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EL LUGAR DE LOS PADRES EN EL

PSICOANÁLISIS DE NIÑOS
Fecha de publicación:
Mar, 10/01/1996
EL LUGAR DE LOS PADRES EN PSICOANÁLISIS DE NIÑOS.
UNA REFLEXIÓN TEÓRICO-CLÍNICA

Silvia Cantis*

Introducción
Mediante este trabajo me propongo ampliar la comprensión de una tarea a la cual
los analistas de niños nos enfrentamos sin la ayuda de una teorización suficiente y, por lo
tanto, de forma intuitiva.
La relación del analista de niños con los padres de sus pequeños pacientes no es
sencilla, y en ella surgen frecuentemente conflictos, malentendidos y reacciones
inesperadas que pueden sorprender al analista. Quizás, hasta cierto punto, sea este uno de
los motivos por los cuales no son muchos los analistas que trabajan con niños y sí son
muchos los que abandonan después de algún tiempo.
Es evidente que necesitamos tener una cierta relación con los padres, si no fuera así,
el tratamiento del niño no podría llevarse a cabo. Al mismo tiempo todos tenemos la
experiencia cotidiana de las complicaciones que pueden surgir y de que muchos fracasos
terapéuticos dependen, entre otras cosas, de un abordaje insuficiente o equivocado.
Podemos pensar que algo importante de la identidad del analista de niños será
puesto a prueba al tener que afrontar el esfuerzo adicional de procesar la relación con los
padres; relación que adquiere fundamental importancia en la medida que puede obstaculizar
e incluso impedir el análisis del niño.
Según Maud Mannoni, «el psicoanalista de niños acepta el lugar donde convergen
los lamentos de los padres y del niño. No se trata del niño aislado, primero se interroga a la
dinámica familiar. Desenredar la madeja de lo no dicho del discurso familiar permite
proteger al niño de las reacciones nocivas inconscientes de sus padres» (Mannoni, 1982).
Si bien este punto de vista parece ser una preocupación actual de los psicoanalistas
de niños, la relación del niño con sus padres está ya en el origen de la célebre disidencia
entre Anna Freud y Melanie Klein. Según A. Freud, el paciente niño no estaría dispuesto a
reeditar sus vinculaciones amorosas en la transferencia puesto que aún no habría agotado la
vieja edición. Klein sostiene, por su parte, que el niño puede ser analizado y apoya en su
concepto de objeto interno la convicción de que la transferencia será posible en el análisis
del niño (Symposium, 1927).
En este trabajo voy a intentar centrarme en conceptualizar la importancia
fundamental de entender y procesar los vínculos inconscientes que se han establecido entre
esos padres y ese hijo, y en las particularidades de la transferencia y contratransferencia
triangular que se despliega entre el niño, el analista y los padres; y que no será
independiente de esos vínculos de los que he hablado anteriormente. Una vez que hayamos
podido entender y procesar algo de estos vínculos intentaremos utilizarlo como herramienta
de trabajo en el análisis del niño.
Parto del supuesto de que ni la incompletud en la estructuración del aparato psíquico
del niño, ni su situación de dependencia familiar, ni su inclusión en el entramado
inconsciente de deseos de los padres descalifican el análisis individual del niño. Lo
prioritario será escuchar al paciente niño como sujeto.
No incluiré las distintas posibilidades de estrategias terapéuticas complementarias
como la inclusión de los padres en el setting integrando un grupo familiar; ni los
tratamientos vinculares permanentes o en alguna etapa del tratamiento del niño; ni las
terapias de pareja parental, conyugal, etc.
Para introducirnos en el tema y como punto de partida, quiero reproducir dos citas
de Freud en donde aborda las dificultades que los padres u otros allegados plantean para el
tratamiento psicoanalítico.
La primera de 1917, de las Conferencias de introducción al Psicoanálisis. En la 28
Conferencia, titulada «La terapia analítica», Freud escribe: «En los tratamientos
psicoanalíticos la intromisión de los parientes es directamente un peligro, y de tal índole,
que no se sabe cómo remediarlo. Tenemos armas contra las resistencias internas de los
pacientes, cuyo carácter necesario reconocemos; pero... ¿cómo nos defenderíamos contra
aquellas resistencias externas?». Y más adelante dice: «Quien conozca las profundas
desaveniencias que pueden dividir a una familia no se sorprenderá, como analista, si
encuentra que los allegados del enfermo revelan a veces más interés en que él siga como
hasta ahora y no en que sane».
