los grandes rela-
tos o de las síntesis armónicas pertenece a una época superada Sería inge-
nuo reconstruir la unidad perdida cuando sólo quedan fragmentos
aislados. No hay razón para creer en algo que pudiera selVir de funda-
mento. La fragmentación y el pluralismo forman parte inevitable de nues-
tra condición actual. Cualquier nostalgia de la unidad y armonía perdida
no tiene ninguna justificación. El fin de todo proyecto y normativa tota-
lizante significa el fin de la ética, al menos en la forma que prevalente-
mente ha asumido en el pensamiento moderno.4

3. Rechazo de lo absoluto y del esteticismo ético

A partir de los anteriores presupuestos, no resulta extraño que se lle-


gue al rechazo de toda valoración que pueda considerarse como definiti-
va, pues todo está sujeto a cambio cuando se descubren otras alternativas

derna, Proyección, 36 (1989) 295-311. L. GONZÁLEZ CARVAJAL,Ideas y creencias


del hombre actual, Sal Terrae, Santander 1991. M. RUBIO,El contexto de la mo-
dernidad y de la postmodernidad, en AA.VV., Conceptosfundamentales de ética
teológica, Trotta, Madrid 1992, 107-144. 1. L. DELBARCO,Del ocaso de la mo-
dernidad a la sensibilidad postmoderna, Pensamiento, 49 (1993) 201-216.
3 E. ALBURQUERQUE, Moral cristiana y pastoral juvenil. Fundamentos para una
propuesta ética, CCS, Madrid 1990.
4 G. VATTIMO,o. c. (n. 2), 12. J. M. MARDONES,Postmodernidady cristianismo.
El desafio del fragmento, Sal Terrae, Santander 1988. M. RUBIO,La condición
p,ostcristiana de la sociedad actual, Moralia 20 (1997) 211-234. 1. SANABRIA,
Etica y postmodernidad, Revista de Filosofía (México) 27 (1994) 51-96. AA.VV.,
PostmodernidadyMoral: ¿matrimonio imposible? Sínite nO109 (1995).
8 Eduardo López Azpitarte, S. J.

mejores. Si la época de las verdades absolutas pertenece al pasado, en el


que se buscaban garantías con una consistencia dudosa, ya no se puede
reivindicar la incondicionalidad de ningún principio como el único depo-
sitario para el discernimiento de la maldad o del bien. Nada hay definiti-
vo, pues todo puede cambiarse con el tiempo y las circunstancias. La
única obligación es la renuncia a cualquier tipo de dogmatismo como un
signo de respeto hacia otras mentalidades y como una confesión explíci-
ta de nuestra propia incapacidad para la búsqueda de seguridades. Del
hombre orgulloso por sus conquistas y descubrimientos no queda ya nada
mas que una imagen triste y despojada de su antiguo esplendor, donde
todo se ha relativizado para quedar en manos de la provisionalidad.

Hay que resignarse, por tanto, a vivir sin absolutos, pues la entrada
de la razón en el mundo de la ética, tan exigida en los autores actuales, no
da tampoco ninguna garantía absoluta, hasta el punto de convertirse, por
su incapacidad para responder a los interrogantes morales, en una razón
sin esperanza.5En cualquier caso, siempre será mejor un pluralismo en la
razón, aunque no ofrezca seguridades, pues no queda otra alternativa que
«el racionalismo o la barbarie».6

Tampoco se aprecia la coherencia de los criterios dentro de una síntesis


armoniosa. Cada uno puede elegir entre las múltiples ofertas que se presentan
aquellas que en cada momento le parezcan más seductoras, sin preocuparse
por la armonia e integración del conjunto. La obsesión por el csteticismo ético,
donde todo se encuentra bien encajado, es un intento por escaparse del desti-
no desgarrado y del asedio de tantas sospechas como hoy nos amenazan. La
clave está en vivir cada momento sin ninguna otra referencia. Sólo la propia
conciencia está capacitada para optar por aquellas reglas de comportamiento
en medio de esta multiplicidad existente. Vivimos, para sintetizarlo en unas
palabras, en la edad del fragmento, de lo parcial y provisorio, de lo débil e
inconsistente, de la inseguridad y de lo relativo.?

5 Es el título significativo de J. MUGUERZA, La razón sin esperanza, Taurus, Madrid


1977. En la misma línca se mueve M. A. QUIN[ANILLA,Afavor de la r~ón. Ensayos
de filosofia moral, Taurus, Madrid 1981. Cf J. J. GARRIOOZARAGOZA, Etica y razón
en lafilosofia española, en AA. vv., El hombre como realidad ética. En torno a las éti-
c,as contemporáneas, Facultad de Teología; Valencia 1990, 49-77. J. VICOPmNAOO,
Eticas teológicas ayer y hoy, San Pablo, Madrid 1996.
6 M. A. QUINTANILLA, O. c. (n. 5), 17.
7 G. LIPOVETSKY,La edad del vacío. Ensayos sobre el individualismo contem-
poráneo, Anagrama, Barcelona 1986. G. VATTIMO-P.A. ROVATTI(eds), El pen-
samiento débil, Cátedra, Madrid 1988.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 9

4. Los riesgos y peligros de esta situación:


escepticismo y comodidad

En un contexto cultural como éste, se esconden algunos peligros


fácilmente comprensibles y que constatamos con frecuencia a nuestro
alrededor. Solamente me limito a enumerados.

Se aumenta, en primer lugar, un talante de escepticismo e indiferen-


cia ante la dificultad de una fundamentación cierta y segura. Cuando son
tantas las opiniones y tan diferentes las ofertas éticas, no hay ningún
motivo para aceptar unas por encima de otras. No existe ningún impera-
tivo obligatorio por el que merezca la pena un determinado esfuerzo o
sacrificio. El ecumenismo ético se vuelve tan amplio e indulgente que no
se rechaza como inaceptable ninguna conducta.8 La tolerancia no es,
entonces, fruto de la consideración y deferencia hacia el otro, sino el sín-
toma de un escepticismo radical. Como la verdad no está garantizada, que
cada uno actúe y se comporte como le parezca. Hasta manifestar el pro-
pio convencimiento, si es que se tiene, provoca vergüenza y malestar, por
temor a ser considerado como poco comprensivo frente a otras posturas.
Es curioso observar cómo en muchas encuestas que se hacen por la calle
para determinados programas, cuando se pregunta sobre alguna valora-
ción ética, la respuesta más frecuente es dejar que cada persona proceda
como juzgue conveniente.

Esta incertidumbre e indiferencia se convierte también en un estí-


mulo para la comodidad, pues si cualquier oferta ética aparece tan válida
como las otras, la inclinación hacia lo que resulta menos molesto y exi-
gente se hace comprensible. Nadie tiene derecho a exigir o prolúbir una
conducta determinada, ya que todas gozan más o menos de la misma pro-
babilidad. La elección pertenece en exclusiva al propio individuo y, en
esta lúpótesis, sería absurdo optar por la más difícil y sacrificada. De alú
que "evitar el dolor y expandir el gozo me siguen pareciendo, después de
tantas acusaciones más o menos inconsistentes e inoportunas, los dos úni-
cos principios que vale la pena mantener en la filosofía moral académica
8 Es el miedo que manifestaron algunos obispos españoles il Pablo VI, tratando
de impedir la aprobación del decreto conciliar sobre la libertad religiosa, cuando
la inmensa mayoría ya había dado su parecer positivo. La carta, que no se publicó
hasta hace pocos años, es un testimonio significativo sobre el cambio que sc esta-
ba realizando. Cf. J. IRlBARREN,La libertad religiosa. Una carta inédita de obis-
pos españoles a Pablo VI, Teología y Catequesis, nO41-42, (1992) 153-170.
10 Eduardo López Azpitarte. S. J.

y en la vida práctica",9 Un cierto hedonismo de base queda latente en


estos planteamientos. Frente a una ética de exigencias y heroísmos se
levanta una moral de la satisfacción que responda a todos los deseos, inte-
reses, necesidades e ilusiones. El "¡vive feliz!" es el único imperativo
ético. 10

5. La tolerancia como valor prioritario

En estas circunstancias, cuando nada se considera cierto, absoluto


y definitivo, la tolerancia se revela como el valor prioritario de toda
sociedad. En lo único que todos estamos de acuerdo es en que no todos
tenemos que estar de acuerdo por la complejidad de los problemas, el
pluralismo de las soluciones y las dificultades para encontrar un funda-
mento común. Como no se puede imponer ninguna verdad por encima
de las otras opiniones, no cabe otra salida que el respeto hacia las dife-
rencias.11Es cierto que la tolerancia que nace del cariño y comprensión
hacia el que no participa de las propias ideas es un signo de madurez
personal y comunitaria. El fanatismo ha generado demasiada violencia,
incluso con un carácter religioso y sagrado, a lo largo de la historia.
Como patología del comportamiento se caracteriza por creerse posee-
dor absoluto y exclusivo de la verdad, que necesita imponerla a los
otros aun por medio de la fuerza y de la violencia. La renuncia a esta
actitud es una conquista del talante democrático que posibilita la convi-
vencia pacífica. 12

Nadie puede imponer, por tanto, su propia normativa. A veces será


necesario buscar un acuerdo entre los diferentes grupos o ideologías para
impedir actuaciones que vayan contra el bien común y para regular la
conducta dentro de los límites tolerables. La legislación civil no ha de
prohibir o aceptar los códigos éticos de una mentalidad concreta, sino que
9 E. GUlSÁN,Razón y pasión en ética. Los dilemas de la ética contemporánea,
Anthropos, Barcelona 1986, 319, YManifiesto hedonista, Anthropos, Barcelona
1990.
101. SÁBADA,Saber vivir, Ediciones Libertarias, Madrid 19857, 14l.
11 X. RUBERTDE VENTÓS,Las metopías. Metodologías y utopías de nuestro tiem-
po, Montesinos, Barcelona 1984. G. VATTIMO,Las aventuras de la diferencia.
Pensar después de Nietzsche y Heidegger, Península, Barcelona 1986. J.F.
LYOTARD,La diferencia, Gedisa, Barcelona 1991.
12 1. JOBLIN,La Iglesia y la guerra. Conciencia, violencia y poder, Herder,
Barcelona 1990.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 11

debe pennanecer abierta a las otras valoraciones diferentes que resulten


válidas y razonables para otros grupos. Esto significa, como se ha defen-
dido en una amplia tradición de la Iglesia,13que no todas las exigencias
éticas deben quedar sancionadas por el derecho, pero que también no todo
lo que se pennite y tolera en una legislación civil tiene que ser aprobado
por la moral. El peligro radica, entonces, -enno distinguir suficientemen-
te lo legal de lo ético, y tenninar aceptando, con todas sus lamentables
c0!lsecuencias, que la tolerancia o prohibiciónjuridica se identifica con la
bondad o la malicia ética.

La ley que pennite o rechaza una detenninada conducta es fruto,


entonces, de un consenso social en el que tienen cabida múltiples opcio-
nes. Se trata de un simple acuerdo, como condición previa para una vida
social, en la que los intereses contrapuestos admiten una cierta renuncia
en aras del bien común. Los esfuerzos se orientan en buscar, como en
política, una especie de moral consensada. Como para ello se requiere
una aprobación mayoritaria en las sociedades democráticas, la ética civil
se presenta con el respaldo de una mayoria que garantiza la defensa de
unos mínimos indispensables para la convivencia social. Una ética de
mínimos es a lo único que se puede aspirar14

La consecuencia más obvia de esta situación es que se llegue a la


pérdida de la propia identidad ideológica, de relativizar con exceso la ver-
dad sincera de cada uno, para diluida confusamente en un conjunto de
valoraciones demasiado comunes y poco exigentes. Que la moral cristia-

13 Ya santo Tomás afirmaba que: "la ley humana es impuesta a una multitud de
hombres, de los que la mayor parte no son perfectos. Por ello, la ley humana no
prohíbe todos los vicios de los que se abstienen los hombres, sino sólo los más
graves, de los que sí pueden abstenerse la mayor parte, sobre todo si van en per-
juicio de los demás, pues sin la prohibición de estos la sociedad humana no podría
conservarse... Por tanto, la ley humana no puede prohibir todas las cosas que pro-
híbe la ley natu~al", Suma Teológica, I-Il, q. 96, a. 2.
14 M. VIDAL,Etica ,civil y sociedad democrática, Desclée de Brouwer, Bilbao
1984. A. CORTINA,Etica mínima. Introducción a la Filosofia práctica, Tecnos,
Madrid 1986, y Moral civil en nuestra sociedad democrática, Razón y Fe, 112
(1985) 353-363. C. T,IllEBAur,Morales mínimas, Razón y Fe, 218 (1988) 199-207.
T. GONZÁLEZ Vn.LA,Etica común en una sociedad pluralista, Teología y Cateque-
sis, nO 39 (1991) 211-229. A.D. MORATALLA-B. BENNÁSSAR,Etica civil, en
AA.VV., o.c. (n. 2), 269-29\. A. CORTINA,Morales racionales de mínimos o
morales religiosas de máximos, Iglesia Viva n° 168 (1993) 527-543. E. LÓPEZ
AZPITARTEMoral cristiana y ética civil. Relación y posibles conflictos: Proyec-
ción 41 (1994) 305-314. Una crítica a estas éticas civiles en C. THIEBAUT,Cruces
y caras de la ética civil, Iglesia Viva nO187 (1997) 49-61.
12 Eduardo López Azpitarte. S. J.

na, en una palabra, pierda por completo su riqueza y sabor evangélico, al


participar como una más en el debate de los problemas éticos. Si la dis-
cusión pública se centra en los consensos mínimos, ¿no se rebajarán tam-
bién las exigencias cristianas?

6. Hacia una presentación más actualizada


y comprensible

Hay que reconocer que todas estas dificultades tienen un fundamen-


to real y objetivo. La moral había quedado reducida a un código de nor-
mas, preceptos y leyes, que regulaban el comportamiento hasta en los
más mínimos detalles. Por su origen y finalidad estaba orientada hacia la
práctica de la confesión hasta convertirse, casi exclusivamente, en una
especie de pecatómetro para conocer cuando una conducta es pecamíno-
sa y su correspondiente gravedad. Tanto la teología como la antropología
latente en semejante concepción, que pudo ser válida y provechosa para
otro momento histórico, aparecen ya como inadecuadas e incompletas.
Las criticas que, dentro del catolicismo, se han hecho desde hace algún
tiempo confirman esta opinión. La ética se ha rechazado no sólo porque
los hombres son malos y pecadores, sino porque su rostro tampoco se
había rejuvenecido para nuestra situación actual.15

Por eso, son muchas las preguntas que saltan inevitablemente frente
a la moral. ¿Es un camino de libertad o una forma de represión e infanti-
lismo? ¿Nace de una exigencia humana o se impone como una forma de
dominación? ¿Sirve para realizar al hombre o sólo para gratificar su nar-
cisismo y eliminar sus sentimientos de culpabilidad? ¿Resulta compatible
una vida feliz y dichosa con el sometimiento obligatorio a un cúmulo de
leyes? ¿Es posible la certeza en medio de un pluralismo ético? No hay
que multiplicar los interrogantes, aunque cada uno puede añadir sus pro-
pias dificultades.

Tal vez el análisis pueda parecer demasiado abstracto, pues en la


vida real no se utiliza este lenguaje, ni se tiene conciencia de que la pra-
xis se encuentra dinamizada por estos principios más ideológicos. Pero
15 Ph. WEBER,La moral del cristiano ayer y hoy, Selecciones de Teología 30
(1991) 287-295. M. VIDAL,Rasgos de la Teología moral del año 2000, Moralia
20 (1997) 153-170.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 13

basta observar las reacciones y comentarios a nuestro alrededor para


constatar cómo de hecho influyen y se hacen presentes. En cualquier
caso, aunque sea con matices algo diversos, bastantes estarán de acuerdo
en este diagnóstico fundamental. Vivimos en una sociedad desgarrada,
pluralista, secular, tolerante, en la que el espacio para la ética cristiana se
ha ido reduciendo de forma progresiva.16¿Cómo es posible que no pier-
da su influencia ni desaparezca su testimonio? Creo que, ante todo, habrá
que descartar algunas soluciones que no considero como válidas y efica-
ces.

7. La nostalgia de un pasado y huida hacia


la privatización

La primera pretende una vuelta nostálgica a épocas anteriores, con


la añoranza de recuperar ahora las seguridades perdidas, la mayor unani-
midad, el respeto a la tradición, el ambiente religioso que daba mayor
garantía. Un retorno a los tiempos de la cristiandad, donde la fe católica
orientaba la vida social. Muchos creerán, a lo mejor, que todos los males
actuales provienen de este cambio hacia un agnosticismo creciente. No
valoro esta postura, aunque se corre el peligro de idealizar con exceso el
pasado, olvidando que los frutos de esa siembra los estamos recogiendo
ahora en nuestra sociedad.

Cada uno podrá pensar como prefiera sobre la conveniencia o no de


esta vuelta a un pasado, donde la influencia de la Iglesia era mucho
mayor, pero esperar el fin de esta crisis es soñar con una época que no
volverá a repetirse. La dinámica de los procesos históricos no se dirige
con las simples nostalgias ni los buenos deseos. Mientras tanto, por si
algún día se consiguiera, sólo cabe el lamento pesimista para manifestar
el rechazo de.la situación actual, pero que no aporta otras alternativas, ni
estimula demasiado a un compromiso y esfuerzo por mejorar lo que sea
posible.

Tampoco tiene sentido una retirada hacia la privatización de la fe y


de la moral cristiana, como si en un mundo como el nuestro no hubiera

16 Ver el interesante artículo de P. VALADIER,La inseguritÚld ética,fuente de crea-


tividad moral, Selecciones de Teología, 28 (1989) 45-50.
14 Eduardo López Azpitarte, S. J.

ninguna posibilidad de hacer presente nuestra oferta o su palabra no


tuviera ya ninguna resonancia en el foro civil. El cristiano no puede resig-
narse a una vida de culto y oración, hacia la que muchos desearían orien-
tar a la Iglesia, incluso entre los mismos creyentes, para evitar la crítica
de sus propios esquemas e intereses. Sería una traición ocuparse de las
cosas del Padre, olvidando que el rostro de Dios está escondido detrás de
todos aquellos que sufren las consecuencias de nuestros egoísmos e injus-
ticias. El proyecto evangélico no es sólo escatológico, sino que hay que
hacerlo presente en las realidades del mundo actual. Sin negar el valor
profundo de la vida contemplativa, algunos movimientos renovadores
corren el peligro de un espiritualismo exagerado, que se hace muchas
veces más cómodo y menos arriesgado que una presencia comprometi-
da.]7 La imagen evangélica de la levadura no elimina la obligación de que
la luz brille y exista un testimonio público de la comunidad creyente.

8. Unas ofertas en rebaja:


el juego de las estrategias y concesiones

Ni es posible, finalmente, rebajar nuestras exigencias cristianas para


que tengan cabida dentro del mercado actual de valores. El diálogo con
otras ideologías, la confrontación con otros criterios éticos diferentes, la
apertura y sensibilidad frente a las críticas ajenas, no es sólo un gesto de
respeto, sino que constituye también una ayuda para el enriquecimiento
del propio patrimonio. Cualquier sistema, por muy falso que sea, pone de
relieve algún aspecto de la verdad que no conviene dejar en el olvido.
También la caricatura está deformada y, sin embargo, sabemos muy bien
a quién se refiere. Lo que no se puede es entrar en un juego de estrategias
y concesiones, como si se tratara de un simple debate político para bus-
car un acuerdo. Entrar en el diálogo como un interlocutor más, sin la fuer-
za para imponer a todos las propias valoraciones, no significa renunciar a
su defensa dentro de una sociedad plural y democrática. El laicismo auto-

17 Es el mismo fenómeno que explica también la proliferación de sectas reli-


giosas y el nacimiento de la nueva religiosidad. Cf. J. SUDBRACK,La nueva reli-
giosidad. Un desafio para los cristianos, Paulinas, Madrid 1990. P.
SALARULLANA, Las sectas, Temas de hoy, Madrid 19905. A. GONZÁLEZDORADO,
La Iglesia ante elfenómenos social de las sectas, Proyección, 38 (1991) 57-68.
E. GIL,Todo es posible: los nuevos movimientos religiosos, Sal Terrac, 79 (1991)
27-36. J. L. SÁNCHEZ NOGALES, La nostalgia del eterno. Sectas y re/igios;dad
alternativas, Ed. CCS, Madrid 1997.

I
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I
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Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 15

ritario, tal vez como reacción a los influjos anteriores de la Iglesia, quie-
re que domine una explícita mentalidad a-religiosa, pero en una sociedad
laica, donde todas las ideologías civiles y creyentes han de tener espacio,
cualquiera de los participantes tienen derecho a presentar sus propias
opciones.

