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EL DERECHO DE PROPIEDAD
4. LA FACULTAD DE GOCE
Conforme al artículo 348 del Código Civil «la propiedad es el derecho de gozar y disponer de una cosa».
[Titular dominical: El propietario, quien tiene la facultad de llevar a cabo todas las opciones de enajenación,
transmisión y disposición de la cosa con los exclusivos límites que establezcan las leyes («uso, disfrute,
disposición e inscripción en registros»).]
6. LA MEDIANERÍA
La situación de medianería es fruto de la utilización común, entre propietarios de predios vecinos, de
paredes, cercas o vallados. El CC lo regula en el capítulo dedicado a las servidumbres legales, entendiéndose
por lo tanto que debe ser configurada como servidumbre. Sin embargo no lo es, no hay predio dominante y
sirviente, ni relación de servicio o subordinación de una finca a otra, sino una situación que beneficia común
y simultáneamente a ambas fincas, y que provoca el nacimiento de ciertos deberes para sus respectivos
propietarios.
Se podría pensar que estaríamos en una situación de copropiedad o comunidad, pero tampoco es correcto,
dada la inexistencia de acción de división sobre la pared medianera.
La doctrina y la jurisprudencia consideran que es una manifestación más de las relaciones de vecindad. La
regulación del CC es muy prolija y detallada (arts. 571 a 579) y se refiere tanto a la propiedad urbana como a
la rústica.
7. LA FACULTAD DE DISPOSICIÓN
En la descripción o definición de propiedad en los Códigos Civiles, la propiedad «es el derecho de […]
disponer de una cosa sin más limitaciones que las establecidas en las leyes». El propietario cuenta con un
haz de facultades que, en su conjunto, forman la denominada facultad de disposición.
[Ab intestato (sin testamento): Se refiere al procedimiento judicial sobre la herencia y la adjudicación de los
bienes del que muere sin testar o con un testamento nulo, pasando entonces la herencia, por ministerio de la
ley, a los parientes más próximos.]
1. COMUNIDAD Y COPROPIEDAD
El CC establece en el artículo 392 que «hay comunidad cuando la propiedad de una cosa o un derecho
pertenece pro indiviso a varias personas». «A falta de contratos, o de disposiciones especiales se regirá la
comunidad por las prescripciones de este título».
Precisiones gramaticales aparte, acierta en lo fundamental el artículo 392 al considerar la comunidad como
género de las situaciones de cotitularidad y en configurar a la copropiedad como una especie concreta de
dicho género.
Los artículos 392 y siguientes no regulan, con carácter general, los supuestos de comunidad de bienes y
derechos, sino única y exclusivamente la copropiedad en sentido estricto. Lo hace, de añadidura, bajo unos
parámetros que dogmática y tradicionalmente se han calificado como de «comunidad romana», en cuanto la
vinculación entre los copropietarios de una cosa se caracteriza inicialmente por una serie de notas o
características que no tienen por qué darse en otras situaciones de cotitularidad de bienes y derechos.
Cuanto acaba de decirse exige considerar, aunque sea brevemente, la confrontación entre la susodicha
«comunidad romana» y su contrafigura: la «comunidad germánica».
[Proindiviso: Cuando la propiedad de una cosa o un derecho pertenece en comunidad a varias personas en
común sin división entre los mismos nos encontramos ante una situación de proindiviso. Los proindivisos
inmobiliarios surgen de la copropiedad o cotitularidad de un inmueble entre varias personas.]
Comunidad germánica: Por su parte, la comunidad germánica presta mayor atención al colectivo que al
individuo, como corresponde a los principios propios del Derecho germánico. Esto se manifiesta en la propia
concepción de la comunidad germánica, que no es ya algo incidental, sino que se trata como una situación
estática y permanente.
De esta manera, el concepto romano de cuotas desaparece, y con ello esa proporción ideal de propiedad que
se atribuía al individuo. Lo más semejante a tales cuotas son meros límites que se ponen al individuo para el
disfrute del bien o derecho común, sin llegar a ser una atribución real de propiedad. Cabe destacar que frente
a la concepción de la comunidad dividida en cuotas ideales, la comunidad germánica establece una
comunidad de mano común.
Respecto a la capacidad otorgada al individuo para provocar la división del bien o derecho común, cabe
destacar que, al contrario de lo que sucedía en la comunidad romana, en la comunidad germánica no existe
una acción divisoria que se pueda ejercitar por la mera voluntad del individuo, algo que lógicamente es
imposible si no existen unas cuotas sobre las que los condueños sean plenamente propietarios.
Resumiendo:
Comunidad romana: Rebaño de ovejas comprado en común por todos (es una compra en común temporal,
para satisfacer una necesidad). Pero cada uno de los partícipes es dueño directo de una de las partes y en
cuanto quiera puede reclamar su parte e irse.
Comunidad germánica: Rebaño de ovejas comprado en común para todos (es una compra para el bien
común, permanente), aquí prima el bien de todos, por lo que nadie puede reclamar parte.
La diferencia básica es que en la romana uno de los partícipes puede en cualquier momento rajarse e irse con
su parte, lo que importa es el individuo en sí. Mientras que en la germánica prima el colectivo, no hay
posibilidad de reclamar parte, prima el bien superior del conjunto.]
[El derecho de retracto es un derecho de adquisición preferente por el que su titular tiene la facultad de
adquirir un determinado bien o derecho cuando se cumple un concreto supuesto de hecho o cuando las partes
así lo hayan acordado.
En el Derecho español, existen dos clases de derecho de retracto: el retracto convencional (que nace de un
acuerdo entre las partes de un contrato, generalmente de compraventa) y el retracto legal (la ley otorga un
derecho de retracto en determinados casos).]
7. LA PRÁCTICA DE LA DIVISIÓN
8. EFECTOS DE LA DIVISIÓN
[El saneamiento por evicción: Consiste en entregar la cosa vendida y conservarla con la diligencia propia
de una buen padre de familia y prestar la garantía de saneamiento en los casos de evicción y vicios ocultos.
Por medio de la obligación de saneamiento por evicción el vendedor responderá frente al comprador de la
posesión legal y pacífica de la cosa vendida.]
13.2. El presidente
Se trata de un órgano unipersonal, encargado de la gestión o ejecución de los acuerdos adoptados por la
Junta, así como de la representación en general de la comunidad de propietarios.
Es elegido en Junta, por lo general, cada año (es un cargo poco apetecible y engorroso). Esta regla práctica es
una previsión legal del carácter supletorio y dispositivo. Aunque no es extraño que se adopte un criterio de
rotación anual, automática, atendiendo a la titularidad de los pisos (1A, 1B, 2A, 2B y así sucesivamente) (art.
13.2).
Además, el presidente ostenta la facultad de convocar la Junta. Es un derecho-deber. Si no la lleva a cabo,
pueden adoptar la iniciativa de convocar la Junta «la cuarta parte de los propietarios, o un número de estos
que representen al menos el 25% de las cuotas de participación».
13.3. El secretario
El cargo de Secretario puede ser desempeñado por cualquiera, sin que se requiera que sea propietario. En tal
caso, obviamente, no tendrá derecho a voto.
Sus funciones son las propias del Secretario de cualquier órgano colegiado:
a) Levantar actas de las sesiones.
b) Emitir certificaciones de los acuerdos o de lo tratado en las Juntas.
c) Custodiar la documentación de la comunidad (art. 19.4 LPH).
13.4. El administrador
Al igual que el Secretario, no tiene que ser necesariamente propietario (art. 13.6).
Las FUNCIONES del Administrador, contempladas legalmente en el art. 20, son notoriamente más extensas
y onerosas que las de los demás órganos unipersonales:
a) Velar por las instalaciones y servicios del inmueble.
b) Preparar los presupuestos y, en su caso, los debidos estudios económicos.
c) Atender a la conservación y mantenimiento del inmueble, afrontando tanto las reparaciones
ordinarias cuanto las extraordinarias.
d) Ejecutar los acuerdos adoptados en materia de obras.
e) Ejecutar los pagos y realizar los cobros que sean procedentes.
f) Cualesquiera otras atribuciones que se le confieran por la Junta.
Tal carga de tareas ha derivado en que la labor del Administrador se haya profesionalizado y sea
desempeñada por unos gestores cualificados que cobran un tanto mensual a la comunidad de propietarios por
sus servicios: los Administradores de Fincas (agrupados en el Colegio Nacional de Administradores de
Fincas, el cual se ha transformado en Colegios Territoriales por Decreto 1612/1981).
1.5. La generalidad del fenómeno posesorio: la posesión como hecho y como derecho
La nota característica más clara de la posesión consiste en la materialidad de la misma, ya que en una
primera aproximación al mundo posesorio, la tenencia material de las cosas es el punto de partida necesario,
si bien esto ha de ser precisado.
De otro lado, la legislación positiva reconoce la cualidad de poseedor a personas que, materialmente, no
poseen la cosa. Los diversos supuestos fácticos de posesión van desde la tenencia material y concreta de una
cosa (ius possesionis); hasta el puro derecho a poseer (ius possidendi) que ostente una persona sobre una
cosa que, sin embargo, es materialmente poseída por otra.
Así, plantear el tema de si la posesión es un hecho o un derecho, no deja de ser una pregunta a medias; ya
que, protegiéndose con carácter general la posesión, hay que concluir que el poseedor tiene derecho a ser
mantenido en su posesión y que, por consiguiente, ésta es una situación fáctica provisionalmente tutelada
(que, por supuesto, decaerá frente a derechos de mejor grado), con independencia de que el poseedor tenga o
no derecho a poseer.
2. PERFIL HISTÓRICO Y FORMULACIONES DE LA POSESIÓN
3. LA NATURALEZA DE LA POSESIÓN
Casi todos los autores que se han ocupado de la posesión se plantean la naturaleza de la misma, es decir, si la
posesión debe considerarse un hecho o un derecho.
Así, en general, puede considerarse dominante la tesis que opta por afirmar que la posesión constituye un
derecho real; algunos la incluyen en una categoría de derecho real similar a la del dominio. Otros autores
deducen que la posesión ha de configurarse como un derecho real autónomo.
