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Organización

Panamericana
de la Salud
Oficina de
Género,
Diversidad y
Derechos
Humanos

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Curso Virtual Género


y Salud: Marco
Conceptual

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Organización Panamericana de la Salud
Oficina de Género, Diversidad y Derechos Humanos
Curso Virtual Género y Salud
Género y Salud: Marco Conceptual
Elsa Gómez Gómez

Las desigualdades entre los sexos en materia de poder, recursos, derechos, y normas permean el tejido
social y económico de todas las naciones, afectando adversamente la salud de millones de personas.
Este efecto ocurre a través de factores tales como la acción de patrones discriminatorios en la
alimentación y la atención de la salud infantil; el abuso sexual y la violencia en contra de las mujeres; la
exposición diferencial a riesgos; las desigualdades en el acceso a recursos, servicios, y protección social
en salud; el poder desigual de decisión sobre la propia salud; las asimetrías en ciertos determinantes de
la salud tales como la educación, el trabajo y la remuneración; el reparto desigual de la responsabilidad
por el cuidado no remunerado en el hogar; y el desequilibrio en la representación política.
El principio de igualdad de derechos entre los sexos ha sido proclamado explícitamente en el Preámbulo
de la Carta de las Naciones Unidas (1945), en la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) y en
los principales tratados internacionales de derechos humanos, entre los que sobresale por su
especificidad, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra las
mujeres (1979). La Plataforma de Acción de la Cuarta Conferencia Internacional sobre la Mujer, Artículo
105, (Beijing, 1995) retomó conceptual y operacionalmente el principio de igualdad entre las mujeres y
los hombres, designando la salud como un área prioritaria de trabajo hacia tal objetivo, y estipulando
que “en la lucha contra las desigualdades en materia de salud…. los gobiernos y otros agentes deberán
promover una política activa y visible de integración de una perspectiva de género en todas las políticas y
programas, a fin de que se haga un análisis de los efectos en uno y otro sexo de las decisiones antes de
adoptarlas”.
En seguimiento a los acuerdos de Beijing, la integración transversal de una perspectiva de género
(Gender Mainstreaming, en inglés) en las políticas, planes y programas ha venido a constituirse en la
estrategia globalmente aceptada para promover la igualdad de género, y a erigirse en un mandato que
compromete a gobiernos, organizaciones nacionales y agencias internacionales. El presente trabajo se
dirige a esclarecer el significado formal y práctico de los conceptos que fundamentan la realización de
este mandato de integración transversal de la perspectiva de género, con referencia particular al campo
de la salud. Para tal fin, la discusión se ha organizado alrededor de los siguientes objetivos: primero,
precisar conceptualmente el objeto de transversalización, o sea, la perspectiva de género y más
específicamente, la perspectiva de igualdad de género; segundo, delinear los elementos que
caracterizan la estrategia misma de integración transversal de esta perspectiva; tercero, describir
brevemente los antecedentes y evolución de tal perspectiva en el contexto del desarrollo; cuarto,
destacar la pertinencia y relevancia de género entre los factores determinantes de las desigualdades en
salud; y quinto, avanzar algunas reflexiones sobre el valor agregado que representa la integración
transversal de la perspectiva de género en políticas, planes y programas.

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I. La igualdad de género: dimensiones conceptuales y prácticas
Con frecuencia los términos de sexo y género se usan de manera intercambiable; adicionalmente, en
muchos casos, los temas de género se asumen como sinónimo de los temas de “mujer”.
Comenzaremos, entonces, por esclarecer tales imprecisiones, caracterizar el concepto de género y
clarificar luego el significado práctico de la meta de igualdad de género, así como sus fundamentos en la
equidad y el empoderamiento. Los interrogantes que nos ocupan y las respuestas correspondientes se
enumeran a continuación.

1. ¿Qué es género?

a. Género no es lo mismo que sexo

El término ‘sexo’ se reserva preferentemente para aludir a las características biológicamente


determinadas y relativamente invariables que diferencian a los hombres de las mujeres. Esto es, a las
diferenciaciones en el desarrollo de la anatomía y la fisiología resultantes de la composición heredada
de cromosomas sexuales (cariotipos: 46,XX versus 46,XY). Esta diferencia en los cromosomas sexuales
es la que conduce a la diferenciación de las gónadas, la producción de esteroides y, eventualmente, a la
aparición de características sexuales secundarias. Tal proceso diferenciador comienza temprano en la
etapa fetal y se acelera en la pubertad. Antes del nacimiento y después de la pubertad se producen
diferencias cuantitativas notables en la producción de hormonas (andrógenos y estrógenos) que sirven
de intermediarias entre el genotipo sexual (es decir, los cromosomas sexuales heredados) y la
manifestación de las características físicas observadas en hombres y mujeres El fenotipo sexual, o la
apariencia de hombre o de mujer, es el que suscita una constelación social de expectativas,
responsabilidades y limitaciones de género (1).
El concepto ‘género’, entonces, se refiere al significado social que adquiere la diferencia biológica
sexual, significado éste que varía a través del tiempo y los grupos socioculturales. Alude a las
características socialmente atribuidas a los ámbitos de lo masculino y lo femenino, y a las diferencias
sociales, económicas, políticas, laborales, etc., socialmente establecidas entre tales ámbitos.
Lo anterior implica que el concepto de género aunque, ciertamente, parte de la distinción biológica
entre los sexos, va más allá de tal distinción para abarcar la trama de influencias recíprocas que operan
entre los factores biológicos ligados al sexo y aquéllos vinculados a la posición diferencial que ocupan las
mujeres y los hombres en la estructura social. Esta posición diferencial tiene que ver con las funciones
esperadas, el acceso y el control respecto a los recursos, y el poder de decisión en las distintas esferas
de la vida.

En el contexto de la distinción entre sexo y género, es oportuno llamar la atención sobre los conceptos
de “orientación sexual” e “identidad de género”. Estos conceptos, aunque relacionados con los de sexo
y género, no deben confundirse con tales. La orientación sexual se refiere a la capacidad de cada
persona de sentir una profunda atracción emocional, afectiva y sexual por personas de un sexo
diferente al suyo, de su mismo sexo, o de más de un sexo, así como de mantener relaciones íntimas y
sexuales con tales personas (2). La identidad de género hace mención a ”la vivencia interna e individual
del género tal como cada persona lo siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo
asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar
la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra

3
índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la
vestimenta, el modo de hablar y los modales”(2).