La visión cristiana ya no aparece como el único proyecto ético con


validez universal, pero ello no implica renunciar al talante y radicalismo
evangélico que le caracteriza. No se trata de realizar una operación pare-
cida a las rebajas comerciales, como el que abarata el precio del mercado
a ver si la gente acepta mejor el producto que se le ofrece. Las palabras
de Jesús sobre la sal que se vuelve insípida y "no sirve para nada más sino
para ser tirada fuera y pisoteada de los hombres" (Mt 4,13) es un recuer-
do que no debemos olvidar. Es decir, la moral católica no tiene que cam-
biar por el hecho de estar situada en una sociedad pluralista. Al contrario,
en un mundo donde las prácticas y las creencias no ayudan para nada y
existen otros múltiples atractivos, la luz y la fuerza del evangelio deberían
tener una presencia mucho mayor.18

18 Ver los interesantes análisis de P. VALADIER,


La Iglesia en proceso. Catolicis-
mo y sociedad moderna, Sal Terrae, Santander 1990. 1. M' MARD0J'.!Es,Análisis
de la sociedad y fe cristiana, PPC, Madrid 1995. Y A. CORTINA,Etica civil y
religión, PPC, Madrid 1995.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 17

11La urgencia de una moral: la dimensión humana


1. La moral como necesidad antropológica
A pesar de todas las criticas y dificultades que se hayan levantado
contra la moral, nadie es capaz de aniquilada por completo. Se podrá
rechazar una ética determinada, pero todo ser humano, por el simple
hecho de existir, está condenado a vincularse con una moral. Por ello se
le ha definido "como el animal que sigue reglas"19

Aunque la sociobiología haya descubierto en la conducta humana estruc-


turas parecidas al comportamiento de los animales, existe una frontera cuali-
tativa que separa con nitidez ambos mundos. Los seres irracionales siguen
ciegamente las leyes de su naturaleza e instintos, que los conducen con una
eficacia admirable a la consecución de sus objetivos. No tienen otra moral que
el sometimiento a sus imperativos biológicos, teleológicamente ordenados al
bien individual y de la especie. Su orientación resulta tan perfecta y adecuada
que para actuar bien sólo tienen que dejarse llevar, sin necesidad de poner
ningún reparo, por el dinamismo interno de sus propias tendencias. A prime-
ra vista, incluso, habria que decir que se encuentran mucho mejor programa-
dos y con una dotación mejor de la que el hombre y la mujer poseen Venimos
a la existencia con un cierto defecto de fábrica, como si nos hubiera faltado
una revisión final.

Dicho de otra manera, nacemos sin estar hechos ni programados por la


propia naturaleza. Esta carencia radical con relación a los animales, que cata-
logaria al género humano como inferior y menos perfecta, se compensa radi-
calmente por la existencia de la libertad. Si en el animal los estímulos suscitan
en cada momento una respuesta determinada y precisa, el ser humano, para
vivir con dignidad, no se puede dejar conducir por los simples impulsos,
anárquicos y desordenados, sino que requiere un ajuste posterior para que su
conducta sea integrada y razonable. El animal que sigue las leyes de sus ins-
tintos, seria un animal perfecto, pero el hombre que respondiera de la misma
forma a las exigencias instintivas de sus pulsiones, se convertiria en una
auténtica bestia. Esta necesidad humana e irrenunciable de modelar nuestro
comportamiento brota, por tanto, de nuestras propias estructuras antropológi-
casoEstamos condenados -queramos o no queramos- a ser éticos.

19 R. S. PETERS,Ética de la educación democrática, Verbo Divino, Estella 1977,


I3.
18 Eduardo López Azpitarte. S. J.

Cuando Freud definía al IÚño como "un perverso poliformo"2o


expresaba de otra manera esa misma realidad. Necesitamos de una orien-
tación para canalizar las fuerzas anárquicas e instintivas hacia una meta
que no se consigue, dejándose conducir pasivamente por ellas. No es
IÚngún desprecio al ser humano, sino la constatación de una tremenda
realidad. La psicología humana, como un pedazo de arcilla en manos del
alfarero, es tan flexible y maleable que cualquier perversión puede insta-
larse en ella. Se trata de moderar el principio del placer -anárquico,
egoísta, desintegrado- con el principio de la realidad que posibilite el
acceso al comportamiento civilizado. Es el paso de la barbarie instintiva
a la cultura para construir un mundo humano que nace sobre una natura-
leza regida exclusivamente por las necesidades del impulso espontáneo.
El análisis sobre los "IÚños-salvajes" pone bien claro de maIÚfiestolas
consecuencias dramáticas de esta ausencia familiar.21

2. El ser humano como artesano de su propia historia

Educar no es, por tanto, sino el esfuerzo por extraer (educere), desde
la realidad íntima de lo natural e informe, una forma de conducta confi-
gurada que posibilite la integración dentro de un sistema humano de con-
vivencia. Un trabajo de pedagogía para que la persona no se convierta en
un hueso desencajado y molesto para la sociedad, que repercutiría tam-
bién sobre su propio psiquismo e impediría su desarrollo y maduración.
El individuo queda vinculado de esta forma en un amplio mundo de
comuIÚcacionese intercambios que le hace descubrir las reglas funda-
mentales para vivir en armonía con el grupo. La urgencia de configurar
nuestros mecaIÚsmosantropológicos es lo que Zubiri llamó moral como
"estructura", como el que intenta crear una obra con los materiales infor-
mes que tiene entre manos. Mientras que las opciones concretas y los
caminos que se elijan serán diversos de acuerdo con la decisión adopta-
da. El conjunto de normas y criterios particulares que se escojan para rea-
lizar esa tarea será la moral como conteIÚdo.22
20 S. FREUD,Una teoría sexual, en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid
1973, Il, 1205.
21 Cf. el estudio de L. MALSON,Los niños selváticos, Eudeba, Buenos Aires 1964
22 J. L. LÓPEZARANGUREN,Etica, Alianza Editorial, Madrid 1981,47-57. M.
GRANELL,La vecindad humana, Revista de Occidente, Madrid 1969,418-454. El
mismo santo Tomás ya había insistido en la necesidad de distinguir entre ambos
significados, Suma Teológica, I-n, 58, 1. Cf. también G.F. D' ARCAlR,Educación.
cn Diccionario de Ciencias de la educación, Paulinas, Madrid 1990,564-593.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 19

La misma etimología de la palabra "ética" nos da un sentido mucho


más rico y profundo de lo que para mucho significa este ténnino. El
"ethos", en la existencia humana, es la cara opuesta del "pathos", como
una doble dimensión que cualquier sujeto experimenta. Dentro de esta
última acepción entraría todo lo que nos ha sido dado por la naturaleza,
sin haber intervenido o colaborado de manera activa en su cxistencia. Lo
llamamos así por haberlo recibido "pasivamente", al margen de nuestra
decisión o voluntad. Es el mundo que constituye nuestro talante natural,
nuestra manera instintiva de ser, que "padecemos" como algo que nos ha
sido impuesto, y que no sirvc, como hemos visto, para dirigir nuestra con-
ducta. Ofrece los materiales sobre los que el hombre y la mujer han de
trabajar para construir su vida, como el artista esculpe la madera para
sacar una obra de arte.

Para expresar este esfuerzo activo y dinámico, que no se deja vencer por
el "pathos" recibido, el griego se valía de la palabra "éthos", pero con dos sig-
nificaciones diferentes. En el primer caso, indicaba fundamentalmente el
carácter, el modo de ser, el estilo de vida que cada persona le quiere dar a su
existencia. Mientras que su segunda acepción haria referencia a los actos con-
cretos y particulares con los que se lleva a cabo semejante proyecto.

Tendriamos que decir, por tanto, que la función primaria de la moral


consiste en dar a nuestra vida una orientación estable, encontrar el cami-
no que lleva hacia una meta, crear un estilo y manera de existir coheren-
te con un proyecto.23La ética consistiria, entonces, en darle a nuestro
"pathos" -ese mundo pasivo y desorganizado que nos ofrece la naturale-
za- el estilo y la configuración querida por nosotros, mediante nuestros
actos y formas concretas de actuar. Aquí está la gran tarea y el gran des-
tino del hombre y de la mujer.

Ser persona exige un proyecto de futuro, que detennina el compor-


tamiento de acuerdo con la meta que cada uno se haya trazado. Hacer
simplemente lo que apetezca es descender hacia la zona de lo irracional,
a un nivel por debajo de los animales -cuya conducta queda regulada por

23 Hablando de Sócrates, X. ZUBIRIcomenta: "El vocablo griego éthos tienc un


sentido infinitamente más amplio que el que hoy damos a la palabra ética. Lo
ético comprende, ante todo, las disposiciones del hombre en la vida, su carácter,
sus costumbres y, naturalmente, también la moral. En realidad, se podría traducir
por «modo o forma» de vida, en el sentido hondo de la palabra, a diferencia de la
simple manera, Naturaleza, Historia, Dios, Editora Nacional, Madnd 1963,207.
20 Eduardo López Azpitarte, S. J.

sus instintos-, para adoptar como criterio único el capricho y el libertina-


je. Toda persona ineludiblemente, tiene que plantearse el sentido que
quiere darle a su vida, la meta hacia la que desea orientarla. Se trata de
una pregunta a la que hay que responder de una u otra manera, pues hasta
el suicidio supone una respuesta implícita: la vida no merece la pena. La
praxis ética se convierte, entonces, en el camino que lleva hacia el ideal
y la meta propuesta. Cada uno buscará elegir lo que le ayude a ese obje-
tivo y evitar lo que constituya un obstáculo. En este sentido, no existe
ningún hombre que no tenga algún tipo de moral, pues, aunque rechace a
alguna en concreto, actuará en función de otra meta diferente.

3. Un horizonte de sentido: remedio a la crisis de identidad

Los sociólogos han constatado un aspecto típico de nuestra sociedad.


La desilusión frente a los proyectos y esperanzas que se vinieron ab~io
provocó, por una parte, una sensación de vacío grande, pero ha desperta-
do al mismo tiempo un ansia de plenitud, que busca saciarse de muchas
maneras. Aunque no se admita una salvación trascendente, existen nos-
talgias religiosas que respondan de alguna manera a la soledad interior.
Como una necesidad de encontrarse con algo misterioso que saque de un
mundo demasiado aburrido y absurdo. Los movimientos exotéricos, los
fenómenos relacionados con la parasicología, y la exaltación de muchas
sectas son un índice de esta búsqueda por otros aires diferentes. La gente
siente necesidad de algo que pueda darle sentido a una existencia dema-
siado inútil y aburrida. Instalarse en la incertidumbre, reconocer la fini-
tud, vivir sin una esperanza razonable es demasiado heroico para
despertar ilusiones. El misterio de lo trascendente y de la religión puede
ser un mecanismo de defensa para escaparse de la trágica realidad, aun-
que no siempre tenga ese significado.

Hoy se habla mucho sobre la crisis de identidad. Un fenómeno nor-


mal en cualquier momento de cambio y evolución, cuando desaparecen
los valores tradicionales y no están aún asimiladas las nuevas valoracio-
nes. Por eso, son muchos los que se sienten infelices y deprimidos, con
una tristeza de fondo que siempre les acompaña, aunque la encubran con
otras alegrias y entretenimientos bastante superficiales.24Cuando a la
24 Véase, por ejemplo, el análisis que hace 1. ANATRELLA,Contra la sociedad
depresiva, Sal Terrae, Santander 1995
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 21

vida no se le ha encontrado un sentido, al menos para luchar contra la


insensatez y el absurdo, nace consecuentemente un sentimiento de hastío
y aburrimiento existencia!. Se vive por inercia y por rutina con el único
deseo de esquivar en lo posible el dolor, la preocupación o los malos
ratos, pero sin nada de fondo que valga la pena y llene de optimismo e
ilusión la existencia limitada. Ya es significativo que en las sociedades
desarrolladas, consurnistasy de bienestar, el índice de suicidios es mucho
mayor que en los pueblos pobres y necesitados que están comprometidos
en la lucha por la subsistencia, pero que no tienen motivos para sentirse
frustrados y condenados al absurdo.25

Delinear este proyecto es una decisión que estructura y equilibra la


propia psicología, dándole armonía, coherencia y significación a todas las
elecciones pequeñas de la vida. Su personalidad quedaría descentrada, sin
un eje básico y consistente, como una columna vertebral, que unifique
todas sus actuaciones. Hay un punto de orientación para saber lo que se
debe elegir o evitar, sin sentimos llevados por las urgencias múltiples y
variadas de cada situación. De lo contrarío, viviríamos en un estado de
indecisión permanente, pues no sabríamos cómo optar entre las diferen-
tes posibilidades, o lo haríamos de una manera insensata. El indeciso es
aquel que deja abierto indefinidamente su proceso de elección, al no saber
qué debe elegir frente a las múltiples opciones que se le ofrecen. Esta
indecisión permanente engendra nuevos desequilibrios y desajustes inte-
riores, pues se va fraguando una actitud de incoherencia, que da un carác-
ter periférico y demasiado fragmentado a toda la vida.

Por ello, la ética cristiana debería despertar y ofrecer a un mundo sin


proyecto, obsesionado por vivir lo mejor posible, un horizonte de senti-
do. Cuando no exista un ideal por el que valga la pena apostar la vida, la
existencia humana se vuelve demasiado insensata.26Es verdad que la fe
supone una apertura a lo trascendente, un dejarse invadir por la palabra
de Dios que posibilita acercarse a cualquier realidad con otros ojos dife-

25 Cf. E. LÓPEZ AZPITARTE,Ética y vida: desafios actuales, Paulinas, Madrid


19944, 190-214, con la bibliografía ahí citada.
26 Así se expresa 1. SÁBADA: "Llegamos al final. ¿Nos ha conducido nuestro análisis
a algún sitio? Probablementeno... Por eso nuestro escepticismo es radical. En la
esquina está la esperanza. En la esquina, con los mismos derechos está la deses-
peración". ¿Tiene sentido preguntarse por el sentido de la vida? Teorema, 11 (1981)
179-195 (la cita en la última página). En su reciente libro, Saber morir, Libertarías,
Madrid 1991, acepta también un escepticismo resignado, que lo dcja indefenso ante
el problema de la muerte. Cf. E. López Azpitarte, o. c. (n. 1),45-67.
22 Eduardo López Azpitarte, S: J.

rentes. La mirada cristiana capacita para una lectura de la historia y de los


acontecimientos personales, en la que es posible descubrir siempre un
sentido, aun en las circunstancias más negativas. Pero, aunque no se par-
ticipe por completo de toda su riqueza, hay valores profundamente huma-
nos -y evangélicos- que podrían constituir una verdadera motivación para
enfrentarse a la vida. En una sociedad desmotivada, la ética debería ser
una creadora de sentido. Ofrecer, aunque sea un proyecto humano, que
oriente la vida en coherencia con la decisión adoptada.

4. Una etapa coactiva y molesta: la superación del simple capricho

Esta ausencia de ajustes instintivos exige un período de aprendizaje,


que supone la existencia de pautas y normas de comportamiento, impues-
tas desde fuera, ya que el niño, por el momento, es incapaz de tomar otra
decisión que no sea la respuesta inmediata a su necesidad e interés. Como
no tiene perspectiva de cara al futuro y el campo de visión se reduce al
presente, con un mínimo de posibilidades, la renuncia a la satisfacción
inmediata provoca el malestar y la frustración, que patentiza de muchas
maneras. Es una etapa de heteronomia, coactiva y molesta, bastante pare-
cida al fenómeno de domesticación. La bondad, en las primeras reflexio-
nes de la filosofía, conservaba un parentesco cercano con la justicia. Era
vivir ajustado y en armonia con los esquemas sociales y el orden político
vigente para mantener la estabilidad y la concordia. No se puede hacer lo
que apetece, sino lo que es justo para el bien de la sociedad. Toda ética ha
exigido siempre la muerte de lo espontáneo, como un deseo incontrola-
ble, para reconocer la realidad del otro.

Desde el comienzo de la vida se impone, pues, la urgencia de una asce-


sis, no ya como un lujo religioso, sino como una necesidad insoslayable para
evitar la anarquía del simple capricho. Es la función de los padres en estas
primeras etapas. Se trata de que la conducta no se modele en función de las
necesidades instintivas y se acepte la consiguiente renuncia imprescindible
para una progresiva humanización. Lo más característico de una pedagogía
humana consiste precisamente en el sometimiento a una satisfacción diferi-
da, retardada más allá de su llamada inmediata, o incluso al rechazo de
semejantes exigencias. Si el animal puede satisfacer sus propios impulsos a
un ritmo instintivo y esta conducta queda ordenada por la teleología especial
de cada uno, en el ser humano no es posible tal regulación.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 23

Por eso, hasta los autores que consideran nociva cualquier intervención
directa en el proceso educativo, para darle una mayor autonomía al desarro-
llo de la persona, insiste en la necesidad y mgencia de una cierta ayuda exte-
rior que evite desorientaciones posteriores. La ausencia de estos
condicionantes no es garantía de una mayor libertad, puesto que con esa pri-
vación sólo se consigue que su evolución esté ahora condicionada por sus
propias tendencias infantiles y desintegradas. Es aquí donde se manifiesta el
valor y la función insustituible de la família y de la sociedad.

5. La alimentación psíquica y afectiva:


una condición imprescindible

Al niño, en efecto, no se le puede imponer una renuncia repetida,


como ésta, si no encuentra, al mismo tiempo, una recompensa y un pre-
mio que desea mucho más que la satisfacción de su propio placer. Seria
incapaz de comprender por qué en función de otro valor, que le resulta
desconocido e inaccesible, tiene que abandonar lo que le gusta y apetece
en ese momento. La única motivación eficaz para la aceptación de ese
sacrificio sólo puede encontrarse en que lo descubra como algo útil y
necesario para su propio interés. El egoísmo humano tiene aquí una fun-
ción ético-pedagógica insustituible. La obediencia se abraza por una
razón enonnemente interesada: es el precio para no sentirse rechazado
por sus padres y encontrar una acogida benévola que lo llene de cariño y
seguridad. Si se adapta a la realidad y se somete a las frustraciones y lími-
tes que se le imponen, es porque, detrás de la privación inmediata, hay
algo que anhela con una mayor ilusión: el no sentirse como extraño, huér-
fano y solitario en su propia casa, el poder experimentar la alegria bené-
fica de una aceptación y de una ternura.

La psicología moderna ha insistido mucho en que esta alimentación


psíquica y afectiva es todavía mucho más importante que la meramente
biológica. Cuando no hay cariño, ni se siente el calor de los que le rode-
an, puede provocar una situación de anemia psicológica que obstaculice
su proceso de evolución y desarrollo. Son muchos los estudios realizados
sobre las posibles repercusiones en el psiquismo del feto que no ha sido
acogido amorosamente por los padres, o los traumas que llegan a provo-
car las experiencias de rechazo en los primeros momentos de la vida.
Spitz llama "hospitalismo" a esa depresión triste y melancólica que se
24 Eduardo López Azpitarte, S. J.

observa con tanta frecuencia en los internados de huérfanos, a los que les
ha faltado el calor y el clima del hogar.27La privación de este ambiente
es el caldo de cultivo para tantas psicologías desadaptadas, agresivas y
marginadas de una sociedad que, seguramente, no les enseñó a integrarse
en el grupo por falta de esta experiencia afectiva en su hogar. Como ha
dicho algún autor, poco sospechoso de conservadurismo, "la familia
como realidad es el obstáculo más fuerte y efectivo contra la recaída en
la barbarie".28

La ética aparece así con este carácter externo y autoritario, sin


ningún otro tipo de explicación razonable: «Lo malo es, originariamente,
aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida del amaD>.29De esta
forma, se establece una primera diferencia entre lo bueno y lo malo. Lo
que garantiza el amor y agrada a los padres es lícito y aceptable, mientras
que lo contrario hay que rechazado por su maldad.

6. El riesgo de una moral infantil

La educación, sin embargo, no puede reducirse a integrar dentro de


un gmpo a los individuos que lo forman, pues supondría quedarse en el
prólogo de un proceso que debería continuar hacia delante. También los
animales se adaptan a las "costumbres" que se les impone, pero sin nin-
guna conciencia de su justificación. La ética infantil se caracteriz.a, en
este primer estadio de su formación, por ignorar también las razones de
la conducta que se exige, aunque sepa muy bien cómo tiene que actuar y
comportarse. El peligro consiste, entonces, en que este desconocimiento
de las razones y motivos se mantenga con posterioridad, impidiendo el
progreso hacia otras etapas de la evolución humana, ética y religiosa.