Finalmente, el profesor Lasarte cree que el debate carece de trascendencia de fondo, ya que dada la
coincidencia respecto a los efectos generados por las diversas situaciones posesorias, es difícil pretender
calificarlas como un hecho o un derecho de forma genérica. No obstante, el autor opina que las situaciones
posesorias calificables como ius possessionis, probablemente deban considerarse como hechos; sin embargo,
el eventual debate o litigio sí giraría en torno al alcance del ius possidendi (cuestión de derecho) en cada caso
concreto, para lo que habría que determinar primero su causa o fundamento, ya que «tener derecho a poseer»
significa ostentar una facultad integrada en el derecho subjetivo que la fundamente, se trate de un derecho
real o de crédito, pues ambos pueden conllevar facultades posesorias para su titular.
[Un interdicto es un procedimiento judicial muy sumario y de tramitación sencilla, cuyo objetivo es atribuir
la posesión de una cosa a una determinada persona física o jurídica frente a otra, de manera provisional. El
interdicto también se puede plantear para el caso de que exista una reclamación por algún daño inminente,
cuya urgencia habrá de quedar justificada.
Asimismo, el interdicto se puede utilizar como protección ante cualquier agresión o turbación que una
persona sufra sobre su pacífica posesión. Esto es, cabe emplearlo en el caso de ruidos, olores, etc. que
impidan a una persona disfrutar de la posesión de un bien. Esto hace que sea un proceso al que se recurre en
ocasiones para obligar la paralización de obras cercanas o de otras actividades molestas (salas de fiestas, etc.)
para el propietario de un inmueble.
En un interdicto, prima la agilidad y la resolución rápida sobre la cuestión jurídica de fondo.]
[La usucapión, también llamada prescripción adquisitiva o positiva, es un modo de adquirir la propiedad de
un bien.
La prescripción adquisitiva compete a aquella persona que mediante el transcurso de cierto tiempo y bajo las
condiciones establecidas por la ley ha poseído un bien inmueble, se ejerce contra quien aparezca como
propietario de esos bienes en el Registro Público de la Propiedad, con el fin de que se declare que se ha
consumado y que ha adquirido por prescripción la propiedad del inmueble reclamado.
El fundamento de la usucapión, desde el punto de vista del sujeto activo, responde a la necesidad de poner
fin a un estado de incertidumbre de derechos (los generados por la posesión apta para usucapir, y los de
propiedad que le asisten al titular del dominio), en tanto que centrada la atención en el sujeto pasivo, la
prescripción adquisitiva descansa en la inercia del auténtico propietario del bien, quien lo abandonó o dejó en
manos de otro poseedor, inercia que da lugar a la usucapión, que constituirá la sanción impuesta al
propietario negligente.]
1. SUJETOS DE LA POSESIÓN
[La ocupación es, en el derecho civil, un modo de adquirir la propiedad de las cosas que carecen de dueño, y
consiste en su aprehensión material unida al ánimo de adquirir el dominio es decir pasan a ser de otro por el
solo hecho de ocuparla.]
1.2. La coposesión
El art. 445 CC dispone: «la posesión, como hecho, no puede reconocerse en dos personalidades distintas,
fuera de los casos de indivisión». Tras la importancia de resaltar la imposibilidad material de existencia de
dos poseedores de hecho, el precepto reconoce abiertamente que la posesión de hecho puede corresponder,
en indivisión, a varios poseedores.
Se habla de coposesión cuando el sujeto de la posesión está desempeñado por una pluralidad de personas, en
paralelo a la situación de copropiedad. Aparte del art. 445, el Código no contiene regla alguna respecto de la
coposesión, por lo que, dada la situación de cotitularidad en la posesión de hecho, nos queda el recurso de
aplicar analógicamente las reglas sobre copropiedad contenidas en los arts. 392 y ss del CC, aunque dicha
aplicación analógica resulta compleja, ya que la idea de cuota que subyace en toda regulación de
copropiedad no se acomoda en absoluto a la situación posesoria.
Aunque el art. 445 CC sólo hable de indivisión de la posesión como hecho, la cotitularidad puede recaer
también sobre la posesión como derecho (baste pensar en el supuesto de los poseedores mediatos, en cuanto
arrendadores de un apartamento, sean varios).
2. EL OBJETO DE LA POSESIÓN
Ya hemos visto que, conforme a nuestro Código Civil, la posesión recae tanto sobre las cosas propiamente
dichas, como sobre los derechos. Son numerosos los artículos del Código Civil que hablan de posesión de las
cosas y posesión o disfrute posesorio de derechos, unos de forma expresa y otros utilizando giros diversos
(arts. 430, 431, 432, 437,438 y 462). Entre ellos nos interesa el art. 437, por el cual, « sólo pueden ser objeto
de posesión las cosas y derechos que sean susceptibles de apropiación».
En cuanto al resto de artículos, que de una forma u otra reiteran la idea de que la posesión puede recaer tanto
sobre cosas cuanto sobre derechos, el art. 437 se caracteriza por resaltar que sólo pueden poseerse las cosas o
los derechos idóneos para la apropiación privada o realizada por los particulares.
3. ADQUISICIÓN DE LA POSESIÓN
Según el art. 438 CC «la posesión se adquiere por la ocupación material de la cosa o derecho poseído, o por
el hecho de quedar éstos sujetos a la acción de nuestra voluntad, o por los actos propios y formalidades
legales establecidas para adquirir tal derecho». Probablemente esta redacción responde al deseo del
legislador de ofrecer un apunte sistematizador de las diversas formas de llegar a ser poseedor de una cosa o
derecho, lo que ha merecido toda suerte de críticas por la doctrina, que se ha empeñado en ofrecer unos
criterios sistematizadores propios, entre los que resalta la diferenciación entre los modos originarios y
derivativos de adquisición de la posesión.
6. LA PÉRDIDA DE LA POSESIÓN
La pérdida de la posesión se encuentra enumerada en el art. 460 CC, al establecer que: «El poseedor puede
perder la posesión:
1. Por abandono de la cosa.
2. Por cesión hecha a otro por título oneroso o gratuito.
3. Por destrucción o pérdida total de la cosa, o por quedar fuera del comercio.
4. Por posesión de otro, aún contra la voluntad del antiguo poseedor, si la nueva posesión hubiera
durado más de un año».
La doctrina pone de manifiesto, que los dos primeros números se refieren a supuestos de pérdida voluntaria
de la posesión, frente a los dos restantes en los que el mismo efecto se produce de forma involuntaria. Se
subraya que no es una enumeración que pueda considerarse exhaustiva, basta pensar en el caso de que el
poseedor actual deba ceder, por cualquier razón, frente al poseedor de mejor derecho. O, aquellos supuestos
de posesión inmediata asentados en la celebración de cualquier tipo de contrato, en los que el transcurso del
tiempo concertado conlleva la pérdida de la posesión para el poseedor inmediato.
6.1. El abandono de la cosa
El abandono voluntario de la cosa consiste en la dejación o desapoderamiento del poder físico que el
poseedor detenta sobre la cosa. Es un acto unilateral para lo que no se requiere más capacidad que la natural
de entender o querer y, por supuesto, no conlleva el simultáneo apoderamiento por otra persona distinta a
quien hasta entonces había sido su posesor.
[Los frutos pueden ser naturales o civiles. Los frutos naturales son aquellos que la cosa produce natural o
artificialmente sin detrimento de su sustancias. En ese aspecto se distinguen de los denominados productos:
así, tratándose de un manzanar, las manzanas son frutos naturales y la leña de los árboles son sus productos.
Los frutos civiles están constituidos por aquellas sumas de dinero que recibe el propietario por ceder a otro
el uso o goce de la cosa. Usando el ejemplo anterior, el fruto civil que percibe el propietario del manzanar es
la renta que le es pagada al darlo en arrendamiento. Tratándose de dinero, los frutos que percibe su
propietario son los intereses.]
A) Gastos necesarios
Su ejecución va ligada a la propia conservación de la cosa (pienso del caballo) o a la obtención de su natural
rendimiento (siembra de una finca).
El art. 453 afirma que «los gastos necesarios se abonan a todo poseedor» (de buena y de mala fe, por tanto);
y el art. 455 reitera de forma explícita que el poseedor de mala fe tiene derecho a ser reintegrado de los
gastos necesarios.
Con todo, téngase en cuenta que sólo el poseedor de buena fe tiene derecho de retención, esto es, el derecho
a seguir poseyendo material, efectiva y legítimamente la cosa, mientras no se le satisfagan tales gastos.
El TS ha tenido reiteradas ocasiones de establecer que aquellos poseedores contra los que se pueden ejercitar
el juicio de desahucio (como los arrendatarios o precaristas) no gozan de derecho de retención a su favor.
C) Gastos suntuarios
El CC habla de «gastos de puro lujo o mero recreo» o de «gastos hechos en mejoras de lucro y recreo» para
referirse a los que doctrinalmente se denominan, con gran corrección, gastos suntuarios. El concepto es
claro: son gastos provocados sólo (o, al menos, fundamentalmente) por el afán de lujo, sin que supongan
aumentar el rendimiento económico de la cosa fructífera a que benefician (bello empedrado del camino de
acceso a un cortijo) o el valor de las cosas no fructíferas.
Los gastos suntuarios no son abonables al poseedor de mala fe, ni tampoco al poseedor de buena fe . El
Código no considera razonable que el sucesor en la posesión quede vinculado al gusto ornamental del
poseedor anterior y que, encima, haya de pagarle.
Por ello, la opción del Código es permitir que el poseedor que ha efectuado gastos de carácter suntuario
pueda llevarse los adornos y ornamentos añadidos a la cosa principal, ya que tampoco parece lógico que el
sucesor en la posesión se enriquezca incluso en relación con los adornos de la cosa.
Ahora bien, tanto en el caso de posesión de mala fe cuanto en el caso de buena fe, para que el poseedor
pueda retirar los adornos han de darse dos requisitos:
a) Que la cosa principal no sufra deterioro por la separación de los adornos u ornamentos que en su día
se le incorporaron.
b) Que el sucesor en la posesión no prefiera quedarse con los adornos incorporados, abonando:
• «El importe de lo gastado» en su día, en caso de poseedor de buena fe.
• «El valor que tengan en el momento de entrar en la posesión» en caso de poseedor de mala
fe.
Respecto de este último extremo, parece hacer de peor grado (perjudicar) al poseedor anterior de buena fe,
quien sólo tendrá derecho al «importe» nominal de los gastos realizados, que al de mala fe, al cual habrá de
abonársele en su caso «el valor» de los adornos incorporados a la cosa principal (que, por consiguiente,
podrá verse actualizado por el paso de tiempo).