Los conceptos de orientación sexual e identidad de género adquieren particular relevancia en el contexto del principio de la
no discriminación en el disfrute de todos los derechos que, de acuerdo con la Declaración Universal de Derechos Humanos
(1948), se aplica “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional
o social, posición económica, nacimiento, o cualquier otra condición”. En tal sentido, la orientación sexual y la identidad de
género fueron incluidas por el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (2009) dentro de la categoría amplia de
“otra condición” (3) mencionada en el Art. 2 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. A su vez,
el Comité de Derechos Civiles y Políticos en respuesta al caso Toonen v. Australia (1994), expresó que la “orientación sexual”
se incorporaba dentro del concepto de “discriminación por razón de sexo” mencionado en los Artículos 2 y 26 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

La identificación y análisis de las influencias e interacciones de los factores de sexo y género en el campo
de la salud permiten una mayor comprensión de las dinámicas epidemiológicas, los patrones de
demanda, oferta y calidad de servicios, y los procesos de gestión formal e informal de la salud. Aunque
se ha avanzado sustantivamente en la identificación de tales factores, es claro que persisten
importantes vacíos de conocimiento --por ejemplo, en el área de salud mental-- respecto a la naturaleza
y peso relativo de dichos factores. Los siguientes son algunos ejemplos de la influencia de la interacción
de los factores biológicos y sociales sobre la salud:

 Por razones genéticas y conductuales, las mujeres viven más tiempo que los hombres. En general, la mortalidad masculina
tiende a exceder la femenina a cualquier edad, incluso en útero, siendo este excedente particularmente pronunciado
durante la etapa perinatal. Sin embargo, la ventaja de sobrevivencia femenina no ha sido ni es siempre la regla, y en
algunos contextos (particularmente, pero no exclusivamente de Asia) la ventaja biológica se ha visto anulada por la
discriminación social en contra de las mujeres (4).
 Dado que, por razones biológicas, nace un número mayor de hombres que de mujeres (aproximadamente 105 hombres
por cada 100 mujeres), los hombres predominan en las edades jóvenes. La duración de este predominio varía
significativamente entre las Américas: se mantiene hasta los 40 años de edad en América del Norte, pero solo llega hasta
los 19 años en América Latina y el Caribe. Tal diferencial sugiere una mayor exposición masculina que femenina a riesgos
mortales (p.e., accidentes y violencias), y de manera notable, entre los grupos jóvenes de América latina y el Caribe (5).
 En virtud de su función biológica reproductiva, las mujeres tienen problemas de salud diferentes a los de los hombres, así
como una mayor necesidad de servicios de atención que aquéllos. Esta diferencia en el potencial de utilización de servicios
se ha traducido frecuentemente-- dentro de sistemas no solidarios de atención-- en una mayor carga del gasto en salud
para las mujeres. Esta carga se origina en medidas tales como el cobro de tarifas por servicios y la imposición de primas
más elevadas de aseguramiento para las mujeres, medidas tales que amplifican la desigualdad económica ya existente en
contra de las mujeres.
 La mayor prevalencia femenina de anemia ferropriva parte del hecho biológico de que, debido a la menstruación, el
embarazo y la lactancia, los requerimientos nutricionales de hierro son más altos para las mujeres que para los hombres
en las edades reproductivas. Sin embargo, dado el carácter evitable y remediable de esta condición, tal diferencial
obedece de manera importante a la desventaja que experimentan las mujeres --o ciertos grupos de mujeres—en cuanto a
acceso y control sobre los recursos y servicios necesarios para satisfacer sus necesidades. Esta desventaja opera en los
niveles micro de familia y comunidad, meso de provisión de servicios, y macro de políticas de asignación de recursos.
 Las mujeres de edad avanzada representan uno de los sectores de mayor vulnerabilidad física y económica de la sociedad.
Su mayor sobrevivencia no equivale necesariamente a una mejor salud dado que tienden a experimentar niveles más altos
de morbilidad y discapacidad que los hombres a lo largo del ciclo vital y a enfrentar más dificultades que aquéllos para
obtener la asistencia sanitaria que necesitan. Esta vulnerabilidad se asienta en factores biológicos ligados al sexo
femenino, y a una menor protección prestacional derivada de la inserción laboral desventajosa que experimentaron las
mujeres--o ciertos grupos de mujeres--a lo largo de la vida.

b. Género no equivale a ´mujer´

La naturaleza del concepto de género es eminentemente relacional, lo que significa que su centro de
interés no es la mujer per se —ni tampoco el varón-- sino las relaciones de desigualdad entre los sexos –

4
o entre los ámbitos identificados como “masculinos” y “femeninos”--en una sociedad dada, y el impacto
que tales relaciones tienen sobre la vida de las personas.

c. Características del concepto de género

Como se acaba de mencionar, el concepto de género se refiere al conjunto de símbolos, actitudes,


valores, rasgos de personalidad, atributos, responsabilidades y oportunidades que, a través de un
proceso de construcción social, diferencian y relacionan los sexos.
El eje central de esta construcción es la división por sexo del trabajo y del poder, siendo importante
notar que en ninguna sociedad las mujeres y los hombres desempeñan los mismos roles o mantienen
posiciones similares de poder. Las características principales del concepto de género son, entonces, las
siguientes (6):
 Socialmente construido: Es configurado por los sistemas y culturas en que vivimos. Los
símbolos, atributos, actitudes y conductas que conforman esta construcción son adquiridos y
aprendidos a través del proceso de socialización, y se mantienen y refuerzan por el control social
que ejercen la tradición y las instituciones.
 Relacional: Se refiere a la organización de las relaciones sociales y económicas entre los sexos
y, particularmente, a la división del trabajo y del poder marcada por esa organización.
 Jerárquico: Lejos de ser neutrales, en la mayor parte de las sociedades, las relaciones de
género tienden a atribuir mayor valor, peso y poder a los atributos y las funciones asociadas con
lo masculino.
 Mutable: Las construcciones de género cambian en el tiempo como resultado de cambios en
condiciones económicas, legales, políticas o ambientales y son, por tanto, susceptibles de
modificación mediante intervenciones.
 Contextualmente específico: Las construcciones de género varían según el grupo sociocultural
que las sustenta. Factores tales como clase social, raza, religión, capacidad funcional (física y
mental) y orientación sexual, afectan la asignación diferencial de atributos, roles y
responsabilidades según sexo, así como la forma en que los sexos se relacionan entre sí.
 Ubicuo: Las construcciones de género permean los niveles interpersonales, organizacionales,
y de las políticas. Tales construcciones son reproducidas y reforzadas por las instituciones de las
esferas privada (familia) y pública (religión, educación, trabajo, recreación política, salud, etc.).
Por consiguiente, los intentos de cambiar estas relaciones a menudo se perciben como
amenazas para la tradición y la cultura.

2. ¿Qué es igualdad de género?

El concepto de igualdad de género está ligado a las nociones de ausencia de discriminación y ejercicio de
derechos humanos. Se refiere a la igualdad entre los sexos respecto al disfrute de oportunidades,
recursos, y poder de decisión. La Organización Panamericana de la Salud indica que la igualdad de
género en el ámbito sanitario existe cuando las mujeres y los hombres se hallan en igualdad de
condiciones para ejercer plenamente sus derechos para gozar del grado máximo alcanzable de salud,
participar en las decisiones y acciones que afectan el desarrollo sanitario de su colectividad, y
beneficiarse de los resultados de ese desarrollo (7).
La igualdad entre los sexos no se logra simplemente permitiendo a tales sexos un acceso igualitario a los
recursos y servicios necesarios para la salud, así como la participación en el desarrollo sanitario. Tal tipo

5
de igualdad es solamente ‘formal´; la igualdad ´sustantiva´ exige la eliminación de las barreras
institucionales y desventajas históricas que limitan el acceso a tales recursos y servicios y la utilización
efectiva de los mismos por parte de las mujeres o los hombres –o de ciertos grupos de mujeres u
hombres. Dicho de otra manera, la igualdad de oportunidades es una condición necesaria pero no
suficiente para el logro de la igualdad de género. Tal logro precisa una atención activa a la prevención y
la erradicación de la discriminación.
La discriminación es cualquier distinción, exclusión o restricción, hecha por diversas causas, que tiene el
efecto o el propósito de dificultar o impedir el reconocimiento, disfrute o ejercicio de los derechos humanos
y las libertades fundamentales. Está relacionada con la marginación de determinados grupos de población
y por lo general, es la causa básica de las desigualdades estructurales fundamentales existentes en la
sociedad (8).

