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2013

UN PROYECTO DE INVESTIGACIÓN-ACCIÓN PARTICIPATIVA CON PERSONAS


MAYORES DE BIZKAIA EN EL ÁMBITO DEL EMPODERAMIENTO PERSONAL Y
COMUNITARIO (PARTICIPACIÓN CIUDADANA)

© Equipo de Investigación en Gerontología

Universidad de Deusto
RESUMEN.

El presente documento consta de tres partes diferenciadas. La primera es una introducción


teórica al proyecto. En la misma, se aborda el paradigma del envejecimiento activo que
propugna la participación social (en este caso, comunitaria) de las personas en su proceso de
envejecimiento, las consecuencias personales de dicha participación y cómo promoverla. No se
obvian las críticas a dicho paradigma. Se analiza el fenómeno de la participación social de las
personas mayores haciendo un especial hincapié en la participación comunitaria y en las
teorías psicosociales que explican las fases en dicha participación. Se pone de relieve la
necesidad de promover la misma en consecuencia de los datos sociales existentes. Se propone
el proyecto “Ciudades Amigables con las personas mayores” como herramienta aplicable en
este proyecto.

Una segunda parte del documento insiste en los planteamientos teóricos del proyecto: el
concepto de intervención social y comunitaria como acción “artificial” y planificada, el proceso
de legitimación de la misma, el carácter psicosocial de nuestro proyecto, el papel de las
personas participantes y del propio profesional en su despliegue, y el planteamiento
conceptual de la metodología de investigación-acción participativa.

Por último, se presenta el propio proyecto de intervención. Sus objetivos, sus fases y los
componentes fundamentales de las mismas, la cuestión del mantenimiento del mismo, una
vez finalizado el proyecto en sí, y una propuesta de calendario.

2
ÍNDICE.
RESUMEN……………………………………………………………………………………………………………….. 2
ÍNDICE……………………………………………………………………………………………………………………. 3
INTRODUCCIÓN TEÓRICA AL PROYECTO………………………………………………………………………….. 4
¿Es necesario un proyecto de investigación e intervención social y comunitaria para
promover la participación social de las personas mayores? ……………………………………………… 14
El proyecto “Ciudades Amigables con las personas mayores - Age friendly cities” de la
Organización Mundial de la Salud……………………………………………………………………………………… 15
PLANTEAMIENTOS TEÓRICOS DEL PROYECTO………………………………………………………………….. 22
Intervención psicosocial……………………………………………………………………………………………………. 29
El papel de las personas y del profesional. ……………………………………………………………………….. 31
La investigación-acción participativa…………………………………………………………………………………. 33
PROYECTO DE INTERVENCIÓN…………………………………………………………………………………….. 37
Resumen………………………………………………………………………………………………………………………….. 37
Objetivos del proyecto……………………………………………………………………………………………………… 37
Desarrollo del proyecto: fases y componentes………………………………………………………………… 40
Fase preliminar (componente 1)……………………………………………………………………………………….. 41
Fases de desarrollo……………………………………………………………………………………………………………. 43
Fase 1. Lanzamiento del proyecto………………………………………………………………………… 43
Fase 1.1. Constitución del grupo local (componente 2)………………………………………… 43
Fase 1.2. Conocer los procesos (componentes) básicos del proyecto (componente
3)…………………………………………………………………………………………………………………………. 44
Fase 1.3. Generar cohesión grupal (componente 4) …………………………………………….. 45
Fase 1.4. Fijar objetivos (componente 5)……………………………………………………………… 46
Fase 2. Diagnóstico participativo y análisis crítico de los factores que inciden
sobre la cuestión estudiada…………………………………………………………………………………. 47
Fase 2.1. Expresión abierta de la representación social del problema
(componente 6). ………………………………………………………………………………………………… 47
Fase 2.2. Cuestionamiento de la representación inicial del problema (componente
7). ………………………………………………………………………………………………………………………. 47
Fase 2.3. Recogida de más información (componente 8). ……………………………………. 47
Fase 2.4. Replanteamiento del problema (componente 9). …………………………………. 49
Fase 3. Programación y ejecución de un plan de acción (componente 10)……………. 49
Fase 3.1. Formar grupos de acción (componente 11)……………………………………………. 50
Fase 3.2. Apoyar a los grupos en el desarrollo de los planes de acción
(componente 12)…………………………………………………………………………………………………. 50
Fase 4. Fase de evaluación…………………………………………………………………………………… 52
Fase 4.1. Evaluación del proceso global de implantación y reprogramación
(componente 13)…………………………………………………………………………………………………. 52
Fase 4.2. Evaluación de resultados (componente 14)……………………………………………. 53
Fase 5. Fase de comunicación de conclusiones (informe) (componente 15)………….. 53
Sobre el mantenimiento del proyecto (componente 16). …………………………………….. 53
Una propuesta de calendario……………………………………………………………………………………………. 54
BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………………………………………….. 56
ANEXO 1………………………………………………………………………………………………………………… 61

3
INTRODUCCIÓN TEÓRICA AL PROYECTO.

Hablamos de participación social de las personas mayores en el contexto que nos brinda el
paradigma del envejecimiento activo de la Organización Mundial de la Salud. Para la OMS
(2002), un proceso de envejecimiento activo permite a las personas realizar su potencial de
bienestar físico, social y mental a lo largo de todo su ciclo vital y participar en la sociedad de
acuerdo con sus necesidades, deseos y capacidades, mientras que les proporciona protección,
seguridad y cuidados adecuados cuando necesitan asistencia. Es, por ello, que la OMS señala
que “el envejecimiento activo es el proceso de optimización de las oportunidades de salud,
participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas
envejecen”.

Ciertamente la OMS recoge una línea previa de trabajos e investigaciones sobre los procesos
de envejecimiento que, a lo largo del tiempo, reciben diversas denominaciones: saludable,
exitoso, productivo… Por ejemplo, Rowe y Khan (1997) resaltan que el envejecimiento exitoso
se caracteriza por tres dimensiones: una baja probabilidad de enfermar y discapacidad
asociada, que se identifica no sólo con la ausencia de enfermedad sino también con la
ausencia de factores de riesgo asociados a la enfermedad; un alto funcionamiento cognitivo y
físico; y el compromiso con la vida a través de las relaciones íntimas con otras personas y la
realización de actividades productivas que tengan un particular significado motivacional para
la personas. Esta última dimensión resalta un aspecto central en este proyecto de
investigación: lo productivo de la acción y el significado motivacional que la misma tiene para
la persona.

Para la OMS, el término «activo» hace referencia a una “participación continua en las
cuestiones sociales, económicas, culturales, espirituales y cívicas”, no sólo a la capacidad para
estar físicamente activo o participar como mano de obra. Respalda, así, su responsabilidad (la
de las personas mayores) para ejercer su participación en el proceso político y en otros
aspectos de la vida comunitaria.

Por todo ello, la OMS insiste en que “ha llegado el momento de instaurar un nuevo paradigma
que considere a las personas ancianas participantes activas de una sociedad que integra el
envejecimiento y que considere a dichas personas contribuyentes activos y beneficiarios del
desarrollo”. Para ello, realiza una serie de propuestas (políticas) fundamentales en relación a la
participación, entre las que podemos resaltar: el alentar a las personas a participar
plenamente en la vida de la comunidad familiar a medida que envejecen; proporcionar
oportunidades de educación y aprendizaje durante el ciclo vital; y, más en consonancia con
este proyecto de investigación, reconocer y permitir la participación activa de las personas en
las actividades de desarrollo económico, el trabajo formal e informal y las actividades de

4
voluntariado a medida que envejecen, de acuerdo con sus necesidades, preferencias y
capacidades individuales.

En este sentido, Fernández-Ballesteros (2009a, 2009b) señala que para promover el


funcionamiento psicosocial y la participación de las personas en el proceso de envejecimiento,
siguiendo los dictados de la OMS debemos realizar una serie de acciones mencionadas en la
siguiente tabla:

Promover el funcionamiento psicosocial y la participación


Fernández-Ballesteros (2009a, 2009b)
1. Fomentar la autonomía y la participación en la toma de decisiones de
los mayores,
2. Combatir las imágenes negativas sobre la vejez y el envejecimiento,
3. Estimular la confianza en las capacidades colectivas,
4. Promover los comportamientos pro-sociales, y
5. Promover la participación social.

Está reconocido que el contacto social es una necesidad básica en todo ser humano (Maslow,
1991, 1998). Así mismo, podemos afirmar, como resultado de numerosas investigaciones, que
el funcionamiento social va asociado a la supervivencia de las personas y su longevidad; a la
salud física y mental; al funcionamiento en las actividades de la vida diaria (esto es, presencia
de situaciones de discapacidad y de dependencia); al funcionamiento cognitivo saludable, y a
la satisfacción con la vida, el bienestar y la calidad de vida.

En relación a este último aspecto, el funcionamiento social actúa como variable predictora de
la presencia de emociones positivas en las personas mayores. Sabemos que la interacción
social va disminuyendo, poco a poco, desde la edad madura hasta la vejez y con mayor rapidez
después de los setenta años. La teoría de la desvinculación (Cumming y Henry, 1961) afirma
que el declive de los contactos sociales es expresión de un mecanismo adaptativo de
separación social y “retirada” del individuo del mundo social, como prolegómeno de la muerte.
La teoría de la actividad (Havighurst, 1963), por su parte, afirma que aunque el ser humano
sigue teniendo en la vejez similares necesidades de contactos sociales, es el sistema social el
que establece barreras para dichos contactos. La respuesta del individuo ante esta postulada
disminución en el contacto social puede suponer una base para la insatisfacción y, por tanto,
puede provocar sentimientos negativos.

Pero los datos empíricos nos informan de que a lo largo del ciclo de la vida, el número de
contactos sociales se reduce tempranamente – a partir de los veinte años – y, sin embargo, no
por ello disminuyen los sentimientos positivos, la satisfacción con la vida y el bienestar ni
aumentan los sentimientos negativos; de que a lo largo de la edad adulta se produce un
incremento en la satisfacción con las relaciones sociales estables y la actividad social en

5
comparación con las edades juveniles; hay una estabilidad de las interacciones sociales
positivas con la edad, al tiempo que se produce una disminución general de las interacciones
negativas en las relaciones más próximas; la reducción de los contactos sociales tiene lugar en
las relaciones periféricas y superficiales, produciéndose simultáneamente un incremento de las
relaciones cercanas a lo largo de la vida adulta y la vejez. Así mismo, aunque las personas muy
mayores reciben más apoyo social del que dan, existe una amplia variabilidad en este punto, y
muchos de ellos continúan brindando apoyo a otros y participando en actividades sociales y
productivas. Por otra parte, el trabajo es una importante fuente de interacción social mientras
que la jubilación es un evento vital en la vejez. Es una conquista y un derecho social, aunque
conlleva discriminación en razón de la edad; y, a nivel individual, supone una merma en el
control, el poder y los recursos económicos. La jubilación obligatoria es una transición que
puede convertirse en un obstáculo para envejecer activamente. Por último, hay diferencias
culturales en lo que se refiere a la participación social en el trabajo voluntario: en general, con
la edad se produce una disminución en este tipo de actividad (en algunos países la disminución
es sólo en el tiempo dedicado al voluntariado, en otros es también en la frecuencia), pero ello
puede atribuirse más a problemas de salud que al envejecimiento.

El funcionamiento social también se relaciona con el control personal. La autopercepción de la


capacidad de la persona para ejercer control sobre el mundo que le rodea es una de las
condiciones psicológicas para el envejecimiento activo. La creencia puede ser o no verdadera,
pero genera autocumplimento “porque el control personal lleva al individuo a enfrentarse al
mundo de manera vigorosa, haciendo que resultados originalmente fuera de control sean
eventualmente controlables” (Peterson, 1999).

Rappaport (1977) y Rappaport y Seidman (2000), así como Zimmerman (2000) definieron el
concepto “empowerment” (empoderamiento, fortalecimiento o potenciación de la
comunidad) como el proceso mediante el cual personas, organizaciones o comunidades
adquieren o potencian la capacidad de controlar o dominar la propia vida, o el manejo de
asuntos o temas de su interés… para lo cual es preciso crear las condiciones que faciliten dicho
fortalecimiento.

La teoría del empowerment trata de analizar, explicar y fomentar los procesos de participación
ciudadana y movimientos sociales, vinculando el conjunto de condiciones personales y sociales
que hacen posible la participación con el bienestar de las personas (Musitu y Huelga, 2004). El
interés del empowerment se dirige específicamente a la influencia mutua que se produce
entre la persona y los sistemas ambientales en los que ésta se mueve. La intervención no
pretende eliminar déficits o debilidades de los individuos buscando una solución a los
problemas presentes sino que, desde una acción preventiva, se trata de promover y movilizar
los recursos y potencialidades que posibiliten que personas, grupos o comunidad adquieran
dominio y control sobre sus vidas. Lo importante en sí no es tener control y dominio sobre el

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entorno, sobre el ambiente o sobre los recursos, sino saber cómo acceder a éstos, cómo
utilizarlos para tener capacidad para influir y controlar nuestras vidas. El empowermewnt
consta de dos elementos fundamentales. Por una parte, implica la determinación individual de
cada uno sobre su propia vida y, de ahí, el sentimiento de control personal; por otra, sugiere la
participación democrática en la vida de la propia comunidad por medio de estructuras.

Maritza Montero (2004) señala que el fortalecimiento se apoya en la presencia de los procesos
comunitarios que quedan reflejados en la siguiente tabla.

Fortalecimiento a través de procesos comunitarios


Montero (2004)
1. La participación
2. La toma de conciencia
3. El ejercicio del control por parte de la comunidad, y el poder, que
acompaña al control
4. La politización, en el sentido de ocupación del espacio público y toma
de conciencia de derechos y deberes inherentes a la ciudadanía
5. La autogestión, o la involucración directa de la comunidad en sus
procesos de transformación
6. El compromiso
7. La evolución y crecimiento individual, y
8. La identidad comunitaria, también denominada como “sentido de
comunidad”.

En una propuesta de una sociedad para todas las edades, cada vez podemos apreciar una
mayor insistencia en lo bueno que la participación de las personas mayores es para el conjunto
de la sociedad, tanto desde el punto de vista del capital social que supone como del capital
económico. Las personas mayores poseen un rico caudal de experiencia vital que debe ser
reconocido como insustituible para posibilitar que los cambios derivados del dinamismo
inherente a la propia evolución de las sociedades se produzcan de un modo equilibrado
(Consejo de personas mayores del Principado de Asturias, 2006). Además de la participación
de las personas mayores en el trabajo, pagadas o no, el colectivo se ve como una oportunidad
de mercado. Así mismo, promulgar políticas y programas que fomenten el envejecimiento
activo puede reducir los gastos de asistencia.

Sin embargo, cabe resaltarse que la participación es un derecho ciudadano más allá de lo
saludable que sea. Es ésta una perspectiva de la participación como vía de fortalecimiento de
la sociedad civil, con los procesos de profundización y el desarrollo de la democracia, del
empoderamiento de las personas (mayores). “Sustituye la planificación estratégica desde un
planteamiento «basado en las necesidades» (que contempla a las personas mayores como
objetivos pasivos) a otro «basado en los derechos», que reconoce los derechos de las personas
mayores a la igualdad de oportunidades y de trato en todos los aspectos de la vida a medida
que envejecen, y respalda su responsabilidad para ejercer su participación en el proceso
político y en otros aspectos de la vida comunitaria” (OMS, 2002).

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Conocemos la existencia de críticas al paradigma del envejecimiento activo en relación a la
participación social, tanto desde la política económica como desde el humanismo, en una
gerontología crítica desarrollada en la UC Berkeley por Martinson (Martinson y Minkler, 2006),
director del “California Senior Leaders Project”, Escuela de Salud Pública, y de Simon Biggs
(2004) en el Reino Unido. Para ellos, no es un accidente que la insistencia en que las personas
mayores son un gran recurso social para responder a las necesidades sociales emergentes a
través del trabajo remunerado o no, coincida con un declinar del estado de bienestar (con un
declinar de los presupuestos), con una serie de imperativos económicos. La insistencia en un
papel activo de las personas mayores a través del voluntariado debe analizarse de una manera
crítica: “trabajar en un comedor social podrá ayudar a quitar el hambre a una serie de
personas” pero que no modifican las razones más profundas de la pobreza y el “sinhogarismo”
puede no ser correcto. Un voluntariado visto como una actividad de ayuda, y no como una
actuación política, sirve para devaluar y disminuir otras formas de participación ciudadana,
como el compromiso político para incrementar la responsabilidad y la acción gubernamental
en la atención de las necesidades sociales (humanas) básicas.

