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LA GRAN CONTROVERSIA CRISTOLÓGICA:

DE ÉFESO A CALCEDONIA I
En: P. Smulders, Desarollo de la Cristología en la historia de los dogmas y en el magisterio eclesiástico,
Mysterium Salutis III, 417-503.
La gran disputa cristológica que se encendió el año 438, con su punto álgido en Efeso y su conclusión pa-
sajera en Calcedonia, es una de las páginas más trágicas de la historia de la Iglesia. De ella arrancan divi-
siones aún no cicatrizadas. El malentendido entre el Oriente y el Occidente quedó con ese hecho alimenta-
do para siglos. El ejemplo de comportamiento anticristiano entre los mismos cristianos, casi universal en
aquel período, ha tenido luego demasiados imitadores. Uno se pregunta, mirando hacia atrás, si no podría
haberse evitado el conflicto. En realidad, los puntos de vista de ambas partes se distanciaban mucho menos
de lo que ellos pensaban. Pero procedían de ángulos y tradiciones muy diversos. Tal vez la discusión fue
necesaria, pues, pasadas las primeras incidencias, obligó a ambas partes a no reflexionar solamente sobre
su propia herencia doctrinal, sino también a reconocer en la doctrina de la otra elementos de verdad capa-
ces de integrarse en una doctrina general. La disputa significó, finalmente, un paso adelante en la cristolo-
gía y llevó a las partes a una visión más ponderada y católica.
1. Efeso: Cirilo contra Nestorio
El año 428 el monje antioqueno Nestorio (muerto en el destierro el 451) fue elevado por el emperador
Teodosio II a la dignidad de obispo de Constantinopla. Se propuso desde el principio la tarea de reformar
las costumbres y purificar de toda mancha herética la capital del Imperio. A los cinco días de su entroniza-
ción, la policía imperial clausuró las capillas arrianas y a las pocas semanas el emperador firmó una ley por
la que era condenada al destierro una variada serie de herejes (Cod. Theod., XVI, V, 65). El nuevo obispo
encontró una comunidad dividida a propósito de la designación theotókos (Madre de Dios). En presencia
del obispo hizo Proclo, uno de sus futuros sucesores, un panegírico de la encarnación que terminó con el
nombre de la theotókos; pero otro predicador forastero proclamó: "¡El que llame a María Madre de Dios,
sea anatema!". El patriarca propuso en una serie de homilías si María debería ser llamada theotókos o anth-
ropotókos. theotókos implicaba la dificultad de que dicho nombre favorece a la idea de la madre de los
dioses entre los paganos y que no puede emplearse correctamente; en realidad, "María no llevó a la divini-
dad..., sino a un hombre, instrumento de la divinidad, y el Espíritu Santo no hizo de la Virgen al Dios-
Palabra..., sino que le edificó un templo". Nestorio mismo prefiere la designación christotókos, puesto que
el nombre Cristo designa al mediador, es decir, la unión de Dios y el hombre.
Si Nestorio esperaba conseguir el restablecimiento de la paz valiéndose de este trazo de teología antioque-
na, hubo de sentirse fuertemente decepcionado. Surgió una reacción muy vigorosa por parte de los nume-
rosos monjes de la capital, que, a partir de entonces, se negaron a recibir la comunión de manos de Nesto-
rio. Se enviaron trozos de los sermones del patriarca a Cirilo de Alejandría y al papa de Roma, Celestino,
con lo que comenzó una violenta correspondencia. Cirilo escribió a Nestorio diciéndole que no podía dar
crédito a los rumores y que haría muy bien llamando a María "Madre de Dios"'. Nestorio contestó fríamen-
te a Cirilo y le acusó de falta de caridad cristiana. En efecto, Cirilo habla enviado a los monjes constanti-
nopolitanos de tendencia alejandrina un tratado que venía a echar leña al fuego. En una segunda carta a
Nestorio, carta que después fue aprobada por el Concilio de Efeso, hace Cirilo un comentario detallado del
Símbolo de Nicea y exhorta a Nestorio a adherirse a su contenido. La respuesta de Nestorio fue dura: Ciri-
lo no entendía la doctrina de Nicea. Grave ultraje para un hombre que se consideraba el heredero de Atana-
sio.
Entre tanto, ambos partidos enviaron a Roma sus legados y sus informes. Pero mientras Nestorio mandó un
informe redactado en griego, cuya traducción dio enorme quehacer en Roma y en que se aludía con evi-
dente falta de tacto a la cuestión pelagiana, Cirilo cuidó de enviar del suyo una traducción. Roma pide ase-
soramiento a Casiano, especialista en cuestiones griegas. El acta de Cirilo y el informe de Casiano presen-
tan a Nestorio como un nuevo Pablo de Samosata que ve en Jesús un simple hombre. En el verano del 430
convoca Celestino en Roma un sínodo que condena la doctrina de Nestorio. El papa no comprende que el
patriarca de Constantinopla se sienta heredero de una tradición dignísima, sino que sólo ve en su doctrina
una serie de novedades perturbadoras. Bajo pena de destitución y excomunión ordena a Nestorio que acep-
te la doctrina de Roma y Alejandría y proclame: "Si estás de acuerdo con este hermano (Cirilo), queremos
que tú, condenando todo lo que hasta ahora has dicho, proclames lo que le oyes proclamar". Cirilo recibe
el encargo de ejecutar la sentencia. En este sentido, Celestino escribe también a los otros dos patriarcas del
Oriente, Juan de Antioquía y Juvenal de Jerusalén, al igual que a los obispos de Salónica y Filipos en Ma-
cedonia.
