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En “Sobre el Arte Contemporáneo” (2010), Aira esboza un mito de origen para el

arte contemporáneo y propone una conceptualización de este último en torno a un


rasgo fundamental: la problematización del tiempo. Plantea que, el nombre “arte
contemporáneo”, designa un amplio espacio que reúne prácticas artísticas muy
heterogéneas, las cuales tienen como factor común “la coincidencia en un
momento histórico que reniega lúdicamente de la Historia para desplegarse como
un presente permanente” (33). Esta búsqueda de sostener una continuidad del
presente es llevada a cabo por el arte contemporáneo mediante su propia
dinámica de funcionamiento interno: por un lado, procura mantenerse siempre un
paso adelante de las posibilidades de su reproducción técnica y, por otro lado,
asume como tarea central la incorporación constante de la dimensión de lo no
hecho a lo hecho. 
El arte contemporáneo, entonces, anula la idea de tiempo histórico y proclama al
presente como único tiempo posible para su realización. Ahora bien, esto no
implica una negación del pasado ni del futuro, en tanto conceptos, pero tampoco
como realidades materiales, sino más bien un ejercicio en el que éstos son
recuperados para pensarlos a la luz del presente. Si bien su actividad no se
reduce a ello, un gesto comúnmente observable en el artista contemporáneo es
que se posiciona desde el aquí y ahora para reinterpretar los hechos del pasado,
dando lugar a la configuración de nuevos relatos, así como también para trazar
proyecciones sobre el futuro. 
Por otra parte, al desvincularse de la noción de Historia, el arte contemporáneo lo
hace también de la naturaleza selectiva sobre la cual se funda dicho concepto,
según la cual sólo se conserva lo bueno con el paso del tiempo, y la distinción
entre lo bueno y lo que no lo es está determinada por cumplimiento con los valores
estéticos legitimados en cada época. Esto le otorga una libertad prácticamente
ilimitada con respecto a su quehacer, pudiendo proliferar en todas las direcciones
imaginables. La obra de arte contemporánea puede ser “cualquier cosa” (39; 40),
desde un objeto cotidiano hasta una compleja instalación, e incluso la ausencia del
objeto, puesto que lo primordial ya no es el objeto en sí mismo, sino las ideas que
éste representa, aquello que el artista intenta problematizar, criticar, visibilizar,
narrar etc.: “El objeto se vuelve secundario respecto del relato del que emerge”
(35). Acá podemos hablar de El Gran Vidrio. 

Reproducción. arte sin obra.  (Vale)

Lo no hecho. (ambas) En general, los artistas contemporáneos muestran haber


asumido como tarea la constante incorporación de lo no-hecho a lo hecho, esto
es, a las formas y, principalmente, de los valores previamente creados (sean o no
canónicos). Este modus operandi permite advertir en el arte contemporáneo una
exacerbación de “la misión última del arte, que es crear y poner en circulación
valores nuevos” (30), pero ahora en un panorama en el que la creación de valores
se realiza de manera independiente con respecto al “devenir histórico” (36).
Nuevamente volvemos aquí al lugar del pasado en el arte contemporáneo: para
mantenerse contemporáneo, éste debe conocer y tomar en consideración lo que
ya ha sido realizado con anterioridad en el campo artístico, desde sus inicios hasta
el instante previo; no se puede concebir lo no-hecho sin lo hecho: “(...) lo hecho
sigue y seguirá siendo el soporte necesario de lo no hecho, que se aloja en su
materia como un relato secreto” (30).

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