La discriminación puede ser directa o encubierta: directa, cuando los criterios para acceder a los
beneficios y servicios, utilizan explícitamente criterios de “raza, color, sexo, idioma, religión, opinión
política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, o cualquier otra
condición”; y encubierta, cuando tales criterios aparecen como “neutrales” pero en la práctica
desfavorecen a categorías particulares de raza, sexo, posición económica, origen nacional, etc. En
ambos casos, encierra una desvalorización del grupo en desventaja. Es importante subrayar que la “no
discriminación” y la “igualdad” son principios fundamentales de los derechos humanos y, por ende,
elementos decisivos del derecho a la salud.
La promoción de la igualdad de género demanda, entonces, medidas concretas destinadas a eliminar la
discriminación por sexo en el acceso a los recursos materiales y no materiales de una sociedad. Entre
tales recursos se destaca, de manera central, el poder de decisión sobre las diversas facetas de la vida.
Sin embargo, para la eliminación de la discriminación por sexo es fundamental tener en cuenta que las
formas que asume esta discriminación, se construyen y experimentan de manera diferente según el
grupo social al que pertenecen las personas. Y, también, que la convergencia de identidades marcada
por la pertenencia simultánea a ciertas categorías de orientación sexual, raza, clase social, edad,
nacionalidad, orientación sexual, nacionalidad, y capacidad funcional, entre otras, tiende a producir
formas diferentes y niveles múltiples de discriminación. En consecuencia, las medidas dirigidas a
eliminar la discriminación por sexo están inexorablemente ligadas a la eliminación de otras formas de
desigualdad.

3. ¿Qué es equidad de género y cómo se relaciona con la igualdad de género?

La equidad es un concepto ético basado en principios de justicia social y derechos humanos. La equidad
de género se refiere a la justicia en la distribución por sexo de las responsabilidades, los recursos, el
poder y los beneficios del desarrollo dentro de grupos determinados. El concepto reconoce que existen
diferencias entre los hombres y las mujeres en cuanto a necesidades, responsabilidades, acceso a
recursos y poder de decisión, y que estas diferencias deben identificarse y abordarse con el fin de
rectificar aquellas que son prevenibles y remediables y que infringen normas de derechos humanos y de
justicia (9). La equidad de género busca nivelar el terreno de oportunidades para hombres y mujeres;
es, entonces, un medio para alcanzar la igualdad de género y un instrumento esencial en el desarrollo
de políticas con una perspectiva de justicia distributiva y derechos.
Debido a las diferencias biológicas y socio culturales existentes entre mujeres y hombres, la igualdad de
género rara vez puede alcanzarse a través de criterios paritarios de asignación de recursos, servicios y
protecciones a ambos sexos. Para el logro de una igualdad sustantiva y no meramente formal se
requiere intervenir a través de una asignación diferencial de recursos, servicios y protecciones que

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privilegie a quienes experimentan mayores grados de exclusión o necesidad; y de un diseño también
diferencial de estrategias que se adapten a las características particulares de tales grupos.

¿Qué implica la equidad de género en el campo de la salud?

Valga resaltar que no todas las diferencias por sexo en salud son injustas o inequitativas. El término de
inequidad se refiere a aquellas diferencias ligadas de manera sistemática a cierta desventaja social, que
afectan adversamente la salud del grupo en desventaja (10), y violan el ejercicio de sus derechos. Las
inequidades de género pendientes de rectificación en el ámbito de salud son, entonces, aquellas
desigualdades injustas y sistemáticas entre las mujeres y los hombres--o entre ciertas categorías de
mujeres y de hombres—que tienen que ver con capacidades, oportunidades y libertades para proteger
la salud, participar en las decisiones y acciones asociadas con el desarrollo sanitario, y beneficiarse de
dicho desarrollo.
En consecuencia (11), la equidad de género…

 en la situación de salud no se refleja en tasas iguales de mortalidad y morbilidad para mujeres y


hombres, sino en la eliminación de diferencias injustas y remediables en términos de
enfermedades, lesiones y discapacidades; y en la instalación de mecanismos que garanticen a
todos los individuos y grupos el libre ejercicio de su derecho a la vida y la salud, y la presencia de
condiciones conducentes para tal ejercicio;
 en el acceso a los recursos y la atención de salud, no significa que hombres y mujeres puedan
obtener el mismo número de recursos y servicios. Implica, por el contrario, que los recursos,
incluyendo la investigación, el desarrollo de tecnologías, y los servicios médicos se asignen y
reciban diferencialmente de acuerdo con las necesidades particulares de cada sexo y contexto socio-
económico, independientemente de la capacidad de pago de quienes los demanden;
 en el financiamiento de la atención, significa que la contribución económica (directa o indirecta) al
sistema de atención que se pida a las personas, corresponda a su capacidad económica, y no a su
necesidad o riesgo relativo (según sexo, edad, situación de salud, etc.). Implica, particularmente,
que el costo de la atención a la reproducción no recaiga exclusivamente sobre las mujeres sino que
se distribuya solidariamente en la sociedad; y
 en la gestión de la salud, va más allá de la garantía de igual salario por igual trabajo en el
sector formal de la salud. Requiere una distribución justa de las responsabilidades y
compensaciones relacionadas con la provisión de servicios de atención de la salud dentro del hogar,
la comunidad, el sistema de salud, y el desarrollo de políticas1. Exige, por tanto, que el costo real de
la provisión de cuidado no remunerado de la salud en el hogar y la comunidad, sea explícitamente
confrontado y justamente distribuido entre hombres y mujeres, y entre la familia, la comunidad, el
Estado, y el Mercado (12). Requiere, adicionalmente, una participación igualitaria de mujeres y
hombres, particularmente de los sectores de más excluidos, en la toma de decisiones sobre
definición de prioridades y asignación de recursos--públicos y privados-- necesarios para asegurar la
salud.

La definición de intervenciones dirigidas a promover la igualdad de género demanda el análisis de las


intersecciones de las relaciones de género con otras relaciones de poder tales como raza, edad, clase

1
Estudios de uso del tiempo en varios continentes han demostrado que más del 80% de todos los servicios de salud son
provistos fuera de los centros de salud, en los hogares, gratuita y predominantemente por mujeres.

7
social, nacionalidad, orientación sexual, y capacidad funcional. Esto, con el propósito de determinar
tipos diferentes de opresión (o privilegio) y niveles múltiples de exclusión y, sobre esta base, adecuar
acciones y privilegiar con recursos los grupos más excluidos.

4. ¿Qué es empoderamiento y cómo se relaciona con la igualdad de género?


