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Los libros entre el papel y la cinta

(Entregar a los participantes al final de cada sesión?)

Imágenes
Introducción.
¿¿¿¿¿????

Conceptos: El libro, conceptos comunes y nociones necesarias.


Biblio: Del griego antiguo βιβλίον (biblion) ("papel, tableta para escribir"), diminutivo de βίβλος
(biblos, "libro")
Prefijo: Elemento compositivo que significa "libro" o "material impreso".
Ejemplo: bibliofilia, bibliografía, bibliómano, biblioteca

Intro….??? El libro, su importancia en el desarrollo social y cultural.

“Desde el liber primordial a las nuevas tecnologías pasando por el tiempo de los manuscritos, la
revolución de la imprenta o la Enciclopedia de la Ilustración. La relación a veces determinante entre la
historia del libro y la historia general de la cultura, las relaciones sociales o los procesos políticos y
económicos.
Del manuscrito al libro impreso, de la escritura instrumental –comercial, jurídica o administrativa- a la
escritura reflexiva o a la expresión de la creatividad, de la revolución de Gutenberg que hizo posible el
Renacimiento a la Revolución francesa auspiciada por la ideología enciclopédica del siglo de las luces.
Y de ahí a una segunda revolución del libro y a la época de internet, la historia del libro es la historia de
su recepción y de la evolución de sus formas materiales, la crónica del ascenso del público lector y del
control de la imprenta a través de la censura civil o religiosa.
La llamada cadena del libro: autores, impresores, editores, libreros y lectores no siempre fue así, ha
sufrido transformaciones en lo referente a la composición y el diseño, en la edición, la distribución, en la
venta y hasta en la manera de escribir, desde la remota antigüedad hasta la era del Internet.
Los procedimientos de reproducción (desde la copia a mano hasta la invención de la imprenta), los
materiales escriptóreos (el papiro, la arcilla, la seda, el papel, etc.), el formato y la encuadernación, la
dimensión estética (la ornamentación, iluminación e ilustración), los sistemas de escritura y caracteres
que sirven para expresarla, la formación de bibliotecas y las modalidades de comercialización y difusión
han tenido una evolución propia.”
Haartman, 2001.
La escritura, evolución; creencias sobre su invención. Origen de algunas voces,
conjeturas.

La aparición de las escritura y las diversas técnicas para fijar la información.

El origen de la escritura está determinado por la búsqueda de trascender el lenguaje oral para transmitir
(comunicar) experiencias rituales mágico-religiosas, mitos, normas religiosas, códigos morales,
leyendas, poesía, que pudieran ser recordados en el tiempo. En el trascurso de su origen y evolución se
han clasificado varias técnicas para transmitir o fijar la información que se buscaba preservar.

a. Técnica figurativa: Antes de que el hombre aprendiera a escribir, expresaba sus pensamientos en
imágenes. Mientras que la idea de escribir y de escritura comporta una relación con la lengua, en las
imágenes se expresa otra cosa, una relación con el mundo mental del hombre sin participación de la
lengua. Los más antiguos vestigios datan de aproximadamente 5,000 años. Registros en piedra, cuevas,
pictogramas en las cavernas, relacionados con rituales propiciatorios de la vida, la muerte, la cacería y
la experiencia religiosa. Así, gracias a esa forma de escritura primitiva permanecen en el tiempo las
vivencias que quisieron ser plasmadas y compartidas por quienes las trazaron o grabaron hace miles de
años.
En la forma gráfica o figurativa, la imagen precede el signo de escritura, basta ver como se preservan
las imágenes de animales en los caracteres o letras de los alfabetos antiguos, pero la fijación de
informaciones en imágenes es una técnica independiente del acto de escribir:
“Mientras que la idea de escribir y de escritura comporta una relación con la lengua, en las imágenes se
expresa otra cosa, una relación con el mundo mental del hombre sin participación de la lengua. Esta
distinción no es una mera sutileza, antes bien, es imprescindible para hacer ver que la representación
figurativa por un lado y la escritura por otro son dos vehículos de cultura distintos, con su propio peso
específico (…) La fijación de pensamientos y de cadenas de ideas en imágenes es una forma de
mnemotécnica, un medio de apuntalar la memoria humana que se ha afirmado a lo largo de todas las
épocas, llegando también a los tiempos modernos. Esta constatación sólo puede sorprender realmente a
quienes se imaginan que consignar acontecimientos en imágenes es algo lleno de inconvenientes y
poco efectivo. Si de hecho fuera verdad que la lengua escrita es necesariamente más eficiente, en ese
caso se habría sin duda renunciado a crear narraciones en imágenes una vez desarrollada la escritura;
pero no es éste el caso, en modo alguno. En este sentido, las pinturas rupestres por ejemplo son la
forma de expresión de más larga vida; ya en el Paleolítico, es decir hace más de 30.000 años, se crearon
las primeras secuencias figurativas con carácter informativo” (Haarmann, H., 2001).
Bello ejemplo de ello son las pinturas rupestres de Lascaux, de Altamira o de Carelia en Europa.
También los petroglifos americanos, como los recientemente descubiertos en Chiribiquete, en las selva
de la amazonía colombiana.

También los registros dibujados de los indios de Norteamérica (Wampum y Kekinowin de Baja
California) o de los indios Navajos en sus manillas, collares y tejidos.
Otro caso destacado son los libros plegables aztecas:

“En relación con el concepto clásico de libro, de escritura, de tradición, indicaré por medio de ejemplos
concretos el lugar privilegiado único que nuestros antepasados reservaban a los métodos, las «vías»
para perpetuar en el tiempo las sagradas explicaciones del Universo, las historias divinas de los reyes y
de los príncipes, receptáculo del sentido del mundo, patrimonio sin fin al cual aferrarse en la
incertidumbre cambiante de las circunstancias.
Los pueblos precolombinos no solamente poseyeron varios sistemas de escrituras (ideográfica,
calendárica, pictográfica, numeral, fonética) sino que consideraron el hecho mismo de historiar y de
guardar esos documentos como algo vital, llegando a identificar su pérdida o su conservación con la
pérdida o la continuidad de su universo.