Y en 1932, en las Nuevas conferencias, refiriéndose más específicamente al
psicoanálisis de niños y al papel que juegan los padres: «Las resistencias internas que
combatimos en el adulto están sustituidas en el niño, las más de las veces, por dificultades
externas. Cuando los padres se erigen en portadores de la resistencia a menudo peligra la
meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño,
algún influjo analítico sobre sus progenitores» (Freud, 1932).
En el mismo año 1932, Melanie Klein escribe en El psicoanálisis de niños que debe
haber una cierta relación de confianza entre los padres y el analista del niño, ya que los
padres están incluidos en el campo del análisis aunque no son analizados. La neurosis del
niño, según esta autora, pesa mucho sobre el sentimiento de culpa de los padres. También
se sienten excluidos de la relación que se establece entre el analista y el niño. Esto genera
una actitud ambivalente hacia el analista aunque los padres tengan conciencia de la
necesidad del tratamiento. Cito ahora textualmente: «De aquí que, aunque los padres del
niño están, conscientemente, bien dispuestos respecto a su análisis, debemos esperar que
sean, hasta cierto punto, perturbadores [..]. El grado de dificultad que causarán dependerá
de su actitud inconsciente y de la cantidad de ambivalencia que tengan». Y más adelante:
«en la mayoría de los casos vi que olvidan fácilmente los síntomas por los que habían traído
al paciente y estimaban en poco los cambios sobrevenidos».
Para terminar esta introducción retomaré palabras de D. Meltzer de El proceso
psicoanalítico porque comparando distintas posturas frente a la inclusión de los padres en
el análisis del niño, es el autor que más radicalmente los ubica fuera de la relación niño-
analista. Sus palabras en ese sentido son suficientemente elocuentes: «sería deseable que el
contacto entre los padres y el analista fuera tan restringido y ambiguo como la buena
educación lo permita».
Sin embargo, y aunque su punto de vista con respecto a la no inclusión de los padres
parece tan claro, unas líneas más adelante Meltzer nos advierte que una resistencia
intratable al análisis es la folie à deux entre madre y niño; o que debemos preparar a los
padres para la mejoría temprana que se produce en los análisis de niños y asegurarles que
no ha de durar. A mi modo de ver, aunque el planteamiento teórico es mantener alejados a
los padres lo más posible, estos se incluyen a pesar del analista y de sus teorías; por eso
creo necesario reflexionar sobre la «interferencia» de los padres que ha sido clásicamente
entendida en términos de resistencia (Pelento, 1980); e intentar plantearse hasta qué punto
esta «interferencia» podrá ser útil en el trabajo con nuestros pacientes.
En este sentido resultará difícil para el analista de niños comunicarse con los padres
de su paciente cuando está en contacto con la realidad psíquica del niño; supondrá un doble
esfuerzo, por un lado el de no confundir a los padres reales con las imagos parentales que el
niño nos transmitirá en el análisis, por el otro el tener que «olvidar» a los padres reales para
ponerse en contacto con la realidad psíquica del niño y sus imagos.
En este trabajo voy a partir del supuesto de que los padres están incluidos en el
campo analítico, y, trabajando desde esta perspectiva, intentaré ver cómo podemos teorizar
a partir del hecho clínico. Finalmente presentaré un material clínico con la intención de
ilustrar lo trabajado teóricamente.

Las entrevistas iniciales


Mientras entrevistamos a unos padres por primera vez nos vamos haciendo una
imagen del niño con el que nos vamos a encontrar posteriormente; y aunque sabemos que la
información que nos dan los padres siempre nos llegará deformada, intentamos captar al
niño que esos padres tienen en su mente. En esa situación nos resulta de gran ayuda el
enfrentarnos a la entrevista con los padres utilizando el mismo recurso técnico que usamos
en una entrevista individual con un paciente, la atención flotante. Esto nos ayudará a captar
una historia del niño que será de gran utilidad para su futuro análisis, probablemente mucho
más que concentrarnos en consignar un sinfín de datos de la historia como si se tratara más
bien de una historia clínica pediátrica.
