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LA FORMULACIÓN DEL DOGMA TRINITARIO comienzo del siglo V,

libertad religiosa con el edicto de Milán del 313.

Modalismo, subordinacionismo y arrianismo

La formulación del dogma de la Santísima Trinidad tuvo lugar en el siglo IV durante una ardua
disputa teológica nacida a partir de la doctrina conocida con el nombre de “arrianismo”. Los orígenes
del arrianismo han de buscarse en la convicción de la unicidad absoluta de Dios, muy difundida en el
siglo III y cuyo más conocido exponente fue Sabelio († c.257). unicidad de Dios. Significa numérica
uno. No puede haber tres dioses, tres seres divinos. Sabelio, para explicar la Trinidad, argumentaba
que el único Dios se había manifestado en la historia de la salvación de “modos” distintos, de donde
el nombre de “modalismo”. Tal doctrina era el reflejo de otras que, apoyándose siempre en el mismo
principio de la unicidad absoluta de Dios, son conocidas con el nombre de “monarquianismo” (de
monós=único y arché=principio). Afirmar la existencia de un único principio. Otro error doctrinal
nacido del excesivo hincapié en la unicidad divina fue el “subordinacionismo”, que tendía a
subordinar al Hijo frente al Padre haciéndole inferior a Él (a veces negándole la eternidad, la igualdad
de naturaleza, o considerándolo un simple hombre dotado de una energía (dynamis) divina.

Tanto el “modalismo” de Sabelio como el “subordinacionismo” fueron condenados por la Iglesia, pero
la concepción subordinacionista cobró nuevo incremento con las enseñanzas de Arrio (256-336),
presbítero de Alejandría, formado según parece, en la escuela teológica de Antioquia. Arrio
profesaba un subordinacionismo radical, ya que no solo subordinaba el Hijo al Padre en cuanto a la
naturaleza, sino que directamente negaba su naturaleza divina. Su postulado fundamental era la
unicidad absoluta de Dios, único principio sin principio, fuera del cual todo cuanto existe es creado. El
Verbo habría tenido un comienzo, no sería eterno, sino la primera y más excelente de las creaturas,
además de la única creada por el Padre (todas las demás habrían sido creadas por medio del
Verbo1). Arrio expuso su doctrina en diversos sermones y en algunos de sus escritos, consiguiendo
una rápida difusión. Su obispo, Alejandro, trató infructuosamente de disuadir a Arrio y convocó un
concilio que condenó sus errores y lo excomulgó junto con sus partidarios. Lejos de aceptar tal
resolución, Arrio buscó apoyo en otras iglesias, creando un estado de agitación que decidió al
emperador Constantino a convocar un concilio general en Nicea (el primer concilio ecuménico de la
Iglesia) para buscar una solución.

El concilio de Nicea y la divinidad del Hijo

La participación de los obispos no fue total a pesar de


las facilidades ofrecidas por Constantino para el
traslado. De los trescientos obispos participantes, la
mayoría provenían del Asia Menor. La asamblea pudo
comenzar el 20 de mayo del 325. El occidente latino
apenas estaría representado por dos presbíteros
delegados por el Papa Silvestre (314-335)2. Se llegó
fácilmente a una poderosa mayoría que condenó los
errores de Arrio: “Unánimemente decidimos condenar
su impía doctrina y las expresiones blasfemas con que
se expresaba a propósito del Hijo de Dios, sosteniendo
que venía de la nada, que antes de nacer no existía,
que era capaz de bien y de mal, que es una simple
creatura”.

