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ACTO I: en el Stalag 12D

Comienza sonando música clásica triste

Voz en off:

Odio a las víctimas que respetan a sus verdugos.


No hay necesidad de fuego. El infierno son los otros.
Yo existo, eso es todo. Y me resulta nauseabundo.
La existencia es una imperfección.
El mundo podría existir mejor sin el hombre.
Me sentía en una soledad tan espantosa que he pensado en el suicidio. Lo que me
detuvo fue la idea de que nadie, absolutamente nadie, sentiría mi muerte, que iba a
estar aún más solo en la muerte que en la vida.

Narrador:

Frases todas éstas del filósofo francés Jean-Paul Sartre, declarado ateo y anticatólico
militante. Absurdo, desesperación o angustia son rasgos propios de su existencialismo
más radical. Les sorprenderá saber que el teatro que vamos a representar en esta ocasión
es de él. Veamos cómo empezó todo…

Ruido de fondo: tiros, gritos, desesperación

Telón.

Aparecen en escena, Marius Perrin, Maurice Espitallier, el Hermano Feller y Henry


Leroy.

Narrador:

Nos encontramos en el campo de concentración nazi llamado Stalag 12D, situado en la


ciudad alemana de Tréveris, a mediados de noviembre del año 1940. Entre los
prisioneros que se encontraban entonces en aquel campo de concentración se encontraba
nuestro filósofo Jean-Paul Sartre. Sin embargo, también había un grupo de sacerdotes
católicos, que son los que pueden ver en escena.

Entra corriendo en escena Pierre Boisselot.


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Pierre Boisselot: ¡Hermanos! Tengo una buena noticia que daros.

Todos: ¿De qué se trata, Pierre?

Pierre Boisselot: Como sabéis, esta mañana fui a hablar con las autoridades del campo
para pedirles que la noche de Nochebuena nos dejaran celebrar la Misa del Gallo.

Todos: ¿Y qué? ¿Qué te han dicho?

Pierre Boisselot: Pues que sí. Pero no sólo eso. Además, nos han dado permiso para
hacer un pequeño concierto musical antes de la misa.

Todos: ¡Qué bien! ¡Bravo, Pierre!

Todos lo están celebrando, cuando entra en escena Sartre.

Sartre: ¿A qué viene tanto alboroto y alegría?

Marius Perrin: Acabamos de recibir una gran noticia, Sartre. Pierre ha hablado con las
autoridades del stalag para pedirles que nos dejaran celebrar la Misa del Gallo la noche
de Nochebuena. ¡Y han accedido! Pero es que, además, nos han dado permiso para
hacer también un concierto antes.

Sartre: Vosotros los cristianos y vuestra manía de aferrar vuestra vida y vuestra
existencia a estas absurdas celebraciones y fiestas… ¿Incluso en medio de este campo
de concentración tenéis ganas y deseos de celebrar la Navidad? ¿Acaso siendo
prisioneros aquí tenéis motivos para dar gracias a vuestro Señor?

Maurice Espitallier: ¡Vamos, Sartre! No empieces otra vez a amargarnos el día con tus
discursitos.

Henry Leroy: Es una buena oportunidad para traer algo de alegría y de esperanza a los
prisioneros.

Sartre: ¿Esperanza? Sois capaces de agarraros a un clavo ardiendo. Seguid confiando


en vuestro Jesús, ya veréis dónde acabáis…

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Prisionero 1: Venga tío, enróllate, ¡para una vez que podemos hacer algo diferente!

Hermano Feller: Ya está bien, Sartre. Déjanos ahora unos segundos, que falta apenas
un mes para la Navidad y aún tenemos muchas cosas que preparar. ¿Quién podría
encargarse de la música del concierto?

Maurice Espitallier: A mí no me importaría encargarme de eso.

Sartre: ¿Tú? ¡Já! Pero si tienes un oído enfrente del otro.

Prisionero 2: ¡Pero si cantas fatal!

Henry Leroy: En verdad, hermano Maurice, el otro día te escuché cantar mientras
picábamos piedras en el patio y no es que fuera canto celestial, precisamente.

Maurice Espitallier: ¿Cómo que no? Empieza a cantar desafinando “Pero mira cómo
beben los peces en el río”. Todos le miran espantados. Vale, vale, lo pillo. Pero, ¿quién
se va a hacer cargo entonces?

Prisionero 2: Pues… quizás…. Y si mejor lo dejamos, esto es un lio!

