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1
Conferencia impartida el 10.XI.2005 en el seno de las IV Conferências internacionais de epistemologia e
filosofia, organizadas por el instituto Piaget y celebradas en Viseu (Portugal).
2
Cfr. DIOGENES LAERCIO: Vidas de los filósofos más ilustres II, V, 2.
3
Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B.
4
Fedón 98 c.
5
DIOGENES LAERCIO: Vidas de los filósofos más ilustres II, V, 11.
6
Id.
aunque no separado, se corresponde con la noción aristotélica de intelecto
agente.
Planteamiento.
7
Cfr. sobre este punto RUS RUFINO-SÁNCHEZ MANZANO: Introducción al movimiento sofístico griego.
Universidad de León, Salamanca 1991; c. VI: “Aspectos ontológicos y gnoseológicos de la sofística”; pp. 133-
55.
8
DIELS-KRANZ 28 B 2.
9
DIELS-KRANZ 82 B 3; SEXTO EMPÍRICO: Adv. Math. VII, 65-87.
10
JENOFONTE: Memorabilia I 1, 16.
11
Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B, 2.
2
sentido y tornarse posible su vida práctica y su reunirse en sociedad. Se recupera así la
enjundia del pensar, dotándolo ahora de una orientación antropológica y ética. Y se
fragua con ello una solución a la crisis sofística de la filosofía, cuyo valor de solución se
aprecia en que configuró a partir de Sócrates ese gran momento culminar de la historia
de la filosofía que llamamos el período ateniense.
Logos y physis.
12
Cfr. ARISTÓTELES: Metafísica XIII, 4; 1078 b 27, donde le atribuye a Sócrates la epagogé.
13
Cfr. JENOFONTE: Memorabilia I 1, 16; IV 6, 13-5.
14
Aristóteles es taxativo al negar que sea socrática la teoría de las ideas. Y normalmente se suele atribuir
mayor carácter histórico al Sócrates de los diálogos platónicos de juventud, que al de los diálogos de madurez,
más idealizado. Entre medias, justamente, la teoría platónica de las ideas a partir del Cratilo y la fundación de
la Academia (387 antes de Cristo).
3
para alcanzar aquellas ciencias. La ruptura del monismo, ejercida por ambos lados de la
mismidad parmenídea: el pensar y el ser.
La gnoseología aristotélica, en esta línea de consideraciones, pivota sobre la noción
de abstracción; en la misma medida en que las ideas platónicas son traídas a este
mundo, al mundo físico real, como formas materializadas. El universal no existe en sí, en
un cosmos noetós; sino incorporado en muchos: es unum in multis... et de multis. Y así
el logos es legein: porque el concepto, siendo mental, está en muchos reales; y por ello
el hombre puede atribuírselos en la predicación. Pero su estar en la mente no es su ser
físico real, sino que su concepción exige abstracción, y procede de la actividad ideativa
del hombre: nous poietikós. La noción aristotélica de energeia, acto cognoscitivo,
resuelve la problemática platónica para vincular pensar y ser.
Sin llegar a avistar el pensamiento como acto, ni el intelecto agente aristotélico,
Sócrates tiene una confianza total en que el logos lo gobierna todo; es la idea de
Heráclito y Anaxágoras: la realidad, en el fondo y de acuerdo con sus internos principios,
es lógica. Y entonces, puesto que la razón está como por detrás del cosmos y de la polis,
la cuestión metodológica será sólo hacerla aflorar.
En este plano epistemológico, se atribuye a Sócrates la práctica de la dialéctica 15;
distinta en cierto modo de la platónica, y más de la aristotélica. Porque su dialéctica se
ejerce contra la retórica sofista, en la medida en que se orienta al descubrimiento de la
verdad. Por tener a ésta como término final, el método socrático alude directamente al
concebir (y sabemos, por confesión del propio Sócrates, que su madre, Fenáretes, fue
partera, comadrona).
La concepción socrática –el concepto como método gnoseológico- se articula en
dos fases. Primeramente, la ironía16, con la que Sócrates confunde al sofista y desbarata
su discurso; y de acuerdo con la cual, enseña a aquéllos con quienes dialoga a darse
cuenta de que no saben nada17.