Desde esta perspectiva vamos intuyendo cómo se sienten estos padres al serlo de ese
hijo que tienen, si el niño se parece al que a ellos les gustaría tener, cuál es el significado o
la vivencia que produce en estos padres el necesitar consultarnos. También nos interesa
preguntarnos en qué lugar nos están colocando, si nos ven como un «mal necesario», como
un trámite que hay que terminar cuanto antes, como un rival que lo sabe todo y frente al
cual hay que someterse, u otras muchas posibilidades. De cómo los padres estén viviendo
este encuentro triangular (ya que el niño está ahí aunque no esté físicamente) podremos
inferir abundantes datos sobre los vínculos de ese grupo familiar. Cuando reunimos toda
esta información y entrevistamos al niño será muy significativo comprobar hasta qué punto
toda la imagen que nos hemos hecho coincide o no con la del niño que nos encontramos.
Para Johan Norman la manera de recoger esta historia sería: «Con un oído oigo los
hechos sobre el niño y los padres, y con el otro trato de imaginar al niño del que los padres
hablan, de entender cómo el niño funciona como un objeto interno para este padre y cómo
es el mundo interno en el cual ese niño/objeto vive (o no)» (1993).
En estas entrevistas intentaremos hacer un diagnóstico y pronóstico del tratamiento
y detectar hasta qué punto la estructura de esos padres y de su vínculo con el niño podrán
aceptar los cambios del paciente o se convertirán en un obstáculo para que estos cambios se
consoliden.
Dentro de la dinámica de la entrevista con los padres, Arminda Aberasturi nos
advierte del riesgo de entenderse mejor con uno de los miembros de la pareja parental. Creo
que esto es algo prácticamente inevitable y que podrá ser utilizado como fuente de
información del funcionamiento de esos padres en relación con ese hijo y de los padres
entre sí. Aberasturi también pone el énfasis en aliviar la angustia y la culpa de los padres
por el sufrimiento del hijo, para ello recomienda asumir desde el primer momento el papel
de terapeutas del hijo y hacernos cargo del problema. Pienso que en este punto no
deberíamos generalizar, quizás en algunos casos sería deseable que los padres pudieran
contener esos sentimientos.
La entrevista con los padres proporcionará dos tipos de información: por un lado
una colección de datos, la historia contada, y por otro, una situación vivencial con el
analista como observador participante y donde los padres muestran su manera de funcionar
individual y grupal. Es necesario tener presente qué situaciones deberán ser detectadas en
las entrevistas iniciales. Por ejemplo el temor de los padres a ser enjuiciados, la exigencia
de estos hacia el analista, las distintas identificaciones y contraidentificaciones del analista
con un padre, con el otro, con los dos contra el niño o con el niño contra los padres.
También aparecerán fantasías universales como el deseo de robar los hijos a la propia
madre, ser mejor que ella, etc. Será especialmente importante la tolerancia del analista para
contener y elaborar estas fantasías para no actuar e intentar obtener el más alto nivel de
información con el menor nivel de distorsión (R. Grinberg, 1977).
Por último, y en relación a las entrevistas iniciales, pienso que en ellas intentamos
pensar cómo puede sernos de utilidad la presencia de los padres/ modelos de identificación
de nuestro futuro paciente. Este hecho tiene, a mi modo de ver, especial interés, ya que «la
teoría de la identificación nos brinda una herramienta primordial en la comprensión de la
delicada trama que une la patología individual con la familiar» (Olmos, 1988).
Como última reflexión en torno a las entrevistas iniciales con los padres quiero
plantear la dificultad con que nos encontramos para incluir el material que recogemos en
ellas en el análisis del niño. Me remito en este sentido a la viñeta clínica que presentaré al
final del trabajo.

El proceso analítico. Una transferencia triangular


Según avanza el proceso analítico se irá desplegando una transferencia intrínseca al
análisis de niños; una transferencia doble de los padres y del niño.
