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10 consecuencias de una infancia complicada

¿Cómo reconocer si todas las cosas horrendas que les pasan son consecuencia de una infancia
difícil?

• Se dice que infancia es destino, y si bien ya sabemos que esto no tiene por qué ser
necesariamente así, especialmente si se recurre a la ayuda profesional, es verdad que una infancia
complicada deja secuelas en la vida de la persona adulta que muchas veces no se relacionan con
aquellas vivencias tempranas.

• ¿Cuáles son los efectos más comunes de haber tenido una infancia complicada?

¿A qué nos referimos con una infancia complicada?


• En general tiene que ver con la actitud que los padres, cuidadores primarios o personas
significativas en la vida del menor, tuvieron hacia él. No se descartan eventos traumáticos
ocurridos en la infancia y que no pueden ser atribuídos a la familia, pero en esta ocasión nos
referiremos a los efectos de una incompetente o abusiva crianza.

• En general podemos hablar de falta de amor, abusos, perfeccionismo y rigidez, frialdad, maltrato
abierto, manipulación y chantaje, sobreprotección, tratos distintivos con relación a los hermanos,
desprecio o necesidades emocionales no satisfechas, por mencionar sólo algunos.

¿Cuáles son los efectos más comunes de una infancia complicada?

Autoimagen distorsionada
• Los padres hacen el efecto de un espejo del “Yo interior”. Un bebé no puede reconocerse a sí
mismo, así que necesita del reflejo de sus padres, especialmente la madre, para saber si es amado
por quién es y como es.
• Los padres que constantemente regañan, critican, culpan o desprecian a sus hijos son como
espejos rotos que distorsionan la imagen del infante, que se convierte en un adulto que se siente
indigno, inadecuado, insuficiente y no digno de ser amado. Incluso podrían tener problemas con su
imagen corporal, su autoestima o serios problemas para relacionarse sanamente, buscando dar
algo a cambio de amor, porque lo que son, no es suficiente.

Límites deficientes
• En una infancia sana se le enseña al niño o a la niña que sus padres están ahí, pero que los hijos
no son una extensión de ellos y que sus necesidades y tiempos son tomados en cuenta y
respetados.
• Bajo el argumento de que “es por su bien” o “para educar”, al niño se le obliga a aceptar la
intrusión de extraños en su vida (saluda a tu tía y dale beso) o de los propios padres con actitudes
sobreprotectoras o ansiosas (ya ves, por eso te pasan cosas, por no obedecerme).
• Por otro lado, están los padres “engañadores” que se vuelven poco confiables para el niño (dime
la verdad y no te va a pasar nada) o aquellos que no atienden necesidades por estar muy
ocupados.
• El efecto de esto es un adulto desconfiado, que sólo se va a relacionar a niveles superficiales por
temor a perder su independencia y autonomía (temen al compromiso) o que será muy sensible a
los límites sanos que otros le pongan, porque todo lo sentirá como rechazo. Ven los límites como
desprecio. (por qué no me contestas los mensajes, ¿qué ya no me quieres?). Piensan que la
codependencia es amor.

Eligen parejas tóxicas


• Un adulto que abusó física, psicológica o verbalmente de un niño, deja una profunda huella en su
psique y una gran distorsión del concepto de amor.
• Uno identifica lo que reconoce. Si en la infancia se aprendió que quien debía amarnos nos trató
mal, entonces se piensa que ese maltrato es amor.
• Entonces se tiende a buscar y aceptar el amor de personas que nos dan el mismo trato que
recibimos en la infancia. Aunque es doloroso, es lo conocido y se acepta porque no se aprendió
otra cosa. Es como haber sido criado por una “mamá cactus”. Era espinosa, lastimaba, pero era la
única fuente conocida de amor y seguridad que, a pesar del dolor que provocaba, se necesitaba
para vivir. Cuando se crece así, lo que se busca son parejas cactus… “si no duele, no es amor”.

Desconfianza
• Padres emocionalmente inestables, hipersensibles, hipercríticos o explosivos, crean un ambiente
donde ni una planta puede crecer sana (a veces la ahogas y otras la dejas secar).
• Es verdad que de niños necesitamos estimulación amor y un sentido de pertenencia para florecer,
pero con alguno de los padres se vuelve impredecible en sus reacciones, el menor aprende que la
vida emocional es un campo minado. Que a cada paso hay peligro y que uno no puede plantar el
pie con confianza sin que exista el riesgo de sufrir.
• Un adulto que creció bajo este esquema se vuelve altamente desconfiado, que espera el
abandono de un momento a otro, que incluso buscan señales de traición en amistades y que una
pareja seguro los deja por alguien más.