Y en segundo lugar la mayéutica, con la que da a luz a la verdad. La idea, que
estaba previamente ahí, sale a la luz. No se introduce desde fuera en el interlocutor, sino
que es él mismo quien la descubre en su interior; como afirma Sócrates nunca sale nada
de mí mismo, sino de mi interlocutor18. Está expuesto brillantemente por Platón cuando
relata cómo Sócrates enseña a pensar el teorema de Pitágoras a un esclavo de Menón19.
La anámnesis platónica tiene en esta dimensión del método socrático su antecedente.
Separar el logos de la physis ha permitido a Sócrates descubrir algo de su
naturaleza íntima: la concepción del universal mediante el diálogo. A partir de tales
separación y descubrimiento surge una doble oportunidad de desarrollo: la consideración
del logos en sí mismo, y su aprovechamiento para dirigir la conducta humana. O acaso
no sean dos cosas distintas: porque el logos en sí mismo se reduzca a constituir el modo
de ser humano, su ethos; ésta es una dualidad temática que habremos de resolver.
Logos y ethos.
15
Cfr. PLATON: Cratilo 390 c; JENOFONTE: Memorabilia IV 5, 12; ARISTÓFANES: Las Nubes 317, 1496.
16
Ironía concreta o determinada la llama Hegel (Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B, 1), para
diferenciarla de otras formas de ironía humorística.
17
HEGEL, G.W.F.: Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B, 1.
18
PLATÓN: Teeteto 161 b.
19
Cfr. Menón 82-85.
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peri physeos. Ésa es la provocación de una época de crisis, la que permite el desarrollo
sofista de la política y las leyes; y de los demás quehaceres prácticos, en especial el
lenguaje y la discusión.
Pero si la sofística se había interesado por estos quehaceres humanos dejando a
un lado el universo físico, todavía ese interés debía elevarse al rango del saber cierto y
fundado. Y precisamente ésa es la tarea de Sócrates al recuperar el valor del
pensamiento: el descubrimiento o la formulación de la ética como saber filosófico. Así lo
dice Hegel: uno de los grandes méritos de Sócrates es el haber introducido la ética como
una nueva intención de la filosofía, que hasta entonces sólo se preocupaba de investigar
la naturaleza20.
La orientación ética del pensamiento de Sócrates no es entonces un mero hecho
coyuntural; sino que deriva de la revalorización del logos. Tiene, pues, un sentido teórico
y una razón de ser profunda, que justifica la dualidad temática mencionada.
Y que nos remite al oráculo que la pitia de Delfos21 pronunció a instancias de un
amigo de Sócrates llamado Querefonte, quien le había preguntado a la pitonisa si existía
alguien más sabio que Sócrates22.
Según lo entiende Hegel23, los griegos basaban sus decisiones en las leyes, y no
ateniéndose a su voluntad subjetiva (y, en efecto, los sofistas sostuvieron discusiones y
desarrollaron con abundancia las doctrinas sobre la ley). Mas como no todo estaba
reglado, y para seguir manteniendo un criterio de conducta exterior a la propia
subjetividad, acudían con frecuencia a los oráculos, augurios y adivinaciones.
Sócrates, en cambio, sustituye el oráculo por el testimonio interno del espíritu del
individuo, representado por ese genio o demonio interior tan famoso que le acompañaba.
Y hay que observar que en esta interiorización de la norma de conducta late un decidido
llamado a la propia responsabilidad: el hombre es dueño de su propia vida.
Además, cuando el oráculo de la pitia en Delfos reputó a Sócrates como el más
sabio de los griegos, alcanzó para él el cumplimiento del lema mismo del templo:
conócete a ti mismo. Sócrates, que creía no saber nada, comprende en qué sentido tiene
razón el oráculo; y entonces se apropia del lema inscrito en el templo, y lo convierte en
ley del espíritu: lejos de apelar a un criterio extrínseco de conducta, el hombre debe
mirar dentro de sí para saber lo que es verdadero 24.