El concilio elaboró una profesión de fe en la que el Hijo


viene proclamado “Dios de Dios, Luz de Luz,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del

1
El texto bíblico que servirá de base al arrianismo y sobre el que se debatirá acaloradamente, será el de Proverbios 8,22,
que habla de la Sabiduría creadora: “El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde
siempre”. El evangelista Juan desarrolla la misma idea cuando dice, hablando de la Palabra creadora “Todo fue hecho
por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,3).
2
La ausencia del obispo de Roma, quizá circunstancial, creó precedente y en adelante, en los concilios ecuménicos
posteriores, la sede romana se hará representar regularmente por delegados.
Padre” (“homoousios”), es decir consubstancial al Padre. La introducción del homoousios abrió el
camino a la teología para expresar, con la ayuda de conceptos tomados de la filosofía el dato
revelado. Solo dos obispos se negaron a aceptar el concepto de consubstancial y fueron
inmediatamente excomulgados y desterrados junto con Arrio. Constantino confirmó con su autoridad
imperial todo lo decidido y aunque la cuestión parecía resuelta, muy pronto el conflicto se reanudaría.

Resulta difícil condensar las derivaciones de la


crisis arriana en el agitado período que va del
325 al 3813. Las violentas discusiones que
siguieron a Nicea se caracterizarán por una
casi constante oposición entre el Occidente
latino (que aceptó serenamente lo establecido
en Nicea) y el Oriente griego, particularmente
sensibilizado por el peligro del modalismo
sabeliano4. El partido filo-arriano encabezado
por Eusebio de Nicomedia, logró obtener
influencia en la corte del emperador y comenzó
una ofensiva que logró persuadir a
Constantino de que el verdadero obstáculo
para la recuperación de la paz religiosa del
imperio, era la intransigencia de los partidarios
de Nicea y sobre todo de Atanasio de
Alejandría5, quien fue destituido y desterrado por orden de Constantino en cuatro ocasiones, hasta
su muerte en el 373. Muchos obispos fueron despojados de sus sedes y sus diócesis entregadas a
obispos arrianos. Arrio morirá en el 336, Eusebio de Cesarea en el 340, Eusebio de Nicomedia a
fines del 341 y Constantino en el 337. Entra en escena una nueva generación y comienza una
nueva fase que buscará afanosamente la concordia doctrinal. Frente al Occidente que sigue fiel a
Nicea, los orientales multiplican los intentos por substituir el símbolo de Nicea con una definición más
acorde a sus opiniones y sensibilidad teológica 6. Lejos de conseguirlo, el arrianismo se fragmentó en
al menos tres facciones: la de los anomeos (o arrianos puros) que profesaban que el Hijo era en todo
desemejante al Padre; los homeos, para quienes el Hijo era semejante (homoiós) al Padre; y los
semiarrianos (los más próximos a la ortodoxia nicena), que reconocían al Hijo como semejante en
todo (también en la substancia) al Padre.

A causa de la diferencia lingüística, cultural y teológica entre Oriente y Occidente, no resultaba fácil
hacer converger las dos fórmulas a las que cada una de las partes había llegado para resumir la
doctrina trinitaria: una ousia, tres hipóstasis entre los doctores capadocios; una substancia, tres
personas para los latinos. La situación, lejos de resolverse, se volvía cada vez más compleja,
abriéndose nuevos frentes de discusión por cuestiones derivadas del problema principal, aun no
resuelto: se planteaba ahora la cuestión relativa al Espíritu Santo y su status trinitario.

El concilio de Constantinopla y la divinidad del Espíritu Santo

Las controversias doctrínales del arrianismo se habían centrado en la divinidad del Hijo. Las
consecuencias lógicas de la discusión condujeron a plantear la cuestión relativa a la tercera Persona
divina; quienes negaban la divinidad del Hijo, con mayor razón aún debían negar si eran
consecuentes con su visión subordinacionista, la divinidad del Espíritu Santo, que sería criatura del
hijo.

La formulación de la doctrina de la no-divinidad del Espíritu Santo fue hecha, avanzada ya la


