Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La terapia familiar sistémica con niños tiene características propias, si bien es cierto la fuente
principal es el modelo relacional, en el presente artículo se revisa brevemente conceptos que
ayudan a entender el rol del niño dentro de la dinámica relacional de la familia y también dentro del
proceso terapéutico.
Así se hace referencia al “entonamiento de los afectos” de Stern, a la triangulación, a los juegos
relacionales en que el niño se ve implicado, a la comunicación analógica como canal a través del
cual se realiza el proceso terapéutico y la función del síntoma del niño dentro del sistema familiar.
Palabras claves: Juego, Terapia con niños, Terapia familiar con niños.
Child Systemic Therapy has its own characteristics, even though it is based on the relational model.
This is a review of concepts related to the child role playing in the family dynamics and the
therapeutic process.
We refer to Stern’s concept of “affective tuning”, triangulation, relational playing, analogical
communication as a medium for therapeutic process, and the development of child symptoms in
the family system.
Key words: Child therapy, Family therapy in Child.
______________________________________________________________________
Si algo caracteriza al juego de los niños es la creatividad, el sentimiento y el compromiso.
Es impresionante verlos implicados completamente en una actividad tan creadora como vivencial.
Es por ello que el esfuerzo realizado en la Terapia Familiar Sistémica para incluir al niño en las
sesiones, la ha enriquecido.
Sin embargo para poder entender el rol, la vivencia y la influencia del niño en la
interacción familiar es importante tener en cuenta una serie de principios que a continuación se
precisan.
“El eslabón de plata, el lazo de seda que corazón a corazón, y
mente a mente en cuerpo y alma unir pueden”
Sir Walter Scott.
Quizás el más impresionante, incluso para los padres mismos, es el siguiente: Nadie mejor
que el niño sabe lo que siente Papá y Mamá.
En innumerables ocasiones en el trabajo terapéutico con las familias, el niño nos
sorprende expresándonos en que ya sabía -a pesar de los esfuerzos de los padres para ocultárselo-
que la madre estaba triste, ansiosa, que los padres ya han pensado en la separación, que es mejor
no preguntar sobre ciertos temas familiares porque eso causaría dolor en uno de los padres, etc.
Stern (1991) menciona un fenómeno de intercambio ínter subjetivo entre el niño y la
madre, producto de un proceso de compartir estados afectivos que denominó “Entonamiento de los
afectos”. Para ello, según el autor, es necesario que se produzcan varios procesos que resumiremos
de la siguiente forma:
Primero, el progenitor tiene que poder leer el estado afectivo del infante en su conducta
abierta.
Segundo, el progenitor debe poner en ejecución alguna conducta que no sea una
imitación estricta, pero que sin embargo corresponda de algún modo a la conducta abierta del
bebé.
Tercero, el infante debe poder leer esa respuesta parental correspondiente como
teniendo que ver con su propia experiencia emocional original y no como mera imitación.
Solo en presencia de estas tres condiciones los estados emocionales de una persona
pueden ser conocidos por otra y podrán sentir ambas, sin usar el lenguaje, qué se ha producido la
transacción.
Es en virtud de dicho fenómeno que los padres, sin desearlo muchas veces, comparten
sus más profundos sentimientos (tristeza, cólera, frustración, alegría, etc) con sus hijos .
Además, por ser el niño el menos diferenciado de la familia (masa indiferenciada del yo familiar,
Bowen, 1991) frecuentemente puede verse implicado afectivamente en los conflictos que
acontecen en la familia.
Por ello, por ejemplo durante la sesión familiar, la conducta del niño puede ser vista
como la de un “barómetro afectivo familiar” que nos señala cuando nuestra intervención ha tocado
un área sensible en la familia, no solo en la dimensión relacional sino también en el nivel más
profundo del alma de uno o varios miembros de la familia.
Otro aspecto importante a señalar es el mencionado por Jalenques y Lachal (1992),
quienes refieren que el sufrimiento del niño ansioso (válido también para otras penurias, como la
tristeza, por ejemplo) se expresaría no solo a través de su comportamiento, sino también en la
relación con sus padres. Ellos describieron tres tipos de conducta que permiten objetivarlo mejor: la
inhibición, la conducta de evitación y la dependencia ansiosa.
