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Jaime Sabines II
(Tarumba)
Jaime Sabines Gutiérrez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de
marzo de 1926 – Ciudad de México; 19 de marzo de 1999) fue un
poeta y político mexicano, reputado como uno de los grandes
exponentes de la lírica mexicana. Su padre, Julio Sabines,
había nacido en el Líbano; pronto emigró con sus padres y sus
dos hermanos a Cuba y, ya trasladado a México, entró a formar
parte de la revolución de ese país en 1914. La figura del
padre, al que más tarde dedicara el libro de poemas “Algo
sobre la muerte del mayor Sabines”, fue clave para su
dedicación a la poesía, pues se había empeñado en inculcar en
el hijo el gusto por la literatura. La madre, Luz Gutiérrez,
procedía de una familia de tradición militar, y su abuelo
llegó a ser gobernador de Chiapas. En 1945, Jaime Sabines se
traslada a la Ciudad de México con la idea de estudiar
medicina, carrera que deja sin concluir cuando entiende que su
verdadera vocación es la literatura. Regresa a su tierra
natal, pero enseguida vuelve a la Ciudad de México para
ponerse a estudiar Literatura en la UNAM. Un grave accidente
acaecido a su padre en 1952 obliga a Jaime Sabines a volver
a la casa familiar. En Txula entra en contacto con un grupo de
escritores y poetas que iban a tener gran importancia para su
formación, además de los abundantes poetas clásicos y modernos
que nutrieron sus lecturas. De esta época datan sus dos
primeros libros de poemas, donde ya es fácil reconocer su voz
propia y en donde se hallan presentes los dos temas más
arraigados en su obra: la vida y la muerte. Los libros son
“Horal”, 1950; y “La Señal”, 1951. En Txula entra a trabajar
en el negocio familiar ejerciendo una actividad como vendedor
de ambulante de telas que más tarde llegaría a tachar como “la
más antipoética actividad del mundo”. A la vez que se dedica a
este oficio, para él humillante, comienza a leer con fruición
el romancero español, a los clásicos y a Juan Ramón Jiménez.
Más tarde ampliaría su repertorio con lecturas de García
Lorca, de Cesar Vallejo, Pablo Neruda y Miguel Hernández.. En
1953 se casa con Josefa Rodríguez Zebadúa, con quien tendrá 4
hijos. En 1954 publica el libro de poemas “Tarumba”. A pesar
del prestigio que el libro alcanzó fuera de su país, la tibia
acogida que tuvo en México decepcionó a Sabines. La muerte del
padre en 1961 sume al poeta en un abatimiento profundo del que
logra salir escribiendo uno de los libros más doloridos de la
poesía mexicana: “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”.
Julio Sabines decidió adoptar la forma del soneto porque era
la más adecuada para contener la emoción de una muerte que en
los primeros días la sintió como propia, según llego a
declarar más tarde. Este libro tuvo una continuación tres años
después, en 1964: la escritura de este poemario le ayudó
finalmente a quitarse la muerte de la cabeza y a salir de la
sensación de soledad que le había dejado la desaparición del
padre. Paralelamente a su vocación de poeta, y fiel a su
ideario político, decide inmiscuirse en la política, y en 1976
gana un escaño como diputado federal por Chiapas representado
al Partido Revolucionario Institucional (PRI) . En 1988 es
elegido diputado en el Congreso de la unión. Su carrera estuvo
acompañada de multitud de reconocimientos a su obra,
destacando el Premio Nacional de Ciencias y Artes lingüísticas
y Literatura en 1983. Jaime Sabines definió su poesía como un
largo testimonio de vida. Poeta que nunca renunció al
compromiso social, incluso al matiz político, buscó la
comunicación con los lectores a base de hacer crónica de la
vida cotidiana de una forma sencilla y espontánea. Poeta
hondo, dolorido, casi un metafísico de la pena, la solidaridad
con la desgracia y la miseria humana ennoblece y da
profundidad a su poesía. En alguna ocasión, cuando se le
invitaba a que hiciese una reflexión sobre lo que para él
significaba la poesía, la llegó a considerar sobre todo como
un destino: “un poeta es una gente descarnada, es decir una
persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por
lo tanto las cosas que suceden le afectan más que a otros”.