“ El registro de cantos religiosos, textos ceremoniales, crónicas y narraciones en libros plegables, los
códices mejicanos, fue, entre todos los indios civilizados, un recurso mnemotécnico en manos de la
casta sacerdotal. Mayas, zapotecas, aztecas y mixtecas confeccionaron libros plegables , cuya
designación común como « manuscritos ilustrados» es, desgraciadamente, de lo más equívoco. Al oír la
palabra «manuscrito» uno piensa automáticamente en el registro de textos en lengua escrita, pero no es
éste el caso de los códices mejicanos de la época clásica. Es más apropiado hablar de «libros de
imágenes», y ésta es también la propia forma de designarlos de los cronistas indios, que entre otras
cosas informaron de que antes de la llegada de los europeos había muchas «casas para libros de
imágenes», es decir bibliotecas.”
Haarmann, H. (2001).

b. Técnica simbólica (Signos abstractos): Esta es otra técnica clave de la fijación de información que
funciona independientemente de la lengua, cuya esencia consiste en “reconocer, comprender y utilizar
símbolos abstractos o estilizados como tales, sin que representen una asociación figurativa con objetos
conocidos.” (Haartmann, 2001). Se trata de una técnica basada en un medio mnemotécnico
independiente tanto de la técnica figurativa como de la lengua. Su interpretación depende del
conocimiento previo del código en el que están cifrados los mensajes.
Signos abstractos dibujados o tallados en las cavernas o petroglifos, incisiones hechas en bastones de
mando o huesos y dientes de animales son indicios de su uso desde los tiempos remotos: puntos, rayas
en diversas direcciones, figuras geométricas, etcétera cuyo código ignoramos.
En el ámbito americano un ejemplo emblemático de la técnica simbólica son las cuerdas quipu (palabra
quechua que significa nudo) de los incas, mediante las cuales podían dar cuenta de aspectos varios de la
realidad a través de códigos de los nudos y colores:
“Con las cuerdas quipu se conservaban datos cronológicos o estadísticos, y como tales constituían un
importante instrumento en el aparato administrativo del estado inca. Todo aquello que en el estado
indio tenía que ver con cifras y cálculos, se «registraba» con cuerdas quipu y se archivaba. Había
múltiples aplicaciones, como redactar registros de nacimiento y defunción, evaluar censos de población
y cosechas, fijar impuestos o tributos o determinar el número de víctimas animales en ceremonias
religiosas. Además era posible, por medio de la elección de colores, remitir al contexto en el que se
situaba un registro estadístico. Por ejemplo, el color blanco de las cuerdas significaba que se trataba de
dinero o en general de cosas pacíficas (es decir, no militares). En cambio colores como el amarillo, el
dorado o el rojo situaban la estadística en un marco militar. Por lo demás, estas variaciones en los
colores no podían proporcionar más que una indicación de contexto de carácter general. Pero la única
forma de garantizar un entendimiento cabal de los valores y registros numéricos era que aquel que era
responsable de la confección de las cuerdas de nudos explicara oralmente su finalidad y su contenido.
Así, el contenido de las cuerdas de nudos sólo se podía descifrar por medio de las explicaciones orales
del quipucamayoc (guardián de los nudos), que situaba los valores numéricos en su contexto (il. 19).
En cada ciudad y en cada pueblo del Imperio inca había funcionarios reales con el título de
quipucamayoc; ellos eran los bibliotecarios y archiveros del estado andino.”
Haartmann (2001)

Técnica jeroglífica: “La expresión «jeroglifo» es de origen griego y está compuesta por los formantes
(h)ierós ‘sagrado’ (gr. iepóq) y glyphein ‘cincelar, entallar’ (gr. yXíxpeiv) (…) Los viejos jeroglifos
egipcios son de hecho una escritura ceremonial, pero no es verdad que sirvieran exclusivamente para
fines religiosos. Esto sólo lo sabemos desde que en 1822 el francés François Champollion descifró el
texto jeroglífico de la piedra de Rosetta con ayuda de su texto paralelo griego, dejando con ello
despejado el camino para traducir de forma coherente otros textos en escritura jeroglífica” (Haartmann,
2001)
Tanto en Creta como en Egipto se utilizaron los jeroglifos, sociedades ambas en donde el sacerdocio
tuvo un papel clave en el uso inicial de la escritura y el surgimiento de una cultura escrita.

Principales materiales y aspectos del libro: funcional, literario, objeto, de masas. Biblioteca: archivo,
museo

Viaje al mundo de la antigüedad: los primeros libros, libreros y bibliotecas.

a. Registros en textos clásicos, históricos y literarios del comercio de libros y de las


bibliotecas en Oriente y Occidente.

“El libro es a la vez un objeto material, un vehículo de transmisión cultural y un soporte para la
expresión artística”.

“A no ser por los libros, la cultura humana sería tan efímera como los es el hombre”
Plinio
Mesopotamia
En la antigua Asiria se han hallado piedras y tablillas de arcilla con imágenes talladas que
representan animales, cazadores o caracteres que, según los expertos, podrían representar
cantidades o signos de carácter sagrado. Posteriormente, con el desarrollo de la escritura
rudimentaria, la arcilla cocida se usó como sustrato para plasmar información de naturaleza
contable y para registrar hechos relacionados con el poder y la religión. Algunas de estas se han
hallado reunidas en gran número, en espacios arquitectónicos construidos para su conservación
que bien podrían asimilarse al concepto de archivo o biblioteca.

El manuscrito…??

En los rollos de papiro, papyrus, (pues libro egipcio tuvo siempre la forma de rollo algunos de
hasta 20 metros de largo. El más antiguo quue se conoce data de 2400 a de c.), uno de los
soportes o sustratos que más se utilizó antes del descubrimiento y uso masivo del papel, los
antiguos egipcios dan cuenta del variado y rico mundo cultural, científico y literario de la
época, pero casi no existe ninguna referencia al oficio de escribir ni a la importancia de la la
transmisión escrita en sí o de su almacenamiento ordenado (protobibliotecas). Menos a su
difusión o su comercialización. Podríamos supones que existieron copistas y comerciantes
entre ellos, pero no he podido encontrar referencia que lo acredite como oficio destacado.
Uno de los libros más antiguos que se conoce es El libro de los muertos (aproximadamente
1800 a. de C), texto hierático que parece haber sido producido en serie por los sacerdotes,
destinado a acompañar a los difuntos en su viaje a la eternidad, contenía incluso un espacio en
blanco para registrar el nombre de su propietario. El tráfico con los libros de los muertos es tal
vez la única forma del comercio de libros en Egipto que se conoce.

China y oriente
Se ha dicho que la imprenta es la madre de la civilización y el papel el medio que perpetúa las
ideas y aspiraciones de los hombres y ensancha que su capacidad de comunicación y de diálogo.
Pues bien, el papel y la imprenta son dos de los cuatro grandes inventos chinos (junto con la
brújula y la pólvora) que contribuyeron a la modernización de Occidente. La invención del
papel, la imprenta y los tipos móviles al parecer se dio en la China antigua 100 años antes de
nuestra era, si bien se comenzó a utilizar intensivamente en reemplazo de las tablillas de madera
y de bambú como materia prima de los libros chinos solo hasta el siglo III.
El papel se popularizó muy pronto en China y empezó a difundirse hacia el Este, en Corea en
el siglo II y en el Japón en el III; hacia el sur, en Indochina en el siglo III y en la India antes del
Vil ; y hacia el oeste, en el Asia Central en el siglo III, Asia occidental en el VIII, Africa en el X,
Europa en el XV y América en el XVI.
Los primeros hallazgos impresos que dan cuenta de la utilización de la imprenta en Oriente
datan del siglo VIII de nuestra era. Ejemplares de el Sutra del diamante, en forma de rollo de
papel impreso, calendarios, láminas suletas con dibujos búdicos y otros sutras del siglo IX.
Las impresiones chinas de los siglos Xi al XIII has sido comparadas con los llamados
Incunables europeos. Se destacan la excelente calidad del papel, las tientas, la caligrafía, las
ilustraciones y su confección.