En el nosce te ipsum, por tanto, hay una doble dimensión paralela a la dualidad
temática cuestionada: la más inmediata que vuelve el espíritu sobre sí mismo; y la que
señala Hegel destacando la importancia de un ejercicio interno –responsable- de la
moralidad.
Mencionábamos antes, como una segunda de las componentes del intelectualismo
socrático, su racionalismo moral determinista: la atribución de la acción enteramente al
saber, sin mediación de la decisión volitiva; nadie obra el mal a sabiendas,
voluntariamente, sino por ignorancia. Según lo dice Sócrates: ningún sabio piensa que
los hombres cometan voluntariamente malas obras25.
El error, en la práctica igual que en la teoría, es puro desconocimiento; no procede
de la voluntad, o de las condiciones morales de la persona –no siempre armónicas-, sino
20
Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B.
21
Delfos era un santuario de Apolo en la Fócide, sobre la ladera suroeste del monte Parnaso. Los oráculos que
se le preguntaban los recibía la pitonisa mediante los vapores que exhalaba una cavidad o antro del templo; y
los manifestaba con voces y gestos, que eran interpretados por los sacerdotes que la rodeaban.
22
Cfr. PLATÓN: Apología de Sócrates 20 e.
23
Cfr. Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B, 2.
24
HEGEL, G.W.F.: Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B, 3, a.
25
PLATÓN: Protágoras 345 d.
5
que es meramente fruto de la ignorancia. Como el error no puede proceder del logos,
que es algo de divino en nosotros, procederá entonces de su ausencia, de la falta de
razón.
Se entiende bien que para estimular la responsabilidad haya que fomentar el
conocimiento. Pero acentuando ese enfoque, se termina en que la única virtud moral es
el saber (aunque sea el saber práctico, la frónesis): teniendo la cual, se adquieren todas
las demás virtudes como derivados suyos. En último término, la virtud, tal como Sócrates
la concibe –dice Hegel-, es puro conocimiento26.
La intención moralizante, incluso ascética, del platonismo –el mundo ideal está
presidido por la idea del bien y exige para alcanzarlo cierta meditatio mortis- es clara. Y
hasta se ha señalado con frecuencia su dimensión también política; no sólo por la vida de
Platón, interesado en el gobierno, sino además por su doctrina. Por ejemplo, el diálogo
Timeo, en el que Platón estudia la constitución del mundo, formaba parte de un plan que
integraba una trilogía que culminaría con la República; tiene como finalidad, pues, sentar
las bases naturales que hacen posible la polis.
Pero, en cambio, la crítica de Aristóteles al intelectualismo moral socrático es
certera. Sócrates ha hablado de las virtudes –dice- mejor que Pitágoras, pero tampoco
de un modo totalmente acertado: porque convierte las virtudes en ciencias (...) con lo
cual resulta necesario que todas las virtudes se hallen en la parte racional del alma; lo
que le lleva a prescindir de la parte irracional, o sea, del sentimiento: el impulso y la
pasión27.
El intelectualismo moral socrático es usualmente criticado como racionalismo
determinista, porque consta en contra la experiencia subjetiva del hecho real de
conducirse sin seguir las propias convicciones ideales. Sin embargo, encubre una
intelectualización del querer humano que no es en absoluto desatendible; y una
responsabilización de la propia conducta hasta entonces ausente, por delegada en una
norma extrínseca: la ley o el oráculo.
En su contra, la teoría aristotélica de la elección (proairesis) propone una reflexión
electiva, o un deseo deliberado28 para explicar la interrupción de la deliberación, y poner
así en el proceso electivo un punto de contingencia, que lo es al tiempo –si bien se mira-
de irracionalidad. De esta manera Aristóteles pretende evitar el racionalismo determinista
socrático. Como no siempre hay razones decisivas para escoger, como el tiempo apremia
y la deliberación no puede ser eterna, entonces la decisión volitiva interrumpe la
consideración racional. Cierto que a veces las razones nos mueven suficientemente a
obrar; pero en otras ocasiones hay que decidirse, arriesgarse. Porque la demora no es
posible, o porque ya hemos terminado la deliberación sin encontrar una alternativa clara.