El nombramiento del patriarca de Alejandría como plenipotenciario fue un grave error táctico. En el pro-
blema de Nestorio chocaban no sólo las escuelas tradicionales de Antioquía y Alejandría, sino que ambos
patriarcas sostenían una lucha violenta por la hegemonía. Veinticinco años antes, Teófilo de Alejandría se
había confabulado con la corte imperial para deshacerse de Juan Crisóstomo, sacerdote antioqueno nom-
brado obispo de la corte; Teófilo le había llevado a la muerte. Ahora residía en Alejandría el nieto de Teó-
filo y el obispo de Constantinopla era una vez más un sacerdote antioqueno. ¿Tendría el drama una nueva
reproducción? Nestorio lo vio así. Pocos días después de haber recibido el escrito del papa, hacía alusión
en una agitada homilía a las santas víctimas de la persecución de los patriarcas alejandrinos. Cirilo daba,
efectivamente, motivos de sobra para estas sospechas. También él buscó protección en la corte. Pero no se
limitó a enviar tratados teológicos, sino que mandó también considerables sumas de dinero a fin de ganar
"para la causa" a los dignatarios imperiales. Tampoco teológicamente estaba Cirilo dispuesto a respetar a
su adversario.
En posesión de los plenos poderes que Celestino le había otorgado, Cirilo redactó, junto con un sínodo
reunido en Alejandría, un escrito que, tras una introducción al Símbolo de Nicea, añadía una confesión
cristológica muy detallada que concluía con una serie de doce anatemas. Todo esto habría de suscribirlo
Nestorio. Con ello quedó desvanecida toda esperanza de entendimiento. Juan de Antioquía (429-441) habia
buscado, junto con varios obispos de la región, un nuevo intento de reconciliación. Exhortó a Nestorio, que
el 6 de diciembre del 430 había dicho que el nombre theotókos era la única diferencia entre ellos, a afirmar
esta designación ante la cual los Padres tampoco tuvieron reservas y cuya no aceptación pone en peligro
toda la doctrina de la economía salvífica. Pero era imposible que Nestorio suscribiera la nueva confesión
de fe de Cirilo; le parecía apolinarismo puro. Para expresar la unidad del hombre-Dios, Cirilo utilizaba la
fórmula "unión natural" (unión física), que él imaginaba ser atanasiana, pero que en realidad procedía de
Apolinar. Para explicar esta "unión natural" de la Palabra con la carne, empleaba la comparación del alma
humana que habita en el propio cuerpo. Es cierto que hacía notar cómo la "carne" significa en este caso
"un hombre animado por el alma racional", pero no comprendía que la discusión sobre el apolinarismo se
hubiese agudizado precisamente por el problema del nous.
Con el fin de restablecer la paz, el emperador Teodosio convocó un Concilio general en Efeso A mediados
de junio habían llegado a dicha ciudad Cirilo, Nestorio y con ellos más de doscientos obispos, mientras los
obispos orientales y los legados del papa estaban aún de viaje. Pero como pasaba la fecha señalada para el
comienzo del Concilio, Cirilo urgió la apertura del mismo el 22 de junio, a pesar de las protestas del comi-
sario imperial y de unos sesenta obispos. El primer día - se habrían reunido unos ciento cincuenta obispos -
llegó la decisión. Nestorio fue conminado tres veces - ¡había que guardar la norma evangélica! - a compa-
recer ante el Concilio. El se negó. Entonces se levó el Símbolo de Nicea y a continuación la segunda carta
de Cirilo a Nestorio, así como la réplica de éste. La carta de Cirilo fue aprobada y la contestación de Nes-
torio condenada por oponerse al Símbolo de Nicea. Ese mismo día se promulgó la destitución de Nestorio.
Con ello concluyó prácticamente el cometido dogmático del Concilio.
Algunos idas después llegó Juan de Antioquía con los obispos orientales. Tampoco perdió tiempo. En su
reunión del 26 de junio condenaron el procedimiento de Cirilo por no ajustarse a los cánones y por los
errores arrianos y apolinaristas que se involucraban en sus anatemas. A principios de julio llegaron por fin
a Efeso los legados romanos. Con arreglo a las instrucciones de Celestino, tomaron contacto con Cirilo y
se hicieron leer el protocolo de la sesión del 22 de junio. Confirmaron la condena de Nestorio. Por último,
el Concilio de Cirilo excomulgó al patriarca de Antioquía. Para poner término a las perturbaciones consi-
guientes, el emperador clausuró el Concilios y detuvo a Nestorio y a Cirilo. Pero unos meses después Ciri-
lo pudo volver a su sede, mientras Nestorio seguía recluido en su monasterio de Antioquía y luego fue des-
terrado al oasis de Achmim, en el alto Egipto. Otro de los tristes resultados del Concilio fue que Cirilo (en

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unión con Roma) y Juan de Antioquía se habían excomulgado mutuamente. Sólo después de difíciles ne-
gociaciones, aunque provechosas para el dogma, se consiguió nuevamente la paz.