Empoderarse significa ampliar la habilidad de elegir estratégicamente opciones de vida en contextos
donde tal habilidad había sido previamente negada. Se refiere al proceso mediante el cual, las
personas—tanto hombres como mujeres—asumen control sobre sus vidas; esto es, amplían sus
habilidades para distinguir opciones, fijar objetivos, adquirir destrezas, construir auto confianza,
resolver problemas, desarrollar autonomía, y forjar capacidad para reconocer y reclamar derechos. El
concepto no alude al poder “sobre”, sino al poder “para” y “con”. Ocurre, por tanto, en los niveles
individual y colectivo, y no es solo un proceso, es también un resultado (9).
En el contexto de las relaciones de género, el empoderamiento conlleva la capacidad de rechazar
comportamientos estereotípicos de género, desafiar desigualdades de género, y transformar las
relaciones de género. Se aplica, por tanto, a ambos sexos pero reviste un significado particular para las
mujeres, por ser ellas quienes, histórica y a través del mundo, han sido las más marginadas del poder.
Este énfasis es consonante con el señalamiento inequívoco que hace el Comité de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales de Naciones Unidas (13) sobre la importancia de priorizar la atención a grupos
marginalizados como un objetivo principal del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales y como una obligación central de los Estados.
El empoderamiento de las mujeres es esencial para el logro de la igualdad de género, esto es, para la
rectificación de la desventaja social, económica y política experimentada históricamente por ellas. A
través de su empoderamiento, las mujeres toman conciencia de las relaciones desiguales de poder,
ganan control sobre sus vidas y alzan su voz para superar la desigualdad en el hogar, el trabajo y la
comunidad. Valga enfatizar que “otros” agentes no pueden empoderar a las mujeres; solo las mujeres
pueden empoderarse a sí mismas para tomar decisiones y hacer que su voz sea escuchada. Las
instituciones pueden, sin embargo, apoyar procesos que contribuyan a que las mujeres adquieran
conocimientos, aumenten su autonomía y fijen sus propias agendas.
Las estrategias de empoderamiento representan un pilar fundamental del enfoque de derechos
humanos. Estas estrategias se dirigen a apoyar con distintos recursos a los/las “sujetos de derecho” (o a
sus organizaciones representativas) a fin de asegurar el que éstos/as puedan reconocer y reclamar tales
derechos, ser agentes activos del desarrollo y asumir control sobre sus vidas. El enfoque de derechos
humanos enfatiza no solo los derechos sustantivos sino también el derecho de las personas a la
participación informada en los procesos de decisión que afectan sus vidas y el ejercicio de sus libertades
(14). El enfoque de derechos exige, además, que se preste atención preferencial a los grupos más
excluidos y se adopten estrategias apropiadas para eliminar las desventajas y vulnerabilidades que los
aquejan.
Pese al carácter esencial del empoderamiento de las mujeres para el logro de la igualdad de género,
esta meta no puede lograrse sin el concurso de los hombres. La transformación de las estructuras
sociales y las relaciones de poder sobre las que se asienta la desigualdad de género necesariamente
concierne a ambos sexos. Es importante subrayar que la posibilidad de ampliar el radio de opciones,
tanto por parte de las mujeres como de los hombres, beneficia a toda la sociedad.

8
5. ¿Cuál es el lugar de los hombres en la ecuación de género?

Confrontar el desbalance de poder entre los sexos implica reconocer que los hombres juegan un papel
decisivo en el mantenimiento del status quo respecto al orden de género en distintas esferas de la vida,
particularmente en aquellas que tocan los niveles altos de toma de decisiones políticas, sociales y
económicas. El logro de cambios transformativos hacia la igualdad de género demanda, entonces,
análisis y acciones que propicien cambios conducentes en las actitudes y conductas de los hombres
dentro de los ámbitos interpersonal, familiar y de la sociedad amplia.

Sin embargo, más allá de las intervenciones con hombres que redundan en beneficio de las mujeres y
lo/as hijo/as--como por ejemplo, la eliminación de la violencia contra las mujeres, el mejoramiento de la
salud materna, y el mayor involucramiento paterno en el cuidado de los hijos-- el enfoque de igualdad
de género es de particular relevancia en la identificación y manejo de las vulnerabilidades “masculinas”
que impactan negativamente la salud de los hombres mismos. Ejemplo de tales vulnerabilidades son las
expectativas culturales frente a conductas que simbolizan “virilidad y hombría”, las cuales se convierten
en determinantes decisivos de la brecha por sexo en contra de los hombres, en materia de la carga de
mortalidad y enfermedad causada por accidentes, suicidios, violencias, consumo de alcohol y drogas (5).
Es importante enfatizar que los hombres no constituyen un grupo unitario—como tampoco lo
constituyen las mujeres. El término “poder social de los hombres” es una simplificación. De lo que
realmente se trata es del “poder social de los hombres relativo a las mujeres dentro de una misma clase
o grupo social” (15). Vale notar, adicionalmente, que la jerarquía de poder de los hombres sobre las
mujeres coexiste con una elaborada jerarquía de poder de unos hombres sobre otros. Este fenómeno se
refleja en diversas masculinidades estructuradas alrededor de unas que son hegemónicas y otras que
son subordinadas.
Existe también, por supuesto, una variedad de masculinidades culturalmente específicas. La evidencia
apunta-- como en el caso de las “feminidades”—hacia cambios constantes en la definición y en el
relacionamiento de las diferentes masculinidades. Pese a tal diversidad—temporal y espacial--, existen
algunos denominadores comunes entre tales formas de masculinidad. Un factor clave que atraviesa
estas masculinidades —hegemónicas o no-- es la ecuación de “hombría” con poder, particularmente, el
poder para controlar (15).

6. ¿En qué consiste, entonces, la perspectiva de género en el campo de la salud?

Recapitulando, podría decirse entonces, que adoptar una perspectiva de igualdad de género en el
desarrollo de políticas, planes y programas sanitarios implica identificar, analizar y actuar sobre las
desigualdades en salud derivadas de la interacción e intersección de las diferencias de sexo-género con
otras formas de desigualdad, tales como clase social, origen étnico, edad, y capacidad funcional.
Elementos clave de esta perspectiva son los siguientes:
El centro de interés se dirige a las relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres, su
interacción con otras relaciones de poder, y el impacto de tales relaciones desiguales sobre la situación
de salud y los procesos de gestión de la salud en un grupo poblacional dado.
Los énfasis se dirigen a:
 Considerar el efecto de las diferencias de sexo y género--en interacción con otras desigualdades
socioculturales—sobre la exposición a riesgos y sobre las vulnerabilidades a enfermedades,
accidentes y violencias. Esta consideraci’on alude tambi’en a la investigaci’on

9
 Identificar el impacto de las relaciones desiguales de género--en interacción con otras desigualdades
de poder--sobre el acceso a recursos y servicios necesarios para proteger la salud, las capacidades
para enfrentar las consecuencias de la mala salud, y el poder de decisión sobre factores que afectan
la propia salud, la de la familia y la de la colectividad.
 Determinar la distribución desigual del trabajo, los recursos y el poder, no solo en el nivel
comunitario, sino de manera particular, dentro del hogar. En otras palabras, no tomar el hogar como
unidad mínima de análisis e intervención.
 Considerar la posición diferencial de mujeres y hombres frente a los servicios de salud, desde su
doble papel de consumidores/as y proveedores/as. Esto exige notar, por un lado, que las mujeres
tienen una mayor necesidad de servicios de salud que los hombres y tienden, por tanto, a ser las
mayores consumidoras de tales servicios; y por el otro, que ellas asumen la mayor carga de cuidado
en relación con la salud y la enfermedad de los miembros del hogar, y son mayoría dentro de los
proveedores de atención en el sector formal de la salud, al tiempo que representan una minoría en
los niveles de decisión de dicho sector.
 Ponderar la interdependencia de las esferas formal e informal del cuidado, notando que las políticas
que reducen los servicios de cuidado formal aumentan la carga de cuidado informal realizado
predominantemente por mujeres.
 Identificar y responder a las necesidades particulares de los sexos, considerando la diversidad del
contexto sociocultural que define múltiples identidades y relaciones de género, y priorizando los
grupos en mayor desventaja.
 Fortalecer las capacidades de dos tipos de actores: (i) los actores obligados a hacer realidad los
derechos relacionados con la salud, a fin de dichos actores cumplan efectivamente su obligación; y
(ii) los/las titulares de derechos-- particularmente de quienes experimentan exclusión,
subordinación o desventaja--, a fin de catalizar el empoderamiento que les permita identificar estos
derechos y reclamar su realización.
 Mantener como principio orientador del análisis y la acción, la transformación de las relaciones
desiguales de género para el logro de la igualdad de género.