Para ellos, el problema de esta insistencia en el envejecimiento activo es que ignora la


diversidad en la población mayor, y si se construye un discurso social de “vejez activa”, la
sociedad tácitamente devalúa a aquellas personas mayores que no pueden o no eligen un
“compromiso voluntario”. Es importante reflexionar sobre cómo la promoción de la
“productividad” puede ser leída por las personas mayores. La afirmación de que es su
“privilegio” el elegir no ser voluntario olvida el hecho de que determinadas “historias vitales”
limitan la capacidad de libre elección de alternativas (nivel educativo o la situación económica
que no le permite realizar pequeños gastos “voluntarios”) ya que pueden no tener muchas
capacidades que puedan ser activadas en su participación en actividades políticas o en el
voluntariado.

Perspectivas como las de Erikson (2000) o Peck (1960) nos hablan de tareas o crisis que han de
elaborarse a lo largo de la vida: integridad del yo frente a desesperación (renuncia, prudencia,
sabiduría); transcendencia del cuerpo, diferenciación del ego y transcendencia del ego. Dichas
perspectivas bien podrían ser incompatibles con planteamientos demasiado “activos”. Ser
demasiado activo puede dificultar la capacidad de las personas mayores a afrontar la fragilidad
y la discapacidad. Así, una estigmatización y un “desempoderamiento” puede impactar
negativamente en el bienestar de personas y comunidades si implícitamente se insiste en que
las personas mayores que no participan activamente en la sociedad poseen menos valor que
las otras.

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Volviendo a la participación social de las personas mayores, podemos considerar el estudio de
Mars y cols. (2008) en el que las propias personas mayores señalan estas cuatro formas de
participación social:
 Contactos sociales y actividades sociales: mantener contactos con familiares, amigos
y vecinos en general, con los que mantienen un sentimiento de pertenencia y
muestran interés en las vida de los demás; además, se considera participar en
actividades sociales como reuniones de clubs, viajes organizados, acontecimientos,
fiestas, salir y visitar a otras personas…
 Trabajo y apoyo informal: referido al voluntariado o al trabajo remunerado, a ser
miembro de junta directiva de colegios, clubs, y el sentimiento de ayudar a familiares
y amigos.
 Actividades culturales (visitas al teatro o museos) y eventos públicos.
 Permanecer al tanto con cuestiones políticas y las noticias; en general, tener interés
en lo que sucede en la sociedad.

Como puede apreciarse, la participación social de las personas (Sánchez Vidal, 1996) ya se da a
distintos niveles a través de actividades e instituciones sociales y comunitarias como el trabajo
o la escuela, la familia, las actividades relacionales y sociales habituales de la vida comunitaria
(la misa del domingo, el partido de fútbol o el concierto de música, el paseo por el barrio, la
“partida” o la charla del bar, etc.) o las actividades asociativas más o menos formalizadas (la
peña, el club de jubilados, excursionista o deportivo, la asociación vecinal, la sección del
partido político, etc.). Sólo las personas, que por la razón que sea, estén excluidas o se auto-
excluyan de estas actividades tendrán un cierto déficit o necesidad estructural de participar a
través de otros canales “especializados” en la actividad comunitaria o social habitual. Puede
ser el caso de algunas personas mayores.

Levasseur y cols. (2010) han realizado un exhaustivo estudio de las definiciones de


participación social en la literatura sobre envejecimiento. Para ello, han examinado
documentos propios de los campos que estudian la participación social (salud pública,
rehabilitación y gerontología) así como la literatura propia de la psicología, sociología y trabajo
social. Se ha analizado exclusivamente literatura relativa a las personas mayores. Los términos
más utilizados en la bibliografía son: compromiso comunitario, participación comunitaria,
participación social formal, implicación social y comunitaria, compromiso social y participación
social. Así mismo, han desarrollado una taxonomía intentando ordenar y estructurar las
diferentes formas de participación social. El trabajo resultante está en consonancia con los
planteamientos de la OMS (2001).

La taxonomía sobre la participación social debe ser considerada como un continuo, con seis
niveles de implicación del sujeto con otras personas en actividades sociales teniendo diferentes
objetivos. En la taxonomía, no se considera dónde se realizan las actividades (en el hogar, en el

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vecindario, en un centro cívico, etc.) o cuándo se realiza y con qué frecuencia. Los niveles de la
taxonomía se diferencian básicamente por la proximidad individual en la implicación con las
otras personas (en el nivel 1: la acción se realiza sólo; en el nivel 2, en paralelo con otras
personas; mientras que en los niveles 3 a 6: se da una interacción con otras personas. Según
los objetivos de la actividad podemos distinguir los niveles 1 y 2 que está orientada a las
actividades básicas; el nivel 3 la actuación está orientada socialmente; en el nivel 4, está
orientada a la tarea común a realizar con otras personas; el nivel 5, se orienta a la ayuda a
otras personas; y, por último, el nivel 6 está orientada a la sociedad. Así, las actividades
pueden ser desarrolladas para uno mismo (niveles 1-2), con otros (niveles 3-4) y para otros
(niveles 5-6). Esquemáticamente puede verse en la siguiente figura.

El primer nivel incluye las actividades diarias que un individuo realiza normalmente sólo como
preparación para otras actividades que le conectarán con otros. Estas actividades son básicas y
de supervivencia, como comer o vestirse, pero pueden ser actividades más complejas como
preparar una comida. También se incluyen aquí las actividades solitarias. Escuchando la radio o
viendo la televisión, las personas se informan sobre lo que sucede en la sociedad, que es una
buena forma de iniciar una conversación con otros. Frente a los siguientes niveles, estas
actividades se realizan sólo y en el hogar.

El segundo nivel incluye actividades en las que el individuo no entra directamente en contacto
con otras personas, pero esas otras personas están a su alrededor. Por ejemplo, pasear por el
vecindario. Además, hoy día, las nuevas tecnologías permiten realizar actividades minimizando
el contacto social: comprar entradas por internet e ir solo al cine, realizar transacciones

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financieras o comprar en un supermercado sin los servicios de un cajero… Muchas de estas
actividades tienen lugar en la comunidad.

En el tercer nivel, el individuo entra en contacto social con otras personas, directamente o
mediante nuevas tecnologías, pero no hace ninguna actividad específica en común con esas
personas. Por ejemplo, cuando interactuamos con el dependiente de una tienda.

En el cuarto nivel, el individuo colabora con otros en el desarrollo de una actividad, buscando
un objetivo común. Los ejemplos incluyen la mayor parte de las actividades recreativas,
deportivas, ocupacionales. En este nivel (y en el anterior), se incluyen el desarrollo de ciertos
roles sociales en ciertos momentos (ser padre/madre, ama/o de casa, trabajador/a,
estudiante, etc.).

El quinto nivel incluye actividades en las cuales el sujeto ayuda a otras personas, por ejemplo
siendo un cuidador o un voluntario. En este nivel se puede identificar una persona o grupo de
personas que son ayudadas.

Finalmente, en el sexto nivel, el individuo contribuye a la sociedad en términos general


(actividades ciudadanas o cívicas), por ejemplo, estando implicado en partidos políticos o en
otras organizaciones. En contraposición al nivel anterior, el trabajo realizado por la persona
raramente se hace sólo por una persona y potencialmente puede ayudar a muchas personas y
la interacción se realiza con la comunidad o con la sociedad en general. Estas actividades, junto
con el nivel anterior, son normalmente no obligatorias y requieren un compromiso activo y
significativo. Mientras la participación social implica un menor compromiso formal con los
amigos o la familia, el compromiso social de estos dos últimos niveles implica un deseo de
cambio social y una sintonía con las elecciones expresadas por la sociedad. Siendo voluntarios
y estando implicados en algunas organizaciones sociales, algunas personas contribuyen a
transformar la comunidad en un sitio mejor para vivir y obtener un impacto directo o indirecto
en el bienestar de los demás. Nuestro proyecto de investigación e intervención está dirigido a
este nivel, a este tipo de actividad: la participación ciudadana o comunitaria.

Según Chacón Fuertes (2006) la participación comunitaria tiene cuatro características


fundamentales:
 Es una conducta social. La persona está involucrada en algo colectivo. La relación que
se establece en la participación implica que los individuos forman parte de algo.
 La participación ciudadana implica toma de decisiones, lo que no implica
necesariamente mantener el poder de controlar todas las decisiones.
 La participación es un proceso, no es una característica estática de personas o de
organizaciones.

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 La participación es un medio y un fin, un proceso y un resultado. Como medio la
participación es vista como una técnica, y como fin es un valor que debe ser
alcanzado, como una de las cualidades de la democracia. Esta distinción no es
meramente teórica ya que la participación no siempre significa mejores decisiones.
La participación y la eficiencia pueden ser fines contradictorios para las
organizaciones comunitarias.

La participación ciudadana suele estar organizada. Se realiza a través de “organizaciones”


sociales y no individualmente, existen canales establecidos de comunicación y conlleva unas
finalidades u objetivos que estructuran y organizan la participación. Para que esta
participación sea relevante y tenga un impacto real en el enriquecimiento de la vida personal y
comunitaria se deben fijar unos objetivos, posiblemente tras una evaluación de la situación
(necesidades, etc.) que funciona como una de las vías y metodologías principales de
participación social, y consecuentemente tomar decisiones. Una participación realizada “desde
abajo” (desde las personas de la comunidad) corre el riesgo, si los canales institucionales no
existen, de terminar (por cansancio, desánimo…) cuando cesa la necesidad o el empuje
temporal o el liderazgo que la originó, dejando muchas veces un vacío de frustración.

Dávila y Chacón (2004) proponen un modelo de tres fases en la implicación participativa de


las personas en actividades voluntarias y ciudadanas que permiten predecir la permanencia en
dichas actividades participativas teniendo siempre como variable mediadora la intención de
permanencia, siguiendo la teoría de la acción planificada de Azjen (1989) y el modelo
transteórico de Prochaska y Diclemente (1984), desarrollado inicialmente con el objetivo de
explicar el proceso de cambio comportamental intencional de conductas relacionadas con la
salud pero, que es también aplicable a nuestro proyecto.

En un primer momento al dominar las motivaciones más externas, el mejor predictor de


permanencia en la actividad será la satisfacción de las necesidades propias y los afectos
positivos generados por la propia experiencia participativa. Estos servirían especialmente para
los niveles más bajos de participación. Por eso en un primer momento de la implicación
comunitaria, en el que el compromiso es bajo, lo lógico es que para predecir la intención de
permanecer, sean variables como la satisfacción de las motivaciones, el apoyo social, o las
emociones positivas surgidas de la realización de las actividades las que se relacionen con la
intención de permanencia. Cuando empezamos una actividad solemos pensar y valorar más los
aspectos positivos que los negativos, pero poco a poco los costes de tiempo, de dinero, el
sentimiento de “burnout”, las malas interacciones personales, etc. van haciéndose evidentes.
En un balance de costes/beneficios aquellos que están movidos sólo por factores externos, es
muy probable que cuando esto ocurra los beneficios que obtienen no les compensen y
abandonen, especialmente si tienen otras alternativas positivas. Por eso la tasa de abandonos

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en los primeros meses de las actividades participativas es tan alta. Deberemos tener esto en
cuenta a la hora de estructurar nuestra intervención.

En un segundo momento, para predecir intención de permanencia en periodos más largos de


tiempo, es necesario contar con la variable compromiso, la motivación se va haciendo más
interna, o al menos son estos motivos los que se mantienen, y como los efectos negativos de la
participación se han hecho más evidentes no basta con la mera satisfacción de motivos
externos, o con estados afectivos positivos, más o menos pasajeros… Por eso para predecir un
mayor periodo de permanencia y una mayor implicación, la variable fundamental es el
compromiso, esa sensación de que se deben hacer las cosas a pensar de las dificultades
porque estamos comprometidos con la organización, con los fines, con las personas. Nos
comprometemos en relación a algo, que consideramos digno, valioso, necesario, conveniente
de hacer individual o colectivamente.

En un tercer momento para predecir niveles de implicación muy altos o extremadamente


prolongados en el tiempo (como es el caso, de líderes o miembros muy activos de
organizaciones comunitarias, voluntarios de muy larga duración, o empleados identificados
con la empresa completamente) es preciso contar con la identidad personal. El modelo sugiere
que uno de los mejores predictores de la permanencia es la identidad personal."La implicación
en procesos participativos que consumen tiempo requiere compromiso. Pero ¿qué sostiene este
compromiso? Sentir que mis acciones están en sintonía con mis valores”. Parece claro por tanto
que para alcanzar los niveles más altos de compromiso como de participación es preciso
integrar esta característica en la identidad personal (cambio del propio autoconcepto). Cuando
el rol “voluntario” llega a formar parte de la identidad personal, las conductas personales se
producen y mantienen con independencia de variables como las normas sociales, ya que las
personas ante todo, se esfuerzan por realizar conductas coherentes con su identidad.

Los tres factores – afectos positivos, compromiso, e identidad – están interrelacionados entre
sí, lo que pone de manifiesto el aspecto dinámico y retroalimentador del proceso participativo,
que ha sido puesto de manifiesto por todos los investigadores del tema: a mayores emociones
positivas, mayor compromiso e identidad; a mayor compromiso, más emociones positivas e
identidad, y a mayor identidad con el rol de participante, más emociones positivas se sienten,
al poder expresar el yo, y más compromiso, generándose, según hemos mencionado
anteriormente, lo que algunos autores denominan, procesos de “empowerment”.

En la siguiente tabla se reflejan algunos de los múltiples factores, avalados por numerosas
investigaciones, que explican la participación social de las personas mayores.

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Variables personales Variables relativas a la tarea Variables del entorno

Edad Papel expresivo y/o papel de Ambiento físico


Género servicio Recursos educacionales y
Educación ocupacionales
Estrategias de afrontamiento Características del grupo de la
Implicación en otras actividad
actividades sociales El clima de seguridad psicológica
Salud y autonomía personal que percibe
Auto-percepción de ser mayor Medios de transporte
Factores motivacionales independiente
Historia previa de implicación Red y apoyo social
social La composición del hogar
Ser inmigrante

¿Es necesario un proyecto de investigación e intervención social y comunitaria para


promover la participación social de las personas mayores?

Tan sólo un dato empírico. La siguiente tabla presenta el grado de participación social de las
personas mayores en Europa según el estudio SHARE. En la misma se pueden ver el nivel de
participación social de las personas mayores en diferentes Estados de nuestro entorno. En
España apreciamos niveles especialmente bajos de participación social en casi todas las
actividades analizadas. Así mismo, podemos resaltar la baja percepción de salud propia (SRH)
asociada con dicha participación social.

El concepto de participación social utilizado por Sirven y Debrand (2008), utilizando los datos
de la Survey of Health, Ageing, and Retirement in Europe (SHARE), considera la participación (o
no) en una de estas cinco actividades sociales: trabajo voluntario/caritativo, curso de
formación, club deportivo o social, organización religiosa, y organización política o
comunitaria. Las preguntas de la encuesta SHARE consideradas están explicadas en la tabla
siguiente.