Marius Perrin: ¡Sartre! ¡Ayúdanos! Sabemos que estudiaste música y que no tienes
mala voz.

Sartre: ¿Cómo? ¿Yo?

Pierre Boisselot: ¡Sí! Es verdad, cantas bastante bien.

Prisionero 3: es cierto Sartre, eres el que mejor lo puede hacer

Sartre: ¿Tendría que ser música cristiana de la vuestra?

Hermano Feller: Hombre, es lo suyo. No lo hagas por nosotros, si no quieres. Ya


sabemos que no nos tragas mucho a los sacerdotes. Hazlo por los demás prisioneros
aunque sea.

Sartre: Está bien, pero ya sabéis que lo mío, más que la música, es el teatro. Podríamos
representar una pequeña obra teatral e intercalar alguno de vuestros absurdos
villancicos.

Marius Perrin: ¡Me parece una gran idea!

Entra un Alemán dando voces.

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Pierre Boisselot: Nos vuelven a llamar al trabajo, hermanos. Dejadme que consulte lo
del teatro con las autoridades. Espero que no haya problema.

Prisionero 4: Ay “Cheñó” a ver la que se va a liar aquí en navidad…

Todos salen de escena.

Telón.

CANCIÓN o MÚSICA:

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ACTO II: el gran censo
Música:

Narrador: Así fue, queridos espectadores, cómo la pluma de un ateo anticatólico


empezó a escribir una obra de teatro sobre el Misterio de la Navidad. Años más tarde, el
propio Sartre diría: El hecho de que haya tomado el tema de la mitología del
cristianismo no significa que la dirección de mi pensamiento haya cambiado ni siquiera
por un momento durante el cautiverio. Se trataba simplemente, de acuerdo con los
sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pudiera hacer realidad, esa noche de
Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes. Sin embargo, es
sorprendente observar la belleza en la que el filósofo supo envolver el Misterio de la
Navidad. Juzguen por ustedes mismos si realmente no sería posible que la angustia y la
desesperación propias de la filosofía de Sartre no dudaran y temblaran, al menos durante
un instante, al acercarse, aunque sólo sea desde la literatura, a este gran acontecimiento
por el que Dios se hizo hombre. Durante los siguientes minutos les invitamos a que se
imaginen que son prisioneros del campo de concentración, del Stalag 12D. Están aquí
simplemente por ser judíos, por ser cristianos o por tener ideas políticas distintas al
nazismo. Las condiciones de vida en las que se encuentran son penosas y diariamente
son obligados a hacer pesados trabajos. Sin embargo, esta noche, en medio de todos sus
sufrimientos, se les presenta la oportunidad de disfrutar de esta pieza teatral. ¡Disfruten
del espectáculo!

Telón.

Aparece en escena el salón de una casa, donde se encuentra Barioná, sentado a la


mesa escribiendo. Llaman a la puerta y éste va a abrirla. Entra en escena Lelius.

Barioná: Buenas noches, señor.

Lelius: No sé si se podría decir que fueran buenas. Pues sí que está lejos el pueblo éste
de Bethaur…¡Qué frío hace! ¡Y qué cantidad de bichos y de mojigos de cabra por los
caminos!

Barioná: ¿Ha sido duro el viaje, señor?

Lelius: Duro no, ¡durísimo! Pero bueno, ¿ha hablado ya de lo del censo con su pueblo?

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Barioná: Sí, señor. Ya se lo he contado. Siéntese conmigo junto al fuego. Venga.

Sonido de chimenea de fondo…

Se sientan los dos junto al fuego.

Lelius: ¿Cómo se le habrá ocurrido al César la idea de hacer un censo con la población
de todo el mundo? Seguro que él está tranquilo y calentito en su mansión. ¡Esto es
imposible! ¡Y menos aún en estas tierras de Palestina! ¡Parece que vivís aún en la
prehistoria! En vuestras maneras se nota que sois orientales: no seréis nunca
racionalistas, sois un pueblo de magos. Vuestros profetas os han hecho mucho daño al
hablaros de ese tal Mesías que esperáis. Es la solución fácil: vendrá a arreglar todos
vuestros problemas, a libraros del yugo de los romanos. Estáis anclados en el pasado.

Barioná: Sí, señor. Lleva razón en todo lo que dice, pero hablemos mejor de negocios.
¿Es cierto que han subido los tributos que debemos pagar a Roma?