II. El significado de la estrategia de integración transversal de género


La definición oficial de esta estrategia, establecida por el Consejo Social y Económico de las Naciones
Unidas (1997) y adoptada por todas las agencias del sistema, es la siguiente:
“Transversalizar una perspectiva de género es el proceso de determinar las implicaciones para las mujeres
y los hombres de cualquier acción planificada, incluyendo legislación, políticas o programas, en cualquier
área y en todos los niveles. Es una estrategia para hacer que las preocupaciones y experiencias, tanto de
las mujeres como de los hombres, se constituyan en dimensión integral del diseño, la ejecución, el
monitoreo y la evaluación de las políticas y los programas en todas las esferas políticas, económicas y
sociales a fin de que las mujeres y los hombres se beneficien por igual y la desigualdad no se perpetúe. La
meta última es lograr la igualdad de género”
E.1997.L.30.Para.4. Adoptado por ECOSOC 17.7.97

La integración transversal de género en políticas, planes y programas no significa, entonces, añadir un


“componente de mujer”, ni tampoco un “componente de igualdad de género” a una actividad
existente. Significa, en cambio,
a. colocar los temas de igualdad de género en el centro mismo de las decisiones sobre políticas,
planes, presupuestos, estructuras y procesos institucionales; y
b. colocar las mujeres y los hombres en posiciones equitativas de decisión respecto a los
procesos de formulación de políticas, diseño programático, y asignación de recursos.

10
Lo anterior se aplica tanto, a las acciones en el campo, como a la cultura interna de las organizaciones
implicadas. En consecuencia,
“La integración transversal de género puede revelar la necesidad de cambios en las metas, estrategias y
acciones [de políticas, planes y programas] con miras a asegurar que tanto las mujeres como los hombres
puedan influir, participar y beneficiarse de los procesos de desarrollo. Y puede requerir, también, cambios
en las organizaciones mismas--estructuras, procedimientos y culturas—a fin de crear ambientes
organizacionales que sean conducentes a la igualdad de género” (16).
La igualdad de género, vale reiterarlo, es la meta de las estrategias de integración transversal del
enfoque de igualdad de género. La igualdad de género, en su calidad de derecho, constituye un fin en sí
mismo y es también un requisito para el ejercicio de otros derechos en el ámbito de la salud.

Figura 1 - La equidad de género y el empoderamiento de las mujeres son


componentes básicos de la integración transversal de género, y medios
esenciales para el logro de la Igualdad de Género como Derecho Humano

Universalidad de los Derechos Humanos



Igualdad de Género

 
Equidad Empoderamiento
de Género de las mujeres
 
Transversalización de género:
Estrategia para el cambio
transformador

La equidad de género en el desarrollo de políticas, junto con el empoderamiento de las mujeres y los
hombres (particularmente de las mujeres) para que superen exclusiones y reclamen sus derechos,
constituyen medios esenciales para el logro de la meta de igualdad de género (ver Figura 1). Uno y otro
medio deben formar parte integral y simbiótica de las estrategias de integración transversal de género
que apuntan a rectificar y transformar las relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres.

¿Transformación o adaptación?
El énfasis puesto en “transformador” responde a la importancia de resaltar la distinción conceptual
entre tal tipo de enfoque y otros abordajes (17, 18) que también reconocen y responden a la existencia
de desigualdades de género. En este sentido, pueden distinguirse tres grandes tipos de estrategias,
según si éstas buscan:

a. Transformar las relaciones de género hacia la igualdad, intentando activamente examinar,


cuestionar y cambiar patrones rígidos de desigualdad en la distribución del trabajo, los recursos y el
poder entre los sexos en las esferas privada y pública. En otras palabras, las estrategias
transformadoras apuntarían, no solo a satisfacer las necesidades inmediatas de cada sexo sino,
también, a cambiar las relaciones, instituciones y estructuras sociales que fundamentan las

11
desigualdades de género en el ejercicio de derechos. Ejemplos de este tipo de estrategias serían los
programas dirigidos a niños y hombres para promover un mayor involucramiento masculino en el
cuidado cotidiano de los hijos, así como los encaminados a eliminar la violencia en contra de las
mujeres.
b. Acomodarse a tales desigualdades o, incluso, compensar sus consecuencias, pero sin intentar
cambiar las normas o estructuras que las perpetúan. Ejemplo: provisión de servicios de guardería en
los lugares de trabajo de las mujeres.
c. Explotar estas desigualdades (llegando en algunos casos a exacerbarlas) para el logro de objetivos
programáticos. Ejemplo: programas de salud que instrumentalizan el rol tradicional de las mujeres
para fines de la provisión de atención a la población infantil, discapacitada, y de edad mayor, sin que
paralelamente intenten responder a las necesidades particulares de estas cuidadoras no
remuneradas.
Esta distinción señala la importancia de notar que no toda “perspectiva de género” constituye una
perspectiva de igualdad de género. Y al mismo tiempo es necesario advertir que en la práctica, una
estrategia de integración transversal de igualdad de género tiende a incluir elementos de acomodación y
transformación; y que algunos programas innovadores han podido acomodarse a las normas de género
para lograr resultados en el corto plazo, al mismo tiempo que han iniciado esfuerzos paralelos para
cambiar las normas de género en el largo plazo. En situaciones donde las desigualdades de género están
profundamente arraigadas, los enfoques de acomodación pueden constituir un punto de entrada para
acciones afirmativas en pro de la igualdad de género. Estas acciones, además, permiten a las mujeres y
los/as niños/as experimentar ciertos beneficios de manera inmediata sin tener que esperar a que
ocurran transformaciones en las relaciones de género. Debe subrayarse, no obstante, que aunque los
cambios hacia relaciones de género más igualitarias tienden a desarrollarse lentamente, los mismos
tienen mayores probabilidades de atraer beneficios sostenibles en el largo plazo, tanto para las mujeres
como para los hombres.
¿Acciones para un solo sexo o para la población en su conjunto?
El énfasis en lo transversal no excluye acciones dirigidas específicamente a grupos de mujeres, o de
hombres, siempre que estas acciones tengan como fin la corrección de desigualdades severas por
razones de sexo. Ambos tipos de acciones—las generales para la población y las específicas para uno de
estos grupos deben determinarse sobre la base de un análisis amplio de género que determine riesgos,
vulnerabilidades, exclusiones, necesidades, y capacidades particulares de estos grupos en contextos
específicos. Las acciones particulares de tipo afirmativo para uno de estos grupos deben ser temporales,
y guiadas por el interés de nivelar el terreno para los distintos grupos. Un propósito de las acciones
específicas con mujeres puede, por ejemplo, ser el de crear una masa crítica que haga posible el que su
voz sea oída a través de la fijación de cuotas electorales o de reclutamiento en los niveles de decisión de
la comunidad y del sector salud. Las acciones específicas con hombres se encaminarían al
involucramiento de éstos en ciertos esfuerzos dirigidos al logro de la igualdad de género en salud tales
como: el incremento de las responsabilidades masculinas en el cuidado no remunerado de la salud
dentro del hogar, incluyendo la atención cotidiana de los/as hijo/as y de los padres envejecidos; la
eliminación de la violencia contra las mujeres dentro y fuera del hogar; y el manejo de ciertas conductas
de riesgo que afectan la propia salud.