Pero el recurso aristotélico apela a la irracionalidad, o cuando menos a la aventura;
quizás porque en el fondo la trascendencia de las elecciones humanas sea para el
estagirita muy escasa. Si en último término el hombre tiene la capacidad de escoger allí
donde da igual el término de su elección, si es libre por indiferencia, poco importan
entonces el riesgo y la carencia de motivos fundados. Pero apelar a la responsabilidad en
tales casos resulta también nimio: tanto dan la ley o el oráculo.
Quizá el problema del determinismo racionalista al que conduce el intelectualismo
moral socrático, y que entendemos insuficientemente resuelto por Aristóteles, proceda de
una consideración ya dada de las alternativas entre las que hay que elegir. Es decir, de
una consideración insuficiente del intelecto práctico, que entonces está supuesto, no
26
Lecciones sobre la historia de la filosofía, v. II, B, 2.
27
Gran moral lib. I, cap.1.
28
Cfr. Ética a Nicómaco III, 3 113 a.
6
activo como logos. En cambio, si el hombre es capaz de suscitar las alternativas, de idear
nuevos caminos para salir de las aporías en que se encuentra, entonces no hay por qué
acudir a una decisión irracional para explicar el obrar humano; que procede ciertamente
de su inteligencia, pero que al mismo tiempo es falible, está abierto al error y posterior
rectificación. Cabe entonces, ciertamente, apelar a la responsabilidad.
Propuse que el tercero de los factores expresivos del intelectualismo socrático es el
giro interiorista del saber, orientado ahora preferentemente hacia el conocimiento de uno
mismo; y que hizo a Sócrates adoptar como lema propio la inscripción del templo de
Apolo en Delfos: nosce te ipsum.
Logos y nous.
29
Apología de Sócrates 23 a.
30
La referencia más antigua a los siete sabios de Grecia se encuentra en un texto de Platón en el Protágoras
(343 d), donde los remite al culto de Apolo en Delfos: le consagraron una primicia de su sabiduría grabando
aquellas famosas palabras: concócete a ti mismo.
31
De anima III, 429 a 25.
7
muestran el primado del logos, que se corresponde con la supremacía otorgada al
conocer en su relación con lo conocido. El intelectualismo socrático, como el aristotélico,
es decisivo en orden a establecer la aludida jerarquía; y, dicho sea de paso, es además la
garantía del realismo correspondiente al orden ideal. No el hiperrealismo platónico de las
ideas, sino la realidad intelectual del cognoscente que las alumbra.
Cuando se descubre la superioridad del conocer sobre lo conocido, se produce su
separación y aislamiento: el logos se independiza, y se vuelve sobre sí mismo. La
separación casi divina del logos, que busca conocerse a sí mismo desprendido de todo lo
demás -physis y ethos-, nos hace volver la mirada al nous de Anaxágoras, maestro de
Sócrates.
Aunque entre nous y logos las relaciones no sean pacíficas, o unívocamente
admitidas por todos32, el mismo Platón entiende que el nous es el uso supremo del logos:
la ‘dianoia’, por ello, es algo intermedio entre ‘doxa’ y ‘nous’33. Pero Platón subordina el
conocer a lo conocido, y por tal motivo asigna al nous un contenido: el conocimiento de
lo axiomático, de lo anhipotético.
La superioridad del nous, en cambio, está más perspicazmente vista por
Aristóteles: el nous se distingue de otras formas de conocimiento (aiscesis, doxa,
episteme o dianoia) en que éstas parecen ser siempre de otra cosa, y sólo
secundariamente de sí mismas34. El nous, en cambio, se ocupa de sí mismo: es el logos
separado, vuelto sobre sí.
Con todo, Aristóteles también acepta el conocimiento de los principios como una
específica función del nous: una virtualidad o habilidad suya, o una especial referencia y
vecindad del nous con ellos. De ella tomará la tradición medieval la idea del intellectus en
cuanto que distinto de la inteligencia: como el hábito de los primeros principios.