27 R. SPITZ,El primer año de la vida del niño, Aguilar, Madrid 19733, 108-116,
donde analiza los estudios realizados sobre los trastornos producidos por carencia
afectiva. D. STERN,La primera relación madre-hijo, Morata, Madrid 1978. J.
AJURlAGUERRA,Primera infancia, Instituto de Ciencias del Hombre, Madrid
1978. L. FLAQUER,La sociabilización en la familia, en AA. Vv. Sociología de la
educación, Barcanova, Barcelona 1993,45-69 A. VÁZQUEZFERNÁNDEZ,La edu-
cación humana en el seno de la familia, Teología y Catequesis, 50 (1994) 29-42.
E. López Azpitarte, La educación moral en la familia, Revista Agustiniana 36
(1995) 503-535.
28 M. HORKHEIMER,Lafamiliay el autoritarismo, en AA.VV. La Familia, Penín-
sula, Barcelona 1978, 194.
29 S. FREUD,El malestar en la cultura, en o. c. (n. 2), III, 3054.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 25

Con más frecuencia de lo que a veces se sospecha, el adulto mantie-


ne en su conducta una moral infantil que, como el niño, ha aprendido
unas determinadas normas de conducta, pero sigue desconociendo el por
qué de su existencia y validez. Se comporta de esa manera porque ahora,
en lugar de obtener el aprecio y cariño de los padres, necesita sentir la
acogida de la sociedad en la que está situado y encontrarse en un ambien-
te donde no se encuentre como forastero y extraño. Sabe muy bien que,
sin ese calor social, no podria desarrollar todas sus posibilidades, ni supe-
rar el vacío impresionante de una existencia solitaria. En el fondo, todos
tememos la posibilidad de un rechazo, de una expulsión que nos separe del
grupo, de la ideología, de los otros miembros con los que estamos unidos;
sobre todo si esta vinculación se ha mantenido durante mucho tiempo. Y
el precio que hay que pagar se hace con gusto, aunque cueste, para evitar
el castigo de caminar por la vida como seres solitarios y vagabundos. Una
maldición excesivamente dura que, como la de Yahvé sobre Caín, "es
demasiado grande para soportarla" (Gén 4,13).

Todo este conjunto de presiones, normas, imperativos, prohibicio-


nes, pautas de conducta, costumbres aceptadas, experimenta un proceso
constante de interiorización en la conciencia, por lo que pueden llegar a
convertirse en un eco exacto de la autoridad externa. Es un mecanismo
que resulta muy importante para el control de las pulsiones, pues si la
prohibición viniera siempre del otro, apareceria como algo frustrante y
difícil de soportar a la larga. En un principio se acepta la obediencia por
un proceso de idealización en el que la autoridad es revestida de atribu-
tos y cualidades perfectas, sin ninguna posibilidad de crítica. Es un aspec-
to del estado amoroso, donde queda poco lugar para la estima propia y
mantiene al sujeto pequeño y dependiente del idealizado. Cuando estas
figuras se desmoronan, brota la rebeldía y la agresividad, pero la identi-
ficación hace posible que las órdenes impuestas antes desde fuera apa-
rezcan ahora como exigencias internas.

7. La conciencia autoritaria

Así, por este mecanismo connatural, comienza a funcionar la con-


ciencia, bajo una aparente autonomía, en cuanto que las prohibiciones
ejercen su influjo en ausencia de los padres. Se hará lo que éstos manda-
ban, no ya por someterse a la voz autoritaria de antes, sino por ser fiel a
26 Eduardo López Azpitarte, S J.

esta otra llamada interior que llega desde el corazón. Obedecerla es ahora
también la única fonna de obtener el premio y la aprobación del propio
yo: "Igual que en la infancia, el yo se cuida de conservar el amor de su
amo, estima su aprobación como un alivio y halago, y sus reproches
como remordimientos"30 Sin embargo, el significado oculto de semejan-
te comportamiento sigue siendo infantil e irracional: la razón para actuar
de esa manera se desconoce por completo. Hay que comportarse así por
el simple hecho de que está mandado pues, de lo contrario, se desenca-
denaría la agresividad, el dolor y el remordimiento. Hasta la misma iden-
tidad es posible perderla cuando la única preocupación reside en
someterse a las exigencias del yo ideal que tanto gratifica al propio nar-
cisismo.31

Estos mecanismos no se eliminan por sobrenaturalizar nuestra vida


en la religión. La idea de un Dios que premia o castiga, o la obediencia a
la Iglesia, que nos manifiesta y comunica su divina voluntad, pueden ser
los sustitutivos de aquella primera autoridad paterna, siempre que el
sometimiento revista el mismo carácter infantil, ciego y egoísta que antes
vimos.

La fe nos hace creer en la existencia de un Dios, que aparece como


objeto supremo de la felicidad que el hombre anhela, como plenitud de
nuestra realización personal, ayuda para nuestras limitaciones, refugio de
nuestra angustia ante la gran aventura de la vida, el gran perdonador de
cualquier debilidad. En una palabra, es el mayor bien ofrecido al creyen-
te, y su pérdida constituye la mayor tragedia o calamidad, sobre todo
teniendo en cuenta la dimensión eterna del castigo, en caso de ser recha-
zado por Él. En esta contextura psicológica es muy fácil que la conducta
del cristiano, su docilidad a los preceptos divinos, esté fundamentalmen-
te motivada por el miedo a perder su protección y seguridad. Si queremos
obtener la salvación eterna, la mayor recompensa de bienestar y gozo que
se nos puede ofrecer, no hay otro camino que la obediencia a su ley. Una
sumisión que se hace de nuevo irracional, sin saber por qué, ni estar con-

30 S. FREUD,
Moisésy la religiónmonoteísta,en o. c. (n. 2) III, 3311, Y El
malestar de la cultura, 1, 3053-3060.
31 J. CHASSEGNET-SMIRGEL, El ideal del yo. Ensayo psicoanalítico sobre la
"enfermedad de idealidad", Amorrortu, Buenos Aires 1990. J. V. BONET,Auto-
estima, narcisismo y solidaridad, Razón y Fe, 277 (1993) 289-298. E. PÉREZDEL-
GADO,Educar moralmente ¿para qué? Debate actual en ciencias humanas sobre
los fines de la educación moral, Escritos del Vedat 27 (1997) 113-153.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 27

vencidos de lo que está mandado. El único motivo latente sigue siendo el


propio interés: la conquista de algo que necesito más que ninguna otra
cosa.

Todo esto explica por qué se fonna con tanta facilidad una concien-
cia "autoritaria", como un mecanismo espontáneo del psiquismo humano.
El aspecto más característico reside en que sus detenninaciones e impe-
rativos no nacen por un juicio de valor sobre la conducta, por un conven-
cimiento racional de que así hay que comportarse, sino por ser
simplemente mandatos de la autoridad. La educación, como algunos han
criticado, seria una especie de chantaje afectivo para mantener un control
sobre las conductas ajenas; un autoritarismo que impide el proceso hacia
fonnas de autonomía indispensables para la madurez personal.32No dudo
que estas etapas están vinculadas con nuestra psicología. Lo lamentable
es que este proceso, que deberia ser una etapa pasajera se estabiliza de
fonna pennanente. Son muchos los que viven con una conciencia mani-
pulada e ignorantes de esta situación, pues resulta mucho más cómodo y
tranquilizador qu~ enfrentarse con la propia autonomía y responsabili-
dad.33

32 E. FROMM,EImiedo a la libertad,Martínezde M~rguía,Madrid 19773,y cspe-


cialmente cl análisis sobre la conciencia autoritaria en Etica y psicoanálisis, Fondo de
Cultura Económica, México 197F, 157-172. M. ROVALETTI, Conciencia y autoridad
en el pensamiento de Erich Fromm, Revista Internacional dc Sociología, 44 (1986)
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33 J. M. MARDONES,¿Existe también una manipulación religiosa? Sal Terrae,72
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Iglesia ¿Poder para dominar o para servir y liberar? Sal Terrae 84 (1996) 35-51.
El mismo Juan Pablo n, en su Carta a las Familias, nO16 insiste en que «el pro-
ceso educativo lleva a la fase de autoeducación, que se alcanza cuando, gracias a
un adecuado nivel de madurez psicofisica, el hombre empieza a educarse él
solo», 23. Pucde verse en Ecclesia, nO2674 (1994).
28 Eduardo López Azpitarte, S. J.

8. La autonomía: una exigencia para la madurez

Si queremos vivir de una manera adulta, no basta la simple obedien-


cia a la ley, el sometimiento a lo mandado por la autoridad. Es necesario
que nuestro comportamiento tenga una motivación autónoma, que sepa-
mos dar razón de nuestra conducta y explicar el porqué actuamos de una
u otra forma. La justificación última sobre la bondad o malicia de una
acción no se encuentrajamás en el hecho de que esté mandada o prohibi-
da -salvo en el caso de leyes puramente positivas-, sino en el análisis y
estudio de su contenido interno. Lo contrario no tiene ningún sentido
humano ni evangélico, por muy acostumbrados que estemos a esta forma
de vida.

Una moral adulta y responsable, como debe ser la nuestra, no


puede aceptar imperativos éticos sin una explicación racional. Ha
pasado la época de un moralismo barato y ya no basta decir que esto
o aquello es lícito o pecaminoso, aunque pongamos en juego la santa
voluntad de Dios para apoyar la obligatoriedad y fuerza de nuestras
afirmaciones. Dios no es un ser caprichoso, que hace bueno o malo
lo que a El se le ocurre. Ni la Iglesia debe serIo tampoco. Cuando se
enseña que un comportamiento concreto es inadmisible, el hombre
tiene derecho a preguntar por qué está condenado, y a que se le dé
una respuesta razonable. Se requiere un esfuerzo mucho mayor para
que, en nuestra pastoral, no sólo se recuerde lo que es obligatorio,
sino que sepamos enseñar los motivos más profundos de semejante
valoración. Lo que sucede es que, con mucha frecuencia, no estamos
capacitados y "dispuestos siempre a dar razón a todo el que os pida
una explicación" (1 Pe 3,14), ni a tener "un hablar bien fundado e
inatacable" (Tim 2,8).

Esto significa que la normativa ética no puede tener otro punto de


partida que la racionabilidad de la propia conducta. La tradición, el
magisterio de la Iglesia, la misma palabra de Dios constituyen un arsenal
de datos y orientaciones, que deben ayudar a una reflexión lo más hones-
ta y objetiva posible. Seria absurdo y lamentable eliminar la riqueza ideo-
lógica heredada de la historia, como si cada hombre tuviese que partir
exclusivamente de su propia capacidad, sin tener en cuenta para nada los
progresos y experiencias de las generaciones anteriores. Pero una cosa es
la ayuda para evitar posibles errores y subjetivismos exagerados, y otra
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 29

cosa muy distinta es aceptar la valoración ética de una conducta por el


simple hecho de que esté mandada.

9. La autoridad en el campo de la ética

La confianza en la autoridad, en los que más saben sobre un tema, es


garantía suficiente para dejamos guiar en la praxis ordinaria de cada día,
pues resulta imposible que todos los individuos alcancen un grado de
conocimiento tal que pudieran convencerse por sí mismos de lo acertado
de sus decisiones, y en todos los campos de su actividad. Pero también es
cierto que, si me fío de ella, es porque creo que sus juicios están funda-
dos en razones objetivas, y perdería por completo su credibilidad desde el
momento en que se desconfiara de la racionabilidad de sus enseñanzas.
No se puede presentar, por tanto, una doctrina como ética y exigir una
sumisión sin argumentos racionales. Ni en nombre de la autoridad, ni en
nombre de la fe pueden imponerse o rechazarse ciertos valores, sin una
base de credibilidad suficiente. Si la fe es un misterio, no puede serio la
moral, aunque muchas valoraciones éticas sean complejas y no exista una
solución clara y única para determinados problemas.

Esta visión humana, razonable y secular, en su sentido más verda-


dero, ha sido una de las constantes más característica en toda la tradición
católica. La importancia otorgada siempre al papel de la ley natural es una
manifiesta confirmación. Por encima de las diversa interpretaciones y a
pesar de todos los posibles equívocos con que se ha utilizado este con-
cepto, quedaba oculta una intuición fundamental: las normas de conduc-
ta encuentran su justificación en la racionalidad del hombre. De ahí, que
el magisterío eclesiástico haya pretendido siempre que su doctrina, en el
campo de la moral, fuese asequible a todos los hombres sinceros y hones-
tos. Un intento por fundamentar su enseñanza en unos presupuestos
racionales. Sin esta autonomía de base, la moral perdería su sentido en
nuestro mundo de hoy. Orientar hacia ella y defenderla es el primer requi-
sito para una vida adulta y cristiana. No sólo saber cómo, sino también
por qué actuamos así.

El mismo santo Tomás confirma sin reservas esta orientación de base,


cuando habla sobre la libertad del cristiano: "Así, pues, quien actúa espontá-
neamente actúa con libertad, pero el que recibe su impulso de otro, no obra
30 Eduardo López Azpitarte, S. J.

libremente.Por tanto, el que evita el mal no por ser un mal, sino 'por estar
mandado', no es libre;pero quien lo evita por ser un mal, ése es libre".34

10. Las motivaciones inconscientes

La misma psicología puede ayudamos también para penetrar en


otros niveles más profundos de la personalidad, cuya existencia fácil-
mente se ignoran, a pesar de jugar un papel importante en la dinámica de
nuestra conducta. Me refiero al mundo oculto e inconsciente de nuestras
propias motivaciones, pues no sólo es necesario tenerlas, como hemos
dicho, sino que es urgente conocer también cuáles son las verdadems, las
auténticas, las que influyen realmente en nuestra forma de comportamos.
y es que la persona suele tener con frecuencia dos motivos para actuar:
el que dice y el verdadero.35

Todos sabemos por experiencia que en la conducta humana se


encuentra esta doble motivación: una, la más superficial y aparente de
nuestro yo, la que racionalizamos de manera explícita para justificar
nuestra conducta, y otra, que opera bajo la superficie, con un influjo
auténtico, aunque encubierto y disimulado. De esta última somos con fre-
cuencia ignorantes, pues pertenece al mundo inconsciente, hacia el que
arrojamos con una premeditación ocultamente dirigida todo lo que no nos
gusta aceptar o reconocer. Además de los olvidos naturales, en el psi-
quismo humano se dan otra serie impresionante de olvidos interesados.
Cuando la censura -bajo el nombre de padre, conciencia, sociedad, Igle-
sia o Dios- impide la manifestación de ciertos impulsos, los cataloga
como pecaminosos o deshumanizantes, los denuncia como indignos o
vergonzosos, la mejor forma para escaparse de ellos es llegar a reprimir-
los por completo. Así se elimina de raíz cualquier tipo de angustia o cul-
pabilidad, pues la vida consciente se mantiene limpia y en tensión
34In epistolar 11ad Corinthios, cap. III, lect. III en Opera omnia, Vives, Paris 1876,
tomo 21, 82. Semejante autonomía no tiene que negar, como es lógico, nuestra
dependencia de Dios. Todos los autores están de acuerdo en que la meta del proceso
educativo tiene que orientarse hacia este objetivo. Cf., por ejemplo, AA.VV, Psi-
cología del desarrollo moral, Desclée de Brouwer, Bilbao 1992. 1. M8 QUlNfANA,
Pedagogía moral. El desarrollo moral integral, Dykinson, Madrid 1995. G. Gatti,
Ética cristiana y educación moral, Catequética Salesiana, Madrid 1998.
35 F. GARCÍAMATARRANZ,Uno de los dramas del hombre: la escisión del yo,
Lumen 40 (1991) 496-525. A. PITHOD,El transfondo lIo-consciente de la vida
moral, Ethos n° 19-20 (1991-1992) 79-93
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 31

perfecta hacia el ideal programado, con la alegria interior de responder a las


expectativas que nos han creado y a las exigencias del propio narcisismo.

Todo ello supone la presencia de un doble sistema psíquico en nues-


tra personalidad. El inconsciente es la sombra, el lado oscuro del ser
humano, el vertedero de la vida, donde arrojamos la basura y miseria de
la propia existencia. Y el otro, -la personalidad aparente, la que presenta-
mos hacia el exterior, modelada por las normas sociales de comporta-
miento- constituye la "persona", que oculta y disimula la verdad
completa de lo que somos. Persona, en griego, era sinónimo precisamen-
te de la máscara que se utilizaba en el teatro para la representación de los
diferentes personajes. La meta final de la educación, a todos los niveles,
intenta hacemos más sociales y aceptados por la exterioridad de nuestra
conducta. El yo recibe de esa forma su premio y gratificación, con el
reconocimiento otorgado por la sociedad y por la propia conciencia. Lo
importante, desde pequeños, es acomodar nuestra conducta externa a esas
pautas que reportan el aprecio y la buena fama.

De esta forma, la personalidad queda fuertemente recortada, pues el


yo externo y consciente, que actúa con educación, elegancia y buenos
modales, es sólo la parte más superficial de nuestro ser. Por debajo y
escondido en lo hondo, queda la existencia de un mundo que, a pesar de
la tranquilidad aparente y de su silencio clandestino, va a orientar e inter-
venir poderosamente en el mismo comportamiento exterior.

11. Las conductas pseudo-morales

La moral, como la educación, encierra también este grave peligro,


cuando con sus normas y obligaciones intenta regular la conducta perifé-
rica y visible, la que más interesa y gratifica al individuo, favoreciendo la
falsa ilusión de que todo está integrado y asumido, sin caer en la cuenta
de que su victoria ha sido muy paICialy reducida.

Si hay algo claro que ha puesto de manifiesto el psicoanálisis, es la


actividad encubierta de todos los elementos reprimidos. El dinamismo del
impulso no desaparece por la represión, sino que lucha por salir constan-
temente a la superficie, aunque para conseguirlo necesita cambiar de
nombre e imagen, a fin de que la "censura" no lo reconozca como inde-
32 Eduardo López Azpitarte, S. J.

seable y le impida su manifestación. Si logra burlar su vigilancia y atra-


vesar las fronteras de lo consciente, es por haber ocultado, bajo otras apa-
riencias, su verdadera identidad. La conducta que aparece entonces como
buena y aceptable, puede tener, en el fondo, otras motivaciones bastante
diferentes de las que el individuo sospecha. Se trata, en realidad, de un
comportamiento pseudo-moral, pues la persona, víctima de ese engaño,
justifica su actuación con motivos auténticos en apariencia, pero cuyo
significado es otro muy diferente y desconocido.

Así el instinto de conquista y dominación llega a encontrar una sali-


da airosa, cuando se le oculta bajo el nombre de celo apostólico. La pasi-
vidad de quien no tiene apenas dinamismo o siente miedo de su
responsabilidad se encubre con el rostro de la obediencia, como camino
más seguro para la toma de las propias decisiones. La avidez que nunca
se halla satisfecha se exalta y disimula con el espíritu de creatividad. El
infantilismo del inmaduro que necesita una dependencia constante se
confunde con el abandono en la Providencia o con la infancia evangélica
y espirituaL Cubrir la anemia afectiva o el hambre de cariño se conside-
ra un gesto sincero de amor, como signo de equilibrio y madurez. El
masoquismo encubierto se convierte en una exigencia de la ascética y
austeridad cristiana. Y hasta los conflictos internos, que no interesa solu-
cionar, resultan menos dolorosos si se viven como una tentación que puri-
fica. También a nivel consciente los cambios de nombre ayudan a
mantener la buena estimación, cuando de un usurero o especulador de
terrenos se dice que tiene una buena vista para los negocios, o de una per-
sona incapaz de dar unjuicio por su ignorancia y desconocimiento se afir-
ma que es muy prudente.

Si la ética es la ciencia que debe orientar al ser humano hacia su plena


realización como persona, no basta quedarse satisfecho con adecuar la con-
ducta externa de acuerdo con sus exigencias morales. Ese primer paso será
necesario para impedir cualquier descontrol, pero debería denunciar tam-
bién, como un segundo requisito previo, la posible mentira hipócrita de
aquellos comportamientos aparentemente aceptables que tienen su origen
en el mundo del inconsciente, para que aquéllos se fundamenten, dentro de
los límites que estén a nuestro alcance, en una mayor autenticidad: que la
motivación que decimos sea, al mismo tiempo, la verdadera.

El conocimiento y la reconciliación con esa verdad que todos lleva-


Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 33

mos por dentro no es una tarea fácil, pues supone descubrir y aceptar lo que
se había postergado en el olvido. Pero no hay maduración humana posible,
mientras no se avance en la integración consciente de todos esos elementos
reprimidos. De la misma manera que para reconciliarse con las sombras de
los demás hay que haber aprendido con anterioridad el difícil arte de amar-
se a sí mismo. Quien no se abraza y quiere como es, está incapacitado para
abrazar y querer a los otros como son. 36 El intento por orientamos hacia
esa autonomia y autenticidad de la conducta es, por tanto, una primera exi-
gencia psicológica para la madurez del hombre y del cristiano.

12. La función de los valores en la conducta humana

Que la moral es una exigencia que brota de nuestras propias estruc-


turas antropológicas, como decíamos antes, es admitir que nace de una
cierta insatisfacción. Es el dinamismo que nos lanza desde lo que somos
al nacer hacia el proyecto de vida que deseamos conseguir. Para ello es
necesaria la búsqueda de unas reglas de conducta que orienten a ese obje-
tivo. El camino es ir descubriendo, a lo largo del proceso educativo, el
sentido de los valores éticos, que evite el rechazo espontáneo que provo-
ca una determinada imagen de la moral y explique las razones que justi-
fican la conducta humana.