12
III. Del enfoque de “Mujer y Desarrollo” al de “Igualdad de Género en
el Desarrollo”

El enfoque o perspectiva de Igualdad de Género arriba descrito ha sido el producto de una evolución
gradual iniciada en los años setenta. El Año Internacional de la Mujer (1975) y la Década Internacional
de la Mujer (1976-1985) de las Naciones Unidas marcaron el establecimiento de Ministerios de la Mujer
en muchos países, así como la adopción de las políticas de Mujer y Desarrollo (Women in Development
WID) por parte de las agencias donantes, los gobiernos y las ONG. La estrategia de integración
transversal de la perspectiva de igualdad de género surgió como resultado de la experiencia adquirida
durante las últimas tres décadas en relación con los esfuerzos dirigidos a comprender y mejorar la
posición de las mujeres. Elementos clave de esta experiencia han sido: primero, un viraje en la
comprensión del problema; segundo, el reconocimiento de la igualdad de género como dimensión
integral de los objetivos de desarrollo; y, tercero, la toma de conciencia del hecho de que los enfoques
anteriores no estaban conduciendo a cambios reales en la posición de las mujeres ni tampoco, a la
igualdad de género.
Los abordajes iniciales de los años setenta y ochenta con respecto a la posición de desventaja femenina
tendieron a circunscribirse a las mujeres y sus carencias. La suposición implícita de estos enfoques era la
de que el problema descansaba en las mujeres y, por tanto, eran ellas quienes necesitaban cambiar
para poder beneficiarse del desarrollo. Asociada a tales enfoques estaba la idea que las mujeres habían
quedado “por fuera” del desarrollo y que, por tanto, era necesario “integrarlas” a ese proceso.
En reacción a este tipo de enfoque, emergió el argumento de que las mujeres, lejos de haberse quedado
´por fuera´ del desarrollo, estaban plenamente integradas dentro del mismo, y que su trabajo-- tanto en
el mercado como en el hogar-- era crítico para el sostenimiento de la economía. El problema, por
tanto, no residía en una falta de integración al desarrollo, sino en los términos desiguales de esa
integración y en los procesos e instituciones que reforzaban esa desigualdad. Consecuentemente, en
lugar de enfocar aisladamente a las mujeres era necesario considerar el contexto amplio de sus vidas en
la familia, la economía y la sociedad; así como también, la manera en que las sociedades y las
instituciones reproducían, con sus valores y prácticas, la desigualdad entre mujeres y hombres. El
análisis y las intervenciones pasaron a centrarse, entonces, en la división por sexo del trabajo y del
poder, con el objetivo claro de reducir las desigualdades de género.
Subsecuentes conferencias internacionales en las áreas de población, derechos humanos, ambiente y
mujer contribuyeron a generar un consenso entre los estados miembros de Naciones Unidas respecto a
la relación simbiótica existente entre la igualdad de género y el desarrollo. La Cuarta Conferencia
Mundial sobre la Mujer (FWCW), celebrada en Beijing en 1995, marcó un hito histórico en cuanto al
viraje del discurso desde un enfoque de Mujer en el Desarrollo (WID, en inglés) hacia uno de Género y
Desarrollo (GAD, en inglés). El uso del concepto de “transversalización de género” (Gender
Mainstreaming) pasó también a generalizarse como resultado de la adopción oficial de la `Plataforma
de Acción de Beijing` al cierre de esta Conferencia. Quince años más tarde, la Declaración del Milenio
de las Naciones Unidas (2000) vino a apuntalar críticamente esta posición, al proclamar La Igualdad de
Género y el Empoderamiento de las Mujeres, no solo como uno de los ocho `Objetivos de Desarrollo del
Milenio`, sino también, como requisito necesario para el logro de los otros siete Objetivos.
Los efectos de estos acuerdos dentro de la comunidad internacional, en combinación con, por un lado,
la presión política ejercida por el movimiento mundial de mujeres y otros adalides de la igualdad de
género; y, por el otro, el reconocimiento de que las estrategias utilizadas para avanzar la igualdad de

13
género no habían sido eficaces, trajeron como consecuencia un énfasis renovado dentro de las
Naciones Unidas respecto a las siguientes orientaciones:
 actuar sobre la ´corriente central´ de las ideologías, las políticas y las prácticas institucionales,
más bien que añadir al margen actividades para las mujeres;
 plantear la igualdad de género como objetivo de acción, más bien que el logro de cambios en la
situación de las mujeres per se;
 dirigir las acciones, no solo a satisfacer las necesidades propias de cada sexo, sino también, y a
través de esta atención, a promover la igualdad de género.
 incorporar analítica y operativamente la diversidad de las relaciones de género, desarrollando
enfoques que aborden de manera específica las intersecciones de género con clase
socioeconómica, edad, raza/etnia, nacionalidad, discapacidad, orientación sexual, etc.;
 identificar las diferencias de género con propósitos, no solo de eficiencia en el logro de objetivos
programáticos sino, también, de eliminación de discriminaciones y de promoción de la
universalidad en el ejercicio de los Derechos Humanos;
 prestar mayor atención a las organizaciones de mujeres y al momentum de cambio en los países;
 acentuar el énfasis sobre los hombres y su rol en la creación de una sociedad más igualitaria; y
 propiciar un abordaje integral en el nivel organizacional que incluya reordenamiento,
mejoramiento y evaluación de procesos con miras a que la perspectiva de igualdad de género
sea incorporada por los respectivos actores en todas las políticas, estrategias e intervenciones
para el desarrollo; y en todos los niveles y las etapas de acción.
Más allá del desplazamiento del centro de atención desde “Mujer en el Desarrollo” hacia “Género y
Desarrollo”, un cambio crítico operado dentro de la comunidad internacional--en particular del sistema
de Naciones Unidas-- fue el de comenzar a asumirse la igualdad de género como problema de desarrollo
y, más aún, como asunto de derechos humanos. La adopción de un enfoque de derechos frente al
desarrollo significó un reconocimiento, al menos formal, de que las mujeres y los hombres poseen
iguales derechos para participar y beneficiarse del proceso de desarrollo; y que los estados tienen la
obligación de convertir tal igualdad en realidad. En este contexto, la igualdad de género y la no-
discriminación por sexo pasaron a considerarse como derechos humanos fundamentales en varios
instrumentos legales y declaraciones internacionales y, en tal calidad, a ser consagradas en la mayoría
de las constituciones nacionales.
Pese a la importancia de estos avances formales, es claro que resta un largo trecho por recorrer para
que estas declaraciones se traduzcan en logros sustantivos para la población de los países, e incluso,
para que permeen las políticas, programas y prácticas institucionales de las agencias de cooperación
internacional. Cabe subrayar, adicionalmente que tales avances, pese a su amplia y creciente difusión,
no cubren todavía el amplio espectro de las estrategias nacionales e internacionales con respecto a la
identificación y tratamiento de las diferencias de género. De hecho, un número importante de políticas y
programas tanto nacionales como internacionales, continúan ignorando las implicaciones y posibles
impactos de género de sus acciones. Más aún, incluso en las instancias en que se reconoce la existencia
y las consecuencias de las desigualdades de género, las respuestas a estas desigualdades no siempre
resultan congruentes con los valores y objetivos arriba descritos, de igualdad, equidad,
empoderamiento y ejercicio de derechos.

