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Una obra literaria con abundantes diálogos es mucho más fácil de leer que cuando
el protagonismo lo tienen las descripciones, un aspecto de gran importancia en la
literatura dirigida a los más jóvenes.
Crear un diálogo no es, ni mucho menos, transcribir una conversación. Veamos
qué técnicas se utilizan para conseguir que los personajes “hablen” como si de se-
res vivos se tratara.
Sumario
El diálogo
Cómo hacer que un dialogo suene real (sin serlo)
Algunos trucos útiles
3.1. Hacer los diálogos cortos
3.2. Usar palabras coloquiales
3.3. Adaptar el lenguaje al personaje.
3.4. La importancia del desacuerdo
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Lección 6
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1. EL DIÁLOGO
El diálogo es una parte fundamental de la narrativa y de la ficción pero es aún más vital
cuando nos dirigimos a niños y jóvenes. No solo permite al lector “escuchar” a los
personajes y por tanto entenderlos mejor, encariñarse con ellos, sino que resulta mucho
más fácil de leer que la parte descriptiva de la historia. Esto es aun más habitual entre
los lectores infantiles.
Y es que el diálogo sirve para describir a los personajes y escenarios de forma muy
eficaz. Por tanto, también es útil para trasladar información importante al lector
al tiempo que hace que la historia fluya.
Por si fuera poco, desde el punto de vista meramente visual y tipográfico, al contar con
muchos espacios en blanco el diálogo resulta más fácil de leer que la parte descriptiva.
Y ahora surge el problema. ¿Cómo escribir un buen diálogo? ¿Cuánto diálogo debe te-
ner un cuento/ una novela/ una historia?
Tal como ocurre siempre, en literatura no existen reglas fijas. Algunos textos están lle-
nos de diálogos y en otros brillan por su ausencia, pero hay una regla no escrita que dice
que un libro infantil debe tener alrededor de un cincuenta por ciento de diálogo y más
aún si estamos hablando de relatos para primeros lectores en los que el narrador solo
debe decir aquellas cosas que los personajes no pueden.
Generalizando, puede decirse también que toda obra de ficción está dividida en escenas
y una escena se puede narrar a través de un diálogo o simplemente contando lo que
sucede.
Pongamos un ejemplo. Si elegimos hacerlo a través de una simple descripción de lo que
pasa, la escena, se contará más o menos así:
Si la misma escena la narramos con diálogo, el resultado sería algo parecido a esto:
Guillermo se topó de bruces con el señor Salomón que bajaba por la ca-
lle mayor con su mujer.
–Buenas tardes muchacho, voy camino a casa de tus padres –dijo con
frialdad mientras se rascaba su nariz siempre roja como un pimiento. –
Tal vez te preguntes qué voy a hacer allí.
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Lección 6 – El diálogo
Como puede verse en este ejemplo, el diálogo permite añadir al texto mucho más “co-
lor” que la narración directa de los hechos. Podemos introducir una pequeña descripción
de los personajes (la nariz roja, el sombrero, la expresión de la señora).
Naturalmente esta información se puede conferir también en el ejemplo sin diálogo,
pero en la versión dialogada, al darse entremezclada con las voces de los personajes, la
descripción es más sutil, menos recitativa. Nótese además que el diálogo ocupa más del
doble de espacio que la narración directa y requiere más imaginación por parte del escri-
tor.
¿Es mejor entonces dialogar siempre las escenas? No, no siempre. A veces no es nece-
sario dialogar una escena si se trata de un hecho poco importante, basta con des-
cribirlo, así se ahorra tiempo. Otras escenas, en cambio, no se pueden despachar con
una simple descripción, hay que demorarse, darles vida, darles espacio y entonces es
fundamental recurrir al diálogo. Si la escena que hemos incluido arriba fuera muy im-
portante en nuestro relato, no habría más remedio que hacerla dialogada. Si el encuentro
entre Guillermo y el señor Salomon no juega un papel destacado en la historia, una sim-
ple descripción basta. Por eso, en una obra de ficción, en los encuentros entre perso-
najes principales se suele incluir (casi) siempre un diálogo.
Por ejemplo, en La Isla del Tesoro, de Stevenson, asistimos al encuentro entre el na-
rrador, el joven Jim, y Long John Silver que luego se revelará como su enemigo en la
búsqueda del tesoro.
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Si presentamos a los personajes con un diálogo permitimos al lector tener la sensación
de que es testigo directo de lo que ocurre, es como si estuviera allí, nadie “le cuenta” lo
que sucede, él es testigo directo.
–Ya verá que son unos niños encantadores –estaba diciendo la señora
Banks.
Michael le dio un fuerte codazo a Jane en las costillas.
–Y que no dan ninguna guerra –prosiguió la señora Banks con tono du-
bitativo, como si ella misma no se creyera lo que estaba diciendo.
Oyeron cómo la visita daba un resoplido, dando a entender que ella
tampoco se lo creía.
–En cuanto a sus referencias… continuó la señora Banks.