Apego inseguro
• De niños necesitamos que nuestros padres nos ofrezcan un equilibrio entre una base segura y
exploración. Cuando este delicado equilibrio se rompe y los padres se inclinan hacia la
sobreprotección o hacia el descuido, el menor crecerá atemorizado de desapegarse de quien ama
o abandonado por no recibir la estabilidad y seguridad emocional necesarias.
• En la edad adulta esto repercute, por un lado, en temor, aversión al riesgo emocional
(enamorarse por ejemplo), incapacidad para tomar decisiones, miedo y ansiedad. Por otro lado,
puede haber aprendido a proveerse a sí mismo de toda la seguridad que no recibió y entonces no
podrá vincularse emocionalmente con otros porque siempre tendrá puesta su armadura protectora
que le da seguridad; su soledad.

Sentimiento de aislamiento
• Es verdad que lo primero al nacer es sobrevivir, pero una vez alcanzado esto, lo que buscamos
es florecer; desarrollarnos de manera sana con un sentido de identidad y pertenencia a los
nuestros.
• Frases como “ni pareces mi hijo”, “qué vergüenza como te comportaste”, “lárgate de aquí no te
quiero ver” o “Dios, por qué me castigaste con una hija así” son dolorosas formas de excluir a un
hijo diciéndole “tú no eres bienvenido en esta familia”.
• El costo de este tipo de tratos es un adulto que crece con vergüenza de ser quien es, con un
sentimiento de indignidad, retraimiento, timidez y de no tener un lugar propio en este mundo o un
“para qué” haber nacido.

Pobre inteligencia emocional


• Los padres nos enseñan a reconocer necesidades específicas y emociones cuando satisfacen
adecuadamente lo que requerimos. Cuando nos viene una sensación desagradable en el
estómago y nos alimentan, por ejemplo, nos están enseñando que esa sensación se llama hambre
y que puede acallarse con alimento. De igual forma cuando un trueno nos altera y nuestros padres
nos abrazan y consuelan, aprendemos lo que es el miedo y la forma de contrarrestarlo. Igual pasa
con la tristeza y otros sentimientos.
• Cuando no se cumple esta función, de poder identificar y dar nombre a las emociones, el niño se
convertirá en un adulto que será incapaz de canalizar adecuadamente sus impulsos o identificar
emociones en los demás (falta de empatía). En lugar de verbalizar lo que siente, y poder así
generar soluciones y acuerdos, lo actuará, esperando que el mundo comprenda que necesita o
quiere decir cuando azota una puerta o se aplica la ley del hielo.

Miedo a fallar
• Cuando aprendemos a hablar o comer, lo hacemos normalmente en libertad y con la guía de
unos padres que comprenden que todo proceso de aprendizaje va de la mano del ensayo-error.
Amor, paciencia y perseverancia es lo que requerimos en estos procesos.
• Pero cuando lo que se recibe son gritos, regaños, críticas y frases como “no es posible que nunca
hagas nada bien” o “estás idiota o qué tienes en la cabeza”, es evidente que todo lo que se intente
de ahí en adelante (si es que se sigue intentando) vendrá ahora entintado de miedo y ansiedad.
• En la vida adulta el impacto es contundente. Personas ansiosas, que se autolimitan en logros,
con gran miedo no sólo al fracaso, sino al éxito (por miedo a que la siguiente meta sea ahora sí la
imposible de alcanzar) y que harán lo que sea con tal de no exponerse a un fracaso. Incluso dejar
de intentar.

Conflicto interno
• Es verdad que los padres merecen nuestro amor y gratitud. Pero socialmente esto se inculca más
como una obligación de los hijos que como el resultado de una parentalidad amorosa en donde
ese amor y gratitud se ganan o se pierden.
• Cuando se ha tenido una infancia complicada, a veces cuesta amar a los padres, lo cual genera
un gran sentimiento de culpa, pero por otro lado, cuando la herida ha sido profunda o el padre
sigue lastimando de alguna forma aún en la vida adulta, hay una profunda frustración al tener que
seguir reeditando aquel dolor infantil y sentirse indefenso ante ello. Poder confrontar la
omnipotencia parental y humanizar a las figuras de los padres, es una tarea necesaria de todo
adulto sano. Entramos al “mundo padre” y al “mundo madre”, pero también eventualmente
debemos salir de él sin culpa e íntegros.

Represión emocional
• Cuando hay padres que maltratan a sus hijos, especialmente de manera verbal o psicológica, son
incapaces de reconocer sus propias conductas como inadecuadas y entonces se escudan diciendo
que “lo hago por tu bien” y “lo que pasa es que eres muy sensible; no te puedo decir nada porque
luego luego haces un drama”.
• El adulto entonces aprende que debe aguantar para no parecer quejumbroso o delicado. Calla
sus desacuerdos, hace que no pasa nada y permite conductas y tratos que no debería permitir.
Nuevamente se coloca en riesgo de reeditar aquel maltrato infantil.

¿Qué hacer con todo esto?


• Mucho de estos efectos operan a nivel inconsciente, así que cuesta reconocerlos y cuesta
sanarlos.
• Es recolocar a las figuras de los padres, a la de nuestro Yo infantil, en lugares más adecuados y
convertirnos entonces en el adulto que se hace cargo de su vida; sin culpa, sin vergüenza y en
libertad de amar y dejarse amar.

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