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Survey of Health, Ageing, and Retirement in Europe (SHARE)
Sirven y Debrand (2008)
 ¿Realizó algunas de estas actividades en el último mes? 1.
Voluntariado u obras de beneficencia 2. Cuidado de adultos
enfermos o discapacitados 3. Prestación de ayuda a familiares,
amigos o vecinos 4. Asistencia a cursos de formación o educacionales
5. Asistencia a un club deportivo, social o de otro tipo 6. Participación
en un grupo religioso (iglesia, sinagoga, mezquita, etc.) 7.
Participación en actividades de un partido político o de una
organización relacionada con la comunidad 9. Ninguna de las
anteriores.
 En las últimas cuatro semanas ¿con qué frecuencia? 1. Casi
diariamente 2. Cada semana 3. Con menos frecuencia
 Se encuentra satisfecho/a con lo que ha logrado hasta el momento.
(¿Está muy de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo o muy en
desacuerdo con la frase?) 1. Muy de acuerdo 2. De acuerdo 3. En
desacuerdo 4. Muy en desacuerdo
 Recibe el reconocimiento adecuado. (¿Está muy de acuerdo, de
acuerdo, en desacuerdo o muy en desacuerdo con la frase?) 1. Muy
de acuerdo 2. De acuerdo 3. En desacuerdo 4. Muy en desacuerdo
 Motivo. Para conocer a otras personas, Para hacer algo útil, Por
realización personal, Porque soy necesario, Para ganar dinero,
Porque me gusta, Para utilizar mi formación o para mantenerme en
forma, Porque me siento obligado a hacerlo, Ninguno de los
anteriores.

El proyecto “Ciudades Amigables con las personas mayores - Age friendly cities” de la
Organización Mundial de la Salud.

Este proyecto pretende dar un marco de trabajo, dentro del paradigma del envejecimiento
activo de la OMS anteriormente mencionado, para lograr un entorno que facilite dicho
proceso desde un entorno próximo a las personas. Es un proyecto concebido en junio de 2005,
en el XVIII Congreso Mundial sobre Gerontología en Río de Janeiro, y desarrollado globalmente
por Alexandre Kalache y Louise Plouffe, ambos de la oficina central de la Organización Mundial
de la Salud, en Ginebra.

Su propósito es ayudar a las ciudades a mirarse desde la perspectiva de las personas mayores,
a fin de identificar en qué aspectos y de qué manera pueden ser más “amigables” con las
personas mayores. Para ello, se redacta un informe final, que se aprueba por la OMS en 2007
(OMS, 2007; Plouffe y Kalache, 2010), y plantea una guía, con un conjunto de listas de control,
para evaluar la amigabilidad de una ciudad con respecto a sus personas mayores (pueden
verse dichas listas en el anexo I).

15
Dicho informe se realizó desde un trabajo con grupos en 35 ciudades de todas las regiones de
la OMS. Esta organización solicitó a personas mayores, que participaran de grupos focales, que
describieran las ventajas y barreras que experimentan en ocho áreas de la vida urbana. En la
mayoría de las ciudades, los informes de las personas mayores fueron complementados por
evidencia suministrada por otros grupos focales, formados por proveedores de servicios y
cuidadores en los sectores público, voluntario y privado. A partir de los resultados de los
grupos focales se desarrolló el conjunto de listas de control para ciudades amigables con los
mayores.

Toda esta investigación social fue realizada gracias al esfuerzo de gobiernos locales,
organismos no gubernamentales y grupos académicos. Los fondos públicos suministrados
permitieron la investigación y la asistencia a las reuniones del proyecto de las personas
mayores así como también a las personas proveedoras de cuidados y servicios que fueron
consultadas.

La idea de “la ciudad amigable con los mayores” se basa en los planteamientos sobre
envejecimiento activo de la OMS: “Una ciudad amigable con los mayores alienta el
envejecimiento activo mediante la optimización de las oportunidades de salud, participación y
seguridad a fin de mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen” (OMS,
2007). Basada en este enfoque de la OMS hacia el envejecimiento activo, el propósito de este
proyecto es lograr que las ciudades se comprometan a ser más amigables con la edad, con el
fin de aprovechar el potencial que representan las personas de edad para la humanidad. En
una ciudad amigable con las personas mayores, las políticas, los servicios, los entornos y las
estructuras proveen sostén y facilitan el envejecimiento activo de las personas.

Las ventajas y las barreras, informadas por muchas personas mayores y cuidadores y
proveedores de servicios consultados en este proyecto global, confirman esta idea y
proporcionan muchos ejemplos para demostrar cómo las características de una ciudad reflejan
los factores determinantes del envejecimiento activo de muchas maneras interconectadas.

El paisaje de la ciudad, sus edificios, su sistema de transporte y vivienda contribuyen a una


movilidad confiada, una conducta saludable, participación social y autodeterminación o,
contrariamente, al aislamiento temeroso, la inactividad y la exclusión social. La existencia de
una amplia gama de oportunidades para participación social integrada con otras edades y
dirigida a grupos de edad específicos fomenta fuertes lazos sociales y la autodeterminación
personal. La autodeterminación y la autovaloración se ven reforzadas por una cultura que
reconoce, respeta e incluye a las personas mayores. La disponibilidad de información relevante
en formatos apropiados también contribuye a la autodeterminación personal así como a tipos
de conducta saludables. La existencia de servicios de salud accesibles y correctamente
coordinados tiene un impacto evidente sobre el estado de salud y la conducta de salud de las

16
personas mayores. En términos prácticos, una ciudad amigable adapta sus estructuras y
servicios para que sean accesibles e incluyan a las personas mayores con diversas necesidades
y capacidades.

Tengamos presente que la lista de control de características amigables con los mayores no es
un sistema para clasificar el grado de amigabilidad con los mayores de una ciudad frente a
otra. Antes bien, constituye una herramienta para la autoevaluación de una ciudad y un mapa
para registrar los avances. Ninguna ciudad está demasiado rezagada para realizar mejoras
significativas en base a la lista de control. También se puede superar la lista de control y de
hecho algunas ciudades ya presentan características que exceden lo esencial. Estas prácticas
óptimas proveen ideas que otras ciudades pueden adaptar y adoptar. No obstante, ninguna
ciudad provee un “sobresaliente” en todas las áreas.

Por otra parte, las listas de control de las características urbanas amigables con los mayores no
son instrucciones técnicas ni especificaciones de diseño. Los hallazgos obtenidos en el
proyecto presentan las características principales de la ciudad amigable con los mayores
“ideal” y muestran cómo el cambio de un aspecto de la ciudad puede tener un impacto
positivo sobre otras áreas de las vidas de las personas mayores.

Dado que el envejecimiento activo es un proceso que dura toda la vida, una ciudad amigable
con los mayores es una ciudad para todas las edades. Las fuertes conexiones entre los
distintos aspectos de la vida en la ciudad establecidas por las personas consultadas en el
proyecto de la OMS muestran claramente que una ciudad amigable con la edad sólo surge de
una orientación integrada y enfocada a cómo viven las personas mayores. La adopción de esta
perspectiva implica coordinar acciones en distintas áreas de la política y los servicios
ciudadanos para que se refuercen mutuamente. De ahí que un proyecto de esta naturaleza
deba contar con el respaldo del gobierno municipal, además de la participación “protagonista”
de las propias personas mayores.

En este proyecto se exploran un total de ocho temas para tener una visión integral del nivel de
amigabilidad con las personas mayores de las estructuras, el entorno, los servicios y las
políticas de la ciudad en relación con los factores determinantes del envejecimiento activo.

17
Los tres primeros temas se refieren a los espacios al aire libre y edificios, al transporte y a la
vivienda. El entorno exterior y los edificios públicos tienen un impacto importante sobre la
movilidad, la independencia y la calidad de vida de las personas mayores y afectan su
capacidad para “envejecer en casa”. El transporte, incluyendo transporte público accesible en
términos físicos y económicos, constituye un factor clave para el envejecimiento activo. La
habilidad de trasladarse por la ciudad determina la participación social y cívica y el acceso a
servicios comunitarios y de salud. Así mismo, resulta claro que existe un aprecio universal por
la vivienda y el apoyo que les permite a las personas mayores envejecer en forma cómoda y
segura en el seno de la comunidad a la que pertenecen.

Otros tres temas reflejan distintos aspectos del entorno social y de la cultura que afectan la
participación y el bienestar mental. El respeto y la inclusión social se refieren a las actitudes,
el comportamiento y los mensajes de otras personas, y de la comunidad en su conjunto, hacia
las personas mayores. La participación social hace referencia a la participación de las personas
mayores en actividades de recreación, socialización, culturales, educativas y espirituales. La
participación cívica y el empleo se refieren a las oportunidades de ciudadanía, trabajo
remunerado y no remunerado. Las personas mayores no dejan de contribuir a sus
comunidades después de su retiro de la actividad económica. Muchas de ellas siguen
proveyendo trabajo voluntario para sus familias y comunidades. El grado de participación de
las personas mayores en la vida social, cívica y económica de la ciudad también está
estrechamente relacionada con su experiencia de inclusión.

Las dos últimas áreas temáticas: comunicación e información y servicios de apoyo


comunitario y de salud, involucran tanto a los entornos sociales como a los determinantes de
salud y servicios sociales. Es vital para el envejecimiento activo mantenerse conectados con
eventos y personas, y recibir información oportuna y práctica sobre cómo administrar su vida y

18
atender sus necesidades personales. Las tecnologías de la información y comunicación, en
constante evolución, son aceptadas como herramientas útiles y criticadas como instrumentos
de exclusión social. Independientemente de la variedad de opciones de comunicación y el
volumen de información disponible, la preocupación central radica en contar con información
relevante rápidamente accesible para las personas mayores con diversas capacidades y
recursos. Los servicios de salud y sociales son vitales para mantener la salud y la independencia
en la comunidad. Al estudiar las características de los servicios comunitarios y de salud en una
ciudad amigable con los mayores, nos centramos en aquellos aspectos de dichos servicios que
están dentro del campo de influencia de una comunidad.

En el proyecto original, la perspectiva de género solo fue estudiada de una forma indirecta. En
nuestro caso, pretendemos abordarlo de una manera específica. En muchas ciudades se ha
observado que la participación de los hombres en actividades sociales es menor que el de las
mujeres, y la situación económica de muchas mujeres mayores se menciona entre las barreras
a las que se enfrentan los grupos económicamente desfavorecidos en muchas áreas de la vida
urbana. Nuestro proyecto podría así colaborar con investigaciones adicionales que se van a
desarrollar en ciudades de diferentes regiones del mundo.

Evidentemente, estos ocho aspectos de la vida en la ciudad se superponen e interactúan entre


sí. El respeto y la inclusión social se ven reflejados en la accesibilidad de los edificios y espacios,
y en la gama de oportunidades de participación social, entretenimiento o empleo que ofrece la
ciudad a las personas mayores. La participación social, a su vez, influye sobre la inclusión social
y el acceso a la información. La vivienda afecta la necesidad de servicios de apoyo comunitario,
mientras que la participación social, cívica y económica depende en parte de la accesibilidad y
la seguridad de los espacios al aire libre y los edificios públicos. El transporte y la comunicación
e información interactúan de manera particular con las otras áreas: sin transporte o medios
adecuados para obtener información que permita el encuentro y la conexión de las personas,
se tornan inaccesibles otros servicios e instalaciones urbanas que podrían sustentar el
envejecimiento activo.

El proyecto plantea un enfoque participativo de las personas mayores en el análisis y la


expresión de su situación con el fin de informar a los poderes públicos. Las personas mayores
constituyen la principal fuente de información. Pero, no sólo esto, la OMS y sus asociados en
cada ciudad, han involucrado a las personas mayores como participantes “titulares” en el
proyecto. ¿Cuáles son las características amigables con los mayores de las ciudades en las que
viven? ¿A qué problemas se enfrentan? ¿Qué le falta a la ciudad que mejoraría su salud,
participación y seguridad? Las Naciones Unidas (1991) recomiendan facultar a las personas
mayores para que contribuyan a la sociedad y participen en los procesos de toma de
decisiones. Las personas mayores son los expertos, en última instancia, en lo relativo a su vida.

19
A fin de obtener los puntos de vista de aquellas personas que debido a una incapacidad física o
mental no podrían asistir a las dinámicas establecidas (grupos focales), también se organizan
grupos con personas cuidadoras, quienes abordan la cuestión desde la experiencia de las
personas mayores a las que cuidan. Para complementar la información obtenida de las
personas mayores y cuidadoras, se debe organizar, adicionalmente, la participación de otros
agentes sociales en relación con el tema, por ejemplo, de proveedores de servicios, de los
sectores público y privado, y de la sociedad civil.

El método de trabajo a aplicar se fundamenta en un proceso de investigación-acción


participativa (aunque posiblemente desde un modelo pragmático, no crítico). Al evaluar las
fortalezas y brechas de una ciudad, las personas mayores deben describir cómo se valoran sus
experiencias con la lista de control. Así hacen sugerencias para el cambio y participan en la
implementación de proyectos de mejora. En las etapas de seguimiento de acción local
“amigable con los mayores”, resulta imperativo que las personas mayores sigan involucradas
en el monitoreo del avance de una ciudad, actuando como promotores y asesores de la ciudad
amigable con los mayores. En todo caso, este planteamiento metodológico debe contrastarse
y construirse desde un consenso con las propias personas mayores y la municipalidad que
puede promover la iniciativa.

Este proyecto es un punto de partida para futuras actuaciones de desarrollo comunitario e


investigación, así como también para la participación en una red global ampliada de
comunidades amigables con los mayores. Muchas ciudades han expresado su interés en
utilizar la guía de la OMS para iniciar el desarrollo de ciudades amigables con los mayores. En
la actualidad se están contemplando redes a nivel país, por ejemplo en Japón y España, así
también como ejes regionales en el Medio Oriente, Canadá y América Latina y el Caribe. Las
nuevas iniciativas y colaboradores son bienvenidos en una red mundial. El envejecimiento
activo en ciudades que proveen apoyo y promueven la autodeterminación servirá como uno
de los enfoques más efectivos, para mantener la calidad de vida y la prosperidad, en un mundo
cada vez más envejecido.

En el estudio inicial de la OMS (2007), se informaron varios ejemplos de prácticas amigables


con los mayores en diversas ciudades. Por ello, se está trabajando en obtener información
adicional de los líderes de proyecto sobre estas iniciativas y publicar un inventario de estas
buenas prácticas. En Essen y en Estambul, ambas nombradas “Capital Europea de la Cultura”
para el 2010, se planificaron reuniones para intercambiar “iniciativas amigables con las
personas mayores, locales e internacionales”.

La investigación que llevó a la creación de la guía ha generado muchos hallazgos valiosos en


todo el mundo así como también lazos entre investigadores preocupados por el
envejecimiento y el entorno. Se está alentando la colaboración entre investigadores para

20
promover los conocimientos sobre el envejecimiento en entornos urbanos. Se han
programado informes de investigaciones técnicas que describirán en mayor detalle el
concepto y la metodología de la investigación realizada por la OMS, examinarán en mayor
detalle los entornos amigables con la edad en relación al envejecimiento activo, y expondrán
evidencias de las convergencias entre envejecimiento, urbanización y globalización – las
principales fuerzas que están dando forma al siglo XXI – y que son el eje de este proyecto.

En el boletín sobre envejecimiento del Observatorio de Personas Mayores (IMSERSO, 2009) se


hizo una publicación monográfica “Proyecto Red Mundial de ciudades amigables con las
personas mayores”. Donostia-San Sebastián tuvo el privilegio de estar en ese primer grupo de
ciudades que conforman este organismo y entre las que se encuentran Nueva York,
Manchester (Reino Unido), Bruselas (Bélgica), Ginebra (Suiza), Melville (Australia), Portland
(EEUU), London (Canadá) y Louth County (Irlanda). Otras ciudades se han sumado más
recientemente a este proyecto desde el Estado: Bilbao, Barcelona, Zaragoza…

Simultáneamente a este proyecto, Canadá ha desarrollado un proyecto centrado


específicamente en las comunidades rurales y remotas (con respecto a grandes núcleos de
población) y que se realiza en 10 comunidades con una población inferior a las 5.000 personas.
El proyecto se denomina “Age-Friendly Rural/Remote Communities Initiative” (AFRRCI, 2007).
Esta iniciativa tiene dos objetivos principales:
 Incrementar el conocimiento sobre qué necesitan las personas mayores para
mantener una vida activa, saludable y productiva dentro de sus propias comunidades
identificando indicadores de lo que constituye una comunidad rural amigable con las
personas mayores; y
 Desarrollar una guía práctica que permita identificar las principales barreras que
impiden dicho proceso de envejecimiento en el ámbito rural así como generar un
diálogo y una acción social que promueva el desarrollo de comunidades rurales
amigables.