14
IV. La relevancia del género como determinante social de las
desigualdades en salud

Los determinantes sociales de la salud se refieren a las condiciones sociales en las cuales las personas
viven y trabajan. Su interés se centra, no en los factores de riesgo individual, sino en los patrones
sociales que estructuran las oportunidades de las personas para disfrutar el nivel más alto posible de
salud; y paralelamente, en los factores que contribuyen a que las personas permanezcan sanas, más
bien que en aquellos que las ayudan en caso de enfermedad (19). La Figura 2 ilustra, dentro de un marco
simplificado, las principales categorías relacionadas con los determinantes sociales de la salud.

1. Los determinantes estructurales e intermedios

En línea con la posición de la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud de OMS, es útil distinguir
entre determinantes estructurales y determinantes intermedios (ver Figura 2).

Figura 2
Marco de los determinantes sociales de la salud (OMS)1

CONSECUENCIAS
DIFERENCIALES DE LA MALA SALUD SISTEMA
SISTEMA
DE
Religión, sistema social, cultura, derechos humanos,

Programas de asistencia social: Enfermedad


Enfermedad DE SALUD
SALUD
Recuperación o mantenimiento yy
mercado laboral, sistema de educación

delSituación
status social
social
CONTEXTOSOCIOPOLÍTICO

discapacidad
discapacidad
SOCIOPOLÍTCO T

ESTRATIFICACIÓN SOCIAL
ESTRATIFICACIÓN DIFERENCIAS
DIFERENCIASEN
ENLAEXPOSICIÓN
EXPOSICIÓN IMPACTO
SOCIAL DIFERENCIAS EN VULNERABILIDAD
LA VULNERABILIDAD
Servicios
Servicio
EFECTO

personales
personal yy
CONTEXTO

•Orientación
Ingresos Sexualidad •Condiciones de vida
-Condiciones de vida nono
personales
personal
Tipo de
ENDE

Educación Género
sexual •Condiciones
-Condiciones de trabajo
de trabajo
intervenciones: ej., en
•Género
Grupo étnico •Disponibilidad
- de alimentos
LALA

•.-Grupos vulnerables
( racismo)
•Grupo étnico •Barreras
- para la adopción de . infancia temprana) enfermedades
.
(ej.
SALUD

comportamientos . •Selectiva
•Zona geográfica prioritarias
SALUD

. la salud •Zona;
(ej.,por ej.,
asentamientos
Cohesión social relacionados con seento humano
rurales)
(Exclusión social)

Posición social
DETERMINANTES Exposición específica
de la posición social
SOCIALES DETERMINANTES SOCIALES
"ESTRUCTURALES"
“ESTRUCTURALES” “INTERMEDIARIOS”

Globalización

Adoptado por la Comisión sobre los Determinantes Sociales de la Salud de la OMS, y derivado de: Reducing inequalities in
health a European Perspective, J. Mackenbach, M Bakker 2002; Generating evidence on interventions to reduce
inequalities in Health: the Duch case, K. Stronks Scand J Public Health 30 Suppl. 59 ; Evans T., Whitehead M.,
Diderischsen F., Bhuiya A., Wirth M. Challenging inequities in health from ethics to action, Oxford University Press 2001.

Los determinantes estructurales, o determinantes sociales de las desigualdades en salud se refieren a


los mecanismos socioeconómicos de estratificación que configuran las oportunidades de salud de los
grupos sociales con base en la ubicación de las personas dentro de jerarquías de poder, prestigio y
acceso a recursos. Estos determinantes estructurales incluyen las categorías estratificadoras de ingreso,
educación, ocupación, clase social, género, raza/etnia y orientación sexual. Los determinantes
intermedios fluyen de la configuración de la estratificación social y producen diferenciales en cuanto a
exposición y vulnerabilidad a las condiciones que afectan la salud, y a consecuencias para la vida de las

15
personas. Dentro de este tipo de determinantes se destacan las condiciones de vivienda, trabajo y
seguridad alimentaria; las barreras para la adopción de estilos de vida saludables, y el sistema mismo de
salud (19).
El sistema de salud debe entenderse, entonces, como un determinante intermedio. Su rol, a través del
factor acceso, se torna particularmente relevante dada la relación de dicho factor con los diferenciales
de exposición y vulnerabilidad; en tal sentido, su rol se conecta estrechamente con los modelos de
organización para la provisión de servicios personales y no personales. Nótese, no obstante, que el
sistema de salud afecta tales diferenciales, no solo a través de cambios en el acceso, sino también,
mediante la promoción de acción intersectorial encaminada a mejorar la situación de salud, como sería
el caso, por ejemplo, de programas de suplementación alimentaria. Otro aspecto importante del rol del
sistema de salud es el de su mediación con respecto a las consecuencias diferenciales de la enfermedad
y la discapacidad para la vida de las personas; en este sentido, el sistema de salud tiene las funciones
de prevenir que los problemas de salud conduzcan a un deterioro de la posición social de las personas, y
la de facilitar la reintegración social de las personas enfermas (19).

2. El contexto socio-político

Se refiere al espectro de factores en una sociedad que no pueden ser medidos al nivel individual e
incluye los mecanismos políticos y sociales que generan, configuran y mantienen las jerarquías sociales.
Entre éstos figuran el mercado de trabajo, el sistema educativo y las instituciones políticas cada uno de
los cuales ejercen distintos tipos y grados de influencia según la sociedad en que operan. De manera
creciente, las instituciones y los procesos globales están influyendo sobre los contextos sociopolíticos de
todos los países, en muchos casos restringiendo la autonomía de los actores nacionales, incluyendo los
Estados. Los acuerdos internacionales sobre comercio, comunicación, servicios, así como otros
fenómenos asociados con la globalización, directamente afectan los determinantes de la salud en varios
niveles, extendiendo su influencia de manera transversal sobre la salud.

