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"Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" San Pablo
Los siguientes textos seleccionados por el Dr. Emilio Komar para algunas de sus clases nos
presentan con impresionante claridad las consecuencias de sostener la negación de la
existencia de Dios. Con toda dureza nos muestran estos pensadores no creyentes el vacío, la
angustia y el sinsentido de un mundo carente de su Creador. Sus almas en la oscuridad sienten
la frustración absoluta. No creen posible en modo alguno abandonar a Dios y caminar felices
por la vida como si nada hubiera sucedido.
También estos textos nos permiten, haciendo un análisis crítico de los mismos, estar de
acuerdo con sus autores en la inconsistencia de defender principios morales heredados del
cristianismo como lo son el de solidaridad, justicia social, tolerancia, etc.… si rechazamos "la
piedra angular". Si no hay Dios, afirmaba Dostoievsky, "todo está permitido" y por lo tanto el
mundo se convierte en lo que vemos hoy a nuestro alrededor una jungla donde vence el más
fuerte. Pareciera que han llegado los tiempos profetizados por Nietzsche.
Por último, creo que nos recuerdan a los cristianos lo que verdaderamente es el cristianismo
(especialmente en el texto de Nietzsche) algo que, aunque sea doloroso admitirlo, muchos
cristianos desconocen o pareciera que han olvidado: Una religión más allá de toda crítica, de
origen divino, que expresa La Verdad, el Camino y la Vida y que se funda sobre la fe en un Dios
Creador y Trascendente.
Pereciera que en los tiempos actuales afirmarlo nos lleva a ser llamados totalitarios o
intolerantes. Quizás por eso quienes deberían recordárnoslo en muchas ocasiones lo callan...
¡Dejemos entonces que nos catequicen estos filósofos ateos! Y, paradójicamente, valoraremos
sin duda más la gracia de ser amados por nuestro Padre, fortalecidos por el Espíritu Santo,
cuidados por María, nuestra Madre del Cielo, y salvados por Nuestro Señor Jesucristo.
"Tal es, en esquema, el mundo que la ciencia presenta a nuestra creencia, aunque en realidad
tiene aún menos propósito y está más vacío de significado. En tal mundo o en ninguna parte
nuestros ideales deben, pues, buscar su nido. Que el hombre es producto de causas que no
preveían el fin que estaban realizando; que su origen, crecimiento, temores, esperanzas,
amores y creencias son el resultado de accidentales colocaciones de átomos; que no hay
fuego, heroísmo, intensidad de pensamiento o sentimiento que pueda conservar una vida
individual más allá de la tumba; que los esfuerzos de todas las épocas, toda la devoción,
inspiración y brillo meridiano del genio del hombre están destinados a la extinción con la
muerte del sistema solar, y que todo el templo de las hazañas humanas inevitablemente debe
enterrarse bajo los despojos de un universo en ruinas; todas estas cosas, aunque no sin
disputa, son, sin embargo, tan aproximadamente ciertas que una filosofía que las niega no
puede abrigar esperanzas de subsistencia. Sólo en la armazón de estas verdades, sólo sobre
las firmes bases de una inflexible desesperanza, desde ahora en adelante podrá construirse
con seguridad el habitáculo del alma...
"Breve e impotente es la vida humana. Lenta y segura, la condenación cae inexorable y atroz
sobre la especie. Ciega para el bien y para el mal, indiferente ante la destrucción, la materia
omnipotente sigue su curso, implacable. Al hombre, condenado hoy a perder a su ser más
querido, condenado a pasar él mismo por la puerta de la muerte, sólo le es permitido abrigar,
antes de que caiga el golpe, los elevados pensamientos que ennoblecen su efímera existencia;
desdeñando los cobardes terrores del esclavo del Destino, venerar el altar que sus propias
manos han construido; inflexible ante el imperio del azar, conservar el espíritu libre de la
caprichosa tiranía que gobierna su vida exterior; desafiando orgullosamente las irresistibles
fuerzas que toleran por un momento su conocimiento y su condenación, sostener a solas, cual
Atlas cansado e inflexible, el mundo plasmado por sus propios ideales a pesar de la marcha
destructora de la fuerza inconsciente"
Bertrand Russell, El culto de un hombre libre, en: «Misticismo y Lógica y otros ensayos»,
Buenos Aires, Paidós, 1975, pp. 60 ss
El único error innato que albergamos es el de creer que hemos venido al mundo para
ser felices. Hay que reconocer que es innato, porque se identifica con nuestra existencia
misma... pues no somos más que voluntad de vivir, y lo que entendemos por felicidad es
precisamente la satisfacción sucesiva de la voluntad.