Para Sabines el perfil más reconocible de la poesía era su
vivencia humana: “el poema no tiene más que una medida, su
autenticidad”. Por tanto, era importante que el poeta no
escribiera nada más que sobre aquello que hubiera vivido:
“todo lo que se haga al margen de la experiencia emocional
será una construcción verbal, juego entretenido, pero no
poesía”. En el fondo de estas palabras late la suspicacia que
le provocaba la poesía de Octavio Paz: “No me gustan los
poemas –dijo en cierta ocasión, sobre Paz- donde no se ve al
poeta ni al hombre. Pura construcción, pura objetividad sin
mancha y sin trato”. Sin embargo, Octavio Paz, que sí
apreciaba la poesía de Jaime Sabines, llegó a dejar una
semblanza bastante atinada de la relevancia del poeta para la
lírica mexicana: “Jaime Sabines es uno de los mejores poetas
contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer
libro, encontró su voz. Una voz inconfundible, un poco ronca y
áspera, piedra rodada y verdinegra, veteada por estas líneas
sinuosas y profundas que trazan en los peñascos el rayo y el
temporal. Mapas pasionales, signos de los cuatros elementos,
jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las
lágrimas y los otros líquidos y sustancias con que el hombre
dibuja su muerte –o con los que la muerte dibuja nuestra
imagen de hombre”.
Mi destino, mi muerte.
(“Tarumba”, 1956)
AHÍ VIENE un galope subterráneo,
(Alguien ha de explicarme
(“Tarumba”, 1956)
LE VENDÍ al diablo,
Le vendí a la costumbre,
Y por el gusto,
Poeta vendido.
Escupo a Franco.
Soporto el hundimiento.
(“Tarumba”, 1956)
De mi alma de ti y de mi boca
De nosotros, de ese,
Desgarrado, partido,
Y mi mano tu mano
Viene sombríamente
Viene subiendo
Viene de cementerios,
Cuelga perros
Opacos y tercos.
Traga veneno.
Al cuello,
Cangrejo de la rodilla,
Pasta de estiércol.
De buey el pellejo.
Se está quieto,
Caracol vacío,
De sombras y ecos.
Un pozo negro
Están subiendo.
Y pájaros pétreos,
Subiendo.
Encerrada, subiendo.
De un gato, subiendo.
Torpes, subiendo.
La enfermedad y la cama,
Están subiendo.
Y espejos alucinados
Y caídos y cayendo
Cucharaditas de agua
En el ojo entreabierto.
Silencio.
Plumas de plomo,
Algodón de muerto.
EL CADAVER PRESTADO
LAS FLORES son los ojos con que las plantas ven el mundo,
Ni un fantasma, ni un ruido,
Levantándome de mi sombra,
Frecuentemente-
Ir de un lado a otro
Mecánicamente,
Y me mira a hurtadillas
DEVASTADO,
Más dulces, mucho más dulces que los de una mujer enamorada,
Pero a obscuras.
Desaparece, esfúmate,
En la casa de la locura
Como una canica de barro
Y yo te bendigo y te acompaño.
La canción te espera.
De pronto,
Un rincón de la madre.
El sueño tiene los ojos abiertos al nivel del mar.
Por ti, amada, odiada mía, me pondré a buscar los nombres más
dulces
De mi cuerpo,
Allí donde mis ojos sólo miren como un río que cae.
(“Yuria”, 1967)
CUANDO TENGAS GANAS DE MORIRTE
Y ya.
(“Yuria, 1967)
AUTONECROLOGÍA
Y quemarlas.
Si los ojos,
Mejor, tanto mejor,
Se reconstruye.)
Violento, desgarbado;
Y no me deja quieto.
10
Rama de mi congoja:
11
Yo te tomo en el viento,
Y yo soy el sediento.
CÁNTEMOS AL DINERO
El instrumento de la resurrección.
Te da lo necesario y lo innecesario,
El pan y la alegría.
Te absuelve de vivir.
¡Aleluya, creyentes,
(“Yuria”, 1967)