La dificultad surgirá en la medida en que la transferencia de los padres no podrá ser
interpretada y los inconvenientes que eso acarreará. En principio, creará en el analista una
contratransferencia también doble que, en ocasiones, requerirá un importante esfuerzo para
ser procesada.
Me gustaría dejar claro que, desde mi punto de vista, esta dificultad no es una
«desviación» o un error de un análisis mal llevado, ya que aparecerá en todos los casos en
mayor o menor medida.
En relación a esta complicación inevitable es útil que ahora nos preguntemos cómo
transformar elaborativamente este obstáculo en instrumento de trabajo sin indicar, en
principio, terapias familiares o complementarias de cualquier tipo a los padres. Nos
encontramos con el desarrollo de una reacción de transferencia inhibida, coartada, que
carece de un espacio adecuado y propio donde desplegarse. La dificultad para el analista,
del niño será recoger esta transferencia y procesar las reacciones contratransferenciales que,
inevitablemente, producirá en él.
Es bastante habitual que los padres se sientan heridos o culposos de no poder
afrontar el crecimiento y la evolución de sus hijos sin recurrir a una ayuda exterior. Al
comenzar el análisis del niño pueden manifestar su impaciencia e intolerancia para soportar
los tiempos que requieren los cambios. En otros casos pueden mostrarse completamente
confiados e idealizar al analista aseverando que todo lo que haga les parece absolutamente
adecuado. El analista puede sentirse en falta, que no lo hace suficientemente bien o que no
entiende al niño todo lo que debiera o todo lo rápido que debiera; puede tener la fantasía
recurrente de que ese análisis será interrumpido en cualquier momento tanto en el caso de
los padres impacientes como en el de los padres idealizadores.
Si, pese a todo, se instala la relación analítica estrecha niño-analista, los padres
pueden sentirse excluidos, celosos y envidiosos. Los cambios del niño afectarán sus
vínculos dentro y fuera de la familia, y esto puede desconcertar a los padres, que empiezan
a preguntarse si no era mejor «malo conocido». Este momento no será sencillo para la
contratransferencia del analista, que puede verse tentado a actuar la fantasía de ser mejor
madre o padre de su pequeño paciente que sus padres reales. Desde el punto de vista del
niño es el momento en que pueden verse favorecidas sus disociaciones entre un analista
bueno y sus padres malos o viceversa. Esto se ve incrementado por el respeto del secreto
profesional, singularidad de la relación analítica con la que el niño no está familiarizado.
Según Johan Norman es fructífero para el analista pensar que los padres están en la
misma trampa en la que está el niño, y sugiere, como actitud técnica, intentar ayudarles a
comprender que la recolección de la transferencia en el análisis del niño será provechosa
para todos. El modelo que utiliza Norman parte de la idea de que los niños reactualizan
conflictos no resueltos en los padres, y esto hará que ellos tengan que adaptarse
regresivamente; esta sería, a su modo de ver, la «trampa» para los padres, en la cual la
neurosis del niño les haría caer una y otra vez. Si este «bombardeo» del niño se recoge en la
situación analítica podrá ser utilizado gracias a la permeabilidad del analista, su función de
«tercero» y la firmeza del setting; características que determinan la relación analítica.
Como nos recuerda M. Utrilla, para R. Diatkine lo más importante sería que el
psicoanalista sea investido por el niño como factor de cambio, y esto dependerá del interés
que tenga el analista por el funcionamiento mental del niño. ¿Podemos extender también a
los padres esa necesidad de investir al analista?
Según Jean-Claude Rolland, «En el caso del niño por lo menos tres personas
integran la situación analítica: el niño, el analista y los padres; que son probablemente los
que han sido olvidados, ignorados o dejados en la oscuridad en lo que respecta a la teoría.
No los padres como imagos u objetos introyectados que tienen un papel central en todas las
construcciones teóricas sobre niños, ni tampoco los padres del mundo real que pagan el
análisis del niño y lo llevan; sino los padres vinculados estrechamente a su hijo mediante
una relación de amor-odio que los conduce a co-operar en la vida psíquica del niño y a
sentir su síntoma o enfermedad como el signo viviente y apasionado de su relación. Desde
este punto de vista el niño difícilmente puede ser discriminado de sus padres, y su síntoma
no es totalmente suyo; esto debe ser usado como un indicador de un espacio donde los
protagonistas de un drama inconsciente se confunden unos con otros» (Rolland, 1993).