–Tengo por principio no dar nunca referencias –dijo la otra mujer en to-
no firme–. En mi opinión se trata de una idea anticuada. Muy anticuada.
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Lección 6 – Algunos trucos útiles
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–Bien dicho, Roberto –dijo su madre.
–¡Sois los padres más cutres del mundo y os odio! –chilló Pablo.
–Sois los mejores padres del mundo y os adoro –dijo Roberto.
(La venganza de Pablo Diablo, Francesca Simon)
La abundancia de diálogos así puede hacer de nuestro relato un tostón si no nos dirigi-
mos a niños de muy corta edad. Comparémoslo con este otro entre Jorge y su treme-
bunda abuela en La maravillosa medicina de Jorge:
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Lección 6 – Cuidado con los adverbios
Aparte de sonar fatal, los adverbios son completamente innecesarios la mayoría de las
veces. Y lo son porque, si un escritor dialoga bien, los “ruidosamente” o “lacónicamen-
te” ya están explícitos en el diálogo y no hace falta resaltarlos.
En realidad, para hacer un buen diálogo desde el punto de vista técnico, que es el que
nos interesa en este apartado, lo único que tenemos que procurar es que nuestros
“digo” y nuestros “respondió” sirvan para que el lector tenga muy claro quien está
hablando, nada más.
Y para evitar confusiones es importante, si vamos a prescindir de los “dijo Juan” y “res-
pondió Pepe”, hacer que, en el parlamento de Juan, éste diga de vez en cuando el nom-
bre de su interlocutor con un “¿me comprendes, Pepe?”, por ejemplo. Sin embargo,
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también esto puede resultar artificial o pesado (a menos que queramos hacer ver que
Juan es ese tipo de persona que todo el tiempo repite el nombre de su interlocutor).
Por eso, para evitar la sobreabundancia de “dijo” para identificar quien habla y evitar
también los horribles adverbios en mente para explicar cómo lo dijo existe un truco.
Uno que, además, ayuda al lector a “ver” qué pasa mientras dialogan sus personajes. Es
lo que podríamos llamar detalles de ambientación.
6. DETALLES DE AMBIENTACIÓN
En una película, el hecho de que sea un actor quien que lleva acabo un diálogo ya está
dando una cantidad de datos al espectador. Como el espectador está viendo físicamente
al personaje, no hace falta que se nos señale que está enfadado o que habla alto o que se
expresa “lacónicamente”. Por la actitud que despliega el actor o la actriz vemos además
si el personaje es tímido, extranjero, tiene frenillo o está loco.
En un libro todo esto lo tiene que dar a entender el escritor bien con palabras, bien con
descripciones como hemos visto en el capítulo anterior, bien con diálogo como estamos
viendo en este. O bien, como suele ser más habitual, con una combinación de ambas
cosas.
Y para combinar descripción con diálogo existe una forma muy sintética de hacerlo.
Consiste en recurrir a lo que podríamos llamar los detalles de puesta en escena. Se hace
de la siguiente manera.
Imaginemos que queremos narrar una supuesta escena de Blancanieves y los siete -
enanitos donde Dormilón intenta ligar con la protagonista:
Como se ve en este ejemplo, el hecho de que antes de cada diálogo se de una pequeña
descripción “escénica” (“su voz parece el canto de un jilguero”. “Él se quita el gorro y
le da vueltas en sus manos”) es una forma muy rápida de transmitir al lector informa-
ción importante para que visualice la situación.
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Lección 6 – Diálogo indirecto o trascripción de diálogo
Esto es lo que puede llamarse trascripción de diálogo. Es interesante anotar además que
combinar trascripción de diálogo como el de arriba con diálogo normal da mucha viveza
al texto. A este pasaje de Mankell lo sigue, en efecto, un diálogo real.
–Ha estado muy bien esto de venir a explicarte –le dice–. Ahora ya po-
demos olvidarlo. Pero ¿entiendes que me enfadase cuando te vi dur-
miendo?
–Sí –contesta Joel.
Mezclar diálogo directo e indirecto funciona muy bien puesto que la frase final dialoga-
da sirve para dar énfasis o incluso resumir toda una situación.
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con oírle hablar. Para ello es importante que la forma de expresarse de cada uno de
los personajes sea única y perfectamente reconocible.
Dickens que era otro gran maestro creando personajes sabía muy bien cómo utilizar en
sus diálogos pequeños datos reveladores que lograban que el lector reconociera quién
estaba hablando aun sin que él dijera de quién se trataba. En sus novelas, a veces un
personaje usa siempre una misma muletilla, otras habla con un acento extraño, en algu-
nos casos comienza cada frase con una palabra especial, y alguno que otro tiene freni-
llo…
Para describir a un personaje a través del diálogo hay que hacerse varias preguntas:
¿Cómo se expresa esta persona? ¿qué palabras utiliza? ¿cuáles no usaría jamás? ¿le gus-
tan los diminutivos? ¿las palabrotas? ¿es culto? ¿inculto? ¿joven? ¿viejo?
Pero además hay que preguntarse también cuál es su estado de ánimo en el momento de
hablar. ¿Está contento? ¿enfadado? ¿es tímido? ¿se siente inferior? ¿superior? ¿suele
mentir?