El mundo grecorromano

Los escritores clásicos griegos y romanos, nuestra principal fuente, son demasiado parcos al
mencionar este tema (Herodoto, Plinio El Viejo):

“Todos leen libros ahora, dizque para educarse.”


Aristófanes, Las Ranas
(citado en Libros y libreros en la Antigüedad)

“Los comienzos del comercio griego de librería pueden asignarse al siglo V a. c., cuando la
literatura alcanzaba su apogeo. En tiempos de Sócrates y Aristófanes, las obras maestras de la
poesía, la historia y demás ramas del saber habían sido profusamente distribuidas. Esta
distribución sólo se explica si los libros eran ya manufacturados en escala comercial.
Más florece la literatura de un pueblo, más se ensancha el círculo de sus escritores y sus
lectores, y menos directo es el contacto entre el creador de la obra y el que la recibe. En vez del
auditorio, aparece el lector, y en vez de las copias domésticas, sobrevienen las reproducciones
comerciales, el verdadero libro en suma. El librero surge como intermediario. El comercio del
libro es tan viejo como el libro mismo.
Para decirlo de modo anacrónico, el librero comenzó por ser a un tiempo manufacturero, editor
y vendedor al menudeo. El desarrollo de la literatura y su tráfico determinan la división de
labores, separando al editor (que en la Antigüedad era también productor material, abuelo del
impresor) y al vendedor, que compraba a los editores y revendía a los lectores (…) La
reproducción y distribución de las obras no significaba ganancia alguna para los autores. Se
publicaban “por amor al arte”, y acaso por conveniencia política en ciertas circunstancias. La
fundación de la famosa biblioteca de Alejandría, hacia el año 300 a. c., determinó una
proliferación de copias griegas. La biblioteca y las escuelas anexas atrajeron estudiantes de todo
el mundo helénico hacia aquel gran centro de cultura. Alejandría vino a ser la metrópoli del
mercado para los libros griegos. Abundan los testimonios sobre el florecimiento que entonces
parece producirse: ediciones populares de clásicos, antologías, colecciones de proverbios,
digestos y muchas cosas de amena lectura y valor escaso. La producción y la venta alcanzaron
grandes proporciones, a veces a costa de la calidad, como no puede menos de acontecer cuando
la demanda es excesiva. Estrabón se queja ya de las ediciones llenas de erratas y hechas
apresuradamente que llenaron la plaza de Alejandría y después se derramaron a Roma. Tal vez
sea ésta la primer manifestación de la piratería editorial. Entre fragmentos de papiros aparecen
ediciones cuidadosas de obras maestras, y lado a lado, almanaques escritos de cualquier modo y
colecciones de chistes sobre el bello sexo. Para darse cuenta de lo que pudo ser aquel mercado
de libros, hay que penetrarse de que sólo una escasa porción de los monumentos literarios
griegos ha llegado a nosotros, y de que el número de las obras perdidas la supera con mucho;
aunque Müller, Jaeger y otros han sospechado que por algo se perdió lo que se ha perdido.
Conviene recordar también que los griegos poseían una inmensa riqueza en obras de cocina,
gastrología, pesquería, cría de caballos, etc., según consta por Ateneo.
(…) Las librerías de Atenas aparecen mencionadas por primera vez en las primeras comedias de
430 a. c. más o menos. Según Pólux (lexicógrafo del siglo u d. c.), allí se habla de barracas
donde se venden libros. Los informes son escasos. El filósofo Zenón fue a dar a Atenas, como
consecuencia de un naufragio, y se metió en una librería que encontré por las cercanías.
Alejandro el Grande, aficionadísimo a los libros, da instrucciones para que le compren en
Atenas las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides, algunos poemas y obras históricas.
Tal vez había ya, para entonces, salas de lectura y servicio de “biblioteca circulante”. Diógenes
Laercio dice que, mediante cierto pago, es posible conocer así las obras de Platón.
En Roma las librerías eran conocidas, cuando menos por los días de Cicerón y Catulo. Se
encontraban en los mejores distritos comerciales, y servían de sitio de reunión a los eruditos y a
los bibliófilos. Sabemos de varias librerías en tiempos del Imperio: ante todo, la casa de los
hermanos Sosii, editores de Horacio. A la entrada, en las pilastras, se colgaban listas de los
manuscritos a la venta, sobre todo las novedades. También solía haber unas cajas abiertas con
algunos extractos de dichas obras para excitar la curiosidad del público.
Aparte del librero, había también el que los franceses llaman bouquiniste (vendedores de libros
antiguos y de ocasión), que no tenía establecimiento y andaba en el tráfico de libros, a veces en los
pórticos y en las calles.
La venta de “libros viejos” era también cosa usual, al punto que dio lugar a fraudes, como
sucede en todo tiempo, pues metiendo los volúmenes entre ciertas semillas cereales se les daba
un falso aire amarillento de vejez, y eso aumentaba el precio. El orador Libanio cuenta que, de
esta forma, hubo quien se atreviera a ofrecer en venta ¡el original de la Odisea! Roma se
conservó como centro de la librería hasta la declinación del mundo antiguo, y aun por algún
tiempo más.
Pero las invasiones bárbaras dieron un golpe mortal a todas las formas de la cultura, y allá se
fue también la organización del antiguo comercio de librería.”
Libros y libreros en la Antigüedad
Alfonso Reyes

“Por otra parte, la circunstancia de que las bibliotecas privadas estuvieran abiertas para la
consulta externa- si bien circunscrita a una "casta cerrada'” demuestra que ayudaban a las
necesidades de lectura (entre estudio, entretenimiento) más amplias respecto al pasado, y que
las bibliotecas del pasado no podían satisfacer, pues la producción librera era aún escasa,
desorganizada y técnicamente defectuosa.
De este modo se explica, además, que se recurriera a los expertos librarii y a los amigos cuando
un autor, como Cicerón, tenía por "publicar" una gran cantidad de libras. Y, sin embargo, Catulo
y Cicerón, en primer lugar, dan fe de la actividad de las tiendas de libros, y son los primeros en
localizar ciertas categorías de lectores. En los mostradores de los libreros se podían encontrar
volumina -aún de tosca elaboración- de pessimi poetae, despreciados por los entendidos de
exquisito gusto, pero que siempre tenían su propio circuito de lectura (…) Aunque en esta época
(siglos 1 a.C, y I d.C) no se puede establecer un sistema concreto de distribución del libro,
según una consolidada tradición, hay una producción librera en las casas aristocráticas, que era
utilizada por eI círculo de amigos y clientes del propietario; y, por otra parte, existían las
tabernae librariae -es decir, librerías-, cada vez más numerosas, dirigidas personalmente por
empresarios de condición social no elevada, en general libertos. En la época imperial en Roma
había ya libreros más o menos célebres, como, por ejemplo, Sosi, Doro, Trifón y Atrecto, con su
almacén repleto de estanterías en el interior, y en el exterior había inscripciones que hacían
propaganda de los libros. Mientras en las provincias era posible encontrar Iibrerías, al menos en
la Galia, Viena, Lyón o en Britania. Estas librerías podían ser lugares de encuentro y de doctas
conversaciones: Gelio recuerda haber asistido en Roma, cuando era joven -nos hallarnos a
principios deI siglo II, aproximadamente-, a una encendida discusión acerca de los modos de
leer las Historiae de Salustio, mientras estaba en un almacén de libras en el barrio de los
Sandalarios. A1gunos siglos más tarde, en el VI, en este caso en Oriente, en Constantinopla,
parece que las librerías seguían siendo lugares de relaciones sociales, de hábitos cultos y de
entretenimiento para "seudo-intelectuales".
Cavallo y Chartier, 2001.

