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HISTORIA DE LOS DOCUMENTOS

Selección de lecturas sobre evolución de la escritura

TEXTO 1
Walter Jackson Ong (1912- 2003). Nacido en Kansas City, Missouri. Era sacerdote
jesuita, educador, académico, profesor de filología inglesa, historiador de la cultura y la
religión y lingüista. En su obra expresó el mayor interés en la transición de la oralidad a
la escritura, lo cual argumenta, tiene una influencia en la cultura y la conciencia humana.

ONG, W. (2011). Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Buenos Aires:


Fondo de Cultura Económica, pp. 38- 39.

Las personas enteramente letradas sólo con gran dificultad pueden imaginarse cómo es
una cultura oral primaria, o sea una cultura sin conocimiento alguno de la escritura o
aun de la posibilidad de llegar a ella. Tratemos de concebir una cultura en la cual nadie
haya nunca tratado de indagar algo en letra impresa. En una cultura oral primaria la
expresión “consultar en un escrito” es una frase sin sentido: no tendría ningún significado
concebible. Sin la escritura, las palabras como tales no tienen una presencia visual,
aunque los objetos que representan sean visuales. Las palabras son sonidos. Tal vez
se las “llame” a la memoria, se las “evoque”. Pero no hay donde buscar para “verlas”.
No tienen foco ni huella (una metáfora visual, que muestra la dependencia de la
escritura), ni siquiera una trayectoria. Las palabras son acontecimientos, hechos.

No existe manera de detener el sonido y contenerlo. Puedo detener una cámara


cinematográfica y fijar un cuadro sobre la pantalla. Si paralizo el movimiento del sonido
no tengo nada: sólo el silencio, ningún sonido en absoluto.

Para cualquiera que tiene una idea de lo que son las palabras en una cultura oral
primaria, o en una cultura no muy distante de la oralidad primaria, no resulta
sorprendente que el término hebreo dabar signifique “palabra” y “suceso”. Malinovski
(1923, pp 451, 470 – 481) ha comprobado que entre los pueblos “primitivos” (orales) la
lengua es por lo general un modo de acción y no sólo una contraseña del pensamiento,
aunque tuvo dificultades para explicar sus conceptos (Sampson, 1980 pp 223 – 226),
puesto que la comprensión de la psicodinámica de la oralidad era virtualmente
inexistente en 1923. Tampoco resulta asombroso que los pueblos orales por lo común,
y acaso generalmente, consideren que las palabras poseen un gran poder. El sonido no
puede manifestarse sin intercesión del poder.

El hecho de que los pueblos orales comúnmente, y con toda probabilidad en el mundo,
consideren que las palabras entrañan un potencial mágico está claramente vinculado,

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al menos de manera inconsciente, con un sentido de la palabra como, por necesidad,
hablada, fonada y, por lo tanto, accionada por un poder. La gente que está muy
habituada a la letra escrita se olvida de pensar en las palabras como primordialmente
orales.

Los pueblos orales comúnmente consideran que los nombres confieren poder a las
cosas. Las explicaciones para que Adán ponga nombres a los animales en
Génesis.2:20, normalmente llaman una atención condescendiente sobre esta creencia
arcaica, supuestamente pintoresca. Tal convicción es de hecho mucho menos
pintoresca de lo que parece a la gente caligráfica y tipográfica irreflexiva. Primero que
nada, los nombres efectivamente dan poder a los seres humanos sobre lo que están
nominando: sin aprender un vasto acopio de nombres, uno queda simplemente
incapacitado para comprender, por ejemplo, la química, y para practicar la ingeniería
química. Lo mismo sucede con todo el conocimiento intelectual de otro tipo. En segundo
lugar, la gente caligráfica y tipográfica tiende a pensar en los nombres como marbetes,
etiquetas escritas o impresas imaginariamente, adheridas a un objeto nominado. La
gente oral no tiene sentido de un nombre como etiqueta, pues no tiene noción de un
nombre como algo que puede visualizarse. Las representaciones escritas o impresas
de las palabras pueden ser rótulos; la misma condición no puede aplicarse a las
palabras habladas, reales.

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Fernando Báez. (Ciudad Guayana, 1970) es venezolano. Licenciado en Educación y
Doctor en Bibliotecología. Se destacan sus trabajos sobre la destrucción de libros y
recientemente su investigación sobre los destrozos que la invasión de Irak ha causado
en la documentación y las obras artísticas de ese país.

