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Voz en off:
Narrador:
Frases todas éstas del filósofo francés Jean-Paul Sartre, declarado ateo y anticatólico
militante. Absurdo, desesperación o angustia son rasgos propios de su existencialismo
más radical. Les sorprenderá saber que el teatro que vamos a representar en esta ocasión
es de él. Veamos cómo empezó todo…
Telón.
Narrador:
Pierre Boisselot: Como sabéis, esta mañana fui a hablar con las autoridades del campo
para pedirles que la noche de Nochebuena nos dejaran celebrar la Misa del Gallo.
Pierre Boisselot: Pues que sí. Pero no sólo eso. Además, nos han dado permiso para
hacer un pequeño concierto musical antes de la misa.
Marius Perrin: Acabamos de recibir una gran noticia, Sartre. Pierre ha hablado con las
autoridades del stalag para pedirles que nos dejaran celebrar la Misa del Gallo la noche
de Nochebuena. ¡Y han accedido! Pero es que, además, nos han dado permiso para
hacer también un concierto antes.
Sartre: Vosotros los cristianos y vuestra manía de aferrar vuestra vida y vuestra
existencia a estas absurdas celebraciones y fiestas… ¿Incluso en medio de este campo
de concentración tenéis ganas y deseos de celebrar la Navidad? ¿Acaso siendo
prisioneros aquí tenéis motivos para dar gracias a vuestro Señor?
Maurice Espitallier: ¡Vamos, Sartre! No empieces otra vez a amargarnos el día con tus
discursitos.
Henry Leroy: Es una buena oportunidad para traer algo de alegría y de esperanza a los
prisioneros.
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Prisionero 1: Venga tío, enróllate, ¡para una vez que podemos hacer algo diferente!
Hermano Feller: Ya está bien, Sartre. Déjanos ahora unos segundos, que falta apenas
un mes para la Navidad y aún tenemos muchas cosas que preparar. ¿Quién podría
encargarse de la música del concierto?
Henry Leroy: En verdad, hermano Maurice, el otro día te escuché cantar mientras
picábamos piedras en el patio y no es que fuera canto celestial, precisamente.
Maurice Espitallier: ¿Cómo que no? Empieza a cantar desafinando “Pero mira cómo
beben los peces en el río”. Todos le miran espantados. Vale, vale, lo pillo. Pero, ¿quién
se va a hacer cargo entonces?
Marius Perrin: ¡Sartre! ¡Ayúdanos! Sabemos que estudiaste música y que no tienes
mala voz.
Sartre: Está bien, pero ya sabéis que lo mío, más que la música, es el teatro. Podríamos
representar una pequeña obra teatral e intercalar alguno de vuestros absurdos
villancicos.
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Pierre Boisselot: Nos vuelven a llamar al trabajo, hermanos. Dejadme que consulte lo
del teatro con las autoridades. Espero que no haya problema.
Telón.
CANCIÓN o MÚSICA:
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ACTO II: el gran censo
Música:
Telón.
Lelius: No sé si se podría decir que fueran buenas. Pues sí que está lejos el pueblo éste
de Bethaur…¡Qué frío hace! ¡Y qué cantidad de bichos y de mojigos de cabra por los
caminos!
Lelius: Duro no, ¡durísimo! Pero bueno, ¿ha hablado ya de lo del censo con su pueblo?
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Barioná: Sí, señor. Ya se lo he contado. Siéntese conmigo junto al fuego. Venga.
Lelius: ¿Cómo se le habrá ocurrido al César la idea de hacer un censo con la población
de todo el mundo? Seguro que él está tranquilo y calentito en su mansión. ¡Esto es
imposible! ¡Y menos aún en estas tierras de Palestina! ¡Parece que vivís aún en la
prehistoria! En vuestras maneras se nota que sois orientales: no seréis nunca
racionalistas, sois un pueblo de magos. Vuestros profetas os han hecho mucho daño al
hablaros de ese tal Mesías que esperáis. Es la solución fácil: vendrá a arreglar todos
vuestros problemas, a libraros del yugo de los romanos. Estáis anclados en el pasado.