“En los años 85-86 el poeta romano Marcial menciona que este formato de libro, que ahora se
hacen con hojas de pergamino y son todavía una novedad, se pueden encontrar en la tienda del
liberto Secundino, cerca del templo de la Paz, que era uno de los cuatro libreros de Roma que
vendían las obras de Marcial. Nos dice además que las obras de Virgilio, Ovidio, Cicerón y Tito
Livio están también disponibles en este formato, y comenta:

‘El discreto lector podrá comprar un hermoso volumen con todas mis Xeniae por cuatro
sestercios. La verdad es que cuatro es mucho. Ya estaría bien pagar dos. Y aun entonces mi
editor habría hecho un buen negocio.’
Marcial

“Luciano, que vivió en el siglo II d. c., habla con desprecio de algún librero, lo declara lerdo
y bárbaro, y dice que ignora el contenido de los libros que vende. Pero en cambio se expresa
elogiosamente de dos editores —Calmo, el de las bellas copias, y Ático, el de la cuidadosas
ediciones— cuyos volúmenes eran justamente cotizados en todo el mundo (…) Los autores
antiguos nunca esperaron que su trabajo, con ayuda de los editores, les resultase remunerativo.
Lo que nos dice un autor tan importante como Platón muestra,sin embargo, el escaso desarrollo
del negocio. En el Fedón habla desdeñosamente del valor de lo escrito, y da su preferencia a la
palabra hablada, que considera como cosa mucho más eficaz. Sólo prestaba sus libros para ser
copiados entre un reducido círculo de sus discípulos. Y las escasas copias eran alquiladas a altos
precios por los felices poseedores. El que deseaba copias privadas, acudía a calígrafos
especiales. Los copistas emprendedores procuraban juntar un fondo de las obras más
solicitadas. Algunos, que disponían de capital suficiente, mantenían un cuerpo permanente de
copistas auxiliares. Así, aunque dentro de estrechos límites, comenzó el negocio de las
publicaciones.
En tanto que los editores se enriquecían, los autores de Roma, no menos que sus colegas de
Grecia, tenían que conformarse con lo que llamaba Juvenal “la hueca fama”. Los autores
antiguos nunca esperaron que su trabajo, con ayuda de los editores, les resultase remunerativo.
El derecho de propiedad literaria aún es ignorado en el derecho romano, que cubre las
eventualidades de la vida con tan minuciosa perfección, y ni en las letras ni en los escritos
legales del tiempo hay el menor asomo de semejante preocupación.
Respecto a las relaciones entre los autores griegos y sus editores nada sabemos. En ninguna
parte aparece la menor noticia sobre pago al autor, ni el menor indicio de un derecho o
copyright. A juzgar por lo muy extendida que estaba la costumbre del plagio aun entre los
grandes autores, es evidente que el sentimiento del derecho literario todavía era muy nebuloso
(…) El derecho de propiedad literaria aún es ignorado en el derecho romano, que cubre las
eventualidades de la vida con tan minuciosa perfección, y ni en las letras ni en ‘los escritos
legales del tiempo hay el menor asomo de semejante preocupación.

Tras la ruina de Grecia, Roma cayó bajo la mágica influencia de la cultura helénica. Los libros
griegos se derramaron en Roma a montones, primeramente en calidad de botín. También se
trasladaron a Roma algunos traficantes griegos de libros. Eran a la vez editores y vendedores al
detalle. Pronto el negocio librero comienza a organizarse en forma. A fin de atender a la
producción con rapidez y en grande escala, los negociantes mantienen un personal de planta
especialmente avezado. Generalmente, se echaba mano de los esclavos, los griegos sobre todo,
a juzgar por los nombres que han llegado hasta nosotros. Eran muy solicitados y eran caros. El
montar una oficina de libros representaba un capital apreciable. Horacio se burla de cierto
aficionado que pagó un precio increíble por esclavos “medio embarrados de griego (…) Las
reproducciones comerciales se hacían de tal modo que varios copistas podían trabajar a la vez.
Había un lector que dictaba, y es lo más probable, o entre todos compartían de alguna manera el
mismo original, lo que ya parece más difícil. Una firma bien organizada podía en unos cuantos
días lanzar al mercado cientos de ejemplares de un nuevo libro.
Así pues, para estos días el comercio del libro era ya muy importante y extenso. Pero no
podemos presumir que los manufactureros fijaran de antemano, como se hace hoy, la cifra de
las ediciones. Sin duda comenzaban por un número limitado de ejemplares, singularmente si el
autor era aún poco conocido, para así tantear el comercio. Las recitaciones ante auditorios, a la
moda desde los primeros días imperiales, sobre todo en los lugares públicos, eran un buen
índice para juzgar del interés que una obra despertaba, y fomentaban de paso la adquisición de
la obra. Horacio se ríe de los poetas que endilgaban sus versos a los bañistas de las termas,
quienes se veían obligados a resistirlos pacientemente. En el Satiricón de Petronio, esta obra
maestra de vulgaridades y aventuras, el bombástico poetastro Eumolpo declama sus versos en
una galería de pintura, y el público acaba por echarlo fuera a pedradas. Al parecer, el librero a
veces comenzaba por dar sólo un trozo de la obra, y en caso de éxito, seguía con el resto hasta
el fin (…). La mayoría de los autores se reclutaba entre los más altos círculos sociales, los
patricios y la aristocracia financiera. Los nobles romanos sólo acostumbraban escribir sobre
asuntos pertinentes a sus ocupaciones. ¿Qué podían importarles las royalties a hombres como
Sila, Lúculo, Salustio, César, o a emperadores como Marco Aurelio, hombres que disponían de
millones? Pero ni aun los poetas, que en general procedían de clase más modesta, esperaban
nada de sus editores. En tiempos de la república, los poetas contaban con el auxilio de los
poderosos. El sarcástico Sila concedió un sueldo a un mal poeta que le consagró un poema
bombástico y bajamente laudatorio, pero imponiéndole la condición de que no escribiera más en
su vida.”
Reyes