BÁEZ, F. (2015). Los primeros libros de la humanidad. Buenos Aires: Océano,


pp. 42 – 43.

La escritura visibiliza la lengua de un pueblo y su forma de concebir el mundo. Cuando


el signo ya no es solo la representación de un objeto, sino de una palabra, ha ocurrido
un milagro. La arqueóloga franco – estadounidense Denise Schmandt Besserat sacudió
los cimientos del tema intocable del inicio de la escritura al presentar sus hallazgos, que
se tradujeron en el estudio de la presencia de objetos utilizados en el sur de
Mesopotamia (cuyo nombre significa “entre ríos”) para la contabilidad, localizados en
depósitos de las aldeas agrícolas que se gestaron entre 8000 y el 7500 a. C.

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Así, antes de la escritura sumeria habrían existido mecanismos de administración


relacionados con la necesidad de disponer de datos fiables sobre la economía, razón
por la que podemos ver, en museos de distintas partes del mundo, esas diminutas
cuentas geométricas de arcilla que tenían la forma de bolas, conos, triángulos o círculos
con figuras de animales o de cereales. Un número importante de cuentas se ensartaban
y el resto era almacenado en envases huecos. Con las cuentas sobrevino la iniciativa
de los numerales, que reducían el número de símbolos necesarios para identificar cada
animal o cereal y, posteriormente, se formaron pictogramas e ideogramas que
concluyeron con la escritura.

Hoy no se dispone de suficiente información, entre otras cosas porque la guerra de Iraq
en 2003 trajo consigo saqueos innumerables en los asentamientos, pero parece haber
consenso sobre el hecho de que la escritura surgió con los sumerios que habitaban
Uruk, una poderosa ciudad – templo poblada en varias ocasiones. Existen muestras de
arcilla del período denominado Uruk IVb, con fechas que van desde el 3500 al 3300 a.C.
Al menos esa es la conclusión a la que se ha llegado tras treinta y cinco campañas de
arqueología alemana en Uruk, entre 1912 y 1985. La palabra sumeria con el significado
de escribir era gub y escritura era gub-bu.
Esta escritura era cuneiforme, es decir con forma de cuñas o incisiones realizadas por
medio de un cálamo de caña o de hueso. Al principio, tenía funciones estrictamente
mnemotécnicas, como el apoyo a la memoria, y es indudable que, por una mezcla del
aumento del control y de la desconfianza, llegó a hacerse muy complicada, hasta el
punto que una reforma obligó la reducción de signos, de dos mil a menos de mil. Ya en
2500 a. C. Los textos trataban no sólo de temas contables sino mitológicos, como
sucedió en Shuruppak. El sumerio era aglutinante, es decir, construido sobre una raíz
invariable a la que se yuxtaponían otras palabras para darle sentido como la expresión
“ha-ma-ab-sum-mu” (traducida como “debería dármelo”).

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David Finkelstein es profesor de investigación de medios y cultura impresa en la
Universidad Queen Margaret de Edimburgo. Antes de eso, fue decano de la Facultad
de Humanidades y catedrático de Cultura de impresión en la Universidad de Dundee.

Alistair McCleery es profesor de literatura y cultura en la Universidad de Napier,


Edimburgo, y director del Centro Escocés para el Libro en la Universidad Napier de
Edimburgo.

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FINKELSTEIN, D.; MCCLEERY, A. (2014). Una introducción a la historia del libro.
Buenos Aires: Paidós, pp. 65 – 67.

La escritura mesopotámica fue una de muchas escrituras desarrolladas por separado


