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Ricardo Salvatore (1998)

“EXPRESIONES FEDERALES”: FORMAS POLÍTICAS DEL FEDERALISMO


ROSISTA

Un fenómeno general, propio del período rosista, es la existencia de distintas formas de


expresión del federalismo y las tensiones que esto produjo entre los distintos sectores
sociales. En juego esta la definición de un “verdadero federalismo”, es decir, la
identificación de los verdaderos fieles a Rosas y al ideario federal y la especificación de
las acciones, enunciados y apariencia que es esperable de alguien que se dice federal. El
federalismo parece haberse recepcionado y vivido de diversa manera por distintos
actores sociales. Sus ambigüedades, tanto a nivel ideológico como a nivel de las
prácticas políticas, permitieron una diversidad de identidades y de adhesiones. Es que el
federalismo rosista, como sistema referencial ideológico-político, invitó a los diversos
sectores de la comunidad política a unirse a una “Santa Causa” sin clarificar las
tensiones internas de su doctrina. A esta complejidad de significados se unió una
diversidad de formas de expresión que abrieron una brecha entre un estado en
formación y una sociedad civil dividida en clases. En el ensayo se examinan las
“expresiones federales”, es decir, las manifestaciones externas de adhesión al
federalismo por distintos componentes del cuerpo político, durante el período 1831-
1852. Examinar la política como fue vivida por los participantes puede servir para
contextualizar más adecuadamente la cuestión de cuánto apoyo recibió el rosismo de
estancieros, pequeños productores rurales, peones y comerciantes.

Formas de ser federal

La “causa federal” esperaba de los ciudadanos diversos tipos de adhesión. “Ser federal”
implicaba a veces lucir como federal, otras veces expresarse como federal y con mayor
frecuencia, contribuir como federal por medio de servicios personales o donación de
bienes. Fuera del territorio controlado de las elecciones y de los debates de la Sala de
Representantes existía otro territorio de la política, donde la “opinión unánime” de los
ciudadanos debía testearse constantemente con “expresiones” de apoyo al federalismo
que consistían en actos de presencia, enunciaciones públicas, servicios personales y
donaciones al Estado. Existían así federales de expresión u opinión, federales de
servicios, federales de bienes –o de “bolsillo”-, y aquellos cuya adhesión sólo podía
inferirse a partir de su apariencia. Mientras que el partido federal esperaba
contribuciones sólo de aquellos que “tenían grande o mediana fortuna”, la condición de
federal de apariencia era una demanda más generalizada. En realidad, se esperaba que
todos lucieran como federales, llevando en sus pechos la divisa y en sus sombreros el
cintillo. Cada una de estas “expresiones” de federalismo demandaba un conjunto
diferente de pruebas. Ser “federal de opinión” sujetaba la “calidad de federal” al
consenso de los vecinos y al rumor popular. Ser “federal de servicio”, en cambio,
dependía de la evaluación que hicieran jueces de paz, comandantes militares y jefes de
policía de la campaña acerca del grado de compromiso de vecinos y transeúntes con la
causa federal. La prueba de un “federal de bienes” radicaba en cambio en el aparato
administrativo del estado provincial: el conjunto de listas y recibos en los cuales se
registraban las donaciones de caballos, carne, ganado y dinero. Finalmente, la condición
de “federal de apariencia” quedaba sujeta a la comprobación visual que hacían las
autoridades de los sujetos subalternos de la campaña y, que sólo ocasionalmente se
extendía a los habitantes urbanos. Además de éstas existían otras evidencias de uso más
limitado. Las “listas de unitarios y federales”, por ejemplo, tendían a confeccionarse
sólo en momentos de amenaza al sistema federal y su efecto, era relativo. La cuestión de
quién era “verdadero federal” quedaba así librada a una variedad de evidencias –
recibos, medallas, bajas, rumores, memoria colectiva, autoridad policial y judicial, etc.-
que apuntaban a formas diferentes de “ser federal” y que, por tanto, impedían una fácil
respuesta o resolución a esta cuestión. Así el federalismo, idealmente un único sistema
de principios, se fragmentaba en diversos modos de expresión y diversas gradaciones de
adhesión, permitiendo la adecuación de la política a la diferente condición social y
económica de sujetos políticos. Esto remití al problema de la desigualdad: si se trataba
de un solo partido y de una sola causa, ¿cómo era posible que se admitieran distintos
tipos de contribuciones de acuerdo a la riqueza y posición social relativa de los sujetos?
Tal vez fue la cuestión del servicio la que acumuló mayores quejas y resentimientos.
Esta aparentemente igualitaria forma de contribución federal resultó una fuente
inagotable de inequidades. Ser federal de servicios implicaba así una forma de
desigualdad contradictoria con la retórica igualitarista del rosismo porque reservaba esta
forma de expresión política para quienes sólo tenían su fuerza de trabajo para ofrecer.
Así quienes terminaban prestando los servicios más duros y peligrosos eran los hombres
dotados de menos recursos económicos y sociales. Ser federal, para el habitante pobre
de la campaña, se convirtió así en sinónimo de ser soldado. El resto de los vecinos podía
contribuir con “auxilios” de bienes y dinero, o con “servicios pasivos”.

