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A) SÓCRATES.
Las fuentes principales para el conocimiento de la filosofía de Sócrates son los diálogos
de Platón, varias obras de Jenofonte, algunas comedias de Aristofanes y Aristóteles.
Sócrates ha pasado a la historia de la filosofía como el primer ético. Es este uno de los
puntos en los que con más fuerza se insiste para poner de relieve la novedad de su
pensamiento en el panorama filosófico de la Grecia del s. V a.C. Pero es un punto que la
historiografía, ya desde Platón, ha entendido insuficiente para configurar su peculiar
posición. Sócrates es ético porque se ocupaba de cuestiones éticas, de la vida humana, y los
testimonios sobre este punto no dejan lugar a dudas. Sócrates se distancia de sus predecesores
y de parte de sus contemporáneos físicos y cosmólogos. Pero también se distancia, y en
medida todavía mayor, con más rabia, de los sofistas.
En la filosofía moderna, quien más atención a prestado a Sócrates ha sido Hegel quien ha
expresado que “Sócrates opone al interior particular y contingente, aquel algo interior general
y verdadero del pensamiento. Y despierta y pone en pie, esta conciencia propia, en cuanto no
se limita a decir que el hombre es la medida de todas las cosas, sino que proclama que el
hombre concebido un ser pensante es la medida de todas las cosas”. Pero también describe
que la filosofía socrática “no es en realidad una verdadera filosofía especulativa, sino una
acción individual; sin embargo, proponíase como meta, evidentemente, llegar a constituirla
como una acción de validez general”.
Siguiendo a Hegel, las aportaciones generales del socratismo son aprehendidas por
primera vez en toda su riqueza del pensamiento y así, el método aparece como dialéctico por
su naturaleza. La ironía socrática como forma “subjetiva de la dialéctica” y la mayéutica, es
valorada porque “partiendo de lo que existe ya en nuestra conciencia de un modo espontáneo,
no trata de desarrollarlo por la vía puramente lógica, mediante deducciones, pruebas o
consecuencias derivadas a través de conceptos. Así, el carácter revolucionario de la ética de
Sócrates se refleja en que, frente a la mera exterioridad, la fundamenta en la interiorización
de la ley moral: la conciencia extrae lo que es la verdad y tiene que ir a buscarlo con ella.
La ley, lo verdadero, lo bueno que antes existía como un ser, retorna en Sócrates a la
conciencia.
Sócrates no sabe, pero quiere saber y el único saber que le importa, el que se sabe llamado
a transmitir, es el saber del vivir. Pero entiende que saber vivir y convivir exige el
conocimiento del bien, y a tal conocimiento se encamina su reflexión: «Oh desgraciado, hace
un rato que me estás tomando el pelo, escondiéndome que no es el vivir según la ciencia lo
que permite obrar bien y ser felices ni el vivir según todas las demás ciencias, sino sólo según
una, aquélla del bien y del mal». Su tesis más significativa suena así: la felicidad y la virtud
son conocimiento del bien.
De todos modos, lo más significativo de la tesis socrática no es tanto la insuficiente
especificación del conocimiento al que Sócrates liga la felicidad y la virtud, sino el hecho —
que no sólo Platón, sino también Aristóteles comparte— de que el bien quede vinculado a la
razón. Si así no fuera, el camino de la ética habría quedado interrumpido; la ética como saber
filosófico no habría sido posible. El conocimiento del bien sería una cuestión estrictamente
personal, pero imposibilitado de cualquier justificación racional intrínseca al mismo bien. Su
justificación habría que buscarla en otro ámbito. No pretende Sócrates desde la razón fundar
o deducir el bien, sino desentrañar con ella la racionalidad que el bien humano encierra.
Siendo el hombre un ser racional, el bien que le corresponde deberá serlo también.
B) PLATÓN.
La ética de Sócrates no se constituye en un saber elaborado. El bien, la felicidad, la vida
humana queda ligada a la verdad, y la verdad del bien sólo puede desentrañarla caso por caso
a través del diálogo, sin que quede encerrada de una vez por todas en una definición.