Pero Aristóteles, en otro contexto, considera que el acto primero es pensamiento
puro, noesis noeseos noesis. Su descubrimiento en el libro XII de la Metafísica le hace
precisar su doctrina sobre el motor inmóvil establecida en la Física. Las diferencias más
notables son la inmanencia o trascendencia del acto puro respecto del universo, su
vinculación con él o su separación, y su causalidad más bien eficiente o final 35.
El acto puro es un acto de pensamiento, que ya no se vuelca sobre un objeto
distinto o externo a él (respecto del cual estaría en potencia), sino que –como puro acto-
sólo se considera a sí mismo: noesis noeseos noesis. El acto puro de pensar es, pues, el
acto eterno; y por tanto será Dios, siempre feliz.
Mas una existencia así está por encima de la condición humana 36, porque el
hombre teoriza sólo a ratos. El hombre no es el nous, sino tan sólo un animal que tiene,
que dispone de logos. Esta dualidad mueve a Aristóteles a distinguir en el hombre un
intelecto agente, separado, impasible y sin mezcla, que es por esencia acto, inmortal y
eterno, al modo de la luz; de otro intelecto potencial y paciente, temporalmente anterior
en el individuo, que unas veces piensa y otras no, y que es corruptible37. Nous-logos
como intelecto agente y paciente, dos dimensiones de la inteligencia humana.
La cuestión ahora es si la distinción que Aristóteles advierte entre la noesis
noeseos noesis y el nous poietikós está bien establecida. Porque argumentativamente se
32
Cfr. sobre esta problemática CRUZ, J. C.: Intelecto y razón. Las coordenadas del pensamiento clásico. Eunsa,
Pamplona 19982.
33
República 511 d.
34
Metafísica XII, 1074 b 36.
35
Fueron notadas, cuando menos, por Tomás de Aquino (Contra gentes I, 13; In XII Metaph. 6 y 7) y por
Enrique de Gante (Summa theologiae 39, 6 ad 1).
36
ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco X, 7 1177 b.
37
De anima III, V 430 a.
8
trata de una diferencia de potencialidad del intelecto: si depende de inteligibles externos
a sí o sólo de sí mismo. Pero incluye también una dimensión de diferencia temporal, de
duración del ejercicio cognoscitivo: el acto puro es acto eterno, mientras que el intelecto
humano se ejerce en el tiempo. Por otro lado, cabría inquirir si ambos responden a la
idea de que el logos, en cuanto que separado de physis y ethos, se vuelve sobre sí de
acuerdo con el ideal socrático –nosce te ipsum- logrando una reflexión completa y
perfecta de sí mismo (nous).
Logos y persona.
38
POLO, L.: Evidencia y realidad en Descartes. Rialp, Madrid 1963; p. 306.
39
De differentia verbi divini et humani 293.
40
Liber de causis XIV-XV, 124.
41
Según Tomás de Aquino: generatio verbi videtur propinquissima cognitioni reflexae (...) sed sciendum est
quod (...) gignitio verbi non est reflexa. De natura verbi intellectus II 279-80. Según Polo, el conocimiento de
las operaciones cognoscitivas de la inteligencia no es reflexivo, sino habitual; cfr. Curso de teoría del
conocimiento (Eunsa, Pamplona 1996), v. IV 2ª parte, lección 5,1, pp. 140-1.
9
Verbum, así comienza el evangelio de san Juan. El nous separado es divino, y exige
intersubjetividad personal. El hombre, en cambio, sólo dispone de una naturaleza lógica,
que remite a la persona mediante la luz del nous poietikós. Paralelamente, la
intersubjetividad entre las personas humanas es problemática.
Con la indicación añadida de que la intersubjetividad, en el orden noético, no es
mera yuxtaposición de subjetividades, sino interrelación conjunta –mutua- entre ellas. En
otro caso objetivaríamos a los sujetos, como dice Sartre de la cosificación a que nos
somete la mirada ajena. No siempre, quizá, se tratará de la generación de un verbo
personal, como exigía el maestro Eckhart 42; pero sí, al menos, de la intensificación de las
propias luces en virtud de las ajenas. Algo de ello hay en el diálogo socrático: la ayuda
de la matrona para concebir.