Sabemos que el ser humano, por su contextura especial, experimen-


ta la urgencia de satisfacer una serie de necesidades de diversa índole e
importancia. Su limitación característica y su carencia radical le vuelve
menesteroso y necesitado en todos los niveles de su personalidad. No sólo
por su condición animal tiene que responder a una serie de exigencias
biológicas, imprescindibles para su mantenimiento y supervivencia, sino
que, como ser racional que lo eleva y dignifica, siente también el vacío
cuando no se encuentra lleno y satisfecho con otras aspiraciones más
sublimes y específicamente humanas. Toda realidad, pues, que satisface
esas exigencias o aspiraciones, se hace "valiosa", constituye un "valor"
hacia el que experimentamos una inclinación natural y espontánea. Él
.viene a llenar una ausencia, a satisfacer una necesidad, a ofrecer lo que
nos falta. La respuesta, sin embargo, a esta llamada del valor tendrá que

36 Cf. E. LÓPEZ AZPITARTE,Amarse a sí mismo, Mensaje (Chile) nO444 (1995) 14-


18, con la bibliografia ahí reseñada.
34 Eduardo López Azpitarte, S. J.

ser muy diferente de acuerdo con la naturaleza de cada uno.37

No sólo existen valores biológicos, estéticos, afectivos, culturales,


que perfeccionan una dimensión de la personalidad sino que existen
otros, a los que adjetivamos como éticos, que nos afectan a niveles mucho
más profundos, pues determinan la bondad o malicia de cualquier con-
ducta. Son aquellos que iluminan nuestras decisiones para que se orien-
ten hacia nuestra realización humana. Todos los valores, por tanto,
interesan a la persona, constituyen un bien para ella, pero lo típico del
valor moral, su nota más característica, es que no la perfecciona ~n una
sola dimensión -es decir, en su biología, en su inteligencia, o en su afec-
tividad-, sino que la promocionan en la totalidad de su existencia. Son
una llamada a su libertad, en cuanto responsable de su propio destino. Los
otros valores, aunque completen otras dimensiones de la personalidad, no
determinarán nunca la honestidad de la vida.

Por ello, podríamos definir el valor moral como aquella cualidad


inherente a la conducta que la hace auténticamente humana, conforme a
la dignidad de la persona, y de acuerdo, por tanto, con el sentido más pro-
fundo de su existencia. Precisamente por este carácter integral y totaliza-
dor, el valor ético se halla siempre y en todas partes presente, como una
urgencia que nunca abandona, como una llamada constante que invita a
seguir su voz, como un testigo que recuerda los olvidos y estimula la
decisión. Su llamada insistente, que resuena en el fondo de la conciencia,
no es nada más que el eco de esa ilusión interior por la que el ser huma-
no desea salir de lo que la naturaleza instintiva le ha dado hacia el estilo
de vida que ha de modelar. La obligación, que aparenta venir desde fuera
está en complicidad con su deseo interior. Seguir su invitación es el único
camino para realizamos en un mundo de personas humanas. Santo Tomás
daba una explicación humanista de lo que constituye la ofensa a Dios
cuando afirmaba que «no es ofendido por nosotros, sino en la medida que
actuamos contra nuestro propio bien».38

13.- Más allá de la información: educación de la sensibilidad

La educación ética exige, por tanto, que se explique y razone, en la

37 A. FERNÁNDEZ CARRO, Educación y valores, Seminarios 43 (1997) 435-461.


38 Suma contra los gentiles, III, 122.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 35

medida y con el lenguaje adecuado a cada edad, por qué algunas conduc-
tas se valoran positivamente y otras, no ayudan a este proyecto humani-
zante que, para el cristiano, es también una respuesta religiosa a Dios. La
meta no es conseguir ahora la simple obediencia del educando, que no
resulta difícil por la necesidad de cariño y protección, sino irlo capaci-
tando para que su actuación se vuelva poco a poco más autónoma y con-
vincente. Es decir, ofrecerle las explicaciones necesarias para que él"
mismo comprenda lajustificación razonable de sus actuaciones.

Para este objetivo no basta la transmisión de datos e informaciones


que elimina la ignorancia primitiva. El error de Sócrates fue creer que el
simple conocimiento de la verdad, oculta en la interioridad de cada perso-
na, era suficientepara vivir con honestidad.Y es que el conocimientode un
valor ético es más complejo y dificil que el de una mera realidad empírica.
No es un fenómenopuramenteracional,como si se tratara de una operación
matemática o de la conclusión de un silogismo. El sentimiento y la sensi-
bilidad forman parte de él, como estímulo y condición previa, que llevan a
una reflexión posterior para comprender el valor de una conducta en orden
a la dignificación progresiva de la persona, o como obstáculo e impedi-
mento para ese objetivo. Hasta los valores biológicos, como la limpieza o
higiene, requieren una educación previa que facilite la captación de ese
bien que, cuando se vive en un ambiente de miseria, no se le encuentra
ningún sentido. Una sensibilizaciónmayor se necesitapara sentirse afecta-
do por los valores estéticos o culturales. Quien nunca haya oído una buena
sinfonia será muy difícil que se entusiasme por la música clásica.

Lo mismo habría que añadir para los valores éticos.39Reconocer la


importancia de la veracidad, el respeto a los demás, la fidelidad a los
compromisos, la ayuda solidaria, las exigencias del bien común y tantos
otros no son un conocimiento innato ofrecido por la naturaleza, sino un
descubrimiento que no es posible sin una preparación. El que desde
pequeño vive en un ambiente de engaño e hipocresía, como constata en
aquellos que le rodean, no tendrá ninguna dificultad en utilizar la menti-
ra, siempre que lo necesite. Hay que adquirir esa sensibilidad para sentir-
se afectado por su llamada. Un conocimiento que requiere también una

39 M. JIMÉNEZ,
Los niños aprenden lo que viven. La formación de la conciencia
en los niños, Sal Terrae 82 (1994) 535-545. J. Ma MÉNDEZ,El c¡onocimiento axio-
lógico, Revista Agustiniana 36 (1995) 361-388. J. Ma OOERO,Etica de los valores
y coherencia existencia, Escritos del Vedat 27 (1997) 97-112.
36 Eduardo López Azpitarte, S 1.

verdadera decisión para comprometerse con algo que se enfrenta, muchas


veces, con otras exigencias más agradables y sensibles de la misma per-
sona, pero de una importancia secundaria para su realización total.

Se trata de un conocimiento que va más allá de la pura razón, de la


misma manera que se requiere un "plus" para oír lo que no interesa escu-
char o para ver aquello de lo que uno quisiera rehuir. Lo único que desea-
mos subrayar con lo dicho, porque me parece algo objetivo, es la
influencia mayor que tienen, en este campo, todos esos elementos para-
racionales.

14. Una llamada intcrior que compromete

y es que, como se trata de un hecho que compromete, que invita a


una coherencia ulterior para actuar de acuerdo con sus exigencias, el
valor no se queda en el mundo de la teoria, como una simple información,
sino que exige su cumplimiento práctico. Esto explica que, para no per-
manecer en una dicotomia molesta entre lo que se debe y lo que se hace,
se produzca con frecuencia una ceguera y encallecimiento ante su llama-
da, que elimine la culpabilidad posterior o el sentimiento de indignidad.
Como se dice popularmente, "a fuerza de no vivir como pensamos, lle-
gamos a pensar como vivimos", pues resulta imposible, a la larga, estar
convencido de la urgencia y validez de un valor y, sin embargo, no tra-
ducido después en la vida. El mecanismo de defensa, más al alcance de
la mano, para superar semejante tensión, es acudir más o menos cons-
cientemente al engaño interesado. El valor en cuestión va dejando de
tener importancia hasta que su voz se aleja por completo y no suscita ya
ningún interés.

Aquí es donde aparece el valor moral con toda su fuerza iluminado-


ra y su llamada profunda e íntima. Él nos revela de forma majestuosa que
ciertos caminos no conducen a la meta propuesta, y que otros resultan
convenientes para realizar nuestro destino y vocación. Por eso, se experi-
menta su llamada como una urgencia que nunca abandona, como una
fuerza que se impone desde dentro, pero sin forzar, sin ningún tipo de
coacción. Invita a realizamos como personas, a humanízar cada vez más
nuestra existencia, pero nos deja por completo libres para elegir otros
caminos o quedamos indiferentes ante la voz imperiosa de aquella invi-
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 37

tación. La respuesta nos satisface por haber sido fieles a la meta escogi-
da, mientras que la verdadera culpabilidad es, en el fondo, el reconoci-
miento sincero y doloroso de no haber cumplido con nuestra vocación
humana.

De esta forma, la ética no será nunca una fuerza alienante de nues-


tra libertad, una frontera que la encierra y la esclaviza. Todo lo contrario,
es el cauce que orienta su ejercicio para que el hombre consiga lo que
debe ser. La autonoDÚano se aniquila por la obediencia y sumisión al
valor, pues lo "mandado" por la moral es lo que, en último término, la
misma persona desea desde lo más íntimo de su ser. La obligación ética
se hace cómplice de nuestro propio querer. Lo que nosotros debemos es
fundamentalmente lo que nosotros queremos realizar: vivir nuestra voca-
ción humana con todo lo que ello significa. Si, en ocasiones, reviste un
matiz coactivo y molesto, como una carga pesada y difícil de soportar, es
consecuencia de nuestra frágil condición humana. Nos sentimos atraídos,
muchas veces, por otros bienes más inmediatos y agradables, que obsta-
culizan la realización personal; y la renuncia a ellos, que se considera
como necesaria, no deja de ser dolorosa, pues incluye la negativa a una
realidad placentera que, si satisface a otros niveles inferiores de la perso-
nalidad, no responde a nuestro verdadero objetivo.

Con estas primeras consideraciones, ya podríamos ofrecer una pri-


mera definición de la moral, bastante alejada de la que muchos todavía
aceptan. No se trata de un conjunto de leyes, preceptos, normas y obliga-
ciones múltiples, que amenazan la espontaneidad y se enfrentan con los
deseos y apetencias humanas. Con una visión mucho más positiva, habría
que presentarla como la ciencia de los valores, que dirige, orienta e ilu-
mina nuestra libertad para vivir de acuerdo con la dignidad del hombre.

15. La concretización de los valores: el diálogo con las ciencias

Aceptar los valores más universales no resulta dificil, pues resultan


demasiado evidentes y de sentido común. Ningún código ético defiende
la mentira, la injusticia o el crimen. Hacer el bien y evitar el mal es un
principio universal e indiscutible. Sin embargo, la eficacia práctica de
esos valores más fundamentales resulta muy pobre y limitada, pues nadie
puede organizar su vida concreta con esos criterios básicos. Se necesita
una encarnación progresiva para descubrir cómo el bien, en abstracto, se
38 Eduardo López Azpitarte, S. J.

puede hacer presente en una acción detenninada. Lo único que puede


orientar con eficacia nuestra conducta es saber qué comportamientos ver-
daderamente humanizan, cuando entran en juego las relaciones económi-
cas entre individuos y comunidades; qué formas de diálogo sexual
suponen una seria inmadurez o un peligro de estancamiento; qué límites
resultan imprescindibles para respetar la vida humana, cuando se quiere
experimentar sobre ella.

Si la moral busca lo mejor para el hombre, todas las ciencias, en una


proporción diferente según su objetivo, pueden entregar datos de enorme
interés al moralista par conseguir esa finalidad. Bajo este aspecto, la ética
deberia quedar siempre humildemente abierta a todos los datos cientifi-
cos que la puedan enriquecer. El diálogo, por tanto, con las ciencias,
sobre todo humanas, es una necesidad apremiante para esta reflexión. Lo
mismo que no puede darse un verdadero conflicto entre la fe y la razón,
mucho menos es posible entre la moral y la auténtica ciencia. Lo que es
bueno para el hombre será fruto de un enriquecimiento mutuo entre todas
las aportaciones científicas.

Semejante diálogo no supone dejar la moral en manos del técnico,4o


porque, entre otras razones, cada ciencia tiene su ángulo de visión carac-
terístico, a través del cual analiza una misma realidad objetiva. De esta
manera, por muy profundas y exactas que sean sus conclusiones, no ofre-
cen una síntesis completa y global, al excluir otras dimensiones ajenas al
campo de su reflexión. Y es que cuando el hombre intenta reflexionar
sobre los valores éticos, el criterio de referencia no puede ser la simple
factibilidad de un hecho, o la mera eficacia para conseguir un objetivo,
sino la búsqueda de aquello que sirva para realizamos como personas.
Esto indica que no todo lo que se puede, se debe hacer, si no queremos
llegar, por el camino de la eficacia, a una técnica irracional y sin sentido.

16. Influjo de los avances técnicos en la reflexión ética

Por este influjo que los datos técnicos tienen en el planteamiento de


los problemas morales, no resulta extraño que con el avance y los nuevos

40 C. CAÑÓN,
La racionalidadtécnico-científica:
alcancesy límites,Razóny Fe
224 (1991) 97-108. P. GÓMEZGARCÍA,Génesis y apocalipsis de la técnica, Pen-
samiento 51 (1995) 237-257. M. MACEIRAS,Perspectivas éticas de la tecnocien-
cia, Moralia 20 (1997) 35-54.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 39

descubrimientos, en el campo de las ciencias, haya que replantearse las


soluciones dadas con anterioridad, o darles una interpretación diferente
para integrar las nuevas posibilidades. Los ejemplos son múltiples a lo
largo de la historia. Baste recordar cómo, al comprender el valor econó-
mico del dinero, se solucionó el problema largamente debatido sobre el
préstamo a interés, que fue condenado en la Iglesia, durante mucho tiem-
po, como un pecado de usura. O la posibilidad más reciente de los tras-
plantes de riñón motivó una explicación más personalista del principio de
totalidad, cuya formulación clásica los impedía, como si se tratara de una
simple mutilación.41

Es lógico que los principios éticos se hayan elaborado para dar solu-
ción a los casos concretos con los que había que enfrentarse. Muchos de
ellos seguirán sirviendo para los nuevos planteamientos, pues expresan
criterios fundamentales que tienen vigencia en cualquier situación. En
otras ocasiones, sin embargo, las nuevas posibilidades descubiertas harán
comprender los límites e imperfecciones de su enunciado anterior. La
solución de algunos problemas podrían cambiar, en gran parte, cuando los
científicos ofrezcan una respuesta más definitiva.

Este progreso no se realiza, sino a través de la experimentación, de


la apertura hacia nuevos horizontes aún desconocidos e ignorados, pero
la búsqueda de estos conocimientos pudiera tropezar con una grave difi-
cultad: que la ética se convierta precisamente en un obstáculo para el
mismo progreso, al condenar cualquier investigación que no tenga en
cuenta las normas anteriores. El conflicto surge, entonces, entre la fideli-
dad a un valor, tal y como se había presentado en la tradición, y la fideli-
dad a una nueva verdad que podrá resultar benéfica para el hombre. Es
la tensión que brota, sobre t~do en sus comienzos, cuando la vida ofrece
posibilidades que no están todavía aceptadas por la moral.

Como estas posibilidades modernas van siendo cada vez más fre-
cuentes, al ritmo que avanza la técnica, y porque tampoco podemos pres-
cindir a la ligera de unos valores tejidos con la experiencia de la historia,
cabría pensar en la validez de una moral de lo provisorio. No para negar

411. 1. NOONAN, La evolución moral, Selecciones de Teología 54 (1993) 662-667.


En el mismo magisterio de la Iglesia se han ido dando cambios significativos. Ver
J. 1. GONZÁLEZ FAUS,La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magis-
terio de la Iglesia, Herder, Barcelona 1996.
40 Eduardo López Azpitarte. S. 1.

la urgencia de los valores éticos, sino para no cerramos, por una parte, a
los descubrimientos de una verdadera ciencia humana, ni caer tampoco,
por otra, en un amoralismo completo.

17. Influjo de la tultura en la valoración de la realidad

Pero hay algo más importante, que no debemos olvidar, en la elabo-


ración de los contenidos éticos. Me refiero, en concreto, a la influencia
que, en el terreno de la ética, ejerce la cultura. La persona, en efecto,
nunca se acerca completamente desnuda a la pura materialidad de las
cosas, en una actitud de absoluto despojo, para atenerse únicamente a los
datos objetivos. Lo real no es la materia fría y descarnada de los elemen-
tos naturales, sino ese otro "mundo" que el hombre construye a su alre-
dedor para darle un significado más trascendente. Ser objetivos es
atenerse a esa realidad que nace de la naturaleza transformada por la cul-
tura. Y esa realidad cultural, tan constatable como aquélla, es la única que
da sentido a la vida y que responde a nuestras exigencias más específicas
y fundamentales.

Si aceptamos la cultura, en su sentido más amplio, como el conjun-


to de conocimientos, creencias, costumbres, ilusiones, sentimientos etc.,
que caracterizan el comportamiento global y unitario de una persona o
comunidad -lo que les marca con un sello distintivo y característico-, ten-
dremos que admitir la existencia de diferentes tipos y una variedad
impresionante de fenómenos culturales.42La moral no escapa por com-
pleto a estos factores, máxime cuando su influencia se realiza de una
manera espontánea y escondida, pues no existen en ese «clima» concreto
otros puntos de referencia que ayuden a rclativizar nuestro ángulo de
visión. Lo que nosotros vemos y juzgamos, en ese momento histórico, es
lo que creemos naturalmente que responde a la verdad, lo que nos parece
más lógico y evidente. De alú la licitud de conductas aceptadas por nues-
tros antepasados, y que hoy nos resultan intolerables; o, por el contrario,
que haya habido comportamientos condenados en la tradición anterior
que hoy se defienden como auténticos derechos humanos.43

42 J. L. GARCÍA,Pluralismo cultural y «apuesta» evangélica. Por una fe humilde


y confesada, Sal Terrae 80 (1992) 587-604. G. SILVESTRl,Antropología cultural,
en Nuevo Díccíonario de Teología Moral, San Pablo, Madrid 1992, 81-97.
43Baste recordar, como ejemplos, que san Alfonso M" de Ligorio aceptada la cas-
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 41

Por eso, cuando echamos la mirada sobre otros modos de conducta,


aunque sean los de un pueblo cercano y conocido, nuestra reflexión se hace
dificil y parcializada, porque a ellos nos acercamos desde nuestras propias
categoóas, marginando de ordinaóo los "significados" más profundos que en
ellos se encierran. De ahí, las frecuentes injusticias que se cometen, al juzgar
los comportamientos y valoraciones morales de otras épocas, desde una
situación tan diferente como la que nosotros vivimos. Todo lo que hoy nos
resulta anacrónico y desfasado no deja de ser también una realidad fácilmen-
te explicable y hasta necesaria en otro contexto.

18. Diversos modelos culturales

Lo más caracteóstico de toda cultura es la primacía concedida a un


elemento póoritario, que condiciona la armonía e Ültegraciónposterior de
los restantes datos. En función de este valor fundamental, los esquemas
de conductas sufren los consiguientes desplazarníentos.Y el modelo pro-
puesto influye de forma directa en la elección de las normas para reali-
zarlo. De ahí, la licitud de ciertas conductas aceptadas por nuestros
antepasados, que hoy nos resultan intolerables, o, por el contrario, que
haya habido comportarníentos condenados en la tradición anterior, que
hoy se aceptan como auténticos derechos humanos. Todo dependerá, en
gran parte, de la prevalencia e importancia que, en una época o sociedad,
se haya dado a determinados valores.

Si no se considera al invasor o al asesino como al mayor enemigo con-


tra la paz y la convivencia de una sociedad, sino al defensor de falsas ideas
religiosas, que desintegra la vida ciudadana, resulta explicable la quema de
herejes por la misma razón que, todavía hoy, se mata en la guerra o se elimi-
na a los criminales. Pero si se acepta que el valor más importante es el res-
peto sincero a la intimidad personal de cada uno, donde se deben tomar las
propias decisiones ante Dios, habrá que reconocer, entonces, el derecho a la
libertad religiosa que se negaba con anterioridad. Y es que difícilmente la
persona podrá descubrir por sí sola los caminos de su hUlnanización, sin
ayuda del ambiente social en que se encuentra injerta.

tración de los niños cantores «para cantar más suavcmente las alabanzas divinas
en la Iglesia» (Theologia Moralis, lib. III, tr. IV, c. 1, n° 374) O aceptaba la tortu-
ra «para asegurar las pruebas» (nO202). Mientras se condenaba con fuerza la li-
bertad religiosa que, después, se aceptó en el VaticanoII.
42 Eduardo López Azpitarte, S. J.

Por eso, el "clima" que mantiene una sociedad condiciona también


la percepción de los valores. Cuando todos los miembros de una comuni-
dad aceptan, como hecho lógico y evidente, una determinada conducta,
no es posible de inmediato un análisis crítico sobre ese juicio de valor.
Constituye una ingenuidad excesiva creer que podemos desnudamos de
toda cobertura cultural, como si la herencia gigantesca que pesa sobre
cada uno de nosotros no influyera constantemente en nuestras decisiones
éticas.

