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CABALLÉ, ANNA Y ROLÓN BARADA, ISRAEL, Carmen Laforet.

Una mujer en fuga,


RBA, Barcelona, 2019, edición revisada y ampliada.
Nada había sorprendido en 1945 por la franqueza con que piensa su protagonista, Andrea,
una joven rebelde a las consignas y a los miedos de sus mayores que busca su propio
camino de la mano de su mejor amiga, Ena, personaje inspirado en Linka Babecka, amiga
real de Laforet. Ena es quien mueve los sentimientos de Andrea, quien tiene la llave de su
felicidad.

Nada es un relato escrito en clave existencialista mucho antes de que a España llegaran los
primeros libros de Sartre o Camus.

ÉXITO ARROLLADOR.
Problemas: su familia paterna se vio reflejada en la novela y la imagen que se daba de ella
les molestó. Las miserias íntimas y familiares, algunas propias de la inmediata posguerra,
se convertían en una experiencia en una experiencia de dominio público y al alcance de
cualquiera.

En Nada sugerían sentimientos de difícil justificación en los años cuarenta. Laforet vivió
con sufrimiento estos dos problemas: el familiar y el suscitado en torno a la sexualidad de
su protagonista.

Años después de la publicación de la novela, la autora seguía preocupada: ¿cómo escribir


sin arruinarse la vida, sin hacer explícito lo más íntimo de su carácter, que era
precisamente uno de sus motores de su escritura? ¿Tan ingenua era Carmen Laforet?

ESCRITORA SIN VOCACIÓN.


Desinterés por sí misma. Complicada psique. Extrema sensibilidad.

Se le consideraba escritora cuando ella no se lo consideraba a sí misma. Presión social


por parte de los medios de comunicación.

La espinosa cuestión de la vida del escritor en relación a la literatura obsesionaba a


nuestra autora. Difícil o imposible es probar lo que de autobiografía deja un autor en su
creación, y más aún si este lo niega continuamente, como hizo Laforet.

LO MÁS VALIOSO DE ELLA ES UNA DESTILACIÓN DE SU MEMORIA


PERSONAL.
Laforet cayó en la trampa de pensar que una literatura hondamente autobiográfica como la suya,
era, precisamente por ello, de naturaleza inferior a la verdadera creación.

Lo mejor de su obra estriba en su honda necesidad de escribir sobre sí misma y sobre sus
demonios.

Ella quería luchar contra la pulsión autobiográfica que se hallaba en el origen de su escritura y que
tantos problemas le había ocasionado y se forzó a ubicarse en una ficción ajena a su vocación y a
sus intereses.

NO VOLVIÓ A ESCRIBIR UNA OBRA DE LA CALIDAD DE NADA.


A la altura de 1982, Laforet vivía con una angustia incontenible su doble problema: con la
escritura y con sus apariciones públicas.

Laforet se vio impotente y abrumada, una y otra vez, para producir los textos que constantemente
se le solicitaban y finalmente la situación desembocará en un rechazo completo y definitivo de su
profesión. A ese rechazo lo llamaría “grafofobia”, ella mismo se diagnosticó y se aplicó la cura:
no volvería a escribir ni su firma en un talón bancario.

LAFORET INSISTIÓ DURANTE TODA SU VIDA EN QUE NO ERA NADIE Y QUE NADA
TENÍA QUE DECIR.
Laforet no quería saber nada del mundo literario español. Sufría un cierto complejo de
inferioridad: por una parte, era una novelista célebre a los 25 años, por otra se sentía
profundamente insegura ante el mundo intelectual. Disponía de la intuición y de la
imaginación del verdadero novelista para captar una atmósfera en unos pocos trazos
maestros, y de una aguda capacidad de penetración psicológica, pero su anhelo de una
vida nómada era más fuerte.

EL HECHO DE QUE LAFORET SE CONVIRTIERA EN MADRE IMPIDIÓ QUE


ELLA PUDIERA HACER UNA CARRERA LITERARIA COMO LAS DE SUS
COLEGAS VARONES (CELA, DELIBES, ETC.).
Laforet siempre quiso formar una familia: aquello –unos padres y unos hijos
queriéndose mutuamente- era una aspiración constante desde la infancia. Ella creció en
un ambiente familiar hostil.
Laforet se abandonó voluntariamente en la nada, tanto literaria como personal.
Desde el éxito de Nada fue un espíritu angustiado que lucha terriblemente por sacar
adelante su desfalleciente vocación.
En los años setenta ya había aparecido el fantasma de la depresión que acabaría por
engullirla.
Es cierto que pocas veces se ve alguien tan dispuesto a desembarazarse de su propio
éxito literario desde el principio, a transformar en indiferencia, e incluso rechazo, la
fama y la fortuna de un libro.

ELLA, EN FUGA PERMANENTE, NO HIZO MÁS QUE ACRECENTAR SU


LEYENDA DE MUJER ENIGMÁTICA.
Laforet fue una escritora que renunció a su profesión.

Su ausencia, su silencio de los últimos años, no fue más que una forma radical de huida que Laforet
vino practicando desde su primera fuga de Las Palmas, a los diecisiete años, en busca de la felicidad.

Carácter soñador y ambivalente: actuaba convencionalmente, pero también como si estuviera en otra
parte (ensoñaciones íntimas).

Piedad para con los seres desvalidos.

