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Ricardo Salvatore Expresiones
Ricardo Salvatore Expresiones
La “causa federal” esperaba de los ciudadanos diversos tipos de adhesión. “Ser federal”
implicaba a veces lucir como federal, otras veces expresarse como federal y con mayor
frecuencia, contribuir como federal por medio de servicios personales o donación de
bienes. Fuera del territorio controlado de las elecciones y de los debates de la Sala de
Representantes existía otro territorio de la política, donde la “opinión unánime” de los
ciudadanos debía testearse constantemente con “expresiones” de apoyo al federalismo
que consistían en actos de presencia, enunciaciones públicas, servicios personales y
donaciones al Estado. Existían así federales de expresión u opinión, federales de
servicios, federales de bienes –o de “bolsillo”-, y aquellos cuya adhesión sólo podía
inferirse a partir de su apariencia. Mientras que el partido federal esperaba
contribuciones sólo de aquellos que “tenían grande o mediana fortuna”, la condición de
federal de apariencia era una demanda más generalizada. En realidad, se esperaba que
todos lucieran como federales, llevando en sus pechos la divisa y en sus sombreros el
cintillo. Cada una de estas “expresiones” de federalismo demandaba un conjunto
diferente de pruebas. Ser “federal de opinión” sujetaba la “calidad de federal” al
consenso de los vecinos y al rumor popular. Ser “federal de servicio”, en cambio,
dependía de la evaluación que hicieran jueces de paz, comandantes militares y jefes de
policía de la campaña acerca del grado de compromiso de vecinos y transeúntes con la
causa federal. La prueba de un “federal de bienes” radicaba en cambio en el aparato
administrativo del estado provincial: el conjunto de listas y recibos en los cuales se
registraban las donaciones de caballos, carne, ganado y dinero. Finalmente, la condición
de “federal de apariencia” quedaba sujeta a la comprobación visual que hacían las
autoridades de los sujetos subalternos de la campaña y, que sólo ocasionalmente se
extendía a los habitantes urbanos. Además de éstas existían otras evidencias de uso más
limitado. Las “listas de unitarios y federales”, por ejemplo, tendían a confeccionarse
sólo en momentos de amenaza al sistema federal y su efecto, era relativo. La cuestión de
quién era “verdadero federal” quedaba así librada a una variedad de evidencias –
recibos, medallas, bajas, rumores, memoria colectiva, autoridad policial y judicial, etc.-
que apuntaban a formas diferentes de “ser federal” y que, por tanto, impedían una fácil
respuesta o resolución a esta cuestión. Así el federalismo, idealmente un único sistema
de principios, se fragmentaba en diversos modos de expresión y diversas gradaciones de
adhesión, permitiendo la adecuación de la política a la diferente condición social y
económica de sujetos políticos. Esto remití al problema de la desigualdad: si se trataba
de un solo partido y de una sola causa, ¿cómo era posible que se admitieran distintos
tipos de contribuciones de acuerdo a la riqueza y posición social relativa de los sujetos?
Tal vez fue la cuestión del servicio la que acumuló mayores quejas y resentimientos.
Esta aparentemente igualitaria forma de contribución federal resultó una fuente
inagotable de inequidades. Ser federal de servicios implicaba así una forma de
desigualdad contradictoria con la retórica igualitarista del rosismo porque reservaba esta
forma de expresión política para quienes sólo tenían su fuerza de trabajo para ofrecer.
Así quienes terminaban prestando los servicios más duros y peligrosos eran los hombres
dotados de menos recursos económicos y sociales. Ser federal, para el habitante pobre
de la campaña, se convirtió así en sinónimo de ser soldado. El resto de los vecinos podía
contribuir con “auxilios” de bienes y dinero, o con “servicios pasivos”.
a) Ropa e insignias. Una muestra de presos remitidos a Santos Lugares entre 1831 y
1852 nos permite una primera aproximación a la cuestión del cumplimiento a las
prescripciones federales en materia de vestido e insignias. Sus resultados muestran la
peculiar renuencia de los habitantes pobres de la campaña al “orden de apariencias”
prescripto por el dictador. Entre los arrestados, el grado de cumplimiento con este
requisito varía en relación a las ocupaciones, la raza, y la educación.