Todo esto indica que la moral está en un proceso permanente de ges-


tación. Y estos cambios históricos provocan también momentos de crisis
e incertidumbre, pues cualquier evolución rompe la estabilidad consegui-
da y supone un desajuste entre lo nuevo y lo aceptado con anterioridad.
y en un momento de crisis no se tiene a mano, muchas veces, una res-
puesta adecuada para la nueva situación. Por eso, no siempre resulta fúcil
mantener el equilibrio entre una doble tentación que brota, en estos casos,
con facilidad: la de mantenerse inmóvil y anclado en la tradición, o la de
sentirse atraído de inmediato por la novedad de lo inédito. Ninguna de las
dos posturas, sin embargo, resultan convincentes, ya que se busca elimi-
nar el progreso para defenderse del miedo al cambio, o se cae en una
especie de relativismo radical, donde todo es provisorio y sin ninguna
consistencia.

19. La superación de un doble peligro

La primera reflejaría una creencia ingenua, cercana a un primitivis-


mo infantil, de que la verdad ha sido ya descubierta definitivamente y
para siempre, sin otra posibilidad que repetir lo mismo de manera conti-
nua. Cualquier nuevo planteamiento habría que examinarlo a la luz de los
principios tradicionales para poder admitirlo, si se ajusta a ellos, o recha-
zarlo, si no responde a estos esquemas de conducta. La moral sería,
entonces, una ciencia estática, como un objeto de museo, incapaz de res-
ponder a los problemas e interrogantes que en cada momento histórico se
plantean, pues la solución está ya buscada eon anterioridad. Más todavía,
llegaría a convertirse en una fuerza opresora para impedir cualquier evo-
lución y defender otras seguridades e intereses, que con frecuencia se
esconden en toda actitud inmovilista y radicalmente conservadora.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 43

El proceso evolutivo fonna parte de la condición y de las institucio-


nes humanas. Querer escaparse a esta dinámica conduce inevitablemente
a una esclerosis progresiva, que se aferra a lo que en un momento estuvo
justificado. Hay fidelidades que no nacen por conservar un valor para
defenderlo contra el desgaste del tiempo, sino por la inercia de una cos-
tumbre que ya no tiene sentido, o por la obstinación narcisista y cómoda
del que prefiere la rutina, sin atreverse a recrear el pasado.44

La misma resistencia al cambio tiene raíces psicológicas, pues cual-


quier evolución provoca un sentimiento de inseguridad ante un futuro que
aún no está fraguado y constituye una amenaza al orden establecido que
rompe la cohesión del grupo. De ahí la tentación de absolutizar lo que ya
hemos conseguido, de escribir con mayúscula lo que no merece ese trazo,
de convertir las simples tradiciones en la única tradición.45El individuo,
como la sociedad, busca su propia permanencia que sólo se consigue
cuando logra una síntesis, después de muchos esfuerzos y trabajos, que
responda a las amenazas e incertidumbres de su ambiente. Y cualquier
cambio en esa estructura provoca una sensación de vacío y soledad, como
si algo querido se perdiera. Por eso la evolución no es posible sin recon-
ciliarse con la propia mortalidad, simbolizada en aquello que tenemos
que abandonar y a lo que estábamos apegados por un instinto de tranqui-
lidad y supervivencia. En este proceso hay que aceptar la experiencia de
un duelo, la muerte de algún ideal, con el que se estaba identificado, no
por abandono o traición, sino para comprometerse con una verdad que se
ilumina con nuevos matices.

Pero el peligro contrario es también una realidad. La riqueza histó-


rica y el patrimonio cultural de las generaciones anteriores no se pueden
sacrificar en aras de la última novedad. Nunca se debe renegar de un
pasado henchido de experiencias, de todo un patrimonio cultural legado
por la tradición, que debe ayudarle a proseguir su camino con menor
esfuerzo y mayores posibilidades de éxito. Son siglos de historia que

44 Sobre este punto he tratado en Ética de la sexualidad y del matrimonio, San


Pablo, Madrid 19942, 491-509. Además de la bibliografía ahí citada, cf. M.
LEGAUT,Perseverancia en el compromiso y fidelidadfundamental, Cuadernos de
la Diáspora nO3 (1995) 11-45.
45 Ver M. SOTOMAYOR, Historias, historia y condicionamiento histórico, Proyec-
ción 40 (1993) 225-240. H. F. BAUZ~,Reflexiones sobre el sentido de la Historia,
Razón y Fe 229 (1994) 287-299. J. ALVAREZGÓMEZ,Renovación e involución en
la historia de la Iglesia, Sal Terrae 84 (1996) 117-125.
44 Eduardo López Azpitarte. S J.

ofrecen una profunda sabiduria para no partir nunca de cero y que seria
absurdo olvidar para comenzar de nuevo como si nada se hubiese apren-
dido. La rebeldía y el inconfonnismo tienen sus raíces oscuras, que tam-
poco interesa muchas veces destapar. Seria un signo de manifiesta
inmadurez identificar el cambio y la evolución necesaria, para vivir al
ritmo de los tiempos, con un pleno y absoluto relativismo, como si los
descubrimientos y esfuelZosde nuestros antepasados hubiesen sido total-
mente falsos o en nada pudieran enriquecemos. Creer que todo comienza
ahora es una auténtica locura, pues la humanidad, en el análisis y profun-
dización de los valores, ha recorrido ya un camino que se hace irreversi-
ble y del que 110podemos renegar.

Si no son aceptables siempre las soluciones tradicionales, tampoco


gozan de validez cualquier hipótesis moderna por la simple razón de su
novedad. Para conseguir la meta hay que mantenerse orientado hacia lo
que parece mejor, y el único camino que nos queda es el análisis critico
y la reflexión ponderada. La novedad nunca será un progreso mientras no
sepamos acercamos a ella con esta actitud de serena madurez. Quiero
decir que si hay una mentira que pervierte lamentablemente la verdad
recibida, existe también otra actitud mentirosa, mucho más sutil y oculta,
que impide el descubrimiento y la apertura hacia nuevas verdades o mati-
zaciones de la tradición y se cierra a ese posible enriquecimiento. Y en la
balanza de la valoración no es fácil saber cual de las dos es la más peli-
grosa, pues ambas constituyen un atentado contra la verdad.

20. La tcología de los hechos consumados

No supone ningún descrédito para la autoridad el reconocer que su


carisma y función no se centra precisamente en ser agente de cambio,
sino en mantener la armonía, cohesión y unidad del grupo para evitar
el peligro de la desintegración. Pero su celo debería también moderar-
se dentro de unos límites razonables, pues, como afirma el Vaticano 11,
"las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir, heredados
del pasado, no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de
cosas".46

Por eso, como la tranquilidad definitiva nunca resulta posible -y


seria, además, un signo de que la vida languidece y se esclerotiza-, es
46 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, nO7.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 45

bueno que brote de vez en cuando la protesta, el inconfonnismo o la con-


testación que impiden anclarse en una etapa del camino. Cualquiera que
analice un poco la rnstoria, incluso la más reciente, tendrá que admitir que
los cambios han sido fruto de los hechos consumados.47 Lo que al princi-
pio se consideró un gesto de indisciplina o desobediencia, una conducta
propia de p.ersonas rebeldes e inobservantes, tennina por imponerse más
tarde como algo normal y confinnado por la misma autoridad. Muchos
santos y todos los revolucionarios fueron molestos, sospechosos y criti-
cados por las autoridades competentes, ya que resultaban peligrosos para
los esquemas teológico s, culturales o políticos del momento. Con el paso
del tiempo y la valoración rnstórica sólo nos queda ahora la cosecha de
aquella siembra que agradecemos, pero dejamos en el olvido el dolor, los
conflictos y el esfuerzo que supuso, cuando fueron condenados como
traidores, iluminados, locos o equivocados.

No es tampoco necesaria ninguna interpretación maniquea, entre


buenos y malos, pues en esas situaciones de cambio existen demasiado
nebulosas para distinguir con claridad entre la voz del Espíritu Santo y
aquellas otras que pueden parecerlo. Los responsables se sienten obliga-
dos a defender el patrimonio recibido para que la evolución no se con-
vierta en un desastre. Y el remedio más eficaz, para evitar cualquier
renovación, ha sido siempre el desprestigio y la condena de los que vis-
lumbraban mejores horizontes. De esa manera, mientras sean considera-
dos como pecadores o rebeldes, disminuye su posible influjo en el
ambiente y se vacuna a los demás contra el peligro de contagio. Mientras
la transgresión despierta sentimientos de culpabilidad y arrepentimiento
se confirma la cohesión y el orden establecido pero, en la medida que
tales sentimientos disminuyen, se facilita su posterior incumplimiento y
la ampliación de sus fronteras.

Como, además, muchas transgresiones terminan en el fracaso y


resultan estériles, su recuerdo se utiliza como argumento para legitimar la
normativa vigente e impedir que otros se dirijan hacia nuevos caminos.
Lo que no se dice es que, en otras muchas ocasiones, también resultaron

47Un fenómeno que tiene mucho que ver con el tema de la recepción. Cf. H. VOR-
GLIMLER,Del «sensus fidei» al «consensus fidelium», Concilium nO200 (1985) 5-
19. 1. 1. GONZÁLEZFAUS,«Lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por
todos». Cuando el pueblo de Dios tenía voz y voto, Sal Terrae 84 (1996) 97-106.
A. ANTÓN,La recepción en la Iglesia y Eclesiología I y Il, Gregorianum 77
(1996) 57-95 Y437-469.
46 Eduardo López Azpitarte, S. J.

positivas y sitvieron como punto de arranque para los cambios posterio-


res. Entonces, cuando la autoridad los confinna e, incluso, cuando recom-
pensa y alaba más adelante a los que censuró con anterioridad, los más
tranquilos y observantes caminan ya con buena conciencia por senderos
que otros abrieron con una desobediencia fecunda y dolorosa.48

21. Para eliminar la angustia y la incertidumbre

Aceptar esta dimensión evolutiva que las ciencias, la cultura y la his-


toria introducen en la moral, no supone caer en un escepticismo relativis-
ta, ni fomentar un clima de constante angustia e inseguridad, como si
nada tuviese validez ética o no existiese ninguna base cierta y estable para
fundamentar nuestra conducta.

No cabe duda, en primer lugar, que el conocimiento ético de los


hombres ha progresado a través del tiempo y a pesar de todas las dificul-
tades, de una manera constante e irreversible. Ciertas conductas serán ya
intolerables pala el futuro y nunca se volverán a repetir sin la condena
unánime del mundo civilizado. La carta de los derechos fundamentales
del hombre, aceptada, al menos en teoría, por la casi totalidad de los paí-
ses, supone una conquista definitiva que no pudieron alcanzar las gene-
raciones anteriores. Sólo la nostalgia senil de un pasado siempre mejor
explicaría el rechazo de este progreso evidente.

Además, cuando el hombre desea conocer hoy cómo debe compor-


tarse, nadie puede decir que, por estos cambios y evoluciones, desconoce
lo que debe de hacer. Si es verdad que algunos puntos hoy se discuten,
que se propone la posibilidad de abrir nuevos caminos, que ciertos pro-
blemas no están aún clarificados, todos poseemos, sin embargo, una base
lo suficientemente amplia y consistente, que sirve para orientar nuestra
vida de manera segura. La conducta ordinaria de una persona nonnal no
se ve amenazada por las posibles hipótesis en estudio, ya que éstas sólo
se refieren a una pequeña parte de nuestra actividad.

48 Recomiendo la lectura de 1. VITORIA, Los conflictos en la Iglesia, Sal Terrae


80 (1992) 775-784. 1. M. LABOA,Los cristianos incómodos, Sal Terrae 78 (1990)
291-302 Y Teólogos bajo sospecha, Sal Terrae 84 (1996) 107-116. E. LÓPEZAzPI-
TARTE,De la obediencia a la transgresión, Razón y Fe 233 (1996) 579-591.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 47

Hay que tener en cuenta, en segundo lugar, que las mutaciones éti-
cas, efectuadas a lo largo del tiempo, no son tan profundas, en muchas
ocasiones, como aparecen a primera vista. En la historia de las costum-
bres, más interesante que detenerse en la normativa concreta es el inten-
to por discernir los valores que en ella se encierran. Estos últimos pueden
tener validez universal y ser aceptados por los diversos grupos humanos,
aunque la traducción realizada en las normas concretas haya sido muy
diferente. Las condiciones históricas y culturales de cada época producen
esta variedad impresionante y variada de expresiones, que buscan la
defensa de un mismo valor y eran la mejor forma de defenderlo, de
acuerdo con las circunstancias, conocimientos y sensibilidad del momen-
to. Si esta expresión nos parece ya inaceptable, tal vez siga teniendo
vigencia lo que con ella se queria defender.

El análisis de estas "constantes históricas", en las diversas épocas y


culturas, elimina mucho esa impresión desconcertante de un relativismo
absoluto. Lo que es bueno para el hombre sólo puede deducirse de los
datos que en cada momento la humanidad posee. Y así muchas solucio-
nes éticas eran perfectamente lógicas y explicables para un determinado
contexto, aunque después hayan quedado superadas en otro diferente. Al
fin y al cabo, lo que entonces, como ahora, se pretendía era vivir de la
forma más humana posible. Ya se ha conseguido mucho en este descu-
brimiento de la verdad, pero la completa revelación de ésta no ha queda-
do cerrada con el presente. Sería demasiado orgulloso sentimos
definitivamente poseedores de algo que ha necesitado, y que requerirá en
el futuro, un esfuerzo constante e incansable.

Quien vea en esta líneas un elogio incondicionado a la desobedien-


cia es porque añade algo más a lo que e3tá dicho. También la autoridad se
equivoca y cuando el súbdito expone, demanda, critica y se rebela no está
siempre impulsado por el mal espíritu. Lo difícil en esos momentos es
discernir quién se acerca más a la verdad, quién la busca con mayor ahín-
co, dispuesto a jugarse todo por defenderla. Son circunstancias que
todavía requieren un tiempo de clarificación, durante el cual el conflicto
se hace inevitable, pero enriquecedor para todos. Si el silencio, la sumi-
sión y la paciencia siguen siendo valores importantes para el cristiano,
tampoco se le puede condenar en todos los casos, cuando se hace moles-
to y conflictivo.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 49

11. La dimensión religiosa y sobrenatural de la ética


1. La fe como ruptura de todo perfeccionismo

Sin embargo, desde un punto de vista evangélico, la orientación que


hemos presentado hasta ahora tiene sus riesgos y ambigüedades. El Evan-
gelio manifiesta sin duda un profundo talante radical. Cualquiera que
repase sus páginas descubre de inmediato la primacía de Dios como valor
absoluto por encima de cualquier otra realidad. El único y definitivo cri-
terio para la vida del creyente es mantener la amistad y el cariño hacia
Aquel que nos amó primero de una manera tan asombrosa y gratuita. Una
fidelidad que demanda en ocasiones auténticos gestos de heroísmo e
incluso la ofrenda de la propia vida, porque quien "no me prefiere a su
padre y a su madre, a su mujer y a sus lújos, a sus hermanos y hermanas,
y hasta a sí DÚSIQO, no puede ser discípulo DÚO"(Lc 14,26). Nadie puede
rebajar este nivel de exigencias sin contradecir la vida y el mensaje de
Jesús. El mandaDÚentobásico de la alianza primera continúa con la
misma vigencia en el Nuevo Testamento: "Amarás al Señor con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente" (Lc
10,27). Por eso, desde pequeños, se nos pone como meta un ideal del yo,
que para el cristiano es la búsqueda de la santidad. Todo el esfuerzo se
orienta hacia esa meta evangélica: "sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto" (Mt 5,48)

Ahora bien, el cristianismo es una religión de hombres salvados,


donde Dios toma la iniciativa de ofrecemos su cercanía y aDÚstad.Y para
ello, lo primero es tomar conciencia de la necesidad de sentimos salva-
dos, descubrir que Dios no es un derecho o una conquista que el creyen-
te obtiene con su buen obrar. Ser cristiano supone la experiencia radical
de sentirse llevado por Dios, de que una fuerza, más allá de nuestras posi-
bilidades, nos ha situado a un nivel radicalmente distinto, en que los méri-
tos personales no constituyen ningún valor. La fe no es el apéndice final
de todo el trabajo humano, como una consecuencia natural y lógica del
propio comportaDÚento,sino que constituye una ruptura de todo esfuerzo
personal. La única condición para entrar en aDÚstadcon Dios es quedar
abierto al don y a la gracia.

El esfuerzo y trabajo para llevar una vida honesta, la perfección


conseguida con las propias virtudes puede provocar, entonces, una auto-
50 Eduardo López Azpitarte. S J.

satisfacción, más o menos explícita, que le haga poco a poco insensible


a la gracia, hasta olvidar su condición de pobreza e indigencia ante Dios.
-
y una conciencia autosuficiente nunca llegará a sentir o a lo más, sólo
con la cabeza- la necesidad de una presencia salvadora. De esta forma,
el hombre perfecto se hace plenamente incompatible con Dios, pues sus
propias virtudes tienen el peligro de convertirse en una barrera que lo
separen de Él. Desde el fondo de su corazón brota, aunque sea de una
manera imperceptible, aquella oración farisaica que aleja e imposibilita
el don: "Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás" (Lc 18,11).
El cristiano se vuelve impermeable a la salvación, y la moral es un obstá-
culo para la gracia. La amistad de Dios no es una especie de premio al
buen comportamiento, ya que sólo es posible recibirla como un regalo
gratuito de Dios, que se otorga a quien está convencido de su propia
incapacidad.

2. La experiencia de la gratuidad

El peligro de esta conducta farisaica no nace directamente de la reli-


gión, sino de las primeras experiencias infantiles a las que antes hacíamos
referencia. Aprendimos muy pronto que la obediencia y la buena con-
ducta consiguen el premio deseado: el cariño de los padres, la estima de
los que nos rodean, la alegría y tranquilidad de la propia conciencia. De
la misma manera que otras múltiples vivencias nos hicieron descubrir que
la transgresión y el mal comportamiento provocaban el rechazo, la con-
dena y el remordimiento interior. La recompensa se merece con el esfuer-
zo y los méritos acumulados, mientras que el rechazo y la condena son
también merecidos cuando no se actúa de acuerdo con las normas exigi-
das. Hay, pues, un inconsciente colectivo que mercantiliza toda relación
como un deber dejusticia, sin espacio para la experiencia de la gratuidad.
El bueno puede exigir lo que se merece y para el perverso e insumiso no
queda otra alternativa que el justo castigo y la condena. Cualquier otra
ecuación chocaría contra el sentimiento natural y universalizado de lo que
es la verdadera justicia.

Es muy fácil que estas vivencias, primitivas e integradas en nuestro


psiquismo con toda naturalidad, las proyectemos de inmediato en nues-
tras relaciones con Dios. También aquí, existe el convencimiento de que
por la obediencia a la ley y con el esfuerzo de las buenas obras se mere-

L
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 51

ce su beneplácito y amistad o, por el contrario, se considera imposible,


por la mala conducta, que Él nos ame sin méritos de nuestra parte.

El fariseo, como su misma etimología expresa, se considera un "sepa-


rado", alguien muy diferente a los demás, que por su observancia fiel de la
ley y de las tradiciones pertenecía a una especie de aristocracia espiritual,
por encima de la vulgaridad y perversión de la masa.49 Su piedad y obe-
diencia atraían la cercaIÚa y salvación de Dios, de la que no podían gozar los
publicanos y gente de mal vivir. Sólo los "justos" eX'Perimentan la amistad
divina, mientras que los "pecadores" -recaudadores de impuestos, prostitu-
tas y adúlteras, y todos aquellos que portan las consecuencias de su pecado,
como los leprosos- no experimentan únicamente la lejanía y rechazo de
Dios, sino la condena por parte de los buenos que no podían tratar ni acer-
carse a aquéllos.

3. Una nueva doctrina teológica: la doctrina y praxis de Jesús

El ejemplo y las palabras de Jesús constituyeron un verdadero escánda-


lo, porque vino a romper y denunciar los esquemas éticos y teológicos de la
cultura religíosa del judaísmo. Los doctores de la ley y de los escribas eran
los grandes defensores del sistema. Es comprensible, por tanto, que se sintie-
ran desconcertados y condenaran como demonio y embaucador a una perso-
na que se apartaba por completo de su espiritualidad y actuaba con otros
criterios muy diferentes. Su doctrina, sobre todo a través de algunas parábo-
las más conocidas -publicano y fariseo (Le 18,9-14), fijo pródigo (Lc 15,11-
32), jornaleros enviados a la viña (Mt 20,1-16)- estaba en plena coherencia
con su praxis. Todavía hoy nos resulta incomprensible y escandaloso que el
bueno no alcance la justificación; nos indignamos de que se celebre una fies-
ta por el fijo que se ha gastado los bienes con malas mujeres y no haya habi-
do ningún premio para el que siempre permaneció en su casa, dócil y
obediente; y consideramos como una injusticia que nos rebela el hecho de
pagar con el mismo salario a los que han trabajado sólo una hora que a los
que cargaron con el peso del día y del bochorno. 50Y es que en este campo
las ecuaciones humanas no tienen nada que ver con las matemáticas de Dios.