Barioná: Sí, señor. Lleva razón en todo lo que dice, pero hablemos mejor de negocios.
¿Es cierto que han subido los tributos que debemos pagar a Roma?
Barioná: Eso es demasiado. Somos un pueblo pobre que está harto de trabajar para
ganar una miseria. La población es cada vez más anciana, apenas tenemos niños, todos
los jóvenes emigran a las ciudades más grandes…
Lelius: Conocemos su situación. Pero Roma está en guerra con muchos pueblos y
necesitamos de su contribución para esta causa.
Barioná: Está bien. Déjeme que consulte el asunto con el Consejo de los Ancianos.
Telón.
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ACTO III: exterminar la vida
Sonido de taberna…
Telón.
Barioná: Un enviado de Roma acaba de llegar a Bethaur. Viene a avisarnos de que han
subido el tributo que debemos pagar a los romanos: quince dracmas.
Anciano 2: ¿Cómo vamos a pagar eso? No tenemos manos jóvenes que puedan trabajar
tanto para conseguir pagar ese tributo.
Anciano 3: Estos romanos nos están asfixiando. ¿Qué vamos a hacer, Barioná?
Anciano 2: Sí, Barioná. Tú eres nuestro jefe. Indícanos qué debemos hacer.
Barioná: Sí, lo pagaremos. Pero será la última vez que lo hagamos. Después dejaremos
que este pueblo acabe muriendo.
Barioná: No, no merecería la pena. No traeremos más niños a este sucio mundo.
Cortaremos la vida en este pueblo, dejaremos que se seque con nosotros dentro. El
mundo no es más que una caída interminable, el mundo no es más que una mota de
polvo que no termina nunca de caer. La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo
el mundo resulta vencido. La mayor locura del mundo es la esperanza. Acostumbremos
nuestras almas a la desesperanza.
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Barioná: El trágico final ya está aquí. ¿No lo ves? Yo mismo moriré con vosotros,
aunque tenga que ser el último en hacerlo y contemplar cómo morís todos vosotros.
Cuando llegue mi hora, me vestiré con el traje de fiesta y me tumbaré en la plaza mayor
con la cara mirando al cielo. Los cuervos limpiarán mi carroña y el viento dispersará
mis huesos. ¿Queréis crear vidas jóvenes con vuestra sangre podrida? ¿Queréis refrescar
con hombres nuevos la interminable agonía del mundo? ¿Qué destino deseáis para
vuestros futuros hijos? Obedeceréis.
Sara: Esposo, no sabes lo que dices. Acabo de recibir la noticia de que estoy
embarazada. Traigo en mi seno la vida que tú quieres exterminar.
Barioná: ¿De verdad? ¡Pues también esta vida morirá! Te llevaré al hechicero para que
te dé unas hierbas y pierdas a ese desgraciado condenado al sufrimiento.
Sara: Yo acepto por él todos los sufrimientos que va a padecer, aunque los sienta yo
también en mi propia carne.
Barioná: ¿Crees que eso aliviará su sufrimiento? No permitiré que mi hijo venga al
mundo para sufrir también todo esto.
Sara: Barioná, sé que te equivocas y haces mal. No sé hablar bien como tú y no podré
convencerte. Pero sólo te digo que tengo miedo en tu presencia ahora mismo: rebosas de
orgullo y mala voluntad, como un ángel rebelde, como el ángel de la desesperación.
Barioná: Soy señor del pueblo y dueño de la vida y la muerte. He decidido que mi
familia se extinguirá conmigo.
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Anciano 3: ¡Vayamos a contar a todo el pueblo que nuestra sentencia de muerte ya está
firmada!
Telón.
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ACTO IV: el anuncio
Sonido del campo por la noche…
Telón.
Narrador: Barioná y los que le siguen se disponen a llevar este mensaje de muerte a los
habitantes de Bethaur. Pero dos habitantes no se encuentran en el pueblo. Son dos
pastores que cuidan junto al fuego de su rebaño en las montañas… A éstos les espera un
mensaje de vida.