2.7. La virtualidad de las reglas del Código Civil sobre la liquidación del estado posesorio
Conviene preguntarse acerca de la utilidad de las normas establecidas por el CC en relación con lo que
hemos denominado liquidación del estado posesorio. La pregunta merece ser respondida en dos planos
diversos:
1. Su aplicabilidad general: Los arts. 451 y sucesivos tienen una gran importancia, ya que los mandatos
normativos en ellos contenidos no se aplican sólo a los supuestos sometidos a Derecho Civil, sino
también en los casos en que rigen los demás sectores sistemáticos del Derecho, que para nada
regulan la posesión ni sus efectos, con carácter general.
2. Su carácter dispositivo: Es evidente que el contenido preceptivo de los arts. 451 y sucesivos no anula
ni suprime la «autonomía privada» o capacidad de autorregular sus problemas o intereses por los
propios ciudadanos que sean parte de un determinado acuerdo o negocio. En tal sentido, las reglas
del Código sobre liquidación del estado posesorio son normas disponibles por las partes en sentido
propio: no es que una de ellas pueda renunciar a exigir cuanto le permite el CC, sino que ambas
pueden acordar sustituir la regla legal por otra. Esto es, los arts. 451 y sucesivos tienen carácter
dispositivo.
Por lo tanto, y por ejemplo, pese a que los gastos suntuarios no sean abonables al poseedor de buena fe, es
perfectamente lícito y bastante frecuente que, al celebrar un contrato de arrendamiento de un local, se pacte
que las obras realizadas por el arrendatario al montar el bar (barra, aire acondicionado) sean abonables al
terminar el arrendamiento o deducibles por prorrateo de la rente mensual, etcétera.
A) Tesis romanista
Quienes optan por la primera de las tesis expuestas consideran que el título al que hace referencia el art. 464
sólo puede ser entendido como título hábil para la usucapión a favor del adquirente, pues la mera posesión de
los bienes muebles no puede privar al verdadero propietario de las facultades de reivindicación consagradas
en el Derecho romano y en nuestra propia tradición histórica: ubi rem invenio, ibi vindico [donde encuentro
la cosa, allí la reivindico].
Los defensores más encendidos de dicha tesis son VALLET DE GOYTISOLO y MIGUEL GONZÁLEZ.
B) Tesis germanista
Otros autores manifiestan que, en realidad, el art. 464 no procede de la tradición romana, sino que, por el
contrario, es fruto de la asimilación por los denominados Códigos latinos de ciertas reglas procedentes del
Derecho germánico y, en particular, de la posibilidad de consagrar la adquisición de poseedor de buena fe
aunque su transmitente no fue realmente dueño de la cosa transmitida, salvo en los supuesto de pérdida,
hurto o robo.
C) La jurisprudencia
El adquirente ha de considerarse propietario, salvo en el caso de que el verdadero dueño:
a) Hubiese perdido la cosa mueble.
b) Hubiese sido privado de ella ilegalmente.
Ya que en cualquiera de ambos casos, el dueño está legitimado para reivindicar la cosa.
Lo que ocurre es que el TS ha interpretado tan ampliamente la expresión privación ilegal que, prácticamente,
ha privado de sentido y aplicación a la asimilación entre adquisición de muebles de buena fe y título de
propiedad, conocida técnicamente como adquisición a non domino.
Dicha línea jurisprudencial era criticable en cuanto absolutamente contraria a los intereses generales del
tráfico económico privado, cuya regulación no debe verse salvaguardada solo por el Ccom, sino también por
las normas contenidas en el CC.
En realidad, la privación ilegal excluyente de la adquisición a non domino debe reconducirse a los supuestos
de hurto o robo de la cosa.
Por lo demás, es obvio que el juego de la adquisición a non domino requiere que:
a) El adquirente posea efectivamente la cosa mueble.
b) El adquirente sea de buena fe, esto es, que ignore la inexistencia o deficiencia de facultad de
disposición en el transmitente.
c) La transmisión del bien mueble se asiente en un negocio que, general y abstractamente considerado
(donación, compraventa, dación en pago, etc.) sea válido para justificar la adquisición derivativa del
derecho real de propiedad.
Dándose tales requisitos, la posesión de bienes muebles adquirida de buena fe debe determinar la
irreivindicabilidad de tales bienes por su anterior titular, tal y como parece haber triunfado finalmente en la
propia jurisprudencia del TS.
[Ejemplo: Imaginemos que nosotros préstamos a uno de nuestros amigos un pantalón, vamos a llamar a
nuestro amigo, Pepe. La adquisición a non domino plantea, que si nuestro amigo Pepe vende nuestro
pantalón a otra persona, que vamos a llamarla Carlos, el comprador del pantalón (Carlos) se convertiría en el
nuevo dueño del pantalón. Siempre y cuando Carlos, el comprador del pantalón, lo hubiese adquirido de
buena fe, es decir, que no supiera que el pantalón era de nosotros y que creyera que el pantalón era de Pepe,
que fue quien se lo vendió.]
2.5. La usucapión
La prescripción adquisitiva o usucapión, es causa legítima de adquisición, tanto de la propiedad como de los
demás derechos reales susceptibles de posesión (se verá en temas posteriores).
2.6. La ocupación
La ocupación solo legítima la adquisición de la propiedad, resultando inhábil, por principio, para transmitir
el propio dominio. Tampoco sirve como medio o causa de nacimiento y adquisición de los demás derechos
reales.
2.7. La accesión
En el art. 609 CC no hay referencia alguna a la accesión, lo que no afecta a su condición de modo de adquirir
las cosas accesorias que se incorporen a la principal (se verá en temas posteriores).
5. LA TRADICIÓN
A) Espiritualización de la tradición
Es la entrega material, en el sentido de transmisión manual (de manos del transmitente al adquiriente), es
claramente imposible o inapropiada en numerosísimos casos (por ejemplo, con la venta de un cortijo; un
grupo de empresas, etc.). Todos los sistemas jurídicos han seguido un proceso paulatino de espiritualización
de la tradición: partiendo de la base de la entrega manual y efectiva se llega incluso a convertir al puro
acuerdo entre transmitente y adquiriente (título que sirve de base a la tradición o modo en los sistemas
causales) en un acto equivalente a la entrega.
B) Sede normativa
El CC regula diversas formas de tradición en los arts. 1462 a 1464 (dentro del articulado del contrato de
compraventa, contrato transmisivo de la propiedad por antonomasia: mediante la entrega de una cantidad de
dinero el comprador pretende adquirir la propiedad de lo que le interesa). Las formas de tradición reguladas
pueden darse en cualquier otro negocio transmisivo, ya que su aplicación por vía analógica tiene carácter
general. En virtud del art. 609 CC la transmisión de la propiedad requiere la concurrencia del contrato y
tradición, y esta última se regula en la figura contractual típica (contrato de compraventa).
B) Constitutum possessorium
El transmitente seguirá poseyendo la cosa pero no en condición de titular o propietario, sino por cualquier
otro título: el propietario pasaría a ser depositario o arrendatario (entre tanto el adquiriente se hace cargo de
la cosa).
No encuentra regulación en el CC, pero se admite mediante la aplicación analógica, pero sensu contrario, del
art. 1463 CC; y mediante el recurso a la autonomía privada.
El art. 1463 CC se refiere solo a entrega de bienes muebles, pero generalmente, tanto la traditio brevi manu
como el constitutum possessorium, son aplicables a los inmuebles.
Ambas formas se asientan en el presupuesto de que, además de darse las circunstancias posesorias aludidas
(que el adquiriente tenga la cosa en su poder o mantener la posesión de la cosa el transmitente), exista
«acuerdo o conformidad de los contratantes», que se deducirá del conjunto de las circunstancias de la
transmisión, aunque resulte preferible la forma expresa (a efectos probatorios).
1. LA OCUPACIÓN
A) La aprehensión de la cosa
Este requisito ha sido puesto en duda por algunos autores, que propugnan que la toma de posesión material
de la cosa nullius [de nadie] no debe ser identificada exactamente con el acto de ocupación. En tal sentido,
debería entenderse que se da igualmente la ocupación cuando el ocupante realiza los actos que la conciencia
social generalizada considera adecuados para predicar su titularidad dominical (por ejemplo, anunciar que se
ha encontrado una escultura religiosa aunque no haya posesión material de la misma).
C) La carencia de dueño
La inexistencia de dueño puede deberse a circunstancias diversas:
1. El caso de bienes vacantes propiamente dichos que no han tenido nunca dueño (la perla o pieza de
caza).
2. Los bienes que, aun habiendo tenido dueño, dejan de tenerlo por haberlos éste abandonado (una
revista en un avión). Cosas abandonadas que legítimamente pueden ser objeto de apropiación por
cualquier otra persona
3. Los tesoros ocultos cuyos dueños (ocultación consciente) lo fueron hasta el extremo de que,
mediante sus actos, provocaron que dichos bienes no pudieran transmitirse a sus sucesores.
3. EL TESORO OCULTO
5. ANIMALES ESCAPADOS
Nuestro Código, siguiendo la tradición histórica del Derecho romano, considera en el artículo 465 (en sede
de posesión, por tanto) que «los animales fieros sólo se poseen mientras se hallen en nuestro poder; los
domesticados o amansados se asimilan a los mansos o domésticos, si conservan la costumbre de volver a
casa del poseedor». Por su parte, en materia de ocupación (arts. 612 y 613), contempla el Código los
enjambres de abejas, la situación de pérdida de los animales amansados o domesticados y, finalmente, el
hecho de que animales de criadero pasen de un criadero a otro.
Debe destacarse que el régimen jurídico propio de los animales domésticos es el mismo que el de las
restantes cosas muebles. Por tanto, conforme al artículo 465, también tendrán el mismo tratamiento los
animales domesticados si tienen el hábito de retornar con su verdadero dueño (animus revertendi). El artículo
612.3, sin embargo, dispone que «el propietario de animales amansados podrá también reclamarlos dentro
de veinte días, a contar desde su ocupación por otro. Pasado este término, pertenecerán al que los haya
cogido y conservado». Conforme a dicho tenor literal, parece, pues, que cabe la ocupación de tal clase de
animales, aunque realmente la aplicación de las reglas generales sobre la materia, en caso de reclamación del
propietario, deberían llevar a la solución contraria.