49 M. A. FUENTES
Actualidad delfariseísmo como problema moral, Gladius, n°
15 (1989), 29-44.
50 J. PORIER,¿Predicar en la montaña o cenar con meretrices?, Concilium, nO
130 (1977), 493-503. 1. GARCÍA,Así es Dios, tan bueno. Parábola al fariseo que
habita en nuestro corazón, Sal Terrae 78 (1990),133- 147.
. ...

52 Eduardo López Azpitarte, S. J.

Una de las enseñanzas más claras y evidentes de toda la Biblia es el


carácter totalmente gratuito de la obra salvadora. El único impedimento
eficaz, porque se opone justamente a la gratuidad de su designio, es la
autosuficiencia, por ser una negativa absoluta a lo esencial de su mensa-
je. En este contexto hay que entender las denuncias de Jesús contra el
poder, la riqueza y los valores humanos. Su ambigüedad no reside en la
simple utilización, que podría tener pleno sentido en orden a una eficacia
mayor y para evitar un excesivo espiritualismo, sino en el inminente peli-
gro de que su empleo y posesión nos lleve a confiar en ellos y a sentimos
autosuficientes con su ayuda.51

Se acercó a todos los pecadores para ofrecerles perdón y amistad sin


ningún requisito previo, comía y se dejaba tocar por ellos hasta el punto
de que el cariño de Dios no aparece nunca como premio a la virtud. A los
únicos que margina y abandona es precisamente a los fariseos, no porque
se niegue a su encuentro, sino porque el mismo fariseo se encierra e inca-
pacita a esta relación desde el momento que la considera como un mere-
cimiento y no como una gracia.

4. El radicalismo en la propia limitación

La moral corre, pues, el peligro de ofrecer, como ideal de peñección,


un esteticismo virtuoso, que deseamos alcanzar con un gasto enorme de
energías. La meta se pone en superar cualquier deficiencia que impida ese
objetivo, para sentimos en el fondo satisfechos de cumplir con tal obli-
gación, pero sin tener en cuenta que lo que vale es la plenitud de una
entrega amorosa, a pesar y por encima de las propias limitaciones. Desde
esta perspectiva no creo exagerado afirmar que uno comenzaría a ser cris-
tiano desde el momento que abandonara la preocupación de ser peñecto.
Convertirse no es hacer un balance de cuentas para ver si están con núme-
ros rojos o existe un amplio superávit, sino jugarse la vida por Aquel que
nos amó primero y comprometerse en la realización de su Reino.

Dicho de otra manera, el radicalismo evangélico no exige estar en el


cuadro de honor o sacar buena nota en conducta, como los niños en el

51Es el núcleo de la famosa meditación de San Ignacio sobre las dos banderas en
sus Ejercicios, donde sintetiza la enseñanza constante de la revelación para dis-
cernir entre el espíritu de Dios y el del enemigo.
,

Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 53

colegio. Lo que nos pide es una orientación de signo diferente, en la que,


más allá del propio perfeccionismo, se busque con empeño la entrega
radical a Dios para quererlo sobre todas las cosas, incluso desde las pro-
pias incoherencias y limitaciones. La vida se entrega con generosidad,
como la de Cristo, en un gesto de cariño y servicio, pero sabiendo qu~, en
la miseria e impotencia del que no consigue lo que pretende -cuando tales
deficiencias no son producto exclusivo de su mala voluntad- es posible un
amor muy profundo y auténtico. Aquí no existe ningún narcisismo laten-
te ni deseo farisaico de pertenecer a una aristocracia espiritual de la que
no todos participan. Es Dios lo que interesa por encima de todo, aunque
la respuesta sea un tanto parcial por las dificultades que aún no están
solucionadas.

5. Una pobreza bienaventurada: la fuerza de la debilidad

Esta gradualidad biográfica, que se queda a medio camino, es como


el aguijón clavado en la carne -del que nos habla san Pablo (2 Cor 12,7-
10)-, que nos recuerda la verdad bíblica por excelencia: la fuerza y la gra-
cia de Dios ponen su tienda en la debilidad.52El deseo del apóstol por
quitarse de encima lo que considera un obstáculo para el encuentro con
Dios, es la reacción humana frente a aquello que duele, molesta o humi-
lla. Su petición insistente no encuentra la respuesta deseada, pero, en
cambio, va a comprender en la oración una verdad que tampoco había asi-
milado: la fuerza de Dios pone su tienda en la debilidad e impotencia del
hombre. La reacción, entonces, se hace consecuente. Alegrarse en la pro-
pia incapacidad y limitaciones es la única forma dc sentirse potente. El
Espíritu nos da una visión muy distinta, que nos libera del apego a la
misma perfección.

Tal vez el mayor regalo de su amor pudiera ser esa herida dolorosa
'IIICnunca cicatriza, a pesar de todos los intentos y remedios empleados,
I''':roque nos hace caminar por la vida sin ninguna autosuficiencia, car-
~~;ldos con el peso molesto de una cruz que revela el propio fracaso e inca-
pacidad, pero convertida en un canto de alabanza: en esa rcalidad tan
limitada se hace presente la salvación. Cuando no se tiene otra cosa que

52 A. XAVIER, Fuerza de la flaqueza. Pastoral de san Pablo en Corinto, Selecciones


de Teología, 25 (1986) 155-159. D. MlETH, "Ethos" del fracaso y de la vuelta a
empezar. Una perspectiva teológica olvidada, Concilium, n° 231 (1990) 243-259.
54 Eduardo López Azpitarte. S. J.

ofrecer, un sollozo de impotencia es el gesto de amor más auténtico y pro-


fundo. El itinerario hacia Dios se convierte, entonces, en una evangélica
bienaventuranza: han de sentirse muy pobres los que busquen ponerse a
su servicio.

Que la salvación se haya realizado por el pleno fracaso de Cristo será


siempre un misterio incomprensible, pero cabria un intento de explica-
ción humana por este camino. El Padre no es un sadoquista que se goce
en el sufrimiento o desamparo de su Hijo, ni pretende reparar la ofensa
del hombre con la sangre y el dolor de una víctima inocente,53sino que
ha querido simbolizar de forma impresionante y llamativa esta misma
enseñanza: la salvación se realiza allí donde lo humano ha perdido toda
su capacidad y autosuficiencia. Es la confesión más solemne de que no es
el poder humano, del tipo que sea, el que salva y justifica, sino la gratui-
dad asombrosa de su amor.

Esto significa que, a pesar de la autonomía y de la seriedad secular


con que debemos afrontar la vida, la ética cristiana tiene que desplegarse
hacia lo sobrenatural, penetrar en una atmósfera religiosa, quedar trans-
formada por una dimensión trascendente. El cristiano busca, por encima
de todo, un encuentro de amistad mucho más que su propia autorre'Ílliza-
ción. Es un ser cuya meta y centro de gravedad adquiere un nuevo desti-
no: se siente llamado a una vida de relación personal con el Dios que lo
salva. La dinámica y el motivo de su actuar se hacen profundamente reli-
giosos. Lo único que interesa en adelante es responder a las exigencias de
semejante vocación, con una actitud de obediencia filial a los imperativos
de su Señor.

6. La dimensión cristológica de la mor~l

Por eso el ser humano aparece como el "eikon" de Dios, hecho a su


semejanza, como reflejo e imagen del Padre. Si la imagen exige una con-
figuración con el modelo, la ética cristiana no va a ser tanto la obedien-
cia a un precepto o la sumisión a unos valores, sino la conformidad
creciente a una persona. Parecerse a Dios será uno de los motivos más
determinantes de la conducta, y tal semejanza, que nos asimila como

53 Muy interesante la lectura de F. VARONE,El Dios "sádico". ¿Ama Dios el


sufrimiento? Sal Terrae, Santander 1988.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 55

hijos al Padre, pennite discernir sus rasgos más característicos en nuestro


estilo de vida. El cristiano es el "hombre nuevo que por el conocimiento
se va renovando a imagen de su Creador" (Col 3,10).

Esta semejanza inicial, otorgada con la renovación del bautismo, san


Pablo la concibe ya como una DÚmesisdináDÚca,objeto de un trabajo
permanente, para que la iDÚtaciónsea cada vez más profunda y comple-
ta: "como hijos queridos de Dios, procurad pareceros a Él" (Ef 5,1). El
problema radica, sin embargo, en que Dios ha sido siempre una realidad
demasiado lejana, DÚsteriosay desconocida para el hombre. El silencio
era, en el mundo heleIÚstico,uno de los símbolos más característicos de
la divinidad, precisamente porque expresa con exactitud el misterio que
la envuelve.54"A Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18),pues "habita en
una luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver" (l Tim 6,16).
¿Cómo es posible entonces reproducido como modelo?

La única respuesta podemos encontrada en Jesús. Él como icono del


Padre -"imagen de Dios invisible" (Col 1,15)- es capaz, por una parte, de
ser su expresión más exacta y adecuada, y convertirse, por otra, en un
modelo cercano y visible para nosotros. Dios ha querido acercarse al
mundo para romper una barrera de lejarúa que resultaba infranqueable, "y
la Palabra se hizo hombre" (Jn 1,14) para que su voz, aunque ya había
hablado "en múltiples ocasiones y de muchas maneras" (Heb 1,1), nos
desvelara definitivamente su misterio. Jesús es el grito de Dios que no
quiere permanecer en el silencio y desconocido. Por eso, cuando san
Pablo nos habla sobre los designios eternos de su voluntad salvadora, se
refiere también a una morfología muy concreta: "Dios los eligió primero,
destinándolos desde entonces a que reprodujeran los rasgos de su Hijo"
(Rom 8,29).

Toda la historia de la salvación y la existencia particular de cada ele-


gido está orientada a esta única finalidad: "hasta que Cristo tome forma
en vosotros" (Gál 4, 19). Si con anterioridad se trataba de reflejar la ima-
gen de Dios, ahora, en esta nueva re-creación - "donde hay un cristiano,
hay humanidad nueva" (2 Cor 5;17)-, Jesús aparece como el modelo por
excelencia, al que se ha de imitar. De alú que el tema de la imitación y

54 Ver J. JEREMÍAS,El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Sala-


manca 19722,85-104, en el estudio que hace del prólogo de san Juan sobre Jesús
como palabra reveladora.

-
56 Eduardo López Azpitarte, S. J.

seguimiento de Cristo haya tenido siempre un relieve importante en la


espiritualidad de la vida cristiana.55

7. La superación de un mimetismo narcisista

Imitar a Jesús tiene, sin embargo, sus peligros. La atracción de un


modelo puede provocar un deseo de identificación para reproducir en uno
mismo, con grandes esfuerzos y a través de un aprendizaje costoso, los
rasgos específicos de esa imagen. Es un intento muchas veces incons-
ciente por apoderarse, mediante ese mecanismo, de la plenitud y perfec-
ción que de ella dimanan. La semejanza progresiva con el ideal asegura y
gratifica, pues nos hace sentir satisfechos y protegidos por la autoridad y
el poder de aquel a quien deseamos asimilar de alguna manera. Como este
proceso infantil nunca se consigue por completo, es muy fácil que brote
la agresividad por los intentos fracasados, el malestar interior de la insa-
tisfacción repetida, los sentimientos de culpa por los desajustes observa-
dos, la impresión final, en una palabra, de ser una tarea imposible.56Ni
Dios ni Jesús pretenden seducir por la fascinación de lo divino, como si
hubiéramos de sacar una copia lo más exacta posible. Como en la evolu-
ción psicológica, hay un momento en que es necesaria la ruptura y la
separación para ser uno mismo y no quedar prisionero de sueños y vin-
culaciones primarios, que nos dejan, como a Narciso, enamorados de la
propia imagen en la que terminados ahogados.57

y es que la misma forma de entender la perfección ha estado más


cercana al pensmniento griego o de una mentalidad esteticista que a las
enseñanzas de la revelación. Perfecto es "aquel ser al que nada le falta en

55 J. M. CASTILLO,El seguimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 1986. C. MAC-


CISE,Espiritualidad del seguimiento de Jesús, Testimonio n° 111 (1989), 14-22.
M. Rumo, La «cristiandad» de la ética cristilma. Jesús de Nazaret, punto de re-
ferencia de los valores, Sal Terrae 81 (1993) 495-510.
56R. SCHWAGER, Imitar y seguir, Selecciones de Teología 27 (1988), 173-178. I.
CHARElRE,La función de Cristo y del Espíritu en el proceso de identificación,
Concilium nO216 (1988),265-279. Puede verse también, desde una perspectiva
más psicológica, J. M. FERNÁNDEz-MARros,Psicopatologías de la perfección o
la lidia del «aguijón de la carne», Sal Terrae 74 (1986), 7) 5-73l.
57J. DVRUZ,El «narcisismo» como modelo cultural dominante, Concilium, nO176
() 982) 394-400. M. HOLGADO,El centro de la burbuja. (En torno al narcisismo),
Sal Terrac 77 (1989) 803-816. J. L. TRECHERA,Narcisismo y sociedad actual.
Revista de Fomento Social 50 (1995) 559-585.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 57

su género".58El objetivo se ponía en alcanzar una conducta donde no


hubiera fallos y desajustes para cumplir con todas las tareas, obligaciones
y exigencias que la moral o la espiritualidad ordenaban. La observancia
completa de la ley y las buenas obras eran el mejor signo de haber con-
seguido la meta. El "sed perfectos, como vuestro Padre celestial es per-
fecto" (Mt 5,48) era una traducción que obligaba a mucho, ya que nadie
quedaba satisfecho de haber respondido a semejante invitación.

La idea bíblica, sin embargo, es algo distinta y mucho más profun-


da.59La imitación se realiza al amar, ser compasivos y misericordiosos,
porque Dios nos ama, lleno de compasión y misericordia (Dt 10,18-19;
Lv 22,28; Miq 7,8; Ex 34,6; Col 3,12-13; Ef 4,32-5,1; 1 Pe 1,5-6, etc.).
Lo importante es revestirse de esa ternura y cariño, porque Él nos ha
amado de esa manera: "en una palabra, como hijos queridos de Dios, pro-
curad pareceros a Él y vivid en mutuo amor" (Ef 5,1).

Es verdad que san Mateo utiliza el adjetiv-1"perfecto", que no es


aplicado a Dios en la Biblia nada más que por este autor y en una ocasión
(5,48). Los exegetas están de acuerdo en que aquí el evangelista utiliza un
antropomorfismo, proyectando sobre Dios una cualidad que sólo es posi-
ble atribuir al ser humano. Los adjetivos hebreos o arameos que se tradu-
cen por perfecto implican un concepto de totalidad y se asigna a lo que
ya está completo y no le falta nada. En este sentido, es un término desti-
nado nada más que a los seres limitados, capaces de alcanzar una mayor
plenítud. La versión de Mateo nos invita a ser perfectos para imitar a
Dios, pero para imitarlo en una cualidad que no es propiamente divina,
sino más bien la proyección en Él de un ideal humano. Es Lucas quien
nos anima a esa imitación para reproducir en nuestra conducta los atribu-
tos específicamente divinos: la compasión y la misericordia.6oHay que
amar y perdonar, incluso a los enemigos "porque Él es bueno con los
ingratos y los perversos" (6,35) y hay que ser "compasivos, como vues-
tro Padre es compasivo" ( 6,36). La identificación con Dios sólo es posi-
ble con una vida de amor y reconciliación.

58 ARlSrÓrELEs,Metaphysica, IV, 16, 1021b.


59 J. A. GARCÍA,«Sed perfectos...» Canto y compromiso en el acercamiento sal-
vador de Dios, en Sal Terrae 74 (1986) 703-714. S. G. ARZUBIALDE,Theologia
spiritualis. El camino espiritual del seguimiento a Jesús, Comillas, Madrid 1989,
vol. 1, 65-82. A. APARlCIO,«¡Sed perfectos!», Vida Religiosa 82 (1997) 174-183.
60 Por eso el texto de Mt 5, 48, algunos prefieren traducirlo con un sentido más
bíblico: «sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».
58 Eduardo López Azpitarte. S. J.

8. Las enseñanzas de la revelación:


dimensión humana y sobrenatural

Todo esto no significa, sin embargo, que nuestra moral necesite una
fundamentación exclusivamente religiosa, que la justificación de una
conducta sólo pueda encontrarse en la palabra de Dios, sin que su base
racional tenga mayor importancia. Según la opinión más generalizada en
la actualidad, no es fácil afirmar que las normas de conducta y los conte-
nidos éticos que aparecen en la Biblia hayan sido revelados por Dios de
una manera directa e inmediata. La gran epifanía del Sinaí, para la pro-
mulgación del Decálogo, no hay que interpretarla de forma literal: "Estos
son los mandamientos que el Señor pronunció con voz potente... y sin
añadir más, los grabó en dos losas de piedra y me los entregó" (Dt 5,22).
Entre otras razones, porque existe un paralelismo excesivo, sin negar las
diferencias y purificaciones efectuadas al ser asumidos por la revelación.
entre los mandamientos divinos y los de otros países cercanos, como los
que se encuentran grabados en algunos templos de Egipto.61Esto indica
que, en la elaboración de los libros sagrados, se da un proceso de asimi-
lación de los valores éticos, elaborados por otros pueblos y culturas, para
injertarlos en el marco de la alianza y convertirlos en palabra de Dios. La
originalidad no está tanto en los contenidos sino en la forma de integrar-
los a su fe y en la manera de vivirlos como expresión ya de la voluntad
amorosa de Dios.

Habría que decir, por tanto, que lo que Yahvé manda y quiere en el
campo de la conducta es fundamentalmente lo que el mismo ser humano des-
cubre que debe realizar. Así se explican mucho mejor los cambios evolutivos
y hasta los juicios morales contradictorios que con frecuencia aparecen en la
revelación del Antiguo Testamento. Muchos de sus pasajes éticos resultaron
escandalosos y, desde luego, inaceptables para una mentalidad ajena a la cul-
tura de aquella época. Los intentos de solución han sido múltiples en la his-
toria, pues se hacía dificil comprender y aceptar semejantes conductas como
expresión directa de la voluntad de Dios.62

61G. BOTTERWECK,EIDecálogo. Estudio de sus estructuras e historias literarias,


Concilium, nO5 (1965) 62-83. N. LOHFINK,Exégesis bíblica y teología, Sígueme,
Salamanca 1969, 131-159. A. EXELER,Los diez mandamientos. Vivir en la liber-
tad de Dios, Sal Terrae, Santander 1983, 39-48. F. LAGE, Ley y alianza.
Autonomía de la ética ell el pensamiento del A. T., Moralia 6 (1984) 9-39. F. GAR-
CÍALÓPEZ,El Decálogo. Verbo Divino, Estella 1994.
62Recomiendo la lectura de J. GARCÍATRAPIELLO,El problema de la moral en el
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 59

No es que Dios se acomode a la mentalidad de cada época o cultura


y se haga tolerante con la insensibilidad del corazón humano para man-
dar o permitir lo que después prohibirá con el avance del progreso, o con-
denar ahora lo que más adelante aceptará como lícito. Sería una actitud
demasiado vacilante y poco digna del supremo legislador. Es Dios mismo
quien deja a la persona que busque, como ser dotado de autonomía y res-
ponsabilidad, las formas concretas de vivir pam relacionarse con Él y
expresarle su amistad. Si la moral revelada cambia y evoluciona al rítmo
de la historia, es porque la inteligencia humana no ha conocido con ple-
nitud los verdaderos valores desde el comienzo y sus juicios encierran
necesariamente una serie de lagunas e imperfecciones, consecuencias de
su limitación. Se acerca a la verdad con titubeos y equivocaciones, que
irá remontando lentamente en una búsqueda difícil e histórica. Dios no ha
querido exigir más de lo que la humanidad ha ido descubriendo, poco a
poco, con el tiempo. Su palabm y su voluntad se hacen presentes en esa
palabra y en ese querer humano de encontrarse con el bien. La forma de
manifestar nuestra obediencia no consiste en sometemos a unos manda-
mientos directamente revelados por Él, sino en la docilidad a las exigen-
cias e imperativos de la razón, pues ha pretendido conducimos por medio
de esta llamada interna y personal. .

9. Nivel ético, religioso y cristológico

La moral, entonces, no es sólo la ciencia que nos descubre los valo-


res para nuestra realización personal. Con un sentido religioso, podríamos
definirla ahora como la ciencia que nos hace dóciles y obedientes a su
palabra, pero sabiendo que su voluntad se hace presente en la llamada de
cualquier valor ético. El cumplimiento de éstos no es ya un mero impe-
rativo obligatorio, ni siquiera un camino válido para la realización y
madurez de la persona, sino que se viven como la respuesta y la acepta-
ción agradecida y amorosa de la amistad que Dios ha querido ofrecemos.
La conducta, que a primera vista estaba centrada en la persona y que
podía provocar un cierto narcisismo, se transforma en un lenguaje de
entrega y sumisión. Lo que importa ahora es la fidelidad a una relación
amistosa, el amor a una persona.

Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1977, donde recoge los fallos éticos del
AT, las soluciones dadas al problema y los caminos para una adecuada ex-
plicación.
60 Eduardo López Azpitarte. S. J.