También en la Roma antigua la producción literaria y el comercio de libros fue objeto de


censura y persecución por parte de los poderosos, en ocasiones con fatales desenlaces:

“Aunque no hay noticia de ataques por parte del Estado contra la libertad literaria durante la
era democrática, el poder despótico de la era imperial incurrió en arbitrariedades contra los
autores y editores. Esta práctica comenzó con el propio Augusto, aunque era tan amigo y
protector de poetas. Llegó a confiscar y a hacer quemar públicamente dos millares de libros,
modesto precursor de los tiranos contemporáneos. Su sucesor Tiberio, que las daba de literato,
ni siquiera respetó la vida de ciertos autores y editores. He aquí lo que nos cuenta Suetonio: Un
poeta fue acusado de hacer morir a Agamemnón en una tragedia, y un historiador, de haber
llamado a Casio y a Bruto “los últimos romanos”. Estos escritores fueron muertos al punto, y
sus obras fueron destruidas, aunque el público los leía con agrado pocos años antes, y aun
habían sido leídos a presencia del propio Augusto (Tiberio).
Tácito confirma este caso y observa que Tiberio vio en el fragmento de la referida tragedia una
alusión contra sí mismo y contra su madre. El loco Domiciano aprovechaba el menor pretexto
para lanzarse contra los libros, los autores y los editores. “Por Decreto del Senado”, ordenaba
quemaderos públicos de cuantas obras le parecían ofensivas, hacía matar a palos a los autores y
mandaba crucificar a los editores y a los copistas. En todas las épocas los tiranos muestran
singular inquina contra la inteligencia, y siempre ha habido quien cubra los crímenes con el
manto de la legalidad.”
Reyes
¿Quieres llevar mis poemas allá donde vayas, como compañeros, digamos, de viaje a tierras
lejanas? Compra este. Está bien condensado en hojas de pergamino, así que deja tus rollos en
casa, pues necesitas una sola mano. El documento era un códice (de codex, palabra latina que
significa ‘bloque o tablilla de madera’) compuesto por un bloque múltiple de tablillas de cera
unidas por el lomo

E”n tiempos imperiales se desarrolló en los altos círculos romanos, y en 1os que aspiraban a
serlo, una verdadera bibliomanía. No había finca de campo que no poseyera su biblioteca. Los
“nuevos ricos” llenaban de estantes las paredes, acaso “comprando libros por metros”, como
hoy decimos. Los satíricos los zahieren constantemente con sus burlas.
Petronio, en el “Banquete de Trimalción”, cuenta cómo uno de aquellos “arribistas” se jacta con
sus huéspedes de poseer dos bibliotecas, una griega y otra latina. Séneca habla de los que
compran libros por millares, pero son, “cuiturahnente hablando”, inferiores a sus propios
sirvientes. Ni siquiera han llegado a leer, asegura, los títulos de todos sus libros. Los tienen por
meros adornos, y para ellos la biblioteca viene a ser un complemento de la casa como una buena
sala de baño. Luciano también hace burlas parecidas de estos falsos amigos de la lectura, y los
compara con los jumentos que ni siquiera mueven las orejas cuando suena la música. Sus
bibliotecas —añade— son lugares de esparcimiento para los ratones, un asilo para la polilla y
un terror de los criados.”
Reyes, 1955

“El libro era compacto porque estaba hecho de pergamino, en el que se puede escribir por las
dos caras. Como material, el pergamino (pergamenta) se relaciona con la tradición hebrea y con
la biblioteca griega de Pérgamo, de donde toma su nombre. Según la leyenda, la rivalidad entre
la biblioteca fundada por EumenesII de Pérgamo en el año 190 a. C. y la de los Ptolomeos en
Alejandría llegó a tal extremo que los egipcios prohibieron la exportación de papiros a
Pérgamo; la consecuencia fue que los bibliotecarios griegos recuperaron la antigua tradición de
Oriente Medio de escribir sobre cuero y desarrollaron un material más duradero. El pergamino
está hecho con pieles de animales, generalmente becerro u oveja, que se sumergen en cal
durante varias semanas antes de secarlas bien estiradas en un bastidor de madera. Este
estiramiento alinea las fibras de la piel formando una superficie para escribir lisa y duradera,
que luego se puede raspar hasta alcanzar el grosor y la blancura deseados.
El códice era más fácil de leer que el rollo porque se abre por donde se va a leer en lugar de
tener que desenrollarlo con las dos manos; volver a enrollarlo también podía ser tarea laboriosa.
Marcial describe en dos poemas la pericia de los lectores que sujetan el borde exterior del rollo
debajo de la barbilla mientras lo van enrollando”

“Desde comienzos del siglo XIII, quienes hacen y venden los libros empiezan a reunirse en las
ciudades, donde algunas zonas concretas llegaron a ser famosas por sus talleres. En París fue la
calle Neuve Notre-Dame, que iba del palacio real a la catedral de Notre-Dame. En Londres,
pero a una escala mucho menor, los libreros se congregaron alrededor de Pater Noster Row, a la
sombra de la catedral de San Pablo. La proximidad de los talleres y la cantidad de materiales
que se pedía desde ellos alentaron la especialización. Se podía llevar una obra de un taller a
otro. Algunos estudios se especializaron en capitulares coloreadas, pintura de miniaturas,
producción textual o calendarios. Los libreros acabaron actuando más bien como empresarios;
ensamblaban un producto compuesto por diversas partes que habían encargado expresamente a
distintas personas. Esto, junto con la aparición de varias generaciones de bibliófilos, como el
rey JuanII de Francia (1319-1364) y sus hijos: CarlosV (1338-1380); Luis de Anjou, que sería
rey de Nápoles (1339-1384); Felipe el Atrevido, duque de Borgoña (1342-1404) y Juan, duque
de Berry (1340-1416); así como su bisnieto Felipe el Bueno, duque de Borgoña (1396-1467),
condujo al pleno —y por desgracia último— florecimiento del manuscrito iluminado como
producto de lujo y por tanto al momento cumbre hasta entonces del libro como objeto de
disfrute sensorial.”
Clayton

“El tamaño de un libro, tanto si se trataba de un rollo como de un códice, determinaba la forma
del lugar donde se guardaría. Los rollos se conservaban o bien en cajas de madera (vagamente
parecidas a sombrereras) con rótulos que en Egipto eran de arcilla y en Roma de pergamino, o
en estanterías con etiquetas (el index o titulus) a la vista, de modo que el libro fuera fácil de
identificar. Los códices se almacenaban horizontalmente, en estanterías hechas con ese fin. Al
describir una visita a una casa de campo en la Galia hacia el año 470, san Sidonio Apolinar,
obispo de Auvernia, menciona varias estanterías que variaban según el tamaño de los códices
que contenían: “También aquí había libros en abundancia; uno podía imaginar que estaba
contemplando los estantes (plantel) de los gramáticos, que llegan al pecho, o las cajas con
forma de cuña (cunei) del Ateneo, o los repletos armarios (armarii) de los libreros”7. Según
Sidonio, los libros que encontró allí eran de dos tipos: clásicos latinos para los hombres y
devocionarios para las mujeres.”
Manguel