c) Servicios militares. Tal vez la mejor medida de la adhesión de los paisanos pobres a
la causa federal sea el grado en que éstos cumplían con sus obligaciones militares. La
deserción o el esconderse de las partidas reclutadoras figuraban entre los delitos más
frecuentes del período. La evidencia, aunque fragmentaria, refuerza la creencia de que
las adhesiones federales no fueron ni “unánimes” ni “entusiastas”. Fueron más bien
adhesiones “tibias, condicionadas al cumplimiento de ciertas promesas por parte del
aparato judicial-militar. Es claro que Rosas trató de cubrir estas expectativas al menos
en parte, otorgando a los soldados medallas y premios en ganado y tierras. Pero las
promesas incumplidas fueron más en proporción y, consecuentemente, el entusiasmo de
los paisanos pobres por prestar servicios de guerra disminuyó con el tiempo.
Examinados en su conjunto, estos indicadores parecen sugerir que si bien el régimen fue
apoyado por los sectores subalternos de la campaña, este apoyo no fue todo lo intenso y
activo que la historiografía revisionista creyó. En el continuo entre una identificación
ideológico-política superficial y una profunda, aquella de los vecinos-propietarios
parece la más intensa. Algunos de estos pequeños productores, los que llegaron a
posiciones de poder en las comunidades locales fueron sin duda los federales más
entusiastas. Se unían a ellos, en las celebraciones públicas, un grupo de vecinos que
gustaba llamarse “federales netos” que expresaban sus simpatías con donaciones de
bienes, voces y servicios. El resto de la población de las comunidades ejercía formas
menos activas de expresión política: vestían a lo federal, no se pronunciaban por la
Unidad, contribuían “servicios pasivos” y, ocasionalmente, asistían a bailes,
procesiones, y fiestas patrias.
Excluidos participantes
Los unitarios y las mujeres representaban la otra cara del federalismo. Los unitarios
porque sus gradaciones o clasificaciones evidenciaban la ambigüedad de la definición
del federalismo; las mujeres porque su participación activa en el terreno de los hechos,
negada en el terreno del derecho, resaltaba las desigualdades del federalismo. A pesar
de estar excluidas de la comunidad política con derecho a voto, las mujeres
constituyeron un soporte fundamental del régimen rosista. Ellas participaron de manera
activa en las colectas de fondos y ganado para “conclusión de la guerra”, ocuparon los
primeros lugares en las procesiones o marchas con que los pueblos celebraban las
victorias de las fuerzas federales, y tuvieron un papel clave en la circulación de
información acerca de las amenazas al régimen. Este activismo cívico fue negado por el
régimen rosista en el terreno de la ciudadanía. Desde el punto de vista de las autoridades
del régimen, las expresiones federales de las mujeres sirvieron más bien para definir las
identidades políticas de sus esposos. De forma similar se estructuraron las identidades
políticas y sociales de los otros grandes excluidos, los unitarios. Su exclusión, también
debida a razones ideológicas, necesitó la creación de similares ficciones. Como los
federales, los “unitarios” también se clasificaron por gradaciones y tipos de adhesión.
Hubo así “unitarios de opinión”, “unitarios empecinados”, y “unitarios pacíficos”. La
existencia de distintas gradaciones de unitarios muestra la inseguridad del régimen
acerca de quién constituía un verdadero opositor. Siendo las afiliaciones tan tenues –un
producto de la misma práctica política que asociaba adhesiones con la apariencia, los
dichos y las contribuciones- existía siempre el peligro que un buen federal se pasase a la
Unidad. Las narraciones de la experiencia militar de los paisanos muestran además la
fragilidad de las adhesiones en el terreno de los “hechos”. Es común que algunos presos
unitarios relaten experiencias en el bando federal y viceversa. Este temor al cambio de
bando era compartido por ambos partidos o ejércitos, indicando así una coincidencia en
la baja intensidad de las adhesiones políticas de los paisanos.
Conclusiones