En esta relación con el niño, los padres participan con toda su dimensión psíquica, con
sus “maletas” al decir de Tilmans (1980), esta incluye: su historia personal (infancia, experiencias
anteriores, relación con sus propios padres, etc), expectativas personales conflictos, mitos
(individuales, familiares, sociales), entre otros. Por ello, los padres podrían reactualizar en la
relación con sus hijos sus propios conflictos no resueltos, sea con ellos mismos o con sus propios
padres (Richter,1972).
Aquí para ilustrarlo mejor quiero traer a la memoria el caso de Lucia, niña de 9 años a
quien atendí en el Dpto. de Salud Mental del niño, adolescente y la familia del Hospital “Hermilio
Valdizán”, por bajo rendimiento escolar. Durante la entrevista la madre nos expresó el “drama” que
significaba para ella, ayudar a la niña en sus tareas escolares y nos conmovió más cuando nos
confesó entre cólera y dolor: “mire usted, esta niña es tan testaruda que de verdad quisiera
matarla”. En estos momentos nos precisa que esta sensación la tenía desde hace varios años, que
estas “sesiones” duraban ¡hasta cuatro horas seguidas¡ en que los gritos e insultos de la madre
eran seguidos del silencio de la niña, páginas en blanco de sus tareas, maltrato físico a la niña y al
final la madre estallaba en llanto.
Con la hipótesis de que todo lo que acontecía en esta relación no provenía solo de la
niña, sino que también había una tercera persona implicada, preguntamos ¿de quién había
heredado esa terquedad, la niña?; “del padre... incluso siempre me hace recordar a él” respondió la
madre. Después nos relató cómo inició su drama: a los 17 años de edad conoció a un hombre de
30 años quién con promesas -y un amplio prontuario policial acuestas- logró seducirla e implicarla
en una relación que le costó a ella el rompimiento con su propia familia. Es así como a sus 17 años
ella se encontró con un embarazo no deseado y sola, dado que el hombre estaba más ocupado en
sus conflictos con la policía, “la vida se volvió dura y cruel... y todo por ese hombre”, finalizó
diciendo la madre entre lágrimas, cólera y amargura.
Ante esta historia comprendimos mejor, que en realidad la madre a través de la relación
con la niña, reactualizaba la cólera que sentía hacia el padre de la niña y además “arreglaba sus
cuentas pendientes a través de la niña”.
Con estas consideraciones, quizá la idea mas uniformemente aceptada en terapia familiar
sea que los problemas de un niño suelen estar ligados a algún conflicto entre miembros adultos de
su familia; con frecuencia vemos que el niño forma parte de una interacción triangular en la que el
estrés entre adultos se desvía o se expresa a través de los problemas del niño.
En este sentido varios tipos de sistemas triádicos son posibles. Así, Haley (1977)
menciona el triangulo perverso, en donde uno de los adultos, en conflicto encubierto, trata
sutilmente de obtener el apoyo del niño para enfrentar al otro adulto. También puede ocurrir que
una pareja use a su hijo para que le ayude a “negar” (o desviar) su conflicto, Minuchin
denomina “desviadora” a este tipo de tríada.
En otras situaciones el niño se sacrifica a fin de evitar la desintegración del matrimonio
de sus padres, este rol del “niño abnegado” (Wachtel, 1997), es más bien activo, “perturbador” por
“amor” a la familia y por lealtad hacia los padres.
Otra situación que se da es la PARENTIFICACIÓN, para I.Boszormenyi-Nagy (1983), es
un inversión de los roles padres-hijos, temporal o continua y le sigue a una distorsión en la relación
entre ambos padres, en la cual uno de ellos pone al hijo en posición de padre o de sustituto
conyugal. Un niño así puede devenir en padre o madre de sus propios padres.
La parentificación puede ser un proceso normal de
Al final el niño con su conducta, “protege” a la “madre víctima” del “padre agresor”, aún también a
ambos padres, puesto que al ponerse en medio de ellos intenta desesperadamente y muchas veces
vanamente de distanciarlos para que “no terminen matándose”.
El terapeuta puede planear una estrategia para intentar resolverlo, en ella debe considerar:
BIBLIOGRAFÍA.
[1]Médico –Psiquiatra Infantil, Jefe del Departamento de Salud Mental del Niño, del Adolescente y
de la Familia del Hospital “Hermilio Valdizán”.