En resumen, y para centrar las ideas de este apartado, pienso que, entre el niño, el
analista y los padres se desplegará una reacción de transferencia que dará vida a un
espacio de encuentro analítico nuevo y singular. Obviarlo u olvidarlo puede abocarnos al
fracaso. Contener la situación y sus dificultades nos exige pensar respuestas posibles para
no terminar ocupando un lugar pedagógico, reeducativo o autoritario; actuando
identificados con las resistencias de los padres o del niño al insight.

El lugar de los padres. Distintas teorizaciones


Dada la extensión de este trabajo resulta imposible tratar las teorías de la
estructuración del psiquismo; intentaré hacer una síntesis muy esquemática teniendo en
cuenta que, para el tema que nos ocupa, las distintas conceptualizaciones implicarán
distintos abordajes de la relación con los padres. Al enfocar un tema clínico como este, es
necesario hablar de teoría, ya que veremos de forma muy distinta la participación de los
padres según la teorización que esté modulando nuestra escucha. Si no fuera así, y me
remito al principio de mi trabajo, corremos el riesgo de apoyarnos en la pura intuición sin
poder, por tanto, reflexionar sobre nuestra tarea. Las distintas modalidades técnicas se
corresponderán con las formas de concebir la formación de la subjetividad, por lo cual cada
teoría proporciona un modelo de trabajo.
Entre las teorías que se han ocupado del desarrollo y estructuración del aparato
psíquico voy a tomar tres líneas fundamentales. De un lado del abanico la teoría kleiniana
clásica. Para esta escuela el niño se desarrollará a partir de su dotación pulsional congénita,
o sea que el énfasis estará siempre puesto en lo intrapsíquico que la realidad sólo
corroborará o refutará. Lógicamente los padres deben permanecer lo más lejos posible del
análisis del niño, ya que, según este modelo, la cura transcurrirá exclusivamente en su
mundo interno.
Para Winnicott lo importante será la relación entre presencia materna
suficientemente buena y su ausencia y el acceso al campo de los fenómenos transicionales.
Para Bion, también hay un interjuego dialéctico entre presencia- ausencia como
precondición para la génesis del pensamiento y la estructuración.
En el otro extremo del abanico teórico, poniendo el énfasis en lo intersubjetivo
estaría la escuela lacaniana. Para estos autores el yo está atrapado en la identificación
especular alienante con su imagen reflejada o con la imagen que le da el semejante. El
conflicto no depende del niño ni de la madre, está más allá de ambos, en la estructura
determinada por el campo del Otro.
Podríamos decir muy esquemáticamente que en Klein todo comienza en el mundo
interno, en Winnicott y Bion en el mundo intermedio de la función materna, y en Lacan en
el mundo externo del gran Otro de la cultura.
Si en la teoría kleiniana no había espacio para el deseo de los padres en el proceso
de formación del sujeto psíquico, en la teoría lacaniana no se consigue ver qué lugar tiene
el sujeto a advenir para encontrar la singularidad de su propia historia.
Hay otros autores de la escuela francesa que si bien aceptan algunos aspectos de la
obra de Lacan, cuestionan otros; entre ellos quisiera nombrar a Françoise Dolto, Maud
Mannoni, Piera Aulagnier y otros. Para estos autores las fantasías del padre y de la madre
actúan como un entramado sobre el niño y lo ubican en un lugar. El aparato psíquico del
niño se irá estructurando en la interacción con sus padres, y de esto tendremos noticia
observando cómo quedó incluido ese niño en la trama familiar.
Para Stoleru los problemas de la «parentificación» determinarán laconstitución
psíquica del niño. Cuando un individuo se transforma en padre o madre surgen o se reeditan
conflictos con los propios padres con un aspecto transgeneracional. Según este autor la
madre tiende a repetir con el hijo la relación con su propia madre. Pese a la importancia de
esta repetición ella sólo podrá desplegarse dentro de ciertos límites por dos motivos: los que
provienen del niño que tiene su propia realidad, y esta influye profundamente en las
fantasías que el padre o la madre tienen de él. Por este motivo ciertas características del
niño determinarán la naturaleza y calidad de las escenas que tienden a repetirse. Por otro
lado, la repetición también afecta al padre, por lo que el niño es pantalla de dos conjuntos
de proyecciones fantasmáticas, y esta doble repetición da lugar a una configuración
original.
