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La
solemne
inauguración
El
concilio
de
Nicea
tuvo
lugar
en
el
salón
principal
del
palacio
imperial,
contra
la
costumbre
que
luego
se
impuso
de
celebrarlos
en
alguna
catedral.
El
hecho
de
tener
a
los
obispos
en
“su”
palacio
debió
permitir
a
Constantino
sentirse
1 Tema
extraído
de
I.
ORTIZ
DE
URBINA,
Nicea
y
Constantinopla
[Col.
Historia
de
los
Concilios
Ecuménicos
1],
Ed.
Eset
(Vitoria
1969)
pp.
54-‐118
1
aún
más
el
dueño
de
la
situación.
Eusebio
se
complace
en
darnos
los
detalles
de
la
primera
sesión
como
si
fuera
un
cronista
imperial
(Texto
VI).
Es
indudable
que
Constantino
tuvo
la
presidencia
de
honor
del
concilio,
por
lo
menos
en
las
sesiones
que
resolvieron
la
disputa
arriana
y
el
conflicto
sobre
la
fecha
pascual.
Si
muchos
firmaron
el
símbolo,
fue
sin
duda
por
no
disgustar
al
admirado
y
temido
emperador.
Bajo
el
punto
de
vista
eclesiástico
la
presidencia
debió
tenerla
Osio
que
representaba
la
sede
romana.
2
Los
elementos
modernos
incluidos
por
los
padres
del
concilio,
son:
• “es
decir,
de
la
sustancia
del
Padre”.
• “engendrado,
que
no
hecho,
consustancial
al
Padre“.
El
símbolo
de
Nicea
no
es
una
fórmula
redactada
ex
novo,
sino
más
bien
una
reedición
corregida
y
aumentada
del
símbolo
de
Cesarea.
3
ousi,a
y
tres
u`posta,sij”.
Pero
en
Nicea
estamos
aún
a
muchos
años
de
distancia
de
tan
necesaria
estabilización
del
diccionario
teológico.
En
el
símbolo
niceno
los
artículos
están
ligados
entre
sí
con
trabazón
lógica
y
forman
una
serie
gradual
y
deductiva.
Es
Hijo;
luego
es
engendrado.
Es
engendrado;
luego
proviene
de
la
esencia
misma
del
Padre.
Ahora
daremos
otro
paso:
proviene
de
la
esencia
misma
del
Padre,
luego
no
tiene
esencia
diversa
de
la
suya.
Todo
hijo
recibe
la
naturaleza
misma
del
padre
que
lo
engendra.
Del
padre
hombre
nace
un
hijo
hombre.
Del
padre
león
nace
un
hijo
león.
En
las
frases
que
nos
ocupan
se
afirma
con
todo
aplomo
y
sin
equívocos
la
absoluta
y
clara
divinidad
del
Verbo.
Su
naturaleza
es
tan
divina
como
la
del
Padre.
2 Posteriormente, hicieron notar San Atanasio y San Basilio que allí hablaba la Sabiduría ya encarnada, pues
desde
la
Encarnación
es
camino
que
une
al
Padre
con
el
género
humano.
Ahora
bien,
el
Hijo
hecho
hombre
se
dice
“creado”
por
motivo
de
su
humanidad
efectivamente
creada.
4
que
“en
el
principio
existía
el
Verbo”
y
“estaba
junto
al
Padre”,
con
lo
que
se
negaba
cualquier
intervalo
o
distancia
entre
el
Padre
y
su
Hijo.
La
segunda,
que
todo
fue
hecho
por
el
Verbo.
Luego
el
Verbo
no
está
entre
las
cosas
creadas.
Que
el
Verbo,
siendo
criatura
para
Arrio,
fuera
también
de
naturaleza
mudable
y
que
pudiera
obrar
tanto
el
bien
como
el
mal,
era
conforme
a
la
lógica.
Pretendía
salir
del
paso
haciendo
del
Verbo
Encarnado
una
persona
santísima
fiel
a
la
voluntad
del
Padre,
que
mereció
la
salvación
para
sí
y
para
toda
la
humanidad.
Estos
errores
están
expresamente
condenados
en
los
anatemas:
se
anatematiza
la
proposición
de
que
el
Hijo
de
Dios
es
“mudable
o
alterable”.
5
y
que,
si
no
usó
el
homousios
por
no
ser
bíblico,
vino
con
todo
a
decir
lo
mismo.
En
suma,
dejó
constancia
de
la
trinidad
y
la
unidad
en
Dios.
Este
episodio
prueba
que
no
siempre
se
tenían
ideas
muy
claras
sobre
la
identidad
sustancial
entre
el
Padre
y
el
Hijo
y
quizás
ni
siquiera
sobre
la
filiación
divina.
c)
Condena
a
Pablo
de
Samosata
en
el
concilio
de
Antioquía
(268)
Es
curioso
y
prueba
las
vacilaciones
del
lenguaje
teológico
del
siglo
III,
el
que
mientras
en
Alejandría
se
acusaba
a
Dionisio
de
no
querer
usar
el
homousios,
en
Antioquía
los
80
padres
reunidos
en
concilio
para
juzgar
al
obispo
Pablo
de
Samosata,
condenaron
la
misma
palabra.