De la misma fonna que para seguir a Jesús no basta acudir al evange-


lio con la ingenua ilusión de encontrar allí unas pautas de conducta concre-
tas y particularizadas para solucionar nuestros problemas éticos. Jesús no ha
venido a enseñamos nin!,'lÍn código completo de moral, ni todas sus
enseñanzas morales podrían aplicarse a nuestra situación sin una previa her-
menéutica. Hoy parece claro y evidente que lo que Cristo revela y mani-
fiesta, sobre todo, es un estilo de vida radicalizado en el amor, como ethos
básico y fundamental de cualquier comportamiento. Si hay algo definitivo
en el evangelio es que Jesús ha sido el hombre para los demás, el que ha
sabido hacer de su existencia un don y una ofrenda pennanente a Dios y a
los hennanos. Lo importante es captar el significado profundo que libre-
mente quiso darle a su vida, para convertirlo también en la nonna suprema
de nuestra existencia. Seguir a Jesús supone el compromiso de intentar vivir
también, como Él, el radicalismo de esta entrega.

Semejante actitud queda, sin embargo, abierta y flexible, para que el


mismo hombre busque la manera concreta de traducirla y concretarla en
las diferentes situaciones de su vida. El recurso al evangelio no excluye,
pues, un abandono o desvalorización de la ética racional. La búsqueda de
la voluntad de Dios o la imitación y seguimiento de Cristo no se consi-
guen con la simple lectura de una cuantas citas del texto sagrado, sino que
requieren también el esfuerzo difícil y costoso de un estudio que descu-
bra cómo aplicar en la práctica las exigencias del ethos fundamental del
evangelio; qué expresiones particulares y concretas encarnan mejor su
opción por el amor, el servicio y la entrega en cada zona de su actividad.

Es la misma consideración de Sto. Tomás, cuando reflexiona sobre


las fonnas que Dios tiene, en su providencia, de gobernar a la creación.
Los seres irracionales son conducidos hacia su fin por las leyes escritas y
grabadas en su naturaleza, pero al hombre, como a ser racional, lo con-
duce de manera distinta: por voluntad del Creador lo ha convertido en una
pequeña providencia para sí y para los demás.63El hombre participa de la
providencia divina en la medida que él se gobierna a sí mismo. Y la ética
se hace religiosa, cuando se vive como respuesta a un Alguien que está
más allá del valor, cuando oímos su palabra oculta en esa llamada inter-
na que percibimos.

63Suma Teológica, I-lI, 91,2 ad 3.


Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 61

10. La especificidad de la ética cristiana

Por eso, la dimensión religiosa de la moral no tiene por qué defen-


der, como lo más específico y característico de la visión cristiana, unos
contenidos diferentes a los que pudieran deducirse de una ética puramen-
te humanista. La revelación no aporta o descubre valores de conducta,
cuyo conocimiento no sea posible por el camino de la razón. Hasta el
perdón de los enemigos, que se ha propuesto tantas veces como ejemplo
de un valor específicamente evangélico, aparece ya recogido en otros
códigos religiosos, con algunos siglos de anterioridad a la revelación,
incluso, del Antiguo Testamento.64Si toda normativa ética tiene su fun-
damentación en una base racional, la fe no constituye una condición
indispensable para su aceptación. Las normas y valores morales no son
patrimonio exclusivo del creyente o un privilegio reservado para los que
admiten la revelación sobrenatural, sino que pertenecen con toda justicia,
como herencia común, a todos los hombres sinceros y honestos.

En la misma Escritura existe una estima muy grande del esfuerzo


racional. Toda la literatura sapiencial ofrece una ética de índole humanis-
ta, que no reclama para su enseñanza el respaldo de Dios, ni presentan
una verdad en relación con un credo o vinculada con una óptica religio-
sa. Los profetas insisten también en el carácter profano y secular de la
moral, cuando se dirigen a naciones que no comparten las creencias reli-
giosas. Y hasta el mismo san Pablo recoge en sus cartas catálogos de
vicios y virtudes que proceden de la filosofía estoica o rabínica.65

Esta postura, sin embargo, no rechaza los múltiples influjos positi-


vos y benéficos de la fe, que repercuten sobre la praxis del cristiano y que
determinan de alguna manera su comportamiento, aunque en otros nive-
les diferentes al simple conocimiento del valor, que puede alcanzar tam-
bién cualquier otra persona. Negar este influjo eliminaría por completo el
aspecto sobrenatural de nuestra existencia, al que no podemos renunciar

64 J. L. SICRE,La preocupación por la justicia en el antiguo Oriente, Proyección


28 (1981) 3-19 Y 91-104, cuya lectura recomiendo.
65Como ejemplo, me remito a A. GONZÁLEZ,El consejo del sabio. Una moral de
índole humanista, Moralia 6 (1984) 103-128. J. L. SICRE,Con los pobres de la
tierra. La justicia social en los profetas de Israel, Cristiandad, Madrid 1985. F-
J. ORTKEMPER,Vivir como cristiano: Reflexiones q partir de la ética de San Pablo,
Selecciones de Teología 27 (1988) 125-130. L. ALVAREZVERDES,La fimción de
la «razón» en el pensamiento ético de S. Pablo, Studia Moralia 34 (1996) 7-42.
62 Eduardo López Azpitarte, S. J.

tampoco de ninguna fonna. Si vivimos como creyentes y como cristianos


el impacto de la revelación y de Jesús tendrá que repercutir necesaria-
mente sobre la propia vida. ¿Qué función tiene, entonces, en el ámbito de
la moral?

11. Influencias de la fe como motivo y confirmación

La fe constituye para el cristiano, en primer lugar, una motivación,


probablemente la más profunda y fuerte, que le lleva a actuar de una
manera concreta. Todos tenemos la experiencia de que, aunque sabemos
lo que deberíamos hacer, no somos capaces de llegar a realizarlo. Lo que
nos falta, en esas ocasiones, es una razón última y definitiva que nos lleve
a la acción. Hay que tener un motivo determinante muy serio para dejar-
se conducir por el bien, por encima de cualquier otro interés. Porque cree
en Dios y se siente llamado a su amistad, porque busca la imitación y
seguimiento de Cristo, porque su persona se ha convertido en el amor
absoluto de su existencia, el cristiano posee una motivación extraordina-
ria que no la tendría, si buscase solamente la honradez y honestidad de
una conducta.

La moral debería tener vigencia aun en la hipótesis de que Dios no


existiese, pero quedaría un interrogante posterior: ¿Seríamos capaces de
vivirla y comprometemos con ella, sin el dinamismo de la fe? Incluso
aunque tuviéramos esa capacidad, como muchas personas agnósticas lo
demuestran, el distintivo más característico y específico de una conducta
cristiana radicaría en esta última intencionalidad religiosa: queremos ser
buenos no sólo para realizamos como personas y responder a las exigen-
cias de unos valores humanos, sino para demostrarle a Dios, sobre todo,
nuestro cariño y amistad. El amor impulsa y motiva un estilo de conduc-
ta que resulta válido para todos los individuos, y para el cristiano se con-
vierte también en una respuesta agradecida al Señor.66

Con la fe, además, se facilita y confinna el conocimiento y captación


de los valores morales, especialmente de los más díficultosos para el
hombre. La vida de Jesús y su mensaje no sólo nos ilumina, sino que pro-
voca un ethos tal en el creyente -la radicalización extrema en el amor-,

66 J. GÓMEZ CAFFARENA, Sobre la aportación cristiana a la ética, Pastoral Misio-


nera n° 176 (1991)43-52.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 63

que le hace mucho más sensible a ellos y le impide absolutizar otros bie-
nes creados. No es que busquemos en la Escritura una solución concreta
para nuestros problemas actuales, pero sí nace de ella como un instinto
especial, una sintonía de fondo que puede impregnar al cristiano y dotar-
le de una transparencia y lucidez especial. Es evidente que el perdón de
los enemigos resulta más fácil de comprender y asimilar observando la
doctrina y el comportamiento de Cristo, que no por una simple reflexión
humana. De hecho, los grandes historiadores reconocen que el pensa-
miento y la cultura de Occidente se encuentran profundamente influen-
ciados por el mensaje evangélico, y el encuentro con los valores lo ha
tenido antes el creyente en el ámbito de la fe que en el de su elaboración
racional.

Este nuevo horizonte de sentido tendria que delimitar algunos aspec-


tos de las decisiones morales, como consecuencia de una ponderación
más exacta y equilibrada entre los diferentes bienes. Su relatividad o
importancia van a depender del aspecto que se quiera subrayar por enci-
ma de otros. El valor absoluto de Dios, por ejemplo, o la entrega evangé-
lica a los demás, dan un criterio de preferencia que no existe de ordinario
en los esquemas racionales. Bajo esta óptica, el aprecio de las virtudes
pasivas, como la humildad, la esperanza, la paciencia, el servicio o la
sumisión, adquieren un relieve del que no gozan en otras especulaciones.
Nada de esto escapa a una visión humanizante de la vida, ni se hace
incomprensible al margen de la fe, como si fuera algo exclusivo del cre-
yente, pero no es menos cierto que ese influjo sobrenatural puede ser fer-
mento de un humanismo más auténtico y profundo.

12. Hacia un humanismo sobrenatural

Finalmente la fe nos descubre también un mundo inabordable para


la inteligencia humana, pues el ser humano nunca hubiera podido captar
con su reflexión las posibilidades escondidas, que aquélla nos manifies-
ta. Todo lo relativo al orden de la gracia y de la justificación sobrenatu-
ral, la dimensión escatológica y eterna de nuestra existencia, la gratuidad
absoluta de nuestro encuentro con Dios, con todo lo que ello significa etc.
influyen de una manera más o menos directa en la vida del cristiano. Son
datos trascendentales para la conducta moral, a la que aporta nuevos estí-
mulos y esperanzas.
64 Eduardo López Azpitarte, S. J.

El cristiano está cierto del cariño y de la fidelidad de Dios para cada


persona, a pesar de las debilidades e incongruencias; sabe leer en los
acontecimientos un significado providente, aunque misterioso, que le
provoca una paz confiada; relativiza muchos aspectos de la existencia,
pues su centro de gravedad definitivo no se sitúa en el aquí y en el ahora;
vive con una esperanza indestructible, aunque el grano de trigo se muera
sin frutos aparentes, a la espera del triunfo final de Dios; y está conven-
cido, sobre todo, de que la vida vale la pena cuando se entrega como gesto
de amor a los demás. Quien vivencia tales verdades es lógico que sienta
también un enorme influjo en su conducta para vivirla con una mayor ple-
nitud, sobre todo al comprender que el centro de gravedad definitivo no
se sitúa en el aquí y en el ahora.67

La vida cristiana será un auténtico humanismo, pero tampoco puede


quedarse en eso, ya que el futuro del hombre no puede ser alejado de su
horizonte. Y si este lado más oculto y trascendente relativiza de alguna
forma la construcción y perfeccionamiento de la ciudad terrestre y de los
valores actuales, despierta, por otra parte, las exigencias más profundas
de un amor que se entrega con totalidad a las tareas y necesidades de este
mundo.

El evangelio, en efecto, no absorbe los valores naturales en la tras-


.cendencia de lo escatológico, ni tampoco se pierde en la inmanencia de
un proceso histórico, político y social. Dios deja al hombre la tarea de
edificar un mundo no alIado del mundo en que vivimos -Jesús ha redi-
mido con su muerte la creación entera-, sino para que descubra en él su
plenitud y vocación verdaderamente humana, aunque no podrá realizarse
por completo dentro de los límites temporales. Por la fe, la moral recibe
la energía creadora de un amor sobrenatural, que radicaliza todavía con
más fuerza las exigencias de cualquier ética humana. Así el deseo de res-
ponder a la llamada de Dios y de seguir a Jesús no disminuye, sino que
aumenta y fortalece la ilusión de realizamos como personas desde ahora.

13. La superación de la ley: el mensaje de la libertad cristiana

Si la moral, como hemos dicho, es la ciencia que nos hace dóciles y

67 Ver el interesante artículo de 1. B. LIBANrO Utopía y esperanza cristiana, Selec-


ciones dc Tcología 30 (1991) 176-184.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 65

atentos a la voluntad de Dios y nos lleva a una cristificación progresiva,


la vida del cristiano tiene que realizarse en un clima de relación familiar.
Jesús ha venido para damos la gran noticia de que somos hijos del Padre.
y en una familia lo que prevalece no es la ley, sino el amor que la supe-
ra y trasciende. De ahi, el grito incontenible de S. Pablo cuando les
recuerda a los cristianos su auténtica vocación: "A vosotros, hermanos, os
han llamado a la libertad" (Gál 5,13). Un mensaje que nunca se cansará
de repetido, para obtener este convencimiento básico de la espiritualidad
cristiana. (Rom 6,14; 7,1-6; 8,15; 2 Cor 3,17). Sus palabras no se pueden
interpretar como si fueran un género literario o un simple recurso orato-
rio. Son ideas que explicita de manera constante y con un lenguaje muy
claro, pues no sólo las tiene profundamente asimiladas, sino que siente la
obligación de proclamadas, como parte fundamental de su trabajo misio-
nero, a pesar del escándalo que suscitó entre la gente piadosa de aquel
tiempo.68

La ley para él era el símbolo de toda normativa ética impuesta desde


fuera a la persona. El que vive en función de ella no ha penetrado todavía
en la esfera de la fe ni se encuentra vivificado por la presencia del Espíritu.
Su vida se mantiene todavía en una situación infantil, ya que "la ley fue
nuestra niñera, hasta que llegase Cristo" (Gál3,23). Por eso el que perma-
nece protegido por ella no será nunca un verdadero hijo de Dios, "porque
hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu
de Dios" (Rom 8,14). Tal vez la traducción más exacta de su pensamiento,
para comprender el choque que supuso contra la mentalidad de su época,
sería afirmar hoy que el cristiano es un hombre rescatado por Cristo de la
esclavitud de la moral, un ser que vive sin la maldición de esta ley.

Ya sé que esta afirmación puede resultamos aún demasiado descon-


certante, y prestarse a múltiples equívocos y falsas interpretaciones. De
hecho, el mismo san Pablo tuvo que luchar y corregir ciertas conclusio-
nes equivocadas, que algunos pretendieron deducir de esta enseñanza.

68Que la doctrina paulina sobre la libertad de la ley fue captada con todo su ra-
dicalismo se deduce de los intentos que, desde el comienzo, existieron por
suavizar su pensamiento. Cf. S. LYONNET, Libertad cristiana y ley nueva,
Sígueme, Salamanca 1967,87-91, donde resume la oposición abierta o latente
que encontró, entre muchos, su evangelio de la libertad. Como poco después afir-
ma (p. 94): «muy pronto copistas bien intencionados intentaron mitigar» algunas
de sus afirmaciones que resultaron escandalosas.
-
66 Eduardo López Azpitarte, S. J.

La idea paulina sólo puede comprenderse teniendo en cuenta el tras-


fondo social, que sus contemporáneos conocían a la perfección.

Sabemos que en la antigüedad existian grandes mercados d~ escla-


vos universalmente conocidos por el prestigio de su organización. Con la
compra quedaban en propiedad exclusiva de quien seria en adelante su
único dueño y señor. Sin embargo, no eran raros los casos de liberación
por filantropía y recompensa. Al que había sido comprado se le entrega-
ba después el título de hombre libre, que lo colocaba para el futuro en un
nivel social diferente. Ya no seria nunca más esclavo y gozaría de los
derechos y prerrogativas de los demás ciudadanos. Algunos, no obstante,
como respuesta y agradecimiento a esta generosidad, permanecían volun-
tariamente al seIViciodel templo o de su señor, pero no ya como escla-
vos, sometidos a la fuerza, sino como personas juridicamente libres que
desean entregarse a esa tarea.69

En este contexto, Cristo aparece también como el gran mecenas que,


-
después de pagar el precio del rescate "no os pertenecéis, os han com-
prado pagando" (1 Cor 6,20)- nos libera del pecado, de la ley y de la
muerte, y nos otorga la más absoluta libertad de cualquier esclavitud.
Como signo de amor y agradecimiento, el cristiano se convierte, por su
propia voluntad, en el esclavo del Señor.

14. La fuerza de un dinamismo diferente

La libertad cristiana alcanza así su densidad más profunda. Vivir sin ley
significa sólo que la filiación divina produce un dinamismo diferente, que
orienta la conducta no con la normativa de la ley, sino por la exigencia de un
amor que radicaliza todavía más el propio comportamiento. Para el cristiano,
vivificado por el Espíritu e impulsado por la gracia interna, no existe ninguna
norma exterior que le coaccione o impongan desde fuera y ante la que se sien-
te molesto. Colocar de nuevo a la ley en el centro de su interés significaría la
vuelta a un estadio primitivo e infantil: "ahora, en cambio, al morir a lo que
nos tenía cogidos, quedamos exentos de la ley; así podemos selVir en virtud
de un espíritu nuevo, no de un código anticuado" (Rom 7,6).

69 Ver el interesante apéndice sobre Emancipación jurídica y libertad de gracia,


en C. SPICQ,Teología moral del Nuevo Testamento, Eunsa, Pamplona 1973, T. II,
997-942.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 67

El régimen legal ha caducado con la venida de Cristo y queda susti-


tuido por un régimen filial: "...envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
sometido a la Ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la Ley, para
que recibiéramos la condición de hijos" (Gá14,4-5). No existe, pues, nada
más que una doble alternativa: seguir los caminos de la ley -los que se
apoyan en la observancia de la ley llevan encima una maldición (Gál
3,10)- o seguir a Cristo "que nos rescató de la maldición de la ley" (Gál
3,13).

Para el cristiano, vivificado por el Espíritu e impulsado por la gracia


interna, no existe ninguna norma exterior que le coaccione o impongan
desde fuera y ante la que se sienta molesto. La iluminación del cristiano
no se produce, pues, por el conocimiento de unas normas éticas, ni por el
análisis exacto y detallado de todos sus contenidos, sino sólo cuando,
movidos por la fuerza interior del Espíritu y libres de toda coacción legal,
nos dejamos conducir por la llamada del amor. Este dinamismo original
y sorprendente es el que inventa la propia conducta del cristiano. Y es que
resulta duro de comprender -tal vez porque no vivimos en ese clima- que,
para los hijos de Dios, no existe ya otra ley que la que nace por dentro,
como imperativo del amor, y que lleva a una vida moral y honesta: "pro-
ceded guiados por el Espíritu y nunca cederéis a deseos rastreros... Si os
dejáis llevar por el Espíritu, no estáis sometidos a la ley" (Gál 5,16-18).

Ahi se revela el sentido más auténtico de la diaconía cristiana: "que


el amor os tenga al servicio de los demás, porque la ley entera queda cum-
plida en un solo mandamiento, el de amarás a tu prójimo como a tí
mismo" (Gál 5,14).

15. Hacia una moral personalista:


más allá de las obligaciones generales

Las normas externas, finalmente, en cuanto externas y universales,


no pueden tampoco revelamos todas las exigencias concretas del cristia-
no en cada situación. Existe una zona íntima y exclusiva de cada perso-
na, donde las leyes generales no tienen entrada, ni pueden tenerla. Se trata
de una esfera privada de la vida moral y religiosa que, por el hecho de no
estar reglamentada, no queda bajo el dominio del capricho, ni de una
libertad absoluta. Dios es el único que puede penetmr hasta el fondo de
68 Eduardo López Azpitarte, S. J.

esa intimidad, oculta a cualquier otro imperativo, para hacer sentir su lla-
mada de manera personal, exclusiva e irrepetible.

Negar esta posibilidad supondría la eliminación de una ética indivi-


dual que, sin ir contra las normas universales, nos afecta personalmente
y nos impone unos deberes, que no nacen de la aplicación de una ley, sino
de la palabra de Dios escuchada en el propio corazón. Incluso el núcleo
más íntimo de cada persona queda siempre sometido a su querer, pues
sería absurdo e inadmisible que Él no pudiera dirigirse al hombre sino
como miembro de una comunidad y no de una forma única y exclusiva.
Si creyéramos que la obligación sólo puede nacer de una ley, caeríamos
en una moral burocrática, ajena por completo a las enseñanzas de la reve-
lación. Como si su palabra no tuviese fuerza suficiente para obligar a un
cristiano, cuando le sale al encuentro en cualquier circunstancia de su
vida. De esta manera, aunque se obedeciese a todas las normas morales,
el exacto cumplidor de ellas sería incapaz de responder a las llamadas
personales del Señor.

Ahora bien, si la moral es la ciencia que nos hace dóciles a su pala-


bra, no podrá olvidar tampoco este carácter -a veces, único y personalísi-
mo- de su invitación. También ella debería iluminamos para conocer y
discernir lo que Dios quiere de cada uno en particular.70Una moral que
se contente con exigir lo que es obligatorio para todos no merece el nom-
bre de cristiana. La espiritualidad ha estado, por desgracia, demasiado
ausente de esta presentación. Se aceptaba con frecuencia la clásica divi-
sión entre "consejos" y "preceptos", apoyándose en una mala exégesis
sobre el episodio del joven ricO.71Estos últimos, por su carácter univer-
sal, eran los únicos obligatorios para el creyente. Los primeros se presen-
taban como llamadas personales, pero sin una verdadera obligación para
seguirlos.

