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LOS HONDOS DESEO HUMANOS DE VIVIR EN

PAZ

«Verdad es que ansiamos vernos también libres de


esta guerra y nos abrasamos en el fuego del amor
divino por conseguir esa paz ordenadísima que trae
consigo la estabilidad y el sometimiento de lo inferior
a lo superior» (San Agustín)
PRESENTACIÓN
«Y uno de los aspectos donde se puede ver la actualidad de san
Agustín, es en los temas relativos a las cuestiones sociales. Se trata
de un asunto que en algunos aspectos ha sido muy estudiado y
abordado, pero que en otros, ha sido olvidado, cuando no
desconocido e incluso ignorando. Para muchos estudiosos e
investigadores, san Agustín es el hombre de las grades teorías, tanto
en el campo de la filosofía como de la teología, pero en muchas
ocasiones se pierde de vista que san Agustín fue, ante todo, un
pastor de almas, y que el pensamiento agustiniano no solo estaba
dirigido hacia la altura de la teología especulativa, sino que sobre
todo, tenía siempre presente a la persona en su propia situación»
(Enrique A. EGUIARTE OAR, Institutum Patristicum
Augustinianum Roma)
1. COMENTARIO
. DEL SAL 33,13

«El Espíritu de Dios interpela a los hombres, exigiendo


lo que debemos hacer y prometiendo aquello que
debemos esperar. El mismo espíritu inflama nuestra
mente con los anhelos del premio, para que estemos más
dispuestos a ejecutar por amor lo mandado que a ejecutar
por temor lo que nos molesta. ¿Quien es el hombre que
ama la vida y desea ver días felices? Se pregunta por
este hombre como si hubiera alguno que no tenga tales
deseos. ¿Quién habrá́ que no quiera vivir? ¿Y dónde
encontraremos al que no quiera ver días felices?
Escucha, ¡oh mortal!, lo que sigue; escucha tú que amas
y anhelas esto: Aparta tu lengua del mal y tus labios no
pronuncien mentira alguna. Apártate del mal y obra el
bien; busca la paz y persíguela. De todas estas cosas,
las primeras exigencias son un precepto, mientras que
las últimas palabras encierran un premio. Se nos ordena
que apartemos nuestra lengua del mal para que nuestros
labios no pronuncien mentiras; se nos manda apartarnos
del mal y obrar el bien con el fin de que busquemos y
consigamos la paz. ¿Qué clase de paz es ésta, sino
aquella de la que carece el mundo?» (Sermón XVI)
2. LA MISERIA DE LAS GUERRAS
«Es verdad, pero esto ¡a costa de cuántas y cuan enormes guerras,
de cuántos destrozos, y de cuánto derramamiento de sangre se ha
logrado! Pasaron estos males, y, sin embargo, su miseria no se
acabó. Si bien es cierto que no han faltado, ni faltan, naciones
enemigas extranjeras contra las cuales se han librado siempre y se
libran aún hoy guerras, sin embargo, la misma grandeza del
imperio ha dado origen a guerras de peor laya, a las guerras
sociales y a las civiles. El género humano padece con ellas
tremendas sacudidas, tanto cuando se guerrea para conseguir la
paz como cuando se teme un nuevo levantamiento. Si quisiera
exponer como se merecen los mil estragos de esos males, sus
duras e inhumanas crueldades, aunque por una parte me sería
imposible pintarlo como exige» (La ciudad de Dios, XIX, 7 )
3. LA PAZ, ASPIRACIÓN SUPREMA DE LOS
SERES
«Y la paz es un bien tan noble, que aun entre las cosas
mortales y terrenas no hay nada más grato al oído, ni
más dulce al deseo, ni superior en excelencia. Abrigo la
convicción de que, si me detuviera un poco a hablar de
él, no sería oneroso a los lectores, tanto por el fin de
esta ciudad de que tratamos como por la dulcedumbre
de la paz, ansiada por todos. …. Quienquiera que repare
en las cosas humanas y en la naturaleza de las mismas,
reconocerá́ conmigo que, así como no hay nadie que no
quiera gozar, así no hay nadie que no quiera tener paz
En efecto, los mismos amantes de la guerra no desean
más que vencer, y, por consiguiente, ansían llegar
guerreando a una paz gloriosa. Y ¿qué es la victoria más
que la sujeción de los rebeldes? Logrando este efecto
llega la paz. La paz es, pues, también el fin perseguido
por quienes se afanan en poner a prueba su valor
guerrero presentando guerra para imperar y luchar. De
donde se sigue que el verdadero fin de la guerra es la
paz. El hombre, con la guerra, busca la paz; pero nadie
busca la guerra con la paz. Aun los que perturban la paz
de intento no odian la paz, sino que ansían cambiarla a
su capricho. Su voluntad no es que no haya paz, sino que
la paz sea según su voluntad» (La ciudad de Dios, XIX, 12)
4. EL ORDEN Y LA LEY CELESTIAL
El divino Maestro enseña dos preceptos principales, a saber: el amor
de Dios y el amor del prójimo, en los cuales el hombre descubre tres
seres como objeto de su amor: Dios, él mismo y el prójimo, y el que
ama a Dios no peca amándose a sí mismo, es lógico que cada cual
lleve a amar a Dios al prójimo, que se le manda amar como a sí
mismo. Así debe hacer con la esposa, con los hijos, con los domésticos
y con los demás hombres que pudiere, como quiere que el prójimo
mire por él si por ventura lo necesitare. Y así tendrá paz con todos en
cuanto de él dependa, esa paz de los hombres que es la ordenada
concordia. El orden que se ha de seguir es éste: primero, no hacer mal
a nadie, y segundo, hacer bien a quien se pueda. En primer lugar debe
comenzar el cuidado por los suyos (La ciudad de Dios, XIX, 14)
5. LA PAZ QUE BUSCA LA CIUDAD CELESTIAL

«La ciudad celestial, durante su peregrinación, va llamando


ciudadanos por todas las naciones y formando de todas las
lenguas una sociedad viajera .…Ella no suprime ni destruye
nada, antes bien lo conserva y acepta, y ese conjunto, aunque
diverso en las diferentes naciones, se flecha, con todo, a un
único v mismo fin, la paz terrena, si no impide la religión que
enseña que debe ser adorado el Dios único, sumo y
verdadero. La ciudad celestial usa también en su viaje de la
paz terrena y de las cosas necesariamente relacionadas con la
condición actual de los hombres. Protege y desea el acuerdo
de quereres entre los hombres cuanto es posible, dejando a
salvo la piedad y la religión, y supedita la paz terrena a la paz
celestial.
Esta última es la paz verdadera, la única digna de ser y
de decirse paz de la criatura racional, a saber, la unión
ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y a la
vez en Dios. En llegando a esta meta, la vida ya no será ́
mortal, sino plenamente vital. Y el cuerpo ya no será́
animal, que, mientras se corrompe, apesga al alma,
sino espiritual, sin ninguna necesidad, sometido de
lleno a la voluntad. Posee esta paz aquí por la fe y de
esta fe vive justamente cuando refiere a la consecución
de la paz verdadera todas las buenas obras que hace
para con Dios y con el prójimo, porque la vida de la
ciudad es una vida social» (La ciudad de Dios, XIX, 17)
MUCHAS GRACIAS

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