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SALUD Y GÉNERO

Podemos entender a la salud como una construcción relativa a cada momento histórico y
determinado por las diferentes culturas. Es un proceso dinámico que se va reflejando en
nuestras acciones y nos acerca a la salud o enfermedad dependiendo del modo en que
cuidamos nuestra vida. En cierto punto, la salud genera posiciones sociales ya que muchos
modelos de salud se analizaron teniendo en cuenta determinantes como el sexo, la cultura, el
grupo étnico, edad, nivel económico y social, tiempo, etc. Los determinantes sociales de la
salud, es decir, las circunstancias en que las personas nacen crecen, trabajan y envejecen, y es
necesario que en este análisis se incluya la perspectiva de género, la cual en la actualidad
todavía está tratando de implementarse. Al integrar la perspectiva de género asumimos una
posición ética y política reconociendo las relaciones de poder que existen entre los géneros
generalmente favoreciendo a los hombres y discriminando a las mujeres y otras identidades de
género. Estas relaciones de poder se encuentran “naturalizadas” y perciben al cuerpo humano
de una forma biologicista y esencialista que no reconoce posibilidad de cambio. En cambio, la
perspectiva de género intenta desnaturalizar las cuestiones que fueron construidas social e
históricamente para poder tomar conciencia y analizar las diferencias sociales y violencias,
haciendo las preguntas necesarias y correctas, sin presuponer cosas. El sexo reúne las
características biológicas de las personas, las cuales no se cambian, brindan las diferencias
fisiológicas para distinguir entre hombres y mujeres, junto con la capacidad de reproducirse, y
todo esto es transmitido genéticamente. A diferencia del sexo, el género es cultural y
construido en base a las relaciones de las personas, soliendo reflejar la distribución de poder.
Esto presenta relaciones desiguales, estigmatización, discriminación y exclusión social,
adecuándose al momento sociocultural e histórico ya que es un proceso dinámico. La identidad
de género representa la vivencia interna del género tal como cada persona la siente y puede
coincidir o no con el sexo asignado al nacer, y como ya mencionado, genera distintas posiciones
y relaciones de poder en la sociedad e inequidades en salud, es decir, las diferencias en salud
innecesarias, injustas (ya que colocan un grupo social en desventaja) y evitables. Junto a los
aspectos mencionados, es necesario considerar la orientación sexual de las personas, lo que
significa la capacidad de sentir atracción afectiva, sexual y emocional por otras personas, ya
sean del mismo, diferente o varios géneros. Esto constituye a la base de desarrollo para una
óptima y apropiada consejería. En la Argentina contamos con la Ley de Identidad de Género, la
cual reconoce que todas las personas tienen derecho al reconocimiento de su identidad de
género y el desarrollo libre de su persona conforme a su identidad de género. Además,
distingue el acceso integral a la salud, un Programa Médico Obligatorio que incluya los
tratamientos médicos para la adecuación corporal a la expresión de género y que garantice
cobertura de las prácticas en el sistema de salud impidiendo la patologización y discriminación.
Resulta esencial tener perspectiva de género ya que la salud debe ser integral, garantizando
acceso para todas las personas, teniendo una visión crítica sobre las prácticas y aplicando un
enfoque interdisciplinario e intersectorial y basado en los derechos humanos, no solo
considerando el sexo, el cual puede indicar diferentes factores de riesgo, sino también el
género. Para que esto se cumpla es importante la capacitación y corresponsabilidad del equipo
de salud.

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