La política de la vida cotidiana

La causa del Federalismo demandó de la sociedad política adhesiones más bien


superficiales: disfraces, conformidad ritualizada y contribuciones. Sólo a un grupo
limitado de servidores públicos se les exigió una adhesión de convicciones. Es tal vez
este balance entre un grupo militante y vociferante relativamente pequeño y una
mayoría que brindó una adhesión más bien pasiva al régimen lo que hizo funcional y
efectivo a los gobiernos de Rosas. Para quienes se postularan como agentes del orden,
Rosas demandaba una adhesión de expresiones y de servicios. Se exigía así la condición
de “federal de opinión” o, en su defecto, la de “federal de servicios y de bienes”. Los
jueces de paz también estaban sujetos a este tipo de chequeos ideológicos.

El estado rosista al tratar de imponer un disfraz, un léxico y un ritual adecuados al


federalismo, dejaba un amplio margen para que la sociedad misma definiera en la
práctica qué individuos eran realmente federales. Dejaba abierta una brecha entre la
enunciación y las prácticas que afirmaban tal enunciación, involucrando a la sociedad
en el proceso de sustanciación de la evidencia. Entre los vecinos, la ropa, el lenguaje
cotidiano, las contribuciones a la guerra y las prácticas de reclutamiento servían a la vez
para establecer diferencias y medir opiniones. La ropa constituía el primer elemento de
diferenciación en la vida cotidiana. El uso mandatario de la divisa y el cintillo, la forma
de vestir del paisano y, para algunos, el privilegio de usar bigote y galones,
conformaron el estilo, la fisonomía y la cromática del federalismo. De igual forma, los
periódicos federales contribuyeron a construir, a partir de la ropa, una división tajante
entre unitarios y federales. A la diferencia entre dos bandos antagónicos se superponía
un afán igualitario, nivelador, que privilegiaba el modo de vida del campo sobre el de la
ciudad y las actividades rurales sobre el comercio. El federalismo rosista se apropió así
de la forma de vestir campesina, le dio colores políticos y la usó como un elemento d
nivelación y diferenciación a nivel ideológico y social. Aunque parte importante de la
cultura política del federalismo, esta forma de expresión no servía en la práctica para
distinguir partidarios de opositores. Es por ello que esta forma de expresión, aunque
monitoreada por las autoridades, raramente era comparada con otras expresiones de
adhesión: las opiniones, los servicios y las contribuciones. Las expresiones de los
ciudadanos parecían más importantes a la hora de distinguir entre unitarios y federales.
El ser federal de opinión requería que la comunidad recordara que el sujeto se había
expresado claramente por la causa federal. Lo que se requería de la población era que no
emitiese opiniones unitarias; esto requería del estado un monitoreo constante de un
conjunto de expresiones verbales. Rumores de los vecinos acerca de expresiones
vertidas, reales o supuestas, podían afectar la suerte de cualquier ciudadano.
Expresiones en otro contexto inocentes se transformaban en “evidencia” de adhesión al
enemigo. En un régimen de prácticas políticas que privilegiaban la verbalización, el
silencio servía para identificar oponentes. Sólo a los alienados y a los ebrios se les
permitía estos exabruptos verbales. En tanto la política no establecía diferencias entre
los espacios públicos y privados, la conversación de todos los días constituía una de las
principales arenas de la contienda. Las contribuciones a la guerra o a otras acciones en
apoyo de la “Santa causa” también constituyeron una muestra de adhesión federal. La
más corriente de las contribuciones consistía en caballos, yeguas y reses para el