Con 19 años ya había vivido un sentimiento de soledad sin remedio. El tema de toda su obra será la
frustración vital.

ELLA NEGARÍA SIEMPRE LAS CONCOMITANCIAS ENTRE SU PROPIA EXPERIENCIA Y


SU LITERATURA.
La soledad le provocaba una mirada sombría de la existencia que se alzaría dominante en
su obra literaria.
Espantosa inseguridad en sí misma y en lo que hacia.
Desde adolescente, llenaba el hueco infinito de la soledad con la escritura.

Cuando escribió Nada era una chica rebelde, risueña, orgullosa, analítica, con un talento
innato para la literatura, solitaria pero con firmes amistades, soñadora, herida, impulsiva
y andariega.

Necesidad de nomadismo que nunca la abandonó. Vagabundeo.

GANAR EL PREMIO SE CONVIRTIÓ EN UNA TRAMPA MORTAL. Se convirtió en


escritora profesional, cuando ella lo que quería era vivir su vida, viajar, y hacerlo lo más
libre posible, contando con la escritura porque esta formaba parte de su forma de
relacionarse con el mundo.
La publicación de la novela había caído como una bomba en su círculo familiar. Ruptura
con su padre.

Ella solo podía escribir con las raíces de su ser, como diría más adelante. Con esa materia
daba lo mejor de sí misma como escritora. Negar esa evidencia le llevó toda la vida. Y
acabó harta de todo y de todos.

Todo la llevaba a seguir escribiendo, y ella no quería eso. Viviría en lo sucesivo en una
tensión permanente entre el ser y el deber ser. Y toda su vida posterior puede leerse a la
luz de esa asfixiante contradicción.

ANTE LA CELEBRIDAD FULMINANTE, LAFORET SIGUIÓ SIENDO LA MISMA:


TÍMIDA, SONRIENTE, RETRAÍDA Y DISTANTE EN EL TRATO SOCIAL.
SENCILLA, NATURAL.
La lucha agotadora que se plantea con La isla y los demonios se reproducirá en cada uno
de sus libros posteriores: meses y años reescribiendo pasajes, no pudiéndose librar del
pensamiento de la escritura, llevando consigo las cuartillas manuscritas de un lugar a
otro hasta que el resultado pueda ser aceptable, para ella misma, nunca satisfactorio.

Laforet se encuentra en un callejón sin salida: desea libertad, pero está encerrada por las
convenciones. “Las personas apasionadas solo tenemos dos salidas: el amor o el arte. El
arte creo yo que es salida de escape... Un aprovechamiento de fuerzas y dolores, de
anhelos y desesperaciones que conduce a la creación de algo totalmente distinto.
Cuando no se puede crear y la vida no va según los deseos, si estos deseos son
demasiado fuertes pueden desquiciarle a uno enteramente” (carta, 267-268).
El antagonismo entre sexo y espíritu (amor y arte), como únicos espacios en los que resolver
la pasión, pronto se soluciona. Ella era enamoradiza y opta por el amor, aunque eso la
consumió.

Permanente frustración con lo que hace, con lo que escribe, con lo que vive.

Verano del 56, ha escrito algún libro más (La isla y los demonios, La mujer nueva), siente
que su (poca) vocación literaria se esfuma.

1965: con poco más de 40 años, Laforet era ya una mujer avejentada y definitivamente
retraída.

FALTA DE FE EN SÍ MISMA COMO ESCRITORA.


Vive en una permanente tensión interior: es una escritora, y el mundo le recuerda a cada
paso que lo es, cuando lo que querría desesperadamente es poder dejar de serlo. Si lo
intenta, sin embargo, se siente insatisfecha consigo misma, perezosa, diluida en un
mundo que solo la reconoce y quiere como la autora de Nada.

Laforet ya no recuperará su fuerza creativa, atascada en una maraña de miedos,


inhibiciones y deterioro psíquico.

Hacia 1969 su vida está haciendo aguas.

LAFORET EN LO SUCESIVO IRÁ POR EL MUNDO COMO UN SER CIEGO, SIN


VER, LLEVANDO CONSIGO UN PESADO FARDO DE INHIBICIONES Y CULPAS.
Siempre huyendo de sí misma y cada vez más perdida. Enfermedad neurovegetativa que
le provocaba mal funcionamiento de las glándulas tiroides.

Su única vía de escape es la huida, pero está confusa y no sabe qué hacer: “Yo he pasado
un montón de años tremendos de desconcierto interior” (478).

Una honda y paralizante melancolía se ha apoderado de ella.

En 1983 vive ya en una tierra de nadie donde lo real no es más que un arabesco de idas y
venidas y el tiempo un timón que ha perdido definitivamente el norte. Deseo de
oscuridad, de silencio, de renuncia, de invisibilidad.

LAFORET, REALMENTE, SOLO HUÍA DE SÍ MISMA.


Para 1986, con su enfermedad psíquica agravada, en el yo de Laforet anida una renuncia a
vivir cada vez más profunda.

Primero pierde la escritura, después el habla. Es el comienzo de su última etapa vital.

La cuidan sus hijos, Cristina y Agustín, hasta que la ingresan en una residencia en 1996.
Fallece en 2004. Todavía llegó a tener entre sus manos una reedición de La mujer nueva y la
edición de la correspondencia con su amigo Ramón J. Sender.

AL MORIR PUDO DESCANSAR DE LA VIDA Y, POR FIN, DE LA LITERATURA.

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