Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El trabajo de las trayectorias educativas acontece siempre entre sujetos e instituciones, crea
subjetividad y la demanda, ofrece organización ya establecida y la produce, reinventándola.
Cada trayectoria abre a un recorrido que es situado, particular, artesanalmente construido y
remite al mismo tiempo a dimensiones organizadas previamente más allá de las situaciones y
las particularidades. En ese territorio intermedio, por momentos incierto e indefinible, sin
fronteras claras entre sujetos y organizaciones es que la trayectoria se despliega.
Construir una identidad se vincula cómo nos pensamos a nosotros mismos enseñando o
aprendiendo en el marco de una cierta organización escolar. Lo que nos hace decir quiénes
somos y quiénes queremos ser, cómo nos proyectamos en alguien que es y va siendo a la vez,
inacabadamente, que no está aquí todavía, que está por ser.
Pensarse a uno mismo no proviene del vacío, sino que tiene que ver con lo que otros pensaron
de uno, con haber sido pensado y narrado por otros es algún momento o en la actualidad. Desde
antes de nacer, desde los inicios de la vida, en el ámbito familiar y luego en las organizaciones
educativas y culturales.
Porque la identidad es pensamiento, es a la vez, una narración de uno mismo, un discurrir que
demanda que otros presten oídos, sin explicaciones ni demandas de comprensión absoluta.
Narrarse a uno mismo es tomar distancia , mirarse, posicionarse diferentes, reconocer cambios,
interrupciones, continuidades, procesos. Es necesario reconocer aquí el doble anclaje de la
trayectoria educativa, teórica y real, ideal y encarnada, subjetiva y sujeta a normas y
legalidades. La trayectoria educativa es subjetiva e institucional porque se juega en ese espacio
intermedio de luces y sombras, certidumbres e incertidumbres, aceptaciones y rechazos,
propuestas alternativas e imposiciones, identificaciones y desindentificaciones. O sea que una
trayectoria se hace y se recorres con otros, por otros, gracias a otros y a veces, a pesar de otros.
Subjetividades y legalidades, el trabajo de la transmisión
Lo que entendemos por sujeto y subjetividad , podríamos señalar una vez más la paradoja de
acto educativo y de toda trayectoria: nadie puede constituirse sujeto humano por otro (en lugar
de otro) pero, a la vez, nadie se constituye solo. Al decir sujeto tenemos que decir sujeto
situado, siendo en una historia, “historizado”, constituido psíquica y políticamente siempre en
relación con otros y con el mundo, enlazado por la palabra y la narración, la promesa y el
sentido del encuentro sensible con esos otros.
Por ello, la subjetividad requiere de la palabra de otro pero supone el rechazo a la repetición de
esta palabra. De esta forma todos estos espacios y experiencias nos hablan de una inscripción
en la palabra diferente, una palabra que irrumpe y nombra nuevas identidades, rompe el
consenso, rechaza los roles del diálogo tradicional, que da “voz” y “parte”, que subjetiviza, que
desidentifica, que descoloca creando igualdad allí donde hay desigualdad.
Es un modo de estar, hablar, pensar, transitar, construir, habitar. Ello demanda, por supuesto,
de otros con que efectivamente sea posible habitar mundos. La subjetividad aloja
constantemente preocupación por los otros, por los modelos de relación con otros que no
conllevan sujetamiento ni “atontamiento” o palabras indefinidamente explicatorios.
Subjetividad se articula así con legalidad. Las legalidades son intrínsecas a los procesos de
subjetivación y nos hacen posibles. Entendemos por legalidad, no un orden que impide y sólo
prohíbe, que se impone más allá de los sujetos para garantizar que nada cambie o que un
orden de denominación se perpetúe, por el contrario es un ordenamiento simbólico que
habilita los encuentros, el movimiento que deviene de ellos y la búsqueda lo que humaniza los
espacios, diferencia lugares, establece límites de modo que cada uno pueda delinear su propio
espacio, distribuye responsabilidades y otros posibilidades.
2.2. Construcciones de la subjetividad: lo que reúne y lo que separa, lo común y lo singular,
lo sabido y lo ignorado.
Crear un común, en cambio, tiene que ver con crear un espacio de articulación distinto,
complejo, de reunión de singularidades que no se suman unas a otras ni se toleran simplemente
por la obligación de vivir juntas tampoco de sujetos que sacrifican su espacio subjetivo para
entrar en una masa indiferenciada con otros.
Sin el reconocimiento de la igualdad entre ambos en tanto seres de palabra, el acto educativo
se transforma en pura imposición de una jerarquía que vuelve “inferior” a quienes aprenden o
subestima sus capacidades porque necesita de la reproducción de relaciones jerárquicas para
sostener los lugares inamovibles del saber-poder.
Estas experiencias establecen un juego entre lo común y lo singular, lo que reúne y lo que
separa, lo sabido y lo ignorado. La igualdad actualizada atraviesa continuamente estas escenas,
hace mirar y escuchar de modo renovado lo que parece que ya sabíamos, que no podía ya
transformarse. La experiencia opera una división de lo sensible particular, todo está allí como
siempre: la escuela, sus tiempos, sus espacios, los alumnos y maestros o profesores, las aulas y
las
bibliotecas, los libros y las palabras y las relaciones habituales. Existe trabajo psíquico y
político.
La escena permite, según la lectura que se haga, ver capacidades en lugar de incapacidades,
escuchar palabras en lugar de ruido, advertir estrategias de la inteligencia como trabajo en
proceso con otros, en lugar de déficit individuales.
Las escenas muestran que lo sensible es una producción, que el mundo que vemos y percibimos
es una construcción posible entre otras y que variando las posiciones en las escenas, lo
percibido puede ser de otro modo y las capacidades desplegadas, asumidas por cualquiera.