Lelius: Sí, ahora debéis pagar quince dracmas.

Barioná: ¿Quince dracmas? ¡Eso es una barbaridad!

Lelius: Quince, quince.

Barioná: Eso es demasiado. Somos un pueblo pobre que está harto de trabajar para
ganar una miseria. La población es cada vez más anciana, apenas tenemos niños, todos
los jóvenes emigran a las ciudades más grandes…

Lelius: Conocemos su situación. Pero Roma está en guerra con muchos pueblos y
necesitamos de su contribución para esta causa.

Barioná: Está bien. Déjeme que consulte el asunto con el Consejo de los Ancianos.

Lelius: De acuerdo. Comuníqueme la respuesta que le den lo antes posible.

Salen los dos de escena.

Telón.

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ACTO III: exterminar la vida
Sonido de taberna…

Telón.

En escena aparecen tres Ancianos sentados a la mesa.


Entra en escena Barioná.
Barioná: Consejo de Ancianos, vengo a daros una noticia.

Ancianos: ¿Qué ocurre, Barioná?

Barioná: Un enviado de Roma acaba de llegar a Bethaur. Viene a avisarnos de que han
subido el tributo que debemos pagar a los romanos: quince dracmas.

Anciano 1: ¡No puede ser!

Anciano 2: ¿Cómo vamos a pagar eso? No tenemos manos jóvenes que puedan trabajar
tanto para conseguir pagar ese tributo.

Anciano 3: Estos romanos nos están asfixiando. ¿Qué vamos a hacer, Barioná?

Anciano 2: Sí, Barioná. Tú eres nuestro jefe. Indícanos qué debemos hacer.

Barioná: Les pagaremos el tributo.

Anciano 1: ¿Cómo? ¿Estás loco?

Barioná: Sí, lo pagaremos. Pero será la última vez que lo hagamos. Después dejaremos
que este pueblo acabe muriendo.

Anciano 3: ¿Qué estás diciendo? ¿Piensas llevarnos a la guerra?

Barioná: No, no merecería la pena. No traeremos más niños a este sucio mundo.
Cortaremos la vida en este pueblo, dejaremos que se seque con nosotros dentro. El
mundo no es más que una caída interminable, el mundo no es más que una mota de
polvo que no termina nunca de caer. La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo
el mundo resulta vencido. La mayor locura del mundo es la esperanza. Acostumbremos
nuestras almas a la desesperanza.

Anciano 1: Quieres llevarnos a todos a un trágico final.

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Barioná: El trágico final ya está aquí. ¿No lo ves? Yo mismo moriré con vosotros,
aunque tenga que ser el último en hacerlo y contemplar cómo morís todos vosotros.
Cuando llegue mi hora, me vestiré con el traje de fiesta y me tumbaré en la plaza mayor
con la cara mirando al cielo. Los cuervos limpiarán mi carroña y el viento dispersará
mis huesos. ¿Queréis crear vidas jóvenes con vuestra sangre podrida? ¿Queréis refrescar
con hombres nuevos la interminable agonía del mundo? ¿Qué destino deseáis para
vuestros futuros hijos? Obedeceréis.

Entran en escena corriendo Sara y Jacob.

Jacob: ¡Basta, Barioná!

Sara: Esposo, no sabes lo que dices. Acabo de recibir la noticia de que estoy
embarazada. Traigo en mi seno la vida que tú quieres exterminar.

Barioná: ¿De verdad? ¡Pues también esta vida morirá! Te llevaré al hechicero para que
te dé unas hierbas y pierdas a ese desgraciado condenado al sufrimiento.

Sara: Te lo suplico, Barioná… Detén esta locura.

Barioná: No es ninguna locura. Ya desde la niñez el niño está condenado a sufrir:


compartir los juguetes con su hermana pequeña, aguantar cómo su hermano mayor le
insulta o cómo sus padres le riñen, tener que obedecer a los mayores, tener que hacer los
deberes todos los días… ¡Sufrimientos y más sufrimientos!

Sara: Yo acepto por él todos los sufrimientos que va a padecer, aunque los sienta yo
también en mi propia carne.

Barioná: ¿Crees que eso aliviará su sufrimiento? No permitiré que mi hijo venga al
mundo para sufrir también todo esto.

Sara: Barioná, sé que te equivocas y haces mal. No sé hablar bien como tú y no podré
convencerte. Pero sólo te digo que tengo miedo en tu presencia ahora mismo: rebosas de
orgullo y mala voluntad, como un ángel rebelde, como el ángel de la desesperación.