Durante todo el tiempo que este error está adueñado por nosotros, y, sobre todo, si
viene a confirmarnos en él dogmas optimistas, el mundo nos parece lleno de contradicciones.
Constantemente, lo mismo en las cosas grandes que en las pequeñas, experimentamos que el
mundo y la vida no están hechos para consentir una existencia dichosa. Para el hombre
irreflexivo, todo se limita al sentimiento de los dolores reales; más para el pensador, a los
tormentos de la realidad se une una perplejidad teórica. Nos preguntamos por qué, si el
mundo y la vida están creado s para que seamos felices, corresponden tan mal a su destino...
Forzosamente tenemos que darnos cuenta, por lo tanto, de que todo está dispuesto en la vida
para desengañarnos de aquel error primero y convencernos de que el fin de la existencia no es
la felicidad. Vista de cerca y sin prejuicios, la vida se nos ofrece como especial y expresamente
ordenada para que no seamos felices; toda ella presenta el carácter de algo de lo cual se nos
quiere disgustar y apartar, de un error del que debemos desengañarnos, a fin de que nuestro
corazón se cure de la sed de gozar y de vivir, y se desvíe del mundo, y en este plan sería más
exacto considerar como fin de la vida el dolor en vez de la felicidad... (p. 346)
Cuando por uno u otro camino volvemos desengañados de este error, que a priori se
hizo dueño de nosotros, de este de la existencia, vemos con otra luz todas las cosas y el mundo
se nos presenta en armonía, si no con nuestros deseos con la noción que hemos adquirido de
él. Las desdichas, los dolores que nos salen al paso, cualesquiera que sean sus proporciones y
su índole, pueden hacernos padecer, pero no nos asombran, pues sabemos ya que el dolor y
la aflicción tienden a realizar el fin propio de la vida, es decir, a apartar de ella a la voluntad
DE VIVIR. Y cuando ya el hombre se ha apropiado por completo esta convicción, le
proporciona en todas las circunstancias de la vida una calma maravillosa, comparable a la
docilidad con que un enfermo soporta los dolores de un largo y penoso tratamiento. Es
insensato cerrar los ojos y no querer reconocer la clara revelación de que el verdadero destino
de la existencia humana es el dolor; la vida está completamente rodeada por él, y no puede
eludirle; entramos en el mundo con lágrimas; el curso de la existencia es trágico las más de las
veces, y su término más todavía. Es forzoso ver en esto cierta intencionalidad. (p. 347)
El dolor es un medio de purificación que, en la mayoría de los casos, basta por sí sólo
para santificar al hombre, es decir, para hacerle abandonar el errado camino de la voluntad de
vivir. (p. 348)
Si el dolor tiene por sí esta virtud santificadora, la muerte, que es el mayor de los
dolores, deberá tener esa misma virtud y aún en grado más exagerado.
Es inútil considerar la existencia como otra cosa más que como un camino errado; toda
ella lleva este sello. La salvación consiste en hallar el buen camino...