70 J. M'. CASTILLO,El discernimiento cristiano. Para una conciencia critica,


Sígueme, Salamanca 1984. M. RUIZJURADO,El discernimiento espiritual. Teología.
Historia. Práctica, BAC, Madrid 1994. T. CATALÁ, Discernimiento y vida cristiana,
Cristianisme i Justícia, Barcelona 1997. A. CAVAD!,Ser profeta hoy. La dimensión
profética de la experiencia cristiana, Sal Terrae, Santander 1999.
71Puede verse una interpretación actualizada de este pasaje en G. LEALSALAZAR,
El seguimiento de Jesús, según la tradición del rico. Estudio redaccional y
diacrónico de Mc 10,17-31, Verbo Divino Estella 1996.

L
..

Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 69

Cuando Dios se acerca e insinúa su voluntad para llevar a cada uno


por un sendero concreto, nadie puede defenderse con la excusa de que
tales exigencias no pertenecen al campo de la ética, o que no constituyen
verdaderos y auténticos imperativos, aunque no sean válidos para los
demás. Una ética cristiana debería ser siempre una ayuda para descubrir
esta vocación personalizada. Pero cuando se trata de encontrarla, no basta
el simple conocimiento y aceptación de todos los valores y principios éti-
cos, incapaces por su universalidad de cumplir con una tarea semejante,
sino que se requiere un serio discernimiento espiritual. La única condi-
ción "para comprender lo que Dios quiere", como va a repetir con fre-
cuencia san Pablo (Rom 12,2;2Cor 11,13-14;Flp 1,9-11;Ef 5,9-10; etc.),
es dejarse invadir por Él para que nuestra inteligencia y nuestro corazón
queden iluminados y transformados por una visión sobrenatural.

Esto significa que el discernimiento tiene que ver muy poco con la
democracia. Esta será la forma menos mala de gobernar una sociedad,
pero la presencia del Espíritu, su invitación y su palabra no se detecta
siempre allí donde vota la mitad más uno. Como tampoco está presente
en los responsables de la Iglesia por el simple hecho de estar constituidos
en autoridad, ni en los hombres de ciencia por mucha teología que domi-
nen. Cuando se tratade discernir son otras las categorías que entran en
juego. A Dios lo captan fundamentalmente los que se encuentran com-
prometidos e identificados con Él, los que han asimilado con plenitud los
valores y las perspectivas evangélicas.72

16. Más allá de una preocupación individualista

El tema merecería un tratamiento más amplio y completo, pero no


quiero que falte, al menos, una breve alusión. La ética cristiana ha peca-
do de un excesivo individualismo y hay que reconocer como objetivas las
críticas que contra ella se han lanzado. Su preocupación primordial esta-
ba centrada sobre la culpabilidad o inocencia del individuo. Hasta las
72San Pedro de Alcántara recuerda a santa Teresa estas mismas ideas en una céle-
bre carta, cuando estaba pidiendo consejo a teólogos sobre la conveniencia o no
de tener rentas para sus Iglesias: «Me espanté que V.M. ponía en parecer de letra-
dos lo que no es de su facultad, que si fuera cosas de pleitos o casos de concien-
cia, bien era toma.r parecer de juristas y teólogos; mas en la perfección de la vida,
no se ha de tratar sino con los que la viven; porque no tiene ordinariamente alguno
más conciencia ni buen sentimiento de cuanto bien obra».
70 Eduardo López Azpitarte, S J.

mismas consecuencias comunitarias de cualquier acción eran examinadas


desde una óptica individualista, pues todos los problemas relativos al
escándalo, cooperación, exigencias de lajusticia en el campo económico,
responsabilidades sociales y políticas, etc., se analizaban con una inten-
cionalidad subjetiva: conocer las obligaciones indispensables de cada uno
para que, una vez que se hayan cumplido, quedarse ya con la conciencia
tranquila. Lo importante era no sentirse culpable de la actuación indivi-
dual. Una privatización tan acentuada del pecado se hace ya insostenible
en una cultura donde la dimensión política y social alcanza un relieve
extraordinario.

Por eso, para superar esta actitud de inhibición, hay que urgir la
necesidad de esforzarse también por un cambio de estructuras. A pesar de
todas las dificultades, no debería nunca desaparecer el convencimiento de
una nueva posibilidad, la ilusión por transfonnar el ambiente que nos
rodea. No basta, pues, mantener a salvo la propia honestidad, sino que
ésta hay que ponerla al servicio de una mejora común, a través de las
mediaciones políticas y grupales, que la hagan eficaz. Lo importante es
que la existencia de tales estructuras pecaminosas "no debe inducir a
nadie a disminuir la responsabilidad de los individuos, sino que quiere ser
una llamada a la conciencia de todos para que cada uno tome su respon-
sabilidad, con el fin de cambiar seria y valientemente esas nefastas reali-
dades y situaciones intolerables".73

Se trata de ver, por tanto, cómo integrar los aspectos dialécticos de


esta problemática, para no caer en un individualismo que privatice los
aspectos comunitarios, ni en una denuncia abstracta que elimine o pres-
cinda de las obligaciones concretas y personales. En el Sínodo de 1983
salió a la luz, en repetidas ocasiones, este doble peligro, con las corres-
pondientes actitudes que de ahí se derivan.74Por ello; se insistió en estos
cuatro aspectos, que deberemos tener presente a lo largo de nuestras con-
sideraciones: a) No sentirse inocente, echando la culpa sobre las estruc-
turas sociales o sobre los demás. b) Creerse impotente y sin libertad por
el influjo de los condicionantes sociológicos, que llegarían a eliminar las

73 JUANPABLOn, Reconciliación y penitencia, nO16 (43). En ade]antc pongo


entre paréntesis la página de la edición de Mundo Cristiano, Madrid 1985, pues
los números de la Exhortación abarcan a veces varias páginas.
74 E. LÓPEZ AZPITARTE, El tema del pecado en los documentos del Sínodo delS3,
en Miscelánea Augusto Scgovia, Facultad de Teología, Granada 1986, 359-408.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 71

propias responsabilidades. c) La falta de compromiso en la lucha contra


el mal presente en el mundo, como si fuera suficiente la buena concien-
cia individual. d) La búsqueda de una transformación social que no vaya
acompañada de la propia conversión.

La reflexión fundamental podría centrarse en tomo a esta pregunta


básica: ¿Cuál ha de ser la actitud ética y cristiana de la persona consciente
de su compromiso, frente a las injusticias y pecados sociales, colectivos o
estructurales que no dependen de ella ni podrá eliminar? En la Biblia apare-
cen dos reflexiones fundamentales que nunca convendría olvidar.

17. Una lucha contra el misterio del mal

La meditación más profunda del pecado la encontramos en la teo-


logía paulina. El distingue con nitidez el pecado en singular (hamartia),
de los actos pecaminosos que se manifiestan en las caídas (paraptóma) y
de las transgresiones personales (parábasis). El primer significado, que
corresponde a lo que más adelante designa como misterio de iniquidad (2
Tes 2,7), ocupa la primacía de sus reflexiones.

En el mundo existe este misterio del mal, una fuerza inicua que
penetra en el corazón de las personas, se apodera de las estructuras e
impone su dominio sobre la creación. Es un clima y una atmósfera con-
taminada y corrompida, que impide la salud espiritual de los individuos.
Sumergidos en ese ambiente se encuentran cerrados por completo a la
práctica del bien. La explicación última de todos los pecados personales
radica en esta trágica situación, de la que la humanidad se siente prisio-
nera e incapaz para conseguir su libertad. A Satán, como personificación
de ese misterio, le interesa sobre todo fomentar y extender semejante con-
dición, pues en la medida que su presencia se acentúa, el reino del peca-
do se hace más fuerte y la victoria del mal, incluso en las personas
particulares, adquiere mayores dimensiones. El ser humano ha experi-
mentado en su propia carne una incapacidad absoluta para romper el cír-
culo de esclavitud y muerte donde se encuentra encerrado.75

75 V.CASAS,
El misteriode la iniquidaden laSagradaEscritura,Verdady Vida
44 (1986), 359-382. J. A. RUIZ DE GOPEGUI,Las figuras biblicas del diablo y de
los demonios ante la cultura moderna, Selecciones de Teología, 38 (1999) 259-
273.
72 Eduardo López Azpitarte, S J.

Cristo ha venido a sembrar en el mundo esta nueva semilla de libe-


ración. Frente a la opacidad del pecado, la Palabra iluminadora pone su
tienda entre nosotros y comienza una dura batalla para quitar "el pecado
del mundo". No quiere sólo una conversión personal de cada individuo.
Su lucha es contra este "mundo" y el orden vigente, que no reconoce ni
admite los valores humanos y evangélicos de un reino cuyos esquemas se
fundamentan en otros presupuestos diferentes. La llamada de Jesús es una
invitación a esta tarea salvadora, que' supone el deseo de conseguir,
mediante el compromiso y esfuerzo de cada cristiano, este nuevo tipo de
comunidad: Su victoria fue completa en cuanto que el ser humano ya ha
sido liberado del mal por la re-creación de la gracia, pero todavía no es
definitiva ni absoluta, pues queda un largo camino, hasta el final de los
tiempos, para llevar a su plenitud la obra de Cristo. Mientras tanto, como
responsables y cooperadores de este destino por nuestra solidaridad con
Jesús, los cristianos arriesgan su vida no sólo por eliminar el pecado de
su corazón, sino para desterrarlo también de las estructuras del mundo. La
permanencia del mal es un reto continuo, que nos recuerda la obligación
básica de nuestra fe. Como Jesús, tampoco podemos ser conformistas con
esta realidad. Nuestra tarea consiste en continuar la misma lucha para que
un día sea posible el triunfo final.

18. La solidaridad con el pecado

El problema se plantea porque el ser lnnnano se siente pobre e impoten-


te para el cambio de las estructuras y termina dejándose vencer por la fuerza
de un destino fatal. Frente al poder que lo avasalla76 no le cabe otra postura
que la de una aceptación realista y sin ingenuidades, o la de lanzar, desde su
pequeñez e insignificancia, un grito de condena puramente retórico para con-
vencerse y demostrar la honestidad de su conciencia Un lamento que man-
tiene a salvo su propia dígnidad, pero sin ninguna resonancia en el ámbito
público que se vuelve impermeable, como un mecanismo de defensa, para
todo lo que dificulte la consecución de sus objetivos. El poder continuará sien-
do una garantía de la eficacia. Así nos encontramos con la paradoja de que los
que quieren ser buenos, no pueden cambiar las estructuras y esquemas vigen-
tes; mientras que los que podrian hacerlo, ni lo pretenden ni les interesa.
¿Cómo despertar la dimensión ética en una conciencia vencida por la resigna-
ción o preocupada sólo por un simple testimonio de condena?

76 P. BERGER Y otros, Un mundo sin hogar, Sal Terrae,Santander 1979, p. 28.


Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 73

La palabra de Dios denuncia la falsa ilusión de los que quisieran


verse libres de cualquier responsabilidad en semejantes ocasiones, por el
hecho de no ser los culpables de ellas. (Cf. Éx 32,1-32; Gén 3,8-11; In
8,9; Lc 18,9-14). Su enseñanza de la Biblia parece que va en sentido con-
trario. Es una invitación a la solidaridad, a no sentimos desligados de los
males y deficiencias de la comunidad humana en que vivimos, a no cre-
emos ajenos y sin ninguna relación con la presencia del pecado en cual-
quiera de sus dimensiones. Habría que insistir, por tanto, sin atenuaciones
de ningún género, que la postura de los que culpan a los demás -los otros,
la sociedad, los sistemas o las estructuras- como protagonistas de un
pecado con el que no tienen personalmente ninguna vinculación, no
puede catalogarse de cristiana. Una actitud como ésta sería una copia
exacta de la tomada por el fariseo, que se acercaba al Templo con un
corazón inocente para darle gracias a Dios de no ser "como los demás".
La condena de Cristo no deja lugar a dudas: por ese callÚno nunca se
alcanzará la justificación (Lc 18,9-14).

Dicho de otra manera, cuando se vive en un mundo manchado y des-


truido por las fuerzas del mal, nadie puede sentirse con sus manos limpias
y ajeno al pecado que le rodea, aunque él no tenga la culpa de su exis-
tencia. En esta difícil y complicada situación no hay sitio para la neutra-
lidad, ni existe una tierra de nadie donde podamos quedar al abrigo de
esta dimensión responsable, tal y como la hemos explicado. Queramos o
no queramos, somos herederos de las realidades pasadas, vivimos al calor
ya la sombra de ellas y preparamos un futuro para los demás. Aunque no
exista ninguna culpabilidad personal, somos hijos de una historia con per-
files negros de la que somos sus herederos y nos aprovechamos. Lo cual
significa que todo lo que somos y tenemos ha sido fruto, en una propor-
ción desconocida y llÚsteriosa pero real, de las situaciones anteriores, con
todo su contexto de pecado.

Nadie puede estar cierto tampoco de que su opción en la vida, por


muy buena voluntad que ponga, no va a provocar también consecuencias
negativas. Hasta el llÚsmotestimonio evangélico puede suscitar en algu-
nos efectos perniciosos. Incluso si la decisión hubiera sido distinta, los
resultados no habrían sido tampoco únicamente positivos. En cualquier
hipótesis, somos responsables de todas esas secuelas que brotan de nues-
tras decisiones y que producen efectos que no pretendemos e incluso
ignoramos. Una opción que abarca no sólo su manera concreta de actuar,
74 Eduardo López Azpitarte, S. J

sino sobre todo su actitud frente a los grandes problemas básicos del
mundo y de las personas. Cada uno posee su ideología religiosa o políti-
ca, está vinculado a un grupo económico y cultural detenninado, tiene sus
intereses y preferencias, etc., que condicionan enfoques y ópticas muy
diferentes. ¿Quién puede asegurar que su punto de vista será el mejor para
la sociedad?, ¿que las soluciones adoptadas encierran menos inconve-
nientes? El convencimiento sincero de que así será podrá evitar la culpa,
pues se vive de forma coherente con lo que parece lo mejor, pero no eli-
mina los errores y equivocaciones lamentables que se detectarán en el
futuro, o los males inevitables que siempre brotarán, sea cual sea nuestra
decisión.77

19. ¿Somos todos culpables?

Hasta ahora no hemos hablado de la culpabilidad personal. El


misterio de la culpa se vuelve mucho más opaco cuando se intenta dis-
cernir en estas circunstancias. No es fácil conocer el grado que a cada
uno le corresponde. Aunque las posibilidades estructurales impidan
alcanzar un nivel alto de humanismo social, esa cota queda todavía
más rebajada por las deficiencias y culpas personales. Lo cual signifi-
ca que el déficit total es producto de los mecanismos sociales y de los
individuos concretos. Somos pecadores y estamos también inmersos
en unas estructuras de pecado, que mutuamente se condicionan y esti-
mulan. Para medir las posibles deficiencias personales, vale la pena
reflexionar sobre la siguiente cita de Juan Pablo 11, que recoge las
múltiples dimensiones que afectan directamente a la persona e influ-
yen, por tanto, en el discernimiento de las posibles culpabilidades.
Cuando insiste en la necesidad de vincular los pecados sociales con
los fallos de los individuos, afinna:

Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o


explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo por evitar, eli-
minar, o, al menos, limitar determinados males sociales, omite el
hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapa-
da o indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibili-
dad de cambiar el mundo; y también de quien pretende eludir la

77 F. LÓPEZ,Discernimiento cristiano de opciones y compromisos políticos, Pers-


pectiva Sociológica 3 (1989) 81-98.
Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 75

fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior.


Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas.78

El análisis detallado de las fonnulaciones manifestadas en el texto,


podrian servir como criterios indicadores para su aplicación individual.
Es una invitación a reconocer esa complicidad tácita y silenciosa, en la
medida que se aceptan tranquilamente esas situaciones injustas o no se
emplea la ilusión y el trabajo correspondiente para cambiarlas. Lo que sí
parece claro es que el pecado de omisión adquiere una densidad e impor-
tancia extraordinaria, pues siempre será posible una dosis mayor de
esfuerzo y entusiasmo para que el mundo tome nuevos derroteros. No
todos podemos hacerlo todo, aunque todos tengamos algo que hacer. Y
con seguridad todos tendriamos que realizar muchas cosas que omitimos
y que ciertamente servirían para una mejora del mundo. Al menos, no
permanecer silenciosos en manos de un trágico destino y que la injusticia
se consolide por nuestra cómoda resignación. Las propias exigencias per-
sonales adquieren también matices muy diferentes y cada uno tendrá que
detectarlas en el ámbito de su vocación social y de sus exigencias perso-
nales.

r
I
I

78 Reconciliación y Penitencia, nO16, (43-44).


--

Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana 77

Conclusión

Así será posible presentar una ética profundamente religiosa y autén-


ticamente humana. El aspecto sacral y profano no son dos realidades
incompatibles, que buscan apoderarse del ser humano para hacerlo secu-
lar o religioso, sino dos dimensiones complementarias que se mueven en
planos diferentes. Semejante presentación da, por una parte, consistencia
a lo humano; pero, por otra, no tiene por qué encerrarse dentro de una pura
autonomía, que se manifiesta incompatible con nuestra fe. Aquí también
podemos aceptar una dimensión vertical, trascendente, sobrenatural, pero
sin que tal orientación elimine, limite o contradiga la seriedad y urgencia
de una ética humana. De la misma manera que la preocupación individua-
lista por la búsqueda del bien, bastante más cómoda, no margina la lucha
por el Reino de la que todos nos tenemos que sentir responsables. Vivir
cristianamente supone una vida profundamente humana y una vida pro-
fundamente humana debe estar ya muy cercana a la fe.
79

TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

1. José María Mardones,


¿Hacia dónde va la religión? Postmodemidad y postseculariza-
ción.

2. Gerardo Anaya Duarte, S. 1.


Religión y ciencia: ¿todavía en conflicto?

3. Mauricio Beuchot Puente, O. P.


Los derechos humanos y su fundamentación filosófica.

4. José Rafael de Regil Vélez


Sin Dios y sin el hombre. Aproximación
a la indiferencia religiosa.

5. José Francisco Gómez Hinojosa


La dimensión social de la religión.
Notas para su recuperación en México.

6. Antonio Blanch, S. J.
Lo estético y lo religioso: cotejo de experiencias y expresiones.

7. Antonio López Azpitarte, S. 1.


La ética cristiana: ¿fe o razón?
Discusiones en torno a su fundamento.

8. Estética y vida cristiana


Juan Plazaola Artola, S.J.

9. La nueva era. ¿Sacralización de lo profano o profanación de lo


sagrado?
Miguel Ángel Sánchez

10.- En la Grieta de la roca. Problemas Éticos Contemporáneos en


la gestión de las organizaciones.
Fernando Menéndez González.
80

11.- Nueva Espiritualidad, Sociedad Moderna y Cristianismo.


José Maria Mardones

12.- Hacia una Conciencia Pluricultural de la Ética.


Benito Balam

13.- Hacia un nuevo rostro de la moral cristiana.


Eduardo López Azpitarte, SJ.
Los Cuadernos de Fe y Cultura son una contribución
al fomento del diálogo entre los valores evangélicos y
la cultura general en toda su complejidad. Pretenden,
por tanto, ofrecer una visión cristiana de nuestra
realidad que oriente a los lectores y a los estudiantes
de los diferentes ámbitos de ella.
La serie número 3, La persona humana y sus valores,
aborda temas relacionados con el ámbito de la
persona humana y de los valores que de ella se-
desprenden. Busca una mejor comprensión de ésta a
la luz del Evangelio, leído desde la realidad actual.

Eduardo López Azpitarte, jesuita, es catedráticode


teología moral en la Facultad Teológicade Granada.
Entre sus obras se encuentran Sexualidad y
matrimonio, hoy; Fundamentación de la ética
cristiana y Moral del amor y de la sexualidad. En la
Universidad Iberoamericana ha publicado, entre
otros títulos, Pastoral de la ética cristiana y La ética
cristiana: ¿fe o razón? Discusiones en torno a su
fundamento(CFC7).

Hacia unnuevo rostro de la moral cristianapartede la


situación actual de la ética, indica que desde el
momento en que ésta es abordada causa ciertos
rechazos entrañados de escepticismo y comodidad.
Plantea la urgencia de una moral desde una doble
dimensión: la humanay la religiosa que le permita al
hombre recuperar su dignidad de ser humano y le
lleven a superar la angustiae incertidumbre.Así será
posible una ética profundamente religiosa y
auténticamentehumana,endondetambiénse pueda
aceptar una dimensión vertical, trascendente,
sobrenatural, pero sin que tal orientación elimine,
limiteo contradigala seriedady urgenciade una ética
humana.

ISBN ~b8-85~-40~-1

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