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Henry Wickham: el explorador inglés que le arrebató la producción de caucho al Amazonas

Henry Wickham nunca hizo la fortuna que tanto persiguió pero una de sus ideas fue tan
aplaudida como abucheada
23 de julio de 2018 • 13:13 la nacion

Para algunos, Henry Wickham fue un aventurero extravagante que sirvió a su patria; para

otros, un desadaptado que cometió un acto infame. Lo tildan de ladrón, pero otros se

apresuran a señalar que vivió en una época en la que era característico el intercambio

abierto y sin restricciones de materiales vegetales de valor comercial, y todos los países se

beneficiaron de él, incluido Brasil , cuya industria del café solo fue posible gracias a otro acto

de biopiratería emprendido un siglo antes.

Lo cierto es que la biopiratería, definida como el robo cometido por una nación

(generalmente rica) de los recursos naturales de otra (generalmente pobre), es un delito que

recientemente recibió un nombre.

Sin embargo, existe desde hace mucho tiempo. Y Wickham fue el autor de quizás el mayor

acto de biopiratería del siglo XIX y seguramente uno de los más efectivos de la historia.

Un sueño

En 1876, Henry Wickham tenía 30 años y, huyendo del tedio de la respetabilidad de la clase

media baja en el Londres victoriano, luchaba por ganarse la vida como plantador en la selva

brasileña.

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Ya había recorrido parte de Latinoamérica, empezando por Nicaragua, a donde llegó en

busca de plumas exóticas para los sombrereros de Londres . Luego se fue a Venezuela , en

busca de fortuna, pero se perdió en la selva, casi se muere de malaria y se quedó sin dinero

para regresar a casa.

Impávido, decidió que lo mejor era tener una plantación de caucho, así que navegó por el

Orinoco hasta encontrar un área remota con los árboles ideales y aprendió a extraerles sus

lágrimas de látex.

Caucho viene de la palabra taína


cauchu que significa "lágrimas de árbol". Los árboles de caucho lloran un látex lechoso que
es la forma básica del caucho natural

Pero la malaria retornó y los insectos lo atacaron por fuera y dentro del cuerpo hasta que,

vencido, se montó en su canoa y se dejó llevar de vuelta a la civilización.

Un año más tarde, retornó con el viejo sueño de producir caucho, pero esta vez a la selva

brasileña y con una esposa, su mamá, su hermana y otros parientes. Tras otros dos

fracasos con plantaciones y varias muertes de miembros de su familia, parecía que nunca

iba a encontrar su "Dorado". Fue entonces cuando se le ocurrió otra idea.

Preciada carga

Poco después emergió de la jungla con 70.000 semillas de los árboles Hevea brasiliensis -

comúnmente llamado árbol del caucho, shiringa o seringueira-, originario de la cuenca

hidrográfica del Amazonas.

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Los árboles crecían silvestres en la selva tropical en un relativo aislamiento, y por sus

troncos corría un látex lechoso que producía el caucho de más alta calidad del planeta.

Cada una de las semillas que llevaba Wickham tenía unos 2 centímetros de largo, su carga

pesaba más de 500 kilos y ocupaba unos 50 canastos.

Las semillas de Hevea brasiliensis


son grandes y hermosas

Haciéndolas pasar por "especímenes botánicos extremadamente delicados" (las plantas

secadas para herbarios científicos no eran escudriñadas por los oficiales de aduana), metió

la preciosa carga en la bodega de un barco a vapor y navegó hacia Inglaterra. El viaje era

largo y las condiciones ponían en riesgo a las semillas, que se podían podrir o secar.

Pero llegaron a puerto y ese primer éxito de Wickham, quien quizás no había calculado las

ramificaciones de sus acciones, invirtió permanentemente las fortunas del comercio mundial

del que en ese entonces era oro gomoso.

Ese oro

Era la época en la que el caucho gobernaba el mundo. Esencial para la industrialización y la

sociedad de consumo en crecimiento, era casi tan importante para la economía como el

petróleo en la actualidad.

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El vapor, el acero, los ferrocarriles y las fábricas requerían cada vez más toneladas de

caucho. La demanda era insaciable: cables de telégrafo, artículos militares, juntas,

mangueras. La lista de artículos que requerían goma era vertiginosa.

La llegada de la bicicleta en la década de 1890, seguida de cerca por la del automóvil, el

mercado no hizo más que crecer. Desde 1850, la cuenca del Amazonas controlaba el

comercio del caucho.

Pero cuando el barco que transportaba a Wickham y sus semillas arribó a las costas

inglesas, el destino de la industria del caucho amazónica estaba sellado.

De la selva a los jardines

Wickham llevó las semillas a Kew


Gardens en Londres.

Wickham le llevó sus semillas a los botánicos de Kew Gardens, quienes le pagaron lo que

hoy serían US$70.000 por ellas.

De las 70.000 semillas, unas 3.000 crecieron en Kew Gardens y fueron enviadas a jardines

coloniales británicos en Asia como plantas de semillero.

Tomaría 37 años de siembra de prueba y error, antes de que se pudiera hacer lo que no se

había logrado en la selva amazónica: tener una plantación de Hevea brasiliensis.

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Pero en 1913, la goma cosechada de los árboles que crecieron de las semillas

contrabandeadas desde Sudamérica inundó el mercado, y el comercio del preciado producto

pasó a manos del que todavía era el Imperio británico.

Los números ilustran la dimensión del cambio: en 1900, la región del Amazonas producía el

95% del caucho del mundo. Para 1928, su producción satisfacía apenas el 2,3% de la

demanda global.

El cambio de manos del


monopolio de caucho de Brasil a Reino Unido tomó solo un año

El cambio fue permanente: la Asociación de Países Productores de Caucho Natural

generaron alrededor del 90% de la producción global en 2017.

Entre sus 12 miembros, los países con selva amazónica brillan por su ausencia:

Bangladesh, Camboya, China, India, Indonesia, Malasia, Papúa Nueva Guinea, Filipinas,

Singapur, Sri Lanka, Tailandia y Vietnam.

El protagonista

Wickham, sin embargo, se benefició poco de su empresa. Pasó cuatro décadas vagando por

los rincones más remotos del imperio, desde Honduras Británica hasta Papúa Nueva

Guinea, en una búsqueda cada vez más desesperada de fortuna.

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Sólo en la vejez, después de su regreso final a Londres, se reconoció su papel de padrino

de la industria del caucho. Reino Unido le otorgó un título nobiliario. Brasil también le asignó

un título, pero no muy noble.

Cómo llegó el café a Brasil

Gabriel-Mathieu Francois Dceus


de Clieu transportó una planta de café (o tal vez varias) de los invernaderos del Jardin royal
des plantes en París a Martinica en 1720

El café llegó a América en 1720 y en 1727, un minidrama condujo a la fatídica introducción

del café en Brasil.

Para resolver una disputa fronteriza, los gobernadores de la Guayana francesa y holandesa

le pidieron a un funcionario brasileño portugués neutral llamado Francisco de Melho Palheta

que adjudicara.

Rápidamente aceptó, con la esperanza de poder, de alguna manera, contrabandear semillas

de café, ya que ningún gobernador permitiría la exportación de las semillas.

El mediador negoció exitosamente una solución fronteriza y se acostó clandestinamente con

la esposa del gobernador francés. Al partir, ella le regaló un ramo de flores, con granos de

café maduros escondidos en el interior. Palheta los plantó en su territorio natal de Pará,

desde donde el café se extendió gradualmente hacia el sur.

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