Los dos primeros apartados del artículo 612, en relación con las abejas, disponen lo siguiente: «El
propietario de un enjambre de abejas tendrá derecho a perseguirlo sobre el fundo ajeno, indemnizando al
poseedor de éste el daño causado. Si estuviere cercado, necesitará el consentimiento del dueño para
penetrar en él. Cuando el propietario no haya perseguido o cese de perseguir el enjambre dos días
consecutivos, podrá el poseedor de la finca ocuparlo o retenerlo». La problemática considerada en tales
pasajes normativos puede considerarse propiamente como de ocupación.
El artículo 613, finalmente, considera que «las palomas, conejos y peces que de su respectivo criadero
pasaren a otro criadero perteneciente a distinto dueño, serán propiedad de éste, siempre que no hayan sido
atraídos por medio de algún artificio o fraude». Dejando aparte esta última eventualidad (que, en definitiva,
constituye un hurto), el supuesto de hecho no se adecúa bien a los presupuestos y requisitos de la ocupación,
sino que más bien parece un supuesto especial de accesión (por no resultar tampoco encajable en los tipos de
accesión de mueble a mueble que seguidamente consideraremos: unión, mezcla y especificación)
sistemáticamente mal ubicado por el legislador.
6. LA ACCESIÓN
El art. 353 del CC dispone que «la propiedad de los bienes da derecho por accesión a todo lo que ellos
producen o se les une o incorpora, natural o artificialmente».
La accesión supone la atracción o absorción de una cosa accesoria por otra de mayor valor o principal que
otorga al propietario de esta última la facultad de apropiarse de aquella, conforme al principio «accesorium
sequitor principale (la cosa accesoria sigue la suerte de la principal), que constituye la idea inspiradora de la
regulación del Código Civil. La accesión constituye por tanto un modo de adquirir la propiedad de las cosas
accesorias.
A) Aluvión y avulsión
Se denominan terrenos de aluvión los que quedan al descubierto después de las avenidas de agua. Por tanto,
consiste en el incremento que pueden sufrir los terrenos ribereños de los ríos a consecuencia del depósito de
los materiales arrastrados por las aguas.
Nuestro Código distingue entre aluvión y avulsión. El primero se reserva a los casos en los que el depósito
de tierra o materiales se produce de forma paulatina y constante. Por el contrario, las corrientes torrenciales o
las grandes avenidas podrían originar el supuesto de avulsión. Ésta implica una extraordinaria avenida de
aguas que violentamente provoque la separación de un trozo de terreno o arbolado de una finca para, aguas
abajo, depositarlos en otra finca perteneciente a distinto dueño.
El art. 366 del CC establece que «pertenece a los dueños de las heredades confinantes con las riberas de los
ríos el acrecentamiento que aquellas reciben paulatinamente por efecto de la corriente de las aguas ». Por
tanto, el posible aumento de la extensión territorial de la finca lo hace suyo el propietario en virtud de la
accesión. No obstante, los linderos físicos de las fincas no quedan afectados por la subida o bajada del nivel
de las aguas de estanques o lagunas
Como ya se ha indicado, la avulsión implica una extraordinaria avenida de aguas que, violentamente (no, por
tanto, paulatinamente), provoque de forma brusca e irrefrenable la separación o extirpación de un trozo de
terreno o arbolado de una finca para, aguas abajo, depositarlos en otra finca perteneciente a distinto dueño.
Nuestro Código regula, respectivamente, ambos supuestos en los artículos 368 y 369. En el primero de ellos
establece el Código que «cuando la corriente de un río, arroyo o torrente segrega de una heredad de su
ribera una porción conocida de terreno y la transporta a otra heredad, el dueño de la finca a que pertenecía
la parte segregada conserva la propiedad de ésta». Por consiguiente, en rigor, tal precepto niega el derecho
o la facultad de accesión del dueño de la finca receptora de la porción segregada aguas arriba, ya que el
principio consiste en seguir reconociendo la titularidad dominical del dueño de la finca que ha sufrido la
violenta acción de las aguas. Para ello requiere que la parte desgajada sea una porción conocida de terreno,
exigencia que verdaderamente es difícil de acaecer, pues normalmente la fuerza de las aguas o la fuerza del
rio (nombre con el que también se conoce a la avulsión) determinará la destrucción paulatina de la parte
segregada.
B) Mutación de cauce
En materia de aluvión o avulsión la práctica forense es intrascendente. No obstante, sí existen sentencias y
resoluciones relativas a la mutación de cauce. Este fenómeno consiste en que las aguas de un río varían su
curso y se desvían del terreno que ocupaban para anegar otras tierras. Para el CC, los terrenos ocupados por
el cauce acrecen, en virtud de accesión, las fincas o heredades ribereñas:
• Si la finca ribereña ocupa ambos márgenes del cauce abandonado, los terrenos liberados
pertenecerán al propietario de aquella (art. 370 CC)
• Si se abre un nuevo cauce en dicha finca, con abandonado del anterior, respecto del abandonado
habrá de aplicarse lo establecido en el art. 370 (accesión a favor del propietario), mientras los
terrenos ocupados por el nuevo cauce habrán de considerarse de dominio público (art. 372).
• Si el cauce abandonado separaba heredades de distintos dueños la nueva línea correrá equidistante de
unas y otras.
C) Formación de isla
El debate sobre la accesión en las islas formadas ex novo queda limitado al supuesto de su nacimiento en ríos
no navegables ni flotables. El art. 371 del CC perceptúa que «las islas que se forman en los mares
adyacentes a las costas de España y en los ríos navegables y flotables pertenecen al Estado».
Tampoco existe propiamente derecho de accesión cuando la corriente de un río, al dividirse en distintos
brazos, produce la separación de porciones de una misma finca. El art. 374 sigue reconociendo la propiedad
del titular originario de la finca.
Para los restantes ríos, el art. 373 establece que «las islas que por sucesiva acumulación de arrastres
superiores se van formando en los ríos, pertenecen a los dueños de las márgenes u orillas más cercanas a
cada una, o a los de ambas márgenes si la isla se hallase en medio del río, dividiéndose entonces
longitudinalmente por la mitad. Si una sola isla así formada distase de una margen más que de otra, será
por completo dueño de ella el de la margen más cercana».
6.2. Accesión de mueble a inmueble
El segundo gran grupo de supuestos viene representado por el hecho de que determinados bienes muebles
(materiales de obra, árboles, semillas), se incorporen a suelo. Como principio general, el CC formula en el
artículo 358 que «lo edificado, plantado o sembrado en predios ajenos y las mejoras o reparaciones hechas
en ellos pertenecen al dueño de los mismos (de los predios) con sujeción a lo que se dispone a los artículos
siguientes». Es decir, lo principal es el suelo y lo accesorio la construcción, plantación o siembra.
La posición del titular dominical del suelo se ve reforzada por la presunción establecida en el art. 359:
«Todas las obras, siembras y plantaciones se presumen hechas por el propietario y a su costa, mientras no
se pruebe lo contrario».
No obstante, si la incorporación al inmueble es realizada por persona distinta del propietario, existe una
pugna de intereses, especialmente si la actuación del incorporante ha sido de buena fe. Por tanto hay que
contemplar los distintos supuestos:
A) Unión
La unión o adjunción tiene lugar (art. 375 CC) «cuando dos cosas muebles, pertenecientes a distintos
dueños, se unen de tal manera que vienen a formar una sola cosa» que sufriría detrimento si se pretendiera
recuperar la forma primitiva de sus componentes. Si se pueden separar, cada propietario puede recuperar el
bien que le pertenecía, designio preferible para el Código hasta el extremo de que «cuando la cosa unida
para el uso, embellecimiento o perfección de la otra es mucho más preciosa que la cosa principal, el dueño
de aquella puede exigir su separación aunque sufra algún detrimento la otra a que se incorporó».
El problema básico que plantea la unión en caso de detrimento de la cosa resultante, radica en determinar
cuál de sus componentes debe considerarse «cosa principal» y cuál «cosa accesoria». El CC utiliza diversos
criterios:
• El art. 376 reputa cosa principal «aquella a que se ha unido otra para adorno, o para su uso o
perfección».
• Semejante criterio puede resultar impreciso, por lo que el art. 377.1 establece que, en caso de
insuficiencia, será cosa principal «el objeto de mayor valor, y entre dos objetos de igual valor, el de
mayor volumen».
• En todo caso, «en la pintura y escultura, en los escritos, impresos, grabados y litografías, se
considerará accesoria la tabla, el metal, la piedra, el lienzo, el papel o el pergamino» (art. 377.2), si
bien esta actividad, al requerir ingenio o arte humanos, debería considerarse una aplicación de la
llamada especificación.
En consecuencia, posiblemente haya de considerarse como criterio rector de la calificación de las cosas
unidas el referido al valor respectivo de ellas. La propiedad de la cosa resultante depende naturalmente de la
actitud o disposición con que haya actuado el responsable de la unión:
1. Si la unión se produce sin intervención de mala fe por parte de los dueños de las cosas unidas o con
aquiescencia de ambos, el propietario de la principal adquiere, por accesión, la accesoria,
indemnizando su valor al dueño de ésta.
2. Si el dueño de la cosa principal actúa de mala fe, el dueño de la cosa accesoria « tendrá derecho a
optar entre que aquél le pague su valor o que la cosa de su pertenencia se separe, aunque para ello
haya que destruir la principal. En ambos casos, además, habrá lugar a la indemnización de daños y
perjuicios».
3. Si quien actúa de mala fe es el dueño de la cosa accesoria, «pierde la cosa incorporada y tiene la
obligación de indemnizar al propietario de la principal los perjuicios que haya sufrido».
B) Mezcla o confusión
Con esta determinación regula el código el hecho de que se produzca la mixtura de varias cosas
pertenecientes a diferentes dueños de forma tal que, una vez mezcladas, no resulten separables. Es
indiferente que se trate de líquidos, áridos (trigo, cebada) o de cualesquiera otros cuerpos sólidos. Es
llamativo que los supuestos regulados por el código no generan accesión sino copropiedad ordinaria.
La accesión solo se da si el responsable de la mezcla obra de mala fe (si confunde su propia cosecha con otra
de mejor claridad). En tal caso, el CC establece que «perderá la cosa de su pertenencia mezclada o
confundida, además de quedar obligado a la indemnización de los perjuicios causados al dueño de la cosa
con que hizo la mezcla».
No hay accesión, sino establecimiento de una copropiedad, en los siguientes supuestos:
• Cuando ambos dueños, consciente y voluntariamente, llevan a cabo la mezcla.
• Cuando la mezcla se produce casualmente.
