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MIGRANTE EN EL TRABAJO*
Edwidge Danticat
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les atan las cuerdas por debajo de sus brazos para sujetarlos a los pos-
tes y mantenerlos así en posición vertical.
Numa, el más alto y delgado de los dos, se mantiene erguido,
mostrando un perfil perfecto, apenas apoyada su cabeza en la pieza
cuadrada de madera detrás de él. Drouin, que usa espejuelos, mira
hacia la cámara de cine que está grabando sus últimos momentos.
Drouin luce como si estuviera luchando por contener las lágrimas
mientras está parado allí, amarrado al poste, ligeramente inclinado.
Los brazos de Drouin son más cortos que los de Numa y la cuerda
parece apretarlo menos.
Mientras Numa mira hacia adelante, Drouin mueve su cabeza ha-
cia atrás de vez en cuando para poder apoyarla contra el poste.
En la copia de la película que tengo, el tiempo está ligeramente
comprimido y en algunos lugares las imágenes se adelantan. No hay
sonido. Una gran multitud se extiende más allá de la pared de cemen-
to detrás de Numa y Drouin. A un lado hay un balcón lleno de esco-
lares. Parece pasar un poco el tiempo mientras los escolares y otros
se agrupan. Los soldados cambian sus armas de una mano a la otra.
Algunos miembros de la audiencia protegen sus rostros del sol con
sus manos alzadas sobre sus frentes. Algunos se sientan ociosos en un
muro bajo de piedra.
Un joven sacerdote blanco con una túnica larga sale de entre la
multitud con un libro de oraciones en sus manos. Parece que él es la
persona a quien todos han estado esperando. El sacerdote le dice algu-
nas palabras a Drouin, quien se endereza en gesto desafiante. Drouin
señala con la cabeza en dirección su amigo. El sacerdote pasa un poco
más de tiempo con Numa, quien baja la cabeza mientras el sacerdote
habla. Si esta es la extremaunción de Numa, es una versión abreviada.
El sacerdote retorna a donde Drouin acompañado por un robusto
Macoute vestido de civil y por dos policías uniformados que se incli-
nan para escuchar lo que el sacerdote le está diciendo a Drouin. Es
posible que todos le estén ofreciendo a Drouin algún tipo de protec-
ción para cubrir sus ojos o su rostro, lo cual él rechaza. Drouin niega
con la cabeza como diciendo: terminemos con esto. A ninguno de los
hombres se les colocan anteojeras o capuchas.
El pelotón de fusilamiento, conformado por siete hombres con
cascos y uniformes militares de color caqui, extiende sus brazos a am-
bos lados del cuerpo. Luego se tocan los hombros para posicionarse
y espaciarse. La policía y el ejército alejan a la multitud, tal vez para
evitar que sean alcanzados por balas perdidas. Los miembros del pe-
lotón de fusilamiento levantan sus fusiles Springfield, cargan sus mu-
niciones y luego colocan sus armas sobre sus hombros. Fuera de pan-
talla, alguien probablemente grita “¡fuego!” Y disparan. Las cabezas
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novelas con los títulos equivocados, tratados con los títulos e inten-
ciones correctas. Cadenas de palabras que, pronunciadas, escritas o
leídas, podrían causar la muerte. Algunas veces estas palabras habían
sido escritas por haitianos como Marie Vieux-Chauvet y René Depes-
tre, entre otros. Otras veces fueron escritas por autores extranjeros o
blan, escritores como Aimé Césaire, Frantz Fanon o Albert Camus,
que eran intocables porque, o no eran haitianos o ya habían muerto
hacía mucho tiempo. El hecho de que la muerte impidiera que uno
fuera desterrado —a diferencia, digamos, del novelista inglés Graham
Greene, que fue expulsado de Haití después de escribir The Come-
dians— hizo que los escritores “clásicos” fueran aún más atractivos.
A diferencia de los propios ciudadanos del país, estos escritores no
podían ser torturados ni asesinados, ni tampoco provocar que lo fue-
sen miembros de su familia. Y sin importar lo mucho que lo intenta-
ra, Papa Doc Duvalier no podía hacer desaparecer sus palabras. Sus
máximas y frases seguían volviendo, preservadas en lo profundo de
los recuerdos por las técnicas de recitación de memoria que el sistema
escolar haitiano había enseñado tan bien. Debido a que los escritores
que aún estaban en Haití, que aún no habían sido exiliados o asesi-
nados, no podían representar libremente sus obras, ni tan siquiera
imprimir sus propias palabras, muchos de ellos se volvieron, o regre-
saron, a los griegos.
Cuando era un crimen recoger un cuerpo ensangrentado en la
calle, los escritores haitianos presentaban a los lectores haitianos las
obras Edipo Rey y Antígona de Sófocles, que habían sido reescritas
en creole y representadas en escenarios haitianos por el dramaturgo
Franck Fouché y el poeta Felix Morisseau Leroy. Fue allí donde estos
escritores colocaron sus apuestas, arriesgándose en un peligroso equi-
librio entre el silencio y el arte.