La Edad Media
“Giovanni Marco Cinico, apodado el Velox, se jactaba de haber realizado manuscritos de
extensión considerable en poco menos de 55 horas. Como en todas las épocas, uno de los
factores que influyen en el valor final del trabajo es el tiempo que en él se invierte y en la época
del “Rápido”, pleno Renacimiento, también fue así.
Un libro de horas o un salterio en el siglo XV podía hacerse en una semana, mientras que dos o
tres miniaturas se preparaban y coloreaban en una sola jornada si los artesanos encargados de la
tarea eran expertos y hábiles en su oficio. En ese caso trabajaban deprisa y con un resultado de
alta calidad.
Unos siglos antes, en torno al 1200, las técnicas de elaboración de los manuscritos en los
monasterios se mantenían bastante fieles al pasado. Lo que sí empieza a cambiar es la situación
con respecto a los libros, cuya propiedad pasa de ser considerada comunitaria, de la
congregación concretamente, a convertirse en un objeto de uso y propiedad privados.
Coincidiendo con el auge de las facultades de París y Bolonia, los libros comienzan a ser
demandados por los estudiantes universitarios y por algunos nobles, mayoritariamente mujeres,
que eran las que más leían en los hogares medievales. Así que la capacidad de los monasterios
para elaborar libros empezó a resentirse ante la nueva y aún tímida pero creciente demanda de
ejemplares.
Más atrás incluso, en torno al 1100, las abadías comenzaron a ampliar sus títulos bibliográficos
y aunque no lo hicieron bajo tanta presión como en el siglo XIII, sí registraron algunas
dificultades para mantener actualizadas las colecciones monacales.
Los escribas no podían dedicar todo su tiempo a la labor de copiado e iluminación, como sí
pudieron hacer siglos más tarde los artesanos profesionales. La vida en el scriptorium se
completaba con las paradas para el rezo, con el cuidado de los huertos, el ganado, la hospedería
y la escuela en caso de que los monjes también se dedicaran a la enseñanza. Es decir que un
copista de los siglos XI y XII podría elaborar sin demasiada urgencia tres o cuatro libros de
tamaño medio al año.
El interesado se dirigía a la tienda, que por lo general se ubicaba cerca de la catedral y de las
plazas comerciales, donde el librero trataba de garantizar una venta con un producto más
económico, para lo que primero mostraba libros de segunda mano. Pero si el cliente deseaba un
manuscrito nuevo era necesario, antes de ponerse a trabajar, concretar el tamaño, el contenido,
la ornamentación y el precio.
Una vez cerrados los detalles, el librero contrataba primero a los copistas profesionales –que
con frecuencia vivían cerca o en la misma librería- y después a los iluminadores, que vivían con
sus familiares y aprendices en el extrarradio de la ciudad. Y la maquinaria artesanal se ponía a
funcionar.

Pero un momento: para elaborar un libro era necesario un soporte de papiro o de pergamino
donde copiar los textos y dibujar las iluminaciones. En este proceso es necesario un
pergaminero.”
https://iconosmedievales.blogspot.com/2014/05/libreros-medievales.html

“Con las universidades aparecen numerosas personas que precisan los libros para sus estudios y
posteriormente para el ejercicio de la actividad profesional, ya fuera el derecho, la medicina, la
cátedra o la predicación.
El libro no es ya sólo un depósito de la inmutable sabiduría antigua, sino, además, un
instrumento para conocer las nuevas ideas. Aparecen nuevos grupos sociales interesados en la
lectura, que gustan de los libros por su contenido, aunque también hay grandes príncipes
bibliófilos que encargan para ellos libros bellamente escritos, e ilustrados y redactados en
lenguas vernáculas, pues no dominan el latín, coto cerrado de una escasa minoría. Por unas y
otras razones fue preciso reinventar la industria y el comercio del libro, hecho que se produce
precisamente en las universidades, por la conveniencia de contar con textos correctos.
Se crearon estaciones o librerías, confiadas a un estacionario o librero, cuya necesidad en
cada estudio general, como entonces se decía, o universidad, como ahora diríamos, reconocen
Las Partidas que ordenan que los estacionarios tengan en sus estaciones libros buenos y
legibles, con textos y glosas correctos, para alquilarlos a los escolares a fin de que los copien o
puedan rectificar los errores, cotejándolos de los ejemplares propios. El estacionario debe ser
autorizado por el rector, quien sólo le concederá la licencia después de haber ordenado que
personas doctas examinen los libros del aspirante para saber si son buenos, legibles y correctos.
Los rectores también fijarán el precio que, por alquiler, debía de cobrar al lector el estacionario,
quien, además, tenía que responder de los libros cuya venta le confiaban y respetar la comisión
señalada para la venta.

El alquiler y copia de la obra se hacía por el sistema de la pecia, pieza o trozo, nombre que
se daba a cada uno de los pliegos o cuadernos en que se fragmentaba el exemplar o modelo,
texto corregido y aprobado por la universidad. La pecia consistía normalmente en un binión,
una piel doblada dos veces para que ofreciera ocho páginas. El propio estudiante, o el profesor,
podían realizar personalmente la copia de sus libros. Pero los que disponían de dinero pasaban
el encargo al estacionario, que contaba con los elementos precisos para la fabricación:
preparación de las pieles, realización de las copias, corrección o colación, encuadernación y, en
caso preciso, iluminación.

“El establecimiento de las Universidades hizo posible el negocio de librería como no había
existido en el resto de la Edad Media. Los libreros eran llamados stationarii (de donde procede
la palabra inglesa, aún en uso, stationery) y, al igual que sus escribas, se encontraban bajo el
empleo o, en todo caso, la vigilancia, de la Universidad y se comprometían a poseer existencias
de ediciones correctas de los libros usados en la enseñanza y, mediante pago de un determinado
precio, prestarlos a los estudiantes para ser copiados por éstos; sólo podían vender libros en
comisión, por lo que percibían un beneficio con porcentaje fijo. Aunque, por lo tanto, se tratase
de una actividad en extremo limitada y regulada, debía de ser lucrativa, a juzgar por la gran
cantidad de stationarii que rápidamente se congregaron en torno de los nuevos colegios, en
especial el de París; se conocen las normas para los libreros de Bolonia, que datan de 1275; las
de París son de 1323. También ciertos encuadernadores gozaban el privilegio de las
Universidades. Los stationarii de una Universidad vendían también manuscritos a otras
Universidades y a los estudiosos de otros países; en Salerno y Montpellier se editaban en
especial las ciencias médicas, en París literatura escolástica, y de la famosa facultad de Derecho
de Bolonia se difundían obras jurídicas.”
Dahl, S., 2006
“… Los humanistas demandaban, producían y consumían nuevos tipos de libros, así como un
nuevo canon de textos. Pues los humanistas se oponían, desde el punto de vista filológico, no
sólo ai contenido del libro académico medieval, sino también, desde el punto de vista estético, a
su forma. Las auctoritates del mundo académico medieval eran publicadas por los diestros
libreros de las ciudades universitarias. Estos libreros dividían las copias originales de los textos
clásicos en peciae, fragmentos que los copistas podían alquilar por separado para reproducirlos
rápida y uniformemente. Los textos así elaborados se disponían en dos columnas, empleando la
tradicional y angulosa letra gótica. Ocupaban un espacio relativamente pequeño en el centro de
una página grande. Y estaban rodeados por un grueso cerco de comentarios oficiales escritos en
letra aún más pequeña y menos atractiva, Así era, evidentemente, el grueso de las glosas
medievales que tanto desagradaban, por cuestión de principios, a los humanistas. Tales libros
repugnaban naturalmente a los sabios renacentistas, para quienes representaban una distorsión
tanto visual como intelectual de su propio contenido”
Cavallo y Chartier, 2001.