Platón avanza por el camino abierto por su maestro. La dialéctica de Sócrates se le
presenta como el paradigma del verdadero saber. De algún modo, Platón lleva a su término
la pretensión socrática: el diálogo, la dialéctica, es la única puerta de acceso al bien. Platón
hace viable esta senda gracias a la determinación que en su pensamiento adquiere el bien. El
ser no es solamente consistente con la indeterminada e indeterminable consistencia con que
lo piensa Sócrates; el ser es consistencia, identidad, Idea. El ser es múltiple, de otro modo no
sería posible dialogar sobre él, pero es sobre todo identidad, género. Platón da una respuesta
del bien: el bien, como el ser, es un género, es Idea. Si Sócrates es justo, si Sócrates ha sido
capaz de vivir y morir justamente en una sociedad corrompida, es porque tenía ante su mirada
el bien, más real que cualquier convención, que cualquier opinión. Si Sócrates era capaz de
confutar siempre las falsas opiniones sobre el bien, era porque su opinión era la verdadera,
porque era conocimiento del bien, desde el cual podía dar razón de todos los bienes. El
fundamento del diálogo era, para Sócrates, la racionalidad de lo real, también de las cosas
humanas, su consistencia; para Platón tal racionalidad no es sólo supuesta y desvelada caso
por caso, sino reconstruida y articulada a través de la dialéctica.
La multiplicidad del ser no es caótica y desordenada, si lo fuera, no sería posible el
razonamiento y la ciencia. Entre las Ideas existe una estructuración ordenada que fundamenta
y estructura el razonamiento y el diálogo. Percibir tal orden y expresarlo es aferrar y decir la
verdad, reflejar en el pensamiento y en la palabra la realidad de las cosas. Si hay
razonamientos y discursos falsos es, al contrario, por no reflejar ni decir la estructura
ontológica de lo real: «El discurso se originó para nosotros por la combinación de las Ideas»
La dialéctica es precisamente la vía que hace accesible al pensamiento tal estructura,
permite disponer de ella. No mira el dialéctico solamente a refutar opiniones a causa de su
incoherencia, sino a conocer la estructura metafísica de la realidad, la identidad de cada cosa
y la relación entre todas ellas. Su presupuesto sonl as Ideas: «(...) si alguien no quiere admitir
que existen las ideas de las realidades a causa de todas las dificultades ya dichas y otras más,
no tendrá un punto de referencia para su pensamiento (...) así destruirá la fuerza de la
dialéctica». Y siendo las Ideas, el ser en su dimensión verdadera, géneros, el orden entre
ellas, la lógica que engarza una a otras, será la misma que une y separa los géneros y las
especies. De la multiplicidad hay que ascender hacia unidades siempre más generales,
siguiendo la vía de las hipótesis, hasta llegar al género generalísimo e identidad suprema,
causa de cualquier otra identidad, anhipotético (principio del existir), principio sin
presupuestos. Ésta es la tarea del filósofo, reconducir toda multiplicidad a la unidad suprema:
«El método dialéctico es el único que marcha, cancelando las hipótesis, hasta el principio
mismo, a fin de consolidarse allí»
C) ARISTÓTELES. -
Desde sus orígenes, entre los filósofos de la antigua Grecia, la ética es un tipo de saber
normativo, esto es, un saber que pretende orientar las acciones de los seres humanos.
También, la moral es un saber que ofrece orientaciones para la acción, pero mientras esta
última propone acciones concretas para casos concretos, la ética - como filosofía moral- se
orienta como reflexión hacia las distintas morales y sobre los distintos modos de justificar
racionalmente la vida moral.
Para comprender mejor qué tipo de saber constituye la ética, hemos de recordar la
distinción aristotélica entre los saberes teóricos, poiéticos y prácticos.
SABERES TEÓRICOS. Del griego Theoreim (ver, observar, contemplar) se ocupan de
averiguar qué son las cosas, qué ocurre de hecho en el mundo y cuáles son las casusas
objetivas de los acontecimientos. Son saberes descriptivos: nos muestran lo que hay; lo que
es; lo que sucede.