• A consecuencia del acto de un tercero.
• Cuando la mixtura sea resultado de la actuación de uno de los dueños, pero obre de buena fe.
La cuota de copropiedad se establecerá de forma «proporcional a la parte que a cada uno le corresponda,
atendiendo al valor de las cosas mezcladas o confundidas».
C) Especificación
La especificación presupone que una persona, mediante su trabajo o esfuerzo, modifica o transforma una
cosa mueble perteneciente a otra persona, dando lugar a la creación de una nueva especie, radical o
esencialmente distinta de la cosa matriz. El ejemplo tradicional es el caso de escultura en bloque ajeno.
En la pugna de intereses, entre el dueño de la materia utilizada y la actividad que sobre ésta recae, el Código
ofrece diversa solución según la buena o mala fe de quien lleva a cabo la especificación.
• Actividad realizada de buena fe. Aunque se actúe de buena fe, si la materia utilizada tuviere mayor
valor o fuere más preciosa que la obra resultante, el Código atribuye al propietario de la materia la
facultad de optar por «quedarse con la nueva especie, previa indemnización del valor de la obra» o,
por el contrario, «pedir indemnización de la materia». Si la obra ejecutada tiene mayor valor que la
materia utilizada, el especificante «hará suya la obra indemnizando el valor de la materia al dueño
de ésta».
• Actividad realizada de mala fe . «El dueño de la materia tiene el derecho de quedarse con la obra sin
pagar nada al autor, o de exigir que le indemnice el valor de la materia y los perjuicios que se le
hayan seguido» (art. 383.3). Se trata de una opción a ejercitar por el dueño de la materia que, desde
luego, no puede pretender de forma simultánea, apoderarse de la nueva especie y, además, reclamar
la indemnización.
B) Posesión pública
La actividad debe acreditarse mediante la realización de actos posesorios que manifiesten frente a los demás
la creencia de que el usucapiente está ejercitando facultades que le competen. Si actúa mediante ocultación o
de forma clandestina, su posesión es igualmente irrelevante a efectos de usucapión.
C) Posesión pacífica
La adquisición no puede ser llevado acabo de forma violenta, pues en tal caso el vicio de origen que acarrea
la posesión la inhabilita a efectos de usucapión. El art. 1956 establece que « las cosas muebles hurtadas o
robadas no podrán ser prescritas (esto es, usucapidas) por los que las hurtaron o robaron, ni por los
cómplices o encubridores, al no haber prescrito el delito o falta, o su pena, y la acción para exigir la
responsabilidad civil, nacida del delito o falta». En segundo lugar, el carácter pacífico de la possessio ad
usucapionem supone que, durante todo el periodo posesorio, el usucapiente no encuentra oposición por parte
del verdadero propietario de la cosa. Si hay discusión o debate, judicial o no, pierde el carácter de pacífica.
D) Posesión ininterrumpida
El art. 1941 exige también que «la posesión ha de ser no interrumpida». Si se produce cualquier acto de
interrupción de la posesión deja de correr el plazo prescriptivo del usucapiente y se requiere comenzar a
computar el plazo prescriptivo otra vez desde el comienzo, en caso de que el verdadero titular comenzase
una nueva etapa de inactividad.
Los arts. 1943 y siguientes distinguen entre «interrupción natural», o cese de la pérdida o posesión por más
de un año; e «interrupción civil», cuando se produce una citación judicial instada por el verdadero dueño o
titular del derecho. En ambos casos, los actos posesorios dejan de ser hábiles a efectos de usucapión.
9.1. Buena fe
El art. 1.950 CC indica que «la buena fe del poseedor consiste en la creencia de que la persona de quien
recibió la cosa era dueño de ella y podía transmitir su dominio». Dicha descripción legal coincide con la
establecida en el art. 433: «Se reputa poseedor de buena fe al que ignora que en su título o modo de adquirir
exista vicio que lo invalide».
Ambos aspectos, el positivo y el negativo, son compatibles y complementarios: el usucapiente ha de tener
creencia de legitimidad posesoria ad usucapionem y, simultáneamente, ignorancia de ilegitimidad
posesoria. La suma de tal creencia y tal ignorancia significa que el poseedor se considera a sí mismo dueño
de la cosa o titular del derecho.
Estos requisitos son de naturaleza subjetiva, pero no basta la mera alegación del usucapiente, sino que ha de
demostrar en términos objetivos que la situación del poseedor puede ser considerada de buena fe, por darse
las dos circunstancias legalmente requeridas:
a) Que el usucapiente adquirió de quien tenía facultades transmisivas suficientes.
b) Que el acto o título transmisivo pueda ser considerado válido. Ésta circunstancia conecta la buena fe
con el requisito del justo título que seguidamente veremos.
La buena fe del poseedor ha de ser continuada y persistir durante todo el periodo de la posesión hábil para la
usucapión. A favor del usucapiente, se aplican las siguientes normas:
a) Salvo prueba en contrario, la posesión del usucapiente ha de ser considerada de buena fe (art. 434).
b) Salvo prueba en contrario, la aplicación del art. 435 conlleva que la posesión inicial de buena fe se
ha de seguir considerando igual salvo que «existan actos que acrediten que el poseedor no ignora
que posee la cosa indebidamente» (art. 435 CC).
[Reipersecutoriedad es una facultad restitutoria, privilegiada e inmediata, de la que gozan los titulares de
los derechos reales, sobre los bienes objeto de los mismos, que les permite exigir el uso o el disfrute, que el
derecho real comporte como carácter jurídico natural propio, cualquiera que fuera el poseedor y allí donde
estuvieran los bienes.
La anticresis es, en Derecho civil y penal, una garantía en virtud de la cual el deudor entrega a su acreedor
una cosa para el pago de un crédito insoluto con los frutos, naturales o civiles (intereses), que la cosa
produzca, restituyéndola una vez que se haya pagado la deuda. Mientras una parte de la doctrina la considera
un derecho real, esta calificación es rechazada por algunos.]
2. El USUFRUCTO
A) Reglas de capacidad
El propietario, al constituir el usufructo (y convertirse, en consecuencia, en nudo propietario) realiza un acto
de disposición. Por tanto, en todo caso, debe tener libre disponibilidad y facultad de disposición sobre el bien
objeto del usufructo. En relación con el usufructuario, es claro que su capacidad ha de ser suficiente en
relación con el acto o contrato que sirva de título de constitución del usufructo: convenio inter vivos,
adquisición mortis causa o usucapión.
B) Usufructos simultáneos
Se habla de usufructo simultáneo cuando las personas con derecho al usufructo ostentan conjunta y
simultáneamente dicha titularidad (por ejemplo, dos ancianas, tías carnales, ceden a un sobrino la propiedad
de un inmueble, pero reservándose en favor de ambas el usufructo). Como hemos visto, dicha titularidad
simultánea es objeto de contemplación expresa por parte del artículo 469. Si no fuera así, el resultado habría
sido idéntico, pues obviamente el usufructo no excluye la pluralidad de sujetos en el goce y disfrute de la
cosa, que constituye un supuesto de cotitularidad de derecho (real, en este caso) regido, como sabemos, por
los artículos 392 y siguientes del Código Civil.
Naturalmente, la referida cotitularidad exige que los partícipes en el derecho existan. Por ello, el artículo
521, al regular la duración del usufructo simultáneo, comienza describiéndolo como «el usufructo
constituido en provecho de varias personas vivas al tiempo de su constitución»; pero también se deduce de
tal pasaje que cabe realizar una constitución sucesiva en favor de personas aún no nacidas. El problema más
importante que presenta el usufructo simultáneo radica en determinar su duración. La respuesta legal, ínsita
en el propio artículo 521, consiste en imputar un carácter vitalicio al usufructo en relación con el
fallecimiento de aquél de los titulares que falleciese posteriormente: «no se extinguirá hasta la muerte de la
última persona que sobreviviere». Dicha regla coincide con la mayor parte de los supuestos prácticos,
aunque por supuesto cabe la existencia de usufructos simultáneos regidos por otras reglas al respecto.
C) Usufructos sucesivos
Se denominarían así aquellos casos (generalmente de origen testamentario) en que el constituyente del
usufructo designa a varias personas para que, de forma sucesiva, asuman la condición de usufructuarios (por
ejemplo, lego el derecho de usufructo a mi hija y, en caso de faltar, a mi nieto primogénito). En tales
supuestos, el problema fundamental viene representado por el hecho de que la consideración de un elenco
interminable o, simplemente, largo de usufructuarios diera al traste con el carácter necesariamente temporal
que nuestro Derecho positiva exige al usufructo.
Aparte de la referencia contenida en el artículo 469, no dedica nuestro Código ningún precepto concreto a tal
tipo de usufructo. Por ello, el sentir general considera que son de aplicación analógica al caso las reglas sobre
la posible extensión de las sustituciones fideicomisarias establecidas en el artículo 781. Conforme a ellas, el
usufructo habrá de constituirse necesariamente en favor de personas que vivan en el momento en que dé
comienzo aquél o, en último extremo, en favor de personas aún no nacidas «que no pasen del segundo
grado» de parentesco con el constituyente.
3.4. La dispensa
En los restantes casos, no contemplados en el artículo 492, cabe la verdadera dispensa de las obligaciones de
inventario y fianza, bien sea porque expresamente así lo plantea el constituyente del usufructo voluntario,
coincida o no con el nudo propietario; o bien porque el nudo propietario, siendo persona distinta al
constituyente del usufructo, llegado el momento de materialización del usufructo, no reclama al
usufructuario el cumplimiento de las obligaciones de inventario y fianza. Ésta es la conclusión más segura
que se extrae de lo dispuesto por el artículo 493 del Código Civil: «El usufructuario, cualquiera que sea el
título del usufructo, podrá ser dispensado de la obligación de hacer inventario o de prestar fianza, cuando
de ello no resultare perjuicio a nadie».
4.2. Obligaciones del nudo propietario relativas a la conservación de los bienes objeto de usufructo
Dado el sustrato propio del usufructo y atendiendo a que, mientras dure, el nudo propietario carece de goce y
disfrute posesorio alguno sobre los bienes, es natural que el número de las obligaciones que sobre él pesan
sea notoriamente menor. En todo caso, en evitación del deterioro o perjuicio de la cosa, el nudo propietario
ha de afrontar, al menos, las dos obligaciones siguientes:
1. El abono del coste de las reparaciones extraordinarias . El primer inciso del artículo 501 lo establece
con toda claridad: «Las reparaciones extraordinarias serán de cuenta del propietario».