Barioná: Soy señor del pueblo y dueño de la vida y la muerte. He decidido que mi
familia se extinguirá conmigo.

Anciano 1: ¡Sí! ¡Muerte a la vida!

Anciano 2: ¡Pongamos fin a esta miserable existencia!

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Anciano 3: ¡Vayamos a contar a todo el pueblo que nuestra sentencia de muerte ya está
firmada!

Barioná y los tres Ancianos salen corriendo de escena.

Sara y Jacob permanecen llorando.

Telón.

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ACTO IV: el anuncio
Sonido del campo por la noche…

Telón.

Narrador: Barioná y los que le siguen se disponen a llevar este mensaje de muerte a los
habitantes de Bethaur. Pero dos habitantes no se encuentran en el pueblo. Son dos
pastores que cuidan junto al fuego de su rebaño en las montañas… A éstos les espera un
mensaje de vida.

Aparecen en escena los tres pastores junto al fuego.

Ladridos de perros.

Simón: ¿Qué les pasa a los perros esta noche? ¿Por qué ladran a la luna de esa forma?

Pablo: No sé. Además, hay un olor raro en el ambiente. Es como olor a flores…

Entra en escena el Ángel

Ángel: Buenas noches, Simón. Hola, Pablo.

Pablo: ¿Cómo sabes tú nuestros nombres? ¿Quién eres tú?

Ángel: Soy un ángel enviado por el mismo Dios y venido del cielo. Pero antes he
pasado por vuestro pueblo, Bethaur. Allí he visto lo que está haciendo vuestro jefe,
Barioná. Está expandiendo un terrible mensaje entre vuestros paisanos: ha prohibido la
vida. Está impidiendo que se tengan más hijos.

Zacarias: ¿Por qué hace eso nuestro jefe?

Ángel: Porque ha perdido toda esperanza. Pero vosotros tenéis un gran mensaje que
llevar a vuestro pueblo. Escuchad: es en Belén, en un pesebre. Atended y que se haga el
silencio. Hay en el cielo un gran vacío. En estos momentos, en un pesebre, hay una
mujer acostada sobre la paja. Guardad silencio porque el cielo se ha vaciado por
completo, como un gran agujero, está desierto y los ángeles permanecen conmovidos
mirando a la tierra. Ya basta de llorar por la pena de los ángeles y el vacío del cielo.
Ahora les ha llegado a los hombres la hora de la alegría. Id a Bethaur y gritad por todas
partes: ha nacido el Mesías. Ha nacido en un pesebre, en Belén. Avisad a Barioná y

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dadle este mensaje: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. La muerte ha
acabado. Ahora el otro ya no es el infierno, sino que ahora el otro es Cristo. Bajad todos
los habitantes de tropel a Belén a adorar a vuestro Dios hecho niño.

El Ángel sale de escena.

Pablo: ¡Arriba, Simón! ¡Vayamos corriendo a Bethaur!

Simón: Sí. Vamos a detener esta locura de Barioná.

Los tres Pastores se levantan y salen corriendo de escena.

Telón.

CANCIÓN:

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ACTO V

Telón.

Narrador: Mientras tanto, en la plaza principal de Bethaur…

Entran en escena llorando Sara y Susana.

Pueblerino 1: ¿Qué os pasa, mujeres? ¿Por qué lloráis?

Susana: Es Barioná. ¡Ha perdido el juicio! Ha dicho que va a impedir que tengamos
más hijos. Y lo peor es que Sara está embarazada y también quiere acabar con la vida de
su hijo.

Pueblerino 1: Pues, mirad, por ahí llega.

Entran en escena Barioná y los dos Ancianos.

Barioná: ¡Escuchad bien, habitantes de Bethaur! La muerte ya ha llegado. La muerte ya


está aquí. No tendremos más hijos en este pueblo.

Entran en escena corriendo Lelius.

Lelius: ¿Qué es esto? ¡Deteneos! ¡Revolución contra Roma!

Barioná: Así es. Revolución contra Roma. Revolución contra la vida. Este infierno
morirá con nosotros. El otro es el infierno. Roma es el infierno. Muerte a Roma y
muerte a nosotros. ¡Muerte a la vida!

Todos: ¡Muerte a la vida!

Lelius: ¡Tengo que avisar a Roma!