Así, por ejemplo, las distintas ciencias de la naturaleza (física, química, biología, etc) son
saberes teóricos en la medida en que lo que buscan es sencillamente mostrarnos cómo es
nuestro mundo. Aristóteles decía que los saberes teóricos versan sobre -lo que no puede ser
de otra manera- es decir, lo que es así, es así porque así lo encontramos en el mundo; no
porque lo haya dispuesto nuestra voluntad. Todo es así y no lo podemos cambiar a capricho
nuestro.
En cambio, los saberes poiéticos y prácticos, versan sobre lo que puede ser de otra
manera.
SABERES PIOÉTICOS. Del griego poiein (hacer, fabricar, producir) son aquellos que
nos sirven de guía para la elaboración de algún producto, de alguna obra, ya sea algún
artefacto útil o un objeto bello. Las técnicas y las artes son saberes de este tipo; lo que hoy
llamamos: tecnología.
Los saberes poiéticos, a diferencia de los saberes teóricos, no describen lo hay, sino que
tratan de establecer normas, cánones y orientaciones sobre cómo se debe actuar para
conseguir el fin deseado.
Los saberes poiéticos son normativos, pero no pretenden servir de referencia para toda
nuestra vida, sino únicamente para la obtención de ciertos resultados momentáneos,
independiente que ellos se mantengan o perduren en el tiempo.
SABERES PRÁCTICOS. Del griego praxis (quehacer, práctica, tarea, negocio), también
son normativos. Son aquellos que tratan de orientarnos sobre qué debemos hacer para
conducir nuestra vida de un modo bueno y justo; cómo debemos actuar, qué decisión es la
más correcta en cada caso concreto para que la propia vida sea buena en su conjunto. Tratan
sobre lo que debe haber; sobre lo que debería ser (aunque todavía no lo sea); sobre lo que
sería bueno que sucediera.
Algunos antecedentes
En la actualidad, la ética parece estar de moda y enseñorearse dentro de la cultura
como un ave exótica y llamativa, pero lamentablemente no es porque esta forma del saber
humano sea un espejo que refleje una orientación generalizada hacia nuestra perfección
interior y una clara conciencia de estar en posesión del bien individual. Más bien parece ser
una moda que emerge de una carencia y de un sentir colectivo de auto-corrección. En efecto,
la abrumadora casuística de atentados contra la probidad y la corrupción manifiesta de
muchos profesionales en Chile, América, en Occidente y en el mundo entero, ha obligado en
nuestra época, a repensar el papel de la ética en la curricula universitaria, y a delimitar
nuevamente las razones de su presencia en las mallas cognitivas de los estudiantes. La ética,
entendida en sus expresiones más sistematizadas, como disciplina que estudia deber ser del
hombre en sociedad, y con un claro énfasis por el bienestar personal y social, tiene una larga
data que se remonta a las bases del pensamiento judeo-cristiano y a la cultura griega en
general. Pero, por cierto, no son las únicas fuentes aunque si las más conocidas y difundidas,
puesto que en las distintas culturas es posible encontrar pautas y directrices morales, que nos
permiten colegir la existencia de una preocupación por el ser humano en su proyección
histórica y en sus ansias de una búsqueda de perfección a futuro. En la sociedad
contemporánea, la ética –al decir de Maldonado- es muy relevante y constituye uno de los
tres vértices fundamentales sumados a la ecología y los derechos humanos que caracterizan
los intereses de nuestro tiempo. (Maldonado, 2000). Y en este sentido, la presencia de la ética
como disciplina instituida, se manifiesta frecuentemente en diversas instancias; entre éstas
en el quehacer de la comunidad científica internacional y en las comunidades científicas de
nuestro país, en la discusión de los temas de la agenda pública nacional o internacional, en
los medios de comunicación y más recientemente parece estar siendo considerada en algunas
empresas más serias, y en general en los tópicos que abordan los diversos medios de
comunicación de masas en sus distintos formatos, entre otros ámbitos. Y en relación a lo que
hoy nos interesa, en la curricula de los estudiantes de muchas y prestigiosas universidades
principalmente de EE.UU. y Europa, y también en muchas de nuestro continente, aunque no
en todas, en el quehacer de la comunidad científica internacional.