consumo del ejército. Estos “auxilios” se tomaban primero de las estancias embargadas
pero, cuando los ganados de éstas escaseaban, se debía repartir la carga de estas
contribuciones entre los vecinos. Otras formas de donaciones a la causa federal también
eran frecuentes. Vecinos de pequeña o gran fortuna devolvían los recibos por ganados
entregados al ejército, pagaban los impuestos y tasas luego de haber sido exentos de
ellos, o simplemente aportaban dinero en suscripciones públicas con el destino explícito
de financiar la guerra contra los unitarios. Algunos de estos donativos tomaban la forma
de un voluntarismo impositivo: los vecinos contribuían el monto exacto de las
desgravaciones y exenciones de impuestos con que habían sido favorecidos. Donar
dinero a la guerra –o invertirlo en fiestas para celebrar victorias federales- eran formas
de expresar “júbilo” por las decisiones del gobierno. La popularidad de estas colectas
fue en aumento con las victorias federales. En el terreno de los hechos, la lealtad al
Federalismo y a Rosas se comprobaba con servicios: transporte de ganado, cuidado de
caballadas, partidas para la aprehensión de delincuentes, servicio de cantones y armarse
en defensa de la Federación. Como con los “auxilios” esta forma de expresión federal
dejaba bastante margen a la desigualdad social. En la medida que “servir a la causa
federal” significaba diferentes compromisos para distintos sectores sociales, su utilidad
como medida de adhesión era variable. La manera inequitativa como se asignaban estos
servicios minaba la legitimidad del “sistema federal”, creando discusiones acerca de lo
que significaba servir a la causa. Aquellos que habían prestado servicios “mecánicos”
sentían que habían cumplido con la causa federal. Los comandantes militares y jueces
de paz no compartían esta idea; tampoco los veteranos que habían dejado buenos años
de su vida peleando en las campañas de Cuyo, Entre Ríos, Córdoba o la Banda Oriental.

También existió un importante intercambio escritural entre Rosas y la comunidad


política, especialmente en aquellos casos en que los particulares debieron probar su
condición federal para salvaguardar sus vidas e intereses. Además de los casos
judiciales en donde se sustanciaban acusaciones de ser unitario, y de los interrogatorios
de los prisioneros de guerra, hubo un caudal de “peticiones” dirigidas al gobernador que
trataban de exaltar la condición federal del peticionante o morigerar su condición de
opositor al régimen.

Tibias y entusiastas adhesiones

Las adhesiones al régimen federal parecen ordenarse en un continuo de tonalidades o


intensidades, que va desde la adicción al Dictador hasta la indiferencia o mera
tolerancia. En un extremo estaban manifestaciones de intensa adhesión, rayanas en la
obsecuencia o el fanatismo. En el otro extremo de este continuo se encontrarían las
adhesiones tibias, aquellas que parecían condicionadas a ciertas contraprestaciones del
estado, o que se basaban en donaciones de bienes sin un “pronunciamiento” en voz y
persona por la causa federal. Evaluar el grado de adhesión de los diversos sectores de la
sociedad rural al Federalismo no es tarea fácil. Principalmente el Federalismo admitió
como legítimas diversas formas de identidad federal y diversa expresiones de adhesión
partidaria que sumaron en ambigüedad la noción misma de “ser federal”. Algunos
indicadores sobre el uso de las divisas federales, sobre quienes realizaban las
donaciones, y sobre el cumplimiento de las leyes de reclutamiento brindan una medida
aproximada de la existencia de resistencias al unanimismo y, sobre todo, de tensiones en
cuanto a la legitimidad de los requerimientos del régimen.