Lelius sale corriendo de escena. Entran en escena corriendo Simón y Pablo.

Simón: ¡No! ¡Para, Barioná!

Barioná: ¿Qué hacéis vosotros aquí? ¿Por qué no estáis cuidando vuestras ovejas?

Pablo: Acabamos de recibir una gran alegría. Un ángel se nos apareció y nos dijo que
acaba de nacer en un pesebre de Belén el Mesías. Vayamos a adorarle.

Barioná: ¿Adorar al Mesías? No doblaré mi rodilla delante de nadie cuando el mundo


está plagado de sufrimientos.

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Simón: Detente, Barioná. No sigas. El ángel nos dijo que te diéramos este mensaje: Paz
en la tierra a los hombres de buena voluntad.

Barioná: ¿Los hombres de buena voluntad? ¡La buena voluntad del pobre que se muere
de hambre bajo la escalera del rico sin quejarse! ¡La buena voluntad del esclavo al que
flagelan y da las gracias! Odio a las víctimas que respetan a sus verdugos.

Anciano 1: Barioná. Escucha bien lo que están diciendo. Es el mismo Dios quien ha
venido a nosotros.

Barioná: Aunque el mismo Dios se apareciese ante mí, me negaría a escucharle, porque
soy libre. Y contra un hombre libre, ni el mismo Dios puede nada. No seáis ingenuos.
Agarra a Pablo y lo zarandea. ¿Cómo era ese ángel? ¿Tenía grandes alas?

Pablo: No, señor. Parecía un hombre corriente.

Barioná: ¿Hizo acaso algún milagro? ¿Convirtió las piedras en pan? ¿Te curó de tu
joroba?

Pablo: No, señor. Sigo teniendo más joroba que un camello.

Anciano 1: Aparta a Barioná de Pablo. ¡Basta, Barioná! Llevábamos mucho tiempo


esperando al Mesías. Las Escrituras anunciaban este momento.

Barioná: ¿Éste es vuestro Mesías? ¿Un niño nacido en un pesebre mugriento en un


pueblo perdido? Volved todos a vuestras casas y esperad allí la muerte.

Suena música imperial. Entra en escena Gaspar, Melchor y Balthasar

Melchor: Buenas noches, habitantes de Bethaur. ¿Queda mucho para llegar a Belén?

Anciano 2: Quedan aún veinte leguas. ¿Quién eres tú, viajero?

Melchor: Soy Melchor. Vengo de un reino lejano y me dirijo a Belén. En cuanto a


vosotros, ¿qué hacéis todos aquí aún? Todos los pueblos de alrededor están desiertos.
Sus ciudadanos se dirigen a Belén a adorar el Mesías.

Anciano 1: Entonces, ¿es verdad? ¿Ha nacido el Salvador?

Melchor: Sí, es verdad. Yo también voy a adorarle.

Anciano 2: ¡Barioná! ¡Nos has mentido!

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Pablo: ¡Sí! Vamos todos juntos a adorarle.

Barioná: ¡Por encima de mi cadáver! No os engañéis: no hay esperanza en esta vida.

Melchor: No te conozco de nada, pero veo en tu cara que has sufrido. Sufres. Pero
Cristo ha bajado a la tierra por ti. Por ti más que por cualquier otro, porque tú sufres
más que cualquier otro. Mira a los prisioneros que te rodean, que viven en el barro y el
frío. La esperanza es lo mejor de ellos mismos. Y tú quieres privársela.

Barioná: Oye, viejo, tú chocheas.

Melchor: Barioná, es verdad que soy viejo y muy sabio y que conozco todo el mal de la
tierra. Sin embargo, una estrella se me apareció en el cielo y mi corazón ha vibrado de
alegría. Entonces me puse en camino siguiendo a la estrella hasta mi Salvador. Os
invito, habitantes de Bethaur a seguirme.

Anciano 1: ¡Te seguiremos!

Anciano 2: ¡Sí!

Melchor sale de escena.

Detrás van a salir los dos Ancianos, pero Barioná les interrumpe.

Barioná: Ancianos, no vayáis. Antes me respetabais y me obedecíais.

Anciano 2: Antes eras nuestro jefe. Ahora nos ha nacido un nuevo Señor.

Los dos Ancianos salen de escena.

Simón: Barioná, ven con nosotros.

Barioná: ¡Ni muerto!

Pablo: Adiós, entonces.