Mas por encima de todo esto, la muerte es la gran ocasión que se nos presenta para
despojarnos del yo; feliz el que la aprovecha. (p. 317)
La muerte es el instante que nos libra de la forma especial de una individualidad que no
es la esencia de nuestro ser; que es más bien una especie de aberración, nuestra verdadera
libertad original nos es devuelta, y este instante puede ser considerado, en la acepción que
hemos ya definido antes, como el de una restitutio in integrum. (p. 317)
La calma y la paz que se dibujan en la faz de la mayoría de los muertos parecen tener
este origen. El fin del justo es, por lo general, tranquilo y sereno; pero morir voluntariamente,
morir con alegría, morir dichoso, es el privilegio del resignado, de aquel que repudia o niega la
voluntad de vivir. Sólo él desea la muerte realmente y no sólo en apariencia; sólo él no
necesita la permanencia de su persona ni la requiere. Renuncia voluntariamente a esta
existencia, tal como nosotros la conocemos. La que será dada en cambio, a nuestros ojos en la
nada... El budismo lo llama Nirvana, que quiere decir extinción. (p. 317)
Arthur Schopenhauer, “El mundo como voluntad y representación”, antología, Ed. Labor,
Barcelona.
"J. Elliot. - Se han desprendido del Dios cristiano y creen ahora con mayor razón deber
conservar la moral. Es una deducción inglesa, y no quiero censurar por ella a las hembras
morales a lo Elliot.
"En Inglaterra, por la más pequeña emancipación de la teología, hay que recobrar la buena
fama perdida, reconquistándola como fanático de la moral, hasta poner espanto. Es la manera
de hacer penitencia que usan allí. Nosotros entendemos de otro modo. Si se renuncia a la fe
cristiana, se despoja uno al mismo tiempo del derecho a la moral cristiana. Pero eso no es
cosa que se entienda por sí sola y hay que explicársela continuamente a los espíritus
superficiales, mal que les pese a esos ingleses. El cristianismo es un sistema, un conjunto de
ideas y de opiniones acerca de las cosas. Si se arranca de él una parte esencial, la creencia en
Dios, se destruye todo, y no nos queda nada necesario entre los dedos. El cristianismo
supone que el hombre no sabe ni puede saber por sí solo lo que es bueno y lo que es malo;
cree que sólo Dios lo sabe. La moral cristiana es un mandamiento, su origen es trascendente,
está fuera de toda crítica, de todo derecho a la crítica; no contiene más que la verdad,
suponiendo que Dios sea verdad; vive con la fe en Dios y desaparece con ella.
"Si los ingleses creen saber por sí mismos «intuitivamente» lo que es el bien y el mal; si se
figuran, por consiguiente, no necesitar del cristianismo como garantía de la moral, esto no es
en realidad más que una consecuencia de la soberanía de la evolución cristiana y una
expresión de la fuerza y del arraigo de esa soberanía. Es que el origen de la moral inglesa ha
sido olvidado, es que no se ha comprendido la extremada dependencia de su derecho a existir.
Para el inglés la moral no es todavía un problema".
“Al concebir un Dios creador, este Dios se asimila la mayoría de las veces a un artesano
superior; y cualquiera que sea la doctrina que consideremos, trátese de una doctrina como la
de Descartes o como la de Leibniz, admitimos siempre que la voluntad sigue más o menos al
entendimiento, o por lo menos lo acompaña, y que Dios, cuando crea, sabe con precisión lo
que crea. Así el concepto de hombre en el espíritu de Dios es asimilable al cortapapel en el
espíritu del industrial; y Dios produce al hombre siguiendo técnicas y una concepción
exactamente como el artesano fabrica un cortapapel siguiendo una definición y una técnica.
Así el hombre individual realiza cierto concepto que está en el entendimiento divino. En el
siglo XVIII, en el ateísmo de los filósofos, la noción de Dios es suprimida, pero no pasa lo
mismo con la idea de que la esencia precede a la existencia...”
“El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que, si Dios no
existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe
antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice
Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia?
Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después
se define. El hombre, tal como tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es
porque empieza por no ser nada. sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues,
no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. el hombre es el único que no
sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la
existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra
cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo (...) El hombre es
ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una
podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo
inteligible, y el hombre será ante todo lo que habrá proyectado ser (...) Pero si
verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es.
Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y
asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia...”
JEAN PAUL SARTRE, El existencialismo es un humanismo, 1981, Buenos Aires, Ediciones del
80, 14 y ss