En definitiva la experiencia, anteriormente descrita, no está reservada a grandes centros


urbanos sino que disponemos de una metodología aplicable a todo tipo de “comunidad
humana” que quiera adoptar esta perspectiva etaria.

La idea de las comunidades amigables va más allá de los planteamientos de la OMS. Andrew
Scharlach (Scharlach, Graham y Lehning, 2012), de la UC Berkeley, ha desarrollado un proyecto
en el Center for Advanced Study of Aging Services (CASAS) denominado “Compendium of
Community Aging Initiatives” que pretende generar una base documental que cohesione la
información relativa a los distintos proyectos, realizados en EEUU, con el fin de ayudar a las
comunidades a convertirse en “amigables con el envejecimiento”. Este compendio incluye un
breve resumen de 121 iniciativas locales informadas por unas 300 organizaciones. Los

21
informantes revelan una serie de aspectos críticos en sus esfuerzos por desarrollar sus
iniciativas locales:
 Obtener fondos suficientes teniendo en cuenta lo innovador de alguno de estos
conceptos;
 Desarrollar una estructura organizacional sostenible;
 Desarrollar una organización eficaz dados los recursos limitados;
 Comprometer y mantener en el tiempo a colaboradores y financiadores
(partenariado);
 Superar las barreras físicas y actitudinales; e
 Involucrar a las propias personas mayores.

Scharlach define una comunidad amigable con estas tres características fundamentales: la
edad no es una barrera significativa en el mantenimiento de los intereses y actividades a lo
largo del ciclo vital; existen apoyos y servicios para permitir que las personas con
discapacidades por la edad pueden asegurarse la satisfacción de sus necesidades sociales y de
salud; y existen oportunidades para las personas mayores para desarrollar nuevas fuentes de
satisfacción y compromiso personal.

PLANTEAMIENTOS TEÓRICOS DEL PROYECTO.


Cuando planteamos el “tema de la participación” en relación a un proyecto o actividad que
iniciamos es porque ésta nos parece interesante, útil o necesaria, y porque queremos interesar
a la comunidad en dicho proyecto, y en su realización, haciéndola parte activa en el mismo.
Estamos recabando de las personas un “extra de participación” sobre la que ya realizan. Por
ello, debemos preguntarnos hasta qué punto les interesa participar en un proyecto concreto
de esta naturaleza.

En nuestra sociedad – crecientemente organizada y diferenciada desde el punto de vista social


como la presente – se da una tendencia a la especialización de roles y funciones de las
personas. Por ello, hay que tener en cuenta que las demandas de participación militan
precisamente contra esta tendencia, al pedirle a la gente que no delegue responsabilidades o
“partes” de su identidad social en otros agentes especializados (políticos, técnicos,
administradores) sino que las asuman y las recuperen como parte integral de sí mismos
(Sánchez Vidal, 1996). La participación debe ser así analizada desde la perspectiva de
demandas adicionales a unas personas ya “cargadas” de funciones (roles) sociales varias;
demandas contrarias, por otro lado, a importantes tendencias sociales.

Toda participación auténtica implica una cambio en la comunidad que participa (Bejarano,
1987). Ésta debe involucrarse – activamente y desde el principio – en el desarrollo de la

22
intervención. Con ello, “la participación” se convierte en un proceso de toma de conciencia de
la situación existente y de sus causas, de las condiciones y acciones que pueden conducir a una
superación positiva de las mismas, así como de implicación activa en los cambios subsiguientes
(Sánchez Vidal, 1996).

Estamos planteando un proyecto de intervención social y, como tal, al hablar de intervención


(social) hablamos de una actuación artificial y planificada (Fantova, 2001). “Intervenir” se
refiere a la introducción – desde una postura de “autoridad” – de un elemento externo con la
intención de modificar (intencionalmente) el funcionamiento de un sistema en una dirección
dada (persigue una cambio) (Sánchez Vidal, 1996).

Es artificial en cuanto que hemos identificado que los procesos naturales que acontecen en el
escenario social no terminan de satisfacer (nos) las necesidades sociales, las expectativas; de
resolver (nos) los problemas sociales generados en torno a la cuestión planteada; en este caso,
la participación social de las personas (mayores) como condición necesaria de un proceso de
envejecimiento activo. Los agentes de intervención social estamos presentes en el escenario
social porque de manera organizada ponemos en marcha unos procesos, diríamos artificiales,
con el fin de tener una determinada repercusión en los procesos naturales que tienen lugar en
el escenario social. Lo esencial de la intervención social es la contribución a la posibilidad de
reestructurar las relaciones, y las redes de relaciones, en las que las personas obtienen o no
obtienen los recursos que dan respuesta a sus necesidades (Fantova, 2001).

Decimos “satisfacernos/resolvernos”. Pero ¿quién debe hacer esta valoración? Consideramos


que hay tres agentes fundamentales en la intervención social. La propia sociedad, comunidad
y, más concretamente, las personas concernidas. Todos estamos concernidos con el proceso
del envejecimiento pero, en este caso, las personas mayores tienen un papel especial y
significativo. Un segundo agente, es la autoridad política que vela por la satisfacción de las
necesidades sociales; y un tercer agente somos los profesionales (académicos y de la
intervención social), aludidos por los problemas y necesidades sociales, por las expectativas
sociales.

Estas tres fuentes de valoración nos plantean una doble cuestión sobre la legitimación de la
intervención social: ¿es legítimo hacer una intervención social en este ámbito? ¿quién está
legitimado para realizar esta intervención social?

La primera cuestión (¿es legítimo hacer una intervención social en este ámbito?) parece estar
contestada desde los planteamientos internacionales (OMS, 2002; Comisión Europea, 2011,
2012) – el “Plan estratégico de aplicación de la cooperación de innovación europea sobre el
envejecimiento activo y saludable” así como la propuesta de “Asociación europea de
innovación en envejecimiento activo y saludable” –, los más próximos (Diputación Foral de

23
Bizkaia, 2007, 2011) – el “Manifiesto Bizkaia por el envejecimiento activo” y el “Plan de acción
para la promoción del Envejecimiento Activo en Bizkaia 2011-2012” – y las propias personas
mayores (Nagusiak, 2012).

Nagusiak es la Asociación de Jubilados y Pensionistas de Bizkaia, que se fundó, sin ánimo de


lucro, en el año 1971 y agrupa al colectivo de Personas Mayores de Bizkaia por medio de 140
Asociaciones locales situadas en cada uno de los municipios vizcaínos. Como puede apreciarse
en sus objetivos, además de mencionar explícitamente la promoción del Envejecimiento
Activo, existen numerosas referencias a objetivos coincidentes con este planteamiento.

Objetivos de la Asociación Nagusiak


• Defender la promoción social de las personas afectadas por las
prestaciones de Jubilación y de Pensionistas en general.
• Promocionar la calidad de vida de las Personas Mayores, fomentando
el asociacionismo.
• Promover políticas activas que potencien el papel de las Personas
Mayores en la Sociedad y que modifiquen los estereotipos negativos
sobre la vejez.
• Crear las condiciones óptimas para promocionar el Envejecimiento
Activo y las Relaciones Intergeneracionales, transmitiendo
experiencia y valores a las nuevas generaciones,
• Colaborar con las Instituciones Públicas, donde se deciden las
prestaciones y servicios para las Personas Mayores.
• Ser la voz de los Mayores ante la Sociedad en general.

Más aún, con su pertenencia a la Plataforma europea AGE (2012), se suma a la declaración
realizada por la misma a nivel europeo con motivo del Año Europeo 2012 del Envejecimiento
Activo y la Solidaridad entre Generaciones. En la siguiente tabla puede verse un extracto de su
declaración con tal motivo.

Parece aceptado que hacer “algo” para potenciar el envejecimiento activo y, más
concretamente, potenciar la participación social (y ciudadana) de las personas (mayores) es
necesario.

Una postura de “no intervenir” negaría implícitamente los principios de solidaridad y


responsabilidad social, pilar fundante – y conquista básica – de la política social y la acción
comunitaria en el mundo moderno (Sánchez Vidal, 1996). Pero, ¿es mejor la intervención
externa frente a otras alternativas de actuación menos intervencionistas como el desarrollo de
los recursos comunitarios? Debemos plantearnos la cuestión de cuál es la posibilidad de acción
más deseable. Concebida como acción unilateral y externa, la intervención no sólo puede no
ser positiva y deseable, sino negativa y perjudicial, al interferir con la acción y desarrollo de
mecanismos de resolución de problemas del propio grupo social, contribuyendo así a crear
dependencias coartadoras que dificulten a largo plazo la auto-regulación y desarrollo del grupo
y la comunidad.

24
Coalición de socios para
el Año Europeo 2012 del Envejecimiento Activo y la Solidaridad entre Generaciones

Somos una coalición de socios que va en aumento y que promueve una sociedad para todas las
edades en la que cualquier persona sea capaz de desempeñar un papel activo en la sociedad y
disfrutar de igualdad de derechos y oportunidades en todas las etapas de su vida,
independientemente de su edad, sexo, raza u origen étnico, religión o creencias, condición social
o económica, orientación sexual, condición física o mental, o necesidad de atención.

Lograr una sociedad para todas las edades precisará que los decisores políticos y todos los
actores implicados se responsabilicen colectivamente del diseño de nuevas formas de
organización de la sociedad que aseguren un futuro más justo y más sostenible para todas las
generaciones.

A los responsables políticos europeos e internacionales: ¡Compromiso!


La Unión Europea, la Comisión Económica de Naciones Unidas para Europa y la OMS-Europa
deberían unir sus recursos y coordinarse para adoptar una "Estrategia Europea para el
envejecimiento activo y saludable y una Unión Europea sensible a las cuestiones relativas a las
personas mayores" para ayudar a los Estados miembros a alcanzar los objetivos de la estrategia
Europa 2020 y crear un crecimiento inteligente, sostenible e incluyente. Esta nueva estrategia
debería:
• Crear sinergias entre los actuales procesos políticos y programas de financiación de la
UE y los instrumentos políticos y programas de implementación de Naciones Unidas
sobre envejecimiento para asegurar que estos procesos consigan mejores resultados en
la promoción del envejecimiento activo y la solidaridad entre generaciones;
• Incluir la creación de una Red Europea para un Entorno Sensible a las Personas
Mayores y otras iniciativas, como una Alianza Europea de Alcaldes por el
Envejecimiento Activo y Saludable... para unir y apoyar a las autoridades públicas
locales y regionales comprometidas con el fomento de la solidaridad intergeneracional
y el envejecimiento activo en sus comunidades;
• Aprovechar la oportunidad de un nuevo Método Social Abierto de Coordinación para
involucrar eficazmente a la sociedad civil en la elaboración de políticas sociales a fin de
lograr un sistema de protección social adecuado, justo y sostenible, y aumentar la
cohesión social en general;
• Fortalecer la investigación que evalúe y promueva soluciones para satisfacer las
necesidades de una población que envejece, de manera justa para todas las
generaciones, contribuyendo a un crecimiento sostenible e inclusivo en una Europa
libre de pobreza.
A los gobiernos nacionales: ¡‘empoderamiento’ • fomento de la participación • puesta en
práctica!
Con el apoyo de la UE, los agentes nacionales, regionales y locales deberían elaborar planes para
promover entornos favorables a las personas mayores en respuesta a los cambios demográficos.
• Esos planes deberían tratar de facilitar la participación de todos los actores
determinantes en la Red Europea para un Entorno Sensible a las Personas Mayores.
• Estos planes también deberían fomentar la participación de todas las partes
interesadas, incluidas las organizaciones de la sociedad civil y los propios ciudadanos,
en el desarrollo, aplicación y seguimiento de soluciones adecuadas y sostenibles para el
envejecimiento de nuestra población.
A todos los interesados, incluidos los ciudadanos europeos: ¡hacerlo posible!
Las autoridades locales y los agentes, el sector empresarial, instituciones públicas, organizaciones
de la sociedad civil, interlocutores sociales, proveedores de servicios, planificadores urbanos,
investigadores, educadores, medios de comunicación y todos los ciudadanos tienen un papel
que desempeñar.

25
Sin embargo, en relación a la segunda cuestión (¿quién está legitimado para realizar esta
intervención social?), podemos afirmar que toda acción interventiva debe estar respaldada o
justificada por algún tipo de autoridad que avale el acto mismo de intervenir y, sobre todo, los
resultados que con la misma se quieren obtener. La respuesta a esta pregunta es que, de un
modo u otro, seguramente los tres agentes descritos anteriormente.

La sociedad, las personas mayores en concreto, que son los afectados. Los políticos, electos
por la ciudadanía, que pueden realizar intervenciones sociales a nivel macrosocial y que, con
sus políticas sectoriales o transversales, inciden directamente o indirectamente en la
participación de las personas mayores, con normas y con financiación económica. El político o
gestor administrativo tienen la legitimidad o autoridad de iniciar la acción social y dotar de
medios a las acciones de otros agentes sociales o técnicos desde esa delegación de la
legitimidad colectiva. Los profesionales – interventores sociales – que con su conocimiento
traducen voluntades sociales y políticas en realidades técnicas, en proyectos concretos.

La autoridad científico-técnica (Sánchez Vidal, 1996) es la que deriva el profesional de la


experiencia o conocimientos teóricos u operativos válidos (científicos) y de los conocimientos y
destrezas sobre cómo conducir apropiada y eficientemente una acción interventiva para
producir los efectos previsibles y deseados. Si el profesional (psicólogo social, en este caso)
quiere tener una autoridad social o política, deberá obtener algún tipo de legitimidad delegada
de la comunidad (titular final de esa legitimidad) actuando en su nombre o como
representante de ella o desde loa agentes políticos o administrativos. “La legitimación pública
o social de quienes reciben o asumen el encargo… de hacer intervención social les ubica… en
una situación paradójica, ya que asumen desde una parcela del sistema social una tarea o una
función… que sólo el sistema social en su totalidad puede realizar” (Fantova, 2001). Estamos
legitimados por la sociedad para realizar una intervención (la de la participación y la inclusión
social) que sólo el sistema social en su totalidad puede realizar (y que actualmente provoca en
un sentido negativo). La participación social se convierte en el medio y en el fin de la
intervención social. La forma de prevenir, paliar o revertir procesos de exclusión social es,
justamente, posibilitando espacios y momentos de participación social, es decir, espacios y
momentos en los que se producen relaciones sociales que reestructuran las estructuras de
relación excluyentes en un entorno dado.

El político debe renunciar a controlar los distintos núcleos organizados de actividad y poder en
la sociedad y a cualquier concepción patrimonialista en la detentación de sus funciones
públicas. Deberá pasar de concebir esos núcleos como posibles competidores o peligrosos
rivales a legítimos “socios” sociales autónomos con los que se ha de contar. Debe en una
palabra, compartir el poder (que no es suyo, sino delegado de la comunidad). No obstante, en

26
el proceso habrá que estar pendiente de cómo conjugar la participación popular a lo largo del
proceso con los intereses políticos de las instituciones con competencias en el territorio.

La comunidad, la gente, debe ser capaz de trascender la relativamente cómoda posición de


apatía, pasividad y transferencia de responsabilidades a otros agentes hacia una postura más
activa, de asunción de responsabilidades y de reivindicación de su verdadero rol y capacidades
de protagonismo en la vida comunitaria y social. Esto es más difícil cuanto que no exista una
cuestión social relevante y sentida como propia que dinamice a la comunidad, es decir, no
haya nada patente e inmediato que “ganar”. En la medida en que los intentos de dinamización
o participación previos hayan resultado frustrantes o – incluso – penalizadores por sus
resultados, crecerá la dificultad de involucrarse en el proyecto. Un escollo muy importante,
con el que podemos tropezar en nuestra sociedad, es la dificultad de concienciar a las clases
medias de la necesidad de cuestionar un “status quo” que, aunque aparentemente les
favorece, en realidad está generando una serie de problemas sociales que los afectan
directamente.

Así pues, con respecto al origen de la intervención, podemos señalar tres vías posibles: que sea
encargo externo, que proceda de una demanda comunitaria y que se inicie de manera
autónoma por el propio interventor (Sánchez Vidal, 1996).