La
respuesta
más
razonable
dada
por
los
mencionados
padres
es
que
en
el
sínodo
antioqueno
se
descalificó
el
vocablo
en
el
sentido
que
tenía
en
la
boca
de
Pablo
de
Samosata.
¿Cuál
fue
ese
sentido?
Al
decir
que
el
Padre
y
el
Hijo
eran
homousios,
Pablo
les
hacía
de
la
misma
hypóstasis,
dando
a
usia
el
sentido
de
hypóstasis
o
persona.
Sería
una
doctrina
que
anulaba
la
distinción
personal,
en
armonía
por
otra
parte
con
su
conocido
monarquianismo.
.-‐.-‐.-‐.-‐.
El
antiguo
escolar
de
Antioquía
-‐Arrio-‐
bien
pudo
haber
aprendido
allí
su
oposición
al
término
que
tan
mal
le
sonaba.
Lo
extraño
es
que
en
los
documentos
polémicos
de
Alejandro
de
Alejandría,
todos
ellos
precedentes
al
concilio
de
Nicea,
ni
se
nombre
el
homousios,
prueba
de
que
por
lo
menos
él
no
insistió
mucho
en
su
aceptación.
En
el
concilio,
en
cambio,
hubo
quienes
con
fuerza
y
eficacia
procuraron
su
inclusión
en
el
símbolo
que
se
estaba
redactando.
Condenando
abiertamente
los
errores
de
Arrio
y
proclamando
positivamente
la
verdadera
y
estricta
Filiación
divina
del
Verbo
engendrado
de
la
sustancia
del
Padre,
y
su
identidad
absoluta
con
la
esencia
del
único
Dios
verdadero,
el
símbolo
de
Nicea
ha
proclamado
la
divinidad
de
Jesucristo.
6
Hay
un
detalle
interesante
que
conocemos
por
un
texto
de
León
Magno
escrito
a
mediados
del
siglo
V.
Según
esa
noticia
fidedigna,
el
concilio
de
Nicea,
en
atención
a
que
en
Alejandría,
como
ciudad
docta,
era
más
fácil
encontrar
la
ayuda
de
los
sabios
para
hacer
los
necesarios
cálculos
matemáticos
y
astronómicos,
encomendaron
al
obispo
de
aquella
ciudad
el
encargo
de
fijar
de
antemano
la
fecha
de
la
Pascua
y
de
avisarla
a
la
sede
de
Roma,
para
que
ésta
a
su
vez
la
trasmitiera
a
las
diócesis
más
lejanas.
Conservamos
toda
una
serie
de
cartas
pascuales
de
Atanasio
en
las
que
se
cumple
con
lo
decretado
por
el
concilio
de
Nicea
y
se
anuncia
la
próxima
Pascua.
Esta
coincide
con
el
domingo
siguiente
al
14
Nisan,
o
sea
al
plenilunio
posterior
al
equinoccio
de
primavera3 .
3 Para ver los nuevos estudios sobre este asunto, ver R. CANTALAMESSA, La Pascua de nuestra salvación: las
tradiciones pascuales de la Biblia y de la Iglesia primitiva, Ed. San Pablo (Madrid 2006).
7
que
no
aceptaban
la
enseñanza
de
Arrio
pero
les
disgustaba
el
símbolo
de
Nicea.
Así,
entre
los
años
críticos
de
357
a
361,
se
propusieron
estas
fórmulas:
• el
Hijo
es
de
la
misma
naturaleza
del
Padre
(homousios),
como
dijo
Nicea;
• el
Hijo
es
de
semejante
naturaleza
al
Padre
(homoiousios),
de
ahí
homeousianos
o
el
Hijo
es
semejante
en
todo
al
Padre;
se
distinguen
por
su
origen,
uno
engendra,
y
el
otro
es
engendrado.
• el
Hijo
es
sencillamente
semejante
al
Padre
(homoios)
según
las
Escrituras,
de
ahí
homeos.
Consideran
al
Padre
y
al
Hijo
semejantes
no
en
la
sustancia
sino
en
los
accidentes.
• los
arrianos
estrictos,
sostenía
que
el
Hijo
es
desemejante 5
al
Padre
(anomoios),
de
ahí
anomeos.
Es
desemejante
en
origen
(Padre
ingénito,
Hijo
engendrado
en
el
tiempo),
es
desemejante
por
naturaleza
(Padre
es
Dios
Creador,
Hijo
es
creatura).
Del
arrianismo
saldría
más
tarde,
como
una
cierta
extensión
de
su
doctrina
al
Espíritu
Santo,
el
macedonianismo
(de
su
propugnador
Macedonio,
obispo
de
Constantinopla),
cuyos
partidarios
afirmaban
que
el
Espíritu
Santo
es
una
criatura
del
Padre,
y
que,
por
esto,
recibían
también
el
nombre
de
pneumatómacos,
adversarios
del
espíritu.