2. El pago de los tributos e impuestos que le competan . Dispone, en efecto, el artículo 505 que «las
contribuciones que durante el usufructo se impongan directamente sobre el capital serán de cargo
del propietario. Si éste las hubiese satisfecho, deberá el usufructuario abonarle los intereses
correspondientes a las sumas que en dicho concepto hubiese pagado y, si las anticipare el
usufructuario, deberá recibir su importe al fin del usufructo».
Aunque el Código hable «del capital», obviamente la expresión está referida a los bienes objeto de usufructo
(fundamentalmente, los inmuebles). Por otra parte, conviene observar que, bajo ningún concepto, beneficia
al usufructuario anticipar tales cantidades, vista la proposición final del precepto.
C) La realización de mejoras
El usufructuario se encuentra especialmente autorizado por la ley para realizar mejoras en la cosa
usufructuada, sean útiles o sean meramente de recreo o puramente suntuarias, a su libre albedrío, siempre
que respete la forma y sustancia de la cosa (artículo 487).
D) La inexistencia de facultades del usufructuario en relación con el tesoro oculto y las minas
Sólo se ve limitada la posición del usufructuario en relación con las minas y tesoros ocultos que pudieran
encontrarse en la finca. En efecto, la segunda proposición del artículo 471 establece que «respecto de los
tesoros que se hallaren en la finca será considerado (el usufructuario) como extraño», demostrando así el
Código que las facultades de goce y disfrute del usufructuario son, aunque mínimamente, algo menores que
las del enfiteuta (al que el artículo 1632.2 si atribuye «los mismos derechos que corresponderían al
propietario en los tesoros y minas que se descubran en la finca enfitéutica») y las del propietario.
La enfiteusis, también denominado censo enfitéutico, es un derecho real que supone la cesión temporal del
dominio útil de un inmueble, a cambio del pago anual de un canon.]
[Acto Obstativo: Acción de oposición por parte del dueño del predio dominante al disfrute de una
servidumbre no reconocida. Desde este acto empieza a contar la prescripción para la adquisición de
servidumbres negativas.]
11. LA SUPERFICIE
1. INTRODUCCIÓN
La categoría doctrinal de los derechos reales de garantía no responde sólo a un prurito organizador de los
autores (y, por tanto, a una «idea teórica»), sino que ha de considerarse una categoría sistemática del propio
legislador decimonónico y, siguiéndolo, del contemporáneo.
Es necesario aconsejar al destinatario natural de esta obra que realice una lectura reflexiva de este capítulo
una vez que haya procedido al acercamiento, al menos inicial, del contenido fundamental de los capítulos
sucesivos. De seguir tal procedimiento de estudio de la materia, probablemente el estudio de este capítulo
resulte utilísimo, pues sirve de memorándum del conjunto del sistema y, en consecuencia, permite fijar y
memorizar los aspectos fundamentales de cada uno de los derechos reales de garantía, incluidos los
preceptos capitales de nuestro Derecho positivo.
2.3. La especialidad
Cuando se habla de especialidad de los derechos reales de garantía, se pretende dar a entender que el objeto
sobre el que recae la garantía se ha de encontrar especialmente determinado. Históricamente, las garantías
reales, sobre todo las hipotecas, podían ser tanto especiales cuanto generales, según que quedaran afectos a
la garantía algunos bienes concretos y determinados del deudor o que, por el contrario, se acordara que,
llegado el momento de ejecución, el titular real podría promover la enajenación coactiva de aquellos bienes
del deudor que les parecieran más fácilmente realizables.
En caso de que la obligación asegurada no haya sido íntegramente satisfecha con lo obtenido, en relación con
el crédito restante, el titular de la garantía real habrá de conformarse con su mera condición de acreedor, que
deberá concurrir con los demás acreedores del deudor conforme al principio de la par conditio creditorum
[«igual condición de crédito». Es un principio del derecho concursal que consiste en la paridad de
tratamiento en igualdad de condiciones, para los acreedores].
2.4. La reipersecutoriedad
La reipersecutoriedad pone de manifiesto el carácter real del conjunto de facultades atribuidas al acreedor,
quien podrá ejercitarlas, por tanto, frente a cualquier otra persona, tercer adquirente o poseedor. Pese a la
denominación, no se trata obviamente de reivindicabilidad de la cosa, pues el titular de la garantía real
carece naturalmente de legitimación para ello, sino sólo y exclusivamente de ejercitar sus facultades propias
de enajenación del bien gravado y de preferente cobro: el acreedor hipotecario puede promover la
enajenación del bien gravado, sea quien sea su actual adquirente, siempre y cuando la transmisión dominical
del bien afecto a la hipoteca sea posterior a la inscripción de ésta. Se trata, pues, de una reipersecutoriedad
activa.
Por otra parte, la prenda presupone inexorablemente la posesión de la cosa, por lo que ha de ser contemplado
desde el punto de vista pasivo. No tiene que restituir la cosa más que cuando haya sido íntegramente
retribuido. Es mucho más dudoso que el acreedor pignoraticio ostente reipersecutoriedad en el supuesto de
que haya perdido la posesión de la cosa, aunque sí se encuentra legitimado para el ejercicio de la acción
interdictal.
5. LA PRENDA
El derecho real de prenda se constituye mediante la entrega de una cosa mueble, susceptible de posesión. El
dato relativo al desplazamiento posesorio lo subraya el propio artículo 1864, al establecer que « Pueden
darse en prenda todas las cosas muebles que están en el comercio, con tal que sean susceptibles de
posesión». Dado que la entrega de la cosa se realiza única y exclusivamente en función de garantía (del
cumplimiento de la obligación principal u obligación asegurada), el deudor pignorante seguirá siendo, en
principio, dueño de la cosa (cfr. art. 1869.1), mientras que el acreedor pignoraticio será un mero poseedor de
ella. No obstante ello, si la cosa pignorada produce intereses, no tendrá derecho a reclamarlos el deudor, pues
el acreedor pignoraticio los hace suyos para irse cobrando de cuanto el deudor pignorante le debe (cfr. art.
1868).
Tal y como aparece regulada en el Código, la prenda ordinaria o común tiene una escasísima presencia
práctica. Sin embargo, no por ello deben descuidarse los preceptos reguladores del Código, pues su
regulación constituye el esquema básico de desarrollo de otros supuestos de prenda, que pese a que suelen
denominarse especiales son los que realmente tienen importancia desde el punto de vista práctico: prenda
irregular, prenda de derechos, prenda de créditos, prenda de valores y prendas constituidas a favor de los
Montes de Piedad.
8. EXTINCIÓN DE LA FIANZA
Si el deudor ha cumplido, atendiendo íntegramente la prestación principal y sus accesorios, la garantía
accesoria deja de tener fundamento alguno. En consecuencia, el acreedor pignoraticio queda obligado a
llevar a cabo la restitución de la cosa.
Sin embargo, al regular la condonación de la deuda, el Código contempla expresamente en el artículo 1191
los efectos extintivos del supuesto de que, tras su constitución, la cosa pignorada se encuentre en poder del
deudor, estableciendo lo siguiente: «Se presumirá remitida la obligación accesoria de prenda, cuando la
cosa pignorada, después de entregada al acreedor, se hallare en poder del deudor». La norma contiene una
mera presunción iuris tantum que, por consiguiente, admite prueba en contrario y declara el efecto extintivo
del supuesto de hecho únicamente respecto de «la obligación accesoria de prenda», no de la obligación
principal o asegurada. Supongamos que el acreedor pignoraticio entrega al deudor, de profesión pintor, el
cuadro pignorado para que pueda formar parte de una exposición panorámica de su obra.
Conviene tener presente que el derecho real de prenda puede también extinguirse pese al mantenimiento de
la obligación principal. Cabe la condonación de las obligaciones accesorias dejando subsistente la obligación
principal (cfr. art. 1190), o la sustitución de mutuo acuerdo de la garantía.
Es obvio que la pérdida de la cosa pignorada genera igualmente la extinción del derecho real de prenda.
1.4. La hipoteca como derecho real sin desplazamiento posesorio: relaciones entre el crédito y la
hipoteca
De la lectura de los artículos 1876 del CC y 104 de la LH, entendemos que el acreedor hipotecario, por mor
de la constitución de la hipoteca, sigue siendo acreedor, pero al mismo tiempo se encuentra revestido de
facultades jurídico- reales sobre la cosa, que no implican goce posesorio alguno, pero que le permiten, no
obstante, en caso de incumplimiento de la obligación garantizada, ejercitar directamente la acción hipotecaria
contra los bienes hipotecados (art. 129 LH).
El ejercicio de la acción hipotecaria permite que el acreedor cobre su crédito enajenando los bienes
hipotecados mediante subasta pública (art. 1858). Las prerrogativas y facultades del acreedor permiten que el
dueño de los bienes hipotecados pierda la condición de propietario y sea privado de las cosas o derechos
objeto de la hipoteca. La hipoteca, pues, es un derecho real en función de garantía.
Constituida la hipoteca, el derecho de crédito sigue existiendo, pero el acreedor suma a su condición la de ser
titular de un derecho real, lo que le atribuye mayores y mejores facultades de protección de su crédito. Ahora
bien, las facultades inherentes a su simple condición de acreedor sólo serán ejercitadas si el precio de remate
obtenido con la venta de los bienes gravados resulta insuficiente para satisfacer íntegramente el derecho de
crédito garantizado hipotecariamente.
Lo expuesto, al respecto del carácter real de la hipoteca, constituye el parecer mayoritario de la doctrina y de
la jurisprudencia, así como de la Dirección General de los Registros y del Notariado.
3. LA CONSTITUCIÓN DE LA HIPOTECA
La hipoteca hace nacer un verdadero derecho real. Su nacimiento coincide exactamente con el momento de
inscripción del correspondiente título. Así, la característica principal de la hipoteca consiste en su necesaria
constancia registral. El documento público mediante el que se haya constituido debe inscribirse en el
Registro de la Propiedad. En tal sentido, la inscripción registral de la hipoteca tiene naturaleza constitutiva.
Semejante exigencia viene requerida por el hecho de que, no habiendo traslación posesoria del acreedor, los
legítimos derechos y expectativas de terceros (piénsese en los demás acreedores del deudor), sólo deben
verse perjudicados desde el momento en que pudieron conocer, a través del Registro de la Propiedad, la
existencia de una garantía real que afectase directa e inmediatamente a la cosa o derecho real sobre los que
recaen.