La intervención generada por una demanda de la comunidad o grupo social de interés, asegura
la motivación y la participación de la comunidad, así como el acceso directo del interventor al
grupo. El problema puede venir al conseguir el “placet” político-gestor y los medios precisos
para llevarla a cabo. Habitualmente necesita de una redefinición y replanteamiento de la
demanda inicial.

La intervención generada desde el encargo asegura, en cambio, la iniciativa política y los


medios precisos, estando – en general – más claramente definida y perfilada. Restringe mucho
más – como algo problemático – el papel e iniciativa del interventor y, sobre todo, no garantiza
la motivación e interés de la comunidad, a menos que contacte con un deseo o necesidad
sentida de ésta.

La intervención generada desde la iniciativa del propio profesional (por una beca universitaria
u otras formas de financiación subvencionadora, lo cual puede ser nuestro caso en cierta
medida) se sitúa en un terreno intermedio que, en principio y si se cuenta con medios
financieros no dependientes de la agencia política ejecutiva, da más autonomía al técnico para
realizar cambios o acciones considerados conflictivos, problemáticos o políticamente poco
rentables por la parte política. No obstante, habrá que legitimar la intervención verificando
que se refiere a un tema sentido como relevante o necesario por la propia comunidad. La

27
legitimación de la intervención que actúa sobre necesidades (sociales) ya sean de “déficit”
(algo que va “mal”) o de desarrollo (algo que puede ir mejor) (Casas, 1996).

La intervención social comunitaria, posiblemente, pretende reelaborar los procesos naturales


preexistentes y no es ajena a ellos. Luego el papel “interventor” no es algo diferente a
promover nuevos procesos comunitarios más inclusivos. Este trabajo, en su acceso a lo
microsocial, intenta mediante la relación contribuir a una reestructuración de las relaciones
excluyentes, y a las redes de relaciones, que se dan previamente (Fantova, 2001).

La expresión “intervención comunitaria” puede ser una contradicción en sus propios términos:
intervención connota una acción o interferencia, desde arriba y desde fuera; comunitaria se
refiere, en cambio, a algo más “natural” o espontáneo, generado desde dentro y desde abajo,
desde lo común y compartido por un colectivo (Sánchez Vidal, 1996). ¿Cómo se puede
compatibilizar estas dos perspectivas en el diseño de un proyecto de intervención social y
comunitaria? Potenciando y fomentando los recursos existentes en la propia comunidad
(organizaciones y asociaciones intermedias; liderazgo comunitario; formación de voluntarios,
etc.); y fomentando la participación – y abriendo vías apropiados para ello – de la comunidad y
de sus grupos en aquellos procesos y actividades que precisen planificación e intervención. En
este caso, no se debe monopolizar – por parte de las instituciones o los profesionales – el
control del poder o de los recursos sociales.

Podremos considerar legítima una acción interventiva externa cuando está motivada y
justificada, es decir, añade algo (conocimientos teóricos, previsibilidad, técnicas de evaluación
o actuación, sistemas de motivación o dinamización, etc.) a lo ya aportado por la propia
comunidad o grupo. Algo significativamente útil – y necesario – para alcanzar un efecto
perseguido por el grupo social o comunidad, del tal forma que, de no darse la intervención,
esos efectos no se producirían. Y eso, sea porque a través de la intervención se inducen
procesos (concienciación, dinamización, reivindicación o solidaridad…) imprescindibles – e
inexistentes -; sea porque se vehiculan y potencian técnicamente procesos ya existentes pero
inoperantes (Sánchez Vidal, 1996).

Así, la intervención sea compatible con los deseos y necesidades de la propia comunidad y con
su participación activa en los cambios, así como con sus valores y capacidades potenciales.
Ciertamente esta cuestión puede ser mucho más compleja cuando tengamos una comunidad
heterogénea en términos de grupos e intereses y los problemas o deseos de unos grupos no
coincidan con – o se opongan a – los de otros.

Por otro lado, decimos que la intervención está planificada, en cuanto no se construye en
torno al sentido común sino que sigue una dinámica, consensuada académicamente, desde el
conocimiento científico, en respuesta a las limitaciones de la acción social, entendida ésta

28
como procesos naturales realizados por personas y movimientos sociales. La intervención es
deliberada, racional y planeada, buscándose unos efectos esperables a partir de la experiencia
acumulada o de una teoría sobre el tema y la acción a conducir, de manera que los resultados
producidos no son independientes del conocimiento, fruto del azar o resultados de fuerzas o
factores desconocidos, y con los que no se contaba (Sánchez Vidal, 1996).

Intervención psicosocial.

Nos planteamos un proyecto de intervención de naturaleza psicosocial. La intervención está


dirigida tanto al cambio de actitudes y a aumentar el repertorio de competencias de las
personas afectadas como a buscar cambios en el entorno así como en las pautas de interacción
entre dichas personas y su entorno. Insistiendo en el desarrollo de un espacio de búsqueda y
construcción compartida que den nuevas formas de interacción y participación social de unas
personas que ya no son consideradas como “pasivas” o “dependientes”, sino como personas
“ciudadanas” (Fantova, 2001). La intervención hace un énfasis en lo positivo, en los propios
recursos de las personas, grupos y comunidades.

No todas las personas son igualmente proclives a participar o a persistir en la participación.


Factores como el interés por el tema, el nivel de educación o el deseo de ayudar a otros o de
mejorar el contexto, influyen positivamente en la participación (Heller y cols., 1984). También
variables psicosociales como expectativas, valoración de la situación, capacidades individuales
y las características y tendencias de los grupos cincundantes influyen significativamente sobre
la participación. Debemos preguntarnos qué características individuales les llevan a participar
y cómo influyen éstas en la valoración del problema a abordar.

Como decíamos antes, buscamos el “empowerment” a nivel individual, la potenciación


psicológica de las personas (Musitu y Huelga, 2004), la cual incluye tres componentes básicos:

 Las creencias sobre la propia competencia, que se refieren al sentido de control


personal, a la convicción de que se puede influir en lo que acontece. Los componentes
básicos que conforman el sentido de control personal son: el locus de control, la
autoeficacia y la motivación de competencia.
 La comprensión del entorno sociopolítico, que se refiere al desarrollo del conocimiento
crítico, alude a la capacidad de analizar y comprender las situaciones sociales en
términos de poder social, de relaciones de poder entre los grupos, de influencias y
estrategias para lograr el cambio social, sabiendo identificar y valorar los factores que
influyen en la toma de decisiones.

29
 Los esfuerzos por ejercer un control sobre el entorno. No tanto conseguir determinados
objetivos como el hecho de intentarlo, conocer qué comportamientos o conductas son
las adecuadas y necesarias para alcanzar dichos objetivos.

Cada uno de estos tres componentes remite a su vez a tres dimensiones diferentes:
intrapersonal (en relación con las propias creencias sobre la propia competencia), interaccional
(para la comprensión del entorno sociopolítico al entender que se trata de saber utilizar
correctamente las habilidades analíticas para influir en el entorno) y conductual (relacionada
con el desarrollo de acciones específicas para conseguir determinados objetivos).

¿Cómo potenciar estos tres componentes? A través de la participación, como mecanismo


básico, que proporciona oportunidades para aprender, perfeccionar y poner en prácticas
habilidades relacionadas con la toma de decisiones y la solución de los problemas.

La participación, como decíamos anteriormente, supone un esfuerzo, pero saberse y sentirse


miembro de una comunidad, o si se prefiere, de una organización o simplemente de un grupo
tiene unos efectos positivos sobre el bienestar de la persona. La pertenencia e integración en
instituciones de la comunidad no sólo favorece el sentido de control y de confianza personal
sino que, cuando éstas proporcionan relaciones estables y recíprocas, que permiten
desarrollar roles valorados socialmente, se favorece el desarrollo de una identidad social
positiva, de una autoestima positiva y unos niveles de satisfacción con la propia vida y
bienestar psicológico (Musitu y Huelga, 2004). Es, por ello, muy importante abordar nuestro
trabajo desde lo grupal.

La intervención pasa por un cambio en las conductas de las personas y un cambio en los
escenarios sociales donde éstas (las conductas y las personas) se ubican. Esta metodología sólo
se muestra eficaz en contextos de escala microsocial, si bien no se niega que esta actividad
(realizada a nivel micro) puede repercutir, tras un proceso lento, muy lento, en los niveles
macro (exosistema, macrosistema) ya que ésto sería negar la posibilidad del cambio social. En
nuestro caso, se trata de un cambio que afecta a las relaciones entre individuos o entre grupos
que, eventualmente, puede afectar al cambio social, propiamente dicho, entendido como un
cambio en los parámetros macrosociales.

Lo que está por hacer es casi todo, pero lo que estamos capacitados para hacer desde la
intervención en el marco de la psicología es limitado. Debemos poner todo nuestro empeño en
una tarea algo más modesta: hacer lo bueno antes que volver a intentar lo mejor (importa lo
pequeño, no los grandes proyectos globales de perfección absoluta).

Desde el núcleo duro de la psicología de la intervención social vemos que se hace difícil
encontrar referentes situados en el nivel macrosocial. Los referentes más numerosos, los más

30
sólidos, los más consistentes desde el punto de vista teórico y aplicado son los referentes
personales (e interpersonales) y grupales (e intergrupales)-comunitarios (Blanco, 2012).

El papel de las personas y del profesional.

Vamos a intervenir con, junto a y desde, las personas mayores. Sin un afán de segregación de
un segmento de la población. La conceptualización del “otro” está en la base de la concepción
y de la práctica de la intervención social (Fantova, 2001). Muchos discursos acerca de las
personas mayores… se realizan, en realidad, partiendo de la premisa de que el que habla
nunca podría ser anciano, cundo es ciertamente probable que llegue a encontrarse en dicha
circunstancia. Diríamos que la construcción del usuario lo ubica en un apartado mental
separado del reservado a uno mismo (Del Río, 1992).

En la intervención social comunitaria debemos resaltar el papel de “sujeto” – activo y


participante – y protagonista que tienen las personas que son, además, “objeto” de esa
intervención. Ni una participación pasiva de la población ni un profesional que trabaje “para la
comunidad”. Es más bien trabajar “con la comunidad” de manera que el profesional habrá de
contribuir activamente – desde una postura coordinada y de mutua exigencia respecto de la
comunidad – a la dinamización de ésta y al cambio de la situación y no limitarse, simplemente,
a servir pasiva y directamente los deseos que emanan del grupo y la situación social en
cuestión.

El profesional debe posibilitar un proceso de transferencia de las tecnologías sociales para


que los miembros de la comunidad se apropien de conocimientos y habilidades que les
permitan tener un papel protagonista en el descubrimiento de la dinámica social que les afecta
y en la transformación de su entorno. No es suficiente con informar de los resultados, hay que
participar en su producción (Quintana, 1986).

El profesional deberá cambiar su actitud, perspectiva y metodología de trabajo. En cuanto a


actitud, deberá estar abierto y dispuesto no sólo a permitir, sino a facilitar que la comunidad
sea una parte activa y útil a lo largo del proceso programático, renunciando al protagonismo
único o central y adoptando un rol y postura acorde, más abierta, dialogante e igualitaria. No
debe, sin embargo, renunciar a sus conocimientos o aportaciones técnicas y coordinadoras
que deberán, en principio, ser compatibles con la participación ciudadana. Es necesaria una
preparación actitudinal y técnica del profesional que le capacite – con antelación – para
afrontar la situación real y evitar que las dificultades iniciales le retrotraigan a una postura más
negativa respecto a la participación que la que tenía al inicio, desvaneciendo en el desengaño
el falso halo místico que rodea habitualmente al fenómeno participativo (Sánchez Vidal, 1996).
No estar preparado puede malograr fácilmente la experiencia participativa y hacer que la

31
misma termine siendo frustrante y regresiva para las partes implicadas (comunidad, técnicos y
políticos).

El profesional no actúa como un experto y consejero utilizando su autoridad desde una


posición unilateral para realizar un diagnóstico del problema que le permita conseguir el
compromiso de la comunidad en las acciones de cambio. Rechazando este modelo de experto,
así como un modelo de ayuda paternalista, se aboga por un modelo de colaboración, basado
en un diálogo horizontal con la comunidad. Un acercamiento al enfoque del empowerment
sustituye términos como cliente y experto por participante y colaborador. La participación de
la comunidad en este proceso no sólo representa una posibilidad en sí misma para tomar
decisiones que afectan a su vida colectiva, sino que constituye el mecanismo que permite
hacer realidad el derecho de todas las personas a ser sujetos de su historia, es decir, sujetos de
los procesos específicos que cada grupo desea para mejorar la vida de su comunidad (Musitu y
Huelga, 2004).

El psicólogo no puede permitirse el lujo de caer en un papel pasivo de escucha y observación


del proceso participativo esperando que funcione o se resuelva por su propia dinámica (una
tentación polarmente opuesta a la “antigua” de dirigirlo o controlarlo todo). Generalmente la
participación necesita impulso y dirección. Se trata de potenciar un proceso de comunicación
auténtica en la que los interventores demuestran su capacidad de escuchar a los miembros de
la comunidad, y los miembros de la comunidad pueden comunicarse efectivamente y
escucharse unos a otros (Balcázar, 2003b). El agente facilitador puede jugar un papel inicial
central, promoviendo el desarrollo de conciencia crítica y facilitando la evaluación de
necesidades de la comunidad o grupo. Pero este papel se transforma a medida que el proceso
avanza, pues los líderes locales son los que dirigen el proceso de cambio. La comunidad
controla la agenda y el agente externo provee apoyo logístico basado en su experiencia y
conocimiento previos.

El interventor debe establecer la seguridad propia por otros medios distintos a los
tradicionales, ya que éste tenderá a – necesitará con frecuencia – definir el marco relacional de
forma tal que asegure su propia superioridad, dominio o autoridad sobre la situación.

Debemos analizar la compatibilidad básica de valores entre el interventor y la comunidad


social con la que se va a intervenir, sin la cual es más que dudoso de que pueda llevarse a buen
puerto la intervención (Sánchez Vidal, 1996). Caso de que exista una discrepancia significativa
entre las dos partes, lo apropiado parece manifestar explícitamente el punto de vista del
interventor y discutir racionalmente con el grupo – o sus representantes – para tratar de llegar
a un acuerdo mutuo o al convencimiento de una de las partes por la otra. Si las diferencias de
base persisten, lo mejor es renunciar en este estadio a la intervención, a la espera de otro
interventor más con la comunidad o una comunidad más congruentes con el interventor. De lo

32
contrario la intervención se convertirá probablemente en un proceso improductivo marcado
por los malentendidos y enfrentamientos constantes.

Nosotros como investigadores externos somos frecuentemente interpelados por los miembros
de la comunidad con respecto a nuestras intenciones y posiciones políticas. Debemos estar
preparados para dar respuestas claras a estas preguntas, sin evasivas y con sinceridad. Las
razones que llevan a un/a investigador/a a una comunidad o grupo pueden ser variadas, pero
se necesita honestidad para crear la confianza necesaria para desarrollar las relaciones con los
líderes y otros miembros de la comunidad. También debemos ser conscientes de nuestras
diferencias de clase (estatus, edad…) que pueden interferir en el proceso. Para los
investigadores externos éste es un proceso continuo de reeducación, ya que el ambiente
académico refuerza la arrogancia intelectual, que frecuentemente se manifiesta en el uso del
lenguaje técnico y las referencias a trabajos o investigadores en el área de interés. Los
participantes, por lo general, no entienden los tecnicismos y no están interesados
necesariamente en aprenderlos (Balcázar, 2003b).

La investigación-acción participativa.

Este proyecto se basa en una metodología de investigación-acción participativa (IAP). La IAP


pretende promover la participación de los miembros de comunidades en la búsqueda de
soluciones a sus problemas y ayudar a los miembros de las comunidades a incrementar el
grado de control que ellos tienen sobre aspectos relevantes de sus vidas (incremento de poder
o empoderamiento) (Balcázar, 2003b).