en todo el mundo. Entre otras, podemos contar los jeroglíficos egipcios, desarrollados
alrededor del año 3000 a. de C.; la escritura egea (llamada lineal A y lineal B), que data
de 1650 a 1200 a. C., aproximadamente; la escritura del Valle del Indo, de alrededor de
3000 a 2400 a. C.; la escritura china de alrededor del año 1500 a. C.; el alfabeto griego
(precursor del alfabeto occidental) en torno al 800 a 700 a. C.; la escritura maya, que se
produce alrededor del 50 d. C.; y la escritura azteca, que data del 1400 d. C. (Martin,
1995: 1-42; Olivier, 2001: 197). La escritura jeroglífica egipcia demostró ser, en su
concepción inicial, un sistema de grabación más sofisticado que la escritura cuneiforme
sumeria: su propósito era “la comunicación política, en lugar de la económica, el registro
de actos de especial significación política” (Assmann, 1994: 18). El uso egipcio de los
signos icónicos y los símbolos, que ha llevado a algunos a considerar los jeroglíficos
como un género de arte pictórico, se basaba en la oferta de representaciones gráficas
de actos o momentos concretos, sagrados, sociales y políticos, que se tallaban en piedra
y así se los protegía para la posteridad en espacios consagrados. La escritura con
jeroglíficos egipcios estaba organizada en complejos niveles, que utilizaban
simultáneamente sistema de comunicación fonéticos, silábicos y logográficos. Contaba
con imágenes-signos para referirse tanto a los nombres como a los actos. Como la
escritura mesopotámica, también fue el espacio reducido de una sección de élite de la
sociedad, un “sacerdocio con competencia en medicina y magia” (Noegel, 2004:135),
con jeroglíficos “reservados para la “escritura de la palabra divina”, como se le decía en
egipcio, para la grabación en el espacio sagrado de la permanencia” (Assmann 1994:
19).

Esa reverencia por la naturaleza sagrada de la palabra se transmitió a las culturas


asentadas en las regiones del Sinaí y Palestina, sobre todo encapsulada en la Biblia
hebrea. Como señala Scott B. Noegel, esto no es sorprendente “ya que Israel se
convirtió en un canal y un receptáculo cultural para las influencias egipcia y
mesopotámica.

Las inscripciones “protosinaíticas” y los signos alfabéticos inspirados en jeroglíficos


encontrados en la península del Sinaí, que datan de alrededor de 1850 a 1500 a.C. y a
menudo situados al lado de los jeroglíficos egipcios, dan fe de estos vínculos y legado
culturales (Lemaire, 2001: 203 -204). Aunque también hubo diferencias obvias y
desviaciones entre el uso y el desarrollo de los sistemas de escritura, lo que unía a las

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culturas de la Mesopotamia, Egipto y Sinaí era la creencia en el peso de las palabras,
tanto escritas como habladas, “una concepción de la palabra como vehículo de poder,
de la creación por decreto, y del uso oracular de las palabras escritas y habladas”
(Noegel, 2004:134). En concreto, esto significaba una especial atención a la
representación de las palabras, una práctica de la transcripción que creía que las
inexactitudes violarían los principios sagrados y tendrían consecuencias imprevistas y
graves.

Dentro de tales contextos, “una memoria precisa es todo, copiar es sagrado, y el


conocimiento de las sutilezas asociativas integradas en un texto equivale al
conocimiento secreto de lo divino” (Livingston, 1986; Noegel, 2004:137).

Las culturas orales han tenido sus griots (narradores), chamanes, brujos y sabios, cuya
función era preservar y transmitir las tradiciones orales, que actuaban como repositorios
de valores sociales y culturales, y que eran convocados para juzgar, sanar, informar o
entretener.

Las culturas escritas han convocado a sus escribas y filósofos para preservar e
interpretar el pensamiento y la actividad humana. Incluso hoy, aquellos que están
capacitados para recolectar, utilizar y manipular información tanto en forma oral como
escrita, con frecuencia desempeñan las mismas funciones, y vemos esto inmerso en
una variedad de prácticas y tradiciones vinculadas al trabajo, desde gurúes de las
relaciones públicas y agentes de prensa (una suerte de guardianes de la información)
hasta escritores de bestsellers, periodistas, guionistas y comentaristas culturales.

Este capítulo aborda la escritura, en tanto ha sido integrada a los estudios de la historia
del libro y también a la historia de las estructuras de comunicación social. Delinearemos
cómo la escritura se desarrolló y se expandió en la cultura europea occidental, marcando
vínculos con las autoridades y las instituciones, que serán analizados en mayor
profundidad en el capítulo 4. Prestaremos atención al modo en que las tradiciones
orales se incorporaron a la cultura temprana del manuscrito y la escritura, y
examinaremos cómo la escritura cambió en su estructura y estilo con el predominio de
la tecnología de la imprenta. Este capítulo también recorre el modo en que la escritura
cambió su naturaleza debido al desarrollo de un público lector y letrado, desplazándose
desde ser usada como una herramienta cultural para ser leída a muchos hacia un
proceso que habitualmente dirigía sus resultados a lectores individuales y solitarios.
Finalmente, el capítulo examina brevemente cómo los críticos han descripto la escritura
al servicio del Estado y el poder institucional, usada para la colonización política y
cultural de otras partes del mundo y en el contexto de las estructuras de clase.

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