Desde mi punto de vista los analistas de niños necesitamos intentar una articulación
entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo. Quiero poner el énfasis en la idea de que, en la
formación del sujeto psíquico, hay procesos que provienen del campo del otro y hay
elementos que provienen de lo intrapsíquico. Es necesario correlacionar los mensajes
inconscientes de los padres con la manera como estos adquieren sentido para «ese» niño en
particular; en su trama psíquica singular. No se trata de contraponer un a-historicismo
pulsional o estructural a la historia considerada como un puro suceder. Como dice
Laplanche, hay un proceso de «metabolización» entre el deseomensaje- discurso de los
padres y el inconsciente del niño (1981).

Caso clínico
Alicia tiene siete años y medio, aunque su altura y peso corresponden a una niña de
cinco; es muy morena y, lo que más resalta de su cara, son sus ojos, muy redondos y
negros. El motivo de consulta fue que tenía que hacer 2º. de preescolar por tercera vez. El
psicólogo del colegio sugirió una consulta ya que veía que el problema de la niña no era
solamente el retraso en el aprendizaje; intuía que pasaba «algo más». En la primera
entrevista los que se presentan como «padres» me hablan de una niñita inhibida e
introvertida, e inmediatamente la madre me informa, casi como un dato más, como con
prisa, de que Alicia no es hija de ese señor que está allí; ella tuvo un matrimonio anterior
que se rompió al quedarse embarazada. Llevaba ocho meses casada y tres embarazada
cuando se separó de su primer marido. Su incomodidad al hablar de esto se hacía evidente e
intentaba explicarlo como un hecho absolutamente natural del cual consideraba que yo
debía estar informada y nada más. En una entrevista posterior con ella sola me relató que se
había casado después de ocho años de noviazgo con un hombre con el que salía desde muy
joven. Al poco tiempo de la boda se quedó embarazada, y un día mientras comían su
marido le dijo: «me voy quince días a casa de mi madre; necesito pensar». Nunca más se
vieron. Ella nunca entendió lo sucedido, aunque al poco tiempo supo que él tenía una
relación con otra mujer que también estaba embarazada, con la que se casó posteriormente
y tuvo varios hijos.
Cuando el marido se fue de casa ella volvió a casa de su propia madre, que era
viuda y vivía con dos hijas mayores solteras y pertenecientes a una orden religiosa. La
madre de Alicia es la novena de diez hermanos, por lo que la diferencia de edad con estas
hermanas con quienes se fue a vivir es muy acusada. Recuerda un embarazo muy difícil; no
quería tener un bebé y a partir de su separación perdió cinco quilos en dos semanas.
La gestación duró treinta y ocho semanas pero la niña tuvo bajo peso al nacer
porque, según le informó el médico, tenía la placenta vieja.
Alicia empezó su vida en una incubadora en la que tuvo que permanecer veinticinco
días alimentada por biberones. Según la madre, era tan morena y pequeña que más parecía
un gato que un bebé, y ella pensaba «inconscientemente» (según sus propias palabras) que
deseaba que le pasara algo.
Cuando salió de la incubadora se instalaron en casa de la abuela materna, en donde
las tías se hacían cargo de todos los gastos, ya que la madre no tenía ninguna fuente de
ingresos. La madre de Alicia dice que se sentía sola y destrozada y que prefería no pensar
para no deprimirse: «de pronto me vi sin marido, sin casa y con niña». La niña ganaba peso
con mucha dificultad ya que comía muy poco y vomitaba muy fácilmente. Tenía todo tipo
de enfermedades respiratorias, catarros, bronquitis, neumonitis; había que cogerla con
mascarilla, y la madre dice que no entiende cómo no se murió. Las tías obligaban a la
madre a permanecer todo el día encerrada en casa cuidando a la niña, que casi siempre
estaba enferma. La madre se sentía desesperada y atada. Le parecía que sus hermanas la
maltrataban como si tuvieran que castigarla por algo malo que ella había hecho.