Todos excepto Barioná y Sara salen de escena.

Barioná: Bueno, Sara, nos han dejado solos.

Sara: No, Barioná. Te has quedado solo tú. Nos has apartado de tu lado.

Barioná: ¿Qué dices, mujer?

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Sara: Sí, esposo. Yo también me marcho. Tengo que conocer a esa madre que me ha
devuelto la esperanza. Te amo. Pero entiéndelo, hay una mujer feliz y plena, una madre
que ha dado a luz por todas las madres y esto me ha devuelto la esperanza, me da
permiso para tener a mi hijo.

Barioná: Haz lo que quieras.

Sara: Adiós, Barioná.

Sara sale de escena.

Barioná: Adiós. Se han ido. Estamos solos, Señor, tú y yo. Pero no oirás, Dios de los
judíos, una sola queja de mi boca. Quiero vivir mucho tiempo, abandonado sobre esta
roca estéril: yo que nunca pedí nacer, yo quiero ser tu remordimiento.

Entra en escena el Hechicero.

Hechicero: ¿Barioná? ¿Eres tú?

Barioná: ¡Hombre! ¡El hechicero de Bethaur! ¿No has ido tú también a adorar a ese
Mesías a Belén?

Hechicero: Soy demasiado viejo para tal camino. ¿Qué haces tú aquí?

Barioná: Esperar la muerte. ¿Qué sabes tú de ese Mesías? ¿Has profetizado algo sobre
él?

Hechicero: Aún no, Barioná. Dame un segundo.

El Hechicero empieza a bailar y a tocar el bongo. De pronto se para en seco. Entra en


trance.

Hechicero: ¡Ya lo veo! Un niño en un pesebre. Veo que en el futuro crecerá,


caminando entre los judíos.

Barioná: ¿Les incita a la rebelión contra Roma?

Hechicero: No. Dice: “Dad al César lo que es del César”.

Barioná: ¡Lo que me faltaba! Otro vendido a Roma.

Hechicero: Hace algunos milagros. Convierte el agua en vino en Caná. Yo lo haría


igual de bien: es cuestión de unos polvillos.

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Barioná: ¿Qué más? ¿Qué más ves?

Hechicero: Dice: “El que quiera ganar su vida, la perderá”.

Barioná: ¡Ja, ja! ¡Vaya un salvador!

Hechicero: Espera…ahora veo algo oscuro. Es arrestado, arrastrado ante un tribunal,


desnudado, flagelado, despreciado por todos y…¡oh, Dios! Al final es crucificado.
Todos se ríen de él mientras está en la cruz. Y él pide a su Padre que los perdone. Ahora
muere. ¿Qué es esto? No puedo ver, hay demasiada luz… El Hechicero sale del trance.

Barioná: ¿Éste es el Mesías que esperábamos? ¿Éste es el que nos iba a librar de la
opresión de los malvados? ¿Cuáles son sus armas? ¿El perdón? ¿El amor? ¿La
humildad? ¡Nos conduce a un fracaso aún mayor! Y mi pueblo va a adorar a ese
fracasado… Tengo que evitarlo. Correré hasta Belén. Llegaré allí antes que mi pueblo.
Ellos son muchos y yo uno solo. Además, no hace falta mucho tiempo para retorcer el
frágil cuello de un niño. ¿No es su muerte lo que mi pueblo quiere celebrar? Les
adelantaré la celebración.

Barioná sale corriendo de escena.

Telón.

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ACTO VI

Telón.

Entra en escena Barioná, que se detiene ante la puerta del pesebre.

Barioná: Ahí está el pesebre. Ya sólo tengo que cruzar esa puerta para cumplir mi
cometido.

Entra en escena el Ángel.

Ángel: ¿Quién anda ahí?

Barioná: Buenas noches, buen hombre. Vengo a visitar a unos parientes que creo que
se han alojado en este pesebre. ¿Sabe usted si hay aquí un hombre y una mujer con un
recién nacido?

Ángel: Sí, llegaron ayer y anoche mismo ella dio a luz. Es un chico y está bien.
Tendrías que haberlo visto… Apenas nacido el niño, la madre lo lavó y lo puso sobre
sus rodillas. El padre, los mira desde un rincón del pesebre. No sabes cómo mira a su
esposa y a su hijo, Barioná.

Barioná: ¿Cómo sabes mi nombre?

Ángel: Soy un ángel. Soy tu ángel, Barioná. He venido a decirte que no debes matar a
ese niño.