Siguiendo las enseñanzas de Kurt Lewin (1946) queremos resaltar la necesidad de integrar
intervención e investigación en proyectos conjuntos, en donde los profesionales aplicados
investiguen con rigurosidad los efectos de sus intervenciones prácticas y los teóricos sean
capaces de encontrar aplicaciones sociales relevantes para sus formulaciones (action-research,
investigación-acción). Lewin también introdujo la orientación participativa de la Investigación-
Acción a través de sus teorías sobre la dinámica de grupos y los conceptos de espacio vital y
campo de fuerzas. Lewin y sus colaboradores tenían una fuerte creencia en la democracia
como proceso humano y como ideología; creían en las posibilidades de cambios positivos y en
la importancia de la experiencia y el aprendizaje en este proceso de cambio en el que tomaban
un papel protagonista los propios destinatarios de las acciones (Pérez Serrano, 1990).

Entendemos nuestro proyecto de investigación-acción participativa más desde la tradición


crítica implicativa que desde la tradición pragmática (no crítica). Podemos partir de los
objetivos propuestos por las instituciones, pero también nos los cuestionamos. Proponemos el
desarrollo del pensamiento crítico de la comunidad como forma de conseguir la

33
transformación social (López Cabanas y Chacón, 1997). El objetivo último de la IAP es
conseguir que la comunidad se convierta en el principal agente de cambio para logar la
transformación de su realidad. Para alcanzar este objetivo general es necesario, según
Quintana (1986), trabajar los siguientes objetivos más específicos:

Objetivos de la Investigación-Acción Participativa


Quintana (1986)
1. Concienciar a la comunidad de su realidad, de sus necesidades y de
los factores próximos y lejanos que condicionan las mismas.
Promover el desarrollo de una conciencia crítica del mundo hace
experimentar a la persona un cambio cualitativo que lo afecta y
transforma (Balcázar, 2003b).
2. Dotarla de habilidades y capacidades para la toma de decisiones
acerca de las actuaciones que es conveniente poner en marcha para
dar solución a dichas necesidades. La IAP anima a los participantes a
reconocer, usar y promover sus propias fortalezas y recursos para
lograr sus metas, así como las fuerzas y el poder de la comunidad
(Balcázar y cols., 1998).
3. Lograr el compromiso de la comunidad para la puesta en marcha de
la acción transformadora.
4. Facilitar la autogestión de la acción transformadora, de modo que se
realice con independencia de los sistemas de control que pretenden
mantener el orden establecido.

Las características básicas de la IAP según López-Cabanas y Chacón (1997) son:


 Interviene sobre situaciones reales, no de laboratorio. Una realidad integrada por
personas pertenecientes a una comunidad real, con sus vivencias, su proceso histórico
y sus representaciones sociales.
 Parte desde, y está orientada hacia, la realidad social más próxima a los ciudadanos.
No sólo se parte de hechos y datos, sino también de la percepción subjetiva que la
población tiene de su realidad.
 Se pone en marcha en contextos de escala humana, actuando en pequeña escala y
facilitando una implicación mayor y más rápida de los actores sociales.
 Es un proceso dialéctico de conocer y actuar.
 La comunidad, las personas, dejan de ser objeto de estudio e intervención y pasan a
ser sujeto de las mismas. El dialogo entre comunidad y profesional dota a su relación
de horizontalidad: juntos aprenden y llevan a cabo una acción transformadora de la
realidad, de la que extraen conocimientos para seguir transformándola. Con ese rol
igualitario entre profesionales y participantes se pretende que éstos restablezcan el
control sobre sus propias vidas (Balcázar y cols., 1998).
 Conjuga el conocimiento científico y el popular.
 Cuenta con la participación de los miembros de la comunidad. El experto debe
desempeñar el menor tiempo posible ese rol (de experto), para que sea la propia
comunidad quien asuma el protagonismo de la acción. Participación en todas las fases

34
de la IAP, sobre todo en la fijación del tema y objetivos, así como desde la información
obtenida en la decisión sobre qué actuaciones poner en marcha.
 Supone para el profesional un compromiso ideológico. El compromiso del profesional
es con las personas con las que trabaja.

El reforzar las fortalezas de los practicantes lleva a un incremento en el conocimiento de su


capacidad personal para actuar y de sus esfuerzos de autoayuda. Es importante reforzar a las
personas que participan en el proceso. De hecho, las barreras principales que la gente
encuentra para participar en este tipo de proyectos son los temores e inhibiciones
internalizadas sobre su estado de inferioridad o dificultad de cambo. Cuando la gente está
convencida de que su situación no se puede cambiar, promover el cambio es muy difícil. Por
esto los agentes externos tienen que esforzarse por planear actividades iniciales que tengan
alta posibilidad de éxito, de tal forma que los participantes se sientan reforzados y estimulados
para continuar el proceso (Balcázar, 2003b).

La intervención debe permitir a la gente desarrollar un mayor sentido de pertenencia. Este


aumenta en función de su grado de compromiso y control del proceso. Es importante
reconocer que una vez que la gente realiza su capacidad de autoayuda, su sentido de
autoeficacia personal aumenta, así como la confianza en sí mismos (Balcázar, 2003b).

El investigador/interventor (en este caso, el Equipo de Investigación en Gerontología, EIG) es


un agente externo que no pertenece al sistema que pretende estudiar-cambiar: las personas
mayores. El objetivo del interventor comunitario es hacer posible que el propio colectivo
descubra que posee recursos para ser su propio agente de cambio. Es un colaborador para el
cambio. Y como tales agentes externos que somos el EIG, somos conscientes de las posibles
fuentes de tensiones y conflictos con los agentes internos que pueden o van a surgir por la
mera aparición de agentes exógenos en el sistema por muy positivas que sean nuestras
intenciones.

Así, consideramos que para que este proyecto tenga éxito debemos insistir en que la
planificación se realice conjunta y participativamente; y que los agentes externos (el EIG)
tengamos siempre presente el principio de autonomía de la comunidad. Independientemente
del rol que se asuma como científico, experto, asesor, mentor o promotor del cambio, nuestro
trabajo se desarrolla en el marco de las relaciones que se establecen con las personas con las
que trabaja. Esto significa, entre otras cosas, tener la capacidad de reconocer qué es lo que
necesitan o quieren, y al mismo saber comunicar con claridad qué se espera de ellos.

La metodología a seguir pretende el desarrollo de paquetes de acciones que los profesionales


llevan a la práctica a través de la transferencia tecnológica pero ajustadas a las condiciones
sociales, económicos y culturales de los individuos y colectividades, es decir, teniendo en

35
cuenta el contexto en el que se dan los problemas (García-Ramírez y cols., 2007) y buscando
incrementar las capacidades de los profesionales, ciudadanos, agencias comunitarias y
organizaciones para planear e implementar programas de prevención e intervención efectivos
centrados en la comunidad (Wandersman, 2003).

La falta de visión o conciencia crítica entre los miembros de la comunidad y los investigadores
es un problema generalizado y es la razón por la cual no hay más movimientos y
organizaciones comunitarias luchando por mejorar la calidad de vida. Hay que vencer el miedo,
la inseguridad, la ignorancia y la falta de confianza en uno mismo, además de enfrentar las
consecuencias negativas que el esfuerzo comunitario de cambio puede generar en parte de las
estructuras de poder amenazadas por el proceso (Balcázar, 2003b).

Los problemas psicosociales no van a desaparecer sin intervenciones directas y los gobiernos
no tienen suficientes recursos como para darse el lujo de excluir a los usuarios del proceso de
cambio. La gente misma tiene que involucrarse pues su pasividad no genera soluciones. El
profesional entrenado tiene la capacidad de facilitar procesos de cambio y, en muchos casos,
pueden motivar a los miembros de las comunidades para que participen en la solución de sus
problemas prioritarios. Los gobiernos locales pueden utilizar sus recursos (que son siempre
limitados) en forma más efectiva si las inversiones se hacen en coordinación con
organizaciones comunitarias que tengan la capacidad de intervenir y contribuir con trabajo
voluntario para completar los proyectos (Balcázar, 2003b).

36
PROYECTO DE INTERVENCIÓN.

UN PROYECTO DE INVESTIGACIÓN-ACCIÓN PARTICIPATIVA CON PERSONAS MAYORES DE BIZKAIA


EN EL ÁMBITO DEL EMPODERAMIENTO PERSONAL Y COMUNITARIO (PARTICIPACIÓN CIUDADANA)

Resumen.

El proyecto de investigación-acción participativa pretende alcanzar una serie de objetivos


tanto metodológicos como personales y comunitarios que son explicitados en el mismo. Se
desgrana el proyecto propuesto en sus diferentes fases con sus respectivos componentes
(bloques de actividades) para la consecución de dichos objetivos. Se identifican cinco fases en
el proyecto además de una preliminar. Así mismo, son 16 los componentes del proyecto.
Finalmente se proponen acciones y estrategias para el mantenimiento del mismo, y una
propuesta de calendario para todo el proyecto.

Objetivos del proyecto.

En relación con lo explicado hasta el momento, presentamos un proyecto de investigación e


intervención social (siguiendo el modelo de investigación-acción participativa) que pretende
trabajar en la consecución de objetivos a tres niveles: metodológicos, comunitarios y
personales.

Siguiendo lo propuesto por Mrazek y Haggeny (1994), nuestros objetivos metodológicos son:

1. Profundizar en nuestro conocimiento de los problemas de participación social


(comunitaria) de las personas en los procesos de envejecimiento; esto es,

2. Desarrollar un programa basado en la evidencia (una buena práctica) determinando qué


aspectos del programa pueden ser adaptados y por qué, cuáles refieren elementos
nucleares y no deben ser alterados, la importancia de cada uno de sus componentes, así
como estimar, en detalle, los costes y recursos que se necesitan para ser implementados.
Buscamos desarrollar un buena práctica como proceso (García-Ramírez y cols., 2007). Es
decir, vías para abordar el trabajo con las comunidades, valorar sus necesidades y
circunstancias, sus recursos, planificar y evaluar programas. Debemos ser conscientes de
que no existe una tecnología que se pueda aplicar automáticamente en todas las
situaciones para resolver los problemas sociales, puesto que dichos problemas dependen y

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varían en función de las interrelaciones específicas que se producen entre las personas y
los contextos en los que tienen lugar (Musitu y Huelga, 2004). Para ello, paulatinamente,

a. Estableceremos proyectos piloto que confirmen las estrategias de intervención.


b. Promoveremos implementaciones en diferentes comunidades, buscando realizar
ensayos a gran escala y con múltiples investigadores para asegurar la generalización.

3. Establecer lazos con otros interventores e investigadores preocupados por los procesos
de envejecimiento de las personas y la relación de éstos con su entorno.

4. Realizar un adecuada diseminación de la intervención, esto es, la difusión efectiva del


programa ya ejecutado a otros entornos sociales u organizacionales similares a aquél en
que se desarrolló la experiencia interventiva y a otros receptores potenciales de ella
(Sánchez Vidal, 1997) más allá de la difusión habitual de publicar el programa en revistas
más o menos especializadas.(transferencia del conocimiento). Son estrategias efectivas de
diseminación, el contacto personal y la demostración in situ del programa (o una parte
básica de él) con personas en posesión de liderazgo favorables a la introducción de
cambios del tipo de los planteados. También la aportación de datos empíricos sobre la
eficacia del programa.

La falta de tiempo para llevar el proceso a término puede ser un problema (Balcázar, 2003b).
Estos procesos toman tiempo (generalmente dos años o más). Esto puede ser un problema
para profesionales que son presionados por el contexto académico para producir
publicaciones a corto término. Estas presiones crean restricciones arbitrarias en el proceso que
no corresponden al curso natural de desarrollo del proceso de cambio de la comunidad o
grupo. El paso del tiempo también es un problema para los miembros de la comunidad,
quienes se pueden desgastar o cansar por la duración del proceso. Los líderes también se
pueden cansar o encontrar que su participación afecta otras obligaciones personales. Por eso
es muy importante que las comunidad experimenten progreso en el proceso (lograr objetivos
intermedios a corto plazo), pues la falta de éxito y la frustración puede acabar con el esfuerzo
de cambio. Así mismo, los ritmos políticos pueden influir en el correcto despliegue del
proyecto. Deberá realizarse un proceso de negociación sobre el alcance y duración del mismo.

En relación con los objetivos de la intervención con respecto a la comunidad en la que se


realiza la misma, los objetivos que se plantean son los siguientes:

1. Lograr que las comunidades se comprometan a ser más amigables con la edad, con el fin
de aprovechar el potencial que representan las personas de edad para la humanidad.

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2. (Ayudar a) que las ciudades se miren desde la perspectiva de las personas mayores, a fin
de identificar en qué aspectos y de qué manera pueden ser más “amigables” con las
personas mayores.

3. Promover las características fundamentales de una comunidad amigable para generar


una oportunidad de envejecimiento activo, esto es,

3.1. Tomar conciencia de la situación existente (su realidad, sus necesidades) y de sus
causas (factores próximos y lejanos que condicionan las mismas), de las condiciones y
acciones que pueden conducir a una superación positiva de las mismas, así como de
implicación activa en los cambios subsiguientes.
3.2. Desarrollar una guía que permita identificar las principales barreras que impiden
dicho proceso de envejecimiento en el ámbito de la comunidad así como generar un
diálogo y una acción social que promueva el desarrollo de comunidades amigables.
3.3. Crear las condiciones que faciliten el “fortalecimiento” de las personas en su proceso
de envejecimiento.
3.4. Promover nuevos procesos comunitarios más inclusivos.
3.5. Potenciar y fomentar los recursos existentes en la propia comunidad (organizaciones
y asociaciones intermedias; liderazgo comunitario; formación de voluntarios, etc.).

4. Combatir las imágenes negativas sobre la vejez y el envejecimiento, potenciando la toma


de conciencia sobre esta problemática.

4.1. Reconocer y permitir la participación activa de las personas en las actividades de


desarrollo económico, el trabajo informal y las actividades de voluntariado a medida
que envejecen, de acuerdo con sus necesidades, preferencias y capacidades
individuales.

Con respecto a las personas mayores que participan en el proyecto de investigación-acción,


los objetivos que se pretenden en ellos (los cambios que esperamos que se den en ellos) son:

1. Mejorar la calidad de vida, su satisfacción con la vida y su bienestar físico, social y mental.

2. Promover la participación social de las personas mayores.

3. Potenciar el empoderamiento personal de los participantes, esto es,

3.1. Facilitar la autogestión de la acción transformadora.

39
3.2. Promover el desarrollo de una conciencia crítica sobre esta problemática (Balcázar,
2003b).
3.3. Dotar de habilidades y capacidades a las personas para la toma de decisiones acerca
de las actuaciones que es conveniente poner en marcha para dar solución a las
necesidades contempladas en la intervención comunitaria (Balcázar y cols., 1998).
3.4. Promover un tipo de organización que sea potenciador de las personas que participan
por sus procesos y dinámicas y que resulte potenciada por sus resultados.

4. Promover relaciones estables y recíprocas (apoyo social) que permitan desarrollar a la


persona roles valorados socialmente y favorezcan el desarrollo de una identidad social
positiva.

5. Promover el sentido de comunidad y los comportamientos pro-sociales de las personas


mayores implicadas.

Desarrollo del proyecto: fases y componentes.

Esta propuesta metodológica no debe ser considerada como una receta a aplicar de forma
mecánica. La investigación-acción participativa es un proceso metodológico vivo y dinámico y,
por tanto, modificable ante las peculiaridades de cada contexto (López-Cabanas y Chacón,
1997). Se complementa el abordaje con el modelo “Getting to Outcomes (Obtención de
Resultados)” de Wardersman y cols. (1999, 2000). Según estos autores un proyecto efectivo
tiene las características reflejadas en la siguiente tabla. Nuestro proyecto pretende cumplir las
mismas.

Características de un proyecto efectivo


(Wandersman y cols., 1999, 2000)
1. Son extensivos, son intervenciones multicomponentes.
2. Usan variados métodos de enseñanza.
3. Establecen suficientes actividades (en cantidad y diversidad) para
conseguir el efecto y el seguimiento deseados.
4. Están impulsados por una teoría o tienen una base lógica que está
apoyada por la investigación.
5. Promueven relaciones positivas.
6. Son apropiados a su tiempo y sensibles a las edades de los
participantes.
7. Están ajustados a las normas de la comunidad y a los participantes
del programa (relevancia sociocultural).
8. Utilizan la evaluación de los resultados para determinar el grado de
consecución de las metas y objetivos.
9. Emplean personal bien capacitado.