En cambio, Aristóteles discute si en el hombre es compatible la autarquía del sabio,
la suficiencia de la sabiduría, con la amistad, es decir, con las relaciones intersubjetivas
plenas; y cómo, y porqué. El enigmático capítulo 9 del libro IX de la Etica a Nicómaco es,
a este respecto, muy ilustrativo. Porque el motivo aristotélico para admitir la
conveniencia de la amistad es en extremo intelectualista e individualista. Se reduce
finalmente a afirmar que al hombre le interesa conocer no sólo su propia vida, sino la de
los demás, la de los amigos. La autoconciencia humana será imperfecta, quizá, pero
puede extenderse. La amistad es así un instrumento de la autoconciencia, que la
amplifica; como el que nos permite el cine o la literatura: el conocimiento de vidas
ajenas.
Pero la intersubjetividad es requisito de la autoconciencia perfecta, y no un
añadido o complemento suyo, ni un perfeccionamiento extensivo de ella. Por eso,
incluso, es superior al autoconocimiento humano; como se aprecia en los problemas de
Husserl para abrir la conciencia a la intersubjetividad mediante una apresentación
analógica en la que media el cuerpo 43. Si además reparamos en la carencia de réplica de
la persona humana -por cuanto en el hombre es imposible la reflexión perfecta,
completa-, entonces el problema de la intersubjetividad se agudiza; y apunta más allá de
la amistad, o de la coexistencia entre personas humanas.
42
En el fondo del alma humana, abditum animae, se engendra el mismo Hijo de Dios, porque todo lo que Dios
obra lo obra en su Hijo único (...) a fin de que nosotros seamos el Hijo único de Dios. Mi ojo y el ojo de Dios
son un solo y único ojo. Sermón 12: Qui audit me (Eccl. 24, 21).
43
Cfr. Meditaciones cartesianas V, 50.
10
La noción de persona humana, contradistinta de la de su sola naturaleza lógica, no
es griega, sino cristiana. Y se forja en defensa de la existencia individual de un singular
intelectual, para la que se busca otro sentido que el de un mero ethos racional. La
moderna filosofía de la conciencia, subjetivista e idealista por lo demás, ha provocado
reacciones existencialistas y personalistas que van en la misma línea; a la que podríamos
calificar como intento de reserva o salvaguarda del ser personal, y de su último sentido.
Tampoco el recurso heideggeriano al temple de ánimo, a la afectividad propia de la vida
vivida, de la experiencia práctica, acierta con el lugar de encuentro del existente
humano, del sentido de su ser personal44.
El tema de la existencia humana, de su sentido en cuanto que ultimidad del
ejercicio intelectual, quizás se descubre precisamente ante el fracaso de encontrarlos en
el ámbito del autoconocimiento (el logos que se busca: el nous). Tenía razón Aristóteles
al distinguir el intelecto agente del paciente. Sucede, a la postre, que –con toda
propiedad- además del logos, está la persona que lo aporta, a la que manifiesta, y que
dispone de él al conocer. La antropología desborda en este punto a la teoría del
conocimiento.
El intelectualismo, socrático en su origen, es muy digno de consideración; pero no
la última palabra sobre el ser humano. La persona es, ciertamente, la sustancia individual
de naturaleza racional, como decía Boecio45. Pero, seguramente, no es sólo eso. O
mejor: quizá por serlo, la persona humana es un existente cuya luz intelectual (nous)
pide una réplica que no encuentra en sí mismo.
Y si no la encuentra..., entonces la busca. Sócrates buscaba la verdad como
Diógenes la humanidad y la libertad: nobles finalidades de la conducta humana. Pero la
búsqueda de réplica personal es algo aún superior: porque pone en juego el sentido de
la propia existencia personal en cuanto cognoscente, y su destino.
44
Cfr. sobre este particular POLO, L: Un punto de partida para el planteamiento del tema de la existencia
humana. En, VV. AA.: “Memorias del XIII Congreso internacional de filosofía”. México 1963; v. III, pp. 307-15.
45
De persona et duabus naturis II. Ricardo de san Víctor definió la persona como intellectualis naturae
incommunicabilis existentia (De Trinitate IV, 22, 24).
11