La inscripción tiene numerosas consecuencias prácticas. Una de ellas es que la propia inscripción puede ser
determinante o condicionante de la propia eficacia del préstamo subyacente, de ahí que frecuentemente el
clausulado hipotecario prevea el vencimiento anticipado del préstamo por la falta de inscripción de la
hipoteca.
4.2. La flexibilización de mercado hipotecario y la modificación del art. 12 de la Ley Hipotecaria por la
ley 41/2007
La promulgación de la Ley 41/2007, de 7 de diciembre, modifica el mercado y el sistema hipotecario,
permitiendo la generalización de las hipotecas de máximo y romper con la rigidez de los productos
hipotecarios.
Debido a ello, el tenor literal del primer apartado del art. 112 de LH ha pasado a ser el siguiente « en la
inscripción del derecho real de hipoteca se expresará el importe principal de la deuda y, en su caso, el de
los intereses pactados, o, el importe máximo de la responsabilidad hipotecaria, identificando las
obligaciones garantizadas, cualquiera que sea la naturaleza de éstas y su duración». El principio de exacta
determinación de la obligación asegurada pasa a desempeñar un papel secundario, pues lo que importa ahora
es el importe máximo de responsabilidad hipotecaria, al tiempo que se subraya en el propio mandato que la
naturaleza de las obligaciones garantizadas puede ser de muy diferente índole y cualidad.
6.1. Introducción
La LH parte del presupuesto de que, si la obligación garantizada produce intereses remuneratorios, la
hipoteca cubre también el pago de ellos. La realidad puede darse por contradicha: las hipotecas constituidas
se asientan en una deuda pecuniaria (cuyo cumplimiento por el deudor es lo que garantiza).
Sabemos que, aun en el caso de existir pacto al respecto, entrarán en juego los intereses legales. Sin
embargo, serán raramente aplicables, pues el crédito territorial es una actividad típica de las instituciones
financieras y, por tanto, las cláusulas de estilo prestan particular atención a la fijación de los intereses
remuneratorios convencionales, así como a los intereses moratorios y a los gastos que, en su caso, pudieran
generar el impago y la ejecución hipotecaria.
A efectos didácticos, quizá no esté de más recoger una cláusula extraída del modelo de escritura de hipoteca
de un caso, tan real como cualquier otro, de adquisición de vivienda mediante préstamo hipotecario.
Veámosla con algún detenimiento:
Se fija la responsabilidad máxima de la finca por el préstamo concedido en la cifra global de 154.700 euros,
que se corresponden:
• 66.100 euros por el principal del préstamo.
• 17.190 euros por dos años de intereses ordinarios al tipo inicial pactado del 13 por 100.
• 51.570 euros por tres años de intereses de demora, al tipo pactado del 26 por 100, conforme a lo
indicado en la estipulación sexta.
• 19.830 euros en concepto de costas y gastos.
Las cantidades señaladas a efectos de intereses, sean éstos ordinarios o de demora, no superan los cinco años,
plazo de protección que las partes acuerdan con arreglo a lo establecido en el artículo 114 de la Ley
Hipotecaria.
Así pues, los adquirentes de un piso por valor real de ciento noventa y dos mil trescientos euros, han
solicitado y recibido un préstamo hipotecario de aproximadamente un tercio del precio de la vivienda; sin
embargo, la responsabilidad hipotecaria alcanza prácticamente el 80 por 100 del valor real de la vivienda.
[El anatocismo es la acción de cobrar intereses sobre los intereses de mora derivados del no pago de un
préstamo.]
[Se denomina extensión de la hipoteca, la garantía adicional que, por expresa mención de la ley o por
convenio entre las partes, se establece a favor del acreedor hipotecario.]
A) Accesiones naturales
Cuando el art. 109 LH dice «La hipoteca se extiende a las accesiones naturales», se está refiriendo a las
accesiones propiamente dichas, en el sentido que tuvimos ocasión de estudiar en el capítulo octavo y sólo en
virtud de la accesión de inmueble a inmueble.
B) Mejoras
Quedan igualmente afectas a la garantía hipotecaria «las mejoras que consistan en nuevas plantaciones,
obras de riego o desagüe, obras de reparación, seguridad, transformación, comodidad, adorno o elevación
de los edificios y cualesquiera otras semejantes…» (art. 110.1).
C) Indemnizaciones
Dice el art. 110.2 LH que la extensión natural de la hipoteca alcanza a «las indemnizaciones concedidas o
debidas al propietario de los inmuebles hipotecados por razón de éstos, siempre que el siniestro o hecho que
las motivare haya tenido lugar después de la constitución de la hipoteca y, asimismo, las procedentes de la
expropiación de los inmuebles por causa de utilidad pública».
D) Otros aspectos
Aunque no sean objeto expresamente de mención en los artículos 109 y 110 de LH, la extensión natural de la
hipoteca alcanzará desde el punto de vista objetivo a los siguientes aspectos:
1. La hipoteca se extiende a cualesquiera servidumbres de las que el predio hipotecado sea
simultáneamente predio dominante, por ser inseparables por dominio (cfr. art. 108).
2. En el caso de que la hipoteca recaiga sobre un bien inmueble sometido al régimen de propiedad
horizontal, se extiende a la copropiedad sobre los elementos comunes del edificio (art. 3.3 de la LPH
y normas concordantes).
3. También se extenderá al exceso de cabida de la finca hipotecada que se haya hecho constar en el
Registro con posterioridad a la inscripción de aquélla. No existe aquí «extensión de la hipoteca»,
sino sencillamente una fijación de la mayor extensión de la finca, la cual sigue siendo, en términos
hipotecarios, la misma (art. 225.1 del RH).
5. EL CAMBIO DE RANGO
El rango de la hipoteca (en definitiva, la situación, jerarquía o nivel registral que una determinada hipoteca
ocupa en el folio del inmueble) es susceptible de ser objeto de contratos sobre el particular.
6. EJECUCIÓN DE LA HIPOTECA
10.2. La protección de los deudores hipotecarios sin recursos: Reales Decretos Leyes 8/2011, 6/2012 y
27/2012
La situación de crisis económica vivida, al menos, en el último quinquenio [cinco años], y continuada en la
actualidad, ha obligado tanto al gobierno presidido por el Sr. Rodríguez Zapatero (2008-2011) cuanto al
liderado por el Sr. Rajoy Brey (diciembre de 2011 en adelante) a suavizar las consecuencias de ejecución y
consiguiente lanzamiento de los deudores hipotecarios en condiciones económicas precarias, aunque sin
llegar a derogar el régimen normativo preexistente y apenas explicado someramente.
Por tanto resulta imposible en esta edición dejar de referirse a los Reales Decretos-Leyes mencionados en el
epígrafe, aunque naturalmente nos limitaremos a señalar sus líneas esenciales.
El primero de ellos, el RD-L 8/2011, de 8 de julio, dedicado, entre otras cosas, a procurar el apoyo a los
deudores hipotecarios en apuros estableció en su artículo primero un importante incremento de la cantidad
inembargable en caso de ejecución hipotecaria, al tiempo que el siguiente artículo modificó sustancialmente
la LEC en relación con las subastas.
Por su parte, el RD-L 6/2012, de 8 de marzo, denominado oficialmente de medidas urgentes de protección
de deudores hipotecarios sin recursos, establece medidas de mayor calado, aunque de incierto éxito en el
futuro, dado el carácter voluntario para las entidades financieras de la aplicación del Código de Buenas
Prácticas que, como Anexo, incorpora el RD-Ley.
Deudores hipotecarios sin recursos son sólo aquellos que cumplen todas las circunstancias exigidas en el
artículo 3 del RD-L, en el denominado umbral de exclusión, que serían los únicos destinatarios de la
disposición legislativa referida. Para los restantes deudores hipotecarios no hay modificación alguna en las
normas relativas a la exigencia de la acción real y personal, ni a las previsiones relativas a la ejecución
hipotecaria.
En todo caso, ello no empece a que, en rigor, el Gobierno ha pretendido encarar el gravísimo problema
socioeconómico que estamos considerando, pues el citado Código incluye tres fases de actuación novedosas
y que merecen ser resaltadas:
1. La reestructuración viable de la deuda hipotecaria.
2. Fase de posible quita sobre el conjunto de la deuda por parte de las entidades financieras, pero de
manera voluntaria y con carácter potestativo por parte de ellas.
3. En caso de que las dos medidas anteriores no lleguen a ser viables, los deudores «podrán solicitar, y
las entidades deberán aceptar, la dación en pago como medio liberatorio definitivo de la deuda»,
aunque en tal caso «las familias podrán permanecer en su vivienda durante un plazo de dos años
satisfaciendo una renta asumible».
Con posterioridad, el Real Decreto Ley 27/2012, de 15 de noviembre, de medidas urgentes para reforzar la
protección a los deudores hipotecarios, ha establecido la suspensión inmediata, y por un plazo de dos años,
de los desahucios de las familias que se encuentren en una situación de especial riesgo de exclusión o
vulnerabilidad.
10.3. La Ley 1/2013, de 14 de mayo, de medidas para reforzar la protección a los deudores hipotecarios,
reestructuración de deuda y alquiler social
La aprobación de los Decretos Leyes a los que acabamos de referirnos, conteniendo ciertamente medidas de
importancia respecto de los deudores hipotecarios sin recursos, no han traído consigo la desaceleración del
proceso de protesta ciudadana contra la voracidad de las entidades de crédito y, al propio tiempo, la
exigencia de medidas cada vez más incisivas en búsqueda de su protección efectiva, frente a los desahucios o
lanzamientos generalizados (que el pasado año 2012 han afectado prácticamente a 300.000 casos de hipoteca
sobre vivienda habitual; cifra sin duda muy significativa, pues en el mismo período temporal sólo se
constituyeron unas 275.000 hipotecas sobre tal tipo de vivienda).
Tales protestas se han incrementado, además, con ocasión de la publicación de la Sentencia del TJUE de 14
de marzo de 2013 que ha determinado la incompatibilidad (al menos parcial) entre el sistema de ejecución
hipotecaria español y las exigencias de la Directiva 93/13/CEE, del Consejo, de 5 de abril de 1993, sobre
cláusulas abusivas contrarias a los intereses de los consumidores, alcanzando naturalmente una gran
resonancia mediática y popular.