40
Gráficamente el proyecto, en sus fases, queda reflejado en la siguiente imagen.

Fase preliminar

Fase de lanzamiento del proyecto

Fase de diagnóstico participativo y análisis crítico de


los factores que inciden sobre la cuestión estudiada

Fase de programación y ejecución de diversos planes


de acción

Fase de evaluación

Fase de comunicación de conclusiones (informe)

Fase preliminar (componente 1).

No todas las intervenciones pueden pasar directa y automáticamente de la fase de diseño o


planificación a la de ejecución. Con frecuencia se necesita preparar la entrada en la comunidad
o sistema social en que se va a realizar la intervención, sobre todo si el programa no parte de
una demanda comunitaria explícita o – incluso – si parte de una demanda de un sector
poblacional o comunitario más o menos minoritario.

Lo primero que hay que identificar es quién se propone iniciar este proyecto. Este proyecto se
inicia desde el Equipo de investigación en Gerontología de la Universidad de Deusto (EIG –
Ageing Well Research) pero no basta para que eche a andar. Éste cree entender que existen las
condiciones suficientes (y la legimitidad) a nivel macrosocial (tanto desde la Diputación Foral
de Bizkaia como desde Nagusiak) para realizarlo. Pero esto no es suficiente para encarnarlo a
nivel local. Aunque la iniciativa parta de nosotros – investigadores/interventores de la UD –
debemos conseguir el compromiso y la colaboración de la administración local y de las propias
personas mayores del municipio en el cual queremos realizar el proyecto. Como hemos
señalado anteriormente, sin ellas no podremos desarrollar este proyecto. Así pues, el primer
trabajo es abordar a ambas realidades y unirlos al mismo.

41
Si éstas (compromiso y colaboración) se generan, debemos identificar quien asume un papel
más activo en el lanzamiento local del proyecto. Si el “encargo” se asume desde una
organización social es porque todavía no está lo suficientemente fortalecida para llevar a cabo
el proceso por sí misma. Si proviene de la administración, una consecuencia lógica de la IAP
puede ser el surgimiento de organizaciones sociales que se responsabilicen, en lo sucesivo, del
proceso del mismo.

Queremos además resaltar, desde el principio, el papel de los otros socios tecnológicos locales
– ya que el equipo de la universidad de Deusto no pretende realizarlo exclusivamente – en el
desarrollo del proyecto y conocerlos.

Debemos conocer la organización u organizaciones promotoras, con el fin de determinar si es


plausible y coherente iniciar el proceso que conlleva la IAP: conocer sus fines – declarados y
encubiertos -, su estructura formal, su sociograma, contextualizarla en el conjunto de la
sociedad y en relación con el problema que se quiere resolver.

Hay que poner en conocimiento de los responsables de la organización que ha “encargado” la


IAP (u organizaciones, mejor esto último) el compromiso que supone por su parte el aceptar
que se realice desde una perspectiva participativa. Comenzar un proceso de concienciación e
implicación participativa cuando no se comulga con los principios de la democracia
participativa es, cuando menos, una irresponsabilidad.

Debemos determinar si existe suficiente capacidad organizacional para implementar y


mantener con éxito el programa: cuáles son las capacidades que tiene la organización y cuáles
debe desarrollar para poder implementar el programa con éxito. Así mismo, debemos
examinar los costes del programa, la viabilidad de las propuestas, así como los recursos
(personales, materiales, económicos) y otros socios locales que se requieren (García-Ramírez y
cols., 2007; Wandersman, 2000).

Así mismo debemos aprender sobre la comunidad y las características de sus miembros.
Debemos examinar las características de la comunidad que pueden influir en la efectividad del
programa; por ejemplo, grado de preparación de la comunidad y de la población para el fin del
programa, para aceptar la intervención; valores y tradiciones de la comunidad; cuáles son las
formas más apropiadas para establecer comunicación con ellos, cómo son de conscientes del
problema, qué disposición tienen a aceptar una ayuda que requerirá cambios en sus
conductas, conocimientos y actitudes (García-Ramírez y cols., 2007; Wandersman, 2000).

Si se decide iniciar el proyecto puede ser conveniente e interesante ponerlo en conocimiento


de las agencias internacionales que han promovido este tipo de iniciativas (OMS y Unión
Europea).

42
Fases de desarrollo.

Fase 1. Lanzamiento del proyecto.

Fase 1.1. Constitución del grupo local (componente 2).

Pensemos que se ha decidido a nivel local que se va a desarrollar el proyecto, esto es, que
contamos con el compromiso y la colaboración de la administración local, una organización
social de personas mayores – o, al menos, algunas personas mayores – y algún agente local de
intervención social. ¿Cómo hacernos presentes en la comunidad?

La IAP comienza a trabajar de forma grupal con un número de miembros de la comunidad.


Este grupo inicial será el encargado de hacer extensivas sus reflexiones e implicar, en el
desarrollo de las actuaciones que se programen, a un sector más amplio de la comunidad.

¿Quiénes conformarán este núcleo duro? Líderes de movimientos sociales, miembros de


asociaciones o simplemente personas representativas del colectivo o comunidad en cuestión.
Es importante que tengan voluntad de iniciar un proceso participativo para mejorar las
condiciones sociales que les afectan y que dispongan de tiempo para hacerlo.

¿De cuántas personas estamos hablando? Aunque no hay un número ideal – que puede ir
desde 6-8 como mínimo hasta 15-20 como máximo – nosotros optamos por este último. El
grupo no debe ser muy numeroso, como para permitir el desarrollo de los trabajos que tengan
que llevarse a cabo, pero sí lo suficientemente amplio para que refleje puntos de vista distintos
sobre una misma realidad social que se analice y para garantizar la multiplicación de la acción y
una mayor movilización de la población (López de Ceballos, 1987).

¿Cómo hacer el reclutamiento? Hemos de intentar que los participantes representen toda la
posible variedad de percepciones e interpretaciones del problema de la participación
ciudadana de las personas mayores. Así pues, debemos establecer un grupo de trabajo,
asegurándonos de incluir a todos los actores y grupos de interés (Wandersman y cols., 2000),
pero ¿cómo hacerlo?

Sánchez Vidal (1997) y Balcázar (2003b) nos proponen diversos medios para convocar
personas interesadas con el fin de “organizar una coalición de líderes de la comunidad”:

43
Con los integrantes del proyecto habrá que discutir las “metas” (y sus respectivos objetivos)
del mismo con anterioridad a su incorporación, así como insistir en el planteamiento activo
que implica dicho proyecto y el “entrenamiento” que la participación supondrá.

Fase 1.2. Conocer los procesos (componentes) básicos del proyecto (componente 3).

Hay que explicar el marco teórico y metodológico de la investigación-acción participativa y lo


que supone de compromiso de los participantes. Es necesario despejar falsas expectativas
sobre lo qué es, y no es, el proceso iniciado.

Debemos diseñar específicamente (rediseñar desde lo aquí propuesto) de manera grupal cómo
se va a abordar este proyecto. Todo ello implica tomar una serie de decisiones sobre las
siguientes cuestiones (entre otras):

Algunas cuestiones planteadas en esta fase del proyecto


Equipo de Investigación en Gerontología (2009)
¿Qué personas y grupos implicados o interesados en esta temática van a
ser incluidos en el estudio, además de las presentes en la sesión? ¿A
quiénes vamos a abordar, además de a las personas mayores del
municipio? ¿Qué participación tendrán los diversos ámbitos del propio
ayuntamiento?
¿Cómo abordar la cuestión de género?
¿Nos basaremos exclusivamente en datos subjetivos de las personas
implicadas o aportamos datos objetivos sobre políticas municipales?
¿Autoevaluación de departamentos municipales?
¿Grupos comunitarios abiertos, grupos focales y entrevistas individuales?
¿Cuestionarios en la red?
¿Una página Web para el proyecto?

Es importante concienciar al grupo, desde el principio, sobre la importancia de evaluar


conjuntamente a lo largo de todo el proceso. Esto supone trabajar sobre la forma de evaluar
los diferentes objetivos del proyecto y sobre el despliegue de las acciones (de los distintos
componentes) con lo conforman. Este sería el momento de realizar las evaluaciones pre-
intervención.

Así mismo, hemos de prepararnos desde el principio (para el final) para cuando el empuje
temporal o liderazgo realizado por el profesional que la originó cese. Ambos aspectos vienen
descritos como componentes finales en la redacción del proyecto aunque han de identificarse
desde el principio.

44
Fase 1.3. Generar cohesión grupal (componente 4).

Iniciamos el trabajo en grupo. Es fundamental dedicar un tiempo para generar cohesión


grupal, ganar seguridad y confianza interpersonal entre los participantes, para lo cual se
pueden utilizar técnicas grupales destinadas a este fin. Llegado el momento en que ya se
pueda hablar de grupo más que de suma de individualidades, se dará paso a trabajar otros
aspectos.

Pretendemos promover un tipo de organización que sea potenciadora de las personas que
participan por sus procesos y dinámicas y que resulte potenciada por sus resultados en la
comunidad (Musitu y Huelga, 2004).

Uno de los indicadores de una organización potenciadora es el compartir responsabilidades:


participar en los objetivos de la organización, en la toma de decisiones concretas o en la
resolución de determinados problemas, constituye una vía de participación que permite
compartir responsabilidades con respecto al funcionamiento de la organización.

Participar implica “saber participar”, de ahí la importancia de la formación de los líderes


comunitarios en la utilización de habilidades y técnicas que ayuden a sus miembros a asumir
las responsabilidades que representa la participación. Se trata de aprender las habilidades
básicas para trabajar en equipo, para tomar decisiones, planificar conjuntamente o para
realizar correctamente las tareas correspondientes al rol que se asume en la estructura
participativa. ¿Cómo se aprende a participar? Mediante un aprendizaje experiencial y gradual
(en dificultad).

Por otra parte, una organización potenciada es una institución con la capacidad de influir en la
dinámica social (local, nacional…) al saber cómo movilizar, manejar o utilizar adecuadamente
los recursos limitados. La unión o coalición con otras organizaciones representa en este
contexto un signo de fortalecimiento organizacional. El apoyo mutuo, en el que se comparten
información y recursos, no sólo amplía las posibilidades de éxito de la red organizacional en
relación con los objetivos que se propone, sino que además representa un proceso por el que
se dota de poder a la comunidad.

La participación es un proceso y una actividad que, como todo, necesita aprendizaje. No se


puede pasar de una situación pasiva y apática a una de participación activa sin la adecuada
preparación (del grupo y del profesional). Dicho paso no se da (salvo en circunstancias
extremas o excepcionales) como un acto puntual sino como un proceso transicional.

Como decíamos anteriormente, la participación de las personas mayores intervinientes debe


ser analizada desde la perspectiva de demandas adicionales a unas personas ya “cargadas” de

45
funciones (roles) sociales varias. Así mismo, las personas deben ser capaces de trascender la
relativamente cómoda posición de apatía, pasividad y transferencia de responsabilidades a
otros agentes hacia una postura más activa, de asunción de responsabilidades y de
reivindicación de su verdadero rol y capacidades de protagonismo en la vida comunitaria y
social.

Debemos ser conscientes de que las técnicas que buscan el consenso no están exentas de
fenómenos que se producen en los grupos, como la presión social, la búsqueda de
deseabilidad social, etc. el objetivo de llegar a un consenso puede llegar a ocultar o
ensombrecer valiosas aportaciones de personas que no tienen habilidad o interés en hacer
valer sus puntos de vista.

Los conflictos internos y/o las crisis de liderazgo pueden ser un problema común que muchos
movimientos comunitarios deben afrontar. Otro problema común son las luchas internas
debido en parte a la falta de confianza entre los miembros, la envidia y la falta de experiencia
de los líderes. No es raro encontrar que en algunos grupos y comunidades, la gente piensa que
los líderes se benefician directa o indirectamente de su papel en el movimiento, cuestionando
su motivación. Estos rumores son muchas veces divulgados por la misma oposición y deben ser
confrontados en reuniones de grupo. En otros casos, los líderes pueden, en efecto, estar
motivados por interés propios y es importante confrontarlos oportunamente con el apoyo de
otros miembros de la comunidad (Montero, 2003; Balcázar, 2003b).

Por último, conviene establecer las normas que regirán la convivencia grupal: horarios,
cumplimiento de los compromisos, respeto a las opiniones de los demás, etc. El profesional
debe: sugerir (o introducir) formatos asamblearios, grupales o relacionales que estructuren la
situación; y proponer temas y ejes de discusión o calendarios, proyectos y acciones concretas
que guíen el proceso general y las actuaciones sucesivas. Todo ello requiere una preparación
previa de las reuniones y tareas a realizar así como proponer que el grupo no debería fiarse a
la improvisación momentánea.

Fase 1.4. Fijar objetivos (componente 5).

El grupo debe decidir sobre qué aspecto de la realidad social se va a centrar en el proceso de
Investigación-Acción. En nuestro caso, partimos de una propuesta de análisis e intervención
sobre qué aspectos inciden en que la comunidad sea “amigable” con las personas mayores y
con el proceso de envejecer. Teóricamente, el grupo podría decidir que no es ese el tema que
quiere abordar (en ese caso, por ser un encargo diferente al recibido, seguramente este
proyecto cesaría con esas personas).

46
Esta fase debe incluir un inicio del proceso de concienciación, centrándonos en la
responsabilidad compartida que tiene la comunidad en el origen, mantenimiento y eventual
solución del problema seleccionado como de interés.

Fase 2. Diagnóstico participativo y análisis crítico de los factores que inciden sobre la
cuestión estudiada.

Una vez que el grupo ha elegido el tema sobre el que va a investigar e intervenir, en esta
segunda fase, hay que conocerlo con la mayor profundidad posible. En nuestro caso podemos
utilizar la “lista de chequeo” que nos propone la OMS (2002). Podemos utilizarla y superarla, si
es necesario. El proceso se compone de tres momentos (Le Boterf, 1981) a los que López-
Cabanas y Chacón (1997) añaden otra más cuarta.

Fase 2.1. Expresión abierta de la representación social del problema (componente 6).

El profesional debe facilitar que los componentes del grupo expresen su versión subjetiva
sobre el problema, cómo lo viven, por qué creen que existe y qué soluciones iniciales
proponen. Para ello Balcázar (2003a) propone conducir un trabajo en grupos (focales) para
identificar los problemas y necesidades generales.

Fase 2.2. Cuestionamiento de la representación inicial del problema (componente 7).

Mediante el análisis grupal se analiza críticamente el conocimiento cotidiano, las distorsiones


de la realidad que pueden producirse, las lagunas y las contradicciones que tiene, sus
limitaciones. El grupo debe llegar a darse cuenta que necesita más información, más datos que
le permitan analizar en profundidad el alcance del problema antes de proponer actuaciones.
En este punto pueden surgir tensiones, no solo entre los miembros del grupo sino también
entre el grupo y el profesional. Debe realizarse una confrontación crítica, evitando desembocar
en una ruptura del proceso de diálogo.

Fase 2.3. Recogida de más información (componente 8).

El grupo debe llegar a decidir qué necesita conocer en relación al problema y, en segundo
lugar, debe saber cómo hacer para obtener la información que necesita. Debemos averiguar
qué información puede encontrarse disponible y lo que hay que hacer con ella, y cuál no existe
y el propio grupo debe generarla.

47
En esta fase es en la que se produce la mayor parte de la transferencia tecnológica del
profesional al grupo. Él actúa como un formador en técnicas de investigación social,
adaptándose a las características de las personas con las que trabaja. No se pretende que los
miembros del grupo se conviertan en técnicos especializados en investigación social, pero sí
que, en la medida de sus posibilidades, se doten de las herramientas técnicas y habilidades
para conseguir la información que necesiten para llevar a cabo un diagnóstico participativo de
su realidad social.

Hay que examinar qué datos están disponibles actualmente para evaluar los factores de riesgo
y protección. Con la preparación previa necesaria, serán los propios miembros del grupo los
que busquen esa información, desarrollando e implementando un plan de recogidas de datos.