Ladridos de perros.
Simón: ¿Qué les pasa a los perros esta noche? ¿Por qué ladran a la luna de esa forma?
Pablo: No sé. Además, hay un olor raro en el ambiente. Es como olor a flores…
Ángel: Soy un ángel enviado por el mismo Dios y venido del cielo. Pero antes he
pasado por vuestro pueblo, Bethaur. Allí he visto lo que está haciendo vuestro jefe,
Barioná. Está expandiendo un terrible mensaje entre vuestros paisanos: ha prohibido la
vida. Está impidiendo que se tengan más hijos.
Ángel: Porque ha perdido toda esperanza. Pero vosotros tenéis un gran mensaje que
llevar a vuestro pueblo. Escuchad: es en Belén, en un pesebre. Atended y que se haga el
silencio. Hay en el cielo un gran vacío. En estos momentos, en un pesebre, hay una
mujer acostada sobre la paja. Guardad silencio porque el cielo se ha vaciado por
completo, como un gran agujero, está desierto y los ángeles permanecen conmovidos
mirando a la tierra. Ya basta de llorar por la pena de los ángeles y el vacío del cielo.
Ahora les ha llegado a los hombres la hora de la alegría. Id a Bethaur y gritad por todas
partes: ha nacido el Mesías. Ha nacido en un pesebre, en Belén. Avisad a Barioná y
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dadle este mensaje: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. La muerte ha
acabado. Ahora el otro ya no es el infierno, sino que ahora el otro es Cristo. Bajad todos
los habitantes de tropel a Belén a adorar a vuestro Dios hecho niño.
Telón.
CANCIÓN:
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ACTO V
Telón.
Susana: Es Barioná. ¡Ha perdido el juicio! Ha dicho que va a impedir que tengamos
más hijos. Y lo peor es que Sara está embarazada y también quiere acabar con la vida de
su hijo.
Barioná: Así es. Revolución contra Roma. Revolución contra la vida. Este infierno
morirá con nosotros. El otro es el infierno. Roma es el infierno. Muerte a Roma y
muerte a nosotros. ¡Muerte a la vida!
Barioná: ¿Qué hacéis vosotros aquí? ¿Por qué no estáis cuidando vuestras ovejas?
Pablo: Acabamos de recibir una gran alegría. Un ángel se nos apareció y nos dijo que
acaba de nacer en un pesebre de Belén el Mesías. Vayamos a adorarle.
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Simón: Detente, Barioná. No sigas. El ángel nos dijo que te diéramos este mensaje: Paz
en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Barioná: ¿Los hombres de buena voluntad? ¡La buena voluntad del pobre que se muere
de hambre bajo la escalera del rico sin quejarse! ¡La buena voluntad del esclavo al que
flagelan y da las gracias! Odio a las víctimas que respetan a sus verdugos.
Anciano 1: Barioná. Escucha bien lo que están diciendo. Es el mismo Dios quien ha
venido a nosotros.
Barioná: Aunque el mismo Dios se apareciese ante mí, me negaría a escucharle, porque
soy libre. Y contra un hombre libre, ni el mismo Dios puede nada. No seáis ingenuos.
Agarra a Pablo y lo zarandea. ¿Cómo era ese ángel? ¿Tenía grandes alas?
Barioná: ¿Hizo acaso algún milagro? ¿Convirtió las piedras en pan? ¿Te curó de tu
joroba?
Melchor: Buenas noches, habitantes de Bethaur. ¿Queda mucho para llegar a Belén?
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Pablo: ¡Sí! Vamos todos juntos a adorarle.
Melchor: No te conozco de nada, pero veo en tu cara que has sufrido. Sufres. Pero
Cristo ha bajado a la tierra por ti. Por ti más que por cualquier otro, porque tú sufres
más que cualquier otro. Mira a los prisioneros que te rodean, que viven en el barro y el
frío. La esperanza es lo mejor de ellos mismos. Y tú quieres privársela.