Ante ello, el Gobierno ha reaccionado promoviendo la aprobación de la Ley 1/2013, de 14 de mayo, de
medidas para reforzar la protección a los deudores hipotecarios, reestructuración de deuda y alquiler social,
publicada en el BOE y vigente desde el propio día 15 de mayo del mismo año.
Dicha Ley, cuyos preceptos fundamentales tenemos presentes en esta edición, consolida las medidas de los
Reales Decretos Leyes que han sido expuestas con anterioridad, armonizándolas y mejorándolas en bastantes
aspectos (en concreto el cap. cuarto de la Ley modifica ampliamente el contenido del RDL 6/2012), al
tiempo que modifica la legislación hipotecaria y la procesal para atender al fallo de la sentencia del TJUE de
14 de marzo de 2013. En particular, el capítulo tercero recoge las oportunas modificaciones del
procedimiento ejecutivo, de manera tal que, de oficio o a instancia de parte, el órgano judicial competente
pueda apreciar la existencia de cláusulas abusivas en el título ejecutivo y, como consecuencia de ello,
decretar la improcedencia de la ejecución o, en su caso, su continuación sin aplicación de aquellas cláusulas
que deban ser consideradas efectivamente abusivas.
2. EL TANTEO Y EL RETRACTO
2.1. Concepto
Es un vocablo romance derivado del tantundem: una misma cantidad; exactamente otro tanto. Derecho de
tanteo, por tanto, es sencillamente la facultad de que goza una persona para adquirir preferentemente una
cosa que va a ser enajenada a un tercero, abonando la misma cantidad y en las mismas condiciones pactadas
entre el transmitente y el tercero.
El derecho de retracto, por su parte, es la facultad de preferente adquisición de una cosa reconocida a su
titular para que, abonando el tantundem, deje sin efecto la transmisión realizada en favor de un tercero.
4.2. Tanteo y retracto en favor del arrendatario de fincas urbanas (TR-LAU 1964)
La LAU 1964 regulaba los derechos de tanteo y retracto del inquilino y del arrendatario del local de negocio
(arts. 47 a 55).
Se otorgan, pues, tales derechos tanto a los arrendatarios de viviendas cuanto a los de locales de negocio. En
ambos casos se requiere que el arrendatario se encuentre efectivamente ocupando el inmueble que tenga
arrendado.
4.3. Tanteo y retracto en favor del arrendador de locales de negocio (TR-LAU 1964)
El reverso de la medalla de los supuestos últimamente considerados viene representado por el otorgamiento
de los derechos de tanteo y retracto al arrendador de locales de negocio que vayan a ser traspasados por el
arrendatario, regulados en lo fundamental en los artículos 35 y 36 de la Ley de Arrendamientos Urbanos de
1964.
Naturalmente, en caso de ejercitar el tanteo, el arrendador habrá de abonar el precio del traspaso (art. 35.2),
y, en caso de retracto, dicho precio y los gastos complementarios.
4.4. Los derechos de adquisición preferente en la Ley de Arrendamientos Urbanos (Ley 29/1994)
En la vigente Ley de Arrendamientos Urbanos, se contempla la materia tratada en los artículos 25 y 31,
referidos respectivamente a los arrendamientos de vivienda y a los arrendamientos para uso distinto del de
vivienda.
Salvo en el caso de venta conjunta de varios bienes o del inmueble (núm. 7), la Ley de Arrendamientos
Urbanos concede al arrendatario un derecho de tanteo (núm. 2) y, en garantía de su efectividad, un derecho
de retracto (núm. 3), al tiempo que otorga carácter preferente al derecho de adquisición preferente del
arrendatario, salvo frente al condueño (de la vivienda enajenada) o al titular de un retracto convencional
inscrito en el Registro (núm. 4). Se refuerza notoriamente el derecho de adquisición preferente del
arrendatario al exigir justificar ante el Registro de la Propiedad la realización de las notificaciones prevenidas
respecto del tanteo y del retracto (núm. 5).
Sin embargo, por lo dispuesto en el número 8, el derecho de adquisición preferente del arrendatario sólo
tiene carácter imperativo respecto de los arrendamientos de vivienda cuya duración sea inferior a cinco años
(cfr. art. 9) siendo, en cambio, un derecho renunciable en relación con los arrendamientos de vivienda que
tengan una «duración pactada superior a cinco años».
6. EL DERECHO DE OPCIÓN
3. EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD
6. LA FINCA REGISTRAL
B) El agua
El artículo 66 del Reglamento Hipotecario regula detalladamente la inscripción de las aguas de dominio
privado, considerándolas como una finca registral independiente. Debe considerarse finca registral: «Las
aguas de dominio privado que, conforme a lo dispuesto en el número 8º del artículo 334 del Código Civil,
tengan la consideración de bienes inmuebles, podrán constituir una finca independiente e inscribirse con
separación de aquella que ocuparen o en que nacieren». Por lo tanto, el propietario de las aguas puede ser
distinto al propietario de la tierra o del predio.
7. LA INMATRICULACIÓN DE LA FINCA
7.5. Los títulos públicos de adquisición, complementados en su caso por acta de notoriedad
Dispone el artículo 205 de la Ley Hipotecaria que «Serán inscribibles, sin necesidad de la previa
inscripción, los títulos públicos otorgados por personas que acrediten de modo fehaciente haber adquirido
el derecho con anterioridad a la fecha de dichos títulos, siempre que no estuviere inscrito el mismo derecho
a favor de otra persona y se publiquen edictos en el tablón de anuncios del Ayuntamiento donde radica la
finca, expedidos por el Registrador con vista de los documentos presentados».
No hay, intervención judicial alguna, sino simplemente actuación del Registrador y comunicación a la
colectividad a través de los edictos publicados en el Ayuntamiento de que, en el caso, se dan los requisitos
siguientes:
1. Inexistencia de inmatriculación de la finca sobre la que recae la titularidad dominical y, en
consecuencia, de inscripción en favor de cualquier otra persona.
2. Que el titulo adquisitivo del transmitente sea previo al otorgamiento del título público de enajenación
en favor del interesado en la inmatriculación, y que dicha adquisición se acredite de modo
fehaciente.
3. Que la transmisión entre el dueño enajenante y el adquirente se instrumente en un título público.
El artículo 298 del Reglamento Hipotecario ha rebajado completamente el significado de tales requisitos,
fijados por la Ley, hasta el extremo de establecer que «Si el título de adquisición no fuere público, el acta de
notoriedad a la cual se incorpore aquél podrá inscribirse si de la misma resulta que ha sido cumplido lo
preceptuado en las reglas 3ª y 4ª del artículo 203 de la Ley, y que las fincas están amillaradas o catastradas
a nombre del titular» (en definitiva, que son suyas a efectos fiscales).
La propia Ley Hipotecaria parece ser consciente de la posible inseguridad de tal procedimiento de
inmatriculación (y mucho más del que seguidamente tratamos). Por ello el artículo 207 suspende los efectos
de la inmatriculación durante un período de dos años: «Las inscripciones de inmatriculación practicadas
con arreglo a lo establecido en los dos artículos anteriores no surtirán efectos respecto de tercero hasta
transcurridos dos años desde su fecha».
7.6. La certificación de dominio de Entidades públicas (art. 206 de la LH)
Se trata de un procedimiento inmatriculador diseñado en favor de las entidades públicas que el artículo 206
desgrana y que se lleva a efecto mediante la correspondiente certificación administrativa.
Según el citado precepto, «El Estado, la Provincia, el Municipio y las Corporaciones de Derecho público o
servicios organizados que forman parte de la estructura política de aquél y las de la Iglesia Católica,
cuando carezcan de título escrito de dominio, podrán inscribir el de los bienes inmuebles que les
pertenezcan mediante la oportuna certificación librada por el funcionario a cuyo cargo esté la
administración de los mismos, en la que se expresará el título de adquisición o el modo en que fueron
adquiridos».
En la actualidad, es sumamente dudoso el sustrato constitucional del privilegio establecido en favor de la
Iglesia Católica.
[Acreedor refaccionario: Titular de un derecho de crédito por dinero o materiales dados para la
construcción, reparación o conservación de bienes. Los acreedores refaccionarios gozan de un derecho
preferente de cobro en supuestos de concurso de acreedores en atención a los bienes muebles o inmuebles
sobre los que recae la refacción.]
A) Inscripción constitutiva
Se habla de inscripción constitutiva en aquellos casos en que la inscripción forma parte del proceso creador
del derecho real o de la vicisitud jurídico-real de que, en cada caso, se trate. De tal manera, en caso de
inexistencia de la inscripción, no habrá nacido el derecho que, de forma necesaria, debería haber sido
inscrito.
La inscripción constitutiva representa precisamente la excepción y, por tanto, sólo puede exigirse cuando así
lo establezca expresamente una norma de carácter imperativo.
B) Inscripción obligatoria
En tal caso, la Ley impone de forma coactiva la necesidad de llevar acabo la inscripción, bajo la admonición
de cualquier pena o sanción que, no consista en la falta de nacimiento del derecho real o de la vicisitud
jurídico-real de que se trate.
En el ámbito jurídico-privado las inscripciones obligatorias son irrelevantes, aunque ciertamente son muchas
las disposiciones administrativas que, de una forma y otra, las contemplan.
C) Inscripción declarativa
Tales inscripciones tienen por misión fundamental dar cuenta a la colectividad en general de la existencia de
un derecho real a través de un asiento registral, al tiempo que otorga a su titular determinados efectos
favorables.
Pero el nacimiento del derecho real, o la efectiva consolidación de la situación jurídico-real de que se trate,
no depende en absoluto de la inscripción, sino que se ha producido con anterioridad a su acceso al Registro.
Éste, pues, otorga publicidad a situaciones jurídicas que, con trascendencia real, ya han acaecido fuera del
Registro.
La regla general en nuestro ordenamiento se encuentra representada precisamente por el carácter declarativo
de la inscripción.
6. LA LEGITIMACION REGISTRAL
[El crédito refaccionario es aquel que se origina por el anticipo de la financiación, o del pago de los costes,
bien de la rehabilitación o reedificación (refacción) de un inmueble, o bien por su nueva construcción, de
modo que el acreedor refaccionario que ha costeado el aumento del valor del inmueble, como consecuencia
de la obra, y que ha soportado el anticipo, adquiere un derecho de realización preferente sobre el inmueble
construido o mejorado, en garantía de la devolución del anticipo costeado.]