Barioná: ¡Vete! No tengo tiempo para discutir con ángeles.

Ángel: Sí, me voy. Los ángeles no podemos hacer nada contra la libertad de los
hombres. Pero, Barioná, no lo hagas.

El Ángel sale de escena.

Barioná: ¡Basta de palabrería! ¡A la acción!

Barioná entreabre la puerta y se asoma al pesebre.

Barioná: Mira la mujer. Está de espaldas, no puedo ver al niño. Al hombre sí lo veo.
¡Es verdad! ¡Cómo los mira! ¡Qué mirada! ¿Es esperanza lo que veo en sus ojos?
Barioná cae de rodillas al suelo. ¡Cómo cambiaría esa mirada si me viera estrangular a
su hijo! Aún no he visto a ese niño y ya sé que no voy a tocarle.

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Se oyen gritos. Barioná se vuelve para mirar qué es.

Barioná: Ahí viene mi pueblo. No pueden verme aquí.

Barioná se esconde detrás de una roca. Entran en escena los dos Ancianos, Pablo,
Simón, Sara y Susana.

Anciano 1: Ahí está el establo, ya hemos llegado.

Pablo: ¡Hosanna!

Simón: ¡Vamos! Entremos a adorar al Mesías.

Todos entran en el pesebre.

Barioná sale de la roca y mira a través de la puerta.

Barioná: ¡Qué felicidad respiran todos! ¿Qué hacen? No se oye ni un ruido. Están
arrodillados. ¡Ah, si pudiera estar entre ellos sin que me vieran! ¿Qué pensarán?
Pensarán que algo nuevo acaba de comenzar. Pero se equivocan. De todos modos,
siempre les quedarán estos segundos. Siempre les quedará la esperanza.

Barioná cae de rodillas. Desde dentro del pesebre se escucha un villancico.

Barioná: En este pesebre se levanta una nueva mañana. Y aquí fuera es de noche. Y yo
soy engullido por esta noche. Ya no tengo valor para tocar a ese niño. Ni siquiera para
contar a mi pueblo cuál es el cruel final que espera a este niño.

Entra en escena Melchor.

Melchor: Barioná, estás aquí.

Barioná se pone en pie.

Barioná: No he venido a adorar a vuestro Cristo.

Melchor: No, has venido para castigarte a ti mismo y para quedarte al margen de esta
felicidad. ¿Sabes una cosa, Barioná? Si todos los que están ahí dentro supieran cuál es el
final de este recién nacido le abandonarían. De hecho, le abandonarán en un futuro,
porque verán que no viene a poner fin a la dominación romana. Verán que el
sufrimiento seguirá presente en el mundo, incluso dos mil años más tarde. Pero tú estás
ahora más cerca de Cristo que todos ellos y tus oídos pueden abrirse para recibir la
verdadera buena noticia.

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Barioná: ¿Y cuál es esa buena noticia?

Melchor: Que el sufrimiento ha sido iluminado. El sufrimiento estaba antes del


nacimiento de Cristo y seguirá estando después de él. Pero ahora él lo ilumina. Tú no
eres tu sufrimiento. La enfermedad, la vejez, la muerte, la incomprensión de tu jefe, de
tu marido, de tu mujer, de tus hijos, el poco dinero que tienes…todo cobra un sentido
con Cristo. El sufrimiento es natural y corriente, el sufrimiento es santo. Cristo ha
venido a enseñarnos a instalarlo cálidamente en un hueco de nuestro corazón. Y no nos
lo va a enseñar con palabras, sino entrando en el sufrimiento, entrando en la muerte y,
desde dentro, destruyéndola. Tengo otro mensaje para ti, Barioná. Igual que no puedes
matar a ese niño, tampoco puedes obligar a tu mujer a matar al vuestro. Sea ciego,
mutilado o leproso, también para él existe la alegría.

Barioná: ¿Eso es todo?

Melchor: Sí.

Barioná: Vale. Entra tú también en el pesebre y déjame pensar.

Melchor: ¡Hasta la vista, Barioná, primer discípulo de Cristo!

Barioná: Para, no digas nada más. Vete.

Melchor entra en el pesebre.

Barioná: Debería entrar ahí dentro y arrodillarme por primera vez en mi vida.

Barioná se dispone a entrar, pero se para.

Barioná: ¡Qué difícil es!

Telón.