Melchor: Barioná, es verdad que soy viejo y muy sabio y que conozco todo el mal de la
tierra. Sin embargo, una estrella se me apareció en el cielo y mi corazón ha vibrado de
alegría. Entonces me puse en camino siguiendo a la estrella hasta mi Salvador. Os
invito, habitantes de Bethaur a seguirme.
Anciano 2: ¡Sí!
Detrás van a salir los dos Ancianos, pero Barioná les interrumpe.
Anciano 2: Antes eras nuestro jefe. Ahora nos ha nacido un nuevo Señor.
Sara: No, Barioná. Te has quedado solo tú. Nos has apartado de tu lado.
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Sara: Sí, esposo. Yo también me marcho. Tengo que conocer a esa madre que me ha
devuelto la esperanza. Te amo. Pero entiéndelo, hay una mujer feliz y plena, una madre
que ha dado a luz por todas las madres y esto me ha devuelto la esperanza, me da
permiso para tener a mi hijo.
Barioná: Adiós. Se han ido. Estamos solos, Señor, tú y yo. Pero no oirás, Dios de los
judíos, una sola queja de mi boca. Quiero vivir mucho tiempo, abandonado sobre esta
roca estéril: yo que nunca pedí nacer, yo quiero ser tu remordimiento.
Barioná: ¡Hombre! ¡El hechicero de Bethaur! ¿No has ido tú también a adorar a ese
Mesías a Belén?
Hechicero: Soy demasiado viejo para tal camino. ¿Qué haces tú aquí?
Barioná: Esperar la muerte. ¿Qué sabes tú de ese Mesías? ¿Has profetizado algo sobre
él?
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Barioná: ¿Qué más? ¿Qué más ves?
Barioná: ¿Éste es el Mesías que esperábamos? ¿Éste es el que nos iba a librar de la
opresión de los malvados? ¿Cuáles son sus armas? ¿El perdón? ¿El amor? ¿La
humildad? ¡Nos conduce a un fracaso aún mayor! Y mi pueblo va a adorar a ese
fracasado… Tengo que evitarlo. Correré hasta Belén. Llegaré allí antes que mi pueblo.
Ellos son muchos y yo uno solo. Además, no hace falta mucho tiempo para retorcer el
frágil cuello de un niño. ¿No es su muerte lo que mi pueblo quiere celebrar? Les
adelantaré la celebración.
Telón.
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ACTO VI
Telón.
Barioná: Ahí está el pesebre. Ya sólo tengo que cruzar esa puerta para cumplir mi
cometido.
Barioná: Buenas noches, buen hombre. Vengo a visitar a unos parientes que creo que
se han alojado en este pesebre. ¿Sabe usted si hay aquí un hombre y una mujer con un
recién nacido?
Ángel: Sí, llegaron ayer y anoche mismo ella dio a luz. Es un chico y está bien.
Tendrías que haberlo visto… Apenas nacido el niño, la madre lo lavó y lo puso sobre
sus rodillas. El padre, los mira desde un rincón del pesebre. No sabes cómo mira a su
esposa y a su hijo, Barioná.
Ángel: Soy un ángel. Soy tu ángel, Barioná. He venido a decirte que no debes matar a
ese niño.
Ángel: Sí, me voy. Los ángeles no podemos hacer nada contra la libertad de los
hombres. Pero, Barioná, no lo hagas.
Barioná: Mira la mujer. Está de espaldas, no puedo ver al niño. Al hombre sí lo veo.
¡Es verdad! ¡Cómo los mira! ¡Qué mirada! ¿Es esperanza lo que veo en sus ojos?
Barioná cae de rodillas al suelo. ¡Cómo cambiaría esa mirada si me viera estrangular a
su hijo! Aún no he visto a ese niño y ya sé que no voy a tocarle.
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Se oyen gritos. Barioná se vuelve para mirar qué es.
Barioná se esconde detrás de una roca. Entran en escena los dos Ancianos, Pablo,
Simón, Sara y Susana.
Pablo: ¡Hosanna!