El Concilio de Efeso no promulgó ningún símbolo propio, sino que se contentó con aprobar la segunda
carta de Cirilo a Nestorio como expresión exacta de la fe católica y de la fidelidad a la fe de Nicea, conde-
nando además la carta de Nestorio. Dentro de su estilo, las conclusiones de Efeso no se refieren apenas a
los detalles de doctrina y terminología y sí más bien a la orientación general; todo su proceso se desarrolló
a lo largo de un solo día particularmente movido por otros acontecimientos. Si intentamos conocer esa
orientación general, notaremos que se nos escurre de las manos como en pocas ocasiones. Sin duda, pre-
tendió sancionar el uso tradicional del término theotókos; pero en realidad es difícil comprender la oposi-
ción profunda entre Cirilo y Nestorio. Es también absurdo empeñarse en atribuir a Nestorio una doctrina
adopcionista (como si Jesús fuera un hombre corriente unido sólo "moralmente" con la Palabra) como ta-
char a Cirilo de apolinarismo o arrianismo. Todas estas contradicaones, debidas a la simplificación de los
planteamientos, impidieron en aquel entonces llegar a una verdadera solución satisfactoria. Cirilo y Nesto-
rio confiesan la unidad del hombreDios entendiéndola como verdadera unidad de ser. Pero Nestorio subra-
ya, de acuerdo con la tradición antioquena, que dicha unión es una unión divina, pero también una gracia
peculiar y una adhesión voluntaria y libre de Jesús a la Palabra; por entender una unidad de ser, es el pri-
mer antioqueno que se opone críticamente a la fórmula "uno y otro".
Cirilo, por el contrario, habla, con una terminología no menos cortante, de una unión "física", con la que
quiere designar su realidad entitativa, pero parece negar el aspecto de la encarnación como gracia. Ambos
afirman que Jesucristo es total e inmutablemente verdadero Dios y verdadero hombre. Ambos subrayan
también en esta unidad lo divino y lo humano como focos de las diferentes propiedades y actividades, aun
cuando en este punto se fija Nestorio más en la distinción de las "naturalezas", mientras Cirilo, por el con-
trario, acentúa la unidad del sujeto, mediante la cual puede afirmarse de Dios lo humano y del hombre lo
divino (lo que luego se llamará "communicatio idiomatum").
¿Quiere esto decir que la discusión se reducía en realidad a una diferente acentuación y a ciertas diferen-
cias terminológicas? Ni mucho menos. Ambos veían en las afirmaciones del contrario una lesión grave
contra el centro de la fe salvadora. Para la tradición antioquena de Nestorio, este centro se sitúa en la plena
divinidad de la Palabra; desde este punto de vista, la doctrina de Cirilo, que hablaba del nacimiento de la
Palabra misma (en su propia physis) como sujeto del seno de María, al igual que de la pasión y la muerte,
resultaba un peligro para la divinidad. Pero resulta que para Cirilo el núcleo de la salvación está precisa-
mente en que Dios mismo asume nuestra existencia humana, la comparte y la santifica; el modo como
Nestorio separa lo divino y lo humano, refiriendo lo humano exclusivamente a Cristo, significaba a los
ojos de Cirilo la negación pura y simple de la redención.
En esto radica la significación esencial del Concilio de Efeso: el Hijo de Dios en persona es misteriosa-
mente el sujeto de la vida humana de Jesús. Este punto se veía amenazado en los decenios posteriores a
Nicea por diversos factores. Los arrianos habían aprovechado la unidad del sujeto para negar la verdadera
divinidad del Hijo. Apolinar había comprometido la unidad con sus exageraciones, al dejar vana la realidad
humana del hombre-Dios. En el intento de conjurar ambos peligros, los antioquenos habían desarrollado
una serie de distinciones, con las cuales no se negaba la unidad, pero quedaba encubierta su visión. En este
conflicto quiso el Concilio de Efeso mantener sobre todo de manera inequívoca la unidad como base de la
fe en Jesucristo. ¿Qué sentido podría tener el confesarle como Dios si él no fuera realmente hermano nues-
tro?
La tragedia de Cirilo de Alejandría en Efeso consistió en que no se dio cuenta a tiempo de que era preciso
hacer una reflexión más profunda sobre las diferencias entre lo divino y lo humano del hombre-Dios (en
esto iban por delante los antioquenos) y, sobre todo, en que estudió insuficientemente cómo nuestra salva-
ción presupone la plena realidad del ser humano de Jesús. A consecuencia de esto, su postura ante el apoli-
narismo era poco clara. La evolución futura de la cristología había de centrarse precisamente en la supera-
ción de estas insuficiencias.

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