Para la información que haya que generarse debemos determinar qué datos se necesitan
conocer, elaborar una lista de los que faltan y buscar los modos mejores de obtenerlos. Se
requiere una formación previa básica de las técnicas que se van a aplicar: entrevistas; diseño,
aplicación e interpretación de cuestionarios sencillos; utilización de la internet para realizar
cuestionarios; reunión de grupos y foros comunitarios; análisis de recursos, etc.

Balcázar (2003a) propone invitar a una muestra representativa de los miembros del grupo de
trabajo a una reunión para preparar el cuestionario de evaluación de necesidades, desarrollar
el mismo, y distribuirlo y recolectar datos. Podríamos considerar el uso de las nuevas
tecnologías de información y comunicación para difundir el proyecto y recabar datos.

En función del número de componentes y preferencias de los mismos se pueden distribuir los
medios de búsqueda y generación de la información, poniéndola en común con el resto del
grupo, donde se procederá a sistematizar y elaborar de forma conjunta el diagnóstico.
Debemos analizar los resultados del cuestionario de evaluación preparado y proponer una lista
con los principales problemas y fortalezas de la comunidad.

El objetivo es plantear, desde una perspectiva histórica, cuáles fueron los factores de la
realidad social que generaron los problemas, cuáles son los que lo están manteniendo y cuáles
son los que nos ayudarían a que desapareciese o disminuyese su impacto. Estos factores
pueden encontrarse en el entorno inmediato y próximo o, en el polo opuesto, en las
estructuras sociales más alejadas de los miembros de una comunidad particular. El profesional
ofrece un marco teórico (modelo ecológico; Bronfenbrenner, 1979) explicativo para detectar
los factores de riesgo que elicitan y mantienen el problema, como los factores que pueden
prevenir su origen y fortalecer su desaparición o la disminución de su impacto. Los subsistemas
que inciden en los individuos son los explicados en la siguiente tabla.

48
Modelo Ecológico
Bronfenbrenner (1979)
 El microsistema: las relaciones del individuo con otras personas que
le influyen en sus entornos más inmediatos.
 El mesosistema: formado por los microsistemas comunitarios y la
conexión entre situaciones que contienen a personas y grupos y la
forma en que se relacionan
 El exosistema: uno o más entornos en los que los individuos no
participan directamente pero en los que se toman decisiones
importantes que les afectan (legislación, medios de comunicación,
organización administrativa…) y
 El macrosistema: pautas generales que definen y regulan la vida
social (ideología y valores culturales, orden social imperante, claves
del contrato social existente…).

Fase 2.4. Replanteamiento del problema (componente 9).

En esta fase, el grupo contrastará de forma crítica la opinión inicial que tenían sobre el
problema social elegido como centro de interés con la información que han recabado. Se sigue
un proceso de objetivación donde el problema tiene que ser descrito, interpretado y
conceptualizado.

Hay que contrastar interpretaciones diferentes, profundizando en el análisis de las


divergencias grupales, sin eludir las contradicciones que se encuentran. La clave del éxito del
proceso está en la resolución participativa de las contradicciones lógicas que emergen.

Fase 3. Programación y ejecución de un plan de acción (componente 10).

Una vez que se consigue una interpretación común del problema, el paso siguiente es
determinar las acciones que se han de llevar a cabo para su resolución. Propuestas de acción
tanto para bloquear o reducir los factores de riesgo que originan o mantiene los problemas,
como para generar y potenciar los factores de protección que previenen y reducen el impacto
de los mismos.

Estas medidas pueden aplicarse en los distintos entornos (ecológicos) que afectan a los
individuos. Este proceso ayuda a tener un entendimiento claro de las áreas problemáticas o
hechos existentes en la comunidad, al igual que determina para qué actores o grupos de
interés es más severo el problema. Así, se deben examinar los recursos y las capacidades que
existen en la comunidad y pueden aminorar las condiciones de riesgo, proteger a los individuos
y prevenir la aparición de nuevos problemas (García-Ramírez y cols. 2007).

49
Debemos utilizar los factores que se han considerado prioritarios para proponer metas y
objetivos de las posibles iniciativas. La meta debe crear una imagen de cómo las áreas de
necesidad deben verse una vez que la iniciativa haya finalizado. Los objetivos son cambios que
se espera que ocurran como resultado de acciones específicas. Pueden ser cambios en los
conocimientos, actitudes, capacidades y/o comportamientos a nivel individual; cambios a nivel
organizacional y comunitario, lo que implica concienciación y movilización; cambios en
políticas y leyes y/o aumento de la cooperación y colaboración entre las agencias de la
comunidad.

Fase 3.1. Formar grupos de acción (componente 11).

Balcázar (2003a) propone en esta fase “organizar grupos de acción” incluyendo personas del
grupo local pero ampliándolo a otras personas que detectemos que están interesados en el
proyecto por su participación en las fases previas. Para ello, podemos organizar asambleas
públicas y reclutar nuevos voluntarios. Podemos formar varios grupos de acción, en función de
los recursos humanos (y también materiales y económicos) disponibles, que correspondan a
las necesidades prioritarias de la comunidad

Fase 3.2. Apoyar a los grupos en el desarrollo de los planes de acción (componente 12).

Nos proponemos “apoyar a dichos grupos de acción” para que tengan un funcionamiento lo
más autónomo posible. En esta fase, la transferencia de tecnología irá dirigida a capacitar al
grupo que se va a poner en marcha, por ellos mismos, las medidas que aprueben.

Cada grupo de acción debe desarrollar un plan de acción como mapa de las actividades que
facilitará su implementación sistemática y deberá recoger quién va a hacer qué, cuándo y
dónde. Sus elementos principales son los siguientes (Wandersman y cols., 1999, 2000) quedan
reflejados en la siguiente tabla.

Tenemos que decidir, desde casi el principio del proyecto (no podemos dejarlo para el último
momento) qué vamos a evaluar del proceso y de los resultados y cómo vamos a hacerlo
(diseñar la evaluación). Para ello, será necesario decidir a quién se va a evaluar (muestra o
población), qué métodos de evaluación van a utilizarse, establecer el procedimiento de
recogida de datos (cuantitativos y cualitativos), quién va a recoger los datos garantizando la
confidencialidad y el anonimato y obteniendo un consentimiento informado sobre el sistema o
sistemas de evaluación, así como de qué manera realizar el análisis y la interpretación de los
datos.

50
Plan de acción
(Wandersman y cols., 1999, 2000)
1. Nombre y resumen del plan. El título debe ser conciso y ofrecer una
idea clara sobre la meta del plan y su población objeto. El resumen es
una breve descripción de los componentes del mismo, así como una
sucinta relación de cómo se esperan lograr.
2. Componentes del programa o principales actividades. Cada
componente debe estar enlazado con uno o más objetivos, y
debemos asegurarnos que se incluyen suficientes elementos para
garantizar su efectividad (análisis de la conexión entre objetivos y
componentes, esto es, se trata de justificar que los componentes
conducen lógicamente a los objetivos fijados, de forma que,
realizando esas acciones se van a alcanzar aquellos objetivos). Otra
cosa es que luego, en la realidad, se alcancen o no. Este análisis
constituye un excelente sistema de detección de fallos y cribado
lógico del plan.
 Debemos evitar que todo pivote en torno a actuaciones
profesionales, teniendo en cuenta los recursos y los grupos
activos de la comunidad partiendo en la intervención de
ellos, en lugar de ignorarlos y empezar a crear desde cero.
3. Planificar de cada componente del plan. Se trata de establecer las
actividades que son necesarias para cada componente. Hay que listar
las actividades y determinar la fecha de implementación, quién será
el responsable, los recursos necesarios y la localización.
 Comprende también otros elementos de organización
(Sánchez Vidal, 1997): coordinación de las acciones a
realizar; coordinación del personal del plan – entre sí y con
las instituciones o asociaciones apropiadas -; programación
de contactos; logística e infraestructura de apoyo para
sostener el plan, los grupos sociales participantes;
integración vertical de acciones y sistemas de seguimiento,
etc.
 Estar atentos a la calendarización de las actividades,
teniendo en cuenta el ritmo y demandas temporales de
cada una – y de su coordinación – .
4. Identificar socios que colaborarán, así como el papel que
desempeñarán durante la implementación.
5. Valorar los logros previstos, medidos en términos de tareas
logradas: cuáles fueron las actividades que se realizaron y el número
de personas que participaron. Los resultados previstos deben ser
descritos en términos muy precisos.
6. Presupuesto del plan. Hay que identificar si se cuenta con los medios
necesarios para llevarlo a cabo y no va a quedar en una movilización
frustrante, una escaramuza verbal o un dossier de folios con
membrete. La falta de recursos para completar el proyecto puede ser
un problema. Este es un problema muy común pues las comunidades
no tienen muchos recursos además del tiempo y la disposición de los
miembros de participar activamente en el proceso (Balcázar, 2003b).
7. Barreras para la implementación. Pronosticar cuáles puede ser los
retos y barreras para la implementación del plan, así como sus
posibles soluciones.

51
Fase 4. Fase de evaluación.

Fase 4.1. Evaluación del proceso global de implantación y reprogramación (componente 13).

Las distintas fases del proceso metodológico de la IAP deben ser evaluadas a lo largo de su
desarrollo: desde las primeras sesiones en las que se trabaja la constitución y cohesión grupal
(incluso antes) hasta la ejecución de las actuaciones aprobadas. Hay que ir contrastando la
validez de las hipótesis de trabajo formuladas en cada momento, reformulándolas con los
resultados que se obtengan y, por tanto, reprogramando, si es necesario, el proceso previsto.

Esta evaluación, además de continua, debe ser participativa, siendo los miembros de la
comunidad que participan en el proceso los que deben evaluar las distintas fases y sus
actuaciones. Como en otros aspectos, al principio el profesional tendrá un papel más activo en
la evaluación, papel que irá disminuyendo a medida que se vaya produciendo la transferencia
de la tecnología relacionada con la evaluación.

Debemos evaluar la implementación del programa (García-Ramírez y cols., 2007;


Wandersman y cols., 2000). Para ello debemos responder a una serie de preguntas.

¿Siguió el programa el plan básico – tal como estaba previsto - durante su desarrollo? Si no se
han llevado a cabo las actividades como se planearon, no se puede esperar que se cumplan los
objetivos establecidos. La información es más útil cuando se registra durante el desarrollo de
la actividad o justo cuando ésta termina.

¿Cuál es el nivel de satisfacción de los participantes? Mediante encuestas de satisfacción y


grupos de discusión. Los datos generados en los grupos de discusión ofrecen lo que la gente
piensa y por qué lo hacen. Hay que saber que una alta satisfacción no se corresponde
necesariamente con unos resultados positivos.

¿Cómo perciben los implicados (profesionales) el programa? Sesiones informativas del


programa, al final de cada componente, para identificar los factores que facilitaron la
implementación así como las barreras que encontraron.

¿Cuáles fueron las actividades en las que se implicaron más los participantes? ¿Cuál fue el nivel
de calidad de los componentes del programa?

52
Fase 4.2. Evaluación de resultados (componente 14).

Evidentemente, nos vamos a preguntar sobre en qué medida funcionó el proyecto (García-
Ramírez y cols., 2007; Wandersman y cols., 2000), es decir, ¿se ha causado o no la mejoría que
se pretendía? Debemos obtener respuestas sobre si funcionó el programa y por qué, si se debe
continuar desarrollando, qué podría modificarse para que fuese más efectivo, y qué evidencias
podemos aportar a los patrocinadores para que sigan financiándolo.

Se deben medir los cambios conseguidos en diferentes áreas y niveles, fundamentalmente a


nivel de las personas participantes como individuos y como grupo, así como de la comunidad.

Puede ser interesante identificar otros impactos del programa independientemente de los
objetivos específicos. Además, tendremos que contemplar la realización realizar de algunas
mediciones posteriores a la finalización del programa para constatar que los efectos
producidos son “verdaderos”, es decir se mantienen.

Por último, se debe identificar cómo serán incorporadas estrategias para mejorar la calidad de
futuras ediciones (García-Ramírez y cols., 2007; Wandersman y cols., 2000).

Fase 5. Fase de comunicación de conclusiones (informe)(componente 15).

Todo ello dará lugar a un informe escrito y a otras formas de comunicación de las conclusiones
que habrán de planificarse. La comunicación de los resultados del proyecto debe orientarse a
los diferentes destinatarios concernidos:
 Los agentes participantes directamente en el mismo,
 La ciudadanía en general, y
 Las instituciones internacionales que hayan supervisado el proyecto.

Sobre el mantenimiento del proyecto (componente 16).

Como todos los proyectos, este proyecto tiene un principio y un final. Si los programas tienen
éxito pero no son capaces de mantenerse, puede generar resistencias en los participantes,
desalentar a las comunidades y a los agentes que depositaron su confianza en sus promotores.
Antes de involucrarse en la reedición del programa hay que asegurarse de que no hay
disponibles otros programas más efectivos, que el nuestro fue (o no) lo suficientemente
efectivo o, simplemente, si la problemática original persiste o no.

53
Esta cuestión debe estar presente desde el principio del despliegue del proyecto (como
señalábamos en su momento).

Diversos autores (Sánchez Vidal, 1997; Wandersman y cols., 2000; Balcázar, 2003; García-
Ramírez y cols., 2007; Herrera y cols., 2007) nos proponen diferentes medidas y estrategias
para asegurar la continuidad de una iniciativa comunitaria.

También estos autores nos recuerdan que debemos celebrar el logro de las metas planeadas,
así como mantener contactos periódicos con los líderes para saber el progreso o los problemas
experimentados. Es útil dejar una forma de contacto para poder atender consultas o
peticiones puntuales posteriores de forma que, en un caso o circunstancias urgente o
importante para el que no tienen respuesta, no se queden “colgados”. Percibirse conectados y
apoyados puede ser algo tan importante como la propia ayuda real proporcionada. Es posible,
además, que algún entrenamiento adicional sea necesario para mantener el proyecto.

Una propuesta de calendario.

Señalábamos anteriormente que la falta de tiempo para llevar el proceso a término puede ser
un problema (Balcázar, 2003b). Estos procesos toman tiempo y nos afecta a los profesionales,
a las personas y comunidades implicadas, y a los políticos y los ritmos electivos propios.
Terminábamos diciendo que debería realizarse un proceso de negociación sobre el alcance y
duración del mismo. Lo planteado en este documento es pues una propuesta inicial de trabajo
en cuanto al calendario a seguir.

El calendario previsto para el desarrollo de este proyecto gira en torno a un año y medio
natural. Se han asignado dos meses a la fase preliminar. Ésta puede durar desde pocos
minutos a lago más tiempo que el previsto. Por eso, esa estimación es previa a los tiempos
establecidos una vez iniciado el proceso.

La fase de lanzamiento requiere destinar seis meses de trabajo con el fin de concretar y
consensuar todos los aspectos del proyecto. La fase de diagnóstico participativo y análisis
crítico conllevará cinco meses y, por su parte, su propia programación y ejecución de los
diversos planes de acción (iniciales) seguramente requerirán aproximadamente unos cuatro
meses. Para la elaboración de la evaluación y las conclusiones, así como para su difusión se
otorgan dos meses.

54
Calendario previsible del proyecto de investigación-acción participativa.

Meses
Fases y componentes del proyecto
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18
0. Fase preliminar (1)
Fases de desarrollo
1. Fase de lanzamiento
1.1. Constitución del grupo local (2)
1.2. Conocer los procesos (componentes) básicos del proyecto (3)
1.3. Generar cohesión grupal (4)
1.4. Fijar objetivos (5)
2. Fase de Diagnóstico participativo y análisis crítico.
2.1. Expresión abierta de la representación social del problema (6)
2.2. Cuestionamiento de la representación inicial del problema (7)
2.3. Recogida de más información (8)
2.4. Replanteamiento del problema (9)
3. Fase de Programación y ejecución de un plan de acción (10)
3.1. Formar grupos de acción (11)
3.2. Apoyar a los grupos en el desarrollo de los planes de acción (12)
4. Fase de evaluación
4.1. Evaluación del proceso global de implantación y reprogramación (13)
4.2. Evaluación de resultados (14)
5. Fase de comunicación de conclusiones (informe) (15)
Sobre el mantenimiento del proyecto (16)

55
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ANEXO 1.

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