controversia arriana, por el obispo Macedonio de Constantinopla7, quien afirmó que el Espíritu
Santo era una criatura divina superior en dignidad a todos los ángeles, encargada de dispensar las
gracias. La doctrina fue llamada “macedonianismo” y sus seguidores macedonianos o
pneumatómacos, es decir, adversarios del Espíritu. La doctrina macedoniana fue inmediatamente
3
Es decir, entre el concilio de Nicea y el de Constantinopla, que logró cerrar definitivamente la cuestión abierta por Nicea.
4
Actitud representada sobre todo por los obispos Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea, quienes veían la
definición de Nicea contaminada de sabelianismo.
5
Obispo de Alejandría desde el 328.
6
Entre el 341 y el 351 se propusieron al menos siete fórmulas diferentes.
7
Macedonio, arriano, ocupó la cátedra de Constantinopla en dos períodos: primero entre el 342-346 y después entre el 351-360.
rechazada por San Atanasio en un sínodo de Alejandría (362) que profesó expresamente la
divinidad de la tercera Persona de la Trinidad; sin embargo, la solución de la cuestión en plano
doctrinal fue mérito, sobre todo, de Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo, quienes elaboraron
la teología del Espíritu Santo, desarrollaron la doctrina de la consubstancialidad del Espíritu con el
Padre y el Hijo, y prepararon su definitiva formulación doctrinal.

En el 379 llegó al poder Teodosio I (379-395), un


cristiano ferviente de origen español y como tal un
niceno convencido. El 28 de febrero del 380
convocó un nuevo concilio general en la misma
ciudad de Constantinopla, que se inauguró en el
381. El concilio completó la profesión de fe de
Nicea confesando al Espíritu Santo como “Señor y
dador de vida, que procede del Padre; que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria”. El dogma de la Santísima Trinidad quedó
así formulado definitivamente por la Iglesia, antes
de finalizar el siglo IV. Al símbolo de Nicea, se
decidió añadir nuevos párrafos referidos al Espíritu
Santo, para dejar solemnemente expresada la fe
común de la Iglesia sobre la unicidad de Dios y la divinidad de las tres Personas. Este símbolo se
conoce como “Símbolo Niceno-constantinopolitano” y es el Credo que la Iglesia continúa usando
en su liturgia (versión larga). El Símbolo fue recibido como regla de fe, tanto en Oriente como en
Occidente.

Sin embargo, aunque la cuestión trinitaria parecía concluida, algunos aspectos sobre los que el
Símbolo no se había declarado expresamente, vendrían a agitar nuevamente los ánimos: se trataba
de la cuestión referida a la procedencia del Espíritu; mientras los orientales entendían la fórmula del
concilio de Constantinopla en el sentido de que el Espíritu Santo procede del Padre “por el Hijo”, los
occidentales afirmaban la procesión conjuntamente “del Padre y del Hijo”. El III concilio de Toledo
(589) donde tuvo lugar la solemne conversión de los visigodos al catolicismo, introdujo en el Símbolo
niceno-constantinopolitano el vocablo “Filioque” (…qui ex Patre Filioque procedit) que los griegos
rechazaron decididamente como una inaceptable modificación del texto del símbolo 8.

La política religiosa de Teodosio se volvió cada vez más severa con los residuos de paganismo
todavía existentes y el catolicismo ortodoxo se terminó convirtiendo en religión de Estado, es decir
religión oficial de todo el mundo romano. El arrianismo, desaparecido del horizonte teológico de la
Iglesia, subsistió como forma peculiar de cristianismo de la mayoría de los pueblos germánicos que
invadieron el Imperio romano de Occidente.

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CREDO DE NICEA

Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, creador de todas


las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el
Hijo de Dios; Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del
Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios
verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que
el Padre; por quien todo fue hecho (Verbo= Hijo), tanto lo que hay
en el cielo como en la tierra; que por nosotros los hombres y por
nuestra salvación bajó y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y

8
La cuestión se convertiría en un motivo más de discordia entre Oriente y Occidente, sobre todo a partir del momento en que el
Patriarca Focio (858ss.) hizo del Filioque argumento principal de la polémica antirromana.
resucitó al tercer día, subió a los cielos, y vendrá a juzgar a vivos
y muertos; y en el Espíritu Santo.

CREDO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de


la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del


Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros
los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó en María la Virgen, y se hizo hombre; por
nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció
y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y
subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo
vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no
tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del


Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria, y que habló por los profetas; y en una Iglesia santa, católica
y apostólica. Confesamos un solo bautismo para el perdón de los
pecados, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro. Amén.

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