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ACTO VII

Narrador: Después de haber adorado al Mesías hecho niño y de haberle obsequiado


con humildes regalos, los habitantes de Bethaur vuelven alegres y felices a su pueblo.
En cuanto a Barioná, aún no sabemos qué decisión habrá tomado…

Telón.

Entran en escena los dos Ancianos, Pablo, Simón, Sara y Susana, cantando, danzando
y dando palmas. Entra corriendo en escena el Ángel.

Ángel: ¡Escuchadme, habitantes de Bethaur! Vengo a alertaros. Herodes se ha enterado


de que ha nacido el Rey de los judíos y quiere acabar con él. Ha mandado soldados para
dar muerte a todos los niños nacidos en los últimos días. También pasarán por Belén y
matarán al Mesías.

Pablo: ¡No puede ser! ¿Aquí muere nuestra esperanza?

Anciano 1: Apenas se percibe una débil llama, los poderosos de la tierra la soplan para
apagarla.

Susana: ¿No va a traernos la liberación? ¿No va a liberarnos del yugo de Roma?

Pablo: Barioná tenía razón. Deberíamos haberle hecho caso y permanecer en Bethaur
para esperar la muerte.

Entra en escena Barioná.

Barioná: Conciudadanos, ¿qué hacéis aquí parados?

Anciano 2: Barioná, tenías razón. Herodes ha mandado soldados para matar al Mesías.
La esperanza que había en nosotros morirá con la muerte de ese niño. ¡Vaya chasco de
Salvador!

Simón: Volveremos tras de ti a Bethaur. Allí moriremos todos sin tener más
descendencia.

Barioná: ¡Hombres de poca fe! Me traicionasteis a mí y me dejasteis solo y ahora


hacéis lo mismo con el Mesías.

Anciano 1: ¡Perdónanos, Barioná!

Barioná: Entonces, ¿vuelvo a ser vuestro jefe?

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Todos: ¡Sí!

Barioná: ¿Obedeceréis mis órdenes ciegamente?

Todos: Te lo juramos.

Barioná: Entonces, escuchadme con atención. Tú, Simón, ve a avisar a José y a María
de lo que va ocurrir. Diles que tomen el camino que llega hasta Hebrón. Tú les guiarás.

Pablo: Pero, Barioná, los romanos vienen por ese camino.

Barioná: No, porque nosotros vamos a salir a su encuentro y haremos que retrocedan.
Les entretendremos durante el tiempo suficiente para que José y María puedan pasar
con el Mesías.

Anciano 2: ¿Ahora quieres salvar a ese niño? ¡Nos van a matar a todos!

Barioná: ¡Por supuesto que nos matarán! Dios ha venido a la tierra. Ese niño es el
Cristo. Debemos dar la vida por él.

Pablo: ¡Yo te seguiré!

Simón: ¡Sí, todos te seguiremos!

Barioná: Simón, ¡vete! Ve a avisar a José y a María.

Simón: ¡Lo haré, Barioná!

Simón sale corriendo de escena.

Sara: Barioná…

Barioná: Sara, perdóname.

Sara: ¿De verdad quieres morir?

Barioná: No quiero morir. Querría vivir y disfrutar de este mundo y, sobre todo, de ti y
de nuestro hijo. Pero debo defender al Mesías.

Sara comienza a llorar.

Barioná: No llores, Sara. No moriré con pena o amargura. Moriré alegre por saber que
la esperanza ha llegado al mundo, ahora soy verdaderamente libre. Bendito sea el niño
que llevas en tu seno. Cuando crezca nuestro hijo, dile que su padre sufrió, como sufrirá
él, pero que conoció la alegría y la esperanza, que se encontró con Cristo y todo cobró

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sentido. ¡Habitantes de Bethaur! Tomad palos y piedras, muchachos. Seremos el muro
que contenga a los romanos. Derramaremos nuestra sangre para salvar la de Cristo.

Todos: Derramaremos nuestra sangre para salvar la de Cristo.

Barioná: Y a vosotros, prisioneros, aquí termina nuestro auto de Navidad. Puede que
haya más de uno entre vosotros que haya sentido el sabor de hiel que yo he sentido.
Pero creo que también vosotros os habéis encontrado con Cristo y habéis saboreado la
alegría y la esperanza. ¡Viva Cristo nuestra esperanza!

Todos: ¡Viva Cristo nuestra esperanza!

Todos salen corriendo de escena.

Telón.

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