3. Género como determinante de desigualdad en salud

Dentro del esquema descrito, género se destaca como un determinante estructural de las desigualdades
en salud, constituyendo uno de los ejes primarios alrededor de los cuales se organiza la vida social.
Género–junto con clase social, raza/etnia, y orientación sexual-- ocupa un lugar central en el nivel
macro de asignación y distribución de recursos, beneficios, prestigio y poder dentro de una sociedad
jerárquica, configurando oportunidades diferenciales para el logro y mantenimiento del nivel máximo
posible de salud.
La relevancia de género en el nivel macro radica particularmente en su función articuladora de dos
dimensiones complementarias de la economía. Así, la división por sexo del trabajo y el poder asegura,
por un lado, la existencia de una esfera no remunerada cubierta principalmente por mujeres donde la
fuerza de trabajo se reproduce y es puesta en circulación (trabajo reproductivo); y, por el otro,
condiciona, las alternativas en el ámbito del trabajo remunerado (trabajo productivo). La
representación desproporcionada de las mujeres en los sectores de pobreza tiene sus raíces en dos
factores principales: primero, la preeminencia que la sociedad asigna al rol reproductivo en la vida de las
mujeres, preeminencia ésta que limita las oportunidades de las mujeres para participar en la esfera
productiva; y, segundo, más importante aún, la desvalorización social del trabajo “femenino” tanto en
el hogar como en el mercado laboral.

16
La división por sexo del trabajo y el poder marca claras desigualdades entre hombres y mujeres—o entre
ciertos grupos de hombres y mujeres—en cuanto a oportunidades, capacidades, compensaciones y
libertades para proteger su propio bienestar, el de sus familias y el de sus colectividades. Así, las
desigualdades de género en materia de poder se traducen en diferenciales de acceso y control sobre los
recursos de salud dentro y fuera de la esfera doméstica; en desigualdades en la distribución del trabajo y
sus beneficios dentro del hogar y en los niveles formal e informal del sector salud; y en sesgos de género
que permean los contenidos y procesos de la investigación en salud.
Los efectos que sobre la salud ejercen las relaciones desiguales de poder entre los sexos pueden ser
inmediatos y brutales, p.e., agresión física, violencia doméstica, y violación sexual; o indirectos y menos
visibles, cuando la desventaja en el acceso y el control sobre los recursos (materiales y no materiales),
junto con expectativas culturales estereotípicas, aumentan la exposición a riesgos y la vulnerabilidad
para enfrentarlos (19). Las consecuencias negativas de la desigualdad de poder en las relaciones de
género, sin embargo, no se limitan a las mujeres. Tal tipo de desigualdad, como ya se mencionó, ejerce
también un efecto adverso sobre la salud y la supervivencia masculinas. En efecto, las ventajas tangibles
de poder, prestigio y control a favor de los hombres no vienen sin un costo para su propia salud física y
emocional; este costo se traduce en reducciones de la longevidad asociadas con presiones culturales
hacia conductas de riesgo y agresividad, así como renuencia en la búsqueda oportuna de atención (20).
La influencia de género como determinante de desigualdad en el campo de la salud se marca, también,
claramente en la distribución de responsabilidades, jerarquías y compensaciones relacionadas con la
provisión de servicios de atención de la salud dentro del hogar, la comunidad, y el sistema formal de
salud. Así, el trabajo de provisión de atención de salud es desempeñado mayoritariamente por mujeres,
concentrándose, en el caso del sector formal, en los niveles de menor remuneración, prestigio y poder,
y realizándose gratuitamente en la comunidad y el hogar, como una extensión del rol doméstico
femenino. Ningún planificador realista puede permitirse el lujo de ignorar la contribución del cuidado
no remunerado de la salud--realizado predominantemente por mujeres--al funcionamiento y
financiamiento del sistema de atención, particularmente cuando esta contribución representa más del
80% de toda la atención (21).
La presencia de denominadores comunes a través de grupos no debe oscurecer, sin embargo, las
profundas variaciones que existen entre las mujeres y entre los hombres pertenecientes a distintas
categorías etarias, culturales y socioeconómicas. Una consideración esencial en este contexto, es la
necesidad de identificar y responder a las intersecciones entre los determinantes de género y otros
ejes de estratificación tales como clase social, raza/etnia, orientación sexual, y discapacidad,
intersecciones éstas que configuran múltiples identidades de género y que conducen a formas distintas
de discriminación y privilegio.

17
V. El valor agregado de la integración transversal de género en
políticas, planes y programas

Un análisis de la situación y la gestión de salud que no integre la dimensión de género no puede dar
cuenta cabal de las desigualdades en estas áreas. Adicionalmente, desde una perspectiva de justicia
social y derechos humanos, no es de ninguna manera suficiente ni coherente enfrentar las
desigualdades entre grupos económicos, étnicos, o geográficos sin que paralelamente se aborden
dentro de tales grupos y dentro de los hogares, las desigualdades injustas entre hombres y mujeres.
La perspectiva de género identifica, analiza y actúa sobre las desigualdades en salud que se derivan de
los roles y atributos adscritos socialmente a cada sexo, y particularmente, de las relaciones desiguales
de poder entre los sexos. Estas relaciones, en interacción con otras desigualdades de poder, tales como
estatus socioeconómico, edad, etnia, orientación sexual, y capacidad funcional, pueden crear, mantener
o exacerbar la exposición a factores de riesgo y las vulnerabilidades sociales que ponen en peligro la
salud y el bienestar; afectar el acceso y el control sobre los recursos y servicios necesarios para
promover y proteger la salud y el bienestar; y afectar la justicia, efectividad y eficiencia de la distribución
de responsabilidades y compensaciones relacionadas con la provisión de servicios de atención de la
salud dentro del hogar, la comunidad, el sistema de salud, y el campo de las políticas nacionales. La
integración de una perspectiva de género en las políticas, planes y programas contribuye al logro de
objetivos de justicia e igualdad, y eficiencia y sostenibilidad de las intervenciones.
Contribuye a la justicia y la igualdad de derechos: En una sociedad democrática basada en principios de
igualdad, todas las personas tienen derecho a procurar el nivel más alto posible de salud. Los estados
signatarios de tratados internacionales de derechos humanos, las agencias internacionales y otras
organizaciones están obligados a honrar el cumplimiento de compromisos que establecen la igualdad de
género como principio fundamental. Los Estados, particularmente, tienen el imperativo de eliminar las
barreras existentes para el logro del nivel más alto posible de salud para toda la población, y muchas de
estas barreras surgen de factores de género. Si en la programación en salud no se reconocen y abordan
las desigualdades de género en la salud y en la atención, tal omisión puede causar un refuerzo e, incluso,
una exacerbación de dichas desigualdades.
Contribuye a la eficiencia y la sostenibilidad de las intervenciones: Si los determinantes de la salud
basados en género no reciben una consideración apropiada, las políticas de promoción de la salud
corren el riesgo de ser ineficientes. Como bien lo destaca la Declaración del Milenio, la igualdad de
género y el empoderamiento de las mujeres, no solo representan un objetivo en sí mismo, sino que
constituyen un prerrequisito para el logro efectivo y sostenible de los otros siete objetivos de desarrollo,
entre los que se destacan la reducción de la mortalidad materna e infantil, y el freno a la propagación
del VIH y otras enfermedades.

“…más allá del examen de la situación de ventaja o desventaja de las mujeres o los hombres, es
necesario analizar el contraste entre los esfuerzos y los sacrificios hechos por las mujeres y los hombres,
y las compensaciones y los beneficios que unas y otros obtienen. Establecer este contraste es
importante para una mejor comprensión de la injusticia de género en el mundo contemporáneo… La
naturaleza altamente demandante de los esfuerzos y las contribuciones de las mujeres, sin
recompensas proporcionales, es un tema particularmente importante de identificar y explorar” (22).

18
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