Según las hermanas ella debería haber dejado a ese novio. Ahora ya era tarde para
arrepentirse y ella sólo debía dedicarse a cuidar de esa niña sobre cuya crianza las tías,
sobre todo la mayor, parecía que lo sabían todo. En este momento de la entrevista, cuando
recuerda esto dice furiosa: «¡la niña! ¡la niña! ¡Yo he vivido para la niña! ¡Me pasé casi dos
años sin salir a la calle!».
El relato que hacía esta madre de esta etapa de su vida me sorprendió mucho, ella
me hacía pensar que estaba frente a una persona a la que le había caído encima un extraño
castigo.
Cuando Alicia tenía cerca de dos años su madre empieza una relación con su actual
pareja, conocido de su familia y que también está separado. Este hombre, a quien su ex
mujer había abandonado, vivía con sus tres hijos, dos adolescentes niña y niño, y una niña
de cuatro años producto de una reconciliación transitoria con su ex esposa. Al poco tiempo
de comenzar esta relación la madre de Alicia y este hombre deciden vivir juntos, siendo
esta situación completamente rechazada por las tías de Alicia, que se sienten estafadas
pensando que la niña, a quien habían dedicado sus desvelos, les sería quitada. Según la
madre de Alicia, las tías creían que la niña era de ellas, y ella pensó mucho si debía irse o
no por no quitarles a la niña. La ruptura de esa extraña familia que habían creado les resultó
insoportable y pasaron mucho tiempo sin hablar a la madre de Alicia ni a su nueva pareja.
La niña tampoco se adaptó fácilmente a la nueva situación y rechazó a este «padre»;
cuando sus tías la llamaban por teléfono lloraba inconsolablemente y no podía articular
palabra. Esto me parece destacable, ya que Alicia, según el relato de su madre, es una niña
que no llora ni lloró nunca, ni siquiera cuando era bebé.
La pareja hace intentos de hacerse cargo de todos los hijos y de formar una nueva
familia con la que reiniciar una vida normal y feliz. Alicia nunca vio a su padre real ni fue
informada de su origen, aunque curiosamente tampoco le fue ocultado, ni ella lo preguntó
nunca; quedó como un espacio vacío de su historia del cual no se habla.
Cuando Alicia tenía cinco años nace un nuevo hermanito, único hijo de este padre y
esta madre. Al nacer este hermanito Alicia empezaba 2º. de preescolar, curso en el que
continúa estando. Según la madre fue a partir del nacimiento de este niño cuando Alicia
dejó definitivamente de crecer física y psicológicamente. De hecho, como comentaba al
comienzo, su aspecto es de una niña de cinco años; y es esta la edad que ella dice que tiene.
Algunos meses después de comenzar el análisis, la madre me pide una entrevista
porque me tiene que contar una cosa que le parece importante. En esta entrevista, a la cual
viene sola, me cuenta que no hace mucho tiempo su madre (abuela materna de Alicia) le
contó que la hermana mayor, la que se había hecho cargo de Alicia, no era hija del padre.
«Hija mía, a las dos nos ha pasado igual», le dijo su madre (abuela materna de Alicia). La
madre de Alicia pensaba que yo tenía que conocer este hecho, ya que cree que su hermana
mayor se ve reflejada en Alicia porque conoce su propia historia, y que de ahí proviene el
fuerte apego que tiene por la niña. Claro que el caso es diferente, la abuela de Alicia había
tenido una hija natural antes de casarse que posteriormente fue adoptada legalmente por su
marido y padre de sus restantes nueve hijos; la madre de Alicia había tenido a esta niña de
su marido del cual se separó antes de nacer la niña. Por algún motivo dos historias con
alguna similitud se habían transformado en: «a las dos nos ha pasado igual».
De todo lo que ha ido ocurriendo en el análisis de Alicia del cual han transcurrido
pocos meses en este momento, he seleccionado una viñeta clínica que marcó para mí un
punto de inflexión importante fundamentalmente en cuanto a pronóstico.