a) Ropa e insignias. Una muestra de presos remitidos a Santos Lugares entre 1831 y
1852 nos permite una primera aproximación a la cuestión del cumplimiento a las
prescripciones federales en materia de vestido e insignias. Sus resultados muestran la
peculiar renuencia de los habitantes pobres de la campaña al “orden de apariencias”
prescripto por el dictador. Entre los arrestados, el grado de cumplimiento con este
requisito varía en relación a las ocupaciones, la raza, y la educación.

b) Donaciones. Quienes más contribuían a la causa federal no eran precisamente los


grandes terratenientes. Contrariando la prédica liberal posterior a Caseros, las
suscripciones de los vecinos eran en su mayoría voluntarias. Los donantes, por lo que
puede inferirse a partir de las listas, no eran por lo general acaudalados estancieros; eran
más bien postillones, pequeños criadores, viudas de veteranos federales, o dependientes
cuya relación con el sistema federal estaba basado tanto en afinidades ideológicas como
en la defensa de intereses económicos. La importancia de los pequeños propietarios para
el orden rosista no puede ser minimizada. La adhesión de este grupo social, aunque
motivada principalmente por afinidades ideológicas, no era totalmente desinteresada. Su
acumulación de capital había sido rápida, en parte gracias a la Pax Rosista.

c) Servicios militares. Tal vez la mejor medida de la adhesión de los paisanos pobres a
la causa federal sea el grado en que éstos cumplían con sus obligaciones militares. La
deserción o el esconderse de las partidas reclutadoras figuraban entre los delitos más
frecuentes del período. La evidencia, aunque fragmentaria, refuerza la creencia de que
las adhesiones federales no fueron ni “unánimes” ni “entusiastas”. Fueron más bien
adhesiones “tibias, condicionadas al cumplimiento de ciertas promesas por parte del
aparato judicial-militar. Es claro que Rosas trató de cubrir estas expectativas al menos
en parte, otorgando a los soldados medallas y premios en ganado y tierras. Pero las
promesas incumplidas fueron más en proporción y, consecuentemente, el entusiasmo de
los paisanos pobres por prestar servicios de guerra disminuyó con el tiempo.

Examinados en su conjunto, estos indicadores parecen sugerir que si bien el régimen fue
apoyado por los sectores subalternos de la campaña, este apoyo no fue todo lo intenso y
activo que la historiografía revisionista creyó. En el continuo entre una identificación
ideológico-política superficial y una profunda, aquella de los vecinos-propietarios
parece la más intensa. Algunos de estos pequeños productores, los que llegaron a
posiciones de poder en las comunidades locales fueron sin duda los federales más
entusiastas. Se unían a ellos, en las celebraciones públicas, un grupo de vecinos que
gustaba llamarse “federales netos” que expresaban sus simpatías con donaciones de
bienes, voces y servicios. El resto de la población de las comunidades ejercía formas
menos activas de expresión política: vestían a lo federal, no se pronunciaban por la
Unidad, contribuían “servicios pasivos” y, ocasionalmente, asistían a bailes,
procesiones, y fiestas patrias.