b. La transformación de las prácticas de la lectura y el auge de las bibliotecas


particulares/privadas. Su representación en la literatura.
La imprenta.
Del Renacimiento al Romanticismo

“En el siglo XVI, la novedad del libro fue su multiplicación en un mundo en el que lo esencial
de las relaciones era oral. La información circulaba, en efecto, por otros canales: el rumor que
alimentaba los debates públicos y privados, las proclamas de los pregoneros, el cameleo de los
vendedores ambulantes, los sermones, el teatro cómico o polémico, la correspondencia, la copia
callejera, los romances de ciego y, asimismo, la lectura pública. La vista era solicitada por
imágenes, espectáculos y procesiones. Por consiguiente, es preciso distanciarse de la situación
del siglo XX, y no perder nunca de vista esa omnipresencia de lo oral (…) La relación entre
lectura y escritura no es unívoca: un foso separa al gran lector que recorre rápidamente
numerosas páginas y el que descifra con gran trabajo letra tas letra. Una alfabetización
elemental no engendra automáticamente la lectura silenciosa (…) La hipótesis más plausible es
la de la persistencia de un entrecruzamiento de las prácticas de lectura. Junto al gesto silencioso
en el cual el contacto se trababa en la intimidad entre un texto y su lector, se siguieron
realizando otros accesos a lo escrito: la lectura en voz baja para sí mismo, la lectura entre varios
en círculos reducidos, la lectura colectiva de tipo litúrgico, en la que unas veces el ministro leía
para todos y otras cada cual seguía en su libreto el texto del canto común (…) Si bien el número
de ediciones de la Biblia y el Nuevo Testamento es impresionante, no es nada comparado con el
de los catecismos y salterios. No cabe duda de que el libro era indispensable: el texto leído en
voz alta por el padre de familia o el catequista era seguido en silencio por el niño que
escuchaba. En ese uso de lo escrito, el libro era un soporte para la memoria. En modo alguno
constituía un lugar de descubrimiento de un mensaje inédito.”
Cavallo y Chartier, 2001

Guttenberg y la llegada de la imprenta.

“Lo que el alemán consiguió fue un sistema para componer rápidamente el texto a imprimir,
que además podía ser utilizado reiteradamente para multiplicar las copias. El secreto de la
innovación artesana de Gutenberg estaba en una pieza que se conoció como tipo móvil y que
fue la base del arte de imprimir hasta la invención de nuevos sistemas, ya en el siglo XX. El
tipo era un bloque que en una de sus caras llevaba en relieve el dibujo de una letra o de un signo
ortográfico. Juntando distintos tipos y sujetándolos fuertemente para que no bailaran, se podía
componer líneas de texto y páginas enteras, estampadas por las dos caras. Una vez concluida la
impresión, los tipos podían ser usados más veces en nuevas composiciones. Ello fue posible
gracias a otra innovación de Gutenberg: fabricar los tipos metálicos con plomo, bismuto y
antimonio, aleación que era a la vez maleable para grabar las letras y los signos, y dura para
resistir constantes presiones.
La prensa para elaborar su trabajo la tenía Gutenberg al alcance de la mano. Recurrió a la
prensa de vino, el aparato que exprimía la uva para su fabricación. Con algunos retoques, el
artesano utilizó el torno y la plancha presionadora para conseguir que la forma con los tipos
ajustados, previamente entintada con un rodillo, entrara en contacto con el papel y éste quedara
adecuadamente impresionado. A partir de ahí, sólo había que entintar, presionar y colocar
cuidadosamente el papel para obtener repetidas copias exactamente iguales. Una vez obtenidas
las reproducciones deseadas, sólo había que deshacer la forma para utilizar de nuevo los tipos
en otras composiciones y volver a repetir el proceso. Produjo trabajos de más calidad y permitió
imprimir ambos lados de cada hoja. El siglo XVI trajo consigo adelantos mecánicos que
regularon la presión de la platina, la nueva modalidad evitó las manchas de tintas que aparecían
en los impresos.
La Biblia de Gutenberg es una obra de arte, no sólo por relación a las limitadas capacidades de
su prensa de tornillo y a la trabajosa grabación de los tipos y composición de las páginas sino,
aisladamente considerada, porque es un prodigio de composición y de gusto. Consta de más de
1200 páginas impresas en letra gótica, a dos columnas por página, de 42 líneas cada columna.
Por este detalle se conoce también el libro como la Biblia de 42 líneas y asimismo como Biblia
de Mazarino, por haber sido encontrado el primer ejemplar en la biblioteca de tal cardenal
francés. Pero es la Biblia de Gutenberg, su nombre más preciso y más justo.
Es un libro que se encuentra entre la vieja y la futura técnica de imprimir. El artesano de
Maguncia empleó en él su invención pero siguió apoyándose en el arte de los iluminadores y
decoradores de libros. Imprimió el texto, dejando hueco para la letra capitular la inicial de cada
párrafo y las orlas de la página, que luego los dibujantes introdujeron en vivos colores. El
resultado es un libro insólito y hermoso, del que Gutenberg imprimió no más de 300
ejemplares, que seguramente salieron a un alto precio.”
Si bien los niveles de alfabetización eran muy bajos, bastaba con que una sola persona supiese
leer un libro, libelo o panfleto para que en voz alta transmitiese su contenido a una comunidad,
igual que con la biblia. Conocidos y dimensionados por los representantes del poder los efectos
políticos, y los peligros que podía acarrear la libre impresión y circulación del nuevo
descubrimiento, las regulaciones no tardaron en llegar.