En esta sesión dibujó una niña, y después de terminar el dibujo lo cortó en trocitos
diciendo que era una niña vieja. Al serle interpretado que quizás ella podía sentirse a veces
algo «pequeña» para su edad real, como si fuera más «vieja» o más mayor de lo que
aparenta, contestó muy resuelta: «¡No! ¡No! Todavía no es mi cumple». A continuación
dibujó otra niña y la coloreó con muchísimo cuidado. Después subrayó con otro color el
borde diciendo: «¡Mira! ¡Ya no me salgo!... Ahora voy a poner mi nombre». Es la primera
vez que lo hacía y, efectivamente, escribió su nombre ante mi asombro y sin cometer
ningún error. Después me dijo: «Papá [ella llama “papá” al nuevo marido de su madre] dice
que no podemos ir a ver a las tías porque él tiene mucho trabajo. No nos deja ir. Yo me
quiero ir a verlas pero él no nos deja. Yo mañana me voy. Él está todo el día diciéndome
que tengo que intentar escribir las letras. No se da cuenta que yo ya sé escribir las letras».
Cuando la sesión está terminando oímos ruidos de niños detrás de la puerta y tocan
el timbre. Era habitual que su madre viniera a recogerla con su hermanito pequeño. Cuando
abrí la puerta me encontré al paciente siguiente con un hermanito y un hombre joven que
venía a traerlo. Yo nunca había visto a este hombre pero me imaginé que sería el nuevo
compañero de la madre de este niño, que se había separado no hacía mucho y tenía una
nueva relación. Él se había equivocado de hora y había llegado con mi paciente siguiente y
el hermanito quince minutos antes de la hora de la sesión, justamente a la hora de recoger a
Alicia.
La situación era incómoda, tuve que explicarle que había llegado antes y que tenía
que volver pasados quince minutos. Cuando se fueron cerré la puerta y me volví viendo a
Alicia muy pensativa con sus ojitos negros más abiertos que nunca. Ella me miró muy
fijamente y me dijo con tono de complicidad: «Este... no es el padre».
Cuando Alicia fue recogida por su madre, a los pocos minutos, me di cuenta del
impacto que me había producido la última parte de la sesión, sobre todo esa pequeña y
rotunda frase final. Mediante estas cinco breves palabras Alicia me invitó a ponerme en
contacto con aquel trozo que yo hasta ese momento creí irrepresentable de su historia
personal. Ahora las cosas empezaban a ser diferentes. Sus palabras adquirieron en mí otro
sentido, como si Alicia me dijera: «Aunque parece que no me doy cuenta yo sé quién es el
padre y quién no lo es; por ahora no puedo decirlo, ni siquiera preguntarlo, pero lo
importante es que tú y yo sabemos que lo sé». Alguien además de ella sabía las letras que
habían quedado aparentemente fuera. Lo que a mí me impactó tanto en ese momento fue
que no habían quedado tan fuera como parecía, en el instante en que le oí pronunciar esas
palabras pensé que teníamos una oportunidad.
Alicia aceptaba mi invitación a crear juntas un espacio donde metabolizar una
historia familiar indigerible e irrepresentable quizás porque ella sabía de mis encuentros
con la madre y, por lo tanto, con lo no dicho del discurso familiar.

RESUMEN
Se ha intentado teorizar a partir del hecho clínico de la inclusión de los padres en el
campo analítico en el trabajo psicoanalítico con niños. Las reflexiones se han centrado
fundamentalmente en el desarrollo de un caso particular de transferencia y
contratransferencia que se ha llamado triangular. Se presenta una viñeta clínica al final del
trabajo con la intención de ilustrar lo elaborado teóricamente.

SUMMARY
It has been attempted to theorize from clinical fact of the inclusion of the parents
into the analytical field of psychoanalytical work with children. Fundamentally, the
reflections have been centred on the evolution of a specific case of transference and
countertransference that has been called triangular. Concluding is a clinical vignette which
hopefully illustrates the theory.

BIBLIOGRAFÍA
ABERASTURY, A. (1957): «La inclusión de los padres en el cuadro de la situación
analítica y el manejo de esta situación a través de la interpretación», Rev. de Psicoanál., n.o
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España.
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