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Reseña: 99 La morgue de Ramón Griffero y la apología de la muerte

Constanza Muñoz Córdova

constanza.munoz.co@gmail.com

Ramón Griffero es un dramaturgo reconocido en la escena nacional chilena, que se ha


destacado por la elaboración de diversos montajes teatrales. En la siguiente ocasión se alude
a una obra llamativa y permanente de su imaginario, que lleva por título: 99 La Morgue;
puesta en escena en el año 1987. En la actualidad, dicha teatralidad, aún es llamativa para
los espectadores, pues trata y manifiesta diversos temas de la época de elaboración, junto a
nuevas lecturas por parte del público. Si bien, en esencia, la obra sigue siendo la misma, los
cambios culturales permiten dilucidar novedosas formas de interpretación y análisis, en razón
a los eventos y nociones impuestas por el teatro actual.

La obra de Griffero emerge en un escenario de muerte, en la morgue, el tanatorio, un lugar


donde cada personaje vive su propia defunción. En ella existe un vestíbulo permanente, un
pasillo de hospital, por donde pasan los cadáveres, los familiares y los enfermos.
Evidentemente este escenario, no es al azar, pues actúa como un símil de lo que estaba
ocurriendo en el acontecer nacional chileno en tal periodo de tiempo, una época de protestas,
denuncias, descontrol social y censura. A menudo las escenas están sujetas a diversos planos,
monólogos, diálogos y soliloquios.

La historia entonces, inicia con la llegada de un nuevo doctor, que tiene la función de dirigir
el hospital. En el espacio se encuentran los empleados, los restos de los muertos, los
cadáveres apilados en diversos nichos, la mesa de autopsia, la salida y entrada de camillas,
donde yacen los despojos de los que fueron alguna vez seres humanos. Cada personaje tiene
su historia, por ejemplo: Fernanda la mujer que realiza el aseo, debe llevar a la abuela a
trabajar, quien padece una clara demencia senil. Por otro lado, la existencia del personaje de
Germán, quien llega a la obra, a través, de la mesa de autopsia y que tiene sueños proféticos
con la vida, la muerte y su madre, una prostituta que aparece anquilosada sin espacio de
movimiento, en una parte de la escenografía.
Finalmente, en la morgue, no es solo el cuerpo el que muere, los personajes viven en un
constante fenecer. Asiduamente, padecen la pérdida de algo y ellos mismos se cuestionan,
qué pensarían los grandes gestores de la patria, como fueron: la Virgen del Carmen y
Bernardo O’Higgins, sobre ese espectro social.

En algunos pasajes, los personajes se transforman, como es el caso de la abuela, quien se


convierte en diosa profética del advenimiento de aquella muerte. Ella enuncia la voz del
olimpo, las Termópilas, la Antígona y el esclavo de Hermes. Para Germán, en cambio, esa
permutabilidad se da específicamente en el asesinato y la locura.

Es interesante el argumento de Griffero, ya que, propone un quiebre con el mito tradicional.


Se identifica con el término de los discursos enunciados, que también se instauran en una
muerte permanente, que subyace en la representación de la imagen y de las filosofías
imperantes.

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