Excluidos participantes

Los unitarios y las mujeres representaban la otra cara del federalismo. Los unitarios
porque sus gradaciones o clasificaciones evidenciaban la ambigüedad de la definición
del federalismo; las mujeres porque su participación activa en el terreno de los hechos,
negada en el terreno del derecho, resaltaba las desigualdades del federalismo. A pesar
de estar excluidas de la comunidad política con derecho a voto, las mujeres
constituyeron un soporte fundamental del régimen rosista. Ellas participaron de manera
activa en las colectas de fondos y ganado para “conclusión de la guerra”, ocuparon los
primeros lugares en las procesiones o marchas con que los pueblos celebraban las
victorias de las fuerzas federales, y tuvieron un papel clave en la circulación de
información acerca de las amenazas al régimen. Este activismo cívico fue negado por el
régimen rosista en el terreno de la ciudadanía. Desde el punto de vista de las autoridades
del régimen, las expresiones federales de las mujeres sirvieron más bien para definir las
identidades políticas de sus esposos. De forma similar se estructuraron las identidades
políticas y sociales de los otros grandes excluidos, los unitarios. Su exclusión, también
debida a razones ideológicas, necesitó la creación de similares ficciones. Como los
federales, los “unitarios” también se clasificaron por gradaciones y tipos de adhesión.
Hubo así “unitarios de opinión”, “unitarios empecinados”, y “unitarios pacíficos”. La
existencia de distintas gradaciones de unitarios muestra la inseguridad del régimen
acerca de quién constituía un verdadero opositor. Siendo las afiliaciones tan tenues –un
producto de la misma práctica política que asociaba adhesiones con la apariencia, los
dichos y las contribuciones- existía siempre el peligro que un buen federal se pasase a la
Unidad. Las narraciones de la experiencia militar de los paisanos muestran además la
fragilidad de las adhesiones en el terreno de los “hechos”. Es común que algunos presos
unitarios relaten experiencias en el bando federal y viceversa. Este temor al cambio de
bando era compartido por ambos partidos o ejércitos, indicando así una coincidencia en
la baja intensidad de las adhesiones políticas de los paisanos.

Conclusiones

Trabajos recvientes han señalado la importancia de las formas de la política n el proceso


de constitución del estado nacional. En esta línea el ensayo ha intentado contribuir a
este desarrrollo. La existencia de diferentes modalidades de “ser federal” y las
desigualdades implicadas en esta diversidad sirven para modificar nuestra comprensión
del apoyo al federalismo rosista. Primero, porque al desplazar el terreno de la política
hacia las prácticas cotidianas el entendimiento se acerca un poco más a lo que debió ser
la política como al vivieron los habitantes de la campaña bonaerense. Segundo, porque
al divorciar el discurso del régimen de las formas prácticas en que la mayoría de los
actores sociales expresaban sus “adhesiones”, tenemos una manera de asir la verdadera
popularidad del régimen. Tercero, porque al plantear la existencia de diversas formas de
adhesión federal deja entrever la naturaleza ambigua y contestada del propio
federalismo. Si las identidades políticas podían ser más o menos intensas, distintos
agentes sociales responderían de diferente manera al llamado de la “Causa Federal”.
Ésta no demandaba identidades políticas profundas de toda la población, sólo de
aquellos servidores públicos que debían aplicar la ley y movilizar apoyo para la guerra.
La gradación de adhesiones e identidades federales no significa que los actores sociales
no debatieran y lucharan para defender su federalismo. Muy por el contrario, la
separación entre discurso oficial y prácticas cotidianas, así como las tensiones en el
propio significado de “ser federal”, crearon reales conflictos que aparecen cargados de
indignación y de reclamos. El federalismo, al tiempo que sostenía un ideario de nación
orgánica, igualitaria y republicana mostraba en sus prácticas las diferencias entre
vecinos y transeúntes, entre soldados de línea y milicianos, entre “federales de bolsillo”
y “federales de servicio”. El régimen contribuyó a acentuar estas desigualdades,
“clasificando” a los habitantes de acuerdo a su apariencia y distribuyendo en forma
inequitativa el peso del servicio de armas. Así, aquellos que vivieron el federalismo
rosista, pudieron contraponer al discurso oficial de igualitarismo y unanimismo la
realidad de las diferencias sociales. La adhesión federal variaba con la condición
económica y social del individuo. La apariencia federal y las contribuciones parecían
suficientes para definir el federalismo de algunos. Para otros, largos años de servicio
militar resultaban escasos para el mismo fin.

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