Todo
este
período
de
unos
sesenta
años
hasta
el
Concilio
de
Constantinopla
(381)
estuvo
marcado
por
la
campaña
de
Eusebio
de
Nicomedia
por
substituir
los
obispos
partidarios
de
Nicea
por
otros
arrianos,
por
lo
general,
a
través
de
su
deposición
mediante
acusaciones
fraudulentas.
Estuvo
también
marcado
por
disputas
incesantes,
por
reuniones
continuas,
por
la
elaboración
de
nuevas
fórmulas
y
símbolos;
y,
en
general,
por
los
esfuerzos
por
prevalecer
sobre
la
parte
contraria,
sin
excluir
los
medios
violentos.
Los
defensores
de
la
ortodoxia
fueron,
en
primer
lugar,
san
Atanasio
y,
luego,
los
tres
grandes
Padres
de
Capadocia
(san
Basilio
el
Grande,
san
Gregorio
de
Nacianzo,
san
Gregorio
de
Nisa),
llamados
a
veces
neo-‐nicenos,
y
que
conseguirían
atraer
a
muchos
de
los
semiarrianos.
En
Occidente,
a
donde
llegó
alguna
pequeña
influencia
de
la
controversia
debido,
sobre
todo,
a
las
presiones
imperiales,
el
campeón
de
la
ortodoxia
fue
san
Hilario
de
Poitiers,
contemporáneo
de
Atanasio.
El
poder
imperial,
repartido
ahora
entre
diferentes
emperadores
según
circunscripciones
geográficas
al
mismo
tiempo
que
busca
la
unidad
de
la
fe,
se
5 Para la explicación de estas cuatro corrientes, cf. DROBNER 243ss.
8
inclina
a
uno
u
otro
lado.
Se
puede
decir,
en
general,
que
los
emperadores
de
Occidente
-‐donde
la
discusión
es
mínima-‐
favorecen
la
expresión
nicena
de
la
fe
(Constante
y
;
mientras
que
los
emperadores
de
Oriente
(excepto
el
breve
intervalo
de
Juliano,
que
intentó
aprovechar
la
disputa
para
debilitar
a
unos
y
otros)
son
de
tendencia
arriana
o
semiarriana
(Constancio
II
y
Valente),.
A
partir
del
año
361,
gracias,
en
gran
parte,
a
la
labor
de
los
Capadocios,
los
nicenos
fueron
recuperando
el
terreno
perdido,
y
la
subida
al
trono
imperial
de
Teodosio
(379),
de
convicciones
nicenas,
acabó
de
inclinar
la
balanza.
Poco
después,
el
Concilio
I
de
Constantinopla
(381)
volvía
a
confirmar
la
expresión
nicena
y
condenaba
el
arrianismo,
el
semiarrianismo,
el
macedonianismo
y
el
sabelianismo.
Desde
este
momento,
el
arrianismo
se
irá
convirtiendo
en
un
recuerdo,
y
seguirá
vivo
sólo
en
los
pueblos
germánicos
convertidos
por
arrianos,
constituyendo
un
elemento
diferencial
más
entre
los
bárbaros
invasores
y
dominantes
y
los
romanos
invadidos
y
dominados,
hasta
que,
al
final,
también
los
bárbaros
abandonarán
el
arrianismo
y
abrazarán
la
fe
católica.
Bibliografía
• J.N.D.
KELLY,
Primitivos
Credos
Cristianos,
Ed.
Secretariado
Trinitario
(Salamanca
1980)
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[Historia
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GRILLMEIER,
Cristo
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Desde
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hasta
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(451),
Ed.
Sígueme
(Salamanca
1997)
• M.
SIMONETTI,
La
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(Studia
Ephemeridis
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11)
Roma
1975
• J.J.
AYÁN,
M.
CRESPO,
J.
POLO,
P.
GONZÁLEZ,
Osio
de
Córdoba.
Un
siglo
de
la
historia
del
cristianismo.
Obras,
documentos
conciliares,
testimonios
[Normal
712],
BAC
(Madrid
2013)
pp.
881-‐902.
• A.J.
REYES
GUERRERO,
“El
arduo
itinerario
hacia
una
definición
de
la
identidad
de
Cristo:
la
crisis
arriana”
en
Studia
Cordubensia
6
(2013)
pp.
145-‐177
• A.J.
REYES
GUERRERO,
“Osio
de
Córdoba.
Obispo
y
Confesor
de
la
fe.
Una
figura
de
nuestra
Iglesia
local
a
recuperar”
en
Studia
Cordubensia
4
(2013)
pp.
5-‐30
9
Símbolo
de
Nicea
(325)
kai. o[ti evx ouvk o;ntwn evge,neto o dicen que es de otra hipóstasis
h; ktisto.n o variable
10
11