¿Cómo se encuentran los escritores y los lectores en circunstan-
cias tan peligrosas? Leer, como escribir, en estas condiciones es una
acción de desobediencia a una directiva donde que el lector, nuestra
Eva, ya conoce las posibles consecuencias de comer esa manzana,
pero de todos modos toma un bocado audaz.
¿Cómo encuentra ese lector el coraje para tomar este bocado,
abrir ese libro? ¿Después de un arresto, una ejecución? Por supuesto,
él o ella puede encontrarlo en el poder del coro silencioso de otros lec-
tores, pero también puede encontrarlo en el coraje del escritor que ha
dado un paso al frente, al haber escrito, o reescrito, en primer lugar.
Crear peligrosamente, para personas que leen peligrosamente.
Esto es lo que siempre pensé que significaba ser escritor. Escribir,
sabiendo en parte que no importa cuán triviales puedan parecer tus
palabras, algún día, en algún lugar, alguien puede arriesgar su vida
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para leerlas. Viniendo de dónde vengo, con la historia que tengo —ha-
biendo pasado los primeros 12 años de mi vida bajo las dos dictaduras
de Papa Doc y su hijo, Jean-Claude— esto es lo que siempre he visto
como el principio unificador entre todos los escritores. Esto es lo que,
entre otras cosas, podría unir a Albert Camus y Sófocles con Toni Mo-
rrison, Alice Walker y Osip Mandelstam y a Ralph Waldo Emerson con
Ralph Waldo Ellison. En algún lugar, si no ahora, tal vez años en el
futuro, un futuro en el que todavía tenemos que soñar, alguien puede
arriesgar su vida para leernos. En algún lugar, si no ahora, tal vez años
en el futuro, también podemos salvar la vida de alguien (o su mente),
porque nos han dado un pasaporte, convirtiéndonos en ciudadanos
honorarios de su cultura.
Es por eso que cuando escribí un libro llamado The Dew Breaker,
un libro sobre un choukèt lawoze, o un torturador de la era de Du-
valier, un libro que está parcialmente ambientado en las ejecuciones
de Numa y Drouin, usé un epígrafe de un poema de Osip Mandels-
tam, quien una vez dijo: “solo en Rusia se respeta la poesía: mata a la
gente”.
La cita que utilicé es:
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literato solo por el hecho de que a veces lo veían por las tardes senta-
do en su balcón leyendo. Pero también era un asesino connotado, uno
de los que bien pudo haber participado en el fusilamiento de Numa y
Drouin.
En “L’artiste et son temps”, traducido al inglés como “Create dan-
gerously” (Crear peligrosamente), Camus escribe: “el arte no puede ser
un monólogo. Estamos en alta mar. El artista, como todos los demás,
debe aferrarse a su remo y remar, sin morir, si es posible”. En muchos
sentidos, Numa y Drouin compartieron el destino de tantos otros ar-
tistas haitianos, especialmente el del médico y novelista Jacques Ste-
phen Alexis, quien escribió una prosa tan hermosa que, la primera
vez que leí su descripción del pan recién horneado, acerqué el libro
a mi nariz para poder olisquearlo. Tal vez no haya escritores en mi
familia porque estaban demasiado ocupados tratando de encontrar
pan. Tal vez no haya escritores en mi familia porque no se les permitió
o apenas podían permitirse el lujo de asistir a una escuela, aun la de
una aldea decrépita, cuando eran niños. Tal vez no haya artistas en
mi familia porque fueron silenciados por las brutales directivas de
una dictadura, o las de un desastre natural, uno tras de otro. Tal vez,
así como Alice Walker escribe sobre sus propios antepasados en su
ensayo “In search of our Mother’s garden” (En busca de los jardines de
nuestra madre), mis ancestros por línea sanguínea —a diferencia de
mis antepasados literarios— fueron tan golpeados por el clima, tan
aterrorizados y mutilados que llegó un momento en que estaban ya rí-
gidos. Como resultado, aquellos que de alguna manera lograron crear
se convirtieron, en mi opinión, en mártires y santos.
Escribió Walker:
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NO SOY UN PERIODISTA
Comencé a escribir este ensayo el lunes 3 de abril de 2000, la mañana
en que fue asesinado uno de los periodistas más famosos de Haití, el
comentarista de radio Jean Dominique. Me despertaron una serie de
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BICENTENARIO
Han pasado doscientos años desde que se creó la segunda república
del Hemisferio Occidental. En aquel entonces, no hubo saludos de
felicitación de la primera, los Estados Unidos de América. La nueva
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¿Le daría el abate una mano y una pluma? era la pregunta candente.
Finalmente, se elaboró una proclama y se lanzó una revolución,
con o sin la pluma de oca del abate.
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