Como dice el latinajo, “excusatio non petita, accusatio manifesta”. Silver intenta justifi-
carse por la presencia del pirata en su taberna ante Jim y ganarse al muchacho para que
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Lección 6 – Describir un personaje no por lo que dice, sino
por lo que oculta
este no haga que el capitán desconfíe de él. Parece claro que su reputación no es muy
robusta.
En ese caso, un texto dice más por lo que da a entender que por lo que realmente dice.
Y, tal como ocurre en la vida real, este oculto mensaje es a veces muchos más im-
portante que el texto, de modo que hablemos un poco más de él .
Un mensaje oculto puede ser, como acabamos de ver, una mentira que se trasluce a
través de un texto, pero también puede ser otra cosa.
En la vida real la gente no siempre dice lo que siente, tampoco dice a veces lo que real-
mente quiere decir. A veces una persona omite cosas por simple cortesía. Por ejemplo,
uno no va por ahí diciendo “qué gordo eres” o “no me gusta el color de tu pelo”. En
otras ocasiones no se dice lo que se piensa por prudencia, también por temor.
Por todo esto, utilizar este artificio de inferir sin decir es muy útil en literatura. Las for-
mas de utilizarlo pueden ser implícitas o explícitas.
Las implícitas son las que se utilizan de forma sutil, tanto que a veces pasan inadverti-
das para los lectores menos cuidadosos. Una manera de utilizar un oculto mensaje es,
por ejemplo, cuando un hombre y una mujer están hablando de algo muy impersonal
como si hace frío o calor en la habitación cuando en realidad están hablando de sus sen-
timientos hacia el otro. Veamos el papel del fuego ardiente en la película El Jorobado
de Notre Dame.
La forma explícita de utilizar este artificio narrativo es más obvia, pero también más
eficaz. Esta puede consistir, por ejemplo, en mostrar al mismo tiempo lo que dice un
personaje y lo que piensa. Veamos un ejemplo de mi libro Pancho y Dorilda. Habla esta
última pero los pensamientos entre paréntesis son de Pancho:
–Has de saber, joven amigo, que por fin he descubierto que si la fortuna
me ha traído hasta aquí, es para recuperar mi peineta (su peineta, su
peineta; no había duda de que la tía estaba pa´llá : atravesar nueve si-
glos para recuperar un adorno de pelo era la cosa más estúpida que yo
había oído en toda mi vida)– pero ella insistió.–: Si me he materializado
en esta ciudad y en esta casa, es porque o bien la tienes tú..(“¿Yo? Ni-
ña tonta”, pensé, “qué voy a tener yo una peineta ¿para que demonios
iba a querer yo algo tan feo?”) o bien conoces a su actual propietario. Si
me ayudas a encontrarla, te concederé…
–¡Un deseo!–dije yo, pensando que bien, por fin empiezas a hablar co-
mo los genios buenos de las películas, tía ya era hora.
Este artificio literario es muy útil porque permite al lector ser cómplice de lo que está
pensando un personaje. Puede ver la verdad de lo que pasa por su cabeza y la contradic-
ción que existe entre lo que se ve y lo que ocurre realmente.
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A veces un escritor no utiliza palabras sino símbolos o síntomas para dar forma a
su mensaje oculto. Estos símbolos o síntomas se suelen explicar al principio de un
cuento o una novela y luego el lector, cada vez que surgen los reconoce. Así por ejem-
plo, un escritor puede decir al principio de una novela que el personaje X cada vez que
tiene que contar una mentira, juguetea con sus anillos. Más adelante en la historia, cada
vez que X juguetea con sus anillos el lector comprende inmediatamente que está min-
tiendo.
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Lección 6 – Actividades de esta lección
La segunda fórmula, más aplicable a los libros de literatura juvenil, es más difícil y re-
quiere mucha más paciencia. Consiste en utilizar las palabras de argot más conoci-
das y evitar las raras.
Imaginemos que nuestro personaje es un presidiario y nuestro deseo es reproducir la
forma de hablar que se utiliza en la cárcel. Dentro del argot carcelario o taleguero hay
palabras como “madero”, “pasma” o “talego” que todo el mundo conoce y que dan “co-
lor” al texto sin volverlo ininteligible. El truco está en emplear esas palabras y, si se
quieren usar otras más desconocidas se pueden utilizar pero siempre en un contexto que
no deje lugar a dudas de lo que quieren decir.
Con este sistema lo que se logra es la complicidad del lector que, al entender lo que le
decimos, se siente parte de la historia.
Ejercicio
Crea una discusión de unas 250 palabras entre un niño y una niña sobre cuál de sus
padres tiene un coche más grande.
Los niños deben ser de distintos países o grupos étnicos pero no debes indicarlo de
forma expresa, sino a través de las expresiones que utilizan y de los detalles de am-
bientación.
Tema de discusión
¿Estás de acuerdo con que se utilicen tacos o palabrotas en los diálogos de la litera-
tura infantil y juvenil?
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