Barioná: ¡Qué felicidad respiran todos! ¿Qué hacen? No se oye ni un ruido. Están
arrodillados. ¡Ah, si pudiera estar entre ellos sin que me vieran! ¿Qué pensarán?
Pensarán que algo nuevo acaba de comenzar. Pero se equivocan. De todos modos,
siempre les quedarán estos segundos. Siempre les quedará la esperanza.
Barioná: En este pesebre se levanta una nueva mañana. Y aquí fuera es de noche. Y yo
soy engullido por esta noche. Ya no tengo valor para tocar a ese niño. Ni siquiera para
contar a mi pueblo cuál es el cruel final que espera a este niño.
Melchor: No, has venido para castigarte a ti mismo y para quedarte al margen de esta
felicidad. ¿Sabes una cosa, Barioná? Si todos los que están ahí dentro supieran cuál es el
final de este recién nacido le abandonarían. De hecho, le abandonarán en un futuro,
porque verán que no viene a poner fin a la dominación romana. Verán que el
sufrimiento seguirá presente en el mundo, incluso dos mil años más tarde. Pero tú estás
ahora más cerca de Cristo que todos ellos y tus oídos pueden abrirse para recibir la
verdadera buena noticia.
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Barioná: ¿Y cuál es esa buena noticia?
Melchor: Sí.
Barioná: Debería entrar ahí dentro y arrodillarme por primera vez en mi vida.
Telón.
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ACTO VII
Telón.
Entran en escena los dos Ancianos, Pablo, Simón, Sara y Susana, cantando, danzando
y dando palmas. Entra corriendo en escena el Ángel.
Anciano 1: Apenas se percibe una débil llama, los poderosos de la tierra la soplan para
apagarla.
Pablo: Barioná tenía razón. Deberíamos haberle hecho caso y permanecer en Bethaur
para esperar la muerte.
Anciano 2: Barioná, tenías razón. Herodes ha mandado soldados para matar al Mesías.
La esperanza que había en nosotros morirá con la muerte de ese niño. ¡Vaya chasco de
Salvador!
Simón: Volveremos tras de ti a Bethaur. Allí moriremos todos sin tener más
descendencia.
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Todos: ¡Sí!
Todos: Te lo juramos.
Barioná: Entonces, escuchadme con atención. Tú, Simón, ve a avisar a José y a María
de lo que va ocurrir. Diles que tomen el camino que llega hasta Hebrón. Tú les guiarás.
Barioná: No, porque nosotros vamos a salir a su encuentro y haremos que retrocedan.
Les entretendremos durante el tiempo suficiente para que José y María puedan pasar
con el Mesías.
Anciano 2: ¿Ahora quieres salvar a ese niño? ¡Nos van a matar a todos!
Barioná: ¡Por supuesto que nos matarán! Dios ha venido a la tierra. Ese niño es el
Cristo. Debemos dar la vida por él.
Sara: Barioná…
Barioná: No quiero morir. Querría vivir y disfrutar de este mundo y, sobre todo, de ti y
de nuestro hijo. Pero debo defender al Mesías.
Barioná: No llores, Sara. No moriré con pena o amargura. Moriré alegre por saber que
la esperanza ha llegado al mundo, ahora soy verdaderamente libre. Bendito sea el niño
que llevas en tu seno. Cuando crezca nuestro hijo, dile que su padre sufrió, como sufrirá
él, pero que conoció la alegría y la esperanza, que se encontró con Cristo y todo cobró
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sentido. ¡Habitantes de Bethaur! Tomad palos y piedras, muchachos. Seremos el muro
que contenga a los romanos. Derramaremos nuestra sangre para salvar la de Cristo.
Barioná: Y a vosotros, prisioneros, aquí termina nuestro auto de Navidad. Puede que
haya más de uno entre vosotros que haya sentido el sabor de hiel que yo he sentido.
Pero creo que también vosotros os habéis encontrado con Cristo y habéis saboreado la
alegría y la esperanza. ¡Viva Cristo nuestra esperanza!
Telón.
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