El nacimiento del libro de bolsillo: Aldo Manuzio

“Los historiadores tienden a comparar la transformación del mundo de los libros por medio de
la imprenta con los últimos años de la revolución industrial. El sistema de producción artesanal,
en virtud de! cual cada libro se confecciona para un solo cliente, es reemplazado por un sistema
industrial. La venta al por mayor sustituye a la venta al por menor, la producción uniforme en
masa reemplaza a la técnica artesanal de los copistas. El libro se convierte así en la primera de
las muchas obras de arte que son alteradas fundamentalmente por la reproducción mecánica.
El lector ya no tiene ante si un preciado objeto personal para el cual ha elegido la letra, las
ilustraciones y la encuadernación, sino un objeto impersonal cuyas características han sido
establecidas de antemano por otras personas. La carga emocional que posee el libro como
objeto procede del lugar que ocupa en la experiencia personal de su propietario, de los
recuerdos que evoca, más que de sus propias características físicas. Algunos contemporáneos,
como el cartolaio Vespasiano da Bisticci, deploraban estos cambios. Vespasiano denunció los
antiestéticos y efímeros productos de la imprenta, que le parecían indignos de ocupar espacio en
una gran biblioteca. Otros, como Erasmo, estaban entusiasmados con ellos. Nadie, ni siquiera
Tolomeo Filadelfo -escribió Erasmo-, había prestado tan gran servicio a la cultura como Aldo
Manucio. Si el gran rey había construido una única biblioteca que fue finalmente destruida,
Aldo estaba construyendo una "biblioteca sin muros" que seria accesible a todos los lectores y
sobreviviría a cualquier cataclismo. Ambas partes coincidían en que la imprenta transformó los
fundamentos de la lectura; o, al menos, eso es lo que suelen decir los historiadores.”
Chartier et al.

“Hacia finales del siglo XV, el humanista italiano Aldo Manuzio el Viejo, que había enseñado
latín y griego a alumnos tan brillantes como Pico della Mirandola, al comprobar las dificultades
de estudiar latín sin ediciones eruditas de los clásicos en un formato manejable, decidió
aprender el oficio de Gutenberg y creó una imprenta para producir exactamente la clase de
libros que necesitaba para sus cursos. Aldo decidió instalar su imprenta en Venecia, para
aprovechar la presencia de los eruditos orientales exiliados y, probablemente, empleó como
correctores y cajistas a otros refugiados procedentes de Creta que antes habían sido copistas. En
1494, inició su ambicioso programa de publicaciones a través del cual produciría algunos de los
más hermosos volúmenes de la historia de la imprenta: primero en griego (Sófocles, Aristóteles,
Platón, Tucidides) y luego en latín (Virgilio, Horacio, Ovidio). Según Aldo, a esos ilustres
autores había que leerlos “sin intermediarios” —en la lengua original y, en su mayor parte, sin
anotaciones o glosas— y, para lograr que los lectores “conversaran libremente con los gloriosos
difuntos”, publicó gramáticas y diccionarios junto con los textos clásicos. No sólo se procuró
los servicios de los expertos locales,sino que además invitó a eminentes humanistas de toda
Europa —incluyendo a luminarias como Erasmo de Rotterdam— para que trabajaran a su lado
en Venecia. Los eruditos se reunían todos los días en la casa de Aldo para decidir qué títulos se
imprimirían y qué manuscritos se utilizarían como fuentes fiables, para lo cual revisaban las
mejores colecciones de clásicos de los siglos precedentes.
A diferencia de los humanistas medievales, que acumulaban”, señaló el historiador Anthony
Grafton, “los renacentistas seleccionaban (…) Aldo hacía esa selección con un criterio infalible.
A la lista de autores clásicos añadió obras de los grandes poetas italianos, como, entre otros,
Dante y Petrarca. A medida que aumentaba el número de bibliotecas privadas, los lectores
empezaron a descubrir que los volúmenes grandes no sólo eran difíciles de manejar e
incómodos de trasladar, sino que también presentaban inconvenientes a la hora de almacenarlos.
En 1501, confiado por el éxito de sus primeras ediciones, Aldo respondió a los deseos de los
lectores y produjo una serie de libros en octavo —la mitad de cuarto— de impresión elegante y
meticulosa edición. Para reducir los costos de producción, decidió imprimir mil ejemplares cada
vez, y, con el objeto de utilizar de manera más económica el espacio de la página, recurrió al
carácter inclinado que se denominó itálico o aldino, un diseño reciente del boloñés Francesco
Griffo, que hacía las matrices para fundir los tipos de imprenta y que también diseñó el primer
tipo romano en el que las mayúsculas eran más bajas que las minúsculas de cuerpo entero, para
conseguir así una línea mejor equilibrada. El resultado, un libro de sobria elegancia, parecía
mucho más sencillo y legible que las adornadas ediciones manuscritas populares durante la
Edad Media. Lo que contaba por encima de todo, para el propietario de un libro de bolsillo
editado por Aldo, era encontrarse con un texto impreso con claridad y sabiduría, en vez de con
un objeto meramente bello y ornamentado. Una muestra de su popularidad es la mención hecha
en 1535 en la Lista de precios de las putas de Venecia, una guía de las mejores y peores
profesionales que se ofrecían en la ciudad, en la que se advertía al viajero sobre una tal Lucrezia
Squarcia, “que dice interesarse por la poesía” y “lleva con sigo una edición de bolsillo de
Petrarca, Virgilio y, a veces, incluso Homero”. El tipo itálico de Griffo (que se usó por primera
vez en un grabado en madera para ilustrar una colección de cartas de santa Catalina de Siena,
impresa en 1500) llamaba elegantemente la atención del lector sobre la delicada relación entre
las letras; según el crítico inglés sir Francis Meynell, los caracteres itálicos disminuían la
velocidad del ojo del lector, “aumentando su capacidad para captar la belleza del texto (…)
Como esos libros eran más baratos que los manuscritos, sobre todo los ilustrados, y podía
comprarse un sustituto idéntico si el ejemplar se perdía o se estropeaba, dejaron de ser, a ojos de
los nuevos lectores, una señal de riqueza, para pasar a ser símbolos de aristocracia intelectual e
instrumentos esenciales para el estudio.”
Manguel, Alberto, Una historia de la lectura

La edición masiva
El impacto y posteriores consecuencias de la aparición del la imprenta en una época como el
Renacimiento
El librero editor

Hacer archivo de Fotos y registros gráficos para proyectar: Tipos de escritura, soportes papiro,
pergamino, códice, libros…???
Lista de obras del mundo clásico en el cine
Tapas libros y autores citados Hacer render o presentación Power point con citas clave.
Bibliografía recomendada:
Reyes, A. (1955), Libros y libreros en la Antigüedad, Méjico.
Haarmann, H. (2001). Historia universal de la escritura, Madrid: Gredos.
Dahl, S. (2006). Historia del libro, Madrid:Alianza.
Cavallo, G. y Roger Chartier (2001). Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid: Taurus.

Organizar la bibliografía y la filmografía. Pasársela a Alba Inés, antes de iniciar.

La imprenta, la transformación de las prácticas de la lectura y el auge de las bibliotecas


particulares/privadas. Su representación en la literatura.

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